LA PENA DE MUERTE EN CIUDAD REAL (1902-1932) LUIS GARGALLO VAAMONDE. Universidad de Castilla-La Mancha [email protected] La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. La historia del castigo ha sido un área de investigación poco explotada por parte de los historiadores contemporaneistas españoles, exceptuando lo referente a la Guerra Civil y el franquismo. Cabe destacar que el Estado mantiene ciertas estructuras de represión del delito a lo largo del tiempo, que actúan fundamentalmente en tiempos de paz, ya que no olvidemos que la guerra es un fenómeno que trastoca toda la relación social y hace de lo excepcional algo habitual, mientras que los procedimientos ordinarios quedan en un segundo plano ante la violencia desatada del conflicto. La historia de la penalidad y el castigo ha quedado durante mucho tiempo en manos de los historiadores del derecho, más interesados en la letra de la Ley que en la propia realidad sociocultural que se genera alrededor de estos fenómenos.1 Sólo en los últimos años se han empezado a convocar algunos congresos y a publicar trabajos referentes al mundo de la penalidad desde el punto de vista de los historiadores sociales, gracias a equipos de trabajo como el Grupo de Estudios sobre Historia de la Prisión y las Instituciones Punitivas, creado en 2007 y coordinado por el profesor Pedro Oliver Olmo de la Universidad de Castilla-La Mancha, al cual, precisamente, debemos el estudio más reciente acerca de la pena de muerte en España.2 1 2 Entre los estudiosos del derecho que en España, y desde muy distintos puntos de vista, han investigado la historia del castigo podemos destacar, entre otros, a Carlos García Valdés, Horacio Roldán Barbero o Iñaki Rivera Beiras. OLIVER OLMO, P.: La pena de muerte en España, Madrid, Síntesis, 2008. Entre los historiadores españoles dedicados a la historia punitiva, podemos señalar, además de Pedro Oliver, nombres como Pedro Trinidad Fernández o Gutmaro Gómez Bravo. La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. La pena de muerte a principios del siglo XX La tradición dictaba en España que la ejecución de los reos de muerte debía acontecer en un lugar público, tras el anuncio de la sentencia, fecha y lugar de ejecución por parte de las autoridades. Nos hayamos ante un espectáculo en el que el poder demostraba su faceta más terrible y absoluta: su capacidad de disposición sobre la vida de los individuos; mientras el pueblo acudía en masa a contemplar el espectáculo. A pesar de la imagen popular de las ejecuciones como una forma firme y habitual del poder para hacerse respetar, éstas no eran un acontecimiento frecuente. No era necesario: bastaba con que una persona viera una vez en su vida el agarrotamiento de un condenado para que el mensaje de la pena capital quedara profundamente gravado en su memoria y fuera trasmitido a su descendencia.3 Es en el siglo XIX cuando empezamos a observar claramente corrientes de cambio. Desde que Domingo Mª Vila en las discusiones sobre el proyecto de ley del Código Penal de 1848 propuso que la pena de muerte quedara abolida para todos los delitos políticos para evitar las revanchas tras los cambios (no muy pacíficos) de gobierno, empezamos a ver cómo los ideales abolicionistas van ganando terreno4. Al calor de los trabajos de tratadistas y ensayistas que escriben a favor de la abolición, la pena de muerte va perdiendo legitimación de cara a la opinión pública, el menos entre los ilustrados e intelectuales, como medio del Estado para ejercer su autoridad de forma abierta y ejemplarizante5. La ejecución empezaba a tomar un valor vergonzante para quien la llevaba a cabo. Era factible que el espectador sintiera empatía por el condenado, y aversión hacia el poder punitivo representado en el verdugo, ya que es este último quien está cometiendo un asesinato frente a sus ojos, en muchos casos de un criminal cuyo grave delito ya no se recuerda con ese afán de venganza que pudo despertar al ser cometido. Se le podía llegar a ver como un pobre hombre indefenso frente a todo el peso de la Ley. En segundo lugar, el poder se podía ver perjudicado por todo lo que se decía y rumoreaba sobre lo que rodeaba una condena a pena de muerte. Desde las acusaciones de corrupción y favoritismo, hasta las críticas contra las conductas licenciosas en los últimos días del preso a costa del dinero recogido en las limosnas por las Hermandades y asociaciones de ayuda a los reos de 3 4 5 OLIVER OLMO,P.: Pena de muerte y procesos de criminalización. (Navarra, siglos XVIII-XX) OLIVER OLMO, P.: La pena de muerte en España. Madrid 2008 Un ejemplo de este tipo de ensayos es el de TOMÁS BERNAL Y LOZANO: Estudios sociales y legislativos sobre la abolición de la pena de muerte. Albacete, 1855, que podemos encontrar como edición facsímil de la editorial Altaban, publicado en 2007 La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. muerte (que en el caso de Ciudad Real era la de los Hermanos de la Paz y Caridad 6). La imagen que se trasmitía de esta forma a la opinión pública sería la de un poder turbio, que favorecía a los suyos y permitía conductas moralmente reprobables. A finales de siglo las iniciativas abolicionistas fueron configurándose claramente como una opción a tener en cuenta: desde las proclamaciones de las Juntas Revolucionarias en 1868, o las propuestas de varios diputados, como Francisco Javier de Moya, que promovieron iniciativas legislativas entre 1869 y 1870, cuando se discutía el Código Penal de 1870; hasta la dimisión de Nicolás Salmerón como presidente de la República por negarse a ratificar unas condenas a muerte en 1973. En lugar de la pena capital, estos autores proponían la prisión, en la línea de las ideas que estaban tomando forma en Europa. Con el avance de la modernidad y la razón, en el Siglo de las Luces empezó a imponerse en el continente el recurso a la privación de libertad como castigo, con el objetivo de recuperar y rehabilitar a la persona. En lugar de la eliminación física, lo que haría el poder sería aislar a ese individuo del cuerpo social y reeducarlo hasta que juzgase que estaba en condiciones para reinsertarse en la sociedad sin provocar ningún mal a la misma. Para ello se utilizaban los mecanismos de la disciplina, a los que Foucault da gran importancia como base del sistema social liberal que se está gestando 7. Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XX, en España estos avances quedaron frustrados al imponerse la vieja tradición que defendía la necesidad de ejemplaridad del castigo. Fue hacia 1900 cuando en España destacó la figura de D. Ángel Pulido, médico y parlamentario por Murcia, quien realizó un riguroso estudio sobre la pena de muerte y las razones para su abolición. Para ello recurrió a los saberes de la época, desde la historia de la legislación hasta la psicología del público, pasando por la función de la prensa, para reformar la pena capital y lograr el fin de su publicidad. Consiguió la aprobación por el Parlamento de la prohibición de los ajusticiamientos públicos, mediante la que se denominaría en su honor, “Ley Pulido”. Con ello se confirmaba definitivamente que la pena de muerte había dejado de ser el castigo ejemplarizante y formativo que se pretendía que fuese, para convertirse en un acontecimiento vergonzoso que se llevaba a cabo a escondidas del pueblo, con el fin de evitar altercados o críticas hacia del poder 6 7 Respecto a esta Hermandad he encontrado una anotación en el sumario número 77 de 1911 (Archivo Histórico Provincial de Ciudad Real, sección de Justicia, Caja J-156/C, sumario número 77) Véase: FOUCAULT, M.: Vigilar y castigar, nacimiento de la prisión. Madrid, 2ooo, SXIX; MATTHEWS, R.: Pagando tiempo. Una introducción a la sociología del encarcelamiento. Barcelona, Edicions bellaterra, 2003; CHRISTIE, N.: La industria del control del delito. ¿La nueva forma del Holocausto?, Buenos Aires, Editores del Puerto, 1993; DURKHEIM, E.: “Las dos leyes de la evolución penal”, 1902, en Delito y Sociedad Revista de Ciencias Sociales. N°13, 1999, pp. 71-90; TAYLOR, I, WALTON, P. Y YOUNG, J.: Criminología crítica, Madrid, Siglo XXI, 1988 La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. público. Se ocultaba la ejecución física y máxima de la capacidad punitiva de la Justicia, quedando así el la pena capital como una amenaza real pero cuya ejecución no se veía. La llamada ley Pulido no supuso la abolición de la pena de muerte pero al menos ya se puede considerar que la misma había quedado todavía más deslegitimada. Por ello se empezó a ejecutar en la privacidad y seguridad de las prisiones. Es destacable que, incluso dentro de los mismos recintos carcelarios, se habilitó un espacio propio y apartado del resto de las instalaciones. La ejecución quedaba más bien como un modo de hacer desaparecer elementos “nocivos” para el cuerpo social, personas que habían cometido actos tan terribles que no cabría el perdón o rehabilitación. Esta idea se puede imbricar en la política de la época que consideraba al país, a la población, como un cuerpo vivo, de modo que si un miembro de la sociedad no encajaba y se convertía en un cuerpo extraño, sería tratado como una enfermedad que, en caso de considerase incurable, sería extirpada8. Prisión provincial de Ciudad Real A partir de 1900 la Ley dictaba que la ejecución debía llevarse a cabo dentro de la prisión. Sin embargo, todavía costaría algunos años que esta medida fuera bien aceptada por todos los 8 Acerca de la gobernanza de la vida de las poblaciones véase VAZQUEZ GARCIA, F.: La invención del racismo. Nacimiento de la biopolítica en España, 1600-1940. Madrid, 2009, donde se hace una reflexión sobre la aplicación de los conceptos foucaultianos “biopoder” y “biopolítica” a la historia de nuestro país. También relacionado con la vida de las poblaciones, son remarcables los escritos del “higienismo”, de los que tomó forma la consideración del país como un organismo vivo. La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. sectores de la sociedad. Aún después de dicha fecha podemos encontrar casos en los que, tras algún crimen especialmente atroz, el pueblo exigía ver, ya que no la ejecución, sí, al menos, los cuerpos de los reos ejecutados. Esto fue especialmente relevante en el caso de que los culpables formasen parte de las élites locales, de modo que la gente sospechaba la posibilidad de un trato de favor y que la pena no se cumpliera realmente aprovechando el secretismo a que daba lugar una ejecución privada en comparación con la imagen tradicional a la que el pueblo estaba acostumbrado de las ejecuciones públicas. Fue el caso del crimen de Don Benito, donde el pueblo exigió ver los cadáveres de los “caciques” condenados y ejecutados para comprobar que no se habían librado del castigo. Sin embargo, se trataba ya de un caso excepcional. La pena de muerte en la provincia de Ciudad Real. La pena capital en la provincia de Ciudad Real durante el primer tercio del siglo XX tuvo cierta relevancia, pues encontramos al menos diez peticiones por parte de la fiscalía para que se aplicara el máximo castigo a los acusados. Sin embargo, en la práctica, estas peticiones se materializaron en sólo dos condenas, de las cuales se ejecutaría únicamente una y de forma parcial, ya que parte de los procesados fueron indultados. Esta casuística de la capital manchega ratifica el carácter esporádico que había adquirido la aplicación real de la pena de muerte antes de la Guerra Civil. En los primeros años del siglo XX la ley vigente era la establecida en el Código Penal de 1870, de inspiración liberal, como se puede observar por la protección que hacía de los dos bienes jurídicos más preciados en dicha ideología: la propiedad y la vida. En este texto, encontramos que los delitos más graves eran los de asesinato y robo, que se castigaban con la pena máxima en caso de contar con, al menos, dos agravantes. Eran delitos que no sólo creaban un problema al poder, sino que suponían una disrupción en el funcionamiento normal de la sociedad, atentaban contra el propio sistema social liberal, basado en el concepto de ciudadano y propiedad privada. Por ello, el orden establecido necesitaba una reafirmación, y el pueblo una venganza, venganza que había de ser acorde al crimen cometido, siguiendo la vieja idea del “ojo por ojo y diente por diente” que aún hoy en día encuentra defensores en nuestra sociedad. Recuérdese, además, que la pena de muerte en la codificación de la Restauración quedó definitivamente definida, no como pena única, sino como “grado máximo” de la pena dictada. Tampoco podemos olvidar que hay delitos que, a pesar de ser cometidos por civiles y contra civiles, se consideraban dentro de la jurisdicción militar, como ocurrió a partir de 1924 con el de atraco a mano armada. En estos casos, el tribunal estaría formado por militares y el procedimiento La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. sería distinto, con unas garantías más dudosas y llegando la posible condena también hasta el grado máximo, el de “reclusión perpetua a muerte”. En el caso de la Audiencia Provincial de Ciudad Real los fondos judiciales incluyen los siguientes casos en los que el fiscal pide la pena capital para los acusados: en 1911, encontramos un robo con triple homicidio con las agravantes de nocturnidad, alevosía y en dos de los acusados también reincidencia9; en 1922 un homicidio10; en 1924, un caso de asesinato con alevosía y reincidencia11; en 1925 un asesinato con alevosía12, y un robo con asesinato13; en 1926 un caso de parricidio14 y otro de asesinato15; en 1927, un asesinato16; y finalmente, en 1929 un asesinato con agravante de superioridad17. Cuadro-resumen de las peticiones fiscales de pena de muerte Año Asesinato y homicidio Robo con asesinato 1911 0 1 1922 1 0 1924 1 0 1925 1 1 1926 2 0 1927 1 0 1929 1 0 Fuente: AHP de Ciudad Real La tipología criminal era muy clara. La mayoría de los casos eran asesinatos especialmente horribles, que conmocionaron a la sociedad. Sin embargo, para que la pena de muerte se viera confirmada hacía falta algo más. Los últimos factores necesarios eran el atentado contra la esencia de la misma sociedad: la propiedad privada; y los agravantes, siendo los más comunes el de alevosía y reincidencia. De esta manera, sólo en uno de los casos conservados de la provincia de Ciudad Real se llegó a la ejecución de los acusados. Se trató de lo ocurrido en 1911, cuando cinco individuos entraron de noche a robar en una casa aprovechando la salida de una niña. Tras matar a los padres 9 10 11 12 13 14 15 16 17 AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-156/C, sumario nº 77 Es una referencia a los antecedentes del reo, que ya fue condenado a pena de muerte en 1922. AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-417/B, sumario nº 51 AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-417/B, sumario nº 124 AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-40/A, sumario nº 35 AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-40/B, libro de sentencias 1913-1925 AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-40/A, sumario nº 18 AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-40/B, sumario nº 109 AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-40/B, sumario nº 5 AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-80/A, sumario nº 1240 La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. con un martillo, esperaron a que volviera la hija, que corrió la misma suerte. En este caso se les declaró culpables de un triple asesinato, con los agravantes de nocturnidad, alevosía y, para dos de los acusados, también reincidencia. Por ello serían condenados a muerte por garrote. Finalmente, la condena sólo se cumpliría para los reincidentes. Llama la atención que en El Pueblo Manchego, diario regional de la época, no se informara de nada sobre el caso, centrándose la publicación en asuntos de política, concretamente en las elecciones y los problemas en Marruecos, y religión. Esto no significa que los hechos no tuvieran una repercusión social, sólo que en un periódico que defiende las ideas y valores conservadores y católicos tradicionales no se le dio publicidad a un acontecimiento que podía poner en entredicho la capacidad del orden establecido para mantener la paz y convivencia. Vemos aquí uno de los rasgos principales del poder moderno, la capacidad para ocultar los acontecimientos que puedan minar su solidez, que sólo se harán públicos una vez se haya alcanzado una solución de manera que se visualice únicamente el correcto funcionamiento de las cosas. Tras la condena por parte de la Audiencia Provincial sólo quedarían tres posibilidades para que un reo conservara la vida: el recurso de casación ante el Tribunal Supremo, la conmutación de la pena por otra (la cadena perpetua), o el indulto por parte de las autoridades, que generalmente conllevaba también la conmutación de la pena por cadena perpetua. El recurso de casación era una medida que los abogados tomaban pero que no era efectiva. Pocas veces encontramos al Tribunal Supremo deslegitimando lo fallado por una instancia inferior18. Sin embargo, en Ciudad Real esto ocurrió al menos una vez en el primer tercio del siglo XX. En 1924, Policarpo G.L. fue acusado de asesinato y, a pesar de que la petición del fiscal fue de veinte años de prisión, se le impuso la pena de muerte. Ante dicha sentencia, el propio fiscal puso un recurso de casación ante el Tribunal Supremo. La Sala Segunda de dicho tribunal, “en beneficio del reo”, rebajó la pena a cadena perpetua, ya que por la modificación del Código Penal de 14 de noviembre de 1923, el delito de homicidio cometido en 1905 ya había prescrito, de manera que no servía como antecedente, así, sólo quedó la agravante de alevosía. Posteriormente, gracias al indulto de 1931, la cadena perpetua sería conmutada por una de prisión de treinta años, que quedó cumplida en 1938. Estos dictámenes judiciales provocaron una respuesta popular del pueblo donde sucedieron los hechos y vivía el condenado. En el caso de Policarpo G.L., por iniciativa popular se hizo un 18 En el artículo de P. OLIVER OLMO sobre Navarra y el País Vasco, entre 1904 y 1923 de 18 recursos de casación sólo uno fue sentenciado a favor del reo. (La pena de muerte en la sociedad vasco-navarra durante el siglo XX. Una reflexión sociohistórica), Vasconia, 33 (2003), Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza, pp. 527-562 La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. escrito firmado por los vecinos y diferentes asociaciones para que se le prohibiera volver al pueblo cuando saliera de prisión. Este tipo de iniciativas nos obligan a considerar que las condenas impuestas por las audiencias provinciales, en este caso por la Audiencia de Ciudad Real, pudieran estar, en ocasiones, muy influenciadas por el sentir popular hacia los hechos. Esto explicaría la imposición de una sentencia de muerte a pesar de la petición del fiscal y de la Ley vigente sobre los antecedentes. Lo más habitual es que, ante una petición de pena máxima en esta época, el tribunal optase por sentenciar a cadena perpetua u otra pena de prisión. No hay que olvidar que nos encontramos ya en un tiempo en que las penas privativas de libertad se han convertido en el modo más frecuente de castigo frente a la pena de muerte y otros suplicios, modificando así la cultura punitiva española. Esto se debe principalmente al avance del abolicionismo de la pena de muerte, representado por la ingente cantidad de escritos producidos desde el siglo XVIII, y que son muy habituales en la España del XIX. El otro factor importante es el avance en arquitectura penitenciaria, que posibilitaba la creación de prisiones más seguras, de las que los reos no pudieran escapar, lo que facilitaría el cumplimiento real de las penas. Es una época en la que, al menos teóricamente, triunfa la idea correccionalista que pretende reeducar a la persona en lugar de castigar su cuerpo.19 Las últimas esperanzas del reo. A pesar de estos avances en materia punitiva, todavía había crímenes y situaciones que presupondrían la incapacidad manifiesta del acusado para reinsertarse en la sociedad y convertirse en un miembro útil de la misma. Eran casos excepcionalmente graves o sangrientos para los que se contemplaban dos posibilidades: la pena de muerte o la cadena perpetua. Ambas son un modo de eliminación del sujeto, de apartarlo del cuerpo social para que no lo “dañe” con sus actos. Pero también cabía la posibilidad de ser indultado por el Rey. Se trataba de una vieja tradición que brindaba la posibilidad al reo de ser perdonado por la gracia real. Solía esperarse hasta el último momento, algo que los avances tecnológicos como el telégrafo hacían más factible, pues la comunicación podía ser instantánea y ya no haría falta mandar a un emisario con el indulto (evitándose así en parte el riesgo de que el mismo llegara tarde). El indulto suponía la no aplicación de la pena de muerte, pero el reo debería cumplir otra condena que le sería impuesta en su lugar. En el caso del sumario número 77 de 1911 al que nos hemos referido antes, dos de los condenados fueron indultados por el rey. El telegrama se recibió en Ciudad Real el día 21 de abril 19 Sobre el devenir del castigo y las disciplinas modernas se debe consultar la obra de FOUCAULT, M.: Vigilar y castigar, nacimiento de la prisión. Madrid, 2000, Siglo XXI, en la que se estudia el paso desde los suplicios medievales hasta las teorías de la reinserción de los presos. La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. de 1914, a las siete de la tarde, con el indulto para dos de los condenados en los que no concurría el agravante de reincidencia20. Sus compañeros serían ejecutados sobre las seis de la mañana del día siguiente. Sólo once horas separaron ambos acontecimientos. El 11 de marzo de 1913 el Tribunal Supremo falló que no había lugar al recurso de casación. Desde ese momento, los presos estaban condenados a muerte por garrote de manera definitiva. Más de un año después, el 21 de abril de 1914, los presos fueron puestos en capilla para prepararse para la ejecución. Este era un hecho simbólico y tradicional, proveniente de la Edad Media, cuando se concedía al preso la posibilidad de reconciliarse espiritualmente y se le ofrecía ayuda en este sentido durante los tres días precedentes a la ejecución. La estancia en capilla seguía teniendo esta finalidad, aunque el tiempo se había reducido a un solo día. Sin embargo, debemos tener presente que los reos llevaban ya un año con la perspectiva terrible del garrote como único futuro salvo, quizás, la esperanza de un indulto real en el último momento. Era una situación muy difícil tanto para los condenados, como para sus familias, tal y como ha quedado de manifiesto en cartas y escritos realizados por ellos en ese tiempo de desesperanza que suponía la certeza de la propia muerte. Sin embargo, para dos de ellos llegaría el indulto, once horas antes de la ejecución, sus penas fueron conmutadas por otras de prisión. Uno de ellos llegaría a salir de la cárcel en 1927, tras un indulto parcial, aunque su compañero murió antes de terminar de cumplir la condena. Grupo de reclusos recibiendo la comunión en la cárcel de Manzanares en 1914 Para los dos reincidentes, la ejecución era inminente e inevitable. Se produciría en la mañana del día 22 de abril, en el patio grande de la prisión y sin más público que el necesario para 20 AHP de Ciudad Real, sección justicia, caja J-156/C, sumario nº 77 La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. dejar testimonio: el secretario de la Audiencia, el gobernador civil de la provincia, el delegado del alcalde, cinco vecinos, el director y los vigilantes de la prisión, cuatro presbíteros y hermanos de la paz y caridad. A las 6:08 de la mañana se ejecutó al primero de los reos, a las 6:12 al segundo, quedando todo recogido en el Acta de Ejecución que elaboró el secretario de la Audiencia y firmaron todos los presentes. Dicho acta se publicó en el Boletín Oficial de la Provincia para hacer público el cumplimiento de la condena21. Hubo algunos hechos notorios en esta ejecución, el primero de los cuales es la ausencia de una fuerza militar para mantener el orden. Sí que existió la petición por parte del gobernador, pero se desestimó por no considerarse necesario. Por otra parte, las ejecuciones, incluso dentro de la prisión, solían hacerse en un lugar privado. Sin embargo, en este caso, nos encontramos con una ejecución en el patio grande, posiblemente a la vista del resto de presos. Esto se podría explicar por el odio de la sociedad hacia los condenados, fruto de la imagen que se tenía de los mismos por el conocimiento del delito que los había llevado a esa situación de reos a muerte a través de la prensa (de la que hablaremos a continuación) y el relato oral. El malestar público hacia los condenados, expresado en la conformidad con la condena de la que nos informa el periódico El pueblo manchego, explicaría que las autoridades considerasen que era difícil que hubiera altercados o muestras de simpatía por ellos. Por esta razón no fue necesaria la presencia de más fuerzas armadas que las locales, y la ejecución se pudo llevar a cabo en el patio grande de la prisión. La publicidad de la pena máxima quedó reducida a su publicación en el diario oficial de la provincia y como mucho en la prensa, junto al izado de una bandera negra en los muros de la cárcel para indicar que la condena se había llevado a cabo. De esta manera, el poder mantenía su potestad sobre la vida de las personas, pero el momento culmen, terrible, de su ejercicio, quedaba velado a los ojos del pueblo. Era ya un poder más silencioso, que prescindía de los elementos ornamentales que habían presidido las ejecuciones tradicionalmente. Se trataba de una modalidad nueva, donde primaba más la eficiencia que la publicidad: los tiempos se acortaron, la estancia del reo en capilla se redujo a un sólo día, el verdugo vino de fuera, en el tren, las comunicaciones se realizaron por telégrafo, etcétera. Todo el procedimiento se había modernizado y había incorporado las nuevas tecnologías, salvo en un aspecto: el modo de ejecutar seguía siendo el infame garrote. Es llamativo el tratamiento que la prensa local dio al caso: en El pueblo Manchego no se publicó nada referente al crimen en las fechas cercanas a los hechos, sin embargo, el 15 de noviembre de 1912 la condena a la pena máxima sí que apareció en primera plana, relatando algunos de los detalles más horrendos del crimen, así como la conformidad del público presente en 21 BOP del lunes 27 de abril de 1914 La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. el juicio con la condena. Quedó claro que el periódico se hacía eco del sentimiento adverso que provocaban los acusados22. Finalmente, en 1914, tras la ejecución, no apareció ninguna noticia al respecto. El 30 de abril sí encontramos el relato por parte de un corresponsal de la ejecución de un reo en Córdoba y cómo éste se arrepintió de sus culpas, besó el crucifijo y pidió perdón a todos los presentes23. Sin duda alguna, esta forma de informar a la sociedad llevaba implícita una defensa de los valores sociales comúnmente aceptados en la época. En primer lugar, no se informó de los asesinatos, clara violación del orden que demostraba la incapacidad de la autoridad para mantener la seguridad “de la gente de bien” y la convivencia pacífica; en segundo, cuando la justicia ya había caído sobre los acusados y había demostrado su eficacia, se publicó la noticia en primera plana y poniéndole al caso un nombre que facilitaría su identificación y resonancia: “la causa de los Borguetas”; por último, cuando la brutalidad de la Justicia se hizo presente y llevó a la muerte de dos personas, el diario no relató los acontecimientos, quedando la información relegada a la obligatoria publicación en el Boletín Oficial de la Provincia, en su última página bajo la forma del Acta de Ejecución. De esta manera, la sociedad de Ciudad Real no obtuvo una referencia directa del ejercicio del poder en su forma más contundente, aunque sí se recordaría esta capacidad punitiva máxima con la crónica de la ejecución en Córdoba una semana después 24. Hemos asistido al silencio ante la ineficacia del poder en su faceta de mantenedor del orden, a la alabanza por su actuación contra unos malhechores que habían cometido unos hechos horribles, y a la negación de la visualización directa del ejercicio de su potestad sobre la vida de los ciudadanos, pero manteniendo la referencia indirecta de una ejecución en otra región cercana, más edificante, ya que, a diferencia de las ejecuciones de Ciudad Real, la de Córdoba contenía elementos de arrepentimiento cristiano del condenado. Conclusiones. La pena de muerte, aunque seguía vigente a principios del siglo XX, estaba ya en claro retroceso. Prueba de ello es que en Ciudad Real la única condena que se llevó a término fue la de 1914. El abolicionismo estaba ganando la batalla del proceso civilizatorio, gracias a que las ideas de ciudadanía y el valor de la vida se habían ido implantando en la sociedad. A estas ideas se unen las nuevas posibilidades técnicas en materia punitiva, que facilitaban que la pena privativa de libertad fuera una alternativa real y eficaz al garrote. Se empezaba a imponer a su vez el concepto de reinserción de los delincuentes, aunque aún existían ciertos actos que se consideraban totalmente 22 23 24 El Pueblo Manchego, año II, número 557, jueves 14 de noviembre de 1912. p. 1 El Pueblo Manchego, año IV, número 992, jueves 30 de abril de 1914, p. 1 Ídem La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. irremisibles, siendo los que atentaban contra los valores liberales de la vida y la propiedad privada los más aborrecibles. Estaba teniendo lugar todo un cambio en la cultura punitiva del país. En la provincia de Ciudad Real encontramos varios casos en los que el fiscal pedía la pena de muerte, pero en la mayoría el tribunal impuso una pena inferior. Por tanto, la posibilidad de la pena de muerte era real, era una posibilidad del abanico de castigos, y su recuerdo estaba presente, ya que hay que tener en cuenta que una única ejecución en treinta años aseguraba que todo ciudadano, en algún momento de su vida, tendría noticia de cómo la Justicia podía decidir sobre la vida de los acusados. En el primer tercio del siglo XX la pena de muerte no se había abolido, pero los avances en esa dirección eran evidentes al retirarse el acto de la muerte a un recinto privado y, sobre todo, al desaparecer prácticamente como castigo real, siendo sustituida en la mayoría de los casos por las penas privativas de libertad como la cadena perpetua. Con la Segunda República, en 1932, llegó el día de la abolición de la pena capital y su desaparición del nuevo Código Penal de aquel año. Sin embargo, la Guerra Civil terminó con esta línea de avance en una violenta vorágine de ajusticiamientos legales y extra-legales. De esta manera, la pena de muerte adquirió una dimensión como no había tenido antes en España, escapando totalmente al normal desarrollo de la sociedad, y culminando en un régimen político dictatorial que hizo de la pena máxima un hecho presente y tangible de nuevo. La pena de muerte en Ciudad Real (1902-1932) por Luis Gargallo Vaamonde se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.