memoria del primer congreso internacional sobre iglesias, estado

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MEMORIA DEL PRIMER CONGRESO INTERNACIONAL
SOBRE IGLESIAS, ESTADO LAICO Y SOCIEDAD
COMISIÓN NACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS
MEMORIA
DEL PRIMER CONGRESO
INTERNACIONAL SOBRE
IGLESIAS, ESTADO LAICO
Y SOCIEDAD
Carlos de la Torre Martínez
(Coordinador)
MÉXICO, 2006
Primera edición: noviembre de 2006
ISBN 970-644-504-8
Ó Comisión Nacional
de los Derechos Humanos
Periférico Sur 3469,
esquina Luis Cabrera,
Col. San Jerónimo Lídice
C. P. 10200, México, D. F.
Diseño de la portada: Flavio López Alcocer
Impreso en México
Memoria del Primer Congreso Internacional sobre
Iglesias, Estado Laico y Sociedad, editado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, se terminó de imprimir el XX de septiembre de 2006 en XX,
S. A. de C. V. En su edición se empleó papel cultural
70 x 95 de 50 kilos para los interiores y cartulina
couché de 162 kilos para los forros. Consta de 1,000
ejemplares.
CONTENIDO
Introducción temática al Congreso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Raúl González Schmall
1
PALABRAS DE BIENVENIDA
Giuseppe Bertello . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
15
José G. Martín Rábago . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
18
José Luis Soberanes Fernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
20
José Ignacio Mariscal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
22
Amalia García Medina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
24
Carlos María Abascal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
28
PRIMERA PARTE
CONFERENCIAS MAGISTRALES
La misión de la Iglesia y la comunidad política . . . . . . . . . . . . .
José María Setién Alberro
Diversidad religiosa y pluralidad social en México: caminos para
un mejor encuentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Rodolfo Casillas Ramírez
V
33
51
VI
CONTENIDO
Iglesia y construcción de la vida pública . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Carlos Corral Salvador
La Iglesia católica, el Estado laico y la sociedad. Nuevas experiencias y responsabilidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Claude Dagens
Aportes de la Iglesia a la cultura y desarrollo de los pueblos . . . .
Sergio Obeso Rivera
Los católicos y la vida pública en los Estados Unidos. Consideraciones respecto a la Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones
relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la
vida política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
José Gómez
66
99
111
119
La Iglesia y la vocación empresarial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Robert A. Sirico
129
El contenido de la libertad religiosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
José Luis Soberanes Fernández
138
SEGUNDA PARTE
CONFERENCIAS TEMÁTICAS
Iglesias y sociedad civil
La Iglesia católica ante la sociedad civil: reflexiones desde México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
José Luis González M.
151
Iglesias y sociedad civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Luis F. Aguilar Villanueva
164
México: de la sociedad tradicional a la sociedad (anti)moderna . .
Manuel Ceballos Ramírez
171
CONTENIDO
VII
Diálogo entre fe y cultura
El diálogo entre fe y cultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Francisco Prieto
La barca de Pedro... ¿navegando contra corriente? Tendencias culturales actuales y su impacto en la relación con las religiones . .
Luis Eugenio Espinosa G.
Diálogo fe-cultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Nazario Vivero
Diálogo entre fe y cultura: un abordaje desde el problema de la
subjetividad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ricardo Blanco
187
191
197
209
La Iglesia y las ciencias de la vida
¿Por qué el magisterio de la Iglesia habla de las ciencias de la
vida? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Eduardo Bonnín Barceló
La Iglesia y las ciencias de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Rodrigo Guerra López
La medicina genómica como instrumento estratégico en el desarrollo de México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Gerardo Jiménez Sánchez
221
227
237
Medios de comunicación social y las Iglesias
Medios de comunicación social y religiones . . . . . . . . . . . . . . . .
Elisa Alanís Zurutuza
245
Los medios de comunicación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
José de Jesús Aguilar
253
VIII
CONTENIDO
La libertad religiosa en México: aspectos históricos
La libertad religiosa en México: un acercamiento histórico . . . . .
Marta Eugenia García Ugarte
261
¿Persecución religiosa? El México de los años treinta . . . . . . . . .
Marta Elena Negrete
293
Libertad religiosa en México: aspectos históricos . . . . . . . . . . . .
Roberto Sánchez Dávalos
301
Del Syllabus (1864) a la suspensión de cultos (1926) . . . . . . . . .
José Miguel Romero de Solís
312
La libertad religiosa en México: aspectos jurídicos
La situación jurídica de la libertad religiosa en México . . . . . . . .
Álvaro Castro Estrada
327
Libertad religiosa en México: aspectos jurídicos . . . . . . . . . . . . .
Horacio Aguilar Álvarez
331
Protección jurídica de la libertad religiosa . . . . . . . . . . . . . . . . .
Jorge Adame Goddard
339
Tres vías para el reconocimiento integral del derecho de libertad
religiosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Raúl González Schmall
Análisis normativo del derecho a la libertad religiosa en México .
Carlos de la Torre Martínez
346
359
Relación Iglesias-Estado en México: tareas pendientes
Relaciones Iglesia-Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mario Ángel Flores Ramos
373
CONTENIDO
IX
Labores entre Iglesias y Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Antonio Roqueñí Ornelas
375
Relación Iglesias-Estado en México: tareas pendientes . . . . . . . .
Emilio Zebadúa González
377
Tareas conjuntas entre Estado e Iglesias . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Manuel Ángel Núñez Soto
381
Ética pública y responsabilidad social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Carlos García Fernández
386
CONCLUSIONES
Síntesis temática . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
José Manuel Velasco Arzac
395
Palabras conclusivas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Álvaro Castro Estrada
406
Mensaje de clausura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Carlos Aguiar Retes
413
INTRODUCCIÓN TEMÁTICA AL CONGRESO
Raúl GONZÁLEZ SCHMALL*
La rica y compleja temática que ciñe a este Congreso Internacional supone la formulación de dos preguntas previas, indisolublemente vinculadas
entre sí: ¿cuál es el motivo que impulsó a las instituciones convocantes a
considerar la necesidad de su realización? y ¿cuál es el espíritu que se
pretende imprimir al Congreso mismo?
Al primer hombre que alcanzó la cumbre del Everest se le preguntó el
motivo por el que quería escalarlo. ¡Porque está ahí!, contestó. De la misma manera se puede decir que el motivo que determinó emprender la
aventura de este Congreso es porque ¡está ahí! —y hay que escalarla—
una ingente problemática que se plantea y se viene planteando en forma
intensa en el llamado mundo occidental —pero a la cual no escapa de
cierta manera el resto del orbe— en torno a las instituciones religiosas, el
Estado laico, la sociedad civil y la libertad religiosa, cuestiones que se
imbrican unas con otras y que derivan en otras más, y en cuyo entorno
ha nacido el mundo secular, todo lo cual ha suscitado un vigoroso y prolongado debate al que no es posible sustraerse porque están de por medio
principios y valores fundamentales del hombre, que atañen al núcleo mismo de su dignidad y de sus derechos inalienables.
Si consideramos los datos subyacentes a estas grandes cuestiones desde una cierta perspectiva histórica, advertiremos que en el trasfondo subsiste el problema de las relaciones entre la realidad espiritual y la realidad
temporal, entre la sociedad religiosa y la sociedad civil, entre la religión
y la política.
Todo empezó hace 20 siglos. El mundo precristiano es un mundo monista: religión y política aparecen confundidas; el hombre es dirigido hacia
* Académico de la Universidad Iberoamericana y consejero del Instituto Mexicano
de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc).
1
2
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
sus fines individuales y sociales por un poder investido simultáneamente
del doble carácter religioso y temporal; religión y política constituyen un
todo único y armónico. En la sociedad política hay una identificación entre el poder político y el sagrado o, lo que es lo mismo, el poder político
tenía un carácter sagrado y el poder religioso un carácter político. En este contexto aparece la enseñanza de Jesús, simbolizada en el célebre pasaje relativo a Dios y al César. Por primera vez en la historia la lapidaria
respuesta de Cristo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es
de Dios” distingue el campo de la política y el campo de lo espiritual.
Frente al monismo del mundo antiguo surge el revolucionario principio
del dualismo cristiano, que va a estar presente en la bimilenaria historia
de la conflictividad entre los poderes políticos y los religiosos.
Es un lugar común entre los estudiosos de la historia de las estructuras
políticas que la distinción entre los órdenes religioso y temporal constituyó históricamente una aportación del cristianismo. Y al diferenciar lo
religioso de lo político ha señalado un límite a la competencia del poder
y ha reconocido al hombre una radical libertad; y precisamente este primer límite natural del poder y la primer libertad no es otra que la libertad
religiosa. Pero si bien el principio de libertad religiosa como fundamento
remoto y como fermento nace con el cristianismo, debe reconocerse que
en la vida de la Iglesia católica, peregrina a través de las vicisitudes de la
historia humana, se ha dado a veces un comportamiento menos conforme
con el espíritu evangélico, e incluso contrario a él.
Después de tres siglos de persecuciones de los cristianos que se negaban a rendir culto a los dioses de Roma surgiría la primera ley de libertad
religiosa de la historia, promulgada por Constantino y Licinio, en 313,
luego vendría el cesaropapismo, y el agustinismo político, y el hierocratismo, y la inquisición medieval y la Reforma protestante, y las guerras
religiosas y la tregua bajo el principio cujus regio, eius religio (de quien
es la región es la religión), y la monarquía absoluta y con ella el regalismo, y la proclamación de la tolerancia de Locke, y la Ilustración y el liberalismo político y el laicismo, que lo mismo reducía la religión a la esfera privada que la hostilizaba, y la revolución norteamericana con su
pluralismo religioso, y más tarde los Estados totalitarios de confesionalidad explícita o implícitamente atea. La religión como opio de los pueblos en el régimen soviético. O el Estado y la raza, como deidades a las
que se les rinde culto de latría en las religiones neopaganas del fascismo
y del nacionalsocialismo.
INTRODUCCIÓN TEMÁTICA AL CONGRESO
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Y sobre las cenizas de la barbarie de las ideologías destructivas de la
dignidad del hombre, se va a encender una luz de esperanza en la conciencia moral de humanidad con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, verdadera carta magna de los derechos fundamentales de la persona, en cuyo artículo 18 se consagra la piedra angular
de los derechos humanos: el derecho a la libertad religiosa.
Surge así un cambio epocal de paradigma en donde se requiere replantear bajo nuevos criterios y con una nueva visión de las cosas toda la
problemática relativa a lo que reductivamente podríamos llamar la materia religiosa. Problemática que es el contenido mismo de este Congreso,
pero que tiene que plantearse con un nuevo espíritu. Y ¿cuál es el espíritu que se pretende introyectar en este Congreso? Pues un espíritu que,
por supuesto, tenga en cuenta las experiencias históricas pero que a la
vez las trascienda en aras de un proyecto común. Sin un conjunto de normas, valores, ideales y fines vinculatorios y vinculantes el mundo difícilmente sobreviviría. En los tiempos presentes las religiones tienen una especial responsabilidad ante la paz mundial y la justicia a nivel planetario.
Es necesario, por tanto, que en un futuro próximo acentúen cada vez más
lo que las une, y no lo que las separa, sin que por ello pierdan su propia
identidad. Por supuesto, no se puede pretender la integración mediante la
pérdida de la identidad. Ninguna religión auténtica que quiera mantenerse fiel a sí misma podría aceptar esta concepción. Diálogo no significa
abdicación de lo propio, sino puente con quien profesa convicciones distintas.
Sobre todo los cristianos —de las distintas denominaciones— no podemos minusvalorar las incomprensiones ancestrales que hemos heredado del pasado, de los malentendidos y prejuicios de los unos contra los
otros. No pocas veces, además, la inercia, la indiferencia y un insuficiente conocimiento recíproco agravan estas situaciones. Por este motivo
es necesaria la conversión del corazón que llevará a la necesaria purificación de la memoria histórica. Y con los judíos —nuestros hermanos
mayores en la fe—, con los que tenemos un inapreciable patrimonio espiritual común y a quienes en distintas épocas hemos sometido a injustos
sufrimientos, que con dolor debemos deplorar. Y también con los seguidores del hinduismo, y del budismo, y del islamismo y de todas las demás religiones.
Vivimos, ciertamente, en una época con nuevos paradigmas que se tratan de caracterizar con expresiones como modernidad y posmodernidad,
4
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
laicismo y laicidad, que no son conceptos ni simples ni unívocos, sino
polivalentes, pero que tienen como referente en una u otra forma a la religión. Se habla así también de secularización y pos-secularización, la
primera frecuentemente con connotaciones ideológicas de oposición a
la religión, y la segunda como una impulsión de redescubrimiento del fenómeno de lo religioso, de lo sagrado, pero con manifestaciones múltiples, ambiguas, ambivalentes. André Malraux vaticinaba: “el siglo XXI
será religioso o no será”.
La realidad es que vivimos en una sociedad —que más allá de matices
conceptuales podríamos llamarla secularizada y plural, y esto nos obliga
a plantearnos, en el caso de los católicos, a cuya fe pertenezco— aunque
no hablo en representación de la Iglesia, sino como laico y, para utilizar
la expresión de Efraín González Morfín, como simple pecador estándar,
toda una ingente problemática que tenemos que abordar y debatir con
firmeza y cordialidad con quienes pertenecen a otras tradiciones religiosas o no pertenecen a ninguna.
Debemos estar conscientes de que en el mundo actual no hay tal vez
ni un solo país totalmente homogéneo desde el punto de vista religioso:
incluso en el país en que una confesión o la ausencia de religión sean
predominantes, habrá por lo general unos grupos minoritarios de otra religión o de no religión, según los casos. La heterogeneidad o el pluralismo religioso son la regla más o menos general en el plano sociológico.
Por ello, todos los creyentes debemos estar atentos a todos los valores de
las demás religiones y respetar igualmente las convicciones fundamentales de quienes no son creyentes.
Como cristianos católicos —y esto nada tiene que ver con el relativismo o el sincretismo religioso— no podemos rechazar nada de lo que en
otras religiones hay de santo y verdadero, ni dejar de reconocer, guardar
y promover aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores
socioculturales que en ellas se encuentran.
Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta al cuestionario básico de la vida: ¿qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido y qué fin
tiene nuestra vida?, ¿qué es el bien y el pecado?, ¿cuál es el origen y el
fin del dolor?, ¿cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad?,
¿qué es la muerte, el juicio y cuál la retribución después de la muerte?,
¿cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?
INTRODUCCIÓN TEMÁTICA AL CONGRESO
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Fuera de las religiones los hombres se hacen las mismas preguntas,
que a veces quedan sin respuesta y que conducen a dramas existenciales
ante los cuales hay que guardar profundo respeto. Poco antes de morir,
Norberto Bobbio —uno de los más influyentes filósofos del derecho y de
la política de nuestro tiempo— escribió lo siguiente: “Mi religiosidad es
de la duda... sólo acepto lo que está dentro de los límites de la razón rigurosa... Cuando siento haber llegado al final de la vida sin haber encontrado una respuesta a las preguntas últimas, mi inteligencia es humillada”
(y repite con mayúscula esta última expresión: “HUMILLADA”).
Sobre las anteriores bases se concibió este Congreso para debatir con
nuevo espíritu los grandes temas conectados con la dimensión religiosa
del hombre. ¿Cómo deben plantearse aquí y ahora las relaciones entre las
Iglesias y la comunidad política? Y entre las Iglesias y la sociedad civil,
y con los medios de comunicación social, y con el mundo empresarial. Y
¿cuál es la misión y la responsabilidad de las Iglesias con el desarrollo
social y con la promoción de la justicia y en la defensa de los derechos
humanos?, ¿y cuál con la educación, con la cultura y con las ciencias de
la vida? y ¿cuáles son y pueden ser sus aportes de valores éticos a la estructura de la sociedad y a la vida pública? Y preguntarnos también si
puede haber democracia sin sustentación en valores éticos comunes o si el
relativismo debe prevalecer aun cuando la vacíe de sustancia. Debemos
cuestionarnos —como pretenden algunos— si la naturaleza espiritual de
las religiones implica la despreocupación de los problemas terrenales que
agobian al hombre y a la sociedad. Kart Barth aseguraba que preparaba
sus sermones con el periódico en una mano y la Biblia en la otra.
El tema marco del Congreso es el relativo al de la laicidad y al del
Estado laico, y dentro de ese referente teórico se pretende discutir cómo
se sitúan y cómo se comportan las confesiones religiosas, especialmente
la Iglesia católica, por ser la de mayor implante y protagonismo en una
sociedad democrática y pluralista.
El secularismo autóctono y el europeo en su pretensión por disminuir
o desaparecer la presencia de lo religioso en el ámbito social le lleva a
exigir que las agrupaciones religiosas ni siquiera formen parte de la así
llamada sociedad civil. El empresario se enoja cuando se habla de justicia en la empresa y el político cuando se denuncia la justicia social. Y es
que en este campo muchos no aceptan la intrínseca dimensión ética de
toda decisión política.
6
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
En este orden de ideas, el politólogo Michelangelo Bovero, discípulo
y sucesor de Bobbio, invitado a México por el Instituto Federal Electoral y por la Universidad Autónoma Metropolitana, advertía hace unos
días sobre los riesgos que para cualquier democracia implicaba mezclar
política y religión, pero dando a sus expresiones un claro sesgo de laicismo combativo, ideológico, anticlerical; en tanto que Regis Debray, antiguo teórico marxista, ha traído a la palestra el concepto de laicidad inteligente, que equivaldría —en mi opinión— más o menos al de laicidad
abierta o laicidad positiva con plena libertad religiosa —en contraposición al concepto del laicismo decimonónico que para Debray resulta
ahora demasiado escuálido—.
La laicidad inteligente —según el referido autor— parte de la premisa
de un Estado y de una Iglesia condenados a entenderse. Porque en políticas sociales, en cuestiones de vida y muerte (nacimiento, eutanasia), de
género, de emigración e integración social, multiculturalidad, educación,
son inevitables los roces. Hay, se quiera o no, incidencias de la política
con el sentido.
La laicidad inteligente solicita que el laicista entienda que ya los creyentes no le quieren disputar el poder al Estado. Y, por ello, que no pretenda esgrimir la ideología laicista ni tener el monopolio de la racionalidad y del saber (“cientifico”) ni de las soluciones a cuestiones de moral
social. Pero también el creyente debe saber que está en una sociedad pluralista, laica, en donde no posee el monopolio ni del sentido de la vida ni
de la moral ni tampoco de las soluciones adecuadas a los complejos problemas sociales.
Hay que enfatizar, empero, que un análisis de los tiempos que excluye
la dimensión religiosa es deficiente. La religión, como el arte o el derecho es un fenómeno universal. Ya sea por descuido, por ignorancia o por
resentimiento, excluir del análisis este fenómeno humano universal equivaldría a dar la espalda a una dimensión esencial de la vida humana y de
la historia de la humanidad, independientemente de si luego se le afirma
o niega. Jürgen Habermas —insospechable de inclinaciones religiosas—
afirma que en cuanto occidentales, “no podemos comprender seriamente
conceptos como moralidad, honestidad, persona e individualidad, libertad y emancipación sin asimilar la sustancia del pensamiento históricosalvífico de origen judío-cristiano”. Como contrapartida, tampoco el hombre religioso puede dispensarse de buscar informaciones en los campos
INTRODUCCIÓN TEMÁTICA AL CONGRESO
7
de la bioética, de la ética sexual, económica y política. Una ética moderna requiere el contacto con las ciencias de la naturaleza y del hombre,
aunque, por otra parte, como dice Hans Küng, no todos los progresos de
la ciencia son automáticamente progresos en humanidad.
De aquí que en este Congreso pretendamos privilegiar el diálogo como el instrumento propio de la razón y de la religión para conocer y entendernos con los demás. Quien está por el diálogo ha de poseer fuerza y
valentía para mantenerlo y para respetar el punto de vista del otro. La
lealtad a la propia tradición y comunidad de fe no excluye una sensibilidad dialogante respecto a otras concepciones religiosas o no religiosas.
Se trata de producir con las aportaciones de todos un material testimonial y documental que puede facilitar el análisis crítico de las relaciones
entre las Iglesias, el Estado y la sociedad civil, que con frecuencia no
han sido fáciles y que en muchas ocasiones han aparecido teñidas de algunas dosis de ambigüedad, claroscuro y equivocidad.
En este contexto, las relaciones entre las Iglesias y el Estado —después de mil peripecias históricas— se centran hoy en la libertad religiosa, el primero de los derechos humanos, y para ello conviene que las
Iglesias y los Estados redescubran sus propias naturalezas y el marco de
sus relaciones. Al fin y al cabo las iglesias y el Estado están al servicio
del hombre, y este servicio lo ejercitarán tanto más eficazmente cuanto
más procuren los dos una sana cooperación entre sí, teniendo en cuenta
las circunstancias de los lugares y los tiempos.
Y hablar de libertad religiosa no sólo es hablar de un derecho humano
sino de un principio de organización de la sociedad y de configuración
política, porque contiene una idea o definición del Estado (Viladrich y
Ferrer), que es la clave para superar la discordia histórica. Y esta idea o
definición del Estado es la que configura el Estado laico en su concepción
moderna, no el Estado laico indiferente a la religión, no el Estado laico
hostil a la religión, no el Estado laico de confesionalidad atea y persecutor de la religión, sino el Estado laico que valore a la religión como expresión cultural de su pueblo, pero al mismo tiempo que admita su radical incompetencia para emitir juicios axiológicos sobre los contenidos de
las religiones. Un Estado laico que reconozca, que tutele, que garantice
plenamente el derecho de libertad religiosa —fuente y síntesis de todos
los derechos humanos— en su dimensión individual y colectiva, privada
y pública. Libertad religiosa concebida como una inmunidad de coacción
8
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
externa de la conciencia para que nadie sea obligado a actuar en contra
de su propia conciencia y nadie sea impedido de actuar de conformidad
con ella, y que, consecuentemente, bajo los mismos títulos corresponde a
los creyentes de cualquier religión, como a los no creyentes, porque este
derecho tiene su fundamento en la dignidad de la persona humana.
Y ubicándonos en el ámbito espacial de nuestro país nadie puede ignorar la accidentada historia de las relaciones entre la Iglesia católica y
el Estado, que a veces desembocó en guerras fratricidas y en persecuciones, que hace necesario también aquí una purificación de la memoria histórica.
Frente a la discordia histórica como constante de nuestra vida, como
nación debemos levantar la bandera de la concordia de todos los mexicanos de las distintas familias religiosas y de las distintas convicciones no
religiosas, mediante el diálogo paciente y sincero.
Causa perplejidad y desazón observar cómo todavía muchos analistas
políticos, comunicadores y aun intelectuales siguen planteando en términos premodernos las relaciones del Estado y la Iglesia (católica), como si
dicha situación se hubiera congelado hace 150 años, como si no hubiera
habido evolución en las ideas y en las circunstancias y como si continuara vigente la concepción privatista e intimista de la religión, de la que se
pretendía que no tuviera ninguna incidencia en la vida social, económica,
cultural, política de la nación, como si en una contienda interminable todavía estuvieran enfrentados liberales y conservadores, que irremediablemente hace evocar el famoso texto poético de Ramón López Velarde
que alude a “católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de época terciaria (y se odian los unos a los otros de buena fe)”. Sin duda que así como
hay católicos más papistas que el Papa también hay liberales más juaristas que Juárez.
Por ello, debe insistirse en que la libertad religiosa debe orientar y regir las relaciones entre el poder político y las comunidades religiosas.
Todos los instrumentos internacionales sobre derechos humanos consideran a la libertad religiosa en sus diversas dimensiones, individual y colectiva, privada y pública. Y en su proyección colectiva y pública están
implicadas las Iglesias, las comunidades religiosas, como sujetos también del derecho de libertad religiosa, con libertad plena para emitir juicios de valor —a la luz de sus propios principios éticos y religiosos—
sobre los problemas que atañen a la dignidad de la persona, a los derechos humanos, al desarrollo social del país.
INTRODUCCIÓN TEMÁTICA AL CONGRESO
9
Naturalmente, las Iglesias deben, por su parte, reconocer sus propios
límites y admitir también la autonomía de las realidades temporales y
abstenerse de participar en la política partidista. La política partidista es
el campo propio de los laicos. Por ello es necesario reconocer una legítima variedad de opciones posibles, una misma fe cristiana puede conducir
a compromisos diferentes. Ningún partido político, por más inspirado
que esté en la doctrina de la Iglesia, puede arrogarse la representación de
todos los fieles, ya que su programa concreto no podrá tener nunca valor
absoluto para todos. A partir de valores democráticos comunes se pueden
tener visiones distintas del bien común, por ello no es legítimo que ningún partido se arrogue la representación política de la Iglesia; sale perdiendo la Iglesia y sale perdiendo la política. Por su misión, la Iglesia
trasciende la esfera de los partidos.
Por ello, el propósito que nos anima es abordar la caudalosa temática
del Congreso superando prejuicios y condicionamientos históricos y hacernos cargo de que son otras circunstancias y es otro contexto histórico,
ello a pesar de que aún perviven en nuestro medio y en Europa —para no
hablar de la casi totalidad de los países islámicos— situaciones de intolerancias, de discriminaciones y persecuciones de minorías religiosas. Y
para quienes viven en esta situación de nada sirve que un historiador
pueda afirmar con sólidos argumentos a un condenado sobre cuyo pescuezo va a caer la cuchilla de la guillotina: “Serénese, esta ejecución corresponde a un momento de la historia completamente superado”.
No otra cosa ocurre con las relaciones Estado-Iglesias, en los que muchos conflictos podemos considerarlos, con cierta ironía, como fruto de
momentos de la historia completamente superados.
Y es que para llegar a este “núcleo duro” de lo que deben ser hoy las
relaciones Iglesias-Estado todavía se dan retrocesos y ambigüedades,
conflictos e incomprensiones del bien común por uno u otro poder.
A partir de estas premisas las organizaciones convocantes determinaron abrir —aquí y ahora— un espacio de reflexión que sitúe el pensamiento ante conflictos y soluciones del pasado y ante retos y proyectos
para el futuro.
De ahí que sea imprescindible preguntarnos si desde nuestras propias
convicciones religiosas o no religiosas podríamos intentar unirnos en proyectos comunes en los cuales encontráramos coincidencias sustanciales.
10
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
¿Qué, acaso, cada familia religiosa no nos sentimos interpelados ante
el escándalo de la pobreza, de la marginación, de la desigualdad social,
que para los que somos creyentes constituye una verdadera afrenta al
amor de Dios, o simplemente, a la propia conciencia ética natural, para
los que no lo son?
¿Y por qué no podríamos involucrarnos en la tarea permanente de
promover una verdadera cultura del derecho a la libertad religiosa?
¿Y por qué no habríamos de pensar en la posibilidad de un terreno ético común para creyentes de diversas tradiciones religiosas y para no creyentes?, ¿por qué no arriesgarnos a explorar qué puede haber de común
entre unos y otros frente a la ética?
El riesgo de un vacío de sentido, de valores y normas amenaza igualmente a creyentes y no creyentes. Hace poco le oí decir al cardenal Rodríguez Madariaga que le preocupaban tanto los católicos no practicantes
como los católicos practicantes no creyentes. Y del lado agnóstico, Jürgen
Habermas, en su debate del 19 de enero de 2004 con el entonces cardenal
Joseph Ratzinger, reconocía que era indispensable que en la sociedad secularizada se aprendiera de la sabiduría que se esconde en las tradiciones religiosas, y no duda de calificar de fundamentalismo científico a la
pretensión de tener la palabra racional en exclusiva y de forma definitiva, y por su parte Ratzinger advertía que si a las patologías de la religión
les viene muy bien el correctivo de la razón, a las patologías de la razón
secular —y concretamente de la ciencia— les viene muy bien el criticismo religioso. “Debe haber una purificación y regeneración mutua”, decía
Ratzinger.
Frente a este reduccionismo racional, lo que el creyente puede aportar
no son respuestas científicas —eso le corresponde en exclusiva a la ciencia—, sino reflexión acerca del contexto humano, las consecuencias, el
estilo de vida y de sociedad que se pretende, las posturas valorativas y
hasta los mitos que, consciente o inconscientemente, se quieren pasar de
contrabando como racionales y científicos. Dice un gran pensador contemporáneo que los mismos científicos y técnicos lo están subrayando: el
pensamiento científico y tecnológico es, ciertamente, capaz de destruir
una ética tradicional ajena a la realidad, pero el pensamiento científicotécnico moderno se ha revelado desde el principio como incapaz de fundar valores, derechos humanos y normas éticas universales.
¿Acaso no podríamos pensar en unirnos para influir en ciertos medios
de televisión del mundo occidental que, como —desde el campo del ag-
INTRODUCCIÓN TEMÁTICA AL CONGRESO
11
nosticismo— decía Karl Popper, se ha convertido en un poder descontrolado que está “acelerando la corrupción moral de la humanidad”, y especialmente de los niños a los que se expone impunemente a la pornografía,
a la violencia y a una infinita vulgaridad. “Yo afirmo —decía Popper a
sus 91 años— que hoy los niños son la única gran clase de perdedores,
porque ahora los adultos cometen toda la impudicia, toda la degradación,
todos los crímenes delante de los niños”. Y se complacía Popper en coincidir con Juan Pablo II, quien denunciaba a la “niñera electrónica” y sus
consecuencias en la formación moral de los niños. Preguntémonos, entonces, si no podemos coincidir —entre otras tareas urgentes— en la defensa de los derechos sagrados de los niños.
Por supuesto, de ninguna manera se trata de afectar la libertad de expresión, sino de reconocer que esta libertad tiene límites como cualquier
otra.
Con un poco de buen humor esto se puede explicar con la siguiente
historia sacada de los archivos judiciales: un estadounidense es acusado
de haber golpeado a alguien en la nariz; se defiende argumentando que,
como ciudadano libre, tiene la libertad de mover sus puños en cualquier
dirección que quiera, a lo cual el juez replica: “La libertad de mover sus
puños tiene límites y la nariz de sus conciudadanos casi siempre queda
dentro de esos límites”.
En cuántas otras cuestiones no podríamos, quizá, coincidir y unir esfuerzos. Pero antes necesitamos oírnos, necesitamos conocernos, necesitamos dialogar con franqueza y apertura, con firmeza en nuestras convicciones pero con espíritu de captar los valores positivos del otro a fin de
enriquecernos mutuamente.
Todos los temas que serán materia de análisis son temas esencialmente polémicos, son temas que en el mundo de hoy son objeto de un gran
debate a escala internacional, que no podemos ni debemos eludir, sino
asumirlo, participar en él, pero de manera constructiva, con la mejor buena fe, tratando de superar prejuicios ancestrales y con la mayor voluntad
de concordia. Pecaríamos de ilusos si pensáramos que la tarea es fácil y de
corto plazo, pero caeríamos en la abdicación de la inteligencia y en la renuncia a la esperanza si pensáramos que es imposible. Este Congreso aspira solamente a ofrecer un espacio de reflexión en torno a la problemática que le da contenido, bajo un principio inspirador implícito, que creemos
que todos asumimos como convicción común previa: el derecho humano
a la libertad religiosa.
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RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
Démonos, entonces, la oportunidad de pensar juntos, porque para el
hombre el pensamiento es el más alto atributo de su dignidad y de su ser
de hombre. Aunque “el hombre —como decía Pascal— no es más que
una caña, la más débil de la naturaleza, es una caña que piensa”. Esforcémonos, por consiguiente, en pensar bien.
PALABRAS DE BIENVENIDA
Giuseppe BERTELLO*
Es para mí un honor ofrecer la más cordial bienvenida a todos ustedes,
invitados y participantes en este Primer Congreso Internacional sobre
Iglesias, Estado Laico y Sociedad, y al mismo tiempo felicitar sinceramente a los organizadores, que han reunido un grupo de valiosos expertos para acompañarnos y estimularnos en la reflexión y la discusión sobre un tema de actualidad no sólo para México, sino para la comunidad
internacional.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la cuestión de la libertad religiosa ha cobrado importancia en el debate internacional, desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hasta el Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos y la Declaración sobre la Eliminación de
Todas las Formas de Intolerancia y Discriminación Fundadas en la Religión o las Convicciones, de 1981, que tiene el mérito de reunir en un solo
texto, de manera orgánica y explícita, aunque sin un valor jurídico estricto,
lo que otros documentos internacionales han proclamado, ofreciendo así
un seguro punto de referencia para la comunidad internacional.1 Un aspecto para mí revelador de la sensibilidad sobre este tema es la nominación, hace 20 años, de un relator especial de la Comisión Internacional
de Derechos Humanos.
Naturalmente, estas normas y estos principios universales, reafirmados también en los documentos de los organismos regionales y fruto del
consenso de la comunidad internacional, tienen que confrontarse con las
diferentes situaciones nacionales o locales para asegurar su implementación. En este sentido, el encuentro de estos días podrá dar una aportación
importante y ofrecer pistas útiles para considerar las responsabilidades
de los diferentes actores de la sociedad y alimentar un diálogo constructivo entre ellos.
* Nuncio apostólico de México.
1 La liberté religieuse dans le monde, 1991, p. 91.
15
16
GIUSEPPE BERTELLO
En particular, me atrevería a expresar un deseo. Es bastante fácil generar un consenso sobre la responsabilidad del Estado de respetar el derecho a la libertad religiosa, aunque la discusión quede abierta sobre las
modalidades y los límites, sin embargo, raramente se habla de su responsabilidad en la promoción del papel que desempeñan las religiones en la
sociedad, como se pide para otras expresiones de la libertad, por ejemplo
la libertad de asociación política, la libertad cultural, etcétera. Me parece
que sería oportuno dar una respuesta en sintonía con la madurez de un
sistema que quiere ser democrático. ¿El Estado reconoce o no a la religión una función social independientemente de las obras sociales o culturales de las confesiones religiosas?
La cuestión de la libertad religiosa depende en gran parte del sentido
dado al concepto de laicidad del Estado. Si en su origen histórico la afirmación de esta laicidad tuvo sus raíces en la voluntad del Estado de liberarse, tal vez de una manera violenta, de las influencias de las Iglesias
sobre la sociedad, en una visión más positiva, entonces, la laicidad del
Estado significa que éste no se identifica ni depende de una confesión religiosa concreta porque tiene que armonizarlas todas para que se pongan
al servicio de la sociedad en la búsqueda de los intereses superiores del
bien común.2
El Papa Juan Pablo II, en su carta a los obispos de Francia con motivo
del centenario de la Ley sobre la Separación de la Iglesia y del Estado,
decía que “la non-confesionalidad del Estado, que es una non ingerencia
del poder civil en la vida de la Iglesia y de las diferentes confesiones religiosas, así como en la esfera espiritual, permite que todos los actores de
la sociedad trabajen juntos al servicio de todos y de la comunidad nacional”.3 Lo que el Papa afirma es una laicidad abierta a las diferentes expresiones religiosas y a la fe, que no cae ni en un integrismo, que puede
transformarse en clericalismo y en confesionalismo, ni en un laicismo
que fácilmente se vuelve anticlericalismo ácido.
Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, la comunidad católica no quiere ser una sociedad contrapuesta a la sociedad civil, entendida en sentido amplio. Al contrario, quiere colaborar para el desarrollo
2
“Carta pastoral del Episcopado Portugués”, núm. 11, O. R., 9 de junio de 2000.
Juan Pablo II, Carta de S. Padre al Presidente de la Conferencia Episcopal Francesa y a todos los Obispos de Francia, con motivo de la Memoria Litúrgica de la beata
Virgen de Lourdes, 11 de febrero de 2005.
3
PALABRAS DE BIENVENIDA
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integral y la convivencia armoniosa de la sociedad guardando la autonomía y la distinción entre lo civil, lo político y lo religioso, pero con el
mutuo respeto de las competencias de cada uno.4 Ella no pide privilegios
y favores, pero al mismo tiempo, no se resigna a ver su fe arrinconada en
la esfera privada, sin ninguna manifestación social y pública, como si la
experiencia cristiana fuese un ghetto y no pudiera contribuir a reforzar e
iluminar los principios básicos de la convivencia social.5
Quisiera terminar estas palabras leyendo una página de la carta de los
obispos de Francia —“proposer la foi dans la societé actuelle”— que
sintetiza magníficamente el tema de este Congreso:
La fe no puede ser reducida a una tradición religiosa, que se podría utilizar
para fines culturales, sociales o políticos... Nosotros queremos ser reconocidos como herederos solidarios de una historia nacional y religiosa pero
también como ciudadanos que toman parte en la vida actual de la sociedad
francesa, que respetan su laicidad constitutiva y quieren manifestar en ella
la vitalidad de su fe... Por parte nuestra, a título de nuestra ciudadanía y de
nuestra fe, queremos contribuir al “querer-vivir” de nuestra sociedad y a
mostrar activamente en ella que el Evangelio de Cristo está al servicio de
la libertad de todos los hijos de Dios.6
4
Gaudium et Spes, núm. 42.
Cfr. Discurso S. Padre al nuevo embajador de México ante la S. Sede, O. R., 30 de
septiembre de 2005, p. 4.
6 Proposer la foi dans la societé actuelle, 1996, pp. 28 y 29.
5
José G. MARTÍN RÁBAGO*
Saludo con respeto a todos los participantes del Primer Congreso Internacional sobre Iglesias, Estado Laico y Sociedad.
En nombre de los obispos mexicanos y como presidente de la Conferencia Episcopal les aseguro el sincero deseo de que este Congreso permita un intercambio respetuoso de las legítimas diferencias, características de una sociedad pluralista, y alcance conclusiones que reafirmen el
irrenunciable ejercicio del derecho humano a la libertad religiosa.
Vivimos tiempos de violencia, frecuentemente de intransigencia y de
lamentables fanatismos, en los que, en ocasiones, aparecen implicaciones
de equivocadas fidelidades religiosas. En realidad, el respeto a los derechos humanos y, más en particular, el respeto al derecho humano a la libertad religiosa es un elemento esencial para la pacífica convivencia humana. La paz es fruto de la justicia y requiere el respeto a los derechos y
el cumplimiento de los deberes propios de cada uno.
Existe un vínculo intrínseco entre las exigencias de la justicia, la verdad y la paz. Jamás podrá invocarse la fidelidad a las convicciones religiosas para provocar actitudes de violencia irracional o de terrorismo.
México ha manifestado su clara decisión de construirse como Estado
democrático y laico, en consonancia con la mayoría de los países de la
actualidad. Es, sin embargo, necesario reconocer que la laicidad del Estado es auténtica cuando facilita la creación de un ambiente político que
garantice la práctica religiosa a todos los ciudadanos y su libre decisión
de creer o no creer.
En un Estado laico los ciudadanos tienen el derecho de ejercer su libertad dando a la sociedad una conformación acorde a sus convicciones
religiosas.
Los obispos mexicanos hemos emitido recientemente un comunicado
en el que hemos expresado nuestras convicciones al respecto. Hemos di* Obispo de León y presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana.
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PALABRAS DE BIENVENIDA
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cho que, cuando la Iglesia exige la libertad religiosa, no solicita una dádiva, un privilegio o una licencia que depende de situaciones contingentes, de estrategias políticas o de la voluntad de autoridades, sino que está
pidiendo el reconocimiento de un derecho irrenunciable (cfr. Comunicado del 10 de agosto de 2005).
No sería congruente con los principios democráticos invocar la laicidad del Estado para asumir una actitud de indiferencia ante el fenómeno
religioso o, peor aún, para recortarlo en las implicaciones que de él se
derivan en la configuración social, política o económica de las comunidades.
Alcanzar este ideal requiere la educación de todos los ciudadanos en
el respeto a la verdad, a la tolerancia, al interés en el bien común, a la
disponibilidad para defender la libertad, a la capacidad de no permanecer
rehenes de acontecimientos históricos del pasado y en a aportación leal
de construir un auténtico Estado de Derecho.
Con mis mejores augurios por el éxito de los trabajos de este primer
Congreso y mi agradecimiento a los autores de esta feliz iniciativa, termino asegurándoles mi estima y la de todos los obispos de la Conferencia Episcopal Mexicana.
José Luis SOBERANES FERNÁNDEZ*
Los temas que hoy nos convocan y que animan la reflexión y el diálogo
en el marco de este Congreso Internacional encuentran su centro de gravedad en el derecho fundamental a la libertad religiosa, el cual, como
hoy se reconoce ampliamente, constituyó la piedra de toque del movimiento de los derechos humanos iniciado en la época de la modernidad y
que vio sus primeros grandes logros en los Bill of Rights de las colonias
estadounidenses y en la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789.
El derecho a la libertad religiosa está animado tanto por el principio
del pluralismo religioso, pieza clave de las democracias contemporáneas,
como por la necesidad incuestionable de proteger las creencias y garantizar la dimensión espiritual de todo ser humano. Sin embargo, en la historia moderna de México, la lucha por el pleno reconocimiento y respeto
de este derecho fundamental ha ocasionado sangrientos conflictos internos, al grado de que, siguiendo como hilo conductor sus logros y sus retrocesos en la historia mexicana, sería posible narrar varias de las más
obscuras luchas políticas y algunos de los más absurdos y violentos enfrentamientos que han dividido a los mexicanos.
Sin lugar a dudas, la reforma constitucional a los artículos 3o., 5o., 24,
27 y 130, del 28 de enero de 1992, fue decisiva para la consolidación de
un verdadero Estado laico y del reconocimiento del derecho a la libertad
religiosa en México, así como para dar la vuelta definitivamente a una
historia de incomprensiones, intolerancias, simulaciones y tensiones.
Sin embargo, existen todavía muchos temas en torno a estos dos conceptos que continúan causando división y encono entre algunos sectores
de la sociedad mexicana. La solución no puede ser el silencio, sino, por
el contrario, que encuentren espacio en la luz del debate público para que
sean discutidos mediante un diálogo abierto, serio y respetuoso.
* Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
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PALABRAS DE BIENVENIDA
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Así como los derechos a la salud, a la educación, a la información, a
la libertad de asociación y a la integridad física y psicológica, entre otros,
protegen y garantizan el acceso de toda persona a los bienes y dimensiones indispensables para su desarrollo integral como seres humanos, el derecho fundamental a la libertad religiosa protege y garantiza el acceso a
la dimensión espiritual de la persona, presente en todas las culturas y
épocas de la historia de la humanidad y muy apreciada y valorada por el
hombre.
Así pues, sin la posibilidad de cultivar libre y plenamente las dimensiones del espíritu, o, incluso, sin la posibilidad de negarse a cultivarlas
mediante una fe religiosa, el hombre vería cercenados aspectos fundamentales de lo que entiende y defiende como el derecho a poder llevar
una vida en plenitud.
Por lo anterior, y asumiendo el mandato constitucional de proteger y
promover los derechos humanos de todos los mexicanos sin ningún tipo
de distinción, considero que una función de la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos en éste y en otros ámbitos, ha sido la de facilitar el
diálogo social y el intercambio plural de ideas entre los académicos, los
representantes de las asociaciones religiosas, los líderes sociales, los intelectuales, los comunicadores, los dirigentes políticos y los funcionarios
públicos.
Este Primer Congreso Internacional sobre Iglesias, Estado Laico y Sociedad es un marco propicio para ello, de tal manera que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos aplaude y alienta su organización.
En tal virtud, me complace saludarlos y manifestarles mi convicción
de que sus reflexiones serán benéficas, no sólo para los estudiosos y los
especialistas, sino para el conjunto de la sociedad mexicana y para el clima general de libertades que debe caracterizar a nuestro país.
José Ignacio MARISCAL*
Saludo con aprecio al excelentísimo señor don Giuseppe Bertello, nuncio
apostólico en México; a monseñor José Guadalupe Martín Rábago, presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana; al doctor Hubert Gehring,
representante de la Fundación Konrad Adenauer en México; al doctor
José Luis Soberanes, presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, y al licenciado Carlos María Abascal Carranza, secretario de Gobernación de México. Saludo a todos ustedes que amablemente
han aceptado la invitación a participar en este Primer Congreso Internacional sobre Iglesias, Estado Laico y Sociedad. Como institución convocante les doy la más cordial bienvenida y les pido que se sientan como
en su casa.
Desde los inicios de la organización de este Congreso, el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc), que me honro en presidir,
vio como una oportunidad de oro su realización, porque pretende responder a necesidades imperiosas de la dinámica de nuestros países. Nunca
nos pareció un Congreso ocioso, sino absolutamente necesario y útil, al
menos por tres razones.
La primera, por la incipiente democracia que vivimos en México y en
otras partes del mundo, democracia que está costando trabajo consolidar
y sobre todo cualificar. Esta democracia requiere de mayor diálogo y debate sobre los temas de las agendas nacionales, y el tema de este Congreso es uno de esos temas que no figuran en la prensa diariamente, pero
que tienen una trascendencia indiscutible, pues tiene que ver con la defensa, promoción y garantía de uno de los derechos humanos básicos,
como es el derecho a la libertad religiosa; tiene que ver con una parte viva, amplia, sensible y compleja de la realidad de nuestros pueblos: la
dimensión social de la religión y sus múltiples expresiones.
* Presidente del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc).
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PALABRAS DE BIENVENIDA
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La segunda razón es porque en México, y a pesar de los cambio que
desde 1992 se han venido dando en materia de libertad religiosa —cambios que han sucedido con mucha lentitud, por cierto—, seguimos estamos en deuda con la historia y con la sociedad, pues venimos cargando
todavía atavismos del pasado, como lo es el miedo a aceptar que los mexicanos somos una nación caracterizada por la religiosidad —aunque estadísticamente las cosas se muevan—; nos da prurito admitir que algunas
religiones, tradiciones espirituales o Iglesias tienen de suyo un aporte
que hacer a la vida social, y no podemos todavía desembarazarnos de
concepciones decimonónicas del Estado laico que confunde laicidad con
antirreligiosidad o anticlericalismo. De manera que el tema del Congreso, en debate serio como se dará en los próximos días, servirá para ventilar sin apasionamientos y sin miedos estos temas, buscando luz en los caminos que se han recorrido en otras partes del mundo, discutiendo las
distintas visiones con libertad por parte de actores sociales indiscutibles
como los comunicadores, los dueños de los medios, los generadores de opinión, los políticos, los empresarios, los representantes de Iglesias y las personas de a pie que, en general, viven su religión como algo propio que
marca su personalidad y su forma de proceder en todos lados, no como
algo cosmético.
La tercera razón es porque estamos convencidos de que la gobernabilidad, pero sobre todo la gobernanza de nuestros pueblos, pasa, necesariamente, por un mayor diálogo y debate respetuoso entre las Iglesias, las
tradiciones espirituales arraigadas, el Estado con sus instituciones, los medios de comunicación, la sociedad civil y la sociedad en su conjunto. Al
menos en México, el debate serio y respetuoso, el debate constructivo, el
debate de altura sin tintes políticos, es como una asignatura pendiente a
la que no debemos tenerle miedo.
Estoy seguro que este Congreso aportará muchas ideas como fruto de
los debates que se darán en sus paneles, como fruto también de la iluminación ofrecida por las conferencias magistrales, pero, sobre todo, por el
diálogo y la convivencia entre todos los asistentes. Hago votos porque
así sea, porque en un futuro no lejano demos continuidad a este primer
Congreso y porque todos salgamos nutridos y enriquecidos de este espacio de diálogo.
Amalia GARCÍA MEDINA*
En enero de 1992, en un gesto de política democrática que acabó con la
simulación que rigió las relaciones del Estado mexicano con las Iglesias,
se modificó el marco jurídico, en particular los artículos 3o., 5o., 24, 27
y 130 constitucionales. Estas reformas sirvieron de sustento para que la
LV Legislatura del H. Congreso de la Unión promulgara la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, vigente desde el 16 de julio del
mismo año. Poco después, en septiembre, se establecieron relaciones diplomáticas con el Vaticano. De esta manera se modificó el modus vivendi que rigió los vínculos entre la Iglesia católica y el Estado mexicano
desde finales de la década de los años treintas y, sin afectar la clara separación que existe entre ambos ni modificar el carácter laico del segundo,
se dio un paso fundamental para que el gobierno mexicano entablara con
el Vaticano y con las Iglesias una relación mutuamente provechosa, sustentada en el respeto recíproco y el derecho.
Desde entonces, los sucesivos gobiernos de la República han tratado
de enriquecer estos vínculos para dejar atrás su carácter exploratorio inicial, propio de una relación nueva, y avanzar en la definición de una agenda concreta de cooperación y diálogo. Los entendimientos bilaterales y
multilaterales con la Iglesia y el Estado Vaticano son facilitados por el
tradicional prestigio internacional de México y las ventajas que le ofrecen su cultura y el mismo cambio político. De manera especial, la Iglesia
católica comparte el diagnóstico de la actual administración sobre las relaciones internacionales (contenido en el Plan Nacional de Desarrollo
2001-2006), en especial el concepto de que existe en el mundo un sistema de reglas básicas y valores de aceptación universal, como la legalidad
internacional, la democracia y los derechos humanos, que ofrecen el
marco para ejercer acciones de cooperación con instituciones no gubernamentales, con otros países y regiones.
* Gobernadora del estado de Zacatecas.
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PALABRAS DE BIENVENIDA
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Estas coincidencias permiten a México y a la Iglesia fomentar acciones e iniciativas específicas en temas como la paz y seguridad internacionales; la defensa de los derechos humanos y la protección a la integridad
de los inmigrantes; el respaldo a la Corte Penal Internacional y rechazo a
la pena de muerte; el impulso a la asistencia humanitaria, así como la
promoción del desarrollo económico y la justicia social, entre otros.
El Plan Estatal de Desarrollo Zacatecas 2005-2010 tiene como objetivo avanzar en la consolidación de la democracia en el estado, desde una
visión integral que mejore las condiciones de vida de la gente, especialmente que limite las desigualdades y la pobreza. Se quiere promover una
nueva cultura de gobierno afirmada en la gobernabilidad democrática, la
armonía concertada con la federación, la transparencia y la rendición de
cuentas, la promoción del Estado de Derecho, el desarrollo regional incluyente, la equidad y el cambio sostenible. De manera especial, se ha
puesto énfasis en mantener permanentemente una relación respetuosa y
republicana con las Iglesias, reconociendo que cada una tiene su propio
ámbito, pero que existen espacios de coincidencia cuando se comparte el
interés por el bienestar material y espiritual de la gente y que, siempre,
se pueden sumar esfuerzos.
Lo que ahora encontramos plasmado en el Plan Estatal de Desarrollo
como un hermoso ideal es producto de un largo caminar, producto de lo
que hemos sido y lo que queremos ser como sociedad. Zacatecas constituye un caso especial en toda la historia de la nación en lo que se refiere
a la relación de la Iglesia y el Estado, se trata de una historia llena de
contrastes, de encuentros y desencuentros, de luces y sombras.
Tradicionalmente, Zacatecas ha sido considerado, en la esfera civil, como un estado de cuño marcadamente liberal, cuna de grandes liberales y
republicanos de la talla de Francisco García Salinas y el general Jesús
González Ortega, gran militar, promotor de las Leyes de Reforma y que,
dicho sea de paso, mandó fundir las campanas de la catedral de Zacatecas para erigirse una estatua ecuestre.
Sin embargo, Zacatecas es también conocida como la “civilizadora y
evangelizadora del norte”. Fue del Colegio de Propaganda Fide de Guadalupe, Zacatecas, de donde partió el venerable fray Antonio Margil de
Jesús a evangelizar las tierras del norte de la Nueva Galicia. Quien visite
Zacatecas hoy se encontrará con una ciudad caracterizada por la majestuosidad de sus construcciones virreinales, entre las cuales destacan los
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AMALIA GARCÍA MEDINA
antiguos conventos y templos. Zacatecas fue, durante toda Nueva España
y aun después, una ciudad marcada por su religiosidad católica.
Ha sido precisamente un zacatecano quien mejor ha sabido definir en
breves palabras este espíritu bilateral del zacatecano, Ramón López Velarde, “El Bardo de Jerez”, quien hablando de la bizarra capital de su estado describe a sus habitantes como:
Católicos de Pedro el Ermitaño
y Jacobinos de época terciaria,
y se odian los unos a los otros
de buena fe.
Esta dualidad se ha expresado muchas veces en innumerables acontecimientos. Según el historiador Jean Meyer, fue precisamente en el municipio de Valparaíso, Zacatecas, donde se dio el primer levantamiento
armado, en 1926, cuando se suscitó en el país el conflicto entre la Iglesia
y el Estado, conocido por todos como “La Cristiada”. De ese conflicto,
el estado de Zacatecas emerge como el segundo productor nacional de
santos, tanto clérigos como laicos, con personajes de la talla de Miguel
Agustín Pro Juárez, Mateo Correa Magallanes o Manuel Morales, que en
la actualidad son venerados y queridos por infinidad de fieles, propios y
ajenos.
En la actualidad, conviven en el estado de Zacatecas una arquidiócesis, la de Guadalajara en el sur del estado, y tres diócesis, la de Zacatecas, Durango y Aguascalientes, y en una pequeñísima porción, enclavada
en la sierra de Valparaíso, la Prelatura del Nayar. Y para seguir con las
paradojas, es con un gobierno de izquierda con quien se han dado las mejores relaciones institucionales entre la Iglesia y el Estado en Zacatecas.
Somos uno de los pocos estados de la República que cuenta con una
Dirección de Asuntos Religiosos de todo el país, cuya misión consiste en
desarrollar la política del Ejecutivo Estatal en materia religiosa, de conformidad con las disposiciones jurídicas vigentes, para proporcionar el
pleno ejercicio de la libertad de creencias y de culto y fomentar la cultura
de la tolerancia con respeto a la pluralidad religiosa, así como fortalecer
las relaciones con las instituciones religiosas, en el marco del carácter
laico del Estado y el principio histórico de la separación del Estado y las
Iglesias. Queremos ser una institución que contribuya al ejercicio de la li-
PALABRAS DE BIENVENIDA
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bertad religiosa y a la consolidación de un ambiente de convivencia social
respetuoso y tolerante entre los individuos y grupos de distintos credos.
Más aún, a partir del 4 de noviembre de 2004, con la firma del Convenio de Colaboración en Materia de Asuntos Religiosos, celebrado entre
el estado de Zacatecas y la Secretaría de Gobernación, la Dirección ha
asumido la responsabilidad de convertirse en vínculo de enlace entre las
dos instituciones, proporcionar información y coadyuvar en la resolución
de conflictos religiosos, lo mismo que difundir la normativa sobre la materia y dar capacitación sobre la misma en todo el estado.
Siendo Zacatecas un estado donde el 98 % de la población es católica,
resulta obvio que la Iglesia católica tiene especial prioridad dentro de la
atención y las acciones que tanto la Dirección de Asuntos Religiosos como el gobierno del estado en su conjunto atienden.
En Zacatecas hemos aprendido a convivir en armonía y colaboración,
respetando las convicciones de todos y el marco jurídico que nos rige.
No en pocas ocasiones algunos prelados que nos han visitado se han manifestado sorprendidos de la relación que existe en Zacatecas entre la
Iglesia y el Estado, y nos sentimos orgullosos de ello. Porque a final de
cuentas, las dos instancias buscamos un objetivo afín: el bien común, el
temporal y el eterno.
El gobierno que encabezo tiene el firme propósito de mantener abierto
el canal de diálogo y la cooperación con la Iglesia, quiere ofrecer su cooperación en todos los proyectos que promuevan la igualdad, el respeto de
los derechos humanos y la paz sustentada en un desarrollo equitativo y
justo para todos.
Reciban un cordial saludo y los mejores deseos de que los trabajos
que están emprendiendo traigan abundantes frutos para el bienestar de
nuestro país y, al mismo tiempo, reciban la más cordial invitación a visitar nuestro estado. Zacatecas los recibirá con los brazos abiertos, y recuerden que ya no fusilamos cristeros, ahora los queremos y los veneramos.
Carlos María ABASCAL*
Es responsabilidad de la Secretaría de Gobernación las relaciones entre
las Iglesias y el Estado; en este marco, es un gusto para la Secretaría de
Gobernación participar en el evento inaugural de este Congreso Internacional, porque pensamos que el tema de este Congreso es de singular
importancia en las sociedades modernas, porque en lo entramado de las
relaciones entre las Iglesias y el Estado laico y la sociedad se encuentra
comprometida la libertad de la persona.
Eso es así porque en muchas sociedades libres y democráticas se ha
venido poniendo en tela de juicio los vínculos conformados por los valores y principios que han normado las relaciones de las personas entre sí
en el seno de la sociedad, en el seno del Estado y el ejercicio de los derechos humanos, particularmente, el derecho a la libertad religiosa.
En este contexto, la misión de las Iglesias y de las religiones, como
consecuencia de su aportación ética a las personas, a las familias, a la sociedad y al Estado, es invaluable. Hay que recordar, ciertamente, que ellas,
las Iglesias y las religiones, interpretan los valores y principios escritos
desde el inicio en el corazón de los hombres, pues los valores éticos no
son de suyo confesionales, no son propiedad exclusiva de ningún acto religioso.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 es como
la cumbre de la expresión de la ética de derecho natural, pues enuncia los
valores y principios cuyo reconocimiento obliga, moral y socialmente, a
su observancia y respeto y a su consagración en el orden jurídico de todos los Estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas.
México ratifica su compromiso con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su artículo 2o. reconoce que todas las personas
tienen los derechos y libertades proclamados en esta declaración, sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión y, ampliada en su artículo 18
* Secretario de Gobernación.
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PALABRAS DE BIENVENIDA
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respecto al tema que nos ocupa, en donde consagra el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, acerca de la cual se proclaman las libertades de manifestarla individual y colectivamente, tanto
en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto, la observancia.
México garantiza, en el artículo 24 de nuestra Constitución Política, la
libertad de creencia religiosa y la de practicarla mediante ceremonias,
devociones o los actos de culto respectivos, siempre que no constituyan
un delito o sean penados por la ley, es decir, dentro del límite del orden
público.
Pienso que si de lo que estamos hablando es, entonces, de los derechos humanos, y dentro de ellos del derecho a la libertad religiosa, el sistema democrático, en el que todos los seres humanos somos idénticos en
dignidad, sólo puede funcionar cuando este sistema democrático coloca a
la persona humana en el origen, en el centro, en el fin del Estado; persona revestida de una dignidad trascendente y en cuya naturaleza están impresos estos valores y principios éticos, que se traducen en derechos humanos y que son reconocidos como válidos por todos y que son anteriores
y superiores al Estado.
Ésta es la premisa que le da viabilidad, estabilidad y certidumbre a la
vía democrática. La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos no otorga a las personas sus derechos humanos, pues si lo hiciera podría también suprimir los derechos humanos definitivamente, sino que
garantiza a las personas el libre ejercicio de los derechos humanos en el
marco de la ley.
El Estado laico es, sin duda, un avance incuestionable en la organización del Estado. La laicidad, entendida como la autonomía de lo civil y
lo político respecto de lo religioso y lo eclesiástico, es una conquista que
pertenece ya al patrimonio de la civilización.
Esa autonomía en ningún caso implica que el Estado sea independiente, que esté desvinculado del orden ético universal, ni en la formulación
de las leyes, ni en la conducta de los servidores públicos; de hecho, la recuperación del prestigio de la política y de los políticos pasa, por ejemplo, por la indispensable vivencia de la ética en la política.
La relación armónica y de cooperación entre las Iglesias y el Estado
laico son de una gran trascendencia; la laicidad y la separación de las
Iglesias y del Estado, en términos justos, implica respetar la libertad no
imponiendo una religión, sino dejando el espacio libre a las conciencias,
30
CARLOS MARÍA ABASCAL
para creer o no, a las religiones con su propia responsabilidad hacia la
sociedad civil, abriéndoles espacios para que sean ellas factores positivos
en la construcción de la sociedad, en la construcción del bien común.
Una sociedad sin ética y, por ello, sin respeto a los derechos humanos
es prácticamente insostenible, tiende hacia su propia destrucción, como
lo hemos podido ver en los Estados totalitarios del siglo pasado.
La materia de este Congreso es de una importancia singular. La discusión está abierta y hago votos porque las propuestas que surjan de este
foro fortalezcan a México, en el marco del Estado de Derecho y del régimen democrático que tenemos vigente y que deseamos perfeccionar para
lograr el bien común de nuestra sociedad con solidaridad, compromiso con
la verdad y la justicia, con tolerancia, con oportunidades para todos, con el
gozo de la libertad responsable que permita a todas las personas, sin excepción, tener la plena oportunidad de encontrar su realización en la vida
en sociedad en el Estado organizado.
Por ello, me es muy grato hoy, 14 de noviembre de 2005, declarar formalmente inaugurado este Primer Congreso Internacional sobre Iglesia,
Estado Laico y Sociedad. Enhorabuena, estaremos atentos a las conclusiones a las que arriben después de sus deliberaciones.
PRIMERA PARTE
CONFERENCIAS MAGISTRALES
LA MISIÓN DE LA IGLESIA
Y LA COMUNIDAD POLÍTICA
José María SETIÉN ALBERRO*
SUMARIO: I. Autonomía de la política y valores espirituales
del orden temporal. II. Opción radical por la dignidad de
la persona, fundamento del bien común. III. Valores éticos
de la convivencia y dignidad humana. IV. Contenidos objetivos de los valores éticos.
Los promotores y organizadores de este Primer Congreso Internacional
sobre Iglesias, Estado Laico y Sociedad han tenido la amabilidad y la
atención de encargarme esta primera ponencia, cuyo título es “La misión
de la Iglesia y la comunidad política”. Quiero, antes de entrar directamente en el desarrollo de este tema, mostrarles mi sincera gratitud por la
confianza que han querido poner en mí al hacerme este encargo.
Independientemente de mi mayor o menor competencia para cumplirlo adecuadamente, lo mejor que podré aportarles habrá de ser el resultado de la reflexión que a lo largo de 28 años de actividad pastoral en mi
diócesis de San Sebastián he tenido que ir elaborando a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, para acertar en la respuesta que como pastor de
aquella Iglesia debía dar a las continuas demandas que se me hacían a ésta y otras análogas preguntas: ante esta situación, ¿qué es lo que tiene
que decir la Iglesia?, ¿o es que ella no tiene nada que decir?
La conciencia de que la exposición que yo pudiera hacer ante ustedes
habría de tener también aquí un cierto carácter de “respuesta” a pregun* Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma, Italia). Actualmente es miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, de la Conferencia Episcopal Española.
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JOSÉ MARÍA SETIÉN ALBERRO
tas históricamente situadas en el espacio y en el tiempo, me hizo dudar
en el momento de aceptar la invitación. No creía que fuera yo la persona
más adecuada para responder a las preguntas que aquí se habrían de
plantear. La insistencia en que lo que de mí se esperaba era precisamente
el estudio sobre lo que la Doctrina Social de la Iglesia decía sobre el tema que se me proponía, fue lo que me llevó a decidirme a venir a esta
tierra mexicana que, por otra parte, me atraía no solamente por el grato
recuerdo que de ella tenía a partir de anteriores visitas, sino también, y sobre todo, por la experiencia personal de la capacidad de comunicación y
de simpática apertura y acogida que caracterizan a este pueblo mexicano.
I. AUTONOMÍA DE LA POLÍTICA Y VALORES
ESPIRITUALES DEL ORDEN TEMPORAL
Dicho esto, he de continuar señalando que me parece muy acertado que
los trabajos de este Congreso Internacional partan del estudio de lo que se
entiende que ha de ser la misión de la Iglesia en la comunidad política
configurada como un Estado. Difícilmente seríamos capaces de definir
cuáles han de ser las relaciones que han de darse entre la Iglesia y el
Estado, si previamente no hacemos un esfuerzo de clarificación sobre lo
que ha de ser la misión propia de la Iglesia en la comunidad política y,
en consecuencia, sobre lo que ella ha de hacer para cumplir con dicha
misión.
Es ésta una cuestión que ha de ser estudiada, debatida y definida por
la misma Iglesia, mediante el esfuerzo histórico que ella permanentemente ha de hacer en la búsqueda de su propia identidad. No podríamos
tener la pretensión de relacionarnos adecuadamente con la comunidad
política y con su institucionalización jurídico-política que es el Estado, si
careciéramos de una visión clara de lo que entendemos que ha de ser la
misión plenamente entendida de la misma Iglesia. Y no olvido, al hacer
este planteamiento fundamental, que al hablar de la Iglesia no pienso solamente en eso que más o menos acertadamente llamamos la institución
jerarquizada de la Iglesia. Pienso también en el laicado. Es él quien, en la
mente de la misma Iglesia, tiene la responsabilidad inmediata de la promoción de un orden temporal coherente con el proyecto divino y, más en
particular, con los valores evangélicos que ellos han de hacer presentes
LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA
35
en la “ciudad temporal” a través de sus opciones y compromisos concretos político-sociales.
Permítanme que les diga, a partir de mi experiencia personal en el trabajo pastoral, que esta clarificación relativa a la misión de la Iglesia en el
campo político-social en el que hemos de movernos, no la debemos dar
por conocida en el interior de la misma Iglesia y naturalmente tampoco
de parte del Estado. Pero el tema del conocimiento y aceptación por parte del Estado de la misión de la Iglesia en la comunidad política, habrá
de ser objeto de un estudio más minucioso, posteriormente, por parte de
ustedes. Volvamos ahora a la Iglesia.
De ella se espera y a ella se le pide con razón que no viva de espaldas a
los problemas que inquietan a la humanidad. Las raíces teológicas de una
exigencia de esta naturaleza son evidentes. Ella no puede dejar de hacer
suya la “condescendencia” divina que anuncia y manifiesta el Evangelio
de Jesús ante las múltiples formas de pobreza y debilidad que afectan a
los seres humanos. Pero, al mismo tiempo, a la Iglesia se le pide que no
se meta en política, pues de ésta se dice que es una tarea secular, que corresponde a instancias distintas y ajenas a ella, en virtud de una supuesta
y cartesiana separación entre lo “material” y lo “espiritual”, entre lo “sacro” y lo “profano”, entre el “Reino de Dios” y los “poderes temporales”, en definitiva, entre Dios y el César. Por aquello de que hay que dar
al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. “No se metan ustedes en la política, se nos pide, pues ella divide a las personas e impide
también vivir la unidad de la Comunión dentro de la misma Iglesia”.
¿Tiene todo esto algo que ver con la “laicidad” y el Estado “laico”? Personalmente pienso que sí.
Aunque hemos de ser conscientes de que independientemente de las
deficiencias terminológicas que los binomios verbales citados ponen de
manifiesto, ellos plantean un problema de fondo que no podemos eludir.
Es el que se formula en términos de “autonomía” de las realidades temporales que, como todos sabemos, afirmaba valorándola positivamente
en términos generales la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II en su número 36. Decía de ella que es “absolutamente legítima
y responde a la voluntad del Creador”.
En el ámbito propio de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, el
mismo Concilio decía que la “comunidad política y la Iglesia son inde-
36
JOSÉ MARÍA SETIÉN ALBERRO
pendientes y autónomas, cada una en su propio terreno”.1 Se explicitaba
así la existencia de dos campos o terrenos distintos de actuación, cuya
razón de ser habría de buscarse fundamentalmente en el orden de los fines. El fin perseguido por la Iglesia es el de “satisfacer las exigencias espirituales de los fieles, mientras que las diversas comunidades políticas
generan relaciones e instituciones al servicio de todo lo que pertenece al
bien común temporal”.2 Se ha de advertir también que la misma doctrina
del Concilio contrapone, de alguna manera, las expresiones de “exigencias espirituales” y “bien común temporal”, para designar los fines propios de la Iglesia y de los Estados.
No se puede ignorar, sin embargo, que esas exigencias espirituales no
pueden vivirse al margen de la temporalidad en la que se desarrolla la
vida de las personas y que inversamente el orden temporal configurado
en la historia humana no puede ser ajeno a los valores espirituales que
han de sustentar una existencia plenamente humana. Querámoslo o no,
la afirmada independencia y autonomía no podrán ser reales sin aceptar la
existencia de ámbitos o espacios de “coincidencias” que están en la base
de inevitables formas de relación entre ambas realidades e instituciones:
la Iglesia y el Estado. Relaciones que no podrían tener cabida en una supuesta ignorancia mutua, tal como pretenden sostener ciertas formas de
entender la laicidad.
Tiene justificación la exigencia de que la Iglesia se plantee a sí misma
la definición de su propia misión en el ámbito de unos comportamientos
que no podrán menos de afectar a la temporalidad que es propia de los
Estados. Pero su presencia en ese ámbito no ha de calificarse, sin más, en
términos de intromisión. Y, al mismo tiempo, ha de ser también perfectamente comprensible que los mismos Estados se sientan obligados a plantearse cuál ha de ser su propia competencia y posicionamiento específicos en el ámbito de las exigencias o valores “espirituales”, a los que no
pueden ser ellos ajenos a pesar de la afirmada “temporalidad” de los fines por ellos perseguidos.
Antes de concluir estas reflexiones de carácter introductorio quiero
añadir que esta necesaria clarificación de lo que ha de ser el posicionamiento del Estado ante los valores “espirituales” inherentes a su actua1
Cfr. Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, núm. 76.
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, del Pontificio Consejo “Justicia y
Paz”, núm. 424, 2005.
2
LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA
37
ción al servicio del bien común, no solamente interesa al Estado. Interesa
también a la misma Iglesia. Ya que la comprensión de lo que ha de ser el
adecuado posicionamiento de la Iglesia en la comunidad política para la
realización de su misión, no dependerá solamente de lo que ella piense
acerca de sí misma, sino también de lo que ella entienda que ha de ser la
función propia del Estado al servicio de la comunidad política.
II. OPCIÓN RADICAL POR LA DIGNIDAD DE LA PERSONA,
FUNDAMENTO DEL BIEN COMÚN
La presencia y la actuación de la Iglesia en la comunidad política al servicio de su propia misión viene justificada fundamentalmente por la opción
radical que ella hace por el valor y la dignidad inalienables de la persona
humana. El carácter social de la existencia humana, inherente a la propia
naturaleza individualizada en cada una de las personas, es lo que conduce al hombre a la creación de diversas formas de comunidad. Ello, sin
embargo, no puede significar que esas múltiples formas de vida comunitaria hayan de absorber a las personas poniéndolas al servicio de la prosecución de los fines que esas comunidades pretendan lograr.
Las personas no han de ser valoradas desde su condición de instrumentos útiles y eficaces para el logro de unos objetivos comunitarios que
las trascienden. La comunidad política, a su servicio, y el Estado no son
una excepción a este principio general. La misma Constitución Gaudium
et Spes, en su capítulo sobre “La comunidad humana” (números 23 y
ss.), da la razón fundamental de este posicionamiento de la Iglesia cuando afirma que la persona humana es “la única criatura terrestre a la que
Dios ha amado por sí misma” (número 24), y añade más adelante que “el
principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe
ser la persona humana, la cual, por su propia naturaleza, tiene absoluta
necesidad de vida social” (número 25).
Cabe decir, por ello, que la Doctrina Social de la Iglesia “se desarrolla
a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana”.3 Ella hace así una opción fundamental en lo que se refiere al ser
y al funcionamiento de la convivencia social, a favor de la centralidad
de la persona humana y de su dignidad. Es la persona humana la que ha
3
Ibidem, núm. 107.
38
JOSÉ MARÍA SETIÉN ALBERRO
de ser tomada como medida o referencia crítica para la valoración de las
diversas formas de convivencia social y comunitaria, con todas las consecuencias prácticas que de ahí se han de derivar. Siendo la primera de
todas ellas, en relación con lo que ahora nos ocupa, la que se refiere a la
recta comprensión del bien común. De él se afirma que ha de ser el objetivo, que el Estado ha de realizar por medio de sus múltiples actuaciones
y, en particular, mediante el ejercicio de su fuerza coactiva, entendida como poder soberano. Pero, ¿qué es lo que ha de significar, en verdad, este
afirmado bien común en relación con la admitida centralidad de la persona humana y su inalienable dignidad?, ¿cuál ha de ser su cometido?
Es conocida, pero no será inútil recordarla aquí, la definición dada por
el Papa Juan XXIII, en su Encíclica Mater et Magistra (número 65), posteriormente asumida y utilizada por la DSI, particularmente por el Concilio Vaticano II en su Constitución Gaudium et Spes (número 26). El bien
común “es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible
a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y
más fácil de la propia perfección”.
La Iglesia no puede dejar de anunciar públicamente, sin negarse a sí
misma, que ella toma una posición clara e indeclinable a favor del hombre y de su dignidad y, en consecuencia, a favor de la creación históricamente continuada e irrenunciable de las condiciones sociales y de las
asociaciones e instituciones que sean coherentes con esa su dignidad y,
que, a la vez, denuncie cuanto impida esa positiva realización del bien
común rectamente entendido, en función de las circunstancias propias de
cada momento histórico.
La afirmación de la centralidad de la persona y de su dignidad inalienable como fundamento de la ordenación de la vida social, supone de
parte de la Iglesia una determinada visión de lo que es el hombre o, si se
quiere, una concepción acerca de lo que es la verdad del hombre. En esa
verdad ha insistido especialmente el magisterio de Juan Pablo II, en su
Encíclica Evangelium Vitae (1955), siguiendo las líneas marcadas por el
Concilio Vaticano II, al afirmar que “el hombre ha sido creado a imagen
de Dios, con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por
Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios”.4 El hombre es un “ser personal crea4
Cfr. Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, cit., nota 1, núm. 12.
LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA
39
do por Dios para la relación con Él, que sólo en esta relación puede vivir
y expresarse, y que tiende naturalmente hacia Él”, dice el Compendio en
su número 109, a partir de la atrevida afirmación de que homo est Del
capax, el hombre es capaz de relacionarse con Dios y de poseerlo.
No todos los que reconocen la dignidad de la persona humana como
base de la convivencia sociopolítica comparten esta visión del hombre.
Aún así, la Iglesia ha de saber convivir y colaborar en la tarea de crear
una sociedad respetuosa del hombre y de su dignidad con aquellos que
compartan, en verdad, ese principio fundamental. Y es claro que al hacerlo interviene en el ámbito de la vida temporal, por exigencia de su posicionamiento radical en defensa del hombre. Cuando apoya la política
que actúa al servicio del hombre al igual que cuando denuncia y rechaza
la política que actúa en contra de él. El hecho de que sea una u otra su intervención, no altera la naturaleza “política” de cualquiera de ellas. Ambas actuaciones son exigencias de la misma misión de la Iglesia al servicio de la persona humana. Misión a la que ella no puede renunciar y está
motivada por el amor.
Ahondando más en este tema, hemos de advertir que la raíz del conflicto que puede provocar esta supuesta intromisión injustificable de la
Iglesia en el ámbito político, aparte de las razones interesadas que pueden tener quienes así puedan valorarla, puede estar también en algo más
complejo y problemático. Afirmada la primacía del valor de la dignidad
de la persona, puede suceder que no todos estén de acuerdo desde una
perspectiva ideológica o filosófica en la comprensión de lo que es la verdad objetiva del hombre y de su dignidad. De la diversa comprensión de
la “verdad del hombre”, es normal que hayan de seguirse diversas formas de entender en qué ha de consistir la realización de la dignidad humana y cuáles han de ser los medios eficaces para alcanzarla. Ello podrá
ser considerado como una manifestación espontánea del pluralismo propio de una sociedad respetuosa de las libertades democráticas. Pero, aún
así, la presencia de la Iglesia a favor de los derechos derivados de su verdad sobre el hombre en el ámbito de la política, podrá provocar tensiones
y conflictos que habrán de ser considerados como propios de una sociedad democrática y plural.
Ante estas realidades la Iglesia no puede ceder a las presiones de opinión que pretendan silenciar su voz, apoyándose en el argumento de que
la Iglesia no debe interferir en temas temporales desde unas convicciones
40
JOSÉ MARÍA SETIÉN ALBERRO
religiosas. Es cierto que nadie, tampoco la sociedad o el mismo Estado,
ni tampoco la Iglesia, pueden pretender dominar sobre las conciencias y
sobre el pensamiento que las ilumina o las dirige. En una sociedad democrática y libre, cada uno habrá de ser libre para hallar la fuente inspiradora de su pensamiento acerca de la verdad del hombre, allí donde lo crea
más conveniente, sin que hayan de excluirse sus creencias religiosas. El
pensamiento no puede ser patrimonio exclusivo de ninguna escuela filosófica o religiosa y mucho menos podrá ser impuesto por el Estado, por
razones políticas y valiéndose de un poder cuya única razón de ser no ha
de ser otra que el servicio al bien común. Un bien común consistente en
el reconocimiento y tutela de los derechos fundamentales de las personas
que integran la misma comunidad política, entre los cuales ha de estar el
derecho a la libertad de pensamiento y a la libre expresión.
III. VALORES ÉTICOS DE LA CONVIVENCIA
Y DIGNIDAD HUMANA
El posicionamiento de la Iglesia a favor de la plena realización de la persona humana en el ámbito concreto de la convivencia sociopolítica, se ha
de situar dentro del proyecto divino de la “salvación que, por iniciativa de
Dios Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del
Espíritu Santo”. De esta salvación se dice que es “universal e integral”.
Y concierne a la persona humana en todas sus dimensiones: personal y
social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente.5 Se trata de una salvación que puede formularse en términos de una liberación del pecado o,
si se quiere, de una liberación de la injusticia que es en sí pecado y es
también causa de pecado.
Este proyecto de “sanación” de la persona humana afectada o herida
por el pecado en la pluralidad de las dimensiones constitutivas de la existencia humana, puede también ser expresada en términos ético-morales,
desde la perspectiva del bien a hacer o del mal a evitar. Es lo que se
quiere expresar cundo se afirma que la competencia de la Iglesia para intervenir en el ámbito de las relaciones político-sociales temporales alcanza a la dimensión moral inherente a la libertad humana. Es la ratio pecca5
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia…, op. cit., nota 2, núm. 38.
LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA
41
ti que tanto dio de que hablar en otras épocas históricas en las que también
existieron conflictos de competencias entre las potestades espirituales y
temporales, formuladas en términos de jurisdicciones políticas y no exclusivamente ético-morales.
Los tiempos y las realidades históricas cambian y, con ellas, como no
podía ser de otra manera, también las formulaciones relativas a realidades complejas que difícilmente pueden ser aprehendidas en su totalidad
por medio del lenguaje y por el uso de las palabras que utilizamos para
entendernos. Lo cierto es que las situaciones individuales y colectivas,
los comportamientos de las personas y de los colectivos, pueden y deben
ser medidas desde el valor y la dignidad de las personas humanas, en
función del bien o del mal que afecta a esas personas humanas. Es eso lo
que fundamenta y justifica la valoración “humana” propia del bien o del
mal ético-moral. Y lo que justifica también que una Iglesia que es portadora de la misión de defender a la persona reivindique para sí, aunque no
en exclusiva, la competencia para intervenir en la vida pública en función de los valores éticos, pues de su afirmación ha de depender la realización de las personas, expresada en términos de dignidad, afirmación,
salvación, liberación o en otros términos análogos. Así lo exige el Evangelio que ella anuncia al servicio del proyecto divino de la salvación humana.
Como síntesis de lo que venimos diciendo podemos recoger el texto de
Pablo VI, en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, número 34:
“Por la relevancia pública del Evangelio y de la fe y por los efectos perversos de la injusticia, es decir, del pecado, la Iglesia no puede permanecer indiferente ante las vicisitudes sociales”. Es tarea suya “anunciar
siempre y en todas partes los principios morales acerca del orden social,
así como pronunciar un juicio sobre cualquier realidad humana, en cuanto lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de
las almas” (CIC, can. 717 § 2).6
Al servicio de la dignidad de la persona humana y como exigencia y
garantía de su realización están los que pueden llamarse valores éticos
fundamentales de la convivencia político-social. Ellos han de informar y
dirigir la convivencia en la comunidad política a fin de que pueda decirse
de ella que es ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana,
tal como expresamente lo decía el Papa Juan XXIII, en su Encíclica Pa6
Ibidem, núm. 71.
42
JOSÉ MARÍA SETIÉN ALBERRO
cem in Terris (números 35-39), quien formulaba su doctrina en estos términos: “El orden vigente en la sociedad es todo el de naturaleza espiritual. Porque se funda en la verdad, debe practicarse según los preceptos
de la justicia, exige ser vivificado y completado por el amor mutuo y,
por último, respetando íntegramente la libertad, ha de ajustarse a una
igualdad cada vez más humana”.
Es importante subrayar, en la perspectiva de la presencia que la Iglesia ha de tener en la comunidad política, que estos valores, universales,
absolutos e inmutables, adquieren su carácter ético en función de la dignidad de la persona que la convivencia social ha de asegurar y respetar
en la complejidad de las relaciones que la configuran. No han de considerarse, por ello, como una especie de exigencias éticas formales, derivadas de los mismos valores en sí, a la manera de unos imperativos kantianos que se afirman por sí mismos. Los valores éticos de la convivencia,
también de la convivencia en la comunidad política, son defendidos por
la Iglesia a partir y en función del hombre, sujeto personal, en cuyo valor
cree y cuya dignidad debe defender frente al desorden y la injusticia sociales. Un desorden que la misma Iglesia interpreta como una forma objetiva de “pecado”, que atenta contra la dignidad e impide la plena realización de la persona.
Es la razón por la que en su modo de pronunciarse por la defensa de
los valores éticos de la convivencia cívico-política, la Iglesia habrá de esforzarse en manifestar con claridad que ella no está sirviendo a una justicia puramente formal, que se impone por sí misma. La justicia que la
Iglesia anuncia, al igual que toda justicia que pretenda ser auténticamente humana, habrá de ser la justicia nacida de la dignidad humana de los
hombres y mujeres con los que ella convive, a los que ama en el amor
fraterno universal que deriva de la común paternidad del Dios que quiere
la plena salvación de todos los humanos. Ella cree que es en Dios-Padre
donde radica la exigencia originaria que ha de comprometer a los Estados y, en particular, a sus autoridades, a la realización del bien común
consistente en un orden humano que haga posible a todos llevar una vida
coherente con su dignidad. Es esa su misión a la que no puede renunciar,
no obstante las contradicciones que, en la fidelidad a ella, pueda hallar
en su camino.
Una sociedad culturalmente pluralista y trabajada por la secularización podrá oponer duras reservas a la manera propia de la Iglesia, de en-
LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA
43
tender la consistencia de la existencia humana y de su dignidad, a partir
de su relación, con una realidad trascendente y espiritual. La Iglesia que
trata de hallar su sitio en medio de la cultura pluralista en la que ha de
cumplir su misión no puede pretender que todos los ciudadanos compartan esa visión religiosa o “espiritual”, en palabras de Juan XXIII, de lo
que ha de ser el orden social. En todo caso, ella, sin renunciar a su propia
identidad, incluso en sus manifestaciones públicas, habrá de aportar su
peculiar esfuerzo a la tarea de la lucha común por la defensa de la dignidad humana, con cuantos desde su “buena voluntad”, llamémosle amor,
compartan la misma visión de lo que significan los valores éticos que
han de realizarla.
Puede sernos muy significativo a este respecto, recordar el proceso seguido en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1948, en el que uno de los puntos debatidos fue precisamente
el relativo a la fundamentación de la dignidad de la persona, en la que
habría de hallar su consistencia la misma Declaración. Ante el riesgo de
que la discusión sobre apoyar o no tal dignidad en una visión religiosa
del hombre pudiera obstaculizar e incluso impedir el desarrollo del proceso a seguir, se decidió, al fin, partir del consenso históricamente existente sobre la dignidad de la persona, que evitara una nueva repetición de
la quiebra humana originada por la entonces recientemente finalizada Segunda Guerra Mundial (1939-1945). No obstante esta falta de referencia
a Dios, la Declaración fue elogiada por la Encíclica Pacem in Terris, en
su número 144, frente a las “objeciones fundadas” que ella suscitó: “Esta
Declaración —decía— debe considerarse un primer paso introductorio
para el establecimiento de la ordenación [la traducción española utilizó
la palabra “constitución”] jurídica y política de todos los pueblos del
mundo”.
IV. CONTENIDOS OBJETIVOS DE LOS VALORES ÉTICOS
Afirmada la urgencia evangélica de la presencia de la Iglesia a favor de
los valores de la verdad, la justicia, el amor y la libertad, hemos de plantearnos necesariamente la cuestión relativa a los contenidos objetivos
que han de tener estas palabras. El acuerdo puramente verbal que pueda
existir sobre ellas no es suficiente para poder afirmar que quienes las utilizan quieran decir lo mismo. Lo que podría dar pie a desencuentros e in-
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JOSÉ MARÍA SETIÉN ALBERRO
cluso conflictos poco conformes con el mutuo entendimiento y con la
paz que cabría esperar de la aceptación supuestamente compartida de los
mismos valores. No pretendo hacer aquí una exposición completa de la
complejidad de la problemática que trato de plantear. Con todo, algunos
planteamientos sugeridos por mi propia experiencia pueden resultar aclaratorios para situaciones análogas.
1. El valor de la verdad en la convivencia sociopolítica
Al menos desde un planteamiento lógico, la verdad es, en palabras de la
Pacem in Terris (número 35) el primer valor sobre el que se ha de edificar
una convivencia social “ordenada”, fructífera y congruente con la dignidad humana. Pero, aun siendo ello así, cabe preguntarse si es posible hablar de verdad en la vida política o, si se quiere, para ser más benévolos,
cabe plantearse la cuestión de “qué es la verdad política”. Concretando
un poco más la cuestión, hemos de preguntarnos sobre la verdad que la
Iglesia debe afirmar en relación con la vida política. La cuestión se hace
más complicada al advertir que, en una sociedad democrática y respetuosa con la libertad de pensamiento y de expresión, existen legítimamente
diversas maneras de entender la “verdad del hombre” que ha de fundamentar la vida política. Una diversidad cuya existencia y legitimidad la
Iglesia, al menos en principio, no podrá menos de reconocer y aceptar
como resultado que es del ejercicio de una libertad también legítimamente reconocida. Lo que no debe entenderse en el sentido de que ella haya
de dar por buenas todas las consecuencias prácticas que de esa diversidad puedan derivarse para la convivencia.
El primer contenido de la verdad política ha de ser el referido al conocimiento de las realidades, situaciones, hechos de trascendencia política,
y a las causas que los originan. Si no existe un conocimiento verdadero
de lo que las cosas “son”, difícilmente podrá hacerse una valoración ética fundamentada relativa a lo que ellas “han de ser” y sobre las actuaciones o decisiones que se hayan de tomar para conseguirlo. No creo decir
nada nuevo si afirmo que es propia de la política la interesada desfiguración de la realidad en función de los intereses que en ella entran en juego, el encubrimiento de los auténticos objetivos perseguidos y, llegado el
caso, la falsa creación de las mismas noticias. Todo ello, con la complicidad de los medios de comunicación social, sostenidos por el poder de los
LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA
45
intereses económicos y también políticos que entran en juego. La verdad
relativa a la vida política está inseparablemente unida a la verdad o, quizás mejor, a la honestidad de los medios informativos y de su manera de
influir en la formación de la opinión pública.
Es también importante la presencia pública de la Iglesia en el ámbito
de la clarificación doctrinal relativa a las relaciones socioeconómicas,
frente a los imperativos supuestamente científicos de las ideologías que
las sostienen. Es éste un tema que adquiere una actualidad particularmente acuciante ante el fenómeno de la creciente globalización, en general y particularmente en el campo de la economía dirigida por los imperativos del capitalismo liberal. Es necesario y urgente desmontar las
mentiras que encierra la afirmación ideológica de la capacidad del libre
mercado, de realizar desde dentro de sí mismo la justicia de la actividad
económica, sin influencia política alguna o reducida al mínimo de garantizar las exigencias de la libertad misma del mercado. Ello exigirá desenmascarar los mecanismos e instrumentos operativos del capitalismo de alcance mundial y mostrar los efectos que del mismo se siguen en la esfera
de la justicia social, en el desarrollo de los pueblos y, en particular, en la
creación o eliminación de la pobreza.
2. Dignidad humana y justicia
Exigencia espontáneamente derivada del reconocimiento de la dignidad
de la persona humana ha de ser que las relaciones de convivencia en la
comunidad política y también en el ámbito mundial estén inspiradas por
la justicia. Ésta ha de ser inseparable de la función política propia del
Estado y de la comunidad internacional, de crear y mantener el bien común. No es imaginable un bien común que no esté sustentado por la justicia. Pero ¿qué es la justicia en el ámbito de lo que es debido a la persona
como sujeto integrante de la comunidad política, tanto a nivel nacional como a nivel mundial?
La Iglesia ha de insistir en la necesidad de que la justicia relativa a los
“bienes” existentes sea valorada desde la referencia a la persona humana,
a todas y a cada una de las personas, a fin de evitar el riesgo de confundir al bien común con el bien o los bienes generales de la colectividad,
en función de los cuales pudiera incluso sacrificarse el bien de las personas concretas, consistente en el reconocimiento real de sus derechos fun-
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JOSÉ MARÍA SETIÉN ALBERRO
damentales. Por ello, es iluminadora la afirmación hecha por la Encíclica
Pacem in Terris (cfr. número 53), de la responsabilidad de la comunidad
política y no solamente de la autoridad pública, sino también de todos
los individuos y grupos sociales (cfr. número 53), consistente en reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover “los derechos humanos de
los ciudadanos” y, a su vez, “facilitar a cada ciudadano el cumplimiento
de sus respectivos deberes” (número 60). La justicia adquiere así la concreción de los derechos que son debidos a las personas, dando un contenido objetivo y real a la afirmación formal de lo que ha de ser la relación
de la justicia.
Según la doctrina de la Iglesia, apostar por la persona y por su plena
realización consiste en defender sus derechos y hacerle posible el cumplimiento de sus deberes. Lo que implica también, en consecuencia, la denuncia y la lucha contra las violaciones que de esos derechos puedan
producirse, incluso por parte del mismo poder del Estado. Son éstas afirmaciones que podrían darse por supuestas y suficientemente conocidas,
por lo que podría parecer inútil e incluso molesto insistir en ellas por reiterativo.
Sin embargo, es también cierto que fácilmente nos acostumbramos a
convivir con la injusticia que supone la violación existente de los derechos humanos, no solamente en nuestros países sino también en países
más lejanos. Incluso puede resultar desagradable y contraproducente, por
el hastío que puede producir el oírlo, que se recuerde que estas situaciones existen. Con todo, entiendo que la denuncia de las situaciones de injusticia establecidas y el estímulo de actuaciones personales y colectivas
por superarlas, debe ser algo que la Iglesia debe hacer, con amor sí, pero
también con verdad y con firmeza.
El fenómeno de los inmigrantes ilegales que tantas molestias originan
en los países destinatarios de los movimientos inmigratorios, no es ajeno
a lo que estoy diciendo. Frecuentemente el tema parece plantearse más
desde la perspectiva de los problemas que ellos plantean a los países receptores, que desde la necesidad de plantear y abordar seriamente, a nivel nacional e internacional, el problema de los mismos inmigrantes y de
la situación socioeconómica de los países de procedencia. Se debería
hablar más de lo que se hace, del reconocimiento del “derecho a no emigrar”. En definitiva, es necesario insistir en que existe un gravísimo problema de bien común a nivel mundial o, si se quiere, de “justicia mun-
LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA
47
dial”, para cuya solución no se adoptan las medidas económicas adecuadas ni se crean los mecanismos jurídico-políticos que serían necesarios.
Pablo VI habló ya del desarrollo socioeconómico y cultural como derecho de los pueblos dominados por la pobreza. Pero existe la convicción
extendida de que “los años del desarrollo”, allá por los años setenta, no
produjeron los resultados pretendidos. Se habla, incluso, de un relativo
fracaso. ¿No será el actual, el momento adecuado para retomar el problema, tras la experiencia fallida de promover los cambios necesarios que
puedan asegurar una eficaz actuación de la Organización de las Naciones
Unidas al servicio de la justicia mundial, ante el fenómeno de la globalización económica que, querámoslo o no, parece ser inevitable?
3. También la libertad es objeto de derecho
Estrechamente unido con el principio de la justicia está el valor de la libertad. También la libertad es debida a la persona humana y como tal se le
debe reconocer en justicia como derecho. Lo mismo que de la justicia ha
de decirse también de la libertad, que ella es una dimensión integrante de
la dignidad humana a favor de la cual ha de tomar también partido la
Iglesia, “ya que siendo éste [el ciudadano] racional por naturaleza, resulta, por lo mismo, responsable de sus acciones” (Encíclica Pacem in Terris, número 35). Se trata de una libertad que ha de verse desde una doble perspectiva: la que consiste en la exclusión de los injustos obstáculos
a la actuación individual y colectiva de la persona, en los espacios que se
le deben reconocer como propios de su libertad, y en la positiva afirmación de los cauces e instrumentos por medio de los cuales pueda, desde
su libertad, influir en la realización de formas de relación adecuadas a su
condición humana.
Hay algo en lo que considero necesario insistir en relación con este tema de la libertad, habida cuenta del contexto sociocultural en que estamos
viviendo. Me refiero a la comprensión misma del significado o contenido que ha de darse a esta palabra de libertad, en el ámbito de la convivencia sociopolítica. Si la Iglesia ha de hacerse presente en la vida sociopolítica en servicio y defensa de la dignidad humana, habrá de hacerlo
desde la concepción que ella tiene de lo que es el ser humano y, por tanto, del sentido que en su existencia ha de tener la libertad, en orden a la
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JOSÉ MARÍA SETIÉN ALBERRO
realización de un proyecto personal coherente con ese ser o naturaleza
que reconoce en cada individuo.
No basta afirmar que uno es libre para escoger. Habrá de añadirse que
ha de saber y querer escoger en función de su propia realización, de acuerdo con la afirmada dignidad humana entendida en su totalidad. Lo que,
por necesidad, habrá de incluir también la referencia a la sociedad en la
que ha de vivir. Dicho de otra manera más sencilla, la concepción que
la Iglesia tiene del hombre y de su libertad entiende que esa libertad es
para escoger el bien, en razón de la propia verdad que cada uno crea tener en el momento de definir ese bien. Esto que parece tan sencillo no es,
sin embargo, asumido con la misma facilidad por nuestro medio cultural.
Y nos equivocaríamos si creyéramos que nos hallamos ante un problema puramente privado. Es también una cuestión pública, política o como
queramos formularla. En el fondo, se nos plantea la cuestión de saber
quién ha de definir los espacios del ejercicio de la libertad, en función de
la realización del “bien” humano de la persona entendida en su totalidad,
que como tal es inseparable del bien ético. ¿Habrán de ser las leyes del
Estado las que definan los espacios propios del bien ético?, ¿habrá de renunciar la Iglesia a hacer la aportación del bien ético que ella considere
positivamente conducente al bien común, con el fin de evitar una previsible imputación de caer en el confesionalismo inaceptable para una sociedad plural? Pues el Estado, se dice, no tendría por qué hacer de la ética
de una determinada confesión religiosa la norma de actuación impuesta
mediante el ejercicio de su poder coactivo. Es claro que entramos así en
el tema de lo que ha de entenderse por laicidad política, que tanta actualidad tiene en el presente, al menos en Europa y, más en concreto, en España.
A este respecto quiero decir que no toca a la Iglesia sustituir ni impedir al Estado el ejercicio de la competencia que en razón de su soberanía
le corresponde de legislar en la comunidad política. Ello, sin embargo,
no debe llevar consigo la negación del derecho a que ella, al igual que
cualquier otra institución legítima existente en el Estado, pueda manifestar su juicio ético sobre el contenido de la normativa jurídica definida
por él, e incluso, sobre el mismo hecho de dictarla. Al hacer esta afirmación no quiero ignorar la doctrina relativa a la aplicación del principio de
la ponderada tolerancia que haya de darse en casos concretos. Pero, aún
así, la negación del derecho a la crítica hecha desde la Iglesia violaría el
LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA
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derecho que toda sociedad democrática debe reconocer a las personas, a
los grupos y a las instituciones legítimas, a la libre manifestación de las
propias opciones, con tal que ello no implique una violación o atentado
contra el orden público rectamente entendido.
El respeto debido a la dignidad de las personas que debe ser asegurado por la defensa de sus derechos fundamentales y, en particular, los derechos relativos a su integridad y a su libertad, adquiere también en estos
momentos una actualidad especial a causa de la magnitud del fenómeno
del terrorismo y de la ineludible necesidad de actuar eficazmente contra
él, tanto a nivel interno de los Estados como en el orden internacional.
Se plantea, en efecto, el problema de la armonización entre el ejercicio
de los derechos de la persona y la eficacia de los medios que han de utilizarse para evitar que puedan darse tales actuaciones terroristas y para perseguir a sus responsables, especialmente cuando se trata de un terrorismo
organizado de alcance internacional.
Nadie puede ignorar ni infravalorar la gravedad de este fenómeno y
de la injusticia que el mismo contiene, especialmente por la eliminación de
vidas humanas inocentes, de las que se hace objeto directo de las acciones terroristas, sean los que fueren sus responsables. La Iglesia debe condenarlas, pero ella no puede quedar indiferente ante las actuaciones del
poder de los Estados, las policiales pero también las militares que, por
razones de eficacia, puedan ir en contra de los derechos fundamentales
de los presuntos terroristas y de los legítimamente condenados como tales. No puede ella caer en la tentación de la condescendencia silenciosa,
que no podrá menos de ser interpretada como una forma de complicidad
con el poder, sea político o económico, lo que llevaría consigo la pérdida
de la autoridad moral necesaria para el cumplimiento de su misión evangelizadora.
Quiero hacer un último apunte sobre este tema. No se puede ignorar
que, en ocasiones, detrás de las acciones terroristas existen situaciones de
injusticia en las que el terrorismo pretendería hallar razones justificantes
de sus actuaciones. La Iglesia no puede caer en la trampa de ser tolerante
con el terrorismo supuestamente “justificado” por las razones de justicia
que pueda tener la lucha contra la injusticia existente en tales situaciones. Pero, a la vez, la denuncia de tal injusticia y la exigencia de la búsqueda de medios eficaces adecuados a las superiores exigencias de la justicia, no han de ser juzgadas como formas punibles de complicidad con el
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JOSÉ MARÍA SETIÉN ALBERRO
terrorismo. La lucha contra el terrorismo debe pretender ir más allá de lo
que pueda ser el mero éxito inmediato logrado por medio de acciones represivas injustas por la violación de derechos humanos que ellas impliquen.
4. Comunidad política y eficacia del amor
En este análisis que venimos haciendo sobre los valores éticos fundamentales de una convivencia sociopolítica coherente con el respeto debido a la dignidad de la persona humana, hemos de aludir también a la eficacia propia del amor, entendido como valor ético de la convivencia. Así
lo afirma la misma Encíclica Pacem in Terris en el ya citado número 350.
La convivencia en la comunidad política, decía, será conforme con la
dignidad humana cuando los ciudadanos “estén movidos por el amor de
tal manera, que sientan como suyas las necesidades del prójimo y hagan
a los demás partícipes de sus bienes y procuren que en todo el mundo haya un intercambio universal de los valores más excelentes del espíritu
humano”.
DIVERSIDAD RELIGIOSA Y PLURALIDAD SOCIAL
EN MÉXICO: CAMINOS PARA UN MEJOR ENCUENTRO
Rodolfo CASILLAS RAMÍREZ*
SUMARIO: I. Señalamientos iniciales. II. Riesgos inmediatos. III. Nuevos interlocutores y nueva interlocución.
I. SEÑALAMIENTOS INICIALES
México cerró el siglo XX con un registro de 5,695 asociaciones religiosas (AR) ante las autoridades gubernamentales del país. Al 14 de junio
de año en curso, el registro oficial indica la cifra de 6,373 AR. De 1993 a
agosto de 2000, la Dirección General de Asociaciones Religiosas otorgó
su anuencia para la realización de 31,939 trámites migratorios para ministros de culto extranjeros. De 1994 a agosto de 2000, la misma Dirección otorgó autorización para la realización de 29,923 actos de culto público extraordinario. Por último, de 1994 a agosto de 2000, se resolvieron
305 casos de intolerancia religiosa, de un total de 379 casos presentados
ante las autoridades de Gobernación (74 quedaron pendientes de solución). También a la fecha indicada, las AR han adquirido 13,758 inmuebles destinados a actividades religiosas, que se suman a los 80,846 que
forman parte de la propiedad de la nación. El INEGI, por su parte, señala
que 2/3 partes de la población protestante histórica reside en el sureste de
México, que más del 50% de los Adventistas del Séptimo Día residen en
los estados de Chiapas y Veracruz y que las tasas de crecimiento promedio anual, 1990-2000, son de 1.7 para la Iglesia católica, de 4.9 para las
* Profesor e investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), Sede Académica de México.
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RODOLFO CASILLAS RAMÍREZ
cristianas no católicas y de 5.2 para la población sin religión. ¿Qué nos
dicen estos datos?
Lo primero es la existencia de un rápido crecimiento y desarrollo de la
pluralidad religiosa en México, de una diversificada presencia sociorreligiosa que de manera cotidiana construye su modelo de sociedad en los
ámbitos específicos en que sus fieles realizan su vida personal y pública,
así como los resultados inmediatos de las labores de evangelización en el
crecimiento social de las preferencias religiosas en México. Ciertamente,
esa presencia es desigual en términos regionales y sociales. Mas cómo lo
hacen, con quiénes lo hacen, cuáles son sus formas organizacionales e
institucionales que favorecen, qué resultados logran, son temas de los
que muy poco sabemos y, lo que presumiblemente sabemos, por lo regular tiene como trasfondo una concepción determinada de Iglesia acorde
con el modelo al que tenemos acceso.
Ello constituye un craso error; no todas las Iglesias son iguales, no todas tienen un esquema organizativo similar, no todas las formas de liderazgo religioso son iguales, no siempre se logran los objetivos que buscan. Esto, aunque se intuye, no se sabe a ciencia cierta. No tenemos hasta
la fecha manera de demostrar, de analizar, de justipreciar qué ha ocurrido
en lo sociorreligioso en el país en los últimos años. Lo poco que sabemos, por otra parte, no se ha traducido en la generación de formas variadas de interlocución por parte de los distintos agentes sociales, incluidas
instancias de gobierno, lo que crea serios problemas de comunicación.
Difícilmente se puede construir una relación fructífera con quienes no
conocemos, con quienes no compartimos o establecemos un lenguaje común. Dicho de otra manera, hay graves dificultades en la interlocución
entre los agentes sociales e institucionales y dirigentes religiosos y sus
comunidades de fieles. Pero también hay que decir que algunos religiosos, por muy distintas razones, tampoco han hecho un esfuerzo adicional
exitoso para ser entendidos.
Esta situación es parte de la problemática que abordaré en esta ocasión. Parto de la siguiente premisa: para todos nosotros es un hecho que
México tiende hacia una sociedad más diversificada, más plural. En ese
sentido, acorde con el tema que nos ocupa, tres preguntas parecieran ser
las pertinentes: a) ¿queremos que las Iglesias y sus agentes laicos participen en y de la pluralidad social mexicana que día a día construimos?;
b) ¿están la sociedad y las instituciones mexicanas preparadas para acep-
DIVERSIDAD RELIGIOSA Y PLURALIDAD SOCIAL
53
tar la participación de las Iglesias y sus agentes laicos en la pluralidad
social mexicana en curso?, y c) ¿están preparadas las Iglesias para formar parte de una sociedad plural?
Las interrogantes se formulan con cierta facilidad, lo complejo es dar
respuesta satisfactoria a todas ellas. Esta exposición se centra en brindar
distintos elementos de respuesta que nos permitan adentrarnos en una
discusión no sólo impostergable, sino previsible por las circunstancias
políticas nacionales que se avecinan y que, de hecho, ya señalan en particular a la Iglesia católica como un actor relevante en el año 2006, por
los comicios presidenciales.
Por muy diversas razones, en el México moderno la relación del Estado con las Iglesias ha tenido como eje central, y casi exclusivo, la política. Desde el momento en que emerge el Estado-nación, ocurre un proceso dual: por un lado, el conflicto y, por el otro, la negociación entre los
grupos que se disputaban el poder. En la discusión pública, e incluso en
textos especializados en el tema religioso, se hace hincapié en el conflicto, pero se da escasa atención a la negociación, al entendimiento, a la
convergencia de análisis y propósitos. Si lo vemos con frialdad, no todo
es conflicto entre los actores institucionales diferentes, ni toda colaboración es componenda de intereses oscuros. Si queremos avanzar, tenemos
que ser serios en el análisis. Sin incluir la cara de la moneda del entendimiento, de la colaboración, de la convergencia, no es entendible a cabalidad la relación entre Estado e Iglesias.
Los hitos históricos que marcan la expresión de conflicto y de triunfo
liberal se encuentran en las reformas liberales del sigo XIX, que adicionalmente abren el marco legal para la presencia de otras confesiones en el
país. Posteriormente, otros hechos formarán parte del entramado del conflicto, tan socializado en las fuentes liberales de la historia del país. En
contraposición, hay otra historia que ha procurado resaltar los aportes a la
identidad, a la cultura y a la educación nacionales de la Iglesia católica.
Lo anterior, dicho de manera rápida, da como resultado la existencia
de dos versiones, una liberal y otra confesional, que tienen en común
cuatro elementos social e históricamente construidos, desde su parcialidad: a) su referencia al conflicto como elemento central de su relación;
b) la descalificación de la otredad en las disputas que llegan a tener; c) el
señalamiento de la supremacía de una sobre la otra, y d) la omisión consciente de la negociación y el entendimiento como parte de la relación entre uno y otras, particularmente la Iglesia católica.
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RODOLFO CASILLAS RAMÍREZ
La presencia legal de las Iglesias protestantes en la segunda mitad del
siglo XIX, con un estrecho vínculo con gobernantes, cuando no el patrocinio o el otorgamiento de ciertas facilidades para su establecimiento y
funcionamiento por parte de las instancias de gobierno, coadyuvaron a
delinear un tipo específico de relación general del Estado con esas organizaciones confesionales.
Este legado con una y con otras es lo que ha llevado a la “politización” de la relación entre el Estado y las Iglesias y a que el primero vea a
las segundas como actores políticos.
Por tal razón, el Estado mexicano mantiene de manera duradera principios constitucionales, una práctica política y un conjunto de procedimientos normativos acordes con esta concepción y práctica, a lo largo de
todo el siglo XX. Ciertamente con algunos ajustes requeridos por circunstancias específicas, sin mayores cambios en lo sustancial y formal,
aunque en los hechos se encuentren elementos indicativos de que la búsqueda de entendimiento y colaboración ha ocurrido y dado sus frutos sociales.
Parte del legado está en la manera como se relacionan Estado e Iglesias. Es decir, las negociaciones han sido y son, por lo regular, privadas
cuando no secretas, con la participación de altos dignatarios de uno y
otro bando. La existencia de un modus operandi, así como la existencia
de una prolongada estabilidad en el régimen presidencialista, permitió el
perfeccionamiento de mecanismos de consulta y acuerdo que, a medida
que transcurría el tiempo y ambos (Estado e Iglesia católica en particular) incrementaban su presencia y fuerza relativa, el punto central de
acuerdo empezó a girar, de manera creciente, en la legitimidad de los gobiernos o de las acciones de los gobernantes. Ello conllevó, en reciprocidad, mayores espacios de actuación de las organizaciones confesionales
en la sociedad.
Al inicio del siglo XXI hemos entrado en una fase de agotamiento del
discurso oficial y de las concepciones de participación pública de las
Iglesias, tal y como se han dado hasta la fecha en nuestro país. Durante
mucho tiempo hemos sido testigos de que por un lado se les ha negado el
acceso por la entrada principal, pero se les ha dejado abierta la puerta
trasera para temas y circunstancias determinadas. También ha ocurrido
que se ha subvalorado su participación en la cultura, las artes, proyectos
económicos, sociales, humanitarios, auxilio en casos de desastre natural,
asistencia pública y no sólo privada como lo indican la ley y el reglamen-
DIVERSIDAD RELIGIOSA Y PLURALIDAD SOCIAL
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to correspondientes. Los actores religiosos involucrados han tenido, así,
la posibilidad de actuar, influir, opinar y promover, en pocas palabras de
hacer política pública sin posibilidad de que se les dé el justo reconocimiento o bien se les finque, de ser el caso, responsabilidad social y legal
alguna, dado que el Estado no reconoce su participación ni para bien ni
para mal. Esta situación tiene que cambiar. Se necesita una política de
Estado clara, de validez universal, con normas y procedimientos debidamente establecidos, que tome en cuenta la complejidad de la diversidad
religiosa en su formulación y aplicación, así como la legislación internacional consecuente; lo que no ocurre, por cierto, en la actualidad en México. Analicemos.
Una de las razones centrales de la reforma constitucional de 1992 en
materia religiosa fue, según reconocen actores principales por la parte
gubernamental, la necesidad de legitimidad del régimen federal del momento. Aunque en ese entonces hubo el temor de que se diera un trato preferencial a la Iglesia católica, los hechos fueron por rumbos un tanto diferentes. En primer lugar, y a partir de entonces, en el lenguaje oficial se
habla de Iglesias y no de Iglesia, en claro reconocimiento de la pluralidad religiosa en el país. Otro cambio en el discurso oficial es que la ley
creada para el caso no habla de Iglesias, sino de asociaciones religiosas,
justamente para ampliar el espectro de organismos religiosos susceptibles de ser reconocidos por el Estado, dada la diversidad de formaciones
religiosas. En ese mismo año, 1992, las gestiones últimas para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Estado mexicano y la Santa
Sede no desembocaron en el nombramiento de un embajador mexicano
católico, sino en uno masón y jacobino; tampoco se otorgó el decanato
del cuerpo diplomático que reclamó el entonces nuncio apostólico, sino
que se le asignó el lugar que le correspondía conforme a criterios laicos
preestablecidos.
Lo interesante es que la reforma constitucional en materia religiosa de
1992 mostró una realidad sociorreligiosa que sorprendió por doquier: la
existencia de una amplia gama de concepciones y prácticas religiosas
que como sociedad, como instituciones religiosas y como Estado, no se
tenía idea, si bien había alguna base mínima que originó los cambios
conceptuales y discursivos mencionados. De hecho, aún hoy no tenemos
una idea clara sobre qué significa contar en el país con más de 6,000 asociaciones religiosas; cuál es su significado y en qué pueden potencialmente contribuir para hacer una sociedad mejor. Si no lo sabemos, no pode-
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RODOLFO CASILLAS RAMÍREZ
mos esperar un enriquecimiento de nuestra vida social ni una actuación
certera de las instituciones e instancias de gobierno. Nos movemos en penumbras, cuando no a ciegas.
Cito un ejemplo del no saber qué hacer con acierto. Hubo un alto funcionario, hace algunos años y ya en vigencia de la reforma religiosa del
Estado que, para entablar una relación cordial con líderes evangélicos y
pentecostales, los invitó a una comida rica en viandas y bebidas. Después de iniciada la reunión y ver que nadie bebía ni se hacía eco de sus
brindis, preguntó si ellos bebían. Cuando la respuesta fue “no”, las botellas distribuidas a lo largo de la mesa fueron reubicadas quedando al
alcance de los funcionarios comensales. Ahí hubo al menos dos errores:
a) el alto funcionario no sabía con quiénes se reunía, y b) se puso a beber
algo que no era bien visto por sus invitados. Es decir, el intento de acercamiento fracasó por ignorancia de las peculiaridades identitarias de la
otredad a quien se trataba de agradar.
Otro ejemplo. Me ha tocado escuchar con bastante frecuencia descalificaciones sobre los miembros y líderes de la Luz del Mundo. Son una
secta priísta, dicen sus críticos. Si analizaran los resultados a nivel de casilla de las jurisdicciones electorales donde la Luz del Mundo tiene sus
principales bases de fieles, verían que eso no es sostenible. Verían, por
ejemplo, en las colonias llamadas Hermosa Provincia, al menos en las últimas elecciones, la pluralidad del voto. Sin embargo, por las miradas externas que no se acercan a la fuente directa, que se conjugan con ciertas
tradiciones sociales en los miembros de esa Iglesia, que cuidan su cohesión interna del ojo ajeno, a veces con celo extremo, que den como resultado esa distorsión.
Con lo anterior quiero señalar que concebir a las Iglesias como actores
políticos es una verdad errada, imputable no sólo al Estado y sus intelectuales, no sólo a lo que hizo o dejó de hacer la Iglesia católica, sino también a las contribuciones de distintas Iglesias, de analistas y generadores
de opinión. Dicho de otra manera, pensar a las Iglesias como actores políticos es un producto social, generado y actualizado en la sociedad, por
la sociedad misma, y no un producto externo a la sociedad inventado
por algunos funcionarios y reproducido acríticamente por quienes les
sucedieron en el cargo. Los funcionarios públicos, desde este punto de
vista, ven y se relacionan con las Iglesias de conformidad con esta producción social de lo religioso. Por ello, cualquier modificación concep-
DIVERSIDAD RELIGIOSA Y PLURALIDAD SOCIAL
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tual, política e instrumental que se pretenda hacer, tiene que pasar por el
cedazo aprobatorio de la sociedad misma. Ciertamente, en este proceso
de modificación posible es necesaria la participación del Estado.
¿Qué efectos produce la visión política de las Iglesias por parte del
Estado? En primer lugar estaría, antes que nada, el subvertir la naturaleza de los agentes religiosos, que son, por esencia, personas de fe. El hecho de que algunos actores religiosos y de que algunas instituciones religiosas hayan asumido una actitud política en un momento dado, remoto
o reciente, no cambia su naturaleza de fe. Las circunstancias que generaron el equívoco son las que deben cambiar. No debe permanecer como
característica distintiva una actuación política circunstancial.
En segundo lugar, mantener como actores políticos a quienes por naturaleza no lo son, termina por afectar, en el corto y mediano plazos, la
esencia misma de los actores religiosos, la interlocución que con ellos
tienen el Estado y la sociedad en su conjunto, así como los términos en
que ella ocurre. Es decir, se desvirtúa a los actores y la relación que entre
ellos puede ocurrir. Si los actores religiosos son vistos, tratados y requeridos como políticos, no debiera sorprender que terminen hablando y actuando como actores políticos. Véase por ejemplo el proceder de los candidatos presidenciales que tanto buscaron a los líderes religiosos antes de
las elecciones de 2000. Y pronto lo volverán a hacer, para los comicios
de 2006, otra vez veremos los enlaces de los candidatos presidenciales
operando con los líderes religiosos, en procura de simpatías que se espera se traduzcan en votos. Véase también la búsqueda de declaraciones
claras o de mensajes ocultos en las epístolas del cardenal Norberto Rivera, que semanalmente es objeto de difusión en los medios impresos, con
ocasión de su misa dominical. La búsqueda de “la” noticia puede llevar a
situaciones indeseables en que se tire al máximo el sentido de las palabras del cardenal, que no está obligado a hablar de todo, ni tampoco, como todo ser humano, está exento de error. No debiera sorprender, por
tanto, el protagonismo público de algunos dirigentes religiosos, lo busquen o no. Si tanto se les invita al baile, que nadie se sorprenda de que
aprendan a bailar, si es que, de antemano, algunos no tuvieran recursos
dancísticos propios.
En tercer lugar, y esto es muy importante para el Estado mismo, con
los preceptos constitucionales se intentó cerrar la puerta a la participación política de la Iglesia católica en particular, lo que no ocurrió, al me-
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RODOLFO CASILLAS RAMÍREZ
nos como se esperaba. Sin embargo, lo que sí se truncó fue la posibilidad
de que el propio Estado mexicano desarrollara y diversificara, en esta
materia, su política de Estado y cuerpo administrativo correspondiente.
Pretendiendo atar de manos a la Iglesia, el Estado maniató sus propias
manos. Por eso del Constituyente de 1917 a 1992 no hubo reforma constitucional en materia religiosa, y la que hubo en este último año no alteró
en lo sustantivo la negación a la participación de las Iglesias en la construcción de una sociedad incluyente de la diversidad religiosa en el proyecto de sociedad nacional. Hoy, por ejemplo, hay un vacío de ley en lo
relativo a la promoción de la participación electoral ciudadana por parte
de los agentes eclesiásticos, y lo que se presente en los meses venideros,
hasta los comicios de 2006, será materia irresoluble de controversia por
falta de un marco legal acorde que el Estado no previó, o, si se prefiere,
lo hizo de manera equívoca.
Lo anterior explica, al menos en parte, la persistencia de tres constantes en el Estado y la actuación gubernamental: una, los funcionarios gubernamentales repiten hasta el cansancio preceptos tales como la separación del Estado y las Iglesias, el Estado mexicano es laico, la no injerencia
en asuntos internos de las Iglesias, la separación de lo público de lo privado, etcétera, con el rigor jurídico que es posible en cada circunstancia,
pero dejando en la opacidad, que no excluidos de la toma de decisiones,
los considerandos políticos, culturales, sociales que pudieran estar en
juego, con la intención de negar en público el componente político presente e inocultable. La exclusión en el discurso oficial de lo político no
niega a éste su existencia ni su atención en las gestiones privadas que
pueden darse. Sí, en cambio, permite la suspicacia social, la duda sobre
el proceder recto de las instituciones y sus agentes, una especie de corrosión paulatina de las instituciones. Si no es así, ¿cómo explicar las reacciones diversas presentes en 1992 a resultas de la iniciativa y posterior
reforma constitucional en materia religiosa, que presuponía un arreglo
político entre el entonces presidente Salinas y G. Prigione sin observar la
realidad sociorreligiosa del momento?; de igual forma, ¿cómo explicar
la rápida aceptación entre algunos sectores sociales, independientemente
de ser ciertas o no, de las preferencias de la actual administración federal
por la Iglesia católica y, en particular, por alguna corriente pastoral y algunos dignatarios de esa Iglesia? Son una especie de verdades públicas
que no requieren de su comprobación, por el contrario, confirma su exis-
DIVERSIDAD RELIGIOSA Y PLURALIDAD SOCIAL
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tencia en lo indecible. Tal parece que prevalece el adjetivo fácil que el
análisis verificable.
Una segunda constante es el nombramiento de funcionarios responsables del área de gobierno, que bien pueden desconocer la materia que se
les encomienda, pero no pueden dejar de conocer el oficio de la conducción política. Para empezar, no podría esperarse que el Estado laico contara con cuadros preparados en lo religioso, pues nunca los preparó, ni
los prepara hasta el presente. No puede haber política de preparación de
cuadros para lo que no existe, al menos en lo formal: lo religioso como
campo de especialización, pues desde 1917 ya estaba dicho lo principal y
sustantivo, al parecer de los gobernantes de la época. Sí, en cambio, se
prepararon y preparan formalmente cuadros para la administración pública. Es decir, en las áreas que el Estado consideró necesario crear políticas, formar cuadros y desarrollar líneas específicas de actuación, obró en
consecuencia; así, se alentó y patrocinó el estudio científico de la economía, hacienda, comunicaciones, salud, entre otras tantas especialidades
que uno encuentra en las universidades y centros de educación superior
financiados por las arcas públicas. Esto es, el Estado se desarrolló y fortaleció la generación de la masa crítica de conocimiento y de sus especialistas. Dado que lo religioso fue considerado materia cerrada desde
1917, vemos desde tiempos idos hasta el presente el concurso de cuadros
gubernamentales avalados por su trayectoria en lo político sin la necesaria compenetración de lo religioso en términos profesionales. Ello contribuye a dar vida a lo religioso como político.
La tercera constante es la indefinición institucional por parte del Estado
en la nueva circunstancia. Mientras no se efectuó la reforma de 1992, se
contó con una jefatura de departamento encargada de lo más diverso. Su
nombre suena hasta divertido, como parte de una tragicomedia nacional:
el Departamento de Cultos Religiosos, Armas de Fuego y Explosivos.
Después de la reforma de 1992, en 13 años se ha transitado de Jefatura a
Dirección General, a Coordinación de Asuntos Religiosos, a Subsecretaría de Asuntos Jurídicos y Religiosos, a Subsecretaría de Asuntos Religiosos y a Subsecretaría de Población, Migración y Asuntos Religiosos;
en la presente administración, todas estas modalidades dependen de la
misma Secretaría. Y concurrente con el cambio de nombre de la dependencia, ha habido un igual, cuando no mayor, número de cambios de titular de la misma. Con un poco de información en la materia, se concluye
que son inexplicables tantos cambios en el aparato funcional de la Secre-
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RODOLFO CASILLAS RAMÍREZ
taría de Gobernación (Segob) en materia religiosa por la dinámica de la
materia misma de atención, sino que ellos se deben a razones externas a
lo religioso. Es decir, a las evoluciones y adecuaciones propias de lo político. ¿Cuál otra razón puede ser si lo político es la esencia misma de la
Segob y de sus instancias subordinadas de actuación? Dicho sea de paso,
al momento de hacer esta presentación, ya van más de tres semanas que
la Subsecretaría del ramo carece de titular, el encargado del despacho lo
más que puede es darle continuidad a lo iniciado, pero no puede tomar,
si lo quisiera, decisiones de mayor trascendencia. Urge, en ese sentido, el
nombramiento de un titular.
Las Iglesias, por su parte, no tienen un proceder único. Incluso al interior de ellas existe variedad de posiciones, de experiencias, de proyectos
de sociedad. La Iglesia católica, por ejemplo, podría ser analizada tomando en cuenta la existencia y el manejo de una agenda amplia en la
que participan varios grupos e intereses. Así, a los temas de viejo cuño,
como educación, cultura, identidad, vida y salud reproductiva, habría
que agregar, entre otros, derechos humanos, democracia, justicia, pobreza, migración y equidad; la sola lectura del listado de las comisiones del
Episcopado y un conocimiento somero de cómo se subdividen las diócesis darían noticia de su amplitud y diversidad temáticas y organizativas.
De igual forma, se podría analizar la composición de trayectorias y perspectivas en la Conferencia del Episcopado Mexicano, pues ella proporciona noticias sobre cómo se conciben y practican las relaciones con las
instituciones de gobierno, con los proyectos de gobierno, con la actuación de los gobernantes en turno, entre otros temas.
El mundo evangélico en México, por su parte, está visiblemente atomizado. Lo que sin ser novedad, no deja de ser materia de atención. Un
esfuerzo de aglutinamiento señalaría la existencia de tres posiciones diferentes: 1) quienes están por mantener una relación cercana, respetuosa y
obediente con el Estado; 2) quienes optarían por respetar al Estado, de
manera distante y con los menores contactos posibles, y 3) quienes, sin
negar al Estado, prefieren centrar su existencia y actuación sólo en la sociedad. En todo caso, a todas ellas les caracteriza su falta de oficio y de
gestión con el Estado, con los medios, con la sociedad que no se adscribe
a su credo, lo que contribuye a que, sin que se les deje de considerar
agentes políticos, como ocurre con los dirigentes católicos, se les dé un
trato de bajo perfil, quizá por su menor significado electoral y de gobernanza.
DIVERSIDAD RELIGIOSA Y PLURALIDAD SOCIAL
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La utilización de las Iglesias quedó de manifiesto en la pasada transición presidencial, después del 2 de julio de 2000, cuando se formó un
Grupo de Consulta en Asuntos Religiosos, al cual fueron invitados dirigentes y representantes de diversas Iglesias, incluyendo a la comunidad
judía. Después de meses de trabajo, de la elaboración de una propuesta
administrativa y de objetivos específicos de la estructura institucional elaborada, el resultante secretario de Gobernación no recibió al Grupo, ni
analizó la propuesta, ni quien fungió como representante ante las Iglesias
del presidente, entonces electo, Vicente Fox, fue nombrado en alguna instancia de gobierno que tuviera que ver con lo religioso. Se trató de una
lucha de poder en la que perdieron de todas, todas, quienes como políticos y dirigentes religiosos invitados participaron en la experiencia. Luego de cinco años vemos que la política del gobierno actual, en materia
religiosa, es la no política. Es decir, un bajo perfil que ha llevado a sacar
de la agenda pública lo religioso. Ello, por otra parte, no quiere decir que
el mundo sociorreligioso permanezca estático ni que haya salido de su actuación social. Simplemente les privaron de los reflectores públicos.
II. RIESGOS INMEDIATOS
La sociedad ha cambiado. Incluso la vida política tiende a cambiar, así
vaya por lo pronto a trompicones. Los actores sociorreligiosos son más y
su actuación es cada vez más compleja. No es necesario el conflicto para
que el Estado actúe, pues aparte de su llegada a destiempo se corre el
riesgo de politizar, de nuevo, procesos que no necesariamente se originan o se reducen a ese componente. Dicho de otra forma: hay suficientes
evidencias de que las Iglesias y la sociedad están actuando ya en la pluralidad, así sea que su participación sea desigual. Pero, para que su aporte sea realmente valorado, potenciado, concatenado a otras actividades
de carácter público, es menester cambiar las reglas de participación que
establece el Estado, e incluso generar nuevas instancias públicas encargadas de su atención.
En los últimos tiempos, desde Chamula hasta Ixmiquilpan, se hace hincapié en lo político, en la necesaria conciliación o compromiso entre dirigencias para lograr soluciones inmediatas, que me parece no resuelven
los problemas de fondo. Y aunque se señala, en algunos casos, el compo-
62
RODOLFO CASILLAS RAMÍREZ
nente cultural, lo que se hace resulta insuficiente. El logro de acuerdos se
muestra efímero y endeble porque no se atienden los procesos sociales y
culturales en los que lo religioso se inserta. En poco tiempo aflora de
nuevo la desavenencia, muchas veces con más virulencia, esto es, con
mayores costos humanos. Esta lejanía de responsabilidad ha fortalecido
la intolerancia, ha afectado las identidades sociales locales y ha establecido un espacio instrumental a la participación del Estado. Todo menos
la solución duradera del conflicto.
La diversidad religiosa se vio favorecida por la reforma de 1992. Las
Iglesias, cada cual a su manera, cada cual de acuerdo a su cosmovisión,
la han hecho suya. Su actuación es legal y socialmente legítima. Cual
más cual menos, cuenta con base social nacional, o regional en el peor de
los casos, como lo indican los datos del INEGI mencionados al inicio.
En los últimos años se observa, bajo cobertura legal, una actuación social sin precedente, de manera directa o mediante el concurso de los frentes laicos, tendiente a plasmar en distintas actividades su cosmovisión
particular y ampliar el número de fieles. Dados los antecedentes, esta
mayor presencia puede ser interpretada, ante los ojos de la política, como
actuación política de lo religioso. De ser así, de nuevo vendrá la incomprensión y, eventualmente, el conflicto. Desde este punto de vista, las
Iglesias tienen la obligación de contribuir a ser entendidas correctamente, sin dar margen a segundas lecturas proclives a la descalificación.
El Estado, por su parte, debiera trascender la primera etapa de la reforma que se caracteriza por la elaboración del registro de asociaciones
religiosas, el establecimiento y observancia de un conjunto mínimo de
normas de actuación y arbitraje y mantener una relación cordial y respetuosa con las dirigencias religiosas. Esto es lo mínimo que se debe hacer.
Quedarse en ello implica ser rebasado por quienes en la nueva circunstancia nacional maximizan sus potencialidades y se preparan para un futuro más promisorio a sus proyectos de sociedad. Si el Estado no se prepara con políticas y cuadros y renueva sus concepciones, sus respuestas
jurídicas, ancladas en el pasado, serán insuficientes para atender de manera debida la realidad novedosa. Por ello, se debe pasar de la administración de la materia a la formulación y aplicación de políticas de Estado
en la materia. Ciertamente, hay que ver el pasado, pero no anclarse en él.
Se corre el riesgo de repetir los errores, que no los aciertos; para los primeros no se necesita prepararse, para los segundos sí, y eso no se está tra-
DIVERSIDAD RELIGIOSA Y PLURALIDAD SOCIAL
63
bajando de manera suficiente. Y, si se hace, no se observa su actuación
en la sociedad.
Lo sociorreligioso atañe no sólo al Estado y las Iglesias, sino al conjunto social nacional. Por ello, la participación de académicos, generadores de opinión e instituciones varias es por demás necesario, insustituible, impostergable. No hacerlo es reducir la agenda propia a unos temas
cuando las propuestas e implicaciones de lo religioso atañen al conjunto
social. Si no, pensemos en qué tipo de país queremos; a quiénes asignamos el papel de protagonistas de nuestra propia sociedad; qué derechos
reclamamos para nosotros y cuáles reconocemos en los otros; quiénes, finalmente, integran el vocablo cotidiano de “nosotros”. Por lo antes visto,
la vigencia del modelo es cada día menos útil a la sociedad, cada día
ofrece menos explicaciones, cada día es más insatisfactoria para las organizaciones religiosas y, también, es cada día menos suficiente para la toma de decisiones por parte de las instancias de gobierno.
III. NUEVOS INTERLOCUTORES Y NUEVA INTERLOCUCIÓN
Si las Iglesias no son, ni pretenden ser, cuerpos políticos, ni el Estado
que ellas sean o se conviertan en tales, entonces, un buen principio sería
no responsabilizar a la Secretaría de Gobernación de su atención. La Segob, como se sabe, es el ojo político del gobierno, es la instancia que
crea sus interlocutores que también son, o pueden ser, y actuar como políticos. Sería conducente, en consecuencia, crear una instancia de Estado,
que no de gobierno, que se dedicara en forma exclusiva a la atención de
lo sociorreligioso. Es decir, quitar de tajo la connotación política que les
fue asignada a los actores religiosos y mediante una instancia ad hoc facilitar su contribución a la sociedad en los campos que le son conducentes.
Ciertamente, hacerlo no será tarea y logro de un día. Hay inercias
que se superan luego de largos procesos de decantamiento. En el caso
mexicano hay inercias sociales, gubernamentales y eclesiásticas que,
bien que mal, han establecido un modus operandi que funciona, así sea
tendencialmente, menos útil al paso del tiempo. No obstante, habría que
reflexionar sobre la pertinencia de seguir con una visión politizada y
politizadora y una agenda acotada o iniciar, al menos a nivel de estudio
prospectivo, un cambio de actitudes y comportamientos.
64
RODOLFO CASILLAS RAMÍREZ
La experiencia indica que, salvo alguna situación excepcional, el Estado mexicano no toma iniciativas de cambio, tampoco está, en lo social y
cultural al menos, avanzar con propuestas audaces por los efectos inmediatos y porque sus beneficios no se cosecharían en el corto plazo, es decir, en un lapso menor a los seis años; y a esta administración federal ya
se le acaba el tiempo. El pragmatismo que aún impera, no recomienda
cambios bruscos de timón al término de la gestión. Sería deseable, en el
poco hacer, en un momento dado, que tomaran algunos elementos que
lleven a una transición, como por ejemplo, impulsar en algunas universidades públicas el estudio de lo religioso y la formación de especialistas
en la materia con apego al proceder académico de las ciencias. Otra, como
ocurrió a finales de los años setenta y principios de los ochenta, patrocinar estudios de caso sobre los efectos e implicaciones de la actuación
creciente de los actores religiosos en el quehacer público, entre otros. Es
decir, alentar la creación de la masa crítica de conocimiento y la formación de especialistas puede ser un primer paso asequible e inmediato.
Estas recomendaciones para un periodo de transición sólo tendrían sentido si formaran parte de un proceso de reubicación de las relaciones Estado e Iglesias en un nuevo esquema de participación social que permitiera justipreciar los aportes diversos de las últimas, sin negar el papel
rector del primero, pero claramente diferenciado de la concepción política antes señalada.
Hay escenarios de intolerancia, de conflicto y de guerra en el mundo
que no nos han tocado vivir, pero que no nos son ajenos. Su relativa lejanía hace que nuestra memoria no se sienta aludida de manera directa.
Nuestras reacciones son, en cierta medida, intelectuales. En lo religioso,
con apego a la ética correspondiente. Pero no podemos negar que hay
una tensión creciente entre valores universales y prácticas locales y nacionales que pueden llevar a choques de distinto alcance y costo sociales.
Cada vez es más evidente la existencia de un preocupante desequilibrio
sociorreligioso de varias rutas. La principal, la rápida adecuación de algunas Iglesias y de algunos frentes laicos para un mejor aprovechamiento del marco legal laico en aras de potenciar su presencia social, de darle
vida y dinamismo a los proyectos sociorreligiosos de su preferencia, de
capacitar más y mejor a sus cuadros laicos para su vida y liderazgo sociales; frente a ello, no hay esfuerzos sociales e institucionales que permitan orientar y evitar inequidades, de antaño y recientemente gestadas.
DIVERSIDAD RELIGIOSA Y PLURALIDAD SOCIAL
65
De no tomarse las medidas del caso, no sería extraño que en menos de un
decenio veamos aflorar actos de intolerancia sociorreligiosa no vistos con
anterioridad. Es de desear que nuestro grado de civilización no se mida
por las barbaries que podamos cometer, porque no tenemos claridad sobre los procesos de cambio social y cómo canalizarlos positivamente, en
la defensa de conceptos como derechos de Estado e identidad nacional
frente a identidades locales; objeción de conciencia frente a deber ciudadano; imperio de la ley frente a derechos humanos; interés nacional frente a identidades multinacionales, y cultura nacional frente a multiculturalidad, entre otras.
La pluralidad religiosa, si se le orienta con oportunidad, no segmenta
la sociedad ni inmoviliza a segmentos sociales activos, en la inteligencia
de que se crean los canales de participación social de validez universal
para todas las Iglesias. Como se observa en el mundo, las religiones organizadas están presentes y activas en todas las sociedades. Los esquemas de gobierno de la exclusión de lo religioso no han dado resultado y,
por el contrario, lo han mandado a una clandestinidad jurídica que ha
fortalecido sus vínculos sociales. Es hora de formular un nuevo esquema
de inclusión que permita asignar derechos y responsabilidades. Se necesita encauzar su creatividad para que ella redunde en el fortalecimiento
de la sociedad. Un Estado fuerte sólo es producto de una sociedad fuerte,
pero no ocurre al revés. Se debe tratar de establecer políticas e instituciones de Estado acordes con las características de la sociedad y los actores
que de ella emanan, a fin de avanzar en la consolidación de nuestra democracia y vida cotidiana en la pluralidad del siglo XXI, y no aquélla soterrada del XIX.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
Carlos CORRAL SALVADOR*
SUMARIO: I. Introducción. II. La aportación negativa de
las Iglesias a la construcción de la vida pública: la eliminación de los fundamentalismos religiosos. III. La aportación positiva genérica de las Iglesias a la construcción de
la vida pública. IV. La aportación específica de las Iglesias a la construcción de la vida pública: los acuerdos de
cooperación con la comunidad política en los ámbitos sociales. V. Epílogo. VI. Bibliografía.
I. INTRODUCCIÓN
El tema me resulta, por un lado, atractivo, basta ver su título “Iglesia y
construcción de la vida pública”; por otro, desbordante, por resultar quizás algo genérico pudiendo coincidir en cierto sentido con temas de algunas ponencias (como la de monseñor Setién, “La misión de la Iglesia y
la comunidad política”; la del doctor Soberanes, “El contenido de la libertad religiosa”; la de monseñor Dagens, “La Iglesia católica, el Estado
laico y la sociedad. Nuevas experiencias y responsabilidades”; la de monseñor Gómez, “Los católicos y la vida pública en los Estados Unidos.
Consideraciones respecto a la Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”).
A fin de evitar en lo posible cualquier coincidencia, me decido por exponer cuál es o puede ser la aportación de las Iglesias a la construcción
de la vida pública, distinguiendo tres partes. Primera, cuál es la aportación de sentido negativo, pues si en la construcción de toda catedral lo
previo es el desmonte, aquí será desmontar y eliminar los elementos des* Profesor de la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid y de la Universidad
Complutense de Madrid.
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IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
67
tructivos de la vida pública, cuáles son los fundamentalismos religiosos
(aparte de los fundamentalismos laicales). La segunda parte será ver cuál
es la aportación de las Iglesias en sentido positivo, por más que sea genérica, a la cimentación del edifico por construir, cuál es la contribución
activa al asentamiento de la convivencia en la paz y al establecimiento y
defensa de los derechos del hombre.
La tercera parte articula, sobre tal cimentación, la contribución específica de las Iglesias en los diversos campos de la vida pública, política y
social, como la educación, la asistencia social, la conservación y promoción del patrimonio cultural, arbitrando los instrumentos jurídicos que la
canalicen, armonicen y regulen, cuáles son los acuerdos y/o convenios,
sea de la Iglesia católica y de la Santa Sede con 45 Estados, sea, en su
tanto, de otras confesiones religiosas.
Por si fuera poco, lo desbordante del tema se manifiesta, además, al
tener que referirme en plural a las Iglesias. ¿Las entenderemos en el sentido amplísimo que les dio el legislador francés en 1905 con la Ley de
Separación de las Iglesias y del Estado?1
Como se puede suponer, por más que nos refiramos en plural a las
Iglesias, nos detendremos primordialmente en la Iglesia católica, y con
más razón, todavía, al celebrarse las jornadas en México.
II. LA APORTACIÓN NEGATIVA DE LAS IGLESIAS
A LA CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA: LA ELIMINACIÓN
DE LOS FUNDAMENTALISMOS RELIGIOSOS
Cuando en los manuales de historia de las relaciones internacionales
—como el del italiano Mamarella, Historia de las relaciones internacionales,2 vertido al español y usado como tal en la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid—, se
daba por finado el influjo sobre ellas del factor religioso antes de la caída
1 Por cierto —y me permito un inciso reciente—, yo había titulado mi libro (entregado hace un mes al director de la BAC, J. Ortega) Iglesias y Estado español; pues bien,
aun asumiendo ese sentido amplísimo, el director me lo cambió por este otro: Confesiones religiosas y Estado español, pues la Constitución española (artículo 16.1) las asume
a su vez en un sentido amplísimo, al determinar que “ninguna confesión religiosa tendrá
carácter estatal”.
2 En el apéndice a la traducción española, p. 402, subraya que hay dos fenómenos
que habían sido científicamente marginados: los nacionalismos y las fuerzas religiosas.
68
CARLOS CORRAL SALVADOR
del Muro de Berlín, resultó que éste, contra todo pronóstico, se hizo desbordante a partir de la revolución islamista (1979) arrastrando la caída
del sha de Persia. Así lo continúan poniendo de manifiesto cada día los
fundamentalismos actuales que pretenden basarse en una religión para
justificar la actitud y los actos de violencia hasta llegar al terrorismo.3
Mas el fundamentalismo religioso no es el único, ni mucho menos —téngase muy en cuenta—, hay otros muy numerosos y variados.
No obstante, la referencia científica e histórica inmediata alude al origen del primer movimiento denominado “fundamentalista” (sin más connotaciones que las que le otorgaron en propiedad sus fundadores), en el
interior del protestantismo y que ve la luz en Estados Unidos entre 1910
y 19l5, en forma de una serie de 90 artículos escritos bajo el título The
Fundamentals por teólogos que se oponían al modernismo predominante
—acontecimiento que dio lugar a la aparición posterior de una World’s
Christian Fundamentals Association (1919)—.
1. Los fundamentalismos religiosos actuales
Más que en singular, se debería hablar en plural de fundamentalismos religiosos como expresiones extremistas del factor religioso, tanto por parte de las mismas religiones como, sobre todo, por parte de los poderes
políticos. Por ello, haremos referencia a los fundamentalismos cristianos,
islámicos y judío.
A. El fundamentalismo islámico4
a. Consideración especial del islamismo: naturaleza,
características y tendencias5
Como religión y cultura, el Islam se identifica con la civilización de una
zona más amplia que el Mediterráneo, la Umma o comunidad musulma3 Roger Garud, Los integrismos: ensayo sobre los fundamentalismos en el mundo, p.
13; T. Meyer, “Fundamentalismo: la otra dialéctica de la Ilustración”, Debats, núm. 32,
pp. 67-69; Carlos Corral Salvador, Acuerdos España-Santa Sede, 1976-1994, capítulo I.
4 Para ello, seguimos aquí el análisis realizado en la obra de C. Corral Salvador, Acuerdos España..., en ibidem.
5 Kabunda Badi Mbuyi y C. Corral Salvador, “La mundialización de los fundamentalismos. Consideración especial del islamismo y referencia al fundamentalismo en la
iglesia ortodoxa”, en C. Corral Salvador, Los fundamentalismos religiosos, hoy, en las
relaciones internacionales, pp. 139-161.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
69
na, que se extiende desde el Atlántico hasta el Pacífico, desde el Sahara
Occidental hasta Indonesia, zona en la que el mundo árabe sólo representa el 19%, sin olvidar que en el África subsahariana, donde el Islam ha
precedido a la colonización europea mediante el comercio y las conquistas militares, se puede hablar del “África negra musulmana”, integrada
por los países de África Occidental, África Oriental y la franja sahelosudanesa.
Sin embargo, y pese a la “nacionalidad espiritual” que instituye la Umma
por encima de las pertenencias tribales, nacionales o raciales, no puede
menos de constatarse que el mundo musulmán no es homogéneo o monolítico, sino que está marcado por los particularismos locales. Existen
desde el principio dos principales sectas o ramas del Islam, nacidas de
diferentes interpretaciones político-religiosas sobre la sucesión del profeta y el mando de la comunidad. Se trata del sunnismo y del chiísmo, divididos cada uno en varias tendencias,6 aunque en el fondo ambos comparten los deberes fundamentales del Islam.7
b. Fusión Iglesia y Estado en el Islam
Al contrario que en el cristianismo —en el que Cristo estableció una diferencia entre el reino de Dios y el reino del César—, en el Islam el profeta Mahoma nunca diferenció el dominio de Dios del de este mundo,
como demuestra el hecho que ya en la primera comunidad de Medina, de
los primeros años del Islam, Mahoma tomase decisiones políticas, organizase la justicia y adoptase leyes. Su mensaje inspirado por Dios debería guiar la actuación de los gobernantes de los pueblos creyentes. De este modo, el poder político se encontró estrechamente vinculado con el
poder religioso, con la consiguiente fusión de la Iglesia y del Estado.
Esta estructura inicial se perpetuó, después de la muerte del profeta,
en el ideal de un Estado político-religioso, cuya realización fue confiada
a califas e imanes dotados de poderes espirituales y temporales.
El modelo cultural islámico niega al Estado cualquier otra legitimidad
que no sea la religiosa. El poder político sólo es legítimo si se inspira en
6 Sobre las tendencias en el sunnismo y el chiísmo, véase Paul Balta, L’Islam dans
le monde, pp. 12 y ss.
7 R. Garaudy, Promesses de l’Islam, p. 101.
70
CARLOS CORRAL SALVADOR
la ley divina y se somete a la voluntad de Dios: el fundamentalismo islámico.8
De todos los movimientos nacionales hubo dos que tuvieron una repercusión internacional mayor: Arabia Saudí e Irán:
a) Arabia Saudí estableció su hegemonía sobre la Umma a partir de
1973, influyendo en el surgimiento del islamismo en Egipto, Malaisia y Pakistán. Como país exportador de petróleo tuvo un influjo
decisivo en la victoria de la guerra de Yom Kippur. Desde entonces
las instituciones wahabitas hicieron grandes campañas proselitistas
en todo el Islam sunita. Ello desarrolló en el país una corriente islamista contraria a la monarquía con un sector enormemente radical
de donde surgiría la figura de Bin Laden, que se lanzó a una lucha
contra Estados Unidos desde los más dispares frentes.
b) Irán tuvo otro medio de desarrollar su influjo internacional tras el fulgurante éxito obtenido con una gran cohesión moral. Fue ello un
símbolo en todo el mundo musulmán. “El Islam se había convertido
en el principal factor de la identidad política, social y cultural de las
poblaciones que antaño se definían por su nacionalidad, su pertenencia social, etcétera”.
B. Fundamentalismo judío
El fundamentalismo judío incide en la política internacional a partir de
unos elementos muy concretos que existen en su creencia religiosa. Dichos elementos son tres: el territorio de Israel, la ciudad de Jerusalén y el
Templo. Originan dichos elementos una complicación del problema, una
extensión del problema y una prolongación temporal del problema.
Prestemos atención a los tres elementos:
a) Para los judíos, en general, pero mucho más en particular para los
ortodoxos, el territorio de Israel tiene en sí mismo una dimensión
religiosa esencial. Consideran que Dios, creador del universo, se lo
dio a ellos —Eretz Israel— y esa donación debe, por lo tanto, ser
permanente. Ese motivo religioso de carácter fundamentalista lleva
8 Véanse las siguientes obras de Gilles Kepel, El faraón y el profeta, La revancha de
Dios, La Yihad, Las políticas de Dios, Al oeste de Alá. La penetración del Islam en occidente.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
71
a impulsar los asentamientos en la zona ocupada (para que no se devuelva nunca), en la que está presente el ejército israelí, y que se
construya toda una malla de autovías de considerable anchura y con
prescripciones muy restrictivas para los palestinos.
b) Otro elemento es la ciudad de Jerusalén, a la que el profeta Ezequiel consideraba el ombligo del mundo. Los judíos creyentes están
persuadidos de que será desde dicha ciudad desde donde —cuando
venga el Mesías— se irradiará la salvación a toda la humanidad.
c) Todavía más central es el Templo. El elemento más irrenunciable
por su carácter esencialmente único. Su emplazamiento no puede
ser otro. En dicho lugar es en donde tendrá que ser reconstruido.
Con esta dimensión de triple aspecto, el problema político se complica. Debido a esas convicciones interiores no se puede hacer un arreglo
sobre el territorio, sobre la ciudad o sobre el lugar del Templo en el que
coinciden también las convicciones religiosas de los islámicos.
Además de complicarse, el conflicto se extiende espacialmente, porque choca contra otra religión muy difundida en la tierra: el Islam. La
Organización de la Conferencia Islámica (OCI), tras muchos años de intentar infructuosamente formarse, recibió el impulso definitivo cuando
los dirigentes musulmanes se vieron afectados por el incendio provocado
en la mezquita de Al Aqsa. Nació así una organización internacional que
ahora tiene 55 Estados miembros, cuya capital, actualmente en Jeddah,
tendrá que ser trasladada de acuerdo con el estatuto fundamental —la
Carta de la Conferencia Islámica—, a la Jerusalén palestina, si algún día
llegase a ser la capital de un nuevo Estado independiente. Un problema
político —que como tal es sólo israelí y palestino—, se transmite a casi
un tercio de los Estados del mundo por causa de la religión.
En tercer lugar, el problema político se prolonga temporalmente: la
expresión “Jerusalén, capital eterna de Israel”, que oímos repetir constantemente, resultaría raro oírlo decir de cualquier otra capital política del
mundo.
Vendría éste a ser el extremismo en la observancia de la “ortodoxia judía”, que surge como contrarréplica a la Haskalah, el movimiento reformista del siglo XIX y conoce un resurgimiento sin precedentes.9 Aun así,
9 Samuel Toledano, “El fundamentalismo judío”, en C. Corral Salvador, Acuerdos
España..., op. cit., nota 3, capítulo VI.
72
CARLOS CORRAL SALVADOR
el judaísmo ortodoxo está muy dividido entre un ala derecha y una tendencia moderna y centrista, condenada por la primera por no adherirse a
los preceptos, y mandamientos. Y dentro del ala derecha se encuentran
dos polos opuestos, el de Neture Karte (que puede describirse como un
grupo protestatario, como los “celotas” en la terminología del tradicionalismos judío; significa “los guardianes de la ciudad”), y el de Gush Emunim (“bloque de fieles”: movimiento radical político-religioso, que reivindica para sí el derecho de configurar las normas directrices de la sociedad
israelí y de la comunidad judía en general). Adopta posturas extremistas
convencido de detentar el monopolio de la interpretación de la halakhah
en el contexto de los acontecimientos.
Su autocalificación y unidad se basa en tres principios. Primero, existe
una unidad mística del pueblo, “Torah, es decir, la ley, y Dios”. Segundo: el destino del pueblo judío está determinado por leyes específicas y,
por tanto, el pueblo no puede escapar de su destino histórico (que incluye el exilio y la redención como conceptos básicos de la existencia judía). Tercero, mantiene la idea de la forma de vida judía tal y como se
practicaba en las comunidades judías tradicionales y, en parte, en las comunidades ashkenazíes de la Europa oriental (es decir la Haskala).
Hace sólo 11 años, el entonces secretario general de las Comunidades
Judías en España, Samuel Toledano —ponente en las X Jornadas organizadas en la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid, sobre “Fundamentalismos Religiosos Hoy en las Relaciones Internacionales”— resaltaba “una característica diferenciadora de la sociedad ultraortodoxa judía,
que evidentemente no comparte con grupos fundamentalistas de otras
religiones: la de no utilizar la violencia como forma de acción”. Desgraciadamente —ya lo han comprobado ustedes— esa característica se vino
abajo el 4 de noviembre de 1995, cuando en la Plaza de los Reyes de
Israel de Tel-Aviv tenía lugar una manifestación de más de 100,000 personas, saludaban a Rabin y a Peres en apoyo al proceso de paz. En el
momento en que Yitzhal Rabin se disponía a subir a su automóvil, Yigal
Amot, un joven judío estudiante de un yeshiva, lo abate a tiros. “Por
Dios, por el pueblo y por la tierra”, repite el asesino, mientras Israel, en
ese momento, siente que la cohesión y unidad del pueblo se rompe por el
odio y la violencia. Por primera vez, el espectro de la Hamilhemet ahim,
de la guerra civil, asoma en el horizonte de Israel.10
10
Eusebio Gil, en Corral, 2002, p. 152.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
73
C. El fundamentalismo de un sector protestante: características
sociológicas
Examinemos las características sociológicas del fundamentalismo protestante en relación con las de los otros fundamentalismos religiosos. Destaquemos en primer lugar los tres rasgos comunes que parecen más importantes:
1) Rechazo de la modernidad, que en cierto sentido se vive como alienante, como extranjera, como destructora de la identidad individual
y familiar.
2) De ese rechazo se deduce la insistencia en imponer normas éticas estrictas, prohibiendo el aborto, encauzando la sexualidad hacia el matrimonio y organizando la educación de los niños y de los jóvenes.
3) Se dirigen a un tipo de población en cierto sentido acosado por la
miseria, a veces de carácter material y otras veces también de carácter psicológico.
En estos rasgos coinciden no sólo con los demás fundamentalismos,
sino con las demás religiones en general que en la actualidad se dedican
exitosamente a la organización de los marginados, a quienes nadie habla,
sino los grupos religiosos que encuentran allí una notable capacidad de
respuesta. Como afirma Peter Antes, las Iglesias son las únicas organizaciones actuales que se alínean con los marginados.
Junto a estas características sociológicas comunes destacan otras por
su originalidad y por su distanciamiento con los otros fundamentalismos.
La primera de todas ellas es la facilidad para las grandes mutaciones y
los grandes cambios. Es éste un fenómeno que el mundo católico desconoce. En el mundo protestante se crean con mucha facilidad nuevas Iglesias. Si bien esta característica denota una clara inconsistencia, el fenómeno indica una facilidad de adaptación que los hace más adecuados para
la captación de las masas. En la misma línea están las asociaciones y los
movimientos que se crean y se destruyen. La Mayoría Moral, fundada
por Jerry Falwell en 1979 y que tuvo un papel importante en la elección
de Ronald Reagan, comenzó a perder popularidad desde el principio de
la década de los ochenta. Por ello, en enero de 1986, Falwell anunció su
sustitución por la Federación Libertad, abandonando los aspectos políticos y sustituyéndolos por un ensanchamiento de los sociales y de los educativos.
74
CARLOS CORRAL SALVADOR
En segundo lugar hay que destacar las características de los líderes que
dirigen los movimientos fundamentalistas protestantes. Se trata de un tipo de hombre “self-made-man” apto para trabajar en la competitividad
desde el marketing. Como prolongación de su personalidad e instrumento difusor de su doctrina utilizan la televisión y son capaces de implantar
gigantescas instituciones educativas y de comunicación. No infrecuentemente se han lanzado a intervenir en política, considerándola un instrumento de implantación de sus principios.
Con respecto a la intervención en política, el fundamentalismo protestante ha optado por diversas posturas, desde la inhibición hasta la participación por medio de la propaganda y del voto. Destaquemos esta segunda actitud. El famoso predicador Jerry Falwell intentó, por medio de
sus adeptos, el influjo de las decisiones políticas con la finalidad de recristianizar América. Así, los seguidores de la Mayoría Moral pusieron
sus esperanzas en la prohibición del aborto y en la implantación de la
oración en las escuelas públicas. Dichas esperanzas se vieron, sin embargo, tras la elección de Reagan, defraudadas. Después del fracaso, Falwell
retiró a sus seguidores del proyecto político en sentido estricto y dirigió
sus esfuerzos a los campos educativo y social. Los intentos de Robertson
en Estados Unidos, que ganó las primarias en varios Estados, es buena
prueba de ello. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 cimentaron
la alianza de los neoconservadores y los fundamentalistas, empeñados
ambos en convertir el “choque de las civilizaciones” en una profecía autorrealizadora —como indica Ibrahim Warde—.11 El Islam era considerado, de hecho, como “el imperio del mal”, asumiendo la tesis del gobierno de Israel: como Yasser Arafat es “el Bin Laden”, los dos países
están unidos en un mismo combate.
Los fundamentalistas protestantes han utilizado y utilizan un tipo de
medios conforme al estilo del país en donde más ampliamente se han desarrollado: Estados Unidos. Dichos medios han sido la fundación de centros docentes y el acceso a los grandes medios de comunicación social.
Entre los centros docentes se encuentran numerosos establecimientos de
enseñanza no sólo de carácter primario y secundario, sino también superior. A partir de los años sesenta crearon diversas universidades fundamentalistas encargadas de transmitir una ideología y de enseñar una con11 “La inquietante alianza entre la derecha cristiana norteamericana y la derecha judía”, Le Monde Dipomatique, 2 de octubre de 2002, 2 vols.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
75
ducta. Mencionemos a título de ejemplo la Bob Jones University, la Oral
Roberts University y la Liberty University. A propósito de las grandes
cadenas de radio y de televisión, bástenos citar el nombre del famoso telepredicador Paul Crouch, que cuenta con una audiencia de 100 millones
de espectadores tras las pantallas de la Trinity Broadcasting Network,
que aglutina en todo el mundo a 350 emisoras.
D. Fundamentalismo ortodoxo12
Tras la caída del Muro de Berlín se observa en los países del este europeo
y en sus Iglesias provenientes de la ortodoxia una exaltación del tradicionalismo, de la reagrupación de los “verdaderos ortodoxos”, del conservadurismo, acarreando consigo un recrudecimiento del antioccidentalismo
ideológico. Ello comporta dos clases de movimientos, uno ad intra y otro
ad extra.
Ad intra produce, en primer lugar, una actitud de agresividad hacia las
otras Iglesias que se proclaman hermanas. Tal es el conflicto entre las dos
grandes Iglesias, la de Constantinopla y la de Moscú.
Ad extra, y con mayor intensidad, se reavivan los conflictos religiosos
en Los Balcanes. Conflictos, por cierto, que son tanto de identidad como
políticos. Así, ante el despojo, aparte de la persecución sufrida, de templos, monasterios, cementerios y propiedades que padecieron los fieles
de la Iglesia católica oriental (vulgar y despectivamente designados por
ellos, Uniatas) y el consiguiente traspaso de aquellos inmuebles a las
Iglesias ortodoxas de cada país, en especial de Ucrania, Bielorrusia y Rumania, se niegan y/o se resisten éstas a su devolución.
En cuanto a Rusia (Federación Rusa), el gobierno en turno, tras la toma de conciencia de la crisis moral sufrida por el país y que se exterioriza al iniciarse la Perestroika, tiende a acercarse a las tradiciones nacionales rusas y a la ortodoxia, relicario de aquéllas. Ocasión privilegiada
los constituyó las fastuosas celebraciones del milenario del bautismo de
la Rus (1988) para honrar los valores tradicionales, especialmente los religiosos.
12 K. Badi Mbuyi y C. Corral Salvador, “La mundialización de los fundamentalismos. Consideración especial del islamismo y referencia al fundamentalismo en la Iglesia
ortodoxa”, en C. Corral Salvador, Los fundamentalismos religiosos, hoy..., op. cit., nota
3, capítulo VIII.
76
CARLOS CORRAL SALVADOR
La realidad es que, al presente, el resurgimiento de la ecuación dogma
religioso equiparado a identidad nacional domina con ventaja en los debates ideológicos de las iglesias orientales liberadas. De ahí la oposición
al movimiento ecuménico y la desconfianza hacia todo diálogo entre cristianos, que lleva incluso a la descalificación de la Iglesia católica en Rusia y, por consiguiente, a la retirada y no concesión de visados a clérigos
y autoridades extranjeras de la misma.13
E. Las barreras subsistentes
El hecho es que éstas todavía existen. Así, en la redacción de las conclusiones de la declaración aprobada en Bucarest (septiembre de 2002) por
la fundación luxemburguesa que lleva el nombre de Robert Schumann,
gran dialogante europeo, sólo participó activamente un musulmán muy
singular y distinguido, el ministro de Asuntos Exteriores del Emirato de
Bahrein, Abdulnabí Al Sho’Allah. En ellas, se decía: “El Islam comparte
con el judaísmo y cristianismo la responsabilidad de generar amor, paz y
buena voluntad entre las gentes”. Y también: “Los líderes políticos y religiosos musulmanes deberían vincular el Islam a las condiciones del siglo XXI”.
Por cierto, el catedrático arabista de la Universidad Autónoma de Madrid, Serafín Fanjul, transcribe: “Un diálogo que tiene como meta el acercamiento entre el Islam, el cristianismo y el judaísmo, dado que éste es la
única religión justa, mientras las otras son falsas. El acercamiento significaría renunciar a esta exigencia, lo que llevaría consigo el mayor daño
para el Islam” (apud Bassam Tibi, La conspiración).14
Tampoco en la Federación Rusa se ha introducido del todo la realidad
el derecho al ejercicio completo de la libertad religiosa para todas las
Iglesias.
Como recuerda Ibrahim Warde: “fueron los atentados del 11 de septiembre de 2001 los que cimentaron la alianza de los neoconservadores y
los fundamentalistas, empeñados ambos en convertir el ‘choque de civi13 Aclaración del secretariado de la Conferencia de Obispos Católicos de Rusia, 10
de julio de 2002, acerca de algunos aspectos de las relaciones católico-ortodoxas, expuestas en la carta del 28 de junio de 2002, de Kirill, metropolita de Smolenk y Kaliningrado, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores Eclesiales del Patriarcado
de Moscú: Ecclesia, 2002, pp. 1387-1394.
14 “Las fronteras de Allah”, ABC, 2002.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
77
lizaciones’ en una profecía autorrealizadora. El Islam era considerado, de
hecho, el nuevo imperio del mal”.15
Realidad a la vez que signo de insalvables, al parecer, desavenencias y
odios entre pueblos y religiones, está el inmenso muro de separación entre el estado de Israel y Palestina, cada vez más alto y más roquizo. ¿Durará sólo cuatro decenios como el muro de la vergüenza de Berlín que recorría toda la Alemania Oriental y la mantenía como una inmensa cárcel?
(en mi ordenador biológico de la memoria siguen grabadas, desde el verano de 1968, las imágenes del muro de cemento de la capital alemana y
las alambradas que separaban Baviera de Turingia).
2. Del diálogo al triálogo: las pasarelas
En Europa, algunos líderes y pensadores ya no hablan de diálogo judeocristiano, sino de triálogo, concepto en el que incluyen al Islam. Por ello,
el Consejo Internacional de Cristianos y Judíos ha invitado a representantes de las tres religiones abrahámicas a su encuentro, celebrado en
Utrecht del 23 de junio al 3 de julio de 2003, bajo el título “Imaginarse
al Otro. Judíos, Cristianos y Musulmanes en la Modernidad. Entre la Autodefinición y la Alteridad Imaginada”, organizado por la Facultad de
Teología de la Universidad Católica de Utrecht. Pero, ¿es de verdad realizable el triálogo? Se ven las barreras que lo impiden; se vislumbran las
pasarelas que lo hacen accesible.
A. Como tales deben considerarse las cumbres de líderes religiosos
La última fue la convocada por la Comunidad de San Egidio y por la
diócesis de Tréveris, en Tréveris, del 7 al 9 de septiembre de 2003, con
el lema “Entre la Guerra y la Paz: Religiones y Culturas se Encuentran”.
Junto al cardenal Roger Etchegaray, presidente emérito del Consejo para
la Justicia y la Paz, y el cardenal Karl Lehemann, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, participaron el metropolita Kirill, encargado
de las relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú; el ex rabino jefe de
Israel, Meir Lau, y Mehemet Audin, ministro de Estado de Turquía. Tam15 “La inquietante alianza entre la derecha cristiana…”, Le Monde Diplomatique, septiembre de 2002, p. 3.
78
CARLOS CORRAL SALVADOR
bién líderes religiosos chiíes de Irak. Del manifiesto final (9 de septiembre de 2003) destacamos los siguientes párrafos:
El diálogo lleva a la paz. Es el arte que saca del pesimismo miope de
quien dice no es posible vivir junto al otro y que las heridas de las injusticias sufridas son una condena al odio para siempre. El diálogo es la senda
que puede salvar al mundo de la guerra.
Y el diálogo es un arte que deben cultivar las religiones, las culturas,
quien tiene más fuerza y poder en el mundo. El diálogo no es la opción de
los que tienen miedo a combatir. No debilita la identidad de nadie. Lleva a
cada hombre y mujer a ver lo mejor del otro y dar lo mejor de sí mismo.
El diálogo es una medicina que cura las heridas y que abre el único destino posible, para los pueblos y para las religiones: vivir juntos en este planeta que debemos defender y hacer más digno hoy para las generaciones
futuras.
A quien cree que el choque de civilizaciones es inevitable decimos: liberaos de ese pesimismo opresor, que crea un mundo de muros y de enemigos, donde se hace imposible vivir seguros y en paz. El arte del diálogo
vacía, con el pasar del tiempo, incluso las razones del terror y gana terreno a la injusticia que crea resentimiento y violencia.
También constituyen pasarelas para el triálogo las Jornadas de oración
por la paz que en enero de 1986 inició Juan Pablo II y que siguió manteniendo.
B. La promoción de encuentros ecuménicos e interreligiosos
Cierto es que los encuentros ecuménicos —forzoso es reconocerlo— son
encuentros en que los distintos participantes, y más cuando éstos son a la
vez líderes religiosos, muestran la cara amable de sus religiones y confesiones respecto de las otras. Pero, al menos, manifiestan y contribuyen al
diálogo el mutuo conocimiento de religiones y culturas impregnadas por
ellas, tratando de romper, de abatir muros históricos y seculares de ruptura y separación.
Pues bien, del líder religioso del catolicismo es de quien vuelve a partir —evocando precisamente los gravísimos atentados del 11 de septiembre de 2001— la iniciativa
[...] de invitar a los representantes de las religiones del mundo a que se
congreguen en Asís el 24 de enero de 2002 a rezar por la superación de las
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
79
contraposiciones y por la promoción de la auténtica paz. Queremos encontrarnos juntos, en especial cristianos y musulmanes, para proclamar ante el
mundo que la religión jamás debe ser motivo de conflicto, de odio y de
violencia, pues quien verdaderamente acoge en sí la palabra de Dios, bueno y misericordioso, debe excluir del corazón toda forma de rencor y enemistad.
Ya lo hizo reuniéndolos en Asís seis años antes, en 1986. Invitación
que él trata de plasmar en el llamamiento proclamado al final del gran jubileo del año 2000 (Novo millenio ineunte, número 55), con vistas a la
instauración de una relación de apertura y diálogo con representantes de
otras religiones, así como en su visita a Kazajistán —de inmensa mayoría musulmana— insistiendo en la convivencia y colaboración entre el
Islam y el cristianismo (con mayor relieve aún en Jerusalén, Israel, Palestina y Jordania).
III. LA APORTACIÓN POSITIVA GENÉRICA DE LAS IGLESIAS
A LA CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
A nuestro parecer, dicha aportación consiste —debe consistir— primordialmente en la contribución a la paz y en la defensa de los derechos humanos.
1. La contribución a la paz desde las religiones
A. La contribución del judaísmo a la paz
La aportación del judaísmo a la dimensión de la paz es más difícil de encontrar que en otras religiones. Ello es debido al fuerte peso que tiene en
dicha religión el particularismo: un pueblo escogido por Dios entre todos
los demás pueblos de la Tierra. A pesar de ello, el judaísmo tiene grandes elementos que poner en favor de la paz entre los pueblos. Dicha aportación consiste en el peso de los factores universales que se encuentran
en la religión judía. En las reuniones interconfesionales que de cuando en
cuando se celebran suelen acudir regularmente representantes de la religión judía, como el gran rabino de Jerusalén. Bástenos con enumerar algunos:
80
CARLOS CORRAL SALVADOR
— Dios no creó solamente a los padres de los judíos, sino a los padres de todos los hombres.
— Al escoger Dios al pueblo judío tuvo una intención redentora dirigida a todos los pueblos.
— Las promesas que Dios hizo a Noé, Moisés y los profetas van dirigidas en última instancia a todos los seres humanos.
— Hay profetas, como Isaías y Jeremías, que tienen una visión muy
universal del judaísmo.
El judaísmo tiene en sus libros sagrados y en su tradición muchos recursos valiosos en favor de la paz. Lo que hay que esperar de él es que
dichos recursos pasen a ser prevalentemente valorados por encima de las
tendencias más particularistas. Al judaísmo le conviene tener una evolución parecida a la que ha tenido el catolicismo. De la actitud mantenida a
lo largo de los siglos de considerar al pueblo judío “el pueblo deicida”,
se ha pasado a la de Juan Pablo II en la Sinagoga de Maguncia, considerando que Dios selló una alianza con el pueblo judío que nunca ha sido
revocada. En otros documentos de la Iglesia católica se ha hablado después de la integridad esencial del judaísmo en el proyecto divino de la
humanidad. El judaísmo tiene posibilidades de realizar ese cambio. Es
importante que desde fuera se le ayude a realizarlo.
B. La contribución del Islam a la paz
Las aportaciones del Islam en favor de la paz podrían dividirse en dos
clases o tipos de aportaciones. Unas de carácter religioso y otras de carácter secular. Dado que el Islam es una religión política, la distinción que
queremos hacer, aunque posible, a veces no resulta fácil.
La aportación religiosa en favor de la paz debe sacarse del mismo Corán y de las lecciones que ofrece la conducta de Mahoma.
Hay muchos principios coránicos muy positivos aplicables a las relaciones entre los pueblos. Así, por ejemplo, en el Corán se habla de paz,
de justicia, de tolerancia religiosa y amistad, de coexistencia pacífica, de
igualdad, etcétera. En el Corán, el concepto de Yihad es más amplio que
el concepto de guerra. Se refiere fundamentalmente al esfuerzo personal
para lograr la virtud y vencer al mal. Pero además, en lo que puede relacionarse con la guerra, incluye la rebelión por una causa justa. Incluye la
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
81
expulsión de un dirigente cuya conducta contraviene las directrices del
Corán. La interpretación de la Yihad, como una guerra ofensiva para
conseguir la expansión del territorio del Islam o para propagar la fe, fue
un trabajo de juristas musulmanes tardíos que lo consideraron adecuado
para legitimar las guerras de expansión de los dirigentes musulmanes.
La conducta de Mahoma ofrece también aspectos muy aleccionadores.
Así, por ejemplo, en la Carta de Medina, escrita en 622, Mahoma invita a
hacer la paz. El Tratado de Hudaibiya, de 628, muestra el escrupuloso
respeto del profeta a los acuerdos. Tras conquistar La Meca, en el 630,
en contra de los que habían violado el Tratado de Hudaibiya, Mahoma
no hizo caso de los que se querían vengar de sus habitantes y les concedió una amnistía. La paz de La Meca es ejemplo de una notable magnanimidad. Las mismas características hallamos en el Sermón de Arafat que
Mahoma pronunció en la peregrinación de despedida.
Los aspectos seculares de la aportación del Islam en favor de la paz
aparecen en numerosas actuaciones de Estados musulmanes actuales. Como concluye Gilles Kepel en su libro La Yihad, el balance moral y político de tres décadas de islamismo militante es negativo. Debe ser sustituido
por otro sistema. Existen en diversas partes (desde el Marruecos de Mohamed VI hasta la Jordania de Abadía II; desde la Argelia de Buteflika hasta
la Indonesia de Gusdur Wahid), unas posibilidades y un interés en favor
de la reforma basada en la democracia que se presentan esperanzadores de
cara al futuro.
C. La contribución del protestantismo a la paz
(un caso modélico: Alemania Oriental)
A pesar de su porcentaje decreciente de fieles, la Iglesia evangélica luterana seguía siendo un espacio físico e ideológico dentro de un Estado
que aspiraba a ser “el gran hermano”. Primero, la Iglesia ofrecía un espacio seguro para la reunión y la libertad de expresión.
Segundo, la Iglesia facultó a sus miembros laicos y a muchas otras personas no practicantes de la oposición para vencer el miedo a la represión,
y para desarrollar sus habilidades en las cuestiones sociales que afectaban a la RDA. El obispo Leich exhortó a los fieles a que perdieran el miedo a la represión en una carta pastoral de octubre de 1989.
Tercero, lo más importante, el compromiso estratégico de la Iglesia de
no recurrir a la violencia tuvo una influencia directa en la naturaleza pa-
82
CARLOS CORRAL SALVADOR
cífica de las protestas. La estrategia de la no violencia destruye los sistemas basados en la violencia, como la antigua RDA. Según Zimmermann,
cuando la Stasi y otros infiltrados del SED en la Nikolaikirclie, el 9 de
octubre de 1989, se dieron cuenta de que la Iglesia pedía el cambio pacífico, incluso ellos decidieron actuar sin recurrir a la violencia.
Aunque la Iglesia fuera un protagonista más en la sociedad, como
cualquier otro en la RDA, fue a quien se acudió como protector y a quien
se escogió para resolver el conflicto. El hecho de que fuera un éxito queda demostrado por la pancarta colgada en un calle de Leipzig a finales de
1989. Allí la colocaron personas no ligadas a la Iglesia, y decía: Wirdanken Dir, Kirche (“Iglesia, te damos las gracias”).
D. La contribución de la Iglesia católica a la paz,
en especial de la Santa Sede
“Cristo es nuestra paz” (Ef 2,14) es, sin duda alguna, la expresión paulina
que mejor define el porqué fontal que impulsa a la Santa Sede a actuar
en la sociedad internacional con el fin de que no sólo se superen de forma pacífica las situaciones de crisis y hasta de confrontación entre los
pueblos, sino que se construya, además, la paz como obra de la justicia.
Es una constante, se guía por unos principios informadores e implica
una polifacética actividad desde el centro a la periferia.
E. Una constante: el servicio a la paz
Por no referirnos más que al siglo XX, basta citar las iniciativas de los
últimos pontífices. Así, Benedicto XV intentó, si bien en vano, una mediación entre los beligerantes durante la Primera Guerra Mundial; Pío
XI, quien tomó como emblema Pax Christi in regno Christi, oponiéndose al nazismo y escribiendo la Encíclica Mit Brennender Sorge; Pío XII,
cuyo emblema era Opus iustitiae pax, dirigiendo sus mensajes navideños
radiofónicos durante la Segunda Guerra Mundial en busca de la paz y de
un nuevo orden internacional justo de los pueblos tras la guerra; Juan
XXIII, con su gran Encíclica Pacem in Terris; Paulo VI, quien en 1968
inició la serie de mensajes para la celebración de la Jornada Mundial de
la Paz al comienzo de cada año, y Juan Pablo II, quien la continuó, escogiendo cada vez un tema de máxima actualidad.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
83
F. Unos principios inspiradores
Una actividad pacificadora tan continuada no puede menos que estar
guiada por un acervo de principios. ¿Cuáles son éstos?
El primero es el rechazo de la guerra como “una aventura sin retorno”. Cierto que la Santa Sede reconoce que todo Estado tiene el deber de
proteger su existencia y libertad con medios proporcionados contra un
eventual agresor. Pero la experiencia ha venido demostrando, como vana
ilusión, la eficacia de las armas, cuando se trata de resolver conflictos internacionales entre los Estados. Lo señalaba ya Pablo VI al decir: “Nunca más la guerra”, y lo rubricaba Juan Pablo II, haciendo suya la expresión.
El segundo es promover el desarme efectivo; el tercero, la promoción
de un orden internacional fundado en el derecho y en la justicia, señalando los derechos del hombre y los derechos de los pueblos como fundamentos de la paz; el cuarto principio, el respeto de los instrumentos técnicos internacionales propios de la colaboración internacional; el quinto,
la aportación concreta a la redacción de los convenios y declaraciones
internacionales.
G. Unos medios
Conforme a dichos principios es como viene actuando la Santa Sede
(particularmente, el romano pontífice) a tres niveles: el de mensajes, el de
actuaciones y el de mediaciones internacionales. Y actúa en ellos con
universalidad que no llega a alcanzar a ninguna otra religión ni a ningún
otro de sus líderes.
a. Los mensajes para la anual Jornada Mundial de la Paz
De los innumerables mensajes destacan al presente, sobre todo, los que
desde Paulo VI se vienen emitiendo para cada primero de año para la
Jornada Mundial de la Paz, nunca jamás interrumpidos. Destaca, sobre
manera, el último, el de Juan Pablo II para la celebración de la Jornada
Mundial de la Paz del 1 de enero de 2002, bajo la rúbrica “No hay paz sin
justicia, no hay justicia sin perdón”. En él —nótese bien, bajo el epígrafe
“¡No se mata en nombre de Dios!” (números 6 y 7)— se dice:
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CARLOS CORRAL SALVADOR
A veces, el terrorismo es hijo de un fundamentalismo fanático que nace de
la convicción de poder imponer a todos su propia visión de la verdad. La
verdad, en cambio, aun cuando se haya alcanzado —y eso ocurre de manera limitada perfectible— jamás puede ser impuesta... Si nos fijamos bien,
el terrorismo no sólo instrumentaliza al hombre, sino también a Dios, haciendo de él un ídolo, el cual se sirve para sus propios objetivos. Por tanto,
ningún responsable de las religiones puede ser indulgente con el terrorismo
y, menos aún, predicarlo. Es una profanación de la religión proclamarse terroristas en nombre de Dios, hacer en su nombre violencia al hombre. La
violencia terrorista es contraria a la fe en Dios Creador del hombre; en Dios
que lo cuida y lo ama. En particular, es totalmente contraria a la fe en Cristo, el Señor, que enseñó a sus discípulos a rezar así: “Perdona nuestras
ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12).
Por ello —prosigue el romano pontífice— “Las confesiones cristianas
y las grandes religiones de la humanidad han de colaborar entre sí para
eliminar las causas sociales y culturales del terrorismo, enseñando la
grandeza y la dignidad de la persona humana y difundir una mayor conciencia de la unidad del género humano”.
b. Las mediaciones internacionales
Aun siendo una constante la actividad de la Santa Sede, no pueden menos
de resaltarse las más recientes actuaciones de la Santa Sede. La más llamativa y eficaz, sin duda alguna, fue la mediación internacional de Juan Pablo II en la resolución del conflicto sobre el Canal del Beagle entre Argentina y Chile. Sin resultados y con una constancia incansable, las múltiples
actuaciones en el largo y sangriento conflicto y guerra de Los Balcanes.
Antes, en la Guerra del Golfo y después la de Bosnia, y a continuación
en la de Kosovo.
En las intervenciones en el conflicto del Golfo, al menos se logró un
aporte al deslinde de la guerrera/guerra (la política, la económica...) respecto de la “guerra santa” y, sobre todo —cáigase bien en la cuenta en
Occidente— la salvaguardia de las comunidades cristianas, en especial,
las católicas, en su misma existencia y en sus derechos dentro del mar islámico que las rodea y que, en principio, eran considerados como “pertenecientes a otra nación” (la cristiana) e, incluso por parte del vulgo, como partes del Occidente opresor”.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
85
De ahí la importancia extraordinaria de la contribución a la paz y, más
de inmediato, a la colaboración por parte de las grandes religiones monoteístas entre sí y con las organizaciones internacionales y los Estados,
tal como lo están haciendo el catolicismo, el protestantismo y el judaísmo, y comienzan a intentarlo algunos movimientos dentro del Islam. La
Iglesia católica, y más en concreto, la Santa Sede, y el romano pontífice
no cejan en su empeño de contribuir a la paz y a la inteligencia entre los
pueblos y religiones con su enseñanza y mensajes como, sobre todo, con
sus mediaciones internacionales.
Con todo, el camino hacia la paz es arriscado, pues la paz es obra de
la justicia —Opus iustitiae pax— que presupone, por tanto, la observancia justa y efectiva de los derechos humanos fundamentales.
2. La defensa de los derechos humanos por parte de la Iglesia católica
El punto de partida no puede ser otro que la asunción, por parte de la
Iglesia, en su más alta representación —el Concilio Vaticano II— de los
derechos humanos y su Declaración Universal, por las Naciones Unidas,
tal como lo recordó Juan Pablo II ante la Asamblea General de la ONU,
el 5 de octubre de 1995.16
Precisamente, el lema del mensaje elegido por el romano pontífice para la XXXII Jornada Internacional de la Paz 1999 (1 de enero de 1999)
fue El secreto de la verdadera paz reside en el respeto de los derechos
humanos, que reasume el anterior mensaje homónimo —el segundo— de
Pablo VI para el 1 de enero de 1969, bajo el título “El derecho internacional, camino para la paz en el mundo”.17
Sin el detalle y la amplitud de ambos acuerdos fundamentales, todos
los demás tratados actualmente vigentes hacen una apelación a los derechos humanos y al orden internacional. Así, los tratados con las cuatro regiones de la antigua Alemania Oriental (Mecklenburgo-Pomerania Anterior, Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia); con los tres países bálticos
(Estonia, Letonia y Lituania) y Polonia; con los países danubianos: Chequia, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia y Hungría; con los extraeuropeos:
16 “Discurso ante la XL Asamblea General de las Naciones Unidas”, Ecclesia, Nueva
York, 5 de octubre de 1995, pp. 1574-1579.
17 http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/messages/peace/index_sp.htm.
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CARLOS CORRAL SALVADOR
Georgia y Kazajistán; con los países africanos: Camerún y Gabón y la Organización de la Unidad Africana (OUA).
A. La invocación del orden internacional de los derechos humanos18
De manera expresa y solemne, así se hace por parte de la Organización de
la Unidad Africana (OUA) y la Santa Sede en su Acuerdo de Cooperación
del 19 de octubre de 2000, firmado en Addis Abeba (AAS 93 [2001]
15-18) en cuyo Preámbulo se declara: “Por cuanto la Organización de la
Unidad Africana fue establecida con la finalidad, inter alia, de coordinar
e intensificar la cooperación entre sus Estados miembros, impulsar la cooperación internacional de conformidad con su propia Carta, la Carta de
las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
En forma equivalente, la República de Eslovenia y la Santa Sede firman el acuerdo del 14 de diciembre de 2001 sobre cuestiones jurídicas en
Lubliana, “teniendo presente la importancia de los derechos humanos y
evocando en particular los principios internacionales reconocidos sobre
la libertad de pensamiento, conciencia y religión” (AAS 95 [2003]).
Igualmente la región de Mecklenburgo-Pomerania Anterior concluye
con la Santa Sede el convenio de carácter general del 15 de septiembre de
1997: “en la común tarea de respetar y proteger la dignidad humana y los
derechos del hombre” (Preámbulo: AAS 90 [1998] 98-116).
B. Las invocaciones de específicos derechos humanos
a. Libertad religiosa
Tal y como se hace por la República de Croacia, en su acuerdo del 19 de
diciembre de 1996 con la Santa Sede, sobre cuestiones jurídicas internacionales sobre la libertad religiosa, y por la República de Eslovenia, en el
acuerdo con la Santa Sede del 14 de diciembre de 2001; lo mismo por
parte de la República de Lituania con la Santa Sede, en su acuerdo del 5
de mayo de 2000.
18 Todos los acuerdos citados a continuación aparecen reproducidos y comentados en
C. Corral Salvador y Santiago Petschen, Tratados internacionales (1996-2003) de la
Santa Sede con los Estados: concordatos vigentes, t. IV.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
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b. La libertad de enseñanza
La República de Gabón y la Santa Sede, deseosas de fijar los elementos
principales del estatuto de la enseñanza católica en Gabón, firman el
acuerdo del 26 de julio de 2001, sobre “El estatuto de la enseñanza católica”,19 precisamente “recordando los principios internacionalmente reconocidos en materia de libertad de enseñanza”. La República de Croacia
y la Santa Sede, el 19 de diciembre de 1996, acuerdan sobre la colaboración en el campo educativo y cultural.
IV. LA APORTACIÓN ESPECÍFICA DE LAS IGLESIAS
A LA CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA: LOS ACUERDOS
DE COOPERACIÓN CON LA COMUNIDAD POLÍTICA
EN LOS ÁMBITOS SOCIALES
Una vez expuesta la aportación genérica de las Iglesias mediante su contribución a la paz y a la defensa de los derechos humanos, ¿cuál es su
aportación específica a esa construcción? La respuesta, que no puede ser,
dada su amplitud, más que sumaria y por lo mismo superficial, la descomponemos en dos: los campos de actuación y los instrumentos jurídicos de la colaboración.
Aun cuando ambas sociedades, la social y la política, estén recíprocamente vinculadas y sean independientes, no son iguales en la jerarquía
de los fines. La comunidad política está esencialmente al servicio de la
sociedad civil y, en último análisis, de las personas y de los grupos que
la componen (CS 418), por más que sea el Estado quien debe aportar el
marco jurídico adecuado para el libre ejercicio de las actividades de los
sujetos sociales y estar preparado para intervenir, cuando sea necesario y
respetando el principio de subsidiaridad.
Pues bien, aquí entra de lleno el servicio en los diversos ámbitos de la
vida social por obra de los fieles laicos (CS 551). En primer lugar, el servicio a la persona humana, “es la tarea central y unificante del servicio
que la Iglesia y, en ella, los fieles laicos están llamados a prestar a la familia humana” (Juan Pablo II, Exh. Ap. Christifideles laici, 37: AAS
19
AAS 93 (2001), pp. 839-844.
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CARLOS CORRAL SALVADOR
[1989] 460), sosteniendo el inviolable derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural (CS 553).
En segundo lugar, el servicio a la cultura, pues “la cultura es aquello a
través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, ‘es’
más, accede más al ser” (Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO [2 de junio de 1980] 7: AAS [1980] 134-140). De ahí que un campo particular
del compromiso de los fieles sea la promoción de una cultura social y política inspirada en el Evangelio (CS 555).
En tercer lugar, el servicio a la economía, realizando un discernimiento sobre los modelos actuales de desarrollo económico-social, impidiendo la reducción del desarrollo al tema exclusivamente técnico (DS 563).
En cuarto lugar, el servicio a la política, procurando el bien común,
asumiendo los cargos de responsabilidad en las instituciones sociales y
políticas —viviendo y actuando conforme a la propia conciencia (DS
566)—, limitando los daños que de una ley pudieran seguirse, asumiendo
la recta laicidad.
Ahora bien, ¿cómo prestar y concretar ese servicio de las Iglesias a la
sociedad? Mirando al orden internacional y al derecho comparado dentro
y fuera del entorno mexicano, ¿no existirán formas estables y armonizadas de colaboración recíprocas de Iglesias y Estados? La respuesta no
puede ser ni más positiva ni más universal: existen esas formas gracias a
los compromisos asumidos mediante acuerdos de cooperación, sea con la
Iglesia católica, sea con otras Iglesias. Comprobémoslo.
1. La universalidad de los acuerdos de la Santa Sede con los Estados
Universalidad que se hace hoy extensible a cualquier continente de la Tierra con la excepción del continente austral: 45 Estados, 15 regiones (Länder) y seis cantones, en total, 66 sujetos dotados de personalidad jurídica
internacional (45 completa y 21 limitada) que se interesan o están interesados en alguna forma de acuerdo con la sede apostólica. Los acuerdos
vigentes (concordatos en sentido propio pero amplio) alcanzan un total
de 157.
He aquí los 45 Estados concordatarios: Albania, Alemania (BadenWüttemberg, Baja Sajonia, Brandeburgo, Baviera, Mecklenburgo-Pomerania, Prusia, Renania del Norte-Westfalia, Renania-Palatinado, Sarre,
Sajonia, Sajonia-Anhalt, Turingia), Argentina, Austria, Bolivia, Bosnia,
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
89
Brasil, Camerún, Chequia (antes Checoslovaquia, o bien República Checa), Colombia, Costa de Marfil, Croacia, Ecuador, El Salvador, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, España, Filipinas, Francia, Gabón, Georgia, Haití, Hungría, Israel, Italia, Kazajstán, Letonia, Lituania, Malta, Marruecos,
Mónaco (Principado de), Organización de la Unidad Africana, Palestina
(Organización para la Liberación de Palestina), Paraguay, Perú, Polonia,
Portugal, República Dominicana, San Marino, Suecia, Suiza (ArgoviaTurgovia, Berna, Lucerna, San Gal, Ticino), Venezuela, Vietnam y Yugoslavia.
De dichos 45 Estados, 32 tienen una regulación complexiva atinente a
la Iglesia, de los cuales, 28 lo hacen mediante el correspondiente acuerdo
de carácter general; 13 sólo tienen una regulación parcial mediante un
acuerdo sectorial, y tres permanecen pendientes: Chequia, Eslovenia y
Georgia.
Los 34 Estados que tienen una regulación complexiva mediante el correspondiente acuerdo/convenio de carácter general (de los cuales seis mediante concordato) son Albania, Alemania, Argentina, Austria, Chequia,
Colombia, Ecuador, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, España, Filipinas,
Francia, Gabón, Haití, Hungría, Israel, Italia, Kazajstán, Letonia, Lituania, Malta, Marruecos, Mónaco (Principado de), Palestina (Organización
para la Liberación de Palestina), Perú, Polonia, Portugal, República Dominicana, San Marino, Suecia, Suiza, Tunicia y Venezuela.
Los cuatro Estados que tienen una regulación complexiva mediante un
acervo de acuerdos sectoriales son Croacia, España, Francia y Malta.
Los 12 Estados que tienen una regulación sólo parcial mediante
acuerdo sectorial son: Bolivia, Brasil, Camerún, Costa de Marfil, El Salvador, Filipinas, Organización de la Unidad Africana, Paraguay, Suecia,
Suiza, Vietnam y Yugoslavia.
De los 12 Länder concordatarios, ocho tienen una regulación complexiva, de los cuales cuatro (Baden-Wüttemberg, Baja Sajonia, Baviera y
Prusia) mediante un concordato; los otros cuatro (Mecklenburgo-Pomerania, Sajonia, Sajonia-Anhalt, Turingia) mediante un convenio de carácter
general; en cambio una regulación parcial, cuatro (Brandeburgo, Renania
del Norte-Westfalia, Renania-Palatinado, El Sarre).
No está de más llamar la atención sobre un crescendo de los acuerdos
que se van estipulando constantemente durante el pontificado de Juan
Pablo II. En efecto, a los precedentes Estados concordatarios se han su-
90
CARLOS CORRAL SALVADOR
mado 21 Estados más: Bosnia, Brasil, Camerún, Costa de Marfil, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Gabón, Hungría, Israel, Kazajstán, Letonia,
Lituania, Malta, Marruecos, OUA, Palestina, Polonia, San Marino, Suecia, Vietnam, y cinco Länder (Brandeburgo, Meckenburgo-Pomerania,
Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia). Están por sumarse Chequia y Georgia.20
Por ello, se confirman una vez más las tres características del actual régimen concordatario: la transepocalidad (continúa siendo el instrumento
ordinario de delimitación de recíprocas competencias y de protección de la
libertad e independencia de la Iglesia en cada país), la apertura (se abre lo
mismo a los países separacionistas que a los países confesionales, sean
islámicos, judíos o cristianos), y la transnacionalidad (se expande también por África y Asia) tal como las dejamos enunciadas en concordatos
vigentes.21
2. Encuadramiento sociopolítico y encuadramiento eclesial
Desde la perspectiva política,22 se ha producido el acontecimiento más
trascendental y simbólico: la caída del Muro de Berlín. Gracias a él quedaron abiertas las puertas a la libertad, en particular, a la de las Iglesias y
confesiones y a la democracia en los Estados de Europa Oriental. El “ateísmo de Estado”, bajo la figura del materialismo dialéctico, acabó de sucumbir tras 70 años en la URSS y de 40 en los demás Estados europeos.
Desde la perspectiva de la Iglesia, el encuadramiento está determinado por el postconcilio con la acentuación a la par de dos coordinadas, la
universal que parte del centro, Roma, y la regional que parte de la periferia, las Iglesias particulares. No prima la una sobre la otra; se complementan en la marcha y dirección de la Iglesia de Cristo que se encuentra
en cada uno de los Estados y de las regiones.
20 Véase “Concordati”, Nuevo Diccionario de Derecho Canónico, y los índices de los
tres tomos de C. Corral Salvador y S. Petschen, Tratados internacionales (1995-2003) de
la Santa Sede..., op. cit., nota 18 (con el subtítulo de tomo IV). Cfr. los índices de Enchiridion dei Concordati, y José Tomás Martín de Agar, Raccolta di Concordati 1950-1999.
21 C. Corral Salvador y S. Petschen, Tratados internacionales (1995-2003) de la Santa Sede..., “Introducción general”, op. cit., nota 18, t. III, p. 41.
22 Una panorámica sintética puede verse en Juan Carlos Pereira Castañares y Pedro
Antonio Martínez-Lillo, Documentos básicos sobre historia de las relaciones internacionales, 18l5-199l, capítulo IX, con la bibliografía y documentos aducidos, pp. 631-731.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
91
Como consecuencia se seguirá una doble corriente pacticia, la de los
convenios/acuerdos internacionales de la Santa Sede con los distintos
Estados —los concordatos en sentido propio pero amplio— y la de los
acuerdos de derecho público, de nivel nacional y/o regional, de las Iglesias
particulares y/o de las conferencias episcopales con los correspondientes
gobiernos centrales del Estado (nación, federación) y/o de las regiones
(Länder, comunidades autónomas, cantones). Tales son, por eminencia,
los acuerdos/convenios celebrados en Alemania, España e Italia.
En ambos niveles, las recíprocas remisiones de unos acuerdos de nivel
superior a los de nivel inferior y viceversa son constantes y numerosas.
En los convenios de carácter internacional, se dan las remisiones a los de
carácter nacional/regional en orden a la ejecución, aplicación, adaptación
y al detalle, en su caso.
Tal ocurre, sobre todo, en el amplio campo de la enseñanza y del patrimonio cultural, como en los recientes acuerdos con Croacia, Hungría,
Lituania, Polonia; en los anteriores de España e Italia que, en especial,
para la regulación del patrimonio cultural, remiten para su regulación
concreta a la(s) conferencia(s) episcopal(es).23
A su vez, los acuerdos regionales remiten a los acuerdos internacionales para legitimar su intervención, amparar sus propias prescripciones
bajo una tutela internacional y con ello alcanzar un refrendo ulterior ante
dichas regiones.
3. Las coordenadas
Si razonablemente se pueden distinguir, al terminar la Segunda Guerra
Mundial, tres periodos (el posbélico desde 1945, el posconciliar desde
1965 y el pos soviético desde 1989), se podría afirmar que en el pos soviético aparecen una serie de coordenadas que incardinan perfectamente
las tendencias que se manifiestan de manera especial en los preámbulos
de los acuerdos.
Una primera general —esta vez peculiar también de uno de los cuatro
acuerdos, en concreto, el de Mecklemburgo— es la formulación de la
23 Nada menos que con las 17 comunidades autónomas de España se han celebrado
otros tantos acuerdos, que continuamente se van renovando, además de otros dos celebrados a nivel de gobierno central (de 1980 y 1982). Véase C. Corral Salvador, Periódica,
pp. 606-623.
92
CARLOS CORRAL SALVADOR
concepción contemporánea de las relaciones Iglesia-Estado que se viene
gestando hoy en Alemania y que está tomada del acuerdo paralelo con la
Iglesia evangélica, tal como se proclama en el preámbulo:24
— Concordes en el deseo de dar un nuevo orden en derecho y libertad a las relaciones entre la región de Mecklemburgo-Pomerania
Anterior y la Iglesia católica.
— En la convicción de la autonomía del Estado y de la Iglesia en el
recíproco respeto de su derecho de autodeterminación y en la disponibilidad a la colaboración.
— En el respeto a la libertad religiosa del individuo.
— En la común tarea de respetar y proteger la dignidad humana y los
derechos del hombre.
— En la persuasión de que la fe cristiana, la vida eclesial, la acción
caritativa prestan una contribución al bien común de los ciudadanos en una sociedad plural.
Una segunda sería la conciencia de vivirse en una sociedad pluralista,
lo mismo en lo cultural y político que en lo religioso, amén de un mundo
globalizado.
Una tercera coordenada sería la que afectaría a la Iglesia católica, cual
es la remodelación de las relaciones exigida por los principios del Concilio Vaticano II, tal como expresamente se hace en los acuerdos con Italia, Croacia y Lituania en cuyo preámbulo (OC) se expresa que:
[...] con el objeto de establecer una estructura jurídica para las relaciones
entre la Iglesia católica y la República de Lituania;
[…] la Santa Sede, actuando sobre la base de los documentos del Concilio Vaticano II y las normas del derecho canónico y la República de Lituania, actuando sobre la base de las prescripciones de la Constitución de
la República de Lituania.
Y dependiente de dicha coordenada, habría que anotar una cuarta, cual
sería la intervención colaboradora de las Iglesias particulares y de sus órganos para la ejecución de los acuerdos internacionales de los que es par24 Véase C. Corral Salvador y Santiago Petschen, Tratados internacionales (19952003) de la Santa Sede..., op. cit., nota 18.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
93
te la Santa Sede, como ocurre en especial en el complejo y amplísimo
campo de la enseñanza en los acuerdos con las nuevas regiones de Alemania, con Croacia. A modo de ejemplo se aduce el artículo 3o. del
Acuerdo de 1996 sobre la Colaboración en el Campo Educativo y Cultural (OC):
1. La enseñanza de la religión será impartida por docentes cualificados,
considerados idóneos por la autoridad eclesiástica, en posesión de los requisitos contemplados por la legislación de la República de Croacia, ateniéndose a todos los derechos y deberes que de ellos se derivan.
2. Los docentes de religión deberán poseer el mandato canónico (missio canonica), expedido por el obispo diocesano. La revocación de dicho
mandato comportará la pérdida inmediata del derecho a la enseñanza de la
religión católica.
3. (Omissis).
4. Los programas y las modalidades de desarrollo de la enseñanza de la
religión católica, en las escuelas de todo orden y grado, serán objeto de
acuerdos particulares entre el gobierno de la República de Croacia y la Conferencia Episcopal croata.
4. Principios de los acuerdos concordatarios
Recorrida la política de expansión de la vía normativa por acuerdos con
los respectivos Estados,25 se está en condiciones de poder detectar los
principios y coordenadas que la han venido informando.
En ellos se manifiesta, conforme a los distintos periodos, por un lado,
continuidad y, por otro, novedad, al menos, relativa.
A. Los principios permanentes
Se manifiesta, en primer lugar, una continuidad en los principios permanentes que no pueden ser otros que los fundamentales generales y, por lo
mismo, comunes a todos los acuerdos. Y éstos son, primero, la recíproca
independencia y, segundo, la mutua colaboración, tal como vienen enunciados en la GS número 76.
25 C. Corral Salvador, “La política concordataria di Giovanni Paolo II”, La Civiltà
Cattolica, pp. 156-167.
94
CARLOS CORRAL SALVADOR
Por ello, en el periodo actual del posconcilio, no dejan de proclamarse
expresamente en los acuerdos posteriores al Vaticano II, en especial, en
los celebrados con los Estados de Europa Oriental. Así, la independencia
de la Iglesia en los acuerdos con Polonia (1,1), Sajonia (1); Perú (1), Gabón (1). Los Convenios con los Länder26 —Mecklenburgo-Pomerania
Anterior (artículo 2o.), Sajonia (artículo 1,3), Sajonia-Anhalt (artículo
1,2) y Turingia (artículo 1,2)— la expresan con su fórmula habitual proveniente de la Ley Fundamental de Bonn, a como lo hace Sajonia (artículo 1,1): “La Iglesia católica regula y administra autónomamente sus
asuntos en el marco de las leyes vigentes para todos”.
La colaboración en los acuerdos con Polonia (1), Perú (1), Israel (3,1),
Gabón (1), así como en los mencionados acuerdos con los Länder. Precisamente el artículo 2o. de los celebrados con Sajonia y Sajonia-Anhalt
lleva el título de “Recíproca colaboración”.
Ambos principios quedan recogidos en el concordato con Polonia (artículo 1o.) y, en su seguimiento casi literal, en el de Croacia, quien lo
formula así:
Artículo 1o. La República de Croacia y la Santa Sede reafirman que el
Estado y la Iglesia católica son, cada uno en su propio orden, independientes y autónomos comprometiéndose al pleno respeto de dicho principio en sus relaciones y a la colaboración recíproca para el desarrollo integral, espiritual y material del hombre y para la promoción del bien común.
Novedad, al menos relativa, en cuanto a la forma de expresar uno de
estos principios, en concreto el de la independencia de la Iglesia, al venir, bien encuadrado, bien yuxtapuesto al más amplio de la libertad religiosa, en cuanto que éste ha de ser entendido según el sentido señalado,
al menos, en la Declaración de Derechos Humanos y por las Naciones
Unidas en la Declaración Universal de Derechos Humanos tal como viene expresado en los acuerdos con Israel (1993, 1) y Polonia (1,1).
A estos dos principios viene a añadirse, en el periodo pos soviético,
un tercero, que deberá ser común a las partes, a saber, el sometimiento al
ordenamiento internacional de derechos humanos. Es lo que se recoge
en el Fundamental Agreement de Israel (1993 [1]), en el de Gabón (1997,
preámbulo) “apelando a los principios internacionales reconocidos en ma26 C. Corral Salvador y Santiago Petschen, Tratados internacionales (1995-2003) de
la Santa Sede..., op. cit., nota 18, t. IV.
IGLESIA Y CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA PÚBLICA
95
teria de libertad religiosa”, en los de Letonia, Lituania (2000), Eslovaquia (2000) y, de forma relevante, Polonia (preámbulo, párrafo 6). Pero
donde la apelación al orden internacional se hace especialmente llamativa es en el mencionado Agreement con Israel y en su reflejo en el Basic
Agreement de la OLP con la Santa Sede, pues ambas partes, partes cada
uno por su lado y en párrafos distintos, declaran su compromiso por observar el ordenamiento internacional.
B. Acuerdos y convenios de otras confesiones religiosas
Desde una perspectiva ecuménica y religiosa general, se viene asistiendo
a una proliferación de acuerdos y convenios de Iglesias y confesiones religiosas —cuándo en seguimiento de la Iglesia, cuándo adelantándose a
ella— con los Estados. Tal es el caso de Alemania, como pionera, con
sus numerosos “convenios eclesiásticos” (Kirchenverträge) con las distintas Iglesias evangélicas de cada región (Land) y con las comunidades
hebreas; el de España con los acuerdos de cooperación con las religiones
históricas: federación de entidades evangélicas, la federación de comunidades judías y la comisión islámica, y el de Italia con la comunidad hebrea, con la Tavola Valdese y con otras confesiones.
V. EPÍLOGO
Cuando estaba redactando el epílogo con música clásica de fondo, comencé a oír un coro de voces armónicamente estridentes. Me impedía seguir escribiendo. Iba a cambiar de onda cuando advertí que era la transmisión del War-requiem (Opus 66) de Benjamin Britten por los caídos
de la Segunda Guerra Mundial. Eran la expresión de los combatientes y de
los hombres después de la conflagración en busca de la paz y del descanso. Me contuve y pensé: como la música, también la religión y las Iglesias son —deben ser— factores/actores, más que de una para siempre
lograda y estable paz, de un ininterrumpido e incansable proceso de ir pacificando y concordando los hombres, las familias y las naciones.
Bien vale aquí la lapidaria frase de Tácito,27 recordada en la catedral
de Aquisgrán, el 27 de abril de 1993, por el cardenal arzobispo de Tole27
Forcellini, Lexicon totius latinitatis, I col. 543 B.
96
CARLOS CORRAL SALVADOR
do, Marcelo González, al presidente del gobierno español, Felipe González, quien iba recibir el Premio Carlo Magno: “Concordia minima crescunt, discordia maxima dilabuntur” (“Con concordia lo mínimo crece, lo
máximo se derrumba”) —DIXI—.
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septiembre de 2003.
99
LA IGLESIA CATÓLICA, EL ESTADO LAICO
Y LA SOCIEDAD. NUEVAS EXPERIENCIAS
Y RESPONSABILIDADES*
Claude DAGENS
SUMARIO: I. Lo que está en juego debajo de un largo conflicto. II. La conciencia católica y el proyecto laico. III. La
Iglesia y la República: más allá de la guerra de las dos
Francias.
En México, como en Francia, somos los herederos de una larga historia.
Esta historia ha dejado en nuestra memoria nacional huellas de crisis y
enfrentamientos que la marcan.
Para nosotros, en Francia, el primer centenario de la famosa ley de 1905
que ha instaurado la separación entre las Iglesias y el Estado, es la ocasión de un verdadero examen de conciencia que no debe solamente hacernos recordar, sino que debe ser una llamada de atención a nuestra responsabilidad de católicos llamados a imprimir profundamente nuestra fe
cristiana en el interior de nuestra sociedad, al mismo tiempo que en nuestras relaciones con la República laica.
Es muy cierto que después de varios siglos ha habido considerables
transformaciones en las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Con el riesgo de ser demasiado sucintos, es bueno evocar la historia de dichas transformaciones, cuya importancia a veces la comprendemos solamente mucho después de que se produjo.
Desde la Edad Media hasta el fin del siglo XVIII, es decir, hasta la
Revolución de 1789, el gobierno de Francia tiene una forma monárquica
y este régimen monárquico encuentra sus fundamentos en los principios
* Traducción de monseñor Isidro Puente.
99
100
CLAUDE DAGENS
del catolicismo. A esta brillante afirmación tendremos que aplicarle múltiples matices, ligados a la persona de los reyes, a las transformaciones sociales y a los eventos políticos.
Se puede afirmar, sin embargo, que aun bajo diversas formas, la Iglesia católica, en este entorno monárquico, está ligada al Estado y viceversa. El catolicismo es la religión del rey de Francia y del pueblo francés. Pero es necesario precisar un poco más: esta relación estructural no
excluyó los conflictos de poderes, ya sea que la autoridad real se haya
servido de la Iglesia para imponer sus leyes, o bien que la Iglesia haya pedido auxilio a la autoridad del rey para afirmar sus derechos. Una tendencia sombría caracteriza, sin embargo, este periodo: y consiste en la
integración de la Iglesia al Estado, a hacer de la Iglesia un “cuerpo” orgánicamente ligado al Estado. Esta pesada tendencia culmina al inicio
del siglo XVIII, en 1709, con el libro de Bossuet sobre La política sacada de las palabras mismas de la sagrada Escritura, que desarrolla una
doctrina de la autoridad real directamente ligada a la autoridad divina:
Está en el espíritu del cristianismo rendir respeto a los reyes con una especie de religión, que Tertuliano llama muy bien la religión de la segunda
majestad. Esta segunda majestad no es sino una consecuencia de la primera, es decir, de la divina, que, para bien de las cosas humanas, ha querido
hacer brillar una parte de su esplendor sobre los reyes.1
De ahí una afirmación de la sacralidad real que corona esta doctrina:
“La majestad es la imagen de la grandeza de Dios en el príncipe”.2
Sin embargo, a tenor de la verdad, hay que añadir que dicha sacralidad del poder político va completada por el estatuto de la Iglesia galicana, con la famosa Declaración de los cuatro artículos de 1682, cuyo redactor fue también Boussuet. Las relaciones entre la Iglesia galicana, la
monarquía francesa y el Papa se definen de una manera bastante compleja, puesto que si el rey, elegido y ungido de Dios, goza de una independencia absoluta en las cosas temporales, la autoridad del Papa, en cambio, está limitada por el Concilio y por las reglas y Constituciones de la
Iglesia galicana. Está claro que esta declaración va encaminada a situar y
aun a integrar la Iglesia en el interior del Estado monárquico, como si ya
1
2
Bossuet, La política sacada de la Sagrada Escritura, III, 2, 3.
Ibidem, IV, 4, 1.
LA IGLESIA CATÓLICA, EL ESTADO LAICO Y LA SOCIEDAD
101
existiera, mucho antes de la Revolución francesa, un deseo de dominar
políticamente la presencia católica en la sociedad francesa.
Después de esos siglos, cuando la Iglesia católica y el Estado monárquico cultivaron estrechas relaciones cruzadas por evidentes conflictos y
ambigüedades, es también evidente que a partir de los eventos de 1789,
se abre un nuevo periodo que estará dominado por el enfrentamiento entre el catolicismo y la Revolución y después la República.
Este enfrentamiento va a ser de larga duración. Está marcado por una
sucesión de crisis y conflictos a veces dramáticos, que van del fin del siglo XVIII hasta el principio del siglo XX, y aún más allá. Y será desde el
inicio, en 1790, la Constitución civil del clero va a provocar un verdadero cisma en la Iglesia católica de Francia, oponiendo a unos contra otros,
a los sacerdotes juramentados y a los sacerdotes refractarios. El Concordato de 1801, llevado a cabo por Napoleón con el Papa Pío VII, tratará
de superar esta crisis, tratando, de otra manera, de integrar la Iglesia al
Estado, reconociéndola éste como una fuerza social útil para el orden político. Pero la Revolución francesa ha dejado cicatrices profundas y el
conflicto ideológico entre la tradición católica ligada a la monarquía y la
tradición del iluminismo continúa y se hace más profundo. Este conflicto
explotará a finales del siglo XIX con la serie de grandes leyes laicistas,
que van de la separación entre la Iglesia y la escuela, en 1882, con Jules
Ferry, a la separación entre las Iglesias y el Estado, en 1905, pasando por
el desmantelamiento de las congregaciones de enseñanza de 1901-1903.
I. LO QUE ESTÁ EN JUEGO DEBAJO DE UN LARGO CONFLICTO
Debemos comprender lo que estaba en juego debajo de este largo conflicto, puesto que lo que se debatía en el fondo no eran asuntos solamente de orden político o constitucional. Se trata de cuestiones filosóficas y
morales, sociales y espirituales. Dichos asuntos conciernen no solamente
las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Se refieren a nuestro modo de ser católicos frente al afirmarse del proyecto laicista. Éste será el objeto de la segunda parte de mis reflexiones:
¿en qué puntos la conciencia católica se pone a prueba por este proyecto
laicista?
Esta lectura de nuestra historia nos obliga a confrontarnos con los tiempos actuales, marcados por una tremenda “ruptura de tradiciones”, que va-
102
CLAUDE DAGENS
le tanto para la tradición laica como para la católica. Son desafíos considerables que debemos enfrentar: en nuestra sociedad, que está no solamente desprovista de orientamientos, sino en escasez miserable de esperanza,
¿cómo, nosotros, católicos en Francia, vamos a poder considerarnos “no
solamente como los herederos, responsables de una historia nacional y
religiosa, sino también como ciudadanos que tomamos parte en la vida
actual de nuestra sociedad, y respetamos su laicidad constitutiva y deseamos ahí manifestar la vitalidad de nuestra fe”?3
La lectura de nuestra historia debe conducirnos a compromisos renovados que tengan en cuenta los acelerados cambios de nuestras sociedades,
pero que busquen, sobre todo, grabar la novedad cristiana en el mismísimo cuerpo social. Será el objeto de la tercera parte de estas reflexiones.
II. LA CONCIENCIA CATÓLICA Y EL PROYECTO LAICO
Es muy normal que le demos toda su importancia a esta famosa ley de
1905 que ha instaurado la separación entre las Iglesias y el Estado. Es algo cierto que dicha ley modifica profundamente el estatuto de la Iglesia
católica en Francia: la Iglesia ya no está de ninguna manera integrada o
asociada al Estado. Está separada. De aquí en adelante será considerada
como una asociación entre las demás.
Su régimen jurídico ya no es de derecho público. Ya no es la propietaria de los edificios donde celebra su culto. El Estado no subvenciona ya
ninguna de sus actividades. Se le destituye y despide a su casa y, ciertamente, a partir de esta ley de separación, se podrá pensar que de ahora en
adelante las creencias católicas deberán ser relegadas al dominio de la vida privada.
No doy mi juicio sobre este cambio radical del estatuto jurídico. Pero
no quisiera que el árbol, que es esta ley de 1905, nos impida ver el bosque,
es decir, el proyecto laico en todas sus dimensiones, que no son solamente institucionales, sino también filosóficas, morales, políticas y sociales.
Ésta es, pues, la fuerte prueba impuesta así a los católicos de Francia en su
mismísimo modo de situarse frente al despliegue de este proyecto laico.
Lo que me parece muy digno de interés es el conjunto de estos enfrentamientos, sobre todo si queremos medir la amplitud de los cambios que
3
Cfr. Carta a los católicos de Francia, 1996, p. 28.
LA IGLESIA CATÓLICA, EL ESTADO LAICO Y LA SOCIEDAD
103
sucedieron después de un siglo y que, al afectar la ejecución del proyecto
laico, repercuten también en la conciencia católica misma, en sus elementos filosóficos, morales y políticos.
1. La razón, la religión y la fe
El proyecto laico implica una convicción filosófica: el poder de la razón
humana debe hacer desaparecer las ilusiones religiosas y contribuir a la
emancipación de las conciencias. Esta convicción se origina en el pensamiento de Kant y también en el positivismo de Augusto Comte. Los defensores del proyecto laico son belicosos: rechazan la sumisión del espíritu a las verdades reveladas, que juzgan como algo impuesto desde fuera.
Trabajan para que se haga realidad el libre pensamiento, gobernado por
la razón, el cual debe combatir toda fe dogmática, considerada como algo alienante.
De frente a este racionalismo cautivante, la actitud de los católicos en
Francia fue generalmente la de resistir, replegándose sobre posiciones defensivas y no aceptando que métodos racionalistas fueran aplicados al
campo de la fe, particularmente en la exégesis e historia de la Iglesia. El
drama del modernismo evidentemente está ligado a tal actitud defensiva.
Pero un siglo después tenemos la libertad de reconocer la audacia intelectual y también la fidelidad a la fe católica de la que dieron prueba en
aquel entonces hombres como el padre Lagrange, en el campo de los estudios bíblicos, o como Louis Duchesne, en el de la historia de los orígenes cristianos.
Pero este drama del modernismo ha dejado huellas en Francia: esto
explica, sin lugar a dudas, el que continúe existiendo entre los católicos
un cierto anti intelectualismo. En virtud de tal tendencia, se prefiere a menudo la acción y la experiencia espiritual en lugar de la reflexión o del
trabajo de la razón, o bien, se practica un cierto fideísmo implícito, reservando la expresión de la propia fe al dominio de la vida privada, acomodándose al mismo tiempo con las reglas de la racionalidad en las propias
actividades profanas. No es común ni natural profesarse católico en la
vía pública, ni dar razón de la propia fe en Dios. Al final de los años sesenta el grito del filósofo Maurice Clavel “Dios es Dios, nombre de Dios”
provocó profundas sacudidas en el mundo intelectual. Pero las afirmaciones religiosas muy a duras penas son consideradas como afirmaciones
racionales.
104
CLAUDE DAGENS
Pero, mientras tanto, en este inicio del siglo XXI, el contexto filosófico
ha cambiado considerablemente. Muchos pensadores no aceptan ya que la
razón humana vea su acción reducida solamente al campo de la técnica o
de las ciencias experimentales, del mismo modo que ya no se puede ignorar todo el dominio de las realidades simbólicas, de todo aquello que
toca la reflexión sobre el ser humano en su profundidad y en sus relaciones con los demás. Y sobre todo, el enfrentamiento entre los militantes de
la razón y los defensores de la fe parece algo ya trasnochado. La fe cristiana, a su manera, participa en el trabajo de la razón que trata de comprender el mundo.
La Encíclica de su Santidad el Papa Juan Pablo II, Fides et Ratio, de
1998, ha dado fuerte impulso a esta colaboración entre la razón y la fe, al
mostrar en particular que ambas se debilitan o se despliegan juntamente:
Es ilusorio pensar que la fe, de cara a una razón débil, pueda tener una
fuerza mayor; al contrario, ella cae en el gran peligro de verse reducida a
un mito o a una superstición. Asimismo, una razón que no tiene ante sí
una fe adulta no recibe ningún impulso para interesarse en la novedad y en
la radicalidad del ser... A la “parrhesía” (seguridad) de la fe debe corresponder la audacia de la razón (Fides et Ratio, 48).
En este nuevo contexto filosófico se trata de colocar el hecho religioso
en la educación nacional, demostrando que la laicidad no puede permitirse relegar las religiones al dominio de lo irracional, sino que debe ser capaz de tratarlas de un modo inteligente y racional. Como lo ha afirmado
el filósofo Regis Debray en su reporte de 2002 sobre “la enseñanza del
hecho religioso en la escuela laica”, los espíritus auténticamente fieles al
proyecto laico deben poder practicar hoy una laicidad de inteligencia y
de comprensión, y no de indiferencia y de desprecio respecto a las tradiciones religiosas.
Hay que reconocer que dicho reporte no ha tenido sino muy limitadas
repercusiones. Como si la tradición laica tuviera mucha dificultad para
aceptar que las religiones forman parte integrante del patrimonio común
de nuestra humanidad.
En todo caso, para nosotros, católicos, un desafío tal lleva consigo practicar conjuntamente la cultura religiosa y la iniciación a la fe, unida a encuentros y colaboración entre enseñantes y catequistas. Hace falta que
practiquemos de modo conjunto la labor de “saber” y la de “creer”, mos-
LA IGLESIA CATÓLICA, EL ESTADO LAICO Y LA SOCIEDAD
105
trando de modo activo que la razón y la fe no son enemigas, sino aliadas
en la educación de los jóvenes.
2. La educación moral se pone a prueba
El proyecto laico original conlleva una fuerte exigencia de educar las
conciencias. Se ha podido decir, aun, que la educación nacional va a tener en la República laica el papel que tenía la religión católica bajo la monarquía.
En todo caso, Jules Ferry (1832-1893), quien hizo de la educación de
los jóvenes una prioridad política, había comprendido que la supresión
del catecismo obligatorio en la escuela pública exigía que una verdadera
instrucción cívica y moral fuera proporcionada a los niños y fuera asegurada por los maestros, esos casi “clérigos” o “cosacos negros” de la República. Dicha instrucción formará parte de los programas de la escuela
laica, desde la enseñanza primaria. Se inspirará en la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la filosofía del Iluminismo y
sobre todo en el pensamiento de Kant. Tal instrucción cree que todo ser
humano es capaz de responder al llamado de su conciencia y que la conciencia misma debe relacionarse con valores de carácter universal: la obediencia a las leyes, la exigencia de la verdad, el respeto a los demás, la
búsqueda de justicia para todos.
En este terreno de la educación moral se va a presentar un antagonismo muy fuerte entre la tradición católica y la tradición laica, el cual se
expresará localmente en la oposición emblemática entre los párrocos y
los maestros.
Con facilidad contraponían la moral laica, fundada en la libertad, y la
moral católica, fundada en la autoridad, más aún en la obligación forzosa.
Más de un siglo después de la afirmación triunfante de esta moral transmitida por la escuela laica, podemos reconocer, ya sin los antagonismos
del pasado, que existía un fondo de valores relativamente comunes a esta
moral laica y a la moral católica, aun si sus fuentes y su inspiración eran
diferentes: en particular el gusto de la rectitud, de la honestidad y de la
justicia. En la actualidad, empero, la educación moral se presenta en condiciones radicalmente diversas, que valen tanto para la tradición laica
como para aquella católica.
Lo que ahora se cuestiona es la relación con lo universal. Para la moral laica del siglo XIX, “ser uno mismo” implica un esfuerzo permanente
106
CLAUDE DAGENS
para superar las propias particularidades individuales y para tender hacia
un ideal universal. El día de hoy se trata más bien de lo contrario: “ser uno
mismo” consiste en afirmar la propia diferencia, en todos los órdenes,
social, psicológico, étnico, religioso o sexual, y en exigir que tal diversidad sea reconocida por la sociedad civil.
Se discute también la noción misma de una moral universal; a partir
de los filósofos contestatarios que sospechan de todo y desenmascaran
mecanismos poco defendibles de producción de la ley, o a partir de la
afirmación unilateral de los derechos del individuo, sin referencia a ningún límite o freno.
Esta crisis profunda de la educación moral se expresa en una búsqueda de fundamentos: ¿sobre qué base construir una formación cívica?, ¿en
nombre de quién proponer los valores comunes?, ¿cómo distinguir el
bien del mal?, ¿por qué se afirma y defiende la dignidad esencial de toda
persona humana?, ¿y qué es lo que constituye la identidad de un ser humano?
En cuanto a la Iglesia, también ella ha experimentado una considerable evolución en su interior. Ha comprendido, gracias a Juan XXIII, al
Concilio Vaticano II y a Juan Pablo II, que su misión no es defender solamente sus propios derechos, sino los derechos de todo ser humano, creado a imagen de Dios. La Iglesia no se alineó con la ideología laica de los
derechos del hombre, pero comprendió, no sin pérdidas ulteriores, la exigencia de la libertad y en especial de la libertad religiosa, inscrita en cada persona humana. Así pues, la libertad del acto de fe y las condiciones
políticas de dicha libertad, son su preocupación principal, como lo afirma la Declaración solemne del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa, al referirse a la tradición católica:
Uno de los puntos principales de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y constantemente enseñado por los padres, es que la repuesta
de fe dada por el hombre a Dios debe ser voluntaria. Por consiguiente, nadie debe ser obligado a abrazar la fe contra su voluntad. Es por ello que un
régimen de libertad religiosa contribuye, de modo notable, a favorecer
un estado de cosas en el cual el hombre puede ser invitado a la fe cristiana
sin impedimento alguno, y puede así abrazarla por su propia voluntad y
profesarla con fervor por toda su vida (Dignitatis Humanae, 10).
La experiencia actual de los catecúmenos, o de los niños que piden
ellos mismos ser catequizados, confirman estas fuertes afirmaciones. Nos
LA IGLESIA CATÓLICA, EL ESTADO LAICO Y LA SOCIEDAD
107
hacen conscientes, sobre todo, de aquello que difícilmente pudiéramos
percibir cuando la profesión de fe católica estaba más o menos condicionada por la situación privilegiada de la Iglesia. Hoy podemos ver que la
adhesión a la fe cristiana está al servicio de la dignidad y de la libertad
de las personas, sobre todo cuando dichas personas llevan heridas y fracturas.
III. LA IGLESIA Y LA REPÚBLICA: MÁS ALLÁ
DE LA GUERRA DE LAS DOS FRANCIAS
La República francesa ha estado animada, desde sus inicios, por una gran
ambición política de carácter casi religioso. Se cree portadora de una
nueva sacralidad que se enraiza en el proyecto laico. Para ella, se trata de
formar un hombre nuevo, especialmente por la instrucción, un hombre
audaz y capaz de afirmar su calidad de ciudadano y de pertenecer a un
régimen de libertad. El filósofo Marcel Gauchet habla de una “trascendencia republicana”, inseparable de ese proyecto de liberación y de promoción humana.
Está claro que tal laicidad política es como una ideología: exalta la autonomía del hombre, seguro del poder de su conciencia, frente a un sistema católico que es considerado como un sistema que impone sus leyes
desde fuera en nombre de una heteronomía enajenante.
A partir de esta contraposición frontal, la historia del pueblo francés ha
sido marcada por aquello que el historiador Emilio Poulat llama la “guerra
de las dos Francias”. Cara a cara, dos proyectos políticos y culturales se
afirman y se combaten: por un lado la Francia revolucionaria, después republicana y laica, por otro lado la Francia católica, que las más de las veces es realista, antirrepublicana y antilaica.
Este enfrentamiento ha sido estructural y duradero. Tan duradero que
la llamada a la unión formulada por el Papa León XIII en l892 no fue oída ni entendida por la Iglesia de Francia, ni por sus obispos, ni por sus
fieles. Un cierto apaciguamiento vendrá mas tarde, después de la guerra
de 1914, que mezcló en las trincheras a católicos y laicistas. En 1924 un
acuerdo se llevará a cabo entre el gobierno francés y la Santa Sede para
aprobar la constitución de asociaciones diocesanas, en el marco de la ley
de 1905. Sin embargo, cuando Pío XI, en 1926, condena a Charles Mau-
108
CLAUDE DAGENS
rras y a la Action française que trata de restablecer vínculos entre la ideología monárquica y la Iglesia católica, la decisión del Papa no será fácilmente comprendida ni aceptada.
Henos aquí al comienzo del siglo XXI ¡Qué camino recorrido desde
1905! Las relaciones de fuerzas políticas entre la Iglesia católica y la República laica parecen haber sido superadas. La Iglesia católica que está
en Francia inscribe su misión en el marco institucional de la laicidad. Podemos decir más exactamente que su término de referencia ya no es el
poder político, al cual ella se alinearía a veces o a veces se le opondría;
es más bien a la sociedad civil a quien ella se esfuerza en presentarse activamente por medio del compromiso de sus miembros.
Algunas declaraciones públicas señalan esta evolución histórica. En
noviembre de 1945, al elaborarse la constitución de la Cuarta República,
los obispos de Francia reconocen oficialmente en su sentido objetivo y
positivo la “laicidad del Estado”:
Si, por estas palabras, se entiende proclamar la soberana autonomía del
Estado en su campo del orden temporal, su derecho de regir por sí solo toda la organización política, jurídica, administrativa, fiscal, militar, de la
sociedad temporal y, de una manera general, todo aquello que depende de
la técnica política y económica, nosotros declaramos claramente que tal
doctrina es plenamente conforme a la doctrina de la Iglesia.
Y un poco después, los obispos condenan el clericalismo, “esa tendencia que pudiera tener una sociedad espiritual con el objeto de servirse de
los poderes públicos para satisfacer su voluntad de dominio”.4
Cincuenta años más tarde, en su Carta a los católicos de Francia, los
obispos hacen una apreciación positiva de la práctica de la separación
entre la Iglesia y el Estado: “La separación entre la Iglesia y el Estado,
después de un siglo de experiencia, puede aparecer como una solución
institucional que, permitiendo efectivamente distinguir aquello que pertenece ‘a Dios’ y aquello que pertenece ‘al César’, permite a los católicos de Francia ser actores leales de la sociedad civil”.5
Por otra parte, este compromiso en la sociedad va acompañado por una
exhortación interior a la conciencia católica:
4
5
Declaración del 13 de noviembre de 1945, Documentation catholique 955, p. 6.
Cfr. Carta a los católicos de Francia, 1996, p. 27.
LA IGLESIA CATÓLICA, EL ESTADO LAICO Y LA SOCIEDAD
109
No podemos resignarnos a una total privatización de la fe, como si la experiencia cristiana debiera quedarse enterrada en lo secreto de los corazones,
sin ninguna conexión con la realidad del mundo y de la sociedad. Nuestra
Iglesia no es una secta. Nosotros no formamos un ghetto. No admitimos
ninguna tentación de replegarnos como Iglesia.6
En esta misma línea apareció, en febrero de 2005, una carta del Papa
Juan Pablo II al presidente de nuestra Conferencia Episcopal, monseñor
Jean Pierre Ricard. Por primera vez el “principio de laicidad” es reconocido por el Papa mismo como parte integrante de la Doctrina Social de la
Iglesia:
El principio de laicidad, al cual vuestro país está muy apegado, si se comprende correctamente, pertenece también a la Doctrina Social de la Iglesia.
Hace recordar la necesidad de una justa separación de poderes, la cual es un
eco de la invitación de Cristo Nuestro Señor a sus discípulos: “Dad al César
lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (San Lucas 20, 25). Por su
parte, la no confesionalidad del Estado, que es un no inmiscuirse del poder
civil en la vida de la Iglesia y de las diferentes religiones, como en la esfera de lo espiritual, permite que todos los componentes de la sociedad trabajen juntamente al servicio de todos y de la comunidad nacional.7
Partiendo de tales afirmaciones, Juan Pablo II anima a los católicos de
Francia “a extraer de su vida espiritual y eclesial la fuerza para participar
en la cosa pública y para dar un nuevo impulso a la vida social y una esperanza renovada a los hombres y mujeres de nuestro tiempo”.8
Este mismo llamado se encuentra en la declaración de los obispos de
Francia sobre la ley de 1905:
La Iglesia católica, rechazando cualquier actitud sectaria, desea contribuir
a mantener vivos los valores religiosos, morales y espirituales que forman
parte del patrimonio de Francia y que han contribuido a su identidad...
Ella ofrece, además, sobre todo aquello que tiene como propio y que es su
6
Ibidem, p. 34.
Carta del Papa Juan Pablo II a monseñor Ricard, 11 de febrero de 2005, Documentation catholique 2331, p. 203.
8 Ibidem, 6, p. 204.
7
110
CLAUDE DAGENS
razón de ser: dar a conocer a Cristo, fuente de renovación interior y de fraternidad abierta a todos.9
Está claro que el Papa y los obispos de Francia están de acuerdo sobre
un hecho establecido que se apoya en una lectura de la historia: en el cuadro institucional de la separación entre la Iglesia y el Estado, unas relaciones efectivas son posibles el día de hoy entre los actores de la Iglesia
y los responsables del Estado, para el bien de todos.
Esta afirmación positiva, empero, exige ser puesta en práctica en condiciones relativamente nuevas, ligadas en gran parte al estado de nuestra
sociedad que no solamente es laica, sino sobre todo frágil e inquieta. La
lectura de la historia, pues, deberá ir acompañada de un trabajo de reflexión y discernimiento.
¿Cuál es el lugar que le toca hoy a las religiones, a las realidades religiosas, a la experiencia religiosa en nuestra Francia laica, sobre todo en
un contexto marcado por la presencia del Islam, con las nuevas cuestiones que él se pone y nos pone a nosotros?
¿Y de qué manera, en este contexto mutable, se nos llama a nosotros,
como católicos, no solamente a confesar nuestra fe en Dios, sino a imprimirla efectivamente en nuestra sociedad?
9 Declaración de los obispos de Francia, 15 de junio de 2005, Documentation catholique 2340.
111
APORTES DE LA IGLESIA A LA CULTURA
Y DESARROLLO DE LOS PUEBLOS
Sergio OBESO RIVERA*
Mi tema “Aportes de la Iglesia a la cultura y al desarrollo de los pueblos”
es muy amplio y apasionante. Temo que lo que uno tiene que decir al respecto contraste con lo que a veces se oye de parte de los que piensan que
la Iglesia más bien ha sido una rémora o una enemiga de la cultura, y la
ven —especialmente en su jerarquía— como reaccionaria, oscurantista e
intolerante.
Pero no se trata de hacer una apologética barata e insustancial. No cabe
duda de que en esto, como en muchas otras cosas, las autoridades de la
Iglesia tenemos que reconocer culpas y siempre hay que proceder con
la verdad en la mano. En este punto nos ha dejado un ejemplo el Papa
Juan Pablo II quien, al cerrar el segundo milenio, en la Carta Apostólica
Tertio Millennio Adveniente confesó abiertamente los pecados de los hijos de la Iglesia a lo largo de la historia y “el espectáculo de modos de
pensar y de actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo”. Pero a la vez hay que recordar con admiración y con cariño a
los que con toda su vida lucharon por dar a Jesucristo y a la Iglesia estos
pueblos y con ello también buscaron darles una vida mejor. Y esto hay
que hacerlo sin timidez ni falsos pudores.
La Iglesia ha sido también aquí luz y sal (Jn. 8,12), los discípulos del
Señor han sido, también aquí, luz del mundo (Mt. 5, 14) en este encuentro de Oriente y Occidente donde se forma México. Y esa luz no debe esconderse o escamotearse. La Iglesia fue la que contribuyó a la formación
de una nueva cultura y una nueva modalidad humana que hoy se llama
* Licenciado en Filosofía y doctor en Teología. Es arzobispo de Xalapa, Veracruz,
desde 1979.
111
112
SERGIO OBESO RIVERA
mexicana y que tiene un lugar propio en el contexto de todas las naciones del mundo. Pero iremos por pasos.
México es un país de múltiples culturas
Quizá convenga, antes que nada, aclarar los términos, porque la palabra
es de ésas que se prestan a varias interpretaciones por su amplitud y vaguedad. Para muchos, la cultura sería cosa de muy pocos, que precisamente se suelen llamar los “cultos”. Pero una noción más amplia que está en la “Constitución pastoral sobre la Iglesia y el mundo moderno”, o
Gaudium et Spes, hace ver que la cultura es el modo particular como en
un pueblo los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí
mismos y con Dios, de modo que puedan llegar “a un nivel verdadera y
plenamente humano” (GS 53). Es el estilo de vida que caracteriza a todo
un pueblo. La cultura, según eso, es algo tan connatural al hombre que
la naturaleza humana no alcanza su expresión plena sino mediante la
cultura.
Pero luego, por cultura se entienden, en concreto, las formas en que
esos valores se expresan, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y las estructuras de convivencia social. Tres acepciones, pues, los
cultos, o la elite, las realizaciones que uno suele admirar y la conciencia
colectiva o el sentir común en torno a los grandes valores.
Sabemos muy poco sobre los pueblos que construyen Tula y Teotihuacán, Uxmal y Chichén Itzá, Mitla y Monte Albán, y sobre las gentes
que tallaron las grandes cabezas olmecas que son patrimonio del Museo
de Antropología de Xalapa. Sabemos muy poco, porque a la llegada de
los europeos esas construcciones que hoy admiramos estaban abandonadas. Nuestro país ha sido asiento de múltiples culturas que nos han dejado monumentos portentosos. Ya sé que los arqueólogos y los antropólogos dicen muchas cosas sobre ellos, pero casi todas tienen el carácter de
hipótesis. Queda en pie el hecho de que no conocemos el sentido de todas estas cosas. Para algunos, por ejemplo, las cabezas olmecas son obra
de extraterrestres —y está escrito en libros—, pero, por supuesto, no hay
ningún fundamento en esas afirmaciones.
A la llegada de los europeos y de la fe cristiana a estas tierras, la cultura dominante —en todo sentido— es la de los aztecas o “mexicas”. Y
quizá el dominio despótico que Tenochtitlán ejercía sobre todo el resto,
APORTES DE LA IGLESIA A LA CULTURA Y DESARROLLO
113
explica la caída de su imperio, más que los caballos y el valor de los conquistadores. Con esta cultura, y con este pueblo se dio el encuentro de la
fe cristiana y de la Iglesia. Los autores concuerdan en decir que la religión era el eje de la vida de este pueblo. Una religión que se puede ver
como tiránica y sanguinaria, pero que era la norma de vida de las multitudes. Ni los judíos —dicen los misioneros— tuvieron una religión tan
estricta y observante.
Y es esa misma cultura que viene desde la antigüedad la que hace que
la fe se viva entre nosotros de una manera particularmente original, en
especial en el plano de la llamada religiosidad popular. Aquí es donde la
Iglesia ha influido en la cultura y ha sido influida por ella. En la Carta
del Episcopado Mexicano que se titula “Del encuentro con Jesucristo a
la solidaridad con todos”, de 2000, se afirma: “En nuestra patria, la cultura ha estado vitalizada por el cristianismo. Esto es posible constatar a
través de innumerables signos, entre los que destaca la religiosidad popular, el arte, el lenguaje, las costumbres y tradiciones que nos caracterizan tan profundamente. La fe católica ha formado el corazón del pueblo
mexicano” (número 193).
Esto es muy cierto: si el imperio azteca había logrado cierta unidad entre diversos pueblos y culturas que forman Mesoamérica, ahora será la fe
católica la que unifique en buena medida lo que será la futura nación mexicana.
Pero no quisiera dejar de señalar que es una fe recibida de una forma
original y muy propia. Me voy a permitir señalar tres cosas donde parece
que todo viene de muy atrás: la primera es la incapacidad del pueblo mexicano para la blasfemia. Entre nosotros ni se sabe lo que es una blasfemia. Mientras los españoles, y los europeos en general, tienen esa fea costumbre, jamás en México se oirá a nadie que ofenda con sus expresiones
a Dios, a la Virgen o a los santos. Alguno ha contado que monseñor Luis
María Martínez, arzobispo primado de México, habría sugerido que se
hiciera un monumento en la ciudad de Alvarado, Veracruz —cuyos habitantes, con protestas de su parte, son famosos por “picardientos”o “léperos”—, al inventor de estas “malas palabras”, porque ellas nos libraron
de las blasfemias. Un mexicano irritado puede ofender a la madre, o al
sexo de su agresor, pero jamás se meterá con los valores más altos. El
sentido religioso propio de la espiritualidad del pueblo ha pasado al lenguaje y forma parte de nuestra cultura. Esto no nos llegó de Europa.
114
SERGIO OBESO RIVERA
Algo parecido habría que decir del uso del “ustedes” en lugar de “vosotros”, que tanto costó entender a la Comisión Litúrgica Española, cuando
se trató de aprobar la traducción del Misal romano. El “ustedes” que se
usa en México es señal de una especial reverencia hacia los demás, hacia
el otro, con el que se guarda una distancia respetuosa, incluso al darle la
mano.
Y por último, está el uso casi excesivo —y hasta chocante para algunos— de los diminutivos, que a todos los extranjeros sorprende. Los lingüistas han demostrado que son formas de respeto reverencial hacia las
personas o las cosas más preciadas. Cuando el santo Juan Diego se dirige
a la Virgen la llama: “Patroncita mía, Señora, Hija mía la más pequeña,
mi Muchachita...”.
Con esto último hemos tocado lo que sin duda fue el factor fundamental de la acogida de la fe cristiana entre nosotros. Nosotros llegamos a Jesucristo por Santa María de Guadalupe. Una y otra vez en las escuelas se
dice que la fe fue impuesta por la espada de los conquistadores. Y es que
a los positivistas les cuesta mucho entender lo que hoy se llama el “fenómeno guadalupano”. La realidad —que se prueba con documentos— es
que más bien fueron los misioneros los forzados a bautizar al pueblo y
no el pueblo el forzado a recibir el bautismo.
Y junto con el bautismo vinieron la escuela y los hospitales. En este
orden de cosas, fray Pedro de Gante es el primero y merece una fama
mayor de la que tiene, porque es el introductor de la escuela y del alfabeto fonético entre nosotros.
Y luego el Seminario de Tlaltelolco, donde fray Bernardino de Sahagún y sus informantes compilan la sabiduría de los antiguos. Con razón
se le tiene como el padre de la antropología moderna. El canónigo Ángel
María Garibay y más tarde el doctor Miguel León Portilla descubren maravillas en esas páginas. Y lo mismo hay que decir de fray Diego de Landa, que nos dejó su relación sobre los mayas, por más que su celo indiscreto lo haya hecho quemar los códices.
Y de ninguna manera hay que olvidar a don Vasco de Quiroga, preocupado porque los indígenas tuvieran una vida mejor mediante la agrupación en pueblos y el aprendizaje de las artesanías. Y tampoco hay que
dejar de lado a fray Bartolomé de las Casas, que aunque haya estado poco entre nosotros, toda su vida luchó por la dignidad y el respeto a los indígenas. Y otro que no se debe olvidar nunca es fray Julián Garcés O. P.,
APORTES DE LA IGLESIA A LA CULTURA Y DESARROLLO
115
el primer obispo que logró de Paulo III la bula “Sublimis Deus”, que
equivale a uno de los mejores documentos de la ONU.
Los dominicos, franciscanos y agustinos son famosos también por sus
célebres construcciones, que hoy forman parte del patrimonio nacional. El
suelo mexicano está lleno de estas obras maravillosas que hacen contrapunto con las antiguas edificaciones de las que se hablaba antes. Pero a
los jesuitas les tocó la educación superior, y el padre Francisco Xavier
Clavijero, en su historia del México antiguo, tiene un planteamiento nacionalista y allí profesa una gran admiración por la gente de nuestra tierra. En Veracruz se le recuerda con gran cariño: avenidas, teatros y escuelas llevan su nombre. El que esto escribe nació precisamente en el número
39 de la calle Francisco Xavier Clavijero.
La generación de los misioneros fue en verdad benemérita de la fe y de
la introducción de la cultura occidental entre nosotros. No se quiere decir
que el catolicismo sea lo único, pero no se puede negar que es parte sustancial del alma de este pueblo: una parte muy importante de su conciencia colectiva, de su sentir común. A tal punto llega esto que será nada
menos que un cura, el párroco de Dolores, don Miguel Hidalgo y Costilla,
el iniciador de la independencia nacional, y el rito anual de conmemoración tiene que ver con el toque de la campana de la iglesia y con lo que se
llama “el grito”, o la convocatoria que hace Hidalgo a la rebelión.
Durante los siglos de la Colonia todo lo que hoy se llama “el sector
social” de un Estado moderno, estaba en manos de la Iglesia. Por “Iglesia” no se ha de entender sólo la jerarquía, sino una trama enorme de órdenes y congregaciones, de toda clase de instituciones y, sobre todo de
“cofradías” o “corporaciones”, cada una con sus propiedades y sus reglamentos. Lo colectivo es quizá lo más característico de esto que bien se
puede llamar el “antiguo régimen”. Había una unión de Iglesia y Estado
como la que hoy nos asombra en los países musulmanes. A nosotros nos
había tocado vivir una Edad Media con mucho retraso respecto de la
evolución de la cultura occidental.
Al triunfo del liberalismo se da una “privatización” total. Hay una separación de Iglesia y Estado y a la vez un verdadero despojo. Se piensa
que el individuo y su libertad serán el motor de la nueva civilización. Las
colectividades, la Iglesia y la religiosidad del pueblo aparecen como lo
más contrario al progreso, y esto traerá no pocos problemas. No siempre
los obispos entendieron “los signos de los tiempos”. La clase política es-
116
SERGIO OBESO RIVERA
taba inspirada en la Ilustración y su lema era —como en Francia— la lucha contra el trono y el altar. Pero aquí estaba el gran arraigo de la religiosidad y del cristianismo en el alma y la cultura del pueblo. Todas las
medidas de la llamada “persecución religiosa” han de ser interpretadas en
este contexto: por un lado, una minoría liberal ilustrada de corte radical
que ve a la religión católica como algo nefasto, y, por otro, una enorme
religiosidad natural que se apiña alrededor de los pastores que representa
el pasado, y que está presente y viva todos los días en los pueblos y en
las familias. México ha vivido durante demasiado tiempo un tipo de esquizofrenia. Se había entrado a una laicidad anticlerical y restrictiva: anticlerical, porque era principalmente la Iglesia católica a la que había que
someter; restrictiva, porque bajo el pretexto de la libertad de conciencia se
pretendía limitar toda creencia religiosa a la esfera de lo privado.
Pero a raíz de los cambios de la Constitución, del 22 de enero de 1992,
se entró en una nueva etapa de laicidad de parte del gobierno. El 15 de
julio del mismo año se publicó en el Diario Oficial de la Federación la
Ley de Asociaciones y Culto Público. La reconciliación no es completa.
Todavía hay restricciones en la libertad de enseñanza y en los medios de
comunicación masiva, pero se ha progresado mucho en el acuerdo de lo
que pasa en la vida social y lo que establecen las leyes de la nación: entre el Estado o gobierno laico y la sociedad civil.
Pero por parte de la Iglesia había sucedido una previa evolución que
se manifestó en el Concilio Vaticano II. De todos modos hay que dejarlo
muy claro: no se ha de volver al estado confesional o a la unión de la
Iglesia y el Estado. Aquí tiene su valor el texto evangélico que siempre
se esgrime de parte de periodistas y comentadores: “Pues lo del César
devolvédselo al César y lo de Dios a Dios” (Mt. 22, 21; Mc. 12, 17; Lc.
20, 25). Se pueden encontrar justificaciones para lo que sucedió en la Iglesia llamada “constantiniana”, y a la etapa colonial entre nosotros, pero
hoy se puede ver con claridad que no es un ideal al que se deba tender.
El hecho de tener un pasado tan lleno de realizaciones y de gloria, y
de contar con más de 85% de la población, hace que la palabra de la jerarquía se interprete, casi siempre, como un deseo de volver a lo anterior.
O por lo menos, que se le juzgue como un autoritarismo injustificado en
un país que quiere ser democrático y plural.
Esto quiere decir que el estilo o el tono de las declaraciones debe ser
siempre muy cuidadoso, y que no se debe perder nunca de vista que se vive en una nación precisamente democrática y plural. Y en esta pluralidad
APORTES DE LA IGLESIA A LA CULTURA Y DESARROLLO
117
entran también las etnias que no fueron absorbidas por los mexicas y las
nuevas culturas que entre tanto se van reconociendo.
Pero esto no quiere decir que la Iglesia deba quedarse callada y no decir su palabra pública para iluminar los valores que dan sentido a la nación en su conjunto. México es una comunidad de destino, y a pesar de
sus repetidos fracasos se presenta ante el mundo como una entidad original y portadora de sentido.
Hay dos aspectos en los que la palabra de la Iglesia parece ser necesaria. El primero tiene que ver con la convivencia democrática, con la paz,
la justicia y la defensa de los derechos humanos. Por desgracia, todas las
declaraciones de este tipo son vistas casi siempre por los analistas en el
contexto del pasado y se juzgan como intromisiones indebidas. Pero hay
momentos en que la Iglesia puede ser el factor más importante en la unión
de todo el país. Si el fundamento de la sociedad está en riesgo, la Iglesia
no puede quedarse callada. Tiene una larga experiencia y cuenta con la
gran mayoría de la población en todo México.
El otro aspecto es el que se refiere a la vida humana y a la familia: todo lo que tiene que ver con la vida, desde su inicio a su terminación: el
aborto y la eutanasia, la vida de pareja, las uniones homosexuales y otras
cuestiones. Sobre esto la Iglesia tiene una palabra que decir, porque defiende valores éticos universales que encuentran una formulación privilegiada en el Evangelio. Se trata de una simple transmisión de estos valores, y por eso lo ha de hacer de modo que pueda llegar a los creyentes y a
los no creyentes por igual, explicando las razones de su posición.
La Iglesia católica es consciente de que a ella le tocó la formación de
este país tan singular, y sabe que la mayor parte de la población está hecha de creyentes católicos. Pero su objetivo no es imponerse a las instituciones públicas. Lo que hace tiene que interpretarse como una participación en el debate público y como una aportación de la luz del Evangelio,
y la defensa de la persona y de la identidad del país. Se dice esto último
porque la globalización hace que mientras se rechaza el imperialismo,
muchos asumen con entusiasmo las peores medidas legislativas que vienen precisamente de los países llamados desarrollados. La sociedad civil
es la masa enorme de los fieles católicos a los que una elite, pretendidamente ilustrada y nacionalista, vuelve una y otra vez a querer imponer cosas que no van con su conciencia.
118
SERGIO OBESO RIVERA
No todo está hecho, no todo está dicho. Somos un país en construcción
que también en estos aspectos está alcanzando su madurez. Juan Pablo II
en su cuarta visita, el 29 de enero de 1999, dejó dicho:
Llego a un país cuya historia recorren, como ríos a veces ocultos y siempre
caudalosos, realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumárraga y
Vasco de Quiroga, a quienes muchos de esos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna
racionalidad de corte europeo, que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad. Sé que no son pocas las mentes clarividentes que se
esfuerzan en que estas corrientes de pensamiento y de cultura consigan
conjugar mejor sus caudales mediante el diálogo, el desarrollo sociocultural y la voluntad de construir un futuro mejor.
Creo que un congreso como éste, está en esa línea, nos ayuda a pensar
mejor el pasado y el presente, y nos prepara para el futuro en medio de
un mundo globalizado, cuyos productos no siempre son de gran calidad.
México, en medio de sus deficiencias, tiene algo que aportar a la comunidad internacional, y este aporte es una cultura donde la Iglesia ha estado muy presente.
119
LOS CATÓLICOS Y LA VIDA PÚBLICA
EN LOS ESTADOS UNIDOS. CONSIDERACIONES
RESPECTO A LA NOTA DOCTRINAL SOBRE ALGUNAS
CUESTIONES RELATIVAS AL COMPROMISO
Y LA CONDUCTA DE LOS CATÓLICOS
EN LA VIDA POLÍTICA
José GÓMEZ*
SUMARIO: I. Introducción. II. Lo central de la Nota Doctrinal. III. La Nota y el caso estadounidense. IV. El conflicto
en las últimas elecciones. V. Algunas lecciones.
I. INTRODUCCIÓN
Cuentan que una vez un sacerdote exhortaba a un fiel sobre las exigencias de la generosidad cristiana preguntándole si, en el caso de tener dos
casas, compartiría una con un necesitado, “sí padre, por supuesto”; fue la
respuesta del fiel. “Y si tuvieras dos caballos, ¿compartirías uno con
quien no lo tiene?”, “sí padre”. “Y si tuvieras dos campos de cultivo,
¿compartirías uno con quien no lo tiene?”, “sí padre”. Y así siguieron las
preguntas, siempre con una respuesta positiva. Hasta que el sacerdote preguntó: “Y si tuvieras dos camisas, ¿compartirías una con quien no la tiene?”, “¡ah! eso sí que no padre”. “¿Y por qué?”, preguntó extrañado el
sacerdote, “porque yo sí tengo dos camisas”.
Algunos políticos que se llaman católicos, lamentablemente son como
el personaje de la anécdota. Están dispuestos a hacer “cualquier cosa” por
la Iglesia... siempre que no sea lo que realmente están pensando hacer.
* Arzobispo de San Antonio, Texas, Estados Unidos.
119
120
JOSÉ GÓMEZ
Y precisamente porque existe este problema, es que se hizo necesario,
especialmente en los últimos años, la publicación del tema de esta ponencia, la “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”.
La Nota de suyo es bastante clara y no creo que yo pueda dar más luces
de las que ella misma da. Pero creo que vale la pena comentarla desde la
experiencia de lo acontecido en Estados Unidos, y de cómo esta experiencia puede ayudar a responder frente a lo que ya ocurre y puede ocurrir en
otros países.
De hecho, el tema de la identidad católica y la política práctica partidista ha suscitado un debate sumamente intenso al interior de la Iglesia
en Estados Unidos, y muchos políticos estadounidenses que se consideran católicos se han quejado de la “injusticia” con la que han sido tratados cuando se les ha recordado que no deberían comulgar si su acción está
reñida con las enseñanzas fundamentales de la Iglesia. Muchos de ellos,
incluso, han puesto como ejemplo de la supuesta “discriminación” que
sufren el gran número de políticos que en América Latina discrepan con
las enseñanzas de la Iglesia, y sin embargo reciben la Comunión.
II. LO CENTRAL DE LA NOTA DOCTRINAL
La Nota Doctrinal publicada el 16 de junio de 2003 es bastante explícita.
Sin embargo, me he permitido extraer ocho conceptos que considero como ejes en su interior:
Se puede verificar hoy un cierto relativismo cultural, que se hace evidente
en la teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley moral natural.
La Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral.
[La recta concepción de la persona es] un principio sobre el que los católicos no pueden admitir componendas, pues de lo contrario se menoscabaría el testimonio de la fe cristiana en el mundo y la unidad y coherencia
interior de los mismos fieles.
El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la Doctrina Social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda
del bien común en su totalidad.
LOS CATÓLICOS Y LA VIDA PÚBLICA
121
[Existen] principios morales que no admiten derogaciones, excepciones
o compromiso alguno. Éste es el caso de las leyes civiles en materia de
aborto y eutanasia.
Hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las
leyes modernas sobre el divorcio.
No se trata en sí de “valores confesionales”, pues tales exigencias éticas están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural.
Las orientaciones contenidas en la presente nota quieren iluminar uno
de los aspectos más importantes de la unidad de vida que caracteriza al
cristiano: la coherencia entre fe y vida, entre Evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano.
III. LA NOTA Y EL CASO ESTADOUNIDENSE
A diferencia de México, en Estados Unidos los católicos han sido percibidos históricamente como una minoría extraña y sospechosa. Por ello,
los católicos en Estados Unidos han luchado siempre por tratar de ser
parte de la sociedad, de “encajar” como estadounidenses.
Con el paso del tiempo, este objetivo se fue logrando; pero muchos hermanos obispos y pensadores católicos se preguntan si no se ha pagado un
precio demasiado alto: el precio de la identidad. Actualmente 70% de
políticos que se dicen católicos en el Congreso y el Senado apoyan el
aborto, y la cifra llega casi al 90% en estados de presencia católica tradicional como Massachussets o Nueva York.
La mayoría de estos políticos católicos han caído en una interpretación
distorsionada del así llamado principio del seamless garmenf o “tejido
único” enunciado por el cardenal Joseph Bernardin de Chicago, ya fallecido.
El cardenal Bernardin decía, no sin razón, que la Doctrina Social católica era un “único tejido”, es decir, que no se podían separar unos temas
de otros, pues todos estaban conectados entre sí al interior de la doctrina
católica.
La interpretación correcta de esta doctrina, por supuesto, es lo que todos sabemos: que la Doctrina Social de la Iglesia “es parte de la teología
y, en particular, de la teología moral” (Sollicitudo Reí Socialis, 41) y, por
122
JOSÉ GÓMEZ
tanto, los diversos temas de esta Doctrina están unidos entre sí por los
principios comunes que comparten. Esta afirmación, sin embargo, no impide reconocer que en la moral existen diversos temas cuya gravedad no
es igual, sino que depende de cuán relacionados están con los principios
fundamentales.
Muchos políticos católicos, sin embargo, inspirados en la interpretación de algunos teólogos influyentes, han aplicado el principio del “tejido único” de la siguiente manera: la doctrina de la Iglesia es un todo,
donde todo vale igual. Por tanto, si respeto “una buena parte” de la doctrina, especialmente en el campo social, puedo honestamente discrepar
de temas como el aborto, la eutanasia o las uniones homosexuales, porque al cumplir una “buena parte” estoy cumpliendo con el todo, que es
inseparable.
Esta interpretación ha llevado a anomalías tan curiosas como la encuesta de “catolicidad” que realizó un senador de origen católico entre sus colegas. El resultado arrojó que él y otro famoso senador eran los “más católicos” del Senado, pese a que ambos tenían un récord de votación de 100
sobre 100 en favor del aborto, la eutanasia, las uniones homosexuales y
la experimentación con células estaminales embrionales.
Apenas la Nota Doctrinal que nos ocupa fue publicada, en enero de
2003, la prensa estadounidense se encargó de recoger la opinión de muchos de estos políticos. Casi todos ellos respondieron en la misma línea:
respetamos la opinión del Vaticano, pero aquí vivimos en una democracia donde se puede discrepar. Y como se puede discrepar, pues discrepamos con el Vaticano, y no por ello dejamos de ser católicos devotos. Otra
vez, la aplicación viciada del principio del “tejido único”.
IV. EL CONFLICTO EN LAS ÚLTIMAS ELECCIONES
Este tema dejó, sin embargo, de ser una abstracción, cuando en las pasadas elecciones presidenciales uno de los candidatos fue un católico que
se reclama devoto, y que sin embargo ha defendido las posturas más radicales en favor del aborto.
Grupos con cierta intencionalidad política, pero también muchos católicos confundidos, recurrieron a los obispos en busca de orientación, especialmente luego que el senador Kerry asistiera a misa y recibiera la Comunión en un acto que fue televisado como parte de su campaña política.
LOS CATÓLICOS Y LA VIDA PÚBLICA
123
El tema resultó tan dominante en el diálogo interno católico, que fue
necesario darle un espacio no previsto en el encuentro de obispos de junio de 2004, que se realizó en Denver, Colorado, cuando yo era obispo
auxiliar de esa ciudad, y por tanto, coanfitrión.
Con ocasión de aquella reunión, el entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, envió al cardenal Theodore McCarrick una carta con la intención de iluminar el diálogo
de los obispos, titulada “De las condiciones para recibir la Santa Comunión. Principios generales”.
La carta tenía cuatro temas fundamentales:
La Iglesia enseña que el aborto y la eutanasia son pecados graves... Los
cristianos tienen una “grave obligación de conciencia de no cooperar formalmente en prácticas que, incluso si lo permitiera la legislación, son contrarias a la ley de Dios...”. Esta cooperación nunca puede ser justificada ni
invocando el respeto por la libertad de otros ni apelando al hecho de que
las leyes civiles lo permitan o lo requieran.
No todos los asuntos morales tienen el mismo peso como el aborto o la
eutanasia. Por ejemplo, si un católico se enfrentase al Santo Padre sobre
la aplicación de la pena de muerte o el apoyo económico a una guerra, no
será considerado como una persona que no pueda recibir la Santa Comunión... Hay una diversidad de opiniones entre los católicos sobre el apoyo
a una guerra y la aplicación de la pena de muerte, pero esa diversidad no
debe existir en lo referente al aborto y a la eutanasia.
Con respecto a los pecados graves del aborto y la eutanasia, cuando la
cooperación formal de una persona se vuelve evidente (en el caso de un
político católico si hace campaña y aprueba leyes que permiten el aborto
y la eutanasia), su párroco deberá reunirse con él, instruirlo en las enseñanzas de la Iglesia, informarle que no debe presentarse a recibir la Comunión hasta que termine la situación de pecado en la que se encuentra, advirtiéndole que de otra forma se le negará la Eucaristía.
[Cuando] estas medidas de precaución no han surtido efecto o no son
posibles y la persona en cuestión, con obstinada persistencia, todavía se presenta a recibir la Sagrada Eucaristía, “el ministro de la Santa Comunión
debe negarse a dársela”.
Esta decisión, propiamente hablando, no es una sanción o penalidad.
Tampoco quiere decir que el ministro de la Eucaristía esté juzgando la culpa
subjetiva de la persona; en realidad, lo que está haciendo es mostrar que la
persona que quiere recibir la Comunión en ese momento no lo puede hacer porque se encuentra en una situación de pecado.
124
JOSÉ GÓMEZ
Con cerca de 300 obispos, no siempre es sencillo llegar a un acuerdo
sobre temas tan controversiales al interior del Episcopado estadounidense. Los obispos, sin embargo, llegamos a un consenso bastante consistente, que quedó reflejado en un pronunciamiento titulado “Católicos en
la vida política”. Este documento planteaba los siguientes puntos:
Desde un principio, la Iglesia católica ha enseñado, basada en su entendimiento del testimonio de su Señor respecto a la santidad de la vida humana, que el dar la muerte a una criatura por nacer es siempre algo intrínsecamente perverso y nunca puede ser justificado.
Legalizar esta acción que es intrínsecamente perversa es en sí algo malo. Este es un punto que recientemente se ha enfatizado más en la enseñanza
católica oficial.
Debemos hacer mucho más para persuadir a todos que la vida humana
es preciosa y que la dignidad humana debe ser defendida. Esto requiere de
un diálogo y de un compromiso más eficaz con los funcionarios públicos,
especialmente con los funcionarios públicos católicos.
La Eucaristía es la fuente y cumbre de la vida católica... Esto quiere decir que todos deberán hacer un examen de conciencia para ver si son dignos de recibir el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor. Este examen incluye fidelidad a la enseñanza moral de la Iglesia en su vida pública y en su
vida privada.
La pregunta planteada es si es necesario negarles la Santa Comunión a
algunos católicos que están en la vida pública debido a su apoyo al aborto
solicitado. Dado el número de circunstancias que involucra el llegar a un
juicio prudencial sobre un asunto tan serio, reconocemos que ésta es una
decisión que deberá hacer cada uno de los obispos de acuerdo con los principios canónicos y pastorales establecidos.
V. ALGUNAS LECCIONES
Más allá de las controversias que generaron numerosas tensiones, y que
evidenciaron que muchos católicos están más dispuestos a seguir su propia opinión que a escuchar a los obispos, el desafío de tener un católico
en favor del aborto como candidato fue una inesperada ocasión para hacer una catequesis a fondo sobre dos temas fundamentales: la identidad
católica y el valor de la Eucaristía.
LOS CATÓLICOS Y LA VIDA PÚBLICA
125
Creo que existen cuatro importantes lecciones de valor universal que se
desprenden de lo acontecido y de lo que aún viene aconteciendo en torno
a estos temas:
1. La necesidad de establecer que la Iglesia y los fieles no sólo
pueden, sino que deben pronunciarse sobre estos temas
y deben hacerlo sin traicionar su identidad
Necesitamos rechazar la idea de que la intervención de los católicos, y específicamente de los obispos, es una manera de “imponer nuestras ideas
religiosas a los demás”, una acusación frecuente entre quienes quieren eliminar la voz de la Iglesia del campo público.
Como muy bien señala la Nota Doctrinal, la intervención de los católicos en estos temas se desprende de un juicio de sentido común; no de
un juicio dogmático.
Los católicos creemos que no ir a misa los domingos sin una razón grave es pecado, y sin embargo no pretendemos que la policía de nuestros
países saque a rastras a los católicos perezosos que no van a misa. Eso
sería imponer nuestros principios religiosos a la sociedad. Y es algo que
no pretendemos y nunca hemos pretendido. Simplemente pretendemos
que la sociedad escuche la voz de la Iglesia cuando habla basada en el
sentido común en favor de la persona humana, y que los laicos católicos
sean los principales portadores de esta buena nueva.
Tomando prestadas las palabras de Charles Chapul, arzobispo de Denver, “si dice ‘cuac, cuac’, parece un pato y camina como pato, probablemente sea un pato. Un zorro puede repetir todo el día que es un pato. Pero sigue siendo un zorro”.
O sea, un católico no puede decir que es católico y al mismo tiempo
discrepar con la doctrina de la Iglesia en temas fundamentales. Para ser
católico hay que parecer católico, actuar como católico y hablar como católico.
Al respecto hay que decir que el Concilio Vaticano II debe ser el concilio más elogiado y menos asumido en la historia de la Iglesia católica,
al menos en lo que respecta a candidatos y votantes.
Los católicos que apelan al “espíritu del Vaticano II” y aducen estar escuchando a sus conciencias cuando ignoran la enseñanza católica en temas
126
JOSÉ GÓMEZ
públicos de vital importancia, deberían revisar lo que el Concilio realmente dijo.
La Constitución Pastoral Conciliar sobre la Iglesia en el Mundo Actual (Gaudium et Spes) define la conciencia como “el núcleo más secreto
y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya
voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que
de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en
el amor de Dios y del prójimo” (16).
El Concilio agrega que
La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres
para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas
y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las
normas objetivas de la moralidad (16).
El Vaticano II nunca puede ser invocado como coartada para los católicos que no hacen caso del grave mal público o que no pueden actuar según su fe en la esfera política. Ésta es una distorsión del mensaje del Concilio.
2. La urgencia de que los temas referidos a la vida y la familia
no sean aislados del tema de la dignidad humana
He visto que los medios de comunicación en algunos países de América
Latina han separado los temas como el aborto, la eutanasia y las uniones
homosexuales de los temas referidos a los derechos humanos y, en general, a la dignidad humana.
En países como Chile o Argentina, por ejemplo, se les llama “temas valóricos”, algo que me suena como a “calórico”, como si fueran parte de
una dieta.
En “Vivir el Evangelio de la vida”, un interesante documento del Episcopado estadounidense del 18 de noviembre de 1998, se señala que
[...] vivimos el Evangelio de la vida cuando vivimos en solidaridad con
los pobres del mundo, defendiendo su vida y su dignidad. Pero aún así, el
LOS CATÓLICOS Y LA VIDA PÚBLICA
127
aborto y la eutanasia se han convertido en amenazas constantes a la dignidad humana porque atacan directamente a la vida misma, el más fundamental de los bienes humanos y la condición para todos los demás.
El documento llama a los católicos de Estados Unidos,
[...] sobre todo a los dirigentes —ya sean culturales, económicos o políticos— a recuperar su identidad como seguidores de Jesucristo y a ser líderes en la renovación del respeto estadounidense por la santidad de la vida... Nadie, mucho menos alguien que está en un puesto de liderazgo en
nuestra sociedad, puede justamente considerarse un católico practicante si
actúa de manera contraria a su fe.
El documento explica además que “no es posible construir el bien común sin reconocer y defender el derecho a la vida sobre el cual se fundamentan y desarrollan todos los demás derechos inalienables del ser humano”.
Esta aproximación me parece fundamental, especialmente para los desafíos que enfrentamos en la sociedad actual: la defensa de la vida y la
familia no es sólo parte sino fundamento del respeto a la dignidad del
hombre. Sólo defendiendo la vida y su entorno natural inmediato —la familia— se es sinceramente un defensor de los derechos del hombre, un
verdadero luchador por la justicia, la equidad y la solidaridad.
3. La necesidad de desarrollar una adecuada catequesis,
especialmente entre los políticos que se reconocen católicos
Una de las cosas que más en evidencia puso el debate sobre la identidad
católica de los políticos es la grave ignorancia que existe sobre la doctrina de la Iglesia. Y no me refiero sólo a hechos anecdóticos como el del
candidato que dijo basarse en las enseñanzas del “Papa Pío XXIII”, sino
en cuestiones más de fondo, como reclamar que se es un buen católico
porque se coincide con el Papa en la crítica contra la guerra en Irak; suponiendo que esta materia tiene el mismo valor moral que el tema del aborto. Esto es algo que no sólo sabemos que no es cierto, sino que el mismo
cardenal Ratzinger aclaró en la nota ya mencionada enviada al cardenal
McCarrick.
128
JOSÉ GÓMEZ
Es importante recordar a los candidatos que dicen ser católicos pero
que ignoran públicamente las enseñazas católicas respecto de la santidad
de la vida humana, que al hacer esto dan un testimonio público deshonesto.
4. La importancia de establecer una política común
entre los obispos según el pedido de la Santa Sede
La unidad del episcopado en un país es un valor muy grande que fortalece la unidad de la Iglesia. A pesar de las naturales diferencias, de las que
no se libraron ni los Apóstoles, los obispos debemos dar una visión unificada frente a los diversos desafíos planteados por el entorno político,
social y cultural.
El tema de la identidad católica y de la recepción de la Comunión por
parte de personajes públicos no va a disminuir, sino a agudizarse. Y frente a ello, es importante asegurar que, con anticipación, se comparte una
política pastoral común y unificada.
Esta unidad externa y evidente es fundamental para impedir que los políticos que quieren reclamar la identidad católica para sí, al mismo tiempo
que discrepan con enseñanzas fundamentales de la Iglesia, puedan salir
“de compras” para escoger en el “mercado de las opiniones” el obispo que
le sirva de coartada.
Quisiera terminar compartiendo —y elevando con ustedes— la oración con la que concluye el documento “Vivir el Evangelio de la vida”:
María de Guadalupe, patrona de América, renueva en nosotros el amor
por la belleza y santidad de la persona desde la concepción hasta la muerte
natural; y al igual que tu Hijo dio su vida por nosotros, ayúdanos a vivir
nuestra vida en servicio de los demás. Madre de la Iglesia, madre de nuestro Salvador, abre nuestro corazón al Evangelio de la vida, protege nuestra
nación y haznos testigos de la verdad.
129
LA IGLESIA Y LA VOCACIÓN EMPRESARIAL
Robert A. SIRICO*
Decir que la manera como llevan su vocación los laicos es haciéndose padrecitos pequeños, manifiesta una comprensión incompleta de lo que es la
vocación de laico como laico, es una especie de clericalismo o de cierta
“magia clerical”, o una “artesanía clerical” que también provoca una crisis en la identidad del sacerdote, y entonces el sacerdote quiere ser “igual
que los laicos”, y tenemos una gran confusión. Lo que necesitamos al
cumplirse ahora 40 años de la promulgación del Gaudium et Spes es ver
ese documento con una nueva luz, a la luz de las cosas que están sucediendo en este mundo. Quiero basar mi conferencia en la perspectiva de
un solo punto, una cita de Juan Pablo “El Grande” en una de sus cartas.
Cuando habla de la alienación de la gente en esta América única, habla
de gente que ha sido alejada de la Iglesia, alienada y desafeccionada de
la Iglesia. Al analizar esto debemos hacer una salida al sector activo de la
sociedad que, de plano aquí es de la gente de negocios, y hay muy poca
gente que comenta este documento de Eclesia in America, tal vez porque
es un párrafo muy pequeño, o tal vez sea por nuestra historia o por la fractura que hay entre América del Norte y el resto de América en cuanto a
los negocios. No queremos regresar a aquellos años en que se promovía
la lucha de clases, esa teoría de dependencia es falsa y no funciona, pero
también queremos ver a las economías de mercado, lo que tienen de útil
pero que necesitan algo más allá de ellas mismas, porque en la economía
de mercado no existe una lógica moral, eso no hace que la economía de
* Obtuvo su grado de Master of Divinity en la Universidad Católica de América.
Realizó estudios de posgrado en la Universidad del Sureste de California y en la Universidad de Londres.
129
130
ROBERT A. SIRICO
mercado sea inmoral, no, pero debe entrar una lógica moral a la economía
del mercado.
Con la ausencia de comentarios de teólogos y de personas expertas en
esto, tal vez quieran evitar que se piense que ellos han sido comprados
por la gente de negocios. Son renuentes a comentar sobre el papel grande
de los laicos, de los hombres de empresa porque piensan que pueden
pensar de ellos que son empujados por dinero a comentar de eso. Éste es
el marco en que quiero presentar estas consideraciones. Voy a mencionar
tres aspectos, porque creo en la Santísima Trinidad:
1) La base moral de la empresa.
2) El desafío moral que emerge de la empresa.
3) La situación mundial, especialmente la globalización, ¿dónde estamos en este mundo de la empresa?
Si hay algún fundamento moral que se pueda encontrar en el mundo del
trabajo y en el mundo de la empresa, tiene que ser la creación, si Dios no
hubiera puesto a Adán y Eva en el paraíso en una situación de escasez,
no nos estaríamos preocupando en este momento ni de mercado, ni de
propiedades, ni de absolutamente nada de la economía. Es precisamente
porque estamos situados en un mundo donde hay escasez que se levanta
la cuestión de la economía, si hubiera abundancia de todos los precios no
serían nada importante, no habría exigencia, demanda, es precisamente
porque hay escasez de recursos o de personas que lo sepan transformar
que existe la demanda o la oferta.
Este mundo material donde estamos situados es un mundo bueno, emerge de un Dios bueno, fue creado con intencionalidad, tiene su origen en la
gracia, porque Dios crea de la nada y pide al hombre y a la mujer, hechos a su imagen y semejanza, que sean administradores de esta creación. Tienen que ser creativos como Dios es creativo, no porque puedan
crear algo de la nada, sino porque tienen la capacidad de manipular el
mundo material, cuando digo manipular lo digo en el sentido etimológico: trabajarlo con las manos.
El medio como el hombre y la mujer cumplen su vocación, el trabajo
según la encíclica Laborem Exercens no es fruto del pecado. Cuando leímos la relación de la creación en el Génesis, vemos que el pecado viene
después de que se dio la vocación al trabajo; el pecado claro que impacta
LA IGLESIA Y LA VOCACIÓN EMPRESARIAL
131
a nuestro mundo, cambia el trabajo en fatiga, pero la vocación esencial del
trabajo conserva su dignidad original. De manera que el mundo material
es bueno, en nuestro papel, en relación con el medio material es contingente, es decir, toca nuestra naturaleza, que es una naturaleza de inteligencia, de razón, es una vocación a tomar riesgos, cada inversión es un riesgo,
es una vocación de productividad y creatividad, es una vocación de descubrir la trascendencia en medio del mundo material, desde el momento de
nuestra concepción somos dos cosas simultáneamente, somos corpóreos
físicos, pero también somos trascendentes espirituales y estas dos cosas
deben de conservarse juntas porque ésa es la realidad de nuestro ser, es un
error muy peligroso en teología y en filosofía tratar de separar estas dos
realidades. Usando la idea del Concilio Vaticano II, como de Juan Pablo
II, antropología es cristología y cristología es antropología.
Así, la persona humana está relacionada con el mundo material mediante vínculos que no son sólo materiales, nuestra relación con el mundo material es diferente de la que tiene un animal con el mundo material.
Nuestra relación con el mundo material no es únicamente con su mundo,
sino también hay una intención de producirlo; nuestra relación con el
mundo material significa también que debemos cooperar con otros en esta
creatividad, porque la persona humana, desde el momento de su concepción, es otra cosa todavía más, pero también somos individuo y relación
con otros. Desde el momento de nuestra concepción somos ya individuales y separados de nuestra madre, pero al mismo momento estamos en
relación con nuestra madre. Todo en la vida humana es conjugar estos
dos polos: nuestra individualidad o autonomía y nuestra sociabilidad o
relacionabilidad, esto significa que cuando agrandamos la esfera de nuestra cooperación material la gente produce más prosperidad no sólo para
ellos, sino para otros.
La Encíclica de l991, Centesimus Anuss, es la carta constitutiva de la
vocación de los empresarios. Ahí dice Juan Pablo II que el hombre de empresas avienta una luz para interpretar la vida cristiana, es precisamente
esta imagen de Dios, en esta creatividad de la persona humana, donde se
cumple esta actividad cooperativa con otras personas, revela algo más
allá de lo que es la relación productiva de un empresario. Revela una
más grande imperatividad al mundo de la creatividad. Cualquier sistema
económico que no reconoce la centralidad de la persona humana y de su
empresa es un falso sistema económico y es un sistema inauténtico, es un
132
ROBERT A. SIRICO
sistema económico peligros; pero el sistema económico que reconoce la
centralidad de la acción humana, de las decisiones hechas por una persona, es un sistema económico con el cual el cristianismo puede tener un
rico y fructuoso dialogo, si hubiera que describir este proceso creativo,
en modos económicos muy sencillos, sería una imagen con la cual todos
estén familiarizados: el petróleo o el aceite.
Consideren por un momento que el petróleo ha existido debajo de la
tierra mucho antes de que existiera la humanidad; a lo largo de la historia
humana era una molestia el chapopote para toda la gente, si lo pisaras caminando en el desierto pues te manchas, y para quitarte esa mancha era
mucho problema, olía horrible, no servía para nada a los seres humanos.
Pero luego pasó algo: ¿cómo este recurso natural que existía en la naturaleza se transformó y se hizo oro negro?, ¿cómo sucedió esto? Fue la
mente humana, la creatividad humana al inventar la capacidad de procesarlo y refinarlo y transformar este recurso para el servicio de los hombres en energía. Éste es un modelo de todas las empresas, no importa lo
simple o complicada que sea, el recurso más grande que tiene el hombre
es él mismo —es una cita de Centesimus Annus, yo quisiera haber escrito
esa frase—, “el recurso más grande del hombre es el hombre, porque la
creatividad no ocurre, no existe afuera, sino en la mente del hombre”. La
riqueza no existe en la naturaleza, puedes tener un país lleno de recursos
naturales, como Brasil, y ser muy pobre, o un país que está desprovisto
casi totalmente de todo recurso natural, por ejemplo Japón. Hacerse rico
no es asunto de los recursos naturales, sino del uso de la mente humana
para transformar la naturaleza; esta creatividad es el cumplimiento de la
imagen de Dios.
Las primeras palabras dirigidas a la familia humana por Dios fueron palabras de vocación al trabajo, multiplicaos, tengan dominio sobre la Tierra,
ésta es una descripción moral-teológica de ese sistema económico de intercambio. Cuando tengo estas imágenes entonces surgen muchas cuestiones torales, quiero tocar sólo algunas, para hacer notar algunos de los
peligros, estoy seguro que en este lugar hay muchas personas más competentes que pueden articular esto de una manera más amplia; hay algo
que se presenta de una manera obvia a nuestros sentidos y es lo que está
contenido en este mundo material, y de ahí se deriva la tentación del materialismo: yo digo que el mundo material es bueno, pero el materialismo
no es bueno.
LA IGLESIA Y LA VOCACIÓN EMPRESARIAL
133
He dicho que la naturaleza del hombre no es solamente la de un consumidor, sino la de un productor, pero también hay un peligro: que nos
veamos a nosotros constituidos esencialmente como consumidores; creo
que en el mundo moderno existe otra herejía cartesiana. ¿Recuerdan la
herejía original de Descartes? Descartes dijo: “yo pienso, entonces existo”, pero la moderna versión es: consumo entonces existo. Conozco muy
poco México, no he ido a ningún mercado o centro comercial en México,
pero si es algo parecido a los centros comerciales estadounidenses, van a
ver a toda una generación de personas jóvenes que van buscando qué cosa son, y son lo que compran. Hay una calcomanía que se pone en las defensas de los carros, y es un dilema psicológico: “Cuando la marcha se
pone difícil, el que se siente así se va de compras”, que cuando están deprimidos, yo consumo, entonces existo. Esto también es un desafío moral
a la economía de mercado actual.
Otro problema emerge de esta economía de mercado, y es real —voy
a hacer un paréntesis económico para poder hacerles entender toda su
portada—. Cuando en el mercado están libres para obrar la demanda y
la oferta, los precios surgen por bienes y servicios. El precio del agua está determinado, en la economía de mercado, por lo que costó producirla;
cuánto costó perforar los pozos para sacar el agua, cuánto costó desarrollar la maquinaria para purificarla, cómo estaba el mercado de mano de
obra en el momento de hacer los pozos y de construir esas máquinas, el
costo relativo de lo que cuesta hacer la botella de plástico, el costo del
diseño e impresión de la etiqueta, el costo de transportarla, por qué es
mejor una marca que otra; todos estos pequeños factores van al precio de
la botella en un mercado de competencia que se revela, que existe, entre
tú y yo y decidimos: queremos o no esta agua, y si es un día muy caluroso y estamos en un lugar donde no se puede tomar el agua de la llave y
alguien llega con una botellita fresca, rica, vas a pagar lo que te pida, pero si estamos, en cambio, en un hotel como éste que te regalan el agua y
hay donde quiera botellas, no voy a pagar 20 pesos, mejor me llevo la que
es gratis: no hay competencia.
Todo esto para decirles que los precios son subjetivos, que no existe
un precio objetivo del agua, son todos los actores que van para producirla y la necesidad subjetiva de agua. Ése es un sistema maravilloso que
funciona muy bien, pero el desafío moral que emerge de esto, cuando nos
equivocamos y no tomamos bien en cuenta el precio subjetivo del agua y
134
ROBERT A. SIRICO
aplicamos este sentido objetivo a todos los valores de la vida, es cuando
confundimos valores económicos con las virtudes.
Éste es el empuje del papado de Benedicto XVI, que es confrontar el
cambio tremendo que el relativismo representa para nuestra cultura. El
subjetivismo, en este sentido, es un peligro en la economía de mercado,
pero también existe lo contrario, el peligro de objetivizar, que al tener la
necesidad de producir bienes y servicios basándonos en las necesidades
expresadas por los consumidores hay un gran abanico de factores que el
empresario tiene que poner en su lugar.
Todo problema comienza cuando empiezas a tratar a la gente que trabaja para ti como si fueran objetos, porque el mimo sujeto que decide cuál es
el precio del agua nunca podrá ser tratado como un objeto, como un medio en favor de otras personas. Hacer eso significa olvidar quién es la
persona humana, es sólo una parte de esa persona, un aspecto material de
la persona. Existe un protestante, C. S. Lewis —si no conocen todavía
sus escritos pronto verán que sí se van a familiarizar con él, porque se ha
hecho una película muy buena que se llama Las crónicas de Narnia, es
una metáfora maravillosa del Evangelio de Cristo—, quien expresa de una
manera maravillosa la antropología cristiana, nos dice:
[...] tú nunca has encontrado un medio mortal, cada persona con quien tú
has tenido un contacto, cada dependiente con la que compras algo, cualquier persona que hayas amado, cualquier persona con la cual te hayas peleado es o un esplendor inmortal o un horror eterno, pero nunca has encontrado un mortal meramente mortal y —prosigue— que la cosa más sagrada
que se nos presenta a nuestros sentidos, fuera del santísimo sacramento mismo, es nuestro prójimo.
De manera que el error es tratar a la gente como objetos en medio de
una empresa de negocios donde el patrón no alcanza a comprender la
riqueza personal de la persona que está frente de él, ya que por parte de
los que producen la pornografía, que hacen de la mujer un objeto de consumo, y que Dios nos perdone, también a los niños, esas personas están
metidas en un proceso de objetivizar a las personas humanas. Todas las
personas son siempre una finalidad en sí mismas y nunca son un instrumento para que otros se diviertan
Otro punto que se nos presenta a nosotros en esta vigorosa economía
que estamos presentando, es precisamente su productividad, la prosperi-
LA IGLESIA Y LA VOCACIÓN EMPRESARIAL
135
dad que puede producirse. Quiero ser muy claro, no estoy diciendo que
la productividad o la prosperidad sea intrínsecamente mala; lo que estoy
diciendo es que cuando llega la prosperidad económica entonces tenemos la oportunidad de escoger todo tipo de opciones, tenemos más cosas
que escoger, tenemos mayores oportunidades, más numerosas y también
más tentaciones. Esto es un desafío que se nos presenta en lo moral y cultural.
Finalmente, éste podría ser el primero de todos los desafíos, porque es
el más grande de todos, pero lo he puesto al último y ésta es la realidad
del pecado original que infecta todo aspecto de nuestra vida y todo lo
que podemos producir, ya sea cultural, social o económico. Tenemos que
estar siempre en guardia, preguntándonos acerca de esta realidad del pecado original; la cuestión es, ¿cómo enfrentamos estos desafíos morales?
Pero enfrentarlos de manera que no sea peor el remedio que la enfermedad, y con el riesgo de parecer ofensivo a algunos que estén aquí presentes, yo creo que el experimento de la teología de la liberación en los años
ochenta y noventa, con la mejor intención del mundo, sin embargo propuso un remedio peor que la enfermedad. Debemos recordar que cualquier
solución que nosotros escojamos, ya sean las instituciones que escojamos,
incluyendo instituciones públicas del Estado, están también infectadas
con el pecado original. Cada vez que escucho que hay empresarios avaros, tacaños o injustos, y que deben estar sujetos a estructuras políticas o
burocráticas para que impidan infectar a la sociedad con su propio pecado, siempre les recuerdo a los que se quejan que los burócratas y los políticos no fueron concebidos de una manera inmaculada. Cualquier solución que venga debe ser equilibrada y que vea todos los aspectos de bien
y de mal que traen.
No puedo dar un panorama completo de cómo enfrentar estos desafíos
pero haré dos observaciones:
1) La primera es observar lo que Juan Pablo II anotó en Centesimus
Annus, donde ahí también delinea estos desafíos culturales y morales que brotan de la economía de negocios, de la economía de mercados y de la economía privada, pero no necesariamente económicos en su naturaleza, sino que estos desafíos son fundamentalmente
culturales y éticos.
2) La segunda observación que hago es el estudio profundo y una nueva impostación del principio de subsidiariedad, que nos va a ayudar
136
ROBERT A. SIRICO
a localizar los problemas y básicamente a evitar la socialización
del pecado original que está sucediendo en la sociedad. Subsidiariedad está tomada de Centesimus Annus, pero se encuentra en muchísimos documentos del magisterio de la Iglesia, y se enuncia: las
necesidades son resueltas de una manera mejor en el ambiente más
local.
Y vengo a la conclusión sobre la realidad contemporánea, lo que ha sucedido en este mundo en los últimos 150 años, la más impresionante salida de la pobreza que la humanidad ha podido ver, pero sabemos que este
trabajo no está terminado. Sin embargo, hemos sabido que ha habido un
grandísimo progreso en estos últimos 150 años, por cualquier parámetro
de análisis, ya sea demográfico o sociológico, la mayoría del mundo está
mucho mejor ahora que hace 150 años.
La realidad que enfrentamos el día de hoy es la globalización, podemos
hacer creer que no existe, podemos denunciar su existencia, podemos protestar y quejarnos de ella, pero va a continuar avanzando; sabemos que
tiene muchos aspectos negativos pero también sabemos que tiene potencialidades increíblemente benéficas; me parece que el desafío que tenemos enfrente en esta nueva realidad es entender cómo es que funciona el
mercado en esa escala tan grande, y que los cristianos, en medio de una
economía de mercado, pueden dirigir esta fuerza que es moralmente neutra a una finalidad moralmente positiva.
Es ser como los hijos de la luz en confrontación con los hijos de la tiniebla, Jesucristo nuestro Señor dice que seamos sabios y el núcleo de
esto es entender cómo la verdad económica es verdad. Que no se pueden
rechazar las leyes económicas como tampoco las leyes de la gravedad, es
igual, pero también entender que la verdad económica no es toda la verdad, que la persona humana es más que la suma de sus partes económicas. Esto va a requerir que los futuros sacerdotes y seminaristas entiendan el papel de los hombres de negocios del futuro; que tengan un respeto
grande para los que se lanzan a las empresas y para las personas que son
emprendedoras.
Se requiere alentar y desafiar a las personas que están bajo nuestro
cuidado pastoral y no únicamente insultarlas. Y esto también va a requerir la formación apropiada para personas cristianas en el mundo de los negocios. Son esos sectores productivos de la sociedad de los que habla
Juan Pablo II en Eclesia in America, al llegar esas personas de negocios a
LA IGLESIA Y LA VOCACIÓN EMPRESARIAL
137
que entiendan que Dios les confió a ellos talentos y que espera que sean
generosos y productivos. Y pedir que ellos también escuchen la voz del
Maestro que les va a hablar en el último día cuando todas las cosas equivocadas del mundo sean arregladas. Que ellos puedan escuchar lo que
dice el Evangelio de San Mateo: “Muy bien hecho siervo fiel y prudente,
te has mostrado fiel en las cosas pequeñas entra en el gozo de tu Señor”.
138
EL CONTENIDO DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
José Luis SOBERANES FERNÁNDEZ*
Quisiera partir de un hecho incuestionable: en un país como el nuestro,
los conceptos de libertad religiosa, Estado laico, relaciones Iglesia-Estado, derecho de los padres a decidir la educación de los hijos, objeción de
conciencia, no significan lo mismo que en la mayoría de los países del
mundo occidental. No es éste el momento de analizar esas discrepancias,
quedémonos solamente con uno: derecho fundamental de libertad religiosa.
En México, para muchos, el concepto de libertad religiosa no va más
allá de la libertad de conciencia o cuando mucho de la libertad de cultos,
que en el fondo no se trata más que de concebir una actitud exclusivamente pasiva del Estado frente al hecho religioso, o sea, no se trata de un
hacer sino de un no-hacer; no admiten que el derecho fundamental de libertad religiosa, hoy día, reclama una actitud de promoción, de impulso,
por parte del Estado, lo mismo que con el resto de derechos y libertades
fundamentales. Parecería como si la libertad religiosa fuera un derecho
de segunda clase, cuya protección resulta políticamente incorrecta, vamos,
ni siquiera resulta adecuado hablar bien de él, llegando a convertirse, incluso, en un tema tabú en ciertos ámbitos públicos.
Por esas razones resulta muy importante precisar su contenido, sus alcances jurídicos, los derechos conexos que de él se derivan y las obligaciones especiales que debe asumir el Estado para garantizarlo. Éste, precisamente, es el objeto propio de esta modesta intervención.
En primer lugar, puntualicemos que vamos a hablar de la libertad religiosa desde un punto de vista jurídico, no abordados, por lo tanto, los aspectos morales, psicológicos o sociológicos de dicha libertad, o sea que
* Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
138
EL CONTENIDO DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
139
no nos meteremos en problemas tales con las expresiones de fe individuales, la socialización del hecho religioso o las particularidades del fenómeno religioso en México.
Sin embargo, tampoco podemos olvidar la importancia y trascendencia que para las personas tiene su propia fe religiosa, en donde se tocan
las fibras más íntimas y sensibles del ser humano, que va más allá de una
simple postura filosófica o ideológica, pues trasciende a su ser mismo,
que le da un origen y explicación, que le proporciona una visión del mundo y de la vida, de su estructura moral y, lo más fundamental, tiene que
ver con lo más importante para cualquier persona: la salvación o condenación eterna de su alma; por ello nos explicamos que muchos hombres y
mujeres han estado dispuestos a perder su vida —y de hecho la han perdido— en aras de su fe religiosa.
Por ello mismo, el Estado está esencialmente obligado a proteger y promover la libertad religiosa de sus ciudadanos, a eso que muchos autores
llaman la primera de las libertades fundamentales, no sólo en el orden
cronológico, sino también en el orden ontológico.
En cuanto al concepto de esta libertad fundamental acudamos a Pedro
Juan Viladrich, cuando señala que un Estado asume la libertad religiosa,
cuando además de prohibirse a sí mismo cualquier coacción o cualquier
sustitución en esta materia, se prohíbe también a sí mismo, como Estado,
cualquier concurrencia junto a sus ciudadanos, en calidad de sujeto de actos o actitudes ante la fe y la religión, sean del signo que fueren.
Vayamos pues, ahora, al tema central que nos ocupa: el contenido de
la libertad religiosa.
Esta libertad fundamental ha tenido una evolución radical durante los
siglos XIX y XX; recordemos cómo en nuestra patria todavía a mitad
del siglo XIX regía el principio de la intolerancia religiosa y cómo gracias al liberalismo se fue abriendo paso la libertad de conciencia, primero, y de culto después, llegando a finales de ese mismo siglo a posturas
extremas que rayaron en lo que Jean Meyer explicó como tránsito de un
deísmo racionalista a un agnosticismo tolerante o anticlericalismo sectario, lo cual, paradójicamente, trajo consigo que en la Constitución de 1917
se contuviera prácticamente la negación del derecho de libertad religiosa,
pero ahora de signo radicalmente opuesto, acarreando por este motivo
una guerra civil y varios lustros de simulación legal.
Por ello, es importante insistir en que resulta fundamental precisar el
contenido de la mencionada garantía individual.
140
JOSÉ LUIS SOBERANES FERNÁNDEZ
Los instrumentos internacionales han hecho un gran esfuerzo al respecto aportando pistas importantes.
En primer lugar encontramos la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, aprobada por la IX Conferencia Interamericana, celebrada en Bogotá, Colombia, entre el 30 de marzo y el 2 de
mayo de 1948, en cuyo artículo 3o. se señala que “Toda persona tiene el
derecho de profesar libremente una creencia religiosa y de manifestarla y
practicarla en público y en privado”.
Pocos meses después vino la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10
de diciembre de 1948, en la cual se amplía el concepto de libertad religiosa al establecer en su artículo 18 que tal derecho “incluye la libertad
de manifestar su religión o su creencia, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la
observancia”.
Hasta aquí las dos principales declaraciones que, aunque en principio
no conllevan una obligación jurídica para los Estados suscriptores, sí traen
consigo una orientación ética muy importante. De lo asentado en ambos
documentos podemos iniciar nuestra consideración señalando que la libertad religiosa implica el derecho de tener o no una religión, así como
manifestar en público y en privado las propias convicciones en cuatro aspectos: la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
Tiempo después vinieron los pactos internacionales, los cuales ya implican una obligación jurídica por parte de los Estados ratificantes. En la
materia que ahora nos ocupa demos un salto a la Convención Europea
para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales (Convención Europea de Derechos Humanos), firmada en Roma el 4 de noviembre de 1950, misma que entró en vigor el 3 de septiembre de 1953, la cual en su artículo 9o., además de repetir lo señalado en
el artículo 18 de la Declaración Universal, agrega un segundo párrafo, que
dice:
La libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más restricciones que las que, previstas por la ley, constituyan medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la
protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de
los derechos o las libertades de los demás.
EL CONTENIDO DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
141
Ello implica una necesaria puntualización para ir precisando el contenido de dichos derechos fundamentales.
En el ámbito americano tardó un poco más en suscribirse el llamado
Pacto de San José, o sea, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, firmada en la capital de Costa Rica el 22 de noviembre de 1969,
la cual entró en vigor el 18 de julio de 1978, y nuestro país ratificó el 30
de marzo de 1981. Pues bien, en el artículo 12 del Pacto de San José básicamente se transcribe lo señalado por las dos declaraciones y la Convención Europea antes citadas, aunque se agrega un cuarto párrafo, en el
que se dispone: “Los padres, y en su caso los tutores, tienen derecho a que
sus hijos o pupilos reciban la educación religiosa o moral que esté de
acuerdo con sus propias convicciones”.
A través de estos instrumentos internacionales se creó un marco de referencia sumamente importante, que sin embargo resultaba todavía muy
genérico, por lo cual las legislaciones internas tenían que desarrollarlo; pero no bastaba con ello, pues se planteaba la necesidad de avanzar con
otros instrumentos internacionales que dieran más elementos objetivos para precisar el contenido y alcance de tal derecho fundamental. Para esto,
en 1960, se encomendó a Arcot Krisnaswami preparar un proyecto de
“Principios sobre la libertad y la no discriminación en materia de religión y de prácticas religiosas”, el cual fue adoptado por la Comisión de
los Derechos Humanos de las Naciones Unidas y posteriormente presentado por el Consejo Económico y Social de la ONU a la Asamblea General, que lo aprobó el 25 de noviembre de 1981 con la denominación de
“Declaración sobre la Eliminación de Todas las Formas de Intolerancia y
Discriminación Fundadas en la Religión o las Convicciones”, que constituye el documento internacional más importante respecto del derecho fundamental de libertad religiosa a nivel mundial.
En el preámbulo de dicha Declaración se vierten una serie de reflexiones que fundamentan el reconocimiento y la protección de la libertad religiosa. Ahí se dice:
Considerando que el desprecio y la violación de los derechos humanos y
las libertades fundamentales, en particular del derecho a la libertad de
pensamiento, de conciencia, de religión o de cualesquiera convicciones,
han causado directa o indirectamente guerras y grandes sufrimientos a la
humanidad, especialmente en los casos en que sirven de medio de injeren-
142
JOSÉ LUIS SOBERANES FERNÁNDEZ
cia extranjera en los asuntos internos de otros Estados y equivalen a instigar el odio entre los pueblos y las naciones.
Considerando que la religión o las convicciones, para quien las profesa,
constituyen uno de los elementos fundamentales de su concepción de la vida y que, por tanto, la libertad de religión o de convicciones debe ser íntegramente respetada y garantizada.
Considerando que es esencial promover la comprensión, la tolerancia y
el respeto en las cuestiones relacionadas con la libertad de religión y de
convicciones y asegurar que no se acepte el uso de la religión o las convicciones con fines incompatibles con la Carta, con otros instrumentos pertinentes de las Naciones Unidas y con los propósitos y principios de la presente Declaración.
Convencida de que la libertad de religión o de convicciones debe contribuir también a la realización de los objetivos de paz mundial, justicia
social y amistad entre los pueblos y a la eliminación de las ideologías o
prácticas del colonialismo y de la discriminación racial.
Tomando nota con satisfacción de que, con los auspicios de las Naciones
Unidas y de los organismos especializados, se han aprobado varias convenciones, y de que algunas de ellas ya han entrado en vigor, para la eliminación de diversas formas de discriminación.
Preocupada por las manifestaciones de intolerancia y por la existencia
de discriminación en las esferas de la religión o las convicciones que aún
se advierten en algunos lugares del mundo.
En cuanto al contenido propiamente dicho de la Declaración, podemos señalar que ahí se recoge, evidentemente, el concepto de libertad religiosa forjado a través de las declaraciones y pactos antes invocados, así
como la prohibición de manera terminante de la discriminación por motivos de religión o de convicciones, y la obligación por parte de los Estados de establecer los medios legales para prevenirla y sancionarla.
Pero quizá lo que más nos interesa sea la forma como el artículo 6o.
de esta Declaración desarrolla el contenido de ese derecho fundamental,
a través de nueve puntos o libertades siguientes:
1) Practicar el culto o celebrar reuniones en relación con la religión o
las convicciones, y fundar y mantener lugares para esos fines. Quizá en este rubro resulta más preciso el texto del artículo 18 de la Declaración Universal.
2) Fundar y mantener instituciones de beneficencia o humanitarias.
EL CONTENIDO DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
143
3) Confeccionar, adquirir y utilizar los artículos y materiales necesarios y su cantidad suficiente para los ritos y costumbres de una religión o convicción.
4) Escribir, publicar y difundir publicaciones pertinentes en esas esferas.
5) Enseñar la religión o convicciones en lugares aptos para esos fines
(aquí falta hacer una referencia al derecho de padres y tutores que
sus hijos y pupilos sean educados dentro de la religión de su elección).
6) Solicitar y recibir contribuciones voluntarias de particulares e instituciones.
7) Capacitar, nombrar, elegir y designar los dirigentes de cualquier
culto o convicción.
8) Observar días de descanso y celebrar festividades y ceremonias de
su religión o convicciones.
9) Establecer y mantener comunicación con otras personas, tanto en
el ámbito nacional como internacional, acerca de cuestiones de religión o convicciones.
Al haber en el mundo una enorme cantidad de religiones (e inclusive
las que propiamente no son religiones —pues no vinculan al ser humano
con la Divinidad—, por lo cual se les denomina como “convicciones”)
profundamente disímbolas entre sí, ¡qué difícil resulta elaborar una especie de carta magna de la libertad religiosa a nivel mundial!, por lo que,
independientemente de contener muchas omisiones y falta de precisiones,
ha sido muy loable el esfuerzo de Naciones Unidas por elaborar la Declaración antes comentada. Por ello mismo, consideramos que la comunidad internacional debe seguir reflexionando y profundizando el tema
de la libertad de conciencia, de convicciones y de religión y no quedarse
únicamente con la preocupación —de por sí muy importante— de evitar
cualquier forma de discriminación por motivos de conciencia, convicción o religión.
Por otro lado, como se habrá podido observar, no es que los instrumentos internacionales puedan agotar el tema de la libertad religiosa, ni
mucho menos, pues en este sentido las legislaciones nacionales, como es
lógico, deben ser mucho más detallistas. Tampoco podemos dejar de considerar que el derecho de libertad religiosa se va manifestando en cada na-
144
JOSÉ LUIS SOBERANES FERNÁNDEZ
ción de acuerdo con sus necesidades sociales, con su bagaje histórico y
cultural, y en general con las demás características que le son propias;
por ello, el derecho internacional no podrá descender a demasiados detalles en esta materia, pues únicamente se podrá referir a un mínimo indispensable.
Sobre este particular, los autores españoles Ibán y Prieto Sanchís señalan:
[...] en el derecho de libertad religiosa pueden considerarse los siguientes
elementos: libertad de conciencia, libertad de culto, libertad de difusión de
los credos, ideas y opiniones religiosas, derecho a la formación religiosa
de los miembros de la confesión, libertad de enseñanza y derecho a la educación religiosa, derecho de reunión y manifestación, derecho de asociación y, finalmente, objeción de conciencia.
Algunos de estos principios deben ser precisados, como de hecho lo
hacen los autores cuando por ejemplo hablan sobre la libertad de cultos,
que debe entenderse el derecho a profesar la creencia que se tenga por
conveniente, así como a manifestar el hecho mismo de esa profesión, lo
cual supone el ejercicio de la propia religión, en público o en privado; la
libertad de conciencia implica el derecho a adherirse a una creencia religiosa, cambiar de preferencia religiosa o no profesar ninguna, a manifestar dichas creencias o guardar silencio al respecto. Esto lleva consigo, en
los países en que existe el derecho a no prestar juramento sustituyéndolo
por la promesa o protesta como decimos en México. La libertad religiosa
ampara el derecho a impartir y recibir enseñanza, información y propaganda religiosa mediante cualquier procedimiento de comunicación y también asegura en favor de los padres el derecho a elegir por los hijos menores la formación religiosa que esté de acuerdo con sus convicciones.
Éste es, como dicen los propios autores, el primer corolario de la libertad
ideológica y religiosa. La objeción de conciencia, por su parte, constituye la posibilidad de incumplir una obligación legal de naturaleza personal cuya realización produciría en el individuo una lesión grave en la propia conciencia o en las creencias profesadas.
Con fundamento en las ideas antes expresadas, modestamente proponemos como puntos de contenido del derecho fundamental de libertad religiosa los siguientes:
EL CONTENIDO DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
145
1) Se trata de un derecho humano, por lo tanto es universal, anterior
y superior al Estado. Cualquier autoridad pública lo debe respetar y
promover.
2) Su fundamento es la dignidad de la persona humana, cuya esencia
es la libertad. Por ello, se debe garantizar la inmunidad de cualquier coacción, pública o privada, pero además se debe garantizar
y fomentar el respeto de los demás, ya que se trata de un campo
que se introduce a lo más íntimo del individuo, que el mismo le da
carácter sagrado y por ende difícilmente una persona pudiera tener
valores superiores a aquéllos que sus convicciones religiosas le proporcionan.
3) Implica un derecho de asociación y una libertad de expresión, con
fines religiosos, en tanto no afecten derechos de terceros, el orden
público, la salud pública, lo moral o los fundamentos mismos de la
democracia; por lo mismo, los que se asocien con fines religiosos
tienen derecho a contar y adquirir locales dedicados al culto, o sea
los templos, y los demás muebles e inmuebles requeridos para
ello, como pueden ser oficinas, viviendas para los ministros o medios de comunicación social.
Se debe respetar el derecho de formar a sus ministros de culto y
reconocer sus estudios, dándoles validez oficial.
4) No se puede permitir ninguna forma de discriminación por motivos religiosos y se debe garantizar la igualdad de todos en esta materia.
5) En virtud de tal derecho, se debe reconocer en todos los individuos
la posibilidad de:
— Tener, no tener o cambiar una religión, profesarla en público o en
privado, celebrar ritos, observar los días de guardar, casarse y ser
sepultado conforme a las celebraciones religiosas que se escojan.
— Recibir instrucción religiosa y asistencia espiritual de sus ministros.
— Acceder a las ceremonias religiosas propias si se está sometido a
algún tipo de reclusión, particularmente tratándose de la hospitalaria, militar o carcelaria.
— Reunirse con otras personas de su misma religión, de forma permanente o transitoria, para llevar a cabo los otros fines religiosos,
como pueden ser beneficencia, educación o apostolado, pudiendo
contar con los bienes muebles e inmuebles necesarios para ello.
SEGUNDA PARTE
CONFERENCIAS TEMÁTICAS
IGLESIAS Y SOCIEDAD CIVIL
LA IGLESIA CATÓLICA ANTE LA SOCIEDAD
CIVIL: REFLEXIONES DESDE MÉXICO
José Luis GONZÁLEZ M.
SUMARIO: I. La sociedad civil: en la vecindad de una quimera. II. ¿Cómo pensar a la Iglesia en la sociedad civil?
III. Bibliografía.
I. LA SOCIEDAD CIVIL: EN LA VECINDAD DE UNA QUIMERA
Aunque el tema puede esconder más de una emboscada, lo abordo, lo confieso, sin haber logrado dilucidar si mi intento tiene más de ingenuidad
que de audacia.
Desde las inquietudes de la vida cotidiana, se antoja que lo civil de esta abstracción denominada sociedad civil conlleva una dialéctica constitutiva tanto con los poderes públicos de derecho (que se generan de la
voluntad popular expresada en las elecciones) como con aquellos otros
que son poderes de facto, sin que la sociedad los haya constituido formalmente y sin que, periódicamente, sea convocada a renovarlos. De alguna
manera, en una primera instancia, se puede entender como civil todo aquello que sólo cuenta con su dimensión de civilidad o de ciudadanía para
valerse en su vida social. Pero por otro lado, la civilidad es, nada menos,
que la razón de ser o razón formal de todos los poderes públicos que sólo
pueden entenderse en relación con su deber de servir a la polis o civitas.
Afinando un poco más el concepto, proponemos que la sociedad civil
con su dialéctica podría extenderse a la ciudadanía organizada que cotidianamente se ve obligada a rescatar sus derechos de las garras de tres
paradigmas que aspiran a un dominio totalizador sobre la sociedad en su
conjunto: Estado, mercado y media. Si desde los poderes públicos del Es151
152
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ M.
tado la civilidad la constituyen los gobernados, desde los poderes de facto del mercado y los media, la civilidad son los clientes cautivos del primero y los consumidores de la información en sus infinitas formas.
Por el componente dialéctico que postulamos, sólo pagando un alto precio de ambigüedad e inoperancia podríamos pensar que la sociedad civil
es toda la sociedad (de la cual, por ejemplo, no podríamos excluir a los
tres paradigmas mencionados). Ni siquiera se puede asumir que sociedad
civil es “toda la sociedad menos los poderes antagónicos” que limitan el
ejercicio de la plena libertad ciudadana, mediante la cual pretendemos
acceder a:
— El ejercicio de la responsabilidad ante los deberes.
— El goce de los derechos.
— La satisfacción solidaria de las necesidades.
En la coyuntura en que nos encontramos, caracterizada, entre otras cosas por la globalización de las oportunidades y del riesgo, la hiperespecialización de los campos sociales de la política, la economía y la información, ha profundizado la dialéctica entre el poder de los especialistas
y la indefensión de su clientela, que no es otra que la sociedad misma.
Quizás el punto de arranque de esa dialéctica deba ponerse en la tiranía y
despotismo de las instituciones respecto a la misma sociedad que las ha
generado, en principio, como instrumento a su servicio. Nos encontraríamos así dentro de la paradoja de lo que Peter Berger llama la fase de objetivación de las instituciones culturales que, construidas por el hombre
en la fase de externalización creadora, terminan imponiéndose sobre él
mediante su poder de internalización.1 Nos encontramos también en el contexto de los tipos de dominación y en las cercanías del concepto de rutinarización del carisma de Weber, que tiene lugar en el proceso de la petrificación y absolutización de las instituciones socioculturales que terminan
imponiéndose a las personas, sometiéndolas finalmente a su propio narcisismo sistémico.2 Ya Pierre Bourdieu, en su teoría de los campos sociales, relacionó el ascenso de la división del trabajo social y la especialización, con el despojo de las competencias de los usuarios o clientes de los
1
2
P. L. Berger, Para una teoría sociológica de la religión, p. 25.
M. Weber, Economía y sociedad, p. 197.
LA IGLESIA CATÓLICA ANTE LA SOCIEDAD CIVIL
153
bienes simbólicos que pretenden producir en exclusiva los especialistas.
De este modo, se entrecruzan dialécticamente, por un lado, la funcionalidad primordial de servicio social o ministerio de políticos, comunicadores, hombres de empresa y funcionarios religiosos, y, por otro, sus intereses de gremio por construir un mercado cautivo para sus ofertas. En
esta brecha que se abre entre el paradigma servicio y el de intereses de
gremio (monopolio de especialistas y poder) es donde se encuentra, a
nuestro juicio, el lugar de la dinámica social de la sociedad civil. Ése es
el lugar social de su génesis.
Lorenzo Meyer, en 1999, describía la sociedad civil como “una red de
organizaciones creadas por la propia voluntad e iniciativa de los ciudadanos para influir en ese mar de acontecimientos que constituyen la cosa
pública”.3 La importancia de esa red en el proceso de maduración democrática la derivaba del hecho empírico de que la calidad de vida colectiva
aumenta en la medida en que es mayor la densidad de esa red de asociaciones voluntarias dedicadas a la formación, educación y movilización
de la opinión pública. Desde esta perspectiva, Meyer notaba una seria dificultad para el desarrollo de la sociedad civil mexicana que, a diferencia
de otros países, se deriva de la práctica atávica de organizaciones sociales que por mucho tiempo no fueron resultado de la libre voluntad de los
individuos, sino de estructuras corporativas que se les impusieron para
controlarlos desde la cúspide del poder para fines que los ciudadanos no
eligieron y con instrumentos sobre los cuales no conservaron ningún control. Así, por ejemplo, las organizaciones que marcaron el siglo XX, tan
influenciadas por la Revolución mexicana como por el populismo: sindicatos, ejidos, organizaciones campesinas, confederaciones de industriales
o comerciantes, los colegios de profesionistas, universidades, etcétera.
Todas ellas, explícita o implícitamente, fueron encuadradas en la estructura del partido en el poder, como sus prolongaciones sociales. Obedecían más al paradigma de la “cultura del súbdito” que al de la “cultura del
ciudadano”.
Las posibilidades de emergencia de la sociedad civil en el México actual, al menos, desde 1988 y especialmente desde 2000, se derivan del hecho de la existencia creciente de organizaciones e individuos ya no controlados por el régimen tradicional.
3
L. Meyer, “La sociedad civil, una utopía no utópica”.
154
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ M.
Sin negar raíces que se hunden hasta en la antigüedad clásica, el concepto actual de sociedad civil, como es sabido, se lo debemos, en buena
medida, a la visión dialéctica de Hegel (1770-1831). Para él, la sociedad
civil se constituía como mediación entre Estado (poderes políticos) y mercado. La sociedad civil descansa y se constituye en organizaciones que
son políticas sin ser parte del Estado y que son económicas pero sin operar por y para la lógica del mercado. Se trata, entonces, de organizaciones que movilizan una gran energía, voluntad e imaginación de los ciudadanos más activos que libremente unen sus fuerzas para salvaguardar
sus intereses, influir en los poderes públicos y para actuar allí donde el
mercado se muestra insensible a las necesidades sociales. Pero todo esto
con un alto grado de libertad y espontaneidad y, en todo caso, sin un proyecto único. Por eso la sociedad civil, como conjunto de actores sociales
que toman el partido de las demandas comunitarias frente a los tres poderes mencionados, es esencialmente deudora de la modernidad y de sus
libertades, del individualismo y de sus posibilidades de iniciativa, de las libertades democráticas y del pluralismo.
Si el liberalismo y el Estado burgués dieron por entendido que la sociedad civil era la sociedad burguesa, el marxismo dio por supuesto que, en
la etapa del socialismo, al desaparecer el Estado, se esfumaba uno de los
polos de la dialéctica entre lo público y lo privado e imperaría el consenso de la sociedad civil socialista.4 Por eso A. Giddens, al analizar las categorías de Estado y sociedad civil, enfatiza la necesidad de reconocer
las fuentes comunes de los aparatos políticos (Estado) y económicos (mercado), siendo para ello indispensable una comprensión histórica de las relaciones entre lo público (Estado-mercado) y lo privado (sociedad civil).5
Esa ubicación marginal respecto de las instancias de decisión del Estado, el mercado y los media inspiran inevitablemente en la sociedad civil un contenido de rebeldía, inconformidad y negación de lo dado como
hecho que desde la lógica de los media y del mercado, además, se postula como inevitable y pretende provocar a la resignación. Así, la sociedad
civil es movida por un conjunto de aspiraciones que apuntan hacia la superación mediante la negación del presente dado, orientándose hacia un
futuro mejor y posible (utopía).
4
J. Cohen, Class and Civil Society. The Limits of Marxian Critical Theory.
A. Giddens, The Nation State and Violence, vol. II: A Contemporary Critique of
Historical Materialism.
5
LA IGLESIA CATÓLICA ANTE LA SOCIEDAD CIVIL
155
Por esa razón la sociedad civil, en lo más profundo de su esencia constitutiva tiene algo de las culturas de resistencia con todas las continuidades y discontinuidades, coherencias y paradojas que éstas arrastran en sus
respectivas coyunturas históricas. A pesar de todo, no son inoperantes como estaríamos dispuestos a considerarlas, movidos por nuestras urgencias perentorias. Estos nichos sociales “efectúan múltiples e infinitesimales transformaciones de las formas dominantes”6 mediante las tácticas
populares que operan en las prácticas cotidianas.7
Las culturas de resistencia resultan ser históricamente duraderas, pese a experimentar el flujo y el reflujo de las movilizaciones, aplastantes derrotas y
periodos de calma transitoria. Pero lo que no debemos hacer es transformar
los movimientos sociales en actores unitarios desprovistos de contradicciones internas y de tendencias contradictorias, y aislarlos de los ámbitos sociales, culturales y políticos de mayor envergadura en cuyo seno experimentan los mencionados flujos y reflujos.8
De esta manera, la creciente desconfianza y rechazo de la gran política, del gran discurso y del omnipotente mercado es la fuerza que está detrás del impulso antiautoritario que, extendiéndose por la sociedad mexicana, permite la emergencia de la sociedad civil.9 Sin una consolidación
de la sociedad civil, la democracia mexicana, no obstante los tímidos remiendos, será una quimera. Hoy las instituciones comprometidas en un
futuro distinto y mejor para México saben que su compromiso tiene que
pasar por el desarrollo de la sociedad civil con todos sus recursos.
Recogiendo ese componente crítico implícito en el concepto y en la
práctica de la sociedad civil, Raúl Hernández Vega, en un importante ensayo que no ha tenido la difusión que se merece, la entiende como generándose
[...] por la negativa de lo dado, pero tal negativa no se queda ahí sino que
avanza sublimándolo y crea nuevos paradigmas. La sociedad civil ontológicamente está vinculada a las zonas de perturbación del sistema con el
6 A. Escobar, “Culture, Practice and Politics: Anthropology and the Study of Social
Movements”, Critique of Anthropology, 12 (4), p. 395.
7 M. de Certeau, The Practice of Everyday Life.
8 J. Gledhill, El poder y sus disfraces, p. 308.
9 L. Meyer, “La sociedad civil, una utopía no utópica”, op. cit., nota 3.
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JOSÉ LUIS GONZÁLEZ M.
que mantiene relaciones dialécticas debidas a la insuficiencia o insensibilidad del sistema respecto a las necesidades reales y expectativas de la sociedad histórica a la cual, supuestamente, se debe.10
De este modo, el concepto de sociedad civil que algunos manejan se
constituye desde “lo social no domesticado” o, dicho de otro modo, desde la idealidad ético-racional desde la cual se pone en cuestión y se critica
el poder fáctico del sistema en cuanto divorciado de las legítimas aspiraciones de la sociedad a bienestar, justicia, equidad, solidaridad, etcétera.
En otras palabras: pareciera que hemos convenido en llamar sociedad civil a aquel sector de la sociedad (cuantitativamente minoritario y marginal) que expresa las profundas y generales aspiraciones de una sociedad
dada, defraudada por el sistema. Por eso en su esencia está su determinación de negar como inevitable lo fáctico antisocial del sistema para trasformarlo tanto desde la normativa como desde las aspiraciones y necesidades sociales de una coyuntura dada.
La sociedad civil se enfrenta, por esencia, al sistema, y el impulso para tal enfrentamiento proviene de pequeños grupos que, poseedores de la
razón crítica (o del sedimento crítico que perdura en las mayorías a pesar
de la cuasi omnipotencia del Estado, el mercado y los media), son los
únicos que pueden tener conciencia de que el sistema ya no funciona por
su petrificación y dogmatización. Por todo esto, el lugar natural de la sociedad civil no se encuentra en el continuum del sistema, sino en las zonas de perturbación o turbulencia, y por eso queda permanentemente ligada dialécticamente al sistema ensimismado, siendo su función negarlo,
al menos en cuanto absoluto e inmodificable.11
Por eso, la genealogía u origen de la sociedad civil no tiene que ver con
ningún punto fijo o inflexión de la estructura del poder. No pertenece al
organigrama. Al modo como maneja el concepto Foucault, la sociedad
civil se genera en sucesos y procesos identificados en zonas o intersticios
turbulentos que no puede ni impedir ni tapar la estructura sistémica.
Por tanto, es en el espacio social de la idealidad, ética y racional, donde se engendra la sociedad civil y en él se precisa su misión de negación
crítica y de construcción de nuevos paradigmas de convivencia humana.
Éstos son tanto su lugar de emergencia como su misión. Su presencia en
10
11
Raúl Hernández Vega, La idea de sociedad civil. Avance teórico, p. 51.
Idem.
LA IGLESIA CATÓLICA ANTE LA SOCIEDAD CIVIL
157
el plano histórico está determinada por ese mismo espacio de idealidad
temporalizada en sus agentes históricos, hombres y mujeres concretos,
portadores tanto de la crítica del presente del sistema como de las nuevas
propuestas. Por ética racionalizada —en cuanto componente de la sociedad civil— se quiere entender una ética que responde a intereses generalizables, compatibles con los anhelos de la gran mayoría de la sociedad y
con sus necesidades perentorias.
En última instancia, la eticidad en el discurso de la sociedad civil radica y consiste en descubrir al otro, como ser que merece respeto, mediante la cancelación del yo por la apertura a la generosidad. Cuando se llega
por esta apertura a la solidaridad, entonces, según Levinas, el sujeto es capaz de “sufrir por el otro, tenerlo al cuidado y soportarlo”.12
II. ¿CÓMO PENSAR A LA IGLESIA EN LA SOCIEDAD CIVIL?
Probablemente nunca haya estado la Iglesia católica universal en contacto con los nuevos movimientos sociales, como la Iglesia latinoamericana
en la segunda mitad del siglo XX. Este hecho, ha preparado de mil maneras a la institución católica para una peculiar sensibilidad (no exenta
de contradicciones y paradojas) con ese tipo de procesos y con el cambio
asociado a ellos.
En principio, el cristianismo, en todas sus formas institucionales y confesionales, debería ser particularmente apto para tomar críticamente el lado de la sociedad civil dentro de la dialéctica básica entre poder sistematizado y ensimismado, por una parte, y los anhelos sociales que apuntan
hacia estructuras al servicio de las personas históricas y concretas.
La vertiente de comprensión y compasión en el descubrimiento del otro
(derivada del hecho de compartir la misma suerte frente al sistema de poder), que algunos autores colocan como esencial en el concepto de la sociedad civil,13 ofrece a la Iglesia un excelente entronque con aspectos fundamentales de su ideario humanista y cristiano. También podría suponer
una adecuada plataforma de interacción con los actores históricos de la
sociedad civil, a condición de que la Iglesia reconstruya su relación histórica y social con la cultura política de nuestro tiempo. Construir socie12
13
E. Levinas, Humanismo del otro hombre.
Raúl Hernández Vega, op. cit., nota 10, p. 19.
158
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ M.
dad civil desde el ministerio tendría una proximidad enorme con la histórica tarea de humanizar, atendiendo la dimensión histórica del Reino de
Dios, reflejado, entre otras cosas, en la solidaridad, equidad, justicia y
fraternidad de las relaciones humanas. En el núcleo del concepto de sociedad civil está, como condición de posibilidad, una ética que desborda
al yo y se orienta hacia el otro. La sociedad civil o se basa en el altruismo (al contrario del sistema ensimismado), o no es nada.
Es necesario mencionar que la Iglesia católica latinoamericana de los
últimos 50 años no ha sido en absoluto ajena a la emergencia de la sociedad civil en el continente latinoamericano.14 Por momentos con muchas
contradicciones internas, es cierto. Cuando a partir de 1968, en la Asamblea de Medellín (Colombia), un sector importante de pastores, intelectuales y autoridades eclesiásticas se acercaron a la realidad latinoamericana
definida como injusticia institucionalizada (hecha sistema) y convocaron
a un compromiso liberador de las estructuras que la generaban, estaban
situándose en los intersticios de perturbación de ese mismo sistema, y tomaban como bandera el clamor de la sociedad civil, convirtiéndose en
voz de los sin voz, atrapados entre los poderes del Estado, el mercado y
los media. Son memorables las imaginativas formas en que muchas organizaciones de la sociedad civil encontraron en la Iglesia latinoamericana
el único espacio de expresión y sobrevivencia frente a regímenes dictatoriales y totalitarios. Quizás la más destacable fue la función de la Vicaría
de la Solidaridad en los momentos más álgidos de la dictadura chilena,
pero, se puede decir que toda América Latina (con diferencias de formas
e intensidades), en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX, fue
una muestra de confluencia del ministerio católico en el desarrollo de la
sociedad civil. Sin negar que en ocasiones no ha sido fácil deslindar lo específico de la misión cristiana y de los intereses institucionales de la propia Iglesia (poder), la voz y el testimonio de sectores de la Iglesia católica (junto con algunos grupos de oposición) fueron las únicas expresiones
de lo poco que quedaba de autonomía al margen del Estado, el mercado
y los media. Éstas fueron las razones por las que la llamada Iglesia de la
liberación fue siempre mal vista (cuando no perseguida) por Estados católicos y por los poderes de facto: era disfuncional a sus intereses. Comunidades de bases urbanas y campesinas, comunidades indígenas, or14
C. Romero, Sobre la relación Estado y sociedad civil en el Perú.
LA IGLESIA CATÓLICA ANTE LA SOCIEDAD CIVIL
159
ganizaciones de salud comunitaria, cooperativas, tiendas comunales, programas de alfabetización concientizadora, comedores populares, etcétera,
fueron instancias en donde mucha gente aprendió a pensar y expresar sus
necesidades sin pedir permiso ni al Estado ni al mercado y, por supuesto,
sin creerse del todo el adoctrinamiento de los media.
En todo caso, hoy día las relaciones constructivas de la Iglesia con la
sociedad civil no deberían conducir —como no ocurrió entonces— a una
disolución de la particular identidad y función de la Iglesia en la sociedad civil. La sociedad civil, en el sentido en que la hemos presentado, es
un espacio de humanización y, por tanto, susceptible de ser incorporada
al principio según el cual nada auténticamente humano es ajeno al ministerio eclesiástico. La sociedad civil, entonces, se presenta como un nuevo territorio ministerial en el que la presencia de la Iglesia podría ensancharse y encontrar un nicho de un nuevo ecumenismo que le permitiría
situarse en un horizonte suprainstitucional e incluso supraconfesional insospechadamente incluyente.
Con todo, a la Iglesia, en su responsabilidad ante la sociedad civil, se le
abre un dilema incómodo pero insoslayable: ¿qué tanto de sus dificultades
en la comprensión y tratamiento de los principales desafíos que le plantean, tanto la dinámica social de nuestros días como las nuevas realidades
culturales, se debe a las exigencias de su paradigma de servicio irrenunciable y qué tanto se debe a las limitaciones de su paradigma de intereses de
gremio? Dilema complicado, porque si nos atenemos a las valiosas intuiciones de Thomas Kuhn, una de las leyes del surgimiento de nuevos paradigmas es que éstos nacen y se constituyen desde los márgenes, mientras que la autoconciencia de la Iglesia se genera y se sostiene desde su
centralidad. Imposible resolver el dilema sin escuchar al margen. Pero
para eso es necesario entender que el margen es mucho más que campo
pastoral; es fuente de información operativa y de inspiración. El margen
interno de la Iglesia es su laicado. El margen externo son los otros, ya
sea que se presenten como pueblos, culturas, religiones o civilizaciones.
Finalmente, es necesario reconocer que, al tratar el tema de las relaciones de la Iglesia católica y la sociedad civil, nos sale al paso un problema de simetría que puede contaminar cualquier camino de cooperación y compromiso.
En buena cuenta, la Iglesia, como pueblo de Dios o laicado (equivalente a Iglesia civil), vive internamente, ante la Iglesia jerárquica, una dialéctica muy similar a la que la sociedad civil experimenta ante los poderes
160
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ M.
públicos, no obstante que desde el punto de vista de la dimensión crítica
de su ministerio, la acción de la Iglesia parece encontrar su lugar natural
en los terrenos de la sociedad civil. Más allá de las consideraciones teológicas y propiamente religiosas, la Iglesia es parte de las instituciones
sociales y participa de la misma dialéctica, respecto de la sociedad católica, que sólo tiene en su haber su condición de seglar o laico frente al poder institucional que pretende producir y administrar en exclusiva los
bienes religioso-simbólicos. Si como sugiere Hernández Vega, la no sistemicidad es característica básica de la sociedad civil (además de la no
violencia, la continuidad y la expresión ético-discursiva),15 es evidente
que el enorme peso sistémico que soporta el aparato eclesiástico no puede pasar desapercibido a la hora de un análisis institucional y organizacional.
Si esto es cierto, no debería perderse de vista una posible consecuencia:
no será fácil (y, aunque lo fuera, tampoco sería deseable) para la Iglesia
asumirse como parte de la sociedad civil sin que eso traiga como consecuencia ciertos replanteamientos de las relaciones de poder y responsabilidades dentro de ella misma. Estos replanteamientos llevarán por sí mismos a ciertas exigencias inevitables de reorganización estructural del
sistema o a pagar un alto costo de su capital de autoridad moral. En otras
palabras, si el fenómeno de ascenso de la sociedad civil desemboca naturalmente en replanteamientos y reformas del modelo Estado-nación y del
aparato del Estado (y de las estructuras de poder del mercado y los media), ese mismo ascenso, como parte de una nueva cultura que envuelve
a la misma Iglesia, exigirá de ella la reformulación de las responsabilidades y derechos de los laicos.
El poder, cuando es sistémico pierde su dimensión de idealidad, y por tanto su dimensión ético-racional. El sistema se expresa por categorías de totalidad, estructura y función. Las relaciones que guardan sus unidades
—subsistemas— son funcionales, esto es, sistemas preestablecidos donde
los seres humanos, en cuanto tales no cuentan... Lo que importa en la visión sistémica es el equilibrio o la mayor complejidad del propio sistema y
por tanto la prevención de aporías o disturbios. El objetivo fundamental
de todo sistema y aun de los sistemas abiertos o procesales donde la estructura se considera cambiante es su integración sistémica.16
15
16
Raúl Hernández Vega, op. cit., nota 10.
Ibidem, p. 18.
LA IGLESIA CATÓLICA ANTE LA SOCIEDAD CIVIL
161
Ésa es la lógica del ensimismamiento de todo sistema. Esta crisis, en la
que el ideal de servicio queda corrompido por el poder acumulado, es
la amenaza permanente de las instituciones en su devenir histórico. En
los sistemas eclesiásticos, significa que la institución entra en una espiral
de narcisismo y autolatría en la cual termina creyendo más en sí misma
que en el dios que representa, y sirviéndose más a sí misma que a su comunidad. También en este caso, el espacio de los laicos católicos que
pertenecen tanto a la sociedad civil como a la Iglesia civil o laica, puede
encontrarse en las zonas de perturbación o turbulencia presentes en el
engranaje sistémico de la institución eclesiástica.
Todo sistema aspira a la perfección en sí mismo y a suprimir los vacíos que pudieran generarse entre sus estructuras, porque se pueden convertir en zonas de turbulencia en las que los individuos piensen, anhelen
y muestren insatisfacción. Su meta inconfesable siempre es que la sociedad piense como el sistema. Es verdad que nunca lo consigue del todo,
pero ahí reside la permanente amenaza recíproca entre sistema y ciudadanos.
La dimensión ética es un componente esencial de la sociedad civil. Ubicada en la esfera de la idealidad, la racionalidad y la eticidad son su sustento. Sin tal sustento el discurso de la sociedad civil desaparece y eso ocurre
cuando el sistema dogmatiza sus postulados y cristaliza sus reglas no permitiendo que la comunicación intersubjetiva se haga racional y éticamente
presente y que la sociedad civil emerja. En tales condiciones la sociedad
civil sólo podrá emerger en los intersticios del sistema, en sus zonas de perturbación; por eso el discurso de la sociedad civil es históricamente discontinuo y sólo se manifiesta en las grandes emergencias del sistema y cuando
los sujetos históricos operadores toman conciencia de que la crisis anuncia
que el sistema ya no funciona.
Esa discontinuidad característica de las manifestaciones fuertes de la
sociedad civil, ligada a la intermitencia de las crisis del sistema, guarda
cierto paralelo con la discontinuidad de los discursos y acciones proféticos dentro de las instituciones eclesiásticas. El cuestionamiento y la crisis son lo más insoportable para un sistema ensimismado. Lo perturban y
abren espacios de turbulencia.
Hoy, terminado el primer lustro del siglo XXI, la Iglesia católica no
puede ignorar sus áreas de turbulencia. Muchos elementos de su estruc-
162
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ M.
tura organizativa y doctrinal son obsoletos e insuficientes para las demandas de sus comunidades, no menos que muchas de nuestras prácticas democráticas en relación con el servicio a la sociedad. Hoy día ni el diputado ni el cura católico ejercen sus funciones mirando a las necesidades de
sus comunidades, sino a los principios institucionales que emana el sistema. Desde un punto de vista exclusivamente civil que incluye la vida completa del ciudadano (por tanto también la experiencia religiosa de muchos
ciudadanos), el sistema eclesiástico no está respondiendo a las nuevas
necesidades que el dinamismo de la cultura cambiante y de la sociedad
cada vez más plural esperan. Muchas de las inadecuaciones de algunas
de las posiciones doctrinales, éticas e institucionales de la Iglesia católica, se deben en buena medida a su ensimismamiento sistémico.
Así como la sociedad civil espera (y esperando lucha) que los poderes
públicos sean redefinidos en función del verdadero servicio a la sociedad
y sus necesidades, cada vez es mayor el clamor explícito o implícito (y,
quizás, distante) del laicado católico que espera mayor realismo: superar
los excesos del clericalismo, participación de los laicos en el gobierno de
sus comunidades y en la designación de sus pastores, la apertura a la posibilidad de rehacer la vida mediante el divorcio eclesiástico, la modificación de la normatividad católica respecto a la planificación familiar,
etcétera. En síntesis, la Iglesia católica se enfrenta a un serio dilema: o replantear sus relaciones con la feligresía y la sociedad desde sus principios
evangélicos y ministeriales, o seguir atrapada en el ensimismamiento de
muchas de sus autodefiniciones teológicas o jurídicas, pagando un altísimo precio de insignificancia progresiva.
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164
IGLESIAS Y SOCIEDAD CIVIL
Luis F. AGUILAR VILLANUEVA*
Agradezco su presencia, estimados amigos y colegas, así como agradezco a los organizadores la invitación a participar en este evento que tal vez
pudiera representar un parteaguas en la construcción de nuevas relaciones entre sociedad, Estado e Iglesia.
La sociedad del tiempo moderno se abre con el Estado y el Estado moderno se estructura a partir del desdoblamiento entre la sociedad política
y la sociedad civil; entre el ciudadano y el hombre, el mundo público y
el mundo privado. En ocasión de la revolución política y la Revolución
industrial, que representan los dos puntos de partida de la modernidad de
los últimos tres siglos, la unidad orgánica de la sociedad cristiana se fractura en dos mundos diferenciados. El desdoblamiento esencial del Estado
moderno produjo reglas propias para cada una de sus dimensiones. En el
ámbito del mundo público las normas jurídicas fueron las válidas, mientras que en el ámbito privado, además de las normas jurídicas, siguieron
siendo fundamentales y significativas las normas morales y las normas religiosas en el campo de las relaciones interpersonales, así como son fundamentales las reglas técnicas y el cálculo racional para las actividades productivas y comerciales.
El desdoblamiento o mundo social partido en dos significa, entre otras
cosas: a) que el mundo público, la sociedad política, es una realidad necesaria pero que no sustituye ni cancela las acciones del mundo privado,
y b) que el mundo privado, cuyo territorio y forma es la sociedad civil,
es una realidad necesaria para la producción de los bienes de la vida y la
del conocimiento, pero carece de los poderes y recursos que posee la so* Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia Gregoriana. Profesor de la UAM
Xochimilco. Investigador nacional. Director general de la empresa consultora de gobiernos Gerencia Pública, S. C.
164
IGLESIAS Y SOCIEDAD CIVIL
165
ciedad política. Son dos mundos diversos, sí, pero interdependientes, en
tanto se requieren el uno al otro; por un lado se requiere la ley y el poder
coactivo para que la vida personal económica, social y familiar se desenvuelva ordenada y pacíficamente, pero por el otro se requieren normas
morales en la comunicación interpersonal y reglas técnicas para lograr
que la producción y el intercambio ocurran y se amplíen. Se puede decir que los dos mundos tienen cada uno no sólo sus propias reglas sino
sus capacidades propias. En el terreno estatal las capacidades son básicamente las facultades legales de la intervención estatal, el poder coactivo,
la magnitud financiera de la hacienda pública. En el terreno social las capacidades son las científico-técnicas de la inteligencia social, las financieras-productivas de la empresa, las capacidades morales y afectivas de
la interacción entre personas, sea o no que sucedan en el marco familiar.
Se requiere la ley y la coacción para asegurar vidas, patrimonios y libertades, así como para asegurar el cumplimiento de los intercambios y
contratos que sustentan la actividad económica, debido a que en ciertas
situaciones las normas morales y religiosas de la sociedad y de los privados son insuficientes e ineficaces para regular la vida en común y darle
seguridad, por lo que irrumpe la incivilidad del delito y somos víctimas
de la infracción y la violencia. En contraste, se requieren las normas morales de la convivencia y las normas técnicas de la producción de las asociaciones privadas porque el poder público no es productivo, no sirve para
producir bienes y servicios, y porque las normas jurídicas sin la complementación de las normas morales y los vínculos emocionales que socializan a las personas y les dan sentido de pertenencia, resultan insuficientes
o se vuelven sólo represivas en varias situaciones.
El desdoblamiento del Estado moderno no existió o no fue efectivo en
la mayor parte de nuestros países latinoamericanos durante los siglos XIX
y XX y no existió o no fue efectivo debido a la real o a la supuesta debilidad, incivilidad, insociabilidad de nuestra sociedad, a su ignorancia, incompetencia, incomunicación, heterogeneidad, infracción, desorden o, como solíamos decir, a su “subdesarrollo”, lo cual hizo que nuestra sociedad
necesitara y dependiera del Estado, de los poderes públicos y de sus burocracias para estar en condiciones de asegurar su supervivencia y convivencia.
La situación de dependencia estatal de la sociedad mexicana y latinoamericana se debió y se debe básicamente a su pobre capacidad de auto-
166
LUIS F. AGUILAR VILLANUEVA
nomía (autorregulación, autocontrol, autogobierno, autorreproducción), a
su muy limitada capacidad para resolver sus problemas de supervivencia
y convivencia colectiva, familiar, personal. El resultado de esta situación
social de bajo capital financiero, capital físico, capital productivo, capital
humano, capital intelectual, capital social, fue la sociedad estatizada o la
sociedad estadocéntrica de los siglos XIX y XX. Es una evidencia que
nuestra economía operó por mecanismos políticos más que de mercado,
y que nuestra sociedad se desarrolló gracias a los bienes y servicios estatales más que a sus propias iniciativas y asociaciones. El déficit social
ocasionó el superávit estatal.
La sociedad civil, tanto como la sociedad económica, no pudo afirmarse y crecer en el siglo XX porque no tuvieron los recursos necesarios
para establecerse como una sociedad independiente de la sociedad política y como una sociedad autónoma, autorregulable, competente, es decir,
como una sociedad civil en sentido propio y estricto, capaz de producir
sus bienes, de regular aceptablemente su convivencia y organizarse para
realizar sus fines. Sin embargo, la dominante estructuración estatista
(que no estatal) de nuestra sociedad empezó a deshacerse, desmoronarse,
cuando la capacidad directiva del Estado-gobierno comenzó a mostrar
sus limitaciones directivas. Y esto ocurrió cuando los problemas sociales
en diversos planos (legales, económicos, sociales, ambientales) se fueron
acumulando y rebasaron la capacidad gubernamental de resolverlos. Los
tres momentos críticos del debilitamiento estatal y, por ende, del ordenamiento estatista de la sociedad, fueron: a) el estancamiento crónico del
desarrollo ISI (industrial sustitutivo de importaciones) que experimentaron nuestros países latinoamericanos desde fines de los años sesenta (que
se combinaba con la presión del socialismo/comunismo de la Guerra Fría);
b) la crisis fiscal del Estado en los años ochenta debido a su desequilibrio financiero (en gran parte por endeudamiento excesivo para sostener
un insostenible sistema político y padrón de gobernación) que colapsó a
la economía pública y en arrastre a la economía nacional, destruyendo
patrimonios, capitales, activos, expectativas y la confianza social en la capacidad gubernativa del gobierno. Y, en compendio y culminación, c) la
crisis política del gobierno, la crisis de legitimidad en que se desplomaron los sistemas autoritarios, su descalificación como agentes imprescindibles para el desarrollo y orden de la sociedad.
IGLESIAS Y SOCIEDAD CIVIL
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La crisis es el parte aguas que inicia a revisar y revertir la manera como
se había organizado la sociedad en numerosos países latinoamericanos y la
manera como había sido dirigida por el poder público. En la crisis quedó
demostrado que la estructuración de la sociedad, como una realidad subordinada al Estado para poder desarrollarse y vivir en orden, era algo que
comenzaba a perder sentido y eficacia, o dicho matizadamente, era algo
acaso necesario debido al atraso y desigualdades de muchos sectores de
nuestras sociedades, pero una condición insuficiente para la producción
de la riqueza, la creación de capacidades, la integración social y la superación de la pobreza.
Dos son los efectos principales de la crisis: la tradicional dependencia
social respecto del Estado autoritario (no del Estado de Derecho) pierde
sentido y eficacia, así como pierde sentido el supuesto de la incapacidad
de la sociedad y de la capacidad robusta del Estado-gobierno. Comienza
a desvanecerse la idea de que la sociedad sea sólo fuente de problemas y
de ningún modo parte de la solución, así como la idea de que el gobierno
por sí sólo, con sus recursos y acciones, sea capaz de resolver los problemas de la supervivencia y convivencia social. Después de la crisis algunos radicales entienden al Estado-gobierno como actor directivo incapaz
(por lo que hay que recuperar los recursos productivos del mercado y los
recursos morales de la solidaridad intrasocial), y los moderados lo entienden como un actor directivo necesario pero insuficiente para la magnitud
de nuestros problemas.
A raíz de la crisis de los años ochenta y noventa la sociedad recupera
o construye su independencia y comienza a construir su autonomía, al
mismo tiempo que recupera, ejerce o construye su capacidad. La debilidad real o supuesta de la sociedad llegó a su término. Desde entonces se
presenta y afirma progresivamente la sociedad como una realidad políticamente independiente y autónoma (con derechos a hacer valer frente a
los poderes públicos) y como una realidad capaz, competente para resolver sus problemas privados, grupales y sus problemas públicos. Empieza
ahora a ocurrir el desdoblamiento del Estado, el desprendimiento de la
sociedad respecto del Estado, su emancipación. Es el nacimiento de la sociedad civil como un mundo diverso de la sociedad política y como un
mundo que se relaciona con la sociedad política, los poderes públicos,
conforme a normas precisas y en términos de complementación.
Éste es un movimiento en proceso, aún no terminado y susceptible de
reversión. Problemas sociales graves podrían ocasionar recaídas hacia el
168
LUIS F. AGUILAR VILLANUEVA
autoritarismo, el caudillismo, el liderazgo democrático plebiscitario. El
asunto o el problema de fondo consiste en saber si la sociedad mexicana
y también la latinoamericana, en sus dos vertientes de sociedad económica competitiva y sociedad societal solidaria, posee las capacidades (científicas, tecnológicas, laborales, organizativas, financieras) requeridas para
la productividad y competitividad, y si posee los recursos morales requeridos de solidaridad, cooperación, respeto, mutualidad. La cuestión es central, pues sólo una sociedad de capacidades productivas y solidarias es en
sentido propio sociedad civil, capaz de resolver sus problemas de supervivencia y convivencia sin necesidad absoluta de echar mano en todo
momento del poder estatal imperativo y/o de los programas gubernamentales. Considero que nuestra sociedad civil tanto por el lado económico
como por el lado societal comienza a manifestar sus capacidades ofreciendo aportes significativos que van en ascenso, pero sus aportes son todavía inferiores a la magnitud y complejidad de nuestros problemas y al
tamaño y tipo de nuestras aspiraciones sociales de futuro.
Aquí se encuentra el terreno en el que podemos hablar de las relaciones entre la Iglesia y la sociedad civil, en el sentido de que las normas de
la Iglesia sobre economía, familia, política, convivencia, comunicación
(por ejemplo, la doctrina social) pueden ser importantes y, en algunas
condiciones, fundamentales para que la sociedad desarrolle su capacidad
de resolver problemas sociales y de realizar futuros de vida en común superior.
Para abrir el camino recordaría que la sociedad civil no es una realidad
religiosa ni la norma religiosa es el fundamento necesario de su civilidad.
Debemos recordar que Estado moderno y sociedad civil aparecen después
de la crisis de la religión católica como estructuradora del orden social, a
raíz de las reformas protestantes y las guerras de religión (siglos XVI y
XVII). La visión de la época consideraba que la religión cristiana por su
división y confrontación había dejado de ser factor de civilidad y, en
cambio, era fuente de incivilidad, razón por la cual se construyó el nuevo
orden social político y económico con referencia a la norma jurídica, y
ya no a la religiosa. Por consiguiente, desde su nacimiento moderno, la
sociedad civil denotó un tipo de sociedad independiente del mundo religioso y cuyos fines no son religiosos, sino materiales, temporales, contingentes. Lo civil es, por definición, lo no religioso, lo no militar, lo no
aristocrático, en el sentido de que la estructura y el funcionamiento de la
sociedad civil no se basa en reglas religiosas, militares y aristocráticas,
IGLESIAS Y SOCIEDAD CIVIL
169
que se presentan como normas incuestionables e intocables por la duda o
la crítica, de modo que resultan excluyentes (de los que no las aceptan),
más que socialmente incluyentes y corporativas, más que socialmente integradoras.
La sociedad civil moderna nace como el mundo de la libertad personal, en su doble dimensión de independencia y autonomía. Evidentemente el ejercicio de la libertad, que concierne a la decisión sobre los objetivos de vida y sobre las acciones idóneas para realizarlos, sigue normas
morales y/o jurídicas, necesita de normas morales y/o jurídicas, así como
obedece a normas técnicas. Sólo así puede ser significativa y productiva,
asegurar su relevancia social y su capacidad productiva. Pero los miembros de la sociedad civil moderna no renuncian a examinar y cuestionar
las normas morales y jurídicas de comportamiento y a reformarlas, particularmente cuando restringen injustificadamente libertades (económicas, intelectuales, políticas), y optan por otras normas. En este sentido, la
norma religiosa deja de ser un imperativo socialmente absoluto y universal, y se convierte en una opción personal o una opción tanto para los
miembros de la sociedad civil como para los ciudadanos de la sociedad
política. Por consiguiente, la Iglesia católica es una voz, una voz más
que podrá ser aceptada o refutada según las evidencias que aporte en el
terreno de los juicios de hecho (políticas económicas, servicios públicos,
asuntos públicos...), y según los argumentos que ofrezca para validar y
defender racionalmente sus normas y recomendaciones sociales en el terreno de los juicios de valor (dignidad de la persona, la vida humana...).
En conexión, podrá llegar a ser una voz que genere confianza social en correspondencia con la autoridad moral, autoridad intelectual y coherencia
de vida que sus autoridades religiosas y laicos despierten en la sociedad.
Aunque la sociedad civil no es religiosa, la Iglesia católica puede ser
un nutriente de la civilidad de la sociedad civil. La sociedad civil, tanto la
económica como la societal, se alimenta o puede alimentarse de la norma
religiosa, o de la norma ética religiosamente derivada. En efecto, una
economía productiva y una economía competitiva (tema del cual nos pasamos hablando un día sí y un día no en este país y en toda América Latina) no pueden florecer a menos que se incorporen a la raíz normas éticas en las relaciones entre capital y trabajo, entre proveedores, productores
y consumidores, así como normas gerenciales de control para el aseguramiento de la calidad de la producción y del producto, que se sustentan en
la calidad de la persona. A ello obedece el renacimiento actual del princi-
170
LUIS F. AGUILAR VILLANUEVA
pio de la responsabilidad social de la empresa y el principio de la centralidad de la persona en la gestión de calidad, que implica la competencia
(analítica, productiva), pero también la actitud (moral) de la persona. La
Iglesia, tanto en el terreno económico como en el terreno gerencial, tiene
recomendaciones o prescripciones significativas que decir, para no citar
sus normas y propuestas de civilidad en la convivencia. El mensaje de la
Iglesia no es de incivilidad, factor que ocasiona divisiones y conflictos,
como suelen subrayar sus opositores, aunque representa en el mundo
contemporáneo una opción de civilidad racionalmente argumentable y una
opción entre otras.
En suma, la voz de la Iglesia en la sociedad civil es una voz más entre
otras con igual derecho a pronunciarse y difundirse. Tiene además que
aceptar someterse a la discriminación de la crítica racional (no de la crítica como denuncia, insolencia o repetición irracional de prejuicios) y reconocer la opcionalidad de la decisión humana. La Iglesia ha dejado de
ser la verdad de la sociedad, pero cuanto más sólida sea la Iglesia en la
presentación de evidencias y argumentos para sus pronunciamientos,
cuanto más confiable y respetada sea por la consistencia de su actuación,
tanto más sus palabras podrán ser socialmente aceptadas como razonables, correctas, constructivas y podrán llegar a convertirse en pautas morales de la sociedad y/o en normas jurídicas del Estado.
La sociedad civil no es ya el territorio de la Iglesia, pero la Iglesia puede conquistar a la sociedad con sus palabras acerca de ciertos temas, problemas, preocupaciones, perplejidades, incertidumbres y sufrimientos de
personas, grupos y sectores sociales. Esta posición es algo enteramente
congruente con la calidad evangélica de la Iglesia, aunque distante de
aquellas situaciones en las que fue poder social o ambicionó serlo.
MÉXICO: DE LA SOCIEDAD TRADICIONAL
A LA SOCIEDAD (ANTI)MODERNA
Manuel CEBALLOS RAMÍREZ
SUMARIO: I. El primer liberalismo: separación, enfrentamiento y conciliación. II. El liberalismo triunfante 18551917. III. Conclusión.
El 6 de enero de 1851, el obispo electo de Michoacán, Clemente de Jesús
Munguía, se presentó en el Palacio de Gobierno en Morelia a prestar el
juramento a la Constitución de 1824, acto que se le pedía como requisito
previo a su consagración episcopal; al ser inquirido, Munguía se negó,
provocando con ello una “escandalosa grita” y una “ansiedad pública”
tanto en la prensa como entre los políticos y los eclesiásticos. Pero dejemos que sea el mismo Munguía quien relate el hecho:
Ya en el acto, y después de leído lo relativo a la Constitución y las leyes,
únicas cosas que yo esperaba en el orden civil, se me leyeron estas palabras: “Sujetándonos desde ahora a las (leyes) que arreglaren el patronato
en toda la federación”. Esta frase resistió para mí toda colocación en la
escala constitucional y canónica. Intuitivamente vi salir de ella una luz que,
cayendo sobre la época de 1833, parecía reflejarse sobre un cercano porvenir: creí que se me abría una puerta; mas por entre sus cortinas asomaba
para mí la cabeza de la célebre cuestión que había costado ya lágrimas a la
Iglesia y sangre al Estado... Mi conciencia, pues, mi deber, la consideración del influjo que pudieran ejercer las palabras de un prelado en circunstancias tan críticas, mi escasa previsión, abrieron mis labios para responder: No, porque esa fórmula compromete los derechos y las libertades de la
Iglesia. Con esto suscité una tempestad que todavía no calma totalmente.1
1 Manifiesto que el licenciado Clemente Munguía, electo y confirmado obispo de
Michoacán por nuestro Smo. Padre el Sr. Pío IX, dirige a la nación mexicana, Morelia,
Imprenta de Ignacio Arango, 1851, p. 2.
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Fue tal la intensidad de la “tempestad”, que Munguía hubo de explicar
su conducta en un manifiesto posterior de más de 250 páginas. No sólo
por los ataques de la prensa, o porque desde 1830 quince obispos antes
que Munguía sí habían venido haciendo el juramento sin ningún obstáculo, sino porque con ello se traía a cuento “uno de los más graves y críticos negocios que se han ofrecido a la Iglesia mexicana”, es decir, la cuestión del patronato.2
En efecto, detrás de la negativa de Munguía estaba uno de de los problemas fundamentales a los que se enfrentó en México el Estado surgido
de la revolución de Independencia, como fue el de definir el lugar asignado a la Iglesia católica en los nuevos proyectos de nación. Desde mediados del siglo XVIII, pero sobre todo, a todo lo largo del prolongado
siglo XIX, al menos cuatro respuestas intentaron resolver este asunto. La
inspirada en el reformismo borbón que, siguiendo la consigna de Pedro
Rodríguez de Campomanes y otros reformadores, asentaba que la Iglesia
debería estar dentro del Estado y no el Estado dentro de la Iglesia, y desde luego supeditada al primero.3 Para Campomanes, nada terrenal debía
tener la función de la Iglesia y debía subsistir dentro del Estado para poder cumplir con su misión: “La Iglesia es la congregación de los fieles que
militan a sus propias expensas para adquirir la herencia celestial, sin que nada temporal sea objeto de tan santa madre”.
La segunda respuesta fue la de los partidarios de la integración de la
Iglesia al nuevo Estado independiente, en el cual se ejercería un regalismo moderado al estilo del ejercido por el Real Patronato de los monarcas
Habsburgo, y en el cual la Iglesia conservaría una personalidad jurídica
más independiente. Detrás de esta opción estaba la idea de que el patronato que ejerció la corona española era un derecho que había pasado con
la Independencia de México a sus diversos gobiernos.4 También estaba la
postura de los católicos liberales, que sustentaban una nueva forma de
convivencia armónica que no fuera lesiva para la Iglesia —ni regalista ni
2
Ibidem, p. 4.
Enrique Florescano y Rafael Rojas, El ocaso de la Nueva España, México, Clío,
1996, pp. 42-45.
4 El mismo Murguía, en su manifiesto, hablaba de un proyecto que había presentado
un diputado a la Cámara el 24 de febrero de 1851 sobre este asunto. En uno de los artículo se leía, “El Poder Ejecutivo de la nación proveerá todos los demás empleos eclesiáticos, como los proveía el rey de España a tiempo de nuestra emancipación”. Manifiesto
que el licenciado Clemente Munguía..., op. cit., nota 1, p. 3.
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supeditada—, y que le garantizara al Estado la soberanía y la equidad.
Inspirado por Augustin Cochin, el católico liberal Charles de Montalembert acuñó la idea de la subsistencia de “la Iglesia libre en el Estado libre”, idea que expresó a Camilo Cavour en una carta pública en octubre
de 1860.5 Derivada de esta consigna se elaboró la doctrina de la llamada
societas perfecta, en la que se conceptualizaba tanto al Estado como a la
Iglesia como sociedades perfectas, haciendo referencia no a la excelencia
de la institución, sino a la capacidad de gestionar y legitimar a todos los
organismos de la sociedad.6 Por último, la opción de los partidarios de la
separación entre el Estado y la Iglesia fue la que subistió en México luego de la promulgación de la Constitución de 1857 y de las Leyes de Reforma, y su posterior integración a dicha Constitución.
Pero detrás de la negativa de Munguía no sólo estaba esta serie de opciones frente a la función de la Iglesia en el nuevo Estado mexicano, sino
su propia concepción de la Iglesia, del Estado y de la sociedad. En la
Cuarta instrucción pastoral sobre el “carácter social de la santa Iglesia
católica” Munguía había establecido que “el hombre tiene en el mundo
una doble relación, la que le une con los demás y constituye la sociedad
doméstica, civil y política, y la que le une a Dios con los vínculos de la
religión y constituye la sociedad religiosa”.7
Desde luego que para Munguía la primacía de la doble relación que el
ser humano tenía, estaba definida por la vinculación con Dios y luego con
sus semejantes; y quien normaba la conexión con el primero era la Iglesia
católica:
El hombre debe a Dios un culto verdadero, pleno y universal, como individuo, como familia, como sociedad, como súbdito, como gobierno; un culto
interior, exterior, doméstico y público. Este culto tiene unos caracteres
constitutivos que son la fe, la esperanza y la caridad; un objeto que es Dios;
un sujeto a quien obliga que es el hombre; y una institución divina, permanente, para sostenerle y conservarle, que es la Iglesia.8
5 Roger Aubert, Pío IX y su época, en Martin Fliche, vol. 24: Historia de la Iglesia,
Valencia, EDICEP, 1974, pp. 259 y 289, nota 12.
6 Patrick Granfield, “Auge y declive de la societas perfecta”, Concilium (177), julio-agosto de 1982, pp. 10-19.
7 Clemente Munguía, Cuarta instrucción pastoral: carácter social de la santa Iglesia católica [s.p.i.], pp. 68 y 69.
8 Ibidem, p. 68.
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Sin duda que esta postura de Munguía era el meollo de las contradicciones de los católicos con las ideas liberales. Y esto al menos en una múltiple cuestión: la de la supremacía entre el Estado y la Iglesia, la de la participación de esta última en la vida pública, la de los bienes eclesiásticos, y
la del papel del individuo y no de las corporaciones como núcleo fundamental de la sociedad y de la economía. A lo largo del siglo XIX se enfrentaron entre sí estas ideas y sus consiguientes opciones y siguieron un
proceso cruento que fue definitorio tanto del Estado como de la Iglesia.
Sin embargo, dos cuestiones son fundamentales de considerar: a) la discusión de la forma de subsitencia de la relación entre la Iglesia y el Estado que terminó en el proceso de deslinde impuesto por las Leyes de Reforma a principios de la segunda mitad del siglo, y b) la permanencia de
una sociedad no secularizada en la que la religión desempeñó un papel
omnipresente e imprescindible, aún dirigida y presidida por un Estado
que impuso formas de secularización en relación con la Iglesia, con las
corporaciones, cofradías, comunidades indígenas y ayuntamientos, pero
que no las impuso en su relación con la sociedad. Es decir, un Estado que
siguió utilizando las antiguas formas de expresión derivadas de la religiosidad popular y pública para la construcción de la nación.
De este modo, el proceso conflictivo de la secularización tuvo dos vertientes. En primer lugar la vertiente política, que modificó las relaciones
de poder entre el Estado y las antiguas corporaciones coloniales, entre las
cuales la Iglesia católica ocupaba el lugar preponderante, y en segundo
lugar la vertiente propiamente religiosa y social, que pretendió modificar
las costumbres, valores y expresiones culturales, pero que, como adelante se verá, utilizó la misma religiosidad y la dejó como base de la nueva
expresión nacional y nacionalista, formando la llamada religión de la
patria, separándola —al menos de jure porque no siempre lo fue de facto— de la religiosidad católica. En este sentido, fue un proceso de secularización sui géneris en que se buscó la racionalización de los comportamientos y la separación y deslinde de las instituciones, pero sin alterar
las formas religiosas tradicionales.
I. EL PRIMER LIBERALISMO: SEPARACIÓN,
ENFRENTAMIENTO Y CONCILIACIÓN
Tal como lo ha estudiado Solange Alberro para el desarrollo del criollismo, la religión católica desempeñó un papel federador y fue el eje de iden-
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tidad del nuevo Estado mexicano surgido de la Independencia.9 Desde
sus inicios el movimiento insurgente construyó sobre ese eje sus ideales
y su legitimidad.10 Miguel Hidalgo, en su proclama de un día después de
la rebelión, se refirió a la religión católica y específicamente a la Virgen
de Guadalupe. Poco después, al enarbolar en Atotonilco el estandarte de
la Guadalupana, le dio a su lucha un simbolismo y una fundamen- tación
religiosa aún mayor, hecho éste que ha quedado grabado en la historia
nacional como uno de los fundamentales.
Otro elemento que da cuenta del origen religioso de la revolución de
Independencia es el nutrido número de sacerdotes y frailes que se unieron a ella. Ya México a través de los siglos había recogido el nombre de
poco más de 150 integrantes del clero secular o regular que habían participado de diversos modos en la Independencia, destacando los nombres
de cuatro de ellos: Miguel Hidalgo, José María Morelos, Mariano Matamoros y José María Mercado.11 Ciertamente, el padre Mariano Cuevas
exageró al aseverar que de los ocho mil clérigos que había en la Nueva
España, seis mil se habían sumado al movimiento emancipador.12 Más
moderado que el padre Cuevas, otro jesuita, el padre José Bravo Ugarte,
asienta como una de las características de la primera etapa de la lucha, la
participación de 161 sacerdotes.13
Pero lo cierto es que los principales caudillos militares e ideológicos,
en su mayoría, eran sacerdotes. Y lo cierto fue también que “en buena
teología moral” de la época los curas insurgentes explicaron y justifica9
Solange Alberro, El águila y la cruz, orígenes religiosos de la conciencia criolla,
México, Fondo de Cultura Económica, 1999.
10 Esta tesis no es nueva en la historiografía mexicana, aunque sí diversa. La sustentó, por ejemplo, el padre Mariano Cuevas desde principios del siglo XX: “La independencia nacional de México debe formar parte integrante de la historia eclesiástica que
hemos tomado a nuestro cargo, no sólo porque sus principales promotores salieron de
nuestro clero, sino también y principalmente porque desde el inicio hasta el fin de la Independencia, intervino notablemente en ella la idea religiosa. El carácter marcadamente
religioso, dice el sabio padre (Manuel F.) Miguélez, jamás abandonó la causa de la Independencia mexicana. Había nacido al toque de una campana y sus ecos la seguían por todas partes”. Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia en México, México, Cervantes, 1942,
vol. 5, p. 48. La diferencia de la tesis del padre Cuevas reside en la orientación apologética que dominó toda su obra y la intención de justificar a la Iglesia y al clero frente a los
embates de la secularización y de la Revolución mexicana.
11 Julio Zárate, México a través de los siglos, México, pp. 775-777.
12 M. Cuevas, Historia de la nación mexicana, México, Porrúa, 1986, p. 448.
13 José Bravo Ugarte, Historia de México, México, Jus, 1962, t. 3:1, p. 57.
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ron la rebelión. Sin embargo, es menester tener en cuenta que de tiempo
atrás la situación de la Nueva España había sido analizada de modo crítico por los mismos eclesiásticos. Sin duda, el caso más patético por su
destino posterior y por su posición de condena a la guerra de Independencia, haya sido el del sacerdote y luego obispo electo de la diócesis de
Michoacán, Manuel Abad y Queipo. Partidario de las ideas ilustradas, hubo, sin embargo, de oponerse a los reformadores borbones cuando éstos
intentaron reducir los fueros del clero aduciendo que al lesionar a la Iglesia erosionaban el sustento político de la monarquía. Y aunque fue defensor de los intereses de la Nueva España frente a las imposiciones tributarias que imponía la corona, y fue también promotor de una nueva y
más justa estructura social igualitaria, se opuso a los insurgentes, llegando incluso a excomulgar a Hidalgo. Irónicamante, más tarde él mismo
fue juzgado de haber promovido la Independencia con sus ideas.14 La
postura filosófica, política y teológica de Abad y Queipo era compartida
por gran parte de clérigos y laicos insurgentes, y esto se vió reflejado en
numerosos escritos que justificaban y alentaban la rebelión. Una idea
fundamental sobre la que construían la emancipación era que la religión
católica sería la única sin tolerancia de ninguna otra, ya que era el catolicismo uno de los ingredientes unificadores básicos de la nación y de la
sociedad. Así lo asentó el Manifiesto a la nación (1812), del padre José
María de Cos; los Elementos constitucionales (1812), del licenciado Rayón; los Sentimientos de la nación (1813), de José María Morelos; el Acta de Independencia de Chilpancingo (1813); el Decreto constitucional
de Apatzingán (1814); el Plan de Iguala (1821), y el Acta constitutiva de
1823.
Finalmente, la Consitución de 1824 legisló en su artículo 3o. que “la
religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el
ejercicio de cualquier otra”. Además, el artículo 50 le otorgaba al Congreso facultades para ejercer los derechos del Patronato en toda la federación y, en su caso, poder firmar un concordato con la Santa Sede.
De este modo, sin establecer estructura regalista alguna —ya fuera armónica o supeditada—, se revirtieron las tendencias secularizantes de los
Borbones. Y no podía establecerse propiamente la estructura regalista por14 E. Florescano y R. Rojas, op. cit., nota 3, pp. 56 y 57. Véase también Manuel
Abad y Queipo, Colección de escritos, México, CNCA, 1994.
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que la Santa Sede no había aceptado aún la independencia de la nueva nación. En 1831, Gregorio XVI preparó el reconocimiento de los nuevos
estados con la bula Sollicitudo Ecclesiarum. La independencia de México fue reconocida cinco años después, en 1836.
Ya para entonces había sucedido un intento regalista acaudillado por el
Senado en 1826, y un intento reformador en 1833, encabezado por Valentín Gómez Farías. En ambos casos los clérigos resistieron a pesar de
que en la década de 1830, como lo ha mostrado Brian Hamnett, la Iglesia
no era ni poderosa ni rica; es más, en 1835, de las 10 diócesis de la República, siete eran sedes vacantes. Fue en el siguiente decenio, es decir,
entre 1839 y 1850, cuando pudo reconstruirse. Fue entonces cuando hubo un patronato de ipso, pues la Santa Sede accedió a nombrar obispos a
los candidatos que el Estado mexicano le proponía, y este último ejerció el
exequátur, es decir, la autorización para el pase de las bulas pontificias.
Por otra parte, había un nutrido grupo de mexicanos y de instituciones
que, como lo han señalado Antonio Annino, y antes Edmundo O’Gorman, vivían dentro de las estructuras sobrevivientes de la política novohispana. Se trataba, en efecto, de una sociedad que tenía fuero militar y
eclesiástico, en la que los pueblos y comunidades tenían personalidad jurídica, y donde gran parte de la legislación civil, criminal, comercial y de
minería continuaba siendo la de la Nueva España. En los pueblos, de modo particular se reprodujeron muchos de los rasgos tradicionales de la religiosidad popular y las prácticas colectivas que habían sido objeto de prohibición en la época borbónica.
II. EL LIBERALISMO TRIUNFANTE 1855-1917
A mediados de la década de 1850 se agudizaron los problemas que ya se
anunciaban durante el periodo anterior. Se sumó ahora la radicalización
de las diferencias y de los grupos, la aceleración de los hechos, la enconada politización de los problemas y de las luchas por el poder, y las inevitables influencias extranjeras en unos y otros. Sin olvidar desde luego
la crisis del papado, la agresión liberal contra los Estados pontificios, y
el consiguiente nacimiento y recrudecimiento del catolicismo intransigente y del ultramontanismo. Uno de los primeros acontecimientos que
anunciaron el rompimiento vino de actores eclesiásticos, en especial del
ya referido obispo electo de Michoacán, Clemente de Jesús Munguía. Se-
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gún David Brading, esta “negativa dramática y su desafiante manifiesto”
marcaron el comienzo del final de una sociedad católica en México que
había dado por hecho las relaciones armónicas entre la Iglesia y el Estado.
Cuando los liberales proclamaron que su partido era la nación, los católicos mexicanos, ya derrotados, intentaron mantener la suya propia. No
en vano una de las primeras instituciones nació con el nombre beligerante de la Sociedad Católica de la Nación Mexicana (1868), opuesta desde
luego a la sociedad secular y liberal. Se organizó en comisiones, entre las
que destacaron las de enseñanza, literatura, artesanos y pueblos. Desde
ese momento, fue cada vez más orgánico el intento de construir en México una sociedad paralela a la secular, sustentada en todos aquellos que
fueran “netamente católicos”, tal como decían los actores de los hechos.
Fue un proyecto del catolicismo intransigente, basado en la teoría del poder indirecto y en la conceptualización de la Iglesia y el Estado como sociedades perfectas. Es decir, como instituciones capaces de gestionar y
tutelar legítimamente a todos los organismos de la sociedad. En una de
sus etapas, este catolicismo fue promovido y gestionado por un laicado calificado, que durante más de 100 años intentó construir una sociedad paralela que, como dijo el obispo Francisco Venegas Galván, “oponía a todo
ataque una defensa”. Es por ello que todo lo adjetivaron de “católico”:
desde la escuela o las agrupaciones hasta la ciencia, los sindicatos o los
partidos políticos que ellos promovían.
Por otra parte, como afirma David Brading, si los liberales habían creado un Estado surgido de las luchas de la Reforma, lo que les faltaba aún
era más arduo y prolongado: formar una nación. Y por contradictorio
que parezca, el proceso de formación de la nueva nación no fue un proceso secular. Fue un proceso de traslape y desplazamiento de la religiosidad católica a la nueva religión de la patria. Todo revistió ese carácter en
las celebraciones. Por ejemplo, el uso de símbolos en las nuevas organizaciones surgidas al amparo del nuevo Estado, como las sociedades mutualistas y otras agrupaciones cívicas. Es cierto que intentaban difundir
valores seculares, pero revestidos del ceremonial religioso y usando conceptos de origen religioso: oración cívica, altar a la patria, mártires que
nos dieron patria. El mismo Ignacio Manuel Altamirano habló de que “los
apóstoles del culto a la patria, al contrario de los apóstoles de la religión,
deben morir combatiendo”. Él mismo se presentó como un “humilde
apóstol del culto de la patria” y a Benito Juárez como “el sumo sacerdote
de la República”. Años más tarde, en un raro texto para su investidura, el
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padre Ángel María Garibay K. —más cercano en este libro a Mariano
Cuevas que al acucioso investigador que conocimos— habló de que el
pontífice de aquella “iglesia laica” fue “el pedante y vacío” Justo Sierra.
Esto lo decía el padre Garibay a propósito de una de las manifestaciones
fundamentales que tuvo este desplazamiento de la religiosidad: el juarismo. La otra manifestación, heredada de Cádiz en 1812, fue la veneración
por la Constitución.
En 1904, en medio de la reformulación de los símbolos nacionales, al
aproximarse el centenario del natalicio de Juárez, Francisco Bulnes escribió El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio.
Bulnes afirmaba en este libro que la apoteosis de Juárez era producto del
“catolicismo residual del pueblo mexicano, que busca siempre una imagen, un culto, una piedad para la emoción social desprendida del sentimiento religioso”. Justo Sierra contestó —auxiliado por Carlos Pereyra—
a las acusaciones de Bulnes con Juárez, su obra y su tiempo. Al terminar
el libro, Sierra incluyó el discurso que pronunció el 18 de julio de 1906 y
que tituló “Los tres grandes hombres de México”, que no eran sino “un
iniciador, un reformador, un pacificador”: Hidalgo, Juárez, y el imprescindible en ese momento, Porfirio Díaz. El discurso dedicado al presidente Juárez terminó con una oración cívica:
Gran padre de la patria... el partido liberal que hoy es la nación, en manos
de ella ha puesto tu gran recuerdo... celebrando los ritos de nuestra religión cívica cada generación al partir dirá a la generación que se levanta y
llega: ¡perseverad como él, quered como él, creed como él! Y le entregará
la antorcha de inextinguible luz.
Hasta hoy el desplazamiento de la religiosidad católica a la religiosidad patriótica y cívica no ha desaparecido de la sociedad mexicana, y
puede considerarse como su principal baluarte y quizá como su único punto de unidad, ya que todos los demás prácticamente han desaparecido.
Citemos a guisa de ejemplo el “Juramento a la Bandera” que semanalmente recitan en algunos estados los escolares y funcionarios, juramento
que, como toda plegaria, se compone de invocación, promesa y ofrecimiento. Plegaria ésta que hunde sus raíces en el siglo XIX:
Bandera de México, legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de
nuestros padres y nuestros hermanos, te prometemos ser siempre fieles a
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los principios de libertad y de justicia que hacen de nuestra patria la nación independiente, humana y generosa, a la que entregamos nuestra existencia.
Por otra parte, el desplazamiento no sólo se trasladó hacia aspectos que
tenían que ver con la construcción de la nación, es decir, con toda una
serie de creencias, valores, creaciones culturales y héroes nacionales. Sino que paulatinamente se fue deslizando hacia el Estado mismo y más
tarde a los gobiernos en turno. Primero con Porfirio Díaz, luego con la
instauración del presidencialismo y finalmente con la aceptación del Estado corporativo y patrimonial. Sin duda esta situación fue la que hizo que
Daniel Cosío Villegas pensara y escribiera en tantas ocasiones acerca del
fracaso del proyecto liberal en México, o al menos de su “traición”, primero refiriéndose a la Constitución de 1857 y luego a la Revolución mexicana.
Por otra parte, regresando al porfiriato, hacía tiempo que se había arraigado en los diversos sectores de la sociedad la política de conciliación. Se
había propuesto así un modus vivendi con los católicos que, sin derogar
las Leyes de Reforma, les dejaba amplios espacios de libertad. Incluso
diversos autores han atribuido a la política de conciliación toda la actividad y progreso de la Iglesia católica durante la época porfiriana. Sin duda que hubo otros factores internos y externos que hicieron de la Iglesia
y de los católicos actores significativos en esos años; pero la política de
la conciliación no fue el único y ni siquiera el más decisivo.
Aún así, habría que recordar a Protasio Tagle, ministro de Porfirio Díaz
en 1876, quien aducía que la conciencia individual debía ser respetada
hasta en sus extravíos; a José María Vigil, quien reconocía que “el clero
católico goza en México de la libertad y demás garantías de las que disfrutan todos los ciudadanos”, y, desde luego, al obispo de San Luis Potosí, Ignacio Montes de Oca, cuya declaración en París sobre la situación
en México, a finales del siglo XIX, selló la conciliación: “Acabo de hablaros de pacificación religiosa. Se ha hecho en México, a pesar de las
leyes que siguen siendo las mismas, gracias a la sabiduría y al espíritu superior del hombre ilustrado que nos gobierna en perfecta paz hace más
de 20 años”.
Tres lustros antes, Justo Sierra había constatado que la conciliación legal o extralegal no llegaría a nada porque de parte de los católicos en el
fondo de la contienda estaba siempre su idea de la supremacía de la Igle-
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sia sobre el poder civil: “Hasta en la última alocución del venerable León
XIII se puede observar que la libertad de la Iglesia y el dominio de la
Iglesia sobre la sociedad civil son sinónimos”, concluía Sierra refiriéndose sin duda a la Encíclica Immortale Dei de 1855, que hablaba acerca de
la constitución cristiana de los Estados.
Sin embargo, después de 1904 sonó “el campanazo político”, tal como
llama Daniel Cosío Villegas a la movilización de diversos sectores mexicanos frente a la crisis final del porfiriato. Fue entonces cuando los católicos se constituyeron en una de las fuerzas políticas que actuaron en la
palestra pública hasta 1914, al lado de porfiristas, reyistas, liberales, maderistas, científicos, anarcosindicalistas. Dentro de la Iglesia, dos elementos fueron fundamentales para la movilización católica: las prescripciones
ideológicas emanadas de los documentos pontificios, y la experiencia de
sus correligionarios en otros países, donde se habían organizado diversas
agrupaciones. Como ellos mismos decían, intentaron reformar la legalidad
mediante la legalidad. Fue el desgaste del porfiriato y el ascenso del maderismo el caldo de cultivo donde floreció la reactivación de los católicos,
que actuaron y ejercieron una fuerza política y social real, no sólo porque
fueran católicos, sino porque eran mexicanos condicionados por las circunstancias nacionales. En 1912, al iniciarse los trabajos de la XXVI Legislatura, Ramón Prida, presidente de la comisión instaladora, llamó a la
tribuna a los representantes de “las cuatro ideas políticas” que estaban representadas en la nueva Cámara. Una de ellas era la del Partido Católico
Nacional (PCN). Entre las organizaciones católicas —entre las cuales ésta era la más novedosa y la más beligerante— surgió una corriente que,
como en Europa, estuvo dispuesta a aceptar el republicanismo, la legitimidad del sufragio popular y la relativa separación de la Iglesia y el Estado. El maderismo, a pesar de su corta duración, aceptó las propuestas de
estas corrientes católicas, y así lo hizo saber el mismo Madero a los integrantes del PCN. Sin embargo, los católicos demócratas y promaderistas
hubieron de enfrentarse con sus propios correligionarios tradicionalistas o
monarquistas y, desde luego, con sus adversarios políticos.
Luego del asesinato de Madero, el PCN y todas las organizaciones católicas se encontraron en un verdadero predicamento. El apoyo directo o
indirecto a Victoriano Huerta de ciertos sectores católicos fue el inicio de
la cortina de humo de una verdadera leyenda negra. La cortina ha sido
tan densa que hasta la fecha no se ha disipado del todo. Y esto a pesar de
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MANUEL CEBALLOS RAMÍREZ
que hubo sectores francamente antihuertistas dentro de la Iglesia y del
PCN, que pagaron con la cárcel sus diferencias, y que el primer grito de
“¡viva Cristo Rey!” que se oyó en el nuevo siglo fue contra Huerta y no
contra Obregón o Calles. Pero el problema principal del PCN fue que
no postuló a Huerta como su candidato en las elecciones de octubre de
1913, sino a Federico Gamboa como presidente y a Emilio Rascón como
vicepresidente. Éste fue el golpe final: enemistado Huerta con el PCN por
haberle negado su apoyo, y acusados por los constitucionalistas de legitimar al régimen espurio por participar en las elecciones, quedaron aislados y anatematizados.
Los constituyentes más radicales de 1917 limitaron y proscribieron diversas actividades de los católicos e incluso establecieron ya no sólo la
educación libre, sino laica, y que además negaron personalidad jurídica a
las Iglesias, prohibieron el periodismo confesional y que las agrupaciones políticas hicieran alusiones a alguna religión. Años más tarde, un supuesto triunfo de los cristeros no hubiese dado origen a una Constitución
diferente, pero eso sí, inversamente proporcional. Todavía en 1947, Daniel Cosío Villegas, ante el fracaso de los proyectos de la Revolución
mexicana, preveía que ante un eventual triunfo de “las derechas” en México,
La mano velluda y macilenta de la Iglesia se exhibiría desnuda, con toda
su codicia de mando, con ése su incurable oscurantismo para ver los problemas del país y de sus hombres reales. La Iglesia perseguiría a los liberales, los echaría de sus puestos, de sus cátedras; les negaría la educación
a sus hijos; serían, en suma, víctimas prontas de un ostracismo general.15
Sin duda, este párrafo de Cosío Villegas, que muestra el estado de las
conciencias de un sector intelectual mexicano, podría ser la versión inversa de otros textos salidos de la pluma de escritores católicos como Clemente de Jesús Munguía, José de Jesús Díez de Sollano, Mariano Cuevas
o Miguel Palomar y Vizcarra. Bastaría cambiar Iglesia por Estado, y liberales por católicos. En realidad, el antagonismo entre los jacobinos y
los llamados radicales blancos se explica no porque unos fueran liberales
y estatistas, y los otros clericales e intransigentes, sino porque ambos
eran mexicanos. Es decir, hombres pertenecientes a la misma estructura
15 Daniel Cosío Villegas, Extremos de América, México, Fondo de Cultura Económica, 1947.
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de poder y resultado de la misma cultura política original: jerárquica, autoritaria, intransigente, corporativa y patrimonial. En otras palabras, el
enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia en México se originó no sólo
porque ambas instituciones hayan sido muy diferentes, sino porque en el
fondo eran muy iguales. Quienes entonces habían ofrecido la posibilidad
de un entendimiento, quedaron desplazados por la aceleración de los hechos y el antagonismo de las propuestas. Entre éstos habría que contar a
quienes siguieron las directrices de Francisco I. Madero y a algunos de
los integrantes del Partido Católico Nacional, que se inspiraban en el
sector más popular y reformista de la primera democracia cristiana, e incluso a algunos de los partidarios del catolicismo liberal.
III. CONCLUSIÓN
Desde fines de la época borbónica hasta el derrumbamiento del porfiriato, es decir, a lo largo de poco más de un siglo, hubo una modificación
sustancial y cualitativa en las relaciones entre dos entidades, que si no
fueron las mismas en el correr de esos años, sí reclamban para cada una
de ellas la legitimidad y la supremacía: el Estado y la Iglesia. Ambas instituciones se encontraron ligadas a las circunstancias de tiempo, de lugar
y de postura filosófica y política.
Sin embargo, si la Iglesia fue deslindada de la vida pública al menos
jurídicamente y de diverso modo por las Constituciones de 1857 y de
1917, hay aún dos cosas por considerar. En la lógica de este partido único
nacional, la tolerancia a los demás era una concesión no un derecho; el tener los colores nacionales no era algo accidental o ventajoso como pretenden sus adversarios, sino que pertenece al orden mismo de la vida pública,
porque pertenecer a ese partido era enraizarse en la institucionalidad de
la Revolución, es decir, de la verdadera sociedad legítima mexicana. Es
por ello que el calificativo liberal y luego revolucionario sustituyó al adjetivo religioso y católico. Curiosa e independientemente del desempeño
del gobierno que sustituyó al por tantos años partido oficial, se puede observar que los intentos de modernización y democratización han venido a
México del partido considerado por sus adversarios como conservador.
Por otra parte, hoy la religión de la patria, como el partido que fue oficial, deben seguir, paradójicamente, sus propios procesos de secularización, es decir, su deslinde del Estado. Además deben seguir sus propios
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MANUEL CEBALLOS RAMÍREZ
mecanismos de racionalización, particularmente en el caso del segundo,
para converitrse en un verdadero partido político, y si no que lo digan las
crisis recurrentes de los últimos años. El nacionalismo debe seguir también su proceso de secularización para recobrar lo más auténtico que lo
constituye y desechar los elementos que lo politizan y lo privatizan en
favor de tal o cual opción partidaria. La lealtad a la nación ya no debe estar ligada a una lealtad política definida, sino a los elementos y valores
culturales y psicosociales de la sociedad mexicana, que es la que preferentemente debe reproducirlo.
DIÁLOGO ENTRE FE Y CULTURA
EL DIÁLOGO ENTRE FE Y CULTURA
Francisco PRIETO
En principio, las culturas se construyen desde la fe. Cultura es un sistema
de ideas y de creencias. En rigor, y como enseñara Ortega y Gasset, el
sistema vital de las ideas de un tiempo. Claro que Ortega fue un hombre
de los siglos XIX y XX que pensó y escribió desde esa circunstancia, con
lo que quiero decir que su concepto de la cultura no podría aplicarse al
homo sapiens originario. Las culturas tradicionales son tales porque viven desde un sistema de ideas y creencias circunscritas a su espacio vital
y a un tiempo que abarca, exclusivamente, a cada una de ellas en particular. Ahora ya no es así y los seres humanos compartimos un tiempo y un
espacio radicalmente interconectados.
Ahora bien, cuando ese lejanísimo hombre que se decidió a ser hombre
dando lugar a la aurora de la humanidad optó por vivir en libertad y desde la razón, ilusionado por dar rienda suelta al espíritu exploratorio que
oscuramente intuía dentro de sí, lo hizo desde la confianza básica que resintió en un primer momento de soledad. El hombre se metió en sí mismo y se dio cuenta, pronto, que ese meterse en sí mismo implicaba rever
el entorno, darle un nuevo sentido, transfigurarlo; el hombre aquel iba descubriendo la belleza, decodificando el significado de sus actos al tiempo
que se le revelaban el mal y el bien; aquel hombre se supo aguijoneado
por la urgencia de imprimir sentido a su realidad, de encontrar una unidad
subyacente; experimentó un miedo de otra naturaleza: el hombre aquel
que eleva los ojos hacia el cielo infinito y balbuceó una primera oración.
El miedo primigenio, empero, será dominado por la inteligencia, y ésta hará pronto a aquellos, seres humanos, porque se han convertido en
seres humanos, resentir la confianza de participar en una luz que es el
fundamento del universo. A partir de entonces, el hombre cree.
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FRANCISCO PRIETO
Pero lo que nos ha traído a esta mesa es el fervor por encontrar las relaciones de nuestra cultura de hoy y la fe cristiana. ¿Es posible que se
mantenga viva esa fe cuando se ha perdido la confianza, cuando nada garantiza que la existencia social tenga sentido, cuando la fe se ve reducida
a la aceptación de que hemos sido tocados por la gracia y la alegría interior que le es consecuente, porque la esperanza de la vida eterna está arraigada en nuestra alma —muerte, sí, ¿dónde está tu victoria si muero porque no muero?— y el espíritu de caridad se ha vuelto el fin superior de
nuestra vida? El ejercicio de la caridad se ha vuelto la paz que nos hace
rebasar nuestras pequeñas miserias, nuestros fracasos, nuestra debilidad.
El sacrificio que proviene de la caridad ejercida es luminoso y despacha
como abominable toda ética centrada en el dolor.
No hubo ni una decena de justos en Sodoma. Pero Lot, la mujer de Lot
y los hijos de Lot se conservaban justos desde la confianza básica de la
fe. La confianza y la alegría de la fe les permitía convivir y aun hallar lo
rescatable de aquellos que ya ni siquiera se planteaban lo que hacían, que,
por tanto, no sabían lo que hacían. Tal vez por ello, la mujer de Lot miró
hacia lo que dejaba atrás para quedar convertida, al instante, en estatua
de sal. No le está permitido al hombre de fe apegarse a los objetos, a lo
seguro, que es, en rigor, lo que lleva a la pérdida de la confianza. Y la fe
cristiana es la hermana gemela de la confianza. El hombre y la mujer de
fe, que saben que la existencia es un campo de batalla, saben que siempre el Otro está presente, que un Dios todoamoroso les ha salvado del infierno del sin sentido, por tanto, del absurdo, del “tanto penar para morirse uno”, de la nada. Ese hombre y esa mujer han encontrado en ese Dios
la felicidad, ésa que no se agota, que no desilusiona. Ese hombre y esa
mujer han observado cómo el deseo inagotable del poder, del dinero, de
la lujuria condenan a los seres humanos a vivir en el desasosiego, siempre
en pos de más, despojados de ese tiempo para sí mismos, para el silencio
del desierto, que es el tiempo sin tiempo de Dios.
Sucede, sin embargo, que la cultura ha dejado de ser cultura y que esta
carretera sin puerto del progreso se ha vuelto la torre de Babel rediviva.
Hay un vacío de Dios que se ha tornado en sucedáneos de Dios que se
plasman en saberes de salvación, una especie de concepción deportiva de
Dios que va de la mano con una concepción deportiva de la sexualidad.
El entendimiento del concepto de cultura en la posmodernidad es equívoco y multívoco, lo que va difuminando la posibilidad misma de encon-
EL DIÁLOGO ENTRE FE Y CULTURA
189
trar o de generar valores trascendentales comunes. Se ha roto el sentido
mismo del ser social. El ser humano queda reducido a sí mismo, sometido al ámbito de la competencia, orillado a la productividad y la eficiencia como valores superiores, constantemente evaluado no como persona,
como un ser integral, sino como dispositivo de un engranaje colosal. ¿Puede haber modos más horrendos de autocalificarse que como ejecutivo o
funcionario? Sucede que lo trágico asoma cuando la criatura fracasa en
la relación personal, cuando no tiene un tú que lo cuestione y lo acepte
por lo que es, cuando la muerte de Dios le ha quitado la posibilidad de
un padre o de una madre comprensivos y providentes. El hombre y la mujer medios, objetivamente débiles en el ámbito laboral, subjetivan esa debilidad y van alimentando el resentimiento, desarrollando el mal que les
es posible, descubriendo, quizá más temprano que tarde, que están limitados aun en la capacidad de hacer el mal, y así como dicen en las empresas que nadie es imprescindible, eso mismo experimentan ese hombre
y esa mujer medios que, alienadas sus existencias, han extirpado de sí toda posibilidad de vida interior. Pero sin vida interior, ¡ay!, nadie puede
construir un nosotros.
El fracaso de la pareja condena a los seres humanos a parasitar el sentimiento del no-merecer hasta la pérdida de la más elemental autoestima.
Y lo que se da al nivel individual, se da, también, en el nivel social. Medidas las naciones por los mismos estándares, sometidas a la globalización y al reino absoluto del mercado —que arrasa toda jerarquía de valores— no queda más camino para recuperar la dignidad que el mal, el mal
que se traduce en el terrorismo. Sin un dios personal y sin un compañero
dialogante, no quedan sino sucedáneos: meditación trascendental, formas
diversas de evitar o, simplemente, de aplacar el dolor en la procura de evitar la presencia de la muerte (enfrentarla requeriría esas razones para vivir que son las únicas válidas para entregar la vida). Los paraísos artificiales del alcohol, la droga y la sexualidad despojada de densidad son las
vías de eludir la muerte y acaban por constituir una especie de muerte
asistida para los que a duras penas reconocen que ni siquiera tendrían el
valor y la posibilidad de quitarse por sí mismos la existencia. El imperio
del mercado en todos los órdenes significa la ruptura de toda jerarquización: lo mismo vale Mozart que Juan Gabriel o Carla Bruni o Britney
Spears; Elena Poniatowska, Paulo Coelho, Guadalupe Loaeza que Dostoievski o Cervantes. Y cada vez habrá menos personas que siquiera en-
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FRANCISCO PRIETO
tiendan a Cervantes o a Dostoievski. El hombre y la mujer medios son,
así, cada vez más ajenos a la posibilidad de desentrañar un texto de alguna densidad, con lo cual cada vez serán menos persona, incapaces de hacer ellos mismos un texto con su vida, de construirse como persona. No
es casual que el mercado busque desterrar a Freud, o a Jung o a Frankl para llevar a los altares la genética.
La fe es, en un primer momento, gratuita, pero el creyente sabe que a
partir de ahí hay que cultivar esa fe, construirla enfrentando todas las dudas, procurando siempre por hacer el otro en mí como existente en sí.
¿Cómo lo hará sin el recogimiento, sin la creación de ese hábito del recogimiento fuera del cual el hombre no se puede encontrar a sí mismo? Como se sabe, el animal se diferencia del ser humano en que no puede meterse en sí mismo, en que no tiene posibilidad de ser sí mismo porque vive
esencialmente alterado. Lo que se ha iniciado en esta posmodernidad es
el proceso de deshumanización: si el hombre un día dijo sí a la posibilidad de hacerse hombre, no se ve por qué no podría ahora renegar de serlo; volver ininteligible el concepto mismo de theoretikós bios, tornarse el
hombre extraño para el hombre. ¿Se puede entender de otra manera la
multiplicación de los paidófilos en el mundo? Someter al que no es nuestro igual, gozarse fuera de toda posibilidad de compromiso, de dialogicidad, ceder al sadismo en su forma más pura.
El caso es que el espíritu comunitario se ha perdido, que a la muerte de
Dios se ha unido la trivialización de la cultura y que fuera de la fe que
alimenta la comunidad de creyentes, el ser humano se pierde en el sinnúmero de objetos que reclaman su atención y que no puede jerarquizar ni
decodificar. Vive, radicalmente, desorientado. El diálogo de la “cultura”
actual con la fe es, sencillamente, imposible, porque para que haya diálogo se requiere que exista diferenciación de las partes. Sucede que la posmodernidad se finca, precisamente, en la indiferenciación. Y, ¡ay!, ésta
conduce, irremisiblemente, a la violencia, porque resulta que nadie encuentra la paz ni la felicidad en lo inane. Sin embargo, sólo desde la oscuridad del fondo de la caverna se reencuentra el sueño y se intuye y avizora la luz.
LA BARCA DE PEDRO... ¿NAVEGANDO CONTRA
CORRIENTE? TENDENCIAS CULTURALES ACTUALES
Y SU IMPACTO EN LA RELACIÓN CON LAS RELIGIONES
Luis Eugenio ESPINOSA G.
SUMARIO: I. La tendencia conservadora. II. La tendencia
neoconservadora. III. Las tendencias crítico-sociales.
IV. La tendencia posmoderna. V. Para concluir.
De las observaciones de M. J. Herskovitz1 debemos prestar atención aquí
a un elemento para entender lo que los antropólogos denominan cultura:
los “estilos de vida” de un grupo humano que parecen alimentarnos y condicionarnos por un tiempo son, igualmente, nudos de relaciones que nos
hacen diferentes a las generaciones anteriores. Si alguno enfatiza únicamente el elemento de enculturación —seguir el estilo de vida de los antepasados—, casi seguramente respaldaría un determinismo “esencialista”
de la cultura y/o de la identidad grupal.2 Al evadir el carácter temporal de
la cultura uno corre el riesgo de pretender “congelar” ciertas manifestaciones de vida como las únicas válidas o auténticas. Si otro estudioso,
por su cuenta, centrase su atención en la aculturación sufrida por un grupo humano, es decir, la forma dinámica en que éste ha incorporado novedades culturales, los proyectos reales de desarrollo se reducirían al quedar sin explicación el substrato o material humano de arranque: se estaría
atentando directamente contra las tradiciones.
1 M. J. Herskovits, Man and his Works. The Science of Cultural Anthropology, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1970.
2 Una crítica interesante a este tipo de aproximaciones —referida en concreto al tema de la identidad nacional—, en J. Larrain, Identidad y modernidad en América Latina,
México, Océano, 2004.
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LUIS EUGENIO ESPINOSA G.
Esta aclaración es pertinente para situar un grupo de tendencias culturales —conservadoras unas, progresistas otras—, que parecen aparecer
como resultado de la tensión entre un núcleo social dominado por un
modelo neoliberal de economía y ciertas posturas que parecen intentar
oponerse, frenar o reorientar la dinámica cultural del modelo global. Paralelamente, una serie de actitudes religiosas y específicamente eclesiales
pueden detectarse o inferirse del estudio de las anteriores. El objetivo de
mis reflexiones, entonces, es enfatizar aquellas dinámicas culturales que
están favoreciendo la adopción o la proliferación de ciertas reacciones
y/o la renovación de sistemas religiosos específicos.
Grosso modo podemos señalar, de entrada, dos grandes tendencias entre múltiples sectores eclesiales: aquellos que luchan por encontrar sentido
a los grandes cambios socioculturales en una vuelta y apego a las tradiciones, y aquellos otros grupos religiosos que se esfuerzan por encontrar
respuestas desde el discurso de un mundo novedoso, inédito. A esta primera gran división, podríamos añadir una subdivisión entre dichos grupos dependiendo de su vinculación con el modelo cultural de la llamada
modernidad tardía o líquida:3 unos que parecen apoyarse en el modelo
neoliberal; otros, que parecen más bien “sufrir” el peso de un modelo que
les resulta adverso o, por lo menos, poco deseable.
Para orientarnos y tener un punto sencillo de referencia en la matriz
resultante recurriremos a un esquema de tendencias socioculturales presentado por J. M. Mardones.4
I. LA TENDENCIA CONSERVADORA
Alimentados por la convicción de que las religiones históricas están ancladas en una tradición, este grupo insiste en el apego a verdades fundamentales, prácticas compartidas, implicaciones morales. El dios de un grupo conservador —judío, musulmán o cristiano— es el señor de absolutos:
perfección, omnipotencia, omnisciencia, eternidad y demás matices que
Aristóteles y Tomás de Aquino tan bien han señalado. Esta “potencia” di3 Metáfora que distingue entre la modernidad clásica o sólida y la modernidad vigente, la empleo en el sentido en que la usa Z. Bauman en su Modernidad líquida,
Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2004.
4 J. M. Mardones, Posmodernidad y neoconservadurismo. Reflexiones sobre la fe y
la cultura, Navarra, Estella: Verbo Divino, 1996, p. 31.
LA BARCA DE PEDRO... ¿NAVEGANDO CONTRA CORRIENTE?
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vina garantizaría cierta estabilidad (“una verdad”) o, por lo menos, cierta
continuidad (“ley natural”) en la vida. La fe conservadora incluye buenas
dosis de confianza en un orden y, por ende, en una autoridad capaz de
guiar u orientar al resto de la comunidad hacia el único camino. Esa confianza en el Absoluto se traduce en un apego incondicional a las normas
eclesiales: confiar en el líder de mi Iglesia genera una certeza necesaria
en tiempos cambiantes.
El pensamiento conservador teje un futuro con pasados: muchas de sus
expectativas están centradas en restaurar una serie de valores, de vivencias o experiencias que aparecen como pérdidas o como víctimas de una
serie de decisiones equivocadas. Un conservador podrá reconfigurar su
tradición hasta convertirla en arquetipo y, por ende, en fuerza mítica que
le permita desafiar la oposición sistemática de una sociedad que, mayoritariamente, ha dejado de creer en principios absolutos o en compromisos
de por vida.5 La vivencia ética de los grupos conservadores se alimenta de
y enfatiza la protección familiar. Esta tendencia defenderá la empresa familiar como patrimonio predilecto; gustará de políticos con cierto tinte
paternalista y autoritario; desconfiará de una democracia que parece ignorar factores importantes como educación y preparación personal. Un
conservador estará orgulloso de ver los frutos de su esfuerzo en el desarrollo espiritual y material de su familia. Casi como consecuencia, podemos suponer que la ética —para el conservador— antepone las reflexiones centradas en la persona, y en su compromiso, en cuestiones familiares
y sexuales, a una ética orientada al cambio y a la renovación social.
II. LA TENDENCIA NEOCONSERVADORA
Esta tendencia, muy evidente en los inicios de la llamada modernidad,
transfiere su confianza en Dios hacia la razón humana. Originalmente de
corte deísta, se admite que, siendo el ser humano la imagen última de Dios
en el mundo, la humanidad lleva en sí la capacidad y la tarea de recrear
este cosmos para hacerlo reflejo fiel de un Absoluto que busca progreso,
evolución, perfeccionamiento. La confianza última de esta tendencia pa5 Entre la amplia gama de conservadores, pienso aquí en los defensores a ultranza
del idioma latín. ¿Por qué latín y no griego o hebreo? La tradición altera la percepción del
pasado para fijarse en un punto específico del mismo, se tendrán, por ello, ciertas fricciones con los métodos histórico-críticos de exégesis, por señalar un caso concreto.
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LUIS EUGENIO ESPINOSA G.
rece inclinarse hacia el Estado: no fácilmente identificable con una figura política específica, sino, más bien, con un sistema legal que permita la
participación libre de la ciudadanía. La tendencia neoconservadora ha
deificado procesos políticos (democracia), sistemas económicos (liberalismo) y ha enfatizado, de modo un tanto optimista, la autonomía y capacidad de cada ser humano. Aquellas Iglesias cristianas sujetas a la modernidad enfatizarán las tareas educativas, organizarán la obra asistencial,
buscarán espacios dentro de un régimen que no las quiere y, de algún
modo, pretende aislarlas de la vida pública. Esto obligará a diversas
creencias a orientar su trabajo al fomento de la intervención política desde la familia y desde la conciencia individual —estamos atestiguando el
éxito de los apostolados que transformarían la fe en sindicatos, partidos
políticos, grupos de reflexión empresarial—.
III. LAS TENDENCIAS CRÍTICO-SOCIALES
Los motivos históricos que fomentaron la confrontación entre las tendencias conservadoras (tradicionalistas) y neoconservadoras (modernistas)
fueron caldo de cultivo para la proliferación de una serie de movimientos
críticos que podríamos caracterizar por el hecho de buscar a futuro. El
paraíso no vendrá si no es construido, y, ciertamente no puede ser realizado por una corriente político-económica que ha estado alienando o
marginando a amplios sectores de la humanidad. El elemento social es
antepuesto a los otros elementos culturales. La fe se aleja de las Iglesias
para centrarse en una fe definida con imprecisión. Esta tendencia está
convencida de que en la acción (nótese la categoría que algunos asimilan
a la praxis marxista) se puede interpretar la voluntad de Dios de modo
más directo que mediante la mediación de una institución.
Aquellos que han encontrado más sentido de vida en esta tendencia enfatizan los aspectos más activos de la esperanza. El Reino es compromiso, Jesús un reformador social, el cambio de estructuras es un imperativo
para el creyente, ideas que nos llevan a interpretar la pasión de estos seres humanos en estos aspectos creativos de la fe. Si para alguien que sostiene esta postura, un conservador es conformista o pretende utilizar su
fe como refugio para el compromiso; desde la postura contrapuesta, los
crítico-sociales son guerrilleros, manipulan una fe sin raíz y su lectura es
peligrosamente relativista.
LA BARCA DE PEDRO... ¿NAVEGANDO CONTRA CORRIENTE?
195
IV. LA TENDENCIA POSMODERNA
Frente a la dinámica del núcleo neoliberal algunos tienden hacia la conservación de un pasado (religioso, familiar, político) y otros hacia la renovación de estructuras; existe un grupo que parece ganar terreno desde mediados del siglo XX: aquellos para quienes la única certeza es su propio yo.
Desconfiados de toda verdad absoluta y de toda institución, los que se
adscriben a la tendencia posmoderna asumen un relativismo que raya en
el desencanto. No hay verdad última, sino construcciones interpretativas
y limitadas: por ende, no podemos contar con refugios religiosos que se
pretendan únicos o absolutos. Los menos radicales, entre los que suscriben estas ideas, parecen hacer esfuerzos por identificar a la divinidad con
el pensamiento positivo y radical que tenga cada ser humano: “somos
dioses”, sostiene una reciente película de factura new age. Parece renovarse una confianza en la oración y en la vida espiritual, podríamos decir
que el rostro místico del creyente resurge con fuerza.
La fe se carga hacia la experiencia, entendida ésta como vivencia íntima y emocional, mientras vacía sus expectativas intelectuales: no se pretende entender a una divinidad que, de todas formas, nos trasciende; se
busca la apertura a la posibilidad de “sentirla” dentro de uno mismo, de
autotrascenderse. Evidentemente, no todos aceptan esta visión más religiosa de la decepción posmoderna y aparecen así los radicales nihilistas
que pueden ser vistos como emisarios de un Apocalipsis alternativo. El
nihilista es peligrosamente negativo, caldo de cultivo para grupos que se
juegan la existencia tanto por una causa que les atrae como por nimiedades y aburrimiento; no es extraño que algunos vean al posmodernismo
como el suicidio de la civilización occidental.6
V. PARA CONCLUIR
El mundo neoliberal se nos presenta con todas sus posibilidades y sus
contradicciones. Ese mismo núcleo que nos pide una reflexión crítica sobre la falta de regulación de los mercados financieros; esa misma globa6 Entre los neoconservadores es común denunciar la excesiva tolerancia de la posmodernidad; se considera que la juventud está destruyendo a la nación por su falta de
compromiso político, por su afán de diversión inmediata.
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LUIS EUGENIO ESPINOSA G.
lización que parece incrementar la brecha entre ricos y pobres; ese modo
de vida que disfruta de la obsolescencia como moda y que, pareciese, traslada el mismo criterio a las relaciones interpersonales y a la visión religiosa. La extrema confianza en la economía ha llevado a unos cuantos
multimillonarios a convertirse en los héroes, los prototipos de la nueva
divinidad: ya no están atados ni al tiempo ni al espacio, sus compañías
mueven presupuestos superiores a los de infinidad de países, sus recursos pueden eliminar la pobreza o barrer del mapa la herencia cultural de
una nación, omnipresentes y todopoderosos dueños de la fortuna.
Partiendo de la experiencia del núcleo neoliberal como sistema cultural
y no únicamente como una opción económica, es como podemos apreciar
mejor la tarea de las otras tendencias. Derechas e izquierdas, conservadores o progresistas, estos grupos humanos han visto los riesgos del incremento en los movimientos del núcleo: ¿cómo desacelerar la economía
para darle un rostro humano?, ¿cómo revitalizar la política para defender
a la comunidad frente a los “dueños”?, ¿cómo reinterpretar nuestros sistemas religiosos para servir a la humanización de la vida y a la construcción del Reino?
En estas complejidades culturales es el lugar donde el creyente deberá
insertar la caridad: el amor de un Dios que no deja de entregarse y apasionarse por la causa humana.
DIÁLOGO FE-CULTURA
Nazario VIVERO
SUMARIO: I. Introducción. II. Algunos presupuestos y distinciones. III. Algunas preguntas y problemas. IV. A modo
de conclusión.
I. INTRODUCCIÓN
Sin mayor dilación, entremos in medias res en nuestro tema, el cual, si
bien representa una particularidad en el marco de la temática general del
Congreso, no es menos cierto que, de suyo, tiene un alcance universal, por
la índole misma de los términos en presencia: fe y cultura. En efecto, ambos, cada uno en su respectivo nivel, dicen tener relación con la integralidad de la experiencia humana, tanto en lo relativo a su alcance como,
sobre todo, a su registro de radicalidad, léase, de origen (arqueología) y
de destinación (teleología), de memoria que enraiza, de promesa que proyecta y de esperanza que plenifica.
Lo que sigue, más como evocación y exigencia que como desarrollo y
realización, sólo pretende compartir algunos puntos, a la manera de una
meditación de analogía ignaciana, con talante filosófico-teológico, pero
sin pretensión científica o académica alguna.
Me permitiré abordarlos en varios apartados relativamente breves, acorde con el espacio limitado del que disponemos. Un primero, a modo de
presupuestos, no tanto como captatio benevolentiae para elementos en
los que no entraré más detalladamente y como se debiera, sino como explicitación de algunos referentes de valor que, sin mención directa, poseen
una consistencia epistemológica significativa para el conjunto. Un segundo punto se referirá a aspectos de contenido bajo la forma de preguntas y problemas relativos al tema asignado, así como a un resumen de al197
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NAZARIO VIVERO
gunas de sus posibles consecuencias. Por último, en lugar de una conclusión, unas breves referencias de índole sintética, a la cultura como derecho humano fundamental, y a la fe en igual carácter y en su especificidad
creyente.
II. ALGUNOS PRESUPUESTOS Y DISTINCIONES
He escogido este acercamiento —unos “puntos de meditación” más que
un desarrollo histórico o sistemático— a la tarea propuesta, tanto por
mayor cercanía a mi sensibilidad y desempeño como por lo que considero menos impertinente en cuanto a ciertas expectativas en el marco de una
breve comunicación como parte de un panel interdisciplinario. Eso me
dispensará de referencias y citas explícitas de autores y obras, si bien no
dejará de traslucir, de modo agradecido, la cercanía e incluso la filiación
con relación al espíritu, talante, enfoque y temas de algunos, ya sean clásicos o más recientes.
Lo anterior no prejuzga de la pertinencia teórica de la unidad, en la
distinción, de un planteo articulado, científico, filosófico y teológico, de
nuestra temática de conjunto —diálogo fe-cultura— como forma moderna de ir al encuentro del doble requerimiento clásico de fides quarens intellectum, intellectus quarens fidem, expresión más elaborada del vital
ritmo creyente —a manera de sístole y diástole— de credo ut intellegam,
intellego ut credam. Si bien la polivalencia contenida en el término fe y
la mayor comprehensión del término cultura frente al de intelecto no permiten una correspondencia exacta de esta dialéctica con la planteada en
el título, no es menos cierto que el papel peculiar que juega la racionalidad en el desarrollo cultural contemporáneo deja entrever que una meditación al respecto, si bien no es suficiente, no deja de ser necesaria para
una mejor interpretación de lo requerido.
Apelar a la denominación “presupuestos y distinciones” no equivale a
recurrir a una cláusula de estilo para señalar, con brevedad, algunas restricciones o énfasis en la exposición, por obvias limitaciones personales
o metodológicas, sino a apuntar, con cierto desarrollo, a algunas referencias que requerirían un tratamiento más pormenorizado para hacer justicia a su significación e importancia científica, filosófica y teológica,
humana y cristiana.
DIÁLOGO FE-CULTURA
199
En una primera instancia, sencilla y directa, creo un deber señalar que
la mención “diálogo fe-cultura” no ganaría en claridad si fuese interpretada en forma de una “y” copulativa y, por ende, como yuxtaposición. Radicalmente, la relación en esos términos no sería real ni inteligible, humana y cristianamente. Lo que existe como pertinente sería algo así como
“la fe en la cultura” y “la cultura para la fe”, ambas fórmulas traduciendo
una especificidad tal que ninguno de los términos se diluye en el otro,
que no existe instrumentalidad o subordinación entre ellos, si bien, en
particular para el creyente cristiano, al ser diferentes los sujetos primarios —la persona concreta para la fe, la comunidad histórica para la cultura— la relación entre ambas realidades se asemeja, a ratos, a los puntos
secantes de dos círculos, en otros a la tensión entre los respectivos focos
de una elipse, el todo apuntando hacia la trascendencia que la espiral
evoca. En otras palabras, y según la clásica dialéctica de la fe en la(s) cultura(s): inserción necesaria, discernimiento mutuo, transfiguración de la
segunda por la primera.
Con respecto a cultura, me parece de rigor señalar, por una parte, su
realidad singular, como expresión propia, imprescindible, irreductible, del
ser, y en particular del quehacer humano en cuanto humano, a distinguir
—no separar— de la naturaleza y de lo que en cierta nomenclatura se
acostumbra designar como sobrenatural, y, por la otra, su innegable y rica diversidad —las culturas— que traduce la creatividad y originalidad
de la libertad humana, pluralidad que, según una metáfora espacial, tal
vez no la más pertinente, podría, a su vez, distinguirse en vertical (etnias,
lenguas, historias) y horizontal (cultura popular, obrera, política, científica, religiosa). De particular significación contemporánea, sociopolítica y
eclesial es la distinción, en la comprensión de la cultura, entre ésta como
parcialidad, sector o ámbito específico, subsistema (a distinguir de lo económico-social y de lo político, como en algunos planteos de Max Weber o de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Vaticano II) y ella
como sistema, nivel, dimensión o globalidad, según el planteo medieval
de totum sed non totaliter (por ejemplo la autocomprensión eclesial de la
misma a partir de la Evangelii nuntiandi y el magisterio de Juan Pablo II
y, entre nosotros, Puebla). Es esta comprensión sintética, integradora, de
la realidad humana, la que la homologa con la universalidad y radicalidad de la presencia y exigencia de la fe cristiana.
Ese carácter, en realidad más radical que total, se articula como una
doble unidad, en las respectivas distinciones, tanto en el plano de la rea-
200
NAZARIO VIVERO
lidad como en el de la especificidad de las expresiones de la cultura. En el
primero de los planos, en efecto, mientras en el estrato socioeconómico
se trata de solucionar necesidades según la guía de la justicia, y en el político facilitar y orientar la convivencia como seres sociales, “públicos”,
por el aguijón de la libertad, corresponde al cultural —como razón teórica y práctica— generar, compartir y transmitir significaciones, valores y
formas para dar sentido y valor al conjunto del sentir, el pensar y el obrar
humanos. Parodiando a Kant, podría decirse que “mientras lo cultural sin
lo socioeconómico y lo político estaría vacío, éstos, sin aquél, serían ciegos”. En el segundo plano, cabe decir que cultura es, a la manera del
Concilio de Calcedonia, inconfuse et indivise, una realidad alejada tanto
de su “reducción” infraestructural (marxista) o tecnocrática (liberalismo
económico) a lo instrumental-tecnológico, a lo pragmático-voluntarista
(la positividad del poder legalista o de la política burocratizada como hipertrofias de las justas funciones estática del derecho y dinámica de la autoridad y del poder como servicio público) o a lo “elitesco” de las beaux
arts y las belles lettres palaciegas, clásicas, renacentistas o ilustradas. Se
trata de hacer justicia histórica, antropológica y teológica a la necesaria
asunción de la materialidad y la institucionalidad en la esfera de lo que
uno de los grandes filósofos del siglo XX, cristiano reformado, Paul Ricoeur, llamó el núcleo ético-mítico de toda cultura, para vertebrar en la
“memoria viva” de los relatos constitutivos de toda comunidad histórica,
en la profesión consecuente de convicciones y en el ejercicio responsable
de su actuar libre, la identidad, dinámica por naturaleza, de todo pueblo
y de toda cultura, según una dialéctica, siempre novedosa, de fidelidad
creadora, de compromiso lúcido y decidido, de esperanza contra toda esperanza. La cultura es así capacidad (potentia oboedientialis), quehacer
(poiesis), obrar (praxis), que humaniza radicalmente, es decir, enraiza y
trasciende, a la manera del espíritu humano, de la persona, que sólo es por
encarnación, por decisión, por ansia de plenitud, de infinito, de bien.
Con relación a la fe son también de rigor algunas precisiones. En nuestro contexto se presupone que usamos ese concepto en su sentido cristiano y, más específicamente aún, católico. Desde esa confesión, hay que
asumir que existe una distinción entre creencia o religión, por una parte,
y fe (teologal), por la otra. Desde su autocomprensión, la fe cristiana se
vivencia no como cuestionamiento o incluso negación —a partir, por
ejemplo, de los “maestros de la sospecha” como Marx, Darwin, Nietzsche
DIÁLOGO FE-CULTURA
201
o Freud— de la objetividad religiosa y de su correlato, el sentimiento subjetivo de la misma, sino como la plenitud de la manifestación de la divinidad, fundamento de la dimensión sacral, religante, de la existencia humana
y de su incidencia cósmica e histórica; como un existencial de autotrascendencia hacia la plenitud de verdad, bien, ser. Pero ella no se limita a
eso y proclama la especificidad de la revelación hecha palabra como irrupción graciosa, real y efectiva, de la divinidad personal en el curso de una
historia de y en salvación, con un punto culminante, de suyo insuperable
e ineliminable, en el acontecimiento de la encarnación en el espacio y el
tiempo, que se ofrece y aguarda una respuesta libre de aceptación. Por la
primera dimensión comparte la capax Dei de toda existencia, como asiento antropológico necesario de una apertura que, sin esa manifestación, corre el riesgo de ser un movimiento sin anclaje ni destino, aunque no elimine ni la ambivalencia o ambigüedad de su motivación ni la incertidumbre
de la realidad efectiva, actuante, del objeto de su creencia. Por la segunda,
la revelación entra en el espacio más propio de toda realidad personal, el
del sentido, a través del acontecimiento de palabra, la vivencia de una semejanza en la alteridad radical, la experiencia de salvación, es decir, la
inserción en el misterio fundante que “es” y “hace ser”. La fe es, pues,
ese momento segundo, como respuesta proporcionada, libre, sustentada
providentemente, al momento primero de la automanifestación del Dios
vivo, que crea, redime y plenifica, es decir, que salva como purificación
y transfiguración de la libertad finita y de la realidad del mal.
En la experiencia de la fe es necesario y provechoso distinguir, siguiendo en esto a los antiguos, entre la fe como sentimiento y actitud (la fides
qua o “fe por la que creo”) y la misma fe como contenido, como “confesión de verdades”, como articulación conceptual (la fides quae o “fe en
la que creo”). La primera dimensión expresa la resonancia vital, la experiencia creyente como irrupción y respuesta existencial de quien hace el
“encuentro” de un alter ego que permanece otro en la cercanía y como
otro fundamenta y atrae, sin común medida con todos los “otros”. La segunda dimensión no sólo complementa, como significación, la fugacidad
del acontecimiento-encuentro, sino que hace justicia a esa doble especificidad humana del “ser de palabra” y del “ser de acción libre” como expresión de dignidad, de realización, de respuesta proporcionada —en la
desproporción de la diferencia ontológica— a la desmesura de una alteridad que “cubre la distancia” de la diferencia por un amor inmerecido.
202
NAZARIO VIVERO
Los antiguos expresaron eso bajo la forma de una dialéctica entre lo
razonable de la fe como salto riesgoso, pero responsable, lejos de toda
“autosuficiencia” titánica o toda “desesperación a lo Sísifo” —porque
“sabe en quién ha puesto su confianza”— y la racionalidad de la misma
fe como articulación conceptual que toca realidad, se encarna, objetiva e
inmuniza, en principio, contra toda ilusión o engaño subjetivos radicales
y definitivos.
Una variante de lo expresado anteriormente, como antídoto contra toda
tentación agnóstica o pelagiana, es la articulación de la fe como unidad de
su confesión en símbolos y conceptos, pero como dinamismo de toda la
persona, y el testimonio o verificación de esa confesión, por el servicio
de las obras, expresión de la singularidad cristiana de que al amor —en
la unidad fundamental entre el primero y el segundo mandamiento— le
corresponde la última palabra, como lo resume el texto paradigmático
del “himno a la caridad” de la primera Carta de Pablo a los corintios en
su capítulo 13. Esto, que vale, en primera instancia para el único actor
real, la persona como creyente —y que en la “radicalidad del segundo
mandamiento” es obrar “cristiano” aun más allá de las fronteras visibles
de la comunidad creyente, según Karl Rahner— vale igualmente y, en
cierto sentido de modo antecedente, para el obrar en Iglesia, como “mediación” necesaria, sacramento, querida por el mismo Dios en Cristo, y de
manera ordinaria, para la vida de fe y su intrínseca dimensión caritativa.
Digna de consideración es también la conjunción —sin confusión— entre la fe profesada como testimonio personal en y como Iglesia, particularmente en la vivencia eucarística como origen, centro y culmen de la
comunión; su profundización doctrinal, bíblica y teológica, y su expresión cultural (cristianismo, cristiandad) como encarnación, siempre finita
y ambivalente, de la propia fe.
III. ALGUNAS PREGUNTAS Y PROBLEMAS
Un telón de fondo macro de este apartado lo constituye el fenómeno de la
globalización, clásico como tal, pero que ha experimentado un verdadero
“salto cualitativo” de abstracción, para, junto con su simétrica localización o concreción, convertirse en el horizonte obligado de intelección y
acción de todo auténtico obrar humano y cristiano que quiera asumir la
integralidad de la condición histórica presente y futura. Sin entrar en ma-
DIÁLOGO FE-CULTURA
203
yores consideraciones se puede decir que la globalización es una realidad
ambivalente, fruto, en última instancia de la libertad humana, del carácter
racional y espiritual de la persona, en medio y a través de nuevos, crecientes y complejos mecanismos de objetivación, estructuración y modificación de las condiciones de ejercicio de esa libertad en el marco de
una nueva experiencia del espacio y del tiempo. A ese nivel una cosa es
la ineludible realidad del fenómeno, otra su inteligibilidad racional y su
manejo tecnológico, otra su significación cultural y ético-antropológica.
Cada uno de esos rasgos plantea problemas específicos como concreción
de un gran desafío humano y cristiano.
1) Hay suficiente consenso para declarar que el hecho mayor es el desarrollo cuantitativo y cualitativo de la racionalidad, que produce una civilización “artificial” (literalmente derivada de “artifex” y su ineludible
referencia a la creatividad y originalidad del artista y, en el horizonte, al
poder demiúrgico, divino), con el correlativo retroceso de todo lo que sea
caracterizado como natural, espontáneo, ordinario, “normal”. Esto se concreta en una triple dirección: la del predominio de la ciencia-técnica; la de
la autonomía de la autocomprehensión y protagonismo humanos con su
consiguiente realidad y tentación de autotrascendencia inmanentista, y la
banalización relativista e indiferentista del placer y del mal. En términos
analógicos, cómo articular para la humanización y no para su contrario, el
“tener, poder, saber y placer” con y al servicio de un “ser más y mejor”.
En el apartado anterior se enunciaron algunos rasgos de la globalización, la cual pudiera ser tomada, para nuestros efectos, como la expresión
más actual y acabada de ese “hecho mayor civilizatorio” antes citado.
En ese sentido, el primero de ellos exige realismo y una conciencia razonable de la irreversibilidad del fenómeno. El segundo plantea un desafío
particular de lucidez y de protagonismo como expresión de que el autor
(ser humano) es más y otra cosa que sus “criaturas”, pues aquél es origen
y fin último, mientras que éstas son medios o fines intermedios. El tercero, prolongando y radicalizando los otros dos en términos de dignidad
y de esperanza, interpela a la persona en la continuidad de su dignificación y sentido trascendente, y a la humanidad en su condición histórica de
supervivencia sustentable, de convivencia fraterna y de originalidad genética.
Desde el punto de vista cristiano, que no se superpone, sino que se articula intrínsecamente con el humano, la nueva situación no representa un
204
NAZARIO VIVERO
desafío aislado, particular, como otros tantos, sino un interrogante radical en una doble dirección, ontológica e histórica: ¿cómo representarse y
vivenciar al Dios vivo y verdadero, a Su Creación y al terminus ad quem
de Su Reino como “Reino de verdad, de amor y de paz” definitivo?, y
¿qué significado puede conservar o adquirir la catolicidad de la presencia
histórica visible del Señor, ante esa ekúmene de productos, mecanismos
y estructuras (“redes”) intramundanas, tentadas de autorregulación y autodestinación? Dicho de otro modo, ¿cómo pensar la realidad de la Creación, personal, histórica y cósmica (cfr. 1a. Cor. XV, 28: “para que Dios
sea todo en todos”) a partir de un Dios personal y trascendente? Amor
que instaura, redime y plenifica, capaz de ser no sólo memoria de un sentido primordial de una humanidad en vías de adultez, sino también, y sobre todo, luz, fuerza y esperanza de una libertad llamada a liberar de, y
no a sojuzgar o a dimitir en nombre de lo humano, contra Dios. Libertad
para reconocer y promover todo lo humano con y en nombre del Dios que
se hizo hombre para convocarlo y capacitarlo para su realización definitiva.
2) No menos masivo y con un carácter cualitativo de deshumanización
de primera magnitud aparece el triple “rostro” de la alteridad ignorada,
irrespetada, desfigurada como pobre, como “otro” (cfr. por contraste la
“epifanía ética” interpelante de la alteridad en todo “rostro del otro” violentado, según Levinas), como “banalidad del mal” (según la discutida
fórmula de Hannah Arendt). Desafío a la auténtica justicia y solidaridad,
a la verdadera fraternidad, a la vigencia efectiva de la paz, en un mundo
de mayorías explotadas en su tener, oprimidas en su poder, excluidas en
su valer, léase indignificadas en su ser. Se trata de un desafío ético-espiritual de gran envergadura y de largo aliento, de un test particularmente
significativo acerca del real progreso en humanidad, de una sociedad, ampliamente mundializada hoy, que tras haber proclamado cogito, sum
(Descartes), sapere aude (Kant) como afirmación de la razón y reino del
progreso absoluto, proclama, entre desafiante y nostálgica, que “Dios ha
muerto” (Nietzsche), que el principio y fundamento ha desaparecido; para
finalizar, con estoica desesperanza, confesando que “el hombre ha muerto” (Foucault). Historia jalonada de torturas y guerras en nombre de divinidades posesivas, de ortodoxias autosuficientes y de soberanías narcisistas. Historia que registra un holocausto inédito de deshumanización en
nombre de lo telúrico impersonal pagano, Goulags racionalizados, y masificaciones sin rostro concreto categorizadas como “pobreza estructu-
DIÁLOGO FE-CULTURA
205
ral”: expresiones vivas del “pecado contra el Espíritu” que la Escritura
cataloga como la quintaesencia del mal, de lo demoniaco.
3) Algunos “profetas de desgracias” (como los denominó Juan XXIII),
no exentos de saber analítico y de cierta agudeza histórica, llevan tiempo
proclamando el “choque o guerra de las civilizaciones, a partir o en torno
a un conflicto de religiones”. Tales sistematizaciones y su traducción en
acciones de verdadera inhumanidad, avaladas por ciertos integrismos y
fundamentalismos, según una dialéctica de frustraciones históricas, dificultad para incorporar preguntas pertinentes y permanente tentación de
confusión de poder temporal y convicción ética y espiritual, plantean el
enorme problema histórico-social, epistemológico y teológico del encuentro, diálogo y colaboración de culturas y religiones diversas, antaño irreconciliables, posteriormente yuxtapuestas o indiferentes y hoy conminadas a convivir para, hablando como Aristóteles, sobrevivir, vivir y hasta
“bien vivir”. Es decir, para no sólo ni tanto perdurar como reliquias o erguirse con nuevas ínfulas de quien “vence, pero no convence”, sino perfilarse como garantía de lo humano más integral, por ser “memoria peligrosa” que interpela (identidad de enraizamiento), “esperanza contra toda
esperanza” que da sentido y confianza (verdad como imán), actualidad
que libera y dignifica en nombre de lo “más humano” como presencia
real de la fuente y destino de ese plus, que, al decir de Pascal, es el amor
que vence al mal y a la muerte. Vocación y tarea, exigencia y realización, promesa y esperanza de un diálogo difícil pero ineludible, pleno de
tentaciones, a la altura de su dignidad y expectativas para bien de la humanidad, cada vez más una en su diversidad y signo de la fórmula escolástica abreviada: unum, verum et bonum convertuntur. Diálogo no como
irenismo relativista o simple tolerancia de “mínimos”, por más pertinente
y hasta necesaria que sea, sino como mutua acogida respetuosa, búsqueda sincera de la verdad en la autenticidad, trascendencia que unifica sin
eliminar la pluralidad fáctica —querida “desde toda eternidad” como riqueza y creatividad—, pues como ya señalaba Maurice Clavel con la fuerza de convicción del converso sincero: ¡Dieu est Dieu, nom de Dieu! Exigencia ésta en las antípodas de conformismos claudicantes y de rigideces
anacrónicas.
4) Un último punto, específico al cristianismo, aunque está relacionado
con todas las religiones, está representado por lo que pudiera resumirse,
por una parte, en la conciencia de la “mutación radical de la naturaleza
206
NAZARIO VIVERO
profunda del obrar humano” (P. Ricoeur) como fruto de la “revolución
científico-tecnológica” y, por la otra, el cuestionamiento del esquema
cultural predominante sobre la historia de la salvación, su relación con la
creación y sus efectos sobre la esperanza común a la razón (cfr. la obra
de P. Ricoeur y J. Ladriére) y a la fe.
De manera resumida se trata, por un lado, de tomar debida nota del alcance y de la profundidad del actuar humano hecho globalización de la
capacidad productiva, de consumo y de comunicación y movilización,
beneficios materiales y biopsicosociales, cambios y destrucción ecológicos, complejidad y responsabilidad bioéticos, desigualdades, exclusiones
y violencias deshumanizantes, desafíos culturales de identidad personal,
grupal y planetaria, “estremecimiento” de los fundamentos, contenidos y
formas institucionales de las creencias y comunidades religiosas.
Por el otro lado, se trata del reto particular que supone, de manera
conjugada, la necesaria desmistificación del universo cultural de vivencia y redacción de los textos bíblicos y su consecuente cuestionamiento
de una lectura “literal” de los mismos, para hacer justicia a lo mejor de la
racionalidad y autonomía humanizadoras de la modernidad. Esto acarrea
al menos dos consecuencias. Una primera, la necesidad de reinterpretar
el predominio del esquema salvífico cristiano de paraíso-caída-castigo-redención-tiempo de la Iglesia-gloria, con sus consecuencias problemáticas para la imagen de Dios, el sentido profundo de la ofrenda de
Cristo sobre la cruz, la comprensión creyente del mal, de la propia salvación, y de su correlato ineludible, la esperanza, como dato antropológico
y estructura cristiana fundamental. Una segunda, la actualización de la
otra secuencia clásica cristiana, basada en la “creación por amor” (Torres
Queiruga): creación-crecimiento histórico-culminación en Cristo-tiempo
de la Iglesia-gloria.
La primera secuencia, a salvo su radical pertinencia espiritual y teológica con respecto a la obra redentora de Cristo, que culmina en el acontecimiento pascual y la consecuente esperanza radical para la libertad humana, debe asumir el cambio de paradigma cultural significado por la
modernidad crítica, secularizada, con el abandono del universo mítico y
una lectura fundamentalista de las Escrituras como explicación del origen del mundo y del mal a la par de la ciencias físicas, paleontológicas y
antropológicas. En efecto, nuestra concepción del mundo, de la historia
DIÁLOGO FE-CULTURA
207
y del hombre asume la “caída del universo ptolemaico, la visión evolutiva del cosmos y la aguda conciencia de la historicidad humana” (idem).
La segunda secuencia, no exenta de la tentación de “reducción” orgánico-optimista o de desmesura panteísta, busca asumir, en el respeto de la
identidad y la diferencia entre Dios y el mundo, el reto que representa
la capacidad antropocéntrica de conocimiento (razón teórica, ciencias) y
de transformación (razón práctica, tecnología) para la comprensión cristiana de la Creación y de un Creador providente, salvador, plenificador.
Se trata del desafío planteado a la fe sobre su capacidad de seguir dando
sentido y valor a la existencia personal y colectiva. Se trata de resistir a
la tentación de vivir prisionera de “tortícolis histórica”, como si todo significado posible, valioso, se encontrase sólo “detrás de nosotros”, en la
calidez del recuerdo idealizado, de la imaginación bucólica y de la infancia ingenua y feliz. No puede tratarse de sólo señalar, en nombre de lo
prístino, cómo se ha producido la “decadencia y la infidelidad”, que reclaman necesaria liberación y redención, pero que es incapaz de acompañar lo mejor de la libertad, obra radical del mismo Espíritu fiel que
acompaña, purifica y anima hacia lo “nuevo y lo mejor” como promesa
que fundamenta una “esperanza personal, realista, universal y absoluta”
(idem). La esperanza de un amor verificado con “hechos y de verdad” (1
Jn. 3, 18) y con la convicción serena, humilde, pero firme e inconmovible, de que “ni la muerte ni la vida... ni lo presente ni lo futuro... podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”
(Rm. 8, 38 y 39).
IV. A MODO DE CONCLUSIÓN
1) El diálogo fe-cultura descansa, en última instancia, en el hecho de que
ambas dicen relación con la totalidad de la existencia: la cultura como
fruto y “sacramento” de la exigencia y realización, vocación y tarea humanas de su propia humanización, expresión de la acción libre en su necesidad de aceptación de la finitud, pero con el deseo de trascenderla hacia la realización y la felicidad; la fe, porque toca esa integralidad
existencial por autocomprehenderse como proyecto a asumirse (eticidad)
a partir de un don primario de vida y de vida en plenitud, “creído, esperado y actuado en el amor”, que se ha hecho humanidad, historia, ha asumido y transfigurado la contradicción del mal y “bendice” (bene-dicere)
208
NAZARIO VIVERO
toda creatividad y esfuerzo, humano en su expresión, divino en su inspiración y destinación.
2) Esa relación, asumiendo una nomenclatura clásica, es de necesaria
encarnación de la fe en la(s) cultura(s), de permanente discernimiento y
mutua conversión, de definitiva “transfiguración” de la(s) segunda(s) por
la primera, no sobre la base de una yuxtaposición de ambas o de fusión y
absorción de una en otra, sino, a la manera cristológica del inconfuse et
indivise, caminar hacia la plenitud cuando “Dios será todo en todos” (1a.
Cor. 15, 28).
3) A partir del redescubrimiento de la estructuración ambivalente de la
razón como “racional y razonable”, se trata de reformular la relación intrínseca entre razón teórica (comprehensión y articulación cultural y creyente entre ciencia(s), filosofía y teología) y práctica (asunción de la
existencia personal y colectiva como fidelidad a valores en términos de
convicción, responsabilidad y esperanza humanas y cristianas), expresión y horizonte de la relación fe-cultura. En ese contexto procede un
discernimiento de los conceptos clave del imaginario social, ideología y
utopía, para liberarlos “de” ingenuidades y condenas a priori, y “para”
mutuo beneficio de ambas realidades, cultura y fe.
4) Ninguna forma cultural ni ninguna expresión histórica creyente son
normas absolutas y definitivas de su propio discernimiento ni de su proyecto positivo, sino sólo el horizonte de la dignificación humana (libertad, fraternidad, paz) y de las bienaventuranzas evangélicas (Jesús como
actualidad y promesa del Reino de Dios) en aras de un humanismo trascendente y una colaboración mutua (cfr. GS 39 y 45).
5) En el diálogo fe-cultura, tal vez la dialéctica más profunda esté
constituída por la relación esperanza-misterio. La primera, “hermana menor” (Péguy) como existenciario humano de creatividad frente a lo “dado” y lo “hecho”, recupera lo inagotable de la acción como dinámica
conjunta —en la diferencia de principio— del Espíritu de Dios y de la libertad humana. El segundo, como inocencia de segundo grado, es quiebre de la voluntad de poder por el rescate de la memoria, la purificación
del olvido, la actualización del capax Dei y la renovación de la gratuidad. En palabras probablemente proféticas de Karl Rahner, parodiando
al propio Péguy (“la revolución será moral o no será”), “el cristiano del
siglo XXI será místico o no será”.
209
DIÁLOGO ENTRE FE Y CULTURA: UN ABORDAJE
DESDE EL PROBLEMA DE LA SUBJETIVIDAD
Ricardo BLANCO*
SUMARIO: I. Introducción. II. La aparición de una nueva
subjetividad y el desafío a la fe. III. Un caso especial, la
perversión narcisista. IV. Conclusión. V. Bibliografía.
I. INTRODUCCIÓN
Considero que muchos materiales, datos, referencias o ángulos de abordaje pueden agregarse a las reflexiones del entonces cardenal Ratzinger
sobre Fe, verdad y cultura, al comentar en 2000 la Encíclica Fides et Ratio; o al análisis que realiza, ese mismo año, el arzobispo de Canterbury,
Rowan Williams, acerca de la desolación y congoja características de la
cultura contemporánea, en su libro Lost Icons (Íconos perdidos). Más allá
del posible aumento de información que pueda hacerse al material utilizado por ambos autores, esos trabajos se conjugan en un plano común: la
acertada comprensión integral de la dificultosa situación contextual para
el diálogo fe y cultura, desde una perspectiva global, mundial. Son dos
textos que hincan su pertinencia en el acertado diagnóstico que ambos
logran, de la relación entre los términos fe y cultura, al inicio del mileno,
y pueden guiar el trabajo de reflexión eclesial.
Desde una perspectiva latinoamericana, otro tanto podemos decir de la
alocución del cardenal Paul Poupard en Chile, el mes de septiembre de
2003, sobre “La misión de los centros culturales católicos”, o de la comunicación del obispo Dom Sebastiao Gameleira Soarez, al Congreso de
Teología Anglicana de octubre de 2005, en la ciudad de Panamá, acerca
* Maestro en Psicología Educativa y doctor en Desarrollo Humano por la Universidad Iberoamericana. Es director del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias.
209
210
RICARDO BLANCO
de los “Desafíos de la comunión anglicana en América Afrolatindia en la
fase actual del imperialismo mundial”. Estos dos autores analizan con
precisión algunas características contemporáneas de nuestro continente,
en relación con la situación cultural predominante y con los desafíos que
para la Iglesia se manifiestan en estos momentos.
Recomiendo ampliamente el estudio detenido de los textos mencionados. Lamentablemente no podré comentarlos en este trabajo, aunque han
resultado una guía para continuar, a partir de su trama, las inquietudes que
quiero compartir con ustedes.
II. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA SUBJETIVIDAD
Y EL DESAFÍO A LA FE
En el campo de la psicología, y especialmente del psicoanálisis, es en estos momentos tema de investigación y reflexión la aparición de una nueva construcción de subjetividad, la cual surge de las condiciones propias
al cambio cultural representado por la triada posmodernidad-globalización-neoliberalismo.
En general, al leer sobre el tema de cultura y fe en el presente, encuentro referencia al ser humano en colectivo, la mayoría de las ocasiones en
relación con una antropología descrita en forma más o menos genérica.
En nuestro campo de acción psicológica y psicoanalítica, descubrimos el
correlato clínico a esas reseñas de corte universalistas.
No solamente en Europa este tema está siendo trabajado; también es
cuestión de ocupación para los profesionales latinoamericanos. Somos testigos privilegiados y trágicos de un cambio radical de época y de armado
de la subjetividad. La relación con las generaciones actuales de niños,
con los padres de esos niños, con adolescentes y jóvenes permite afirmar
“que existen nuevos funcionamientos psíquicos por reordenamiento de
funciones y quizás por otros nuevos funcionamientos aún irrepresentables sólo porque nuestra percepción aún no los ha configurado”.1
En la época de la modernidad y del Estado-nación, había soporte social
para que estuviera garantizada la presencia del “aliado” paternal/maternal
que acogía, orientaba y facilitaba las herramientas, para la inserción
cultural de las nuevas generaciones.
1 Mirta Zelcer, “Subjetividades y actualidad”, http://www.topia.com.ar/articulos/35zelcer.htm, agosto de 2002.
DIÁLOGO ENTRE FE Y CULTURA
211
El derrumbe del humanismo de la modernidad y la transformación del
Estado-nación en Estado-mercado, conlleva la consideración del cuerpo
humano como objeto y correlativamente al imperativo social de consumir objetos. El ser humano ha mutado desde ser sujeto de conciencia y
razón a ser sujeto de consumo. Las personas no trabajan ni aman como
en la modernidad; se ofrecen a ser consumibles “en una oferta sexual que
tiene alguna relación compartida con lo que solía llamarse amor; ocupacionalmente para actuar en algo semejante a lo que se solía llamar trabajo y en participar en lo que se llamaban acciones políticas (antes dedicadas al bien común) para tornarse existentes”.2
La nueva subjetividad, narcisismo de nuestro tiempo, se presenta vacío
de interioridad, repleto de exterioridad; el otro no es otro, es la mera extensión de sí mismo y por ende podrá ser desechado en cualquier momento. La relación no es vínculo, es simplemente interacción que seguramente
tiene “fecha de caducidad”, sea en los vínculos de pareja, paternales, de
amistad. Se comprueba el crecimiento de poblaciones con personalidad
as-if (como-si), caracterizadas por su mediocridad simbólica y pobreza
erótica, dando lugar al aumento de parejas que interaccionan en el modo
vincular sádico-masoquista.
La subjetividad actual no va en el camino de construcción de proyectos que le permitan acercarse a su “ideal del yo” (el ideal a alcanzar en
términos de responder al deseo del otro), como en otras épocas. Hoy día
el sujeto cree posible vivir en el presente el “yo ideal”, sin limitaciones
(ilusión de no “castración simbólica”), y pretende que el goce absoluto del
ser es aquí y ahora, en los juegos del binomio interaccional consumidorconsumible.
El sustento de estas expectativas yace en la dilución de las diferencias,
la indiferenciación. No hay ley del Padre que establezca el límite, la diferencia; no hay sometimiento a la ley simbólica que establece la falta, la carencia en el mundo interno, la insuficiencia que humaniza al sujeto psíquico. Al fin y al cabo, como decía Freud, la cultura provoca malestar, pero
humaniza.
Veamos datos inmediatos. En Brasil, la doctora Rache3 dice:
2
Idem.
Psicoanálisis de niños: ¿un trabajo que sobrevivirá?, XXIII Reunión Científica
Anual, Asociación Psicoanalítica Mexicana, México, mayo de 2001.
3
212
RICARDO BLANCO
Entonces, ésta es la población infantil que llega al consultorio: niños consumidores, carentes de recursos simbólicos, atrapados en algunos paradigmas propios del discurso de un estereotipo. Como reflejo de esa situación,
el juguete no representa más la posibilidad de simbolización, de juego, más
bien el juguete deviene una mercancía en la línea del consumismo. Estos niños opinadores y consumidores no saben jugar, porque (no pudieron construir este espacio) este espacio no se le fue introducido. La muestra de
nuestros pacientes sigue, con aquel que opera según el modelo de “su majestad el bebé” dando órdenes a sus padres o a cualquiera que ocupe el lugar de la autoridad: pedagogo, maestro, pediatra, psicoanalista, etcétera.
Otros niños tipo-adulto fueron tan estimulados cognitivamente que deviene hipermotrices presentando cuadros de autonomía precoz o descargas no
simbólicas. La observación clínica cotidiana parece mostrar una cada vez
más franca prevalencia de ideales narcisistas (yo ideal) sobre los ideales
simbólicos que conforman el ideal del yo; un empobrecimiento del campo
elaborativo de la situaciones conflictivas que se procuran desmentir por diversos caminos (mentales, químicos, quirúrgicos) y un avance de creencias
primitivas que encuentran un canal de expresión más representativo en la
acción que en el pensamiento o la palabra.
Información de la Universidad de Chile4 dice que:
[…] el alto índice de niños diagnosticados con síndrome de déficit atencional (31.3% de los niños entre cinco y 16 años, ingresados al Servicio de
Cirugía en Santiago en 1994, fueron diagnosticados con SDA. 12.7% de niños de primer año básico del área occidente de Santiago fueron diagnosticados con SDA en el periodo 1992-3 (Ministerio de Salud, Las enfermedades
mentales en Chile, magnitud y consecuencia, 1999) y quizás la dificultad
para abordar dicha problemática al interior de la disciplina tenga relación
con la emergencia de nuevas subjetividades en las que el yo ha perdido su
capacidad de sintetizar, jerarquizar y responder a un modo unitario no fragmentario a la realidad.
Para Argentina, Mirta Zelcer5 marca las siguientes características observadas en el aula escolar y por docentes en clubes:
[...] incremento de la crueldad (sadismo-inescrupulosidad); implosión de impulsos violentos verbales o corporales, o bien destrucción concreta de mate4
5
http://csociales.uchile.cl/publicaciones/thesis/03/ponencias/pon20-3.html.
M. Zelcer, op. cit., nota 1.
DIÁLOGO ENTRE FE Y CULTURA
213
riales; falta de registro del daño o del sufrimiento de los semejantes; falta
de asunción de responsabilidad por lo actuado; corte del pensamiento lógico entre lo que se hace y los efectos de los propios comportamientos (hecho que, precisamente, corta el encadenamiento lógico hacia la responsabilidad); incapacidad de disculparse, ya que no existe sentimiento de culpa
alguno; afán de poder absoluto; acoso moral y físico.
La autora comenta que esta descripción de la subjetividad en la niñez
coincide con la que ha descrito para los actores sociales de deberes y derechos plenos; es decir, mayores de edad. Dice como conclusión: “Asistimos de este modo al traslado dentro de la normalidad de lo que se solía
llamar sociopatía: esta perversión es ahora sintónica con los lazos sociales laborales requeridos por el mercado”.
Estas referencias muestran con claridad la paulatina desaparición del
orden de lo simbólico, la desaparición de la capacidad atencional sintética
de la experiencia y un incremento de la violencia impulsiva.
En correlación con otros datos aportados por analistas de la cultura,
podemos concebir cómo esta base psíquica será el asiento para la pérdida
de la trascendencia, de la historización de sí mismo y de la comunidad de
pertenencia; el estado de una vida estética o caricaturesca de lo lúdico; un
entorno para el uso del otro viéndolo solamente como cuerpo deseable, pero no como persona para el vínculo afectivo, etcétera.
La fe se ve, por tanto, profundamente desafiada. La fe supone, por parte
del sujeto, la conciencia de limitación, de ser sujeto histórico, delimitado, con capacidad para aceptar que el Absoluto no es experimentable en
su totalidad en un presente limitado espacio-temporalmente. La fe es cuestión de vida o muerte; ¿cómo podría responder un sujeto que no se sabe
contingente, limitado, mortal?
III. UN CASO ESPECIAL, LA PERVERSIÓN NARCISISTA
Un caso especial de constitución de subjetividad, que creemos ejemplar
para el momento presente (y que, por tanto, encontramos con frecuencia
también en los ambientes religiosos cristianos), es el descrito por Racamier6 como perversión narcisista. De esta estructura conviene mostrar el
eje de la seducción narcisista por ser patognomónica de los sujetos de la
6
Paul Claude Racamier, Les Schizophrénes, París, Payot, 1980.
214
RICARDO BLANCO
actualidad, en la medida en que la fundamentación se ha convertido en
opinión, y la búsqueda de relación amorosa en marketing del “yo”, corporal/social, objeto de consumo.
La seducción del perverso narcisista tiene como meta “abolir la alteridad”. El sujeto pretende instaurar en “el vínculo” una fascinación mutua,
“mantener en la esfera narcisista una relación susceptible de desembocar
en una relación de objeto deseante, o de regresarla hacia atrás”.7 Como
madre hostil a sus propios deseos, el narcisista desea reincluir al hijo impidiéndole ser. Así, el perverso narcisista quiere al otro como a su sueño
encarnado, su fetiche viviente. La relación que buscan establecer estas
personas no tolera ni el pensamiento ni el deseo, pues éstos serían prueba
de insurrección. De esta manera, el sujeto narcisista se presenta como un
ser bueno, simpático, que conoce el camino correcto y está dispuesto a enseñárselo a los demás. El vacío propio de esta estructura se revela de inmediato cuando alguien en el entorno disiente, se opone o busca su propio deseo.
El perverso narcisista se valora y existe a expensas del otro. Racamier
señala que en la relación contratransferencial, el analista va “insidiosa y
secretamente a sentirse la única persona en el mundo capaz de comprender a ese paciente; él es irremplazable, el paciente está en él, él lo alberga, también él está en el paciente, juntos forman un mundo; mutuamente
ellos se crean; esta ‘díada’ que no soporta el impacto de lo real externo,
y la sola representación de los otros toma la figura de una intrusión”, una
creación que no acepta terceros.8
En el contexto de la vida cotidiana también encontramos esta situación en comunidades y congregaciones religiosas, donde vínculos aparentes de acompañamiento espiritual o pastoral se destrozan cuando alguien piensa por sí mismo. Quien alce una voz propia será despedazado,
calumniado, desvalorizado, expulsado a las tinieblas exteriores.
Según Mirta Zelcer9 el perverso narcisista es “otro prototipo de producción subjetiva en la actualidad” de nuestras sociedades regidas por el
mercado, y así asistimos a un “traslado dentro de la normalidad de lo que
se solía llamar una sociopatía”. Esta configuración perversa parece ser
ahora sintónica con los lazos sociales-laborales, e incluso con los propios
7
8
9
Ibidem, p. 123.
Ibidem, p. 125.
M. Zelcer, op. cit., nota 1.
DIÁLOGO ENTRE FE Y CULTURA
215
de ciertas organizaciones religiosas, requeridos por una cultura regida por
el mercado neoliberal y globalizado, posmoderno.
Estas personas escapan a la patología manifiesta por su astucia para
adaptarse a las expectativas sociales; evidentemente tienen mucho éxito
en la vida profesional y en los puestos institucionales porque carecen de
escrúpulos; pueden aplastar, mentir, falsificar con total aplomo y manteniendo una fachada de “caridad” o “buenas intenciones”.
La clínica nos ayudaría a ver con mayor claridad lo que consideramos
la esencia de esta violencia intersubjetiva; en ella descubrimos un tema
central; estas personas quieren reducir, destruir el encuentro intersubjetivo para restablecer la unidad, impedir la diferencia objetiva. Lo que buscan es imponer al otro su desaparición en el interior de una persona que
es vacía (el perverso narcisista), procurar que mueran vaciándose como
vacío está el perverso. Es un encuentro vivido en lo imaginario; se niega
uno de los términos por exclusión o por fusión.
La violencia propia del vínculo que procura establecer el perverso narcisista ejemplifica el mal tanto para el psicoanálisis como para la tradición judeocristiana. Se trata de una relación en lo imaginario, entre espejos
múltiples, ídolos que reflejan el vacío de la nada que muestran. La violencia se yergue, a fin de cuentas, como ajenidad a la palabra que establece
la diferencia, “la mala relación con las imágenes que denuncia la Biblia
consiste precisamente en esto: da la palabra a una imagen, en vez de hacer que las imágenes dependan de la palabra, que es la que da la vida en
la carne”.10
IV. CONCLUSIÓN
Es momento de iniciar en México la consecución de recursos económicos e integración de equipos de investigación a fin de obtener una seria
comprensión de los cambios de subjetividad en nuestro medio.
El diálogo entre la fe (es decir, la radicalidad de la respuesta a la gracia en el anuncio de las buenas noticias del proyecto del Reino de Dios)
y la cultura, pasa por la comprensión de la realidad psíquica de las personas, a quienes está destinado el mensaje que estamos dispuestos a compartir, a anunciar. El discernimiento de los medios para el diálogo requiere el
estudio serio de los cambios en el armado psíquico de las personas con10
P. Beauchamp P. y D. Vasse, La violencia en la Biblia, p. 26.
216
RICARDO BLANCO
temporáneas. La evangelización, la formación para la vida sacerdotal o
religiosa, el desarrollo de comunidades y congregaciones, el mismo lugar social de las Iglesias (su “capital simbólico” en términos de antropología social)11 están condicionados por el conocimiento que tengamos de
nuestro interlocutor; el sujeto psíquico producto de la posmodernidadglobalización-neoliberalismo.
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LA IGLESIA Y LAS CIENCIAS DE LA VIDA
221
¿POR QUÉ EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
HABLA DE LAS CIENCIAS DE LA VIDA?
Eduardo BONNÍN BARCELÓ*
SUMARIO: I. La bioética también es cosa del magisterio.
II. La ley natural. III. La dignidad de la persona humana
y el poder real o de servicio en la Iglesia. IV. El mandamiento del amor al prójimo.
En esta oportunidad hablaré del “magisterio” de la Iglesia, porque ya va
siendo hora de que, 40 años después de terminar el Concilio Vaticano II,
comencemos a no identificar a la Iglesia con la jerarquía o magisterio de
la Iglesia.
I. LA BIOÉTICA TAMBIÉN ES COSA DEL MAGISTERIO
Como en México todavía hay algunas personas que viven en los esquemas
del sigo XIX, que reducen el papel de la religión al ámbito interno de la
conciencia y al del templo y su adjunta sacristía, tengo que aclarar algunas cuestiones previas. Esto es algo que ojalá pudiéramos considerar superado, pero no es así. Un ejemplo es el de la Constitución mexicana,
que todavía se refiere a los obispos y sacerdotes como “ministros del culto”. Es natural que entonces algunos se pregunten: ¿qué tendrá que ver el
culto con el bebé de probeta o las células madre?
Lo malo —como decía un colega— es que muchos sacerdotes en México se han creído eso de que sólo son “ministros del culto”. De ahí su po* Doctor en Teología Moral por la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid. Profesor en la Universidad Pontificia de México y colaborador del Imdosoc.
221
222
EDUARDO BONNÍN BARCELÓ
ca participación en la pastoral social, porque tienen su tiempo acaparado
en la celebración de misas y otras ceremonias litúrgicas. Los laicos que
no les piden más a los sacerdotes también son culpables de esto.
II. LA LEY NATURAL
Una primera respuesta a por qué el magisterio se mete en cuestiones bioéticas y similares está en relación con el tradicional tema de la ley natural,
es decir, el conjunto de las normas morales que pueden ser conocidas por
el ejercicio de la razón humana, con la ayuda del saber científico, sin necesidad de una revelación divina.
Pese a las dificultades que esto podría comportar en el diálogo ecuménico, el Concilio Vaticano II recordó la existencia de la ley natural en un
sentido amplio en la Gaudium et Spes:
En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de
una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya
voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón,
en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado
personalmente (cfr. Rom 2, 15 y 16) (GS 16).
Es decir, a través de la ley natural se tiene conocimiento de la dignidad de la persona humana. Por esto es un elemento imprescindible para
poder llevar a la práctica el mandamiento del amor de Dios y del prójimo. Como veremos más adelante, es en virtud de este mandamiento evangélico que el magisterio de la Iglesia tiene como misión recordar y exigir
el cumplimiento de la ley natural.
Conviene, sin embargo, tener mucho cuidado para saber distinguir entre
la ley natural primaria y la secundaria, y para no declarar como ley natural
ciertos comportamientos o costumbres que son simplemente expresiones
tradicionales de determinadas culturas, pero que no son exigencias de la
dignidad del ser humano válidas en todos los tiempos y lugares. Piénsese, por ejemplo, cómo en nombre de la ley natural se han defendido la superioridad del varón sobre la mujer, la esclavitud o un derecho a la propiedad privada sin limitaciones.
¿POR QUÉ EL MAGISTERIO HABLA DE LAS CIENCIAS DE LA VIDA?
223
De hecho el magisterio de la Iglesia en los últimos decenios ha procurado no apelar a la ley natural, sobre todo después de que la contestación
contra la Encíclica Humane Vitae, de Pablo VI, se hizo en gran parte a
partir del uso que en ella se realiza del concepto de ley natural.
III. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA Y EL PODER
REAL O DE SERVICIO EN LA IGLESIA
Siguiendo un pensamiento bíblico, que aquí no podemos exponer, el Concilio Vaticano II enseña que Cristo es profeta, sacerdote y rey. Y que Jesucristo ha concedido este triple ministerio a toda la Iglesia, aunque de
modos diferentes. Éste es el esquema eclesiológico y pastoral en que se
mueve todo el Vaticano II.
Ahora bien, cuando decimos que Jesús es rey y que de este reinado o
poder regio participan todos los miembros de la Iglesia, no podemos olvidar que, hablando en cristiano, “reinar es servir”. Jesús dice a sus discípulos en la Última Cena: “Ustedes me llaman ‘el Maestro’ y ‘el Señor’,
y dicen bien porque lo soy. Pues si yo el Señor y el Maestro les he lavado los pies [que era un oficio de esclavos], ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también
ustedes hagan como yo he hecho con ustedes” (Jn. 13,12-15).
Recuerden también las palabras de Jesús, entre otras parecidas: “El
mayor entre ustedes será el servidor de ustedes” (Mt. 23,11). El que gran
parte de la jerarquía y de los cristianos de a pie jamás hayan puesto en
práctica estas palabras de Jesús no quiere decir que no estén vigentes.
Pues bien, según la Doctrina Social de la Iglesia el poder real o regio,
expresado en servicio a los demás, debe convertirse en respeto a la dignidad de la persona humana, vivido especialmente en el respeto, la difusión y la defensa de los derechos humanos. El magisterio de la Iglesia se
mete en cuestiones relacionadas con las ciencias de la vida porque atañen
y tocan el principal de los derechos humanos, el derecho a la vida. Derecho a la vida que no es el simple derecho a subsistir, a no morirse de
hambre, sino que incluye —como dijo Juan XXIII— el derecho a “un
decoroso nivel de vida” (PT 11).
Esta defensa y promoción de los derechos humanos, comenzando por
el derecho a la vida, es una parte constitutiva de la misión evangelizadora de la Iglesia, como han recordado numerosos documentos del magiste-
224
EDUARDO BONNÍN BARCELÓ
rio. Menciono tan sólo tres citas: “La Iglesia, en virtud del Evangelio que
se le ha confiado, proclama los derechos del hombre y reconoce y estima
en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos” (GS 41c).
En el mensaje del Papa Pablo VI y de los obispos reunidos en el Sínodo de 1974 se declara:
El desarrollo integral de las personas vuelve más clara la imagen divina en
ellas. En nuestro tiempo la Iglesia ha llegado a comprender más profundamente esta verdad, en virtud de la cual cree firmemente que la promoción
de los derechos humanos es requerida por el Evangelio y es central en su
ministerio. La Iglesia desea convertirse más plenamente al Señor y realiza
su ministerio manifestando respeto y atención a los derechos humanos en su
propia vida. Hay en la Iglesia una conciencia renovada del papel de la justicia en su ministerio. El progreso ya realizado nos anima a proseguir los
esfuerzos para conformarnos más plenamente a la voluntad del Señor.
Tercera cita, de Juan Pablo II:
El efectivo reconocimiento de la dignidad personal de todo ser humano exige el respeto, la defensa y la promoción de los derechos de la persona humana. Se trata de derechos naturales, universales e inviolables. Nadie, ni
la persona singular, ni el grupo, ni la autoridad, ni el Estado pueden modificarlos y mucho menos eliminarlos, porque tales derechos provienen de
Dios mismo (Ch. L 38).
Todo esto Juan Pablo II lo aplicó a los temas de bioética en su Encíclica Evangelium Vitae, de cuya publicación se acaban de cumplir los 10
años:
Hay que anunciar el Evangelio de la vida, parte integrante del Evangelio
que es Jesucristo. Nosotros estamos al servicio de este Evangelio, apoyados por la certeza de haberlo recibido como don y de haber sido enviados
a proclamarlo a toda la humanidad... Mantengamos, por ello, la conciencia
humilde y agradecida de ser el pueblo de la vida y para la vida y presentémonos de este modo ante todos (EV 78c).
Las palabras de Juan Pablo II se tornan especialmente graves cuando
al principio de la Encíclica se refiere a las estructuras de pecado contra la
¿POR QUÉ EL MAGISTERIO HABLA DE LAS CIENCIAS DE LA VIDA?
225
vida y a la vigente cultura de la muerte, fruto de la cual se da “una guerra
de los poderosos contra los débiles (EV 12). Una guerra en que, empleando las armas activas de la paz, el cristiano no puede ser neutral.
IV. EL MANDAMIENTO DEL AMOR AL PRÓJIMO
Hay una tercera razón, muy relacionada con la segunda, por la que el
magisterio de la Iglesia tiene que “entrometerse” (en el sentido de meterse) en las cuestiones relacionadas con las ciencias de la vida. Se trata del
mandamiento del amor al prójimo, un amor que tiene que ser afectivo,
pero sobre todo efectivo, como nos lo enseña de un modo especial la parábola del buen samaritano.
Es decir, toda la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, debe predicar
y practicar el amor al prójimo. Y como el amor, que comienza por el respeto a los derechos fundamentales de la persona, no sólo se vive a nivel
de relaciones individuales, sino también en el campo de las instituciones
(incluyendo las que se refieren al ámbito biológico), es deber del magisterio indicar, “a la luz del Evangelio y de la experiencia humana” (GS 46a),
cuáles son las conductas y las estructuras que están o no están de acuerdo con la moral humana, y por lo tanto cristiana. Todo esto no en nombre de una competencia técnica, sino en virtud de una urgencia evangélica. Dicho en líneas generales, con palabras de Pablo VI:
No es posible aceptar que la obra de evangelización pueda o deba olvidar
las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la
justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad (EN 8).
Esto, como es natural, lo aplicó Juan Pablo II a los problemas relacionados con la vida en su Encíclica sobre el tema, sobre todo al hablar de
que el cristiano debe “servir al Evangelio de la vida”. Este servicio en
casos concretos habrá que realizarlo con la limosna y la labor asistencial,
pero el Papa habló en este campo de un servicio de la caridad que especialmente se manifiesta “en el testimonio personal, en las diversas formas
de voluntariado, en la animación social y en el compromiso político”
226
EDUARDO BONNÍN BARCELÓ
(EV 87a). Y todo esto —insistía Juan Pablo II— es “ante todo una exigencia que nace de ‘la fe que actúa por la caridad’” (Gal 5, 6).
Recomiendo una lectura atenta de los números 87 y 88 de la Evangelium Vitae en los que se recalcaba que “en el servicio de la caridad hay
una actitud que debe animarnos y distinguirnos, hemos de hacernos cargo
del otro como persona confiada por Dios a nuestra responsabilidad” (EV
87b). Dicho con otras palabras, en el servicio a la vida la caridad se traduce en responsabilidad.
Termino ya. He intentado explicar algunas de las razones por las que
el magisterio (y también todo cristiano) debe preocuparse y actuar en las
cuestiones relacionadas con las ciencias de la vida y con el derecho a la
vida. Pero, cuidado, las razones pueden ser específicamente cristianas, pero los contenidos de la moral que se enseña son universales, surgen del
respeto racional a todo ser humano.
En este sentido, cuando el magisterio dice que el aborto provocado o
la eutanasia activa son asesinatos, no está queriendo imponer una moral
católica a los no católicos. Está queriendo expresar lo que también pide
un respeto inteligente y científico a la dignidad de todos y cada uno de los
seres humanos.
LA IGLESIA Y LAS CIENCIAS DE LA VIDA
Rodrigo GUERRA LÓPEZ*
SUMARIO: I. Una situación incómoda. II. Problemas de
algunos científicos. III. Problemas de algunos católicos.
IV. El magisterio de Juan Pablo II: la fe y la ciencia. V. El
magisterio de Juan Pablo II: la Iglesia y los nuevos desafíos a la vida. VI. Hipótesis sobre parámetros de relación
entre Iglesia-ciencias de la vida. VII. A modo de conclusión: una urgencia impostergable.
I. UNA SITUACIÓN INCÓMODA
La relación táctica que en la actualidad la Iglesia católica y sus fieles guardan con muchos científicos dedicados a las ciencias de la vida no se caracteriza por la comodidad y la tersura en el trato. Una gran cantidad de
tensiones y descalificaciones abundan en los debates bioéticos, y en otros
asuntos —como las teorías de la evolución—, lo que muestra que aún estamos lejos de haber establecido las premisas adecuadas para que la fe y la
razón caminen juntas en estos terrenos, enriqueciéndose mutuamente y
respetando su legítimo ámbito de competencia.
Es cierto que la relación entre Iglesia católica y ciencias de la vida no
puede reducirse o resumirse en estas tensiones y desencuentros. Sin embargo, no es posible negar que la dimensión problemática de la relación
abarca una parte importante del espacio de interacción entre ambas instancias. Más aún, no es difícil detectar prejuicios y problemas diversos
* Doctor en Filosofía por la Internationale Akademie. Actualmente labora como profesor e investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana (ciudad
de México) y como coordinador del Grupo Interdisciplinario de Bioética de la misma
Universidad.
227
228
RODRIGO GUERRA LÓPEZ
que influyen de manera importante tanto en el mundo de los científicos
como en el de los creyentes, y que dificultan el diálogo y la eventual complementariedad.
II. PROBLEMAS DE ALGUNOS CIENTÍFICOS
En el mundo científico dos problemas muy conectados entre sí parecen
campear en el escenario: por una parte continúa existiendo un profundo
complejo antimetafísico que impide a muchos científicos aceptar la evidencia de datos metasensibles al interior de la experiencia. La noción de
experiencia aun en muchos ambientes permanece contraída a la delimitación que le asignó el empirismo clásico y posteriormente el neopositivismo y sus secuelas. Este tipo de restricción epistemológica hace que sean
imposibles de reconocer valores, deberes y fundamentos a partir de fenómenos observables. El ser se agota en su aparecer fáctico y la inteligencia reduce su papel a capacidad clasificadora de datos singulares y de regularidades. De esta manera, asuntos como la ley natural —entendida
como gramática fundamental de la existencia humana— se tornan inviables.
El segundo problema es el complejo antirreligioso que brota de la convicción referente a la irracionalidad de la fe y su consiguiente reclusión al
ámbito de la vida privada, y a la racionalidad del discurso científico y su
legitimidad en el campo de la discusión pública. Cuando la cuestión es
planteada en estos términos, inmediatamente cualquier intromisión de la
Iglesia y sus fieles externando una opinión en el espacio público —aun
cuando ésta tenga fundamento estrictamente racional— es descalificada,
debido a que toda palabra emitida por un creyente es vaciada de su contenido veritativo y reconducida a su supuesta raíz “religiosa”, es decir,
irracional, mítica, fantástica.
III. PROBLEMAS DE ALGUNOS CATÓLICOS
En la parte católica también existen algunos problemas al momento de
interactuar con las ciencias de la vida. De un lado es fácil advertir que a
diferencia de otras épocas, en las que la Iglesia católica auspiciaba activamente la investigación científica más variada y elevada en diálogo con
LA IGLESIA Y LAS CIENCIAS DE LA VIDA
229
la fe, la pastoral de la inteligencia en el momento presente se encuentra
desatendida y descuidada. En otras palabras: no existen acompañamientos pastorales ad hoc y espacios de investigación que vinculen activamente
y al máximo nivel la fe con la razón para aquellos que se dedican a diversas actividades científicas. Esto fácilmente ha provocado que en los
debates entre católicos y biocientíficos, los primeros asumamos frecuentemente posiciones con algún grado de fideísmo, es decir, de afirmación
de la fe sin el riguroso instrumental racional que se requiere para que
aparezca como una propuesta razonable aun en medio de la controversia.
En la bioética particularmente esta problemática se proyecta a través
de numerosas personas que confunden, por ejemplo, el ejercicio moral de
la práctica médica con el desarrollo de la bioética como ciencia rigurosa.
La importancia que posee la experiencia de la moral en la constitución de
todo discurso ético no puede disminuir a su vez la relevancia del trabajo
científico propio de la ética realizado a partir de los materiales que brotan de la experiencia moral.1 Un fenómeno análogo se da también en
aquellos que, si bien poseen elementos de fundamentación en el terreno
ético, no los tienen de igual modo en el espacio de los saberes biomédicos o en quienes defienden públicamente algunos principios bioéticos sin
contar con su justificación racional completa.
Estas deficiencias son explicables en cierto grado por la complejidad
y novedad propias de la bioética. Sin embargo, también son, en mi opinión, fruto de una cierta posmodernidad al interior de algunos de quienes
somos miembros de la Iglesia católica, es decir, de un cierto desencanto
respecto de la razón, que ha conducido a privilegiar aspectos emotivos y/o
pragmáticos del mensaje cristiano por encima del estudio lento, sistemático, paciente y riguroso de la realidad natural y de la realidad revelada
en sus diversos aspectos.
IV. EL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II: LA FE Y LA CIENCIA
Juan Pablo II, conciente de éstos y de otros problemas, promovió a través de su magisterio y de su actividad una renovada vinculación entre la
1 Cfr. R. Guerra López, “Bioética y norma personalista de la acción”, en G. M. Tomás y Garrido, La Bioética: un compromiso existencial y científico, 1. Fundamentación y
reflexiones, Murcia, Universidad Católica San Antonio, 2005, pp. 71-121.
230
RODRIGO GUERRA LÓPEZ
razón y la fe,2 y en el tema que nos ocupa prestó una enorme atención a
los desafíos que se suscitan en torno a las ciencias de la vida. En la comprensión cristiana del saber no es posible plantear una “doble verdad” en
la que la ciencia y la fe discrepen en sus contenidos fundamentales. Esta
afirmación no significa que la ciencia deba plegarse automáticamente a
lo que se supone es contenido de fe (o viceversa), sino que es preciso utilizar la razón para discernir si en una controversia es la realidad natural,
es la fe, o son las dos las que requieren de una mayor profundización y
comprensión al momento de plantearse como antinómicas. La condición
para que este discernimiento pueda darse es la libertad. Sin libertad para
la fe y sin libertad para la ciencia, ninguna de ambas instancias puede interactuar de manera plena y madura.
La colaboración entre religión y ciencia moderna revierte en provecho
de una y otra, sin violar en absoluto las autonomías respectivas. Del mismo modo que la religión exige la libertad religiosa, así la ciencia reivindica legítimamente la libertad de investigación.
En efecto, sin libertad en la investigación científica no es posible adquirir certeza real sobre la estructura del mundo. Asimismo, sin libertad
religiosa auténtica para los creyentes es imposible hablar y explicar públicamente las razones de la fe y su imbricación con la racionalidad del
cosmos. Reducir la libertad religiosa a libertad de culto y de creencia
—como es el caso mexicano—3 crea un escenario de suspicacia hacia
una comprensión trascendente de la naturaleza y de la vida y más si esta
comprensión intenta exponerse en el espacio público.
Juan Pablo II estaba convencido del gran aprecio que debe existir en
la Iglesia hacia toda investigación científica, pues existe una tradición
secular de científicos cristianos y además porque en estas actividades se
persigue de un modo peculiar e importante la mayor Gloria Dei.4 Dicho
2
Juan Pablo II, Pides et Ratio, 14 de septiembre de 1998.
En el artículo 24 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos se
reconoce solamente el derecho a la libertad de culto y de creencia. Cfr. R. González
Schmal, Derecho eclesiástico mexicano. Un marco para la libertad religiosa, México,
Porrúa, 1997; Cfr. R. Guerra López, “Libertad religiosa: una agenda pendiente en México”, Cuestión social, año 13, núm. 3, julio-septiembre de 2005.
4 “La Iglesia tiene gran estima por la investigación científica y técnica, pues ‘constituyen una expresión significativa del dominio del hombre sobre la creación’ (Catecismo
de la Iglesia católica, núm. 2293) y un servicio a la verdad, al bien y a la belleza. De Copérnico a Mendel, de Alberto Magno a Pascal, de Galileo a Marconi la historia de la
Iglesia y la historia de las ciencias nos muestran claramente que hay una cultura científi3
LA IGLESIA Y LAS CIENCIAS DE LA VIDA
231
en breve, para el Papa “la fe no teme a la razón”.5 No puede ni debe temerle.
La fe, aunque en su contenido excede a la razón, la supone como capacidad y le demanda su despliegue operativo. La ciencia, actuando con libertad y con la autonomía que le es propia, funge de manera directa e indirecta como camino educativo que prepara y dispone para los contenidos
de la propia fe. En otras palabras, la explicitación de la estructura del
universo no puede entenderse más que como un servicio a la verdad de
la que deriva toda otra verdad. Este servicio, esta diakonía de la ciencia,
no tiene otro límite más que la propia realidad y sus exigencias. Desde
este punto de vista, nadie puede afirmar que la fe clausure o frustre la dinámica de las ciencias.
V. EL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II: LA IGLESIA
Y LOS NUEVOS DESAFÍOS A LA VIDA
Con estas premisas, Juan Pablo II afrontó los nuevos desafíos a la vida en
una gran cantidad de mensajes, entre los que destaca la Encíclica Evangelium Vitae.6 Es imposible aquí resumir los contenidos de este importante
documento en el que se repropone el mensaje del Evangelio como clave
para entender el significado profundo de la vida. Sin embargo, me parece
que existe un aspecto importante que frecuentemente se deja de lado al
momento de comentar este texto, y que para los fines de esta exposición
puede ser oportuno recordar: la enseñanza de la Iglesia católica sobre la
vida en general, y sobre la vida humana en particular, se inscribe dentro
del terreno de la sabiduría moral que se gesta cuando el acontecimiento
cristiano enfrenta con responsabilidad los desafíos de la vida social.7
ca enraizada en el cristianismo. En efecto, se puede decir que la investigación, al explorar tanto lo más grande como lo más pequeño, contribuye a la gloria de Dios que se refleja en cada parte del universo” (Juan Pablo II, “Discurso a los participantes del jubileo del
mundo científico”, núm. 4, 25 de mayo de 2000).
5 Juan Pablo II, “La Iglesia y la ciencia”, Discurso a la Academia Pontificia de
Ciencias en la Conmemoración de Albert Einstein, núm. 5, octubre de 1979.
6 Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995.
7 “Hoy una gran multitud de seres humanos débiles e indefensos, como son, concretamente, los niños aún no nacidos, está siendo aplastada en su derecho fundamental a la
vida. Si la Iglesia, al final del siglo pasado, no podía callar ante los abusos entonces existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del pasado, triste-
232
RODRIGO GUERRA LÓPEZ
En efecto, el magisterio de la Iglesia sobre la vida se entrecruza con el
marco referencia que ofrece la Doctrina Social Cristiana (DSC). Comúnmente la DSC se presenta como un conjunto de principios de reflexión,
normas de juicio y directrices de acción8 que han surgido históricamente
a partir de la presencia cristiana en numerosos escenarios sociales a lo largo de la historia, y que eventualmente se disciernen e incorporan a la enseñanza oficial de la Iglesia. El estatuto epistemológico primario de este
saber es entonces la “teología moral”,9 de la misma manera que una parte
importante del contenido de la enseñanza eclesial sobre la vida.
Juan Pablo II, al percatarse de la constitutiva dimensión social del
Evangelio de la vida, decía:
Así como hace un siglo la clase obrera estaba oprimida en sus derechos
fundamentales, y la Iglesia tomó su defensa con gran valentía, proclamando los derechos sacrosantos de la persona del trabajador, así ahora, cuando
otra categoría de personas está oprimida en su derecho fundamental a la
vida, la Iglesia siente el deber de dar voz, con la misma valentía, a quien
no tiene voz. El suyo es el clamor evangélico en defensa de los pobres del
mundo y de quienes son amenazados, despreciados y oprimidos en sus derechos humanos.
Este texto nos parece advertir varias cosas: en primera instancia que la
“cuestión social” hoy es más compleja que nunca, porque alcanza problemáticas de discriminación humana inimaginables a finales del siglo
mente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara a la
organización de un nuevo orden mundial” (ibidem, núm. 5).
8 Cfr. Paulo VI, “Octogésima adveniens”, núm. 4; Juan Pablo II, “Discurso a la III
Conferencia General del I Episcopado Latinoamericano”, 28 de enero de 1979, II, 7; Juan
Pablo II, Sollicitudo rei socialis, núm. 8.
9 “La Doctrina Social de la Iglesia no es, pues, una ‘tercera vía’ entre el capitalismo
liberal y el colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones
menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia. No es tampoco
una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre
las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca
del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la
conducta cristiana. Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología
y especialmente de la teología moral” (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, núm. 45).
LA IGLESIA Y LAS CIENCIAS DE LA VIDA
233
XIX. Las nuevas biociencias y biotecnologías si bien comportan un muy
relevante motivo de progreso científico y humano, también entrañan importantes riesgos cuando no se orientan éticamente al momento de realizarse y ampliarse tanto en sus horizontes cognoscitivos como en sus aplicaciones técnicas. Por otra parte, este mismo texto nos manifiesta que las
cuestiones que hoy genéricamente denominamos “bioéticas” son afrontadas por el magisterio guardando una cierta analogía con el modo cómo
se afrontan las tradicionales materias de la DSC (sociedad, cultura, economía, política, derechos humanos, etcétera).
VI. HIPÓTESIS SOBRE PARÁMETROS DE RELACIÓN
ENTRE IGLESIA-CIENCIAS DE LA VIDA
Por eso, a modo de hipótesis nos parece que la relación entre la Iglesia y
las ciencias de la vida debe concebirse con parámetros análogos a los
que son vigentes entre la DSC y las ciencias sociales y humanas. ¿A qué
nos referimos?, ¿cuáles podrían ser estos parámetros? Desde nuestro punto
de vista los parámetros son múltiples, sin embargo, pueden sintetizarse en
tres:
Primacía de la verdad del hombre revelada en Cristo. El misterio de la
Encarnación implica que Dios ha asumido la condición humana de manera radical, al grado que podemos afirmar que Cristo no sólo revela a
Dios, sino que revela al hombre lo que el hombre es. Este dato cristológico establece, entre otras cosas, que existe una antropología elemental
desde la cual la Iglesia mira la vida del hombre en general y la problemática bioética en particular. Esta antropología es accesible a la razón aun
cuando su fundamento la excede. En otras palabras, existe una dimensión
racional y razonable de la enseñanza de la Iglesia que brota de la antropología inscrita en su misterio fundamental. Esta dimensión es preciso
reivindicarla para que la Iglesia siga siendo “maestra en humanidad”, es
decir, custodia de la dignidad de todo ser humano, en especial del más
débil y vulnerable. De este modo, la verdad sobre el hombre es, desde
nuestro punto de vista, el criterio hermenéutico fundamental para asimilar y discernir los diferentes datos que se pueden ofrecer desde las biociencias y biotecnologías contemporáneas.
Auxilio de las ciencias de la vida en el proceso de esclarecimiento de
la verdad sobre el hombre. Cada una de las biociencias explora con au-
234
RODRIGO GUERRA LÓPEZ
tonomía metodológica legítima diversos aspectos del fenómeno que denominamos “vida”. No podemos negar que parte del significado que la
vida humana posee, puede ser ampliado y debidamente interpretado gracias a este tipo de ciencias. Por ello, sin negar que el sentido último de la
vida se encuentra metodológicamente más allá de las posibilidades de las
biociencias, los significados penúltimos obtenidos por ellas permiten una
comprensión más analítica y diferenciada del misterio de la vida. De esta
manera, las biociencias son saberes auxiliares importantes con los que la
Iglesia debe contar para poder emitir un juicio certero sobre asuntos, muchas veces complejos, que requieren de un discernimiento ético. No es
competencia de la Iglesia como institución juzgar a las ciencias empíricas desde el punto de vista metodológico o sistemático.
Sin embargo, una adecuada metateoría de las ciencias de la vida debe
incorporar los criterios éticos que se requieren para que la investigación se
mantenga en todo momento al servicio de la verdad y no proceda de manera inversa. Por ello, podemos decir que la Iglesia, para poder realizar
su misión pastoral en el ámbito de la vida, requiere de las biociencias, y
éstas, a su vez, pueden encontrar una luz para que su desarrollo no se colapse a causa de una explícita o implícita autorreferencialidad. Así es como podemos preparar la enunciación de un último parámetro básico.
Reconocer la dimensión moral del saber científico y de sus aplicaciones tecnológicas. Toda acción humana posee una dimensión moral constitutiva.10 La investigación científica y el desarrollo tecnológico se inscriben
por ello en el universo de la moral. Esta “inscripción” no es extrínseca, sino que al interior de su propia estructura estos saberes implican libertad
y valores éticos irreductibles. Por ello, la relación de la Iglesia con las
ciencias de la vida se encuentra como normada por la constitución que la
propia moralidad posee de manera originaria. La Iglesia y las biociencias, en este sentido, se encuentran frente a una dimensión de la realidad
a la que deben servir. Ninguna de ambas instancias tiene los atributos
epistemológicos para determinar metafísicamente la consistencia del bien
moral. Al contrario, ambas instancias, cada una a su modo, deben reconocer que la verdad sobre el bien no depende de otra cosa más que del
contenido inteligible que el bien por sí mismo ofrece. De este modo, la
10 Cfr. R. Guerra López, Afirmar a la persona por sí misma. La dignidad como fundamento de los derechos de la persona, México, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2003.
LA IGLESIA Y LAS CIENCIAS DE LA VIDA
235
mirada de la Iglesia hacia las ciencias de la vida nos parece que ha de ser
concebida como una “mirada ética” que las penetra sin absorberlas o negarlas. La mirada será tanto más profunda cuanto mayor hondura se logre en la comprensión del misterio de la libertad humana y de su orientación fundamental hacia la verdad. En este esfuerzo colabora de manera
determinante la filosofía. Más aún, esto mismo nos permite intuir que si
bien es cierto que la bioética es un saber interdisciplinario, no es una mera colección de dialectos científicos, sino que sólo puede ser concebida rigurosamente como saber científico cuando su criterio de unidad sapiencial lo ofrece un saber que realmente lo pueda dar. La necesidad, por ello,
de la mediación filosófica para la elaboración de la bioética y para la ampliación de los horizontes pastorales de la Iglesia es muy grande.
VII. A MODO DE CONCLUSIÓN: UNA URGENCIA
IMPOSTERGABLE
Muchos otros elementos deberían mencionarse para describir adecuada e
integralmente las relaciones entre la Iglesia y las ciencias de la vida. El
carácter aproximativo de este ensayo, por ello, no es posible de negar.
No quisiera terminar esta reflexión sin mencionar que la urgencia de que
en la Iglesia —pastores y laicos— profundicemos en estas cuestiones es
muy grande. Un texto de la Evangelium Vitae, de Juan Pablo II, tal vez
pueda ilustrar elocuente y brevemente esta urgencia:
Estamos frente a una realidad... que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una
cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como
verdadera “cultura de muerte”. Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de
una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas
desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra
de los poderosos contra los débiles.11
Este agudo señalamiento no puede sino motivar a los creyentes a una
investigación y a una acción más decidida en favor de la vida. Asimismo,
11
Juan Pablo II, Evangelium Vitae, op. cit., nota 7, núm. 12.
236
RODRIGO GUERRA LÓPEZ
esta indicación, aun al no creyente, creo que puede despertarle la conciencia sobre la necesidad de no claudicar al momento de trabajar por
una sociedad más equitativa y justa, menos discriminatoria y opresiva,
ya que desde diversos espacios emergen nuevas formas de exclusión que
no por más sutiles son menos peligrosas y alienantes.12
12 Una llamada de atención interesante en este sentido se encuentra en J. Testar y C.
Godin, El racismo del gen. Biología, medicina y bioética bajo la férula liberal, México,
Fondo de Cultura Económica, 2002.
LA MEDICINA GENÓMICA COMO INSTRUMENTO
ESTRATÉGICO EN EL DESARROLLO DE MÉXICO
Gerardo JIMÉNEZ SÁNCHEZ
SUMARIO: I. El genoma humano y la individualidad genómica. II. La medicina genómica. III. Implicaciones más
allá de la salud. IV. Deslinde entre la medicina genómica y
la clonación humana. V. Desarrollo de una plataforma nacional en medicina genómica. VI. Aspectos éticos, legales
y sociales.
I. EL GENOMA HUMANO Y LA INDIVIDUALIDAD GENÓMICA
El pasado 14 de abril se anunció la culminación del Proyecto Genoma Humano. Como resultado se obtuvo la secuencia completa de los 3,200 millones de nucleótidos o letras (A, G, T, C) que lo componen, el mapa que
ubica a los cerca de 40,000 genes que ahí se albergan y el análisis de cerca de 1,400 genes causantes de enfermedades genéticas.1
Además, se demostró que los seres humanos compartimos el 99.9% de
esta secuencia. El 0.1% restante varía entre cada individuo, siendo las variaciones más comunes aquellas en que cambia una sola letra, conocidas
como SNPs (pronunciadas como snips) por sus siglas en inglés. Estas variaciones se encuentran a lo largo de toda la cadena, en promedio una cada 1,000 nucleótidos, y hasta el momento se han identificado cerca de
3.2 millones de estas variaciones.2 Esto significa, por ejemplo, que algunos individuos podemos tener una “G” en determinada posición del ge1
Gerardo Jimenez Sanchez et al., “Human Disease Genes”, Nature, 409, 2001, pp.
853-855.
2 F. S. Collins et al., “The Human Genome Project: Lessons from Large-scale Biology”, Science, 300, 2003, pp. 286-290.
237
238
GERARDO JIMÉNEZ SÁNCHEZ
noma, en donde otros pueden tener una “A”. El número de posibles combinaciones que resultan de la variación genómica, da como resultado que
cada miembro de nuestra especie tenga características genómicas únicas.
La siguiente fase de este proyecto consistirá en la identificación de las
variaciones genómicas entre las distintas poblaciones, así como la producción de aplicaciones prácticas derivadas de este conocimiento.3
El gran número de posibles combinaciones de SNPs da lugar a la individualidad genómica que confiere susceptibilidad o resistencia a enfermedades comunes, tales como diabetes mellitus, hipertensión arterial, cáncer
o tuberculosis, entre otras; así como variabilidad en la respuesta a medicamentos de uso común.4 Además del factor genómico, el medio ambiente tiene un papel fundamental en la aparición de estas enfermedades,
y por ello, en aquellos individuos con susceptibilidad genómica a padecerlas, el estilo de vida es determinante para la aparición de las manifestaciones clínicas de estas enfermedades.
II. LA MEDICINA GENÓMICA
La medicina genómica, que se define como la identificación de las variaciones en el genoma humano que confieren riesgo a padecer enfermedades
comunes, dará lugar a una práctica médica más individualizada, más preventiva y más predictiva.5 Esta nueva disciplina ofrece grandes beneficios
para el cuidado de la salud, dado que permitirá identificar a los individuos
con riesgo a desarrollar enfermedades comunes antes de que aparezcan los
síntomas, y así evitar o retrasar sus manifestaciones, complicaciones y
secuelas. Además, dará lugar a nuevas estrategias de tratamiento, como la
farmacogenómica, que resultará en la generación de medicamentos más
efectivos y menos tóxicos con base en la estructura genómica de cada
población.
Los retos inmediatos a los que se enfrenta la medicina genómica incluyen el conocimiento y análisis de las secuencias que incrementan el riesgo
3 F. S. Collins et al., “A Vision for the Future of Genomics Research”, Nature, 422,
pp. 835-847.
4 W. E. Evans y M. V. Relling, “Pharmacogenomics: Translating Functional Genomics into Rational Therapeutics”, Science, 286, 1999, pp. 487-491.
5 A. E. Guttmacher y F. S. Collins, “Genomic Medicine: a Primer”, N Engl J Med,
347, 2002, pp. 1512-1520.
LA MEDICINA GENÓMICA COMO INSTRUMENTO
239
o la susceptibilidad para desarrollar enfermedades multifactoriales, así
como el estudio de su frecuencia dentro de las poblaciones. Con ello, se
podrán identificar a los miembros de la población cuya secuencia de
ADN los hace de alto riesgo para presentar enfermedades comunes como
la hipertensión arterial, la diabetes mellitus tipo II, el asma, el infarto
agudo del miocardio y algunas enfermedades infecciosas, entre otras que
están adquiriendo gran relevancia en nuestro país debido a la transición
epidemiológica.
III. IMPLICACIONES MÁS ALLÁ DE LA SALUD
La medicina genómica tiene implicaciones más allá de la salud, ya que
además de impulsar el desarrollo científico y tecnológico, tendrá un impacto financiero muy importante al reducir los costos de atención a las
enfermedades más frecuentes. Así, también generará nuevos productos y
servicios, que darán lugar a formas novedosas de comercio, comunicaciones e, incluso, de organización social. Es por ello que la medicina genómica se ha constituido como un instrumento estratégico para el desarrollo de las naciones.
Como en el caso de otras tecnologías médicas cuya aplicación masiva
puede contribuir al desarrollo y crecimiento económico de los países, la
medicina genómica ofrece una gran oportunidad para atender problemas
mundiales de salud, como los que aquejan a la población mexicana. La
participación del gobierno federal en su desarrollo, a través del establecimiento y consolidación de un Instituto Nacional de Medicina Genómica,
resulta de gran trascendencia al representar el instrumento que estimulará
su desarrollo coordinado a nivel nacional, asegurando que sus beneficios
sean accesibles a quienes menos recursos tienen. Por el contrario, la falta
de este instrumento en forma oportuna creará una mayor brecha entre
quienes tienen más y quienes tienen menos, ya que los productos y servicios llegarán de países desarrollados para quienes más recursos tienen.
IV. DESLINDE ENTRE LA MEDICINA GENÓMICA
Y LA CLONACIÓN HUMANA
La medicina genómica está orientada a la identificación de las variaciones del genoma humano de individuos ya nacidos, para ofrecer una aten-
240
GERARDO JIMÉNEZ SÁNCHEZ
ción a la salud mucho más individualizada, predictiva y preventiva. Los
análisis de la secuencia del genoma humano normalmente se llevan a cabo en muestras de ADN obtenidos de sangre. Si bien la culminación del
Proyecto Genoma Humano ha coincidido en el tiempo con avances en
otras áreas de las ciencias naturales, como la biología del desarrollo, la
medicina genómica no guarda relación alguna con la clonación de seres
humanos, ni con la manipulación de células madre, ni con los procedimientos de reproducción asistida, ni tampoco con la manipulación de
embriones humanos. Más aún, la medicina genómica no está dirigida a la
selección de embriones con determinadas características genéticas, sino a
establecer recomendaciones sobre el estilo de vida de individuos ya nacidos, fundamentalmente de los adultos. Es fundamental no confundir estas áreas tan independientes, a fin de asegurar que los beneficios de la
medicina genómica contribuyan oportunamente al desarrollo de México.
V. DESARROLLO DE UNA PLATAFORMA NACIONAL
EN MEDICINA GENÓMICA
El genoma humano se hereda de padres a hijos, por lo que las variaciones genómicas se conservan en las familias, y por lo tanto en las poblaciones, lo que resulta evidente al observar las características físicas de
los miembros de una familia o de alguna comunidad. En consecuencia, la
frecuencia de SNPs que confieren susceptibilidad o resistencia a enfermedades comunes, o que contribuyen a la respuesta a fármacos, son distintas en cada población. La mayor parte de la población mexicana es producto de la mezcla entre grupos indígenas y españoles, que ha dado lugar
a una estructura genómica propia. Es por ello que los productos y servicios que se generen en poblaciones anglosajonas, europeas o asiáticas difícilmente podrán ser de utilidad para la población mexicana. La medicina genómica no podrá simplemente importarse de países desarrollados
cuya población sea diferente a la mexicana.
México desarrolla una plataforma nacional en medicina genómica con
base en las características genómicas y epidemiológicas de los mexicanos.6 La Secretaría de Salud, la Universidad Nacional Autónoma de Mé6 Gerardo Jimenez Sanchez, “Developing a Platform for Genomic Medicine in Mexico”, Science, 300, 2003, pp. 295 y 296.
LA MEDICINA GENÓMICA COMO INSTRUMENTO
241
xico, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y la Fundación Mexicana para la Salud, representando al sector industrial, después de llevar a
cabo un minucioso estudio de factibilidad, formaron el Consorcio Promotor del Instituto de Medicina Genómica (www.inmegen.org.mx). Esta
organización lleva a cabo los estudios ejecutivos y de detalle para el establecimiento del Instituto Nacional de Medicina Genómica (Inmegen), que
sería el decimoprimer instituto nacional de salud, insertado en el subsector
de los institutos nacionales de salud. Se propone que el Inmegen cuente
con laboratorios de investigación, unidades de alta tecnología genómica
e infraestructura para docencia, que le permitirían establecer una sólida
vinculación horizontal a lo largo y ancho del territorio nacional, así como
con instituciones del extranjero. Su estructura está diseñada en tres componentes: a) académico, para la realización de proyectos de investigación
en colaboración con otras instituciones del país y el extranjero; b) aplicativo, a través de instituciones de salud en el país, y c) industrial, con el
fin de asegurar que la información generada derive en productos y servicios para el cuidado de la salud. Los costos iniciales para establecer esta
plataforma parecerían elevados, sin embargo resultan relativamente moderados si se comparan con los costos financieros y sociales que representaría no desarrollar la medicina genómica.
VI. ASPECTOS ÉTICOS, LEGALES Y SOCIALES
La medicina genómica, si bien tiene un gran potencial de desarrollo, nos
enfrenta a nuevos retos éticos, jurídicos y sociales inherentes al uso de
información tan íntima como la genómica. Algunos de ellos relacionados
con la toma de decisiones sobre estudios genómicos, otros con aspectos
sobre confidencialidad de la información genómica, por la posibilidad de
que esta información pueda dar lugar a la discriminación o estigmatización de las personas por sus características genómicas. Por ello, resulta
fundamental que México cuente con un marco jurídico que asegure el
aprovechamiento de los beneficios de la medicina genómica y enfrente
exitosamente los nuevos retos.
La experiencia mundial demuestra que la implementación oportuna de
tecnologías médicas emergentes puede contribuir a reducir la brecha entre
242
GERARDO JIMÉNEZ SÁNCHEZ
países ricos y pobres,7 no sólo a través de una población más sana, sino,
además, por la reducción en los costos de atención de las enfermedades
más comunes. Por ello, resulta razonable predecir que la implementación
oportuna de esta plataforma contribuirá de forma importante al desarrollo de México.
7 World Development Report 1993: Investing in Health, Washington, D. C., World
Bank, Oxford University Press, 1993.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y LAS IGLESIAS
MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y RELIGIONES
Elisa ALANÍS ZURUTUZA*
SUMARIO: I. Medios de comunicación masiva. II. Acción
comunicativa. III. Esfera pública, económica y política.
IV. Iglesias en medios. V. Medios en Iglesias. VI. Contenidos. VII. Conclusiones o reflexiones finales.
Hablar de medios de comunicación y grupos religiosos es centrarnos en
temas de primer orden en el contexto social e ideológico de nuestro país.
Es poner la mirada en instituciones que inciden de manera determinante
en todos los rubros del país: en el social, económico, cultural y, por qué
no decirlo, en el quehacer político. Y la relación que se da entre éstos
plantea múltiples interrogantes: ¿deben las asociaciones religiosas tener
espacios en los medios de comunicación social?, ¿deben participar en la
titularidad de concesiones de medios electrónicos?, ¿qué tipo de contenidos pueden y deben difundir?, ¿cuáles son los límites de la relación medios-Iglesias en un Estado laico? No creo que se pueda responder de forma categórica a todas estas preguntas, y muchas más que nos podemos
hacer, pero sí podemos reflexionar sobre ellas y comenzar a abrir un debate que puede traer frutos interesantes.
Para iniciar un breve análisis de estos temas vale la pena hablar del papel que desempeñan los medios de comunicación en nuestra sociedad y
de su responsabilidad ante el innegable impacto y alcance que tienen, para después analizar la naturaleza comunicativa de las propias Iglesias, y
el contexto nacional en el que se encuentran.
* Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Intercontinental.
Realizó la maestría en Análisis Político y Medios de Información en el Instituto Tecnológico de Monterrey. Es miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales.
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ELISA ALANÍS ZURUTUZA
I. MEDIOS DE COMUNICACIÓN MASIVA
Los medios masivos de comunicación, y en particular los medios electrónicos, no pueden ser vistos únicamente como transmisores y portadores
de poder político y económico. La penetración de sus contenidos en la formación de la opinión pública en general los hace acreedores de derechos,
pero también de obligaciones claras. La necesidad de difundir contenidos
de alta calidad, la responsabilidad de los informadores y la necesidad de
un periodismo cívico, que recupere, entre otras cosas, la agenda ciudadana, es indispensable. Esa agenda ciudadana que incluye, por supuesto, la
visión de los distintos grupos religiosos existentes en nuestro país, ya
que los medios de comunicación deben ser un foro abierto e independiente para la expresión de una opinión pública plural.
Si bien es cierto que estudios recientes en las ciencias de la comunicación hablan de una sociedad selectiva, en donde los mensajes no son acogidos de manera inmediata y automática, cual “aguja hipodérmica”, no
podemos menospreciar el poder que tienen los medios de comunicación
para transmitir y transformar ideas. Como comenta el maestro Javier Esteinou en un ensayo sobre las herramientas de la democratización, “los
medios no son omnipotentes para producir efectos automáticos sobre los
auditorios, pero poseen suficientes habilidades, históricamente comprobadas, para crear y cambiar las formas de pensar y actuar, y para imprimir fuertes direcciones sociales a los campos de conciencias”.
Es así que no únicamente los medios públicos, como se ha querido hacer creer, tienen la obligación de promover el nivel educativo y cultural de
la sociedad, sino que tanto los permisionarios como los concesionarios
tienen una responsabilidad social ineludible. Por ejemplo, en uno de sus
postulados, el código de ética periodística de la UNESCO establece que:
“El verdadero periodista defiende los valores universales del humanismo, en particular la paz, la democracia, los derechos del hombre, el progreso social, la liberación nacional, y respeta el carácter distintivo, el valor y la dignidad de cada cultura”.
II. ACCIÓN COMUNICATIVA
Por naturaleza, la labor de las distintas Iglesias se inserta en un proceso
comunicativo como parte fundamental de su tarea.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y RELIGIONES
247
Hay una tesis básica que plantea que toda religión necesita una acción
comunicativa. Para transmitir verdades, o una ética del comportamiento,
esta acción es básica. Es por ello que la comunicación y la religión conforman un binomio muy cercano.
Todas las religiones a lo largo de la historia han hecho uso de instrumentos que les permitan difundir sus mensajes y compartir en el “mercado
de bienes de salvación”. La televisión y la radio hoy se incorporan en esa
competencia. Es lógico que quieran tener acceso. Y en diversos países es
una práctica constante. La más conocida para muchos de los católicos es la
del Vaticano, que tiene una estación de radio casi desde la aparición de
este invento. No es secreto alguno que en Italia hay redes de televisoras
que giran alrededor de la Iglesia católica.
Ahora bien, en esta acción de comunicar, a través de distintos medios,
hay quienes responden y quienes no a los bienes que hay en el mercado.
También cuenta el producto, no sólo cómo ofrecerlo. Si una Iglesia ofrece algo que después no podrá garantizar se verá en serios problemas.
III. ESFERA PÚBLICA, ECONÓMICA Y POLÍTICA
Tanto las instituciones mediáticas como religiosas se encuentran dentro
de la esfera pública, entendida ésta desde el punto de vista habermasiano
social y no de gobierno (porque tendemos a ligar el concepto público
con lo estatal). Por ello deben delimitar su actuar y su naturaleza de las
esferas políticas y económicas. Jürgen Habermas nos habla del mundo de
la vida en donde podemos encontrar a aquellas instituciones de carácter
social que se hacen escuchar a través de la opinión pública, que sería, en
otras palabras, su propia voz. Es por ello que incluyo a los medios de comunicación y a las distintas Iglesias en este mundo, y para distinguir su
actuar haré referencia a los otros mundos, como las distintas esferas
planteadas por el maestro de la Escuela de Turín, Norberto Bobbio. Es
decir, nos encontramos con tres círculos, o esferas, o mundos que interactúan unos con otros, pero que deben delimitar muy bien su naturaleza.
Por una parte está la esfera política, del poder; por otra la esfera económica, del dinero, y, por último, la esfera social, de las ideologías. Los medios de comunicación y las asociaciones religiosas, como muchos otros
grupos, se encuentran en esta última esfera, y su labor no debe empañar-
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ELISA ALANÍS ZURUTUZA
se por el interés del poder y del dinero. Debe influir en el acontecer político y económico, a través de la formación racional de la opinión pública, junto con la voz de otros grupos sociales, pero no ser parte del mundo
poderoso, político o económico, porque cuando hacen mancuerna con éstos, monopolizan el espacio público de intercomunicación e intercambio.
Comento esto para poder hablar en concreto de la relación medios-Iglesias y sus límites.
IV. IGLESIAS EN MEDIOS
En un país en donde se permite la libertad de culto también debe existir
una intensa participación en el mercado espiritual. Pero ¿cuál es el límite?, ¿cuál la frontera ética y deontológica de la Iglesia?, ¿de su verdadera
vocación de servicio?, ¿su vocación espiritual alejada del negocio?
Hablamos de la libertad de culto, pero también, como parte de un Estado democrático, debemos exigir que se cumpla con la garantía del derecho
a la información y a la libertad de expresión. Por ello, todos los grupos religiosos deben tener el derecho de expresar sus ideas, su pensar y su sentir. Ahora bien, esta expresión se debe dar dentro de una regulación clara
que permita la equidad de espacios, y que norme los contenidos, aunque
cause ruido a los beneficiados por los resquicios legales y por quienes se
proclaman portadores de la opinión pública.
Otro asunto que se discute es la participación de los ministros de culto
en actos proselitistas dentro y fuera, por supuesto, de los medios de comunicación. Estas restricciones, establecidas en un Estado constitucional
y en el derecho canónico, evitan que el poder ideológico se convierta en
vehículo de presión, desde una posición de autoridad, hacia los ciudadanos. Es decir, para garantizar la equidad dentro de un proceso político en
donde nadie goce de una situación de privilegio, tema que se vincula también con la restricción de ocupar cargos de elección popular, por ejemplo. Con esta restricción clara hacia los miembros del clero, sacerdotes o
líderes religiosos, no se les inculca sus derechos políticos, ya que pueden
aspirar a participar de lleno en la política o en candidaturas renunciando
al ministerio, y a la ventaja que les ofrece su investidura religiosa.
La ley prohíbe la posesión de medios de comunicación por parte de las
asociaciones religiosas y necesitan cierto permiso o anuencia para la difu-
MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y RELIGIONES
249
sión. La Iglesia católica, por ejemplo, cuenta con más de 300 mil publicaciones. Y son las evangélicas una de las que compran más espacios en
los medios masivos de comunicación.
Se presentan entonces algunos fenómenos que no quedan claros. Se permite la participación con la anuencia de Gobernación en los medios, pero
no se regula una presencia equitativa de las distintas ofertas religiosas.
Para hacer una analogía, recordemos cómo los partidos políticos con
más dinero tenían más presencia en medios, y tuvo que surgir una regulación que pusiera orden en el tiempo y espacio que merecen todos en
igualdad de circunstancias (hablo en pasado porque así se dio la reflexión y los primeros pasos que están plasmados en el Cofipe, aunque sabemos que en la práctica falta mucho por hacer). En el tema religioso sucede lo mismo. El que tiene más influencia política o económica puede
tener más espacio en medios, entonces se tiene que regular para que exista una ley que diga hasta cuándo y hasta dónde.
V. MEDIOS EN IGLESIAS
Hasta aquí hemos reflexionado sobre la incursión de grupos religiosos en
espacios mediáticos, sin embargo, ¿qué hay de los espacios mediáticos
incursionando en asociaciones religiosas? En relación a si los grupos religiosos deben o no tener concesiones de radio y televisión, es un tema
polémico, pero más claro que el anterior. México es un Estado laico, lo
que imposibilita al gobierno para otorgar concesiones a la Iglesia, pero
también significa que debe garantizar que cualquier individuo pueda profesar la religión que desee. En este sentido no debe privilegiar a grupo
religioso alguno, ni impedir la libertad de credo.
Como en otros rubros, los temas religiosos no se alejan de la dinámica
que envuelve a los distintos sectores del país, y esto podría convertir a los
grupos más influyentes en sectores privilegiados en procesos como el
otorgamiento de concesiones. Si bien éstas y los permisos, como bienes
públicos de la nación, deben formar parte de procesos abiertos y claros,
la historia de nuestro país nos ha mostrado que no siempre el mejor gana,
y que no siempre se manejan estos asuntos ajenos a grupos de intereses
políticos y económicos.
250
ELISA ALANÍS ZURUTUZA
VI. CONTENIDOS
Sobre el tema de los contenidos encontramos los límites de la conciencia, más que reglas claras sobre lo que se debe o no transmitir a través de
los medios de comunicación. Por ejemplo, en el Reglamento de la Ley
Federal de Radio y Televisión en Materia de Concesiones, Permisos y
Contenido de las Transmisiones, publicado en el Diario Oficial de la Federación en octubre de 2002, se indica que:
Artículo 3o. La radio y la televisión orientarán preferentemente sus actividades a la ampliación de la educación popular, la difusión de la cultura, la
extensión de los conocimientos, la propagación de las ideas que fortalezcan nuestros principios y tradiciones; al estímulo a nuestra capacidad para
el progreso, a la facultad creadora del mexicano para las artes; a la participación ciudadana y a la solidaridad, y al análisis de los asuntos del país
desde un punto de vista objetivo, a través de orientaciones adecuadas que
afirmen la unidad nacional, la equidad de género y el respeto a los derechos de los grupos vulnerables.
Artículo 4o. La función informativa constituye una actividad específica
de la radio y la televisión tendente a orientar a la comunidad, en forma veraz y oportuna, dentro del respeto a la vida privada y a la moral, sin afectar los derechos de terceros, ni perturbar el orden y la paz pública.
Artículo 5o. La programación de las estaciones de radio y televisión
deberá contribuir al desarrollo económico del país, a la distribución equitativa del ingreso y al fortalecimiento de su mercado.
Las interpretaciones son tan subjetivas, que parece quedar en manos
de los propios transmisores la responsabilidad.
Hay riesgos y posibilidades, porque una persona tiene la libertad de
exponer lo que sea. La televisión, por ejemplo, puede participar en la
construcción del debate, del análisis, de la pluralidad, de la tolerancia, o
a la destrucción, la frivolidad, la parcialidad y la intolerancia. Es decir,
también se puede quedar en el ofrecimiento de mercancías que permitan
capitalizar, política, ideológica o económicamente, los mensajes.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y RELIGIONES
251
VII. CONCLUSIONES O REFLEXIONES FINALES
La participación de las distintas religiones en los medios de comunicación
se enmarca en el derecho a la libertad de expresión y de conciencia. Pero
la legislación no permite que en un Estado laico las asociaciones religiosas sean titulares de permisos o concesiones. De hecho, se encuentra detenida en el Senado de la República la reforma a la Ley de Radio y Televisión, por lo difícil que es discutir estos temas, ya que los intereses son
muchos. Pero, por lo pronto, independientemente de las modificaciones
que se le hagan y de la ley que finalmente se apruebe, no se contempla la
incursión de las religiones en estos rubros. Lo que sí se hace es habilitar a
las asociaciones religiosas a difundir sus posturas, sin considerarse por
ello que tienen que ser los titulares de estaciones de radio y televisión. El
carácter laico del Estado mexicano hace complicado abrir la posibilidad
de tener concesiones, y en el panorama actual puede ser inapropiado por
la forma, poco transparente y discrecional, en la que se otorgan. Sin embargo, las asociaciones religiosas tienen el derecho de expresarse a través
de los medios de comunicación social.
Nos encontramos con un problema jurídico que se tiene que regular,
porque si bien se permite participar en diversas emisiones, no debe haber
excepciones o privilegios. Tiene que existir un sentido de equidad en la
participación de todas las religiones, porque no ser claros puede castigar
a las Iglesias minoritarias. Y para ello, por cierto, hay que definir qué es
una asociación religiosa (más de seis mil en nuestro país), y uno de los
criterios en nuestra ley que la define es su carácter no lucrativo. Me pregunto, ¿cumplen todas con este requisito?
Así pues, los intereses políticos y económicos no deben permear la acción comunicativa de las asociaciones religiosas. Deben permanecer al
margen de los intereses del poder y del dinero para participar en la construcción del proceso democrático nacional. Es decir, pueden incidir en el
cambio a través de su labor social y espiritual, pero no pueden decidir las
políticas públicas y económicas a partir del poder ventajoso de su posición como líderes ideológicos.
Tenemos que vincular el bien común con las diferentes ofertas religiosas o políticas. El problema es definir la responsabilidad social de los grupos de comunicación (no puedes rentar tu espacio a mensajes violatorios
de nuestras leyes), que las asociaciones sean definidas (algunas se hacen
252
ELISA ALANÍS ZURUTUZA
pasar por asociaciones no religiosas para tener privilegios o ventajas sobre las demás) y, tercero, que se sujeten a la ley.
Hay que pensar entonces en el tipo de país que deseamos; si queremos
uno con más libertades, entonces establezcamos las condiciones jurídicas
necesarias con equidad y justicia.
Tenemos vacíos legales, pero realidades perfectibles.
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
José de Jesús AGUILAR*
Cuando empecé a escribir estas líneas tuve una interrogante: no sabía si
debía comenzar haciendo alusión a Hermann Heller en su libro Teoría del
Estado, o a Max Weber, pero en mi calidad de sacerdote decidí iniciar
por el Eclesiástico, uno de los libros de la Biblia.
Este libro dice: “No lleves a tu casa a cualquiera”, y también señala:
“No te juntes con el malvado, pues torcerá tu conducta”. Éstos son dos
sabios consejos que cualquier padre de familia daría a sus hijos: seleccionar bien a las amistades y evitar a los malvados, pues ambos nos advierten del peligro que traen consigo las malas compañías.
El Eclesiástico también se puede aplicar a los medios de comunicación, pero ante todo nos advierte que se necesita sabiduría para entender
bien sus consejos, aunque más sabiduría se necesita para llevarlos a la
práctica. ¿Cómo? Al ser selectivo con nuestras amistades, con los programas de radio y televisión que vemos, con los diarios y las revistas que
compramos, con los autores que leemos o escuchamos. Así como nosotros
debemos impedir que penetren en nuestras casas los ladrones, también debemos oponernos a que invadan nuestra intimidad programas o comentaristas que sean dañinos, porque la opinión pública se hace con base en las
opiniones de aquellas personas que están cotidianamente en los medios,
y muchas veces son los antivalores los que imperan en todos los canales y
a todas horas del día y de la noche.
El Eclesiástico nos dice: “El chismoso nos cambia lo bueno por lo malo”. También nos advierte de la publicidad engañosa: “No tendrá reparo
* Licenciado en Filosofía y Teología por el Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos, Música y Arte en el Pontificio Instituto de Música Sacra en Roma, entre otras licenciaturas. Actualmente es director del Departamento de Arte Sacro del Episcopado Mexicano y subdirector del área de Radio y Televisión del Arzobispado de México.
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254
JOSÉ DE JESÚS AGUILAR
en explotarte. Si le haces falta te tratará muy bien, te sonreirá y te inspirará confianza. Te hablará amablemente y te preguntará qué necesitas”, y
nos previene de aquellos programas de comicidad que tratan de hacer
graciosa la desgracia ajena y así nos previene: “Al que toca la brea se le
pega en la mano; y el que se junta con burlones llega a ser como ellos”.
Sí, el Eclesiástico afirma, cuando se refiere a los “pecados de la lengua”: “El que se fía a la primera es un espíritu ligero... el que domina su
lengua vivirá en paz, y el que odia la murmuración sufrirá poco”.
El Eclesiástico nos invita a ser críticos y hasta desconfiados, y por ello
dice: “Prueba a tus amistades porque al estar en desgracia te abandonarán”.
Pero así como la lengua no tiene la culpa de las palabras que una persona pronuncia; los medios de comunicación tampoco son responsables
de aquellas cosas que andan mal y que todos sabemos. Los medios de comunicación, en sí, pueden ser buenos o malos, según el uso que se les dé,
según los contenidos que difundan, según lo que pretendan a través de sus
mensajes.
Pero también hay que estar conscientes de que una cosa son los medios
y sus mensajes, y otra el público que tiene la libertad de escoger bien o
mal a sus amistades.
Es en este momento cuando salta a la escena Hermann Heller para retomar la importancia que tiene el Estado en la vigilancia de los medios
para que no se aparten de su función social. Los medios están para servir
a la sociedad, para educar a la gente al mismo tiempo que se le entretiene, para orientar a la población al mismo tiempo que se le informa. Por
desgracia, sin embargo, algunos de ellos contemplan a estos principios
como accidentes secundarios ante la prioridad que impone el mercado y,
entonces, los medios pueden convertirse en simples negocios que, con tal
de alcanzar sus metas de audiencia, son capaces de todo.
Hermann Heller señala:
La prensa debe considerarse como el más influyente portavoz de la opinión pública. Cuando no se trata de órganos declarados de los partidos, el
negocio periodístico es una empresa del gran capital perteneciente, en su
mayor parte, a personas que tienen sus negocios fuera de los medios y que
se valen de ellos para favorecer sus intereses. La opinión de los medios
depende de los ingresos y especialmente de la publicidad.
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
255
En efecto, los medios de comunicación saben que los públicos son ajenos a su estructura interna, y por lo mismo tratan de absorberlos con mecanismos como la enajenación y la manipulación. En la eterna competencia por alcanzar mejores puntuaciones de audiencia, todos compiten entre
sí y, en ocasiones, muchas personas abandonan los principios éticos y
morales, pues con tal de conquistar a la audiencia se es capaz de todo;
con tal de conquistar mercados se es capaz de todo, y ahí es donde la lengua puede cometer pecados y dañar a la sociedad como con frecuencia
ocurre.
Cuando el individuo pierde su capacidad de análisis y de crítica, cuando se enajena ante los medios y sus mensajes, como diría Herbert Marshall McLuhan, “cuando el medio es el mensaje y no un simple difusor de
mensajes”, cuando el hombre pierde su personalidad y libertad mediante
la manipulación, entonces el individuo se convierte en un consumidor automatizado de los propios medios, y esto daña a la sociedad.
Los medios pueden ser malos cuando piensan por el espectador, cuando
toman decisiones por él, cuando tienden a anular el espíritu de la razón de
sus públicos. La gente tiende a dejarse llevar por modas y por programas
estériles, y, lo que aún es peor, cuando los antivalores se sobreponen a
los verdaderos valores universales, a las buenas costumbres, a la cultura
que finalmente es el principal factor que da identidad a una nación.
Por todo esto, los medios de comunicación tienen, en México y en el
mundo, una gran responsabilidad, porque tienen la posibilidad de transformar a la sociedad y conducirla por caminos de superación y progreso,
pero también pueden hacerlo por vías de estancamiento y retroceso, de
automatización y consumismo estéril.
Con base en repetir mensajes tienen la posibilidad de cambiar usos y
costumbres, de alterar o promover el verdadero sentido de los valores sociales, nacionales, culturales, éticos y morales, y también, por qué no decirlo, los valores religiosos, que son los que han dado identidad a nuestro
México.
Por desgracia, en nuestro país no existe un alto nivel de lectura, y la
radio y televisión tienen el camino libre para promover la educación o
para detener su avance. Los medios tienden a llenar el vacío cultural de
millones de analfabetas, que aun sabiendo leer y escribir, no lo hacen. El
libro, en México, es un objeto de colección. La industria editorial está en
crisis desde hace muchos años y el Estado no ha cumplido plenamente
con su obligación.
256
JOSÉ DE JESÚS AGUILAR
El nivel de educación en nuestro país es bajo, y, por lo mismo, los medios de comunicación social tienen el deber moral de elevar sus contenidos, con amor al prójimo, con responsabilidad social y patriótica, con deseo de coadyuvar con las tareas del Estado.
Debo ser justo en mi análisis y es necesario señalar que prácticamente
todos los medios tienen grandes aciertos sobre estos temas. Cómo se podría negar la ayuda que prestan campañas como el Juguetón, el Teletón y
tantas otras más, pero aún falta mucho por hacer.
Los contenidos de muchas series son violentos y ensangrentados; abundan las escenas con sobredosis de sexo, y, en ocasiones, promueven costumbres o seudovalores que no corresponden a la idiosincrasia y cultura
del mexicano, lo que ha venido repercutiendo en la transformación de los
públicos a una sociedad más agresiva y menos sensible.
Hay programas que llevan al libertinaje sexual en contra de instituciones sociales como son la familia y el matrimonio, hasta ahora garantizadas por la Constitución Política. No obstante, hay quienes pretenden hacer creer que, para estar a la moda con otros países, se deben cambiar los
valores en favor de la vida por los que favorecen la muerte.
El Estado debe vigilar que la sociedad no sea llevada hacia un consumismo estéril de productos o ideologías innecesarios; nos oponemos a los
falsos lujos, a las pasajeras modas cuando éstas dañan la integridad del
hombre. Rechazamos la adopción de posturas equivocadas con respecto
a la vida y a la muerte. Estamos en favor de los derechos del hombre y
de la mujer, pero sin que estos derechos afecten a terceras personas. El
Estado, los medios y las Iglesias debemos cuidar que no surjan como
sombras leyes injustas bajo el monumento que todos nosotros hemos levantado a la democracia.
Si la sociedad cambia hacia el mal, hacia los antivalores, no hay marcha atrás: “Los responsables tendrán que responder ante la historia y ante
Dios”, frase que dijo Juan Pablo II antes de que empezara la guerra en
Irak.
Cuando los valores son cambiados por antivalores, difícilmente se puede retroceder y, por lo mismo, los medios de comunicación deben asumir
con mayor fuerza su responsabilidad social en la transformación del
hombre y de sus instituciones culturales, que son las que finalmente dan
identidad a una nación, pero el cambio debe ir hacia delante, no hacia
atrás.
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
257
Los medios de comunicación deben fijarse metas más allá de la justa
ganancia económica a la que tienen derecho. Metas en cuanto a la transformación de la sociedad, hacia etapas superiores en lo ético, lo cultural,
lo moral, lo jurídico, y, en este sentido, la sociedad tiene el derecho y la
obligación de tomar la palabra para participar, al lado del Estado y de
quienes administran los medios de comunicación, para decidir juntos los
contenidos que más convienen a México y a la sociedad.
Permanecer callado o indiferente ante esta posibilidad es permanecer indiferente ante el crecimiento y desarrollo de nuestro país. Permanecer callado es como aquel doloroso 40% de mexicanos que no acudieron a las
urnas en el 2003. Por eso la Iglesia católica invita a la participación electoral; por eso la Iglesia católica pide a los medios responsabilidad y respeto hacia los públicos, quienes deben apoyar a la sociedad en tareas de
educación y cultura, de progreso y desarrollo armónico, ético y moral.
El Eclesiástico por algo dice: “El sabio siempre está prevenido; si hay
peligro de pecar se aleja del mal”. Esto es lo que debe hacer la sociedad.
Alejarse de aquellos programas que a nada bueno conducen, pero los propios medios deben hacer lo mismo para optar por las mejores propuestas
en materia de entretenimiento, información, opinión y culturización, sin
que los esquemas de beneficio social estén por encima de los beneficios
de rating o de lucro. Cuando los medios de comunicación no toman esta
iniciativa, es el público, entonces, quien debe actuar con responsabilidad.
Otro aspecto de especial interés es el tiempo que el público dedica a los
medios de comunicación como posibilidad de canalizar el ocio. En México este porcentaje es demasiado alto y esto también repercute de manera
negativa en la sociedad.
El Eclesiástico dice: “La sabiduría del literato crece con sus tiempos
libres; el que tiene pocas ocupaciones puede hacerse sabio”. En efecto, el
ocio también se puede canalizar de manera constructiva.
La canalización del ocio es motivo de un tema aparte y, en sí, constituye una importante industria que genera empleos y desarrollo, pero parte
del problema que México enfrenta es que el ocio es canalizado de manera improductiva. Los medios de comunicación pueden ayudar a construir
un mejor México a pasos más acelerados, y el público puede coadyuvar
en esta tarea con prender o apagar un simple botón.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO:
ASPECTOS HISTÓRICOS
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO:
UN ACERCAMIENTO HISTÓRICO
Marta Eugenia GARCÍA UGARTE*
SUMARIO: I. Las primeras discusiones sobre la tolerancia
religiosa (1824-1857). II. Oposición eclesiástica a la Constitución de 1857. III. Los decretos de Juárez en Veracruz y
el de Maximiliano de libertad de cultos. IV. El Magisterio
Pontificio sobre la libertad de conciencia y la libertad religiosa.
Los estudios sobre la libertad religiosa, la Iglesia católica y otras asociaciones religiosas se han incrementado de forma notable gracias a los cambios constitucionales realizados en México en 1992, y a la publicación
de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público el 15 de julio de
ese mismo año. La reflexión también ha surgido con gran interés tanto en
la Unión Europea como en otras regiones de América Latina.1 Antes de la
reforma constitucional de 1992, los estudiosos de la catolicidad eran tipificados como conservadores. En la actualidad esa calificación no sólo ha
tendido a desaparecer, sino que el tema se ha convertido en un campo de
conocimiento novedoso, incluyendo el estudio de la teología. La historia
del país dio un vuelco enorme.
* Doctora en Historia por la Universidad Iberoamericana. Investigadora del Instituto
de Investigaciones Sociales de la UNAM.
1 Por ejemplo, del 19 al 22 de septiembre de 2000 se celebró el Congreso Latinoamericano sobre Libertad Religiosa, en el que, extrañamente, no tuvo representación México. La Revue de Droit Canonique, publicada en Estrasburgo, dedicó su tomo 52/1, de
2002, al tema de la libertad de conciencia, en el campo de la religión. Por la importancia
de la materia, el presidente de la Unión Europea mantiene un diálogo constante con los
líderes de las distintas religiones presentes en Europa.
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262
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
A pesar de la importancia y la necesidad que existe de ponderar los
efectos del cambio constitucional, en este trabajo concentro mi atención
en la forma como se planteó la discusión sobre la tolerancia religiosa y la
libertad de cultos en el país. Con ese propósito abordaré fragmentos de
la historia del siglo XIX. También menciono, de forma muy superficial, la
postura sostenida por los papas Gregorio XVI y Pío IX. Sus disposiciones influyeron en las ideas y los planteamientos sostenidos por los obispos no sólo con respecto a las discusiones del artículo 15 del proyecto de
Constitución que se discutió en el Congreso Constituyente de 1856-1857,
sino también con la libertad de cultos decretada por Benito Juárez en 1859
y por Maximiliano en 1865. Como se observará en el texto, las apreciaciones eclesiásticas en 1865 eran prácticamente iguales a las sostenidas
en 1856.
Con la derrota de Maximiliano y del partido conservador, incluyendo
el fracaso del liderazgo político del arzobispo de México, Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, los obispos disminuyeron su beligerancia. Esa
actitud coincidió con la política asumida por Benito Juárez en 1870: era
preciso otorgar una amnistía a los conservadores imperialistas, a fin de
consolidar la paz que era necesaria para progresar. Bajo ese criterio, el arzobispo Labastida pudo regresar al país en 1871. Siete años más tarde, el
20 de febrero de 1878, fue elegido el Papa León XIII. El pensamiento de
León XIII sobre la tolerancia y la acción social guió la posición de los
pastores hasta 1910. Los obispos escribieron poco sobre la tolerancia durante ese periodo, porque hubo un acuerdo tácito de no involucrarse de
forma abierta y pública contra el gobierno. No obstante, en sus cartas pastorales previnieron a sus fieles acerca de los planteamientos del protestantismo y el espiritismo, al tiempo que les mandaban alejarse de esos
cultos que perjudicaban su fe y tradición católica.2
La actitud conciliadora del episcopado con el gobierno empezó a cambiar cuando los puestos diocesanos fueron ocupados por egresados del Pío
Latinoamericano en Roma. Los nuevos obispos carecían de la fortaleza
espiritual y la formación política de la generación de mediados del siglo
2 Sobre el espiritismo se puede consultar la carta pastoral del obispo de Querétaro,
Ramón Camacho García, del 15 de enero de 1872. Sobre el protestantismo escribió cuatro advertencias pastorales, una en 1876, dos en 1881 y una en 1883, y cuatro cartas pastorales: la primera el 29 de abril de 1876, la segunda el 30 de noviembre de ese mismo
año, la tercera el 2 de marzo de 1877 y la cuarta el 9 de julio de 1881.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
263
XIX. Pero ellos sentían que eran capaces de emular a sus antecesores.
Por esa apreciación de sí mismos estuvieron dispuestos a realizar, con todos los medios que estuvieran a su alcance, la defensa de la autonomía y
libertad eclesial. Esta postura, y el espíritu anticlerical de los revolucionarios, como anticlericales habían sido los constituyentes de 1856, llevaron a los diputados del Congreso Constituyente de 1916-1917 a limitar y
a desconocer la práctica pública de la Iglesia en el famoso artículo 130
de la Constitución de 1917. Ése fue uno de los artículos reformados en
1992.
Poca atención pondré a la Constitución de 1917, la Guerra Cristera, la
reforma de 1992,3 y al Reglamento de la Ley de Asociación Religiosas
publicado en 2003. Los resultados obtenidos por la nueva legislación religiosa se pueden revisar en la Memoria del Foro Internacional sobre Libertad Religiosa, publicada por la Secretaría de Gobernación en 2003.4
Mi deseo es registrar una breve reseña sobre las vicisitudes recorridas en
el país desde que la Constitución de 1824 declaró a la religión católica
como la única del país, hasta llegar a la formulación de Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público de 1992.5 El recorrido, sin apegarse a
un desarrollo histórico riguroso, muestra la tensión que se vivió en el país
para dar forma a la aspiración de reconocer el derecho a la libertad religiosa como un derecho fundamental del hombre y del ciudadano. La discusión se sostuvo, aun cuando fuera marginada durante los primeros 40
años del siglo XIX, desechada en el Congreso de 1856 y repudiada en
1865, por los obispos Pelagio Antonio Labastida y Dávalos y Clemente
de Jesús Munguía, en virtud de la Ley de Cultos publicada por Maximi3 En mi obra, La nueva relación Estado-Iglesia. Un análisis de la problemática actual, México, Nueva Imagen, 1993, analizo los debates del Congreso y la forma como se
llegó al cambio constitucional. Aclaro que en ese entonces me oponía al cambio del artículo 130 constitucional. Ahora escribo frente a un hecho consumado que modificó la
tradicional relación del Estado y la Iglesia.
4 Esta memoria consigna los trabajos presentados en el Foro Internacional sobre Libertad Religiosa, celebrado bajo los auspicios de la Secretaría de Gobernación, del 17 al
18 de octubre de 2002 en el Museo Franz Mayer de la ciudad de México.
5 Es importante registrar que Jorge Adame Goddard, en su obra Las reformas constitucionales en materia de libertad religiosa, publicada por el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, en 1992, introduce el tema en el capítulo I, bajo el título “Significado
histórico de las reformas”. Se trata de una excelente introducción a la historia política.
En mi texto, en cambio, pretendo presentar la visión de la Iglesia sobre el asunto, sin descuidar las pretensiones de los diputados y políticos.
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MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
liano de Habsburgo en ese año. Con esa oposición, reiterada durante los
años del movimiento armado de los católicos en contra del régimen del
presidente Plutarco Elías Calles, la definición de la libertad religiosa tuvo que esperar hasta 1992.
Posiblemente el marco jurídico actual no sea el adecuado y todavía existan infinitas lagunas por donde se cuele la intolerancia y el rechazo a los
otros por sus definiciones religiosas. Todavía no se ha cumplido con uno
de los programas de trabajo propuesto por uno de los diputados del Congreso Constituyente de 1856: en el país no hemos aprendido el valor de
la tolerancia y de la libertad religiosa. Los conflictos de los desplazados
y expulsados en diversas regiones del país por motivos religiosos son
una muestra del predominio que todavía tienen algunas posiciones intolerantes en la sociedad mexicana. En este contexto, la reflexión histórica
se convierte en un auxiliar para comprender el país que somos desde donde fuimos.
I. LAS PRIMERAS DISCUSIONES SOBRE LA TOLERANCIA
RELIGIOSA (1824-1857)
Todas las Constituciones mexicanas, federales o centralistas, hasta la de
1857, con variantes que no viene al caso precisar, reconocían y proclamaban la religión católica, apostólica y romana como la única verdadera.
Además, el Estado la protegería con leyes sabias y justas. A pesar de esa
afirmación, a necesidad de declarar la tolerancia religiosa en el país, se
discutió varias veces de 1824 a 1856.
En las discusiones sostenidas durante ese periodo se tenía presente la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, que había reconocido la libertad religiosa y la libertad de expresión.6 Se sabía
que la declaración de la libertad religiosa había respondido de forma di6 El artículo 10 de dicha declaración establecía que nadie podía ser molestado por
sus opiniones, siempre que no alterara el orden público “establecido por la ley”. El 11,
por su parte, afirmaba el derecho a la “libre circulación de los pensamientos y opiniones... salvo la responsabilidad que el abuso de este derecho produzca en los casos determinados por la ley”. Ambos artículos proclamaban la libertad de pensamiento y opinión
religiosa, o de otra índole, siempre que se respetaran los límites de la ley. De esa manera,
se encontraban estrechamente relacionados. Véase Nazario González, Los derechos humanos en la historia, [España], Universidad Autónoma de Barcelona, 1998, p. 94.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
265
recta a la existencia de una pluralidad religiosa y a la necesidad de la tolerancia, como virtud que permitía la cohabitación pacífica de los ciudadanos que eran seguidores de distintos cultos. Esta práctica había sido
elogiada por John Locke en sus Cartas sobre la tolerancia (1689) y Voltaire con su Tratado sobre la tolerancia (1763).7 Su declaración, por tanto,
se planteaba como estrictamente necesaria en aquellos lugares en donde
coexistían distintos cultos, prácticas y creencias con diferente identidad y
cada una con significación particular. Esa situación explica, en parte, el
porqué los católicos mexicanos, desde 1824 hasta 1863, insistían en que
ése no era el caso de México, en donde siempre había predominado la religión católica.8
De 1824 a 1848 las discusiones sobre la tolerancia partían de dos hechos: uno era la presencia de extranjeros en el país que practicaban su
culto en el ámbito de lo privado, de sus hogares o de sus embajadas. El
otro era que la religión católica era la base de la unidad de los mexicanos
y era la única religión que habían conocido desde el siglo XVI. Si la pureza de la fe se había conservado a través de los siglos, ¿para qué introducir
cultos extraños? Ésa fue la postura sostenida por Juan Rodríguez de San
Miguel para oponerse al artículo 31 del proyecto de Constitución de 1842,
que consignaba el establecimiento de la tolerancia.9
7 N. González, ibidem, p. 96. Jaime Ruiz de Santiago, “Derechos humanos y libertad religiosa”, en J. Ruiz de Santiago et al., Libertad religiosa. Derecho humano fundamental, México, Imdosoc, 1999, p. 21.
8 La Francia de la revolución contaba con una pluralidad religiosa, aun cuando era
la Iglesia católica la que dominaba el mundo religioso de ese país. Era la religión mayoritaria. Tanto así que en 1787 comprendía el 98% de la población, estimada entonces en
25 millones de personas. El 2% restante correspondía a las otras religiones. C. T. McIntire, “Changing Religious Establishments and Religious Liberty in France, Part I, 17871879”, en Richard Helmstadter, ed., Freedom and Religion in the Nineteenth Century,
Stanford University Press, 1997, p. 236.
9 Juan Nepomuceno Rodríguez de San Miguel, poblano de origen, se apegaba a la
doctrina pontificia. Esa característica permite ubicarlo como un jurista conservador (18081877). Su biógrafo fue otro grande del pensamiento conservador e imperialista decidido,
Ignacio Aguilar y Marocho. Rodríguez de San Miguel, además de ser diputado del Congreso Constituyente de 1842 y magistrado de la Suprema Corte de Justicia en 1845, se
desempeñó como defensor fiscal de capellanías y obras pías y abogado de la Iglesia durante el periodo del arzobispo Lázaro de la Garza y Ballesteros. “Apuntes biográficos del
autor”, en Juan N. Rodríguez de San Miguel, Escritos jurídicos (1839-1863), antología,
compilación y estudio preliminar de María del Refugio González, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1992.
266
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
Este autor se oponía al artículo porque, al no admitir el ejercicio público de ninguna otra religión que no fuera la católica, permitía las celebraciones de los otros cultos con tal de que se efectuaran a puerta cerrada.10 Y ¿qué necesidad había, se preguntaba Rodríguez de San Miguel,
de introducir tales inconvenientes en la República?, “¿qué poderosas circunstancias nos estrechan a prepararnos desgraciadamente la necesidad
de la tolerancia?”.11 No había justificación alguna para declarar la tolerancia en el país. El país se había formado por hombres que practicaban
una sola creencia y no diversas. No había, ante ese hecho histórico, necesidad de programar una libertad que nadie demandaba. En nuestra patria
decía:
La religión ha sido sin la contradicción más leve, la señora única de nuestros corazones, y tenemos en ello nuestra más justa gloria, ha sido la inestimable herencia de nuestros antepasados; a ella debe la nación su civilización, su ser, sus establecimientos, y finalmente, está identificada con sus
costumbres, no podría, señor, disculparse el que los legisladores de 1842,
sin necesidad y sin motivo, despojasen a la República de esa singular gloria, distinguido beneficio del cielo, despreciasen un inestimable don de la
divinidad, alterasen la paz, introdujesen el desabrimiento, causasen la alarma de la generación presente y arrojasen la semilla de eterna desunión de
las generaciones venideras.12
Las ideas de Rodríguez de San Miguel, admirado por los políticos conservadores y por los obispos, se repitieron en varios de los postulados sostenidos en 1848 en contra del establecimiento de la tolerancia. En ese en10 A pesar de la existencia de individuos de otras religiones y la demanda de algunos
representantes diplomáticos, el gobierno no reconoció la celebración de cultos religiosos
de otras denominaciones religiosas que no fuera la católica, ni siquiera en privado. La
petición del ministro de Prusia en 1846, de ser autorizado para establecer una capilla para el culto privado en la legación prusiana, para los ciudadanos de su país, fue detenida
durante más de un año, hasta que dicha petición fue enviada al cabildo eclesiástico, que,
indudablemente, se negó a que la solicitud fuera autorizada. Esta situación fue relatada
por Francisco Zarco en el Congreso Constituyente de 1856, en Francisco Zarco, Historia
del Congreso Constituyente 1856-1857, México, El Colegio de México, 1956, p. 677.
11 “Discurso pronunciado el 14 de noviembre de 1842 por el señor diputado Juan N.
Rodríguez de San Miguel contra el proyecto de Constitución en su discusión general”,
Guadalajara, Imprenta del Gobierno, 1842, en J. N. Rodríguez de San Miguel, op. cit.,
nota 9, p. 50.
12 Idem.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
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tonces, la definición de la tolerancia se justificaba por el incremento que
había registrado la población protestante después de la guerra con Estados Unidos. Los que abogaban por el establecimiento de la tolerancia en
1848 sostenían, como lo harían algunos diputados en 1856, que era el
medio idóneo para promover la inmigración extranjera y, de paso, como
dijera Joaquín Parrés, crecería “la ilustración, la población y la industria”.13 Es decir, se modernizaría el país. Esa idea, la de establecer la tolerancia para impulsar la inmigración extranjera, había llevado al estado
de Yucatán a registrarla en su Constitución de 1841. Pero la inmigración,
como dijera el ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, Ezequiel
Montes, en el Congreso Constituyente de 1856, no había llegado.
A pesar de esos fracasos, en 1856 —como en 1848— se seguía pensando en el apoyo que daría la tolerancia a la inmigración. La diferencia
es que en los primeros años de vida independiente se pensaba que la migración sería de protestantes, mientras que en 1856 se añoraba una inmigración europea, no española, de manera independiente al credo que profesaran. Los triunfadores del Plan de Ayutla también veían a la tolerancia
como una política, de corte secular, que eliminaría los privilegios del clero, al tiempo que abriría la oportunidad, al establecerse los credos no católicos, de someter la Iglesia al Estado. Para ellos, los liberales de mediados del siglo XIX, la declaración de la libertad religiosa no se justificaba
por el número de población que fuera adepta a los cultos o las Iglesias no
católicas. Se deseaba garantizar, aun cuando se tratara de grupos minoritarios, que tuvieran la libertad de practicar su fe y creencias religiosas sin
ser molestados, como había declarado la Asamblea Nacional en Francia.
Se identificó, además, que la definición de la tolerancia era una manifestación de civilidad y modernidad.
Esas ideas fueron ampliamente discutidas a partir de la propuesta del
artículo 15 constitucional presentado al Congreso Constituyente reunido
en 1856. Dicho artículo estaba compuesto, como dijera Guillermo Prieto,
de tres partes:
1) No se expedirá en la República ninguna ley ni orden de autoridad
que prohíba o impida ningún culto religioso.
13 Joaquín Parrés y Gustavo Santillán, “La secularización de las creencias”, en Álvaro Matute et al., coords., Estado, Iglesia y sociedad en México. Siglo XIX, México, Miguel Ángel Porrúa, 1995, p. 185.
268
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
2) El gobierno protegerá, por medio de leyes justas y prudentes, la religión católica, apostólica, romana.
3) En cuanto no se perjudiquen los intereses del pueblo, ni los derechos
de la soberanía nacional.14
Para oponerse a la primera aseveración del artículo 15, que declaraba,
aun cuando en forma negativa, la tolerancia de cultos, el arzobispo de México, Lázaro de la Garza y Ballesteros, volvió a publicar la carta pastoral
que había escrito sobre la tolerancia religiosa el 23 de septiembre de 1848,
cuando era obispo de Sonora. El arzobispo consideraba que las ideas sobre
la tolerancia, vertidas por los periódicos en 1855, eran las mismas que se
habían discutido en 1848. Que la única diferencia radicaba en el modo de
presentarlas. Pero que ni en 1848 ni en 1855 aparecía otra idea que la de dar
libertad a todos los hombres de adorar a Dios a su manera, que era, decía
el arzobispo, una aseveración falsa. También señalaba que la tolerancia
estaba vigente en los terrenos que México había perdido durante la guerra con Estados Unidos y su resultado había sido aumentar el número de
la población protestante con respecto a la católica, con gran perjuicio para esta última y para el país.
El arzobispo aseguraba que el pueblo mexicano, tanto en 1856 como en
los siglos anteriores, había pedido que se conservara la religión en los términos que siempre había estado. Ese pueblo, católico, no estaba dispuesto a permitir la celebración de otro culto. Hasta entonces había sufrido
las revoluciones continuas que, con miras personales, habían acaudillado
diversos hombres. Pero, con ocasión del artículo 15, ese mismo pueblo,
sinceramente católico, apostólico, romano, sabía que su religión desaprobaba y condenaba cualquier otra religión y culto. Su inserción en la Carta Magna dividiría la nación.15
Junto con la protesta del arzobispo, se publicó la exposición que hizo
el Cabildo Metropolitano de México al Congreso pidiendo que se decretase la continuación del culto católico en la República con excepción de
cualquier otro. Entre las razones que se daban es de destacar la que asen14 “Discurso de Guillermo Prieto en el Congreso Constituyente el 30 de julio de 1856”,
en F. Zarco, Historia del Congreso..., op. cit., nota 10.
15 La protesta del arzobispo en contra del artículo 15 se publicó junto con la Exposición que el Cabildo Metropolitano de México ha elevado al soberano Congreso contra
la tolerancia de cultos, México, Imprenta de Andrade y Escalante, 1856.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
269
taba, con gran sintonía con Rodríguez de San Miguel y con los pensadores de 1824, que la religión católica había garantizado la sobrevivencia
de la nación. Sin su sano influjo, decían los capitulares del cabildo eclesiástico de México, “acaso y si acaso hubiéramos asistido ya a los funerales de nuestra nacionalidad”.16 Para los católicos la religión era la garantía de la nación y la promesa del porvenir.
También el obispo de Guadalajara, Pedro Espinosa, se expresó contra el
artículo 15 del proyecto de Constitución. Él señalaba que el equilibrio de
la libertad individual y de la unidad social era más exacto con la unidad
de la Iglesia católica. La reforma protestante había destruido esa unidad en
algunas partes y en otras había debilitado ese principio proclamando el
individualismo religioso. Se preguntaba el señor Espinosa sobre las razones que podían justificar establecer la tolerancia que tanto sólo sembraría
en el suelo mexicano la semilla de la corrupción. Todas las clases de la
nación corrían riesgos si se decretaba la libertad de cultos, porque lejos de
afianzar la paz pública daría lugar a un nuevo elemento de discordia. Además, el mencionado artículo no podría sancionarse con el voto de la mayoría de la población, porque estaba opuesto a él. También era erróneo
pensar que, porque no se había decretado la tolerancia de cultos, no se
habían establecido nuevas poblaciones en los inmensos territorios de la
República. Esa aseveración era falsa. No habían llegado nuevos colonos,
decía el obispo Espinosa, porque no se habían proporcionado las ventajas de paz y seguridad que brindaban los países más consolidados.
Esas ventajas eran las que atraían a los agricultores y demás empresarios, porque los hombres corrían detrás de la fortuna y ésta sólo se encontraba en donde había aquellas garantías.17 Así, el día que se pongan
las personas y propiedades al abrigo de los peligros que pueden hacer temer nuestras frecuentes revoluciones, y tantos malhechores que hay en los
campos y ciudades, habrá inmigración; sin que sea parte a impedirla o
desalojarla la unidad del culto católico, como en efecto no ha sido obstáculo para que México abrigue en su seno muchos hombres de muchas
religiones, que han vivido tranquilos entre nosotros obedeciendo los im16
Exposición que el Cabildo Metropolitano de México ha elevado..., en ibidem, pp. 9
y 10.
17 Sobre este tema, de que México no necesitaba la tolerancia para fomentar la inmigración extranjera, se publicaron varios artículos en la prensa católica.
270
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
pulsos de conciencia, y sin que se les haya obligado de modo alguno a seguir las prácticas del catolicismo.18
Los periódicos católicos hicieron una fuerte campaña en contra del
mencionado artículo 15. Por ejemplo, el periódico La Cruz publicó los
artículos de José Joaquín Pesado que criticaban las razones con las que
se sostenía la necesidad de implantar la libertad de cultos en la República.19 Llama la atención la idea sostenida por Pesado de que no convenía
la tolerancia porque México estaba compuesto por diversas razas. En otros
países la diversidad de religiones estaba compensada por la uniformidad
de raza. Como en México sucedía lo contrario, era la unidad religiosa la
que sostenía a la nación.
La Cruz también publicó los artículos de Mariano Meléndez y Muñoz.
Incluso, el periódico volvió a reproducir los artículos sobre el tema que
había escrito en otra época Rodríguez de San Miguel.20 De igual forma,
las plumas católicas defendieron las inmunidades de la Iglesia, sus bienes,
sus privilegios y el derecho de los obispos para defenderlos. Como dijera
José Joaquín Pesado:
El clero defiende sus inmunidades, establecidas desde los siglos más remotos, profundamente arraigadas en las sociedades cristianas, y de una alta importancia en las instituciones políticas y morales de los pueblos; no
es maravilla. Ellas están en la naturaleza de las cosas, puesto que aun los
gentiles las concedieron a los ministros de sus falsas divinidades, y no hay
en el mundo nación ninguna, por bárbara que sea, que no haga distinción
entre el pueblo y el sacerdocio, rodeando a éste de consideraciones y de respeto. Esa nivelación universal entre los hombres, tan pregonada por el liberalismo, es una quimera, que él mismo desmiente y condena no pocas
veces. El actual Congreso mexicano ¿no ha sostenido con decisión y ener18 Séptima carta pastoral que el ilustrísimo señor don Pedro Espinosa, obispo de
Guadalajara, dirige a sus diocesanos, Guadalajara, Tipografía de Rodríguez, 1856, p. 14.
19 El artículo de José Joaquín Pesado en el periódico La Cruz se puede consultar en
la obra de Carmen Ruiz Castañeda, La prensa periódica en torno a la Constitución de
1857, México, UNAM, Imprenta Universitaria, pp. 92-95. El periódico fue creado para
defender a la Iglesia. Se publicó desde el 1 de noviembre de 1855 hasta el 25 de julio de
1858. Su primer director fue el obispo Clemente de Jesús Munguía, quien escribía también los principales artículos. Al dejar esa función Munguía, José Joaquín Pesado (18011861) asumió la dirección y la redacción del periódico. José M. Roa Bárcena, Biografía
de D. José Joaquín Pesado, México, Jus, 1962, p. 92.
20 J. N. Rodríguez de San Miguel, op. cit., nota 9.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
271
gía la inmunidad de sus diputados?, ¿qué mal resulta de que los obispos hayan protestado contra la abolición de sus fueros?21
Las discusiones en materia religiosa concentraron la atención del país.
Pero no había una división tajante entre los conservadores, los representantes del principio católico y los liberales los calificados como heréticos, como dijera José María Vigil comentando, de forma irónica, la afirmación de los conservadores que trazaba una línea tajante entre ambos
grupos. Esa línea no existía de forma radical en 1856, cuando todos los
mexicanos se declaraban católicos. No obstante, Vigil apuntaba el cambio
social que se estaba efectuando: el partido católico estaba disminuyendo
sus filas mientras se engrosaban las liberales. El tiempo no era para teología, sino para buscar el bienestar de los mexicanos.22
En el Congreso la discusión del artículo 15 se inició el 29 de julio y
concluyó el 5 de agosto de 1856. Muchos fueron los oradores en favor
y en contra del artículo. Los que estaban en contra formaban dos corrientes: una, que deseaba que se quitara toda mención a la tolerancia, porque
el país tenía unidad religiosa, y la otra que deseaba que se quitara el artículo en su conjunto, porque no declaraba la tolerancia de forma positiva y era incongruente sostener la libertad de cultos mientras se privilegiaba a la religión católica.
Marcelino Castañeda, quien representaba la primera corriente, se preguntaba si la autoridad política podía introducir la tolerancia de cultos en
un país en que había unidad religiosa. Él aseveraba que el pueblo mexicano quería vivir bajo la unidad católica. De ahí que los congresistas, como representantes de la nación, no podían sancionar la tolerancia de cultos, “supuesto que ella rompería la unidad religiosa bajo la que desean
vivir los mexicanos”.23 La tolerancia de cultos, decía Castañeda, era contraria a la voluntad de cultos. De ahí que si el Congreso la sancionaba, el
país la rechazaría:
21 José J. Pesado, “Algunas observaciones sobre el clero mexicano”, en La Cruz, México, núm. 11, 16 de octubre de 1856, t. III, pp. 321-327, en Ruiz Castañeda, op. cit., nota 19, p. 99.
22 El Monitor Republicano, 15 de julio de 1856, núm. 3244, en Ruiz Castañeda, op.
cit., nota 19, p. 102.
23 “Discurso de Marcelino Castañeda en el Congreso Constituyente 1856-1857”, 29
de julio de 1856, en F. Zarco, Historia del Congreso..., op. cit., nota 10, p. 549.
272
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
El pueblo no quiere conocer otra religión que la católica, él ama con entusiasmo las ceremonias solemnes y majestuosas de nuestro culto, saca del
fondo de los templos su consuelo, sus esperanzas, su alegría. Tiene complacencia en postrarse ante Dios en las calles y plazas, en rendirle homenajes públicos, en adorarle a la faz de todos, y ahora quiere quitársele su
placer, su delicia, su entusiasmo: se quiere que su Dios quede oculto en
los templos y que no se le tribute adoraciones en las calles y plazas... se
quiere poner a nuestro Dios al nivel de las divinidades fingidas... Esto, señores, es una injusticia, es una crueldad... Si sois demócratas, respetad la
voluntad de ese pueblo; si sois liberales, dejadlo disfrutar de su libertad,
dejadlo gozar de su consuelo, de sus delicias, de su felicidad.24
El diputado Juan Antonio de la Fuente, quien también defendía la unidad católica, señaló que la comisión que había elaborado el artículo había ido más lejos que la Asamblea Nacional de Francia, que sólo había
decidido que nadie pudiera ser molestado por causa de sus opiniones,
siempre que no contrariaran el orden público. En cambio, el artículo 15
que se estaba discutiendo ataba las manos de la autoridad para impedir
cualquier desorden que se presentara. Aclaraba, además, que cuando la
Asamblea Nacional había declarado la tolerancia ya existía en Francia el
protestantismo. De hecho, decía de la Fuente, Francia tenía variedad de
religiones desde mucho tiempo antes de celebrarse la Asamblea Nacional. A ella le convenía la declaración de la tolerancia. Pero México se
encontraba en el caso opuesto: sólo existía la religión católica. Ante esta
circunstancia, cuando no se tenía que negociar con ningún otro culto,
¿por qué se quería decretar la libertad de cultos? En su opinión no había
razón para decretar la tolerancia, porque se disgustaría “profundamente
al pueblo”. Además, si el único lazo de unión entre los mexicanos, que
tanto se necesitaba reforzar, era la catolicidad, no había motivo alguno
que justificara que se introdujera la discordia.25
Varios diputados argumentaron en contra del artículo, no por las razones de Castañeda, del que hicieron una crítica aguda porque había expresado, precisamente, el malestar que tenían los liberales contra el boato que
distinguía al culto católico, sino porque su expresión era inadecuada: ha24
25
611.
Ibidem, pp. 549 y 550.
Cfr. F. Zarco, “Discurso de Fuente”, Historia del Congreso..., op. cit., nota 10, p.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
273
bía que sostener la tolerancia de forma positiva a todo grupo religioso, tal
como dijera Francisco Zarco en su discurso en la Cámara, el 29 de julio.
La segunda parte del artículo, que ofrecía protección a la Iglesia, también
era rechazada por Zarco, porque la religión católica, que era la suya, no requería de la protección del Estado. En cambio, para consolidarse la nación
necesitaba conceder la libertad. De esa manera, asentó que estaba en contra de la segunda parte del artículo, “como católico que tiene fe en su religión y como ciudadano que anhela la libertad de su patria”.26
En su discurso, Zarco avanzó notablemente en la discusión que se estaba sosteniendo. Si en 1824, 1841 y 1848 se había planteado la necesidad
de la tolerancia para eliminar los privilegios del clero, en 1856 se planteaba que la tolerancia era necesaria para establecer la separación entre la
Iglesia y el Estado, tal y como se declarara en 1859.
De forma específica, en virtud de que algunas discusiones seguían amarradas a las ideas del pasado, Zarco indicaba que no importaba lo que se
había sostenido en los congresos de 47, 45 y 35. No importaba porque
los diputados de esa época habían capitulado: habían cedido a las presiones y no habían avanzado. Habían reprimido el progreso. Para este diputado, cuya claridad de pensamiento se distinguía de sus colegas diputados, la unidad religiosa en Italia, en una clara referencia a la revolución
de 1848, sólo había servido para fragmentar la nacionalidad. De ahí que:
El Piamonte es la única esperanza de la Italia, porque el Piamonte es libre,
porque el Piamonte, que nació a la libertad apenas en 1848, después de la
brillante epopeya de Carlos Alberto, ha conquistado la libertad de la prensa, la libertad de la tribuna, la libertad de la enseñanza, la libertad de conciencia; porque aquel gobierno, aunque monárquico constitucional, puede
servir de modelo a la verdadera democracia: no cuida de quimeras, respeta
la libertad humana y no piensa en la unidad religiosa.27
Zarco hacía una distinción entre la religión y el clero. Había razón para
no ser tolerantes con el clero porque era una clase que se había declarado
enemiga de la libertad y había empobrecido al pueblo. Lo más grave es
que sería repetido hasta la saciedad y en una clara alusión a la participa26 Discurso de Francisco Zarco, en F. Zarco, Historia del Congreso..., op. cit., nota
10, p. 573.
27 Ibidem, pp. 576 y 577.
274
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
ción del obispo de Puebla, Pelagio Antonio Labastida y Dávalos y su clero
en la revuelta de Zacapoaxtla, porque había puesto las armas en la mano
“encendiendo luchas fratricidas”. Si se hablaba de protección a esa clase,
había razón de alarmarse, porque hacerlo era proteger el fuero y el privilegio, el fanatismo y el retroceso, la ignorancia y la superstición, seguir
esclavizando al pueblo y acabar con la soberanía nacional.28
El redactor del artículo 15, el diputado Ponciano Arriaga, al escuchar
las críticas tan severas a la forma como lo había redactado, señaló que estaba de acuerdo con las críticas, pero que había que establecer la libertad
religiosa porque era imposible que la sociedad fuera libre si no se le concedían esas garantías. No era posible hablar de democracia si se seguía
sosteniendo una religión dominante. Ese artículo también estaba incluido
en la Constitución de los Estados Unidos. Si se quería avanzar en la
constitución de la democracia, México tenía que incluir esas libertades en
su Constitución.29
Francisco Zarco mencionó la representación que había enviado el obispo de Oaxaca, en la que aseguraba que en esa región había una marcada
tendencia a la idolatría. De acuerdo con el obispo de Oaxaca había un
gran riesgo si se establecía la tolerancia: que los indígenas restablecieran
todas sus prácticas idólatras. Esta afirmación le dio pie a Zarco para hacer una crítica al clero: ¿dónde estaba la unidad religiosa que decían
existía en el país? Si había riesgo de que se restablecieran las prácticas
religiosas antiguas y se perdiera la unidad religiosa no era responsabilidad de los diputados, sino “del clero que no la ha sabido establecer en
más de trescientos años”. “Estaba de acuerdo con el obispo —decía Zarco bordando a su conveniencia— en que no hay unidad religiosa en un
país en que gracias a la indolencia del clero millares de hombres ignoran
las verdades de la religión y donde hay multitud de extranjeros que profesan religiones protestantes”.30
José Antonio Gamboa argumentó que la inmigración europea tan buscada por México no se conseguía porque no se concedía, precisamente,
la libertad de cultos. “¡Emigración sin libertad de cultos! Mientras tal cosa se quiera no tendremos en México más que aventureros...”31
28
29
30
31
Ibidem, pp. 572 y 573.
Cfr. “Comentario de Arriaga el 29 de julio de 1856”, en ibidem, p. 577.
“Discurso de Francisco Zarco”, en ibidem, p. 574.
“Discurso de José Antonio Gamboa”, en ibidem, p. 564.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
275
Se había dicho, decía Gamboa, que ya había libertad de cultos porque
muchos extranjeros eran protestantes. Pero no era cierto. Los protestantes
estaban, ciertamente, en medio de la sociedad mexicana, pero sin ningún
reconocimiento. Mientras los practicantes de otros cultos no pudieran celebrar sus cultos en público no habría libertad religiosa en México. También apuntó una verdad tan necesaria entonces como en la actualidad: era
preciso enseñar al pueblo la tolerancia. En 1856, Gamboa se refería a que
sólo con un pueblo educado en la tolerancia se podría lograr la inmigración de población que se requería. En la actualidad, la necesidad de educar
en la tolerancia sigue siendo prioritaria. Con una población más tolerante
se podrían evitar las tragedias sociales que suceden en algunas poblaciones rurales por el rechazo, desprecio y repudio que se tiene a aquellos
que, por haber adoptado un culto no católico durante los años en que estuvieron radicados fuera del país, se rehúsan a realizar las prácticas sociales que se encuentran vinculadas estrechamente con el culto católico.
Otros diputados, como José María Castillo Velasco, siguiendo a Zarco, señalaban, apuntando ya a la separación entre la Iglesia y el Estado
que se declararía en 1859, que era necesaria la tolerancia para que pudiera existir la separación entre el poder espiritual y el temporal para evitar
los males que ya había producido la mezcla de ambos poderes. Para este
diputado, el artículo 15 postulaba la libertad religiosa, que era uno de los
derechos del hombre. Aseguraba que de nada serviría garantizar la propiedad y la seguridad si no se le reconocía la libertad. Y no podía haber
libertad si se le cercenaba su creencia religiosa. Ignacio Ramírez puso el
dedo en la llaga cuando señaló: había que corregir lo que se había asentado en la Constitución de 1824, registrando la intolerancia religiosa.
Como el pueblo se alarmó y los obispos protestaron, y los hombres y
mujeres se expresaron en contra del artículo 15, y también algunos elementos del gobierno, como Ezequiel Montes, el ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos participaban del sentimiento de rechazo, se decidió
retirar la propuesta del artículo 15. Tal decisión se tomó el 5 de agosto
por la votación de 65 diputados contra 44. Se consideró, diría Labastida,
que el momento de la tolerancia no había llegado. No obstante, al retirar
la propuesta del artículo, también se eliminó la segunda parte que postulaba, como lo habían hecho las Constituciones del país desde 1824: “El
gobierno protegerá por medio de leyes justas y prudentes la religión católica, apostólica, romana”.
276
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
Las discusiones que tuvieron los diputados del Congreso Constituyente, sobre otros derechos del ciudadano, muestra la cercanía que se tenía
con la declaración de derechos humanos contenida en la Constitución
francesa de 1848. Fue el año de las revoluciones que, en diversos momentos, tuvieron lugar en toda Europa, en el Piamonte, ensalzado por
Zarco, y en Francia en donde surgieron las famosas barricadas, inmortalizadas en Los miserables de Víctor Hugo. En la declaración de derechos
de ese año fueron abolidos, en el artículo 10, los títulos nobilarios y toda
distinción de nacimiento, clase o casta. No obstante, la declaración iniciaba asentado que se redactaba “en presencia de Dios y en nombre del
pueblo francés”, dando cuenta del espíritu que había emanado del Congreso de Viena y el tiempo de la Restauración. Fue esta declaración la
que asentó la libertad de enseñanza. De forma gradual, los distintos países europeos fueron introduciendo las reformas políticas y sociales que
buscaban atender derechos fundamentales, civiles y políticos, además de
económicos, sociales y culturales.32
Los derechos fundamentales del hombre y del ciudadano, con excepción de la libertad religiosa, quedaron consignados en la Constitución de
1857. Algunos, como dijera el obispo Labastida sobre la tolerancia, no
contaban con la aceptación plena, de ahí que tuvieron que ser limitadas.
Éste también fue el caso de la redacción del artículo 17, sobre la libertad
del trabajo, por el sistema de protección al trabajador que consignaba. En
la forma como quedó redactado se consignaba la libertad, pero no daba la
protección a las clases más débiles.
II. OPOSICIÓN ECLESIÁSTICA A LA CONSTITUCIÓN DE 1857
El Congreso dio a luz a la nueva Constitución el 5 de febrero de 1857.
Entonces quedaba cumplida, decían los diputados constituyentes, la “gran
promesa de la revolución de Ayutla de devolver al país al orden constitucional”.33 Se aseguraba que con la nueva Constitución se tranquilizarían
los ánimos agitados, se calmarían las expectativas, se cicatrizarían las he32
N. González, op. cit., nota 6, p. 153.
Autógrafo del Manifiesto de la Constitución de 1857, 5 de febrero de 1857, Archivo Histórico del Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2a. serie, legajo 42, documento 5.
33
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
277
ridas de la República, se conseguiría la paz. La Constitución ha definido
clara y precisamente las garantías individuales, poniéndolas a cubierto de
todo ataque arbitrario.
El acta de derecho que va al frente de la Constitución es una realidad, tributada en vuestro nombre, por vuestros legisladores a los derechos imprescindibles de la humanidad. Os quedan, pues, libres, esperanzas, todas
las facultades que del ser supremo revisten para desarrollo de vuestra inteligencia, para el logro de nuestro bienestar.
La igualdad será de hoy más la gran ley en la República; no habrá más
mérito que el de las virtudes, no marcará la tentativa civil... el derecho sagrado, la propiedad inviolable, el trabajo y la industria libres... no habrá
leyes retroactivas, ni monopolios, ni jueces especiales, ni penas infames,
ni se pagará por la justicia.34
Al publicarse la Constitución, el arzobispo de México envió circulares
a todos los curas y fieles del arzobispado y también a los obispos del país,
el 11, el 18 y el 20 de marzo de 1857, para indicar con toda la claridad
posible la condena que hacía la Iglesia de la Constitución y cuál era la
postura que se esperaba tanto del clero como de los fieles. La consigna
principal era, como se señalaba en la circular del 20: “Los que han jurado la Constitución no pueden ser absueltos”. El arzobispo respondió de
forma inmediata poniendo la tónica a todos los pastores sobre la forma
en que había de actuar. Pero fue Clemente de Jesús Munguía, en la protesta que envió el 8 de abril de 1857, el que estableció con toda claridad
las razones que tenía la Iglesia para prohibir a sus fieles jurar la Constitución. ¿Cómo se podía jurar una Constitución, se preguntaba Munguía,
que era una grave ofensa a Dios? Era imposible hacerlo porque la Constitución ratificaba los decretos generales que, emitidos por el gobierno liberal, habían hecho sufrir tanto a la Iglesia mexicana, omitía el reconocimiento explícito y las garantías consiguientes a la religión católica, la
única que profesaba la nación, y establecía derechos contrarios a la institución y doctrina de la Santa Iglesia de Dios.
Todos los obispos, con gran coincidencia, señalaban que se oponían al
artículo 3o., que declaraba la enseñanza libre; al artículo 7o., que garantizaba la libertad de escribir y publicar porque, como dijera Munguía, en
34
Idem.
278
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
ambos artículos quedaba eliminado el dogma, la moral católica y la disciplina eclesiástica. Esa postura, aun cuando fuera de forma negativa, abría
las puertas a la tolerancia. Además, lo que faltaba lo ponía el artículo
9o., que permitía la asociación libre de los individuos por objetos lícitos.
La garantía que se daba en materia de asociación era tan libre y general
que cualquiera, mexicanos y no mexicanos, podían reunirse por motivos
religiosos. Con este artículo, decía el obispo Munguía, todas las religiones, incluso la de Mahoma podían establecerse.35
También protestaba Munguía contra el artículo 5o., que declaraba que
la ley no podía autorizar contrato que tuviera por objeto la pérdida o el
irrevocable sacrificio de la libertad del hombre. No había faltado quien
viera las consecuencias que tendría esta disposición en el sacramento del
matrimonio, que era un contrato, importaba una obligación perpetua porque era indisoluble y exigía el irrevocable sacrificio de la libertad del hombre. El artículo 13 confirmaba y daba carácter institucional a la ley del
23 de noviembre de 1855, que había eliminado los fueros eclesiásticos.
Si en aquella época los obispos habían protestado contra dicha ley como
contraria a la Iglesia, también lo hacían ahora. El artículo 12 no concedía
ningún tipo de prerrogativa en la República, de igual manera que el 13
suprimía totalmente el fuero eclesiástico. El 34 comprendía a los eclesiásticos y el 36 los obligaba a inscribirse en la Guardia Nacional. Todo
el clero, incluyendo a los obispos, tenía el deber de ser soldado. La crítica al artículo 27 era explicable porque al negar a todas las corporaciones
eclesiásticas el derecho a administrar, poseer o adquirir propiedad alguna, ratificaba el decreto del 25 de junio de 1856, contra el cual se habían
hecho las más formales protestas y dictado las censuras eclesiásticas
contra los que tomaran los bienes eclesiásticos. La discusión sobre una
justa distribución de la propiedad en México, planteada en el Congreso,
pero combatida por los hacendados, quedó postergada hasta la formulación de la Constitución de 1917.
Gran indignación causó la fracción XXX del artículo 72, que concedía
facultades al Congreso para hacer efectivas las que le concedía la Constitución, y el artículo 123 que declaraba la competencia exclusiva de los poderes federales en materia de culto religioso y disciplina externa. De am35 Protesta del arzobispo Labastida, enviada al Ministro de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública el 28 de junio de 1857, impresa en París, y por su original
en Puebla, en la oficina de José María Rivera, 1858.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
279
bos artículos, concluía Munguía, se desprendía que el Congreso podía dictar las leyes que considerara necesarias en materia de culto y disciplina externa, y que los poderes federales deberían ejecutar dichas disposiciones.
Tal legislación era un atropello, porque tanto el culto y la disciplina como la religión y la administración de la Iglesia eran competencia exclusiva de la Iglesia. Como había indicado el arzobispo de México, Munguía
y todos los obispos del país se opusieron al artículo transitorio que declaraba la obligación de jurar la Constitución de forma solemne. Era ilícito
jurar la Constitución. Todo aquel que lo hiciera quedaba condenado con
la excomunión hasta que se retractara públicamente. Tal prohibición y el
sistema de escribir retractaciones privadas, bajo la condición de que se
harían públicas si la Iglesia lo estimaba conveniente, se mantuvo hasta la
década de los ochenta del siglo XIX.
III. LOS DECRETOS DE JUÁREZ EN VERACRUZ
Y EL DE MAXIMILIANO DE LIBERTAD DE CULTOS
Sin entrar en el contexto histórico de la Guerra de Reforma que enfrentó
al partido liberal con el conservador, es preciso destacar las leyes emitidas por Juárez en Veracruz en 1859, porque entre ellas, todas de gran
importancia para la Iglesia, se incluía la de tolerancia de cultos, además
de establecer la separación de la Iglesia y el Estado.
Ante las necesidades de la guerra, el ministro de Justicia del gobierno de Miramón pidió a los obispos de Guadalajara y San Luis Potosí, el
21 de julio, y a los de Oaxaca y Chiapas, el 8 de agosto, que se presentaran en México porque el presidente interino tenía asuntos de “la más alta
importancia” que tratar con ellos. No desconocía el ministro los riesgos y
las incomodidades del camino, pero estaba convencido que el celo de los
obispos en favor de la Iglesia y por el bien de la República los impulsaría
a acudir. Que en su trayecto contarían con la más completa cooperación
de las autoridades militares que reconocían al gobierno.36
Aun cuando la urgencia del llamado era solicitar a los pastores un nuevo préstamo, la convocatoria permitió que los obispos de Guadalajara (Pedro Espinosa) y San Luis Potosí (Pedro Barajas) se trasladaran a México.
Por esa razón, se encontraban entre los que firmaron la manifestación co36
AGN, Fondo Justicia Eclesiástica, vol. 19, foja 247.
280
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
lectiva en defensa del clero y de la doctrina católica, “con ocasión del
manifiesto y los decretos expedidos por Juárez en la ciudad de Veracruz
en los días 7, 12, 13 y 23 de julio de 1859”.37 También firmaron la Manifestación el arzobispo de México y el obispo de Michoacán. El primero
porque era su residencia habitual, y el segundo por haber sido expulsado
de su diócesis por su protesta en contra de la Constitución y porque se le
hacía responsable, gracias a sus cartas, edictos y circulares, de la oposición católica en el estado de Michoacán. También firmó la Manifestación
el obispo de Linares, Francisco de Paula Verea, y el doctor Francisco Serrano, representante de la mitra de Puebla, en ausencia del obispo Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, quien había sido desterrado del país en
1856. La mitra de Oaxaca no estuvo presente por la muerte de su obispo,
José Agustín Domínguez y Díaz, el 25 de julio de 1859. El obispo de
Chiapas, Carlos María Colina y Rubio, no acudió al llamado del gobierno porque había sido expulsado del país. Se encontraba en Guatemala.38
Era la primera vez que se publicaba un documento colectivo por el Episcopado Mexicano. Aclaraban los obispos que tenían que exponer su posición porque las propuestas de los liberales buscaban la destrucción completa del catolicismo en México. Les preocupaba que el Manifiesto de
Juárez acusara al clero mexicano de estar agitando y sosteniendo la guerra con el propósito de entronizar un partido político que estuviera de
acuerdo con sus pretensiones. Ante las acusaciones, todas falsas, aseguraban, necesitaban levantar su voz para defender al clero, difundir la sana doctrina y precaver a los fieles contra los peligros de una falsa conciencia. En su defensa señalaban que la Iglesia nunca se había defendido
con las armas. Cuando había sido provocada por leyes y medidas que atacaban su institución, doctrina o derechos, se defendía con las armas que le
eran
37 “Manifestación de los obispos en defensa del Clero y de la doctrina católica con
ocasión del manifiesto y decretos expedidos por Juárez en Veracruz”, del 30 de agosto de
1859, México, Imprenta de Andrade y Escalante, 1859. Compilada en la obra de Alfonso
Alcalá y Manuel Olimón, Episcopado y gobierno en México. Cartas pastorales colectivas del Episcopado mexicano 1859-1875, México, Universidad Pontificia de México, Ediciones Paulinas, 1989.
38 Tampoco firmaron, por no estar en México, el obispo de Yucatán, José María Guerra Rodríguez; el de Durango, Juan Antonio Laureano López de Zubiría y Escalante, y el
de Sonora, Pedro Loza y Pardavé.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
281
eran propias, las espirituales, y aun esto lo había hecho “con suma prudencia y caridad heroica”.
Así lo habían hecho cuando se promulgó la Constitución de Jalisco,
que establecía que el Estado fijaría y costearía los gastos del culto pero
exigía a los ciudadanos católicos un juramento de obediencia. Van relatando los obispos las veces que se habían opuesto a las leyes liberales, en
el 33 contra las disposiciones de Valentín Gómez Farías, y en 1847, cuando se había intentado declarar la intervención de los bienes por la invasión de Estados Unidos.
De forma hábil evitaron reconocer los amplios beneficios que habían
tenido durante la última administración de Santa Anna, tan fuertemente
rechazada por todos los sectores sociales. Tan sólo mencionaron que en
los últimos años habían estado libres de ataques semejantes a los de los
años 33 y 47.39 No obstante, tan pronto como había triunfado el Plan de
Ayutla se habían visto cuáles eran los intentos del partido triunfante. Reportaron la clausura de la delegación mexicana en Roma, porque los liberales la habían considerado inútil, y las diversas leyes que atentaban
contra la Iglesia, como eran las leyes Juárez, Lerdo e Iglesias, y el terrible decreto de Comonfort interviniendo los bienes de la Iglesia de Puebla
en 1856. Mención especial adquiere la Constitución de 1857 y la decisión de la Iglesia de prohibir su jura por los católicos. También se refieren a la lucha armada entre los liberales y los conservadores que, en los
18 meses que llevaba, había causado desastres y ruina en los puntos más
remotos de la República.40
Según los obispos, los liberales luchaban por emancipar la política de
la religión y por establecer la perfecta independencia entre la Iglesia y el
Estado; no obstante, lo que en realidad hacían era invadir a mano armada
por dondequiera el ministerio católico. Colocaban ante los altares a clérigos apóstatas para que profanaran la religión, mientras a los legítimos pastores los llevaban a la cárcel o los desterraban.41
El colmo de los infortunios había sido el manifiesto del 7 de julio, el decreto del 12 y su reglamento del 13 de julio, que decretaban la ocupación
de los bienes eclesiásticos, la extinción de las comunidades de religiosos y
toda clase de asociaciones piadosas, prohibiendo la profesión y la recep39 Alfonso Alcalá y Manuel Olimón, Episcopado y gobierno en México..., op. cit.,
nota 37, p. 27.
40 Ibidem, p. 32.
41 Ibidem, p. 33.
282
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
ción de novicias en los conventos de religiosas, y estableciendo la libertad de cultos. Finalmente, el decreto del 23, que instituía el matrimonio
civil en reemplazo del sacramental. Esos decretos se habían justificado,
señalaban los obispos, acusando al clero de varios delitos: era sedicioso,
causa de la guerra, enemigo jurado de los gobiernos, rémora permanente
contra la libertad y el progreso. Pero en realidad, el único delito de ellos
había sido no haber querido sacrificar su conciencia y faltar a sus deberes.42
Nunca se podría demostrar su culpabilidad, ni aun en el caso de la revolución, que al grito de revolución y fueros se había levantado en contra Comonfort. La guerra que se había iniciado en 1856 sólo demostraba
que los pueblos no resistían de forma pacífica los atentados contra la
Iglesia. De esa conducta, plenamente católica, no era responsable el clero. Podrían decir lo que quisieran, todo basado en suposiciones, pero no
podrían presentar un solo dato del horrible cargo que les hacían de “sostener y promover la guerra”.43 Más que analizar esos acontecimientos,
que habían hecho sufrir al clero y a sus pastores y lastimado las conciencias de los católicos, los obispos tenían necesidad de sostener la doctrina
católica. Había, para los obispos, una sola doctrina, un solo Dios, una sola religión verdadera, una sola moral plena y santa, una sola Iglesia legítima.44
La Iglesia y el Estado eran soberanos, pero ambas soberanías, la del
Estado y la de la Iglesia, tenían un sentido católico que era preciso no
perder nunca de vista: la independencia que cada sociedad gozaba no era
absoluta, sino sólo respectiva del ser supremo. Esa dependencia conllevaba los deberes mutuos que compartían: cooperación por parte de la
Iglesia para conservar el orden público y el cumplimiento de las leyes, y
por parte del Estado respetar los derechos de la religión católica y de la
Iglesia. Por esos vínculos no se podía declarar la separación de la Iglesia y
del Estado ni la tolerancia de cultos. Hacerlo era declararse contra Dios.45
Con dureza califican a la Iglesia protestante: esa otra Iglesia reformada que pretende establecer en México la demagogia, es sinagoga de Satanás, es la Iglesia protestante, reunión de los secuaces de Lutero y Cal42
43
44
45
Ibidem,
Ibidem,
Ibidem,
Ibidem,
p.
p.
p.
p.
35.
37.
45.
47.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
283
vino, invención del jansenismo y del regalismo; es, en fin, todo lo que se
quiera, más no la Iglesia reconocida por Jesucristo.
Los liberales habían querido demostrar que el clero no era necesario a
la institución católica y que, incluso, estaban en oposición con los intereses legítimos de la sociedad civil. Esa aseveración era falsa, decían los
obispos. El clero era benéfico para la sociedad y esencial a la religión.
Todos los ministerios de la Iglesia se efectuaban por el clero. Los obispos expresaban, con gran indignación, la serie de actos realizados por los
liberales. Pero, sobre todo, oponiéndose al magisterio eclesiástico habían
proclamado la independencia del Estado y la Iglesia, y de forma “pomposa” declarado la protección a todos los cultos “falsos”. ¿Cómo podrían
ser verdaderos esos cultos si sólo había una religión verdadera, la católica, la que había sido fundada por Jesucristo?
Eran muchos los errores, las herejías, los absurdos y contradicciones
de los liberales en la Manifestación y los decretos del 12, 13 y 23 de julio de 1859. Así que hicieron varias declaraciones en las que sostenían
las verdades por ellos enarboladas contra las falsedades de los liberales.
Era falso que el clero hubiera sostenido y promovido la guerra. Era falso
que se encontrara en oposición a los gobiernos civiles, incluso a los que
le eran benéficos. No era cierto que las poblaciones odiaban al clero y
por eso se había publicado la Ley de Obvenciones Parroquiales. Esa ley
había dado un golpe infame a la Iglesia, después de la intervención de
los bienes del clero de Puebla. La resolución del metropolitano de que los
sacerdotes se sostuvieran con lo que voluntariamente les dieran los fieles
no tenía otro propósito que salvar la dignidad sacerdotal. La Iglesia nunca había aceptado ni aceptaría la intervención estatal en materias sagradas, cuestión que era muy diferente a la protección que todo gobierno católico debería proporcionar a la Iglesia. Así que ningún derecho tenían
los gobiernos temporales para intervenir en los asuntos eclesiásticos, pero sí tenían el deber de proteger la religión católica. El clero nunca había
obstaculizado la paz de la nación y siempre había acatado las autoridades
civiles, fueran del bando que fueran. El clero no había dilapidado los
bienes de la Iglesia, ni había sostenido con ellos una guerra sangrienta y
fratricida. Como Juárez concluía sus considerandos diciendo “que habiendo sido inútiles hasta ahora los esfuerzos de toda especie por terminar una guerra que va arruinando a la República, el dejar por más tiempo en manos de sus jurados enemigos los recursos de que tan gravemente
284
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
abusan, sería volverse su cómplice, y que es imprescindible deber poner
en ejecución todas las medidas que salvaran la situación y la sociedad”.46
Los supuestos eran importantes, porque daban derecho para despojar a
la Iglesia de sus bienes. De ahí que los obispos reiteran la falsedad de lo
asentado de que ellos son enemigos de la paz y que estaban sosteniendo
la guerra con sus recursos: el decreto del 13 de julio era un despojo, un
saqueo universal de la propiedad sagrada; un golpe a la religión católica,
apostólica, romana, y al pueblo que la profesa con el establecimiento de
la libertad de cultos. En cuanto al matrimonio, insistían en que ninguna
unión conyugal era legítima, sino sólo en el matrimonio sacramento.
Por todo lo que habían ido asentando, no era lícito obsequiar este decreto en ninguna de sus partes, ni colaborar de modo alguno a su ejecución. Además, como siempre que se atacaba a la Iglesia, declaraban que
los que actuaran en contra de lo dispuesto caían en las censuras de Trento e incluso en la pena canónica de excomunión. Nadie podía cooperar,
ni aun para “SALVARLE A LA IGLESIA SUS BIENES” al cumplimiento del
decreto referido. La Iglesia repelía, como falsa piedad, ese comportamiento. Prefería, “sobre la conservación de sus intereses la inmunidad de
sus principios y la pureza de su doctrina”.47
El 31 de julio de 1859 Juárez eliminó la intervención de los clérigos
en las ceremonias fúnebres. El 11 de agosto se publicaron una serie de disposiciones que prohibían la asistencia de los funcionarios públicos a las
ceremonias religiosas y la celebración de culto público afuera de los templos. También se redujeron las fiestas religiosas y se prohibió que los clérigos usaran vestidos talares. Todos, de manera independiente a su carácter
sacro, fueron sujetos a los impuestos que se imponían a todos los ciudadanos. Posteriormente, se decretó la secularización de las congregaciones religiosas masculinas y, el 22 de agosto de 1859, posiblemente pensando ya en tomar una medida similar, se solicitó una estadística de los
monasterios de señoras que existían en los estados.
Como se sabe, esta etapa derivó en la intervención francesa y la imposición del Imperio de Maximiliano de Habsburgo en México, apoyado
por los conservadores y algunos obispos de México, quienes, desde 1861,
cuando habían sido expulsados de la República por Benito Juárez, se encontraban en Roma. Instalado el Imperio con un príncipe católico a fin
46
47
Ibidem, p. 63.
Ibidem, p. 65. Mayúsculas en el original.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
285
de que preservara a la sociedad y a la Iglesia de las leyes liberales, los
obispos y los conservadores se llevaron una gran sorpresa porque el emperador no sólo empezó a ratificar las leyes liberales, sino que, incluso,
prefería colocar en el gobierno a liberales moderados que a conservadores. En materia religiosa fueron numerosos los problemas del emperador,
tanto con los obispos en México como en Roma con el Papa Pío IX. El
desencanto de los obispos mexicanos que habían promovido la intervención se expresa tanto en la correspondencia oficial como en la privada.
Prácticamente, desde la llegada del emperador se esperaba su caída.
Entre las medidas dictadas por Maximiliano que causaron gran indignación entre el clero se encuentra la del 26 de febrero de 1865, cuando el
ministro de Justicia de Maximiliano, Pedro Escudero y Echánove, dio a
conocer el decreto que establecía la libertad de cultos. Dicho decreto, además de asentar que el Imperio protegería a la religión católica como religión del Estado, otorgaba amplia y franca tolerancia a todos los cultos
que no se opusieran a la moral, la civilización y las buenas costumbres.
Los obispos Munguía y Labastida protestaron contra dicho decreto el 1
de marzo de 1865. Las ideas vertidas en este documento eran las mismas
sostenidas en 1856: la tolerancia de cultos era improcedente en un país
que tenía como única religión a la católica. La medida no se justificaba,
aun cuando el monarca la hubiera decretado por razones políticas y para
favorecer la inmigración extranjera, porque los males que acarrearía serían superiores al supuesto beneficio que se esperaba. Además, se lamentaban los obispos de que el emperador estuviera publicando las leyes y
los decretos publicados por Juárez cuando había sido entronizado para
combatir las leyes liberales. Señalaban que el decreto era contradictorio
porque si se promovía el establecimiento de otros cultos el Imperio no podría garantizar protección a la Iglesia.
Como se sabe, el Imperio sucumbió ante las fuerzas liberales y republicanas comandadas por Benito Juárez, quien reinstaló el sistema republicano en 1867. Al momento del triunfo, el arzobispo de México, Labastida
y Dávalos, salió de nueva cuenta del país.
IV. EL MAGISTERIO PONTIFICIO SOBRE LA LIBERTAD
DE CONCIENCIA Y LA LIBERTAD RELIGIOSA
Al triunfo de la revolución que encabezara Porfirio Díaz en 1876 se inició
una etapa de relaciones cordiales entre el presidente “eterno” y los obispos
286
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
del país. Todos los pastores, sin excepción, tenían una magnífica relación con Díaz. No obstante, el arzobispo de México, Pelagio Antonio
Labastida y Dávalos; el obispo de Oaxaca, Eulogio Gillow; el obispo de
San Luis Potosí, Ignacio Montes de Oca y, más tarde, el sobrino de Labastida, Francisco Plancarte y Navarrete, se distinguían por la amistad que
los unía con Díaz. Estas relaciones no impidieron algunas dificultades en
materia religiosa, porque no hubo ninguna disposición que anulara la controvertida Constitución de 1857 ni la reforma de 1874. La Iglesia seguía
estando, de acuerdo con la opinión de los obispos, en una situación precaria. Pese a ello, creció de manera sostenida, tanto institucionalmente,
crecimiento del número de diócesis y arquidiócesis y conventos y parroquias, como socialmente a través de su presencia en el medio social.
Los pontífices reflexionaron sobre la libertad de conciencia y la libertad religiosa que estaban siendo establecidas en los diferentes países.48 El
primero en oponerse al concepto de libertad de conciencia, tal y como se
empezaba a usar a principios del siglo XIX, a la libertad de imprenta y a
la separación Iglesia-Estado, fue Gregorio XVI, en su Encíclica Mirari
vos, del 15 de agosto de 1832.
Sin duda, en la mente de Gregorio XVI estaban las concesiones que
había tenido que dar Guillermo I de Holanda a los belgas: “la libertad religiosa, la libertad de prensa y de reunión, y finalmente, la independencia”.49
Además, para este Papa, quien tuvo que enfrentar una insurrección generalizada en los Estados Pontificios, era una locura y una ruina para la
sociedad civil y religiosa declarar “a toda costa y para todos, la libertad
de conciencia”.
De igual manera condenaba la libertad de imprenta, que había permitido que se publicaran innumerables folletos y artículos que propagaban los
errores modernos y atacaban a la religión de Jesucristo. Las mayores
48 La diferencia entre ambas, es preciso situarla, es que la primera se limita al ámbito
personal, mientras que la segunda se abre al ámbito social. Cfr. Pbro. Ariel Busso, “La libertad religiosa y su fundamento filosófico”, en Congreso Latinaomericano sobre libertad religiosa, Lima, Pontificia Universidad Católica de Perú, 2001, p. 76.
49 Bernardino Llorca et al., Historia de la Iglesia católica, 3a. reimpr., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, BAC, 2004, vol. V, p. 19.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
287
desgracias caerían sobre las naciones y la religión si se adoptaba el principio nefasto de la separación del Estado y de la Iglesia.50
También Pío IX se opuso a la libertad de conciencia, como era usado
por los filósofos de la época. Pero ningún pontífice habló con tanta claridad sobre la materia como el Papa León XIII. Para este Papa, la afirmación que estaba en boga, de que no había ninguna diferencia entre formas distintas y aun contrarias de religión, era confesar, decía, “que no se
quiere aprobar ni practicar ninguna”. Esta postura, sostenida por los Estados laicos, no difería con la del ateísmo. De ahí que reflexionaba: la
absoluta libertad de pensamiento y de imprenta, en forma tan amplia como ilimitada, no es por sí misma un bien de que justamente pueda alegrarse la sociedad humana, sino la fuente y el origen de muchos males.51
Para León XIII la Iglesia era una sociedad perfecta, como lo era también la sociedad civil. De ahí que los gobiernos tenían que respetar la autonomía eclesiástica. Estaba opuesto León XIII, lo mismo que sus antecesores, Pío IX y Gregorio XVI, al naturalismo o racionalismo, porque
entendía que tenían como objetivo destruir “todo el edificio de la religión
cristiana y establecer en la sociedad la autoridad del hombre independiente de Dios”. Fueron importantes las disposiciones pontificias, entre
ellas se destaca, sin embargo, la Encíclica Libertas, sobre la libertad humana, del 20 de junio de 1888.
En esta Encíclica, el Papa reconoce que la libertad era el bien más noble de la naturaleza, además de ser exclusivo de los seres inteligentes y
razonables. Criticaba el Papa las pretensiones filosóficas de los naturalistas o racionalistas que eran llevadas al plano político por los liberales. Para
los filósofos la razón era soberana mientras relegaban a segundo término
a Dios. Lo mismo hacían los liberales, quienes no reconocían ninguna
autoridad divina. Bajo sus preceptos, concedían al hombre una libertad
ilimitada y desaparecía la distinción entre el bien y mal, abriendo la puerta
a todo tipo de corrupción. Las libertades, que insistentemente habían
buscado los liberales y que decían habían conquistado, era la libertad de
50 Gregorio XVI, Mirari vos. Sobre los errores modernos, 15 de agosto de 1832, en
Acción Católica Española, Colección de Encíclicas y documentos pontificios, Madrid,
1962, pp. 5-11.
51 León XIII, Inmortale Dei (Sobre la constitución cristiana de los Estados), del 1 de
noviembre de 1885, en ibidem, pp. 47-62.
288
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
cultos, del Estado, de prensa, de enseñanza, de conciencia y tolerancia.
De cada una va hablando el Papa y emitiendo la opinión de la Iglesia.
La libertad de cultos era contraria a la virtud de la religión con el agravante de que hacía que el hombre se olvidara de la obligación que tenía de
adorar a Dios. Los liberales también pedían que el Estado no tributara
ningún culto público a Dios. De acuerdo con León XIII, no podía existir
un Estado sin religión. Y como la única religión verdadera era la católica, los Estados deberían profesar y proteger la religión católica. La libertad de prensa, que permitía publicar cuanto le placiera a los individuos,
abría las puertas a los errores, a opiniones falsas y corrompía la moral y
las costumbres. La libertad de enseñanza, de acuerdo con su principio de
que sólo la religión católica era la verdadera, había nacido para “pervertir radicalmente los entendimientos al pretender serle lícito enseñarlo todo según su capricho”. La libertad de conciencia sólo se concebía, decía
el Papa, para que cada uno decidiera seguir la práctica que deseaba, pero
no para que el hombre decidiera respetar la voluntad de Dios y sus mandatos sin ningún impedimento. Esa libertad, propia de los hijos de Dios y
de la dignidad humana, era la que siempre había defendido la Iglesia. En
cuanto a la tolerancia, tan defendida por los liberales, terminaba por conceder los mismos derechos al mal y a lo falso que al bien y a lo verdadero.
Ese tipo de tolerancia era negado por la Iglesia. La única manera de comprender la libertad humana era concibiéndola como dependiente de Dios y
de su divina voluntad.
El pensamiento de León XIII sobre tolerancia religiosa era claro y preciso. No obstante, aun cuando los obispos se apegaban a lo sostenido por
el Magisterio Pontificio, no hicieron alarde alguno de las posiciones que
tenían, temerosos de la reacción del gobierno. Sí cuestionaron, en sus cartas pastorales, la expansión del protestantismo al tiempo que prohibían a
los fieles involucrarse con estas sectas que sólo males podrían traerles.
Por ejemplo, el obispo de Querétaro, Ramón Camacho García (12 de agosto de 1868-30 de julio de 1884), previno a sus fieles en abril de 1876, porque Maswell Phillips invitaba a los fieles a un culto que se celebraría el
23 de abril. Prohibía a sus diocesanos a acudir a dicha invitación porque
se trataba de una reunión “herética, del todo ilícita, prohibida severamente a los fieles”. Posteriormente, el 29 de abril de 1876 publicó una carta
pastoral en la que explicaba lo que significaba el protestantismo. El 30
de noviembre de ese año publicó la carta pastoral que daba cuenta de los
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
289
planes de difusión del protestantismo, sus errores y los puntos dogmáticos de la Iglesia católica que eran combatidos por los nuevos credos.
Con notable preocupación advirtió a sus fieles sobre la amenaza del protestantismo que ya se había establecido en un domicilio concreto.
Los queretanos, siguiendo la recomendación de su obispo, se opusieron al establecimiento del nuevo culto de forma violenta. Ante esta reacción, el gobernador, el ingeniero Francisco González de Cosío, les pidió
a los misioneros de la Iglesia metodista que abandonaran Querétaro. La
resistencia de los obispos de Querétaro y el apoyo que tuvieron del gobernador fue determinante para que ningún templo no católico se estableciera en la entidad durante el siglo XIX. El primero que se estableció lo hizo en San Juan del Río en 1902. En ese año sólo contaba con 16 adeptos.
En la capital del estado las 127 personas que no eran católicas se reunían
en casas privadas.
La actitud de los obispos con el gobierno cambió a partir de 1910,
cuando la revolución de Madero determinó la renuncia de Porfirio Díaz.
Para entonces habían fallecido los grandes pastores que habían conducido a la Iglesia en el periodo de la segunda reforma liberal. Sus sucesores,
opuestos a los revolucionarios, desde Madero hasta Carranza, Obregón y
Calles, y más cercanos a Victoriano Huerta, combatieron con todos los
elementos que tenían a su disposición la Constitución de 1917, que quitaba personalidad jurídica a la Iglesia y, sobre todo, le negaba la libertad
de celebrar su culto de forma pública. La oposición de los obispos, y de la
sociedad católica en su conjunto, derivó en el movimiento armado católico
de 1926, en defensa, precisamente, de la libertad religiosa, aun cuando
fuera exclusiva para la Iglesia católica, y en contra de un gobierno tiránico que tenía esclavizada a la sociedad. Dicho movimiento, como se sabe,
concluyó con los arreglos de 1929.
No obstante, el moviendo armado no consiguió la derogación de la
Constitución ni la reforma de los artículos 3o., 5o., 24, 27 y 130, que regulaban la actividad religiosa. Por otra parte, los términos de la negociación de la paz generaron un profundo malestar entre los católicos. Ese
malestar se expresó en la década de los treinta, con el levantamiento conocido como Segunda Cristiada, en la serie de movilizaciones de los laicos
que rechazaban todo vínculo con la jerarquía y en la angustia y tragedia
de aquellos obispos que habían aceptado el levantamiento como la única
vía disponible una vez agotadas todas las instancias para obtener la liber-
290
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
tad religiosa. La ruptura del tejido social de la catolicidad se expresó en
la falta de unidad de la jerarquía católica, en la postura sumisa que distinguió a la mayoría del Episcopado Mexicano desde 1930, en la ausencia de un compromiso social consistente con las necesidades del país.
Años más tarde se promulgó en París, el 10 de diciembre de 1948, la
Declaración Universal de Derechos Humanos. El 22 de noviembre de
1969 se formuló la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
conocida como el “Pacto de San José”. Esta Convención reconoce en su
artículo 12 la libertad de conciencia y de religión.
Los obispos mexicanos, todavía bajo el influjo de las consecuencias de
la Guerra Cristera, no hicieron movimiento alguno para demandar la libertad religiosa que era sostenida en ambos documentos. De ese largo letargo empezaron a salir, en la década de los setenta, tanto con la carta colectiva, Carta del desarrollo, como con la Carta de Anenecuilco del obispo de
Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo. En esta última se señalaba con claridad envidiable que, debido a la herencia histórica, muchos mexicanos se
encontraban en “un régimen de excepción que está abiertamente en pugna con los derechos del hombre”. Bajo ese principio, pedía el obispo que
se buscara “la manera de no seguir violando juntos los principios jurídicos positivos en materia religiosa de la vida ciudadana de todo mexicano”.52 Bajo este argumento y ante las presiones internacionales, el gobierno mexicano ratificó el Pacto de San José en 1981. Este derecho, aun
cuando fuera reconocido por el gobierno en 1981, sólo se hizo efectivo
con la reforma constitucional de 1992 y la publicación de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público.
Se puede concluir que la discusión sobre la concepción de la libertad
religiosa en el país, como un derecho, tomó un largo camino y fue asumiendo diferentes connotaciones. En un principio la expresión estaba orientada a proteger el interés privado del individuo y de varias confesiones
religiosas frente al Estado que se declaraba a sí mismo como “neutro”.
Para la Iglesia significaba la libertad de fe y el espacio para cumplir sus
fines.
En la actualidad, en cambio, se funden lo contenido en la Declaración
de 1948 y lo declarado por el Concilio Vaticano II sobre libertad religio52 Sergio Méndez Arceo, “Carta de Anenecuilco”, en Jaime Ruiz de Santiago et al.,
op. cit., nota 7, pp. 211-218.
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO: UN ACERCAMIENTO
291
sa en el documento Dignitatis humanae. Esta declaración había sido precedida por la declaración del Papa Juan XXIII en la Encíclica Pacem in
Terris.53 Como dijera Juan Pablo II, en el mensaje dirigido al Secretario
General de las Naciones Unidas con motivo del XXX Aniversario de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, Juan XXIII había establecido con claridad que el principio de la libertad religiosa estaba en la
base de todas las libertades y la base de todas las libertades era la persona humana: “En una convivencia ordenada y fecunda hay que poner como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, y por
eso es sujeto de derechos y de deberes, que surgen inmediata y simultáneamente de su misma naturaleza: derechos y deberes que son universales, inviolables, inalienables”.54
La libertad de conciencia, entendida como una autonomía moral o autodeterminación de la persona, es un derecho individual absoluto que no
tiene ninguna limitación. No obstante, este derecho, en su ejercicio, confronta las condiciones sociales políticas y culturales, además de económicas de la sociedad. Como la libertad se ejerce en el ámbito social, su uso
tiene efectos en el ejercicio de la libertad de los otros y, por tanto, debe estar sometida a ciertas normas que garanticen la convivencia. Esa situación determinó que el artículo 8o. de la Ley de Asociaciones Religiosos
en México estableciera que las asociaciones deberán sujetarse a la Constitución y a las leyes que de ella emanen y respetar las instituciones del
país. Por su parte, el artículo 24 constitucional establece que todo hombre es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade y para
practicar las ceremonias propias de su culto, “siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley”.
De acuerdo con la nueva legislación, el ciudadano mexicano goza de
libertad religiosa. No obstante, esa libertad es coartada socialmente en
algunas regiones del país sin que el gobierno ni las autoridades eclesiásticas que intervienen en los conflictos logren convencer a la población de
las ventajas de todo orden que se obtienen al respetar el derecho del otro.
53 Monseñor Julián Herranz, presidente del Consejo Pontificio para la Interpretación
de Textos Legislativos, “La libertad religiosa: tres preguntas” (discurso inaugural del
Congreso sobre Libertad Relgiosa, Lima, 19-22 de septiembre de 2000), en Congreso
Latinoamericano sobre Libertad Religiosa, op. cit., nota 48, p. 16.
54 Citado por Juan Pablo II en su mensaje dirigido al doctor Kurt Waldheim, Secretario General de las Naciones Unidas, el 2 de diciembre de 1978, en ibidem, p. 16.
292
MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
En asuntos de la tolerancia todavía se tiene un largo camino que recorrer
en el país. En ese sentido, tanto las Iglesias, como la sociedad y el Estado tienen la responsabilidad compartida de pensar en vías, modelos y alternativas que permitan establecer la tolerancia como una virtud esencial
en la identidad del mexicano.
¿PERSECUCIÓN RELIGIOSA? EL MÉXICO
DE LOS AÑOS TREINTA
Marta Elena NEGRETE*
En este trabajo relataré un episodio de nuestra historia en donde podemos ver dos posiciones diferentes frente a un mismo acontecimiento, dos
maneras diferentes de interpretar las acciones, los hechos y las leyes. Por
una parte la posición de la Iglesia católica y por la otra la del Estado mexicano.
Nos vamos a situar en la década de los años treinta del siglo XX, específicamente en el mes de diciembre de 1931. Como representantes de
la Iglesia tenemos al arzobispo de México, Pascual Díaz, y al delegado
apostólico, Leopoldo Ruiz y Flores. Como presidente de México y representante del Estado mexicano a Pascual Ortiz Rubio. Aunque no debemos olvidar que Plutarco Elías Calles actúa como “jefe máximo” moviendo los hilos de la política nacional.
Como antecedentes para entender nuestro momento histórico tenemos,
por una parte, la Constitución Política mexicana de 1917, con sus artículos 3o., 5o., 27, 28 y 130, considerados anticlericales por la Iglesia, por
otra parte el Conflicto Religioso de 1926-1929, respuesta armada de los
católicos en contra del gobierno por la aplicación de la Constitución y
nuevas leyes que los perjudicaban y restringían en su libertad religiosa.
El conflicto terminó con la firma de los “arreglos” y el modus vivendi que
pactaron las autoridades gubernamentales y los representantes eclesiásticos, pero que en realidad no dejó contentos ni a unas ni a otros.
Después de estos famosos arreglos, que no arreglaron mucho, las dos
instituciones más importantes de la nación, el Estado y la Iglesia, quieren
* Licenciada en Historia por la Universidad Iberoamericana, y doctora en Historia
por El Colegio de México. Ha sido profesora de Historia en la Universidad Pontificia de
México, la Universidad Iberoamericana y la Universidad Autónoma Metropolitana.
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MARTA ELENA NEGRETE
fortalecerse. El Estado revolucionario debe consolidarse como un poder
político fuerte y la Iglesia recuperar el suyo que los gobiernos liberales
y, ahora más recientemente, la Revolución han intentado quitarle. Después de tres años de guerra ambas instituciones aprovechan la paz para
conseguir sus fines. El jefe máximo trata de controlar a las fuerzas políticas del país y crea el Partido Nacional Revolucionario; la Iglesia pretende unificar a los católicos y mantenerlos bajo su control y utiliza para
ello a la Acción Católica. El control de la sociedad mexicana está en juego. Basándose en los “arreglos” el Estado no debe aplicar las leyes con
carácter sectario, debe devolver los templos para que los sacerdotes oficien en ellos y amnistiar a los cristeros que entregaron las armas. La Iglesia, por su parte, debe cumplir la legislación, registrar a sus sacerdotes,
oficiar dentro de los templos, no intervenir en política. Ambos cumplen a
medias; algunos templos permanecen cerrados en Tabasco y Veracruz;
muchos cristeros mueren, aunque ya se firmó la paz. Aunque la jerarquía
católica recomienda a los católicos sólo medios pacíficos y que no critiquen y ataquen al gobierno por el incumplimiento de lo prometido, lo
cierto es que el grupo católico más descontento con la terminación del
conflicto y con los caminos que toma el gobierno empieza a pensar de
nuevo en levantarse en armas. El Vaticano, por su parte, recomienda acomodarse a la situación mientras llegan tiempos mejores. Los roces entre
ambas instituciones son frecuentes, las dos quieren medir sus fuerzas
frente a la sociedad. La tensión es grande.1
Es éste el escenario que presenta la nación cuando la Iglesia celebra
con gran esplendor el cuarto centenario de las apariciones de la Virgen
de Guadalupe. La Iglesia pone todo su empeño en la celebración. El año
1931 es llamado “año del centenario”, todos los días del mes de diciembre se realizaron ceremonias de extraordinaria suntuosidad, el día primero se bendicen las obras que por más de un año se han realizado en la
Basílica, se calculó en más de un millón de pesos el costo de las obras
realizadas. El arzobispo Pascual Díaz encabezó la procesión que condujo
la valiosa corona de la virgen hasta el altar mayor, que brilló de nuevo
sobre la imagen de la virgen con sus “brillantes, esmeraldas de la India,
rubíes y turquesas que había sido hecha con los donativos de la aristocracia porfirista. El pueblo prorrumpió en vivas a la virgen, a México y a
1 Marta Elena Negrete, Relaciones entre la Iglesia y el Estado en México 19301940, México, El Colegio de México, 1988, pp. 41-67.
¿PERSECUCIÓN RELIGIOSA?
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Cristo Rey. Así fue como la Virgen de Guadalupe se proclamaba nuevamente reina de los mexicanos”.
Un gran Congreso Nacional Guadalupano con intelectuales y profesionistas católicos se llevó a cabo del 5 al 10 de diciembre. Las peregrinaciones demostraron en cierta medida la división que por grupos hacía la
Iglesia de la sociedad mexicana. La Basílica estaba catalogada como el
templo más bello de toda América. El altar mayor hecho de mármol, la
escalera de granito natural, los canceles de bronce, las vidrieras emplomadas, dos órganos para la música, uno importado y otro nacional; la amplitud era tal, que podía albergar de dos a tres mil personas. Se calculaba
en 50 mil el número de peregrinos que había en la ciudad de México. La
metrópoli presentaba un aspecto de fiesta, el comercio revivía, el tránsito
presentaba problemas. Los provincianos dejaban una parte de las economías del año en tiendas, dulcerías, teatros y cinematógrafos; los tranvías
y camiones iban siempre llenos, y no se diga de los ferrocarriles, que apenas podían atender la demanda de toda la nación. Los vendedores de rosarios, reliquias y ceras, hacían su “agosto”; las peregrinaciones fueron
incontables; los fuegos artificiales, las mañanitas y los danzantes animaban los festejos. Bajo el llamado de ¡todos al Tepeyac! el pueblo mexicano acudía a la Basílica.
Las celebraciones del cuarto centenario de la aparición guadalupana
habían sido un éxito. Sin embargo, el festejo no duró mucho, las críticas
empezaron enseguida. El periódico El Nacional fue el primero en aguar
la fiesta
[...] cuando se sentían más entusiasmados los prelados... cuando llegaron a
soñar en haber logrado domar a la Revolución, cuando crecidos ante el silencio revolucionario creyeron poder establecer nuevamente una política
de conciliación como en los tiempos de la claudicación de los liberales
tuxtepecanos, llega la contraofensiva de El Nacional, portavoz de los revolucionarios y les destruye bárbaramente tan delicados sueños.
Se criticaba, además, que en esos días de crisis nacional a la virgen mexicana se le hiciera “la corona con joyas de la Rue de la Paix, y deforman
la vieja basílica colonial con granitos de Noruega, con mármoles de Carrara, con mosaicos venecianos, con cerámica florentina; de tal manera
que en estas obras lo único que hay de mexicano son los centavos, los
bronces, los tostones y los pesos de los contribuyentes”.
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MARTA ELENA NEGRETE
El ataque de El Nacional sería sólo el principio; comenzaba de nuevo
una serie de acciones en contra de la Iglesia que ésta consideró como una
nueva persecución religiosa.
El 14 de diciembre los senadores se reunieron en sesión para discutir
sobre la actitud asumida por el clero en las fiestas guadalupanas. Se acusó al periódico Excélsior por convertirse en vocero guadalupano, al clero
por convertirse en mercantilista al organizar conciertos cuyas localidades
llegaron a alcanzar “vergonzosas cotizaciones”, se pedía investigar quién
había permitido importar el nuevo órgano, se castigó al inspector de policía por haber dado día de asueto a los gendarmes durante la fiesta y al
secretario de Guerra por haber permitido que la banda de guerra tocara
en las festividades. Al presidente de los ferrocarriles se le acusó de haber
dado rebajas en los pasajes a los peregrinos. El senador Santos terminó
su discurso en la Cámara diciendo: “Nada podrá contra Plutarco Elías
Calles, la chochez intelectual de un Pascual Díaz o de un Leopoldo Ruiz
y Flores. Estos señores que tienen inteligencia de caja fuerte y que sólo
sabían escuchar el tintineo de los treinta dineros”. Y después de esta crítica presentó el proyecto de nueva ley que contó con el total apoyo de
sus miembros y que fijaba el número de sacerdotes que podían ejercer en
el distrito y territorios federales. Así, los legisladores daban su golpe certero con el proyecto de ley: en el distrito y territorios federales podía ejercer un sacerdote por cada 50 mil habitantes; los ministros de culto que
desearan practicar su ministerio en tales circunstancias darían aviso a las
autoridades competentes para quedar registrados; una vez cubierto el número de sacerdotes que marcaba la ley, no se permitiría a otros ministros
ejercer sus funciones; los que actuaran sin el registro correspondiente serían castigados con multas o arrestos.2
El Diario Oficial publicó la ley el 30 de diciembre de 1931. El arzobispo Pascual Díaz protestó, pues consideraba que la ley que limitaba el
número de sacerdotes y de templos era anticonstitucional, ya que violaba
el artículo 24 constitucional y pensaba que era “irrisorio creer que un sacerdote pueda atender en todas las cosas sagradas a 50,000 ciudadanos”;
además, la ley desconocía la jurisdicción episcopal, convertía a los sacerdotes en simples empleados del poder civil y a los obispos les arrancaba
de las manos la administración de las cosas sagradas y las entregaba a la
2
Ibidem, pp. 65-67.
¿PERSECUCIÓN RELIGIOSA?
297
Secretaría de Gobernación. Sus protestas, por supuesto, no cambiaron la
decisión del gobierno y la ley se puso en vigor.
Después de dos años de tolerancia la represión contra la Iglesia comenzó de nuevo. Se ha dicho que Calles la recrudeció entonces porque
el embajador norteamericano Morrow dejó de ejercer influencia sobe el
jefe máximo. Pero es más acertado pensar que las medidas anticlericales
tomadas por Calles en esos años pretendían tener contentos a los miembros de la izquierda en el poder que no veían con buenos ojos el giro que
Calles daba a su política social y a la propiedad privada.
Como hemos dicho, éste fue sólo el principio de la, considerada por la
Iglesia, “nueva persecución religiosa de los años treinta”. ¿En qué consistía ésta según la mayoría de los católicos? Para entenderla veamos la
carta que en febrero de 1935 mandó el delegado apostólico Leopoldo Ruiz
y Flores al entonces presidente de la República Lázaro Cárdenas. Unos
días antes la prensa había preguntado al presidente sobre la situación religiosa en el país y la Secretaría Particular de la Presidencia había afirmado públicamente que no era verdad “que el gobierno y las instituciones relacionadas con él no persigan a nadie por el hecho de ser católico”,
y que “la acción del gobierno se reduce a vigilar el exacto cumplimiento
de la ley”, que “el movimiento de Reforma está considerado como la liberación del poder público en sus funciones vitales respecto de la Iglesia”
y, por último, que “el conflicto religioso no tiene para el gobierno otra
significación que la sumisión del clero en forma integral a las leyes”.
El delegado apostólico contestó entonces una larga carta en la que refuta esas aseveraciones, empezando por decir que desde 1926, para desorientar a la opinión pública, había sido táctica del gobierno proclamar en
todos los tonos que el gobierno sólo cumplía escrupulosamente la ley y
por eso exigía que el clero rebelde se sujete a ella. Entonces el delegado
apostólico hace una dura crítica a la legislación, según su personal punto
de vista y comienza diciendo que, aunque
[...] la Ley prohíbe la pena de destierro para los ciudadanos mexicanos: yo
mexicano, delegado apostólico en México de su Santidad Pío XI, estoy
desterrado de mi patria gracias a una arbitrariedad;3 asimismo están desterrados, por ser obispos católicos, los excelentísimos señores José de Jesús
3 “Carta abierta del excelentísimo señor delegado apostólico”, Archivo Condumex
Fondo XV, carpetas 1 y 2, San Antonio, Texas, 2 de febrero de 1935.
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MARTA ELENA NEGRETE
Manríquez, Francisco Orozco, Antonio Guizar y Serafín Armoral. La ley
concede a todo mexicano el derecho de transitar y morar libremente en todo el territorio nacional: pero ocurre que por el solo hecho de ser obispos
católicos están desterrados de sus diócesis los obispos de Tabasco, Colima,
Campeche, Sonora, Chiapas, Chilapa, Oaxaca, Tehuantepec, Veracruz,
Huajuapan, Durango, Tepic y Zacatecas; por el solo hecho de ser sacerdotes católicos están desterrados de sus respectivos estados los sacerdotes de
Tabasco, Sonora, Chihuahua, Zacatecas, etcétera.
La ley establece que las legislaturas de los estados tienen la facultad de
señalar el número máximo de sacerdotes que deban ejercer su ministerio
conforme a las necesidades, pero en Tabasco no se permite ningún sacerdote, lo mismo pasa en Sonora, Chihuahua, Querétaro, Colima, Chiapas y
Zacatecas; en otros estados, la mayoría, por no decir la totalidad; ninguna
atención se ha puesto a las necesidades locales al fijar el número de sacerdotes y se ha señalado un sacerdote por cada 50,000, 60,000 y 100,000
habitantes. Estado hay como Oaxaca en el que sólo se admite un sacerdote
y éste únicamente pude ejercer en la catedral, haciéndose imposible que
sea debidamente atendido un millón doscientos mil habitantes que son los
que integran la población. Cosa parecida ocurre en otros estados, dando
por resultado que sin exageración se puede decir que los habitantes de la
República no pueden practicar su religión por falta de sacerdotes.
No hay ley que imponga determinadas condiciones, fuera de la de ser
mexicano por nacimiento, al ejercicio del ministerio sacerdotal, para que
el sacerdote pueda ser registrado: pero en Tabasco se exige al sacerdote
que sea casado, que sea mayor de 45 años y que haya hecho sus estudios
de primaria en las escuelas “ateas” del gobierno. Cosa parecida se exige en
Campeche.
No hay ley que limite el número de templos, pero la triste realidad nos
ha probado que sin ninguna ley se han retirado innumerables templos del
culto, se han demolido varios, se encuentran clausurados no pocos y en algunos estados, como en Tabasco, Querétaro, Colima y Tepic, se ha dejado
a los fieles sin un solo templo.
No hay ley que nacionalice los bienes particulares. Pero, el procurador
de Justicia de la Nación ha establecido que basta que un edificio esté alquilado para escuela católica, o a cualquier asociación que haga en cualquier
sentido propaganda religiosa, para que no proceda el amparo u otra defensa posible, siendo expropiado el edificio.
No hay ley que exija de los empleados públicos el no ser católicos; a
todos los empleados públicos se les obliga a llenar cuestionarios o a firmar
adhesiones en las que se contiene expresamente la negación de su fe, y en
las que se viola el artículo 24 de la Constitución.
¿PERSECUCIÓN RELIGIOSA?
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No hay ley que obligue a los empleados públicos a asistir, bajo pena de
ser cesados, a manifestaciones antirreligiosas, o a concurrir a actos de propaganda antirreligiosa: esto se está haciendo continuamente en todas las
dependencias del Ejecutivo Federal y de los Ejecutivos de los estados.
La ley establece el derecho de protesta y de petición: generalmente no
se contesta ninguna petición hecha por católicos y, ciertamente, nunca las
contestaciones son favorables.
La ley establece la plena libertad de imprenta; pero por el solo hecho de
ser propaganda católica, las publicaciones son confiscadas, las imprentas
expropiadas y los propagandistas castigados con prisiones y con multas.
La ley establece la inviolabilidad de la correspondencia privada: continuamente se está violando la correspondencia, y conocemos la circular girada por la Administración General de Correos ordenando se abran cartas
de las personas eclesiásticas o católicos connotados, etcétera, habiendo además órdenes expresas en el correo para impedir la entrega de publicaciones católicas extranjeras o nacionales.
No hay ninguna ley que prohíba tener imágenes sagradas en el hogar o
practicar en él los actos de piedad; pero por el solo hecho de tener imágenes sagradas o practicar en el hogar los actos de culto, han sido cateados
no pocos domicilios privados, sin orden judicial, y han sido perjudicados en
sus intereses muchísimos católicos.
La misma Constitución reconoce la existencia de los seminarios: todos
nuestros seminarios han sido clausurados y no pocas de las casas que ocupaban han pasado a poder de la nación.
Terminaba el delegado diciendo:
Todo esto se hace contra nosotros, nuestros sacerdotes y fieles por ser católicos y para que los mexicanos no lo sean, a pesar de las garantías que
otorga el artículo 24. A esto se llama en todos los idiomas persecución religiosa, y mientras el mundo vea y sepa que se hacen todos estos atropellos injustos e indignos de un pueblo civilizado, las declaraciones oficiales
de que en México no hay persecución religiosa no servirán sino para patentizar delante del mundo entero que a la persecución religiosa el gobierno junta la hipocresía y el engaño.
Por tanto, dice el arzobispo, “a pesar de las declaraciones categóricas
de la Presidencia, en México hay una persecución bárbara y sanguinaria
contra la Iglesia”, y por eso “queremos cumplir con nuestra obligación al
declarar ante el gobierno de la República y ante el mundo entero que en
300
MARTA ELENA NEGRETE
México legalmente, y mucho más en las medidas prácticas, se persigue a
la iglesia y a los católicos”.4
Éste era, pues, el sentir del delegado apostólico, y podemos decir que
refleja el de la mayoría de los católicos. Sin embargo, la ley es la ley, decían en el gobierno, y la ley se hizo para ser cumplida, no iban a venir los
católicos a desobedecer.
El presidente Rodríguez, en 1934, había acusado al clero de iniciar
una “franca campaña en la que revela claramente sus propósitos de llegar
a la sedición, de aprovechar cualquier coyuntura para combatir todo principio avanzado a toda conquista lograda por el pueblo”, y que “el gobierno no podía dejar pasar en forma inadvertida la estéril agitación de las
conciencias que ha provocado el clero católico”.5 Pero en 1935 el presidente Cárdenas, aunque había propiciado la reforma del artículo 3o., en
donde se decía que la educación sería socialista y que además de excluir
toda doctrina religiosa combatiría el fanatismo y los prejuicios, cosa que
había acrecentado aún más el distanciamiento con la Iglesia, meses después declaraba que su programa revolucionario “no lleva ningún plan de
ataque para los que profesan algún credo religioso, cuando éstos se mantienen respetuosos de la ley y de las instituciones revolucionarias”, y que
no deseaban que se fomentaran divisiones entre los mexicanos ni que las
clases sociales se alejaran entre sí: “deseamos una patria nueva, en la que
establezca una corriente fecunda de cooperación entre las clases que hoy
viven alejadas, es preciso que el trabajador intelectual, el de los campos
y el de las ciudades se sienta fortalecido por la unión y mutua ayuda”.6
Empezaba entonces a vislumbrarse una mejor relación entre Estado e
Iglesia.
4
5
6
Idem.
El Nacional, 12 de noviembre de 1934.
Excélsior, 22 de marzo de 1935.
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO:
ASPECTOS HISTÓRICOS
Roberto SÁNCHEZ DÁVALOS*
SUMARIO: I. El aspecto histórico de la libertad religiosa en
México. II. La Guerra de los Tres Años. III. Visión del problema en el siglo XX. IV. Periodos de gobierno. V. La rebelión cristera. VI. “Los arreglos”. VII. Modus vivendi.
VIII. Encíclica Acerba Animi.
Existe una especie de amnesia generalizada sobre un hecho histórico de la
mayor trascendencia, que trajo consigo un gran retroceso en el desarrollo
del país junto con la pérdida de miles de vidas que se vieron envueltas en
una verdadera lucha fratricida que, al final de cuentas, provocó en el pueblo mexicano un mayor arraigo en su fe y sus creencias religiosas.
Se trata del llamado “conflicto religioso” (1926-1929), del que se desató una auténtica persecución religiosa, durante la cual sucedieron acontecimientos muy lamentables que, a la luz de nuestros días, llevaron consigo ambivalencias inexplicables. Durante esos casi tres años se suspendió
el culto en todas las Iglesias y templos del país por la promulgación de la
llamada “Ley Calles”, que fue el detonador del conflicto a instancia de
la Pastoral Colectiva por parte del clero.
I. EL ASPECTO HISTÓRICO DE LA LIBERTAD
RELIGIOSA EN MÉXICO
Desde los tiempos de la Conquista y durante toda la época de la Colonia
se podía apreciar la discordia que existía entre el Estado y la Iglesia en
* Secretario del Consejo Directivo del Instituto Mexicano del Cemento y del Concreto, A. C., y director del Bufete Sánchez Dávalos.
301
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ROBERTO SÁNCHEZ DÁVALOS
función de la explotación de los indios; del celo místico de la labor misionera, así como de la preocupación del Estado ante la concentración territorial y el papel protagónico que desempeñaba la Iglesia en la economía de la Nueva España.
La política tradicional de los Habsburgo sufrió un cambio en la época
de los Borbones al haberse llegado a determinar la abolición de la inmunidad eclesiástica, así como el establecimiento de un programa de reformas con ciertas ideas que no pudieron implementarse en México, donde
al consolidarse finalmente la posición de la Iglesia, se fue preparando la
subversión total con una serie de conflictos durante los siglos XIX y XX.
En los tiempos en los que por la gran labor social que desarrollaba la
Iglesia en México era considerada más poderosa que el Estado, la lucha
de las fuerzas innovadoras de tendencias liberales resultaron vencedoras,
por lo que hizo menguar el poder y la influencia de la Iglesia.
A fines de 1855, siendo Benito Juárez ministro de Justicia, se promulgó
la ley conocida como “Ley Juárez”, que abolió los fueros eclesiásticos y
militares y, a mediados del año siguiente, siendo presidente el general
Ignacio Comonfort, se expidió otra que se llamó “Ley Lerdo”, dirigida
principalmente contra la Iglesia y las congregaciones, sobre la desamortización de los bienes del clero y de las agrupaciones privadas.
Fue así, posteriormente, como en la Constitución de 1857 se confirmó
la separación de la Iglesia y el Estado y se estableció que las autoridades
federales, por ley, pudieran tener intervención autorizada con poder exclusivo para ejercer en materia de culto religioso y de formas exteriores
eclesiásticas, junto con otras limitaciones de vital trascendencia.
Más adelante, ya siendo presidente interino constitucional, Benito Juárez expidió las siguientes “Leyes de Reforma”, por las que su inspiración
se atribuye a Melchor Ocampo y Miguel Lerdo de Tejada.
De esa forma, el 3 de agosto de 1859 Juárez dispuso retirar la legación
mexicana acreditada en Roma, y después se tuvo que determinar la expulsión del delegado apostólico, dando con ello el total rompimiento de
relaciones con Roma.
La Constitución del 5 de febrero de 1857 tuvo las siguientes etapas en
su instauración: la primera etapa de juramento a la misma estando Comonfort de presidente interino y hasta el 11 de marzo se promulgó, y no
fue sino hasta el 1 de diciembre en que ya Comonfort resultó electo presidente constitucional, sin embargo el 17 de diciembre el general Félix
Zuluaga se pronunció contra la Constitución.
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO
303
12 de julio de 1859
Sobre la nacionalización de bienes de la Iglesia y
suprime las órdenes religiosas (25 artículos de la
ley), y separa la Iglesia del Estado.
13 de julio de 1859
Sobre la ocupación de los bienes eclesiásticos.
23 de julio de 1859
Sobre el matrimonio civil (contrato civil que se contrae ante la autoridad civil).
28 de julio de 1859
Sobre la Ley del Registro Civil (las constancias del
estado civil de las personas quedó en manos del gobierno).
31 de julio de 1859
Sobre la secularización de los cementerios.
11 de agosto de 1859
Sobre el calendario de los días festivos (eliminando
muchas fiestas religiosas).
4 de diciembre de 1860
Sobre la libertad de cultos como derecho natural del
hombre.
2 de febrero de 1861
Sobre la secularización de los hospitales y organismos de beneficencia que hubieran sido administrados por autoridades o corporaciones religiosas.
26 de febrero de 1863
Sobre las comunidades religiosas quedan extinguidas dichas comunidades religiosas y sus conventos
tenían que ser desocupados en ocho días. Dicho decreto no comprende a las Hermanas de la Caridad.
II. LA GUERRA DE LOS TRES AÑOS
Esta guerra civil fue muy sangrienta por la lucha de poder entre los liberales y los conservadores, habiéndose iniciado con el golpe de Estado el
17 de diciembre de 1857 con el Plan de Tacubaya, con el cual los conservadores dejaban sin efecto la Constitución de 1857, quedando Comonfort al frente de la administración del gobierno.
En estas circunstancias, los liberales, al no aceptar la anulación de la
Constitución y siendo Benito Juárez presidente de la Suprema Corte, le
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ROBERTO SÁNCHEZ DÁVALOS
correspondía tomar el cargo de presidente interino de la República, lo
cual se llevó a cabo el mismo 1 de diciembre de 1857, dando lugar a que
figuraran dos presidentes interinos de la República, y no fue sino hasta el
1 de diciembre de 1861 cuando, al triunfar los liberales, se dio fin a la
Guerra de los Tres Años.
III. VISIÓN DEL PROBLEMA EN EL SIGLO XX
Los gobiernos liberales que se sucedieron continuaron con la tendencia
de sus postulados, consiguiendo que se plasmaran abiertamente contra
el clero en la Carta Magna del 5 de febrero de 1917, lo cual hizo que el
Episcopado Mexicano formulara una protesta, dando lugar con ello a que
grupos de creyentes religiosos se vieran atropellados por las autoridades
federales y por los jefes militares revolucionarios.
En Guadalajara se anunció, incluso, que se clausurarían varios templos en el caso de que desde el púlpito se leyera la protesta del Episcopado contra la nueva Constitución. Ello derivó en una gran agitación que se
fue extendiendo en varios estados de la República.
En tiempos del gobierno del presidente Álvaro Obregón (1 de diciembre de 1920 al 30 de noviembre de 1924), se lograron realizar algunos
actos públicos religiosos, entre ellos, la grandiosa coronación de la Virgen de Zapopan y la colocación de la primera piedra del monumento a
Cristo Rey en el Cerro del Cubilete, situación que, por la gran concentración de gente que asistió, alarmó al gobierno, por lo que tomó como pretexto la violación a los preceptos constitucionales para expulsar de nuestro país al delegado apostólico, monseñor Ernesto Filippi.
En octubre de 1924, se celebró en esta capital el Congreso Eucarístico
Nacional, pero tuvo que ser suspendido en sus últimos actos por grupos
de obreros apoyados por elementos jacobinos y anticlericales.
Con el general Álvaro Obregón, la relación del Estado con la Iglesia
se mantuvo tensa por diversos acontecimientos anticlericales, sin embargo, con la llegada a la Presidencia de Plutarco Elías Calles, del 1 de diciembre de 1924 al 30 de noviembre de 1928, se pudo apreciar que al
principio, durante los dos primeros años de su gobierno, se revelaron sus
dotes de estadista; sin embargo, en los dos últimos, ante su voluntad irreductible de hacer respetar íntegramente la Constitución de 1917 por el juramento solemne que había hecho al tomar posesión de su cargo, lo llevó
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO
305
en forma obstinada y cruel a atacar a los miembros del clero mexicano y
a los principios mismos de la religión, así como a la Iglesia, condenando
su existencia, al extremo de tratar de extirpar la fe católica de México, en
circunstancias que era la que profesaba la mayoría de la población.
Por su parte, el Episcopado buscaba afanosamente la derogación de
las leyes que afectaban la libertad religiosa, informando de todo ello al
Papa Pío XI, por lo que en febrero de 1926 el arzobispo de México, monseñor José Mora del Río, declaró que el Episcopado continuaba manteniendo firme la protesta que se había formulado en 1917, cuando se expidió la nueva Constitución.
Toda esta cuestión se fue agravando, sobre todo por la imagen que trascendió al extranjero, en donde en Roma, así como en otros países europeos, se hablaba ya de un “conflicto”; incluso en Estados Unidos se alarmó el pueblo católico por la expulsión del nuevo delegado apostólico,
monseñor Jorge José Caruana, quien había llegado el 16 de marzo de
1926 y dos meses después fue obligado a salir del país.
Para entonces, el 2 de julio de 1926, el Poder Ejecutivo promulgó en
el Diario Oficial un decreto que constaba de 33 artículos, con los que,
por separado, modificaba la Legislación Penal en todo el país con la expedición de la Ley que Reforma el Código Penal para el Distrito y Territorios Federales, sobre Delitos del Fuero Común y para Toda la República sobre Delitos contra la Federación.
Dicha ley fue llamada comúnmente como la “Ley Calles”, la cual, por
lo denigrante y nefasto de su contenido, fue la mecha que detonó el problema del “conflicto religioso”, ya que al amparo de la Pastoral Colectiva del 26 de julio de 1926, las autoridades religiosas, como medida de
presión para impedir que entrara en vigor el 31 de julio de 1926, amenazaron suspender el culto en todos los templos e Iglesias del país.
Al haber entrado en vigor dicha ley, a partir del 1 de agosto de 1926,
el gobierno, por medio de juntas de vecinos, tomó posesión de los templos previo inventario.
El 31 de julio de 1926 en las Iglesias hubo una verdadera conmoción
y un fervor casi fanático ante la consigna que las llevaría a quedar sumidas en las tinieblas al tener que quedar bajo el control del gobierno a través de los miembros de los sindicatos obreros.
Por su parte, el presidente Calles se mantuvo vigilante de la aplicación
de la ley y, en respuesta a ello, se desarrolló paralelamente a manera de
boicot una campaña pacífica denominada “Bloqueo económico social”,
306
ROBERTO SÁNCHEZ DÁVALOS
induciendo a una paralización de la vida social y económica en todo el
país, emprendida por la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, a fin de obtener la derogación de las leyes que se oponían a dicha libertad.
Al no haber conseguido el fin que se perseguía con dicha campaña, se
vio en cambio que había repercutido en forma negativa en el nivel de la
vida económica, provocando una depresión general que hizo que se transformaran las actividades de la población.
Los sacerdotes eran perseguidos por las autoridades, por lo que tenían
que ocultarse y actuar secretamente, ya que los templos se encontraban
cerrados al culto, y por ello las ceremonias religiosas, como las misas,
bautizos y matrimonios, se realizaban en casas particulares, con el riesgo
de ser delatados y sancionados severamente hasta con penas de cárcel.
En algunos pueblos los soldados federales habían convertido a los templos hasta en caballerizas, creando con ello una verdadera indignación de
la gente, que ante las fuerzas opresoras se vio obligada a proteger tanto
sus bienes como sus propias personas.
Fue surgiendo así el movimiento “cristero” en diversos estados del país,
y no solamente en la región de Los Altos de Jalisco, en donde la cristiada
militar fue la más creciente y mejor organizada.
En la literatura que existe sobre el tema, relativo a esa epopeya del siglo XX, se puede apreciar la narración de un sinfín de “anécdotas” de la
revolución “cristera”, que muestran innumerables episodios de personas
que participaron en esa revuelta, en la que incontables personas perdieron la vida en actos de gran valentía en defensa de la fe católica, y por
cuyo reconocimiento nos corresponde brindarles un verdadero tributo a
su memoria.
Fruto de todos esos testimonios se vio reflejado en casos muy especiales cuando el Papa Juan Pablo II llamó “memoria de los mártires” en la
bula de convocación del Gran Jubileo por los dos mil años transcurridos
desde el nacimiento de Cristo, que se caracterizó por el constante testimonio hacia los mártires, de los que después de largos procesos de diversas causas de santificación, su Santidad decretó el 21 de mayo de 2000 la
canonización de 25 mártires mexicanos.
En relación a ello, es importante señalar que para que una persona pueda ser considerada por la Iglesia como mártir, no basta que haya sido asesinada en momentos de persecución religiosa, sino también se toma en
cuenta, entre otros aspectos, su vida interior, en la que debe haber sobre-
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO
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salido por su fidelidad a la Iglesia y a las circunstancias de su vida pasada, como su moralidad, el ejemplo de su comportamiento, etcétera, y
también, en cierto sentido, que haya deseado o por lo menos aceptado la
posibilidad del martirio.
En 1927 se intensificó la agitación política en toda la nación. Surgieron diferentes partidos políticos y, previa reforma a dos artículos de la
Constitución, se permitió que legalmente el general Álvaro Obregón pudiera aceptar lanzar su candidatura para asumir de nuevo la presidencia
del país, por lo que, contando con el apoyo el presidente Elías Calles, se
reprimió con mano de hierro a los otros candidatos y a los partidos de
oposición.
IV. PERIODOS DE GOBIERNO
Con las reformas constitucionales que hubo en tiempos del presidente
Calles, el nuevo periodo presidencial de seis años, que le hubiera podido
tocar al general Obregón, quedó dividido a la postre en tres administraciones provisionales.
La primera correspondió al licenciado Emilio Portes Gil, del 30 de noviembre de 1928 hasta el 5 de febrero de 1930, es decir, 14 meses cinco
días, periodo durante el cual le tocó participar en la solución de problemas de gran trascendencia para el país, como lo fue el del arreglo del
“conflicto religioso”.
El segundo periodo presidencial le tocó al ingeniero Pascual Ortiz Rubio, quien tomó posesión de su cargo el 5 de febrero de 1930, hasta el 2
de septiembre de 1932, cuando “renunció” a instancias de Calles.
Finalmente ocupó la Presidencia provisional el general Abelardo L.
Rodríguez, del 4 de septiembre de 1932 al 30 de noviembre de 1934,
cuando concluía el periodo de seis años. A partir de entonces ha seguido
rigiendo el mismo periodo de tiempo para los siguientes presidentes del
país.
V. LA REBELIÓN CRISTERA
A grandes rasgos, por la política intransigente del Estado revolucionario
en contra de la Iglesia católica, se desató la lucha armada conocida como
“La Cristiada” durante los años de 1926 a 1929.
308
ROBERTO SÁNCHEZ DÁVALOS
Por parte del gobierno afloró una auténtica persecución religiosa en
forma cruel y despiadada contra la jerarquía y el pueblo católico que se
vio obligado a defender sus principios religiosos.
A su vez, la Iglesia, como medida de presión, para evitar que el 31 de
julio de 1926 entrara en vigor el decreto que contenía la “Ley Calles”,
había planteado en su Pastoral Colectiva del 26 de julio de 1926 la suspensión de todas las prácticas religiosas de los sacerdotes en todos los
templos del país. Fue así como se suspendió el culto religioso en esos lugares durante dos años, 10 meses 21 días.
Durante ese gran movimiento insurgente participaron innumerables católicos mexicanos que se vieron unidos en el campo de batalla contra las
fuerzas opresoras apoyadas por las medidas impuestas por el gobierno.
Mientras tanto, la postura de la Iglesia dictada por la Santa Sede era la
de mantener su misión en forma pacífica, poniendo de ejemplo su doctrina y la enseñanza de la “obediencia”, así como que su misión no era la de
obstrucción, sino la de cooperación con los gobernantes para lograr la felicidad del pueblo.
Por su parte, el gobierno mantenía su postura intransigente de que la
“ley estaba sobre todo” y, además, decía tener información de las actividades de los católicos y aun del clero para provocar motines dentro del
país y provocar contra México la presión de los países extranjeros.
VI. “LOS ARREGLOS”
Ante la situación verdaderamente caótica en la que se vivía en el país y
la presión que había del exterior, se proponía que ambas partes dejaran
las armas para someter, incluso los diferendos, a una solución pacífica y
humanitaria ante algún organismo internacional, por lo que poco a poco
se fueron perfilando las negociaciones con la participación de múltiples
personajes que desinteresadamente aportaron su ayuda para terminar con
esa guerra fratricida que se estima haber causado un altísimo número de
muertes en ambos bandos, así como de innumerables personas inocentes.
En esas condiciones, ya en tiempos del presidente Emilio Portes Gil,
se fue viendo con más claridad la posibilidad de terminar con el conflicto
religioso, por lo que, por parte del Episcopado Mexicano, participaron
como negociadores oficiales el arzobispo de Morelia, monseñor Leopoldo Ruiz y Flores, quien había sido ya nombrado delegado apostólico, y
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO
309
el obispo de Tabasco, monseñor Pascual Díaz y Barreto, secretario del
Comité Episcopal, quien días después del arreglo fue nombrado arzobispo de México.
Fue así como después de varias reuniones que se tuvieron con el presidente provisional, Emilio Portes Gil, se llegó por fin, el 21 de junio de
1929, a la histórica entrevista en el despacho del presidente, en donde se
logró lo más que se pudo por parte de las autoridades eclesiásticas que
se habían estado manteniendo en contacto con el Vaticano, para obtener
su anuencia en los planteamientos de las bases del arreglo que se concretaron durante esa larga reunión, en la que el presidente se comprometió
verbalmente, entre otras cosas, a dar la amnistía para los rebeldes; a la
restitución de las Iglesias, obispados y casas parroquiales, dando su palabra de no volverse atrás de todo lo que acababa de tratarse, teniendo como testigo al secretario de Gobernación, señor Felipe Canales, a quien de
inmediato se le dieron las órdenes para transmitirlas a todos los gobernadores, para concederles salvoconductos a todos los cristeros y, al mismo
tiempo, dar a los soldados pasajes gratuitos a donde quisieran regresar.
Ese día fue realmente histórico, al haber puesto feliz término al conflicto religioso mediante los llamados “arreglos” en los que nada se firmó, por haberse tratado todo de palabra, a la que por el alto nivel del
rango de las partes significó un verdadero “pacto”, en el que se concretaron los compromisos cuyo contenido se hizo público inmediatamente a
través de un comunicado de prensa desde el Palacio Nacional, suscrito
por el propio presidente de la República.
De la misma forma fueron publicadas en la prensa las declaraciones
de los negociadores del Episcopado Mexicano.
Ese día las campanas de los templos fueron echadas a vuelo con el regocijo general del pueblo, después de su silencio forzado de casi tres
años, llevando en su tañido notas de gloria y anuncios de paz a las poblaciones del país.
Por parte de la Iglesia se publicó en la prensa que el obispo Pascual
Díaz había recibido un mensaje cifrado del cardenal Gasparri, autorizando los arreglos que estaban llevando a cabo entre los prelados y el señor
presidente de la República, por lo que les llegó por cable la ratificación
cuando se encontraban en el despacho del presidente, Emilio Portes Gil.
Una vez pactado el acuerdo que daba fin al conflicto religioso en la
República mexicana, monseñor Ruiz y Flores se dirigió al Vaticano comunicando el feliz resultado de las negociaciones.
310
ROBERTO SÁNCHEZ DÁVALOS
VII. MODUS VIVENDI
Para muchos detractores que han criticado el modus vivendi al que se llegó con los arreglos del conflicto religioso, en los que en las negociaciones no se les dio participación a los cristeros en la junta celebrada con el
presidente de la República, tienen que reconocer que en esa oportunidad
histórica los representantes de la Iglesia fueron forzados a negociar sobre
el principio de premium est vivere.
Efectivamente, dentro de las negociaciones para la solución del conflicto, se tuvo que llegar al llamado modus vivendi como sistema de convivencia nacional, el cual consistió en un recurso adoptado por el gobierno
de mantener una nueva era de tolerancia que llevaba implícito un modus
operandi, de facto más no de jure, por haberse logrado hacer en ese momento sin reformar ninguna de las leyes vigentes; sin embargo, se dejó en
claro la garantía del derecho de petición para solicitar al Congreso la reforma, derogación o expedición de otra ley que pudiera ser más benigna.
Es por ello que mientras estuvo en vigor la “Ley Calles”, junto con las
demás disposiciones legales opuestas a la libertad religiosa, se tuvo que
vivir una auténtica “simulación”, en la que tanto las autoridades como la
misma Iglesia guardaban ciertas formas, a sabiendas de que a la vista de
todos se podían considerar violatorias de las normas legales vigentes, que
coartaban la conducta a las instituciones religiosas corriendo el riesgo de
verse afectadas en caso de que las autoridades decidieran aplicar la ley.
No fue sino hasta mediados del mes de julio de 1992 cuando, con la
nueva “Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público”, después de 66
largos años en que permanecieron en vigor la Ley Calles y otras disposiciones legales que impedían a la Iglesia tener personalidad jurídica, junto
con otras limitaciones, se acordó abrogarlas por parte del gobierno, terminando así con ese “tabú” que se fue arrastrando por tantos años y que
había impedido que se establecieran las relaciones diplomáticas con el
Vaticano por temor o prudencia de los gobiernos, para no despertar un encuentro ideológico entre las fuerzas vivas del poder político del país.
VIII. ENCÍCLICA ACERBA ANIMI
En el curso de nuestra historia se han emitido dos Encíclicas por parte de
la Santa Sede de forma específica para nuestro país.
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO
311
La Iniquis Afflictisque del 18 de noviembre de 1926, en la que ya habiendo estallado el conflicto religioso se refiere al catolicismo en México.
Posteriormente, el mismo Papa Pío XI emitió su Encíclica Acerba Animi el 30 de septiembre de 1932, en la que hizo referencia a los arreglos
concertados en junio de 1929 para la solución del conflicto religioso que
dio lugar al modus vivendi.
Como en el texto de dicha Encíclica aparecen las razones que tuvo la
Santa Sede para aprobar “los acuerdos”, es de vital trascendencia que se
conozca el contenido de los apartados 25, 26 y 27 de la Encíclica, donde
se precisan las instrucciones que se dieron a los prelados que llevaron a
cabo la trascendental negociación.
Sería importante para los críticos y las personas interesadas en estos
asuntos que busquen la oportunidad de conocer estas disposiciones para
que, con una percepción más amplia, puedan valorar mejor el resultado
de los arreglos.
Por otro lado, cabe destacar que dentro de la Encíclica Acerba Animi
el Papa Pío XI emitió también una enérgica protesta, debido a que ya dentro del periodo del presidente Abelardo L. Rodríguez, la situación que
existía había regresado al extremo de constituir otro segundo periodo de
persecución religiosa en forma verdaderamente intolerante, por lo que se
produjo la reacción del presidente provisional de la República, amenazando nuevamente que todas las Iglesias católicas serían tomadas y convertidas en escuelas y fábricas, por lo que el delegado apostólico, arzobispo
Leopoldo Ruiz y Flores, al tratar de aclarar el contenido de la Encíclica en
el que se clamaba por la paz, fue arrestado tres días después y puesto a
bordo de un avión para su deportación, como si se hubiere tratado de un
extranjero pernicioso por el hecho de que el prelado le debía fidelidad al
Papa como mandatario de un Estado extranjero.
La reanudación de la lucha armada se fue presentando en diversos lugares del país, mostrando abiertamente el incumplimiento del compromiso pactado con el gobierno dentro de un espíritu conciliador que animó a
las partes el día del arreglo del conflicto religioso, con el que se había
cerrado una etapa de la vida nacional de la que habrían de resurgir sentimientos religiosos con mayor arraigo en el corazón del pueblo mexicano.
312
DEL SYLLABUS (1864) A LA SUSPENSIÓN
DE CULTOS (1926)
José Miguel ROMERO DE SOLÍS*
SUMARIO: I. El Syllabus Errorum (1864) o la defensa.
II. La visita de Averardi (1895-1899) o el plan de ataque. III. La suspensión de cultos (1926) o la guerra.
IV. A modo de conclusión.
En la presente ponencia quiero destacar tres momentos peculiares en los
que la Iglesia de México, de la mano de Roma, tuvo que lidiar de manera privilegiada con la libertad religiosa, pero sólo y exclusivamente la propia.1
Estos tres momentos, sucintamente mencionados, fueron: el Syllabus
(1864) de Pío IX, la visita de monseñor Nicolás Averardi (1895-1899)
enviado del Papa León XIII, y la suspensión de cultos (1926) cuando el
obispo de Roma era Pío XI.
Buscando títulos paradigmáticos a estos momentos, me atrevería a proponer los siguientes: el primero de ellos lo podríamos titular la defensa;
el segundo, el plan de ataque, y el tercero, la guerra. Anticipo que, por
razones de brevedad, procuraré ser lo más conciso posible, no obstante el
riesgo de las imprecisiones.
* Licenciado en Teología e Historia de la Iglesia por la Universidad Gregoriana (Roma, Italia), y doctor en Ciencias Sociales por El Colegio de Michoacán (Zamora, México). Desde 1992 es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Es profesor investigador de la Universidad de Colima y director del Archivo Histórico del Municipio de
Colima.
1 En general, podemos decir que, hasta fechas recientes, la Iglesia católica ha cuestionado o defendido la libertad religiosa sólo y exclusivamente cuando se ha sentido afectada.
312
DEL SYLLABUS (1864) A LA SUSPENSIÓN DE CULTOS (1926)
313
I. EL SYLLABUS ERRORUM (1864) O LA DEFENSA
Pío IX, en palabras de uno de sus máximos conocedores, más allá de sus
cualidades y dones, “tuvo tres limitaciones” que, sin duda, afectaron su
ministerio apostólico; la primera fue su “emotividad excesiva”, que “frecuentemente le hacía decidirse de acuerdo con la opinión que acababa de
escuchar, aunque dio pruebas de una firmeza inquebrantable cuando creyó que estaban en juego los verdaderos intereses de la Iglesia”.
La segunda limitación la compartía con “la mayoría de los eclesiásticos italianos de su generación”, a saber, “una formación intelectual superficial”.
Es cierto que tal deficiencia se hallaba parcialmente compensada por su
sagacidad y buen sentido, pero a veces le impidió advertir la relatividad de
algunas tesis sobre las que debía pronunciarse o la complejidad real de los
problemas, propendiendo a no ver en las convulsiones políticas en que la
Iglesia se veía implicada, sino un nuevo episodio de la gran lucha entre
Dios y Satán, en vez de intentar analizarlas técnicamente con sentido realista.
La tercera limitación, más que personal era de su entorno: los colaboradores, confidentes y consejeros se caracterizaban por su “intransigencia de teóricos sin contacto con la mentalidad contemporánea”.2
Por eso, era inevitable la ruptura, el enfrentamiento y la condena de ese
mundo que surgía a partir de la Revolución francesa de 1789 y que iría
consolidando, etapa tras etapa, lo que hoy en día conocemos como los
sistemas democráticos.
A su incapacidad para tender la mano al mundo emergente de su tiempo, se unieron las voces chillantes y amenazantes de los ultramontanos3
intransigentes, quienes, desde Francia, Alemania, Bélgica, Países Bajos,
Austria y España, no cesaban de proclamar su obediencia y devoción al
Papado, sobre todo ante los diversos problemas que se suscitaban por to2 R. Aubert, “La Iglesia católica desde la crisis de 1848 hasta la Primera Guerra
Mundial”, en R. Aubert et al., La Iglesia en el mundo contemporáneo (1848 al Vaticano
II), Madrid, Ediciones Cristiandad, 1977 (Nueva Historia de la Iglesia, V), p. 16.
3 Palabra que quiere designar desde Italia a quienes vivían “ultra”, más allá de los
“montes”, es decir, al otro lado de Los Alpes.
314
JOSÉ MIGUEL ROMERO DE SOLÍS
das partes entre la Iglesia y la sociedad moderna, tanto a nivel doctrinal
como en aspectos políticos, jurisdiccionales y religiosos.4
Por ejemplo, en los enfrentamientos entre la Iglesia y el Estado, donde
éstos ocurrieran o, como de manera muy clara lo expresa Francisco Morales: “Bienes, fueros, formas de sostenimiento y convivencia social eran
los mismos para un clérigo belga que para un michoacano”.5
Por lo general, los actores eclesiásticos siempre salían en defensa de
los derechos de la Iglesia sin intentar percibir matices, incapacitados para
entender las nuevas formas de organización social y política, los derechos
mismos de la sociedad y la autonomía de los ciudadanos.
Si el tema era la libertad de cultos, la educación laica, incluso los conceptos mismos de democracia y Estado republicano, las posturas intransigentes no permitían camino alguno.
Este proceso, naturalmente, debió de haber llevado a los eclesiásticos a una
reflexión sobre la naturaleza de la Iglesia que los dirigiera a establecer
una nueva relación con la sociedad. Por desgracia, los tiempos tormentosos... no lo permitieron. Entre la abundante literatura eclesiástica de la
época destaca la apología de los antiguos derechos de la Iglesia o la queja
que lamenta la pérdida del monopolio religioso, espiritual, ético y cultural que hasta entonces había mantenido.6
En lugar de una eclesiología renovada y una apertura jurídica acorde
con los cambios, se articularon acontecimientos y medidas que, sin duda,
facilitaron el endurecimiento del ultramontanismo y fortalecieron las tendencias centralizadoras de la Santa Sede, tal es el caso de la declaración
dogmática del primado romano y la infalibilidad del Papa (1869); la pérdida de los Estados pontificios y la reclusión del Papa en el Vaticano
(1870); el número creciente de concilios provinciales y la escasez de los
de carácter nacional; el progresivo centralismo de la Santa Sede que iba
obligando de alguna manera a recurrir a Roma para numerosos asuntos
locales; los nombramientos de obispos que, cada día con mayor frecuen4 A. Gambasin, “Ultramontanismo”, en P. Chiocchetta, dir., Dizionario storico religioso, Roma, Editrice Studium, 1966, p. 1083.
5 F. Morales, “La Iglesia católica en la historia de México. Siglo XIX”, en José de
Jesús Legorreta Zepeda, comp., La Iglesia católica y la política en el México de hoy,
México, Universidad Iberoamericana, 2000, p. 75.
6 Idem.
DEL SYLLABUS (1864) A LA SUSPENSIÓN DE CULTOS (1926)
315
cia, se los reservaba el Papa; la multiplicación de universidades y colegios en Roma, entre éstos, por ejemplo, el Colegio Pío Latino Americano,
fundado en 1852; el papel protagonista de la Compañía de Jesús, y uno
muy sentido y creciente: la cada día más acentuada “devoción” al Papa.
Si volvemos la mirada a la Iglesia mexicana de la segunda mitad del
siglo XIX,7 podemos destacar algunos elementos fundamentales: en 1854
estalla la revolución de Ayutla, que lleva al poder a una nueva generación
de políticos y culmina con la promulgación de la Constitución de 1857.
Muy pronto, sin embargo, surgieron críticas enconadas sobre la inviabilidad de la Constitución, porque hacía ingobernable el país. Llama la
atención que el primer presidente que protestó guardar la Constitución
—Ignacio Comonfort— se aliara con aquellos que pretendían desconocerla. Es preciso comentar que esta Constitución y algunas leyes dictadas
por aquellos años irritaron los ánimos de la jerarquía eclesiástica porque,
a su decir, vulneraban los derechos inalienables de la Iglesia, o bien, afectaban su funcionamiento: la enseñanza libre, los votos religiosos, la libertad de imprenta, la supresión del fuero eclesiástico, la desamortización
de los bienes de corporaciones civiles y religiosas; la intervención del poder federal en actos de culto y disciplina externa, el registro civil, etcétera.
En aquellas circunstancias, la lejana Roma, a la que sin duda llegaban
informes y despachos poco objetivos, tomó posición y prohibió a los católicos aceptar la Constitución, asunto que se convertía con frecuencia en
disyuntiva cuando éstos eran elegidos o nombrados a oficios y cargos públicos, y debían, por consiguiente, protestar fidelidad a la Carta Magna.
Los conflictos de conciencia surgían y dolían en el alma. A veces —y de
ello hay repetidas constancias documentales—, quienes debían protestar
la Constitución lo hacían de manera condicional, salvando así los requerimientos de conciencia.
Los mentores, y en general la jerarquía eclesiástica, adoleciendo también de escasas luces, mostraban una casi total incapacidad para saber distinguir, usar el discernimiento y percibir los matices. Era una época del
7 Un resumen ágil sobre este punto es el de Manuel Olimón Nolasco, “Algunas claves de lectura sobre la relación Iglesia-Estado en la historia de México”, en Conferencia
del Episcopado Mexicano, Sociedad civil y sociedad religiosa. Compromiso recíproco al
servicio del hombre y bien del país, México, Librería Parroquial de Clavería, 1985, en
especial, pp. 547-555.
316
JOSÉ MIGUEL ROMERO DE SOLÍS
todo o nada, donde los enfrentamientos se repetían y acrecentaban día
con día.
En el caso particular de México, adquirió particular sentido el hecho
que entre los 80 errores señalados y condenados en 1864 por el Papa Pío
IX en el famoso Syllabus Errorum que acompañaba la carta encíclica
Quanta cura, se incluían algunas frases condenadas que bien pudieron
tomarse directamente de documentos mexicanos o, por lo menos, coincidían con éstos. Veamos algunos ejemplos.
La Iglesia no tiene derecho natural y legítimo para adquirir y poseer (Syllabus, 26).
El fuero eclesiástico para las causas temporales, civiles o criminales, de
los clérigos, debe ser totalmente suprimido, aun sin consultar a la Sede
Apostólica y a pesar de sus reclamaciones (Syllabus, 31).
En caso de conflicto entre las leyes de ambos poderes, prevalece el derecho del poder político (Syllabus, 42).
La dirección total de las escuelas públicas, en que se educa a la juventud de una nación cristiana, puede y debe ser entregada a la autoridad civil
(Syllabus, 45).
La perfecta constitución del Estado exige que las escuelas populares,
abiertas para los niños de todas las clases del pueblo, y en general todos
los establecimientos públicos destinados a la enseñanza de las letras y de las
ciencias y a la educación de la juventud, queden al margen de toda autoridad de la Iglesia, así como de todo poder regulador e intervención de la
misma: y que estén sujetos al pleno arbitrio de la autoridad civil y política
según el criterio de los gobernantes y de acuerdo con las ideas comunes de
la época (Syllabus, 47).
Deben ser suprimidas las leyes del Estado referentes a la seguridad legal de las comunidades religiosas y a sus derechos y obligaciones; puede
también el poder civil ayudar a todos aquellos que desean abandonar la regla religiosa que han abrazado y romper los votos solemnes; igualmente
puede suprimir por completo las congregaciones religiosas, como también
las Iglesias colegiales y los beneficios simples, aunque sean de patronato,
sometiendo y apropiando los bienes y rentas de todos ellos a la administración y al arbitrio de la potestad civil (Syllabus, 53).
La Iglesia debe estar separada del Estado, y el Estado debe estar separado de la Iglesia (Syllabus, 55).
En virtud de un contrato puramente civil puede darse entre cristianos un
matrimonio propiamente dicho; y es falso que el contrato de matrimonio
DEL SYLLABUS (1864) A LA SUSPENSIÓN DE CULTOS (1926)
317
entre cristianos sea siempre un sacramento, o que este contrato sea nulo si
de él se excluye el sacramento (Syllabus, 73).
En la época actual no es necesario ya que la religión católica sea considerada como la única religión del Estado, con exclusión de todos los demás cultos (Syllabus, 77).
Por esto es de alabar la legislación promulgada en algunas naciones católicas, en virtud de la cual los extranjeros, que a ellas emigran, pueden
ejercer lícitamente el ejercicio público de su propio culto (Syllabus, 78).
La Constitución de 1857 y las posteriores Leyes de Reforma caían,
por supuesto, bajo la mira de estos errores condenados por Pío IX.
Justo cuando se da a conocer el Syllabus, México dividido en dos campos —liberales y conservadores— vive una dramática guerra civil, padece
una intervención extranjera y está estrenando un imperio que se suponía
“católico” y, en los hechos, era percibido tan liberal o más que el propio
Benito Juárez. Será hasta el fusilamiento del emperador Maximiliano, en
1867, cuando el triunfo de los liberales conduce a la reconstrucción de
las instituciones republicanas.
A la Iglesia que había apostado al conservadurismo y a la implantación del Segundo Imperio,8 sólo le quedaba defenderse y esperar mejores
tiempos.
II. LA VISITA DE AVERARDI (1895-1899)
O EL PLAN DE ATAQUE
En 1876 Porfirio Díaz asumió la presidencia de la República, y dos años
después, en 1878, subía al solio pontificio el Papa León XIII. A excepción del cuatrienio 1880-1884, cuando el general Díaz cedió los bártulos
del poder al presidente Manuel González, el Porfiriato es un régimen cen8
“La misión que asumen (Maximiliano y Carlota) no es fácil, pero si se apoyan en
el partido conservador que, en México, es eminentemente religioso, estoy seguro que recogerán frutos abundantes de paz y prosperidad”: Carta del Papa Pío IX al rey Leopoldo
I de Bélgica (El Vaticano, 23 de abril de 1864), cit. por G. Martina, Osservazioni sulle
varie redazioni del Syllabo, Padua, Editrice Antenore, 1962, p. 514. Para una visión breve sobre las relaciones que hubo entre el emperador Maximiliano y la Iglesia, véase A.
Alcalá Alvarado, “El triunfo del liberalismo”, en A. Alcalá Alvarado, coord., Historia
general de la Iglesia en América Latina: V. México, México, CEHILA, Ediciones Sígueme y Ediciones Paulinas, 1984, pp. 242-258.
318
JOSÉ MIGUEL ROMERO DE SOLÍS
tralista y autoritario que se prolongó hasta 1911. León XIII guió a la Iglesia hasta 1903, año en que murió y fue sucedido por Pío X (1903-1914).
Urgía tanto a Porfirio Díaz como a la Santa Sede sanar heridas y encontrar caminos de acuerdo: así, de una u otra manera, se fueron acercando en muchos países —y entre ellos México— las Iglesias nacionales
y los respectivos gobiernos, los más de ellos en regímenes ya liberales. A
esta política de reencuentros se le ha denominado política de conciliación. Por ello, una característica importante del régimen porfirista fue esta política de acercamiento con las distintas fuerzas o facciones y, de modo particular, con la Iglesia.
Fueron de tal magnitud los progresos de esta nueva relación entre el
poder civil y la jerarquía eclesiástica que, pronto, comenzó a hablarse de
una posible y hasta inminente reanudación de relaciones diplomáticas, reconocimiento de la Iglesia e intercambio de nuncio y embajador.9
En este contexto general llega a México un enviado papal: monseñor
Nicolás Averardi, a quien envían cartas de saludo y buenos augurios los
prelados mexicanos. En algunas de estas misivas topamos con los sentimientos “suspicaces” de los obispos con respecto a la política gubernamental; por ejemplo, Pedro Loza, arzobispo de Guadalajara, quien invoca
la ayuda del Espíritu Santo sobre Averardi, para obtener “remedio radical contra las insidias y la maldad de las leyes impías que rigen en nuestra desafortunada República”.10
No fue acertada la gestión de monseñor Averardi, sobre todo, por su
falta de tacto, doblez y cierto desprecio hacia la Iglesia de México, pero
sin duda apostó a unas relaciones estables entre Iglesia y Estado y se esforzó en mitigar los talantes de los católicos mexicanos, incluidos los clérigos y en especial la prensa católica. Por otra parte, procuró sensibilizar
al episcopado para asumir posturas colectivas en comunión con Roma y,
en esta perspectiva, fue muy clara su conducta respecto del obispo Eduardo Sánchez Camacho, quien abandonó la Iglesia de Roma. También llama la atención la insistencia y el tiempo que Averardi dedicó al tema del
Concilio Plenario Latinoamericano, que se celebraría en Roma (1899).
9
J. M. Romero de Solís, El aguijón del Espíritu. Historia contemporánea de la Iglesia en México (1892-1992), México, Imdosoc, El Colegio de Michoacán, Archivo Histórico del Municipio de Colima y Universidad de Colima, 2006, p. 60.
10 Ibidem, p. 57.
DEL SYLLABUS (1864) A LA SUSPENSIÓN DE CULTOS (1926)
319
La presencia de Averardi en México, su cercana relación con Porfirio
Díaz, su permanente contacto epistolar con la mayoría de los prelados del
país, tuvieron frutos, ciertamente, no obstante la dureza con la que juzgó
a la Iglesia mexicana y, en general, a México.
Entre estos frutos, además de fomentar la devoción al Papa y a la Sede
de Pedro, promovió la celebración de concilios provinciales y sínodos
con los que las diócesis pretendían organizarse mejor; afianzó los vínculos entre los obispos, dio fortaleza a sus presbiterios y, en general, estimuló la vida cristiana en los fieles. Llama la atención, empero, que no
manifestara simpatía alguna a los clérigos, en especial obispos, que habían estudiado en Roma en el Colegio Pío Latino, quienes sin duda eran
entonces de los principales arietes que tenía la Iglesia mexicana para salir del marasmo y del espíritu defensivo o vida de trincheras que el triunfo liberal la había marginado.
Obispos de la talla de Montes de Oca, Ruiz y Flores, Mora y del Río,
entre otros, eran vistos por Averardi con suspicacia, pero ello no les impidió abrir nuevos campos pastorales que comenzarían a dar fruto, sobre
todo a partir de 1900, con el extraordinario impulso dado por el catolicismo social. Es decir, en cierta medida, al regreso de Averardi a Italia, sin
pena ni gloria, la Iglesia de México se sentía renovada y con deseos de
vida y de ocupar espacios que hasta entonces sentía cerrados.
Fortalecida en su interior, acrecentada su comunión con otras Iglesias,
sobre todo a partir del Concilio Plenario Latinoamericano, la Iglesia de
México surge de las tinieblas y comienza a atacar en rubros hasta entonces prácticamente inéditos, bajo el aliento de la famosa Encíclica Rerum
Novarum (1892), cuyo impacto en México se demoró hasta comienzos del
siglo XX.11
La Iglesia deja las trincheras, es decir, las sacristías y salta al campo
de batalla abriendo espacios con el consiguiente resquemor de fuerzas
que temían su resurrección. Esto que acontecía en México también era
un fenómeno que podía percibirse en otras latitudes. Eran los frutos del
pontificado de León XIII que estaba por concluirse. En la efervescencia
de estos impulsos y en los riesgos que todo cambio de actitud propicia,
surgirían tendencias que Pío X (1903-1914) tuvo que reprimir. Sin embargo, el espíritu de defensa y atrincheramiento quedaba atrás y un nue11 ¿Acaso Averardi no fue un impulsor de la Rerum Novarum en México? Es un punto que, por el momento, no tengo estudiado.
320
JOSÉ MIGUEL ROMERO DE SOLÍS
vo espíritu alentaría las fuerzas eclesiales que el lema del pontificado de
Pío X dejaba bien en claro: “restaurar todo en Cristo”. “Todo”, es decir,
una actitud absoluta, un talante integrador, un abrir espacios sin límite,
ocupar todas las posiciones, reducir a la nada lo que se oponía y disgregaba.
III. LA SUSPENSIÓN DE CULTOS (1926) O LA GUERRA
Cuando fallece Benedicto XV (1914-1922), sucesor de Pío X, el mundo
había cambiado y con ello la geopolítica. La dolorosa Primera Guerra
Mundial (1914-1917) con sus trágicos antecedentes y consecuencias, la
Revolución mexicana en sus diversas facetas (1910-1920), la Revolución
Rusa (1917), etcétera; todo ello obligaba a mirar las realidades desde otras
perspectivas y nuevos temores o miedos comenzaban a percibirse en lontananza.
Quienes habían visto al socialismo como la amenaza del siglo pasado
(como lo señaló el cardenal Manning con la famosa frase “el siglo XX
será cristiano o socialista”), lo veían ya como una realidad corruptora y
desmoralizante. Era quizá el gran enemigo agazapado al que, inevitablemente, sería preciso combatir porque, además —se pensaba— habría
muchos “tontos útiles” que propiciarían el paso avasallador de esta corriente que, por esencia, quería trastocar todos los valores.
Esta percepción facilitaría ciertos reencuentros. La burguesía vería entonces a los elementos eclesiales como eventuales y fuertes aliados que
salvarían los valores en juego. Por ejemplo, mientras en México surge a
finales de la primera década del siglo XX el Partido Católico Nacional
(1909-1917), en Italia toma cartas de ciudadanía el Partido Popular Italiano, que fundara en 1919 el lúcido don Luigi Sturzo (1871-1959), partido que fue disuelto en 1921 por los fascistas.
Para estas fechas, Pío XI (1922-1939) pastorea la Iglesia y será justamente durante su difícil ministerio cuando habrá de enfrentar dolorosas
pruebas, entre otras, el comunismo soviético, el fascismo italiano, la trágica persecución religiosa en México, la Guerra Civil española (19361939) y el nazismo alemán.
Del espíritu atrincherado, a la defensiva, de la primera etapa con Pío
IX, se pasó a una segunda etapa de aperturas de frentes y planes de ata-
DEL SYLLABUS (1864) A LA SUSPENSIÓN DE CULTOS (1926)
321
que para “restaurar todo en Cristo”, con León XIII y Pío X. Ahora, en esta tercera etapa, con Benedicto XV y Pío XI, estalla la guerra, es decir, la
Iglesia en forma decidida se enfrenta y declara la guerra al Estado.
No quisiera que confundiéramos en este momento dos cuestiones distintas, aunque, llegado el momento, estén sobrepuestas: la lucha cristera y
la suspensión de cultos. Aquélla surgirá en cierto modo como consecuencia de ésta, pero son fenómenos distintos.
Desconozco si hubo precedentes históricos y jurídicos a la “suspensión de cultos”, es decir, al acto de la legítima autoridad eclesiástica disponiendo dejar de celebrar el culto público y la correspondiente administración de los sacramentos en el ámbito del territorio bajo jurisdicción
eclesiástica.
La diócesis de Colima fue pionera al suspender los cultos y cerrar los
templos12 en aquellas parroquias y poblaciones situadas dentro del territorio del estado de Colima, a excepción de las parroquias y poblaciones
situadas en Jalisco y Michoacán, que estaban, a la sazón, bajo la jurisdicción de José Amador Velasco, obispo de Colima.
Si no hay antecedentes de la “suspensión de cultos” —repito que lo
desconozco—, sí hay una figura jurídica análoga, que es el “entredicho”,
es decir, el fallo de una sentencia judicial de la Iglesia por el que se
prohíbe como castigo a una parroquia, una comarca, una región, e incluso un país, que no se puedan celebrar actos de culto y celebración de sacramentos. Los propios obispos quisieron aclarar el punto de manera explícita:
Os advertimos, amados hijos, que no se trata de imponeros la gravísima
pena del entredicho, sino de emplear el único medio de que disponemos al
presente para manifestar nuestra inconformidad con los artículos antirreligiosos de la Constitución y las leyes que los sancionan.
12
Quizás haya una diferencia interesante entre el decreto del obispo de Colima que
suspendía cultos y cerraba templos, con la Carta Pastoral colectiva de los obispos mexicanos” (25 de julio de 1926), que sólo suspendía los cultos: “Ordenamos que, desde el
treinta y uno de julio del presente año, hasta que dispongamos otra cosa, se suspenda en
todos los templos de la República, el culto público que exija la intervención del sacerdote”, en Alfonso Toro, La Iglesia y el Estado en México (Estudio sobre los conflictos entre el clero católico y los gobiernos mexicanos desde la Independencia hasta nuestros
días), México, El Caballito, 1975 (facsimilar de la publicada por el Archivo General de
la Nación, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1927), p. 407.
322
JOSÉ MIGUEL ROMERO DE SOLÍS
No se cerrarán los templos para que los fieles prosigan haciendo oración en ellos.13
En esta perspectiva, la “suspensión de cultos” asume una extraña similitud con el “entredicho”, aunque no sea como castigo o pena, sino como medida de protesta por una situación anómala, invitándose de esta
forma a la comunidad de fieles a enfrentarse a los culpables últimos de
esta medida, que eran los representantes del poder civil, ya que, en otras
circunstancias y si fuesen estos fieles cristianos, hubiera sido jurídicamente más pertinente la excomunión y no la suspensión de cultos, ya que
los efectos no recaían en los responsables directos sino, propiamente, en
las víctimas, es decir, las propias comunidades cristianas.
Desde otro punto de vista, pero complementario, la “suspensión de cultos” fue, sin duda alguna, una violación a los derechos de los fieles cristianos, como 40 años después (1964) reconoció el Concilio Vaticano II
cuando enseña: “Los fieles cristianos tienen el derecho de recibir con
abundancia de los sagrados pastores, de entre los bienes espirituales de la
Iglesia, ante todo, los auxilios de la palabra de Dios y de los sacramentos”.14
Con la suspensión de cultos, la propia jerarquía ponía a los fieles en
riesgo de hambruna espiritual o, si se quiere también y con otro acento,
bajo chantaje casi apocalíptico, a saber, si no provocaban el cambio y las
reformas constitucionales, éstas serían las consecuencias: vivirán sin los
sacramentos de la salvación.15
Sea lo que fuere —y pienso que así sucedió—, los obispos ni siquiera
se plantearon la realidad de estos derechos radicales que tenían sus comunidades y sus fieles. Una vez más, como sucedió con los “arreglos de
1929”, se olvidaron de quiénes eran la razón de ser de su propia identidad episcopal: sus fieles, y éstos, miles de ellos, al entregar las armas en
su “ultima cena”, simbólica y anticipadamente, entregaban las vidas como el propio Jesús de Nazaret, su “Cristo Rey”. Al día siguiente, comenzaría su viernes santo.
13
Ibidem, p. 407. Cursivas nuestras.
Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, núm. 37.
15 Si bien muchos sacerdotes continuaron ejerciendo el ministerio en la clandestinidad, los riesgos eran muy graves, incluso para aquellos laicos que prestaban sus domicilios para este fin. Sea como fuere, la suspensión del culto público orillaba a las mayorías
a vivir excluidos de los sacramentos.
14
DEL SYLLABUS (1864) A LA SUSPENSIÓN DE CULTOS (1926)
323
IV. A MODO DE CONCLUSIÓN
Una visión histórica sobre la libertad religiosa en México, en mi opinión,
no puede menos que dejar en claro un saldo negativo tanto para la Iglesia
como para el Estado. Como sujetos activos, han pretendido negar o cuestionar las competencias del otro; como sujetos pasivos, una y otro han
sufrido los embates y las descalificaciones.
Un ejemplo grotesco: recuerdo cuando apenas empezaba yo a interesarme por la historia de México y me acerqué al personaje Benito Juárez,
que alguien me comentó que a su muerte, Pelagio Antonio Labastida y
Dávalos, arzobispo de México en aquel entonces, había declarado: “He
visto caer el alma de Juárez en el infierno”. Es evidente que tal comentario, si fuera cierto y lo pronunció el arzobispo, sin duda, fue una descalificación. Si buscamos un ejemplo palpable de descalificación que el Estado ha hecho de la Iglesia, basta recordar el artículo 130 constitucional,
que tuvo vigencia desde 1917 hasta hace pocos años. En él y con palabras sencillas, a la Iglesia se le quitó incluso el derecho a respirar.
El recorrido que hemos hecho es doloroso y triste; las cargas emocionales han opacado muchas veces la inteligencia, y los saldos bastante negativos, difíciles de restañar.
Creo que, desde una perspectiva de la fe, el pasado y el futuro de la libertad religiosa podrían situarse en una balanza de dos platillos.
En uno, aquellas palabras de Jesús de Nazaret que ponen en vilo el alma: “Quien no está conmigo, está contra Mí; y quien no recoge conmigo,
desparrama” (Lucas 11, 23). Es decir, la radicalidad de las posturas, la
no aceptación de alternativas u oportunidades, el dilema que no permite
discusión o elección.
En el otro platillo, aquellas otras palabras de juicio y misericordia que
dirigió el Señor a la mujer acusada de adulterio y a punto de ser apedreada: “¿Nadie te ha condenado?... ¡Yo tampoco y no vuelvas a pecar!”
(Juan 8, 10 y 11).
Siempre el cristianismo estará al filo de la intransigencia, porque siempre será más fácil condenar que integrar; negar al otro que aceptarlo. Pero aquí radica, asimismo, la esencia del cristianismo: es el amor, y sólo
en el amor existe la posibilidad de construir el Reino en esta Tierra. Y
para que haya amor debe haber siempre otro que, en nuestro caso, será el
324
JOSÉ MIGUEL ROMERO DE SOLÍS
Estado, las otras confesiones religiosas, quienes no creen, quienes tienen
otros valores, otras maneras de pensar, etcétera. Es decir, todos aquellos
a quienes debemos amar y servir.
¿Por qué mantener las espadas en alto?, ¿por qué el afán de imponer
nuestros criterios y nuestros valores?, ¿por qué no apostar a la dignidad
de la propia conciencia y a la evangelización abierta y generosa?, ¿por
qué continuar con la pretensión de imponer nuestra verdad a quienes tienen la suya propia?
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO:
ASPECTOS JURÍDICOS
LA SITUACIÓN JURÍDICA DE LA LIBERTAD
RELIGIOSA EN MÉXICO
Álvaro CASTRO ESTRADA*
Para un contexto inicial a mi participación, haré un breve panorama de
cómo estábamos en 1917, respecto de esta materia, sin remontarnos a siglos anteriores, porque sería demasiado prolijo para efectos del presente
Congreso. Agradezco a los organizadores que nos han facilitado la oportunidad para que podamos estar hoy aquí, a fin de compartir ideas en un
ámbito de respeto, en un ámbito de altura, en un ámbito académico, incluso.
Para 1917, las disposiciones constitucionales y legales negaban a las
Iglesias y agrupaciones religiosas la posibilidad de reconocimiento de personalidad jurídica; por ende, tampoco podían contar con un patrimonio
propio; la práctica pública de culto debía realizarse sólo al interior de los
templos, y la apertura de los mismos estaba condicionada a una autorización de la autoridad federal. Asimismo, las legislaturas locales se arrogaban la facultad de determinar el número de ministros de culto en sus respectivos estados; las actividades ministeriales sólo podían ser ejercidas
por mexicanos y estaban vetadas para los extranjeros; también se prohibía emitir votos religiosos; no tenían derecho al voto aquellos ciudadanos mexicanos que ejercieran el ministerio, y se negaba la posibilidad a
toda corporación religiosa o ministro de culto de establecer o dirigir escuelas.
Como aquí se comentó, el 28 de enero de 1992 se hizo una importante
reforma constitucional a los artículos 3o., 5o., 24, 27 y 130, gracias a la
cual se establece la posibilidad en favor de las Iglesias o agrupaciones de
* Licenciado en Derecho por la Escuela Libre de Derecho. Actualmente es catedrático de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho de la UNAM, y director general de Asociaciones Religiosas de la Secretaría de Gobernación.
327
328
ÁLVARO CASTRO ESTRADA
adquirir personalidad jurídica, a través de un trámite para constituirse como asociación religiosa.
En materia educativa se suprimió la limitación para que actores religiosos realizaran actividades de educación primaria, secundaria o normal y,
en el mismo sentido, se reconoció el derecho de las asociaciones religiosas
para participar en actividades educativas, incluso este derecho abarca
también tareas de asistencia privada y de salud. Se eliminó la prohibición
constitucional de establecer todo tipo de órdenes monásticas y ahora es
habitual ver a estas agrupaciones funcionar oficialmente; se superó aquella
disposición de tener que celebrar sólo al interior de los templos los actos
de culto público, por lo que ahora existe la opción de celebrarlos en el exterior de los mismos.
Seis meses después, el 15 de julio de 1992, se expide la ley reglamentaria de estas disposiciones constitucionales, llamada Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, con la que se reconoce a toda persona
importantes protecciones del Estado frente a acciones de discriminación,
coacción u hostilidad por causas de sus creencias religiosas, cuando se
les obligue a declarar sobre las mismas o se les impida el ejercicio de cualquier trabajo o actividad lícitos, alegando al efecto motivos religiosos;
incluso cuando se les obligue a prestar servicios personales o a contribuir
con dinero o en especie al sostenimiento de una entidad religiosa o cuando se le realice una inquisición judicial o administrativa por la sola manifestación de ideas religiosas.
Al mismo tiempo, se reconoce una serie de derechos, propios a esta
nueva figura de la asociación religiosa, entre esos derechos voy a mencionar algunos:
— Gozar de autonomía organizativa y realizar actos de culto público
religioso, tanto al interior como al exterior de los templos. A la fecha, el registro que lleva la Secretaría de Gobernación de las asociaciones religiosas suma 6,382 —cifra de la cual sólo el 10.5% se
ha constituido en los últimos años, en esta administración; es decir, que son 677 las asociaciones religiosas que se han registrado—. En este registro administrativo, 2,969 son católicas y 3,364
son evangélicas, sin que esto signifique que haya más feligreses de
las Iglesias cristianas evangélicas que las católicas. En términos poblacionales, en México, de acuerdo con los datos del censo, apro-
LA SITUACIÓN JURÍDICA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
—
—
—
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—
329
ximadamente el 88% de la población profesa el culto católico. Hay
asociaciones religiosas con un solo registro y que cuentan con un
millón de personas en el país, y existen otras, como la Convención
Nacional Bautista, con más de 1,500 registros ella sola.
Transmitir actos de culto religioso a través de la radio y la televisión es una herramienta de comunicación cada vez más utilizada.
En el caso de nuestro país, por disposición legal se tiene que pedir
con 15 días de anticipación una autorización ante la autoridad. En
esta administración se han autorizado 55,493 transmisiones, lo que
significa que el ejercicio de este derecho es cotidiano.
Celebrar todo tipo de actos jurídicos para el cumplimiento de su objeto religioso, como la adquisición de inmuebles. Según el dato que
corresponde al pasado mes, son 14,187 los bienes susceptibles de
propiedad privada por parte de las asociaciones religiosas que se
han ido sumando desde 1992, con base en la personalidad jurídica
que les asiste.
Participar en la constitución, administración, sostenimiento y funcionamiento de instituciones de salud, de asistencia privada y planteles educativos, como derechos a las asociaciones religiosas.
Usar en forma exclusiva para fines religiosos bienes propiedad de
la nación. Los datos de la autoridad inmobiliaria federal señalan
que existen poco más de 65 mil de estos bienes inmuebles destinados a fines religiosos.
Internar ministros de culto extranjeros. En esta administración se
han internado alrededor de 27,589 ministros de culto y asociados religiosos de diferentes credos.
Quiero mencionar que el 6 de noviembre de 2003 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el Reglamento de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, con entrada en vigor al día siguiente de su publicación. Se expidió cerca de 12 años después de vigencia de la ley, y era
una exigencia muy importante. Desde luego, como todo reglamento, está
sujeto a las limitantes de la ley, pero pudieron tratarse aspectos que eran
muy sensibles en la aplicación de la ley, como lo relativo a la asistencia
espiritual en reclusorios, en estancias migratorias, en centros de salud
privados y públicos, donde ya se autoriza a petición del propio interno.
Por otro lado, se precisó más el carácter oficial de servidores públicos
330
ÁLVARO CASTRO ESTRADA
ante la prohibición de asistir a ceremonias de culto con este carácter, preservando el área personal para poderlo hacer, siempre y cuando no se ostenten con el carácter oficial, ni se celebren actos jurídicos propios de su
investidura. Se estableció, además, lo relativo a la comisión sancionadora para sustanciar los procedimientos administrativos de sanción por infracciones a la ley, la cual no existía antes. Se incluyó, por otra parte,
una disposición específica en cuanto a sanciones a quienes, sin serlo, se
ostenten como ministros de culto, hecho que lamentablemente sucede
con frecuencia.
Como se sabe, hay una serie de instrumentos internacionales de los
cuales México es parte, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos o la Convención Americana sobre Derechos Humanos, que
fueron aprobados y adheridos por México hasta 1981. Vale la pena comentar que estos tratados se refieren claramente al derecho de libertad
religiosa, no solamente de libertad de creencias y de culto, como lo consagra nuestro texto constitucional. Esto supone la conveniencia de actualizar la terminología jurídica con la cual se refieren a estos conceptos tan
importantes, para que no haya discusión respecto de cuáles son los alcances de estas libertades que nosotros nos hemos dado. Consideramos que
debe hacerse una revisión en función del derecho comparado y el derecho internacional de los derechos humanos. Éste es el estatus de la situación jurídica de la libertad religiosa en México.
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO:
ASPECTOS JURÍDICOS
Horacio AGUILAR ÁLVAREZ*
SUMARIO: I. Visión jurídica en México. II. Un breve análisis
de la legislación. III. Igualdad e igualitarismo. IV. Proporcionalidad. V. Laicismo, laicidad y su proceso histórico.
En materia de derechos humanos éstos han quedado reducidos a una subcultura en la que se privilegian los derechos pero se excluyen las obligaciones y los compromisos.
No se ha logrado consolidar una verdadera cultura de derechos humanos, los cuales son el termómetro de una democracia pluralista de carácter ético.
I. VISIÓN JURÍDICA EN MÉXICO
En forma inusitada el 1 de diciembre de 1988 el presidente entrante invita a quienes se pueden considerar representativos de la catolicidad mexicana a la toma de posesión del nuevo titular del Ejecutivo Federal.
Este mismo presidente, en su III Informe de Gobierno, denuncia la simulación vergonzosa que se había observado en el pasado en las relaciones con la jerarquía católica, lo cual genera que los diputados del Partido
Revolucionario Institucional en el Congreso de la Unión propongan una
reforma constitucional a los artículos 3o., 5o., 24, 27 y 130 de la ley fundamental e iniciar una nueva era que da comienzo en enero de 1992.
Para hacer efectiva y aplicable la reforma constitucional introducida,
fue necesario intentar una ley de la materia, para lo cual se convoca a un
* Licenciado en Derecho por la Escuela Libre de Derecho. Actualmente es notario
público número 39 en Naucalpan, Estado de México.
331
332
HORACIO AGUILAR ÁLVAREZ
Periodo Extraordinario de Sesiones del Congreso de la Unión que expide
una ley edulcorada y sin título: Ley de Asociaciones Religiosas y Culto
Público, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 15 de julio
de 1992.
Nuestra Constitución fue reformada para introducir algunos elementos
en materia religiosa, pero al detallar las disposiciones constitucionales,
se queda corta frente a la rica realidad religiosa de nuestro país.
Así, el Congreso de la Unión no respondió a la llamada histórica que
tuvo frente a sí para expedir una ley reglamentaria del artículo 24 constitucional en materia religiosa, y se limita a expedir una ley que se ocupará, principalmente, de las asociaciones religiosas como fórmula para darle
el debido reconocimiento jurídico a la personalidad jurídica de las Iglesias, confesiones y agrupaciones religiosas.
Y por otro lado, el reconocimiento al culto público, que es una parte
de la libertad religiosa, resultando una ley cargada de lagunas insalvables
en la interpretación jurídica, con grandes asimetrías y contradicciones notorias, que en opinión de algunos analistas genera un producto de dudosa constitucionalidad.
La Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público resulta ser un buen
producto histórico, considerando que la historia de nuestro país fue la única guía que siguió el legislador para su configuración.
Resulta tan trascendente este género de derechos en materia religiosa
que se puede entender que un hombre busque y no encuentre o que niegue, pero no se puede comprender que a un hombre se le imponga el siguiente dictamen: “Tienes prohibido creer en cualquier cosa”.
Sin libertad, incluida la religiosa, la persona se ve eclipsada y muere a
todo progreso. Esta libertad permite hacer que el diálogo entre las religiones y la modernidad sea una verdadera avenida de doble sentido, que
constituye una garantía de esperanza y felicidad en la que el mundo aprenderá a vivir con la diversidad que ha sido magnificada por las injusticias
históricas y exacerbadas por personas sin escrúpulos.
La ley tiene algunas cuestiones que resulta conveniente revisar para la
mejor comprensión de la situación en la que se encuentra México en tan
trascendental tema.
1) Provoca luces cargadas de esperanza el reconocimiento a la personalidad jurídica de las confesiones religiosas o Iglesias, sin embar-
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO
333
go, esto introduce un peligrosísimo igualitarismo que concede el mismo trato a confesiones religiosas con casi seis mil años, como es el
caso de la judía, y a otras de reciente creación o de creación artificial
para propósitos mezquinos de carácter económico o político.
2) Anteriormente las asociaciones religiosas eran realidades fácticas sin
reconocimiento jurídico. El reconocimiento jurídico se ha dado por
virtud de un registro constitutivo que se traduce en un voluntarismo
legislativo, que se expresa diciendo que existe sólo aquello que el
Estado mexicano quiere que exista y a partir del momento en que
la Secretaría de Gobernación le concede el registro constitutivo, sin
poder invocar derecho alguno a obtener dicho registro.
Por lo que de los 6,383 registros otorgados,** entre caprichosa o
discrecionalmente, se puede afirmar que no están todos los que son,
ni son todos los que están, parodiando al maestro Herrera y Lazo al
referirse a las garantías individuales.
3) La personalidad jurídica reconocida a las Iglesias y agrupaciones religiosas es jurídicamente idéntica; pero cada una tiene diferencias
que deben traducirse en la ley. Establecer una igualdad absoluta sería incurrir en el igualitarismo, en detrimento de la justa igualdad.
Veamos si una comparación contribuye a la mejor comprensión de las
voces de igualdad e igualitarismo.
En el marco político electoral concurren varios partidos políticos que
tienen la personalidad jurídica que la ley les confiere, pero no gozan de
las mismas prerrogativas de igualdad matemática. Lo mismo debería ocurrir tratándose de las asociaciones religiosas en las que todas participan
de la misma personalidad jurídica que la ley les confiere, pero las prerrogativas deben ser diferenciadas para cada una de ellas, atendiendo a su
feligresía y representatividad.
II. UN BREVE ANÁLISIS DE LA LEGISLACIÓN
La libertad religiosa es considerada como un derecho fundante y fundamental de las personas que componen una sociedad.
** Dato obtenido de la página de Internet de la Secretaría de Gobernación, http://
www.asociacionesreligiosas.gob.mx/SDGAR05-Docs/6373_ARs.pdf, actualizado al 31 de
agosto de 2005.
334
HORACIO AGUILAR ÁLVAREZ
Lo anterior nos obliga a revisar la relación existente entre la sociedad
y la persona para intentar una aportación jurídica a la libertad religiosa.
El planteamiento de la cuestión sería si la persona es para la sociedad o
la sociedad se debe a la persona. A fin de evitar discusiones, sugiero considerar que la sociedad se debe absolutamente a la persona; en tanto que
la persona se debe relativamente a la sociedad, para introducir el personalismo solidario.
En este orden de ideas, la persona tiene derechos que habrán de ser reconocidos por el derecho expedido por la autoridad estatal, mediante una
adecuada configuración jurídica.
Ojalá que la analogía que propondré contribuya a clarificar este pensamiento. La práctica del deporte no es materia específica de regulación
constitucional, aunque existen muchas disposiciones que en forma indirecta se conectan con ella. En la realidad de la práctica deportiva, ésta no
es objeto de límites de la autoridad gubernativa; por el contrario, las autoridades están atentas a favorecerla mediante la construcción de espacios deportivos en inmuebles propiedad de la autoridad, facilitan algunos
servicios y productos necesarios para la conveniente actividad física. La
práctica deportiva no está autorizada únicamente en las instalaciones propias para ello.
Para lograr hacer realidad la aspiración de los antiguos, mente sana en
cuerpo sano, la práctica deportiva contribuye directamente a favorecer que
las personas integrantes de una sociedad determinada puedan llegar a tener el cuerpo sano. Para ello se genera la cultura adecuada para la obtención de ese resultado, y las autoridades gubernativas realizan acciones
públicas, como es destinar espacios para las actividades deportivas, aporta lo necesario para equipar las instalaciones y favorece que el deporte se
practique con los elementos necesarios para ello.
Las acciones gubernativas mencionadas a título enunciativo en los párrafos precedentes generalmente las realiza a título gratuito y el Estado
no obtiene contraprestación alguna por su realización.
Por estar construidas en espacios de propiedad pública, no causan contribución alguna a la propiedad raíz; no existe cargo alguno por concepto
de consumo de agua y el uso de energía eléctrica, estos conceptos los
asume la autoridad gubernativa, junto con los costos por la vigilancia de
las instalaciones.
Con alguna frecuencia asume los gastos derivados de instructores o
entrenadores para la adecuada práctica de actividades deportivas.
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO
335
La realización de estas tareas y políticas públicas deberán realizarse
en proporción a las preferencias deportivas de la población destinando
espacios más amplios a los deportes que sean mayormente practicados
por la sociedad, y en menor proporción a los que tienen menor demanda
en cuanto a su práctica.
En igual forma se deberían generar acciones públicas que favorezcan
la libertad religiosa, y su práctica en forma proporcional a las creencias
practicadas por los integrantes de la sociedad.
La propuesta que hoy formulo no atenta contra la laicidad de un gobierno tolerante, incluyente y abierto. Lo contrario sería propio de un gobierno
que sostiene un laicismo intolerante.
III. IGUALDAD E IGUALITARISMO
En forma semejante a como lo hemos hecho, tratándose de la práctica
deportiva, las acciones públicas deberán realizarse con absoluta igualdad
tomando en consideración la proporcionalidad y representatividad de las
distintas religiones.
Aludimos aquí a una igualdad en términos de justicia, o jurídica, más
allá de una igualdad matemática o aritmética. La igualdad aritmética como
abstracción del segundo grado se limitaría a expresar el número de usuarios del servicio religioso y a expresar, en igual forma, el número de prestadores del servicio, para concluir que existen “n” número de usuarios,
contra “y” número de prestadores, resultando “z” usuarios por prestador.
Utilizando el método aritmético a la información disponible de nuestro país, sería de la siguiente manera: existen, en números redondos, 100
millones de mexicanos. Todos ellos potenciales usuarios del servicio religioso. En paralelo hay, igualmente en números redondos, seis mil asociaciones religiosas con registro constitutivo expedido por la autoridad
administrativa. El resultado aritmético es que existen 16 mil usuarios por
cada prestador del servicio en materia religiosa. Si con estos datos se pretendiera la coadyuvancia de los prestadores de servicios religiosos para
contribuir a combatir la pobreza en nuestro país, cada prestador debería
trabajar para resolver la pobreza de 16 mil mexicanos, y la tarea se plantea y se antoja realizable.
Pero el método aritmético nos refleja un igualitarismo y no favorece la
igualdad. Por ello, la propuesta va encaminada a un método jurídico fun-
336
HORACIO AGUILAR ÁLVAREZ
dado en la justicia, virtud moral consistente en dar a cada quien lo suyo,
para lo cual se debe tomar en consideración la proporcionalidad de las instituciones religiosas.
IV. PROPORCIONALIDAD
Así, el Estado laico fundado en la justicia alienta y promueve la libertad
religiosa, individual e institucional, atendiendo a las preferencias de cada
persona para profesar la creencia o confesión que libremente decida, y a
cambiarla.
Como lo hemos dicho, tratándose de la actividad deportiva, el Estado
promueve su práctica estableciendo los centros y espacios deportivos adecuados, distribuyéndolos de acuerdo con sus preferencias.
Así, en el caso de México, siendo el deporte nacional el balompié, la
tendencia será dilatar los espacios dedicados a la práctica de tal deporte y
prorrateando el resto de los espacios de manera proporcional para otras
prácticas deportivas.
En forma analógica y con absoluto rigor científico, el Estado laico no
sólo implica permitir la creencia y la práctica religiosa; también la fomenta, la alienta y la promueve en forma proporcional, y facilita su ejercicio
tanto en la vida privada como en la vida pública.
En este aspecto encontraríamos muchos espacios susceptibles de análisis jurídicos, como podrían ser la propiedad y tenencia de los templos y
su régimen fiscal, la asistencia espiritual en centros penitenciarios, sanitarios y educativos; la forma de financiar actividades religiosas, sean espirituales, culturales o de desarrollo integral, tanto personal como social
o comunitario.
Por lo antes expuesto, en términos de justicia, y por lo tanto jurídicos,
el Estado que aspira a la laicidad deberá buscar la definición legal que
permita tratar a los iguales como tales, logrando una vida social más armónica y evitando equiparar a los desiguales para darles un trato igualitario.
Avanzando en la propuesta, la laicidad del Estado habrá de militar a
una proporcionalidad que permita tratar en forma igual a los iguales y
desigual a los desiguales. La propuesta no está fundada en cuestiones de
carácter dogmático, sólo en preferencias personales sumadas entre sí.
LIBERTAD RELIGIOSA EN MÉXICO
337
No corresponde al Estado ni a su gobierno hacer la valoración axiológica que por motivos dogmáticos favorezca una confesión en perjuicio
de otra u otras. Esto sería la nueva formulación de la odiosa religión oficial o de Estado.
V. LAICISMO, LAICIDAD Y SU PROCESO HISTÓRICO
El Estado laico entra en un proceso histórico que arranca como reacción
al dogmatismo y se confirma en el racionalismo de la Revolución francesa, con la que se torna en perseguidor de todo lo que parezca o aparezca
como dogmático.
En un segundo momento histórico el Estado laico pretende ser neutral
o indiferente a las preferencias religiosas. Finalmente el Estado laico asume su laicidad para reconocer el rico fenómeno religioso y las diversas
preferencias en la materia para hacerla objeto de promoción y alienta las
actividades de inspiración religiosa favoreciendo el más amplio respeto
de la sociedad civil y de las demás instituciones sociales que inciden en
el entramado de las actividades religiosas.
Este proceso evolutivo en el orden histórico va acompañado de su correspondiente configuración jurídica, en la que se le reconoce como un
derecho fundamental en el Estado laico prosecutor de sus manifestaciones externas.
Avanza hacia un indiferentismo en neutralidad laica que jurídicamente
se transforma en un derecho público subjetivo o de inmunidad coactiva.
Igualmente, la laicidad se reconoce jurídicamente como una garantía
constitucional susceptible de ser promovida y es alentada por los órganos
gubernativos estatales.
Siguiendo con la analogía deportiva que se establece como un derecho
susceptible de ser ejercitado en forma espontánea y natural, como derecho fundamental que avanza hacia la inmunidad coactiva que para su
limitación por las autoridades ordinarias requiere de ciertos requisitos legalmente establecidos, y concluye como una actividad que favorece el
crecimiento y perfeccionamiento de las personas para ser objeto de promoción general. Pero en forma proporcional a las preferencias deportivas
mediante la generación, construcción y equipamiento de espacios deportivos con recursos de las instancias de gobierno, sin que por ello se le con-
338
HORACIO AGUILAR ÁLVAREZ
sidere un Estado que favorece la práctica de un deporte en demérito de
otro u otros.
En síntesis, tratándose de las actividades religiosas, el Estado laico avanza a una sana laicidad. Cuando se le contempla como una garantía constitucional susceptible de ser favorecida en forma proporcional, lo cual no
demerita o devalúa al Estado laico.
En México hemos mantenido una tensión absolutamente innecesaria en
la potestad entre el Estado y la Iglesia católica, que se pretende liberar
en el proceso de 1992 para darnos algunas disposiciones en esta materia
que nos permiten luces optimistas para lograr un tránsito del laicismo
prosecutor, que ya no es sanguinario pero no ha perdido su crueldad, al
laicismo indiferente. Pero no logramos consolidar dicho tránsito. Sigue
existiendo mucha tensión innecesaria entre el gobierno y la catolicidad,
que no contribuyen al avance de la libertad religiosa en beneficio de todas las personas y sus creencias.
PROTECCIÓN JURÍDICA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
Jorge ADAME GODDARD*
SUMARIO: I. Introducción. II. Diferencia entre libertad de
pensamiento y libertad religiosa. III. Consecuencias políticas de la libertad religiosa. IV. La protección jurídica adecuada de la libertad religiosa.
I. INTRODUCCIÓN
Hay un problema en la conceptuación de la libertad religiosa cuando no
se le distingue debidamente de la libertad de pensamiento y de la libertad
de conciencia. El punto de partida de este error parece ser el artículo 18.1
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que dice:
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y
de religión; este derecho incluye la libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección, así como la libertad de manifestar su
religión o sus creencias, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto, la celebración de los ritos, las prácticas
y la enseñanza.
Cabe notar que el texto habla de un solo derecho, siempre en singular,
al que denomina “libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”.
De ahí que algunos autores afirmen que la libertad religiosa es una especie de una libertad más general y amplia, que es la libertad de pensamien* Investigador titular nivel C del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM;
investigador nacional nivel 3 del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana.
339
340
JORGE ADAME GODDARD
to. Como esta libertad es meramente interna (el acto de pensar no tiene
que exteriorizarse) se complementa con su correlativo natural, que es la
libertad de expresión del pensamiento, que en materia religiosa sería la libertad, como dice el texto citado, de “manifestar” la religión o las creencias.
De acuerdo con este planteamiento, la libertad principal es la libertad
de pensamiento y su consiguiente libertad de expresión, y la libertad religiosa sería una especie de esa libertad mayor, de la misma jerarquía que
la libertad de tener y expresar ideas políticas, científicas o filosóficas, y
sujetas a las mismas restricciones.
Me parece que este planteamiento es equivocado y viene a significar
un desconocimiento de lo que significa la libertad religiosa y, como consecuencia, conlleva una inadecuada protección jurídica de la misma.
II. DIFERENCIA ENTRE LIBERTAD DE PENSAMIENTO
Y LIBERTAD RELIGIOSA
La libertad de pensamiento significa simplemente que no ha de hacerse
coacción a una persona para que piense o no piense de determinada manera. No se discute cuál sea el contenido de su pensamiento, y simplemente se afirma que no debe coaccionársele para que piense de una manera o de otra.
Si la libertad religiosa se ubica como una especie del género libertad de
pensamiento, sería la libertad de pensar conforme al contenido de una
doctrina religiosa o, en otras palabras, la libertad de creer. El contenido
de la libertad sería simplemente la ausencia de coacción respecto del acto de reconocer la relación de uno con Dios.
Ciertamente que la libertad religiosa requiere de esa ausencia de coacción para que se dé el acto de reconocer la propia relación con Dios, ya
que nadie asiente verdaderamente cuando lo hace coaccionado. Pero el
acto de asentimiento religioso tiene un contenido específico que lo distingue de cualquier otro acto intelectual de asentimiento a una doctrina ética, filosófica, política o científica. En todos estos casos, quien asiente a
una verdad científica lo hace movido por la fuerza demostrativa de los
argumentos y la personalidad de los autores que la proponen, pero no se
reconoce supeditado a ellos ni a la misma doctrina a la que asiente. Se trata sólo del asentimiento a una doctrina elaborada por otros hombres que,
PROTECCIÓN JURÍDICA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
341
en esencia, son iguales a mí y que no tienen respecto de mí un poder de
mando o potestad al cual quede yo subordinado.
En cambio, el reconocimiento de la religión, esto es, de la sola relación
natural entre el ser humano como criatura y Dios como creador, implica
el reconocimiento de la superioridad y omnipotencia de Dios respecto no
sólo de mí, sino de todos los hombres y del universo en su conjunto. La
religión implica necesariamente la supeditación del ser humano y de todo lo creado a Dios creador.
No es propiamente religión, sino magia o superstición, la afirmación de
la existencia de fuerzas sobrenaturales que pueden ser manipuladas por el
hombre para su propio provecho, por medio de conjuros, amuletos, palabras o de cualquier manera; en tal caso se supone no la supeditación a
Dios, sino la supeditación a otro hombre del que se supone que tiene o
dispone “poderes sobrenaturales”.
Lo específico de la libertad religiosa es el reconocimiento de la propia
supeditación a Dios, y por eso, su acto externo más característico no es
la mera expresión de las creencias religiosas, aunque esto por supuesto
se incluye, sino la práctica de los actos de culto, es decir, de actos en los
que de manera privada o pública los creyentes expresan su dependencia
de Dios mediante acciones o palabras de adoración, alabanza, gratitud, sacrificio, arrepentimiento, conversión, etcétera.
Por eso me parece que la libertad religiosa consiste principalmente en
practicar actos de culto, y que su contradicción más palpable es impedir
la celebración de los mismos.
La libertad de reconocer la propia dependencia respecto de Dios tiene
consecuencias decisivas para el ordenamiento político.
III. CONSECUENCIAS POLÍTICAS
DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
El hombre religioso, esto es, el hombre que en uso de su libertad reconoce su dependencia respecto de Dios creador, reconoce la soberanía o potestad de Dios sobre todas las cosas y todos los hombres. Dios creador
aparece como el único que tiene derecho originario sobre las cosas y el
único que puede, por sí mismo, exigir obediencia al ser humano. En consecuencia, el ser humano no tiene derecho a disponer a su arbitrio de los
342
JORGE ADAME GODDARD
bienes del mundo, sino el deber de administrarlos conforme a la voluntad
del creador; ni tiene derecho por sí mismo a exigir obediencia a otros seres humanos (como los padres respecto de los hijos, o los gobernantes respecto de los ciudadanos), salvo cuando lo hace conforme a la voluntad
de Dios. Dios Creador es el Único Dueño y el Único Señor.
Quien reconoce su dependencia respecto de Dios creador, reconoce inmediatamente su vinculación al querer de Dios, y que su vida la ha de vivir conforme a la voluntad de su creador o, como se dice comúnmente,
“como Dios manda”. Acepta, en consecuencia, una ley para su conducta,
proveniente del mismo Dios, que el hombre puede conocer por su fe en
la revelación o por la mera observación de la naturaleza creada.
Sabe que siendo Dios su creador le debe obediencia a Él antes que a
los hombres, y que si las leyes humanas contradicen la ley divina, él debe preferir la ley divina y asumir las consecuencias de la desobediencia a
las leyes humanas.
La libertad religiosa implica la libertad de reconocer la soberanía absoluta de Dios, que naturalmente está por encima de la soberanía política
del Estado o de la comunidad de naciones. Al reconocerse a Dios como
único Señor, todas las potestades humanas quedan relativizadas, supeditadas a la única soberanía absoluta de Dios.
Éste es el alcance que implica la libertad religiosa: la libertad de reconocer una potestad suprema, divina, que está por encima de cualquier
potestad humana y, en consecuencia, la libertad de impugnar y desconocer cualquier potestad humana cuando no se ajusta a la potestad de Dios.
Por eso decía Donoso Cortés que en cuanto el hombre se reconoce hijo
de Dios, deja de ser esclavo de otro hombre.
Si un Estado reconoce verdaderamente la libertad religiosa, entonces
acepta que los ciudadanos tienen una ética (la Ley de Dios) que consideran prioritaria, respecto de las leyes y órdenes gubernativas, y conforme
a la cual decidirán su propia conducta y juzgarán de las leyes y los demás actos de gobierno. Ciertamente que la conciencia de la primacía de
la ética religiosa respecto de la legislación civil variará de persona a persona, pero el hecho de adoptar una religión implica necesariamente esa
subordinación personal.
No quiere esto decir que se plantea necesariamente un conflicto entre
la ética religiosa y el orden jurídico y político. Ello depende de cuál sea la
posición de la ética religiosa en relación con la potestad política. En la mo-
PROTECCIÓN JURÍDICA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
343
ral católica, y quizá en la de las otras confesiones cristianas, se prescribe
como regla general la obediencia a las leyes y decretos legítimamente emitidos por los gobernantes constituidos. El propio contenido de esta regla
general implica que tal obediencia no es debida a las leyes y decretos que
no sean legítimos, lo cual plantea la necesidad de tener reglas y principios
para juzgar acerca de la legitimidad de las leyes y de los demás actos de
gobierno.
Todo orden jurídico contiene reglas internas para juzgar sobre la validez, legalidad o constitucionalidad de los actos de gobierno y de las leyes. Pero éstos no son suficientes para el creyente que se sabe sujeto a una
ética que tiene contenidos propios y que reconoce proveniente de Dios.
Por eso, aun cuando ciertos actos de gobierno o ley cumplan todos los
requisitos jurídicos de validez, constitucionalidad y legalidad, el creyente —me refiero al católico— puede juzgarlos como opuestos a sus principios éticos y, por tal motivo, declararlos ilegítimos y no sentirse con el
deber de cumplirlos, antes bien experimenta el deber de resistirlos o rechazarlos.
Para que se dé este supuesto del deber de resistencia pasiva frente a
los decretos o leyes válidamente emitidas, no basta con que éstas contradigan cualquier deber ético; se requiere que vayan en contra de principios éticos fundamentales, como son, para los cristianos, musulmanes y
judíos, los contenidos en el Decálogo. Esto es, por ejemplo, lo que sucede con las leyes que despenalizan el aborto o la asistencia al suicidio, en
clara contravención del quinto mandamiento que prohíbe matar a un inocente. Estas leyes, podría alguien argumentar, no obligan a ninguna persona a abortar ni a ayudar al suicidio, por lo que no vulnerarían directamente la conciencia del creyente que no quiere practicar tales actos. Pero
esto no es así, porque el solo hecho de que la ley diga que es lícito lo que
Dios prohíbe, implica que el creyente no puede aprobar esa ley ni apoyar
a los gobernantes que la emiten, y por eso los gobernantes que emiten tales leyes pierden legitimidad a los ojos de los creyentes. Además, puede
ser que un creyente, por ejemplo un médico, como consecuencia de esa
ley y otras conexas llegue a estar jurídicamente vinculado, o al menos
administrativa o profesionalmente presionado, para practicar un aborto o
asistir a un suicida, lo cual significa que está obligado o presionado para
matar a un inocente, en contra del mandamiento divino. El creyente, congruente con su fe, se negará a practicar esa conducta.
344
JORGE ADAME GODDARD
IV. LA PROTECCIÓN JURÍDICA ADECUADA
DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
Considerando que la libertad religiosa implica que el creyente subordina su vida a la Ley de Dios, la adecuada protección de la libertad religiosa
no consiste simplemente en evitar la coacción para que una persona crea
o no crea, o manifieste o no manifieste sus creencias de determinada manera. Se requiere, además de lo anterior, que tenga protección jurídica
para resistirse a practicar una conducta que contradiga alguno de sus
principios éticos, aunque sea señalada como debida por las leyes o demás disposiciones gubernativas.
Tal protección es conocida como objeción de conciencia. El problema
jurídico que plantea este recurso es explicar cómo puede ser que el propio orden jurídico admita que es lícita la desobediencia a una norma jurídica válida. La razón de esta excepción es precisamente la referencia a
un orden ético superior, la Ley de Dios, que el creyente entiende que no
puede ser contradicha por el orden jurídico. Por eso, me parece que el recurso de objeción de conciencia sólo puede darse a quien se ha subordinado a Dios como el único Señor o a quienes reconocen al menos un orden ético superior fundado en la naturaleza humana. Los objetores de
conciencia que únicamente afirman que su “conciencia personal”, es decir su propio juicio, les impide cumplir con una ley, en realidad lo que
pretenden es que su juicio personal se sobreponga al juicio público contenido en la ley, y no tienen razón para ser eximidos del cumplimiento de
la ley.
Pero la objeción de conciencia es un recurso individual y extremo; protege sólo a los individuos que lo invocan, y se entiende que tiene un carácter excepcional, que sólo algunos cuantos ciudadanos estarán en la
necesidad de pedirlo. La protección de la libertad religiosa debe tender a
evitar este tipo de situaciones extremas en que se coloca al creyente ante
la disyuntiva Dios o los hombres. La manera de evitar el conflicto es que
los gobernantes no legislen ni den órdenes que pongan a los ciudadanos
ante la necesidad de rechazarlas. Esto merece algún comentario.
Es un principio evidente, que hoy nadie discute, que el poder político
o potestad se ejerce para beneficio del pueblo. Los decretos de los gobernantes, así como sus leyes, se entienden como vinculantes para los ciudadanos porque se supone que prescriben conductas para el bien del pueblo
o prohíben las que lo dañan. Los gobernantes de un pueblo religioso de-
PROTECCIÓN JURÍDICA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
345
ben servir a ese pueblo y respetar sus creencias y ética religiosa. Cuando
los gobernantes o legisladores deliberan acerca del contenido de una ley,
si están realmente movidos por el bien del pueblo y no por intereses particulares, deberán considerar si lo que intentan ordenar es conforme con,
o al menos no contraviene, las creencias y la ética del pueblo. Considerar
esto no quiere decir que los gobernantes o legisladores se entrometan en
asuntos religiosos, sino solamente que toman en cuenta un hecho, la religiosidad popular, que debe ser considerado antes de decidir el contenido
de una ley.
Si los legisladores o gobernantes deciden un decreto o ley que va en
contra de la religión del pueblo, atentan gravemente contra la libertad religiosa, pues colocan a los ciudadanos ante la disyuntiva de obedecerlos
y rechazar la Ley de Dios o de rechazarlos y respetar a Dios. Esto es más
grave si el orden jurídico no reconoce la objeción de conciencia, pues provoca mayor presión en contra de los ciudadanos creyentes. Leyes o decretos de este tipo son actos de gobierno que no sirven al pueblo, sino
que lo agreden, por lo que, incluso desde la mera perspectiva de la filosofía política, no pueden considerarse legítimos, no obstante que sean legales y constitucionales, por contravenir el principio de que el poder sirve al pueblo.
Sé que estoy simplificando un tanto el problema al referirme a la “religión del pueblo”, porque quizá haya que considerar una variedad de religiones en un mismo pueblo, sin que una sea mayoritaria, o una variedad
con alguna mayoritaria, más o menos extensamente. Pero, en cualquier
caso en que se legisle en contra de las convicciones ético-religiosas de
una mayoría, se podría decir, desde el punto de vista de la política, que
es una decisión ilegítima, y si es en contra de una minoría extensa, que es
temeraria.
La protección adecuada de la libertad religiosa no se limita a evitar la
coacción para creer o no creer o manifestar o no manifestar esas creencias, sino que requiere de estos dos mecanismos:
1) El reconocimiento público por parte de los legisladores y gobernantes de la ética religiosa de la población (o de la ética común a varias
religiones vigentes), de modo que ellos mismos se inhiban de legislar en contra de ella.
2) La admisión de la objeción de conciencia, por motivo de fe religiosa, como un recurso extremo en favor de los ciudadanos creyentes.
346
TRES VÍAS PARA EL RECONOCIMIENTO INTEGRAL
DEL DERECHO DE LIBERTAD RELIGIOSA
Raúl GONZÁLEZ SCHMALL*
SUMARIO: I. La reforma constitucional. II. La interpretación judicial. III. La aplicación directa de los instrumentos
internacionales.
Es indudable que las reformas constitucionales de 1992, en materia religiosa, representaron un avance sustancial —en cuanto al derecho de libertad religiosa— respecto de los textos anteriores que contenían restricciones gravísimas a ese derecho humano fundamental.
Sin embargo, en la nueva regulación aún subsisten limitaciones y omisiones injustificadas que es necesario enmendar —en la forma y en el fondo— para ajustar las disposiciones de la Constitución a los instrumentos
internacionales sobre derechos humanos suscritos por el Estado mexicano, como la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, de
1948; la Convención Americana de Derechos del Hombre, de 1969, y el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de 1966, que generan obligaciones inexcusables para México, que deben cumplirse cabalmente.
A título enunciativo se podrían señalar algunas de las siguientes insuficiencias de nuestro marco normativo: la inadecuada y restrictiva formulación del derecho individual de libertad religiosa; la sujeción de los ministros de culto a un estatuto de excepción en su calidad de ciudadanos
en cuanto se les priva del voto pasivo y de la posibilidad de desempeñar
cargos públicos superiores; la prohibición de que los ministros de culto,
en sus actos de difusión de su doctrina o en sus publicaciones, puedan
* Académico de la Universidad Iberoamericana y consejero del Instituto Mexicano
de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc).
346
TRES VÍAS DEL DERECHO DE LIBERTAD RELIGIOSA
347
oponerse a las leyes del país o a sus instituciones (disposición que pugna
—además— con las libertades de expresión y de escribir y publicar artículos, consagrados en los artículos 6o. y 7o. de la Constitución); la prohibición dirigida de manera injuriosa a los ministros de culto de “agraviar de cualquier forma los símbolos patrios”; la prohibición dirigida a
las asociaciones religiosas y los ministros de culto de poseer o administrar concesiones para la explotación de estaciones de radio, televisión o
cualquier tipo de telecomunicación, ni adquirir, poseer o administrar cualquiera de los medios de comunicación masiva (artículo 16 de la Ley de
Asociaciones Religiosas); la falta de consagración explícita del derecho
de libertad religiosa en materia educativa; la falta de reconocimiento del
derecho de objeción de conciencia.
Para incorporar en nuestra ley fundamental en toda su integralidad este derecho humano pluridimensional de libertad religiosa, considero que
existen tres vías que pueden ser alternativas, simultáneas o complementarias; de la primera haré sólo una breve referencia, y de la segunda y la
tercera habré de formular mayores consideraciones, sobre todo de esta
última, respecto de la cual se viene planteando un intenso debate jurídico
en nuestros días.
I. LA REFORMA CONSTITUCIONAL
No necesita comentario en cuanto a su procedimiento, pero en términos
realistas debe reconocerse que habría dificultades en obtener un consenso sobre los términos de su redacción, y sería poco viable su aprobación
en el órgano revisor de la Constitución, en un tema tan sensible, en tanto
subsista la polarización exacerbada de los partidos y los grupos parlamentarios.
II. LA INTERPRETACIÓN JUDICIAL
El constitucionalismo democrático moderno tiene como principio axial
el reconocimiento y la garantía de los derechos fundamentales de la persona humana. No basta con que los derechos se positiven en la Constitución, sino que requiere que adquieran una verdadera vigencia real, auténtica, concreta, que el constitucionalista argentino Bidart Campos denomina
348
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
“vigencia sociológica”. Para ello es menester que el Estado cuente con
un sistema de garantías procesales efectivas que hagan posible esta vigencia de las normas constitucionales, especialmente las referentes a los
derechos humanos. Una Constitución en la que sus normas son aplicadas
y cumplidas con normalidad se dice que es una Constitución normativa, y
al Estado que cuenta con el aparato complejo que protege es el Estado
garantista.
Lo anterior, que se enuncia fácil, da lugar a una compleja problemática que sólo esbozaremos y que tiene que ver con la fuerza normativa de
la Constitución, que debe comprender no sólo la protección de los derechos humanos previstos en la ley fundamental, sino también con el entramado de principios y valores que la inspiran y que hay que descubrir y
aplicar, pero también con la aplicación de los derechos humanos de los
instrumentos internacionales suscritos por el país, lo cual implica, a su
vez, replantear la cuestión del principio de la supremacía de la Constitución, la soberanía y la jerarquía de nuestro orden jurídico que emana del
artículo 133 de la carta magna, y a la que nos referiremos en el siguiente
apartado.
“En los principios —dice Gustavo Zagrebelsky— están las proclamaciones constitucionales relativas a los derechos fundamentales y a las
formas de la justicia social. Así, es fácil entender que estos principios introducen una permanente, inagotable fuerza de transformación del ordenamiento jurídico”.1
No se debe suponer, empero, que, en un Estado democrático, sería posible optar por cualesquiera principios, fines y valores, sino por los que
parten de la concepción de la persona humana, es decir, de un orden material de valores que antecede a la Constitución, que no ha sido creado
por ella, y cuyo último fundamento de validez se encuentra en los valores determinantes de la cultura occidental, al que algunos autores denominan personalismo humanista.
1 “Puede gustar o no —añade Zagrebelsky— pero en vista de tales objetivos, la aspiración a la certeza del derecho no es realizable hoy en los términos tradicionales de fijeza de la regla jurídica, sustraída al devenir por medio de la tecnificación del lenguaje
jurídico, según la mentalidad del positivismo legalista. Será necesario razonar de modo
diverso y tratar de encauzar la productividad incontrolada del derecho por principios, a
través de una redefinición de la función interpretativa de la jurisprudencia”. ¿Derecho procesal constitucional? y otros ensayos de justicia constitucional, México, FUNDAP, 2004,
pp. 173 y 174.
TRES VÍAS DEL DERECHO DE LIBERTAD RELIGIOSA
349
La democracia, en el fondo, está construida en torno a los derechos
humanos —el primero de los cuales es el de libertad religiosa—, de manera que, precisamente, su garantía y salvaguardia constituye la auténtica
razón de ser de la propia democracia.
De aquí todos los órganos que integran el Poder Judicial —obviamente de manera principal la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, tratándose de derechos humanos, ante cualquier insuficiencia o ambigüedad
en su reconocimiento en el cuerpo de la Constitución, debe interpretar la
norma conforme a los principios hermenéuticos de pro libertatis y pro
homine.
Hay que destacar, en este orden de ideas, que la Suprema Corte dio un
paso muy importante al formular la declaración interpretativa de la Constitución respecto de la protección de la vida humana desde el momento de
la concepción, sin que estuviera consagrado en forma explícita e incondicional. La interpretación se realizó con motivo de la acción de inconstitucionalidad planteada por un grupo parlamentario de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en contra de los artículos 334, fracción III,
del Código Penal, y 131 bis del Código de Procedimientos Penales, ambos del Distrito Federal.2
Al final de la sesión del día 13 de noviembre de 2001 el presidente de
la Corte pidió al secretario tomar la votación de la siguiente manera: ¿La
Constitución protege la vida desde el momento de la concepción?
El resultado de la votación fue de 10 votos en el sentido de que la
Constitución protege la vida desde el momento de la concepción.
Éste es el primer paso que abrió el cauce a un caudaloso río que tiene
que fecundar nuestra hermenéutica constitucional.
La Suprema Corte en buena hora empieza a abandonar —no sin explicables titubeos— la concepción del Estado de Derecho meramente for2 Sobre este interesante y trascendental asunto varios ministros de la Suprema Corte:
Vicente Aguinaco Alemán, Sergio Salvador Aguirre Anguiano, Mariano Azuela Güitrón,
Juan Díaz Romero y Guillermo I. Ortiz Mayagoitia, tuvieron el acierto de escribir una
obra colectiva, bajo el título La Suprema Corte de Justicia y el derecho a la vida. Sentencia sobre el aborto, México, Instituto Nacional de Ciencias Penales, 2002. En el prólogo
de la referida obra se destaca que “la publicación responde, ante todo, a la necesidad de
difundir con veracidad y de manera completa lo que fue la decisión de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación en un tema de singular importancia por su estrecha vinculación.
Además, aspira a motivar reflexiones comprometidas tanto sobre los interesantes temas
jurídicos que se analizaron como sobre otros más profundos que se encuentran latentes
en ellos, y que pertenecen a diversos campos del conocimiento”.
350
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
mal que conduce a un vaciamiento del contenido justo de la Constitución,
porque gira solamente en torno de una legalidad desvinculada de la justicia, y no aporta nada significativo a la teoría de la fuerza normativa.
Por ello, debe orientarse hacia un ascendiente supra o extra positivo,
en filosofía jurídica bien puede provenir de escuelas, tendencias y líneas
de pensamientos disímiles, que deje al lado al denominado positivismo
voluntarista que encadena la Constitución a la voluntad del poder, y no
descubre fuera de esa decisión voluntarista ningún fundamento axiológico de mejor estirpe.
Hay un orbe en el que los fines, principios y valores de la Constitución
quedan claramente convocados, que es el de los derechos fundamentales
del hombre.
Toda interpretación previsora necesita tomar muy en cuenta si las consecuencias de los que mediante ella se resuelva serán favorables o adversas a los principios, valores y fines de la Constitución. Omitir la referencia a ella equivale a menospreciar su fuerza normativa. Todo radica en
detectar con la mayor objetividad prudencial que sea posible, cuáles son
los principios, los valores, los fines y los objetivos, tanto explícitos como
implícitos, tanto formulados en el texto constitucional con una denominación como con otra. El juez aplica el derecho, pero debe ir más allá del
derecho en la órbita de los principios y valores y en su dimensión sociológica, lo que implica una amplia formación jurídica y una apreciable
cultura humanista. Parafraseando a Keynes respecto de lo que decía sobre los economistas, se puede también decir lo mismo de los jueces: el
juez que nada más sabe derecho ni derecho sabe.
III. LA APLICACIÓN DIRECTA DE LOS INSTRUMENTOS
INTERNACIONALES
El avance progresivo del derecho internacional de los derechos humanos
ha conducido a numerosas Constituciones, en los últimos años, a incorporar en el derecho interno los tratados sobre derechos humanos con prelación sobre el orden interno —incluida la Constitución—, o bien con un
rango igual al de la Constitución.
El maestro Fix-Zamudio —fundador del derecho procesal constitucional mexicano— señala que
TRES VÍAS DEL DERECHO DE LIBERTAD RELIGIOSA
351
[…] los cursos que se imparten en nuestras escuelas y facultades de derecho mexicanas, se califican de garantías individuales y sociales, los cuales se refieren al estudio de los derechos fundamentales, pero todavía con
un criterio tradicional, pues no comprenden los consagrados en los pactos
y convenios internacionales sobre derechos humanos que han sido ratificados y aprobados en los términos del artículo 133 constitucional y que,
por lo mismo, ya forman parte del ordenamiento jurídico mexicano.3
Se requiere entonces que a los conceptos y los modelos tradicionales
de la soberanía y de supremacía constitucional se les introduzca los reajustes que el ritmo histórico del tiempo y de las circunstancias reclaman,
es anquilosar la doctrina constitucional con congelamientos que equivalen
a atraso.
No debe olvidarse, por otro lado, que el derecho internacional contiene como principio básico el de su primacía sobre el derecho interno, al
que dio expresión en el artículo 27 de la Convención de Viena sobre Derecho de los Tratados.4
Si la posición monista, que es aquella que admite la unidad de ambos
ordenamientos jurídicos (interno e internacional), y la incorporación del
derecho internacional al derecho interno, sin necesidad de que este último absorba al primero a través de una fuente interna, es correcta, Bidart
considera que es mucho mejor compatibilizar armónicamente a la Constitución con el derecho internacional, que enfrentarlos o separarlos con
asincronía o con oposición, “nada podemos propiciar mejor —afirma Bidart— que un sistema de derechos humanos con doble fuente: la del derecho interno y la del derecho internacional de los derechos humanos”.5
Estas afirmaciones tienden a postular que la fuerza normativa de la
Constitución, acompañada por el paralelismo del derecho internacional
de los derechos humanos, proporciona una herramienta que no ha de des3 Héctor Fix-Zamudio y Salvador Valencia Carmona, Derecho constitucional mexicano y comparado, 2a. ed., México, Porrúa, 2001, p. 803. Cfr. Miguel Carbonell, “La enseñanza del derecho en México. Vientos de cambio y oscuridades permanentes”, Elementos de derecho constitucional, México, UNAM-Fontamara, 2004, pp. 249-261.
4 Artículo 27. El derecho interno y la observancia de los tratados. “Una parte no podrá invocar las disposiciones de su derecho interno como justificación del incumplimiento de un tratado”.
5 Germán Bidart, El derecho de la Constitución y su fuerza normativa, Buenos Aires, Ediar, p. 457.
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RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
perdiciarse cuando se trata de dar centralidad y mayor valor a la persona
humana, y de depararle las rutas garantistas más eficaces.
Basta pensar que la inserción de los Estados en un sistema supraestatal de derechos humanos con organismos de control internacional fortalece la tendencia constitucional a limitar al Estado y a su poder en salvaguarda de los derechos.
Un Estado constitucional de democracia social no puede, en el despunte de un nuevo siglo, ser reacio ni egoísta a las aperturas internacionales y
comunitarias. Es casi hasta irrisorio que para cautelar su poder constituyente y la supremacía de la Constitución incurra en posturas aislacionistas de hipersuficiencia interna o en ensimismamientos análogos, desconociendo los principios de buena fe y lealtad internacional y desconfiando
de los derechos humanos. Bien decía el maestro Tena Ramírez que “en
las relaciones internacionales conviene abrir campo a lo que es regla entre caballeros: la palabra de honor no se discute, se sostiene”,6 aunque,
por otra parte, el prestigiado jurista consideraba que el artículo 133 constitucional no dejaba la menor posibilidad de interpretación distinta de lo
que dice su letra, en el sentido de que —según dicho autor— se consagra, en forma inequívoca, la supremacía de la Constitución sobre los tratados.7
Hay Constituciones que, en vez de hacer referencia genérica y global a
los tratados de derechos humanos, han preferido constitucionalizarlos con
mención expresa y determinada de cada uno, como en el artículo 46 de la
Constitución de Nicaragua de 1987. El artículo 75 de la Constitución argentina de 1994 enumera las declaraciones, tratados, pactos y convenciones internacionales a los que les da jerarquía constitucional y los considera
complementarios de los derechos y las garantías por ella reconocidos.
Las Constituciones que no contienen cláusula expresa que define la supremacía de los tratados respecto del derecho interno y de la misma Constitución pueden, no obstante, expresar implícitamente esa postura mediante algún otro enunciado normativo. Cuando con una fórmula o con otra
una Constitución declara que el Estado respectivo reconoce o acata los
principios o las normas del derecho internacional, es de suponerse que
asume el artículo 27 de la Convención de Viena sobre Derecho de los
6 Felipe Tena Ramírez, Derecho constitucional mexicano, 13a. ed., México, Porrúa,
1975, pp. 38 y 39.
7 Ibidem, p. 39.
TRES VÍAS DEL DERECHO DE LIBERTAD RELIGIOSA
353
Tratados en cuanto otorga prioridad al derecho internacional sobre el derecho interno, y el artículo 43 que impide alegar éste para incumplir tratados.8
En el derecho internacional que sitúa sus normas a tan alto nivel no se
hace discriminación alguna entre Constitución y leyes; directamente se sobreeleva al derecho internacional respecto de todo el derecho interno.
La interpretación coherente y de buena fe que el derecho internacional
merece, parece afianzar la posición anterior: no es congruente que una
Constitución reconozca o admita el ingreso del derecho internacional, y
le niegue supremacía respecto de ella misma. ¿Qué clase de recepción
condicionada es ésta: se reconoce, pero se los infraconstitucionaliza? No
es lógica, porque es aceptar primero una cosa, y de inmediato introducir
excepciones reñidas con el principio general. La Constitución vendría a
enunciar algo como esto: acato, incorporo y reconozco en el derecho interno al derecho internacional, pero no a su principio básico que le atribuye la primacía por sobre mí; en consecuencia, lo acato, incorporo y reconozco, pero por debajo de mí y, en todo caso, sólo por arriba de las
leyes. O para utilizar la expresión del derecho novohispano de obedézcase pero no se cumpla.
Bidart formula su propuesta en los siguientes términos: “cuando una
Constitución incluye alguna cláusula de reconocimiento, aceptación, acogimiento o respeto a los principios o a las normas generales del derecho
internacional, o a los tratados, con esa misma cláusula está aceptando la
norma internacional que subordina todo el derecho interno al derecho internacional”.9 En otros términos: los compromisos internacionales que,
lejos de ser impuestos a un Estado, se colocan por encima de la voluntad
de los Estados, en realidad conservan incólume el principio de la soberanía interior, porque en ejercicio de esa soberanía el Estado asume determinadas obligaciones para su régimen interno.10
8 Artículo 43. Obligaciones impuestas por el derecho internacional independientemente de un tratado. “La nulidad, terminación o denuncia de un tratado, el retiro de una de
las partes o la suspensión de la aplicación del tratado, cuando resulten de la aplicación
de la presente Convención o de las disposiciones del tratado, no menoscabarán el deber de
un Estado de cumplir toda obligación enunciada en el tratado a la que esté sometido en
virtud del derecho internacional, independientemente de ese tratado”.
9 G. Bidart, op. cit., nota 6, p. 463.
10 Cfr. Mara Gómez Pérez, “La protección internacional de los derechos humanos y
la soberanía nacional”, en Eduardo Ferrer Mac-Gregor, coord., Derecho procesal consti-
354
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
Conforme a los tratados sobre derechos humanos que el Estado incorpora a su derecho interno, los incorpora por decisión propia y suya, en
cuanto su Constitución es la fuente primaria que lo habilita para hacerlo
o no hacerlo.
Esto significa que en la etapa formativa de los tratados el Estado dispone de sus competencias de control, antes de llegar a la ratificación internacional con que les da recepción (artículos 89, fracción X, y 76, fracción I
de la Constitución).11 Y si, todavía más, existe un sistema de control previo al estilo de la Constitución española, se disipa toda reserva posible.
Con razón Eduardo Ferrer Mac-Gregor —al comentar una ejecutoria de la
Suprema Corte de Justicia que ubica a los tratados por encima de las leyes federales, a la que más adelante haremos referencia— sugiere la oportunidad de empezar a reflexionar si conviene incorporar un control previo
de constitucionalidad de los tratados internacionales, que tendría por objeto juzgar sobre su constitucionalidad con anterioridad a su incorporación al derecho interno.12
Quienes resisten soluciones de este tipo apelan a la omnipresente soberanía —que a juicio de ellos quedaría desvirtuada o marginada— y a la
supremacía de la Constitución. La realidad es que hay un nuevo planteamiento de estos conceptos, al que nosotros nos adherimos, pero que no
es compartido por todos los juristas, en que el constitucionalismo asume
los valores y principios superiores o externos a su propio ordenamiento,
y la normativa formal de la Constitución escrita ya no se comprende como una autolimitación; los derechos son, indudablemente, limitaciones
al poder estatal, pero en razón de ser, antes que eso —ontológicamente—, expresiones de la dignidad inherente al ser humano. No los constituye la Constitución, sino que los reconoce.
En otros términos, se postula que la soberanía está esencialmente limitada, no por la voluntad de un legislador o de un jefe de Estado o de otra
tucional, México, Porrúa y Colegio de Secretarios de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, 2003, t. II, pp. 1613-1628.
11 El párrafo segundo de la fracción I del artículo 2o. de la Ley sobre Celebración de
Tratados, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 2 de enero de 1992, establece lo siguiente: “De conformidad con la fracción I del artículo 76 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, los tratados deberán ser aprobados por el Senado
y será la ley suprema de toda la unión cuando estén de acuerdo con la misma, en los términos del artículo 133 de la propia Constitución”.
12 E. Ferrer Mac-Gregor, “La Corte Interamericana de Derechos Humanos”, en E.
Ferrer Mac-Gregor, coord., op. cit., nota 10, p. 713.
TRES VÍAS DEL DERECHO DE LIBERTAD RELIGIOSA
355
voluntad humana cualquiera, sino por su naturaleza misma.13 Es decir, el
Estado tiene como finalidad natural la realización del bien público temporal, que acota su soberanía, y cuyo contenido fundamental es el reconocimiento y la protección de los derechos humanos, tanto si tienen su
fuente en el orden jurídico interno como en el internacional.
Hay quienes dicen que lo anterior expone al Estado al riesgo de soportar interferencias en su jurisdicción interna, aunque lo que se llama “interferencia” sea más bien una integración jurídica, lo cierto es que se vuelve
imprescindible repensar, reelaborar y actualizar parámetros constitucionales acuñados en el pasado, para tiempos diferentes a los actuales. Y esto no para abdicar de ellos en forma total, sino para readaptarlos y reacomodarlos, porque no deben ser estereotipos inamovibles o definitivos.
En forma análoga a lo que sucede en el sistema federal, debe recordarse que la jurisdicción interna aloja un espacio de jurisdicción reservada
y otro de jurisdicción concurrente.
Que determinadas cuestiones —como la que versa sobre los derechos
humanos— hayan dejado de pertenecer a la jurisdicción reservada o exclusiva del Estado, no equivale a su sustracción de la jurisdicción interna, porque permanecen y se comparten en ésta dentro del sector de jurisdicción concurrente.
Cuando la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha formulado
la descripción de los tratados sobre derechos humanos, ha utilizado esta
visión: no son, como los tratados clásicos, un instrumento de relaciones
interestatales que vinculan a los Estados parte de puertas hacia afuera, sino un instrumento que, penetrando en el derecho interno, tiene como finalidad una serie de consecuencias:
a) Lograr efectividad y aplicación de la jurisdicción interna.
b) Investir dentro de ella de titularidad de derechos a cuantas personas
forman parte de la población de esos Estados o están sometidas a su
jurisdicción.
c) Crear obligación y responsabilidad internas —además de las internacionales concomitantes— en orden a la aludida efectividad y aplicación de sus normas, y a la recíproca necesidad de ajustar las internas y las internacionales.
13
Cfr. Héctor González Uribe, Teoría política, México, Porrúa, 1987, p. 337.
356
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
De aquí la conveniencia de que en nuestro país se estimule el estudio
del derecho procesal constitucional supranacional.14
En el mismo orden de ideas —aun cuando no se ha consolidado ni generalizado un nuevo criterio de interpretación—, nuestra Suprema Corte
de Justicia de la Nación, en una interesante tesis emitida el 11 de mayo de
1999, ha dado un paso firme para abandonar el criterio tradicional que
consideraba que los tratados internacionales y las leyes federales emanadas tenían la misma jerarquía normativa.15
En el nuevo criterio, que no es obligatorio por tratarse de un criterio
aislado que no constituye jurisprudencia, sostiene que los tratados internacionales se ubican por encima de las leyes federales y en un segundo
plano respecto de la Constitución federal, con lo que hace una reinterpretación del artículo 133 constitucional, que a nuestro entender, y por las
consideraciones que hemos expuesto con antelación, no es aún totalmente satisfactoria.
La tesis en cuestión rechaza el viejo criterio —seudofederalista— que
consideraba la supremacía del derecho federal frente al local, otorgándoles a ambos la misma jerarquía en virtud de lo dispuesto en el artículo
124 de la ley fundamental, y suscribe en forma categórica que en materia
de tratados internacionales no existe limitación competencial entre la Federación y las entidades federativas, esto es, no se toma en cuenta la competencia federal o local del contenido del tratado.16
14 Cfr. Carlos A. Morales-Paulín, “Derecho procesal constitucional supranacional”,
en E. Ferrer Mac-Gregor, coord., op. cit., nota 10, pp. 809-863.
15 Véase sobre el análisis de dicha tesis jurisprudencial el trabajo de Jorge Carpizo,
“Los tratados internacionales, el derecho a la información y el respeto a la vida privada”,
en Nuevos estudios constitucionales, México, Porrúa-UNAM, 2000, pp. 429-476.
16 “TRATADOS INTERNACIONALES, SE UBICAN JERÁRQUICAMENTE POR ENCIMA
DE LAS LEYES FEDERALES Y EN UN SEGUNDO PLANO RESPECTO DE LA CONSTITUCIÓN FEDERAL. Persistentemente en la doctrina se ha formulado la interrogante respecto
a la jerarquía de normas en nuestro derecho. Existe unanimidad respecto de que la Constitución Federal es la norma fundamental y que aunque en principio la expresión ‘...serán
la ley suprema de la unión...’ parece indicar que no sólo la carta magna es la suprema, la
objeción es superada por el hecho de que las leyes deben emanar de la Constitución y ser
aprobadas por un órgano constituido, como lo es el Congreso de la Unión y de que los
tratados deben de estar de acuerdo con la ley fundamental, lo que claramente indica que
sólo la Constitución es la ley suprema. El problema respecto a la jerarquía de las demás
normas del sistema ha encontrado en la jurisprudencia y en la doctrina distintas soluciones, entre las que destacan: supremacía del derecho federal frente al local y misma jerarquía de los dos, en sus variantes liza y llana, y con la existencia de ‘leyes constituciona-
TRES VÍAS DEL DERECHO DE LIBERTAD RELIGIOSA
357
En cuanto a la fundamentación de los derechos humanos —entre ellos
el de libertad religiosa— en el orden internacional, es pertinente aclarar
que los documentos internacionales que proclaman y tutelan los derechos
humanos tienen, como lógica consecuencia de su origen y finalidad, un
carácter evidentemente práctico y no se detienen a profundizar sobre la
naturaleza y fundamentación de estos derechos. Pese a ello, en todos estos
documentos, mediante expresiones más o menos rigurosas, se afirma, al
menos implícitamente, que estos derechos corresponden al hombre, con
carácter previo a que sean acogidos o no por los ordenamientos jurídicos
positivos. Las declaraciones, pactos internacionales o legislaciones internas de los Estados, no crean estos derechos, sencillamente los reconocen.
Por ello se puede hablar de una conciencia jurídica común que impulsa y
alienta el movimiento de los derechos humanos.
Recapitulando lo expresado en esta tercer alternativa, podríamos formular las siguientes conclusiones:
les’, y la de que será ley suprema la que sea calificada de constitucional. No obstante,
esta Suprema Corte de Justicia considera que los tratados internacionales se encuentran
en un segundo plano inmediatamente debajo de la ley fundamental. Esta interpretación
del artículo 133 constitucional deriva de que estos compromisos internacionales son asumidos por el Estado mexicano en su conjunto y comprometen a todas sus autoridades
frente a la comunidad internacional; por ello se explica que el Constituyente haya facultado al presidente de la República a suscribir los tratados internacionales en su calidad de
jefe de Estado y, de la misma manera, el Senado interviene como representante de la voluntad de las entidades federativas y, por medio de su ratificación, obliga a sus autoridades. Otro aspecto importante para considerar esta jerarquía de los tratados, es la relativa a
que en esta materia no existe limitación competencial entre la Federación y las entidades
federativas, esto es, no se toma en cuenta la competencia federal del contenido del tratado, sino que por mandato expreso del propio artículo 133 el presidente de la República y
el Senado pueden obligar al Estado mexicano en cualquier materia, independientemente
de que para otros efectos ésta sea competencia de las entidades federativas. Como consecuencia de lo anterior, la interpretación del artículo 133 lleva a considerar en un tercer
lugar al derecho federal y al local en una misma jerarquía en virtud de lo dispuesto en el
artículo 124 de la ley fundamental, el cual ordena que ‘las facultades que no están expresamente concedidas por esta Constitución a los funcionarios federales, se entienden reservadas a los Estados’. No se pierda de vista en su anterior conformación, este máximo
tribunal había adoptado una posición diversa en la tesis P.C/92, publicada en la Gaceta
del Semanario Judicial de la Federación, núm. 60 correspondiente a diciembre de 1992,
p. 27, de rubro: LEYES Y TRATADOS INTERNACIONALES. TIENEN LA MISMA JERARQUÍA NORMATIVA; sin embargo, este Tribunal Pleno considera oportuno abandonar tal
criterio y asumir el que considera la jerarquía superior de los tratados incluso frente al
derecho federal” (Semanario Judicial de la Federación, novena época, X, noviembre de
1999, tesis aislada).
358
RAÚL GONZÁLEZ SCHMALL
1) La democracia inescindiblemente está ligada al reconocimiento y garantía de los derechos humanos —tanto a los que tienen su consagración en el derecho interno como los que provienen del derecho
internacional de los derechos humanos—.
2) La anterior exigencia sólo puede ser cumplida si se modifican los
criterios interpretativos a efecto de que nuestros tribunales federales apliquen de forma directa los instrumentos internacionales sobre
derechos humanos suscritos por México y, desde luego, las normas
de ius cogens del derecho internacional.
3) Para ello se propone como tesis que sustente la jurisprudencia que
en su caso se establezca, la que formula Bidart Campos y a la cual
nos adherimos, y que consiste en considerar que si el propio poder
constituyente que dicta la Constitución es el que concilia las dos
fuentes —internacional e interna— en una unidad (que de acuerdo
al derecho internacional coloca en su vértice al mismo derecho internacional); es decir, que es la decisión y la voluntad de ese poder constituyente —o, si se quiere, del Estado para el cual dicta esa Constitución— la que consiente situar el derecho internacional en el plano
más alto del ordenamiento jurídico. En otros términos, la fuente externa o heterónoma del derecho internacional penetra en el derecho
interno porque éste le depara hospedaje jerárquicamente superior al
propio desde su fuente primaria, que es la Constitución.
ANÁLISIS NORMATIVO DEL DERECHO A LA LIBERTAD
RELIGIOSA EN MÉXICO
Carlos de la TORRE MARTÍNEZ*
SUMARIO: I. Introducción. II. Régimen jurídico de las asociaciones religiosas. III. Régimen patrimonial de las asociaciones religiosas. IV. Facultades de las autoridades respecto de las asociaciones religiosas.
I. INTRODUCCIÓN
A partir del 28 de enero de 1992 se dio en México una vuelta a las páginas de la historia en lo referente a la cuestión de las relaciones del Estado
con las diversas Iglesias y organizaciones religiosas, así como en el desarrollo del derecho de libertad religiosa. Tras casi siglo y medio de una legislación claramente violatoria de algunos elementos esenciales de este
derecho fundamental, en la que simple y sencillamente se pretendía ignorar la existencias de las Iglesias y las formas de culto públicas tratando
de reducir la fe y el fenómeno religiosos al fuero privado, las reformas a
los artículos 3o., 5o., 24, 27 y 130 de la Constitución mexicana sentaron
las bases de un nuevo marco jurídico, en el que además de ampliarse significativamente el contenido del derecho de libertad religiosa, se establecía una nueva relación entre las Iglesias y el Estado.
En mi participación me centraré en este segundo punto. Intentaré aportar una visión, un tanto básica, de la manera en que el artículo 130 constitucional, la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público (en adelante LARCP) del 15 de julio de 1992 y su Reglamento del 6 de noviembre
* Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
359
360
CARLOS DE LA TORRE MARTÍNEZ
de 2003, regulan los derechos y obligaciones de las Iglesias y las relaciones que se establecen entre éstas y el Estado.
Las cuatro líneas generales sobre las que se estructura la relación entre
el Estado y las Iglesias se contienen explícitamente en el artículo 130 constitucional. La primera de ellas se refiere al principio, calificado por la
Constitución como histórico, de la separación del Estado y la Iglesia.
Con ello se adopta la figura del Estado laico y no confesional, cuestión
que en el marco de la cultura mexicana no es del todo pacífica debido a
las distintas interpretaciones que recibe el término laicidad. El segundo y
el tercer principio, que de alguna manera se derivan del primero, son, por
un lado, el sometimiento y acatamiento de las Iglesias y agrupaciones a
la ley y, por el otro, la obligación de las autoridades de no intervenir en la
vida interna de las asociaciones religiosas. Finalmente, la última línea sobre las que se estructura las relaciones entre el Estado y las Iglesias se refiere al reconocimiento, una vez que hayan obtenido el registro ante la
autoridad correspondiente, de la personalidad jurídica de las Iglesias y
agrupaciones como asociaciones religiosas.
Por otra parte, como cuestiones complementarias contenidas en la Constitución mexicana, encontramos que en la fracción segunda de su artículo
27 se concede la capacidad a las asociaciones religiosas constituidas según los términos del artículo 130, es decir, sólo a aquéllas que obtengan
su registro, para adquirir, poseer o administrar exclusivamente los bienes
que sean indispensables para su objeto. Mientras que el inciso sexto del
artículo 3o. constitucional implícitamente autoriza a los particulares, incluyendo a las asociaciones religiosas, a impartir educación de inspiración religiosa.
Sobre esta base y en un intento por desarrollar y concretar los anteriores principios la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público se estructura entorno a cuatro temas fundamentales: el régimen jurídico de las
asociaciones religiosas, su régimen patrimonial, los actos religiosos y de
culto público y, por último, las facultades de las autoridades en relación
con las asociaciones religiosas, mismos temas que delimitan los puntos
centrales del Reglamento de la LARCP, el cual, aparecido casi 11 años
más tarde, tiene por objeto concretizar y aclarar los contenidos jurídicos
de la ley.
En el artículo 3o. de la referida LARCP se profundiza en el principio
de laicidad del Estado. Así, establece que la competencia de la autoridad
ANÁLISIS DEL DERECHO A LA LIBERTAD RELIGIOSA
361
sobre las manifestaciones religiosas, individuales o colectivas, se restringirá a la observancia de las leyes, a la conservación del orden y la moral
públicos y a la tutela de derechos de terceros. Además, establece un principio fundamental, el de la igualdad de trato en relación con la diversidad de asociaciones religiosas, determinando, en sintonía con el párrafo
tercero del artículo 1o. constitucional, en el que se prohíbe la discriminación, entre otras causas, por motivos religiosos, que el Estado no podrá
establecer ningún tipo de preferencia, privilegio o carga a favor o en contra de ninguna religión o de ninguna asociación religiosa.
II. RÉGIMEN JURÍDICO DE LAS ASOCIACIONES RELIGIOSAS
El primer punto a este respecto que aborda la ley es el del procedimiento
para obtener el registro ante la Secretaría de Gobernación y, en específico, de la Dirección General de Asociaciones Religiosas en orden a que se
reconozca la personalidad jurídica. Es necesario subrayar que a este registro se le denomina constitutivo, lo que según el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española significa fundar, establecer. De manera que con este término parece que el registro implica el acto por el cual
la asociación religiosa se constituye con personalidad jurídica, en otras
palabras, por el que existe para el derecho.
Respecto de los requisitos que se exigen para el registro de las Iglesias
y agrupaciones religiosas, la ley establece cinco condiciones: que las asociaciones se hayan ocupado por un mínimo de cinco años de la observancia,
práctica, propagación o instrucción de una doctrina religiosa o un cuerpo
de creencias y que estas actividades se hayan realizado en la República
mexicana; que cuenten con lo que la ley denomina un notorio arraigo entre la población; haber establecido un domicilio en la República mexicana; aportar bienes suficientes para cumplir su objeto y contar con unos
estatutos que regulen su organización interna. A este respecto el Reglamento aclara algunos puntos, como qué se debe entender por notorio
arraigo. Para estos efectos señala que se entenderá la práctica ininterrumpida de actividades religiosas de un grupo de personas que se reúnan regularmente en un inmueble para celebrar actos de culto por un mínimo
de cinco años, sin que oponga una limitante en relación con el número de
personas. Realmente la única limitación que a este efecto opone es que
362
CARLOS DE LA TORRE MARTÍNEZ
las prácticas sean realmente religiosas, es decir, que su objeto último sea
entablar una relación con alguna divinidad. Así, el Reglamento establece
que no se entenderá como actividad religiosa el estudio o experimentación de fenómenos psíquicos o parapsicológicos, la práctica de esoterismo, así como la difusión exclusiva de valores humanísticos o culturales.
Pero, además, el Reglamento también delimita los elementos que debe
contener la solicitud de registro, mismos que, a mi juicio, se confunden
con los requisitos para poder registrarse como asociación religiosa. Entre
ellos destacan la presentación de una relación de los bienes inmuebles
que utiliza, posee o administra; la inclusión de los estatutos que regirán a
las asociaciones religiosas, y la relación de los representantes y los asociados de la asociación. En cuanto a los estatutos de las asociaciones religiosas, el artículo 14 del Reglamento abunda sobre lo establecido en el
artículo 6o. de la ley, el cual establecía que los estatutos contendrían las
bases fundamentales de su doctrina o cuerpo de creencias religiosas y el
nombre de sus representantes. Además, exige que en ellos se contenga
el objeto de la asociación religiosa; lo relativo a sus sistema de autoridad
y funcionamiento, las facultades de sus órganos de dirección, administración y representación, así como la vigencia de sus cargos respectivos; los
requisitos que se deben cubrir para ostentar el carácter de ministros de
culto, el procedimiento para su designación y, finalmente, el catálogo
de los derechos y obligaciones de los representantes y asociados.
En lo referente a sus representantes y asociados, además de la exigencia establecida en la ley de que los representantes de las asociaciones tienen que ser mexicanos y mayores de edad, en el Reglamento se hace la
aclaración de que los asociados serán aquellos a quienes la asociación religiosa les otorgue tal carácter conforme a sus propios estatutos, con la
única exigencia de que tendrán que ser mayores de edad. La crítica general que se puede verter en torno a estas últimas disposiciones consiste en
que tanto en la ley como en su Reglamento el esquema que se adopta para desarrollar las disposiciones respecto a la organización y el funcionamiento de las asociaciones religiosas es el de una sociedad civil o una sociedad mercantil. Se exige la delimitación de un objeto, la relación de los
asociados y representantes, la aportación de bienes indispensables para
cumplir el objeto, las reglas de organización interna, en fin, las condiciones necesarias para el funcionamiento de una sociedad civil o mercantil
cualquiera, sin que se caiga en la cuenta de que una asociación religiosa,
ANÁLISIS DEL DERECHO A LA LIBERTAD RELIGIOSA
363
por lo común, tiene un funcionamiento específico, pero, sobre todo, las
relaciones que se establecen entre sus miembros, así como la manera en
que desarrolla y cumple su objeto comporta una naturaleza propia y específica acorde con su dimensión religiosa. El esquema utilizado por la
ley y el Reglamento crea ciertas dificultades a las Iglesias que, organizadas y estructuradas a través de esquemas en ocasiones más espontáneos y
vivos, tienen que traducir, no sin cierta dificultad, sus esquemas a los
exigidos por la ley y el Reglamento. Un ejemplo simple de esta problemática lo constituye la exigencia de incluir una relación de todos lo asociados, pues quiénes deben entenderse como asociados, por ejemplo, de
la Iglesia anglicana o de la Iglesia católica: ¿todos los bautizados?, ¿los
que participan activamente?, o ¿sólo los que forman parte del clero?
Otra exigencia que incluye el Reglamento respecto del registro constitutivo de la asociación religiosa consiste en que se anexe una relación de
las personas a quienes se confiere el carácter de ministro de culto, en la
cual debe especificarse su nacionalidad y edad. Esta exigencia sobresale
no tanto por el problema de a quiénes se les confiere la calidad de ministro de culto, pues como el artículo 12 de la ley lo establece claramente,
éstos serán las personas mayores de edad a quienes la asociación les confiera esa calidad, o bien, tratándose de las Iglesias o agrupaciones aún no
registradas, aquellos que ejerzan actividades de dirección, representación
u organización, sino en relación a la nacionalidad de los ministros de
culto, pues aunque la ley establece que tanto los mexicanos como los extranjeros que se encuentren legalmente en el país pueden ser ministros de
culto, el Reglamento, en su artículo 18, establece que previo a los trámites ante la autoridad migratoria en materia de internación y legal estancia
en el país de los ministros de culto, la Dirección General de Asociaciones Religiosas deberá emitir su opinión, a petición de la asociación interesada, acerca de la posibilidad de los ministros de culto extranjeros para
realizar actividades religiosas en México. Además de ser ésta una exigencia no contemplada por la ley, no queda del todo claro por qué razón es
necesaria la previa opinión de esta autoridad en la autorización de internación de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ni bajo qué criterios la
Dirección General de Asociaciones Religiosas podrá emitir su opinión en
un sentido negativo o afirmativo.
Por otra parte, de la simple lectura de la ley y de su Reglamento se deduce que la inscripción y el otorgamiento del registro no constituye una
364
CARLOS DE LA TORRE MARTÍNEZ
facultad graciosa de la autoridad. Más bien, consiste en un conjunto de requisitos y condiciones que, de ser cumplimentados por las Iglesias y agrupaciones religiosas, la autoridad tiene por obligación legal otorgar forzosamente el registro constitutivo y, por lo tanto, reconocer su personalidad jurídica como asociación religiosa. En este sentido, el artículo 7o. de
la ley establece que una vez que se cumpla con los requisitos se procederá a publicar en el Diario Oficial de la Federación un extracto de la solicitud de registro, mientras que de manera complementaria el artículo 9o.
del Reglamento dispone que en caso de que exista una deficiencia en los
requisitos antes mencionadas la Dirección General de Asociaciones Religiosas podrá prevenir al promovente para que subsane las deficiencias en
un término de tres meses. Sólo en el caso de que no se subsanen las deficiencias en el cumplimiento de los requisitos la autoridad podrá resolver la
improcedencia de la solicitud de registro constitutivo, dictando la baja administrativa de la misma y mandando archivarla como asunto concluido.
En referencia a este mismo procedimiento, el artículo 11 del Reglamento contempla la posibilidad de que un tercero se oponga al registro de
una asociación religiosa. Para ello, en un plazo no mayor de 20 días hábiles, contados a partir del día siguiente de la publicación del extracto de
solicitud de registro de la asociación en el Diario Oficial de la Federación, el oponente deberá presentar ante la Dirección General de la Secretaría de Gobernación un escrito en el que se señalen los motivos de su
oposición, así como los elementos de prueba en los que se funda la misma. Presentada la oposición en tiempo y forma, la autoridad responderá
al interesado en un plazo de 15 días hábiles que se le tiene por presentada su oposición y, en el mismo término, procederá a dar vista a la asociación religiosa que hizo la solicitud de registro para que en un plazo de 10
días hábiles presente su contestación por escrito con las pruebas que considere pertinentes. La autoridad analizará ambos escritos de oposición y
contestación, y una vez desahogadas las pruebas resolverá lo conducente
sobre la suspensión del trámite de registro constitutivo.
Ahora bien, el artículo 12 del Reglamento parece trastocar lo establecido por la ley y por los artículos 7o., 8o., 9o. y 10 del mismo, al señalar
que la autoridad tendrá un plazo de 30 días hábiles, contados ya sea a
partir de la publicación en el Diario Oficial de la Federación del extracto de solicitud de registro o de la fecha de la resolución que tenga por
improcedente la oposición de terceros al registro, para determinar la pro-
ANÁLISIS DEL DERECHO A LA LIBERTAD RELIGIOSA
365
cedencia del registro constitutivo como asociación religiosa. Resolución
que, según lo exige el mismo artículo, deberá estar fundada y motivada.
Con ello da la impresión de que la procedencia o no procedencia del registro constitutivo de una asociación religiosa sí es objeto de una resolución de la autoridad, y no es un simple trámite que la autoridad sólo certifica. Pero además, vemos que a diferencia de lo que se deduce de la ley,
la simple publicación del extracto de la solicitud de registro en el Diario
Oficial de la Federación no es lo que concede la personalidad jurídica a
la asociación religiosa, sino lo que sirve para tales efectos es la resolución de procedencia de la Dirección General de Asociaciones Religiosas.
Al día de hoy en México se encuentran 6,248 asociaciones religiosas
registradas ante la Dirección General de Asociaciones Religiosas. Es necesario aclarar que este número no coincide con el número de religiones o
credos que existen actualmente en México, pues la LARCP permite que
cada asociación, de acuerdo con su propia estructura y división organizativa y administrativa, pueda solicitar uno o varios registros. Así, por ejemplo, las Iglesias anglicanas tienen alrededor de 3,130 registros, la Iglesia
católica tiene ella sola en su conjunto cerca de 2,900 registros, la Convención Nacional Bautista aproximadamente 400 registros, mientras que, por
ejemplo, la Iglesia de los Adventistas del Séptimo Día y la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene cada una un solo registro.
El constituirse en asociación religiosa, según el artículo 9o. de la ley,
confiere derechos tales como celebrar todo tipo de actos jurídicos para el
cumplimiento de su objeto siendo lícitos y siempre que no persigan fines
de lucro; participar en la constitución, administración, sostenimiento y
funcionamiento de instituciones de asistencia privada, planteles educativos e instituciones de salud, siempre que no persigan fines de lucro, y
usar de forma exclusiva para fines religiosos bienes propiedad de la nación. Las Iglesias o agrupaciones religiosas que no cuenten con el registro como asociaciones religiosas no gozan de los derechos señalados, sin
embargo, pueden identificarse mediante una denominación exclusiva;
pueden organizar libremente sus estructuras internas y, lo más importante, realizar actos de culto público, así como propagar su doctrina, siempre que no contravengan las leyes del país. Ahora bien, de los deberes y
obligaciones que se deriven de estas prácticas darán cuenta las personas
físicas y morales que dan vida a las Iglesias y agrupaciones religiosas.
366
CARLOS DE LA TORRE MARTÍNEZ
III. RÉGIMEN PATRIMONIAL
DE LAS ASOCIACIONES RELIGIOSAS
Al amparo de la fracción II del artículo 27 de la Constitución mexicana,
que establece que las asociaciones religiosas tendrán capacidad para adquirir, poseer o administrar, exclusivamente, los bienes que sean indispensables para su objeto, el artículo 16 de la LARCP establece dos principios complementarios: primero, que las asociaciones religiosas podrán
gozar de un patrimonio propio para cumplir con su objeto, y, segundo,
que sólo lo integrarán aquellos bienes que sean indispensables para su objeto, estableciendo como único límite la posesión o administración de
concesiones para la explotación de estaciones de radio, televisión o cualquier otro tipo de telecomunicación.
En lo que respecta a la adquisición de bienes inmuebles el artículo 17
de la ley establece que en los casos en que las asociaciones religiosas adquieran cualquier bien inmueble, cuando sean herederas o legatarias, cuando sean nombradas fideicomisarias o en el caso en que se trate de bienes
inmuebles cuyos propietarios o fideicomisarios sean instituciones de asistencia privada, instituciones de salud o educativas, en las que interviene
de alguna manera una asociación religiosa, para que el acto de adquisición surta efectos jurídicos se requerirá que la Dirección General de Asociaciones Religiosas emita una declaratoria de procedencia, en la que resolverá sobre el carácter indispensable de los bienes inmuebles que la
asociación religiosa pretende adquirir. La autoridad tendrá 45 días naturales a partir de la solicitud de la asociación religiosa, en el caso de que
la autoridad no responda en ese plazo aplica lo que se denomina afirmativa ficta, es decir, se entenderá por aprobada la solicitud. Sin embargo,
por motivos de seguridad jurídica, la autoridad, a solicitud de la asociación religiosa, deberá emitir un certificado de que transcurrió el plazo legal. La declaratoria de procedencia o, en su caso, el certificado anterior
serán condición indispensable para que el acto jurídico realizado por la
asociación religiosa se perfeccione. En relación con esta obligación, el
artículo 25 del Reglamento establece, además, que en el supuesto de la
enajenación de bienes inmuebles propiedad de las asociaciones religiosas, éstas tendrán que dar aviso a la autoridad en un plazo de 30 días hábiles, contados a partir de la fecha en que se hubiera realizado el acto co-
ANÁLISIS DEL DERECHO A LA LIBERTAD RELIGIOSA
367
rrespondiente. Cabe subrayar que aquí sólo se trata de un aviso y no de la
solicitud de procedencia como en el caso de la adquisición de bienes.
Respecto de aquellos bienes inmuebles que las Iglesias o agrupaciones
religiosas ocupaban con anterioridad a la reforma constitucional del 28
de enero de 1992, y que según la legislación anterior eran considerados
como bienes propiedad de la nación, el artículo 17 transitorio de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece que seguirán siendo propiedad de la nación, pero que no cambiará su situación
jurídica. Es decir, se respeta la posesión fáctica que las Iglesias y agrupaciones gozaban en relación con los bienes propiedad de la nación. Sobre
esta cuestión la LARCP se limitó a declarar que estos bienes se regirían
por las leyes relativas a los bienes propiedad de la nación y a determinar
que las asociaciones religiosas nombrarían y registrarían ante la Secretaría de Desarrollo Social y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
a los representantes responsables de los templos y bienes que sean monumentos arqueológicos, artísticos o históricos propiedad de la nación, haciéndolos responsables de su preservación, cuidado, salvaguarda y restauración. El Reglamento profundiza un poco más sobre esta cuestión al
establecer que las asociaciones religiosas que se encuentren en posesión
de bienes propiedad de la nación deberán solicitar a la autoridad responsable de la administración del patrimonio inmobiliario federal la expedición
de un certificado de derechos de uso, el cual será otorgado una vez que
se compruebe ante la Dirección General de Asociaciones Religiosas que el
bien inmueble en cuestión fue declarado por la asociación religiosa al
momento de constituirse como tal.
IV. FACULTADES DE LAS AUTORIDADES RESPECTO
DE LAS ASOCIACIONES RELIGIOSAS
El principio que rige la relación entre las autoridades y las asociaciones
religiosas es que las primeras no podrán intervenir en la vida interna de
las segundas, en cambio, en su dimensión externa las autoridades podrán
intervenir en las actividades de las asociaciones con el fin de preservar el
cumplimiento de la ley. Pero, además, tomando como fundamento el principio de la separación entre el Estado y las Iglesias, la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público establece, a su vez, tres principios que de-
368
CARLOS DE LA TORRE MARTÍNEZ
ben regir la forma en la que el Estado se relaciona con las asociaciones religiosas. El primer principio es de neutralidad, es decir, el Estado no podrá establecer ningún tipo de preferencia o privilegio en favor de religión
alguna, como tampoco en favor o en contra de ninguna iglesia o agrupación religiosa; el segundo principio es el de equidad, es decir, debe garantizar que todas las asociaciones religiosas puedan ejercitar sus derechos y cumplir con sus obligaciones de manera equitativa, y, por último,
el principio de respeto y tolerancia, en el sentido de que las autoridades
deberán llevar a cabo las actividades necesarias para promover un clima
propicio para el diálogo y la convivencia interreligiosa, en el que se respeten los distintos credos y las diversas Iglesias o agrupaciones religiosas
puedan convivir pacíficamente. Sobre este último principio el artículo 37
del Reglamento de la LARCP, siguiendo muy de cerca al artículo 1o.
constitucional, que prohíbe la discriminación, entre otras causas, por motivos religiosos, aporta una definición de lo que entiende por intolerancia
religiosa, al describirla como “toda distinción, exclusión, restricción o
preferencia fundada en motivos de carácter religioso, sancionada por las
leyes, cuyo fin o efecto sea la abolición o el menoscabo de las garantías
tuteladas por el Estado”. Pero además establece que cuando estos actos
sean constitutivos de delitos, corresponderá al Ministerio Público conocer de los mismos.
En el ámbito de los deberes y las obligaciones de las asociaciones religiosas, se inscribe la facultad sancionadora que la LARC concede a la Dirección General de Asociaciones Religiosas. Para ello se establece un catálogo de infracciones en las que pueden incurrir tanto las asociaciones
religiosas, como las Iglesias que aún no han obtenido su registro. Entre
las conductas sujetas a infracción destacan:
1) Asociarse con fines políticos, así como realizar proselitismo o propaganda de cualquier tipo en favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna.
2) Agraviar a los símbolos patrios o de cualquier modo inducir a su
rechazo.
3) Adquirir, poseer o administrar bienes y derechos que no sean, exclusivamente, los indispensables para su objeto.
4) Promover la realización de conductas contrarias a la salud o integridad física de los individuos.
ANÁLISIS DEL DERECHO A LA LIBERTAD RELIGIOSA
369
5) Ejercer violencia física o presión moral, mediante agresiones o amenazas, para el logro o realización de sus objetivos.
6) Ostentarse como asociación religiosa cuando se carezca del registro constitutivo.
7) Desviar de tal manera los fines de las asociaciones de manera que
éstas pierdan su naturaleza religiosa.
8) Convertir un acto religioso en reunión de carácter político.
9) Oponerse a las leyes del país o a sus instituciones en reuniones públicas.
Asimismo se establece un breve procedimiento que deberá llevarse a
cabo para sancionar a los responsables de las anteriores infracciones, los
cuales, según el Reglamento, pueden ser las asociaciones religiosas, sus
representantes, los ministros de culto y sus asociados, como también las
Iglesias y agrupaciones religiosas que no cuentan con el registro constitutivo. El procedimiento realmente deja mucho que desear, pues además
de que no integra correctamente las etapas procesales de las pruebas y
los alegatos, incluso puede considerarse que viola el principio de audiencia consagrado en los artículos 14 y 17 de la Constitución mexicana, al
establecer que la autoridad podrá emitir su resolución aun a pesar de que
el presunto responsable no haya comparecido ni haya presentado un escrito alegando su defensa.
Las sanciones son impuestas por el denominado órgano sancionador,
que se integra por los titulares de la Dirección General de Asociaciones
Religiosas, de la Unidad de Asuntos Jurídicos y de la Unidad de Promoción y Defensa de los Derechos Humanos, todos ellos adscritos a la Secretaría de Gobernación. Las resoluciones deberán tomar en cuenta cuatro criterios específicos: la naturaleza y gravedad de la falta o infracción;
la posible alteración de la tranquilidad social y el orden público; la situación económica y el grado de instrucción del infractor, y, si lo hubiere, la
reincidencia. Con base en estos criterios la LARCP establece un conjunto de sanciones entre las que el órgano sancionador podrá elegir, y que
van, desde el apercibimiento o una multa pecuniaria, hasta suspensión
temporal o la cancelación del registro de la asociación religiosa. A mi
juicio, aquí también la LARCP tiene serias deficiencias, pues deja un
margen muy amplio a la autoridad para que decida cuál es la sanción
más adecuada para el tipo de infracción que se suscite. Como hemos señalado, el catálogo de infracciones es muy amplio y cada una comporta
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CARLOS DE LA TORRE MARTÍNEZ
una naturaleza muy diferente, mientras que, por otra parte, las sanciones
son o muy benignas o sumamente serias. Esto podría implicar que las autoridades impongan sanciones muy elevadas a actos que no tengan mucha trascendencia o viceversa, ya que los criterios que se establecen para
valorar el tipo de sanción correspondiente son sumamente generales. El
Reglamento de la LARCP no subsanó esta deficiencia, tan sólo se limitó
a establecer la conformación del órgano sancionador.
RELACIÓN IGLESIAS-ESTADO EN MÉXICO:
TAREAS PENDIENTES
RELACIONES IGLESIA-ESTADO
Mario Ángel FLORES RAMOS
Después de más de 13 años de un cambio constitucional en materia de libertad religiosa en México, se ha dado lugar a una Ley de Asociaciones
Religiosas y a un Reglamento hace poco concluido, sin embargo, quedan
muchas tareas pendientes. En este Congreso se ha hablado de distintas experiencias en el mundo. Ahora hablaremos de manera específica de nuestro país.
Junto al cambio de las leyes, lo más importante, sin duda, es el cambio
de mentalidad de todos los protagonistas, comenzando por la clase política mexicana. ¿Cómo cambiar un prejuicio laicista inculcado durante más
de 100 años, desde el liberalismo del siglo XIX con la innegable interferencia de la masonería anticlerical?, ¿cómo superar la falacia racionalista antirreligiosa con el ingrediente marxista de mediados del siglo XX?,
¿cómo superar una visión intimista y particular de la religiosidad? Las
leyes pueden cambiar pero la mentalidad puede estar a mucha distancia
de su sentido.
Los derechos humanos son anteriores al Estado, de tal forma que a éste
no le compete otorgarlos o reconocerlos, sino garantizarlos e impulsarlos.
Así, el derecho a la libertad religiosa debe ser constantemente revisado, a
fin de garantizar que todos los ciudadanos puedan ejercer con libertad sus
convicciones religiosas, cuidando de que no vayan contra el orden y la
moral públicas.
Lo religioso no se limita a la realización de un culto, sino que conlleva una parte doctrinal y formativa hacia los creyentes, que se convierte
en cultura, tradiciones y compromisos concretos. Aquí está el reto de los
creyentes: unir la fe y la vida, sus convicciones y sus proyectos, sus valores y su realización. Es aquí donde las convicciones religiosas se convierten en compromisos sociales y políticos.
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374
MARIO ÁNGEL FLORES RAMOS
Al hablar de tareas pendientes, llegamos, finalmente, al tema de la normativa. Ha sido un abuso la pretensión del Estado mexicano, en la década de los años veinte del siglo pasado, querer regular la vida interna de
las Iglesias: su disciplina eclesiástica y el número de los ministros. Se llegó al absurdo, con el famoso Garrido Canabal, de determinar que en el
estado de Tabasco debía ser sólo un sacerdote católico, y además casado.
Hoy esto queda sólo en el anecdotario, sin embargo, el Estado sigue determinando en otros aspectos a las instituciones religiosas: limitación a
los medios de comunicación electrónicos, restricciones en sus manifestaciones públicas. Pero lo más polémico es la restricción de los derechos
civiles de los eclesiásticos: pueden votar, pero no ser votados, y en ningún caso pueden emitir opiniones sobre situaciones concretas de las instituciones políticas.
Mientras un comunicador o un periodista puede hablar a diestra y siniestra de sus opiniones políticas, lo mismo dígase de un dirigente sindical, un líder del empresariado, un ídolo del deporte o del espectáculo, un
miembro de la jerarquía eclesiástica no puede hacerlo, a riesgo de verse
amenazado por diversas sanciones.
Habría que recordar que un verdadero Estado laico no es el que establece una dictadura antirreligiosa, sino el que respeta las distintas y plurales convicciones de sus ciudadanos.
Qué falta en todo esto. Para ello hemos invitado a un grupo de políticos que nos externen sus puntos de vista y podamos valorar sus criterios
personales y de partido.
LABORES ENTRE IGLESIAS Y ESTADO
Antonio ROQUEÑÍ ORNELAS*
Es un gran acierto la iniciativa de este Congreso Internacional. Felicitaciones a los convocantes. El inagotable tema de dar al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios ha suscitado múltiples interpretaciones
en estas mesas, de lo más variado, incluso divertidas algunas de ellas, como la que oí de aquel ponente, no en la mesa, sino en los pasillos, que me
decía: si nos atenemos al texto evangélico cuando el discípulo le pregunta al maestro ¿es ilícito dar tributo al César? Enséñame una moneda, le
dice el maestro, de quién es esta imagen e inscripción, del César maestro.
Dala por ti y por mí, da al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios. El comentario del intérprete terminó diciendo que era una simple
indicación tributaria, paga tus impuestos, y los otros, en cambio, le damos todo tipo de interpretaciones, sacando de contexto quizá esa relación
Iglesia y Estado, victimizando a las dos instituciones, porque una cosa es
el concepto de religión yuxtapuesta política, otra la relación que guardan
las jerarquías de las diversas Iglesias, como el gobierno que no con el Estado, y otra es la relación de los curas y los políticos; en todo caso, cualquiera que sea la interpretación de aquel texto evangélico, es innegable
que hemos aprendido mucho.
La relación de las tareas pendientes es el cometido de este panel. Lo
aportado por cada uno de los ponentes es de indudable valor, habría que
reflexionarlo. Tendremos la oportunidad con las memorias ya escritas,
pero es muy valiosa, ni siquiera me voy a detener en algunos aspectos
que verdaderamente me llamaron la atención y aprendí muchísimo, pero
también se recogieron muchísimas tareas pendientes en las diferentes mesas del Congreso.
* Sacerdote diocesano. Doctor en Derecho Canónico. Ha sido apoderado legal y juez
eclesiástico de la Arquidiócesis de México.
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ANTONIO ROQUEÑÍ ORNELAS
Hay una cierta coincidencia en el sustrato de muchas de estas mesas y
ponencias, tanto en el tema histórico como en los temas jurídicos; resultaría, por lo tanto, redundante señalar lo que quedó pendiente en la reforma de 1992. Y desde luego, también resultaría ocioso repasar todo lo dicho acerca del aspecto histórico; aquí mismo, con muchas aportaciones
puntuales, me limitaría a decir una sola sugerencia como tarea pendiente
para los actores que nos enfrentamos en este momento al tema: la próxima deberá ser una reforma democrática, y posiblemente dentro de esta
gran reforma democrática nuestro tema relaciones iglesias-Estado ocupe
un tetragésimo octavo lugar, o no sé, aquí lo importante, la tarea pendiente, es que tenemos que seguir democráticamente el ensayo de esta
iniciativa del Congreso, exponer nuestros puntos de vista, nuestras diferencias, nuestras percepciones singulares, pero la próxima puede ser como la de 1992, menos como la de 1929, una reforma obscura. Tendrá
que ser transparente, tendrá que ser tolerante; no puede haber ya una reforma contra todos, con encuentros nicodémicos en lo obscurito, sino
que tendrá que ser abierta con rendición de cuentas.
Y me parece que los intérpretes de esta nueva reforma serán aquellos
representantes populares elegidos por nosotros democráticamente. Claro,
la tarea pendiente es puntual y muy concreta, está en ver a quiénes vamos
a elegir como próximos representantes que discutan los temas nacionales,
que tomen en cuenta al pueblo, no a sus intereses personales o intereses
de partido, y menos a los intereses cupulares.
RELACIÓN IGLESIAS-ESTADO EN MÉXICO:
TAREAS PENDIENTES
Emilio ZEBADÚA GONZÁLEZ*
Quisiera, de manera breve y con un enfoque relativamente diferente, plantear las incidencias que aquí, de una u otra manera, se han expresado por
parte de los diferentes ponentes, aparentemente puntos de vista partidistas diferentes. Resalto que el método para que hoy en día en nuestro país
se diriman las diferencias, se ratifiquen principios y valores, o bien se
modifiquen o normen conductas que ameritan el cambio social y cultural
que vivimos permanentemente, es la ley (y sus procedimientos). Y es la
propia ley la que establece, a través de las instituciones publicas para hacer dichos cambios, eso que parecería un lugar común, pero que en mi
opinión es uno de los elementos más radicales o revolucionarios de lo
que ha significado la transición democrática y social en nuestro país en
los últimos 15 o 20 años.
Hoy hay una coincidencia de que a pesar de las diferencias que privan
entre los partidos políticos, existe el método para resolver las diferencias,
y éste es el proceso legislativo, aunado a la interpretación de la ley por
parte de los jueces, así como la aplicación en el marco del derecho de las
disposiciones administrativas de los Poderes Ejecutivos a nivel federal y
estatal.
En eso hay una plena coincidencia y me parece que ése es el valor del
que debemos partir para analizar las nuevas relaciones que se han venido
estableciendo entre el Estado y la Iglesia en nuestro país desde la reforma constitucional, y más hacia atrás, desde los cambios sociales de las
* Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Harvard y doctor en Derecho por
la UNAM. Actualmente es diputado federal en la LIX Legislatura del Congreso de la
Unión.
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EMILIO ZEBADÚA GONZÁLEZ
décadas de los setenta y ochenta, que llevaron a dicha reforma constitucional. Subrayo eso porque creo que hoy más que nunca tenemos que reconocer que las relaciones entre el Estado y las Iglesias se han modificado profundamente, no sólo porque hay un marco constitucional y jurídico
diferente que tuvo su bondad principal en reconocer una realidad que
siempre estuvo debajo de la superficie, sino porque hoy las Iglesias y el
Estado mexicano comparten, en buena medida, desafíos similares que
provienen de la sociedad y desafíos que provienen del mundo exterior.
Tienen más en común, entonces, las religiones de nuestro país que las
diferencias que pudiera haber entre ellas. Juntos, Iglesias y Estado democrático en transición, tenemos que reconocer que durante los próximos
años enfrentaremos nuevos desafíos y tenemos que hacerlo con la inteligencia histórica que durante buen aparte del siglo XX ha caracterizado
nuestros arreglos políticos y pactos políticos.
Tenemos que hacerlo, insisto, evitando que se manifiesten y se polaricen las diferencias culturales y religiosas, evitando que tiendan a ser
cruentas, como lo fueron en el México del siglo XIX, para el México del
siglo pasado y para Chiapas en los años noventa y que tienen el potencial
de dividir a un país que permanentemente ha luchado justamente por mantener su identidad a pesar de nuestras diferencias y de las presiones constantes de un mundo en transformación, y cuya modernidad se expresa a
través de una pluralidad muy variada en nuestra sociedad, misma que se
manifiesta en formas revolucionarias e, incluso, subversivas de información y comunicación a través de Internet y la comunicación que difícilmente pueden ser controlados por una ciudadanía abierta, y por una juventud cada vez más expuesta a riesgos y señales que no pueden ser
comprendidas y que tienen riesgos aparejados para el Estado y para las
Iglesias. Por eso, me parece, ambas instituciones enfrentan verdaderos
desafíos, retos comunes.
Tenemos que evitar, en primera instancia, que los ámbitos diferentes
entre el Estado y la Iglesia vuelvan a convertirse artificial y erróneamente en puntos de enfrentamiento o de conflictos entre gobierno e Iglesia.
Tenemos que reconocer los ámbitos diferentes de acción y utilizar los
mecanismos del Estado de Derecho —con todas las limitaciones que nos
da el proceso político moderno en México— para, justamente, hacer un
frente común en defensa y respeto a la unidad nacional, la pluralidad social, la independencia. En suma, la libertad del individuo y la protección
de los jóvenes y niños de nuestro país.
RELACIÓN IGLESIAS-ESTADO EN MÉXICO
379
Creo que eso es fundamental, a diferencia de lo que está sucediendo en
el Medio Oriente, o más cercana y peligrosamente, lo que está sucediendo en Estados Unidos, con todo y a pesar de la influencia que como país
tiene en lo cultural y en lo social sobre México, en donde se están dando
manifestaciones de esas guerras culturales que se encuentran dividiendo,
como pocos temas lo hacen, a la sociedad estadounidense.
Debemos, entonces, definir objetivos comunes que trasciendan en las
actividades particulares y en puntos concretos, como la educación, y definir que existen bases con la modernidad y desafíos que debemos enfrentar conjuntamente. En otras palabras, destacaría la importancia tan
grande de que podamos establecer un marco de diálogos de las distintas
fuerzas políticas y, fundamentalmente, entre la órbita del Estado y la órbita de las Iglesias, en el ámbito de la comunicación, de los derechos ciudadanos, de la educación, en el ámbito dinámico como el fenómeno de la
migración, aunado a la propia lucha política, o a las dificultades, sino es
que crisis económica, que aquejan a distintos sectores de nuestro país. Por
ello, nuevamente creo que las Iglesias y el Estado tenemos desafíos comunes.
Hoy vemos cómo también en el ámbito religioso y cultural México ha
consolidado su pluralidad, incluso en estados como en el que participo
políticamente, que es Chiapas, en donde los riesgos de violencia religiosa
dividieron a la región de los Altos, Norte y Selva del estado, y se tradujeron en violencia física y material, por lo que no podemos permitirnos
caminar nuevamente por ese cause. Existe hoy una dinámica en Chiapas,
como en el sureste entero del país y en otras regiones del país, por competencias de enfoque culturalmente diferentes.
Esos fenómenos, a partir de su propio interés, tienen la posibilidad de
evaluarlos e intentar magnificarlos o no, pero desde un punto de vista más
general tenemos la obligación de darle un marco de convivencia de diálogo y de derecho para evitar que se salgan de su cause y provoquen
nuevas facturas, ya que nuestro país no ha estado exento del desafío de
las transformaciones mundiales en distintos ámbitos.
Tenemos que encontrar, entonces, nuevas formas de diálogo dentro de
la ley, pero que tampoco se circunscriba estrictamente a ella, por lo que
esa misma ley necesita comprender las transformaciones sociales y culturales, incluso, con un dinamismo que nunca nos hubiéramos imaginado, está hoy caracterizando al mundo y, por consecuencia, a México.
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EMILIO ZEBADÚA GONZÁLEZ
Finalmente, reitero que desde la perspectiva de un partido político-como lo es el Partido de la Revolución Democrática, que está comprometido con el Estado de Derecho, que gobierna y tiene intenciones de gobernar, en que resulta fundamental poner en el centro de nuestros esfuerzos
al Estado de Derecho y, paralelamente a ello, una concepción de cómo
está cambiando la sociedad para hacerlos compatibles y adecuarlos a los
retos del siglo XXI.
TAREAS CONJUNTAS ENTRE ESTADO E IGLESIAS
Manuel Ángel NÚÑEZ SOTO*
Agradezco a todos los organizadores de este Congreso, que para todos nosotros resulta una iniciativa muy importante, muy positiva para los tiempos que estamos viviendo y para la necesidad de llevar a la sociedad temas
fundamentales como la relación Estado-Iglesia y comenzar a construir el
México del siglo XXI que reclaman todas las mujeres y hombres de este
país.
Entre académicos y operadores políticos existe un acuerdo de que la
realidad contemporánea demanda un nuevo modelo para las relaciones
Iglesias-Estado en el siglo que comienza.
El pluralismo religioso ofrece, desde su punto de vista, un conjunto de
posibilidades de encuentro mucho más amplias que la estricta separación
que dominó en el siglo XX. La estricta separación, argumentan, no garantiza la neutralidad del Estado, debido a que favorece la secularización
sobre cualquier religión o postura metafísica.
Éste es el origen de la confrontación entre las Iglesias y el Estado, debido a que la secularización es en sí misma una postura que le impide
mantenerse neutral. La solución ideal sugeriría que cualquier organización —sea secular o religiosa— recibiera el mismo apoyo del Estado para garantizar la libertad religiosa.
El dilema del Estado contemporáneo se debate entre la preservación
de una idea anticuada de la laicidad y la exigencia del respeto a los derechos de sus ciudadanos.
Esto significa que no existe una correspondencia entre el marco que regula las relaciones Iglesias-Estado, y la obligación que tiene este último
* Licenciado en Economía por la UNAM. Se afilió al Partido Revolucionario Institucional en 1968, donde se ha desempeñado en la coordinación ejecutiva de la Secretaría
de Administración y Finanzas del Comité Ejecutivo Nacional.
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MANUEL ÁNGEL NÚÑEZ SOTO
para garantizar que sus ciudadanos ejerzan plenamente su derecho a
creer o no creer.
El mayor impulso para la armonización de estas relaciones proviene de
una sociedad cada vez más consciente y preocupada por un respeto efectivo de los derechos humanos, entre los que se encuentra la libertad religiosa.
Con mayor frecuencia se difunden instrumentos internacionales de
protección a tales derechos, con lo cual se pone en evidencia la dimensión internacional de su efectiva salvaguarda.
Asimismo, las decisiones de instancias supranacionales, como el Tribunal Europeo en materia de libertad religiosa, han contribuido a que la sociedad demande la adaptación de los marcos jurídicos nacionales y se garanticen los medios para una plena manifestación de la libertad de culto.
México está todavía muy lejos de este debate debido al rezago en materia religiosa ocasionado por las tensiones históricas entre la Iglesia católica y el Estado mexicano. La Constitución de 1917 obligaba al Estado a
separarse de cualquier postura religiosa y otorgar servicios públicos seculares, entre ellos, la educación; pero, por otro lado, debía garantizar a todos los ciudadanos la libertad de adherirse y ejercer la religión de su preferencia.
Esta libertad, como cualquier otra, requería la afirmación de derechos
positivos que el Estado no otorgó hasta la promulgación de la Ley de
Asociaciones Religiosas y Culto Público en 1992.
Tras su aprobación, el culto pudo ser abiertamente público; nadie podía ser discriminado por su preferencia religiosa, y las Iglesias recibieron
el reconocimiento jurídico negado durante décadas.
Sin duda, el mayor avance de la ley de 1992 fue la eliminación del anacronismo entre el marco jurídico nacional y las obligaciones internacionales contraídas por el Estado mexicano en relación con la garantía de una
efectiva libertad religiosa.
Sin embargo, tuvieron que pasar otros 11 años para que la ley fuera
reglamentada en 2003, y así avanzar aún más sobre las disposiciones dictadas en 1992.
El retraso, desde luego, respondió a la complejidad de generar disposiciones de carácter general aplicables a todas las religiones y hacerlas acordes a las normas superiores.
En este contexto, ¿cuáles son las tareas pendientes de la relación entre
las Iglesias y el Estado en México?, ¿qué debe reformarse o incluirse en el
TAREAS CONJUNTAS ENTRE ESTADO E IGLESIAS
383
marco regulatorio?, ¿hacia dónde debe girar el debate entre las Iglesias y
el Estado para que México no quede rezagado del concierto internacional?
Un primer punto que debe quedar claro es que los reglamentos tienen
por finalidad precisar a detalle lo dispuesto por una ley expedida sin ir
más allá de lo establecido por el legislador.
En este sentido, hay que diferenciar los retos y temas pendientes que
deben ser legislados, y aquellos que ya legislados carecen de una buena
reglamentación.
Empezaremos por estos últimos: hace falta definir lo relativo al papel
de la objeción de conciencia como garantía de una plena libertad religiosa. Si bien es cierto que los individuos no pueden excusarse de respetar
la ley, basados en el dictamen de su conciencia, continúa habiendo disposiciones que atentan contra el pleno ejercicio de la libertad religiosa
frente a las cuales la objeción personal no es un límite permitido. Debe
entenderse que la objeción de conciencia no es un medio de resistencia
política, como sí lo es la desobediencia civil.
También se requiere disminuir la discrecionalidad del Estado, debido
a que el ordenamiento en cuestión permite que la Secretaría de Gobernación pueda “dictar los criterios administrativos que considere convenientes para la correcta aplicación del reglamento”. Esto abre la posibilidad
de que se exijan aspectos no contemplados en la ley y se vuelva a una situación de indefinición jurídica.
En relación con la comprobación del “notorio arraigo” como condición para la obtención del registro como asociación religiosa, se necesita
definir si sólo es necesario acreditar pruebas testimoniales expedidas por
las autoridades, o si también debe presentarse el correspondiente aviso de
apertura de un inmueble para fines de culto.
En cuanto a la participación de funcionarios públicos en actos religiosos, el reglamento acepta que dichos funcionarios participen “sólo a título
personal y sin ostentar su carácter oficial”, sin embargo, no queda estipulada la manera en que el funcionario puede hacer explícito el abandono
de su investidura.
Otras disposiciones que deben reformarse para asegurar una auténtica
libertad religiosa se refieren a:
— La intervención de la Secretaría de Gobernación en los asuntos internos que las asociaciones religiosas olvidaron enlistar en sus cartas constitutivas.
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MANUEL ÁNGEL NÚÑEZ SOTO
— La omisión del derecho a la asistencia espiritual en establecimientos militares.
— La intervención de la Secretaría de Gobernación como “amigable
componedor” en desavenencias internas de las Iglesias, contradiciendo con ello las facultades constitucionales que restringen su tarea a la esfera pública.
— Que la Secretaría de Gobernación defina y especifique claramente
las “funciones auxiliares” de las entidades federativas desde su reglamentación.
— La necesaria tipificación de delitos contra la libertad de conciencia
y de ofensa a los sentimientos religiosos.
Finalmente, la tarea que demanda mayor atención por haber quedado
fuera del reglamento de 2003 es el derecho de las asociaciones religiosas
a poseer y administrar medios de comunicación.
La ley de 1992 sólo permitió la difusión de las diversas doctrinas por
medios escritos, contraviniendo así el derecho de las asociaciones religiosas a difundir su credo de manera ilimitada.
El Estado no puede seguir preservando un ordenamiento que coarta la
libertad de expresión religiosa a unos cuantos. Debe reglamentarse el acceso igualitario de las asociaciones religiosas a los medios no escritos para
poder abandonar la contradicción entre unas libertades apegadas a derecho y un marco jurídico que las deniega.
En cuanto a los temas que aún deben ser legislados para una mejor relación entre el Estado y las Iglesias destaca, por su importancia, la adaptación de los tratados internacionales firmados por México y las lagunas
del marco constitucional en relación con las libertades religiosas de los
individuos y las Iglesias.
Debe aclararse la diferencia que existe entre una Iglesia y otros grupos
religiosos, así como la inconveniencia de trasladar una figura del derecho civil —la asociación— al terreno eclesiástico.
Un obstáculo adicional que debe superarse para corregir los rezagos de
tan compleja relación consiste en profundizar los estudios en materia de legislación eclesiástica, erróneamente reducidos a un apéndice del derecho
administrativo.
Sin embargo, el mayor reto que debe afrontarse es armonizar la nueva
realidad de la relación entre el Estado y las Iglesias con una nueva concepción de la laicidad.
TAREAS CONJUNTAS ENTRE ESTADO E IGLESIAS
385
En sistemas democráticos, la laicidad asegura la convivencia armónica
entre individuos de distintas creencias, porque se basa en la defensa de un
conjunto de libertades que no pueden disociarse: libertad de conciencia,
de expresión, de cátedra y, por supuesto, de creencias y culto.
En este sentido, el Estado laico es aquel que garantiza libertad a la
conciencia de sus ciudadanos y la separación es sólo un mecanismo para
asegurarlas. Esto es lo que permite que en la comunidad política convivan creyentes y no creyentes, y por ello es un elemento clave de la vida
democrática, pues al fin coinciden el reconocimiento de derechos fundamentales y la pluralidad.
Debe quedar en el pasado la idea de que el Estado laico significa la
supremacía del Estado sobre las Iglesias, pues lo que hoy prevalece es
una separación entre el Estado y los diferentes grupos religiosos.
La laicidad contemporánea no equivale a la animadversión del Estado
hacia lo religioso, sino al respeto de las autonomías de uno y otro. En este sentido, la legislación mexicana debe aprender a mirar con normalidad
la cooperación entre el Estado y las Iglesias en tanto ambos se sometan
a la ley.
Finalmente, para que México se inserte en el debate actual sobre las
relaciones entre el Estado y las Iglesias, debe superar sus reticencias históricas de desconfianza hacia lo religioso, y apoyar los programas sociales o educativos que garanticen la inserción de todas las creencias religiosas, con el fin de ofrecer un pleno ejercicio de la libertad religiosa y
conservar su neutralidad.
Un primer paso es la garantía que da nuestra Constitución a la tolerancia de la fe, porque la ley no regula los actos que ocurren en la conciencia
personal, sino exclusivamente aquellos actos de culto convocados por las
asociaciones religiosas en espacios públicos.
ÉTICA PÚBLICA Y RESPONSABILIDAD SOCIAL
Carlos GARCÍA FERNÁNDEZ*
En un país como el nuestro, aquejado inveteradamente por la injusticia
social, la ignorancia, la falta de oportunidades en educación y empleo
por parte muy significativa de la población, la reflexión sobre el tema
que nos ocupa no es ni debe ser un simple ejercicio de análisis especulativo, sino que éste ha de traducirse en acción transformadora y subsidiariamente dignificante de la condición humana de todos y cada uno de los
mexicanos. En México, para muchos efectos, vivimos como si los demás
no existieran —en particular los más pobres— y, por ende, no tuviéramos responsabilidad solidaria alguna con ellos.
I. ÉTICA PÚBLICA
Dada la natural condición social de la persona humana, ésta sólo puede
alcanzar su plenitud en la sociedad, sin la cual aquélla no podría siquiera
existir, como tampoco subsistir. Por su parte, la sociedad, como un ser
real accidental (ens in alio) de relación, existe en, por y para las personas
que la integran, sin que se justifique exclusión o discriminación de persona alguna por razón de raza, sexo, religión o nacionalidad. En consecuencia, “para que la sociedad sea de hecho el marco dinámico posibilitador y
alentador de la auténtica humanización, debe realizar el bien común”.1
Todo lo anterior es irrealizable sin un marco ético referencial de actua* Licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana y maestría en Derecho
Comercial Europeo por la Universidad de Bristol, Inglaterra. Actualmente es titular de la
Comisión Federal de Mejora Regulatoria (Cofemer).
1 Efraín González Morfín, Formar personas. Sugerencias y caminos de un pensador, México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 2002, p. 55.
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ÉTICA PÚBLICA Y RESPONSABILIDAD SOCIAL
387
ción, a la luz del cual se actualicen, aquí y ahora, las exigencias propias
del bien común.
Así, la ética pública o social es “la ciencia de las normas concernientes a la actuación moral rectamente ordenada en el dominio social, es decir, a las normas de acción de las formaciones sociales y del individuo,
miembro de dichas formaciones, con relación a ellas. Las normas de la ética social han de extraerse de la esencia del hombre como ser social (ens
sociale) y de las formaciones sociales fundadas en esta esencia”2 (e. g. familia, municipio, estado o provincia, nación, comunidad internacional).
En términos de la relación persona individual-sociedad, el solidarismo
nos ofrece las normas morales básicas o principios fundamentales del orden social, a saber: la dignidad humana, la solidaridad, la subsidiariedad,
el bien común y la justicia.
1. La dignidad humana
La dignidad humana implica el respeto irrestricto a la persona humana
por el hecho de ser persona y a partir del momento de su concepción
(conviene tener presentes diversos instrumentos jurídicos internacionales
que van desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, hasta otros más puntuales sobre el particular, como es el caso de la Convención Americana
de Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica).
La protección incondicional de la vida humana es exigencia primigenia
permanente del bien común en la vida social. El derecho de la persona humana sobre su propia vida es su primer derecho, que existe en sí y no se
constituye o comienza a existir gracias al reconocimiento por parte de los
demás: este derecho primigenio es anterior a cualquier reconocimiento social prescindiendo del grado de unanimidad o discrepancia.3
No deja de ser notable que en la llamada posmodernidad haya una explicable insistencia en el tema de los derechos humanos, pero sin que se
2 Walter Brugger, Diccionario de Filosofía, 14a. ed., Barcelona, Editorial Herder,
2000, p. 225.
3 Efraín González Morfín, op. cit., nota 1, pp. 57 y 58.
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CARLOS GARCÍA FERNÁNDEZ
pare mientes en los concomitantes deberes humanos: el derecho a la vida
de toda persona humana va inseparablemente acompañado del deber irrestricto de los demás de respetar su dignidad, comenzando por su derecho a
la vida.
2. La solidaridad
La solidaridad, como hecho o realidad en el orden del ser, en la medida
en que la persona individual y la sociedad interdependen, puesto que ambas dimensiones forman parte esencial de la naturaleza humana (i. e. individual y social), es asimismo un principio social cohesionador o unificador de inteligencias y voluntades con vistas al bien común: todos para
uno y uno para todos. Cuan lejana suena esta frase de dichos tan perversamente nacionales como: “el que no tranza, no avanza”; “el que tiene
más saliva, traga más pinole”; “el que pega primero, pega dos veces”; etcétera. Las sociedades son tan fuertes y vigorosas como sólida es la amalgama axiológica que en la vida diaria las cohesiona.
3. La subsidiariedad
Por su parte, la subsidiariedad no es sino la solidaridad entre desiguales:
si bien es cierto que hay una igualdad esencial entre las personas, la
esencia que somos se “fulaniza”, “sutaniza” o “perenganiza” en personas
concretas con características individuales diferenciadas: estatura, peso, nacionalidad, color de piel, habilidades físicas o intelectuales, gustos, nivel
socioeconómico o educativo, poder político, etcétera. Todo ello no sólo
permite la complementariedad entre personas, asociaciones, empresas,
instituciones y/o grupos, sino que exige o reclama, desde el punto de vista de la moral pública o social, la ayuda mutua.
Sin embargo, es menester enfatizar que tan loable principio requiere,
para su correcta concreción en la realidad, que el subsidiado (quien recibe la ayuda o subsidio) haya hecho su mayor esfuerzo, y sólo entonces,
de manera transitoria y con el ánimo de que ya no requiera más ayuda de
esa naturaleza y se convierta a su vez en portador de ayuda a terceros bajo la misma dinámica de signo positivo, el subsidiante (quien presta el
apoyo o ayuda) debe moralmente ser subsidiario: ayúdate que yo te ayu-
ÉTICA PÚBLICA Y RESPONSABILIDAD SOCIAL
389
daré. Nada más pernicioso y contrario al principio de subsidiariedad que
el paternalismo, tan popular en México: rentas o dádivas desperdiciadas
por décadas sin ton ni son a cambio, por ejemplo, de votos, mismas que a
veces no ayudan a paliar siquiera el problema de que se trata. Por fortuna, comienzan a emerger en México voces y esfuerzos de la sociedad y
políticas públicas gubernamentales (e. g. el programa “Oportunidades”)
que parten de la premisa correcta y que, en su instrumentación, atienden
las exigencias del principio social en comento.
4. El bien común
La norma moral social fundamental del bien común es el conjunto de
condiciones materiales y espirituales que permiten y favorecen el pleno
desarrollo de la persona en la sociedad. Por ejemplo, si considero que la
casa, el vestido, el sustento, la educación, el empleo, la salud, la seguridad, la legalidad y el esparcimiento son, entre otros, bienes que contribuyen al pleno desarrollo de mi condición humana individual y social, qué
mejor que, englobados bajo el principio del bien común, pudiésemos hacer de ellos el más común de los bienes para todos nuestros compatriotas, especialmente para quienes carecen de ellos.
Por cierto que
El derecho es la forma que debe tomar la moral para realizar el bien común, a regular preferentemente los aspectos externos de la convivencia
del hombre en sociedad. Para ser congruente con su propia esencia, la moral debe hacerse derecho con el fin de respetar y promover de manera jurídica el bien común en la vida social. En sentido fundamental, las normas
jurídicas positivas son normas morales que, por exigencia de su propia
esencia moral, adquieren características o limitaciones determinadas para
regular la convivencia humana desde el ángulo del bien común.4
En consecuencia, es inadmisible que en una sociedad los gobernados
no observen el rostro externo de la ética pública o social que es el derecho, o que los gobernantes incumplan o no hagan cumplir a aquéllos las
normas jurídicas vigentes (i. e. la legalidad), puesto que así se socava
4
Ibidem, p. 55.
390
CARLOS GARCÍA FERNÁNDEZ
gravemente tanto el Estado de Derecho como el bien común debido a la
sociedad. ¿Qué decir de México a este respecto?
5. La justicia
La justicia, como decía don Miguel Villoro Toranzo, es “una vivencia”;
es una experiencia que incluso los niños conocen y aprenden: todo mundo, en mayor o menor medida, sabe lo que es una acción justa y sabe diferenciarla, a partir de una dosis básica de sentido común, de otra que resulta injusta. O, con mayor precisión, como decía el jurista Ihering: “Yo
no sé hacer zapatos, ni trajes, ni leyes, ni reglamentos, pero sí puedo saber, con mi conciencia moral y mi sentido común, cuáles me quedan
bien”.5
La justicia es la virtud moral de la vida social por excelencia, puesto
que, a la luz de ella, nos vemos colocados frente al otro a quien debemos
dar lo suyo, lo que le pertenece, lo justo objetivo: la cosa o conducta (acción u omisión) que le es debida. Es, como decía Luypen, “un mínimo de
amor socialmente exigible” o, como apunta don Efraín González Morfín:
“es elemento esencial en la estructura moral básica de la conducta humana”.6 La justicia como objeto del derecho tiene una doble vertiente: lo
justo objetivo, que debe ser consagrado y tutelado por la norma jurídica
(derecho objetivo), y la facultad de quien exige lo justo con derecho (derecho subjetivo).
Con prescindencia de la práctica de la virtud moral cardinal (cardus o
gozne sobre el que gira la vida moral) por parte de personas concretas, es
evidente que el derecho reclama la fuerza o coacción para ser eficaz, puesto que,
sin negar la prioridad del cumplimiento voluntario de las obligaciones, ni
la importancia de la conducta moral personal, busca ante todo el bien común de la sociedad mediante la atribución de lo justo objetivamente debido. Las normas jurídicas prohíben el mal y exigen el bien en la medida
exigida por el bien común. Por tanto, el orden jurídico es necesario, pero
no suficiente, para la plenitud moral de la vida humana. El derecho es moral autolimitada.7
5
6
7
Ibidem, p. 60.
Idem.
Ibidem, p. 61.
ÉTICA PÚBLICA Y RESPONSABILIDAD SOCIAL
391
La anterior reflexión pone de manifiesto la íntima relación entre el bien
común y la justicia, como normas morales o principios básicos del orden
social, cuya realización es primordial pero no exclusiva del derecho.
II. RESPONSABILIDAD SOCIAL
En relación con lo antes expuesto, la responsabilidad aparece como una
consecuencia evidente de los principios y normas ético-social-jurídicas
fundamentales, es, en suma, la obligación de responder a quien nos interpela con derecho. Implica la aceptación y asunción de las consecuencias
de nuestros actos realizados con conciencia y voluntad libres, entendiendo
a la libertad como el automovimiento de la voluntad iluminada por el entendimiento. “La responsabilidad es una consecuencia necesaria de la libertad de la voluntad y de la imputabilidad fundada en ella. En virtud de
ésta, la persona moral, como causa decisiva de su obrar bueno y malo,
debe responder de sus actos.”8 Se traduce, por ejemplo, en el cumplimiento de la palabra empeñada, en la observancia de los contratos, en el
apego de la actuación de gobernantes y gobernados por igual a la legalidad, en el respeto a los tratados internacionales.
Como apunta don Efraín González Morfín:
La responsabilidad es una realidad esencial en la moral y en el derecho.
Tanto las normas éticas como las jurídicas presuponen necesariamente que
las personas tienen capacidad y deber de ser responsables: estas normas
además, exigen y promueven la práctica de la responsabilidad en todos los
campos de la conducta humana. Hay niveles éticos y jurídicos de la responsabilidad, que se relacionan estrechamente entre sí. Las normas jurídicas auténticas son en sí mismas medidas reguladoras y obligatorias en
conciencia. De dentro de la conciencia nace el respeto al derecho. Si la vida interior de la conciencia es débil, no se respetarán en sí mismas las normas jurídicas como medios para el bien común sino, a lo más, se dará la
observancia externa por miedo al castigo y en la medida en que sea eficaz
la fuerza coactiva.9
De ahí la enorme importancia de la educación, no sólo como mera adquisición de conocimientos técnicos o científicos por parte del educando,
8
9
Walter Brugger, op. cit., nota 2, pp. 484 y 485.
Efraín González Morfín, op. cit., nota 1, pp. 61 y 62.
392
CARLOS GARCÍA FERNÁNDEZ
sino también como formación de la conciencia moral de la ciudadanía en
principios y valores morales esenciales, incluidos los de carácter social.
No es extraño que en un país con tan mediocre nivel educativo como el
nuestro, expresiones tales como legalidad, transparencia y Estado de Derecho estén apenas tomando carta de ciudadanía en el lenguaje cotidiano,
o que conceptos como el de accountability (i. e. rendición de cuentas) ni
siquiera gocen de una traducción al castellano en una palabra. En este escenario, ¿qué decir de la transposición de un lenguaje prácticamente inexistente a la convivencia social, para que ésta sea ordenada y justa y, en
la realización del bien común, tenga como fruto la paz?
“El solidarismo, con su principio jurídico de la solidaridad, lleva al
punto central la existencia, decisiva y grave como la experiencia enseña,
de la ética social: la responsabilidad de cada individuo, en lo que está de
su parte, con respecto al todo”.10 Sólo así, sin masoquismos morbosos y
autocomplacientes, nuestra patria podrá acoger y retener a todos sus hijos,
ofreciéndoles las oportunidades que a lo largo de múltiples generaciones
les han sido negadas en términos de la justa exigencia del bien común.
El reto está tanto en la patria que vamos a heredar a nuestros hijos como en los hijos que heredaremos a México.
10
Walter Brugger, op. cit., nota 2, p. 225.
CONCLUSIONES
SÍNTESIS TEMÁTICA
José Manuel VELASCO ARZAC*
Este Congreso:
— Representa una oportunidad histórica para avanzar en la democracia que estamos construyendo, pues, a pesar de los cambios en la
Constitución (1992), permanecen algunos atavismos.
— Como la libertad de expresión o la libertad de pensamiento, la libertad religiosa es un derecho natural, inalienable, de cualquier individuo; pero la libertad religiosa es un derecho fundamental.
— La Constitución Política no otorga derechos, pues éstos son naturales del hombre; sino que garantiza el ejercicio de los mismos.
— El laicismo como autonomía de lo civil y lo político respecto de lo
religioso y eclesiástico no implica que ninguna de las dos esferas
quede desvinculada del orden ético universal.
— México ratifica su compromiso con la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, en la que se consagra el derecho a la libertad de conciencia y de religión, así como su libre expresión en lo
individual y en lo colectivo.
— La comunidad católica, en particular, y las religiones en general,
quieren colaborar para lograr la convivencia armónica de la sociedad; no piden privilegios, sino ejercer el derecho inalienable de
cualquier ser humano. Y no pueden verse marginadas, pues son una
parte de la sociedad que puede iluminar el trabajo de la misma.
— “No quería perder la totalidad de la memoria. Por eso el hombre se
dirigió a la orilla del pueblo y escribió en el suelo: ‘Macondo’, para
* Hermano marista. Realizó la Maestría en Educación en la Universidad La Salle
Benavente. Actualmente es presidente de la Confederación Nacional de Escuelas Particulares.
395
396
JOSÉ MANUEL VELASCO ARZAC
jamás olvidar sus raíces. Después encaminó sus pasos al centro del
poblado y ahí escribió: ‘Dios’, para nunca olvidar a dónde lo encamina su corazón” (Gabriel García Márquez, Cien años de soledad).
— Deseamos adquirir un nuevo espíritu que trascienda las experiencias y expresiones históricas, en pro de los principios éticos. Una
auténtica conversión del corazón.
— Con concordia, lo mínimo crece. Con discordia lo máximo fenece.
1. Conceptos
A lo largo del Congreso se fueron clarificando algunos conceptos, lo cual
ha permitido y permitirá un diálogo más transparente.
— Iglesia: la comunidad de los fieles bautizados que creen y profesan
la fe en Jesucristo, su doctrina y la practican, lo que implica una ética de vida, ciertos actos de culto y la obediencia a los dirigentes de
su confesión. El pueblo de Dios.
— Iglesia es la jerarquía (en desuso).
— Religiones antiguas: conjunto de fieles que profesan la fe en el Dios
que creó al mundo y envía a sus profetas, y manifiestan su compromiso con una ley de vida y con prácticas religiosas.
— Sectas: grupos religiosos, separados de alguna de las Iglesias, que
profesan una parte de las verdades que aquélla enseña.
— Otros grupos: religiosos o que se ostentan como tales y que pudieran perseguir otros fines.
— Clasificación: la dependencia oficial responsable de las Asociaciones Religiosas (AR) no tiene una clasificación clara; por lo que,
para “ser AR” basta obtener el registro oficial, sin que sea necesario
poseer determinadas características. Las Iglesias son muchas y diversas, lo que hace complejo su entendimiento.
— Laico: que no es sacerdote; independiente de cualquier confesión
religiosa.
— Laicismo: doctrina que defiende la autonomía del hombre frente a
cualquier confesión religiosa. Ideología que pretende liberar al Estado del clericalismo.
— Laicidad (galicismo): condición del Estado que se abstiene de intervenir en los asuntos de las Iglesias pero garantiza la libertad re-
SÍNTESIS TEMÁTICA
—
—
—
—
—
—
397
ligiosa de los ciudadanos. México ha demostrado su deseo de ser
democrático y laico, pero la laicidad del Estado es auténtica cuando facilita un ambiente político para la práctica religiosa.
Estado: el conjunto de los ciudadanos y sus autoridades. El gobierno de un país.
Estado laico: el gobierno que es autónomo de cualquier confesión
religiosa. El que se opone a cualquier doctrina religiosa. El que tolera las diversas confesiones religiosas. El que permite la existencia de las Iglesias. El que garantiza y promueve la libertad religiosa de todos los ciudadanos.
Sociedad civil: el conjunto de los ciudadanos que sin participar del
poder político ni del poder económico, con su trabajo y participación, sostienen la vida del Estado o de la nación.
Libertad de creer: profesar la creencia religiosa que más le agrade.
Libertad de cultos: manifestar libremente adoración a Dios, pero
como única manifestación de religión; practicar las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan
un delito o falta penados por la ley.
Libertad religiosa: la garantía de plena libertad para creer y profesar la propia fe en la vida cotidiana, manifestar en todos los actos
el código ético que se asume libremente y el culto privado y público a Dios.
2. Tareas del Estado
— Promover el bien común de todos los miembros del Estado.
— Promover la dignidad de la persona humana, origen, centro y fin
del Estado.
— Favorecer la formación integral de los ciudadanos.
— Garantizar y promover el ejercicio de las libertades y derechos de
los ciudadanos.
— Construir la vida pública, con la cooperación de los ciudadanos y
grupos de la sociedad misma.
— Que nadie se vea obligado a actuar contra su conciencia o a no actuar conforme a ella.
— Humanizar la convivencia.
398
JOSÉ MANUEL VELASCO ARZAC
— Promover la vivencia de los valores universales del hombre, pues
no hay democracia sin valores, que conllevan una intrínseca dimensión ética.
3. Misión o tareas de las Iglesias
— Anunciar con humildad el Evangelio de Jesús. Difundirlo.
— Buscar su propia identidad.
— Brindar a las personas atención en sus necesidades y exigencias espirituales.
— Centro de acogida, no sólo de culto.
— Ofrecerles la gracia y el auxilio de los sacramentos para favorecer
su desarrollo espiritual.
— Promover la dignidad de la persona humana en su dimensión integral. Cultivar la libertad y la responsabilidad.
— Dar testimonio de la verdad y la honestidad.
— Promover la paz y la justicia.
— Defender los derechos humanos de las personas.
— Promover la eficacia del amor, más allá de la caridad.
— La salvación liberadora por medio de la cruz.
4. El laicismo en México
a) Aspectos históricos:
— A partir de un “complejo de inferioridad” reacciona en contra del
clericalismo; el Estado limita el poder eclesiástico.
— Influido por el anticlericalismo francés y la francmasonería.
— Quita los bienes de la Iglesia para venderlos y pagar los gastos de
la guerra de Texas.
— Retira los derechos a los obispos de la Iglesia y los expulsa del país.
— Admite otras Iglesias y las financia.
— Persigue a los sacerdotes. Expide reglamentos irritantes en contra
de la práctica religiosa.
— Tanto la Iglesia como el Estado proclaman: “Conmigo o contra mí”.
— Ante el sentimiento religioso, sin reformar la ley, “tolera” la práctica religiosa.
SÍNTESIS TEMÁTICA
399
— Se asume la tolerancia como “civilidad”.
— El vuelco histórico de 1992 reconoce cierta personalidad a las Iglesias y constituye un parte aguas.
— Este mismo Congreso por primera vez permite la opinión pública
acerca de ciertos temas tabú.
— No se valora la contribución de las Iglesias a la convivencia de los
ciudadanos y al desarrollo del país.
b) Aspectos jurídicos:
— En la Constitución de 1917 se negaba la personalidad jurídica de
las Iglesias. Hoy se les reconoce, con limitaciones: Actos de culto
dentro de los templos; si es afuera, sólo con un aviso. No pueden
tener medios de comunicación.
— Tampoco transmitir ceremonias sin permiso previo. Es decir, se
discrimina.
— No se reconoce la “objeción de conciencia”.
— La libertad religiosa es una garantía toral. Libertad para asentir,
ausencia de coacción para abrazar una fe.
— El Estado debe perfeccionar las leyes y eliminar las insuficiencias
legales para consagrar explícitamente la libertad religiosa con sus
consecuencias y no ser discriminatorio.
5. Relaciones entre las Iglesias y el Estado laico
en diversos campos
1) Comunicación.
2) Cultura.
3) Demografía.
4) Derechos humanos.
5) Dimensión ética de la vida.
6) Economía.
7) Educación.
8) Investigación científica.
9) Libertad religiosa.
10) Mexicanidad.
11) Objeción de conciencia.
400
JOSÉ MANUEL VELASCO ARZAC
12) Política.
13) Sexualidad humana.
14) Vida.
a) Comunicación:
— La finalidad de los medios de comunicación es informar, formar,
entretener, instruir.
— Tienen una responsabilidad ética y social ineludible, pues forman
opinión y forman la conciencia. Pero han olvidado o traicionado
su cometido ético, los valores y las buenas costumbres, en la búsqueda del rating.
— Los medios no deben perder su identidad en la sociedad civil y convertirse en una esfera política o económica, porque distorsionan su
función social.
— Todos los ciudadanos tienen libertad de expresión, pero se discrimina a los ciudadanos que son ministros de culto. Deben permitir
la participación equitativa de todos.
— Los medios penetran, encantan, seducen, forman (o deforman).
— Las Iglesias deben utilizar los medios para difundir un mensaje
profundo y claro, sencillo e interesante, amable, entusiasmador y
vivificante.
— Somos consumidores automatizados y acríticos de los medios de
comunicación social, perdimos la criticidad. Debemos recuperarla.
b) Cultura:
— La cultura es el modo particular de cultivar la relación con la naturaleza, entre sí y con Dios, que lleva a la plena dimensión humana.
— El diálogo entre fe y cultura es indispensable.
— La nueva subjetividad muestra su mediocridad, pobreza, egocentrismo, egoísmo, porque carece de interlocutor de altura.
— Cuando la fe y la cultura se separan, ambas se empobrecen: nihilismo, vacuidad, esterilidad, caducidad.
— Cuando se reúnen salen ganando: se complementan, dan sentido a
la vida.
— Este diálogo requiere humildad, confianza, un lenguaje que evita
el radicalismo, ética, autocomprensión.
SÍNTESIS TEMÁTICA
401
— Este diálogo impide la permanencia estéril e impulsa el cambio, la
vida.
c) Demografía:
— No se expresaron pronunciamientos acerca de este tema.
d) Derechos humanos:
— Son anteriores al Estado mismo.
— Son naturales, inalienables, reconocidos por el Estado que debe garantizarlos.
— El derecho fundamental es el de la libertad religiosa.
— El Estado laico debe ser garante de los derechos humanos.
— La Iglesia los asume como expresión de su misión porque concede
un dimensión trascendente a la dignidad de la persona humana.
e) Dimensión ética de la vida:
— La ética humana se orienta a la dignidad de la persona y al bien común.
— El mínimo ético es el derecho, la ley. Permite la coexistencia social.
Busquemos los máximos.
— Cuando solamente se recuerdan las sanciones se olvida el motivo
de la ley.
— La ética sólida se conseguirá mediante la transformación social.
— La ética pública no es sólo responsabilidad de los gobernantes; también de los gobernados.
— Cada instancia social permite generar un código de ética que se perfecciona gradualmente.
f) Economía y vocación empresarial:
— El desarrollo económico se fundamenta en la necesidad de satisfacer las necesidades de la vida.
— Debe colocar a la persona en el centro de su actividad y promover
su dignidad a través de los bienes y servicios.
— Enfrenta desafíos, como el consumismo y la avaricia.
402
JOSÉ MANUEL VELASCO ARZAC
— Puede ocasionar las tentaciones y deformaciones de la abundancia.
— Debe formarse a los empresarios, creyentes o no, para que trabajen
con sentido ético.
g) Educación:
— Es responsabilidad y derecho de los padres de familia.
— No existe auténtica libertad de educación, porque el que la ejerce
debe pagar por ello.
— Desde hace 500 años la Iglesia ha participado en la educación y
formación de México, desde las regiones marginadas, a través de
los laicos, de los religiosos y religiosas y de los sacerdotes.
— La educación “religiosa” no consiste sólo en la educación en y con
valores.
— El Estado ha realizado una intromisión en la tarea educativa de la
sociedad.
— ¿Quién garantiza su prudencia y equilibrio? En algunos países, conforme a sus leyes y acuerdos o concordatos, el Estado promueve la
educación religiosa.
— La carencia de maestros constituye la más grave dificultad.
h) Investigación científica:
— La investigación científica ha sido promovida por la Iglesia.
— La finalidad de la ciencia debe ser siempre la dignidad de la persona humana.
— La pastoral de la inteligencia muestra que la fe no le teme a la razón; ni la razón tiene por qué temerle a la fe.
— El diálogo de la ciencia solo consigo comporta una endogamia. Debe escuchar la voz de la filosofía, de la experiencia.
— Se debe otorgar la primacía de la verdad humana a la revelada en
Cristo. Reconocer la dimensión moral de la ciencia y de sus aplicaciones.
i) Libertad religiosa:
— Es un derecho fundamental que exige y comprende la libertad de
conciencia, de expresión, de asociación, de educación.
SÍNTESIS TEMÁTICA
403
— La libertad religiosa puede garantizar la paz mundial, porque es un
elemento fundamental de unidad.
— La intolerancia religiosa ha causado guerras.
— Comprende el derecho, no sólo a practicar el culto sino a vivir la
ética inspirada en la religión, a establecer instituciones benéficas,
a escribir y difundir la religión, a recibir contribuciones voluntarias,
etcétera.
— No puede ser limitada.
— México ha firmado acuerdos, declaraciones y convenciones a las
que no se les ha dado validez en nuestro país.
j) Mexicanidad:
— Nuestra cultura ha sido engrandecida por la acción de la Iglesia.
— Entre los mexicas la religión era su alma; también entre los españoles.
— La Iglesia ha formado el corazón del pueblo de México.
— Participó activamente en la lucha de Independencia.
— Debemos purificar la memoria histórica para no repetir los errores
del pasado.
k) Objeción de conciencia:
— El reconocimiento de la supremacía de Dios, único que puede exigir obediencia, significa que las leyes de los hombres están supeditadas. Por ello, por sumisión a Dios, se presenta a cada persona la
disyuntiva: Dios o los hombres, que se traduce en la “objeción de
conciencia”.
— Un Estado laico inteligente se abstiene de legislar en contra de las
convicciones religiosas de sus ciudadanos.
— El reconocimiento público de la ética religiosa común es reconocer objetivamente los derechos humanos fundamentales.
l) Política:
— Los políticos deben escuchar la voz de su conciencia. Su actuación, en ocasiones, no concuerda con la enseñanza total de la Iglesia, lo que genera un relativismo moral.
404
JOSÉ MANUEL VELASCO ARZAC
— En Estados Unidos esta falta de compromiso e identidad ha generado controversias importantes.
m) Sexualidad humana:
— Otro de los temas que no se tocaron, a pesar de los temas controvertidos de la absoluta libertad en el ejercicio de la sexualidad de
los adolescentes que se discute en la Cámara.
n) Vida. La bioética es también competencia del magisterio:
— Por la ley natural, conjunto de leyes morales de razón.
— Por la dignidad de la persona humana y sus derechos, de los cuales
el primero es la vida.
— Porque su misión es evangelizar, es decir, promover el amor a la
persona. Todo lo cual se resume en el respeto racional a todo ser
humano.
6. Tareas pendientes
— Mejorar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
y la Ley Reglamentaria de las Asociaciones Religiosas.
— Clasificar los diversos tipos de AR en la Secretaría de Gobernación.
Establecer un organismo independiente del gobierno para su registro y atención. Capacitar a las personas que atienden las AR para
que comprendan de qué se trata.
— Facilitar a los medios de comunicación social la plena libertad para ser utilizados por las AR.
— Promover el diálogo permanente entre las Iglesias y el Estado mexicano.
La conclusión también se dijo en el Congreso: el deporte no está prohibido por la Constitución ni tiene una ley reglamentaria: existe. El Estado mexicano, conciente de su importancia, alienta la práctica del deporte. Para ello, no sólo no lo estorba, sino que, entre otras acciones:
a) Tiene programas para alentarlo.
b) Promueve su práctica.
SÍNTESIS TEMÁTICA
405
c) Construye instalaciones deportivas bien dotadas de todos los elementos indispensables, de acuerdo con las preferencias de los deportistas.
d) Difunde los diversos deportes a través de la educación.
e) Premia a los deportistas destacados.
f) Permite el libre tránsito de los deportistas extranjeros y de los entrenadores.
¿No es más útil, importante y trascendente la religión? Es de mayor
consecuencia para el orden, la justicia, la libertad, la paz, el respeto entre
todos los mexicanos, y más barata.
El Estado mexicano manifestaría que reconoce verdaderamente los derechos fundamentales de la persona humana y su dignidad plena.
406
PALABRAS CONCLUSIVAS
Álvaro CASTRO ESTRADA*
En primer lugar, a nombre del secretario de Gobernación, licenciado Carlos María Abascal Carranza, expreso un merecido reconocimiento a cada
una de las instituciones que hicieron posible este significativo “Primer
Congreso Internacional sobre Iglesias, Estado Laico y Sociedad”.
Nuestro reconocimiento al Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc); a la Fundación Konrad Adenauer México; a la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos; al Instituto Acton, y, desde luego, al
Departamento Episcopal sobre Relaciones Iglesia-Estado, dignamente dirigido por monseñor Abelardo Alvarado Alcántara.
Reciban el agradecimiento de la Secretaría de Gobernación por su amable invitación a este Congreso.
También, deseo externar un merecido reconocimiento a los expositores, nacionales y extranjeros, que se dieron tiempo para venir y compartir sus análisis y opiniones respecto de tan significativos temas para el
mundo contemporáneo, y para nuestro país en particular.
Han sido varios días de intensas jornadas, que han contado con una nutrida audiencia, donde la activa participación de hombres y mujeres, interesados y conocedores de los temas, se ha hecho patente.
A veces, ello puede parecer y resultar muy agotador, pero vale la pena, como se ha podido constatar.
Lo que le da vida a este tipo de foros es —a fin de cuentas— la participación de la gente, porque no se trata de meros monólogos, por el contrario, en este Congreso ha sido notable la riqueza y el intercambio de
* Licenciado en Derecho por la Escuela Libre de Derecho. Actualmente es catedrático de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho de la UNAM, y director general de Asociaciones Religiosas de la Secretaría de Gobernación.
406
PALABRAS CONCLUSIVAS
407
puntos de vista que arrojan siempre nuevos elementos a la disertación, independientemente de que estemos o no de acuerdo.
De ahí el valor de los coloquios, por eso —desde un principio— saludamos la idea de que se llevara a cabo este Congreso.
Al repasar el temario que aquí se desahogó durante estos fructíferos
días, aunado a la calidad de los ponentes, mi impresión fue la certeza del
éxito de este importante acto.
Decimos esto en virtud de que los trabajos —ricos y muy variados—
que se abordaron abarcaron distintas e importantes esferas de la proyección de la libertad religiosa en la vida pública de nuestras sociedades.
Esto, en sí mismo, resulta muy significativo y, más aún, cuando además se da paso al diálogo con autoridades gubernamentales, como en este caso.
Como bien apuntó el secretario de Gobernación, licenciado Carlos María Abascal Carranza, durante la sesión inaugural de este Congreso, y lo
cito: “...en lo entramado de las relaciones entre las Iglesias y el Estado
laico y la sociedad, se encuentra comprometida la libertad de la persona
humana”.
En efecto, el desarrollo de las buenas relaciones con las Iglesias en
nuestro país ha sido favorecida, diría yo apuntalada incluso, a partir de
una mejor tutela y protección del derecho de libertad religiosa.
Sabemos que las Iglesias son uno de los principales guardianes del derecho humano fundamental de libertad religiosa y, por tanto, resulta necesario e indispensable tener una permanente interlocución para bien de
la sociedad en su conjunto.
Como aquí ha quedado de manifiesto, históricamente hemos vivido en
México una difícil situación en las relaciones Estado-Iglesias. Hemos podido avanzar, es cierto y, en honor a la verdad, lo hemos hecho no sin dificultades.
Se han realizado múltiples acciones, desde diversos sectores y en diferentes tiempos, que han involucrado esfuerzos que sumados han dado como resultado la superación de lamentables periodos de tensión y de desencuentros que nos ha conducido a mejores estadios de convivencia.
Por razones de carácter histórico, principalmente, como se ha apuntado en estos días, vivimos en nuestro país un marcado laicismo que pretendió llevar exclusivamente al interior de los templos la práctica de las
confesiones.
408
ÁLVARO CASTRO ESTRADA
Esto ni se pudo lograr del todo, ni se obtenían beneficios sociales, hay
que reconocerlo. Por el contrario, se generó un retroceso en la evolución
de la tutela del derecho de libertad religiosa que nos dejó a los mexicanos —por mucho tiempo— rezagados de la corriente universal de los derechos humanos.
Afortunadamente, hoy por hoy, nuestra laicidad ha tomado renovados
cauces. A qué me refiero: antes, el laicismo era una doctrina de orientación excluyente; ahora, la laicidad, representa una categoría constitucional de carácter democrático que incorpora en el proyecto de nación a todos los sectores de nuestra sociedad.
Con el laicismo, antes se prohibía realizar actividades educativas a los
agentes religiosos; ahora, nuestra laicidad abre las puertas a las Iglesias
para que participen —y de hecho lo hacen y lo hacen bien— en actividades educativas.
La educación laica impartida por el Estado tiene entre sus fines promover el valor de la justicia, la observancia de la ley y la igualdad de los
individuos ante ésta, así como propiciar el conocimiento y el respeto de
los derechos humanos.
Antes, durante el laicismo, hubo enfrentamientos entre el poder político y sectores eclesiásticos; ahora, bajo el marco de la laicidad, se instrumentan las relaciones del Estado con las Iglesias, bajo principios de diálogo y colaboración, como aquí se ha podido ver.
Con el laicismo se llegó al extremo de llevar a cabo el cese de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede; en cambio, actualmente, se ha dado una apertura notable con el Estado de la ciudad del Vaticano, donde
se ha destacado la acción diplomática por parte del nuncio apostólico, su
excelencia Giuseppe Bertello, acreditado en nuestro país desde 2001.
Antes, la exclusión de las Iglesias del escenario público era una constante con el laicismo; ahora, la participación de los agentes religiosos en
la vida pública del país es parte de lo cotidiano, y eso resulta congruente
con la laicidad.
A diferencia de la exclusión operada durante el laicismo contra los ministros de culto en todo tipo de cuestiones que tuvieran que ver con el
Estado, dentro de la laicidad, se han reconocido derechos políticos, incursionando con ello en la participación de la democracia.
Por todo lo anterior, podemos concluir y afirmar que los mexicanos hemos alcanzado importantes avances en materia religiosa. Mucho de esos
PALABRAS CONCLUSIVAS
409
logros lo vemos traducido en cambios sustanciales que paulatinamente se
van acomodando en el entramado social del país.
Esto es posible, en buena medida, debido al carácter laico del Estado
mexicano, el cual tiene una positiva proyección en el seno mismo de
nuestra sociedad; sobre todo porque representa la condición básica de la
vida en libertad de las personas y los grupos en que éstas se asocian y conviven.
Como lo hemos dicho, por razones históricas muy conocidas, las relaciones Estado-Iglesias en México se han enunciado como difíciles y complejas; incluso, nuestro texto constitucional estableció que tales relaciones debían subordinarse al principio de separación.
En consecuencia, el andamiaje jurídico en materia religiosa se subordina a tal postulado. En realidad, entonces, el principio de libertad religiosa, como derecho humano fundamental, pasó a segundo término.
Nadie niega que las órbitas de competencia del Estado y las Iglesias
sean distintas, aunque nadie tampoco negaría hoy que en las funciones
temporales de ambas existen puntos de contacto y necesidad de colaboración estrecha. Así, es necesario entender esta tarea de colaboración como
un esfuerzo participativo y conjunto de construcción del bien común.
Las Iglesias tienen mucho que aportar para el bienestar espiritual y
material de las personas. Todos sabemos, igualmente, la importante contribución que las Iglesias hacen para edificar el sustrato moral de nuestra
población.
Al Estado le interesa también que su población cuente con una verdadera formación moral, imbuida de valores universales.
Por tanto, un punto de vista más realista sobre esta importante y benéfica relación consiste en establecer una relación respetuosa, institucional
y de colaboración.
Ésta ha sido la posición que el Estado mexicano ha trabajado en construir durante la presente administración. Es cierto que ha habido encuentros y desencuentros. Es cierto también que, en un afán de franca y útil
colaboración, debe prevalecer la prudencia, la madurez y la inteligencia.
La población quiere servidores públicos capacitados y honestos, pero
también hay que reconocer que la población quiere ministros de culto preparados, espirituales y virtuosos. Debemos reconocer, afortunadamente,
que los casos de servidores públicos y de ministros de culto que faltan a
tales ideales de conducta son los menos.
410
ÁLVARO CASTRO ESTRADA
Los ministros de culto verdaderamente comprometidos con su doctrina religiosa, que amen a México y sean respetuosos del Estado de Derecho, son valiosos activos de la nación. Lo mismo se puede decir de las
Iglesias y agrupaciones religiosas.
Debemos, igualmente, reconocer que, en alguna medida, las posiciones meramente dogmáticas, protagónicas y las excepcionales desviaciones
en los comportamientos de algunos ministros de culto han generado actitudes anticlericales profundas entre diversas personas, así como un concepto erróneo de laicidad, no como posición aconfesional sino antirreligiosa.
La actividad genuinamente política consiste en un conjunto de acciones tendientes a la construcción del bien de la colectividad.
El secretario de Gobernación, Abascal Carranza, durante la celebración
del “Día Internacional para la Tolerancia”, enfatizó que “la vida electoral
ya inminente de México reclama una gran tolerancia y magnanimidad de
parte de todos los actores”, y exhortó a que todos nos comprometamos
“en esta singular hora de México, a practicar la tolerancia en todas sus
expresiones, en la política en particular, para que la democracia mexicana salga fortalecida del proceso electoral de 2006”.
En esta magna tarea, todos los actores sociales estamos comprometidos. Las Iglesias, que trabajan por el bienestar integral del hombre, no
pueden estar completamente ajenas a este propósito político, siempre y
cuando, en materia electoral, se abstengan de inducir a específicas posiciones partidistas.
En México, sociedad y gobierno, hemos alcanzado importantes avances en materia religiosa. Ahora nuestra sociedad es más plural, más madura, más participativa y más democrática.
En la manera que se fortalezcan la sociedad civil y las instituciones académicas y de investigación, México se verá más favorecido con las aportaciones que éstas desarrollan al efecto.
No basta con saber que en el valor y la dignidad de la persona humana
descansa el derecho de libertad religiosa, una de las piedras angulares de
nuestro régimen de libertades.
Debemos ir más allá. Por ello, a partir del reconocimiento del aporte
sociocultural de las religiones, en la Secretaría de Gobernación hemos
impulsado diversas acciones con el propósito de promover un clima propicio para la coexistencia pacífica de nuestra rica pluralidad religiosa,
como lo exige nuestra condición laica.
PALABRAS CONCLUSIVAS
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El gobierno del presidente Vicente Fox Quesada ha seguido una política continua de promoción y defensa de los derechos humanos.
Por lo que hace a la libertad religiosa en México, es de reconocerse que
existe y está vigente, sin perjuicio de reconocerse también que existen algunas limitaciones que merecen un estudio cuidadoso y desapasionado, en
busca de identificar nuevos avances a partir de la consideración que el derecho internacional de los derechos humanos ha logrado en esta materia.
En esta reflexión seria que México merece, debe, evidentemente, tomarse en cuenta lo mejor de las lecciones de nuestra historia, pero también nuestros renovados anhelos de un mejor México para el porvenir.
Si bien es importante conocer y considerar nuestro pasado, también lo
es la necesidad de hacer conciencia de hacia dónde queremos llevar a México en materia de derechos humanos, particularmente en lo relativo a la
libertad religiosa. Es aquí donde reside la valía de este magnífico Congreso.
Precisamente, la diversidad de actores y opiniones provenientes de diversos sectores de la sociedad permite que un tema sea visto y entendido
de diferentes maneras.
Al margen de valorar positivamente los avances cosechados hasta la
fecha, se deben seguir revisando y analizando algunos temas con miras a
consolidar una deseable y óptima tutela de la libertad religiosa en México.
Por ello, la Secretaría de Gobernación ha reiterado su apertura para analizar con los distintos actores de la sociedad mexicana aquellos temas
pendientes que, a nivel legislativo, podemos avanzar en esta materia.
La objeción de conciencia, la apertura en medios de comunicación electrónica para las asociaciones religiosas y la disminución de trámites administrativos a cargo de las mismas son temas —por ejemplo— que por
su relevancia merecen ser ampliamente analizados de manera conjunta.
Esta revisión debemos afrontarla con toda apertura, pero también con
toda responsabilidad y con toda pertinencia, porque son temas muy sensibles para los mexicanos.
Foros como éste, caracterizados por la apertura y la pluralidad de opiniones, son espacios fértiles de reflexión que arrojan importantes referencias. En este sentido, la memoria de este Congreso constituirá en lo futuro una objetiva herramienta de consulta.
Alentamos a la sociedad en general, principalmente a las instituciones
religiosas y a los grupos de académicos, seguir enfatizando el estudio y
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ÁLVARO CASTRO ESTRADA
análisis de estos temas de mucho significado para la vida nacional. Sólo
así seguiremos construyendo de manera conjunta una sociedad más justa
y más democrática.
El gobierno federal refrenda su compromiso con el principio de separación del Estado y las Iglesias, así como con el carácter laico que identifica a las instituciones públicas del Estado mexicano. La Secretaría de
Gobernación ratifica su compromiso con la vigencia y goce de la libertad
religiosa.
MENSAJE DE CLAUSURA
Carlos AGUIAR RETES*
Es muy satisfactorio dirigir la palabra a un público selecto e interesado
en el tema, que durante varios días ha mantenido la atención y el diálogo
para clarificar conceptos, entender y profundizar la historia y sus consecuencias, intercambiar opiniones, interpretar situaciones, descubrir los factores determinantes y llegar a conclusiones que permitan desencadenar
un proceso que impulse la adecuación de las leyes para alcanzar la vigencia plena de la libertad religiosa.
1. México: sede privilegiada de este Primer Congreso Internacional
Una constatación positiva que deseo expresar es la oportuna elección para que este importante Congreso se desarrollara en México, país que necesita dar un nuevo paso para lograr tan legítima aspiración: establecer
en el marco constitucional la plena libertad religiosa, y no solamente (como está hoy) una acotada libertad, entendida como libertad de creencias
y de culto.
Como bien señaló el doctor José Luis Soberanes, presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, quedan en México limitaciones a la libertad religiosa, bien tipificadas:
— La libertad para hacer manifestaciones de culto público fuera de los
templos, con la única limitación que toda manifestación pública
debe tener: la autorización local.
* Licenciado en Sagradas Escrituras por el Pontificio Instituto Bíblico, y doctor por
la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma. Obispo de la diócesis de Texcoco. Primer vicepresidente del CELAM. Secretario de la Conferencia Episcopal Mexicana.
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CARLOS AGUIAR RETES
— La libertad para que las asociaciones religiosas puedan poseer medios electrónicos y escritos y hacer uso de ellos para temas religiosos y celebraciones culturales.
— Otorgar la plena validez a los matrimonios celebrados por Iglesias.
— Reconocer el derecho a la objeción de conciencia.
— La libertad para ofrecer asistencia religiosa estable en las instalaciones militares. Además de la tan discutida y no resuelta cuestión
sobre la libertad para que los padres de familia puedan garantizar
educación religiosa gratuita a sus hijos durante el proceso de formación escolar básico.
2. Historia que necesita interpretación y reconciliación
Las graves dificultades para llegar a soluciones de fondo, y no meros paliativos, han sido consecuencia de la carga histórica que dificulta, como
en otras muchas cuestiones sociales, culturales, políticas o económicas,
superar mentalidades ancestrales que mantienen esclavizado el desarrollo
del país hacia un Estado de Derecho en el que todos los grandes sectores
sociales estemos de acuerdo.
Sólo tomando conciencia de este condicionamiento y asumiendo la claridad de superarlo será posible dar pasos significativos para alcanzar la
anhelada democracia que dé espacio y oportunidad a todos los ciudadanos sin ninguna discriminación.
Dejo este capítulo abierto a la consideración pública sobre la necesidad de purificar la memoria histórica:
— Para aprender las lecciones del pasado sin quedar sujetos por la historia.
— Para prevenir la repetición de males e injusticias.
— Para sanar las heridas, superar los prejuicios, reconciliar instituciones y sociedad en general, y mirar al futuro con la libertad necesaria para construir un país que sea casa digna para todos.
3. Relación entre democracia, Estado de Derecho
y sociedad civil. Complementariedad
Me parece oportuno recordar la mutua necesidad que tiene una nación de
conjugar, en la convivencia social de su pueblo, un Estado de Derecho
MENSAJE DE CLAUSURA
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fundamentado en el reconocimiento de los derechos humanos, con un sistema democrático tanto en la efectiva participación social como en la libre elección de sus gobernantes.
Ambas instancias se necesitan, porque puede haber, y en la historia se
ha dado, un Estado de Derecho no democrático, o puede ser elegida una
autoridad democráticamente, y luego con una nueva ley torcer el Estado
de Derecho en tiranía.
Aquí es donde entra el tercer elemento, la sociedad civil organizada,
que juega un papel importantísimo para vigilar la estabilidad de un buen
Estado de Derecho y un sistema democrático confiable.
4. El Congreso: un diálogo indispensable y benéfico
Agradezco la respuesta de todos los participantes que hicieron exitoso el
Congreso, de los representantes de otros países que dieron la constancia
de la internacionalidad, y, en especial, el reconocimiento a los ponentes
que transmitieron con calidad y pericia sus conocimientos sobre el tema.
Considero importante valorar y agradecer la presencia y participación
de connotados personajes políticos de los distintos partidos de México.
Expreso, como portavoz de los aquí presentes, una palabra de sincera gratitud a quienes hicieron posible la realización de este trascendental
Congreso: el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, la Fundación Konrad Adenauer, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos,
la Fundación Acton (Acton Institute, Estados Unidos), el Departamento
de Relaciones Iglesia-Estado de la Conferencia del Episcopado Mexicano
y al gobierno de México, por su valioso apoyo a través de la Secretaría de
Gobernación.
Finalmente, elevo a Dios mi oración y expreso también mi deseo para
que sean muchos los frutos que produzca este Congreso.
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