El derecho de las lenguas y la lengua de los derechos. Marga

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MARGA GÓMEZ BORRÁS
Licenciada en Filología Hispánica
EL DERECHO DE LAS LENGUAS Y
LAS LENGUAS DE LOS DERECHOS
«Quien gana la batalla de las palabras puede ganar
normalmente la posición política dominante, puesto que
su discurso pasa a ser el discurso autorizado, o más propiamente, el que tiene autoridad».
Eduardo García de Enterría1
SUMARIO
I.
LENGUA OFICIAL Y LENGUA PROPIA. CRITERIO Y ALCANCE.
1. El principio de igualdad y las garantías mínimas en materia lingüística.
2. El reconocimiento de las «lenguas minoritarias» como derecho.
3. Criterios para el legislador.
A. Territorialidad y personalidad.
B. Oficialidad y lengua propia.
4. Reconocimiento de derechos lingüísticos y transferencia de funciones.
5. La declaración de oficialidad y sus consecuencias: lo público y lo privado.
II. LA TENDENCIA EUROPEA: DERECHOS HUMANOS, DERECHOS
LINGÜÍSTICOS.
1. Una Europa de los Estados o una Europa de las Regiones.
2. Año 2001: Año europeo de las lenguas.
3. Las lenguas minoritarias de Europa y otras lenguas minoritarias.
III. LOS DERECHOS DE LAS LENGUAS EN ESPAÑA.
1. Legislación lingüística en España. Lenguas oficiales y protección
lingüística.
2. El caso de las lenguas emergentes y sus consecuencias jurídicas.
3. El anteproyecto de una Ley de Lenguas de Aragón.
4. Conflictos entre realidad y voluntad política: diferenciación, tradicionalismo y lengua estándar.
IV. REFLEXIÓN FINAL.
1. Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA, La lengua de los derechos. La formación del derecho público europeo tras la Revolución francesa, Alianza Editorial, Madrid 2001 (1ª ed.: 1994), pág. 29.
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I. LENGUA OFICIAL Y LENGUA PROPIA: CRITERIO Y ALCANCE
1. El principio de igualdad y las garantías mínimas en materia lingüística
Con la fundación del Estado liberal se construyó un marco de igualdad social y
de libertad civil en el que se implantaba un nuevo sistema político caracterizado, en
esencia, por conferir la prioridad suprema a las leyes por encima de los hombres, precisamente para que éstos se pudieran desarrollar en la igualdad y la libertad, cimiento a la
par que aspiración de la nueva era inaugurada tras la Revolución de 1789, bajo la que
parecía quedar enterrada la vieja máxima «Rex est lex», erigiéndose triunfante y prometedor lo que Hegel denominó «un soberbio amanecer». Así, las leyes, la Ley, a modo de
nuevo dios iluminador, era el nuevo rey, producto de la libertad y a su vez limitada por
ésta, obra engendrada por el hombre para reinar sobre él, en cuanto objeto único de
obediencia, pues ésta ya no era, así, debida a hombre alguno sino a las propias leyes.
Era el cambio fundamental y decisivo de la gracia por el derecho. Era, en fin, el
comienzo del principio que, más de dos siglos después de pergeñado, reza en nuestros
días nuestra propia Constitución: «Un Estado de Derecho que asegure el imperio de la
Ley como expresión de la voluntad popular».
Este Estado liberal alimentado en las revoluciones francesa y americana arrancaba de un concepto de igualdad, de ciudadano igualitario, a quien se reconocían unos
derechos universales. No obstante, en esos primeros momentos el igualitarismo giraba
alrededor de una tipología determinada de persona: hombre, blanco y burgués2. Se trataba, por tanto, de forjar un Estado para todos, pero basado en un modelo paradigmático al que la ciudadanía debía tender. Por eso no es extraño que se pretendiera también
un modelo paradigmático nacional para el nuevo Estado, al que los grupos diferentes
–«diferenciados», «diferenciales»– habían de asimilarse, para integrarse al fin en un
solo pueblo indiferenciado cultural y jurídicamente. Ése era el modelo que subsistió
hasta la segunda mitad del siglo XX. Por lo que hace al terreno lingüístico, también
existía un modelo paradigmático que debía formar parte de la identidad del ciudadano
educado, libre y con derechos, mientras que todas las demás variantes se tachaban de
hablas, dialectos, patois, y se reducían al ámbito estrictamente privado.
Esa corriente hacia la asimilación y la integración parece haberse subvertido
actualmente, en un viraje cuyo golpe de timón puede datarse alrededor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, por lo que ésta significó –al menos
formuló– en aquella Europa que necesitaba reconstruirse y buscaba hacerlo sobre las
nuevas convicciones emergidas de las cenizas aún humeantes de una, acaso la mayor,
de las tragedias de la humanidad. La erección del modelo paradigmático y la asimilación al mismo por toda la ciudadanía se percibía entonces como una de las principales
causas que habían conducido al intento de aniquilación de los grupos e individuos cuya
integración se tenía por imposible, dando lugar a la ejecución de una barbarie sin cuento cuyas heridas, infligidas de un modo u otro a toda la humanidad, llevaron a proclamar en la Declaración: «Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo
tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e
inalienables de todos los miembros de la familia humana...» (Preámbulo, párrafo 1º),
«Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración,
sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier
otra condición» (Art. 2.1), y «Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción,
derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra
2. Jaume VERNET i LLOBET, «Principios constitucionales y derechos en un Estado plurilingüe», en Derechos de las minorías en una sociedad multicultural, CGPJ, Cuadernos de Derecho Judicial nº 11, Madrid
1998, pág. 14.
ESTUDIOS
toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación» (Art. 7).
De este modo, la visión de la vida y del mundo, y por ende del ser humano,
experimentaba otro cambio fundamental. Se buscaban ya unos valores verdaderamente
universales mientras el modelo paradigmático «hombre, blanco, burgués» iba desmoronándose, no sin convulsiones violentas. En realidad, se trataba de elevar la vida a
valor supremo por encima de otros valores abstractos como libertad o justicia –no para
sustituirlos ni postergarlos, sino para darles todo su sentido–, elevar la fraternidad por
encima de la igualdad, es decir, aspirar a la familia humana, en su rica diversidad,
mejor que un único modelo paradigmático al que asimilarse. Esto, sin duda, había de
conllevar la aceptación del pluralismo, no tanto como tolerancia sino en cuanto protección de la pluralidad, en definitiva, de la vida3.
Lo que acabo de decir se configura también en el reconocimiento de la existencia de una pluralidad lingüística, esto es, de diferentes lenguas habladas dentro de un
mismo territorio. Según el nuevo modelo, cada Estado se regulará por una legislación
que se ajuste a su propia realidad y a lo que considere su mejor conveniencia. Así, dentro de esta diversidad, puede constatarse que, «en Europa, [...] sólo en Portugal e Islandia (y desde su reciente creación como nuevos estados nacionales Eslovenia, Croacia,
Chequia y Eslovaquia) se utiliza la lengua considerada nacional por la casi totalidad de
su población. Sin embargo, no todos los estados restantes –Holanda, Noruega– se refieren en su constitución a la realidad plurilingüe estableciendo un régimen de oficialidad
estatal –Suiza, Bélgica, Finlandia, Irlanda, Luxemburgo, Malta, España– o subestatal,
protegiendo genéricamente las minorías lingüísticas –Austria, Italia, Hungría, Rusia– o
incorporando una explícita garantía de no discriminación por razón de lengua –Alemania, Grecia, Suecia–4. Por tanto, «el plurilingüismo se deduce en todas las constituciones que reconocen la diversidad lingüística, bien directamente a partir de la mención de
la existencia de distintas lenguas (Suiza 1995, Bélgica 1994, Paraguay 1992), bien indirectamente con la referencia a la pluralidad de pueblos o de culturas (Bolivia 1994,
Ecuador 1998, México 1992), ya que muchos de éstos tienen una base idiomática»5.
Consecuencia implícita de este reconocimiento de diversidad lingüística en el
corpus institucional es el establecimiento del estatuto jurídico de las lenguas, que en
este ámbito se diferenciarán entre oficiales y propias. Fuera de las regulaciones jurídicas quedan otros términos comúnmente utilizados para designar las lenguas en cuanto a
su alcance o peso sociolingüístico. De este modo, se habla de lenguas nacionales y de
lenguas minoritarias o minorizadas.
Las lenguas nacionales son las que se identifican con aquéllas que se hablan en
todo o la mayor parte del Estado. Así, el portugués en Portugal. Esas lenguas pueden
ser el fruto de una convención establecida en su día, como ocurre con el alemán en Alemania y el italiano en Italia, donde en momentos distintos y por diferentes medios se
«habilitó» una lengua estándar, pues tomando las palabras de Walter von Wartburg:
«... lengua y comunidad lingüística (pudiera decirse también: nacionalidad lingüística) se condicionan mutuamente. No se puede concebir una lengua sin una comunidad que la hable, del mismo modo que ésta sólo existe merced a una lengua que
la forma y abarca. Desde un principio, cuando existe una lengua, existe también
3. Francisco GONZÁLEZ NAVARRO lo define como «la aceptación del principio de inherencia de determinados derechos a la persona humana, es decir, la convicción de que hay ciertos derechos que no nacen de la
Constitución ni de la ley, ni tampoco de una relación jurídica determinada, sino que vienen al mundo con el
hombre porque pertenecen a su condición de ser humano», en Derecho Administrativo Español*, Eunsa,
Pamplona 1995 (2ª ed., reimpresión), pág. 175.
4. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit, pág. 18.
5. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit, págs. 19-20.
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una comunidad lingüística. Podemos comprobar que hay una interdependencia
entre ambas. La comunidad idiomática es una de las formas fundamentales de toda
clase de comunidades, probablemente la más importante; ella es la que permite el
acceso a los dominios del espíritu, de la cultura.»6
En el marco del derecho se habla de lenguas oficiales y de lenguas propias, y
acaso puede hacerse mención de las llamadas lenguas minoritarias. El derecho al uso
de las mismas, al menos en el caso de la primera, deberá garantizarse explícitamente y
se establecerá el deber de conocerla o conocerlas por parte de los hablantes de ese territorio; por lo general, todas ellas gozarán de promoción en alguna medida, y con toda
probabilidad se proclamará la especial protección de las que se consideran más débiles,
en situación de inferioridad. Con todo, es claro que «la mera declaración de oficialidad
no significa mucho si no se derivan claramente de ella usos oficiales y sociales que se
autorizan o imponen»7. Pero de igual modo es sabido que la imposición de una lengua
desde los órganos institucionales no garantiza per se el éxito de lo que con ello se
puede querer pretender, esto es, su uso y arraigo en todos los ámbitos de la vida, en
especial del privado, de la misma manera que la protección de las lenguas minoritarias
no significa que vayan a dejar de disminuir cuantitativa y cualitativamente –en circunstancias de uso y en hablantes–, aunque, por supuesto, no necesariamente tiene que ser
así. De cualquier modo, la preocupación o diría más bien la ocupación sobre las
minorías lingüísticas y otros aspectos referidos al derecho y a los derechos del hablante-ciudadano es creciente y la bibliografía sobre todo ello se engrosa día a día.
Siguiendo el principio de la igualdad, o como he dicho más arriba de aspiración
a la fraternidad humana, con el reconocimiento de la diversidad lingüística se favorece
–o en principio eso se pretende– que los ciudadanos de una determinada comunidad
lingüística puedan vivir «en» y «con» su propia lengua, ofreciendo a todos el poder disfrutar de las mismas oportunidades y esperando que todas las lenguas gocen del estatus
más aproximado posible al de igualdad ideal.
2. El reconocimiento de las «lenguas minoritarias» como derecho
Walter von Wartburg, en el libro que antes he citado, señala en su capítulo «Lengua y nación» que después de la derrota de la Gran Guerra Alemania se volvió de
nuevo a las ideas que durante el 1800 habían dado forma al concepto de Volk, a saber,
el romanticismo y la filosofía idealista. «Es decir, el concepto de pueblo volvió a entenderse de nuevo y con plena conciencia desde el punto de vista del idioma»8. Lo cierto
es que acaso lo que Wartburg denomina «fundamentación metafísica de los conceptos
de pueblo y nación», en la que el concepto de la lengua, como fuerza y razón de ser de
un pueblo, era el núcleo de esta filosofía, no sea únicamente patrimonio alemán sino
signo de la época, y que en mayor o menor medida las reivindicaciones lingüísticas del
primer tercio del siglo XX en España obedecían a esta concepción. En la actualidad, sin
embargo, se observa más bien como un derecho de los individuos cuyas bases se
hallan, como antes he apuntado, en los textos constitucionales de los diferentes Estados, y a un nivel supraestatal, en la ya citada Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948 (artículos 2 y 7), en el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y
Políticos de 1966 (artículos 2.1, 14.3, 24.1, 26 y 27), en el Pacto de los Derechos
Sociales, Económicos y Culturales de 1966 (artículo 16) y en la Convención Europea
para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de 1950
(artículos 5.2, 6.3 y 14). Recientemente se ha proclamado la Carta de los Derechos
6. Walter von WARTBURG, Problemas y métodos de la lingüística, CSIC, Madrid 1991, 2ª ed. [1ª ed.:
1951], págs. 353-354.
7. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit, pág. 21.
8. W. von WARTBURG, op. cit., pág. 391.
ESTUDIOS
Fundamentales de la Unión Europea, de diciembre de 2000 (artículos 21 y 22). Es, por
tanto, en el marco de los derechos humanos, de los derechos individuales de la persona,
como hoy tiende a enfocarse el reconocimiento de la diversidad lingüística y, por ende,
de las lenguas llamadas minoritarias como derecho9.
No parece darse, en general, el reconocimiento «de un principio general de
igualdad entre lenguas, es decir, entre comunidades lingüísticas, que sólo se recoge
excepcionalmente (Canadá 1982 y Sudáfrica 1984). En este sentido, prima el principio
de igualdad entre ciudadanos, base de la construcción de un Estado nacional igualitario
en detrimento del reconocimiento equivalente de singularidades culturales o lingüísticas. Con todo, el principio de igual valor de las diversidad lenguas, con independencia
de su difusión internacional y estatal, de su grado de normativización y desarrollo, del
poder económico o político de la comunidad que la utiliza, es un principio que se abre
camino internacionalmente (proyecto de Declaración Universal de los Derechos
Lingüísticos), ya que, en la actualidad, se entiende, cada vez más, la diversidad como
un valor que permite comprender y, por tanto, afrontar los problemas que tiene planteados la sociedad de un modo más satisfactorio, e incluso más democrático puesto que
implica la participación de toda la ciudadanía sin exclusiones o discriminaciones debidas a su utilización de una lengua heredada de las generaciones anteriores»10. Así suelen distinguirse las denominadas lenguas regionales o minoritarias, si bien en unas
ocasiones se trata de un colectivo minoritario dentro del Estado, esto es, en un ámbito
de implantación limitado, que habla una lengua que, sin embargo, es mayoritaria en
otro territorio, mientras que en otras ocasiones –y son las que nos interesarían en nuestro marco español– se trata de una minoría en sentido estricto, pues hablan una lengua
minoritaria, poco extendida y más débil. En este sentido, parece indispensable que debe
garantizarse un trato no discriminatorio a los miembros del grupo lingüístico minoritario, de forma que no resulten marginados por recurrir al uso de una lengua que no es la
de la mayoría11. Incluso, en pos del principio de igualdad, puede aceptarse que se ejerza
una discriminación positiva en favor de los ciudadanos que se considere que pertenecen
a un grupo desfavorecido, por hablar una lengua minoritaria, por ejemplo, lo que les
tendría en una situación de desigualdad de oportunidades que el Estado, en su caso,
pretenderá corregir.
3. Criterios para el legislador
A. Territorialidad y personalidad
Ante la situación dada de pluralidad lingüística en una sociedad democrática, el
Estado puede acercarse a su realidad social y decidir reconocer dicho plurilingüismo,
acto este que probablemente le fortalecerá, pues con ello todos los ciudadanos se sentirán mejor representados y percibirán más plenamente asegurados sus derechos fundamentales, tanto individuales como sociales. Y es entonces cuando el legislador debe
decidir cuál es el criterio que más se ajusta a su realidad. Los dos principales modelos
teóricos mayormente aceptados son el principio de la personalidad y el principio de la
territorialidad12.
9. Sobre estas cuestiones, es interesante el trabajo de Eusebio FERNÁNDEZ GARCÍA, «La Declaración de
1948. Dignidad humana, universalidad de los derechos y multiculturalismo», publicado en Derechos de las
minorías en una sociedad multicultural, CGPJ, Cuadernos de Derecho Judicial nº XI, Madrid 1998, págs.
225-250.
10. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit., pág. 37.
11. Alberto LÓPEZ BASAGUREN, «Los derechos lingüísticos entre mayoría y minoría», en Los nacionalismos: globalización y crisis del Estado-nación, Cuadernos de Derecho Judicial nº VI, CGPJ, Madrid
1998, pág. 138.
12. Sigo en este punto la explicación de Jaume VERNET i LLOBET desarrollada en las págs. 22-26 de su
trabajo que vengo citando.
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El principio de la personalidad observa a las personas individualmente afectadas, por lo que en función a sus características –lengua materna, lengua de los niveles
educativos anteriores, educación de los padres, preferencia lingüística...– se establecerán las normas lingüísticas, aunque en realidad ello no comporta que haya de darse
una efectiva libertad de elección para todos, pues ésta puede verse restringida a determinados ámbitos o grupos y sólo bajo ciertas condiciones y requisitos, de modo que aunque por una parte implique una mayor libertad individual, ésta por sí sola no garantiza
una democracia más intensa. En cambio, al ser los derechos otorgados a las personas
como derechos individuales, éstos las acompañarán adondequiera que se hallen. Así, el
régimen jurídico-lingüístico de la persona no se ve alterado en función del territorio en
el que se halle, dentro del mismo Estado, si bien esto, naturalmente, deja en gran medida desprotegidas en su estabilidad lingüística a las comunidades locales receptoras.
El principio de territorialidad observa el territorio, de modo que se regulará la
situación jurídica de los ciudadanos en función del territorio que habiten, es decir, cada
territorio podrá gozar de su propio régimen jurídico-lingüístico, según la lengua o las
lenguas que en él se hablen. Con frecuencia, este reconocimiento de unos derechos y
deberes a una colectividad asentada en un determinado territorio implica también la
existencia de una específica organización diferenciada, con competencias suficientes
para regular, entre otras, las cuestiones de índole lingüística, con lo que se pueden establecer autónomamente soluciones normativas de una forma más cercana al ciudadano y
de acuerdo con el respeto a las reglas democráticas.
Con todo, ambos modelos no son excluyentes totalmente, como el lector deducirá que no sería posible que así fuera. Sea como sea, el reconocimiento de la diversidad lingüística responde normalmente al principio de la territorialidad. De este modo,
se espera que todos los ciudadanos de ese territorio conozcan y puedan usar las lenguas
que allí se hablan y que se reconozcan como oficiales, y lo propio se espera de los
inmigrantes desplazados de otras zonas lingüísticas.
B. Oficialidad y lengua propia
Hay quien ha esbozado la posibilidad, para luego refutarla con los propios
hechos, que el derecho a la libertad en el uso de la lengua, de una lengua determinada,
«debería ser observada exclusivamente desde la teoría de la libertad, de una libertad
pública del status negativo del ciudadano, que no sería otra cosa que una manifestación
particular de la libertad de expresión»13. Aventurarse a pensar que ante esta libertad de
expresión los poderes públicos se mantendrían al margen es una conjetura que se diluye
ante la realidad misma. El ciudadano, en el ejercicio de sus deberes y sus derechos,
deberá, y en su caso querrá, a lo largo de su vida dirigirse a la Administración así como
recibir las diversas informaciones, comunicaciones o requerimientos que ésta le formule. Entendido además el Estado como un prestador de servicios, es claro que la cuestión
de la lengua deja de aparecer como un derecho libérrimo del individuo para convertirse
en un medio de comunicación fundamental en la sociedad que conforma el Estado. Así,
éste deberá garantizar la protección de las libertades fundamentales de los individuos,
entre las que se halla su propia lengua, al mismo tiempo que deberá garantizar también
la igualdad de oportunidades en el acceso a la cultura y al trabajo, así como, por
supuesto, a la justicia. Es en este aspecto que esta misma libertad puede aparecer como
conflicto, como problema frente a la igualdad propugnada. Abundando en ello, se
lamenta Prieto de Pedro que «la decisión del constituyente ha colocado a los derechos
lingüísticos en situación de clara desventaja frente a los, strictu sensu, derechos fundamentales y libertades públicas en la Constitución. ¿O no es lamentable encontrar en los
13. Jesús PRIETO DE PEDRO, Lenguas, lenguaje y derecho, Civitas, UNED, Madrid 1991, pág. 27.
ESTUDIOS
diarios oficiales, con ignorancia del principio de reserva de ley, regulaciones de rango
reglamentario, a veces de ínfimo rango, sobre el uso de las lenguas?»14, y cita el autor la
Orden del Ministerio de Defensa 35/1987, de 17 de junio, por la que se regula el uso de
las lenguas oficiales de las Comunidades Autónomas en la Administración militar y el
Real Decreto 2568/1986, de 28 de noviembre, por el que se aprueba el Reglamento de
Organización, Funcionamiento y Régimen Jurídico de las Entidades Locales, en sus
artículos 86, 110 y 201, «en los que se deciden con el valor de auténticas normas reglamentarias independientes, dado el silencio de la Ley 7/1985, de 2 de abril, de Bases de
Régimen Local, la cuestión de las lenguas de funcionamiento de los entes locales radicados en Comunidades Autónomas con lengua propia también oficial, además del castellano».
Este punto de vista, que podría compartirse con alguna facilidad si se tratara de
una sociedad ideal, tampoco termina de coincidir con lo que establece la Constitución,
como veremos más adelante.
Los dos conceptos básicos que utilizará el legislador, así como el autor de literatura jurídica, son el de lengua oficial y el de lengua propia. En principio, lengua propia
es aquella que se reconoce como hablada tradicionalmente en un territorio determinado, y ese mismo reconocimiento, en pos del principio de la igualdad, puede llevar al
Estado a favorecerla aplicando ciertas medidas de discriminación positiva, ya que no es
raro que se trate de lenguas minoritarias, usadas únicamente en el ámbito privado de la
vida, que necesiten un periodo de promoción para adquirir un rango aceptable de equidad –pocas veces lograda totalmente– con otra lengua sobrevenida en algún momento
de la historia pero más fuerte, que normalmente coincidirá en ser lengua oficial.
Lengua oficial, según dictó el Tribunal Constitucional en su STC 82/198615, es
aquella que «independientemente de su realidad y peso como fenómeno social, [...] es
reconocida por los poderes públicos como medio normal de comunicación en y entre
ellos y en su relación con los sujetos privados, con plena validez y efectos jurídicos».
Por supuesto, puede parecer difícil de aceptar que se establezca como lengua oficial
una lengua que no esté ligada a la realidad de la sociedad que se va a ver obligada –en
numerosas ocasiones, como sujeto pasivo siempre– a usarla y que no tenga un peso
notable como fenómeno social. Refiriéndose a la realidad de la América hispanohablante, Manuel Alvar afirma que «lengua oficial sería la que un Estado tiene como propia para la publicación de todos sus instrumentos legales y, en determinados países, la
que de entre todas las lenguas nacionales sirve como instrumento de comunicación para
los ciudadanos que hablan diversidad de lenguas regionales. Según esto, nacionales son
todas las lenguas que se hablan en los territorios de un país, pero oficial sólo es una, la
que sirve como vehículo comunicativo a todos los connacionales, con independencia de
cuál sea la lengua vernácula que hablen»16. Esta definición, que pretende sobre todo
alcanzar la clara simplicidad de lo didáctico, puede servirnos si sustituimos lo que
Alvar denomina lengua nacional por lengua propia. Así, él mismo cita el artículo 5 de
la Constitución de Ecuador, que en su redacción de 1945 estableció que: «El castellano
es el idioma oficial de la República. Se reconocen el quechua y demás lenguas aborígenes como elementos de la cultura nacional», mientras que en 1929 la norma constitucional de aquel país reconocía al español como «idioma nacional»17.
14. Jesús PRIETO DE PEDRO, op. cit., pág. 32.
15. Sobre lo que se entiende por «lengua oficial», el Tribunal Constitucional ha establecido su doctrina
en la referida STC 82/1986, de 26 de junio, sobre la Ley de Normalización Política del País Vasco, y en las
SSTC 83/1986 (Cataluña), 84/1986 (Galicia) y 123/1988 (Islas Baleares).
16. Manuel ALVAR, Hombre, etnia, Estado. Actitudes lingüísticas en Hispanoamérica, Gredos, Madrid
1986, pág. 300.
17. Manuel ALVAR, op. cit., pág. 302.
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Cita también Manuel Alvar los artículos 35 y 83 de la Constitución peruana de
12 de julio de 1979 y que invito al lector a leer:
«Artículo 35. El Estado promueve el estudio y conocimiento de las lenguas aborígenes. Garantiza el derecho de las comunidades quechua, aymara y demás comunidades nativas a recibir educación primaria también en su propio idioma o lengua».
«Artículo 83. El castellano es el idioma oficial de la República. También son de
uso oficial el quechua y el aymara en las zonas y la forma que la ley establece. Las
demás lenguas aborígenes integran así mismo el patrimonio cultural de la
Nación.»18
En la Constitución peruana de 1993 se abunda en los derechos fundamentales de
la persona y se da un paso adelante en lo referente a los derechos lingüísticos:
«Artículo 2.
Toda persona tiene derecho:
[...]
2. A la igualdad ante la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen,
raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica o de cualquier otra
índole.
[...]
19. A su identidad étnica y cultural. El Estado reconoce y protege la pluralidad
étnica y cultural de la Nación. Todo peruano tiene derecho a usar el propio idioma
ante cualquier autoridad mediante un intérprete. Los extranjeros tienen este mismo
derecho cuando son citados por cualquier autoridad.
Artículo 17.
[...] El Estado garantiza la erradicación del analfabetismo. Asimismo fomenta la
educación bilingüe e intercultural, según las características de la zona. Preserva las
diversas manifestaciones culturales y lingüísticas del país. Promueve la integración
nacional.
Artículo 48.
Son idiomas oficiales el castellano y, en las zonas donde predominan, también lo
son el quechua, el aimara y las demás lenguas aborígenes, según la ley.»
El paso adelante es evidente en cuanto al pronunciamiento, pero cabe preguntarse en qué medida resultará efectivo. Que todo peruano tiene derecho a usar el propio
idioma ante cualquier autoridad mediante un intérprete significa, a mi entender, que
existen grupos en el país marginados a causa de su lengua, pues la autoridad de que
habla utilizará sin duda de lengua española –al menos, la persona que ostente dicha
autoridad puede ser bilingüe, pero no monolingüe de una lengua de las llamadas aborígenes–; por lo que la pragmatización de lo enunciado en el artículo 17 se hace fundamental: la erradicación del analfabetismo y la integración nacional. Es especialmente
en situaciones como ésta cuando cuanto se sigue al reconocimiento de los derechos
fundamentales, entre ellos el lingüístico, no resulta nada retórico.
Por supuesto, lo que acabo de citar se circunscribe a una realidad que no es la
española ni la europea, pero no me resisto a transcribir aquí una última reflexión de
Manuel Alvar, filólogo, abierto defensor del español, con una importante carga afectiva
para esta lengua y cuanto le concierne, y que en esta ocasión pone el dedo en la llaga
–la de la problemática y complejidad de las políticas lingüísticas, así como la necesidad
de que sean pragmáticas y se cumplan– a través de estas palabras que él escribió hace
bastantes años y que recoge en su libro que vengo citando:
18. Manuel ALVAR, op. cit., pág. 309.
ESTUDIOS
«Se ve de manera nítida que cuanto concierne a las lenguas indígenas viene a quedar bastante lejos de la realidad. Es un problema que se siente, pero que resulta enojoso y, además, no se ve con claridad. Porque raro es el país [de la América hispanohablante] donde al hablar de alfabetización no quieran decir castellanización, con lo
que todo queda aún más entenebrecido. Es un asunto sobre el que se ha escrito no
poco, pero que interesa en este momento por cuanto las Constituciones son cuerpos
legales de obligado cumplimiento. Pero si no se han visto bien los problemas, ¿qué
es lo que se va a cumplir? Rara es la nación de Hispanoamérica que no tenga conciencia de los hechos, pero rara, también, la que acierta a solucionarlos.
Ambiguo resulta decir “el Estado fomentará la educación del campesino, mediante
núcleos escolares indígenas que tengan carácter integral abarcando los aspectos
económico, social y pedagógico” (Bolivia, 1938; art. 167). ¿Esos “núcleos escolares indígenas” enseñarán en lengua aborigen? ¿Economía, sociología, pedagogía?
[...]
Las Constituciones no arrojan demasiada luz para resolver los problemas de
enfrentamiento lingüístico y todos los resultados que de esa situación se desprenden: del mismo modo que los idiomas nativos se quedaban, como mucho, en un
simple y vago reconocimiento, cuando se trata de incorporar en una estructura
nacional los diversos integrantes del caleidoscopio resulta que se confunde alfabetización con castellanización, porque –en definitiva– el lastre que vienen arrastrando todos estos países es una falta de integración de los grupos indígenas, precisamente porque no saben español. Y con independencia de su importancia numérica
o de la utopía irrealizable: los principios de libertad e igualdad que adornan casi
todas las Constituciones de América bien pronto se revelan como absolutamente
ineficaces para contrarrestar la corriente negativa que significaba el desposeimiento
y una depauperación evidente del indígena»19.
Queda puesto de manifiesto, por tanto, que la mera declaración de reconocimiento, cualquiera que sea su grado, no es suficiente para lo que se dice pretender,
cuando es hacia la consecución de los pronunciamientos hacia donde deberían encaminarse las oportunas regulaciones y las acciones institucionales, que serán tanto más eficaces cuanto más cerca se hallen de la ciudadanía.
Volvamos, pues, a la definición de oficialidad dada por el Tribunal Constitucional en la sentencia antes citada 82/1986: «Es oficial una lengua, independientemente de
su realidad y peso como fenómeno social, cuando es reconocida por los poderes públicos como medio normal de comunicación en y entre ellos y su relación con los sujetos
privados, con plena validez y efectos jurídicos». Por supuesto, esto no debería ser una
puerta franca para que el legislador actuase a su discreción, sino que debería responder
a una exigencia directa de los principios de libertad e igualdad. Desde esta perspectiva,
puede entenderse que «la oficialidad no es otra cosa que una garantía superior de proyección público-institucional ([...] en el sentido de compromiso de las organizaciones
públicas para desarrollar la relación con los ciudadanos en la lengua o lenguas propias
de su población) que, en un supuesto de cooficialidad lingüística como el de nuestra
Constitución, tiene como finalidad esencial la de asegurar la igualdad de ambas lenguas
y el normal ejercicio de sus libertades lingüísticas por los ciudadanos en sus relaciones
con los poderes públicos»20.
Sin embargo, centrados ya en el panorama lingüístico español, en ninguno de los
casos se trata de una cooficialidad de dos lenguas que gozan de una igualdad simétrica,
por lo que en coherencia con la declaración de igualdad proclamada en el artículo 9.2
de la Constitución, «los poderes públicos no pueden ser neutrales o meramente arbitrales cuando la igualdad no es plena porque hay obstáculos que la hacen difícil o inexis-
19. Manuel ALVAR, op. cit., págs. 311-313.
20. Jesús PRIETO DE PEDRO, Lenguas, lenguaje y derecho, Civitas, UNED, Madrid 1991, págs. 36-37.
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tente, igualdad que se predica no sólo para los ciudadanos, sino también para los grupos. [...] Como ha declarado el Tribunal Constitucional, entre otras en la Sentencia
19/1989, de 31 de enero, no chocan con el principio de igualdad las medidas de trato
más favorable a favor de grupos en situación de inferioridad»21.
En efecto, y no sólo en cuanto a la promulgación de normas reguladoras, «el
concepto de lengua oficial arguye también, sin embargo, la conveniencia de establecer
criterios de uso preferente en favor de una u otra lengua cuando su uso por los poderes
públicos se trata, es decir, en el uso institucional, entendiendo que resultaría imposible,
o cuando menos perturbador, un régimen de duplicidad en las dos lenguas en todos los
documentos y actuaciones y que sería arbitraria una pura división del tiempo, las unidades administrativas o las materias en las que deba darse preferencia al uso de una u
otra, al igual que otros criterios artificiosos que pudieran imaginarse. Asimismo, parece
inadecuado abandonar a la elección del funcionario la lengua que debe ser utilizada,
teniendo en cuenta que el titular de potestades se ejercitan en beneficio del interés
público y no de las preferencias o intereses particulares»22.
Dos son los límites fundamentales a los que, a criterio de algunos juristas, está
sujeto el deber de uso, utilización normal, preferencia o carácter mínimo de la lengua
oficial propia de la Comunidad en el ámbito institucional, y concretamente en los actos
de comunicación23. El primero de ellos consiste en que debe respetar los límites que el
principio de oficialidad impone desde el punto de vista de los derechos y deberes de los
ciudadanos, los cuales tienen carácter prevalente24.
El segundo límite que afecta al deber de uso institucional radica en que no puede
suponer exclusión de la otra lengua oficial, el castellano, puesto que con ello se vulneraría el principio de doble oficialidad.
Por su parte, el reconocimiento de una lengua como propia implica a su vez que
es reconocida como parte integrante de los habitantes jurídicos. Ese reconocimiento
tiene, para algunos autores, una naturaleza prejurídica, pero con consecuencias jurídicas. Tratando de una lengua concreta como es el catalán, pero exponiendo una doctrina
que me parece aplicable a todas las situaciones análogas, cabe afirmar que: «Así ha
podido decir el Consejo Consultivo de la Generalidad [de Cataluña] que el concepto de
lengua propia no sólo legitima el proyecto de normalización, sino que identifica las instituciones de autogobierno y justifica, por ende, la identificación del catalán como lengua propia de la Administración catalana (como afirma la STC 46/1991, FJ 2º)»25. En
consonancia con lo anterior, el mismo Tribunal Constitucional, en su STC 337/1994,
considera que el catalán, en tanto que lengua propia de Cataluña y oficial en el territorio de esa Comunidad Autónoma, «es también la lengua de la Generalidad y de la
Administración territorial catalana, de la Administración local y de las demás corpora-
21. Enric ARGULLOL i MURGADAS, «La competencia legislativa de la Generalidad de Cataluña para establecer normativas lingüísticas y “normalizar” el catalán», en Estudios sobre la Ley de Política Lingüística
(VV.AA.), Generalitat de Catalunya, Marcial Pons, Barcelona-Madrid 1999, pág. 35.
22. Juan Antonio XIOL RÍOS, «El catalán como lengua propia de las Corporaciones públicas de base sectorial», en Estudios sobre la Ley de Política Lingüística (VV.AA.), Generalitat de Catalunya, Marcial Pons,
Barcelona-Madrid 1999, pág. 195.
23. Juan Antonio XIOL RÍOS, op. cit., págs. 195-196.
24. Este carácter prevalente de la lengua propia oficial limitado por las propias fronteras marcadas por
los derechos y deberes de los ciudadanos se desprende, en el caso del concreto del catalán en la Ley de Política Lingüística (1998) -a la que más adelante me referiré- de las salvedades que realizan la mayoría de los
artículos citados en favor de la opción lingüística de los ciudadanos para el uso activo y pasivo de la lengua
frente a las Administraciones públicas y empresas de servicio (arts. 9.1, 10.1 y 10.2, 17.4, 30.2, 31.2), pues
sólo se omite la salvedad en relación con la publicidad institucional (art. 35), en donde no se producen notificaciones o comunicaciones con efectos jurídicos. (XIOL RÍOS, cit.)
25. Juan Antonio XIOL RÍOS, op. cit., pág. 197.
ESTUDIOS
ciones públicas dependientes de la Generalidad [...]. Lo que indudablemente incluye a
la Administración educativa, de la que dependen los centros docentes radicados en
Cataluña en virtud de la competencia asumida en el art. 15 del Estatuto de Autonomía
de Cataluña». En términos análogos se pronuncia el Tribunal Supremo al aceptar que la
declaración del catalán como lengua propia comporta consecuencias jurídicas en cuanto al deber de uso habitual26. De todo ello, lo más digno de resaltar sería la aseveración
transcrita arriba según la cual el concepto de lengua propia identifica a las instituciones
de autogobierno y justifica el uso de dicha lengua como la propia de la Administración,
a la vez que se ve legitimado el proyecto de normalización de dicha lengua para que lo
primero no quede en pura declaración de principios.
Por su parte, y respecto a la calificación como propia de la lengua cooficial que
según la citada STC 337/1994 legitima al legislador autonómico para considerarla
como lengua de los poderes públicos autonómicos y locales existentes en el territorio
de la Comunidad Autónoma, ello no supone en manera alguna, como afirma Jesús
Leguina Villa, una vulneración del régimen de cooficialidad del castellano, ya que «el
uso habitual o preferente no supone prohibición ni limitación jurídica alguno del uso
del castellano, sino sólo favorecimiento del uso del idioma catalán [léase aquí: «lengua propia»] dentro de las posibilidades de utilización indistinta que la cooficialidad
ofrece»27.
De este modo, mientras que la proclamación de oficialidad de dos lenguas en un
mismo territorio comporta unos derechos y deberes lingüísticos y la equiparación de
ambas en cuanto a validez y eficacia, el carácter de propia sólo puede otorgarse a una
de ellas en un territorio determinado, y en aquél en el que ello ocurra se procurará la
normalización de la misma, por lo que las instituciones, especialmente las locales, la
privilegiarán en los usos institucionales hasta el punto de tener el deber de usarla –lo
que se formulará conforme a la terminología legal que se considere oportuna: con
carácter normal, general, preferente o mínimo–28; sin que ello signifique la exclusión de
la otra lengua –oficial, pero no propia–, que se utilizará cuando sea necesario o jurídicamente imprescindible o cuando lo impongan los derechos de opción lingüística ejercitados por los ciudadanos29.
Juan Antonio Xiol señala refiriéndose al caso concreto del catalán, aunque la
afirmación es extrapolable a las demás «lenguas autonómicas», que «pudiera pensarse
en que cabe realizar publicidad institucional en castellano cuando se prevé que ésta va
a ir dirigida a transeúntes o inmigrantes recientes en los que cabe presumir un desconocimiento del catalán o destinada a medio que utilicen habitualmente esta lengua, especialmente si van a tener difusión fuera de Cataluña y, en relación con el principio de
progresividad, que es posible utilizar el castellano cuando lo imponga la circunstancia
de no haberse alcanzado todavía en algún entorno un grado suficiente de conocimiento
26. Véanse, entre otras, las sentencias del Tribunal Supremo de 26 de mayo de 1996 (Ar. 2593), 28 de
abril de 2000 (recurso de casación nº 3437/1996), ponente MARTÍN GONZÁLEZ; 30 de enero de 2001 (recurso
contencioso-administrativo nº 166/1998), ponente MAURANDI GUILLÉN; y 4 de octubre de 2002 (recurso de
casación nº 6120/1998), ponente MAURANDI GUILLÉN.
27. Jesús LEGUINA VILLA, «Principios constitucionales y estatutarios en materia lingüística: su aplicación en la actividad de los órganos judiciales», en La Administración de Justicia en un Estado plurilingüe,
CGPJ, Cuadernos de Derecho Judicial nº III, Madrid 1999, pág. 270.
En cuanto a los actos administrativos, el artículo 36 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, LRJPA,
garantiza el uso del castellano («La lengua de los procedimientos tramitados por la Administración General
del Estado será el castellano»), del mismo modo que el uso de la otra lengua cooficial también queda garantizado en su territorio, según lo elegido por el ciudadano y, en cuanto a las Administraciones autonómicas y
locales, establece explícitamente que se ajustará a lo previsto en la legislación autonómica correspondiente.
Para las actuaciones judiciales, el uso de la lengua se regula en general en el artículo 231, LOPJ.
28. Sin que ello signifique que las Corporaciones y entidades locales tengan potestad alguna para regular sobre la oficialidad de una lengua o para fomentar o desarrollar su uso.
29. Véase, por ejemplo, la STS de 15 de octubre de 2002 (recurso de casación nº 9527/1998), ponente
GONZÁLEZ RIVAS.
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del catalán; o dirigir una comunicación a territorios que no tengan lengua oficial coincidente con el catalán o a un órgano de la Administración central de ámbito estatal que
tenga su sede en Cataluña directamente en castellano, sin necesidad de elaborar previamente el documento en catalán y proceder a su traducción»30. Pero esto podría contravenir, o al menos entraría en contradicción, con lo que antes se ha señalado con palabras del Tribunal Constitucional, es decir, que la lengua reconocida como propia de una
Comunidad y con rango de oficial, es también la lengua de sus instituciones propias.
4. Reconocimiento de derechos lingüísticos y transferencia de funciones
En efecto, los derechos lingüísticos «son esencialmente derechos reconocidos en
favor de los ciudadanos, que se configuran como derechos de libertad, estrechamente vinculados al ámbito más íntimo de la personalidad, que pretenden garantizar un espacio
propio y sin injerencias a su libre desarrollo»31. Ahora bien, en la medida en que estos
derechos lingüísticos se proyectan también en las relaciones de los ciudadanos con los
poderes públicos y en las relaciones jurídicamente relevantes con otros ciudadanos, es
necesario admitir que de estas relaciones nacen deberes para ambas partes, con una eventual restricción de ciertos derechos que les puedan asistir. Por lo demás, ya he señalado
antes que puede ocurrir que la existencia de una determinada comunidad lingüística
suponga también unas peculiaridades y unas sensibilidades propias que acaso se plasmen
o se hayan plasmado en un ordenamiento o subordenamiento propio en los aspectos que
fueren de su competencia. Sea como sea, parece lógico que un Estado que reconoce una
pluralidad lingüística, con lo que esto conlleva, funcione de forma plural, de modo que:
«El pluralismo lingüístico debe devenir en pluralismo institucional y pluralismo
jurídico para mostrarse plenamente y obtener una mayor protección. Esto es, una
diversidad de instituciones peculiares y un derecho propio pueden garantizar mejor
las singularidades lingüísticas, ya que las distintas comunidades gozan así de un
reconocimiento institucional y de la posibilidad de autorregularse, disponiendo el
sistema jurídico-lingüístico más adecuado a su contexto»32.
De hecho, el reconocimiento de una diversidad lingüística conlleva, para que
éste no sea un mero pronunciamiento, la necesaria descentralización del Estado y la
promulgación de una normativa tendente a la igualdad de oportunidades y, en su caso, a
la promoción de los menos favorecidos. Así ocurre en Europa y así ocurre en la
«España de las Autonomías», en una especie de corriente en la que por un lado se ve
aumentar la importancia de las normativas supraestatales, mientras que por otro se produce una transferencia de funciones y competencias hacia las regiones o niveles inferiores al Estado-nación, de suerte que una nueva realidad parece conformarse, nuevas
posibilidades de relación entre instituciones y sujetos colectivos.
Si la declaración de un derecho es, en sí, un bello aserto que sustenta un alto
deseo, pero sólo eso, las comunidades a las que se les reconoce derechos lingüísticos
basados en la diversidad y en el principio de la igualdad necesitarán asimismo poder
regular y gestionar todo cuanto de aquel reconocimiento se deriva.
5. La declaración de oficialidad y sus consecuencias: lo público y lo privado
Ya se ha visto más arriba que las reglas de la oficialidad obligan a la Administración en todos los órdenes y que la lengua propia tiene importancia por su sentido de
lengua territorial, elemento de diferencia y preeminencia de esa lengua respecto a la
30. Juan Antonio XIOL RÍOS, op. cit., pág. 201.
31. Enoch ALBERTÍ ROVIRA, «El régimen de doble oficialidad y los derechos y deberes lingüísticos», en
Estudios Jurídicos sobre la Ley de Política Lingüística, Generalitat de Catalunya, Marcial Pons, BarcelonaMadrid 1999, pág. 101.
32. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit., pág. 38.
ESTUDIOS
otra lengua oficial33, por lo que se le otorga un trato jurídico especial que comporta su
preferencia como lengua de expresión oral y escrita de las instituciones de la Comunidad Autónoma y las locales, así como las corporaciones e instituciones profesionales,
académicas y otros organismos públicos, sin perjuicio del derecho de elección del ciudadano. Sin embargo, puede considerarse que esa obligación debería extenderse también a servicios y actividades ineludibles e imprescindibles que actualmente «en el
seno del Estado social y democrático de Derecho quedan al abrigo de los vaivenes de la
liberalización y la privatización»34.
Para controlar esta situación, habría que establecer el verdadero dominio de lo
público, aun revestido de personalidad privada. A tal fin sería oportuno, como recomienda Milian Massana, que en la legislación lingüística se contuviera un listado de
servicios y actividades que, en atención a su carácter público, a su relevancia pública o
a su carácter de servicio imprescindibles para los ciudadanos, pudieran ser expresamente sometidos al régimen de oficialidad lingüística. Asimismo, sugiere este autor realizar
una enumeración expresa de todas las Administraciones públicas que se encuentran
sujetas al régimen de la oficialidad, recordando para ello que, como declaró la STC
82/1986, de 26 de junio, éstas tienen que ser «todos los poderes públicos radicados en
el territorio autonómico, sin exclusión de los órganos dependientes de la Administración central y de otras instituciones estatales en sentido estricto». Se trataría, por tanto,
de llevar a cabo un esfuerzo sistematizador, de tal modo que se regularan estrechamente en el ámbito público, garantizando los derechos de los hablantes, mientras que por
lógica debería concederse libertad de elección en el ámbito privado, con la salvedad de
lo señalado más arriba en cuanto a servicios y actividades que por su carácter o relevancia públicos o de servicios imprescindibles para los ciudadanos deberían estar explícitamente regulados. Por tanto, en lo privado, por su lado, sería exigible «el conocimiento pasivo» de la lengua autonómica, como se establece, por ejemplo, en el artículo
32.3 de la Ley (catalana) 1/1998, de 7 de enero, de Política Lingüística:
«Artículo 32. La atención al público.
1. Las empresas y establecimientos dedicados a la venta de productos o a la prestación de servicios que desarrollan su actividad en Cataluña deben estar en condiciones de poder atender a los consumidores y consumidoras cuando se expresen en
cualquiera de las lenguas oficiales en Cataluña.
2. El Gobierno de la Generalidad ha de promover, con medidas adecuadas, el incremento del uso del catalán en el ámbito a que se refiere el apartado 1.
3. La señalización y los carteles de información general de carácter fijo y los documentos de oferta de servicios para las personas usuarias y consumidoras de los
establecimientos abiertos al público deben estar redactados, al menos, en catalán.
Esta norma no se aplica a las marcas, los nombres comerciales y los rótulos amparados por la legislación de la propiedad industrial.»
Pero también, en buena lógica, en ese ámbito de lo privado difícilmente podría
penalizarse el incumplimiento de este precepto, pues actuarían aquí los factores de la
libertad de elección de lengua, al menos de ningún modo parece que pueda ser objeto
de régimen sancionador alguno, a pesar de la prescripción que hemos visto en el apartado 2 del artículo 32 arriba transcrito, de «al menos, en catalán», prescripción que
también establece el artículo 15.5:
«Los cheques, pagarés, talonarios y demás documentos ofrecidos por las entidades
financieras a sus clientes y clientas deben ser redactados, como mínimo, en catalán».
33. Antoni MIRAMBELL i ABANCÓ, «El catalán como “lengua propia” de Cataluña», en Estudios jurídicos sobre la Ley de Política Lingüística, cit., pág. 48.
34. Antoni MILIAN MASSANA, Público y privado en la normalización lingüística. Cuatro estudios sobre
derechos lingüísticos, Atelier, Barcelona 2000, pág. 18.
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Para lo referente a la cuestión sancionatoria la Ley de Política Lingüística
1/1998, de 7 de enero, establece en su Disposición Adicional Quinta:
«Quinta.– Garantías de cumplimiento.
La presente Ley no establece sanciones para los ciudadanos y ciudadanas. Sin
embargo:
a) El incumplimiento de los preceptos del artículo 26 se considera incumplimiento
de las condiciones esenciales de la concesión, al que debe aplicarse el régimen sancionador que establece la Ley 8/1996, de 5 de julio, de regulación de la programación audiovisual distribuida por cable, y las Leyes del Estado 31/1987, de 18 de
diciembre, de ordenación de las telecomunicaciones, y 25/1994, de 12 de julio, por
la que se incorpora al ordenamiento jurídico español la Directiva 89/552/CEE.
b) El incumplimiento de los preceptos de los artículos 15, 30, 31 y 32.3 imputable
a las empresas y entidades concernidas se considera una negativa injustificada a
satisfacer las demandas de las personas usuarias y consumidoras, a la que debe
aplicarse el régimen sancionador que establece la Ley 1/1990, de 8 de enero, sobre
la disciplina del mercado y de defensa de los consumidores y usuarios».
Parece, en consecuencia, que con la privatización de ciertos servicios, los derechos lingüísticos ya no pueden ser garantizados en la medida en que lo serían en lo
público, por lo que «la apropiación privada de estos servicios puede acarrear la extinción pura y simple de aquellos derechos. Despojado el servicio de “lo público”, siendo
ya de titularidad privada, parece que las consecuencias de la oficialidad de las lenguas
dejan de serle directamente aplicables, incluso adaptadas a sus peculiaridades...»35. De
ahí que pudiera considerarse que a fin de garantizar los derechos lingüísticos en los servicios liberalizados que presten particulares o en los servicios privatizados, podría acudirse a una intervención legislativa expresa, ya fuera genérica o específica. Con una
enumeración expresa de dichos servicios que están en manos privadas pero que dan un
servicio público, como las compañías aéreas o los auto-taxis, quedarían regulados. Y lo
mismo respecto de las concesiones demaniales o de dominio público, como los quioscos de revistas y otros establecimientos, así como las concesiones de servicios de las
características referidas.
De lo que se trataría sería de ampliar el círculo de acción directa en la imposición de los efectos de la oficialidad –con la preferencia antes referida por la lengua propia de la Comunidad o territorio–, más allá del ámbito estricto de las Administraciones
públicas, a fin de hacer prevalecer el principio de territorialidad sobre el de personalidad, es decir, una vez reconocida una lengua propia para un territorio y la oficialidad de
dicha lengua, garantizar los derechos lingüísticos a los ciudadanos y lograr la igualdad
de hecho que se persigue.
II. LA TENDENCIA EUROPEA: DERECHOS HUMANOS, DERECHOS
LINGÜÍSTICOS
1. Una Europa de los Estados o una Europa de las Regiones
La descentralización en las competencias y la capacidad de gestión y la creación
de instituciones más cercanas a la población, con capacidad de regular en las funciones
que el Estado vaya transfiriendo es un fenómeno consiguiente a las aspiraciones que he
ido reseñando, casi a vuela pluma, a lo largo de estas páginas. Esta descentralización
interna y, al tiempo, la integración en instituciones y organismos supraestatales han lle-
35. Antoni MILIAN MASSANA, Público y privado en la normalización lingüística, cit., pág. 23.
ESTUDIOS
vado a afrontar la llamada crisis del Estado-nación provocada por este doble vaciamiento y soberanía crecientemente compartida36.
En Europa, el papel que las regiones deben jugar en el interior de la Unión es,
desde hace tiempo, un debate muy vivo. A ello contribuye no sólo esas tendencias
opuestas, «tensionantes», de descentralización interna y creciente relevancia de los
poderes supraestatales, sino también el papel de los nacionalismos, principales demandadores de esas transferencias y a su vez alimentados por ellas. No es difícil deducir
que en esta corriente no es nada ajena la cuestión del reconocimiento de los derechos
lingüísticos y lo que estamos viendo que éste implica.
El peso de las llamadas regiones ha ido aumentando a través de los años desde
que en 1951 se creara la Conferencia Europea de Poderes Locales, órgano consultivo
de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en lo referente a los intereses de
los entes locales de los Estados miembros37. Órgano que se convertiría, en 1975, en la
Conferencia de Poderes Locales y Regionales de Europa, previamente existente pero
que en esa fecha se constituyó como organismo consultivo y técnico que representaba a
las entidades locales y a las regiones. Fomentado el fenómeno regional por el propio
Consejo de Europa, en 1985 se creó el Consejo de las Regiones de Europa, de cuyo
asesoramiento científico y técnico se encargaría el Centro Europeo de Desarrollo
Regional. Este Consejo de las Regiones de Europa se fundió en 1987 con el Consejo de
los Municipios de Europa –creado a su vez en 1984– en la Asamblea de las Regiones
de Europa.
Por su parte, en 1988, el Parlamento europeo elaboró la llamada Carta Comunitaria de Regionalización, de 18 de noviembre, publicada como anexo a una Resolución
previa sobre la política regional comunitaria y el papel de las regiones, que en el artículo 1 de dicha carta se concebían como «territorio que forma, desde el punto de vista
geográfico, una entidad neta o un conjunto similar de territorio, en los que existe continuidad y en los que la población posee ciertos elementos comunes y desea salvaguardar
la especificidad resultante y desarrollarla con el fin de estimular el progreso cultural,
social y económico»; entendiendo como elementos comunes «una especificidad común
en materia de lengua, de cultura, de tradición histórica, y de intereses vinculados a la
economía y los transportes», a lo que se añadía a punto y seguido: «No es imprescindible que todos estos elementos se den siempre».
Existente desde 1984, aunque no absolutamente de nueva creación, el denominado Consejo Consultivo de los Entes Regionales y Locales, subordinado a la Comisión
Europea, tenía como objeto emitir dictámenes, a petición de ésta, sobre aspectos locales y regionales vinculados a la aplicación de la política comunitaria. Este Consejo
Consultivo se suprimió en 1994, poco después de celebrarse la sesión constitutiva del
Comité de las Regiones.
La creación de este Comité de las Regiones fue apoyado sobre todo por Alemania y España, para quienes suponía «el reflejo en sede comunitaria de una realidad
competencial de la que ya disfrutaban en sus respectivos Estados, [mientras que] para
otras regiones o entes locales supuso más bien un importante acicate a la hora de reivindicar un incremento de sus poderes ante los respectivos gobiernos centrales»38.
36. Afirma Isidoro MORENO: «Actualmente, todos los estados-nación, reales o supuestos, están perdiendo competencias y protagonismo (soberanía) tanto por arriba, hacia las instancias supraestatales, como por
abajo, hacia los pueblos-naciones que los integran, tradicionalmente definidos, cuando más, como “regiones” o “etnias”», en «Mundialización, globalización y nacionalismos: la quiebra del modelo de Estadonación», en Los nacionalismos: globalización y crisis del Estado-nación, CGPJ, Cuadernos de Derecho
Judicial nº VI, Madrid 1998, pág. 29.
37. Para los datos que ahora me propongo reseñar sigo a Manuel MORENO VÁZQUEZ, Comité de las
Regiones y Unión Europea, Tirant lo Blanc, Valencia 2001.
38. Manuel MORENO VÁZQUEZ, Comité de las Regiones y Unión Europea, cit. pág. 77.
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Este Comité de las Regiones, sobre todo a partir de 1998, tras la celebración de
la Cumbre Europea de las Regiones y Ciudades –Amsterdam, 15 y 16 de mayo de
1997, presidida por el entonces Presidente del Comité, Pascual Maragall–, ha desbordado «los supuestos perfiles exclusivamente técnicos para adoptar, paulatinamente, un
marcado carácter político que le permite responder mejor a los constantes retos de la
integración comunitaria y ajustarse, con mayor fidelidad, a lo que algunos de sus
miembros desearon desde mucho antes de que se crease en Maastricht»39, carácter político que salió, al menos en alguna medida, reforzado con el Tratado de Niza, firmado el
26 de febrero de 200140, aunque con las perspectivas de la próxima ampliación de la
Unión Europea con nuevos Estados miembros41 se ciernen las incógnitas sobre el futuro
del Comité, por lo menos en cuanto a su estructura interna y funcionamiento.
Este entorno europeo y sus posibilidades se perciben por no pocos de estos territorios que reivindican, o han reivindicado, sus derechos lingüísticos como el marco
más esperanzador y pacífico para sus aspiraciones como comunidades. Así lo aseveraba
Miquel Siguan en 1992:
«Y lo que cada vez parece más claro, al menos en la Europa que pretendemos
construir, es que en nuestros días la fórmula de este equilibrio ya no puede limitarse al Estado nacional como realidad autosuficiente o como aspiración última. En la
construcción de Europa se sobreentiende que los Estados transfieren una parte de
su soberanía a estructuras supranacionales, al mismo tiempo que se ofrece a instancias inferiores, locales o regionales, un mayor protagonismo, lo que les permite
valorizar sus peculiaridades e incluso sus aspiraciones nacionalistas. La relación
entre Estado y nacionalidad se hace así mucho más fluida y también la relación
entre lengua y Estado. [...]
También Europa pretende constituirse en una “nación de naciones” articulando
aspiraciones nacionalistas con proyectos comunes [...]. Añadir asimismo que en
Europa la pluralidad de lenguas no puede considerarse incompatible con su aspiración a la unidad. [...] La progresiva integración de España en Europa puede ayudar
a plantear las cuestiones de los nacionalismos españoles con mayor serenidad y sin
crispaciones. Y al mismo tiempo, el ejemplo de lo que está ocurriendo en España
puede servir de marco de referencia a otros países europeos con problemas similares así como a la propia Europa, entendida como estructura supranacional»42.
2. Año 2001: Año Europeo de las Lenguas
La Unión Europea y el Consejo de Europa establecieron el Año Europeo de las
Lenguas 200143 con el objeto general de fomentar el aprendizaje de idiomas entre todas
las personas que residen en Europa, cubriendo en principio las once lenguas oficiales de
la Unión Europea (español, danés, alemán, griego, inglés, francés, italiano, neerlandés,
portugués, finés y sueco)44, a las que se podían agregar las lenguas que los Estados miembros presentaran, por lo que, en consecuencia, se contó con todas las lenguas utilizadas y
aprendidas por los europeos. Los proyectos cubrieron más de 60 lenguas, «con una repre-
39. Manuel MORENO VÁZQUEZ, op. cit., págs. 123-124.
40. Publicado en DOCE C 80/01, de 10 de marzo de 2001, se ratificó por España el 27 de diciembre de
aquel año, y entró en vigor el 1 de febrero de 2003.
41. Después del Tratado de Niza, en el que se preveía la ampliación de la UE a 27 Estados, la Cumbre
de Salónica, celebrada en junio de 2003, contempla la posibilidad de que, en un futuro, la Unión alcance los
30 países, si llegaran a adherirse a la misma los países balcánicos.
42. Miquel SIGUAN, España plurilingüe, Alianza Universidad, Madrid 1992, págs. 321-322.
43. El AEL 2001 se estableció por Decisión nº 1934/2000/CE, de 17 de julio, del Parlamento Europeo y
del Consejo; que se incluyó también en el Acuerdo del EEE –Liechtenstein, Islandia y Noruega– por Decisión de su Comité Mixto nº 112/2000, de 15 de diciembre; y se organizó en colaboración con el Consejo de
Europa, por lo que se celebró en 45 países europeos, entre ellos España.
44. El irlandés –gaélico– se considera lengua oficial únicamente para el derecho primario, es decir, los
tratados.
ESTUDIOS
sentación equilibrada de lenguas oficiales, regionales y minoritarias, lenguas de países
candidatos y lenguajes de signos». Este Año Europeo de las Lenguas fue además una
oportunidad para que las autoridades y las ONG nacionales y regionales debatieran acerca de la enseñanza y el aprendizaje de idiomas. Estos debates dieron pie a varios documentos políticos en favor del multilingüismo y la diversidad lingüística, susceptibles de
provocar en cada caso cambios en las respectivas políticas lingüísticas. Asimismo, se
estudió también la oportunidad, por parte de varios países, de introducir un Carné europeo de lenguas del Consejo de Europa y del Marco europeo común de referencia.
También quedó establecido que la Comisión presentaría a mediados de 2003 una
comunicación al Parlamento europeo y al Consejo sobre un plan de acción para promover la diversidad lingüística y el aprendizaje de idiomas.
Los cinco objetivos específicos del AEL 2001 vienen a resumirse en cinco puntos, de los que aquí nos interesan con toda seguridad los tres primeros. Estos son: sensibilizar sobre la diversidad lingüística y cultural en Europa; alentar el multilingüismo;
promover las ventajas de dominar varios idiomas; fomentar el aprendizaje permanente,
y promover diversos métodos de enseñanza y aprendizaje de idiomas45.
En ese mismo año 2001, el 1 de agosto, entró en vigor la Carta europea de las
lenguas regionales o minoritarias, redactada por la Comisión de expertos en lenguas
regionales o minoritarias en Europa (CAHLR), y que previamente se había firmado en
Estrasburgo el 5 de noviembre de 1992, tras ser aprobada como Convención por el
Comité de Ministros del Consejo de Europa el 25 de junio de 1992, y que España
aprobó y ratificó mediante Instrumento de fecha 2 de febrero de 2001.
Los objetivos y principios de esta Carta, que se exponen en su artículo 7, responden fundamentalmente a la voluntad de proteger las lenguas regionales o minoritarias
históricas en Europa, a la vez que reconocer el derecho de los hablantes a usarlas en la
vida privada y pública, se subraya el valor de lo intercultural y del plurilingüismo, aunque, puntualiza, no «en detrimento de las lenguas oficiales y de la necesidad de aprenderlas», todo ello como contribución «a la construcción de una Europa basada en los
principios de democracia y de la diversidad cultural, en el ámbito de la soberanía nacional y de la integridad territorial»46.
3. Las lenguas minoritarias de Europa y otras lenguas minoritarias
Hablar de lenguas regionales o minoritarias en Europa, en su caso de «lenguas
propias», significa unas veces referirse a lenguas que no son minoritarias en otros terri-
45. Datos obtenidos del Informe de las Comunidades Europeas COM (2002) 597 final, Bruselas, 4 de
noviembre de 2002, presentado por la Comisión Europea de acuerdo con el artículo 11 de la Decisión nº
1934/2000/CE.
46. Aunque algunos países europeos, como España, son favorables a reconocer la pluralidad de lenguas
y, de ahí, favorables al multilingüismo oficial, no así otros, como Francia, «que es también, como el nuestro,
un país plurilingüe, pero que sigue rígidamente anclado en el monolingüismo oficial del francés, con ignorancia en el plano de la oficialidad de todas las demás lenguas territoriales francesas. Esta no es una afirmación puramente doctrinal: en una reciente sentencia del Consejo Constitucional francés, de 15 de junio de
este mismo año, dictada a requerimiento del Presidente de la República, se declara que la Constitución francesa es incompatible con la Carta europea de lenguas regionales y minoritarias, de 7 de mayo de 1999, suscrita por Francia, porque dicho texto internacional atenta a la unidad e indivisibilidad de la República francesa, contradice la prohibición de reconocimiento de grupos étnicos o lingüísticos dentro del pueblo
francés, desconoce la consideración de la lengua francesa como única lengua de la República y vulnera, en
fin, el principio de igualdad de todos los franceses ante la ley» (Jesús LEGUINA VILLA, «Principios constitucionales y estatutarios en materia lingüística: su aplicación en la actividad de los órganos judiciales», en La
Administración de Justicia en un Estado plurilingüe, Cuadernos de Derecho Judicial nº III, CGPJ, Madrid
1999, pág. 258. Esta postura contrasta con la mantenida, respecto del francés, en Canadá, donde esa lengua
es minoritaria. Son muy interesantes los trabajos sobre la gestión y ordenamiento en materia lingüística que
en el ámbito judicial se lleva a cabo, respectivamente, en Quebec, Suiza e Italia que aparecen en el citado
volumen La Administración de Justicia en un Estado plurilingüe).
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torios, lenguas con un uso universal, es decir, que abarcan todos los ámbitos de la vida,
que cubren todas las necesidades comunicativas y expresivas de cualquier orden. Así es
cuando se registra que en ciertas zonas de Italia se habla el alemán (Alto Adigio, Tirol
del Sur, Bolzano), el griego (sur de Italia) o el francés (Valle de Aosta). Respecto a las
lenguas que antiguamente se llamaban patois o hablas no creo equivocarme al afirmar
que ya no queda en Europa ningún hablante de estas lenguas –no entremos ahora en
precisiones denominativas– que no sea bilingüe, es decir, que no domine la lengua
reconocida como oficial a la par que la minoritaria. Y aun en los casos en que estas lenguas no puedan considerarse propiamente minoritarias, como ocurre con el catalán,
sucede lo mismo. En cualquier caso, el hablante puede perfectamente ser culto y tener
un alto grado de competencia en la lengua que no considera propia –lengua oficial–,
mientras que su competencia en la lengua minoritaria, que abarca satisfactoriamente el
ámbito privado, no es raro que presente limitaciones considerables a la hora de cubrir
las necesidades de comunicación y expresivas en niveles estándar –profesionales, de
comunicación social–, técnicos, científicos, literarios, o simplemente para el canal de
lengua escrita. Por ello, parece lógico que la normativa jurídica y su aplicación vayan
destinadas a promover el principio de la igualdad y lograr la satisfacción de los derechos fundamentales de la persona, esto es, promocionando la lengua minoritaria y normalizando su uso en todos los campos.
En el caso de otras realidades que cita la literatura jurídica al referirse a las cuestiones de oficialidad de las lenguas y a las minorías lingüísticas, como son las de los
diversos países de América o Asia, las regulaciones suelen ser exiguas, casi siempre
detenidas en la declaración de –buenas– intenciones constitucionales, principalmente
porque el corpus jurídico y sobre todo la capacidad de aplicarlo acostumbran a revelarse como prácticamente nulos, al tiempo que en esas sociedad se constata una desproporción que incide realmente en la desigualdad de oportunidades a causa –además de
otras, pero significativamente– de la lengua, como se ha visto algunas páginas más
atrás, cuando citaba las palabras de Manuel Alvar y la constitución peruana. De ahí,
viene a comprobarse en toda profundidad y extensión que «la mera declaración de oficialidad no significa mucho si no se derivan claramente de ella los usos oficiales y
sociales que se autorizan o imponen»47, y que, a la hora de la verdad, siendo los derechos lingüísticos derechos fundamentales de la persona, muy difícilmente se verán
reconocidos de forma efectiva si no es en un Estado social y democrático de Derecho.
III. LOS DERECHOS DE LAS LENGUAS EN ESPAÑA
1. Legislación lingüística en España. Lenguas oficiales y protección lingüística48
Mucho se viene escribiendo sobre el artículo 3 de nuestra Constitución, cauce
principal del reconocimiento del plurilingüismo en España, por cuyo mandato se desarrolla en los respectivos Estatutos de las Comunidades Autónomas bilingües (o plurilingües). Respecto a los criterios que se manejan en nuestro Derecho Constitucional, «es
un modelo mixto: es personal en la medida que todo ciudadano español tiene derecho a
utilizar la lengua castellana en cualquier parte del territorio nacional, ante cualquier
poder público y en cualquier relación privada; pero es también territorial en la medida
en que, en las nacionalidades y regiones cuyos habitantes hablen también otras lenguas
españolas, los Estatutos de Autonomía, por mandato constitucional, pueden establecer o
47. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit., pág. 21.
48. Puede verse también mi trabajo «Lenguas oficiales en un Estado multilingüe: la correspondiente
lengua estándar como parámetro», Revista Jurídica de Navarra, nº 33-I, enero-junio 2002, págs. 55-79.
ESTUDIOS
regular su carácter oficial, aunque limitando su alcance al territorio o a parte del territorio de la respectiva Comunidad Autónoma»49.
En realidad, esa puerta principal del reconocimiento del plurilingüismo en
España que es el artículo 3, CE, deja paso a un campo raso susceptible de ser conquistado, al afirmar, en el apartado 2, que «las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos», sin
especificar cuáles sean estas «demás lenguas españolas». Su especificación y elevación
al rango de oficialidad se cede enteramente a cada Comunidad Autónoma.
Por tanto, se supone que en los respectivos Estatutos de Autonomía se establece
el régimen lingüístico de cada Comunidad. Y a partir de esta declaración de oficialidad
de una o más lenguas en la Comunidad Autónoma se desarrollan posteriormente sendas
leyes de normalización lingüística destinadas a regular aquel régimen establecido, que
con probabilidad pasará por implantar y promocionar el uso de la lengua propia-oficial
que convive con la castellana, que sólo goza de una especial protección o promoción
fuera de las fronteras españolas.
Así, en el Estatuto de Autonomía de Galicia, del País Vasco, en la Ley Orgánica
de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra, en el Estatuto de
Autonomía de Cataluña y en el de las Islas Baleares, se proclama la oficialidad del castellano junto con la de las respectivas lenguas propias de esos territorios: el gallego, el
vascuence o euskera y el catalán, desarrollándose, posteriormente, sendas leyes que
regulan el régimen de doble oficialidad lingüística, respecto al único ámbito verdaderamente regulable, que, es, como ya se ha dicho en otro lugar, el de los poderes públicos.
Por lo que se refiere al euskera en Navarra50, es determinante la complejidad de
la situación real, y en base a ésta se aplican los parámetros de territorialidad:
«Artículo 9. 1. El castellano es la lengua oficial de Navarra. 2. El vascuence tendrá
también carácter de lengua oficial en las zonas vascoparlantes de Navarra. Una Ley
Foral determinará dichas zonas, regulará el uso oficial del vascuence y, en el marco
de la legislación general del Estado, ordenará la enseñanza de esta lengua».
Aunque en la Ley Foral 18/1986, de 15 de diciembre, del Vascuence, dictada en
desarrollo del citado artículo anterior, se dice:
«Artículo 2. 1. El castellano y el vascuence son lenguas propias de Navarra y, en
consecuencia, todos los ciudadanos tienen derecho a conocerlos y usarlas. 2. El
castellano es la lengua oficial de Navarra, el vascuence lo es también en los términos previstos en el artículo 9 de la Ley Orgánica de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral y en los de esta Ley Foral».
Y en su artículo 5 esta Ley Foral delimita específicamente una zona vascófona
(enumerando los términos municipales que la componen), una zona mixta (enumerando
los términos municipales que la componen) y una zona no vascófona (integrada por los
restantes términos municipales).
Por supuesto, esta diferenciación tiene sus repercusiones jurídicas, pues mientras
que en la zona vascófona: «Todos los ciudadanos tienen derecho a usar tanto el vascuence como el castellano en sus relaciones con las Administraciones Públicas y a ser
atendidos en la lengua oficial que elijan» (artículo 10.1), y en el caso de que en los
expedientes o procedimientos intervenga más de una persona, «los poderes públicos
utilizarán la lengua que establezcan de mutuo acuerdo las partes que concurran». En la
zona mixta: «Todos los ciudadanos tienen derecho a usar tanto el vascuence como el
49. Jesús LEGUINA VILLA, op. cit., pág. 259.
50. Ley Orgánica de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra 13/1982, de 10 de
agosto. Normas de desarrollo: Ley Foral 18/1986, de 15 de diciembre, del Vascuence.
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castellano para dirigirse a las Administraciones Públicas de Navarra» (art. 17), así
como en la zona no vascófona: «Se reconoce a los ciudadanos el derecho a dirigirse en
vascuence a las Administraciones Públicas de Navarra» (art. 18). En el caso de la zona
no vascófona, se establece en el mismo artículo 18 que las Administraciones Públicas
de Navarra «podrán requerir a los interesados la traducción al castellano o utilizar los
servicios de traducción previstos en el artículo 9»51. Asimismo, el derecho a usar el castellano o el vascuence por parte de los ciudadanos se garantiza para la zona mixta en el
referido artículo 17: «Para garantizar el ejercicio de este derecho, dichas Administraciones [Públicas de Navarra] podrán: a) Especificar en la oferta pública de empleo de
cada año las plazas para acceder a las cuales sea preceptivo el conocimiento del vascuence. b) Valorar como mérito el conocimiento del vascuence en las convocatorias
para el acceso a las demás plazas».
El uso del euskera o vascuence en las Administraciones Públicas de Navarra se
regula específicamente por el Decreto Foral 135/1994, de 4 de julio, en el que respetando siempre el derecho de los ciudadanos a dirigirse a la Administración en la lengua
que ellos elijan, alienta el bilingüismo en el uso interno así como en las relaciones entre
instituciones, y se preceptúa el bilingüismo en las relaciones escritas con los administrados para la zona vascófona y la tendencia a éste en la zona mixta, estableciendo
finalmente para la zona no vascófona que «las Administraciones Públicas procurarán
utilizar los servicios de traducción oficial para atender a los ciudadanos cuando éstos,
en el ejercicio de su derecho, se dirijan a las mismas en vascuence» (art. 17).
Los otros aspectos que regula esta Ley, para el uso de las dos lenguas oficiales,
son los de la enseñanza y los medios de comunicación social. Naturalmente, esta diversidad lingüística que requiere el complejo tratamiento que hemos visto en lo relativo a
las relaciones de los ciudadanos con las Administraciones Públicas se refleja también
en el establecimiento de la lengua vehicular en la enseñanza, si bien, en todo caso, «los
planes oficiales de estudio considerarán el vascuence como patrimonio cultural de
Navarra».
En el caso del euskera en el País Vasco, el corpus jurídico tiene en cuenta que
aun siendo lengua propia de esa Comunidad52 –literalmente, «del Pueblo Vasco», según
el artículo 6.1 del Estatuto de Autonomía– es necesario reconocer la realidad no uniforme del territorio: «Las instituciones comunes de la Comunidad Autónoma, teniendo en
cuenta la diversidad sociolingüística del País Vasco, garantizarán el uso de ambas lenguas, regulando su carácter oficial, y arbitrarán y regularán las medidas y medios necesarios para asegurar su conocimiento», y asevera en el apartado siguiente del mismo
artículo 6: «Nadie podrá ser discriminado por razón de la lengua».
El euskera es proclamado en la Ley de normalización y uso del euskera –Ley
10/1982, de 24 de noviembre– como la lengua propia del País Vasco, y oficial junto
con el castellano. Respecto a la lengua usada por la Administración, cuando se trate de
relaciones con los administrados, ellos mismos elegirán en qué lengua desean ser atendidos, y para los expedientes o procedimientos en que intervenga más de una persona,
se utilizará la lengua que las partes establezcan de mutuo acuerdo, si bien «en caso de
no haber acuerdo se utilizará lo que disponga la persona que haya promovido el expediente o procedimiento, sin perjuicio del derecho de las partes a ser informadas en la
lengua que deseen» (art. 6.2). Por su parte, los poderes públicos «podrán hacer uso
exclusivo del euskera para el ámbito de la Administración local, cuando en razón de la
determinación socio-lingüística del municipio, no se perjudiquen los derechos de los
51. «Artículo 9. El Gobierno de Navarra establecerá en Pamplona una unidad administrativa de traducción oficial vascuence-castellano».
52. Estatuto de Autonomía de País Vasco: Ley Orgánica 3/1979, de 18 de diciembre. Normas de desarrollo: Ley 10/1982, de 24 de noviembre, Básica de normalización y uso del euskera.
ESTUDIOS
ciudadanos» (art. 8.3), aunque, en general, se preceptúa que las notificaciones y comunicaciones administrativas –salvo que los interesados privados elijan expresamente la
lengua–, todo acto y toda disposición normativa o resolución oficial que emane de los
poderes públicos sitos en aquella Comunidad Autónoma, deberán estar redactados en
forma bilingüe a efectos de publicidad oficial, así como los impresos o modelos oficiales (art. 8.1 y 2). También se establece explícitamente el bilingüismo en los impresos,
avisos y comunicaciones de todos los servicios de transporte público en el País Vasco.
En cuanto a la enseñanza, junto a la voluntad de tendencia «a la generalización
progresiva del bilingüismo en el sistema educativo» de aquella Comunidad (art. 15),
«el Gobierno regulará los modelos lingüísticos a impartir en cada centro teniendo en
cuenta la voluntad de los padres o tutores y la situación sociolingüística de la zona»
(art. 16.2), pues aunque será obligatorio el aprendizaje de las dos lenguas oficiales, «se
reconoce al alumno el derecho a recibir la enseñanza en euskera como en castellano en
los diversos niveles educativos» (art. 15).
Asimismo, se prevé que se fomentará por los poderes públicos el uso del euskera
en todos los ámbitos de la vida social (arts. 26, 27, 28 y 29) y, en fin, para que todo lo
previsto pueda realmente hacerse efectivo el Gobierno «velará por la unificación y normalización del euskera en su condición de lengua escrita oficial común en el ámbito
territorial de la Comunidad Autónoma, sin perjuicio del respeto a los diversos dialectos, parte esencial del patrimonio cultural del País Vasco, en las zonas en que son
hablados».
Esta Ley, dijo en su día el profesor Cobreros Mendazona, «supone e implica una
intervención clara de los poderes públicos vascos, una toma de postura en favor de la
recuperación del euskara que debe ser lo contrario de ese laissez faire [...] que es una
verdadera política lingüística (en ocasiones muy conscientemente practicada) de mantenimiento de la situación de inferioridad de una lengua (el euskara) respecto de otra (el
castellano). Supuesto, entonces, que las circunstancias configuran una realidad adversa
para el euskara (y no, ciertamente, por su culpa) y que lo legítimamente pretendido es
su normalización ad extra, naturalmente tiene que ser una Ley que prime, promocione
o promueva el euskara que es, de las dos lenguas, la que lo necesita»53.
Las palabras transcritas se ilustran acaso con lo que ocurre con la lengua gallega,
lengua que no se usó, o apenas, en el marco de los poderes públicos hasta épocas muy
recientes, y que no cuenta con una norma o modelo de lengua fijado, es decir, que la
modalidad estándar se encuentra todavía en proceso de consolidación54.
Reconocido el gallego, en el Estatuto de Autonomía, como lengua propia de
Galicia, y oficial con el castellano, el Gobierno autonómico promulgó en 1983 la Ley
de Normalización Lingüística de Galicia55 y posteriormente la Ley 5/1988 para el uso
del gallego como lengua oficial por las Entidades locales, y a pesar de que en la Ley
5/1997, de 22 de julio, de Administración local de Galicia, se establece que el gallego,
como lengua propia de Galicia, lo es también de su Administración local, el proceso
de normalización es lento. Actualmente, no sólo se convocan subvenciones para las
actividades culturales, como puede ser la publicación de libros en lengua gallega, sino
53. Eduardo COBREROS MENDAZONA, El régimen jurídico de la oficialidad del euskara, HAEE-IVAP,
Oñati 1989, pág. 107.
54. Iolanda GALANES SANTOS, A lingua galega do dereito, Escola Galega de Administración, Xunta de
Galicia, Santiago de Compostela 2001, págs. 99-100.
55. Estatuto de Autonomía de Galicia: Ley Orgánica 1/1981, de 6 de abril. Normas de desarrollo (en
materia lingüística): Ley 3/1983, de 15 de junio, de Normalización Lingüística de Galicia; Ley 5/1988, de
21 de junio, de Uso del gallego como lengua oficial de Galicia para las Entidades Locales. Véase también el
artículo 4.2 del Estatuto de Autonomía de Castilla y León, Ley Orgánica 4/19836, de 25 de febrero.
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a las mismas Corporaciones locales para introducir en ellas la presencia de la lengua
gallega56.
Sin duda, la lengua con una implantación mayor y cuyo proceso de estandarización –es decir, fijación de normas ortográficas y de uso unitarias para todos los hablantes,
a fin de poder ser usada en todos los ámbitos de la vida (social, económico, político, jurídico, científico, etc.)– puede considerarse perfectamente logrado, es la lengua catalana.
Esta lengua es considerada, con la misma denominación de catalana, por los
Estatutos de Autonomía de Cataluña57 y de las Islas Baleares58, respectivamente, como
lengua propia de los referidos territorios, en los que es declarada oficial junto con el
castellano59.
En Cataluña, dictada en 1983 una Ley de Normalización Lingüística (Ley
7/1983, de 18 de abril), ésta vino a ser «sustituida» por la Ley 1/1998, de 7 de enero, de
Política Lingüística60, en la que se proponía no sólo una mejora legislativa, sino también una aclaración conceptual y un mensaje político de paso hacia adelante en una
situación que en el Preámbulo se califica de compleja y exigente de «una política que
ayude eficazmente a normalizar la lengua propia de Cataluña y que, a su vez, garantice
un respeto escrupuloso a los derechos lingüísticos de todos los ciudadanos y ciudadanas». El legislador aborda esta ley desde la experiencia de cambio de la sociedad, en la
que cada vez cobran una mayor importancia la tecnología, la información, las comunicaciones, así como los movimientos migratorios y el respeto y protección de la diversidad, y, por otra parte, incardinado en el escenario presuntamente alentador del marco
europeo, que estima favorable al plurilingüismo, una de las expresiones de esa corriente
de atención especial a la diversidad y, en general, de protección y promoción de los
derechos humanos que Europa se arroga.
En efecto, se dice en el Preámbulo al constatar los cambios fundamentales sucedidos desde la Ley de Normalización Lingüística de 1983 que justifican la nueva Ley
de 1998:
«... En el campo tecnológico, se ha generalizado el uso de la informática y de las
autopistas de la información; en el campo cultural y comercial, se ha establecido la
libertad de comercio, que ha generalizado los préstamos culturales, especialmente
en el mundo de las comunicaciones y del audiovisual; en el campo político, por un
lado, España se ha incorporado a la Comunidad Económica Europea, hoy Unión
Europea, regida por el principio del multilingüismo, y por otro lado la Generalidad
ha asumido muchas de las competencias previstas en el Estatuto; en el campo
social y sociolingüístico, se ha generalizado el conocimiento del catalán, generalización que no siempre ha supuesto un aumento similar en los usos públicos y se ha
56. V.g., Orden de 27 de mayo de 2003 por la que se regula la concesión de subvenciones a los Ayuntamientos de Galicia para la normalización de la lengua gallega. Esta Orden convoca ayudas destinadas a
sufragar los costes de contratación de personal por los Ayuntamientos, para la realización de las funciones
de traducción al gallego de los documentos a los que se refiere el artículo 1 de la citada Ley 5/1988, así
como la subvención de campañas de normalización lingüística.
57. Estatuto de Autonomía: Ley Orgánica 4/1979, de 18 de diciembre. Normas de desarrollo: Ley
1/1998, de 7 de enero, de Política Lingüística.
58. Estatuto de Autonomía: Ley Orgánica 2/1983, de 25 de febrero. Normas de desarrollo: Ley 3/1986,
de 29 de abril, de Normalización Lingüística.
59. Ambas Comunidades trabajan a la par, en lo que consideran conveniente, en favor de la lengua catalana. Así, v.g., ambas han constituido conjuntamente el Institut Ramon Llull (5 de abril de 2002), que tiene
como finalidad la proyección exterior de la lengua catalana y de la cultura que se expresa a través de la
misma, así como su difusión y su enseñanza y aprendizaje fuera del dominio lingüístico del catalán.
60. Contiene esta Ley de Política Lingüística 39 artículos divididos en un Capítulo Preliminar y 6 Capítulos dedicados respectivamente a: «Principios generales», «El uso institucional», «La onomástica», «La
enseñanza», «Los medios de comunicación y las industrias culturales», «La actividad socioeconómica» y
«El impulso institucional», más ocho Disposiciones Adicionales, tres Disposiciones Transitorias y tres Finales, además del referido Preámbulo.
ESTUDIOS
producido un cambio notable en los flujos migratorios. También se ha dado una
importante evolución del derecho lingüístico en nuestro país, debida en parte a la
jurisprudencia del Tribunal Constitucional y en parte a la legislación catalana y los
estudios doctrinales. Finalmente, cabe destacar el contenido de varias resoluciones
del Parlamento Europeo: la de 30 de noviembre de 1987, sobre las lenguas y culturas de las minorías regionales y étnicas en la Comunidad Europea; la de 11 de
diciembre de 1990, sobre la situación de las lenguas en la Comunidad y la de la
lengua catalana, y la de 9 de febrero de 1994, sobre minorías culturales y lingüísticas de la Comunidad Europea. También cabe destacar la Carta europea de las lenguas regionales o minoritarias, adoptada como convención por el Comité de Ministros del Consejo de Europa a 5 de noviembre de 1992, y la Declaración universal
de derechos lingüísticos aprobada por la Conferencia Mundial de Derechos
Lingüísticos a 6 de junio de 1996, en Barcelona, que contó con el apoyo unánime
del Congreso de los Diputados y del Congreso de Cataluña».
Dicho esto, cabría remitirse ahora a lo que expuesto en el capítulo anterior, en
cuanto a lo que significa lengua propia –que cuenta con la oficialidad– y el posible
alcance de su afirmación con la acción de los poderes públicos, partiendo de lo que
establece el artículo 2 de la Ley a la que me vengo refiriendo:
«Artículo 2. La lengua propia.
1. El catalán es la lengua propia de Cataluña y la singulariza como pueblo.
2. El catalán, como lengua propia, es:
a) La lengua de todas las instituciones de Cataluña, y en especial de la Administración de la Generalidad, de la Administración local, de las corporaciones públicas,
de las empresas y los servicios públicos, de los medios de comunicación institucionales, de la enseñanza y de la toponimia.
b) La lengua preferentemente utilizada por la Administración del Estado en Cataluña en la forma que ella misma determine, por las demás instituciones y, en general, por las empresas y entidades que ofrecen servicios al público.
3. Lo dispuesto en el apartado 2 implica un compromiso especial de las instituciones para promocionar su conocimiento y fomentar su uso entre los ciudadanos y
ciudadanas, con independencia del carácter oficial del catalán y del castellano».
Frente a ello, se diferencia el concepto de oficialidad:
«Artículo 3. Las lenguas oficiales.
1. El catalán es la lengua oficial de Cataluña, así como también lo es el castellano.
2. El catalán y el castellano, como lenguas oficiales, pueden ser utilizadas indistintamente por los ciudadanos y ciudadanas en todas las actividades públicas y privadas sin discriminación. Los actos jurídicos realizados en cualquiera de las dos lenguas oficiales tienen, por lo que se refiere a la lengua, plena validez y eficacia».
Esta distinción no es baladí jurídicamente, ya que «se puede afirmar que si uno de
los objetos de la Ley 1/1998 ha sido el desarrollo íntegro del artículo 3 EAC, el capítulo
preliminar de la ley logra plenamente tal objetivo; mediante una configuración más precisa de los principios generales de lengua propia y de lengua oficial, fundamentales en
materia de Derecho lingüístico y del principio de lengua propia, en especial porque por
vez primera la ley lo define, establece su contenido normativo y lo trata, juntamente con
el principio de oficialidad, como fundamento de la normalización lingüística»61.
2. El caso de las lenguas emergentes y sus consecuencias jurídicas
Formula el artículo 7 de la Ley de Política Lingüística de Cataluña que: «El
aranés, variedad de la lengua occitana propia del Valle de Arán, se rige, en lo que se
61. Antoni MIRAMBELL i ABANCÓ, «El catalán como “lengua propia” de Cataluña», cit., pág. 76.
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refiere al uso, por la Ley 16/1990, de 13 de julio, sobre el régimen especial del Valle de
Arán, y, supletoriamente, por los preceptos de la presente Ley, que nunca pueden ser
interpretados en perjuicio del uso del aranés».
Se corrige con ello la imprecisión que presentaba la antigua Ley 7/1983, de Normalización lingüística, en la que se refería al aranés como «lengua propia del Valle de
Arán». Desde luego, ya en la mentada Ley 16/1990, de Régimen especial de ese territorio se consideraba el aranés como «variedad de la lengua occitana y propia de Arán».
Lo cierto es que el aranés ha salvado un buen trecho en su andadura hacia su
reconocimiento legal pleno, desde lo previsto en el Estatuto de Autonomía –«El habla
aranesa será objeto de enseñanza y especial respeto y protección» (art. 3.4)–, pasando
por la derogada Ley de Normalización de 1983 –«El aranés es la lengua propia del
Valle de Arán. Los araneses tienen el derecho de conocerlo y de expresarse en el
mismo en las relaciones y los actos públicos dentro de este territorio» (art. 28.1)– hasta
la citada Ley 16/1990, en que después de la definición antes transcrita es declarado oficial en el Valle de Arán, junto con el catalán y el castellano.
Esta fluctuación de definiciones y rango en un corto espacio de tiempo no es
única del caso aranés. En el territorio que abarca desde Asturias a Santander, pasando
por León, Zamora, Salamanca, hasta Cáceres y Badajoz se registraba hasta hace poco
tiempo lo que el lingüista Alonso Zamora Vicente denominaba «restos del viejo dialecto»62, expresión que no amagaba una valoración peyorativa, ni mucho menos, sino que
quería evocar el núcleo lingüístico neolatino que cristalizó en las montañas de Asturias
y que se extendió al ritmo de la Reconquista, y que fue conocido como asturleonés.
Esta lengua incipiente, variante del latín, se vio pronto postergada por otra variante del
latín destinada a constituir un robusto tronco: el castellano. La lengua del reino vecino,
al que luego se unió el de León –se unieron ambos, Castilla y León–, pronto se afianzó
como la lengua exclusiva de la Administración y de la cultura. No por ello el asturleonés, conocido popularmente por bable, iba a desaparecer, aunque ciertamente su vitalidad se redujo al ámbito rural y a los usos cotidianos. Una consecuencia de esto es que
a lo largo de los siglos no tuvo una producción formal o escrita, cosa que favoreció
además su fragmentación y la permeabilidad frente al contacto con el castellano. El
bable no tuvo el cultivo literario de su vecina lengua gallega o de la catalana, en el siglo
XIX, que para estas lenguas fue un renacimiento, ni tuvo tampoco el impulso de ningún
movimiento político.
Así, en el Estatuto de Autonomía el bable es reconocido pero no calificado:
«1. El bable gozará de protección. Se promoverá su uso, su difusión en los medios
de comunicación y su enseñanza, respetando en todo caso las variantes locales y la
voluntariedad en su aprendizaje. 2. Una ley del Principado regulará la protección,
uso y promoción del bable»63.
En contraste a lo que acabo de transcribir, en 1998 el Consejo de Gobierno del
Principado dictó la Ley 1/1998, de 23 de marzo, de Uso y promoción del bable/asturiano, en el que se establece en su artículo 1: «El bable/asturiano, como lengua tradicional de Asturias, gozará de protección. El principado de Asturias promoverá su uso,
difusión y enseñanza». Y en su artículo 2: «El régimen de protección, respeto, tutela y
desarrollo establecido en esta Ley para el bable/asturiano se extenderá, mediante regulación especial al gallego/asturiano en las zonas en las que tiene carácter de modalidad
lingüística propia».
62. Alonso ZAMORA VICENTE, Dialectología española, Gredos, Madrid 1996 [1ª ed.: 1960], pág. 84.
63. Ley Orgánica 7/1981, de 30 de diciembre, según redacción dada por Ley Orgánica 1/1999, de 5 de
enero, de reforma de la anterior.
ESTUDIOS
En esta misma Ley se establece que todos los ciudadanos no sólo «tienen derecho a emplear el bable/asturiano y a expresarse en él, de palabra y por escrito» (art.
4.1), sino que, asimismo, «se tendrá por válido a todos los efectos el uso del bable/asturiano en las comunicaciones orales o escritas de los ciudadanos con el Principado de
Asturias» (art. 4.2), de lo que se infiere que el denominado bable/asturiano puede ser la
lengua de los administrados, si éstos la eligen, en sus relaciones con la Administración,
la cual se presume que también podrá usar el bable/asturiano para responder a los ciudadanos, ya que aunque no lo dice expresamente, sí establece que: «El Principado de
Asturias propiciará el conocimiento del bable/asturiano por todos los empleados públicos que desarrollen su labor en Asturias» (art. 4.3), abriendo la posibilidad de ser valorado en oposiciones y concursos convocados por el Principado, en su caso. También se
establece que las publicaciones institucionales de aquella Comunidad, ya sean disposiciones, resoluciones, acuerdos o leyes, podrán publicarse en bable/asturiano, mediante
edición separada del Boletín Oficial de la Comunidad; del mismo modo que las publicaciones, impresos, modelos, folletos o anuncios institucionales podrán ser publicados
indistintamente en castellano, bable/asturiano o en las dos lenguas, aunque «si hubieran
de surtir efectos frente a terceros, deberán ser publicados obligatoriamente en castellano, sin perjuicio de que puedan serlo también en bable/asturiano» (art. 5).
Parece desprenderse de ello que el legislador deseaba otorgar al bable/asturiano
una especie de oficialidad enmascarada, pues en ningún lugar se expresa fehacientemente que éste es lengua oficial, ni tampoco lengua propia. De ahí, que el jurista, al comentar las sentencias del Tribunal Constitucional 27/1996, 48/2000 y 49/2000, sobre el uso
del bable, dice, refiriéndose a la citada Ley 1/1988, de uso y promoción del bable/asturiano, a partir de lo establecido en su artículo 2.2 que he transcrito más arriba:
«Nótese ya que esa validez a todos los efectos del uso [administrativo] del
bable/asturiano queda limitada al ámbito de las relaciones entre los ciudadanos y
el Principado de Asturias.
No abarca las relaciones con la Administración local asturiana, ni siquiera en aquellos casos –previstos en el art. 8– de que el Principado concierte con algún Ayuntamiento planes específicos para el efectivo uso del bable/asturiano en los respectivos
concejos o de que los Ayuntamientos puedan adoptar las medidas necesarias para
la efectividad de ejercicio de los derechos lingüísticos de los ciudadanos. A mi
entender en estos casos no es aplicable aquella regla del artículo 4.2.
Tampoco se aplica en el ámbito de las relaciones de los ciudadanos con los órganos
del Estado que puedan existir en el territorio de la Comunidad autónoma.
Nótese también que en ningún momento se dice que el bable/asturiano –al que se
califica de lengua en los arts. 1 y 5.2– sea lengua oficial, sino que es lengua tradicional de Asturias (art. 1) y que las publicaciones, impresos, etc., podrán hacerse
en castellano, bable/asturiano, o en las dos lenguas (art. 5.2). Y tampoco se utiliza
una fórmula igual o parecida a la que emplean los Estatutos de las Comunidades
bilingües con lengua oficial propia [por ejemplo, la catalana: “La lengua propia de
Cataluña es el catalán”, “El idioma catalán es el oficial de Cataluña, así como el
castellano, oficial en todo el Estado español. 3 del Estatuto catalán)].
Y téngase presente, por último, que la situación del bable/asturiano no tiene nada
que ver con la del aranés en Cataluña, donde hay tres lenguas oficiales: el catalán y
el español para todo el territorio catalán, y el aranés para el Valle de Arán. [...]
Por todo ello hay que concluir [...] que en Asturias propiamente no hay más que
una lengua oficial propia que es el español [...], y una lengua tradicional, el
bable/asturiano, que de hecho funciona como oficial, aunque únicamente para las
relaciones entre los ciudadanos (sic) y el Principado de Asturias64.
64. Francisco GONZÁLEZ NAVARRO y José Francisco ALENZA GARCÍA, Derecho de petición. Comentarios
a Ley Orgánica 4/2001, de 12 de noviembre, Civitas, Madrid 2002, págs. 575-576.
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También puede causar desconcierto el artículo 8 de la misma Ley, al decir:
«1. Los ayuntamientos asturianos podrán adoptar medidas necesarias para asegurar la efectividad del ejercicio de los derechos lingüísticos que esta Ley otorga a
los ciudadanos residentes en Asturias.
2. El Principado de Asturias podrá concertar con los ayuntamientos planes específicos para el efectivo uso del bable/asturiano en los respectivos concejos, a cuyo fin
podrá subvencionar los servicios y actuaciones que fueran precisos».
Pues al establecer que los Ayuntamientos «podrán adoptar medidas necesarias
para asegurar la efectividad del ejercicio de los derechos lingüísticos» de los ciudadanos puede dar lugar a que estas «medidas» acaso invadan la competencia de la Comunidad Autónoma, lo que contravendría la Norma constitucional (art. 3)65.
En julio de 2002 se admitió a trámite por la Mesa de la Cámara una proposición de ley del Grupo Parlamentario de Izquierda Unida de Asturias, de modificación
de la Ley 1/1998, de 23 de marzo, para introducir en la misma la expresión «lengua
asturiana», pues a su juicio la denominación bable/asturiano «resulta confusa y no
responde a los más recientes criterios filológicos [sic], que mayoritariamente adoptan para referirse a ella la de “lengua asturiana” o, más sencillamente, “asturiano”».
En octubre del mismo año fue rechazada la toma en consideración de dicha proposición de ley.
De forma análoga a la formación del asturleonés, al oriente de la cuña central
que representaba el castellano, surgió el aragonés, que presenta un correlato con el
occidente leonés, en cuanto a fenómenos fonéticos, zonas extremas de interpenetración
y confusión de rasgos66. Aunque en el siglo XIV en la Cancillería real de la Corona de
Aragón se redactaban los documentos en las dos lenguas de la Corona, el catalán y el
aragonés, además de en latín, la lengua de la cultura en esos reinos era el catalán
–excepción hecha del uso del provenzal para el cultivo de la poesía trovadoresca, cuya
influencia había de pervivir hasta Ausias March–67.
En su Estatuto de Autonomía, Aragón proclamó, en el artículo 7, que:
«Las diversas modalidades lingüísticas de Aragón gozarán de protección, como
elementos integrantes de su patrimonio cultural e histórico»68.
65. En la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Asturias de 5 de octubre de 2000 se anuló un
Acuerdo del Pleno extraordinario del Ayuntamiento de Bimenes, de 5 de julio de 1997, en el que se declaraba la oficialidad de la «llingua asturiana» dentro del Concejo. Acuerdo que se firmó aun con anterioridad a
la Ley 1/1998 que vengo comentando.
De resoluciones análogas en las que Corporaciones municipales se arrogan competencias del Gobierno
autonómico también se ha ocupado el Tribunal Supremo. Así en la sentencia de 9 de julio de 2001, en la
que se anularon los Acuerdos del Ayuntamiento de Munitibar (País Vasco), y en la que se afirma: «El
fomento y desarrollo del uso del euskera no es competencia de los municipios, pues de forma inequívoca tal
competencia corresponde a la Comunidad Autónoma del País Vasco, según establece el artículo 6 del Estatuto de Autonomía».
66. A. ZAMORA VICENTE, op. cit., pág. 211.
67. «Es bien sabido que la Cancillería fue rígidamente estructurada y reorganizada por Pedro el Ceremonioso, quien llamó a toda una serie de escribanos, secretarios, protonotarios y otros funcionarios de
gran eficacia y competencia sobre quienes recaía el cometido de llevar toda la correspondencia emanada
del consejo y de la casa reales, correspondencia que había de ser cuidadosamente conservada en copias
[...]. Esta correspondencia –cartas, nombramientos, instrucciones a embajadores, informes secretos, tratados de paz, contratos, etc.–, que extendían por todos los rincones de los reinos que constituían la Corona
de Aragón y que era el medio de relaciones diplomáticas con otros reyes y países, era redactada con especial cuidado por los secretarios y escribanos, diestros en el manejo de las tres lenguas que, utilizando un
neologismo, podríamos denominar “oficiales”, o sea el latín, el catalán y el aragonés.» (Martí DE RIQUER,
Història de la literatura catalana. Vol. III, Ed. Ariel, Barcelona 1984 [1ª ed.: 1964], pág. 10 (En catalán en
el original).
68. Ley Orgánica 8/1982, de 10 de agosto.
ESTUDIOS
Este fue uno de los artículos modificados por la Ley Orgánica 5/1996, de 30 de
diciembre, que lo dejó con la siguiente redacción:
«Las lenguas y modalidades lingüísticas propias de Aragón gozarán de protección.
Se garantizará su enseñanza y el derecho de los hablantes en la forma que establezca una Ley de Cortes de Aragón para las zonas de utilización predominante de
aquellas».
Sin embargo, lo que no dice el texto legal es cuáles sean estas «lenguas y modalidades lingüísticas propias de Aragón», y el lector, que en este caso es quien escribe
estas líneas, se pregunta, ante tal indefinición, qué lenguas y/o modalidades van a
enseñarse, además de formularse algunas preguntas sobre si se refiere a unas lenguas
determinadas y a determinadas variantes de éstas, o a unas lenguas determinadas y a
unas determinadas variantes de otra u otras lenguas. Y, en fin, se pregunta si estas lenguas y/o modalidades cuentan con su correspondiente estándar, con normas ortográficas sistematizadas que hagan posible la garantizada enseñanza.
La Ley 3/1999, de 10 de marzo, del Patrimonio Cultural Aragonés, parece venir
en nuestro auxilio para sacarnos de dudas, pues en su artículo 4, bajo el epígrafe «Lenguas minoritarias», establece que:
«El aragonés y el catalán, lenguas minoritarias de Aragón, en cuyo ámbito están
comprendidas las diversas modalidades lingüísticas, son una riqueza cultural propia y serán especialmente protegidas por la Administración».
Aquí no especifica qué cosa sean estas «diversas modalidades lingüísticas», y
podemos sobrentender que con este «las» se ha querido decir «del territorio aragonés»,
pero al menos sabemos que se trata de modalidades del aragonés y del catalán. Ante lo
cual, quien lee se pregunta ahora si, como supone, se va a enseñar el catalán estándar, y
en el caso del aragonés sigue cuestionándose si está lo suficientemente fijado y normativizado para poder ser, en efecto, aprendido de forma sistemática.
Miquel Siguan define el aragonés como «uno de los núcleos de cristalización de
nuevas lenguas a partir de la descomposición del latín surgido en los valles centrales de
la cordillera pirenaica, pero [...] de modo parecido a lo ocurrido con el asturiano la temprana expansión del castellano por las tierras aragonesas confinó la lengua naciente a
los valles pirenaicos y a un uso exclusivamente oral, y así ha sobrevivido en forma de
hablas locales o comarcales (fablas) prácticamente convertidas en dialectos del castellano aunque manteniendo muchos rasgos propios»69. En cuanto al aragonés y al catalán
hablados en Aragón, hay que entender por tales, dice Siguan, que son «el antiguo aragonés conservado en los valles pirenaicos y el catalán hablado en territorios limítrofes
con Cataluña, la llamada franja oriental o de “ponent”, según el lugar donde se contempla»70.
En cualquier caso, se habla de «lenguas minoritarias», pero nada se dice sobre
su oficialidad o propiedad. Incluso en la redacción vigente del Estatuto el aserto de
«lenguas y modalidades lingüísticas propias de Aragón gozarán de protección» no
puede, de ningún modo, tomarse stricto sensu como una declaración de lengua propia
de la Comunidad en el sentido y con la carga que en otro lugar de este trabajo he señalado, y al referirse únicamente al aspecto de protección de las mismas, sin más regulaciones específicas, el uso y el aprendizaje de éstas no pueden tener más relevancia que
un acto de libertad privada y de hecho cultural, sin ningún valor ni trascendencia en lo
público, como, asimismo, al no preverse explícitamente su uso en las relaciones con la
Administración ni por parte de ésta, la presencia de estas «lenguas y modalidades» será
válidamente nula en lo público.
69. M. SIGUAN, op. cit., págs. 155-156.
70. M. SIGUAN, op. cit., pág. 268.
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3. El Anteproyecto de una Ley de Lenguas de Aragón
Dice la Disposición Final Segunda de la citada Ley 3/1999, del Patrimonio Cultural Aragonés:
«Disposición Final Segunda. Lenguas de Aragón
Una ley de lenguas de Aragón proporcionará el marco jurídico específico para
regular la cooficialidad del aragonés y del catalán, lenguas minoritarias de Aragón,
así como la efectividad de los derechos de las respectivas unidades lingüísticas,
tanto en lo referente a la enseñanza de y en la lengua propia, como a la plena normalización del uso de estas dos lenguas en sus respectivos territorios».
En efecto, existe un Anteproyecto de Ley de Lenguas de Aragón71. Con esta
futura ley, si algún día llega a aprobarse, las Cortes de Aragón abordarían «el reconocimiento legal del aragonés y del catalán como lenguas propias de Aragón; el respeto a
las modalidades o variantes locales de ambas lenguas; su enseñanza; la reglamentación
de la toponimia tradicional, con un plan de señalizaciones; el apoyo a publicaciones,
manifestaciones y medios de comunicación en las lenguas minoritarias; y la creación
de un órgano administrativo encargado de la normalización lingüística» (Preámbulo).
Con ella, el legislador pretende declarar lenguas oficiales al aragonés y al catalán junto
con el castellano, siguiendo un criterio territorial, de inspiración semejante a lo que
vimos para Navarra.
4. Conflictos entre realidad y voluntad política: diferenciación, tradicionalismo y
lengua estándar
El Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana72 reconoce en su artículo 7:
«Art. 7º.
1. Los dos idiomas oficiales de la Comunidad Autónoma son el valenciano y el
castellano. Todos tienen derecho a conocerlos y usarlos.
2. La Generalidad Valenciana garantizará el uso normal y oficial de las dos lenguas
y adoptará las medidas necesarias para asegurar su conocimiento.
3. Nadie podrá ser discriminado por razón de su lengua.
4. Se otorgará especial protección y respeto a la recuperación del valenciano.
5. La ley establecerá los criterios de aplicación de la lengua propia en la Administración y en la enseñanza.
6. Mediante ley se delimitarán los territorios en los que predomine el uso de una y
otra lengua, así como los que puedan exceptuarse de la enseñanza y del uso de la
lengua propia de la Comunidad».
Poco después se dictó la Ley 4/1983, de 23 de noviembre, de uso y enseñanza
del valenciano, en cuyo Preámbulo proclamaba: «Ante la situación diglósica en que se
encuentra la mayor parte de nuestra población, consiguiente a la situación de sojuzgamiento del valenciano mantenida durante la historia de casi trescientos años, la Generalitat, como sujeto fundamental en el proceso de recuperación de la plena identidad del
pueblo valenciano, tiene el derecho y el deber de devolver a nuestra lengua el rango y
lugar que merece, acabando con la situación de abandono y deterioro en que se encuentra. Nuestra irregular situación sociolingüística exige una actuación legal que, sin más
demora, ponga fin a esta postración, y propiciando la utilización y enseñanza del valenciano, logre su total equiparación con el castellano».
71. Por Orden de 13 de marzo de 2001, del Departamento de Cultura y Turismo, se sometió este Anteproyecto de Ley de Lenguas de Aragón a información pública.
72. Ley Orgánica 5/1982, de 1 de julio. Normas de desarrollo: Ley 4/1983, de 18 de abril, sobre el uso y
enseñanza del valenciano.
ESTUDIOS
En efecto, en el artículo 2 de esta Ley se declara al valenciano «lengua propia de
la Comunidad Valenciana y, en consecuencia, todos los ciudadanos tienen derecho a
conocerlo y a usarlo, oralmente y por escrito, tanto en las relaciones privadas como en
las relaciones de aquellos con las instancias públicas». Sin embargo, el valenciano no
puede considerarse, estrictamente, como la lengua propia de todo el territorio que forma
la Comunidad, como queda manifiesto en el título V de esta Ley, en el que bajo el epígrafe «De los territorios predominantemente valenciano-parlantes y castellano-parlantes» se hace una enumeración de los términos municipales de predominio lingüístico
valenciano y de los de predominio lingüístico castellano. En efecto, esta diferenciación
viene del siglo XIII, en que Valencia fue conquistada a los árabes por el rey Jaime y
repoblada por catalanes y aragoneses, estos últimos de lengua castellana, por lo que ya
desde entonces se distinguen dos zonas lingüísticas: la costera y más extensa, de lengua
catalana, y una interior, más reducida, de lengua castellana, que coinciden aproximadamente con los límites de la colonización que siguió a la conquista73.
Por esta razón, a lo que parece aspirarse desde el Gobierno de esta Comunidad
es conseguir una equiparación de ambas lenguas, en cuanto a la libertad de su uso y la
competencia lingüística de los hablantes de cada una de ellas, sin decidirse a discriminar positivamente a la lengua más débil, que es el valenciano. Así, se propone «garantizar, con arreglo a principios de gradualidad y voluntariedad, el conocimiento y uso del
valenciano a todo el ámbito territorial de la Comunidad» (art. 1.2.e), y proclama repetidamente que deberá evitarse la discriminación por el hecho de emplear cualesquiera de
las dos lenguas oficiales (arts. 4 y 5); y aunque en el artículo 7 se declare que «el valenciano, como lengua propia de la Comunidad Valenciana, lo es también de la Generalitat
y de su Administración Pública, de la Administración Local y de cuantas Corporaciones e Instituciones Públicas dependen de aquéllas», se deja a la elección de los administrados interesados la elección de la lengua, por lo que la declaración de lengua propia y lo que sigue queda prácticamente en retórica. En definitiva, se trata de una Ley
«tímida», en la que junto al deseo de que se equiparen ambas lenguas en base a la propia libertad en la elección de uso, se constata una cierta falta de incentivos y promoción
de la lengua propia, ya porque no se consideren acciones necesarias o convenientes, ya
por no haberse alcanzado la determinación de las más adecuadas. No observado siquiera un régimen de duplicidad de las dos lenguas en los documentos y actuaciones, el criterio parece dejarse a la elección de la persona, tanto de funcionarios como de ciudadanos-administrados, respondiendo, por tanto, más a las preferencias y a los intereses
particulares que a un criterio propiamente de interés público.
Por su parte, la denominación de la lengua propia de la Comunidad Valenciana
como valenciano tiene evidentes connotaciones políticas, ya que se estimó que aceptar la
denominación de «lengua catalana», como hizo la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares, constituía una especie de sometimiento a Cataluña, alegando, por lo demás, que al
menos desde el siglo XV los autores valencianos y en general la población ha usado siempre la expresión «valenciano» para referirse a su lengua y que, por consiguiente, «catalán»
resultaba extraño. Miquel Siguan expone la situación con esta claridad esquemática:
«... en cuanto los romanistas empezaron a interesarse por la lengua catalana con
criterios científicos la unidad de la lengua quedó patente y desde entonces nadie la
ha puesto en duda. Con una única excepción, hace algún tiempo surgieron en
Valencia voces que sostienen que el valenciano es una lengua distinta del catalán y
que apoyan su opinión en el hecho de que cuando los catalanes conquistaron
Valencia a los árabes en el siglo XIII en Valencia residía una población mozárabe
que hablaba ya el valenciano. El hecho ya citado de que en los siglos de la decadencia fuese frecuente la denominación de valenciano les ofrece un argumento
suplementario.
73. M. SIGUAN, op. cit., pág. 201.
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La argumentación es de escaso peso y no ha encontrado ningún lingüista prestigioso que la comparta. [...]
Otra cosa es evidentemente el nombre que reciba la lengua. Valenciano puede significar tanto una lengua distinta como la denominación de una variedad del catalán.
El problema surge cuando se entiende que llamar catalán a la lengua común implica reconocer una dependencia respecto a la modalidad de lengua hablada en Cataluña. Y es en esta perspectiva de rechazar toda posible subordinación a Cataluña
donde hay que entender la reivindicación de la singularidad del valenciano como
lengua distinta»74.
Abundando en lo mismo, he aquí lo que el venerable romanista Antoni M. Badia
i Margarit dice al respecto:
«Desde el siglo XV existe una tradición por la que el habla del antiguo reino de
Valencia recibía predominantemente el nombre de valenciano. La denominación
privativa no era exclusiva, ni mucho menos, sino compartida con la tradicional de
catalán (como lo prueban documentos suficientemente explícitos), por lo menos
hasta el último tercio del siglo XV [...]. En círculos eruditos, se la denominaba asimismo lemosín, entre la primera mitad del siglo XVI y la segunda mitad del XIX.
También entre los ilustrados75 de Cataluña. “En llemosí sonà lo meu primer
vagit”,escribía Bonaventura Carles Aribau en 1833.
Estructurada, en la segunda mitad de la decimonovena centuria, la filología románica como una disciplina científica, se vio con claridad meridiana que las hablas de
todo el ámbito geográfico citado no sólo constituían una sola lengua, sino que
recibían una denominación impropia. Y, sin que nadie hiciera de ello problema
alguno, con toda naturalidad esta lengua conservó o retomó en todas partes su
nombre más extendido, más admitido y más entendido. En efecto: la denominación
de lengua catalana es única y universal en los medios científicos internacionales y
no ha habido jamás ningún especialista que lo haya puesto en duda. [...] Esto no se
contradice con un fuerte sentimiento psicolingüístico colectivo existente en Valencia ni con una no menos fuerte conciencia particularista de sus habitantes; aquel
sentimiento y esta conciencia explican que el término valenciano se haya mantenido vivo hasta nuestros días. Se trata de la expresión legítima de un particularismo
onomástico que se acepta en el uso corriente, informal y familiar de la lengua, y
que tiene un paralelo en otras expresiones, como son, por ejemplo, las que utilizan
los catalanohablantes insulares (mallorquín, menorquín, etc.)»76.
En definitiva, puede decirse que hay sobre este asunto poco que discutir en el
terreno científico, en cuanto a la filiación del valenciano, pues los datos hablan por sí
solos. Existen no sólo los hablantes mismos, que a través de su propio hablar ponen de
manifiesto que no existen varios diasistemas diferenciados, sino además una larga y
rica tradición literaria, amén de una ya dignísima representación de filólogos y científicos estudiosos de la lengua, cuyo pater –igual que Saussure lo es para la lingüística
moderna– fue Pompeu Fabra (1868-1948) cuya labor, principalmente, junto con la de
Manuel Sanchis Guarner (1911-1981) para Valencia y Francesc de Borja Moll (19031989) para las Baleares, fue decisiva para la fijación de las normas ortográficas que en
nuestros días se encuentran plenamente asentadas.
Se trata, por tanto, de un problema de posturas encontradas en lo político, apoyadas en ese sentimiento psicolingüístico colectivo y la conciencia particularista de los
habitantes de que habla Badia. Los filólogos valencianos Antoni Ferrando y Miquel
Nicolás lo expresan sin tapujos:
74. M. SIGUAN, op. cit., pág. 133.
75. Badia usa aquí la palabra lletraferits, de difícil traducción, literalmente «letraheridos».
76. Antoni M. Badia i Margarit, Gramàtica de la llengua catalana, Enciclopèdia Catalana, Biblioteca
Universitària, 22, Barcelona 1994, pág. 22. (En catalán en el original).
ESTUDIOS
«El eco popular de las tesis que propugnan la existencia de una lengua valenciana
independiente de la catalana se basa fundamentalmente en una mera manipulación
onomástica, pero la habilidad de los secesionistas ha consistido en explotar las
diferencias internas, por otra parte no demasiado significativas, entre el catalán de
Valencia (lengua valenciana) y el de Barcelona (lengua catalana), cuando, en realidad, el catalán de Valencia es dialectalmente el mismo que el de toda la Cataluña
occidental. Mejor dicho, la habilidad de los secesionistas ha consistido en explotar
demagógicamente la ignorancia de este hecho lingüístico y los prejuicios generalizados entre catalanes y valencianos al identificar el habla barcelonesa, o catalán
central, con la lengua de toda Cataluña»77.
«Por otra parte, el año 1932 se firmaron las normas ortográficas llamadas
de Castellón78, seguidas durante cuarenta años sin problemas por los literatos valencianos. Posteriormente, desde los años setenta esta normativa ha sido contestada
por sectores culturales y políticos, si bien la mayor parte de la producción esta
escrita en valenciano ha seguido redactándose de acuerdo con aquellas primeras
normas más o menos desarrolladas.
También hemos de decir que, al amparo del Estatuto de Autonomía y del
autogobierno que el Estatuto ha hecho posible, hemos asistido últimamente a una
clara mejora en el nivel de consideración y de prestigio sociales del valenciano
[...]. Desgraciadamente, esta mejora se encuentra obstaculizada por [...] ...un conflicto sobre el nombre, la naturaleza y la normativa de la lengua propia de los
valencianos que impiden la salud de ésta y que acumula dificultades en el proceso
de recuperación de la lengua que debería identificarnos y unirnos como valencianos, en vez de separarnos. [...]
Es necesario que la cuestión de nuestra lengua propia sea sustraída a partir
de ahora del debate partidista cotidiano y se convierta así en el objeto de un debate
sereno entre los partidos. [...]
El valenciano, idioma histórico y propio de la Comunidad Valenciana,
forma parte del sistema lingüístico que los correspondientes Estatutos de Autonomía de los territorios hispánicos de la antigua Corona de Aragón reconocen
como lengua propia»79.
La consecuencia de todo ello no es, en ningún caso, positiva para la lengua que
se pretende proteger, y así se constata en las propias palabras de la Academia Valenciana de la Lengua, que en el Preámbulo de la Ley 7/1998, de 16 de septiembre, de su creación, dice:
IV. REFLEXIÓN FINAL
No cabe duda de que una de las más trascendentales apuestas de la Europa de
nuestros días es la de trabajar por la salvaguardia de los derechos y libertades de la persona, y ahí está la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, que fue
proclamada en el Consejo de Niza en diciembre de 2000. En la vertiente lingüística, la
77. Antoni FERRANDO y Miquel NICOLÁS, Panorama d’història de la llengua, Tàndem Edicions, Valencia 1993, pág. 209. (En catalán en el original).
La tentación del «secesionismo» lingüístico, casi siempre sustentada en la exaltación de lo local y lo
tradicional, existe en todas las lenguas. Para el caso del andaluz respecto del andaluz puede verse, v.g.:
José MONDÉJAR, Dialectología andaluza, Universidad de Málaga, 1991. Asimismo, en esta línea trabaja
la Real Academia Española de la Lengua con sus acuerdos institucionales con las Academias americanas,
etc.
78. Las Normas de Castellón, de 1932, recogen la normativa fijada por Pompeu Fabra en su Gramática
catalana de 1918, en parte fruto del consenso buscado para lograr la estandarización de la lengua, es decir,
prepararla para «la vida moderna» en todos sus ámbitos y niveles.
79. La Academia Valenciana de la Lengua tiene un carácter consultivo. Personalmente, me sorprende
que el Gobierno Valenciano tome acuerdos sobre «adoptar y hacer propias como oficiales» determinadas
soluciones lingüísticas referidas al léxico o a características morfosintácticas.
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Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias, si bien sus disposiciones no son
directamente aplicables, sino que establecen simples principios de carácter programático con la finalidad de guiar la política de los Estados Parte, ha infundido notables esperanzas a los ciudadanos europeos hablantes de lenguas minoritarias o no coincidentes
con la lengua oficial de la totalidad del Estado.
En España, este somero repaso por la normativa de los derechos lingüísticos nos
ha mostrado como en cada Comunidad se aplican los criterios que cada cual considera
más necesarios y ajustados a sus respectivas circunstancias sociolingüísticas, respondiendo así no sólo al evidente impulso de descentralización, sino a la lógica de que el
pluralismo lingüístico debe conllevar un pluralismo institucional y jurídico, pues éste
garantizará mejor las singularidades lingüísticas –que son las que aquí y ahora nos interesan–.
Quizá en lo conceptual habría que pedir en ocasiones una mayor claridad al
legislador, para evitar situaciones equívocas. Así, parece que los conceptos aceptados
como válidos para tener consecuencias jurídicas son el de lengua propia y lengua oficial, definidos, como hemos visto, en la Ley de Política Lingüística de Cataluña. El
resto de denominaciones corresponderían a conceptos más bien sociolingüísticos y no
tendrían, por tanto, trascendencia jurídica. Estas son: lengua minoritaria, lengua minorizada, lengua tradicional, lengua nacional, lengua regional, modalidad tradicional,
modalidad propia.
Por su parte, las bellas declaraciones por sí solas poco hacen avanzar una lengua
si no se cuenta con el apoyo de un corpus legal que regule todos los aspectos posibles,
sin perjuicio de que en esa marcha hacia la igualdad pueda darse una eventual restricción de ciertos derechos que puedan asistir a los ciudadanos.
Sea como fuere, no hay que olvidar de dónde arranca y cuál es el objetivo del
reconocimiento de la diversidad lingüística. Del mismo modo que tampoco puede creerse que el principio de igual valor de las diversas lenguas, con independencia de su
difusión internacional y estatal, grado de normativización y desarrollo, deja de tener en
la realidad su punto falaz, cuando se cae en la cuenta de las exigencias lingüísticas que
se nos presentan a cada momento y que, de hecho, caracterizan a una sociedad como la
nuestra, mucho más basada en la palabra de lo que popularmente se cree, más aún con
el crecimiento de los campos especializados de las ciencias y de la técnica, y de la
misma comunicación social, que exigen una lengua sin lagunas y tremendamente viva.
De lo contrario, el salto a otra lengua con esas características, que satisfaga todas esas
necesidades, es el paso seguro que dará el hablante.
Hemos visto como, en España, el asturiano y el aragonés desean ser considerados lenguas, con probabilidad para lograr en su día la cooficialidad junto con el castellano. No obstante, un proceso tal implica un importante esfuerzo normalizador, pues
sin una variedad común a todos los hablantes y fijada normativamente y aceptada difícilmente podrá lograrse su presencia efectiva y su funcionalidad.
En el caso del euskera, su diversidad obligó a crear una «lengua de compromiso» a fin de resultar manejable como lengua estándar. De hecho, éste no es un caso
raro. Recientemente, se ha producido algo parecido en Suiza, en el cantón de los Grisones, donde se habla el romanche. En realidad, habría que hablar de la comunidad
romanche, pues su lengua se halla fragmentada en cinco variantes (el sursilvan, el sutsilvan, el sumiran y el ladino, formado por el puter y el valladar). En 1992 se creó el
rumantch grischum, lengua de compromiso creada con las variantes más resistentes (el
sursilvan, el ladino y el sumiran)80.
Por su parte, el valenciano quiere segregarse de su tronco común por razones
extralingüísticas, por cuyo motivo se crean situaciones y se toman decisiones que pueden desvirtuar el principio que guía desde su origen el reconocimiento de la pluralidad
ESTUDIOS
lingüística, tan íntimamente ligado a los derechos de la persona y, por ende, a los derechos de la comunidad.
Y sin embargo, nunca hay que olvidar que el verdadero señor de la lengua es el
hablante. Éste sabe que la palabra no sólo es la clave de la comunicación, es la clave de
las ideas.
Tampoco hay que minusvalorar otro aspecto, después de haberme referido repetidamente a Europa. A raíz del Año Europeo de las Lenguas celebrado a lo largo del
año 2001 se formularon diversas declaraciones de carácter político proponiendo que los
europeos debían terminar su escolaridad sabiendo al menos dos lenguas, propuesta que
fue respaldada a nivel europeo por el Consejo de Barcelona. También ganó terreno la
opinión de que «es importante garantizar un nivel de comunicación en inglés de todos
los ciudadanos, pero que no basta con esta lengua». Y es que la diversidad lingüística
no puede ser una barrera, ahora que las económicas se derrumban.
Y llegados aquí, cierro el círculo.
«La cultura política es más lingüística que social psicológica ... la política es una
actividad a través de la cual los individuos y los grupos de una sociedad articulan,
negocian, ejecutan e imponen sobre sí y los demás y sobre el conjunto. La cultura política es, en este sentido, el conjunto de discursos o de prácticas simbólicas a través de
las cuales esas aspiraciones se presentan... De este modo, la autoridad política es, en
esta perspectiva, una cuestión de autoridad lingüística»81.
80. Alexandre PAPAUX, «Teoría y práctica de los órganos judiciales plurilingües en Suiza. Lenguas judiciales y conocimientos lingüísticos requeridos a los jueces», en La Administración de Justicia en un Estado
plurilingüe, Cuadernos de Derecho Judicial, III, CGPJ, Madrid 1999, pág. 82.
81. Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA, La lengua de los derechos. La formación del derecho público europeo tras la Revolución francesa, cit., pág. 41.
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