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ENCUENTROS EN VERINES 2006
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
UNA PERSPECTIVA PLURAL SIN RESTRICCIONES
José María Merino
Podría decirse que los mejores frutos del más importante invento cervantino, por
influencia directa, brotaron mucho antes fuera que dentro de España y de lo
hispánico: en la lengua inglesa y en la rusa, principalmente. Algo así ocurrió también
con la picaresca, que tuvo una proyección francesa o alemana, y que en el marco de
lo español tardó siglos en conseguir retoños estimables. En lo que históricamente
sucedió al renacimiento y al siglo de oro español, tiene mucho ver el control políticoreligioso de la expresión escrita, y el aborrecimiento de la imaginación. Que libros
inocuos tuvieran dificultades con la Santa Inquisición, resulta muy significativo, y,
como se sabe, en la pugna de imperios declinantes y nacientes, a lo español se le
adjudicó una caracterización tenebrosa.
El siglo XIX nos encontró a los españoles, a los hispánicos, ensimismados en
una doble crisis. Por un lado, la voluntad de independencia de las colonias; por otro,
una obscena pasión por el enfrentamiento civil. No es raro que otras culturas y
literaturas prevalezcan en el mundo, y marquen entonces sus influencias. Pero en el
siglo XX se produce en la literatura en español una nueva revolución, el nacimiento
vigoroso de la voz latinoamericana, iberoamericana o hispanoamericana, que este es
un tema en el que jamás polemizo.
Es la tercera revolución: en la primera, la hibridación originaria, se habían
integrado las influencias indoeuropeas, árabes y judías, que originan una literatura
fructífera desde el siglo XIII; en la segunda, la del Siglo de Oro, habían llegado a
España –y enseguida a la América de influencia española- las ideas y formas
clásicas e italianas. A partir de Rubén Darío, el español tiene nueva música y renueva
su capacidad expresiva. El encanto que El Quijote o la picaresca o tuvieron en su día
para sus contemporáneos extranjeros, lo van teniendo los autores latinoamericanos
para los nuevos lectores de ámbitos no hispánicos. En el descubrimiento de una
nueva voz narrativa y poética, que hereda a su vez formas y estilos de muchas
fuentes diversas, en un nuevo mestizaje, está sin duda el origen del renacimiento del
interés por la lengua española en el mundo.
En lo narrativo, en lo poético, en lo artístico, es difícil hoy hablar de modelos,
de patrones exclusivos. Acaso la literatura, el arte, es lo único internacionalista que
queda en este mundo marcado por una paradoja sustantiva, el enfrentamiento de lo
que se llama la globalización económica, por un lado, y las fuertes pulsiones de
identidades irredentas, por otro. Las literaturas que heredaron la picaresca y lo
quijotesco, han sido heredadas a su vez por todas las demás, y también en lo literario
hay una integración de fuentes y un mestizaje que a todos nos toca, en alguna
medida.
Pero sin duda, a estas alturas, la literatura en lengua española, multiplicada
por el mundo en tantas voces y pueblos, tras sus innumerables injertos y renuevos
sucesivos, no tiene restricciones estéticas ni formales: ya no hay nada que no
podamos expresar en español. Acaso uno de los efectos más singulares de esta
literatura, tan diversa y plural, es la de servir de reclamo para la lengua en la que se
sustenta, esta lengua moldeada también a través de tantos siglos de impregnaciones
fructíferas.
Yo debo decir que, en mi juventud, a través de los autores latinomericanos ,
poetas y narradores -Vallejo, Neruda, Cortázar, Borges, Arguedas, García Márquez,
Vargas Llosa, Quiroga… citarlos a todos haría la lista interminable- no solo descubrí
nuevas voces literarias, sino nuevas posibilidades estéticas de mi lengua, una lengua
que, a estas alturas de la vida y tras haber visitado muchos países de la América que
habla español, imagino tan amplia que está llena de palabras y expresiones que nunca
conoceré.
También tuve la suerte de descubrir muy pronto, físicamente, América, de
sentir esa extraña familiaridad que supone para cualquiera de nosotros, hispánicos de
los dos lados del océano, llegar por vez primera al otro lado. Esto había tenido como
antecedentes una infancia en que lo americano estaba bastante más presente de lo que
se puede suponer. Mi generación se crió entre boleros y corridos, algunos conocimos
el tango muy pronto, y en mi realidad familiar estaban los indianos y las noticias de
ciertos exiliados como un elemento cotidiano.
Mi descubrimiento físico, mis lecturas, llevaron consigo el descubrimiento
de las culturas míticas, y desde entonces intento resolver en mí mismo la
contradicción por la fascinación del mito en quien no puede renunciar al pensamiento
racional y a la lógica formal. Acaso la conciliación entre mito y razón, en una
realidad que falsifica continuamente el mito y traiciona la razón, solo pueda
encontrarse en la literatura. El caso es que, desde aquellos tiempos, lo americano ha
entrado a menudo en mis ficciones, y me atrevo a decir que acaso fui uno de los
primeros miembros de mi generación de escritores, sino el primero, que imaginó
temas americanos, no solo como un elemento puramente narrativo sino como un
motivo para propiciar la consideración de ese factor escurridizo y lleno de
contradicciones que llamamos identidad.
Yo siento que la literatura latinoamericana pertenece a mi tradición tanto
como el Libro de Patronio y el Conde Lucanor, el Patrañuelo, el Quijote o La vida es
sueño. Me refiero a la tradición directa, esa que cuaja en la propia lengua, que
permite comprender y comunicarse inmediatamente con los planteamientos técnicos
y morales de las ficciones, porque en la tradición del escritor, y en un terreno tan
internacionalista o universalista como el de la buena literatura, todos los autores que
me han conmovido e interesado fuertemente, de Poe a Chéjov, de Maupassant a
Mann, de Kafka a Faulkner, también forman parte de mi tradición, aunque de modo
indirecto.
Con el paso de los años, hay cada vez mayores posibilidades de que los
escritores hispánicos tengamos la posibilidad de conocernos y de leer nuestra obra.
También hay hoy muchos escritores del otro lado del océano instalados y trabajando
en España. A mí me interesa especialmente su testimonio, conocer los aspectos de su
integración en este país y saber si, de alguna manera, ese contacto tiene algún tipo de
plasmación en su labor literaria. Pues, a pesar de que es evidente una mayor fluidez
comunicativa, creo que la distancia entre nosotros, como entre los propios
latinoamericanos, sigue siendo demasiado amplia, fragmentaria, y acaso tengamos
excesivo conocimiento de un número reducido de escritores y muy pocas noticias, o
un desconocimiento completo, de todos los demás.
Por eso, todo lo que sea facilitar que la gente que escribe, a ambos lados del
océano, pueda reunirse para intercambiar ideas y experiencias, merece aliento y
apoyo. Verines, que es un espacio de encuentro y concordia para los escritores de las
diferentes lenguas españolas, amplía así felizmente sus horizontes físicos y humanos.
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