tu traje es un campo de batalla

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TU TRAJE
ES UN CAMPO
DE BATALLA
El título de esta presentación parafrasea una obra de
la artista americana Barbara Kruger, el retrato de una
mujer dividido verticalmente jugando con la imagen
positiva y negativa, en el que aparece sobreimpresionado, como una advertencia, el título en inglés de la
obra: Your body is a battleground (Tu cuerpo es un
campo de batalla). Kruger en 1989 estaba cuestionando el rol de la mujer en el entorno social occidental
capitalista de los años ochenta. Mujer blanca que es a
un tiempo objeto de deseo y ama de casa, y en cuyo
interior se debatían ferozmente la realidad impuesta y
la soñada.
El traje ha servido desde los años 70 a los artistas para
cuestionar y replantear los roles sociales, y en concreto la conflictiva relación entre lo masculino y lo femenino, así como las problemáticas estructuras de poder y
de estatus que son representadas por el mundo de la
moda.
Me parecía sintético parafrasear este título e iniciar la
presentación del Seminario de Lecturas de Arte
Contemporáneo que hoy comienza, con este juego de
sustitución por el cual el traje en nuestra sociedad se
convierte a menudo en el propio sujeto.
El objetivo de este seminario consiste, más que en dar
respuestas o delimitar fronteras, en crear un marco de
reflexión, donde redes de ámbitos como el arte, la
moda, la psicología o la sociología se entrelazan para
intentar discernir las implicaciones y mutuas referencias de dichas disciplinas, y para abordar, desde posturas bien diferenciadas, los varios aspectos que pueden configurar el tema
El seminario se plantea un objetivo principal que ha
guiado la elección de los participantes en el mismo,
tan diferentes entre sí. A lo largo de las lecturas que
tendrán lugar hoy y durante los próximos cuatro miércoles, vamos a reflexionar sobre las implicaciones que
tiene el uso de los elementos propios del mundo de la
indumentaria y de la moda por los artistas contemporáneos.
A
C
T
A
S
Javier Chavarría Díaz
Esta reflexión tiene lugar, precisamente aquí, en el
Museo del Traje que tan gentilmente acoge esta propuesta de la Universidad Europea de Madrid, frente a
la emergente confusión de la que somos testigos entre
arte y cultura en algunos foros artísticos.
Más o menos recientemente, actividades como el
diseño gráfico, la ilustración o mismamente la moda se
han incorporado a los canales de difusión del mundo
del arte, y contribuyen a la confusa sensación de que
todo es, en el fondo, la misma cosa.
Que el arte moderno y contemporáneo se ha preocupado de alguna manera por el traje y su extensión en
la moda ha quedado patente en todo el ciclo de conferencias que ha tenido lugar recientemente en esta
sede, en el que se profundizó en este interés de los
artistas por representar la moda del momento como
cronistas del gusto, como cronistas del estatus de sus
contemporáneos, y las implicaciones en paralelo de
ambos mundos: el del desarrollo de un mundo de la
industria de la creación de moda, con Frederick Worth
y Paul Poiret a la cabeza ya en 1900, y el de una serie
4
de artistas preocupados por la producción textil y por
el modelado del cuerpo, como Mariano de Fortuny y
Madrazo, Lyubov Popova o Sonia Delaunay. Se trataba de un ejercicio en paralelo que tenía en muchos
casos como espacio sinérgico el terreno de la escena
teatral. Muchos artistas a lo largo del siglo XX han trabajado en torno al mundo de la moda a menudo como
una salida comercial, aunque su producción artística
corría después por otros cauces bien diferenciados.
Pienso en Man Ray, en René Magrit o en los escaparates que diseñaba Andy Warhol, recién salido de la
escuela, mientras luchaba por integrarse en el panorama comercial y cultural del Nueva York del momento.
Este tipo de relaciones no son en absoluto el marco de
reflexión del presente seminario. No hablaremos aquí
de artistas que hacen trajes que se pueden usar en el
aspecto convencional que el uso de un traje tiene, ni
tampoco de artistas que trabajan en alguno de los
aspectos del mundo de la moda, sino más bien de
artistas cuya producción artística usa elementos propios de la indumentaria (más allá de la extensión
comercial de la misma entendida como moda) para
realizar sus obras.
Olimpia, Eduard Manet. 1865. Museo d´Orsay, París
© Patrice Schmidt, Paris, musée d'Orsay
Es ya desde el periodo moderno cuando aparece la
fisura en el planteamiento artístico que se ocupa del
traje, cuando aparece el traje como una potente arma
de denuncia y desarticulación de los mecanismos
sociales. Me interesa justamente cuando el artista usa
el traje como una herramienta para desenmascarar la
realidad del sujeto, más que para revestirla.
Cuando el movimiento impresionista, en el último tercio del siglo XIX, sustituye en los lienzos los grandes
temas de historia o de religión por la representación de
momentos de lo cotidiano, se da un paso hacia un
nuevo concepto del asunto en arte, orientando la
mirada hacia el entorno cercano y aceptando el interés temático de esta cercanía.
La manera en la que esta cotidianeidad se nos muestra no sería aceptada sin discusiones y censuras por
buena parte del entorno social.
Recordemos al respecto la insolente desnudez de la
Olimpia de Eduard Manet, pintada en los albores de la
modernidad, en 1865. El cuadro fue expuesto ese
mismo año en el Salón de París con gran escándalo
por parte del público conservador (esto no nos sorprende; el público conservador está permanentemente escandalizado por todo lo que represente novedad).
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Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporán
La obra tiene un tema banal: la modelo Victorine
Meurent posa como una cortesana, tendida en su
diván, mientras recibe de manos de una sirvienta de
color unas flores de algún cliente. Lo que causó
escándalo seguramente no fue el desnudo en sí, inspirado en la Venus de Urbino de Tiziano pintada en
1538, que Manet había podido admirar y copiar en su
estancia en Florencia entre 1853 y 1856.
El referente clásico, la Venus renacentista, era ya inocuo para el público del XIX que lo había elevado a la
categoría de obra de arte, por lo cual no podía ofrecer
ningún riesgo. Por otra parte la historia del arte y los
museos estaban ya entonces llenos de mujeres desnudas, pero eran desnudos catalogados y desarticulados. Eran odaliscas lejanas, mujeres de otras razas y
épocas que nada tenían que ver con las mujeres que
elegantemente vestidas visitaban los salones.
Y, si el desnudo en sí no podía ser peligroso, ¿qué lo
era? ¿qué podía causar escándalo? Seguramente el
hecho de que ese desnudo mostrado no era un desnudo clásico. Ese cuerpo mostrado comprometía al
público burgués finisecular con la inmoralidad del propio hecho del desnudo. Del propio concepto de la
desnudez mostrada, como algo indecoroso que liga el
cuerpo de la mujer al placer y al disfrute del sexo que
se compra.
Manet muestra un desnudo que no está basado en
ningún discurso narrativo mitológico, clásico ni religioso. Simplemente muestra un desnudo que, por su oficio, es para el público del momento vergonzoso, y si
violenta es principalmente por su contemporaneidad.
Pero si nos preguntamos qué es lo que delata en este
desnudo precisamente su desnudez, nos encontramos con unos pequeños elementos que son en apariencia insignificantes: el cordoncito de terciopelo o de
raso negro anudado en el cuello, las babuchas con
tacón de seda rosa, la flor en el pelo y la pulsera de
oro.
Ese cordón negro en el cuello evidencia la desnudez
del cuerpo porque es un elemento de moda. Un rescoldo del traje, que muestra precisamente, la ausencia
de este. El cuerpo de Olimpia está insultantemente
desnudo para el público del XIX por esos treinta centímetros de lazo negro, anudados coquetamente en el
cuello de la mujer.
Escandaliza la pulsera que evoca un regalo caro de
algún cliente y que asegura que ese cuerpo de prostituta se puede comprar. Escandalizan las cómodas
zapatillas de raso, que nos hablan de la intimidad del
ambiente doméstico; de la profundidad de la alcoba
que, en vez de hortus conclusus cerrado e inaccesible, se abre a las miradas y al público masculino.
Escandaliza la mirada insolente de la joven entre el
desafío y la invitación.
En el fondo lo que molesta mirar en esta obra es como
Manet desnuda en público a una mujer sin tomarse la
molestia de disfrazarla de ningún personaje de leyenda que pueda justificar tal acto.
Lo que resulta insoportable para el burgués del XIX es
ese lazo de terciopelo negro en su cuello que nos
recuerda que ese cuerpo estaba vestido y ahora se
expone desnudo, un cuerpo que para el público de la
época se ofrece más que como una tela pintada,
como una representación veraz de una realidad social.
La mujer presentada no como amante esposa (esa sí
es digna de aparecer en un retrato) sino como un
cuerpo de consumo para el placer y que se ofrece en
su cruda realidad; desnudo, sin alma, sin pudor y sin
moral.
Paradójicamente, Olimpia estaría un poco menos desnuda sin ese lazo negro y sin esas babuchas.
Igualmente insultante resultó, veinte años después, el
retrato de Madame X en el salón parisino de 1884. El
pintor, de formación europea y al que sólo relativamente podríamos llamar americano, John Singer Sargent,
había pintado el retrato de Judit Avegno ese mismo
año y su exhibición en el salón causó un autentico
revuelo. Los nobles franceses consideraron que el pintor había insultado a la dama retratándola de tal guisa
y le obligaron a disculparse a riesgo de ser retado a
duelo. El cuadro fue retirado del Salón.
No se cuestionó el manierismo de la figura, el elegante dibujo de su brazo salomónico ni el precioso sfumatto del rostro. Ni una palabra de la relación entre la
figura y el sobrio espacio circundante. El arte, a finales
del siglo XIX, se juzgaba fundamentalmente por sus
cualidades morales y pedagógicas más que por su
plasticidad. Algo que era fuertemente criticado por el
colectivo artístico, como lo expresa en 1902 el crítico
6
y teórico austriaco Hermann Bahr: "entre nosotros es
costumbre que los adversarios de un artista no se
atengan a su arte, sino al hombre (…), por eso para
rebatir el impresionismo, se dice de un impresionista
que se ha divorciado; para rechazar una representación de teatro, se cuenta que el autor tiene un automóvil: así se convierte en tema de conversación y con
ello se pone bajo sospecha".1
Pese a que Sargent colocó una diminuta luna de oro
sobre la cabeza de Madame X, para transfigurarla en
la diosa de la caza, Diana, la asimilación con la deidad
no fue suficiente para frenar la "fisicidad" del naturalismo impresionista de la figura, y su crudeza y contemporaneidad resultaron insostenibles.
De nuevo un traje que deja al desnudo el cuerpo (más
insinuado que real) nos hace entender que el traje
puede convertirse en una potente herramienta plástica
que cuestione y evidencie los problemas de la sociedad. Al rechazar la obra, el público rechaza en realidad
la postura, la propuesta. Se está rechazando ese
cuerpo y su significado en tanto que sujeto social que
desarrolla una actitud inapropiada, que no se ajusta a
un contexto.
Si me he remontado a 1865 no es para tener un referente histórico que oriente sobre esta toma de conciencia artística, sino para tener un punto de partida
que nos ayude a entender mejor actitudes y situaciones contemporáneas. La manera en la que Manet o
Sargent se enfrentan con el asunto de la representación plástica habla de un cambio de orientación en la
mirada. Ellos no utilizan el traje como obra de arte esto sería impensable en el contexto de finales del XIX,
pero el traje se convierte en un elemento subversivo
dentro de su expresión plástica que pone al descubierto una serie de irregularidades sociales; alertaba,
para el que así quisiera entenderlo, de que ciertos funcionamientos de la sociedad tenían que ser revisados.
Pero en este seminario hablaremos casi exclusivamente de creación contemporánea.
Las modelos que utiliza la artista italiana Vanesa
Beecroft están igualmente desvestidas de negro. El
conjunto de bragas y sujetadores negros, como uniformes, convierte a esas mujeres en prototipos femeninos, carentes de identidad individual.
Madame X, John Singer Sargent. 1884.
Metropolitan Museum, Nueva York.
Volviendo a Madame X, es el vestido el causante del
agravio, y más que el vestido el generoso escote que
dejaba demasiado al descubierto la nacarada piel de
la modelo. Para los franceses era un misterio cómo su
marido, un reputado banquero parisino, había permitido que la retratasen así, y en cuanto a ella, bueno, ella
era americana, y eso parecía explicarlo todo.
Beecroft realiza sus obras a mitad de camino entre la
instalación, el performance y la pasarela. Las modelos
se exponen estáticas entre el público en una inauguración como obras vivientes, y su actitud, completamente ausente, las convierte, más si cabe, en objetos
de contemplación. Las mujeres (en algunos casos
también hombres) posan en grupos, distribuidas por la
sala exhibiendo su desnudez y su uniformidad, con lo
que la artista logra el mismo efecto que la moda glo-
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Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporá
balizada que vivimos: anular la personalidad individual
y convertir al sujeto en un elemento más que funciona
dentro de una complicada estructura.
Lo que resulta interesante de la anulación del sujeto
que evidencia la obra de Beecroft es cómo esas prendas, botas negras en algún caso, bragas, medias o
sujetadores en otros, desnudan todavía más esos
cuerpos, además de convertirlos en clichés bien reconocibles para nuestra mirada occidental.
Las mujeres no son iguales. Sus fisonomías y anatomías son bien diferentes, seguramente sus personalidades también, pero la forma en la que el público consume hoy las imágenes, de una manera voraz, iguala
a los sujetos. El mismo color de pelo, las mismas
botas, y no nos preguntamos más. Unos pocos elementos sirven para superponer un cliché y emitir un
juicio.
Estas jóvenes modelos de Beecroft, que se pueden
confundir entre sí, privadas de identidad por el modelado textil, son lo que el escritor Roland Barthes describe en su libro Sistema de la Moda como la "Covergirl", que define así: "su función esencial no es estética, no se trata de presentar un 'cuerpo bello' sometido a las normas canónicas del éxito plástico, sino un
cuerpo 'deformado' con el fin de llevar a cabo una
cierta generalidad formal, es decir, una estructura.
Esto conlleva que el cuerpo de la Cover-girl no sea el
cuerpo de nadie sino una forma pura que no soporta
ningún predicado (no se puede decir que sea este o
aquel), y por una especie de Tautología remite a la
prenda en sí; la prenda no tiene el cometido de representar un cuerpo redondo, esbelto o menudo, sino
que, mediante ese cuerpo absoluto pueda representarse a sí mismo en su generalidad (…)"2. Esto nos
lleva a uno de los aspectos del mundo de la moda que
más ha interesado al arte contemporáneo: cómo el
traje define la identidad del sujeto llegando incluso a
sustituirlo.
Al respecto, el artista suizo Daniele Buetti, con sus
escarificaciones hechas con un punzón en las fotografías de modelos de alta costura, no sólo denuncia el
proceso doloroso de construcción de la identidad a
través de los mecanismos del mundo del consumo,
sino que fundamentalmente recalca en qué medida se
hace verdad la máxima "somos lo que poseemos".
Sus bellezas tatuadas con los logotipos y las marcas
de moda podrían acompañarse de aquella otra obra
de Barbara Kruger de 1987 que parafrasea la máxima
griega "pienso luego existo" cambiándola por una verdad de brutal rotundidad en nuestros días: "compro
luego existo"
La relación entre la adquisición de bienes y la satisfacción o la autorrealización personal se explica físicamente, porque comprar libera endorfinas en nuestro
organismo. Las endorfinas son neurotransmisores que
cruzan el espacio entre las células cerebrales para
estimular los receptores de las células vecinas. Se
encuentran distribuidas en el cuerpo calloso del cerebro, que es el núcleo de la mayor parte de las emociones fuertes, como ira, miedo, amor y depresión, y en
el tálamo medio que transmite los impulsos del dolor.
La activación de endorfinas que produce la adquisición de un producto genera una actividad en esta
zona que crea un reflejo de distensión del dolor, o del
miedo, etc. Por ello un comportamiento de compra
convulsiva nos hace parecer momentáneamente más
3
felices.
Pero además de los componentes físicos, entran en
juego también los factores psicológicos asentados en
las estructuras de nuestras sociedades occidentales,
los propios tópicos y mecanismos sociales que se han
creado para la realización del sujeto y la obsesiva búsqueda de la evasión de lo cotidiano, en una cultura de
creciente rechazo hacia el dolor, la madurez o la muerte.
Estos mecanismos de construcción identitaria podrían
definirse como gobernabilidad en la acepción del término usada por el filósofo francés Michael Foucault en
su libro titulado Tecnologías del Yo. Foucault comienza haciendo una división de las tecnologías posibles
del ser humano en cuatro grupos: "A modo de contextualización -dice Foucault-, debemos comprender que
existen cuatro tipos de estas "tecnologías", y que
cada una de ellas representa una matriz de la razón
práctica:
1) tecnologías de producción, que nos permiten producir, transformar o manipular cosas;
2) tecnologías de sistemas de signos, que nos permiten utilizar signos, sentidos, símbolos o significaciones;
3) tecnologías de poder, que determinan la conducta
8
de los individuos, los someten a cierto tipo de fines o
de dominación, y consisten en una objetivación del
sujeto;
4) tecnologías del yo, que permiten a los individuos
efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros,
cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su
alma, pensamientos, conducta, o cualquier forma de
ser, obteniendo así una transformación de sí mismos
con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad.
Apoyando esta idea, en sus exposiciones, alterna los
vestidos con otras piezas escultóricas como grilletes,
cepos o esposas, realizadas con acero brillante y
metacrilato, que simbolizan precisamente esta gobernabilidad a la que hacíamos referencia.
Estos cuatro tipos de tecnologías casi nunca funcionan de modo separado, aunque cada una de ellas
esté asociada con algún tipo particular de dominación.
Cada una implica ciertas formas de aprendizaje y de
modificación de los individuos, no sólo en el sentido
más evidente de adquisición de ciertas habilidades,
sino también en el sentido de adquisición de ciertas
actitudes".4
venta en las campañas de publicidad, para vender un
automóvil, consiste en colocar sobre su capó a una
joven provocativa y en el subtexto de esta imagen, claramente destinada a un público masculino, en vez de
decirnos "si usted compra este vehículo compra un
buen automóvil", decir "si usted compra este vehículo
parecerá un triunfador, tendrá éxito y las mujeres le
desearan" Aunque parezca increíble, funciona.
Respecto al concepto de gobernabilidad, nos dice:
"este contacto entre las tecnologías de dominación de
los demás y las referidas a uno mismo es lo que llamo
gobernabilidad."5
En su dimensión social, traje es identidad; traje es
sujeto. Por ello tiene sentido pensar que nuestro traje
es un campo de batalla, porque es allí donde tiene
lugar la contienda de la definición de la persona. Por lo
que llevamos seremos comprendidos y juzgados,
seremos catalogados por los demás y de ello dependerá en buena parte que seamos aceptados o rechazados por un determinado colectivo social.
Gobernabilidad tiene que ver en cierto sentido con la
moda, más que como proceso creativo, como consolidación de estereotipos que marcan y designan situaciones dentro de los colectivos. Tiene que ver con los
esfuerzos que realizamos los individuos por identificarnos con ciertos parámetros físicos socialmente establecidos, con la manera en la que nos amoldamos a
los patrones que se nos dictan y también con la manera en la que rechazamos posturas que no encajan en
los mismos.
Estábamos hablando de sustituciones y en qué medida el sujeto es su imagen, en qué medida es lo que se
pone, o lo que se puede poner, y cómo en muchos
casos el sujeto es, como cuerpo y como ser, en función de una determinada apariencia.
Esto es lo que late bajo las obras de la artista brasileña Nazareth Pacheco. Vestidos femeninos confeccionados con cuchillas de afeitar o con agujas crean la
ambivalente imagen de belleza y de dolor. Duele incluso mirarlo y Pacheco alude no sólo al sacrificio que la
belleza supone en una sociedad como la nuestra vacía
y espectacular, sino a la esclavitud y servidumbre que
supone el desempeño de un determinado rol.
Aunque no resulte evidente, el asunto latente en estos
trabajos es la soledad del sujeto, la búsqueda de afecto y también la carencia del mismo. Como reza el título de la obra que hemos visto de Daniele Buetti de
2003: "Looking for love". La principal estrategia de
Buetti, Pacheco o Beecroft muestran en sus obras la
sustitución que existe entre el sujeto y su apariencia,
muestran cómo el mercado y el cliché constituyen y
sustituyen al Yo. Algo que la lucha feminista, y su vertiente en el arte que son las artistas de género, llevan
denunciando desde los años 70. La desigualdad
social y laboral para la mujer, puesta en entredicho por
artistas como Rosemarie Trockel se ha servido a
menudo del traje como escenario de estas denuncias,
en parte porque el traje sustituye al sujeto, como
hemos visto, y en parte porque es una evocación del
mismo en función del rol que le es asignado, y en
muchos casos impuesto, por su condición sexual.
El mundo de la indumentaria en lo concerniente a su
acervo cultural y sus funciones prácticas están ligados
al mundo de lo femenino, y se asocia con las labores
domésticas del hogar. Tradicionalmente las prendas
de vestir en el entorno familiar, realizadas, arregladas o
reparadas por las mujeres, eran artesanía por el primordial carácter funcional que estas tenían, y la esté-
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Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporá
tica o belleza ocupaban en muchos casos un segundo plano. Curiosamente, la ropa, cuando se desliga de
lo popular, al separar la estética de la función, deja de
pertenecer al mundo de la baja cultura y se convierte
en un elemento de distinción de una determinada elite,
la alta cultura, pasando entonces a ponerse en manos
de los grandes modistos, que en general son hombres.
materno y a las labores manuales femeninas como tricotar y hacer jerséis o bufandas y ropita para niños. En
otras ocasiones se delatan los sinsentidos de nuestros
modelos machistas, como cuando reproduce el conocido logotipo de la revista Playboy, que se asocia con
el otro aspecto de la mujer, el del placer, y pone
ambos juntos para resaltar su incoherente relación.
Trockel asume en estos y otros trabajos los sistemas
industriales de fabricación de tejidos para crear obras
en las que también se repiten los iconos tipificados del
mundo de la política, así como de la sociedad de consumo, y con ello liga el mundo íntimo del hogar y lo
estrictamente femenino con las altas esferas de construcción social e intelectual.
En algunos casos su crítica se extiende al propio
mundo del arte, dominado todavía en los ochenta por
el mito de artista como el hombre: varón, de raza blanca, heterosexual y en cierta medida asocial. En esta
obra las manchas parecen recordar los Test de
Rorschach que se usan en psicología para estudiar la
situación psíquica del sujeto, pero también hacen una
alusión clara a las antropometrías de Yves Klein de
finales de los años 50 y primeros de los 60, en los que
la mujer pasa de ser modelo de la obra de arte, a ser
propiamente herramienta, a veces pincel, a veces
molde y a veces plantilla.
Untitled (Sin Título), Rosemarie Trockel.1986.
© VEGAP. Madrid, 2007
Trockel se plantea como mujer qué puede hacer en un
mundo dominado por los hombres, y piensa que,
como mujer que es, tendrá que dedicarse a sus labores. Así es como comienza a realizar sus obras tricotadas, sus esculturas con planchas y fogones de cocina.
El vestido sirve a la artista para exponer críticamente
los elementos sociales que configuran la definición de
mujer, para lo que usa todo lo relacionado con lo
femenino, como el icono internacional para la pura
lana virgen, que aparece en esta obra de 1986 sustituyendo los pechos. Pura y virgen es como se espera
que sea una mujer. La lana además se asocia a lo
Feminismo, denuncia e identidad son tal vez los argumentos que se prestan mejor a la utilización de la indumentaria por los artistas contemporáneos, pero si la
sustitución del sujeto por el traje puede tener estas
connotaciones, también encontramos otra serie de
artistas que utilizan la ropa para evocar el cuerpo
ausente del sujeto. El caso que se nos viene a todos a
la cabeza como ejemplo claro es el de Christian
Boltanski, que ha utilizado las prendas de vestir como
parte integrante de sus instalaciones, y las ha convertido en símbolos evocadores de gran densidad emocional.
En algunas ocasiones la prenda amontonada se convierte en un juego para el público, que es en apariencia inocente, pero que está cargado de hondo significado. En 1993 realizó en Le Quai de la Gare, en París,
una obra llamada Dispersión. Para ello compró gran
cantidad de ropa antigua, usada pero en buen estado
y la amontonó en la sala. Distribuyó por el barrio (un
barrio periférico de la metrópoli, con escasos recursos
10
económicos) las invitaciones a la inauguración en
donde se decía que por 10 francos se podía comprar
una bolsa que el público podía llenar con toda la ropa
que quisiese. La luz baja y las figuras en penumbra
hurgando en los montones de ropa por el suelo reproducían escenas como las que se vivieron durante y
después de la Segunda Guerra Mundial por los judíos
de la Europa central.
Boltanski usa con frecuencia las prendas de vestir en
sus instalaciones, alternándolas con las fotografías y
los objetos cotidianos, y para él "los vestidos y las
fotografías tienen en común que son simultáneamente una presencia y una ausencia. Son a la vez objeto y
recuerdo, exactamente como un cadáver es al mismo
tiempo un objeto y el recuerdo de un sujeto"
En varias obras suyas aparecen los trajes suspendidos
del techo como en la instalación para la I Bienal de
Arte Moderno de Moscú en 2005, titulada Los fantasmas de Odessa. En otros casos la ropa aparece
extendida en el suelo de una iglesia, como en
Advento, la pieza que realizó por encargo del Centro
Gallego de Arte Contemporáneo en 1995. Las ropas
así dispuestas recuerdan los cuerpos de los ausentes.
Recuerdan que las iglesias en la Edad Media también
eran cementerios, así como el ambiente mezcla de
superstición y fe de un pueblo inculto pero devoto,
que rezaba de rodillas en las naves vacías y sin bancos.
El tema recurrente tratado por Boltanski en sus obras
es el dolor humano. En Réserve, una obra que se ha
instalado de diferentes maneras según la sede que
acoja la instalación, multitud de ropa usada se amontona en estanterías de madera. La ropa, arrugada y
revuelta, trae a nuestra cabeza las imágenes de los
depósitos nazis en los que se almacenaban las pertenencias de los judíos que terminaban en los campos
de exterminio, en el Holocausto de la Segunda Guerra
Mundial.
Los tejidos amontonados crean una atmósfera asfixiante de ropas usadas, y ahora vacías. Las ropas
evocan con tal fuerza los cuerpos que, ante esta instalación, tenemos la viva sensación de estar ante
montañas de cadáveres. El artista reproduce de una
manera poética pero dura las experiencias que él
mismo y su familia vivieron en su infancia, y consigue
trasmitir la misma sensación de horror y desamparo
que él sufrió. Los cuerpos de las víctimas se amontonaban desnudos en las fosas comunes y sus pertenencias se acumulaban, catalogadas, en espera de
nuevos propietarios. El traje sirve aquí para sustituir,
por evocación, al sujeto.
En la obra del artista alemán Joseph Beuys, el traje
masculino de fieltro, colgado en su percha sobre la
pared blanca, evoca también al sujeto ausente y narra,
desde su silencio de piel vacía, todo el poder curativo
y regenerador del material. El traje de fieltro en Beuys
es energía en estado puro. Esta obra de 1970 no ofrece misterios para el que conoce el trabajo del artista,
y, como él mismo explicaba comentando la pieza, es
una de las muchas formulaciones que hacía de su teoría sobre la escultura como estructura social; es decir,
como plástica social.
Se trata de aislamiento y de protección. Dos principios
que regían el trabajo del artista alemán. En un sentido
metafórico para Beuys el traje de fieltro representa el
"aislamiento del hombre en nuestro tiempo", es una
reflexión sobre lo negativo y positivo que es ese aislamiento en términos de comunicación y de enorme
potencial creativo. Es también una advertencia sobre
cómo un cierto tipo de aislamiento social puede resultar una actitud de pasividad frente al proceso evolutivo. El traje en este caso es, como decíamos a propósito de la obra de Boltanski, sustitución por evocación
del cuerpo ausente y de la relación entre el sujeto y la
historia, su pasado y su futuro.
En Beuys el uso de la indumentaria adquiere proporciones de revestimiento ritual; por ejemplo la manera
en la que se cubre de fieltro en Me gusta América y a
América le gusto yo, de 1974, donde cohabita con un
coyote durante tres días en el interior de la galería
Rene Block de Nueva York. El fieltro que le recubría
actuaba como una vestidura ritual a mitad de camino
entre la superstición y lo sagrado. El fieltro protegía al
artista de los mordiscos de Billy como lo hace una
armadura, pero también era otro tipo de protección la
que ejercía, una protección telúrica y mágica de puesta en comunicación con los ancestros vírgenes del
pasado americano. En Beuys, como en Boltanski, el
traje es memoria y sustituye al sujeto reconstruyendo
una situación pasada.
En la obra de la artista francesa Annette Messager a
veces encontramos este concepto de traje como pro-
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Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporá
tección, como en el caso del Descanso de los pensionistas, de 1971-72, donde vemos los cadáveres de
pequeños gorriones encontrados muertos en las aceras de París, a los que les ha tejido pequeñas capitas
y ropas que les abrigan y protegen en su viaje último.
El cuidado y cariño, no exento de cierto espíritu siniestro, muestra una artista que se preocupa por lo
pequeño y que tiene una curiosa mirada sobre lo cotidiano. A veces una mirada casi infantil, con la capacidad de los niños de ser a un tiempo ingenuos y extremadamente crueles.
cuerpo del niño es lacerado, aunque ello ocurre sólo
en nuestra imaginación. Messager disecciona un trajecillo infantil y a nosotros nos duele. Creo que esto
muestra claramente el poder de representación de la
ropa; cómo nosotros mismos somos traje y en qué
medida el traje es sujeto. Messager está diseccionando la infancia misma, y la manera entre científica y
macabra que utiliza nos es francamente insoportable.
La relación entre el sujeto y la ropa que este usa aparece en otras obras de la artista francesa, por ejemplo
en firmas. Preocupada por cómo el nombre nos es
impuesto y nos acompaña el resto de nuestras vidas,
representándonos y definiéndonos oficialmente, piensa que la firma es el modo en el que nosotros hacemos nuestro ese nombre y lo convertimos en identidad.
En este trabajo borda la firma sobre la ropa y la fotografía posteriormente.
El descanso de los pensionistas, Annette Messager (197172) © VEGAP. Madrid, 2007
Sus pajarillos abrigados con bufanditas tricotadas
mantienen un estado de ambigüedad que es muy
característico de Messager, como cuando toma
muñecos de peluche viejos y encontrados y los descompone por sus costuras, los vacía y los cuelga en
la pared sujetos por chinchetas, recordando las técnicas del secado de la piel y las artes de la peletería.
Como terribles exvotos colgados en la pared, los despojos de peluches nos hablan de la condición humana y de sus prácticas.
En alguna obra el peluche es sustituido por un abrigo
de niño, uno de esos monos impermeables que se
usan en climas extremos para la nieve. El trajecito está
hecho para adaptarse al cuerpo del niño y en ese sentido es una especie de molde del mismo. La manera
en la que la artista los deshace y los exhibe habla de
un mundo infantil muy frágil, y también de los aspectos siniestros y brutales que lo pueden rodear, de un
mundo hecho y rehecho de restos y de despojos, de
seres humanos inhumanos y monstruosos. Habla del
cuerpo y de nuevo se trata de un trabajo de sustitución por evocación, como los anteriores, donde el
Otro ejemplo de cómo la prenda de vestir es sustitución por evocación del propio sujeto lo tenemos en las
fotografías que la artista japonesa Ishiuchi Miyako
expuso en la Bienal de Venecia de 2005 representando a su país. La obra se llamaba De madre 2000-2005
y consistía en unas ampliaciones de gran formato y
una exquisita calidad técnica de fotografías de prendas usadas por una mujer mayor; la madre de la artista. Las fotografías vienen a mostrar un mundo personal y familiar, la relación entre ambas, que se encuentra entre el homenaje y el diario.
Se ahonda en la intimidad de esa mujer hasta un
punto que produce pudor al espectador. Vemos sus
prendas y objetos personales y a través de la ropa la
vemos a ella en su absoluta desnudez. El nylon de la
combinación, las aguas que hace el tejido sintético.
Los detalles de las costuras o del encaje industrial, y
sobretodo el gasto del uso, las rozaduras en la piel de
los zapatos y el deterioro por caminar de una determinada manera. El mimo con el que han sido cuidados.
El desgaste de las sisas o donde rozan los muslos, las
zonas que se deterioran por insistir con más fuerza al
lavarlas a mano. El desgaste de la barra de labios que
se frota contra el rostro y parece que vemos el gesto
de recorrer la boca en un sentido y en otro y fruncir
luego los labios para extender y fijar el color de una
manera automática. La combinación usada y arrugada o ese cabello enredado en el cepillo son los vesti12
gios de un mundo secreto femenino adulto e íntimo.
Son el retrato de toda una generación, de toda una
época de juventud deslucida por el tiempo y la edad;
son el viaje a lo más recóndito de un cuerpo, mirado
desde la óptica de una hija. Entretenida en mirar estos
detalles por los que nos aproxima a un mundo inaccesible y precioso.
La prenda es de nuevo vínculo con la memoria, testigo del paso del tiempo y de una época, testigo de una
forma de hacer y de usar los objetos; el traje es, en
este caso también, evocación de la persona.
Hemos visto trajes que denuncian situaciones sociales
y que ayudan al público a replantearse los roles establecidos. También hemos visto en qué medida el traje
en la obra de arte contemporánea puede llegar a sustituir al sujeto, evocando el cuerpo ausente y haciéndolo revivir. Esta sustitución por evocación llega a
extremos drásticos cuando el cuerpo mismo es traje;
cuando la piel es revestimiento, como ocurre en varias
esculturas realizadas por la artista Louise Bourgeois.
Sujetos cuyos rostros y cuerpos realizados con recortes de tejidos, cosidos entre sí, trasmiten rabia dolor y
fatiga.
Bourgeois ha utilizado en varias ocasiones los trajes
para evocar al sujeto, o su cuerpo e incluso para crear
con ellos situaciones de relación que hablen de los
vínculos humanos, familiares o sociales, como en su
obra sin título de 1996, en la que las perchas que sujetan las prendas son sustituidas por tibias humanas, lo
que crea una asociación directa entre ambos elementos.
La artista basa su producción en la experiencia traumática de su infancia, y extrapola los dramas familiares a la condición de fragilidad del sujeto (generalmente femenino).
La empresa familiar de restauración de tapices le
generó la imagen casi onírica de su madre tejiendo
como una gran reparadora, de manera que, tejer, el
tejido en sí, y por extensión simbólica la araña, se convirtieron en alusiones a la reparación del dolor en su
obra.
Abundan las cabezas hechas por la artista con trozos
de tapiz que para ella es una alusión directa a su
entorno infantil, y también con otros materiales, como
el rizo americano, o el terciopelo que, por su singular
textura y tacto, evocan la relación táctil de la piel. El
cuerpo ahora ya no admite el traje, como no lo admitía la Olimpia de Manet que comentábamos al principio, porque son traje en sí mismos. Como decía el filósofo francés Georges Didi-Huberman6 , los culturistas,
que pasan muchas horas al día construyendo un cuerpo "perfecto" definido y firme, pierden la posibilidad de
estar desnudos, pues han pulido un cuerpo para ser
expuesto, se han despojado del pudor que representa el concepto de desnudo. Este cuerpo ha sido diseñado para que cuando se quite la última capa de tejido, la piel que aparece debajo no sea sorprendida,
pues el cuerpo ha sido convertido en vestidura. Han
destruido el pudor. El cuerpo halterofílico espera ese
momento de ser mostrado, revestido de su propio
traje de músculos. En alguna medida las cabezas y los
cuerpos de trapo de Bourgeois han perdido también
esa capacidad; su superficie de traje cosido y recosido no puede ser cubierta, pues está cubierta ya de
expresión y de dolor.
La obra del artista chino Zhang Huan My New York:
#4 un performance7 , en el que lleva un pesado "traje"
que reproduce un cuerpo musculoso, realizado enteramente con carne de animal, parece ilustrar esta
idea. Huan presenta un monstruoso ideal de fuerza y
belleza que en su carnalidad termina por resultar
repugnante.
El traje y la indumentaria en general; sombreros, guantes cuellos de piel, etc. Sirven a menudo a los artistas
para figurar identidades; para fabular otras vidas y
encarnarlas. Para construir la personalidad y superponerla a la propia desde el territorio inagotable de la ficción.
Marcel Duchamp, precursor de nuestro concepto
actual de arte, desde la instalación hasta el conceptual, pasando por el arte de acción y la pintura no figurativa, se adelantó también a mostrarnos este camino
que comienza como una mascarada surrealista, un
ejercicio de travestismo, cuando aparecía, al igual que
el propio Max Ernst,, en las fiestas surrealistas de los
años 20, tanto en París como en Nueva York, vestido
de mujer. Así creó a su alter ego Rrose Sélavy, que en
principio se escribía con una sola R inicial, y cuyo
nombre hacía un juego de palabras. Podía significar
tanto "c'est la vie", "es la vida", como diciendo: "así es
la vida, mala suerte", y paralelamente estas palabras
13
Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporáneo Traje, identidad y sujeto en el arte contemporá
parecen emular otra expresión "la vie en rose", "la vida
en rosa", una vida feliz que parodia una marca de perfume. La ambivalencia del término giró una vuelta más
cuando Duchamp posteriormente añade una doble R
al inicio de la palabra Rrose, y con ello fuerza la pronunciación en francés, creando la sensación de que
se dice "Eros, c'est la vie" "Eros es la vida", lo que
alude a la capacidad del amor de dar tanto felicidad
como dolor.
maquillaje, las joyas, la afectación de maniquí de la
postura de las manos y que las prendas fuesen la última moda de los años veinte.
Con su mascarada, Duchamp utiliza el vestido para
dibujar otras posibles realidades alternativas a su propia existencia. Algo que harán muchos artistas después emulando su ejemplo, entre ellos también la
artista Cindy Sherman que llegó a convertirse en un
referente siempre citado de la multiplicidad de personalidades que pueden convivir en un mismo sujeto.
La joven Sherman en los inicios de su carrera, a finales de los setenta, se reviste de todos estos roles
femeninos para vivir, al menos "ficcionadamente",
otras vidas. Sus disfraces le hacen ser otras y, sobretodo, ser vista como otra. Su obra alude al hecho de
la multitud de personalidades que cada uno puede
generar en función de los diferentes entornos, pero
alude también a cómo nosotros somos diferentes porque somos vistos de manera diferente por personas
diferentes; cómo la mirada de un padre infantiliza, la
de un admirador encumbra, etc.
En sus fotografías Sherman aparece siempre siendo
vista, coloca al espectador en la posición de mirar y
así consigue desdoblarse con sus cambios de vestuario y ser muchas para cada una de esas miradas que
ella dicta en las imágenes. La chica buena, la sex
Rrose Sélavy, Marcel Duchamp. 1921
© VEGAP. Madrid, 2007
Duchamp se hace retratar como Rrose Sélavy en
várias ocasiones entre su creación en 1921 y su
defunción (la del alter ego, no la de Duchamp) en
1926. Si elige a Man Ray para que realice las fotografías no es sólo por amistad, o porque pertenecía a su
propio entorno de creación en Nueva York, sino también porque Man Ray es ya un afamado fotógrafo de
moda, que había trabajado con las más famosas
modelos del momento (Kiki, Millar, Cunard…) y sus
fotografías habían aparecido incluso como portadas
en las revistas de mayor prestigio en el mundo de la
moda, como Vogue, Charm, Vanity Fair, etc.
Las fotografías de Man Ray para Rrose, emulando un
mundo que conocía muy bien, crearon la atmósfera
perfecta de glamour y moda que Duchamp perseguía.
Se cuidaba al extremo la ambigüedad de la imagen, el
symbol, la abandonada, la que se va, etc… jugando
también en algunas obras más tardías de los años 80
el juego de la ambigüedad, y aparecie como un
muchacho.
En multitud de ocasiones Rosemarie Trockel utiliza
también prendas de vestir, no sólo como hemos visto
para denunciar la situación social del sujeto, sino también para repensar la situación psicológica de éste.
Schizo-pullover de 1988 es al respecto suficientemente elocuente. La división de sentimientos y la multiplicidad de personalidades dentro de un mismo ser, en
función de a qué contexto se enfrente y por quién sea
observado, son el tema de esta irónica obra tejida en
lana.
Termino la presentación con un último ejemplo en el
camino de la apropiación de identidades ajenas, y
también de las obras de otros artistas, dentro del cual
podríamos citar toda una corriente de jóvenes que
construyen su obra cimentándola sobre trabajos pre14
cedentes. Pero tal vez el paradigma más sobresaliente es el artista japonés Yasumasa Morimura, que se
fotografía emulando los iconos artísticos del arte antiguo y contemporáneo dándole un giro de tuerca más
al concepto del disfraz, cargándolo de ironía y travestismo.
En algunos casos de manera exuberante, barroquiza
colecciones de los grandes modistos, como en la
fotografía Hermana mayor, en la que se reconocen sin
dificultad los iconos de Chanel, como los zapatos
bicolor, el traje de chaqueta con los vivos de trencilla,
pero ahora tapizado con el logo de la casa Louis
Vuiton, que aparece también en el paraguas. El gusto
por la bisutería que caracteriza a Chanel está ahora
desbordado y se mezcla equivocadamente con un
pañuelo de Hermes. El abuso de logos e iconos termina por presentar un exceso burlesco y desmesurado,
que torna lo elitista de las marcas en ordinario.
muestran y conviven con la tolerancia que en el
mundo real no es posible, en un continuo renovar disfraces.
El arte contemporáneo utiliza las estrategias de la
indumentaria, y de su extensión social y semiótica que
es la moda, para construir los discursos que analizan
nuestra realidad. A veces para criticarla, a veces para
comprenderla, a veces, tan sólo, para mostrarla.
El traje, utilizado por los artistas, trasciende el espacio
de su funcionalidad restringida para contar nuestra
historia, nuestros sueños y fracasos. Por esto las
obras que se han mostrado no hablan de moda,
hablan del ser humano y su dimensión social, sus signos y mensajes.
Sus desajustes.
Morimura hace un repaso de la historia del arte y rehace los cuadros y las fotografías históricas que están en
la base de nuestra cultura visual, trasformándolas en
un ejercicio de travestismo y ficción; desde Manet
hasta Sherman, pasando por Rrose Sélavy, y ocupando él mismo el lugar protagonista, sin importarle la
edad o el sexo de la personalidad que usurpa. Pero
Morimura revisa estos trabajos precedentes y los hace
suyos en la exageración que se acerca a la parodia.
Cuando rehace la fotografía de Duchamp convertido
en su alter ego Rrose Sélavy hace hincapié en la duplicación de personalidad que es ser otro, y duplica las
manos y el sombrero, con lo que crea la confusa sensación de sujetos que afloran.
A lo largo de esta exposición hemos repasado tan sólo
algunas de las actitudes bien diferentes con respecto
a cómo el arte contemporáneo trabaja con la indumentaria. En algunos casos, el objetivo de los artistas
es poner de manifiesto la realidad social que nos
rodea, con sus fantasías y sus desigualdades, como
testigo de su dolorosa miseria y como monumento de
imborrable memoria.
El traje es, en el arte, plataforma de la denuncia y de
la reivindicación; es también la evocación del sujeto
ausente e incluso la sustitución del mismo. El traje es
la identidad negada al yo en un mundo globalizado y
es la piel misma de un cuerpo hecho de restos de
vidas vividas. Con el traje las diferentes figuras se
1 Bahr, Hermann. Contra Klimt, Madrid, 2006.
2
Barthes, Roland. Sistema de la Moda, (1967) Barcelona,
1978.
3
Al respecto consultar Malpica, Karina. Las drogas tal
cual…. 2006
4
Foucault, Michel. Tecnologías del Yo. Barcelona, 1996.
5
Ibidem.
6
En conversación con el autor de este artículo en septiem-
bre de 2001
7
Realizado para el Cantor Arts Center, en la Universidad de
Stanford, en mayo de 2002, formando parte de la exposición "On the Edge; Contemporary Chinese Artists Encounter
the Wes
15
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