Jugando con-ciencia - Dirección General de Bibliotecas

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Jugando con-ciencia
AUTOR:
DIRIGIDO A:
DURACIÓN:
Francisco Martínez, José Luis Sánchez y Socorro Segura
Niños de 10 a 12 años
5 sesiones de 120 minutos
Introducción
La ciencia es el conjunto de conocimientos ordenados sistemáticamente y obtenidos por la observación y
el razonamiento, que permiten la deducción de principios y leyes generales, que se pueden predecir y
comprobar mediante experimentos. De esta manera es que entendemos el razonamiento científico y
cómo a través de él, se pueden resolver problemas no sólo científicos o de la escuela, sino incluso,
algunos otros que se presentan en nuestro entorno.
Su influencia en nuestra vida diaria es más que evidente. Desde los or3ígenes de la humanidad, nuestra
especie ha perseguido afanosamente el conocimiento a través de la ciencia, para dar respuesta a muchas
de las preguntas que aquejan al ser humano. Por ello, es importante abordar este tema que encierra
muchas de las áreas del conocimiento y sobre todo, ponerlo al alcance de los niños de una manera
sencilla, divertida, dinámica, es decir, llevarlos a través de actividades lúdicas, a Jugar con-ciencia.
Muchos investigadores opinan que los niños piensan de forma muy similar a la que se emplea en la
ciencia, pues según las hipótesis, las inferencias causales y el aprendizaje a partir de la estadística y de la
observación, son algunos de los métodos usados de forma natural por los más pequeños y que los
convierte precisamente en “pequeños científicos”.
Se dice también, que los libros son uno de los instrumentos más importantes para que los niños cultiven
y abonen ese pensamiento científico, y donde podrán encontrar algunas respuestas que suelen hacerse
sobre el mundo que les rodea, principalmente aquellos que abordan el conocimiento científico en
general y ofrecen un acercamiento a disciplinas como las matemáticas, la física, la biología, etcétera, de
forma divulgativa.
Objetivo
Que los niños se introduzcan en el mundo de la ciencia leyendo, jugando y creando, a fin de que la
perciban como un tema divertido, interesante y sencillo. A partir de la lectura sobre diversos tópicos, se
busca motivarlos y despertar su curiosidad para que descubran y experimenten actividades fascinantes,
que los lleven a la mejor comprensión de la ciencia y del mundo que los rodea.
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S
esión 1. Científicos jugando
Recibe a los participantes con gusto y explica el tema y objetivo del taller. Realiza la dinámica de
presentación “Zum bin Zum baco…”, para ello, coloca al grupo en círculo, incluyéndote. Todos cantarán:
“Zum bin Zum baco, Zum bin Zum bon, como se alegra mi corazón”. Se puede repetir una o dos veces.
Posteriormente, al niño que elijas le dirás: “Oiga científico, el Conacyt va a prescindir de sus servicios”. Él
responderá: “¿Por qué?”, a lo que tu agregarás: “Porque usted no ha inventado nada”. Entonces el niño
contestará: “Dile al Conacyt, que yo, el científico (cada uno dirá su nombre), inventaré (aquí dirán algo
que crearán, como por ejemplo un gel que la persona que lo use en su cabeza, lo hará más inteligente).
Luego él hará lo mismo con otro compañero y así sucesivamente, hasta que todos los científicos digan su
nombre y den a conocer su invento.
A continuación, les explicarás cómo realizar el experimento “Explosión de espuma de colores” o “Pasta
de dientes para elefantes”. Lo harán en equipo y se ejecutará al aire libre.
Material
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Una o varias botellas de plástico grandes, para preparar un color en cada una.
Agua oxigenada (peróxido de hidrógeno)
Yoduro de potasio (se consigue en la farmacia).
Un frasco pequeño que servirá para mezclar sustancias.
Jabón líquido.
Pintura vegetal.
Guantes y lentes de protección (opcionales).
Jeringa sin aguja.
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Vaciar el peróxido de hidrógeno en la botella, suficiente para cubrir la base.
Luego 40 gotas de colorante vegetal, con el que se dará color a nuestro experimento.
Agregar una pequeña cantidad de jabón líquido.
En el frasco pequeño vierte 3 cucharadas de yoduro de potasio y un cuarto de taza con agua.
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La mezcla del agua con el yoduro de potasio es de color amarilla. Extraer un poco de la solución con la
jeringa hasta llenarla y una vez que esté lista, agregarla a la botella.
Una vez hecho esto, hay que retirarse unos pasos y ver los resultados:
Explicación científica
El peróxido de hidrógeno (agua oxigenada) al reaccionar con el catalizador (yoduro de potasio), produce
una reacción exotérmica que consiste en liberar el calor durante su mezcla y un oxígeno proveniente del
peróxido de hidrógeno, lo cual produce una fuerza extrema que permite que la espuma se eleve por los
aires. Al concluir, solicita a los participantes que comenten qué les pareció jugar al científico.
Actividad de lectura
En seguida pídeles que tomen asiento y escuchen la siguiente lectura en voz alta.
Las golosinas secretas, de Juan Villoro
Todas las noches Rosita se maquillaba a escondidas. Sus papás se quedaban dormidos después de ver las
aburridas noticias de la tele y ella corría al baño para pintarse como una actriz de cine. Cuco y Fito eran
excelentes devoradores de golosinas. Siempre tenían un caramelo en la boca. Como todos los niños de la
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colonia, estaban enamorados de Rosita. Cada vez que la veían, se atragantaban de la emoción y tenían
que correr a la tienda de don Silvestre a tomar refrescos de emergencia.
Pero había alguien que odiaba a Rosita con toda su alma: la gorda Tencha. En opinión de Tencha,
Rosita era una presumida que se creía la divina garza. —No sé cómo les puede gustar Rosita. Yo, en
cambio, soy un pimpollo de hermosura —decía la gorda Tencha. La verdad es que Cuco y Fito soportaban
a la gorda sólo porque era buenísima en fútbol. Pegaba unos cañonazos formidables. Gracias a su
potencia, el equipo de Cuco y Fito era el mejor de la colonia. Casi todas las tardes, jugaban fútbol en un
lote baldío.
En una ocasión Rosita fue a ver el partido. Fito estaba de portero. Al descubrir a Rosita se quedó
como estatua y no se fijó en la pelota que iba directamente a su cabeza. Se desmayó con el pelotazo. —
Fue por mi culpa —dijo Rosita. Ignorando la cara de fuchi que le hacía la gorda, corrió hacia Fito y le
acarició el pelo hasta que despertó. Cuando Fito abrió los ojos vio todo borroso, como si estuviera en el
fondo del mar, pero poco a poco fue distinguiendo la cara de Rosita.
Esta vez no se atragantó, porque no tenía ningún dulce en la boca, pero sintió un extraño
cosquilleo en la nariz, como si tomara un refresco con mucho gas. —No soporto las escenas románticas
—dijo la gorda Tencha, y se fue del lote baldío, llevándose su balón de cuero. Esa noche, la gorda vio un
programa de televisión que le dio una idea terrible: desaparecer a Rosita, borrarla del mapa como si
fuera un dibujo en un cuaderno. Resulta que en el programa se presentaba un nuevo invento: el lápiz
labial que hacía invisible a la gente. Como muchos otros inventos raros, éste sólo se podía comprar en
Estados Unidos.
La gorda pasó varios días pensando y pensando en la manera de conseguir el lápiz labial. En eso
estaba cuando su mamá le anunció que haría un viaje a Estados Unidos. La mamá de la gorda era
conocida en la colonia como la supergorda y su abuela como la recontragorda. Las tres juntas pesaban
tanto que no había elevador capaz de levantarlas. Según Tencha, su familia estaba enferma de algo
extraño llamado “obesidad”. Eso de la obesidad se volvió tan problemático que un día la supergorda y la
recontragorda no se pudieron poner los zapatos porque sus panzas impedían que las manos llegaran a
los pies. Fueron a ver al famoso doctor Martínez. El pobre doctor no las pudo pesar en su báscula, que
sólo aguantaba 120 kilos, y las mandó al aeropuerto, donde hay básculas especiales para carga pesada.
Después de analizar científicamente su gordura, el doctor Martínez les recomendó un
tratamiento en Estados Unidos, país donde hay muchas especialidades para gordos: zapatos tan grandes
que las agujetas son largas como espaguetis, cafeterías donde las leches malteadas se sirven en cubetas,
camas tan amplias como canchas de tenis y, por supuesto, doctores flacos expertos en gordos. La gorda
Tencha le pidió a su mamá aquel lápiz de labios terrible, fingiendo que se trataba de un cosmético
común y corriente. -Ay, hijita, merengue de mi corazón, no sólo eres hermosa sino también coqueta.
Está bien, te lo traeré -le dijo su mamá mientras se daban un gordo abrazo de despedida. La supergorda
y la recontragorda adelgazaron un poco. De 175 y 180 kilos pasaron a 115 y 118, así es que en vez de
melones parecían toronjas y ya se podían pesar en la báscula del doctor Martínez. –Toma tu lápiz,
pimpollo del alma –le dijo su mamá a la gorda Tencha.
Esa tarde estuvo tan contenta que rompió su récord de goles. Una nueva sonrisa le cruzaba la
cara. El peligroso invento reposaba en su bolsillo, junto a su buñuelo mordisqueado. Rosita se asomó al
lote baldío y le guiñó un ojo a Fito. La gorda se acercó a saludarla y le dijo: -Reconozco que eres la más
hermosa de las dos. Toma, te regalo este lápiz labial. Como todas las noches, Rosita se maquilló a
escondidas. Se puso las pestañas postizas de su mamá frente al espejo del baño y luego se fue a su
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cuarto, encendió la luz, se tendió en la cama, sacó un espejito de bolsillo, abrió el lápiz que le regaló la
gorda y se lo puso con cuidado.
Después se mordió los labios como había visto que hacían las actrices en el cine. En ese
momento desapareció. Su pijama y sus pantuflas quedaron sobre la cama y las pestañas postizas encima
de la almohada. Al día siguiente, en la colonia sólo se hablaba de la desaparición de Rosita. Fito no quiso
jugar fútbol. Decidió ir a la tienda de don Silvestre. Don Silvestre era la persona más sabia del barrio.
Había sido marinero y contaba historias de sirenas y naufragios. Además conocía todas las golosinas.
Tenía un delfín tatuado en el antebrazo.
A Fito le gustaba ver el delfín que parecía zambullirse entre las bolsas de celofán para escoger los
dulces más sabrosos. Fito le contó de la desaparición de Rosita. -¿Así es que sólo las pestañas postizas, la
pijama y las pantuflas quedaron sobre el colchón? —preguntó don Silvestre, retorciéndose el bigote—.
Es muy probable que se haya vuelto invisible. Tal vez yo pueda ayudarte. Vamos al cuarto de las
golosinas secretas. Don Silvestre abrió una puerta de metal y pasaron a un cuarto repleto de maravillas:
cientos de donas esponjaditas, peritas de anís, buñuelos crujientes, paletas de azúcar quemada,
malvaviscos gordinflones, nueces garapiñadas, chicharrones con chile piquín, cacahuates confitados,
todo, absolutamente todo lo ácido, dulce y picoso del universo. Pero había algo más.
Don Silvestre abrió una caja de cartón que contenía bolsitas con hojuelas de muchos colores. —
Éstas son las golosinas secretas —dijo con voz de capitán de barco—. Las conseguí en mis viajes. Son los
dulces mágicos del mundo entero. Fito abrió los ojos como si estuviera frente a un platillo volador. —
Para hablar con alguien invisible es preciso ser invisible —explicó don Silvestre y puso unas hojuelas
azules en la mano de Fito—. ¡Estas son las hojuelas de lo invisible! El problema es que sólo podrás buscar
a Rosita en tres lugares diferentes.
Después, las hojuelas perderán su efecto. Para encontrarla debes seguir una pista. Casi siempre
la gente que se vuelve invisible se va a su sitio favorito. Si descubres en qué pensaba ella—¿Y qué hago si
la encuentro? —Para que Rosita vuelva a ser de carne y hueso necesitas esto. Don Silvestre sacó un lápiz
labial que tenía en una caja plateada y siguió explicando: —En mis viajes conocí todo tipo de países. En
los más adelantados hasta las bromas son industriosas, es decir, modernísimas. Hay lápices de labios que
desaparecen a quien se los pone. Este es el contra lápiz. Pero es importante que sepas usarlo. Si pones el
lápiz en otra parte que no sea la boca de Rosita, digamos en su nariz, se convertirá en una niña
espantosa y deforme. Para que tú vuelvas a ser visible bastará con que ella te dé un beso. Fito no
entendió muy bien eso de las bromas industriosas, pero se dio cuenta de que el asunto era más
complicado de lo que él imaginaba. Por primera vez en sus doce años, las manos le sudaron de nervios.
—Piénsalo bien antes de atreverte. Recuerda que sólo tienes tres oportunidades para encontrarla y que
no debes fallar al poner el lápiz sobre sus labios.
—¡Me aviento a todo! —gritó Fito. —Toma las hojuelas. Fito masticó esos dulces extraños que
sabían a zanahoria con canela. Caminó hacia la calle, esperando volverse invisible de un momento a otro.
En cuanto puso un pie en la banqueta vio algo increíble: la cara de don Silvestre se había vuelto verde
como un pepino y sus cejas anaranjadas como gajos de mandarina. El cielo era color de rosa y las nubes
cafés como malteadas de chocolate. Los perros callejeros eran azules y la calle verde claro, igualita a un
campo de fútbol. Los postes de luz eran azules y blancos como pirulís y Fito tuvo ganas de lamerlos. Ya
estaba acercando la lengua a un poste cuando sintió un jalón.
Era don Silvestre. —¡Caramba! ¡Me equivoqué! Te di las hojuelas de los colores imposibles. La
única manera de disolverlos es tomando catorce refrescos de manzana. —Híjole! —exclamó Fito, que
sabía que tantos refrescos eran malísimos para el estómago y los dientes, pero ya estaba dispuesto a
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todo. Cuando llegó al refresco número catorce sintió que su panza se inflaba como un balón de fútbol
americano. En ese momento dejó de ver las cejas anaranjadas de don Silvestre que tanto le gustaban. —
Espero no equivocarme esta vez, pues tengo hojuelas para caminar al revés, para atravesar paredes,
para andar de manos y para que el tiempo pase tan rápido que cumples sesenta años en lo que te tomas
un plato de sopa. ¡Estas son, sí, seguro que son éstas! ¡He aquí las hojuelas de lo invisible! Don Silvestre
puso un puñado de hojuelas color grosella en la mano derecha de Fito; en la izquierda, puso el contra
lápiz.
Mientras masticaba las hojuelas, Fito sintió comezón en los pies y se quitó los zapatos para
rascarse. Cuando desapareció estaba en calcetines. La ropa real de Fito quedó en el piso, pero él podía
tocar los botones de su camisa, que se había vuelto una camisa imaginaria. —¡Don Silvestre, póngame
los zapatos! —gritó Fito, pero su amigo ya no podía oírlo. Además, sus zapatos no se habían vuelto
invisibles. En caso de que se los pusiera, la gente vería unos sospechosos zapatos que caminaban solos.
Así es que mejor salió de la tienda sintiendo el piso bajo sus calcetines invisibles. Lo único visible era el
lápiz con el que debía hacer que Rosita volviera a ser real. El lápiz labial parecía flotar en la calle. Por
fortuna la gente se fija muy poco en las cosas pequeñas.
Sólo un despistado vio aquel lápiz que andaba suelto, pero pensó que tal vez se trataba de la
famosa mosca africana que según los periódicos estaba a punto de llegar a México. Fito no quería
malgastar sus tres oportunidades de encontrar a Rosita. Era importantísimo descubrir en qué pensaba
antes de desaparecer. —Ya sé: en el cine —dijo Fito, junto a un policía que no oyó nada de nada. Entró al
cine sin pagar. Se encontró a la gorda Tencha en la dulcería y le robó un puñado de palomitas. Las
palomitas hacían flop, cuinch, mientras desaparecían en el aire, ante los ojos de vaca asustada de
Tencha. A media película, Fito gritó: —¡Rositaaaaa! No hubo respuesta. Aunque la película era buenísima
(trataba de marcianos y naves espaciales), Fito decidió salir del cine. No podía perder tiempo.
El segundo lugar que se le ocurrió visitar fue el salón de belleza, pues a Rosita le encantaba
maquillarse. El salón estaba lleno de señoras con peinados que parecían pasteles de boda. Las
empleadas del salón conocían los lápices de labios muy bien. Ahí no había ningún despistado que
pensara en la mosca africana. Al ver el lápiz que flotaba en el aire trataron de atraparlo. Fito corrió
tirando frascos. Llamó a Rosita pero tampoco ahí hubo respuesta. Salió del salón antes de que le
arrebataran el lápiz. Las empleadas vieron el tubito que desaparecía por la calle y temieron que también
salieran volando las pinzas para cejas, los peines y las pelucas. Fito estaba preocupado.
Sólo le quedaba una oportunidad de encontrar a Rosita. ¿Dónde estaría? Se puso a pensar y a
pensar, como cuando estaba en la escuela y no era capaz de dibujar un malvado triángulo isósceles. En
eso un perro le empezó a ladrar al lápiz labial que se columpiaba en el aire. Era un pastor alemán y Fito
tuvo miedo de que lo mordiera. Corrió rumbo al único sitio donde podía estar solo: el lote baldío. Los
pies le dolían de tanto correr en calcetines. Estuvo largo rato viendo el pasto que crecía en el balonazo.
Pensó en los ojos brillantes de Rosita. Y entonces se le ocurrió que tal vez ella también se acordaba de
ese momento.
Sí, a lo mejor ella había pensado en el lote baldío antes de desaparecer. —¡Rositaaaaa! —gritó
con todas sus fuerzas. No hubo respuesta. Fito caminó rumbo a la calle, muy triste por haber fracasado.
De pronto oyó una voz detrás de él. —Aquí estoy, zonzo. Corrió de regreso. Rosita estaba cerca de la
portería. —Tengo mucho frío —dijo Rosita. Fito destapó el lápiz labial y recordó lo que le dijo don
Silvestre: si no acertaba en los labios, Rosita se volvería tan fea como un orangután.
Pero Fito había visto tantas veces a Rosita, que le bastó oír su voz para calcular dónde estaba su
cara. Se sentía capaz de acertarle hasta al lunar que ella tenía en la frente. Con gran seguridad, la mano
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de Fito dibujó una pequeña boca en el aire. Rosita reapareció con su piyama de borreguitos, pestañas
postizas y perfectamente maquillada. -Ahora me tienes que dar un beso para que yo aparezca. Fito tuvo
miedo de que Rosita no le quisiera dar un beso, pero ella se paró de puntas con sus pantuflas y le
estampó un preciso y sonoro beso en la mejilla. Fito reapareció con todo y sus calcetines empolvados.
Al día siguiente don Silvestre volvió a guardar el lápiz mágico en el cuarto de las golosinas
secretas. La gorda Tencha hizo tal coraje al ver a Rosita que se comió un enorme pay de limón y se
indigestó. Cuco felicitó a su amigo, aunque no le creyó eso de que se había vuelto invisible masticando
unas hojuelas color grosella. Don Silvestre preparó jugos riquísimos para Fito y Rosita. Fito nunca había
visto nada tan amarillo como esos jugos, ni siquiera cuando tomó las hojuelas de los colores imposibles.
Entonces se dio cuenta de que había algo tan poderoso como las golosinas secretas. Bastaba con tomar a
Rosita de la mano para que el mundo tuviera otros colores.
Cierre
Al concluir, propicia una ronda de comentarios. Para finalizar la sesión da la instrucción de que deberán
escribir en una hoja, detalladamente, el experimento con el que se presentaron. Despídelos con una
sonrisa e invítalos a la siguiente sesión.
S
esión 2. Rocas cristalinas
Recibe a los participantes con un cordial saludo e inicia la sesión con una actividad de preguntas acerca
de cómo imaginan que es un científico. Qué edad tiene, cómo viste, qué come, cómo es su lugar de
trabajo, cómo habla, etcétera. Luego de los comentarios, explica que ahora realizarán otro interesante
experimento llamado “H
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Material
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Dos huevos (por si uno se rompe).
Pegamento blanco (resistol).
Pincel.
Papel absorbente (servilletas).
Cuatro tazas de agua caliente (que puedes llevar en un termo).
Un recipiente de plástico o vidrio.
Alumbre (se consigue en la farmacia).
Colorante de comida (azul o el color de su preferencia).
Paso 1
Realiza dos pequeños orificios en los extremos de los huevos para poder sacar el contenido (puede ser
con un clavo). Se requiere soplar fuerte para dejarlos completamente vacíos.
Paso 2
Una vez vacíos, corta con las tijeras los cascarones a la mitad. Es probable que alguno se rompa, por lo
que se utilizarán sólo los mejores.
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Paso 3
Lava y sécalos con mucho cuidado, para que no se rompan.
Paso 4
Una vez secos, distribuye de manera uniforme el resistol con el pincel.
Paso 5
Luego, se agrega el alumbre, para que se adhiera bien con el resistol. Se deja secar, aproximadamente
una hora y se sacude el excedente de polvo.
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Paso 6
En un recipiente con agua caliente, se agregan cuatro cucharadas y media de alumbre, se revuelve bien
hasta que se disuelva por completo. Nota: Si se complica un poco disolverlo y tienes la posibilidad de
utilizar un horno de microondas, será más rápido.
Paso 7
Para que sean más llamativas nuestras geodas, se agregará colorante de comida; dejamos enfriar a
temperatura ambiente.
Paso 8
Sumergimos los cascarones en el agua y esperamos 24 horas, así que en la siguiente sesión sacamos los
cascarones con mucho cuidado y vemos el resultado.
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Paso 9
A continuación lee la nota sobre la explicación de la cristalización, con el fin de que los participantes
comprendan este fenómeno.
Explicación científica
La cristalización se lleva a cabo, por el alumbre que disolvimos en agua caliente y que al enfriarse buscó
volver al estado sólido, es decir, a cristalizarse nuevamente, y como nosotros le pusimos los cascarones,
el alumbre se empezó a depositar dentro del alumbre que ya estaba sólido, pegado en el interior de los
cascarones, formando así una imitación de Geoda.
Actividad de lectura
A continuación siéntalos en su lugar y realiza la lectura en voz alta de los tres primeros capítulos del libro
La fórmula del Doctor Funes, de Francisco Hinojosa.
El telescopio
Cuando cumplí los once años mis papás me regalaron algo mejor que lo que yo había estado soñando: en
vez de los binoculares que les pedí para llevarlos al estadio de fútbol, me dieron un telescopio, de esos
con los que se pueden ver las estrellas y la luna.
Vivir en el piso once de un edificio donde no hay más niños con quienes jugar no es que digamos
divertido. Tampoco lo es mirar a través del telescopio la aburrida luz de una estrella o la luna, en donde
ya se sabe desde hace mucho que no hay extraterrestres verdes y con antenas que la habiten. Lo que sí
me gusta del telescopio es todo lo que se puede ver con él hacia abajo: la calle, los coches, la gente que
camina o hace cola en el cine o se moja bajo la lluvia. También me gusta ver hacia las ventanas de los
edificios cercanos o hacia las azoteas de las casas. Lo que pasa en la calle, al menos para mí, es más
entretenido que las estrellas del cielo o la televisión.
Todos los días, después de comer, me encierro en mi cuarto, limpio el telescopio, lo armo y me
pongo la tarde entera a ver qué pasa afuera. En poco tiempo han sucedido cosas dignas de ser contadas:
vi cómo la policía atrapaba a un hombre que le había robado la bolsa a una señora, a los bomberos en
plena acción apagando una llanta a la que alguien le había prendido fuego en una esquina, el asalto de
dos hombres encapuchados a la Oficina de Correos, el desfile de la primavera y la filmación de una
película.
Pero sucedió algo todavía mejor. Un sábado en el que mi papá me iba a llevar a un partido de
fútbol y que a la mera hora no pudo, enfoqué el telescopio hacia el edificio de enfrente. Descubrí en una
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de las ventanas a un viejito, casi pelón, vestido con una bata blanca y una corbatita de moño. Al principio
pensé que estaba cocinando su comida del día, porque lo vi pelando plátanos, rallando zanahorias y
cortando en una tabla trozos de calabaza, pepino y no sé qué otras verduras y frutas que no alcancé a
distinguir. Al rato sacó del refrigerador un ratón, dos lagartijas y una bolsita llena de caracoles.
Primero se me ocurrió que el viejito se divertía haciendo experimentos, como los que a veces
hago yo. Pero luego pensé en algo más lógico: que se trataba de un brujo. Cortó en cachitos el ratón y las
lagartijas, aplastó con el puño los caracoles y, junto con los otros ingredientes, echó todo en una olla que
tenía sobre la estufa. Nada más de pensar que alguien pudiese comerse ese asqueroso revoltijo, me
dolió el estómago y me dieron ganas de vomitar.
El viejito movía con una pala su brujería, luego le echaba unas hojitas o pétalos azules y unas
gotas de una agüita de color rosa que tenía en un frasco, volvía a mover, le echaba una cucharadita de
algo que podría haber sido salsa de chile o sangre y otra vez a mover. Finalmente apagó la lumbre y vació
el contenido de la olla en la licuadora. Molió todo durante un buen rato y después lo coló en una tela
que tenía sobre una jarra grande de vidrio. Al último, vació el caldito verde que había quedado en un
frasco pequeño y lo olió. Puso tal cara de felicidad que parecía más bien que había olido un perfume y no
una verdadera cochinada.
La verdad, el viejito me parecía muy sospechoso. Eso de andar haciendo brujería o experimentos
a su edad me hizo pensar que podía estar medio chiflado. Lo que sucedió después fue que se puso a
escribir en un cuaderno de pastas azules durante unos minutos, se levantó para ir hacia un cuarto que no
alcanzaba yo a ver con mi telescopio y regresó con un gato blanco entre los brazos.
Empezaba a asustarme. Pensé que iba a cortar también en cachitos al pobre gato para hacer otro
de sus guisados. Pero no lo hizo, Lo acarició y le sirvió en un plato un poco de leche a la que alcanzó a
echarle antes, con un gotero, dos gotas de su experimento.
No podía creer que hubiera hecho todo eso sólo para embrujar a un animal. Además, estaba
seguro de que el gato iba a ser incapaz de beberse esa porquería. Pero me equivoqué: se tomó la leche
como si no hubiera comido nada en varios días.
En esas estaba cuando mi mamá me llamó a cenar. Y cuando mi mamá dice “¡A cenar!”, no hay
pero que valga.
El gato
Al día siguiente me moría de volver a espiar al viejito. Por todo lo que había visto el día anterior, algo me
despertaba como nunca la curiosidad. Tanto que en la escuela no pude dejar de pensar en él durante la
clase de biología. La maestra se dio cuenta de mi distracción y me pidió que me pusiera de pie.
—Martín, por lo que veo no estás muy interesado en la clase, ¿verdad? ¿Podrías decirme de qué
estaba hablando?
A la señorita Lucy era difícil engañarla. No tuve de otra más que decirle la verdad: que no estaba
poniendo atención en la clase. El resultado era de esperarse: a ella siempre se le ocurría lo mismo,
mandarme al rincón.
Bueno, pero hablaba de que ese día, después de comer un horrible hígado encebollado, que se
me antojaba menos que la sopa de ratones, lagartijas y caracoles, me fui a mi cuarto a armar cuanto
antes el telescopio y a esperar a que sucediera algo en la calle o en el departamento del viejito. Esa vez
llegó tarde, como a las siete de la noche. Se le veía contento. Primero se puso su bata, se comió un
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durazno y fue al cuarto al que mi telescopio llegaba. Regresó con un gatito blanco. Lo acarició y lo dejó
sobre la mesa, junto a un plato de leche. En esa ocasión no le echó gotas de su asquerosa pócima.
Traté entonces de explicarme todo lo sucedido:
1) Podría ser que el gato embrujado no fuera gato, sino gata, y que la fórmula le hubiera ayudado a
tener rapidísimo un hijo.
2) El viejito podría ser un inventor que había descubierto un bálsamo para reducir a los animales de
tamaño. Así, cualquier niño tendría en su casa, por ejemplo, un elefante o una jirafa del tamaño
de un perrito.
3) Lo peor de todo: que en realidad no sucediera nada extraño, que el viejito no fuera ni brujo ni
inventor, que las gotas fueran vitaminas, que el gatito fuera un simple gatito y el gato, un gato
que estuviera dormido en esos momentos en algún lugar del departamento que yo no alcanzaba
a ver.
El hecho es que el viejito estaba tan alegre que encendió el tocadiscos y se puso a bailar con el
cuaderno entre las manos. Luego lo dejó sobre la mesa y se dedicó un rato a escribir en él. Con la otra
mano apretaba, como si fuera un trofeo de fútbol, el frasco que contenía el jugo de ratones, lagartijas y
caracoles.
Otra cosa que recuerdo de ese día es que el gato grande no volvió a aparecer por allí.
El doctor Funes
Había algo en el viejito que me caía muy bien. Y luego de haberlo visto tan feliz y bailando, con más
razón.
Esa noche soñé que llegaba a mi casa, tocaba el timbre y me regalaba un gatito. Yo le decía que
sí, a pesar de que estaba seguro de que mis papás no me dejarían aceptarlo. Al despertar se me ocurrió
la idea de hacerle caso al sueño: podría tocar la puerta del viejito y decirle que al pasar por allí había
escuchado el maullido de un gato. Le diría que si de casualidad su gato iba a tener gatitos que me avisara
porque yo quería uno. Era un plan perfecto.
Esa mañana, el profesor de geografía me hizo su pregunta favorita:
—Martín. ¿Podrías repetirme lo que acabo de decir?
Por suerte no estaba tan distraído, pues creí recordar lo último que había dicho.
—Que la capital de Bogotá es Colombia.
—¿Qué? —se enojó—. La capital de Colombia es Bogotá, y no Bogotá la de Colombia. Como ya
veo que te gustan las cosas al revés, a la hora del recreo te vas a quedar en el salón a estudiar todas las
capitales de los países de América.
Y así fue. Los demás salieron al recreo y yo me quedé a estudiar en el salón. Claro, y a pensar en
la manera en que iba a convencer al viejito de que me dejara pasar a su casa, aunque a cambio tuviera
que aceptar al gato, y con ello un buen pleito con mis papás.
Al salir de la escuela, tomé la bicicleta y pedaleé a todo lo que daba para llegar cuanto antes a
casa del viejito. Lo que quería era subir al piso doce, donde según mis cálculos estaba su departamento,
e identificar la puerta a la que tocaría por la tarde. Una vez allí, pegué la oreja a la puerta: no escuché
ningún ruido.
Salí igual de destapado rumbo a mi casa, donde me esperaba una mala noticia: sopa de calabaza.
Luego otra peor: pollo con zanahorias. Ya sabía que no valía la pena repelar, porque terminaba siempre
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comiéndome todo. En un momento en el que mi papá se levantó para contestar el teléfono y mi mamá
estaba distraída, aproveché para guardarme en la bolsa del pantalón las zanahorias que sobraban en mi
plato. Lo único bueno de la comida fue el agua de tamarindo, aunque le faltaba un poco de azúcar.
Después de comer, pedí permiso para ir a jugar al parque. Me preguntaron lo de siempre:
—¿Y la tarea?
Prometí que la haría antes de salir. AL terminar, armé el telescopio y me puse a esperar que el
viejito llegara a su casa. EL gatito estaba allí, buscando sobras de comida en la mesa del comedor. Del
gato grande, ni sus luces.
De tanto esperar me quedé dormido. En cuanto abrí los ojos, corrí al telescopio: el viejito ya
había llegado. Se le veía igual de contento que el día anterior. Se puso a bailar con el gatito, le dio un
poco de queso y se puso otra vez a bailar, pero ahora con el frasco de su pócima en las manos. Había
llegado el momento.
Mostré mi tarea terminada, prometí no regresas tarde y salí a la calle rumbo al edificio de
enfrente. Al llegar al piso doce esperé un rato hasta que pude escuchar al fin un maullido. Entonces
toqué.
—¿Quién es? —me preguntó una voz del interior.
—Soy un vecino —respondí. En cuanto el viejito abrió la puerta empecé a hablar: —Oí que una
señora decía que su gata acaba de tener gatitos.
—¿Gatitos? —se sorprendió.
casa…
—Sí, mi papá me mandó a decirle que él quisiera comprarle uno. Es que tenemos ratones en la
—La verdad sólo tengo un gato y no quisiera deshacerme de él—¿Puedo verlo? —se me ocurrió decirle.
—Claro, pásale. Puedo verlo y además tomarte un vaso de agua de horchata. Está muy fría.
Por supuesto que acepté, aunque he de decir que el corazón me latía como nunca. El
departamento era tal y como lo había visto a través del telescopio. La licuadora, la balanza donde pesaba
los ingredientes de su guisado, la olla donde los había puesto a cocer, el frasquito con el líquido verde, la
bata blanca que colgaba de un perchero, el gatito. También vi restos de otras cosas que seguramente
había echado a su experimento: un poco de ceniza o polvo, hojas de distintos árboles, pelos…
Cuando abrió el refrigerador para sacar la jarra con el agua de horchata alcancé a ver una bolsa
con unos cuantos caracoles. Se me ocurrió entonces que el agua podía tener de esas repugnantes
gotitas. N me atreví a probarla por miedo a ser embrujado.
—A ver, a ver, ¿qué señora te dijo que yo tenía unos gatitos?
—Pues una —le respondí.
—¿Cuál?
—La que vive aquí abajo.
—Aquí abajo no vive ninguna señora. Es un consultorio de dentistas. Y en el piso de más abajo
tampoco. Es una academia de danza.
—Bueno, la verdad, es que lo vi un día en la calle con el gatito…
15
—¡En la calle! —gritó. —Nunca lo he sacado a la calle!
—Bueno, más bien oí el maullido del gato cuando pasaba por aquí.
—¿Ah, sí? ¿En dónde vives?
—Pues aquí arriba —le respondí, sabiendo que estaba a punto de descubrir mis mentiras.
—Arriba hay un despacho de abogados.
—Más arriba.
—¿En la azotea?
Iba a huir, pero no me quedó de otra más que platicarle toda la verdad, desde que lo vi a través
del telescopio hasta el momento en el que el gato se tomó la leche con las gotas de su experimento.
Cierre
Terminada la lectura promueve una ronda de comentarios acerca de lo leído, que digan qué cambiarían
de su cuerpo si tuvieran una fórmula mágica como la del doctor. Al concluir, agradece su presencia e
invítalos a la sesión del día siguiente, en la que van a elaborar un cohete.
S
esión 3. Ciencia con valores
Da la bienvenida a los participantes y coméntales que, así como todos contamos con valores, la ciencia y
la tecnología también deben tener una función social, pues estas actividades están regidas por valores
que dan un sentido ético a la ciencia y la tecnología. Respecto a este contenido ético de la actividad
científica, Adolfo Sánchez Vázquez menciona que la separación histórica entre ciencia y moral ha llevado
muchas veces a la utilización de los conocimientos científicos en contra de la misma humanidad.
Menciona a los niños que los valores son esas actitudes que una persona tiene para ser mejor, para vivir
con dignidad y compartir con la sociedad. Son como una brújula, nos llevan por el camino correcto, sin
importar lo difícil que sean las condiciones. A continuación pídeles que pongan atención a este ejercicio,
donde pondrán a prueba sus valores y puntos de vista como científicos, pues todos nos enfrentamos con
dilemas en la vida, en los que se nos plantean elecciones difíciles.
Un laboratorio muy importante que trabaja con un grupo de científicos reconocidos, se entera que
inventaste junto con tu mejor amigo y colega, una fórmula que te hace hablar en el idioma de tu
preferencia, sea inglés, francés, japonés, portugués, etcétera, es decir, que con una sola cápsula puedes
mantener una conversación con personas de cualquier país del mundo. Ellos te ofrecen que les vendas tu
invento por una cantidad súper millonaria y que trabajes en ese lugar, con la única condición de que
dejes a tu mejor amigo.
La instrucción es que en una hoja escriban qué harían ante esta propuesta y por orden de importancia
pongan los valores a los que recurrirían. Les explicarás que las letras son las iniciales de Amistad,
Decencia, Honradez, Integridad y Lealtad. A continuación definimos cada uno de éstos:
Amistad: relación de afecto, simpatía y confianza que se establece entre personas que no son familia.
16
Decencia: es honradez y rectitud que impide cometer actos moralmente reprobables.
Honradez: es el valor de ser razonable, justo y honrado.
Integridad: puede definirse como una cualidad de la persona que la faculta para tomar decisiones sobre
su comportamiento por sí misma y que es congruente entre lo que dice y lo que hace.
Lealtad: sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos
establecidos o hacia alguien.
Al concluir con el ejercicio de los valores morales, motívalos a que realicen comentarios. Posteriormente
explica cómo hacer el experimento “El cohete”.
Material
•
•
•
Combustible para el cohete: Vinagre (de preferencia blanco), bicarbonato de sodio, plástico
para envolver alimentos o papel absorbente de cocina, globo, marcador, aguja y una liga.
Cuerpo del cohete: Botella de plástico, tijeras, papel grueso o cartón delgado, cinta de aislar,
pintura (opcional).
Plataforma de despegue: tubo de PVC o cartón, pegamento, base de madera.
Con el poder del bicarbonato de sodio y el vinagre, que será el combustible, se puede hacer despegar el
cohete. Será divertido y emocionante.
Combustible:
1. Llena un cuarto de la botella del cohete con vinagre.
2. Pon bicarbonato de sodio en un contenedor que lo suelte después de un tiempo. La forma más fácil
es colocarlo en un cuadro de plástico para envolver alimentos, doblar las esquinas hacia arriba y
torcer el plástico varias veces para sostener el polvo. Cuando lo integres al vinagre, se desenvolverá
17
lentamente. Necesitarás varias cucharadas de bicarbonato para hacer que tu cohete sea poderoso.
Nota: En lugar del plástico se puede usar papel absorbente de cocina.
3.
Prepara un globo para cubrir la boca del cohete, para mantener el combustible dentro.
• Corta un pedazo de globo que pueda cubrir la boca y el cuello de la botella. Asegúrate que
sea lo suficientemente grande para ello, pero no utilices todo el globo.
• Con un marcador, dibuja un punto en el centro del globo.
• Haz un pequeño agujero en el centro del punto con una aguja.
4.
Con cuidado, pon el contenedor del bicarbonato dentro de la botella. Trata de no agitarla,
porque esto hará que el plástico se desenvuelva más rápido.
Centra el globo encima de la boca del cohete y asegúralo por el cuello con la liga. La marca que hiciste te
ayudará a asegurarte de que el hoyo está centrado. Para cuando el cohete despegue, permitirá que el
combustible se dispare hacia afuera.
18
Coloca el cohete en la plataforma de despegue o páralo sobre sus alas.
5. Espera a que el cohete despegue. Si hiciste el contenedor para el bicarbonato apropiadamente,
deberá tardarse unos cuantos segundos en lo que el bicarbonato llega al vinagre y haga reacción.
El cuerpo del cohete
6.
El cuerpo del cohete. Adhiere un cono a la parte inferior de una botella de plástico pequeña, y
pégale unas alas que elaborarás con cartón.
7. La plataforma de despegue (opcional), encuentra un tubo que quepa alrededor de la botella,
debe medir dos veces el tamaño de ella, para que no pegue en el piso y el cohete tenga un
óptimo despegue.
Al concluir el experimento pide que realicen comentarios sobre lo que acaban de hacer. Después solicita
que se sienten en sus lugares para que escuchen la lectura en voz alta del cuento de Pedro Pablo
Sacristán, que trata de un experimento sobre la libertad.
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Actividad de lectura
Los experimentos de la señorita Elisa
La señorita Elisa aquel fin de semana les propuso uno de sus famosos trabajos sobre experimentos. A sus
alumnos les encantaba aquella forma de enseñar, en la que ellos mismos tenían que pensar
experimentos que ayudaran a comprender las cosas. Muchos tenían que ver con las ciencias o la
química, pero otros, los que más famosa la habían hecho, tenían que ver con las personas y sus
comportamientos. Y aquella vez el tema era realmente difícil: la libertad. ¿Cómo puede hacerse un
experimento sobre la libertad? ¿Qué se podría enseñar sobre la libertad a través de experimentos?
Estas y otras preguntas parecidas se hacían los alumnos camino de sus casas. Pero ya se
habían lucido con otros experimentos difíciles, y aquella vez no fue una excepción. El lunes llegaron con
sus experimentos listos, y fueron mostrándolos uno a uno. Fueron muy interesantes, pero para no hacer
muy larga la historia, la señorita Elisa me ha pedido que sólo cuente los experimentos de Amaya, Carlos y
Andrea, que le gustaron mucho.
Amaya llevó 5 cajas de colores y le dio a elegir a la profesora. La maestra, agradecida, escogió la
caja rosa con una sonrisa. Luego Amaya sacó 5 cajas amarillas, se acercó a Carlos y le dio a elegir. Carlos,
contrariado, tomó una cualquiera. La señorita Elisa, divertida, preguntó a Amaya cómo se llamaba el
experimento.
—Lo he titulado "Opciones". Para que exista libertad hay que elegir entre distintas opciones. Por
eso Carlos se ha enfadado un poco, porque al ser las cajas iguales realmente no le he dejado elegir. Sin
embargo, la señorita Elisa estaba muy contenta porque pudo elegir la caja que más le gustó.
Carlos había preparado otro tipo de ejercicio más movido: hizo subir a la pizarra a la maestra, a
Lucas, un chico listo pero vaguete y a Pablo, uno de los peores de la clase. Entonces dividió la clase en
tres grupos y dijo dirigiéndose al primer grupo:
—Voy a haceros una pregunta dificilísima; podéis elegir a cualquiera de los tres de la pizarra para
que os ayude a contestarla. Quien acierte se llevará una gran bolsa de golosinas.
Todos eligieron a la maestra. Entonces Carlos dijo a los del segundo grupo:
—La misma pregunta va a ser para vosotros, pero tenéis que saber que a Pablo, antes de
empezar, le he dado un papel con la pregunta y la respuesta.
Entre las quejas de los del primer grupo, los del segundo eligieron sonrientes a Pablo. Luego
Carlos siguió con los últimos:
—Os toca a vosotros. Lo que les he contado a los del segundo grupo era mentira. El papel se lo
había dado a Lucas.
Y entre abucheos de unos y risas de otros, Pablo mostró las manos vacías y Lucas enseñó el papel
con la pregunta y la respuesta. Por supuesto, fue el único que acertó la difícil pregunta que ni la maestra
ni Pablo supieron responder. Mientras los ganadores repartían las golosinas entre todos, Carlos explicó:
—Este experimento se llama "Sin verdad no hay libertad". Demuestra que sólo podemos elegir
libremente si conocemos toda la verdad y tenemos toda la información. Los grupos 1 y 2 parecía que
eran libres para elegir a quien quisieran, pero al no saber la verdad, realmente no eran libres, aun sin
saberlo, cuando eligieron. Si lo hubieran sabido, su elección habría sido otra.
El experimento de Andrea fue muy diferente. Apareció en la clase con Lalo, su hámster, y unos trozos de
queso y pan, y preparó distintas pruebas.
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En la primera puso un trozo de queso, cubierto con un vaso de cristal, y al lado un pedazo de pan
al aire libre. Cuando soltó a Lalo, este fue directo al queso, golpeándose contra el vaso. Trató de llegar al
queso durante un buen rato, pero al no conseguirlo, terminó comiendo el pan. Andrea siguió haciendo
pruebas parecidas durante un rato, un pelín crueles, pero muy divertidas, en las que el pobre Lalo no
podía alcanzar el queso y terminaba comiendo su pan. Finalmente, colocó un trozo de queso y otro de
pan, ambos sueltos, y Lalo, aburrido, ignoró el queso y fue directamente a comer el pan. El experimento
gustó mucho a todos, y mientras la señorita Elisa premiaba a Lalo con el queso que tanto se había
merecido, Andrea explicó:
—El experimento se llama "Límites". Demuestra que lo sepamos o no, nuestra libertad siempre
tiene límites, y que no sólo pueden estar fuera, sino dentro de nosotros, como con mi querido Lalo, que
pensaba que no sería capaz de coger el queso aunque estuviera suelto.
Muchos más experimentos interesantes se vieron ese día, y puede que alguna vez los contemos,
pero lo que está claro es que los niños de la clase de la señorita Elisa terminaron sabiendo de la libertad
más que muchos mayores.
Cierre
Al concluir la lectura motiva a los niños para que hagan comentarios sobre la lectura. Para finalizar, diles
que formen un círculo y a la cuenta de tres lo cierren, de tal forma que todos queden dándose un abrazo
grupal. Invítalos a la siguiente sesión.
S
esión 4. Mujeres y ciencia
Recibe a los participantes con una amable sonrisa y solicita que formen un círculo para jugar tierra, mar y
aire, que consiste en lanzar una pelota al tiempo que se dice: “tierra”, “mar”, o “aire”. El niño que reciba
la pelota debe decir el nombre de un animal que habite en ese medio. El que la recibe la lanza
nuevamente a otro niño diciendo “tierra”, “mar” o “aire”, de manera que quien la atrapa debe indicar el
nombre del animal que corresponda al medio y así sucesivamente. Quienes reciban la pelota y no
mencionen el nombre del animal o tarde más de 5 segundos, entrará a la máquina del tiempo. Para ello,
le pedirás al niño en turno que se remonte a una época que elija y proponga algún cambio que como
gran científico o científica haría. Una vez que haya dado su idea, saldrá del juego y los demás
continuarán.
Ejemplos de ideas para la máquina del tiempo:
-En la Segunda Guerra Mundial inventaría la vacuna contra la guerra para que todos los recién nacidos
no padezcan de esa enfermedad y así nadie tendría que pelear. Ésta se inyectaría cerca del corazón de
cada niño y no tendría ningún efecto secundario.
-En el tiempo de la Revolución mexicana si yo fuera científica, inventaría un perfume que cuando la
gente lo oliera convirtiera la mentira en verdad y la maldad en bondad. Al terminar la actividad lee en
voz alta el siguiente texto, sobre el papel de las mujeres en la ciencia.
21
A lo largo de la historia la incorporación de las mujeres a la ciencia ha producido una diferencia
importante. La presencia femenina en la ciencia es el resultado de la evolución gradual iniciada con su
incorporación a los estudios universitarios, pero dentro de los antecedentes más remotos resaltan
aquellas mujeres que, debido a sus conocimientos, eran consideradas brujas y sufrieron de procesos de
persecución y aniquilación en Europa entre los siglos XVI y XVII.
En Europa durante la inquisición se crea un Tratado medieval llamado “Martillo de brujas”, escrito por
Heinrich Kramer conocido por el nombre latinizado de Heinrich Inquisitor y Jacob Sprenger, dominico
alemán nombrado “inquisidor general de Alemania”. Malleus Maleficarum es considerado el tratado más
importante que se haya publicado en el contexto de las brujas.
En México, la postura ideológica en tiempos del Porfiriato, era que la mujer sólo era capaz de realizar
papeles afines a los del hogar, lo que se veía claramente reflejado en el marco educativo. Existían centros
de educación exclusivamente para niñas y otros para niños, teniendo planes de estudio muy diferentes.
Pero aunque la vida ha sido difícil para la educación de las mujeres en México, han existido mujeres
quienes han luchado por sus derechos y realizaron grandes aportaciones a la ciencia y a otras áreas, tal
es el caso de María Elena Caso Muñoz, científica mexicana nacida en 1915 y fallecida en 1991, hija del
maestro Antonio Caso y de Josefina Muñoz de Caso.
A continuación propicia un espacio para comentarios sobre la participación de la mujer en este ámbito.
Luego pide que se sienten en su lugar para darles instrucciones sobre el experimento “Colorear una
flor”.
Material
•
•
•
•
•
Una flor blanca (de preferencia clavel).
Recipiente para colocar la flor.
Agua.
Tijeras.
Anilina de colores.
22
1. Hacer un corte largo y en diagonal en la parte baja del tallo. Después se coloca la flor en un recipiente
con medio litro de agua.
2. Mezclar muy bien el agua y la anilina (una cucharada sopera en medio litro).
3. Las flores blancas se dejan en esa mezcla la toda la noche. Al día siguiente, se verá cómo los pétalos
cambiaron de color. Cuanto más tiempo se dejen, más color tomarán.
Este es el procedimiento para lograr un solo color, pero si la intención es que la flor luzca extraordinaria
con dos colores, estos son los pasos:
1. Con unas tijeras separar el tallo en dos mitades de arriba a abajo.
2. Llena dos recipientes con medio litro de agua y agrega una cucharada de anilina de un color diferente
en cada uno e introduce en ellos una de las mitades de los tallos.
3. Al cabo de unas horas la flor empieza a teñirse de rojo y azul. La tinta ha subido por los tejidos del tallo
hasta la flor.
23
El agua que las plantas absorben a través de la raíz, se distribuye al resto de la planta por el tallo.
Al finalizar el experimento pídeles que piensen en una frase que sea alusiva a la mujer y que anotarán en
una hoja blanca, con tinta invisible que tú les proporcionarás. Cada uno de los participantes dará pistas
para que traten de adivinar cuál fue su frase antes de revelarla. Puedes darles también frases de grandes
pensadores, como por ejemplo: “Los dioses han hecho dos cosas perfectas: la mujer y la rosa” Solón; “La
mujer y el libro que han de influir en una vida, llegan a las manos sin buscarlos” Enrique Jardiel Poncela;
“El artista debe ser mezcla de niño, hombre y mujer” Ernesto Sábato; “Hay una mujer al principio de
todas las grandes cosas” Alphonse de Lamartine.
Tinta invisible
Para obtener tinta invisible sólo necesita el jugo de un limón (zumo) recién exprimido. Coloca la “tinta”
en un recipiente y pide que escriban su mensaje en un trozo de papel con un pincel o un palillo
humedecido con el jugo de limón. Déjenlo secar completamente. Para leerlo, se debe calentar el papel
durante un rato. Para ello, se puede poner cerca del foco de una lámpara de mesa, hasta que las
palabras se hagan visibles. Es importante que no sujeten el papel demasiado cerca del calor para que no
se caliente demasiado.
Explicación química
El zumo de limón es un ácido que debilita el papel al contacto. Por ello, cuando se calienta, la parte que
tiene el limón se quema antes que el resto, haciendo visible el mensaje escrito.
Al concluir, pídeles que realicen comentarios y puntos de vista sobre esta actividad.
Actividad de lectura
Forma un semicírculo para que escuchen la lectura en voz alta: ¿Hay algo más temible que la Mortadela
salvaje?, primer capítulo de El profesor zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, de Juan Villoro. Motívalos a
que terminen de leerlo y conozcan el final de esta historia.
¿Hay algo más temible que la Mortadela salvaje?
El profesor Cremallerus se acostaba a las ocho de la noche, después de cenar sus galletas de animalitos.
Despertaba a las cinco de la mañana y se cepillaba los dientes seis veces y la lengua cuatro (creía que los
virus le tenían un odio personal).
Luego se dedicaba a sus espantosos experimentos. Cremallerus usaba toda su ciencia para
perjudicar al prójimo.
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Ser tan, pero tan malo cuesta mucho trabajo, y Cremallerus se cuidaba como un atleta para que
todas sus energías se concentraran en fastidiar. Bebía la leche supervitaminada que inventó un científico
de la competencia. Bueno, para él todos los científicos eran de la competencia. En especial uno.
Sí, Cremallerus odiaba a la humanidad, pero sobre todo al profesor Zíper. Había que ver con qué
furia mordía sus sapos y ranas de galleta cuando alguien mencionaba a su rival:
—¡Zíper es una mortadela!
Hay que decir que Cremallerus era maligno, pero no dominaba el arte de los insultos. Creía que
“mortadela” era la máxima ofensa.
Odiaba a Zíper por tantas razones que muchas ya se le habían olvidado.
La furia nació cuando Zíper lo derrotó en una competencia de médicos. Cremallerus había inventado
un remedio para la gripe, que presentó en un frasco negro, un poco feo, que sin embargo entusiasmó al
público: “¡Al fin un invierno sin catarro!”, GRITARON MUCHOS. La noticia parecía buena, salvo para los
vendedores de bufandas. La felicidad de Cremallerus fue inmensa hasta que Zíper descubrió que el
jarabe tenía tres defectos:
1. Sabía a chorizo (Zíper era muy aficionado al choriza, pero no en jarabe).
2. Producía un terrible estreñimiento (Susanita Vega, la primera mujer en curarse para siempre de
la gripe, pasó 40 días sin echar nada de nada). Y…
3. Con el remedio se perdía el gusto de estornudar.
Este último argumento fue el que más convenció a los científicos: “¡un mundo sin estornudos sería
aburridísimo!”, gritaron.
De nada sirvió que Cremallerus acusara a Zíper de ser agente de los vendedores de bufandas.
Después de su derrota, Cremallerus tiró al río el tanque de jarabe que había preparado (nadie sabe si
los peces se curaron de gripe y dejaron de ir al baño).
A pesar de su avanzada edad, Zíper conservaba una larga cabellera. Y Cremallerus era calvo.
Calvo como una rodilla.
Por si fuera poco, Zíper se había vuelto famoso de Australia a Tampico por inventar una cuerda
para guitarra eléctrica. Y Cremallerus detestaba el rock.
Zíper había creado una cuerda especial, que vibraba en la fabulosa guitarra eléctrica de Nube
Líquida, el conjunto que llevaba vendidos 673,951 billones de discos.
Las revistas de roc solían publicar fotos del genial profesor. Cremallerus miraba con envidia esa
cabellera larga y blanca, típica de los científicos que ganan el Premio Nobel.
La verdad es que Zíper no había ganado el Premio Nobel, ni falta que le hacía. Estaba demasiado
ocupado con su nuevo invento: la pastilla para ver películas. Zíper era famoso pero modesto, rara
combinación. No le interesaban los reconocimientos y vivía en un lugar muy apartado: Michigan,
Michoacán, rodeado de sus estupendas colecciones de discos y películas. Cada miércoles mandaba por
fax algún descubrimiento y no se molestaba en cobrar.
En casa de Cremallerus, los tubos de ensaye burbujeaban sin parar; los estantes estaban
atiborrados de frascos con etiquetas como Cápsulas de rencor, Furia en polvo, Hojuelas vengativas y, su
favorita, Mortadela salvaje.
Cada vez que Zíper tenía un éxito, Cremallerus se ponía peluca para jalarse los pelos de
desesperación:
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—¡Algún día tragarás mi Mortadela salvaje! —gritaba.
Así lo encontró su ama de llaves, que cada tercer día barría las migajas de galleta que el profesor
dejaba en su laboratorio.
—¿Qué le pasa, profesor?
—Consumatum est —dijo el profesor, que en latín significa más o menos “este arroz ya se coció”.
Cremallerus le hablaba en griego o en latín para que ella no le entendiera. La buena mujer sólo
conocía una palabra en griego (“taxi”) y una en latín (“súper”), de manera que lo único que podía decir
en lenguas clásicas era:
—¿Voy en taxi al súper?
—Vale —respondía el profesor, que en latín quiere decir “okey”.
Luego seguía con sus furiosos experimentos, enojado minuto a minuto.
Cremallerus detestaba todo, pero ciertas cosas le merecían un odio más refinado, de gran conocedor.
Entre ellas, el rock.
Cremallerus dormía abrazado a una bolsa de galletas por si una pesadilla le abría el apetito. Las
paredes de su cuarto estaban cubiertas de corcho y sus oídos tenían tapones de algodón. ¡Y aún así se
colaban los ruidos! ¿O se trataba de pura fantasía? El rock lo obsesionaba tanto que se sabía de memoria
todas las canciones de Nube Líquida. Bajo sus cobijas, con dos almohadas en la cabeza, creía distinguir el
zumbido de “Labios de chocolate”, el último éxito del grupo.
“¡Qué estupidez llamarse Nube Líquida! ¿Qué les costaba ponerse Lluvia?”, pensaba el profesor.
Luego recordaba la cuerda mágica que había confeccionado Zíper, veía la brillante guitarra eléctrica y
gritaba:
—¡Es por culpa de él, de esa mortadela con patas!
Todas las noches planeaba su venganza.
Una mañana despertó con la mente más despejada de lo normal, pues había olvidado cenar sus
galletas de animalitos.
—¡Ya lo tengo! —gritó eufórico.
El mejor grupo de rock estaba en peligro.
26
Cierre
Al finalizar la lectura, exhórtalos a que realicen comentarios sobre lo leído e invítalos a la última sesión y
si lo desean, pueden llevar a sus papás.
S
esión 5. Científicas mexicanas
Recibe a todos los participantes con buen ánimo. Realiza el juego “conformar los nombres”. Para ello
debes tener preparadas hojas blancas con los nombres descompuestos de 10 científicas mexicanas.
Ejemplo:
Vilasi
Silvia
Lieha
Helia
Raiam Lenae
María Elena
Riama Zul
Luz María
Saurai
Isaura
Riatoicv
Victoria
Yaram
Mayra
Jandralea
Alejandra
Theres Araim
María Esther
Iaram Naa
Ana María
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Cuando los participantes hayan concluido con el ejercicio les leerás en voz alta el artículo, “Diez
científicas mexicanas egresadas del IPN y la UNAM que triunfaron en el mundo”.
Las mujeres son el nuevo motor de la economía mexicana. Son recientemente las que más triunfos
deportivos han dado al país y, posiblemente, en pocos años sean las que más destaquen en el ámbito
científico del país. En los últimos veinte años el número de mujeres que ha estudiado una carrera de
ciencias se ha multiplicado por 11, sin embargo, todavía son apenas el 30 por ciento del total del Sistema
Nacional de Investigadores (SIN).
El sitio de10.mx ha hecho una lista de diez científicas mexicanas egresadas en el Instituto Politécnico
Nacional (IPN) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). De éstas, cuatro han ganado el
premio L'Oréal-Unesco, uno de los más importantes en el mundo, siendo Silvia Torres Peimbert la última
en obtenerlo. A continuación la lista:
1. Helia Bravo Hollis: Botánica y bióloga quien se dedicó al estudio de la taxonomía y la diversidad
florística de las cactáceas mexicanas. Fue profesora del IPN e investigadora de la UNAM. Uno de
los principales premios que recibió fue el "Cactus de Oro" otorgado en 1980 por el Principado de
Mónaco. Falleció el 26 de septiembre del 2001 a los 99 años de edad.
2. María Elena Caso: Obtuvo el grado de doctora en Ciencias Biológicas en la UNAM. Basó su trabajo
científico en el estudio de los equinodermos, el cual motivó el estudio de las estrellas de mar en
México y en el mundo. Falleció en 1991 a los 76 años de edad.
3. Luz María del Castillo Fregoso: Química bióloga egresada del IPN. Su principal trabajo se trató
acerca del efecto de la constante dieléctrica y la fuerza iónica. Fue la primera mujer del país en
recibir el premio de Ciencias. Falleció el 13 de febrero de 1990.
4. Saura Meza: Bióloga del Cinvestav. Es pionera del estudio de parásitos como la amiba.
5. Victoria Chagoya: Doctora en bioquímica egresada de la UNAM. Sus estudios están enfocados en
torno a la cirrosis hepática. Uno de sus principales reconocimientos es el Premio de la Academia
Nacional de Medicina "Doctor Eduardo Liceaga".
6. Mayra de la Torre: Doctora en ciencias biológicas por el IPN. Se especializa en la ingeniería de los
bioprocesos y la fermentación. Fue galardonada con el Premio en Ingeniería por la Academia de
Ciencias del Tercer Mundo en el 2003.
7. Alejandra Bravo: Bioquímica egresada de la UNAM. Recibió en el 2009 el premio L'OréalUnesco por su trabajo sobre una toxina bacteria que actúa como un potente insecticida.
8. María Esther Orozco: Bióloga e investigadora del IPN. Enfoca sus estudios en las amibas y su
genética. También recibió el premio L'Oréal-Unesco en el 2006.
9. Ana María López Colomé: Bióloga con doctorado en Bioquímica egresada de la UNAM. También
ganó el premio L'Oréal-Unesco en el 2002 gracias a sus estudios sobre la retina y sus
características.
10. Silvia Torres Peimbert: Investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM. Ganó el premio
L'Oréal-Unesco gracias a sus trabajos sobre la composición química de las nebulosas.
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Al término de la lectura solicita sus opiniones y puntos de vista sobre los descubrimientos e
investigaciones de nuestras científicas. Los papás también pueden participar. Posteriormente anímalos a
realizar ahora el experimento “El periscopio, reflexión de la luz”. Se trata de elaborar un instrumento
óptico para observar, generalmente desde una posición oculta o protegida, un objeto situado por encima
de un obstáculo que impide la visión directa. Consiste en un sistema de espejos o prismas montados en
un tubo colocado en vertical, que puede subir, bajar y girar en todas las direcciones; se usa
especialmente en los submarinos para observar lo que se halla sobre la superficie del mar, cuando están
sumergidos.
Material
•
Regla.
•
4 tiras de cartón de 6 por 30 cm. o más de largo.
•
Silicón caliente.
•
2 espejitos de 6 x 4 cm.
1. En una de las tiras de cartón hacer dos ángulos de 45 grados (uno en cada extremo). Trazar una línea
recta del borde hacia dentro de 1 cm, luego marcar de la línea hacia abajo 5.9 cm y posteriormente unir
los puntos con una línea para formar los ángulos.
2. Poner silicón sobre las líneas de los ángulos y pegar los espejos para que queden de frente.
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3. Luego, en el otro extremo de los espejos, se pega una tira de cartón.
4. Ahora pega las otras tiras, dejando libres los espejos, y corta los excedentes de cartón. Pega una
cubierta en cada uno de los extremos para cubrir el espejo de la luz.
5. Puedes pintar y decorar a tu gusto.
Ya puedes explorar y descubrir lugares que nunca antes habías visto.
Al término de la elaboración de este objeto, comenta que la reflexión es el cambio de dirección de una
onda que al entrar en contacto con la superficie de separación entre dos medios cambiantes, regresa al
30
punto donde se originó. Gracias a ella las imágenes pueden ser reflejadas en un espejo, en la superficie
del agua o un piso muy brillante. Esto se debe a un fenómeno llamado reflexión de la luz que ocurre
cuando los rayos de luz que inciden en una superficie chocan en ella, se desvían y regresan al medio que
salieron formando un ángulo igual al de la luz incidente.
Después de comentar qué les pareció esta actividad manual sobre este tema de física, reúnelos para la
lectura en voz alta del capítulo “El experimento” del libro La fórmula del Doctor Funes, de Francisco
Hinojosa.
Actividad de lectura
El experimento
Mientras me escuchaba, en vez de ponerse furioso, se reía conmigo de todo lo que había hecho. Como
vio que no me atrevía a tomarme la horchata que me había invitado, me dijo que no me preocupara, que
el agua no tenía de sus gotitas mágicas.
—Martín, la verdad me caes bien, Por eso voy a contarte un secreto, un secreto que tiene
que quedar entre tú y yo.
Y entonces el doctor Funes, como me dijo que se llamaba, me platicó todo.
—MI abuelo fue un médico famoso en todo el mundo. Descubrió, entre muchas cosas, una
fórmula para quitar la tos en menos de un minuto. El problema fue que el jarabe que inventó sabía tan
feo, pero tan feo, que los enfermos que lo tomaron se curaron de la tos, aunque también estuvieron con
fuertes dolores de estómago y con náuseas más de una semana.
—¿Le echaba lagartijas?
—No, no, las lagartijas nada tienen que ver con la tos. Lo que tenía el jarabe era hígado de
rata, brócoli podrido y unas cuantas alas de cucaracha. Ya lo creo que debe haber sabido espantoso.
Pero mi abuelo inventó todavía algo peor, un remedio para curar el sarampión con tres inofensivas
gotitas de un líquido hecho a base de patas de pollo, corazones de camello, muy difíciles de conseguir
por cierto, tripas de perro pastor alemán y no sé qué tantos mosquitos, arañas y orugas.
—¡Guácala!
—Pues claro que guácala. Pero si los niños con sarampión se aguantaran tantito antes de vomitar
podrían curarse. Es una lástima… En fin, te estaba contando que mi abuelo fue un genio.
—¿Qué más inventó?
—A eso iba. Poco antes de morir, víctima de uno de sus propios inventos, mi abuelo descubrió
que aquí —el doctor Funes se tocó abajito de la oreja— todos tenemos una glándula, del tamaño de una
hormiga, que es la responsable del envejecimiento. Cuando la descubrió, tomó la decisión de operar a un
chango para quitársela y ver si así dejaba de envejecer. Pero el resultado no fue el que quería: el pobre
chango se hizo viejito en menos de una hora y murió. Luego se puso a buscar una fórmula para crear una
sustancia que frenara el funcionamiento de esa glándula. Y casi lo logró…
—¿Con el ratón y las lagartijas y…?
—Sí, con esos nobles animales y con muchos otros ingredientes. LO que le faltó descubrir fueron
dos cosas: una sustancia importantísima que producen los caracoles de jardín, llamada babociclato, y el
azulminio, que es el zumo que sueltan las flores de jacaranda al hervirse. Al combinar todas las
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sustancias que ya había descubierto mi abuelo, con el babociclato y el azulminio, se logra frenar el
funcionamiento de la glándula y se renuevan sus tejidos, ¿me entiendes?
—Claro —respondí, aunque la verdad no había entendido nada.
—En este cuaderno —continuó— está apuntada la fórmula. Y aquí, en este frasquito, está ni más
ni menos que el descubrimiento más grande que haya hecho hasta hoy en el mundo: la fuente de la
eterna juventud. ¿Comprendes? El gato grande que viste con tu telescopio tomó en su leche dos gotitas
y míralo, ahora es un minino de apenas dos meses de edad.
—¿Y qué va a hacer ahora con la fórmula? ¿Dónde la va a vender?
—¡A vender! —me dijo enojado—. ¿Cómo se te ocurre pensar eso? Imagínate: si la vendiera y
todos la tomaran ya no habría gente adulta en el mundo, todo el planeta estaría habitado por jóvenes y
niños. No, ni pensarlo, sería un caos espantoso. Además tengo que cuidarme muy bien de que nadie
conozca cómo hacer la fórmula, especialmente del doctor Moebius, que es un individuo funesto que
toda la vida se ha creído científico cuando no es sino un vulgar ladró. A mi abuelo le robó su fórmula para
hacer que las gallinas pusieran huevos con tres yemas. Y a mi me ha seguido durante muchos años para
ver en qué momento descubro la fórmula que dejó inconclusa mi abuelo y me la roba.
—¿Y entonces qué piensa hacer?
—¿Qué no has adivinado?
La mera verdad empezaba a pensar que el viejito era como todos los inventores: un poquito
loco. No podía crees que no quisiera vender su fórmula. Si dijo que “todo el mundo” se la compraría,
bien podría ser si quisiera el hombre más rico del planeta. Tampoco pensaba que su intención fuera
dedicarse a convertir a todos los gatos que se encontrara en gatitos. A menos que…
—Pues esta fórmula es sólo para mí. A partir de mañana voy a ser un joven de unos dieciocho
años, ¿qué te parece? Voy a dejar ya esta vieja carrocería y a volver a jugar futbol, a conquistar
muchachas, a ir otra vez a la universidad como alumno, a dejar de tomar todas esas medicinas que les
recetan a los viejos. Imagínate, yo creo que hasta el pelo voy a recuperar.
—Me tengo que ir —le dije en cuanto me di cuenta que ya se había hecho tarde.
—¿Vendrás mañana a comprobar el éxito de mi descubrimiento?
—Si usted me invita…
Cierre
Luego de obtener algunas opiniones sobre lo que leíste, invita a los niños y a los papás a que lean los
capítulos restantes del cuento La fórmula del doctor Funes, de Francisco Hinojosa y saber qué pasó con el
doctor, las gotitas mágicas, los gatos, las jacarandas, etcétera.
Asimismo, agradece su asistencia y participación. Realiza una exposición de todos los experimentos y
aparatos que desarrollaron durante el taller. También puedes organizar un convivio, en el que los chicos
puedan compartir su experiencia de jugar aprendiendo, de Jugar con… ciencia.
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ibliografía
Hinojosa, Francisco, La fórmula del doctor Funes, Fondo de Cultura Económica, Col. A la orilla del viento
(quinta reimpresión), México, 1998, 104 pp.
Villoro, Juan, Las golosinas secretas, Fondo de Cultura Económica, Col. A la orilla del viento (sexta
reimpresión), México, 2003, 40 pp.
—, El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, Alfaguara (décimo primera reimpresión), México,
2003, 120 pp.
Referencias electrónicas
Los experimentos los puedes consultar en:
http://www.experimentosfaciles.com/explosion-de-espuma-de-colores
www.1ParaTodos.com.ar
http://www.areaciencias.com/brain-training/valores-morales.html
http://es.wikihow.com/hacer-un-cohete-de-bicarbonato-y-vinagre
http://cuentosparadormir.com/infantiles/cuento/los-experimentos-de-la-senorita-elisa
https://www.youtube.com/watch?v=ZfQ9tennH5s
https://www.youtube.com/watch?v=Vkft84orvU8
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