-*- ^ fff *^ -f *• * ' Í W ^ LA CORRESPONDENCII DE E PRECIOS DE LA. S08CRIGION jgAnUtPi'BD. DB1<A MAÑANA UNA PTA. 3!tl. raOYINCIAS Y PORTUGAL, 5 PTAS. TRIM iXTRANXBRO, 18 PBSBTAS TRIMESTRE. , Í L T R A M A R . IS PESETAS T3EUMESTRB. PRECIO DE 1.A TBNTA P»rmeB*r, etaoo c6«tim«a ejemplar. Per autyor.SO etattates 3 0 aúmeres. MAI>RII>. F A C T O R . N U M . 7 iAPislf S^4^5¿^^^^ DIARIO POLITIGO DIARIO PDE O L iLA. nCO Y DE YNOTiaükS ECO IMPARCIAL OPINIÓN DE LA PRENSA • HAfiBTRBS EDICIONES. A PRIMERA EOICION 0[E U MAÑANA ANO XLY NUM. 13145 B)p»p«l de este pert4diee procede de W PAPELERA ARAGONESA SOCIEDAD DOMICILIADA EN ZARAGOZA U N AP E S E T A Madrid, Lunes 2 de Abril de 1894 EN-T0ÜT-CA8 Y PARAGUAS. PfA—iPasó y a la nube, mis queridos di« debe eompnr sin antes T«r IM <|M tórtolos? — Í A qué nube hace usted alusión, daniiel dt Die;;e. Puerta del Sel, 13. n kJ Mn DENTISTA. CABALLERO DE GRA- D. Miguel»—preguntó Pedro sonrienU A Jj V U eit. 30. rn\.. frente i 1» de> CUtel. dose. —Hombre, á esa dispntilla que haCOGNAC JURADO CASTEILOK-JEREZ béis tenido, á mi entender por exceso de cariHo, según costumbre. —Hoy no hemos reffido—repuso el capitán: —j^De varas?—objetó la anciana con manifiesta incredulidad. —Tan de v e r a s , que la causa de nuestro disgusto obedece á la orden de partir raafiána mismo con mi regimiento al Norte, para incorporarme á —Si—replicó la anoiana,'->Bon enfa- este cuerpo de'ejército. dos semifin^idos qué los dos están deLos dos ancianos miráronse con e s seando que terminen 6 con ana dulce tupor, mientras que del oprimido peEonrisa ó con nn apretón de oiaqos; cho de Irene escapábase un ahogado pero... el amorcillo propio de cada ano sollozo. opónese á su deseó. — Í Y no encuentras medio alguno —Lo mismo que nos pasaba A tí y á para sustraerte á los efectos de esa mí cuando éramos novios; por cierto orden?—preguntó D. Miguel con cierque siempre me tocaba desenfadarte, ta vacilación. orque tonías un carácter de m i l d i a —jSoy militar j caballero!—repuso los, querida esposa... sencillamente el joven. Carcajada mal contenida laatáron —Tienes razón;—repuso el anciano los dos dos ancianos réeord*i|do sus completamente convencido. buenos tiempos, jr continuaron o1>tervando á los novios con maliciosa c u Después... ipara qué mencionar Ío riosidad, mientras t i padre de Irene ua ocurrió después, si el lector puemurmuraba: e comprenderlo fácilmente? —Estoy segurísimo de Que eua«do Pedro se despidió de los ancianos se casan serán dichosos. Eftas dispu- padres da su amada, con la ternura y tilUs que tienen, son nabeoillti -de verdadero sentimiento de un hijo caverano, qne pasan, dejando después rifloso. Hubo lágrimas, abrazos, proclaro, diáfano y esplendente el cielo mesas, una escena, en fin, capaz de de la felicidad de nuestros hijos. conmover el corazón más empedernido. —Te guardaremos á nnestra hija, Pedro;—dijo D. Miguel al despedirse. II —¡Gracias!—repuso el capitán, volviéndose rápidamente para ocultar Irene y Pedro eontinuabaí en la sus lágrimas. Y se internó en el largo pasilljo que misma actitud; ella, con «I semblante cubierto por el dolor, y los Ubios conducía á la puerta. Cerca de ésta le esperaba Irene haamordazados por U tri9teza; él. damostrando en la enérgica mirad* da ciendo esfuerzos inauditos por sofosus negi'os oJo*i 1* profunda o^elftn- car los sollozos que pufi^naban por e s colia del hombre que piensa hondo y tallar en su tierno pecho. hondamente sufre. .•*..Pedro se quedó contemplándola, En esta actitud pérmaajsei^ron al- con ona de esas miradas que llegan del fondo del alma de la persona á gunos minutos más. Después, la joven irguió sn hechi- quien va dirigida. ^—Hey nos despedimos quizás para cera cabeza, ÍIjó sus hermosos ojos, llenos de lágrimas, en el aftigido aem- siempre-^dijo la joven al capitán con blante de Pedro, y dirigiéndos«.á ésta voz dulcisíma—acaso la muerte v e n dijo con voz dulce, como un sutpiro: a á hacer imposible nuestra felieiad; pero M por desgracia esto suce—{De modo que no tienes otro remedio que obedecer la orden que hM r e - de, y o te juro que á ningún otro hombre naré dueffo de mi corazón... ¡O tucibidot... ' '< —Negarse á ella sari» execrable — y a ó de nadie! contestó el capitán-«puesto qué un —No necesitabas hacerme esai consoldado siempre debe demostrar v a - fesión—replicó Pedro—por que sé lo lor y entereza, y 0911 doble motivo mucho que me amas. Cuanto á mí, te cuando se pertenece, ootio yó, perte- juro por la santa memoria de mi manezco, al bizarro ejército espailol. dre que, si la suerte ea la guerra me —Y... ¿cuándo tienes que marchar- es ¡contraria, te dedicaré mi último te, Pedro? raeoerdo. —Mañana por la tarde, juntamente, —Yo también te le dedicaré á ti; y con mi regimiento, cuya misión prin- además todos mis pensamientos, y to*cipal' es ponerse á las ordenes del g e - das mis oraciones para que Dios te neral Moriones. proteja y evite qne te alcanzo el aceDe los ojos de la enamorada Irene ro y el plomo de tus eneínigos. desprendiéronse dos eraesas l ^ r í m a s —¡Gracias!... ¡gracias!—repuso P e nuo, resbalando por l a s tersas meji- dro con la voz entrecortada por los llas, fueron á caer sobre las Idiiacas sollozos que pugnaban por estallar en teclas del piano. su gareanta. Y rodeando el tallo de la joven con —No llores, vida mia—dijo Pedro;— Dios no puede ser enemigo de nuestros sus fornidos brazos, estampó un siparos araorei y me preservará del ieaeloso beso en la abalastrina fronte hierro y del ploino do los carlistas. de sn amada, murmurando; Después, cuando la guerra termine —¡Adió.» vida mia!... ¡adiót nos casáramos y seremos muy felices, —¡Adirt.'í Pedro!—repaso la joven. imncho!, porque mi oáriSo ha«ia tí El capitán abrió la puerta y desserá eterno... y el tuyo .hacia n»< d u - apareció tras ella rápidamente. rará.... » . , Al ruido que produjo la puerta al —¡TTasta la rauert«!l—r«pnso t a j o - cerrarse, se mezotó el golpe seco que ven, fijando en el capitén qna dncísl- produce un c4erpo al caer en tierra... ma mirada. La pobre Irene había caído al suelo El padre de Irene, creyendo que ha- presa de una convulsión nerviosa... bía termiuado el supuesto disgusto da {Es tan débil «1 corazón de una mulos dos enamorados, exclamó alegra- j e r i los veinte afios!... mente: CUENTOS DEL DOMINGO El iOE I U « M Í E L O L T Í M O RECUERDO! E Muy triste debía ««r la eonversaeldn qne sostenía la hermosa Irene son sn amado Pedro González, el bizarro capitán de infantería, á qnien hacía dos atlos idolatraba con toda «a alma; j digo triste, porque de los ojos de ella escapábase de vez en cuando alguna fnrtiva ligrima, qjie se apresuraba A enjugar eoil su fino paSnelo de batista, j la mirada de él no era franca j alegre como de costumbre, lino recelosa y grave, como la de toda iquella persona qae siente en sn interior un horrible sufrimiento, y trata de evitar que lo comprendan los que I su alrededor se hallan. Irene hallábase s e n t a d a ante' nn magnifico piano Erard que se encontraba abierto en aquel instante, y en enyas blancas teclas apoyaba la joven ins codos, mientras que con SUR alabastrinas manos se cubría el angelical semblante. Pedro estaba al lado derecho de su tmada, de pie, rígido. Inmóvil, y demostrando en todo su ser una conmoeidn profunda, que en determinadas áeasiones trataba de contrarrestar con una pálida sonrisa. Algunos metros más allá, y sentados en nn cómodo canapé, hallábanse los ancianos padres de Irene hablando •n voz baja, mientras dirigían A la hermosa joven j al gallardo mancebo maliciosas sonrisas. Indndeblemente los honrados vieios ocupábanse en aqnel instante de los amores de aqnoHas dos oríatnras, que parecía haber formado Dios para que se amaran mucho... mucho, ¡como adora el alma pura al alma que encuentra en sn camino limpia de todo pecado, triunfante, victoriosa de las múltimes asechanzas del vicio!... Pero... escuchemos, escnchemos la eonversaeidn de los dos ancianos, de aquellos dos viejeoillos qne cifraban toda sn felicidad ea la dicha de sn hija Irene y del gallardo Pedro. ~-No te quepa duda—decía la esposa ti esposo:—alguna dispntilla han t e nido, porque Pedro está muy serio y BEsi compungido, y nnestra hija me ha parecido^ observar qne está llorando. —.Son un par de ohiqoillos—contestó jovialmente el honrado viejo;—.y somo prueba d* ello, casi me atrevería á acertar la causa de su disputa lin... equivocarme. —A ver, á ver... —O han reffido porque Pedro ha veDido más tarde de lo que acostumbra, i porque Irene no ha estado esperándole en el balcón; pero... esto me agraia, porque demuestra que se q-uieren ikuelio. 3 f * , I BOLETÍN BEUeíOSO.DEL DIA 2 0AlrTOa UBL BIA 1.* DR iSMI» ^6aa Fr«nci»eo de Paula y lahts María Etipctaca. Sol: sale á las 8'U¡ pónesa A las et». CUl-TOS PARA El DIA 2 6e gana el Jubileo de Cuarenta Horas en el Carmen y sontinúan las solemnes funBi<Hies al Sacramento, predieando en la misa un pudre de la CompaRU. y por la tarde el padre Salvador de la Hadra de Dios. En San Pascual, Eselavas y Reparadoras hay Jubileo perpetuo de Cuarenta Horas. En San Martin continúa el solemne novenario á la Divina Pastora: siendo orador el seBer López Anaya. En la» Arrepentidas eontiB«a el novenario de San Jos*, predicando el seiior Oamiz. BB la Eaoarnaeión solemne Betta A Nuestra SeSora. ateodo orador el párroco de Ban Ginés; por la (arde Complatas reserva. Oficiará por maana y tarde el señor nuncio ae-Sú Santidad. En las monjas de San Plá»ldo. función A la titular; oralor P. Mariano IbAfiez. En San Pedro de los Naturales fiesta & la Anunciación; arador Sr. Teijeiro. En las Calatravas función I Ban Francisco da Paula, y smpiaza al novenario, predi» Bando por la tarde, á las elnDo y media, el Sr. Legacraga. En las Monjas del Sacramento y en las Vallacas vfsgeras, por la (arda, de San S 1^ el Cristo de la Salud, tnltua como todos los lunes. En el da San Olnés. ejerei>Í<5 por la noche y pradiearA »l Sr. Uribe. La misa y oficio divino son l e la AnuneiaClóa. VtsrTA aa M CoanotMAafa. -Nuestra SeSora de las Maravillas en sus dos igledas, 6 i a la Providencia en Jesúc. Comunidad de religiosas Trinitarias (calle del Marqués ifi (Jrqnijo).—Desde sn ln*talaeite kan educado y dado aSberfUe. ropa y alimento A k» aMgidas signientes: Jávenes sacadas del hospilal de San Juan de IMos, 97. ' Ídem escapadas de catas d« Berdieimí, qua fueren 'pidian. ao qae las recogieran an e KM; 74. Idam recibidas por TecoBtendaetóa da las señoras di :a f>onferencia de San Vteesia de Paul, i». NilUs mayores de I* años faeoÉidas DM laa callea vmf 18 •..•••I IMW»I l,,ll • • • • l . l ^ l l lllj yi-^^II.KI LA DE MADRID DE L4 MAi^ANi PRECIO DE LOS ANUNCIOS U W A PESBITA I*INaA. f UtanuDCiM d* frisen vteaa, nclMiu. etc., AüneieM ntm fwtM i nucM 7 S««ieii«det, i frtátt coaTCBeimales. ' SI reciben n tiU AdminlstraoiAn, «s la S«eM»<i Omml 4» ADuneiof, «t l'A(eBe* H»Ta«. t, fUe* i* k RMN* (hrt^, y M' bt a(e«ciM de paklieíiUd. ABanNISTRAdÓN: FACTOR, 7. OFICINAS, FACTOR, 7 PARA LOS SÜSCRITORES EN MADRID III Tres meses después de los sucesos que acabo de narrar, el bravo ganeral Moriones llegaba con su brigada frente al pueblo da Oroquieta, ocupado á la sazón por más de fom carlistas al mando de su rey C a r i s Vil, Durante tres horas, !a artillería del ejército del gobierno hizo continuos disparos sobre las casai del pueblo donde se hallaban parapetados los carlistas, causándoles grandes destrozos. Las casas del lugar se hundían con estrépito al impulso de la metralla que recibían sin cesar, sepultando entre sus escombren á los que las ocuhaban. liiegó un instante en que las tropas del gobierno, aprovechándose del pánico qne reinaba entr.i los carlistas y secundando los mandatos del general Moriones, penetraron en «1 pueblo, consiguiendo desalojar de algunas casas á los partidarios del PretendientejV hacerles prisioneros más tarde. ^ n embargo, en dos caserones de fuerteoonstruoción se defendían gran número de facciosos con bizarría, cansando muchas bajas á tas tropas liberales. l o vista de esto, so acordó que 80 hombres—que caso do no prestarse voluntariamente se sortearían—escalaran las dos casas, cuyos defensores rechazaban el ataque con tanta firmeza. T-Yo, mi.general—dijo nn bizarro j o v e n , comandante do infantería, acercándose á Moriones , —quisiera que se me contara en el número de los que han de escalar esas dos casas. Aquel joven comandante, que tan gastoso se mostraba en sacrificar sn vida en tan arriesgada empresa, era Pedro González, él amanta de Irene, que á fuerza de hechos heroicos h a hSh conseguido alcanzar nn ?rado más en su carrera. Retenta 7 nueve hombres más de distintos cuerpos y categorías. Imitaron al valiente Pedro, prestándose voluntariamente á escalarlas dos casas desde cuyas ventanas continuaban los carlistas enviando a l a s tropas liberales mortíferas descargas de fusiIsrría. * Momentos después, j á la voz da niando lanzada por el general Moriones, aquellos 79 valientes, al mando d.el comandanta Podro González, se lanzaron como fieras sobre las dos casas ocupadas por los carlistas. —¡Adelante! ¡Adelante—gritaba P e dro á los suyos, trepando por una de las rajas del piso bajo, con objeto de llegar á las ventanas del principal, desde las cuales las tropas tiel Pretendiente hacían un fuego nutridísimo sobre las fuerzas liberales. Veinte hombres que seguían á P e dro quedaron red'hcídos á ocho en meaos de cinco minutos. Kl amado de Irene consiguió llegar á una de las ventanas obligando á los carlistas á refugiarse dentro. —¡Animo !—gritó fil bravo comand»at9 á los suyos.—¡Melante! ¡Adelan... Bl infeliz no pudo terminarla frase. Había recibido un tiro «n el pecho que le hizo caer en tierra de^de lo alto de la ventana. Un teniente de artillería se acercó inmediatamente al herido para socorrerle. —Luis—dijo Pedr» al oficial que se ítcercaba ,—Luis... me siento morir por morasntos;... pero antes... sí... a n tes voy á hacert-i un encargo que as- cumplirás, si tienes la suerte de ftero ibrarte del plomo délos carlistas. —Te juro que lo cumpliré, Pedro. —Pues bien, cuando vuelvas á Madrid, te presentas en la calle de... n ú mero 12, piso principal; preguntas por la señorita Irene Miranda, y cuando estés ante ella, la dices: —Pedro ha muerto en el cumplimiento de su deber, y s i s últimas palabras se las ha dedicado á nsted , diciendo: —¡Para tí, Irene mia, ha sido mi último recuerdo, según te ofrecí! —Cumpliré ese triste encargo , amigo mió!—repuso el oficial. —¡Gracias!... | Gracias!...—contestó Pedro. Estas fueron las últimas palabras del héroe. Su cuerpo experimentó una contracción terrible, mortal palidez se extendió sobre su varonil semblante, y quedó inmóvil. < |Bl comandante Pedro González había muerto! En aquel instante laa tropas liberales se apoderaban de Oroquieta, lanzando entusiastas hurrat. Un aOo después, un oficial de artillería presentóse en casa de los padres de Irene, de aquellos honrados viejos, tan joviales ¿ i t e i oomo tristes cuando recibieron la viaita del amigo de Pedro. Los dos ancianos vestían de riguroso luto, y en sus seinblantes v e u s e dibujado con caracteres indelebles el llanto, el dolor y la amargura. —Vengo—dijo «1 ofleial dirigiéndose á los padres de Irene,—A cumplir una misión muy triste A ruegos de un moribundo, que fué mi más querido amigo V compafiero. Don Miguel cambió una rápida mirada con su esposa. La mortal palidez de los semblantea de ambos, hizosa más densa. El oficial continuó: —En la batalla de Oroquieta, uno de los héroes de aquella Tornada tan gloriosa para las armas liberales, fué mi querido amigo el comandante don Pedro^González, quien recibió un balazo en el pecho que le hizo caer en tierra moribnado. Antes de exhalar el último suspiro mi inolvidable compafiero, me rogó qne viniera A esta casa A preguntar por la seflorita Irene y la dijera: —Pedro ha muerto en el cumplimiento de sn deber, y las últimas palabras se las ha dedioado A usted diciendo: «¡Para tí, Irene mjf> h* sido mi último recuerdo, seguirte ofrecí!» El ofleial guardó silencio verdaderamente conmovido al observar las lágrimas que se desprendían d é l o s ojos de sus interlecntores. Bl anciano, después de ana larga pausa, dijo con voz apenas inteligible. —Caballero, nnestra hija Irene también ha fallecido hace siete meses á)causa de la terrible enfermedad que coatrajo, al crear (por que no recibía noticias suyas), que el desdichado P e dro á quien tanto amaba habia muerto. Hé aquí las últimas palabras ^na pronunció nuestra desgraciada hija: —Si algnna ves veis A Pedro—nos dijo casi.expirante—decidle que muero amándole; qne desde que nos separamos le he dedicado todos mis pensamientos y todas mis oraciones; qne si Dios me destina á su santa gloria rogaré por sn falloidad... y por ultime, padres míos, manifestadle que he cumplido lo qne él me pidió; es decir ¡dedicarle mi último recuerdo, mis últimos rezos y mis últimas lágrimas RAFAEL DE MESA Y DE LA PEÑA AGTUALIDADIIS EL MES DE ABRIL Hoy comienza el mes de la vida;.«1 mes de la germinación, aquel dedicado á Venus, en que se abre la tierra para lanzar los primeros tallos de I M plantas y se abren las flores para es^ parcir los primeros aroma». Es el mei de la resurrección en el Cristianisnuí y en la naturaleza. Entre nosotros, en los días que o«< rran ahora mismo, abril es el ansiad* mes del segundo período legislativo. Será en el porvenir este abril qne hpj empieza, aquel mes de los parlamei|. tartos de 1894 en que dirá la historíá que volvieron á funcionar las Qortea no reunidas desdólos tiempos má^ramotos. Si el mes de abril pertenece A aigftv partido político, no se puede a^eguru;. Por los indicios se conoce el hecno;po( los síntomas la enfermedad. Bl qne l«| yere di<*á qué clase de raes es estajea al cual salió precipitadamente y «n MW'^ sienes distintas, para Roma, el DURoia de S. S. Era además el raes^rédilaeta de los ministros de Carlos u l . B« «stt mes fueron expulsados los Jesuítas. Cuentan los avisos de un autor faijao' so que en este mes se estableció §M Madrid la primara fábrica de bujíAs. El primer santo de este mes es Siáu^ Venancio. Es también el mes del Estatuto Real. El día %o ó el día IS, ó el día en %ut diga la astronomía el sol entra at Tauro. Pero los toros han entrado •#«, te affo en abril por el mes de m a n a . Se representaba entre los antiguos [ioi nn novillo. Éntrelos modernos Jara" presentación más adecuada serla 1* de una corrida entera. Porque aegúa el poeta: El tiempo es oro, y el que naco novillo ^ llega A ser toro. En este mes murió Cervantes. IMcél que fué la protesta del destino contra la fiesta nacional, aunque á esto da nacional hay qua oponer algo. Bl oÍP' co es romano; la lucha de la fiera y a] hombre, romana también. Loa patiot adonde salan el chulo, y el caballo, y el picador, y el torero heridos, r*. onerdan el Spoliar-ium. También* a) gladiador se la daba la ptuitilla. Otros affos se conmemoraba «1 Via^ nes Santo en este mes. Esto me para« cía poco ortodoxo, pues sa crea qna Jesucristo murió en nn viernes da marzo. Este affo cristianisi mo ha eóB« cluido en marzo toda la Pasión. Coincidencia extraffa. Raftui Smn' xio nació y murió en abril y aa al nía' rao dia de Viernes Santo. En \i,Vi, y en este mes, se establacid la Inquisición en Espafiá. En este mes comenzó á reinai> U OAsa de BorbóB... ^ Lo qne paso en este raes y a noaMt*í rasa poco. Lo que pasará, ¡quréa \* aabe! Faltará el pan y el agua, probablamente; faltará, seguramente, el dina* ro; lo que no faltará será la criaia, cosa también eminentaraente náci*> nah • : ^ ^^ _ EL NACIONAL " Ayer se puso á la venta at ^)^ mar número del nuevo diaria coni^r» vador Bl Nacional, cuya aparioióa • • • J — ^ •:r=3csaa as: BIBLIOTECA DE LA. CORRESPONDENCIA. DE ESPAÑA, »Adiós, maero de penn. jj^or haberte todos como reliquias, afilados cuchillos perdido. para vengarlas. Sin embargo, durante los días que si•FLÓRBNOIA.» guieron á la entrevista del ayuda de cáEl marqués de Caassedé cohclnyd sti mara con Pedro Arros en el café Arnati(^mproniigo en el regimiento, y *l reco> vo, se encontró desorientado. brar su vida de hombre dé lanndo eo Pa- Así trascurrieron algunos días. rle, á los veintiséis Años de eds<^, encon- La noche en que se verificó el crimen, tró & SQ antiguo camarada de Ecnries el barón Mosés salió con su hijo y con el d'Artois, instalado con sa padre en el marqués. magnifico hotel que babian compnido en Después de cenar como Lúculo en el )a atenida Gabriel, eonstdérabl^ente hotel Sacaron, se mostró con un buen hureformado y embellecido. mor, que no estaba exento de fiebre, y se Jacobo Mosés, era quien le Babia qui- dirigieron al Casino próximamente á las tado su cariño, sn pasión que debía ser la nneve. más grande y casi la únicft de su vida. Cuando aparecieron en los salones, huA consecuencia de esta^ atroz decep- bo extraño movimiento en los grupos. ción, el marqués concibió un pr9funao Allí se reunía toda la flor de los bouledesdén por las mujeres, y al mismo tie;m- vares de París. Mochas jóvenes de conpo una sorda irritación y no odiid liolen- ducta dudosa sientaa gustosas sus reales to contra aquel amigot eolpablé deseme- en este país delicioso donde refrescan la jante traición. sangre en la proximidad de las nieves y Pero este odio por muy grande que fue- de los torrentes que surcan sus montañas. ra, sabia encubrirlo cuidadosamente en Además la caza á que se dedican estas el fondo de su alma. Dianas suele ser tan fructuosa en los Desde entonces esperaba con^ ansia la montes de Superbagneres, y sus alredeocasión de vengarse. dores, como en las avenidas del bosque Segafa & todas partes & sü amigo Mo- de Boulogne. sés, como aquel inglés original que Acom- Los Mosés, padre é hijo, el viejo y el pañaba & un domador de fieras i todas joven, eran un botín de primera fuerza, BUS excursiones, con la esperanxá de ver- y la afortunada cazadora que hubiese hele devorar. cho blanco en ellos hubiera suscitado á El bearnés pensaba que la Altanería de alrededor muchas envidias. su compañero, su egoísmo y sn falta de SQSe escucharon murmullos de admirasentido moral, habían de creable profun- ción entre lá multitud» das enemistades. |E1 Barón! Además por todas partes eitip««aba & elevarse un sordo clamoreo ootitra aque- El era quien tenía la fortuna entre sua llas fortunas insensatas, tan bruscamente manos y podía estenderla como la lluvia hechas con los despojos de milli^s de de Dánac sobre sus favoritos. ¡Un verdadero triunfador! Tíctimas. Cruelmente ofendidq, escéptico y egoís- ¡Cuántas miradas insinuantes! ¡Cuántas ta á su vez, guardando en su corazón to- humildes indicaciones. do el dolor de su antigua herida, Capése- "Verdad es que casi |,oda la concurrendé reunía al padre y al hijo en una mis- cia se componía de cortesanos y muchama aversión y tuvo una alearía v^Aanosa chas viciosas. cuando comprendió toda la intensidad de ¡El Barón! Esta palabra parecía ir la infame pasión one el baróji, i ^ r i g a ^ acompañada de un tintineo metálico, de Sentía que de día en dia el deseo del ana lluvia de ligeros papelillos que fasbarón, acostumbrado A ter que todo se cinaba y arrastraba á la maltitud. como doblegaba ante sn Toluntad, se exaltaba arrastran á las turbas populares los marciales acordes de la música de nn reg^« con los desdenes de Benédetta. El antiguo amante dé Fl<»rencia se re- miento.' gocijaba. / Jacobo Mosés había desaparecido. Conocía bien k sus paisanos y sabía que AI ir á cruzar á la seganda sala habia no nerilAnabaj) laa ¿trtOtíM. .-ftiiardaoda s e n t i d o ao«a nn». n>a.nn d e l i c a d a ae a o o - ase LA VIRGEN DE MARIGNAC. Pedro Arros se decía que sin duda le encontraba exageradamente ambicioso. Se equivocaba, pues precisamente el normando se decía lo contrario. —He aquí un hombre que vendería su cabeza por un pedazo de pan—pensaba el normando,—«no es madera dispaesta para hacer millones. —Mil quientos francos—dijo en fJta voz,—es una bonita suma, pero no es imposible encontrarla. —Lo que es para mí, imposible de todo pu;ito—dijo tristemente Arrot. —¿Y si yo se la proporcionara? Los ojos del español se agrandaron súbitamente á impatsos de ana intensa emoción. —¿Y usted, á santo de qué iba á ocaparse de mí?—dijo con desaliento. El astuto normando apoyó sus dos codos sobre la mesa y prosiguió con calor: —Porque me intereso por usted, Pedro. Mi padre, que murió aún más pobre que usted, era de ese mismo oficio, y cada vez qns le veo á usted, me acuerdo de él. El pobre no me dejó ni un ochavo. —Pues á usted no le sacede lo mismo, y parece que la fortuna le sonríe. —^Para casualidad... En fin, óigame usted—replicó el ayuda de cámara.—Usted etftá necesitado, y yo vengo á tenderle los brazos: tengo nn peqaefio negocio qae ofrecerle. —Un negocio... ¿Cuál? —No es de los más corrientes, pero en cambio es productivo. —Veamos. Y como iban entrando alganos parroquianos poco á poco, el normando hizo sefía á su compañero para que se acercara, y prosigaió, bajando la voz: —Desde luego tengo necesidad del mayor secreto. —Si es por eso. nuede usted hablar— contestó Arros. —En dos palabras está dicho; se trata de muy poca cosa. —Diga nsted. ^ —Tengo qae hacer ana excorsión por los alrededores una de estas ñochas. —4May lejos? —Dos ó tres leguas. —¡Paes si no es más qae eio!... —Gomo anticipo le antreffari á usted aainient<w Orancot 15 —¡Ah1—dijo el español con descioii» fianza. \ • —Además le prestaré otros mil, de lo que me dará usted un recibo, y iñe los iiri devolviendo cuando pueda. —¿Pero es posible? —Es más que posible; es on hecho. —¡Ah... señor Próspero!... ¡Si hace M« ted eso, le deberé más que la vida! —Lo haré—contestó Lagrippe.—Os empeño mi palabra. Únicamente que.... —jQué?—repitió el otro con voz tete« blorosa. / —Que por una hora ó dos, amigo «(fo —prosiguió el criado tranquilamente— tendrá usted que hacerse cuenta qae, ao tiene ojos ni oidos. El español re?piró con libertad. —No sabré más que lo que usted quiera que sepa—contestó con precipitación. —¿No tendrá usted miedo? —¡Ni lo sospeche usted! Ya le he dicM á usted qne me salva la vida..., y no solo á mí, sino á mi pobre Benédetta. —Benédetta ha dicho usted?—replicó pl ayuda de cámara, que sd acordaba de la otra. —En efecto; mi hija, que se llama asl^ Por ella, sobre todo, es por lo que tehgo miedo al invierno y á las privaciones. —¿De modo que puedo contar con nstedf —Con seguridad. Además, yo creo qay usted no querrá comprometer á un pebra hombre como yo. —Nada tema; no somos bribones lai gentes del Barón; y además, ya lo pueda decir: se trata de una cuestión de falda*—¡Ah!... —Sí, una escena convenida de anta" mano, una joven qoe quiere aparentar que no cede de buen grado, por si la aventura llega á ser conocida, poder excusan se ante sus parientes. Por eso es tan ÍD» dispensable el secretó. —Pues asted mandará. —Bien; desde ahora queda usted á ttH servicio: me esperará usted de día y d« noche. —Dónde? Lagrippe señaló el tronco contra el qiit se apoyaba Arros momento antes, y dije» —Aqnf. —Bien. W r^ormando sacó dc'l bolsillo tres 1QI« ses <j'"^ nnao *n laa mánoii d«'Arro«f