Leery releer De biblioteca Por Umberto Eco LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 Ilustraciones: Pinturas de Oreste Donadío Copello (Fotográfias de Regina Sepúlveda y Carlos Lema) Portada: Mandala, Óleo sobre lienzo y cartón Presentación En Apocalípticos e integrados, Umberto Eco nos había advertido de la presencia irreconciliable de dos actitudes ante las tecnologías de la vida moderna: Quienes se rasgan las vestiduras porque ven venir una gran banalización de las costumbres y del pensamiento, y quienes asumen esas novedades integrándolas a la vida diaria sin que el mundo se desplome, pagando, quizás, el excedente que conlleva una actitud sumisa. En estas nuevas reflexiones (distante una de otra veinte años) acerca de las bibliotecas, el autor italiano llama la atención acerca de los roles casi infinitos de las bibliotecas contemporáneas y nos revela pequeñas verdades, no siempre sabidas, de lo que va entre el agitado y apasionante mundo de las bibliotecas públicas y el no menos intrincado territorio de las editoriales. En 1981, Eco nos hablaba de un futuro que ya existe con creces: la neurosis de la fotocopia. Desde la reinventada Biblioteca de Alejandría, además, nos obsequia una sabia reflexión sobre el papel de la modernidad en las bibliotecas de hoy, y sobre la innegable perdurabilidad del libro, más allá de inútiles tinglados donde combaten tecnología y tradición. Mucho ha cambiado el mundo desde el descubrimiento de la imprenta, desde la invención del libro como hoy lo conocemos, y muchas cosas han empezado a cambiar desde la aparición del texto electrónico. En ello van estas inteligentes líneas del autor de El nombre de la rosa. LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 4 Corrientes benéficas. Óleo sobre tela y gaza De biblioteca* Por Umberto Eco En un lugar tan venerable como éste, considero oportuno comenzar, como en una ceremonia religiosa, con la lectura del libro, no con un propósito informativo, porque cuando se lee un libro sagrado todos saben de antemano lo que él dice, sino con funciones de letanía o de dispersión de espíritu. Por lo tanto: El universo (que otros llaman la biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados con baran* Conferencia dictada el 10 de marzo de 1981 en la Biblioteca Comunale de la ciudad de Milán, Italia, al conmemorarse los 25 años de su sede actual en Palazzo Sarmani. 5 das bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores, interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos de anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos: su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A la izquierda y a la derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades fecales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. [...] A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de tamaño uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página de cuarenta renglones; cada renglón de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras nos indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa interconexión, alguna vez, pareció misteriosa. [...] Hace quinientos años el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaba redactado en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedolituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la biblioteca. [...] Afirman los impíos que el disparate es normal en la biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de “la biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren en incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira”. Esas palabras, que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos orto- LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 6 gráficos, pero no un solo disparate absoluto. [...] Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos —y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición: ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?) ¡Amén! El fragmento, como se sabe, es de Jorge Luis Borges, un capítulo de la Biblioteca de Babel, y me pregunto si algunos de los asiduos visitantes, directores, trabajadores de bibliotecas aquí presentes, que escuchan y meditan sobre estas páginas, no han vivido experiencias personales, de juventud o de madurez, de largos corredores y largas salas; es decir, hay que preguntarse si la biblioteca de Babel, hecha a imagen y modelo del Universo, no es también imagen y modelo de muchas bibliotecas posibles. Y me pregunto si es posible hablar del presente o del futuro de las bibliotecas existentes elaborando puros modelos fantásticos. Creo que sí. Por ejemplo, en un ejercicio que hice varias veces para explicar cómo funciona un código de referencia, utilicé uno muy elemental de cuatro posiciones con una clasificación de libros en la cual la primera posición indica la sala, la segunda indica la pared, la tercera indica el anaquel de la pared y la cuarta indica el lugar del libro en el anaquel; de ahí que una referencia como 3-4-8-6 signifique: tercera sala a la entrada, cuarta pared a la izquierda, octavo anaquel, sexto lugar. Luego me di cuenta de que también con un código tan elemental (no es el de Dewey) se pueden hacer juegos interesantes. Se puede escribir, por ejemplo, 3335.33335.33335.33335 y obtendremos la imagen de una biblioteca con un número inmenso de salas: cada una es de forma poligonal parecida a la celdilla de un panal, en la que puede haber por lo tanto 3.000 ó 33.000 paredes, inclusive no regidas por la fuerza de la gravedad, ya que los anaqueles pueden estar ubicados también en las paredes superiores, y estas paredes, que 7 son más de 33.000, son enormes porque pueden dar cabida a 33.000 anaqueles y éstos son larguísimos porque cada uno puede dar cabida a 33.000 o más libros. ¿Es ésta una biblioteca posible o pertenece solamente al universo de la fantasía? Sin embargo, también un código elaborado para una biblioteca casera permite estas variaciones, estas proyecciones, y permite, igualmente, pensar en bibliotecas poligonales. Hago esta premisa porque, obligado a reflexionar, por la gentil invitación recibida, acerca de lo que se puede decir de una biblioteca, he tratado de establecer cuáles pueden ser los fines, ciertos o inciertos, de una biblioteca. Hice una breve inspección en las únicas bibliotecas a las que tenía acceso, porque permanecen abiertas también durante las horas nocturnas: la de Asurbanipal en Nínive, la de Polícrates en Samo, la de Pisístrato en Atenas, la de Alejandría, ya que en el tercer siglo tenía 400.000 volúmenes y luego en el primer siglo con la del Serapeo, tenía 700.000 volúmenes, luego la de Pérgamo y la de Augusto (en la época de Constantino existían veintiocho bibliotecas en Roma). También tengo cierta familiaridad con algunas bibliotecas benedictinas, y he comenzado a preguntarme cuál puede ser la función de una biblioteca. Tal vez, al comienzo, en la época de Asurbanipal o de Polícrates era la de recoger los rollos o volúmenes para no dejarlos regados. Más tarde creo que su función fue la de atesorar: los rollos eran caros. Luego, en la época benedictina, la de transcribir: la biblioteca es concebida casi como una zona de paso; el libro llega, se transcribe, el original o la copia parten de nuevo. Creo que en alguna época, tal vez ya entre Augusto y Constantino, pudo ser también la de hacer y leer y, por consiguiente, se ajustaba, más o menos, a la resolución de la UNESCO que leí en el volumen recibido hoy donde se dice que uno de los fines de la biblioteca es el de permitir al público leer los libros. Sin embargo, creo que, más tarde, nacieron bibliotecas cuya función era la de no hacer leer, de esconder, de encubrir el libro. Naturalmente, estas bibliotecas estaban hechas también para permitir reencontrarlo. Siempre hemos admirado LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 8 la habilidad de los humanistas del siglo XV que reencuentran los manuscritos perdidos. ¿Dónde los encuentran? En las bibliotecas. Así como éstas servían para esconderlos, servían también para redescubrirlos. Frente a esta pluralidad de fines de una biblioteca, ahora me permito elaborar un modelo negativo, en veintiún puntos, de mala biblioteca. Naturalmente, se trata de un modelo tan ficticio como el de la biblioteca poligonal. Pero, como en todos los modelos ficticios, que al igual que las caricaturas nacen de la adición de cervices equinas a cuerpos humanos con colas de sirenas y escamas de serpiente, creo que cada uno de nosotros puede reconocer en este modelo negativo los recuerdos lejanos de sus propias aventuras en las más diversas bibliotecas de nuestro país o de otros países. Una buena biblioteca, en el sentido de una mala biblioteca (es decir, un buen ejemplo del modelo ne- El sol de las fábulas. Óleo sobre yute 9 gativo que trato de realizar) debe ser ante todo un inmenso cauchemar, debe ser totalmente opresiva y, en este sentido, la descripción de Borges es suficiente. A) Los catálogos deben estar divididos al máximo: hay que poner mucho cuidado en separar el de los libros del de las revistas, y éste del de temas, así como los libros de reciente adquisición de los libros de adquisición anterior. En lo posible, la ortografía debe ser diferente en los dos catálogos (adquisiciones recientes y antiguas); por ejemplo, en las adquisiciones recientes retórica estará escrita con r y en las antiguas con rh; Chaikovski en las adquisiciones recientes con Ch, mientras que en las antiguas, a la francesa, con Tch. B) La clasificación por temas debe ser establecida por el bibliotecario. Los libros no deben llevar en el colofón, como suelen hacerlo según una pésima costumbre los volúmenes americanos, indicación alguna acerca de los temas bajo los cuales deben ser clasificados. C) Las siglas deben ser imposibles de transcribir, ojalá muy numerosas, de modo que cualquier persona que llene la papeleta nunca tenga suficiente espacio para colocar la última denominación y la considere irrelevante, así que el empleado se la devuelva luego para llenarla de nuevo. D) El tiempo transcurrido entre solicitud y entrega debe ser muy largo. E) No se debe entregar más de un libro a la vez. F) Los libros entregados por el empleado, solicitados mediante papeleta, no pueden ser llevados a la sala de referencia, es decir, hay que dividir la propia vida en dos aspectos fundamentales, uno para la lectura, y otro para la consulta; esto es, la biblioteca debe desalentar la lectura cruzada de varios libros porque causa estrabismo. LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 10 G) En lo posible, que no haya absolutamente ninguna máquina fotocopiadora; sin embargo, de existir una, el acceso a ella debe ser muy demorado y penoso, el gasto superior al de librería, la reproducción limitada a dos o tres páginas solamente. H) El bibliotecario debe considerar al lector un enemigo, un haragán (de no ser así estaría trabajando), un ladrón en potencia. I) Casi todo el personal debe sufrir de limitaciones físicas. Estoy tocando un punto muy delicado sobre el cual no quiero ironizar. Es función de la sociedad ofrecer posibilidades y oportunidades a todos los ciudadanos, inclusive a los que no están en la plenitud de la edad o de sus condiciones físicas. Sin embargo, la sociedad admite que, por ejemplo, los bomberos sean sometidos a una particular selección. Existen bibliotecas de universidades americanas en las que la máxima atención está dirigida a los usuarios físicamente impedidos: planos inclinados, baños especiales, hasta el punto de hacer peligrosa la vida para los demás, que resbalan sobre los planos inclinados. Sin embargo, algunos trabajos en la biblioteca requieren fuerza y destreza: trepar, soportar grandes pesos, etc.; en tanto que existen otras clases de trabajos que pueden ser ofrecidos a todos los ciudadanos que deseen desarrollar una actividad laboral, a pesar de las limitaciones debidas a la edad o a otros factores. Con esto planteo el problema del personal de una biblioteca como mucho más afín al cuerpo de bomberos que al de los empleados de un banco, y esto es muy importante, como veremos a continuación. J) La oficina de información debe ser inalcanzable. K) El préstamo debe desalentarse. L) El préstamo interbibliotecario debe ser imposible o, de todas maneras, demorar meses; en todo caso, debe existir la imposibilidad de conocer lo que hay en las demás bibliotecas. 11 M) Como consecuencia de todo esto, los hurtos deberán ser facilísimos. N) Los horarios deben coincidir totalmente con los de trabajo y ser discutidos previamente con los sindicatos: cierre total el sábado, el domingo, por la noche y en las horas de las comidas. El peor enemigo de la biblioteca es el estudiante que trabaja; su mejor amigo es don Ferrante, alguien que posee una biblioteca propia; por lo tanto no tiene necesidad de ir a la biblioteca y al morir la deja en herencia. O) Debe ser imposible conseguir de alguna manera refrescos o alimentos dentro de la biblioteca y, en todo caso, tampoco debe ser posible salir de ella a echar un bocado, sin antes haber devuelto todos los libros recibidos para tener que volver a solicitarlos después de haberse tomado un café. P) No debe ser posible volver a encontrar el mismo libro al día siguiente. Q) No debe ser posible saber quién tiene prestado el libro faltante. R) Ojalá no haya excusados. Además, he puesto un requisito Z): idealmente el usuario no debería poder entrar a una biblioteca; admitiendo que entre allí, usufructuando de manera escrupulosa y antipática de un derecho concedido con base en los principios de 1789, sin embargo, no asimilados todavía por la sensibilidad colectiva; de todas maneras, a excepción de los rápidos recorridos por la sala de consulta, no debe ni deberá penetrar nunca hasta las entrañas del recinto donde están los anaqueles. ¿Existen todavía bibliotecas de este tipo? Dejo que esto lo decidan ustedes, también porque debo confesar que, obsesionado por los más tiernos recuerdos (la tesis de doctorado en la Biblioteca Nacional de Roma, cuando todavía existía con lámparas LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 12 verdes sobre la mesa, o tardes de gran tensión erótica en la Sainte Geneviève o en la biblioteca de la Sorbona), acompañado por estos dulces recuerdos de mi adolescencia, en la edad madura visito relativamente poco las bibliotecas, pero no por razones polémicas, sino porque cuando estoy en la Universidad el trabajo es demasiado intenso y en la sede del seminario se le pide al estudiante que vaya a buscar el libro y lo fotocopie; cuando estoy en Milán, y generalmente por muy corto tiempo, vengo sólo a la Sormani porque tiene el catálogo unificado. Además, visito mucho las bibliotecas extranjeras, porque cuando estoy fuera del país desempeño el papel de una persona en el extranjero y, por lo tanto, tengo más tiempo libre, tengo las noches libres cuando en muchos países se puede ir a la biblioteca. Entonces, en lugar de esbozar la utopía de una biblioteca perfecta, que no sé cuándo y cómo puede realizarse, les contaré la historia de dos biblio- Ángel caído. Óleo sobre yute 13 tecas a la medida del deseo, que amo y trato de visitar cuando puedo. Con esto no quiero decir que sean las mejores del mundo o que no haya otras; son las que, en el último año, he visitado con cierta regularidad, una durante un mes, la otra durante tres meses: la Sterling Library de Yale y la nueva biblioteca de la Universidad de Toronto. Muy diferentes entre sí en la arquitectura, como el rascacielos Pirelli puede serlo de San Ambrosio; la Sterling es un monasterio neogótico, la de Toronto es una obra maestra de la arquitectura contemporánea; hay variaciones, pero intentaré fusionar las dos, para decir por qué ambas me gustan. Permanecen abiertas hasta medianoche y también los domingos (la Sterling no abre en estos días por la mañana, pero luego funciona desde medianoche hasta medianoche y cierra una noche, los viernes). Hay buenos índices en Toronto, que también tiene una serie de visores y catálogos computadorizados, fácilmente manejables. En cambio, en la Sterling los índices son todavía a la antigua, pero autor y tema están unificados; por lo tanto, sobre un tema determinado, no se encuentra solamente las obras de Hobbes, sino también las obras sobre Hobbes. La biblioteca contiene además la información acerca de lo que se consigue en las otras bibliotecas del área. Pero lo más hermoso de estas dos bibliotecas, por lo menos para una categoría de lectores, es que hay acceso a los estantes, es decir, no se pide el libro, se pasa frente a un cerebro electrónico con una tarjeta de identificación, después de lo cual se toman los ascensores y se penetra en el lugar donde están los anaqueles. No siempre se sale vivo de allí; en las estanterías de la Sterling es muy fácil, por ejemplo, cometer un delito y esconder el cadáver bajo algunos anaqueles de mapas, el cual podría ser descubierto algunos decenios más tarde. Existe, por ejemplo, una astuta confusión entre el piso y el entrepiso, de manera que el usuario nunca sabe si está en uno o en otro, razón por la cual ya no encuentra el ascensor; las luces se prenden solamente por voluntad del visitante LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 14 de modo que si uno no da con el interruptor apropiado puede vagar largo tiempo en la oscuridad; diferente es la de Toronto donde todo es luminosísimo. El estudioso da vueltas, mira los libros en los estantes, después los saca y puede dirigirse hacia las salas con hermosísimas poltronas donde se sienta a leer; en la de Yale lo son un poco menos, pero de todas maneras lleva los libros consigo al interior de la biblioteca para sacar fotocopias. Las fotocopiadoras son numerosísimas; en Toronto existe una oficina que cambia los billetes de un dólar canadiense por monedas, de manera que uno, acercándose a la fotocopiadora con kilos de moneditas, puede copiar inclusive libros de setecientas u ochocientas páginas; la paciencia de los demás usuarios es infinita, esperan hasta cuando el que ocupa la máquina llegue a setecientas páginas. Naturalmente, también se puede sacar el libro en préstamo; las formalidades del préstamo son de una rapidez infinita; después de haber dado vueltas libremente por los ocho, quince, dieciocho pisos de los anaqueles y de haber tomado los libros deseados, se escribe sobre un papelito el título del libro, se entrega en un mostrador y se sale. ¿Quién puede entrar al interior? El que tenga un carné que es fácilmente conseguible en el lapso de una o dos horas y a veces inmediatamente por teléfono. En Yale, por ejemplo, los estudiantes no pueden subir a las estanterías, solamente pueden hacerlo los investigadores, pero hay otra biblioteca para estudiantes que no contiene libros muy antiguos y tiene un número suficiente de volúmenes, donde los estudiantes tienen las mismas posibilidades que los investigadores de tomar y dejar los libros. Todo esto se puede hacer en Yale aprovechando un capital de ocho millones de volúmenes. Naturalmente, los manuscritos raros están en otra biblioteca y un poquito menos accesibles. Ahora, ¿qué es lo importante en el problema de acceso a los estantes? Sucede que uno de los equívocos que domina la noción de biblioteca es que se vaya allí para buscar un libro cuyo título se conoce. En verdad, esto sucede con frecuencia, pero la función principal de la biblioteca, por lo menos en función de la biblioteca de mi casa y de cualquier amigo que podamos visitar, es la de descubrir 15 libros cuya existencia no se sospechaba y que, sin embargo, revelan ser de extrema importancia para nosotros. Ahora, es cierto que este descubrimiento puede ocurrir hojeando el catálogo, pero no hay nada más relevante y apasionante que explorar anaqueles que posiblemente reúnen todos los libros sobre un tema determinado —cosa que, en cambio, en el catálogo por autores no podría descubrirse— y encontrar junto al libro que hemos ido a buscar otro que no buscábamos, pero que resulta ser fundamental. Es decir, la función ideal de una biblioteca es un poco la de ser algo así como el banquito de un bouquiniste en donde se hacen trouvailles, y esta función la posibilita sólo el libre acceso a los corredores de los anaqueles. Esto permite que en una biblioteca a la medida del deseo de un hombre, la sala menos visitada sea precisamente la de consulta. No son ya ni siquiera necesarias muchas salas de lectura, porque la facilidad del préstamo, de la fotocopia y de la sustracción de libros elimina en gran parte la permanencia en ellas, o porque funcionan como salas de lectura (por ejemplo en Yale) la zona de restaurante, la cafetería, el espacio con los aparatos que calientan las salchichas, adonde se puede bajar llevando consigo los libros tomados en la biblioteca y seguir trabajando sobre una mesa con un café y un pastel, fumando incluso, examinando los libros y decidiendo si volverlos a colocar en los anaqueles o solicitarlos en préstamo, sin control alguno. En Yale el control es realizado a la salida por un empleado que, con aire bastante distraído, mira dentro del maletín que uno lleva; en Toronto existe la magnetización completa de los lomos de los libros y el joven estudiante que registra el libro tomado en préstamo lo pasa por un pequeño aparato que le quita la magnetización, luego se pasa por una puerta electrónica estilo aeropuerto y si alguien ha escondido en el bolsillo del chaleco el volumen 108 de la Patrología latina comienza a sonar un timbre y se descubre el hurto. Naturalmente, en una biblioteca de este tipo existe el problema de la extrema movilidad de los volúmenes y, por lo tanto, la dificultad de encontrar el que uno busca o el consultado el día LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 16 anterior. En lugar de las salas generales de lectura existen las cabinas. El investigador solicita una donde deposita sus volúmenes y va a trabajar cuando lo desea. No obstante, en algunas de estas bibliotecas, cuando no se encuentra el volumen deseado, se puede saber, en el correr de pocos minutos, quién lo ha tomado en préstamo y conseguirlo telefónicamente. Esto permite que una biblioteca de este tipo tenga poquísimos vigilantes y muchísimos empleados, y tenga un tipo de funcionario a medias entre el bibliotecario tradicional y el mozo (usualmente son estudiantes de tiempo completo o de tiempo parcial). En una biblioteca en la que todos circulan y sacan los libros, algunos de éstos permanecen continuamente en circulación, ya no regresan a su lugar adecuado en los anaqueles; entonces estos estudiantes, que dan vueltas con unos carros enormes, los devuelven a su lugar, controlando que las referencias estén más o menos en orden (no lo están nunca, y esto aumenta la aventura de la búsqueda). En Toronto me sucedió no encontrar casi ninguno de los volúmenes de Patrología de Migne; esta destrucción del concepto de consulta haría enloquecer a un bibliotecario sensato, pero así es. Memorias de ingravidez. Óleo sobre cartón Este tipo de biblioteca está hecho a mi medida; puedo decidir pasar allí un día 17 en sana alegría: leo los periódicos, bajo algunos libros a la cafetería, luego voy a buscar otros, hago descubrimientos; había entrado allí, supongamos, para ocuparme del empirismo inglés y en cambio comienzo a perseguir a los comentaristas de Aristóteles; me equivoco de piso, entro en una zona en la que no sospechaba entrar, de medicina, donde, de improviso encuentro algunas obras sobre Galeno, por lo tanto, con referencias filosóficas. En este sentido, la biblioteca se convierte en una aventura. ¿Cuáles son, sin embargo, los inconvenientes de este tipo de biblioteca? Son los robos y daños, obviamente; por múltiples controles electrónicos que haya, es mucho más fácil, creo, robar libros en este tipo de biblioteca que en el nuestro. Aunque, precisamente el otro día, me contaba el asesor de una famosa biblioteca italiana que descubrieron a alguien que desde hace veinticinco años estaba llevándose los más hermosos incunables, pues tenía volúmenes con sellos de bibliotecas lejanas, entraba con estos, luego los vaciaba, quitaba la encuadernación del volumen que iba a robar y colocaba las hojas nuevas dentro de la encuadernación antigua, y luego salía; y parece que en los veinticinco años logró formarse una biblioteca maravillosa. Los robos son posibles, evidentemente, en todas partes, pero considero que el criterio de una biblioteca, llamémosla abierta, de libre circulación, sea el de que el robo se remedia comprando otra copia del libro, aunque sea en un anticuariato. Es un criterio millonario, pero es un criterio. Teniendo que elegir entre permitir leer los libros o no, cuando un libro sea robado o dañado se comprará otro. Obviamente, los menucios permanecerán en la sección de los manuscritos y estarán mejor protegidos. El otro inconveniente de este tipo de bibliotecas es que ellas consienten, guían, alientan, la civilización del xerox que es la de la fotocopia. Esta trae consigo, junto con todas las comodidades que conlleva la fotocopia, una serie de graves inconvenientes para el mundo editorial, aun desde el punto de vista legal. La civilización del xerox implica el colapso del concepto de dere- LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 18 chos de autor. Aunque es verdad que en estas bibliotecas donde hay decenas y decenas de fotocopiadoras, si uno va al servicio especial en que se gasta menos y se deja el libro para fotocopiarlo, el día en que se pide la fotocopia de un libro completo, el bibliotecario dice que esto es imposible por ser contrario a la ley de derechos de autor. Pero si se tiene un número suficiente de monedas y se fotocopia el libro por su cuenta, nadie dice nada. Además, se puede sacar en préstamo el libro y llevarlo a algunas cooperativas de estudiantes que hacen fotocopia sobre papel con tres huecos, de manera que se pueda luego insertar en las carpetas. También en estas cooperativas a veces le dicen a uno que no fotocopian un libro entero; he tenido ese problema con alguno de mis estudiantes. “Necesitamos mandar sacar treinta copias de este libro —dicen— pero ellos se niegan” (otras veces, generalmente, lo hacen, dependiendo de la desfachatez de la cooperativa). “Se niegan a fotocopiarlo porque en el libro se advierte que está amparado por derechos de autor”. “Muy bien —digo— manden hacer una fotocopia, devuelvan el libro a la biblioteca, y luego pidan veintinueve copias de una fotocopia: una fotocopia no está emparada por derecho”. “No habíamos pensado en eso”. En efecto, veintinueve fotocopias de una fotocopia cualquiera las hace. Esto ya ha influido en la política de las casas editoriales. Todas las de tipo científico ahora publican los libros a sabiendas de que serán fotocopiados. Por lo tanto, los libros solamente con mil o dos mil copias cuestan ciento cincuenta dólares, serán comprados por las bibliotecas y después los demás los fotocopiarán. Las grandes casas editoriales holandesas de lingüística, filosofía, física nuclear, ya publican libros de ciento cincuenta páginas que valen cincuenta o sesenta dólares, libros de trescientas páginas pueden costar doscientos dólares, son vendidos al círculo de las grandes bibliotecas, después de lo cual el editor sabe con certeza que todos los estudiantes e investigadores trabajan solamente 19 con fotocopias. Por lo tanto, ¡ay del investigador que quisiera tener el libro para sí porque no podría afrontar el gasto! Entonces, hay enorme incremento de los precios y disminución de la difusión. Luego, ¿qué garantía tiene el editor de que su libro en el futuro sea comprado y no fotocopiado? Sería necesario que el precio del libro fuera inferior al de la fotocopia. Puesto que se fotocopian dos páginas en el espacio reducido de una sola hoja y, fotocopiando en hojas de tres huecos, ya se puede inmediatamente tener el libro empastado, el problema del editor es entonces imprimir como vendibles, no solamente a las bibliotecas sino al público, libros de muy bajo costo, por lo tanto sobre papel muy malo, que de acuerdo con estudios realizados en los últimos años, está destinado a pulverizarse y a disolverse dentro de algunos decenios (esto ya ha comenzado: los Gallimard de los años cincuenta se desmoronan hoy al hojearlos, parecen ser pan ácimo). Lo cual conduce a otro problema: a una rigurosa selección hecha desde arriba entre los autores que sobrevivirán y los que terminarán en el olvido, es decir, entre los que se publicarán en los libros de los grandes editores internacionales que apuntan solamente al círculo de las grandes bibliotecas, libros que cuestan doscientos o trescientos dólares se imprimirán en papel que tiene la posibilidad de sobrevivir en el interior de las bibliotecas y de multiplicarse en fotocopias, y entre los autores que serán publicados solamente por los editores que venden al gran público y tienden, por lo tanto, a la edición económica, están destinados a desaparecer de la memoria de la posteridad. No sabemos exactamente si esto será un bien o será un mal, tanto más que muchas veces las publicaciones hechas a trescientos dólares por los grandes editores son costeadas por el autor, el investigador, la fundación que lo sostiene, lo cual con frecuencia no es garantía de seriedad y de valor de quien publica. Por lo tanto, a través de la civilización del xerox nos acercamos a un futuro en el que los editores publicarán casi exclusivamente para las bibliotecas, y este es un hecho que debe ser tenido en cuenta. Además, en el plano personal, nacerá la neurosis de fotocopia. LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 20 Asimismo, la fotocopia es un instrumento de suprema utilidad, pero muchas veces constituye también una alible intelectual: es decir, al salir de la biblioteca con un manojo de fotocopias, uno tiene la certeza de que normalmente nunca podrá leerlas todas, ni siquiera podrá más tarde encontrarlas de nuevo porque empiezan a refundirse, pero tiene la sensación de haberse adueñado del contenido de aquellos libros. Antes de la civilización del xerox esta persona compilaba a mano largas fichas en aquellas enormes salas de consulta y algo le quedaba en la cabeza. Con la neurosis de fotocopia se corre el riesgo de que se pierdan jornadas en la biblioteca para fotocopiar libros que después no serán leídos. Estoy mostrando los efectos de aquella biblioteca a medida del hombre, en la cual, sin embargo, estoy contento de vivir cuando puedo, pero lo peor sobrevendrá cuando una civilización de los videos y de las microfichas haya suplantado totalmente la del libro consultable: tal vez añoraremos las bibliotecas defendidas por cancerberos que manifiestan gran desprecio por el usuario y procuran no entregarle el libro, pero en las cuales, por lo menos una vez al día, se podía poner las manos sobre el objeto encuadernado. Por consiguiente debemos considerar también este escenario apocalíptico para lograr un balance de los pro y contra de una posible biblioteca a medida del hombre. Yo creo que poco a poco la biblioteca se encaminará a ser a medida del hombre, pero para ser tal y a medida de la máquina —desde la fotocopiadora hasta el visor— aumentarán las tareas para la escuela, para las entidades municipales, etc., de educar a los jóvenes y también a los adultos en el uso de la biblioteca. Usar la biblioteca es un arte a veces muy sutil, no basta que el profesor o el maestro diga en la escuela: “Ya que hacen esta investigación, vayan a la biblioteca a buscar el libro”. Es necesario enseñar a los muchachos cómo se usa la biblioteca, cómo se usa un visor para microfichas, cómo se usa un catálogo, cómo se combate a los responsables de la biblioteca que no cumplen con su deber, cómo se colabora con los responsables de la biblioteca. Como extrema hipótesis, quisiera decir que si la biblioteca no pudiera 21 Mandala (detalle). Óleo sobre lienzo y cartón estar abierta a todos, debería instituirse, al igual que para el permiso de conducir el auto, unos cursos de educación al respecto del libro y de la manera cómo consultarlo. Es un arte muy sutil, pero sobre el cual habrá que llamar la atención precisamente de la Escuela y de quienes están al frente de la educación permanente de los adultos porque, lo sabemos, la biblioteca es un asunto de la escuela, del municipio y del Estado. Es un problema de cultura cívica, y nosotros no sospechamos siquiera cuán desconocido sea todavía el instrumento biblioteca para la mayoría de las personas. Quien vive en la universidad de masas donde pueden convivir jóvenes estudiosos de mil astucias y capacidades con otros jóvenes que llegan por primera vez a rozar el mundo de la cultura, puede hallarse frente a algunos episodios increíbles. Cito la historia del estudiante que me dice: “No puedo consultar este libro en la biblioteca de Bolonia porque vivo en Módena”. “Está LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 22 bien —le digo— en Módena hay bibliotecas”. “No -dice-, no las hay”. Nunca había oído hablar de ellas. Una graduanda viene a decirme: “No he podido encontrar las Investigaciones lógicas de Husserl, no están en las bibliotecas”. Digo: “¿Cuáles bibliotecas?” Dice: “Aquí, en Bolonia, y además también he buscado en mi ciudad, Husserl no está”. Digo: “Me parece muy extraño que en la biblioteca no haya traducciones italianas de Husserl”. Dice: “Tal vez las haya, pero están todas prestadas”. De improviso, todos leen ávidamente a Husserl. Habrá que tomar medidas, quizás sea útil tener —de Husserl— por lo menos tres ejemplares: debe haber algo podrido en el reino de Dinamarca si esta persona no encuentra a Husserl y nunca se le ha explicado que podría acercarse a alguien de la biblioteca para preguntar por las razones de esta falta. Hay una distonía, una falta de entendimiento entre el ciudadano y la biblioteca. He aquí el problema de la educación. Y ahora el problema final; es necesario escoger: se quiere proteger los libros o hacerlos leer. No afirmo que sea necesario escoger hacerlos leer sin protegerlos, pero tampoco se debe escoger la protección sin permitir su lectura. Tampoco afirmo que sea necesario encontrar un camino intermedio. Uno de los dos ideales debe prevalecer, luego se buscará la manera de hacerle frente a la realidad para defender el ideal secundario. Si el ideal es hacer leer el libro, se debe procurar protegerlo lo más posible, pero a sabiendas de los riesgos que se corren. Si el ideal es protegerlo, se procurará permitir su lectura, a sabiendas de los riesgos que se corren. En este sentido, el problema de una biblioteca no es distinto de aquél de una librería. Actualmente hay dos tipos de librerías. Las muy serias, todavía con estantes de madera, donde apenas entra uno se acerca un señor que dice: “¿Qué desea?”, después de lo cual uno se atemoriza y sale; en estas librerías se roban pocos libros, pero se compran aún menos. También existen las librerías estilo supermercado, con estantería de plástico en donde, especialmente los jóvenes, dan vueltas, mi- 23 ran, se informan acerca de lo que aparece, y aquí se roban muchísimos libros, por más que se introduzcan controles electrónicos. Se puede sorprender al estudiante que dice: “Ah, este libro es interesante, mañana voy a robarlo”. También se pasan informaciones entre ellos, por ejemplo: “Cuidado que en la librería Feltrinelli si te pescan, castigan duro”. “Ah, bien, entonces voy a robar la librería Marzocco donde acaban de abrir un nuevo supermercado”. Sin embargo, quien organiza las cadenas de librerías sabe que, hasta cierto punto, la librería con alta tasa de hurtos, es también aquella que vende más. Se roban muchas más cosas en un supermercado que en una droguería, pero el supermercado hace parte de una gran cadena capitalista, mientras que la droguería es un pequeño comercio con una declaración de renta muy reducida. Ahora, si transformamos estos problemas de renta económica en los de renta cultural, de costos y ventajas sociales, el mismo problema se plantea también para las bibliotecas: correr mayores riesgos en cuanto a la preservación de libros, pero tener todas las ventajas sociales provenientes de su mayor circulación. Es decir, si la biblioteca es, como lo quiere Borges, un modelo del universo, procuremos transformarla en un universo a medida del hombre, e, insisto, a medida del hombre significa también alegre, aun con la posibilidad de tomarse un capuchino, y con la posibilidad de que dos estudiantes se sienten una tarde sobre el sofá, no digo para darse indecentes abrazos, sino para llevar a cabo parte de su coqueteo en la biblioteca, mientras toman o devuelven a los estantes algunos libros de interés científico; es decir, una biblioteca que despierte el deseo de visitarla y se forme gradualmente en una gran máquina para el tiempo libre, como lo es el Museum of Modern Arts donde se puede ir a cine, pasear por el jardín, mirar las esculturas y consumir una comida completa. Sé que la UNESCO está de acuerdo conmigo: “La biblioteca... debe ser de fácil acceso y sus puertas deben estar abiertas de par en par a todos los miembros de la comunidad, quienes podrán usar libremente de ella sin distingos de raza, color, naLEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 24 cionalidad, edad, sexo, religión, lengua, estado civil y nivel cultural”. Es una idea revolucionaria. Y la alusión al nivel cultural requiere también una acción de educación, de consejería y de preparación. Y finalmente el otro punto: “El edificio donde funciona la biblioteca pública debe ser central, fácilmente accesible aun a los inválidos y abierto en horarios cómodos para todos. El edificio y su amueblamiento deben ser de aspecto agradable, cómodos y acogedores; y es esencial que los lectores puedan acercarse directamente a los estantes”. ¿Lograremos transformar la utopía en realidad? Tomado de Revista de la Universidad Nacional. Vol. 1 N.o 6, 1986. Traducción de María Teresa Cristina. Discurso Alexandrino* Tenemos tres tipos de memoria. La primera es orgánica: es la memoria de carne y sangre que administra nuestro cerebro. La segunda es mineral, y la humanidad la conoció bajo dos formas: hace miles de años era la memoria encarnada en las tabletas de arcilla y los obeliscos —algo muy habitual en Egipto— en los que se tallaban toda clase de escritos; sin embargo, este segundo tipo corresponde también a la memoria electrónica de las computadoras de hoy, que está hecha de silicio. Y hemos conocido otro tipo de memoria, la memoria vegetal, representada por los primeros papiros —también muy habituales en Egipto— y, después, por los libros, que se hacen con papel. Permítanme soslayar el hecho de que, en cierto momento, el pergamino de los primeros códices fuera de origen orgánico, y que el primer * Durante la reinauguración de la Biblioteca de Alejandría en 2003, cerrada por el fuego y la desidia de los humanos hace más de dos mil años, Umberto Eco habló sobre los libros y los modos de la memoria. A tono con las babélicas ilusiones del nuevo siglo, pronunció su discurso en inglés. 25 papel estuviera hecho de tela y no de celulosa. Para simplificar, permítanme designar al libro como memoria vegetal. En el pasado, éste fue un lugar dedicado a la conservación de los libros, como lo será también en el futuro; es y será, pues, un templo de la memoria vegetal. Durante siglos, las bibliotecas fueron la manera más importante de guardar nuestra sabiduría colectiva. Fueron y siguen siendo una especie de cerebro universal donde podemos recuperar lo que hemos olvidado y lo que todavía no conocemos. Si me permiten la metáfora, una biblioteca es la mejor imitación posible de una mente divina, en la que todo el universo se ve y se comprende al mismo tiempo. Una persona capaz de almacenar en su mente la información proporcionada por una gran biblioteca emularía, en cierta for- Tejido humano. Témpera sobre gaza LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 26 ma, a la mente de Dios. Es decir, inventamos bibliotecas porque sabemos que carecemos de poderes divinos, pero hacemos todo lo posible por imitarlos. Construir o, mejor, reconstruir una de las bibliotecas más grandes del mundo puede sonar como un desafío o una provocación. A menudo, en artículos periodísticos o en artículos académicos, ciertos autores se enfrentan con la nueva era de las computadoras y el Internet, y hablan de la posible “muerte de los libros”. Sin embargo, el hecho de que los libros puedan llegar a desaparecer —como los obeliscos o las tablas de arcilla de las civilizaciones antiguas— no sería una buena razón para suprimir las bibliotecas. Por el contrario, deben sobrevivir como museos que conservan los descubrimientos del pasado, de la misma manera que conservamos la piedra Rosetta en un museo porque ya no estamos acostumbrados a tallar nuestros documentos en superficies minerales. Sin embargo, mis plegarias a favor de las bibliotecas serán un poco más optimistas. Soy de los que todavía creen que el libro impreso tiene futuro, y que cualquier temor respecto de su desaparición es sólo un ejemplo más del terror milenarista que despiertan los finales de las cosas, entre ellas el mundo. He contestado en muchas entrevistas preguntas del tipo: “¿Los nuevos medios electrónicos volverán obsoletos los libros? ¿Internet atenta contra la literatura? ¿La nueva civilización hipertextual eliminará la noción de autoría?”. Ante semejantes interrogantes, y teniendo en cuenta el tono aprensivo con el que se formulan, cualquiera que tenga una mente normal y bien equilibrada pensará que el entrevistador se apaciguaría si la respuesta fuera: “No, no, tranquilos, todo está bien”. Error. Si les dijéramos que no, que ni los libros ni la literatura ni la figura del escritor van a desaparecer, los entrevistadores entrarían en pánico. Porque si nadie muere, ¿cuál es entonces la noticia? Publicar que murió un Premio Nobel es una flor de noticia; informar 27 que goza de buena salud no le interesa a nadie, salvo, supongo, al Premio Nobel. Hoy quiero tratar de desmadejar una serie de temores. Aclarar nuestras ideas sobre estos problemas también puede ayudarnos a entender mejor qué entendemos normalmente por “libro”, “texto”, “literatura”, “interpretación”, etcétera. De ese modo veremos cómo una pregunta tonta puede generar muchas respuestas sabias, y cómo ésta es, probablemente, la función cultural de las entrevistas ingenuas. Comencemos por una historia que es egipcia, aunque la haya contado un griego. Según dice Platón en su Fedro, cuando Hermes —o Theut, el supuesto inventor de la escritura— le presentó su invención al faraón Thamus, recibió muchos elogios porque esa técnica desconocida les permitiría a los seres humanos recordar lo que de otro modo habrían olvidado. Pero el faraón Thamus no estaba del todo contento. “Mi experto Theut —le dijo—, la memoria es un gran don que debe vivir gracias al entrenamiento continuo. Con tu invención, las personas ya no se verán obligadas a ejercitarla. Recordarán las cosas, pero no por un esfuerzo interno sino por un dispositivo exterior”. Podemos entender la preocupación de Thamus. La escritura, como cualquier otra nueva invención tecnológica, entumecería la misma facultad humana que fingía sustituir y reforzar. Era peligrosa porque disminuía las facultades de la mente y ofrecía a los seres humanos un alma petrificada, una caricatura de la mente, una memoria mineral. El texto de Platón es, por cierto, irónico. Platón estaba desarrollando su polémica contra la escritura. Pero en su diálogo también fingía que el que pronunciaba el discurso era Sócrates, que nunca escribió nada. Si hoy en día nadie comparte las preocupaciones de Thamus es por dos razones muy simples. En primer lugar, sabemos que los libros no hacen que otra persona piense en nuestro lugar; por el contrario, son máquinas que producen LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 28 nuevos pensamientos. Sólo después de la invención de la escritura fue posible escribir esa obra maestra de la memoria espontánea que es En busca del tiempo perdido de Proust. En segundo lugar, si en algún momento las personas necesitaron entrenar su memoria para recordar cosas, después de la invención de la escritura tuvieron que entrenarla también para recordar libros. Desafío y perfección de la memoria son los libros, que nunca la narcotizan. Sin embargo, el faraón expresaba un miedo que siempre reaparece: el de que un descubrimiento tecnológico pueda asesinar algo que consideramos precioso y fructífero. Utilicé el verbo “asesinar” a propósito, porque, más o menos catorce siglos después, en su novela histórica Nuestra Señora de París, Victor Hugo narró la historia de un sacerdote, Claude Frollo, que observaba con tristeza las torres de la catedral. La historia de Nuestra Señora de París transcurre en el siglo XV, después de la invención de la imprenta. Antes, los manuscritos quedaban reservados a una restringida élite de personas que sabían leer y escribir, y lo único que se les enseñaba a las masas eran las historias de la Biblia, la vida de Cristo y de los santos, los principios morales, y hasta hechos de la historia nacional o nociones elementales de geografía y ciencias naturales (la naturaleza de los pueblos conocidos, las virtudes de determinadas hierbas o piedras): todo este conocimiento era proporcionado por las catedrales con su sistema de imágenes. Una catedral medieval era como un programa de TV permanente, siempre repetido, que se supone le decía a la gente todo lo que les era imprescindible para la vida diaria y la salvación eterna. Ahora bien: Frollo tiene en su mesa un libro impreso y murmura ceci tuera cela (“esto matará a aquello”); en otras palabras: el libro matará a la catedral, el alfabeto matará a las imágenes. Alentando informaciones innecesarias, interpretaciones libres de las escrituras y curiosidades insanas, el libro distraerá a las personas de sus valores más importantes. En los años sesenta Marshall McLuhan publicó La galaxia Gutenberg, el libro en el que anun- 29 ciaba que el modo lineal de pensamiento, apoyado en la invención de la imprenta, estaba a punto de ser reemplazado por un modo de percepción y entendimiento más global que se valdría de imágenes de TV u otras clases de dispositivos electrónicos. Puede que McLuhan no, pero muchos de sus lectores pusieron un dedo sobre la pantalla de la TV y después sobre un libro y dijeron “Esto matará a aquello”. Si siguiera entre nosotros, McLuhan habría sido el primero en escribir algo así como El imperio de Gutenberg contraataca. Ciertamente, una computadora es un instrumento con el cual se pueden producir y editar imágenes; y las instrucciones, ciertamente, se imparten mediante iconos; pero es igualmente cierto que la computadora se ha convertido en un instrumento alfaHombre cósmico. Óleo sobre pergamino bético antes que otra cosa. Por la pantalla de una computadora desfilan palabra y líneas, y para utilizarla hay que saber leer y escribir. ¿Hay diferencias entre la primera galaxia de Gutenberg y la segunda? Muchas. La primera de todas: sólo los hoy arqueológicos procesadores de texto de comienzos de los ochenta proporcionaban una comunicación escrita lineal. Hoy las computadoras no son lineales; ofrecen una estructura hipertextual. CuriosaLEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 30 mente, la computadora nació como una máquina de Turing, capaz de hacer un solo paso a la vez y, de hecho, en las profundidades de la máquina el lenguaje todavía opera de este modo, mediante una lógica binaria de cero-uno, cero-uno. Sin embargo, el rendimiento de la máquina ya no es lineal: es una explosión de proyectiles semióticos. Su modelo no es tanto en línea recta sino una verdadera galaxia, donde todos pueden trazar conexiones inesperadas entre distintas estrellas hasta formar nuevas imágenes celestiales en cualquier nuevo punto de la navegación. Sin embargo, es exactamente en este punto donde debemos empezar a deshilvanar la madeja, porque por estructura hipertextual solemos entender dos fenómenos muy diferentes. Primero el hipertexto textual. En un libro tradicional debemos leer de izquierda a derecha (o de derecha a izquierda, o de arriba abajo, según las culturas), de un modo lineal. Podemos saltarnos páginas; llegados a la página 300, podemos volver a chequear o releer algo en la página 10. Pero eso implica un trabajo físico. Por el contrario, un texto hipertextual es una red multidimensional o un laberinto en el que cada punto o nodo puede potencialmente conectarse con cualquier otro nodo. En segundo lugar tenemos el hipertexto sistémico. La web es la Gran Madre de todos los hipertextos, una biblioteca mundial donde podemos, o podremos a corto plazo, reunir todos los libros que deseemos. La web es el sistema general de todos los hipertextos existentes. Esta diferencia entre texto y sistema es enormemente importante. Por ahora déjenme terminar con la más ingenua de las preguntas que suelen hacernos, una pregunta donde la diferencia a la que aludimos no se advierte con total claridad. Pero respondiéndola podremos clarificar otra posterior. La pregunta ingenua es: “Los disquetes hipertextuales, Internet o los sistemas multimedia, ¿volverán obsoleto al libro?”. Y así llegamos al último capítulo de la historia de esto-matará-a-aquello. Pero esta 31 pregunta es aún confusa, puesto que puede ser formulada de dos maneras distintas: a) ¿Desaparecerán los libros en tanto objetos físicos?, y b) ¿Desaparecerán los libros en tanto objetos virtuales? Déjenme contestar primero la primera. Incluso después de la invención de la imprenta, los libros nunca fueron el único medio de adquirir información. También había pinturas, imágenes populares impresas, enseñanzas orales, etcétera. El libro sólo demostró ser el instrumento más conveniente para transmitir información. Hay dos clases de libros: para leer y para consultar. En los primeros, el modo normal de lectura es el que yo llamaría “estilo novela policial”. Empezamos por la primera página, en la que el autor dice que ha ocurrido un crimen, seguimos el derrotero hasta el final y descubrimos que el culpable es el mayordomo. Fin del libro y fin de la experiencia de su lectura. Luego están los libros para consultar, como las enciclopedias y los manuales. Las enciclopedias fueron concebidas para ser consultadas, nunca para ser leídas de la primera a la última página. Por lo general tomamos un volumen de una enciclopedia para saber o recordar cuándo murió Napoleón, o cuál es la fórmula química del ácido sulfúrico. Los eruditos usan las enciclopedias de manera más sofisticada. Por ejemplo, si quiero saber si es posible que Napoleón conociera a Kant, tengo que tomar el volumen K y el volumen N de mi enciclopedia. Y descubriré que Napoleón nació en 1796 y murió en 1821, y que Kant nació en 1724 y murió en 1804, cuando Napoleón era emperador. No es imposible, por lo tanto, que los dos se hayan visto alguna vez. Puede que para confirmarlo tenga que consultar una biografía de Kant, o de Napoleón, pero una pequeña biografía de Napoleón —que conoció a tanta gente— puede haber pasado por alto el encuentro con Kant, mientras que una biografía de Kant posiblemente registre su encuentro con Napoleón. En pocas palabras: debo revisar los muchos libros de los muchos estantes de mi biblioteca y tomar notas para comparar más ade- LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 32 lante todos los datos que recogí. Todo eso me cuesta un doloroso esfuerzo físico. Con el hipertexto, sin embargo, puedo navegar a través de toda la red-enciclopedia. Y puedo hacer mi trabajo en unos pocos segundos o minutos. Los hipertextos volverán obsoletos, ciertamente, las enciclopedias y los manuales. Ayer nomás era posible tener una enciclopedia entera en CD-ROM; hoy es posible disponer de ella en línea, con la ventaja de que esto permite la remisión y la recuperación no lineal de la información. Todos los discos compactos, más la computadora, ocuparán un quinto del espacio ocupado por una enciclopedia impresa. Un CD-ROM es más fácil de transportar que una enciclopedia impresa y es más fácil de poner al día. En un futuro cercano, los estantes que las enciclopedias ocupan en mi casa —así como los metros y metros que ocupan en las bibliotecas públicas— podrán quedar libres, y no habría mayores razones para protestar. Recordemos que para muchos una enciclopedia multivolumen es un sueño imposible, y no solamente por el costo de los volúmenes sino por el costo de las paredes en las que esos volúmenes deben instalarse. Sin embargo, ¿puede un disco hipertextual o la web reemplazar a los libros que están hechos para ser leídos? Una vez más tenemos que definir si la pregunta alude a los libros como objetos físicos o virtuales. Una vez más, déjenme considerar primero el problema físico. Buenas noticias: los libros seguirán siendo imprescindibles, no solamente para la literatura sino para cualquier circunstancia en la que se necesite leer cuidadosamente, no sólo para recibir información sino también para especular sobre ella. Leer una pantalla de computadora no es lo mismo que leer un libro. Piensen en el proceso de aprendizaje de un nuevo programa de computación. Generalmente, el programa exhibe en la pantalla todas las instrucciones necesarias. Pero los usuarios, por lo general, prefieren leer las instrucciones impresas. 33 Después de haberme pasado doce horas ante la computadora, mis ojos están como dos pelotas de tenis y siento la necesidad de sentarme en mi confortable sillón y leer un diario, o quizás un buen poema. Opino, por lo tanto, que las computadoras están difundiendo una nueva forma de instrucción, pero son incapaces de satisfacer todas aquellas necesidades intelectuales que estimulan. Hasta ahora, los libros siguen encarnando el medio más económico, flexible y fácil de usar para el transporte de información a bajo costo. La comunicación que provee la computadora corre delante de nosotros; los libros van a la par de nosotros, a nuestra misma velocidad. Si naufragamos en una isla desierta, donde no hay posibilidad de conectar una computadora, el libro sigue siendo un instrumento valioso. Aun si tuviéramos una computadora con batería solar, no nos sería fácil leer en la pantalla mientras descansamos en una hamaca. Los libros siguen siendo los mejores compañeros de naufragio. Los libros son esa clase de instrumentos que, El mago. Óleo sobre yute LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 34 una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera. Llegados a este punto podemos preguntarnos por la supervivencia de la figura del escritor y de la obra de arte como unidad orgánica. Y simplemente quiero informarles a ustedes que éstas ya se vieron amenazadas en el pasado. El primer ejemplo es el de la comedia dell´arte italiana, en la que, sobre la base de un canovaccio —un resumen de la historia básica—, cada interpretación, según el humor y la imaginación de los actores, era diferente de las demás, de modo que no podemos identificar ninguna pieza de ningún autor individual que corresponda con Arlequino, servidor de dos patrones, y, en cambio, sólo podemos registrar una serie ininterrumpida de interpretaciones, la mayoría de ellas definitivamente perdidas y cada una de ellas, por cierto, diferente. Otro ejemplo sería el de la improvisación en jazz. Podemos creer que alguna vez hubo una interpretación arquetípica de “Basin Street Blues” y que sólo sobrevivió una sesión posterior, pero sabemos que esto es falso. Hay tantos “Basin Street Blues” como interpretaciones hubo de la pieza, y en el futuro habrá muchos que aún no conocemos. Bastará con que dos o más intérpretes se encuentren y ensayen su versión personal e inventiva del tema original. Lo que quiero decir es que ya nos hemos acostumbrado a la idea de ausencia de autoría en relación con el autor popular colectivo, en el que cada participante aporta lo suyo, a la manera de una historia sin fin muy jazzística. Pero es necesario señalar una diferencia entre la actividad de producir textos infinitos y la existencia de textos ya producidos, que pueden ser interpretados de infinidad de maneras, pero son materialmente limitados. En nuestra cultura contemporánea aceptamos y evaluamos, de acuerdo con estándares diferentes, tanto una nueva interpretación de la Quinta Sinfonía de Beethoven como una sesión jazzera del “Basin Street Blues”. En este sentido, no veo 35 cómo el juego fascinante de producir historias colectivas e infinitas a través de la red pueda privarnos de la literatura de autor y del arte en general. Más bien nos encaminamos hacia una sociedad más liberada, en la que la libre creatividad coexistirá con la interpretación del conjunto de textos escritos. Me gusta que sea así. Pero no podemos decir que hayamos guardado el vino nuevo en odres viejos. Las dos potencialidades quedan abiertas para nosotros. El zapping televisivo es otro tipo de actividad que no tiene el menor vínculo con el consumo de una película en el sentido tradicional. Es un artilugio hipertextual que nos permite inventar nuevos textos y no tiene nada que ver con nuestra capacidad de interpretar textos preexistentes. Traté desesperadamente de encontrar un ejemplo de situación textual ilimitada y finita, pero me resultó imposible. De hecho, si tenemos un número infinito de elementos con los cuales interactuar, ¿por qué tendríamos que limitarnos a producir un universo finito? Se trata de un asunto teológico, de una especie de deporte cósmico en el que uno —o el Uno— podría establecer las condiciones de toda acción posible, pero en el que se prescribe una regla y de ese modo se limita, generándose un universo muy pequeño y simple. Permítanme, sin embargo, considerar otra posibilidad que en primera instancia prometía un número infinito de posibilidades a partir de un número finito de elementos —como ocurre con un sistema semiótico— pero que en realidad sólo ofrece una ilusión de libertad y creatividad. Gracias al hipertexto podemos obtener la ilusión de construir un texto hermético: un relato policial puede adquirir una estructura que permita que sus lectores elijan cada uno su propia solución y decidan al final si el culpable es el mayordomo, el obispo, el detective, el narrador, el autor o el lector. De ese modo pueden construir su novela personal. Esta idea no es nueva. Antes de la invención de las computadoras, los poetas y narradores soñaron con un texto totalmente abierto para que los lectores pudieran LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 36 recomponer de diversas maneras hasta el infinito. Ésa era la idea de Le Livre, según la predicó Mallarmé. Raymond Queneau también inventó un algoritmo combinatorio en virtud del cual era posible componer millones de poemas a partir de un conjunto finito de versos. A comienzos de los años sesenta, Max Saporta escribió y publicó una novela cuyas páginas podían ser desordenadas para componer diferentes historias, y Nanni Balestrini metió en una computadora una lista inconexa de versos que la máquina combinó de diferentes maneras hasta producir diferentes poemas. Muchos músicos contemporáneos produjeron partituras musicales cuya alteración permitía producir diferentes ejecuciones de las piezas. Todos estos textos físicamente desplazables dan la impresión de una libertad absoluta por parte del lector, pero es sólo una impresión, una ilusión de libertad. La maquinaria que permite producir un texto infinito con un número finito de elementos existe desde hace milenios: es el alfabeto. Con el número limitado de letras de un alfabeto se pueden producir miles de millones de textos, y eso es exactamente lo que se ha hecho desde el viejo Homero hasta nuestros días. Por el contrario, un texto-estímulo que no nos provee letras o palabras sino secuencias preestablecidas de palabras o de páginas, no nos da la libertad de inventar lo que queramos. Sólo somos libres de desplazar fragmentos textuales preestablecidos en una cantidad razonable importante. Un móvil de Calder es fascinante, aunque no porque produzca un número infinito de movimientos posibles, sino porque admiramos en él la regla férrea impuesta por el artista: el móvil se mueve sólo como Calder lo quiso. El último límite de la textualidad libre es un texto que en su origen está cerrado, por ejemplo Caperucita roja o Las mil y una noches, y que yo, el lector, puedo modificar de acuerdo con mis inclinaciones, hasta elaborar un segundo texto, que ya no es el mismo que el original, pero cuyo autor soy yo mismo, aun cuando en este caso la afirmación de mi propia autoría sea un arma 37 Figuras de ausencia. Óleo sobre yute que dispara contra el concepto nítido y bien definido de autor. Internet está abierto a experimentos de esa naturaleza, y muchos de ellos pueden resultar hermosos y fructíferos. Nada nos impide escribir un relato en el cual Caperucita roja devora al lobo. Nada nos impide reunir relatos diferentes en una especie de rompecabezas narrativo. Pero esto no tiene nada que ver con la función real de los libros y con sus encantos profundos. Un libro nos ofrece un texto abierto a múltiples interpretaciones, pero nos dice algo que no puede ser modificado. Supongamos que estamos leyendo Guerra y paz de Tolstoi. Anhelamos con desesperación que Natasha rechace el cortejo de Anatoli, ese despreciable sinvergüenza; con la misma desesperación anhelamos que el príncipe Andrei, que es una persona maravillosa, no se muera nunca, y que él y Natasha vivan juntos para siempre. Si tenemos Guerra y paz en un CD-ROM hipertextual e interactivo, podremos reescribir nuestro propio relato; podríamos inventar innumerables Guerra y paz, uno en el que Pierre Besujov consigue matar a Napoleón o, si preferimos, uno en el LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 38 que Napoleón derrota en toda la línea al general Kutusov. ¡Qué libertada! ¡Cuánta excitación! ¡Cualquier Bouvard o Pécuchet puede llegar a ser Flaubert! Desgraciadamente, con un libro ya escrito, y cuyo destino está determinado por la voluntad represiva del autor, no podemos hacer nada de eso. Nos vemos obligados a aceptar el destino y a admitir que somos incapaces de modificarlo. Una novela hipertextual e interactiva da rienda suelta a nuestra libertad y creatividad, y espero que esta actividad inventiva sea implementada en las escuelas del futuro. Pero con la novela Guerra y paz, que ya está escrita en su forma definitiva, no podemos ejercer las posibilidades ilimitadas de nuestra imaginación, sino que nos enfrentamos a las severas leyes que gobiernan la vida y la muerte. De modo similar, Victor Hugo nos ofrece en Los miserables una hermosa descripción de la batalla de Waterloo. Esta versión de Hugo es la opuesta de la de Stendhal. En su novela La cartuja de Parma, Stendhal ve la batalla a través de los ojos del protagonista, que mira desde el interior del acontecimiento y no entiende su complejidad. Por el contrario, Hugo describe la batalla desde el punto de vista de Dios y la sigue en cada detalle. Así, con su perspectiva narrativa, domina toda la escena. Hugo sabe no sólo lo que sucedió, sino también lo que podría haber ocurrido (aunque de hecho no ocurrió). Sabe que si Napoleón hubiera sabido que más allá de la cumbre del monte Saint Jean había un acantilado, los coraceros del general Milhaud no habrían sido abatidos a los pies del ejército inglés, pero la información del emperador era vaga o insuficiente. Hugo sabe que si el pastor que había guiado al general Von Bulow hubiera propuesto un itinerario diferente, el ejército prusiano no habría llegado a tiempo para provocar la derrota francesa. De hecho, en un juego de roles uno podría reescribir Waterloo de tal modo que Grouchy llegara a tiempo con sus hombres para rescatar a Napoleón. Pero la belleza trágica del Waterloo de Hugo consiste en que los lectores sienten que las cosas ocurren con 39 independencia de sus deseos. El encanto de la literatura trágica depende de que sintamos que los héroes podrían haber escapado a sus destinos, pero no lo hicieron por sus debilidades, su orgullo o su ceguera. Además, Hugo nos advierte: “Un vértigo, un error, una derrota, una caída que dejó perpleja a toda la historia, ¿puede ser algo sin causa? No... la desesperación de ese gran hombre era necesaria para que llegara al nuevo siglo. Alguien, a quien no puede hacérsele reparos, se ocupó de que el resultado del acontecimiento fuera éste... Dios pasó por aquí, Dieu est passé”. Eso es lo que nos dice cada libro verdaderamente grande: que Dios pasó y que pasó tanto para el creyente como para el escéptico. Hay libros que no podemos reescribir porque su función es enseñarnos la necesidad; sólo respetándolos tal como son pueden hacernos más sabios. Su lección represiva es indispensable si queremos alcanzar un estadio más alto de libertad intelectual y moral. Es mi esperanza y mi deseo que la Bibliotheca Alexandrina continúe albergando este tipo de libros, para que nuevos lectores gocen de la experiencia intransferible de leerlos. Larga vida a este templo de la memoria vegetal. Tomado de El Malpensante N.o 52, 1.o de febrero-15 de marzo de 2004. Traducción de Sergio di Nucci. Umberto Eco Escritor, crítico literario y profesor de semiótica, Umberto Eco nació en Alessandria, una localidad cercana a Turín (Italia), el 5 de enero de 1932. Hijo de Giovanna Bisio y de Giulio Eco, quien trabajaba como contable. Tras terminar sus estudios secundarios, Eco se trasladó a la Universidad de Turín para estudiar Derecho, carrera que abandonó por la de literatura y filoso- LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 40 fía medieval, época histórica de la que se convertiría en un experto y que serviría de base para varias de sus futuras novelas. En 1954 se doctoró con una tesis sobre el filósofo Tomás de Aquino, sobre el que dos años después escribió El problema estético en santo Tomás (1956), su primer libro publicado. A partir de mediados de los años 50, Umberto Eco trabajaría como editor cultural para la RAI, y dejó su puesto en 1959. En 1962 contrajo matrimonio con la especialista en arte y artista alemana Renate Ramge. Una de las principales facetas como divulgador de Eco fue su erudición en semiótica, dando clases en Florencia y Milán, y desde 1971 en la Universidad de Bolonia, y publicando diversos ensayos a lo largo de su trayec- El mago (detalle). Óleo sobre yute 41 toria profesional, como Obra abierta (1962), La estructura ausente (1968), Una teoría de semióticas (1976), Un panorama semiótico (1979) y En busca del lenguaje perfecto (1995). Al margen de sus libros, Umberto Eco ha colaborado como columnista en diversos periódicos y revistas, como Corriere della Sera, L’Espresso o La Repubblica. En 1978 comenzó a escribir su primera novela, El nombre de la rosa (1980), un libro que cosecharía un enorme éxito crítico y popular gracias a su intriga ambientada en la época medieval. El libro sigue las pesquisas detectivescas de un monje franciscano en una abadía en la cual se ha cometido un crimen. Seis años después de su aparición, el director Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery como protagonista, estrenaría una película basada en el famoso título. En 1988 aparecería su segunda novela, El péndulo de Foucault (1988), un libro centrado en un grupo de trabajadores de una editorial de Milán que se verán inmersos, entre otras organizaciones secretas, en los enigmas de los Templarios, desarrollando el asunto con un lenguaje harto erudito y una intrincada trama. La isla del día antes (1995) fue su tercera novela, con el protagonismo de un noble del siglo XVII llamado Roberto de la Grive, quien, tras un naufragio topará con una misteriosa embarcación desierta en los Mares del Sur. Es una obra de tipo aventurero que no evita disposiciones de carácter filosófico ni permite su desvinculación de profesor de semiótica, lo que afecta su densidad narrativa. Tras el ensayo Kant y el ornitorrinco (1998), Eco recibió en 2000, en España, el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, y un año después publicaría Baudolino, su última novela, un libro de mejor lectura que sus dos obras anteriores, y que toma elementos de las novelas de aventuras y picarescas para retrotraernos de nuevo a la época medieval con las andanzas de Baudolino, un embustero y vago campesino que se convierte en hijo adoptivo de Federico Barbarroja. Oreste Donadío Copello Estudió, parcialmente, artes plásticas en la Universidad Nacional de Medellín. En 1992 se graduó en la Academia de Bellas Artes de Florencia, Italia, en la escuela del profesor Gian Franco Notargiacomo. LEER y releer N.o 36 – Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia – Junio de 2004 42 Individualmente, ha expuesto en: Galería Gadarte, Florencia, Italia (1991); Galería Gartner Torres Arte, Bogotá (1993); Biblioteca Pública Piloto, Medellín (1993); Galería Gartner Uribe, Bogotá (1995); Museo Universitario Universidad de Antioquia (1997); Biblioteca Efe Gómez, Universidad Nacional de Medellín (2002); y Sala de Exposiciones de Comfenalco, Medellín (2003). Colectivamente, en diversas salas de ciudades como Perugia, Florencia, Bogotá y Medellín. Oreste Donadío pinta reinventándose a sí mismo. Cada cuadro representa nuevas imaginaciones, nuevos elementos para entender su mundo. El vuelo que emprende también es otro. Cada pintura obedece a un ímpetu donde el espíritu, espontáneamente, se despoja de la realidad que tiene enfrente, y va en busca de otras, quizás más apasionadas y más libres. Como a Paul Klee, se le puede llamar arquitecto de la imagen. Creador de símbolos y de músicas. En las pinturas de Donadío habita lo mágico (esa palabra casi siempre traída de los cabellos), ante todo porque ellas nacen del conocimiento pleno del arte, y éste las conduce, como un vértigo, a instancias desconocidas, pero espléndidas. En el misterio que encierran y en la configuración de mínimos detalles que nos llevan por meandros apenas percibidos, nuestra mirada escapa y recrea, con el humor de la libertad, verdades que no nos piden ser nombradas. Luis Germán Sierra J. Se terminó de imprimir en la Imprenta Universidad de Antioquia en el mes de julio de 2004 Hotel en Shangri-Lá Octavio Escobar Giraldo El megacentro comercial de Hotel en Shangri-Lá es al mismo tiempo parque de atracciones y prisión, brillo consumista y aturdimiento existencial. Los personajes que migran de un relato a otro y sus diálogos que oscilan entre el vacío y la sorpresa guían al lector por este mar lleno de despojos del pasado y fragmentos a menudo incoherentes de globalización, referencias cinematográficas y relampagueos irónicos. 14 x 21,5 cm. 116 pp. Rústica $24.000 - US$14 Historias de la cárcel Bellavista José Libardo Porras Vallejo 14 x 21,5 cm. 110 pp. Rústica $20.000 - US$10 Indudablemente todos los exponentes de una violencia actual desfilan por los cuentos de Porras, pero el lector termina aproximándose con cierto respeto a esta geometría hecha de patios, camarotes, templetes, y de hombres a quienes la esperanza mantiene en pie a pesar de que ella les haya sido vedada. Porras, dueño de una prosa medida, distante de cualquier posibilidad onírica, que sin duda estos ámbitos del encierro y el delirio pueden ofrecer, sin recurrir a rupturas temporales o espaciales, escribe historias surcadas por temas constantes que definen la condición humana: la solidaridad y la soledad, los celos y el amor, la venganza y la muerte. En las Historias de la cárcel Bellavista, por otro lado, está presente el argot; no podría ser de otro modo, pero su uso es moderado, y en todo caso está sometido a la racionalidad de un escritor sujeto a las fórmulas tradicionales del cuento. Pablo Montoya