Butterfly Integral Adelanto

Anuncio
© Butterfly
© Sergio R. Alarte por relato e idea.
© David Puertas por ilustración, portada
y realidad aumentada.
Corrección y maquetación: Kharmedia.es
Primera edición: Julio 2015
© Kelonia Editorial 2015
Apartado de correos 56.
46133 - Meliana (Valencia)
[email protected]
www.kelonia-editorial.com
ISBN: 978-84-942964-8-2
Depósito Legal: V1850-2015
I
BUTTERFLY
Ópera espacial
en cinco cuadros
Más allá de los
límites
L
a muerte de una mariposa podría cambiar el mundo.
―Así rezaba la inscripción en el casco de aquella
mariposa gigante de fulgor plateado. La nave surcaba
el vasto espacio con lentitud silenciosa, abandonada a los caprichos
de la no gravedad. En su interior, había arrugas de sudor bajo el
flequillo del capitán James. Miró el panel de control y empujó una
palanca con ambas manos, suplicando por que se encendiera de
nuevo la luz verde. La luz que marcaría la salvación o la muerte de
las seis personas a bordo de su nave. Incluido su propio pellejo al
que, a decir verdad, le había tomado un sincero aprecio, sin darse
cuenta, a lo largo de tantos años de apostarlo a doble o nada.
La cosa empezó a torcerse apenas abandonaron la superficie
de la Tera-Tierra. Como cabía esperar, la policía galáctica estaba
esperándolos con los cañones listos para darles de lo lindo. Cuatro
cazas ganaron su cola con sigilo, tum, tum, y allá iba la Butterfly
rizando sobre sí misma como huracán del diablo para perderse en el
campo de asteroides más próximo, como si no existiera un mañana.
Girando y girando. Plash, plash… Los dos mellizos habían usado a
las mil maravillas los cañones de la vieja corbeta, tuneada para volar
más rápido que una centella… mientras el casco trabucaba con un
acojonante crash, y cada uno rezaba lo que sabía. Solo había pasado
7
una semana desde aquello, pero había sido un principio movido que
podría conducirlos hasta un final agónico.
Volar rápido significaba llevar la carga justa, a menor carga se
dispone de menos energía para los saltos intergalácticos pero también
de mucha más velocidad, y James había escatimado todo lo posible
al planear aquel viaje. Realmente, jamás esperó que las autoridades
pusieran tanto entusiasmo en capturar a un político corrupto, por
más que hubiese desfalcado miles de millones en medicamentos…
Al fin y al cabo, solo era un garbanzo negro en una olla podrida.
Terminó de subir la palanca, aguardó expectante, con la respiración
jadeante por el esfuerzo y la tensión del momento… la luz parpadeó,
los impulsores actuaron y la nave entera tembló. James experimentó
una sensación de alivio como pocas veces había sentido en veinte
años de contrabandista a lo largo y ancho del universo conocido.
Gritó y rio, dejándose llevar por la euforia mientras accionaba el
intercomunicador:
―Les habla el capitán James. Los impulsores han sido reactivados
con éxito, en media hora estaremos listos para saltar.
Después miró a Sasha, su segundo de a bordo. La mujer de
piel oscura que había permanecido callada mientras miraba cómo
trabajaba su capitán, rio también y le devolvió la mirada. Se permitió
guiñarle uno de sus ojos verdes fugazmente, bajo las rastas que
componían su cabellera; luego sus dedos volaron sobre el holograma
tridimensional del teclado y observó la pantalla del navegador.
―Acumulando energía para el salto… ―anunció la joven, llena
de júbilo.
James se relajó entonces sobre el asiento, intentando mitigar
el dolor de su cuello con un masajeo. Había contratado a la chica
al final del anterior viaje, después de haber perdido a Morris a
manos de la Autoridad Interestelar. Morris, su socio y amigo, dueño
de la mitad de la nave, había sido condenado a cadena perpetua.
Probablemente lo tendrían prisionero en alguna mina del sistema.
Allí extraería mercurio hasta el día de su muerte, que por otro lado
no tardaría en llegar si nadie lo remediaba, ya que las condiciones
de extracción eran lamentables. Oxígeno escaso, mucha radiación
8
y latigazos para amenizar unas veladas eternas, donde la vida valía
menos que la comida. Si es que aquello podía llamarse comida,
claro, porque ni las ratas querían las sobras. James, que había pasado
cinco años en aquel infierno, sabía perfectamente de qué se trataba.
Estaba dispuesto a rescatar a su socio… Cuando tuviera suficiente
dinero para contratar a las personas adecuadas. Todo el cargamento
se esfumó en aquella maldita misión con la que pensaban hacerse
ricos; la avaricia rompió el saco, como suele pasar en los negocios
sucios.
Ahora cargaba con cuatro pasajeros fugitivos por diversos
motivos en sus planetas, cuyo único objetivo era cruzar las galaxias
primitivas para instalarse en Satuine, el planeta habitado más lejos
del centro del universo. Era un lugar ideal para gente como aquella.
Incluso él mismo había divagado en los últimos tiempos con retirarse
allí, algún día. Su nombre estaba sonando con fuerza durante los
últimos años entre los cazadores de recompensas, sanguijuelas
aferradas a las tetas de la Autoridad Interestelar y respaldadas por
su justicia, tan amoldable como los pezones de una puta veterana.
Cuando eso pasaba tan solo era cuestión de tiempo que lo atrapasen.
Pero si este trabajo salía bien, James ya tendría en jaque a dos de los
cuatro soldados que necesitaba para liberar a Morris de las minas de
mercurio. Tajo y Zarza. Los mellizos tenían mucho que ofrecer a un
tipo como él. Unos huevos como templos, vamos.
Volvió a fijar su vista en el navegador. Unos pocos minutos más
y dejarían atrás la pequeña luna de Zairos, para obtener la panorámica
de uno de los ocho sistemas que aún contenía planetas habitados
por nativos. En concreto el Sistema Sexto, según le chivaron las
letras verdes.
―Cambio a visión panorámica, en abierto ―ordenó.
A sus pasajeros les vendría bien algo con lo que distraer su
mente de pensamientos agoreros. Casi tanto como a él mismo.
Sasha tecleó rápidamente e informó:
―Cambiando a visión panorámica. En abierto.
La pantalla mostró entonces la luna de Zairos, cuya línea de
órbita alrededor del sol del sistema estaba trazando la Butterfly para
9
bordearla. Su cara expuesta al Sol asomaba un ojo brillante a la
oscuridad, coreado por el suave resplandor de los dos anillos de
asteroides que la enmarcaban. El capitán nunca había estado tan
lejos del centro del universo, así que contuvo la respiración mientras
rodeaban lentamente la luna, y un verdadero planeta comenzaba a
dibujarse ante sus ojos. Accionó de nuevo el intercomunicador.
10
EL PRECIO DEL
SILENCIO
E
n la sala de pasajeros había dos hombres y dos mujeres
que permanecían sentados en cómodos sillones
abatibles, ocupados con sus dispositivos virtuales o
divi: Tajo leía la prensa en un banco del parque, sintiéndose en paz
con un mundo donde los pájaros arrullaban melodías idílicas; su
melliza Zarza ojeaba una novela gráfica sobre una ciudad sin ley
en su antigua casa, adonde quizás nunca volvería. Frente a ellos, el
antiguo congresista Mario y su mujer Darla tenían también los ojos
puestos en los divi.
Vivían una realidad mejor, aunque todos y cada uno de ellos
eran perfectamente conscientes del engaño. Se oyó al capitán por
los altavoces:
―Estamos entrando en el Sistema Sexto, si miran a la pantalla podrán
ver un hermoso espectáculo: la luna de Zairos en todo su esplendor.
Cuatro pares de ojos se centraron en la pantalla que dominaba
la sala, olvidando la realidad virtual. Permanecieron expectantes
durante unos minutos. Cuando la nave comenzó a dejar atrás la
luna, pudieron ver un planeta increíblemente bello: el orbe era de un
color verdeazulado intenso, con blancos difusos y tonos ocres; era
tan parecido a las representaciones de la antigua Tierra, que todos
contuvieron el aliento.
13
Sin embargo la maravilla se tornó en inquietud poco después:
había una extraña nebulosa de oscuridad que se interponía entre la
luna de Zairos y aquel planeta.
―¿Qué diablos…? ―exclamó Tajo, mirando a su hermana lleno
de confusión.
―No tengo ni idea; que nos lo explique el capitán.
―Para eso pagamos, ¿no? ―apoyó el político, un hombre
maduro y de pelo blanquecino.
Zarza pasó a la acción y activó el interfono.
―Zarza al habla. ¿Me escucha, capitán James?
―Afirmativo.
―¿Ha visto eso?
―Lo acabamos de ver. Parece una nebulosa, pero el navegador no la detectó
a tiempo… Tal vez se debió al fallo de energía, porque saltamos sin suficiente
tiempo para trazar unas coordenadas fiables. Les informaremos cuando sepamos
más, tenemos una nave que tripular. No molesten si no es urgente, y permanezcan
sentados con los cinturones abrochados, ¿me captan?
―Alto y claro, capitán. Corto y cierro.
Como toda respuesta se oyó un clic, que marcaba la desconexión
del otro lado.
En la cabina de mando el capitán habló a su segundo, ocultando
el resquemor que empezaba a sentir entre los omoplatos.
―Cambio de planes, Sasha. Paso a control manual, tenemos que
salir ya de la órbita lunar… ―Observó una vez más el navegador,
para asegurarse. Aquello disipó sus dudas: iban derechitos a la
maldita nebulosa―. ¡Impulsores a plena potencia!…
―Pero podemos quedarnos sin…
―¡Psst! ―mandó James, sin desviar la vista del navegador―.
Cumpla la orden y busque cualquier información que haya disponible
en las bases de datos sobre el Sistema Sexto. ¡Rápido, rediós!
Sasha cabeceó y tecleó a toda velocidad. James asió las dos
palancas plagadas de pequeños botones iluminados de colores.
―Vamos allá, pequeña, con un par de alas… ―susurró,
acariciando los mandos con sus dedos marcados de arrugas. Luego
esperó la confirmación de Sasha.
14
―Impulsores a plena potencia en tres, dos, uno…
James pulsó con sus pulgares los botones adecuados y accionó
las dos palancas en diagonal. La Butterfly viró con brusquedad. Todo
tembló al abandonar la órbita lunar. Chispas, algún fogonazo y ecos
quejumbrosos se expandieron por el casco de la corbeta… Aguanta
entera, aguanta, se decía James con el rostro hecho un témpano.
La sacudida de popa fue tremebunda, pero un segundo más
tarde abandonaron la órbita lunar sin mayores percances.
15
aprender
a mirar
E
l sol del sistema se veía ahora en toda su plenitud.
Habían estado a punto de caer de cabeza en la nebulosa
más particular que James había visto en su dilatada
carrera interestelar, y aquello habría supuesto el fin. No tan solo era
demasiado oscura para ser una estrella a punto de nacer o muerta
hace poco tiempo. Aquella nebulosa tenía unos tintes rojizos en sus
bordes que la revelaban como fuente de un calor potencialmente
peligroso. Pero lo que resultaba si cabe más alarmante era que quien
mirase a ella fijamente, podría ver siete puntos en su interior, más
oscuros aún que la misma nebulosa. Los lectores de radiación se
volvieron locos mientras la corbeta se alejaba de aquella materia
estelar, lenta pero constantemente. Al parecer la radiación del éter
había superado los niveles del lector, estropeando el baremo. Sasha
se mordió el belfo superior cuando se dio cuenta de que habían
estado a punto de convertirse en fosfatina. «Menos mal que está
aquí el capitán, si no, la jodimos a la primera de cambio», pensó.
Después resopló y esperó órdenes, intentando que su mano dejase
de temblar.
Sin embargo Darla, la mujer del político de pelo blanco allá
en el vientre de la Butterfly, miraba embelesada la nebulosa mientras
dejaban atrás aquel lunar en el cosmos, por lo demás cuajado de
17
diamantes y negrura. Darla había pasado su vida entera dedicada a
la dulce vida de los aristócratas, fue la consorte ideal del político de
moda hasta que les sobrevino el escándalo: de los clubs al gym, del
spa a la tertulia, de la convención a la fiesta privada, y de la ascensión
más fulgurante hasta la caída más clamorosa… Entonces vio los
puntos en el interior de la nebulosa. Solo un instante, como uno de
aquellos cuadros que deben ser mirados desde cierta distancia para
apreciar sus figuras. ¿O sería una ilusión óptica?
Dudó un instante, pero finalmente activó su interfono para
hablar con la cabina de mando.
―¿Capitán James?
―¿Qué quieren ahora? ―respondió el capitán, irritado―. ¿Hay
alguna urgencia? ¿Están todos bien? ―preguntó de nuevo, tras un breve
silencio.
―Sí, estamos bien. No es una urgencia, creo… pero puede ser
importante.
―¡Suéltelo de una vez, señora!
―¿No lo han visto? Hay algunos puntos en la nebulosa, siete
puntos muy negros ―recalcó―. Exijo saber qué es lo que pasa ―se
envalentonó Darla, poco acostumbrada a que nadie le hablase de
aquella manera.
―¡También yo! ―se animó el político, solidario con su mujer.
No había visto nada, pero si Darla decía que estaba ahí, era que
estaba ahí―. Le hemos pagado una fortuna para que nos salve de la
prisión, no para que nos mate con sus juegos espaciales.
―¡Me han pagado una fortuna porque nadie más estaba dispuesto a sacar
sus traseros corruptos de los límites de la Alianza! ¡Así que sean pacientes y
esperen, como el resto! Aquí solo da uno las órdenes, y ese soy yo. Vamos a
apagar las luces para ahorrar energía, aprovechen para descansar ―intentó
suavizar al final, sin demasiado éxito.
El clic del interfono dejó a solas a los cuatro pasajeros con
sus temores. Pero ahora todos escrutaban la pantalla gigante que
dominaba las alturas de la sala metalizada. Entonces, uno a uno,
lo vieron. Justo un segundo antes de que la pantalla se apagase,
acompañada del resto de luces de la sala. Permaneció en sus retinas
18
incluso después de quedarse sumidos en una oscuridad casi absoluta,
una penumbra rota en jirones por el escaso fulgor de las luces de
emergencia: siete puntos negros, más tenebrosos que cualquier
noche sin luna.
Nadie iba a pegar ojo en la Butterfly. No en aquella galaxia, al
menos. Ni en aquel momento.
James chasqueó la lengua en cuanto se apagaron las luces. «Un
problema menos», rumió, recreándose con el cosquilleo de
satisfacción íntima que sentía tras haber dejado a aquella pareja sin
la oportunidad de chistarle.
―¡Lo tengo, capitán! ―anunció Sasha, jovial.
«Ojalá yo estuviese tan tranquilo» pensó James, admirado por su
templanza. «Quizá es demasiado joven para pensar que puede morir
hoy… Quién no ha tenido dieciocho, quién no se ha creído eterno».
―Escupe ―rezongó en cambio, mirándola con serenidad.
―El Sistema Sexto está en una galaxia irregular del tipo II-B. Se
ve sometida a fuertes influjos de las galaxias vecinas, más inestables
todavía. Esta nebulosa está clasificada, pero no hay ninguna más de
su clase.
―¿Cómo?
―Es única. ―Sasha hizo una pausa, exultante.
Por experiencias como aquella había estudiado ella para piloto.
Si tenía que vivir al margen de la ley, aquel le parecía un precio
insignificante.
―Guau… Eres muy afortunada, Sasha Lexor. Llevo veinte años
en el espacio y nunca me topé con algo como esto. En cambio tú,
a tu primer viaje ¡vas y toma! Nebulosa única. Pero podría ser muy
peligrosa, ¿entendido? Así que vamos a mantenernos tan alejados
como podamos. ¿De acuerdo?
―A sus órdenes, capitán. ¿Qué cree que serán esos siete puntos?
Según los últimos registros, la nebulosa se mueve muy lentamente
por la galaxia Deméter, que contiene al Sistema Sexto. Debería de
tardar unos mil años humanos, según las estimaciones, en salirse de
la órbita lunar. ¡Un momento!
19
―¿Qué pasa ahora?
―Mmm… Al final del informe hay una advertencia: “deben evitar
situarse en el área que va desde la luna de Zairos al planeta Sexto, las
consecuencias al situarse en dicha línea astral son impredecibles”.
―¡Joder! ¡Un jodido triángulo de las Bermudas, creí que era una
jodida leyenda! Estamos justo en el medio de esa jodida línea. ¡Joder!
―maldijo James. Esta vez no pudo disimular su nerviosismo.
―¿Qué hacemos, capitán? ―preguntó Sasha, con un nudo en la
garganta.
―¡El planeta Sexto! Parece habitable… ¿Lo es? ―la pantalla de
la Butterfly se acercó al orbe.
―Lo es ―confirmó ella―. Pero…
―Empiezo a estar cansado de “peros”, segundo Sasha. Quiero
un informe completo dentro de diez minutos. Mientras tanto, yo
intentaré sacar la nave de la línea astral. ¡Diez minutos, ni uno más!
¿Entendido?
―Sí, mi capitán. Me veo en el deber de informarle que en el
registro de la Inter-Red el planeta Sexto figura como prohibido…
James enarcó una ceja.“¿Y?” interpretó Sasha.
―La ley prohíbe expresamente aterrizar en él, bajo pena de
cadena perpetua.
―Bueno… ¿Contiene materias primas que sean aptas para la
conversión en energía?
―Unas cuantas: eog, mithril… ―Sasha observó una pantalla
pequeña que había sobre la principal mientras enumeraba.
Después tecleó para obtener un detalle de la gráfica que leía
los niveles de energía en el planeta. Entretanto, James intentaba
mantener la proa estable hacia delante, lejos de aquella influencia
planetaria que había empezado como una sutil atracción y que,
segundo tras segundo, aumentaba sin cesar arrastrando la Butterfly
hacia su atmósfera, alabeando, metro a metro.
20
VIAJE SIN
RETORNO
L
uces multicolores recortaban los rostros en la
cabina entre tinieblas, creando una atmósfera de
fantasmagoría al diluirse en la claridad parpadeante
de los hologramas.
James observó el nivel de energía de la nave, después miró
hacia otra de las pantallas secundarias: restaban veinte minutos para
acumular la energía necesaria para el salto, gracias a la proximidad
del sol del sistema. Bajo su faz de estatua neoclásica la procesión
le iba por dentro. «Madrecita, qué hago. Si pongo los impulsores
al máximo salimos del influjo planetario, pero nos quedamos sin
energía para saltar». Solía acordarse de su madre en los momentos
más chungos.
―¡Listo! ―gritó Sasha. James la miró dispuesto a recordarle
que no le gritase al oído, pero no hubo lugar porque la chica no
cejó de parlotear―. El planeta Sexto del Sistema ídem contiene
vida humana, en estado primitivo, correspondiente a la Edad Media
terráquea; tienen castillos, princesas y todas esas cosas... Además de
una fuente primaria de energía, que antiguamente se conocía como
magia. Lugar de refugio solo en caso de que la Autoridad Interestelar
así lo indicase, lo cual solo ocurriría en caso de un hipotético peligro
de extinción para la raza humana.
23
―Genial. Los mellizos han pagado bien la primera parte de su
pasaje al proporcionarme esas claves de acceso para la Inter-Red.
Pero ―recalcó―, me parece que hoy vamos a saltarnos la ley una
vez más, querida Sasha. ―La segundo de a bordo siguió el índice del
capitán James con la mirada.
En la pantalla del navegador un punto blanco de luz había
empezado a emerger y expandirse dentro de la nebulosa. Inmaculado,
creciente, como la ira de los dioses que traspasa las tinieblas con su
fuego cuando una estrella nace.
―¡Oh-oh! ―masculló Sasha, entre dientes.
―¡Impulsores a plena potencia! ―ordenó James, mientras
activaba su interfono.
―Les habla el capitán de la Butterfly, agárrense fuerte y no se suelten
aunque se les salgan las tripas por la boca. Esto se va a poner feo.
En el vientre de la nave los dos mellizos, sentados frente al
matrimonio Dorovan, se agarraron de las manos. Habían nacido
juntos, no les parecía una mala forma de morir. Tampoco habían
tenido una vida vil. Una vida corta, sí, pero plena por las emociones
y los privilegios que podían proporcionar una disciplina de hierro
y una moral maleable. Los esposos cruzaron sus dedos, él besó la
mano de ella, la mujer sollozó y lo miró, con los párpados lacrimosos.
Ya no hacía falta luz en la nave, porque la estrella que nacía de la
nebulosa era más potente que cualquier luz artificial. Más potente
que ninguna que jamás hubiesen visto, más cegadora que todas las
que verían nunca, si es que vivían para contarlo.
Tuvieron que cerrar los ojos. Entonces la Butterfly sufrió una
sacudida, crash, algo se rompió. Luego retumbó, crash de nuevo. La
nave volteó sobre sí misma. Los golpes se multiplicaron y el calor
creció… Darla empezó a rezar sin pudor. Dos voces se unieron a
ella: la de su marido y la del mercenario, Tajo. Zarza mantenía sus
labios pegados, el mentón en tensión. Ahorraría todo el oxígeno
posible, porque estaba segura de algo solamente: si había un dios
por allí, a ellos no los conocía de nada.
El capitán James apretó la mandíbula mientras salían despedidos
hacia la atmósfera de Sexto. Cada vez tenía más y más claro, conforme
24
se acercaban más y más hacia la atmósfera, a medida que la ira de los
dioses se desplegaba como una espiral destructora en persecución
de la Butterfly, que aquel iba a ser un nuevo mundo para ellos seis.
Posiblemente, no habría lugar para el retorno.
25
mundo nuevo,
reglas nuevas
E
ntraron en la atmósfera como un torbellino en llamas.
Iluminaron la noche con los metales al rojo vivo de
la nave. James sintió que se asfixiaba, empapado en
sudor como el resto de sus acompañantes en aquella aventura.
―¡Energía a los retroimpulsores! ―ordenó, con los ojos cerrados
y los dedos quemándose.
―¡He-he-hecho! ―tartamudeó Sasha.
La Butterfly empezó a detenerse gradualmente, y conforme
lo hacía, el ambiente se enfrió poco a poco hasta recuperar una
temperatura tórrida, pero soportable. El capitán activó el interfono,
demasiado exhausto para sentirse alegre. Aunque se sentía vivo, y
con eso le bastaba por ahora.
―Pasajeros de la Butterfly, hemos entrado en la atmósfera del planeta
Sexto. Actualmente nos encontramos fuera de peligro. Los refrigeradores
de la Butterfly están actuando y la temperatura se estabilizará en unos
minutos.
Por toda la nave resonaron las risas histéricas de cada uno de
sus pasajeros, seguidos de gritos de alivio y alegría, no-me-jodas o
por los pelos, padrenuestros y aleluyas. “¿Estás bien?” ―le preguntó
Sasha al capitán, que simplemente parpadeó y cambió luego a vista
terrestre, para empezar con la exploración.
27
―Vamos a intentar aterrizar. No les voy a engañar, nos queda poca
energía. Debemos explorar el planeta en busca de fuentes válidas para la
conversión en combustible. Ojalá todos salgamos pronto de aquí.
Pasó cerca de una hora mientras sobrevolaban vastos océanos. Los
ánimos ya estaban más calmados, en la sala de pasajeros se habían
quedado todos dormidos, después de un refrigerio tan necesario
como merecido. Reinaban las respiraciones en paz.
James y Sasha habían engullido unas ampollas isotónicas.
Incluso el capitán se había permitido echar un pitillo mientras Sasha
se hacía cargo de los mandos.
Mientras expulsaba un denso humo, James miró la única foto
que colgaba de la pared en la sala de fumadores: se la hicieron el
primer día posando delante de la Butterfly, él y Morris. Ella estaba
espléndida: deslumbrante como oro blanco en el hangar, con sus dos
alas de mariposa hacia arriba y el cuerpo central estilizado, donde se
veía la cabina de mando con sus dos cristales en rombo, rodeados de
placas solares. Habían sido buenos tiempos. James apuró la última
calada del pitillo y regresó hacia la cabina. De camino pensó en ver
a sus pasajeros, pero enseguida cambió de idea. En estos casos era
mejor mantener las distancias. Lo que sí hizo fue parar a recoger su
vieja pistola. Por si las moscas. Entonces la nave sufrió una violenta
sacudida. Y después otra más, ¡pumba!
―¡Joder, uno no puede ni echarse un pitillo tranquilo! ¡Joder!
―La siguiente estuvo a punto de derribarlo.
―Capitán, tenemos un problemilla… ―informó Sasha.
―¿Otro más? Seguro que no es tan grave como el anterior, nada
de lo que tú no puedas ocuparte ¿no? Pensaba echar una meada.
―Pues sí, no,… y mejor después. Lo que nos está atacando es… Ni yo
misma me lo creo, capitán.
―¡Escupe!
―Un dragón, mi capitán.
―No me jodas, ¡joder! ¡Un jodido dragón!
―Habla usted muy mal, mi capitán, si me permite la observación.
―¡Voy ya! ¡Mantente alejada de eso, sea lo que sea!
28
―¡Lo intento! ―respondió Sasha.
Pum, otro meneo, y la chica tiró de las palancas echándole todos
sus arrestos, por no decir cojones. Empezaba a estar al verdadero
límite de sus fuerzas.
La pantalla mostraba a popa aquella temible criatura, recubierta
de escamas; volaba a toda velocidad justo pegada a la cola de la
Butterfly. Y tenía más del doble de su tamaño. Cuando el capitán vio
aquello, activó inmediatamente la alarma de la nave.
―Bien Sasha, lo estás haciendo muy bien, mantén la velocidad.
Vamos a escarmentar a ese bicho.
―Dragón, mi capitán, es un dragón. Y no sé si es una buena idea
enfadarlo, pero allá se las apañe. Yo solo quiero volver a mi casa ―se
sinceró la muchacha, cuya balanza a aquellas alturas entre peligro y
aburrimiento se había inclinado hacia el segundo, clamorosamente
además.
El capitán miró la pantalla un rato. Sacudió la cabeza. No podía
seguir negando la evidencia. Las dos alas membranosas que crecían
de sus costados, el cuello rematado por una cabeza de reptil con
su pareja de pupilas entreabiertas al país de los muertos; incluso
las escamas brillantes en la oscuridad gracias a la luz de la luna y la
estrella recién nacida, eran las de un dragón.
James habló a los pasajeros:
―Soldados Tajo y Zarza, acudan de inmediato a las cabinas de artillería. Se
requiere su presencia para la contención de un monstruo volador no identificado.
Tomen posiciones y avísenme.
―¡Recibido, ya vamos! ―confirmó Zarza.
Entonces el dragón alcanzó la cola de la Butterfly y la empujó con
su testa. ¡Raca! El impacto los habría hecho saltar hasta el techo de la
nave, de no haber estado bien sujetos por los cinturones.
―¡Mecagüendiez, avisad! ―llegó la protesta de Zarza―. ¡Casi nos
matáis!
―Lo siento, a mí también me ha sorprendido ―se disculpó James. Y gritó―: ¡Sasha, aumenta impulsores tres cuartos!
¡Tomo los mandos, vigila los escudos! ―La joven pulsó el bo‑
tón de escudos y asió la ruleta para nivelar su energía. Justo enton29
ces se encendió el piloto rojo de la reserva. Tenían que deshacerse de aquella bestia, y más les valía que fuese pronto.
El dragón sintió cómo el fuego nacido del trasero de
aquella mariposa gigante le chorreaba los hocicos, y
aquello no le gustó nada. Aunque «Bueno», pensó,
«esto forma parte del juego. Es como jugar a pillar
con mi hermana dragona. A veces nos hacemos un
poquito de daño, pero siempre repetimos». Así que
aleteó más rápido, tan rápido como pudo, hasta
que todo se puso borroso. Tenía ganas de hincarle
el diente a la mariposa de plata. Solo era un juego.
Y no le gustaba perder.
―¡Oh-oh! ―advirtió Sasha.
―¡Impulsores al máximo! ¡Escudos al máximo! ―ordenó James,
con los huevos de corbata mientras el monstruo exudaba humo por
los agujeros de su hocico.
―En posición, “jefe” ―notó la ironía de Zarza incluso a través del
interfono.
―¡Fuego a discreción! ¡Disparad! ¡Disparad al puto dragón!
Las fauces de la bestia se abrieron y al instante los dos mellizos
creyeron que se había hecho aún más de noche. Se vieron a punto de
ser masticados por colmillos colosales, afilados, tan solo iluminados
por las ráfagas de artillería que enviaron desde sus torretas: zumzum, zum-zum; temblaron los asientos y las manos seguían
apretando compulsiva, frenéticamente, sin apuntar a ningún lado
porque estaban a quemarropa: zum-zum, zum-zum.
El dragón mugió, doblegado ante el tortuoso dolor
que le laceró la mandíbula, la explosión de metralla
abrasadora entre el paladar y el esófago rebotó en
cadena por su interior hasta llegarle al centro del
estómago, donde se apagó. Varios colmillos se le
quebraron con las explosiones y probó el sabor de
30
su propia sangre. Emitió un grito de amargura y
cayó a tierra, derribando varios árboles del bosque
durante su aterrizaje forzoso. «Esa criatura nueva
no sabe jugar» se dijo, furioso. Seguramente sería
un enviado de los dioses. De todas formas se lo
contaría a su mamá. Y más le valdría, entonces, ser
un enviado de los dioses.
―¡Os quiero, mellizos! ¡Os quiero a todos! ―gritó James en
abierto, eufórico.
―Genial, mi capitán… pero no nos chupemos las pollas todavía, ¿quiere?
―soltó Tajo.
―Por supuesto, los pelos en la boca son un problema; corto y cierro. ―Ja­‑
mes miró a su copiloto―. Sasha, disminuye los impulsores solo un
cuarto… Nos alejaremos de ese bicho tanto como podamos. Ahora
―añadió.
Una hora más tarde y muchos kilómetros más allá de donde habían
derribado al dragón, la Butterfly aterrizó sin mayores contratiempos
en la meseta de una montaña que se alzaba, ominosa, hasta más de
siete mil metros de altura. La compuerta inferior de la nave se abrió
para que una plataforma comenzase su descenso: dos humanos
vestidos con trajes metalizados iban en ella. El capitán James y la
cazafortunas Zarza descendían a tierra.
Nada más poner los pies sobre el suelo, Zarza sintió cómo un
escalofrío producto de un entusiasmo inaudito recorría su columna
vertebral. Se agachó y agarró un poco de nieve entre sus dedos,
dejándose invadir por la euforia de sentir bajo sus pies, una vez más,
la tierra firme después de todo.
En cambio el capitán se mantenía en guardia, prudente. Oteó
a su alrededor los barrancos que se abrían en valles de un blanco
pacífico, que sin embargo, se le antojó engañoso aun sin saber por
qué. Allá abajo las nubes que flotaban, perezosas, refregándose
contra las montañas; imaginó un mundo repleto de posibilidades
y peligros desconocidos a partes iguales. Debía ser invierno; una
31
densa alfombra de nieve tapizaba las sierras. Estaban a cinco grados
bajo cero, pero James y Zarza no lo acusaban, gracias a sus trajes
térmicos. Empezó a nevar con suavidad.
El capitán observó el detector de energía y señaló hacia la
cima de otro pico cercano, más alto incluso que la meseta donde se
hallaban. Comenzó a caminar hacia allí.
Zarza comprobó su fusil y echó a andar tras los pasos del
capitán.
―Bienvenida a nuestro Nuevo Mundo ―dijo James, con una
sonrisa de circunstancias que Zarza no pudo ver―. ¿Te das cuenta
de que, posiblemente, somos los primeros humanos intergalácticos
en caminar por este planeta? Como los antiguos colonos. Quién
sabe qué maravillas nos esperan… o qué peligros nos aguardan
―manifestó sus temores abiertamente.
―No piensas que vayamos a salir de aquí con vida, ¿verdad?
El capitán se detuvo un instante y se volvió para hablarle,
mirándole con sus ojos azules a través del cristal.
―No, no lo creo. Pero te diré otra cosa. No es probable, pero
sí posible. Y mientras haya una sola posibilidad de cumplir con mi
trabajo, pienso seguir adelante. La Butterfly no ha fallado en veinte
años.
―¿No? ¿Y lo de Yucán-3?
―Bueno, aquello fue la excepción que confirma la regla. ¿Qué
habrías hecho tú si tuvieras a la AI pisándote los talones y la bodega
llena de whisky? ¡Cualquiera habría soltado la carga!
―Claro, claro…
Los pasos de los dos viajeros espaciales se perdieron en la
distancia hasta desaparecer de la vista de Sasha. La muchacha
suspiró, cogió su divi y comprobó que no tenía batería. Pero no
se lamentó por ello, siempre había sido pragmática y gimotear
ahora no le serviría de nada: «Nuevo mundo, nuevas reglas», pensó,
abandonándose a un sueño intranquilo.
Un sueño que fue morada de dragones, caballeros y princesas.
Tuvo que forzar la visión para reparar en una mariposa, en zigzag,
entre aquellas flores salvajes. 32
ii
HIELO PURO
Y entonces en la Cima del Mundo
Una mariposa alzó el vuelo
Perseguida por un dragón…
No se vio jamás semejante batalla
El hielo puro se abrió en miasma
Los bárbaros se unieron con gozo
A un cuento que rehúye el alborozo,
Pero conmueve las almas.
Para saber el precio del honor
Oíd, ahora o jamás, el sino de sus hazañas…
Daor Tres Dedos, capitán
de los Claros de Talenost.
highway to hell
M
ediodía. La montaña se elevaba en una gran cadena de
cimas, perforando las nubes con unos colmillos que
reflejaban los rayos solares como un espejo blanco.
Cerca de la cumbre más alta podían verse dos figuras humanoides
de brillo plateado. Eran Tajo y Zarza, los mellizos mercenarios.
Zarza extrajo una jeringa metálica de un compartimento de su traje
e inyectó el contenido en aquel suelo, congelado antes de que ningún
ser caminara sobre él.
Una superficie que continuaría así, incluso, tras el paso final
del último pionero que arriesgase su vida sobre el hielo puro, en
una búsqueda de aventuras que bien podría ser tan accidental
como la que había conducido a los mellizos hasta aquel rincón del
universo.
―Canal 1 ―ordenó Zarza a su traje, que activó el intercomunicador―. El huevo está en el nido, capitán.
―Genial, es hora de bailar. Espero que os hayáis puesto vuestras mejores
galas.
―Mi corbata favorita está a punto, capitán… o sea, mis cojones
―respondió Tajo.
―Dejaos de coñas ―sugirió Zarza―. No quiero que el Mesio 25
nos lleve a la tumba porque alguno de los bichos que hay por aquí
37
grite más fuerte de la cuenta. Me apuesto una cena a que el dragón
con que nos cruzamos ayer podría hacernos volar por los aires…
tan solo con el grito de alegría que daría si nos encuentra.
―Te tomo la palabra, Zarza. No cerréis el canal, os voy a poner algo de
música para darle más encanto al baile.
«Como si el baile no fuera ya lo bastante encantador, cabrón»
rumió la mercenaria. «Vamos a tener una avalancha detrás de
nosotros en breve». La voz del capitán cortó el hilo de su pesimismo:
―Comienzo del baile en 3 ―Zarza y Tajo dieron una orden a sus
trajes, tablas metálicas de snowboard se desplegaron bajo sus pies―,
2, 1. ¡Ya!
Los mellizos se miraron un segundo a través de los visores e
impulsaron sus tablas por la pendiente. Los montes nevados empezaron a verse borrosos mientras la velocidad aumentaba y escuchaban
“Highway to Hell”, una canción que no había pasado de moda en dos
mil años de historia. Descendieron un trecho a ritmo de rock, apro‑
vechando cualquier rampa natural que se encontraban a su paso para
saltar, y así continuar acelerando el descenso. La melodía de la guitarra
y la voz palpitaban al compás de la adrenalina que bombeaban sus
corazones. Casi se habían olvidado del peligro en que se encontraban
cuando la música se apagó y volvieron a oír al capitán James.
―Estáis a punto de entrar en la zona muda, activad los ultrasonidos.
―¡Ultrasonidos activados! ―gritaron.
En el momento en que el compuesto radiactivo de mercurio y
cesio estalló, hubo un colosal bum y el suelo retembló como si la
montaña entera se fuese a partir por la mitad con sus desfiladeros,
valles, abetos y cielo.
Desde el interior de la nave, James subió de nuevo el volumen
de la música. Así los mellizos apenas escucharían el estruendo de la
avalancha que les pisaba los talones. La destrucción que venía de las
alturas ya se oía en la Butterfly con una claridad alarmante.
James miró a la segundo Sasha, que esperaba la orden con una
tensión que se hacía patente en sus labios apretados y los párpados
temblorosos, bajo las rastas de un azul muy claro. Ella observó
los lectores tridimensionales, donde los puntos rojos que eran los
38
mellizos avanzaban velozmente hacia la nave, mientras los puntos
amarillos que representaban la avalancha se desplegaban tras ellos…
Cerca, demasiado cerca…
―Tiempo estimado de colisión: cuarenta segundos. Treinta y
nueve, treinta y ocho, treinta y siete, treinta y seis, treinta… ―contaba
Sasha. La montaña se sacudía como el culo de una quinceañera
durante su baile de graduación.
―¡Despegamos!
―¡A la orden! ―Sasha pulsó los botones y la Butterfly despegó en
vertical, con una sacudida tras la repentina aceleración.
A continuación dirigieron la nave hacia la posición, una
elevación del terreno cercana a la que los mellizos usarían como
rampa. Allí, ellos deberían volar hacia la Butterfly que los atraparía en
su campo gravitatorio en pleno salto. Esa era la teoría, pero cuando
James miraba el lector y observaba cómo la avalancha exterminaba
la distancia hasta los mellizos, a marchas forzadas… dudaba.
―Vamos, seguid así, vais a conseguirlo, joder, tenéis que conseguirlo…
―animó el capitán a los mercenarios. Sintió una gota de sudor
resbalar por su cuello.
Tajo y Zarza flexionaron las piernas, se deslizaban hacia arriba
por la rampa… Luego no sintieron nada bajo sus pies, surcando el
aire a una velocidad de casi cien kilómetros por hora. Pudieron ver
la silueta de la nave cuando la tenían delante de sus narices. Iban
a estrellarse contra una de sus alas. Tenía la compuerta abierta. El
mundo se detuvo. Entraron plácidamente y la compuerta se deslizó
tras ellos, aislando el interior.
―Uf. ¡Ha sido la hostia! ―gritó Tajo en cuanto recuperó el habla.
Se quitó el casco del traje de exploración, mostrando una cabeza
rapada de ojos llorosos por la emoción, bajo la que se veía una perilla
coronada por un bigote curvado.
Zarza también se quitó el casco, aireando su melena castaña.
Pero calló, conformándose con respirar y sentir suelo firme bajo
sus pies.
Entonces una puerta de acero se abrió siseando, y el capitán
James irrumpió en la sala con una media sonrisa.
39
―Gran trabajo, mellizos. Veo que estáis en plena forma. Allí
abajo se ha liado una buena, pero parece que hemos conseguido
despejar la entrada a esa cueva. Buen trabajo… ―repitió.
―Maravilloso ―cortó Zarza, con acritud.
La voz de Sasha los interrumpió por megafonía.
―Capitán James…
―Te escucho, segundo Sasha ―respondió por su interfono.
―O los sensores térmicos se han vuelto locos por la escasez de energía, o en
la montaña hay ahora nuevas fuentes de calor.
―¿Cuántas?
―Dos… No, tres. Una más pequeña pero más potente; el resto son más
grandes, pero menos cálidas.
―¿Humanos?
―Lo dudo, dados su tamaño y temperatura corporal. La pequeña podría
pertenecer a un ser humano, tal vez…
―Bien, seguimos con nuestra hoja de ruta. Voy hacia la cabina.
―James apagó el comunicador y miró a Zarza―. Id a relajaros un
rato, en media hora os necesito preparados para bajar ahí.
Tajo y Zarza no dijeron ni adiós cuando salieron por la
compuerta en dirección a sus habitaciones. A James no le extrañó.
Tenían motivos para no sentirse muy agradecidos hacia su persona,
ya que el pasaje a la libertad les estaba saliendo más caro de lo
que esperaban cuando se embarcaron en la Butterfly. El capitán se
encogió de hombros y tomó aire, antes de entrar de nuevo en la
cabina. Allí esperaba Sasha, que se volvió en cuanto lo sintió entrar.
Sin embargo fue él quien tomó la palabra.
―¿Cuánta energía nos queda? ―preguntó. El día anterior habían
encontrado una gruta profunda y en su interior, descubrieron una
pequeña veta de mithril. Suficiente para algunas horas, pero mucho
menos de lo que necesitaban para escapar del planeta.
Sasha ojeó el medidor. Pronto entrarían otra vez en reserva y así
se lo hizo saber al capitán. James pensó en suspirar, pero después lo
pensó mejor y fue a echar un trago de la botella de bourbon.
La nave volvió a tomar tierra una vez comprobaron que la
montaña había cesado de vomitar nieve y rocas a mansalva por su
40
ladera. Descendieron cerca del boquete abierto por la explosión en
el hielo, aún humeante. La Butterfly usó los retroimpulsores inferiores
para bajar con suavidad, desplegando las seis patas metálicas justo
antes de posarse en la superficie helada.
En la cabina de mando sintieron que alguien aporreaba la puerta
desde fuera.
―¿Quién es? ¿Se han estropeado los comunicadores y no me he
enterado? ―El capitán James miró a Sasha con seriedad.
La chica puso cara de póquer, con lo que James le guiñó un ojo
cuando de nuevo aporrearon la puerta, más fuerte si cabe.
James volvió a hablar por megafonía:
―¿Hola? ¡Probando!, uno, dos…
―Déjese de pamplinas, capitán. ¡Y abra la maldita puerta! ―gritó
Mario, el político, en un tono poco amistoso.
James sonrió, socarrón.
No abrió la puerta, en cambio volvió a usar el comunicador.
Sasha no pudo evitar reírle su humor negro. Pero enseguida se
tapó la boca para silenciar su carcajada, antes de que la oyese el
pasajero.
―Se olvida usted lo más importante otra vez, señor excongresista. ―James subrayó el “ex”―. La diplomacia, amigo, la jodida diplomacia.
―Por favor, abra la puerta. Necesitamos hablar con usted.
―Eso está mejor, mucho mejor ―respondió con sorna.
Ahora estaba en una postura relajada sobre su asiento, con el
respaldo inclinado. Elevó su dedo índice. Sasha se serenó, inspiró
hondo para ahuyentar la risa, expulsó el aire poco a poco, y finalmente
abrió la puerta. El puño de Mario golpeó al aire, con tal ímpetu
que perdió el equilibrio. Éste corrigió la postura con presteza y se
estiró la chaqueta antes de penetrar en la cabina, donde reinaba una
luz diáfana. Su mujer, Darla, le pisaba los talones embutida en un
elegante vestido y un valioso collar de cuentas. James se levantó para
recibirlos. Sasha lo imitó.
―Señor Mario, señora Darla ―saludó James, con fría corrección.
―Hay un error en el plan.
41
―No lo creo. Es muy sencillo: ustedes dos se quedarán en la
nave mientras el resto salimos a explorar el agujero. Dejaremos
activado el sistema de camuflaje para que ninguna criatura hostil
pueda atacarles. Es más, les invito a unas copas de mi bourbon si
se portan bien mientras salimos de fiesta ―respondió James,
condescendiente.
―Verá, no sabemos qué reglas rigen en este lugar en el que
usted nos ha metido. Convendrá en que pagamos una buena suma
por nuestros pasajes.
―Así es. Hable.
―Solo le pedimos que se quede la chica a bordo, con nosotros.
―Entiendo… De ese modo, si la cosa se tuerce ustedes podrán
huir con la nave. ¿Es eso?
―Sí.
―Como usted sabe, cada cosa tiene su precio. Esa también.
―¿Cuánto? Ya le he pagado una cantidad importante.
―Cien más, de los grandes.
―Hecho. ―Mario asintió, manteniendo el semblante serio. Era
calderilla para alguien como él.
―Para cada uno ―añadió James, mirando directamente a los
ojos azules del excongresista.
―¡Por ese precio podría tener a un piloto de verdad con
formación militar, y no a esta hippie! ¡A saber de dónde la ha sacado!
―¡Esto sí que no! ¡No voy a consentir que un corrupto me
insulte! ―protestó Sasha, encarándose con el hombre de pelo cano.
James se levantó como accionado por un resorte, interponiéndose
entre ambos.
―¡Callaos los dos! ¿Os tengo que recordar lo crítica que es la
situación? ¡Lo último que necesito es una pelea de parvulario! Lo
toma o lo deja, Mario.
El político negó con la cabeza.
―Está bien ―dijo en cambio―. Disculpe, la tensión del momento
me ha jugado una mala pasada ―añadió, mirando a Sasha. Luego se
dirigió otra vez al capitán―. Pero por ese precio, su segundo tendrá
que obedecer sin chistar, ¿de acuerdo?
42
―De acuerdo ―concedió James―. Sasha estará en cabina, usen
el comunicador y les atenderá.
―Por supuesto ―recalcó Mario―. Avísenos cuando vayan a
bajar a ese agujero. Suerte.
El político se volvió y salió de la cabina seguido por su mujer,
Darla, quien los miró a ambos apretando sus morros de piñón con
aire ofendido, antes de marcharse.
―¿Y a esa qué le pasa? ―dijo Sasha en cuanto salieron.
―No tengo ni idea. ―James tomó asiento de nuevo frente al
cuadro de mandos tridimensional―. He activado el camuflaje. No
pierdas de vista a los que detectaste en esa montaña, aunque parece
que no se mueven…
―No, se movieron un poco con la explosión y la avalancha,
pero después se han estado quietos.
―Bien. Toma, por si las moscas. ―James le tendió una pistola
láser a Sasha, que la cogió con mucho reparo―. ¿Sabes usarla?
―No tengo la menor idea. Supongo que es como en los
videojuegos.
―Más o menos. ―James se la arrebató de su mano―. Aquí
tienes el seguro, el gatillo es muy sensible, así que asegúrate de que
vas a disparar antes de quitarlo.
Volvió a darle el arma y se levantó.
―Llama a los mellizos, vamos a ver qué tenemos ahí abajo.
43
LOS PROBLEMAS
CRECEN
D
escendieron por el agujero con menos dificultades de
las esperadas. Primero ataron una cuerda metálica a
la nave, y luego fueron bajando uno a uno: James,
Tajo y Zarza. El túnel abierto por la explosión desembocó en una
gruta subterránea, en cuyo centro flotaba una pequeña isla.
Desde el islote observaron los alrededores.
Reinaba una luz rosada que emanaba de las columnas, formadas
por la unión de varios carámbanos de hielo. James contuvo el aliento,
asombrado ante las colosales dimensiones de la cueva. Pero aun
mayor fue su impresión poco después, cuando se detuvo a observar
con más atención:
―¿Qué diablos es eso? ―murmuró.
Tajo y Zarza escrutaron en la dirección de su índice, que señalaba
hacia una de las paredes. Estaban demasiado lejos para ver con
claridad. Ambos se aproximaron, siguiendo los pasos del capitán.
Cautelosamente y con los fusiles a punto. Tuvieron que atravesar
una plataforma blanca para salvar el lago, atrapado bajo una capa
de hielo fino. A su derecha dejaron otro túnel en tinieblas. Zarza se
llevó un dedo a su visor y extendió la palma de su mano en aquella
dirección, indicando a Tajo que vigilara el pasadizo. Éste asintió,
aunque no pudo evitar echar un ojo a la pared de enfrente. Desde
45
algún lugar resonaba un chasquido inquietante. «Un manantial
subterráneo», pensó James.
El capitán alumbró la pared con su linterna.
―Además de la energía que venimos a buscar, hay dos personas
congeladas ahí dentro ―informó, apoyando su guante plateado en
el hielo.
Una daga resplandecía, encerrada dentro de aquella prisión. El
arma los había llevado allí, pero los dos hombres habían pasado
inadvertidos a los sensores. Las expresiones de los humanos eran
tensas, sus posturas aparecían como si hubieran sido congelados en
medio de un combate. El más delgado sujetaba la daga, mientras el
más grande esgrimía un hacha en cada una de sus manos.
―Ya veo ―corroboró Zarza.
―¿Podríamos sacarlos?
―Tal vez, aunque dudo que sigan vivos. Todo depende del
tiempo que lleven ahí ―respondió ella―. Podría usar el lanzallamas
incorporado en mi fusil para derretir el hielo. Si sus corazones aún
laten… ¿Tenemos tanques de recuperación en la Butterfly?
―Afirmativo. Voy a comunicar con Sasha para que los prepare,
por si acaso. ―James dio la orden. Después volvió a usar el canal
que lo mantenía en contacto con los mellizos―. Vamos a asegurar el
perímetro, según el sistema de mapeado ese túnel de ahí termina en
otra cueva, más pequeña que esta. Y eso debería ser todo.
Los tres avanzaron por el pasadizo, dándose cobertura entre
ellos, hasta que fueron a parar a otra cueva natural, donde reinaba la
misma luz rosada. La única diferencia con la anterior era un lecho
de hielo rectangular, con algunas pieles por encima, tal vez una
cama, de enormes dimensiones. Allí no había nadie, de manera que
regresaron a la gruta de la isla y procedieron a descongelar la pared.
Una hora más tarde, consiguieron sacar a los humanos del hielo.
Estaban inconscientes y su pulso era muy débil, pero seguían vivos.
Los dos vestían pieles de animales. Uno, de constitución magra,
llamaba la atención por tener tres dedos en su mano derecha y una
cicatriz vieja en la frente, mientras el otro exhibía un aspecto incluso
más fiero: era tan corpulento como Tajo, pero más maduro, aunque
46
sus músculos llenos de cicatrices desmentían cualquier atisbo de
debilidad. Ambos tenían cabellos castaños y barba, sin embargo el
de los tres dedos los llevaba más aseados. Ataron los cuerpos con
una cuerda y los subieron usando la nave, que los izó rápidamente.
Finalmente, Sasha elevó a sus compañeros hasta la superficie.
El sol estaba cayendo. La niebla había escampado en aquel
momento, ofreciendo a sus ojos un espectáculo tan hermoso como
cegador: la nieve reflejaba el violeta de los arreboles finales del día,
con una gran intensidad. Ya descendía la plataforma de la nave para
llevarlos de vuelta al interior de su vientre, cuando sucedió algo
inesperado. Un destello de fuego iluminó el cielo en el atardecer.
James usó la mano como visera para observarlo. Aquel objeto, fuera
lo que fuese, descendió entre las nubes velozmente, silbando, hasta
que impactó en algún lugar cerca de allí. Pero permaneció oculto a
la vista por las ondulaciones del terreno.
―No parece un meteorito… Mierda. Sasha, ¿me oyes?
―Alto y claro, capitán.
―¿Qué ha sido eso?
―Un momento…
Los mellizos ya habían puesto a los rescatados en la plataforma
y miraron hacia el capitán con una interrogante en los ojos. Éste
salvó la distancia hasta la plataforma de dos zancadas.
―Súbenos, ¡rápido!
―Subiendo. Hay malas noticias, capitán.
―Empiezo a pensar que ése es mi apellido, me tendré que
cambiar el Olmos, segundo Sasha. James Malas Noticias.
―Y yo, capitán, y yo…
Cuando estuvieron a salvo en el interior de la nave, lo primero
que hicieron fue meter rápidamente a los bárbaros en los tanques de
curación. Cualquier retraso podría suponer perder aquellas dos vidas,
y James no estaba dispuesto a correr ese riesgo. Ya tenía suficientes
muertos sobre su conciencia… El capitán se obligó a centrarse, a
desterrar los fantasmas del pasado. Pronto terminó de quitarse el
traje de exploración, con lo que éste quedó expuesto en una vitrina.
Después se dirigió hacia la cabina, seguido por los mercenarios.
47
La compuerta se abrió, dejándoles paso franco.
―¿El político y su mujer están a buen recaudo? ―preguntó a
Sasha, tomando asiento.
―Sí, como una de tus botellas de bourbon, capitán. Estuvimos
echando una partidita de póquer.
―Genial. ―Lo último que necesitaba era a aquellos dos dando
la vara en cabina.
Harina de otro costal eran los mellizos. Ya empezaba a confiar
en ellos, de manera que les había permitido acompañarle. Se habían
ganado el derecho a estar informados de la situación.
Sasha tanteó al capitán con sus ojos verdes, que destacaban en
medio de la tez oscura. Una clara inquietud marcaba su rostro.
―¿Cuál es la mala noticia? ―preguntó al fin, permitiendo a la
mujer librarse de su carga.
―Mirad. ―Sasha tecleó y la pantalla parpadeó, para mostrar a
continuación una imagen débil.
A través de la bruma se vio una bola de metal del tamaño de un
humano, pero no era un hombre… Nada más lejos. Dos piernas de
aleación metálica le crecieron como extremidades inferiores, cuatro
brazos articulados nacieron de su parte superior. La bola se iluminó
débilmente con un círculo morado en su centro.
La cara de los cuatro se transformó a medida que asistían a
aquella metamorfosis, tan rápida como intimidatoria. Aunque Sasha
no conocía aquel modelo de androide, solo se le ocurría un motivo
por el que podría estar allí.
James miró a los mercenarios primero, después a Sasha. Luego
carraspeó y salió de su asombro como mejor pudo:
―Os presento al androide B4-P2, un modelo algo antiguo ya,
pero efectivo como pocos. Un cazador implacable y un guerrero
capaz. Un marrón como una galera, vamos.
La pantalla parpadeó y después se perdió la señal.
―Acaba de activar su sistema anti-rastreo ―informó Zarza.
―Mientras tengamos energía suficiente para mantener el camuflaje, no corremos peligro. Esto es lo que haremos… ―comenzó
James, aunque no pudo terminar la frase.
48
Una alarma sonó en la cabina con pitidos intermitentes, mientras
una luz roja se encendía en el panel tridimensional superior.
―¿De dónde viene esa alarma? ―preguntó el capitán.
―Un segundo. ―Sasha tecleó a toda velocidad para localizar el
origen―. Viene de la enfermería. ―El zoom de la pantalla flotante
se acercó hasta mostrar los tanques de curación.
El bárbaro más corpulento de los dos había despertado, y estaba
golpeando el cristal del tanque.
―Creí que era más importante, con la racha que llevamos...
Tranquila, ese vidrio es poco menos que irrompible. Una aleación
de titanio con vidrio, aluminio y vanadio; aguantará.
Como una broma macabra que quisiera contradecir sus palabras
por capricho, una grieta surcó la superficie del tanque y comenzó a
expandirse gradualmente, hasta bifurcarse en otras grietas nuevas.
Éstas se multiplicaron en nuevas erosiones con cada golpe del
bárbaro. James se mantuvo frío un instante, observando. Sin acabar
de creérselo.
―¡Me cago en mis muertos! ¡Dile que pare, voy hacia allí! ¡Joder!
¡Haz que pare como sea, ese tanque vale una pasta! ¡Vosotros,
conmigo! ―Los mellizos salieron detrás de él, corriendo a través de
la compuerta.
―A la orden, capitán ―respondió Sasha mientras accionaba el
comunicador de enfermería.
―¡Usa el multitraductor! ―la voz de James le llegó apagada
mientras se cerraba la compuerta.
La chica no recordaba cuál era exactamente el código para
activar el programa de traducción. Éste era capaz de permitir la
comunicación en cualquiera de las siete mil lenguas conocidas en el
universo, siempre y cuando se hallaran dentro del radio de acción de
la nave. Usó su pulsera con visor, donde había instalado un manual
de corbetas justo antes de salir de la Tera-Tierra. “Traductor” buscó.
Ya lo tenía, pero en cuanto levantó sus ojos se dio cuenta de que el
esfuerzo había sido en vano: el vidrio del tanque cedió, destrozado
al recibir un golpe del bárbaro con ambos puños, e inmediatamente
el hombre salió expulsado de él, envuelto en fluidos sanadores.
49
Sasha se quedó observando la pantalla y activó el traductor,
quizás todavía serviría de algo. Los bárbaros le producían curiosidad,
así que tomó asiento para ver en qué desembocaba todo aquello.
Pronto entró en pantalla el capitán James, seguido de Tajo y
Zarza. El capitán disparó un dardo hacia el pecho del bárbaro, que
saltó sobre él sin dudar, con una velocidad sobrehumana. Lo derribó
antes de que pudiera disparar otra vez y se quedó a horcajadas sobre
su cuerpo, postrado. Elevó un puño para noquear al capitán, pero
Tajo le saltó encima y ambos rodaron por el suelo. Luego Tajo
salió disparado hacia un lado, chocando contra la pared. El bárbaro
se incorporó de un salto para encarar a James y a Zarza, quien le
acababa de disparar otro dardo tranquilizante… Y cayó al suelo,
inconsciente. Todo había sucedido tan rápido que no hubo tiempo
de hablar. Eso tendría que esperar a una ocasión mejor.
50
la torre de
hielo
A
quella sería una noche muy larga. Tan solo una hora
después del destrozo del tanque de curación, llevaron
junto a su compañero al segundo bárbaro, el de la
cicatriz en la frente. Sus constantes vitales ya se habían normalizado
y James no estaba dispuesto a asumir más destrozos en su nave, si
podían prevenirlos.
Sobre las cuatro de la madrugada aquél bárbaro despertó,
firmemente atado a una silla en la bodega de carga de la nave y con
su amigo a unos metros de distancia, todavía preso de un profundo
sopor debido a los analgésicos. James estaba de guardia mientras
el resto dormía, y se quedó observando su reacción en pantalla.
Desorientado completamente, el hombre miró a su alrededor,
examinando el entorno con detenimiento: la sala de color acero
tenía varios montones de cajas en los rincones, con nombres y
formas que le resultaban totalmente desconocidas. La iluminación
proporcionada por las luces de emergencia era escasa, y concedía
una atmósfera irreal al lugar, lo que terminó de hundir al bárbaro en
el más profundo desconcierto.
―¿Dónde te has metido esta vez, joven sin juicio? ―se dijo para
sí. Intentó zafarse de las cuerdas metálicas que lo aprisionaban a la
silla, pero no se movieron un ápice.
53
James observaba, suspicaz. «Este parece mucho más tranquilo
que el otro», pensó. «Al menos ha hablado antes de usar la fuerza
bruta». De manera que el capitán no tardó en aparecer en la bodega,
con una pistola de dardos tranquilizantes en ristre. Por el camino
despertó a Sasha para ordenarle que se vistiera y fuese a cabina,
desde donde podría vigilar la conversación. Cuando entró en la
bodega, el bárbaro había conseguido avanzar un poco hacia uno de
los rincones, después de empujarse a trompicones con los pies. Se
miraron con mutua desconfianza.
―Soy el capitán James y esta es mi nave, la Butterfly. Y tú, ¿quién
diablos eres?
El hombre lo miró desde el fondo de unos ojos azules indómitos.
Dudaba, confundido por la forma de hablar de James, y no conocía
de nada el nombre de aquel capitán. Finalmente habló:
―Mi nombre es Daor, capitán de los Claros de Talenost, y
sinceramente, no puedo deciros más ni hacer otra pregunta que una.
Si me lo permitís, capitán. ¿Qué nave es esta, en qué puerto estamos
atracados?
Ahora fue James quien dudó. Una cosa era aterrizar en un planeta
primitivo obligados por las circunstancias, otra muy diferente alterar
el rumbo de su historia dando más información de la necesaria.
―No estamos atracados en puerto alguno, sino varados en
una de las montañas más altas del mundo. Hemos llegado aquí por
error, y no puedo contarte más. Aunque lo que sí puedo hacer es
desatarte y darte un caldo caliente, te vendrá bien. Solo tienes que
prometerme que actuarás sin violencia.
Daor tenía la piel macilenta, y sólo mantenía los ojos abiertos
por la tensión del momento, ya que su agotamiento era evidente. A
James le sorprendía que se hubiera recuperado tan rápido, casi tanto
como que su compañero hubiese tenido fuerzas para romper un
cristal de titanio, recién despertado de una convalecencia.
―De acuerdo, tenéis mi palabra de que no intentaré nada contra
vos, o vuestra nave. Ahora recuerdo… El Tempest Agona, ahí es
donde estábamos antes de que se hiciera la oscuridad, antes de que me
creyese muerto. Y ahí es donde seguimos, según vuestras indicaciones.
54
James asintió.
―Soy todo orejas ―dijo el capitán, animándolo a continuar.
Comenzó a desatar los cordones de acero que mantenían a Daor
contra la silla.
―Antes de continuar, me gustaría pediros algo… ¿Podríais libe‑
rar a mi compañero? Es Gólwundt, capitán de la Guardia Roja
―anunció el bárbaro, con un tono que sugería que era alguien cono‑
cido.
―Gólwundt, ¿eh? Pues tu compañero tiene mal despertar,
amigo. Creo que es mejor que permanezca así hasta que podamos
hablarle, ¿de acuerdo?
―No seré yo quien os diga qué reglas debéis seguir en vuestra
nave, capitán James.
Sasha atravesó la compuerta en aquel instante, con un cazo
humeante en sus manos. Lo puso en las de Daor con suavidad.
―Mi gratitud, hermosa dama ―dijo él, sonriéndole un momento.
―De nada ―respondió Sasha, ruborizándose sin saber por
qué. Pero antes de salir contoneándose, la muchacha tuvo tiempo
de tomar aire, volverse y guiñarle un ojo. Daor ya estaba mirando
hacia el capitán, pero levantó su labio mientras la observaba por el
rabillo del ojo. Eso le bastó a Sasha para salir por la compuerta más
excitada de lo que habría pensado. «¡Vaya con Conan el Bárbaro!
Tiene un buen polvo» rumió para sí misma.
Daor bebió del cazo, primero a sorbos, luego a grandes tragos,
hasta apurar su contenido. Algo de color le volvió a las mejillas.
James aguardó, paciente.
―Ahora recuerdo mejor… Gólwundt y yo habíamos venido a
rescatar a la Dama de Nieve, cautiva del Gigante de Hielo. Cuando
creímos que lo conseguiríamos, nos sobrevino el desastre.
―Eso tiene sentido. Os encontramos congelados en una cueva,
cerca de aquí. Nosotros os rescatamos y os curamos ―informó
James, animado al ver que el bárbaro se mostraba tan cabal.
―Sí… Estoy en deuda con vos, ambos lo estamos. Creí que ese
había sido el fin. Si me decís de qué manera puedo devolveros mi
gratitud, me tenéis a vuestro servicio.
55
―La verdad que se me ocurre una. Verás, capitán Daor,
nosotros venimos de un país muy lejano, uno del que nunca habrás
oído hablar. La nave en que te encuentras, la Butterfly, es… Mágica.
Por eso mismo, funciona mediante combustible mágico. Como
esta daga. ―James la sacó de su chaqueta: empuñadura de plata en
una vaina de rojo gules, donde culebreaban hilos del mismo metal
precioso para unirse en su nudo, marcado por una perla blanca. De
su pomo emergían dos cuernos, más pequeños que los de la cruceta
pero igual de relucientes.
―¿Es tuya? ―preguntó James.
El bárbaro salió de los recuerdos que le traía el arma, recuperada
de las entrañas de la Ciudad Maldita. Asintió con un breve cabeceo.
―Pues es mágica. ¿Podríamos usarla como combustible para
nuestra nave? Será destruida.
―Si con ello podréis volver a vuestro país, que así sea. Sé lo
duro que es el exilio, creedme. ―El rostro de Daor traslucía pena,
aunque sus palabras fueron firmes.
―Tampoco es seguro que con esto podamos volver…
―lamentó James―. En circunstancias normales, puede. Pero eso
pasa poco en mi profesión.
A Daor se le iluminó la mirada:
―Tengo una idea, capitán. ¿Necesitáis objetos mágicos, verdad?
―Sí.
―Y según vos, nos hallamos cerca de donde fui congelado.
―Exacto. No veo adónde quieres llegar.
―Veréis, caballero. ―James dio un respingo, pues nunca le llamaban así. Granuja, ladrón, canalla, pendenciero, tahúr, delincuente
y cosas peores, eso era lo habitual. El bárbaro puso sus ideas en
orden antes de seguir hablando―. Gorr-Gorr y la Dama de Nieve
tienen objetos mágicos, los he visto. Escondidos en el sótano de su
torre. Creo que con vuestra magia no nos sería difícil conseguirlo.
―Contadme más.
La conversación entre James y Daor se prolongó por espacio
de media hora. Cuando terminaron, tenían un plan. Se fueron
todos a descansar, antes de emprender una aventura que pretendía
56
sacar a la Butterfly de allí, y de paso, el rescate de la Dama de las
Nieves.
Habían planeado atacar al mediodía siguiente. Cuando éste llegó,
Gólwundt ya estaba despierto y había sido puesto al corriente
de todo. El hombre se disculpó por su conducta, sinceramente
arrepentido. Después convino en que estaba en deuda con James
y sus compañeros, para mostrarse aun más agradecido en cuanto
supo que el plan incluía a la Dama de las Nieves. Nadie en la Butterfly
terminaba de entender de qué manera podía ser que una mujer fuese
la amante de un humano y de un gigante, por más vueltas que les
dieron para sus adentros. Pero como fuere que tenían asuntos más
urgentes que atender, dejaron aquel enigma para otro momento.
Sasha permanecería de nuevo en la nave, sin que esta vez el
político tuviera que insistir.
El capitán no pensaba exponerla a más peligros de los
estrictamente necesarios, ya que podía morir en el camino, y solo la
necesitaba hasta que rescatase a Morris. Aun en el caso de que no
sufriese ningún percance serio, el estrés constante en una chica de
dieciocho años podría ocasionarle secuelas psicológicas, que James
no estaba dispuesto a asumir. Sasha no sería la última joven que se
creía imparable y acababa convertida en un desperdicio humano.
Más de una decena de personas habían pasado por la tripulación
de la Butterfly en veinte años, no sería la primera vez que James veía
aquello. Así que aunque Sasha le insinuó en privado que le gustaría
acompañar a la expedición hasta la Torre de Hielo, James se mostró
tajante: “El político ha pagado por protección, y tú se la vas a dar.
Más te vale estar atenta, segundo Sasha”.
Resultó cómica la cara de los bárbaros cuando se enfundaron
los trajes de exploración, que se abrochaban de manera automática
fundiendo sus tejidos entre sí, tan solo con apretar unos botones.
Tenían dos trajes de más, debido a que en los viejos tiempos
la tripulación de la nave la componían cinco personas. Fueron
suficientes para el grupo que se internaría, en aquel mediodía gris,
en la Torre de Hielo.
57
Llegaron a sus inmediaciones sin sobresaltos. James no salía de
su asombro. Aquella aguja que se elevaba a las alturas perforando el
cielo solo podía explicarse mediante la magia. No por su altura, pues
en la Tera-Tierra había edificios más altos, sino por su arquitectura
imposible. El hielo que formaba sus paredes languidecía en cientos
de carámbanos cristalinos, que se deshacían y volvían a formar, una
y otra vez, regando perpetuamente el aire con una lluvia de esquirlas
a su alrededor. Era como si vistiese con una capa de escarcha, con la
que el viento jugueteaba de un lado a otro constantemente.
Este viaje estaba siendo el más extraordinario que el capitán
James había realizado nunca, y para guinda estaban a punto de
enfrentarse a dos jodidos gigantes de hielo. «Joder», se dijo.
Se hallaban a poca distancia de la torre. Habían avanzado con
sumo sigilo. El día nublado les concedió el beneficio de ir envueltos
en una neblina perpetua, así que aquello resultó bastante fácil.
Pasaron sobre un puente de hielo, conservando la formación: Zarza
y Daor en cabeza, con Tajo guardando la retaguardia por si aparecía
algún invitado sorpresa. James y Gólwundt ocupaban el centro
dirigiéndolos a todos. James había conseguido enseñar a los bárbaros
cómo activar algunos rudimentos del traje: el comunicador, la tabla
de snowboard y el camuflaje.
La voz de Sasha les llegó a todos, llena de interferencias.
―Los dos gigantes han empezado a moversefff… rrr… Deben de tener
hambre, así que id con cuidadofff… zzz… Van hacia el sótano. Ella continúa
en el piso más altozzz… rrr… Tengo que dejaros solos, nos queda energía para
una horafff… No tardéiszzz…
―Esto será rápido, ten cuidado, Sasha. ―El capitán no pudo
evitar sentir un nudo en el estómago. Si salían de aquella, pensaba
ponerle una vela a algún santo―. ¡Moveos! Zarza y Tajo, esperaréis en
la entrada hasta que los gigantes suban. Os recuerdo que solo debéis
distraerlos, huid de cualquier enfrentamiento directo. Gólwundt,
puedes ir a rescatar a tu dama. Daor, en cuanto Tajo y Zarza
capten la atención de los gigantes, bajas conmigo y cargamos con
todo el combustible que podamos transportar. Si no surge ningún
imprevisto, nos encontraremos en la nave en cuanto acabemos.
58
Nos tomaremos unas copas, nos relajaremos y cada uno a su casa.
Mantened los micrófonos abiertos en todo momento, ¿entendido?
Todos afirmaron.
―¡En marcha!
La entrada de la Torre de Hielo no era visible a simple vista.
Una nube se hallaba estancada en su base a perpetuidad, y la pared
redonda no mostraba ninguna entrada concreta, sino cuatro arcos
cubiertos. Sin embargo Gólwundt conocía bien su ubicación, pues él
ya había estado antes allí. Entraron en el piso principal atravesando
una burbuja de escarcha. Gólwundt subió por las escaleras,
tomando el camino hacia la salvación de su dama. El bárbaro los
había advertido acerca de los sirvientes del Gigante de Hielo: simios
grotescos con grandes colmillos, de pelo blanco y unos brazos
largos, armados con garras. Por suerte no se encontraron allí con
ninguno. Seguramente, nadie esperaba aquella visita en un lugar tan
apartado del mundo.
James y Daor se habían fundido ya como dos camaleones con
el entorno blanco. Mientras tanto, Tajo y Zarza aguardaban bajo el
arco de entrada a la torre. Tenían las piernas ligeramente separadas,
en una postura relajada pero vigilante.
El suelo empezó a temblar. Los gigantes se aproximaban,
subiendo desde el sótano. Zarza no tenía creencias religiosas, pero
aun así pidió al Todopoderoso que los sacara de aquella con vida.
James estaba agazapado con Daor bajo la escalera de la torre. Solo
deseaba que el traje, ahora tan blanco como el hielo que los rodeaba
por todos lados, fuera suficiente para mantenerles ocultos.
El primero de los gigantes subió al piso donde se encontraban.
Se detuvo y el suelo cesó de temblar. Permaneció cerca del hueco
de la escalera de caracol, mirando hacia Tajo y Zarza con unos ojos
insondables. Luego brillaron por un instante, azules y transparentes
sobre su nariz de hielo. Bajo ella campaban los mocos y el aguanieve
resbalaba por unas gruesas patillas, hasta reunirse en una barba
donde pelos, desperdicios y escarcha se juntaban, para revelar una
mixtura horrible de ver. Era tan alto como varios humanos que se
pusieran uno encima del otro, y su tronco, cubierto de pieles heladas,
59
aparecía más grueso que el de un buey. Tardó en reaccionar todavía
el gigante, tanto que decidió esperar a que subiera su hermano.
Quizá entre los dos, pensó, llegarían a saber quiénes eran aquellos
extraños seres y si estaban vivos… Porque aunque él ya percibía su
calor, el aspecto que tenían, enfundados en los trajes de exploración,
le era completamente desconocido y los privaba de cualquier olor
reconocible. Quizá aquello los salvó de la furia repentina de los
gigantes, o tal vez que venían de saciar su hambre en la despensa y
estaban adormecidos durante la estación invernal.
Tajo y Zarza permanecían parados todavía, bajo el arco de la
pared falsa en forma de burbuja que servía de entrada. Estaban
impresionados por el tamaño y la ferocidad primigenia que habían
tomado forma en aquellos seres colosales.
―¿Rrquérr rrsonrr? ―preguntó un gigante.
―Rrnorr rrserr… ―respondió el otro.
Daor, escondido junto a James bajo la escalera de caracol, habló
en susurros por el comunicador del casco:
―Están confundidos.
―¿Los entiendes? ―preguntó James.
―Es una larga historia, pero sí… ―Los gigantes continuaban
intercambiando gruñidos entre ellos―. Creo que quieren ir en busca
de la Dama de Nieve, es infinitamente más sabia que ellos, además
de ser su madre.
Uno de los gigantes dio un grito gutural: “¡Grrrraaaffffirrrrr!”.
Varias criaturas simiescas bajaron por la escalera mientras el otro
gigante avanzaba hacia el primer escalón…
―¡Ahora, mellizos!
Zarza abrió fuego sobre un gigante con su fusil y Tajo disparó
al otro. Ambos gritaron y mugieron de dolor, aunque las balas
no penetraron su gruesa piel. Luego corrieron hacia ellos dando
zancadas grandes, pero lentas. Todo temblaba bajo sus poderosas
piernas. Sin embargo los mellizos ya habían desaparecido más
allá de la puerta y estaban desplegando sus tablas de snowboard.
Comenzaron a descender sobre la nieve mientras los gigantes salían
en su persecución.
60
James y Daor aprovecharon aquella oportunidad para
abandonar su escondrijo y atacar a los esbirros de los gigantes que
habían quedado en la torre. James disparó tres veces con el fusil en
repetición, sendos disparos acertaron en las cabezas y salpicaron de
sesos la blancura de la sala. Mientras tanto, Daor usó sus flechas para
atravesar a uno por el cuello y otro en el bajo vientre. Pero dos de
los pequeños yetis consiguieron esquivar el fuego y saltaron sobre
los hombres. Daor soltó el arco y se dejó caer hacia atrás mientras
desenfundaba su daga. Se hundió hasta el pomo en el plexo de pelaje
níveo que se le vino encima, y que se convulsionó cuando lo arrojó a
un lado. Acto seguido se incorporó de un salto, cogió el arco y puso
una flecha. James estaba enzarzado con el esbirro superviviente en
una feroz lucha cuerpo con cuerpo. El yeti le había mordido el brazo
diestro y le había inmovilizado el otro, firmemente, contra su tronco
en un abrazo mortal.
―¡Mierda, quítamelo!
Daor inspiró, ajustó el tiro al tensar la cuerda y espiró, poco a
poco, mientras sus dedos soltaban la saeta. ¡Fiiiiiu! Atravesó la nuca
del esbirro y le salió por la boca, quedando a un milímetro del brazo
del capitán.
―¡Gracias, chico! ¡Vamos! Espero que el botín valga la pena,
voy a tener que aprender a pilotar solo con una mano.
Corrieron y bajaron las escaleras de la torre. De camino
hacia la cámara del tesoro, pasaron por otro piso donde vieron
un espectáculo que volvería a visitarlos en sus pesadillas. Un piso
entero estaba destinado al almacenamiento de animales muertos y
congelados: alces, uros y otras criaturas que no supieron identificar
ninguno de los dos. Allí los gigantes tenían su despensa, con la que
sobrevivían al duro invierno. Siguieron bajando, porque el tiempo
corría en su contra. Finalmente llegaron hasta la cámara del tesoro.
―¡Jo-der! ―exclamó James, impresionado.
Lo que veía ante sus ojos era un botín magnífico en desorden
por el piso, compuesto por joyas principalmente. A ellas se unían
algunos objetos entre los que James y Daor hicieron su elección:
un casco de eog negro, varias dagas de vistosa factura y un laúd que
61
resplandecía con runas arcanas. Había un martillo muy hermoso,
pero estaba profundamente enterrado en el hielo, al igual que
la mayor parte del tesoro. James pensó en derretirlo usando el
lanzallamas, pero desechó la idea un segundo después. Ya tenían
más que suficiente para llegar a Satuine. Así que volvieron a subir los
escalones, con cuidado de no resbalar sobre el hielo.
La voz de Zarza sonó a través del comunicador, entrecortada
por sus jadeos:
―¡Mierda! ¡Han alcanzado a Tajo con una roca! ¡Las lanzan como si
fueran canicas, capitán! Voy cargada con él… ¿Tenéis el objetivo?
―Afirmativo, regresad a la base y esperadnos allí. ¿Gólwundt?
―No hubo respuesta―. ¿Gólwundt, me recibes?
―Sí… Estamos a punto de llegar abajo, pero nos hemos encontrado
con una gran cantidad de criaturas… Nada que no puedan solucionar mis
hachas.
―Los gigantes van a volver pronto, ¡deprisa!
―¡Son demasiados! Vienen de todas partes… Ella afirma que debemos
destruir el Espejo de Hielo, está aquí, en el segundo piso de la torre. Solo así
pararán… ¡Argh!
―¡Voy por ti, camarada! ―Daor puso el laúd en manos de James
y, por un momento, se cruzaron sus miradas.
No hizo falta más, cada uno tenía sus problemas y allí, sus
caminos iban a separarse. Ambos lo supieron. Daor subió escaleras
arriba y James salió por la puerta.
Desplegó su tabla y comenzó a descender por la ladera de nieve
virgen, bajo un sol que se hallaba en su cénit. Por el camino, James
se cruzó con los gigantes que volvían hacia la torre. Portaban nubes
de tormenta sobre sus cabezas. Los ojos, antes inexpresivos, les
brillaban ahora con furia. Los rayos campaban sobre ellos. La nieve
caía sin clemencia. Aun así, James hizo de tripas corazón y dirigió su
tabla hacia aquellos temibles enemigos. Si podía conceder un poco
más de tiempo a los bárbaros, lo haría.
Los gigantes estaban ahora al tanto del peligro que los forasteros
suponían para ellos, de manera que James no contó con el beneficio
de la sorpresa. Una roca del tamaño de un coche surcó el cielo
62
zumbando, hasta estrellarse cerca de él. Saltó con su tabla y grindeó
por una arista de la roca; aquello fue justo antes de que un rayo
cayese tras él con un impresionante ¡rasssh! y James se acordara de
su madrecita, para decidir un segundo después que ya estaba bien de
hacerse el héroe. Enfiló por la ladera más empinada, el camino más
rápido de vuelta a la Butterfly.
63
NADA ES
PERFECTO
M
ientras tanto, en la sala de pasajeros de la “Butterfly”,
el excongresista Mario, su hermosa mujer Darla y la
segundo Sasha mataban el tiempo y calmaban los
nervios, echando una partida de póquer. Había pasado ya media
hora desde que tuvieron que cortar la comunicación con James y el
resto. Faltaba media más hasta que el plazo expirase y se quedaran
sin energía, expuestos al androide que los buscaba…
―Las veo y subo cuatro ―anunció Sasha, deslizando las fichas
cuadradas hasta el centro de la mesa.
―Veo tus cuatro, subo diez más ―anunció Mario.
―Yo no voy ―dijo Darla, arrojando sus naipes boca abajo
y dando un bufido. Luego se levantó, con un pequeño tambaleo
a causa del bourbon que trastocaba sus sentidos―. Voy al baño
―dijo.
Sasha asintió y miró su mano: tenía un color. «Para mí que se
está tirando un farol», pensó.
―Veo esas diez. ¿Qué tienes?
―Full de ochos y nueves.
―¡Mierda! Color ―dijo Sasha, tirando los naipes boca arriba.
Mario sonrió enseñando los dientes y extendió sus brazos, para
acercar todas las fichas a su montón, que ya era considerable.
65
―¿De qué conoces al capitán? Eres un poco joven para
frecuentar estas compañías, si me entiendes… No quiero ofenderte,
¿eh?
Aquella pregunta cogió desprevenida a Sasha. Pero el efecto del
licor había hecho mella en su integridad, de modo que respondió:
―¿La verdad? No lo conozco de nada. Fui a un bar a matar mis
penas y allí me lo encontré. Estaba buscando una nave que pilotar,
él me la ofreció. Poco más.
―Ajá, claro… ―convino Mario mientras barajaba, dudando de
aquella historia―. Pues resulta que yo sí le conozco, me informo
bien antes de trabajar con alguien. Y tú deberías hacer lo mismo.
Cuando volvamos a la civilización, tómate la molestia de averiguar
quién es James Olmos. Te aseguro que valdrá la pena.
―Lo haré.
―Una chica tan bella como tú no tiene por qué andar de aquí
para allá perseguida por la justicia… ―Mario dejó la frase en el aire,
mirándola con cierta lascivia.
«¿Este me está tirando los tejos? ¡Será viejo verde! ¿Dónde se
habrá metido su mujer?».
―Soy muchas cosas, además de una cara bonita. Y la reputación
que sí conozco es la suya, señor Mario Dorovan.
―No me sorprende, soy una figura pública. Se dicen muchas
cosas de la gente como yo, buenas y malas. Muchas de ellas no son
ciertas, y otras, simplemente, no han podido ser demostradas. ¿Qué
has oído sobre mí?
―Es usted miembro del Partido Cibertad, su familia fabrica
medicinas y prótesis que sirven para la adaptación de los humanos
al proceso de cibernización… Y las vende al gobierno. Por más de
la cuenta, según he oído.
―¡Salió la humanista! ―Mario acompañó su indignación, muy
sobreactuada, de cierto retintín―. Aún eres joven, pero ya llegarás
a mi edad… o a la de James; y quizás cuando cada día te duela una
parte diferente de tu cuerpo, cuando ya no puedas andar sin cagarte
veinte veces en tu rodilla, o no veas bien, te plantearás usar una de
las prótesis Dorovan.
66
―Es posible, señor Dorovan ―reculó ella, empequeñecida ante
la voz autoritaria de Mario.
―Cuando te lo plantees, habla conmigo. Te haré un buen precio.
―Mario terminó de repartir las cartas―. ¿Dónde andará Darla?
¡Darla, cariño! ―gritó.
No hubo respuesta. Probaron con el comunicador. Nada.
―Voy a ver qué pasa. ―Sasha se levantó y desenfundo la pistola,
con toda la seguridad que fue capaz de reunir.
―Yo voy contigo ―declaró Mario, levantándose.
―¡El cliente manda! ―La muchacha se sintió más aliviada, pero
se volvió rápidamente para dar la espalda al político.
Ambos llegaron al pasillo por una compuerta. El baño estaba a
pocos pasos de allí, sin embargo la penumbra engrandecía aquella
distancia a ojos de la chica. Luces blancas titilaban cada dos metros
en el techo, débilmente. Salvó con pasos rápidos la distancia que la
separaba de la puerta del baño. Pulsó el timbre. Mario, a sus espaldas,
tenía los ojos bien abiertos. Aquello apestaba a peligro. Sasha tecleó
la clave y la compuerta se abrió.
Una brisa gélida azotó sus rostros. El cuarto de baño tenía
un agujero en el techo, por donde entraban los copos de nieve
en una rápida sucesión. En el váter estaba Darla, con los ojos en
blanco. Muerta. Sasha cerró de nuevo el baño y tecleó la clave de
bloqueo. No había visto al androide ni pensaba buscarlo. Seguiría
las instrucciones de Zarza.
―¿Qué pasa con esa puerta? ―preguntó Mario, exasperado.
―Vamos a la cabina. ―Se tragó el vómito que le asomó a la
garganta.
―¿Qué? ¿Y mi mujer? ¡Exijo…!
Resonó un chasquido y a continuación un impacto sacudió la
compuerta del baño, que empezó a echar humo. Aquello cortó las
exigencias de Mario.
―¡Corra!
Sasha lo cogió del antebrazo y huyó, tirando de él. Mario la
siguió a trompicones por el pasillo de la nave, hasta que entraron en
cabina y la compuerta se cerró a sus espaldas. Mientras esto sucedía,
67
tuvieron tiempo de ver la cabeza metálica y el “ojo” violeta del B4P2, que empezó a correr por el techo con sus seis extremidades con
la destreza de una cucaracha. Un topetazo sonó contra la plancha
metálica.
―¿A qué juegas? ¡Mi mujer está ahí fuera con eso!
Sasha ignoró a Mario. Se sentía al borde del llanto, era
absolutamente incapaz de decirle aún que su esposa había sido
asesinada. Abrió la comunicación con James y el resto, ya no tenía
sentido ahorrar energía para un sistema de camuflaje que había
demostrado ser insuficiente.
―Compañía, al habla Sasha. ¿Va todo bien? ―Esperó respuesta
mientras seguía tecleando. La pantalla 3D mostró la situación de
todo el equipo de rescate, puntos rojos sobre azul diáfano.
―Al habla James, Zarza debe estar a punto de llegar, y yo voy de camino.
Un lagrimón resbaló por la mejilla de Sasha cuando otro golpe
retumbó por toda la cabina y la puerta humeó. Esperaba que
aguantase, según James aquel era el lugar más seguro de la nave.
Zarza apareció a la vista más allá del cristal, ladera abajo sobre la
nieve que saltaba tras ella, como una ola rompiendo.
Sasha habló con voz trémula:
―Zarza, el androide está intentando entrar en la cabina, estamos
encerrados.
―¡Cagüendiez! Voy, baja la plataforma de embarque. ―Sasha ya estaba
en ello. Después miró hacia la compuerta de la cabina.
El soldador del androide llevaba la mitad del agujero trazado.
Mario sudaba abundantemente y había dejado de preguntar por su
mujer. Se sentía mareado, se dejó caer sobre el asiento del copiloto.
―Joder. ¡Corre, Zarza! ―Un cuarto de vuelta más y la compuerta
caería. No hubo respuesta.
Sasha se parapetó detrás del asiento y apuntó con la pistola.
Le temblaba todo el cuerpo. Intentó recordar algo de lo que Zarza
le había explicado aquella misma mañana, mientras desayunaban
unas tostadas. Ahora le parecía que hubiese pasado un año: “Si el
androide llega a entrar en la Butterfly, procura por todos los medios
que no os encuentre. Si os encuentra, corred. Si os coge, dispara
68
a las ingles, ese es el único punto vulnerable que se conoce al B4P2”. Con aquel pulso no sería capaz de acertar a un gigante, cuanto
menos a las ingles de aquel androide. Decidió cambiar de estrategia.
―¡Mario, ayúdeme a mover el sillón detrás de la puerta! ―Ella
hizo lo propio, zarandeando el asiento hasta que lo sacó de las guías.
Pero en cuanto miró, vio que el político ahora estaba acurrucado
bajo el cuadro de mandos. Lo puso bloqueando la entrada e hincó
una rodilla delante del político. Respiró hondo y volvió a apuntar…
«Tranquila, Sasha, tranquila» se repetía, sin conseguir que las manos
dejasen de temblar. Aun así, quitó el seguro.
La puerta cayó hacia dentro y el asiento fue sepultado. Aunque
la plancha de metal quedó lo suficiente inclinada para que el B4-P2
no pudiera hacer blanco todavía. Los cuatro brazos del droide se
alargaron y la esfera se puso en pie sobre la plancha, desplegando un
par de cañones redondos bajo su visor.
Sasha abrió fuego, pero el láser rebotó en la esfera e impactó
lejos del objetivo. El droide estaba a punto de disparar. Sasha se
cubrió los ojos con el antebrazo mientras Mario balbucía algo.
Dos disparos retumbaron en la cabina de la Butterfly.
69
SERPIENTES Y
MARIPOSAS
E
l androide emitió un pitido agónico y cayó al suelo,
con las ingles chisporroteando. Zarza apareció tras
él, exhibiendo el cañón de su fusil velado por un fino
hilo de humo. Sin embargo no hubo ningún grito de alegría. La
mujer saltó sobre la plancha para mirar al interior de la cabina:
―¿Estáis bien? ¿Sasha?
La chica se levantó y miró a la mercenaria, con toda la entereza
que fue capaz de reunir en unos ojos lacrimosos.
―Sí, creo que sí.
―Bien. Ayúdame, ¡rápido! Tenemos que llevar a Tajo a un
tanque de curación, está malherido.
El político recuperó el habla.
―¿Y qué hay de Darla?
La negación de Sasha fue suficiente. Era incapaz de decir más.
Después fue a ayudar a Zarza, que ya había salido al pasillo donde
aguardaba su mellizo, con la espalda apoyada contra la pared. Mario
se sentó y rompió a llorar, cubriéndose la cara con las manos.
James llegó poco después. Mario se había quedado junto al
cadáver de Darla, en la enfermería. Zarza y Sasha estaban limpiando
los desperfectos. La mercenaria había vuelto a soldar la oquedad
por donde el androide había penetrado en el baño de la nave,
71
mientras que Sasha intentaba evaluar los daños que el B4-P2 había
ocasionado.
―Ya me pondréis al corriente después, cuando estemos fuera
de esta pesadilla medieval ―dijo James―. Voy al conversor de
energía, llevo la mochila llena de combustible. Sasha, preparada para
despegar.
―Pero… ¿Qué fue de los bárbaros?
―No es asunto nuestro. Ya les hemos ayudado, y ellos a nosotros.
Estamos en paz.
James dejó a Sasha con la palabra en la boca cuando salió de la
cabina, llevando el ceño fruncido en un gesto de determinación. La
chica tomó asiento y esperó la orden. La nave se iluminó de nuevo
minutos más tarde, al recibir la carga de combustible. James casi
sintió pena por arrojar aquellos tesoros al conversor. En especial el
laúd, pues aquel objeto se había hecho para deleitar los oídos. Aunque
cuando la nave arrancó los impulsores, James pensó que aquello
sonaba tan hermoso como la 5ª Sinfonía de Beethoven. Alzaron el
vuelo y traspasaron las nubes cercanas de azogue, saliendo en pleno
anochecer a un cielo púrpura.
En la cabina, James llevaba el brazo vendado y observaba a Sasha. Tenía cara de funeral y había estado a punto de palmar, pero
se mantenía bastante entera a los mandos de la nave. La chica tenía
madera.
―Al habla el capitán. Abróchense los cinturones, en unos
minutos atravesaremos la atmósfera del planeta Sexto.
James sintió un pinchazo en el brazo, allí donde los colmillos del
yeti le habían desgarrado piel y carne. Sasha empezaba a disfrutar
con aquel vuelo vertical, hasta el punto de que se permitió trazar un
rizo innecesario con la nave. El capitán se levantó trabajosamente,
se sentía como si le hubiese arrollado una estampida de bueyes.
―Voy a mear y pasaré por la despensa… ¿Quieres algo?
―Sí, un pastelillo Wonkiki, por favor, capitán.
―Dalo por hecho, socia.
Ambos se miraron con cierto afecto. Un vínculo comenzaba a
fortalecerse entre ellos: aquel que une a todos los seres cuando se
72
juegan el pellejo juntos. Sin embargo el capitán apartó la mirada y le
dio la espalda enseguida. No pensaba encariñarse con una novata,
porque aquello jamás resultaba bien.
―¡Qué coño!... ―Rezongó el capitán. De pronto se había hecho
muy de noche sobre sus cabezas. Y aún no habían salido al espacio.
―Esto no me gusta nada ―murmuró Sasha. Accionó todas las
palancas para que la nave disminuyera drásticamente su velocidad,
ya que iban derechos hacia aquella cosa gigantesca.
James se había sentado de nuevo y sondeó el objeto.
―Tenemos un invitado sorpresa… ―Aquello estaba vivo. La
pantalla mostró lo que el capitán se estaba temiendo―: Me da que
mamá dragón ha venido a preguntarnos por la resaca de su hijito.
¡Maniobra de evasión, ahora!
Sasha agarró las palancas que ejercían como timón de la corbeta
y ejecutó un rizo para terminar en picado. La dragona, cuyas escamas
negras brillaban con un tinte sangriento, aleteó, plegó sus enormes
alas y cayó, en pos de la Butterfly.
―¿Y ahora qué?
James no respondió, en cambio accionó el comunicador:
―Zarza, te necesitamos en la torreta. Usa el láser, me da que
contra mamá dragón la metralla va a ser inútil.
―¡Cagüentodo! Había empezado a coger el sueñecito. ¿Cuándo podremos
descansar?
―Cuando muramos o lleguemos a destino.
―Entendido. ¡Voy, voy!
―¡Necesito más potencia en los impulsores! ―pidió Sasha.
―Potencia tres cuartos y aumentando ―respondió James,
girando la palanca mientras veía que la dragona de ojos malignos
se aproximaba a la cola de la nave―. Escudos preparados. Creo
que podremos aguantar su aliento una vez, tú mantén el picado y
prepárate para una maniobra de evasión.
Sasha miró a James con sus iris a punto de salírsele de las órbitas:
―¿Cómo diablos…?
―Ya estás en picado, solo tienes que hacer un contrapicado
cuando te diga. ―Sasha miró el navegador de reojo: faltaban menos
73
de mil metros para la superficie. Atravesaron una nube y vio cómo
la nieve se acercaba a marchas forzadas.
James observó el navegador: la dragona ya estaba pegada a la
cola y abría su mandíbula llena de colmillos.
―¡A plena potencia! ―informó James. Los impulsores rociaron
con fuego la boca del reptil, que lo ignoró mientras humeaba por
los hocicos y las llamas se congregaban en su mandíbula en un
torbellino letal.
―¡Mantén el picado! ―ordenó a la segundo.
―¡En posición! ―informó Zarza.
―¡Apunta a un ala y espera la orden! ¡Escudos al máximo!
―gritó James. Miró el navegador: doscientos metros para la colisión
contra la superficie.
El fuego emergió de la boca de la dragona y anegó la nave en un
mar de llamas. El escudo demostró ser insuficiente cuando la Butterfly
se convirtió en una supernova y su tripulación se sintió arder…
―¡Ahora! ―ordenó el capitán.
Zarza disparó el láser; Sasha tiró de las palancas y la nave trazó
una curva de 180º a ras del suelo… La dragona trabucó contra la
superficie, defenestró un valle entero con sus árboles y ocasionó
una nueva avalancha. Pero para cuando el furioso alud sepultó a la
formidable bestia, la Butterfly ya estaba muy por encima de él. Una
Butterfly llena de pequeños incendios en la bodega, la cola y todo el
sector de popa.
―Activando sistema antiincendios. Los tenéis bien puestos,
señoras Zarza y Sasha, si llegamos a Satuine pienso brindar por
eso ―dijo James. No hubo respuesta de Zarza, así que el capitán
activó la pantalla de la torreta donde debía hallarse la mercenaria:
ella salió a través de una cortina de agua y humo. Su ropa y su piel
se habían fundido bajo una pátina azabache debido al incendio. La
mujer caminaba con un aturdimiento evidente.
―¡Voy hacia allí, Zarza!
El capitán cogió un extintor y salió al pasillo. Una oleada de
frescor se había adueñado del interior de la nave, gracias al hidrógeno
y el agua pulverizada que campaban por doquier. James corrió en
74
dirección a la torreta. Una vez allí, pasó el brazo de la mercenaria
sobre su hombro y fueron, renqueando, hasta la enfermería.
―No creí que pesases tanto, Zarza… ―susurró, benevolente.
―Ni yo que te cantase tanto el aliento, ya ves.
James se sonrió. Si no había perdido el sentido del humor, no
debía ser muy grave. Unos minutos más tarde, Zarza se dio un baño.
Bajo la capa de carbonilla emergió de nuevo la piel de la hermosa
mercenaria. Un poco enrojecida, porque tenía quemaduras de
primer grado en las manos y los pies, nada que no curase un poco de
reposo. Aunque Zarza, cuyo nombre real era Sara May, comenzaba
a dudar de que aquello fuera posible en la Butterfly.
Cuando abandonaron la atmósfera de Sexto, ninguno a bordo
de la nave pudo evitar una sensación rayana en el orgasmo. Mario y
Zarza tal vez deberían de haber experimentado algún remordimiento
por ello, debido a las desgracias de su mujer y su mellizo. Pero habían
renunciado hacía mucho a cualquier tipo de conciencia que no les
resultase beneficiosa. Darla estaba muerta, y Tajo se recuperaba
en el tanque de una pedrada que le había tronchado un brazo y
cuatro costillas. El político y la mercenaria estaban sentados en la
sala de pasajeros, habían digerido unas chocolatinas con café para
reponerse. Luego miraron sus divi.
James y Sasha empezaron a relajarse en la cabina de mando.
El capitán torció sus labios en un atisbo de sonrisa antes de hablar
por megafonía. Su brazo se quejó bajo el apósito, quince puntos de
sutura habían cerrado el mordisco que le había regalado el esbirro
de Gorr-Gorr. Todos habían perdido algo en Sexto, pero habían
ganado una partida con la muerte.
―Señores pasajeros de la Butterfly, les habla el capitán. Si miran
a la pantalla podrán ver, una vez más, una panorámica del planeta
Sexto. Me congratula decirles que aunque estamos hechos mierda,
acabamos de volver al siglo 41.
―Se ve bonito desde aquí, capitán ―dijo Zarza.
―Amén ―respondió James.
Ningún aleluya resonó por la nave. En cambio la emisora de
la Butterfly sufrió interferencias. A continuación, recibieron una
75
comunicación entrante. Sasha miró al capitán cuando la luz amarilla
parpadeó. Éste asintió, pero se llevó un dedo a los labios, llenos de
cortes por la exposición al frío en Sexto, y con algunas ampollas
por las quemaduras posteriores. Quería oír, pero no hablaría por el
momento.
―Corbeta libinia clase Insecto 9979TT, identifique sus pasajeros y carga.
Sasha cerró la emisión y miró a James, con cara de circunstancias.
El rostro del capitán se mostró pensativo.
―Tranquila, segundo Sasha. Tenía curiosidad por saber quién
había mandado al B4-P2 a por nosotros. Y ahí está. Déjalos hablar
mientras rastreo la señal.
Sasha asintió. Tenía una idea, abrió la comunicación y la puso
en práctica:
―Hay interferencias, ¿pueden repetir?
―Corbeta libinia clase Insecto 9979TT, identifique sus pasajeros y
carga. Han violado la ley orgánica 343556/3099 del Reglamento Galáctico
al aterrizar en el planeta Sexto, les habla el Ejército Estelar. En un minuto
procederemos a capturar la nave. Si no se entregan voluntariamente, abriremos
fuego.
―Apaga la pantalla de pasajeros y dile a Zarza que vaya a la
torreta, por si hay baile. Espero que no te mande al carajo. Casi lo
tengo… ―anunció James―. Ajá, ahí estáis, perros del Estado.
El radar expuso un punto rojo, procedente del cinturón de
asteroides más externo de la luna de Zairos. Pronto no sería necesario
el radar, porque la fragata del ejército salió de su escondrijo como
una mancha oscura, que absorbía la misma luz del sol del sistema.
―¡Mierda! Es una fragata del tipo reptil, lo tenemos crudo…
La voz de Zarza llegó rozando la impertinencia:
―¿Qué cojones pasa ahora?
―El ejército, Zarza. Todos estamos al límite, lo sé, estamos
bien jodidos… Pero solo falta un poco más y podremos descansar
―pidió James. «No sé si en el infierno o en una cama, aunque eso
nunca lo supe» rumió para sí, antes de dar órdenes―. Prepara la
nave para el salto, Sasha. Carga las coordenadas de Satuine, es ahora
o nunca.
76
La nave del ejército volvió a advertirles:
―Disponen de 30 segundos… ―Hubo un corte y después habló
una voz diferente, una voz de mujer―. Capitán James Olmos, entregue
su nave. Al habla la comandante de la Snake, Mónica Márquez. Déjese de
jueguecitos o vamos a convertir en papilla a esa antigualla.
En aquel instante la nave militar desactivó su camuflaje. Una
serpiente de color verde jade se dibujó en el espacio, dando un peso
específico a la amenaza de la comandante. Sasha no pudo evitar
mirarla: cinco veces mayor que la Butterfly, aquella fragata los tendría
a tiro antes de lo que habría deseado.
―Coordenadas cargadas, capitán.
James cruzó los dedos y dio la orden:
―¡Salto!
Sasha pulsó el botón y… No sucedió nada, excepto el parpadeo
de una luz roja en la pantalla tridimensional, que informaba de un
error en la mecánica de la nave.
―¡Por las barbas de Mahoma! ¿Qué pasa con los alimentadores
de salto?
―¡No lo sé, capitán! Están estropeados.
―¡Voy a ver! ¡Gana tiempo como sea! ―Se levantó del asiento
de un salto.
―¿Cómo?
―Un vuelo indiferente.
―¿Y cómo?
―¡Brrrr! ―gruñó James.
Salió de cabina por la oquedad redonda que el androide había
dejado en lugar de la puerta. Entonces cayó en la cuenta: «Fue
el droide, ¿cómo no lo comprobé antes? Necesito un descanso.
Céntrate, James».
Llegó a la sala de maquinarias, abrió el maletín de herramientas,
desatornilló la tapa de los alimentadores y buscó el fallo. Enseguida
lo vio: faltaba un condensador de neutrinos. Contuvo las lágrimas,
porque sin ese condensador no era posible saltar a través del espaciotiempo. Un impacto tambaleó la nave provocando una lluvia de
chispas que le quemó las cejas. «Joder, Morris, me haces falta aquí»
77
lamentó. Su socio siempre había sido el potentado tecnológico:
mecánico, científico y cerebrito multitareas, no era la primera vez
que James lo echaba de menos en dos meses. Y algo le decía que
no sería la última. Cargó en su divi el Manual de Morris. Conocido en
el mundillo como “El Salvaculos”, fue creado por su querido socio
para salir de apuros como aquél.
Una nueva sacudida recorrió la Butterfly, pero esta vez no hubo
chispas.
“Condensador de neutrinos” tecleó James en su divi. Ante su
mirada la realidad virtual formó un holograma de Morris. Su socio
tenía un cuerpo esquelético, cuya delgadez no disimulaba una bata
blanca, a juego con su pelo que desaparecía en la coronilla y unos
ojos miopes, tras las lentes que se mantenían en equilibrio al final
de su nariz puntiaguda: “Si has perdido el condensador de neutrinos
de tu alimentador de salto, pero necesitas saltar, debes proceder a
soldar cuatro de protones con uno de electrones, las pruebas revelan
un 30% de posibilidades de éxito. No es mucho, pero es mejor que
nada”... James soltó el aparato, que cayó al suelo, y buscó el maletín
de recambios. La Butterfly zozobró al recibir un nuevo cañonazo,
sin embargo James ignoró las quemaduras y se mantuvo erguido,
apoyándose contra la pared.
Mientras tanto, desde la Snake habían despegado tres cazas que
los asediaban sin tregua. Tenían forma estilizada y lucían un cañón
bajo su morro. Se aproximaron en formación triangular por la popa
de la Butterfly, momento que Zarza aprovechó para hacer objetivo y
disparar… ¡Zasssh! ¡Zasssh! el láser surcó el espacio. Entonces las
dos alas de la formación maniobraron en tirabuzón, y el caza que
ocupaba el centro explotó en mil pedazos.
―¡Cuidado, Sasha, han pasado dos! ―advirtió la mercenaria.
―¡Los veo, escudos preparados! ―respondió.
Una gota de sudor resbaló por su frente. La segundo había
decidido cambiar el “vuelo indiferente” que le aconsejó el capitán
por una huída desesperada. Si la fragata llegaba a tenerlos a tiro,
no habría dios que los sacara de aquella. Menos aún con una sola
torreta operativa y James lejos de los mandos de la Butterfly.
78
Así que había conducido la nave a la parte más exterior del
cinturón de asteroides que rodeaba la luna, manteniendo en todo
momento a la Snake a una distancia prudencial de su cola. La fragata
maniobraba con mayor lentitud debido a sus dimensiones, pues
tenía que amoldar su cuerpo de serpiente para esquivar las rocas
espaciales; pero los cazas les dieron alcance rápidamente.
Era la primera vez que Sasha manejaba los escudos y los mandos
de la nave a la vez. Con la izquierda subió la palanca para esquivar
uno de los dos disparos y con la derecha activó el escudo, repeliendo
el segundo. Pero uno de los cazas impactó a lo kamikaze sobre el
vientre de la Butterfly, provocando una tremenda sacudida con la
explosión y dañando uno de los impulsores.
El otro caza había descendido para pasar por debajo de la nave,
Zarza apuntó y disparó… Estalló en fosfatina cerca del morro y
cegó a Sasha.
―¡Estamos libres, niña! Vámonos de aquí cagando leches ―dijo Zarza.
Sasha abrió el comunicador:
―¿Capitán James? ¿Podemos saltar ya?
―¡Dadme un segundo!
La Snake se cernía ya sobre la Buttefly, que con un impulsor a
mitad de fuelle había perdido velocidad.
―¡Rápido, capitán, por lo que más quiera!
Sasha sacó la nave del cinturón de asteroides con una maniobra rápida, pues no podían saltar desde allí. Ahora estaban totalmente expuestos. La Snake abrió su costado y ocho cañones les
apuntaron.
James terminó de soldar y Zarza abrió fuego sobre la fragata,
pero no consiguió traspasar los escudos. Sasha se santiguó cuando
ocho láseres de un verde mortífero iluminaron la negrura espacial...
―¡Salto! ―gritó James.
Sasha pulsó el botón y subió los escudos a máxima potencia.
Todo empezó a dar vueltas entre chispas multicolores, de manera
que no sabían si la nave había reventado o al fin saltaban.
Cuando la realidad se dibujó ante ellos de nuevo, fue como
volver a nacer. Bajo una Butterfly que humeaba, había perdido parte
79
del fuselaje y tenía encendidos todos los testigos de emergencia,
vieron el planeta Satuine.
El orbe resplandecía con un tono amarillo, estaba surcado por
brochazos escarlata y unas pocas naves de los más diversos tamaños
navegaban el espacio por sus inmediaciones: era un cuadro para la
esperanza.
80
Descargar