Vol 232. Cuando amanban-web

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las tierras comuneras
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Archivo General de la Nación
Volumen CCXXXII
Pedro Mir
Cuando amaban
las tierras comuneras
Santo Domingo, R. D.
2015
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Cuidado de la edición: Janley Rivera Mejías
Cotejo y corrección: Ibis Acosta Medina
Diseño de cubierta y diagramación: Enrique F. Hernández Gómez
Motivo de la cubierta: Reencuentro de la historia dominicana a través de
la confluencia de la tierra, el río y el mar, con el límite que los hombres
crearon.
Primera edición, Siglo XXI Editores, S. A., México, 1978
© Pedro Mir, 2015
De esta edición
© Archivo General de la Nación (Vol. CCXXXII)
Departamento de Investigación y Divulgación
Área de Publicaciones
Calle Modesto Díaz No. 2, Zona Universitaria,
Santo Domingo, República Dominicana
Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110
www.agn.gov.do
ISBN: 978-9945-586-31-2
Impresión: Editora Búho, S.R.L.
Impreso en la República Dominicana • Printed in the Dominican Republic
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Índice
Presentación a la segunda edición
Pedro Mir y el amor por las tierras comuneras ........................ 9
Primera parte: Cuando amaban las tierras comuneras
1. Romanita escucha el pánico ...................................... 19
2. Bonifacio y el automóvil ............................................. 27
Memorabilia ...................................................................... 35
3. Silvestre descubre la Patria ......................................... 41
4. Romanita escucha el fuego ........................................ 49
5. Silvestre descubre el capitalismo ............................... 56
6. Romanita escucha a Bonifacio ................................... 63
7. Silvestre descubre la agrimensura .............................. 72
8. Romanita escucha al médico ..................................... 82
9. Silvestre descubre el amor .......................................... 92
10.Romanita escucha la noticia ...................................... 99
11.Silvestre descubre la tragedia ................................... 109
12.Romanita escucha a Suzy ......................................... 116
13.Silvestre descubre el mar ......................................... 124
14.Responso ................................................................... 130
15.Bonifacio y la viudedad ............................................ 135
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Pedro Mir
Segunda parte: Qué hacer acerca de la cerca
Introducción tardía ........................................................ 147
16.Silvestre descubre a Macorís .................................... 155
17.Bonifacio y la ventura ............................................... 167
18.Silvestre descubre la carabina .................................. 175
19.Bonifacio y la orfandad ............................................ 184
20.Urbana viene al mundo ........................................... 192
21.Romanita escucha a su hijo ...................................... 199
22.Urbana viene al circo ............................................... 208
23.Tres amigos conversan .............................................. 214
24.Suzy o la libertad ....................................................... 224
25.El pez volador ........................................................... 229
26.Silvestre descubre a Urbana ..................................... 236
27.Urbana viene a Silvestre ........................................... 243
28.Silvestre descubre la paternidad .............................. 249
29.Bonifacio y su hijo .................................................... 253
30.Tres pasajeros absurdos ............................................ 258
Epílogo precoz ................................................................ 267
Índice onomástico .................................................................. 271
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Presentación a la segunda edición
Pedro Mir y el amor
por las tierras comuneras
Para una sensibilidad como la del poeta e historiador Pedro
Mir, el descubrimiento del peso y papel jugado por las tierras
comuneras en la historia nacional, debió ser equivalente al de
la Piedra de Rosetta1 para los egiptólogos, quienes durante siglos habían procurado, infructuosamente, la traducción exacta de los jeroglíficos a los lenguajes modernos.
De su hallazgo y deslumbramiento historiográfico, Pedro
Mir sacaría la fuerza necesaria para plasmar en un texto inclasificable, titulado Cuando amaban las tierras comuneras, las
claves recién descubiertas de la historia dominicana; esas que
se escondían en los dilatados terrenos, muchas veces hirsutos
y semisalvajes, de donde provendrían buena parte de nuestras
virtudes y desgracias.
Quizás el aliento poético, la estructura narrativa de una
novela y la redacción vanguardista, sin signos de puntuación,
1
Piedra de Rosetta: fragmento de una antigua estela egipcia, tallada en roca
granodiorita, que contiene un edicto publicado en Menfis, en el año 196
A. C., a nombre del faraón Ptolomeo. Los jeroglíficos aparecen en tres
idiomas distintos, egipcio, demótico y griego antiguo, lo cual permitió
la traducción del primero a lenguas modernas. Fue descubierta por un
capitán francés participante de la invasión napoleónica a Egipto, y reposa,
desde 1802, en el Museo Británico.
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Pedro Mir
como versión caribeña del Ulises, de James Joyce y su fluir de
la conciencia, hicieron que este libro fuese acogido con perplejidad por el público lector, y en el mejor de los casos, como
una documentada historia de ficción. En realidad, se trataba
de una indagación científica, profunda y personalizada sobre
un tramo esencial de la vida nacional, el que va de la invasión
norteamericana de 1916, a la nueva incursión en 1965.
En la obra de Mir, la imaginación nunca suplanta a la realidad, porque como suele ocurrir, y demostró el realismo mágico de Gabriel García Márquez y Alejo Carpentier, en obras
imprescindibles como Cien años de soledad, El reino de este mundo y El siglo de las luces, es la realidad, y no la imaginación, al
menos en la historia de América Latina y el Caribe, la mayor
fuente de asombros y también de conocimientos objetivos e
irrefutables.
Y así vamos, de la mano de Pedro Mir, de un asombro a
otro y de un descubrimiento al siguiente, en Cuando amaban
las tierras comuneras.
Ante nuestros ojos pasa la historia nacional a través del tamiz
de la sensibilidad y los hallazgos vitales de Romanita, Silvestre,
Bonifacio o Urbana, algunos de los personajes entrañables que
habitan sus páginas. Y cada uno vinculado desde abajo, desde el
pueblo, desde la historia de la gente sin historia −al recto decir
del historiador cubano Juan Pérez de la Riva−,2 con los grandes
sucesos nacionales, metabolizándolos, filtrándolos, reciclándolos a través de sus pequeñas biografías olvidadas, pero decisivas.
De esta manera, por ejemplo, Silvestre descubrirá −y Pedro Mir
2
Juan Pérez de la Riva (Biarritz, 13 de julio, 1913−La Habana, 4 de di­ciem­
bre, 1976). Historiador cubano de sólida formación en las corrientes his­
toriográficas más avanzadas, entre ellas la Escuela de los Annales, lo que le
permitió formular una nueva mirada sobre la historia colonial cubana y del
Caribe. Fue asesor de la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional José
Martí y profesor de la Escuela de Geografía de la Universidad de La Habana.
Autor de numerosas obras historiográficas, entre las que se destaca La historia
de la gente sin historia, de 1976.
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Cuando amaban las tierras comuneras
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hará para nosotros la crónica de semejante descubrimiento en
su obra− a la Patria, al capitalismo, al amor, a la tragedia y al
mar. De la siguiente manera nos narra cómo se encontró con el
concepto de Patria, en Puerto Plata, mientras desembarcaban
los primeros marines invasores:
[…] se acercaba un jinete a todo correr, levantando
una polvareda impresionante […] se trataba (como
Silvestre pudo ver) de la bestia y la persona del viejo Villamán el padre de su maestro […] tan pronto
como el viejo estuvo cerca de Silvestre alzó la voz de
manera que pudiera ser escuchada por los otros jóvenes y gritó «muchachos devuélvanse que la patria está
en peligro […]». […] y aunque Silvestre estaba en las
antípodas de los sectores distinguidos y con él los más
vastos sectores de la porción desposeída de la sociedad el hecho real es que la nación entera se impregnó del sentimiento de la humillación expresado en el
concepto de la patria mancillada y malherida creando
una conciencia nacional en cuyos pechos encontró su
primer alimento la virilidad balbuceante de Silvestre.3
No es difícil comprender que, como todo creador auténtico, y como proclama hoy con orgullo la escuela de la microhistoria italiana, Pedro Mir no reconocía fronteras infranqueables
entre el relato de ficción y la historia misma, otorgando a ambos idéntica validez de enfoques complementarios y reveladores que se han apoyado mutuamente desde siempre, creando
la infinita sinfonía de la vida humana, que va más allá de los
encasillamientos. Eso explicaría, por ejemplo, el profundo saber historiográfico, en sentido estricto, desde el cual Mir escribe y recrea su obra de ficción, y también lo opuesto: lo que
3
Pedro Mir, Cuando amaban las tierras comuneras, Editorial Siglo XXI, México,
1978, pp. 49-50.
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Pedro Mir
ella, ya publicada, debió de allanarle el camino para escribir y
­publicar, apenas tres años después, los tres tomos de su obra
La noción de período en la historia dominicana, un tratado clásico
de historia social. De ella extraemos la esencia de su hallazgo y
la razón de su amor por las tierras comuneras:
La emigración en masa de los vecinos pudientes de
La Española, a causa de las Devastaciones de Osorio,
con la consiguiente volatilización de la propiedad privada, deja en la isla una población precaria de blancos
pobres y antiguos esclavos negros que, tras una fase típicamente recolectora […] da origen a una sociedad
nueva, la «sociedad hatera», caracterizada por el aprovechamiento común e imperturbado de las ­
tierras
aban­donadas. De este modelo primitivo va a brotar el
pueblo dominicano.4
Con la publicación de Cuando amaban las tierras comuneras,
el Archivo General de la Nación rinde un justo homenaje a
Pedro Mir y a sus aportes literarios e historiográficos, sin los
cuales no puede ser apreciada ni entendida, en su deslumbrante abigarramiento y asombrosas contradicciones internas,
la fecunda historia de la República Dominicana. Sus lectores
comprenderán mejor, concluida la lectura, ese concepto de
«Patria» que un perplejo Silvestre descubrió entre la polvareda
levantada por el caballo del padre de su maestro, un día lejano
y brumoso en que fuerzas extranjeras hollaron el suelo sagrado de los dominicanos.
Eliades Acosta Matos,
Santo Domingo, febrero, 2015.
4
Pedro Mir, La noción de período en la historia dominicana, tomo I, Archivo
General de la Nación, Editora Búho, Santo Domingo, 2013, pp. 24-25.
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¿Quieres conocer brevemente la historia de
todos nuestros sinsabores? Una vez existió
un hombre natural. Entonces fue introducido dentro de este hombre un hombre artificial y así surgió en la caverna una guerra
civil que duró toda la vida […]
Diderot
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A las aguas
al viento
a los árboles
a la ceniza
a los seres que de ellos
brotaron en estas tierras
y a la tierra misma
y a Graciliano Cuello
y a su esposa Lucy
devotamente
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Primera parte
Cuando amaban
las tierras comuneras
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1*
Romanita estaba allí de frente al vertedero y de espaldas a
la calle completamente inmóvil extáticamente inerte sin que la
más mínima animación de sus manos o de sus mismas pestañas
infringiera las normas de rigidez impuesta a toda su figura
como si de improviso hubiera sido cristalizada al llegar repentinamente a la última pared del tiempo cósmico y hubiera sido
incapaz de adoptar una pose cadavérica más pura o un gesto
de eternidad más elocuente sorprendiéndola además en una
posición de equilibrio que habría podido ser más lúcido y no
sólo completamente irracional aparte de inoportuno si hubiera transcurrido el diminuto plazo de adaptación a la realidad
requerido por el instinto natural de conservación pues en ese
justo momento se disponía a lanzar al vacío en el vertedero
que tenía por delante un gran paquete al cual se aferraba su
mano derecha asiéndolo por la cuerda que lo cruzaba de b
­ anda
a banda y cuyo peso la obligaba a mantener rígido el brazo
derecho y a extender el izquierdo en toda su longitud s­ iguiendo
* Se ha respetado la ortografía de la época y el uso de cursivas y entrecomillados
de la primera edición. Vale destacar que en este texto Pedro Mir no utiliza
signos de puntuación, exclamación o interrogación, sin que esto afecte el
ritmo de su narración ni el ordenamiento de las ideas. (N. del E.).
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el nivel de los hombros hasta formar una especie de horizonte
sobre el cual reposaba su cabeza inerte como un sol apagado
cuando una mirada vertiginosa se desprendió de sus ojos y partió en plan de relámpago despavorido hacia algún punto certero de las lejanías de la calle alrededor del cual y durante 40
segundos exactos perfiló su estructura corporal y detuvo sus
funciones orgánicas concentrando en aquel punto de escalofrío convertido en el núcleo de la vida y de la muerte toda
atención posible e impidiéndole la realización de movimiento
alguno hasta dar la impresión de haber sido petrificada y de
haber sufrido de golpe la pérdida de la respiración y del pulso
acaso también haciendo entrar en descomposición su sudoración y su saliva y ocasionando que involuntariamente descendiera por la pared interna de sus muslos un hilillo de orina que
en otras circunstancias pudo haber hecho crujir de estupor a
aquella zona delicada y ruborosa y así vino ella a quedar en un
tris inmovilizada en una pose de absoluta inercia en la cual
para ser más exactos se advertían dos intenciones simultáneamente paralizadas en el mismo picaporte de la realidad y de
ellas una A se orientaba al vertedero con la disposición frustrada de lanzar el paquete mientras la otra B seguía la dirección
horizontal de su brazo izquierdo por encima de cuya trayectoria irradiaba vertiginosamente su mirada hacia un punto sobresaltado de la calle en el cual se condensaba todo su sistema vital
porque durante esos 40 segundos ninguna de estas dos intenciones materializaba su proyecto de acción ni la supuesta resolución que contenía ni el aliento natural en que se apoyaba ni
otra cosa sino la nada rotunda en cuyo centro mortal permanecía Romanita fija exótica exorbitante y estática en ese vacío infinito ese abismo insondable ese pozo sombrío que se abre
entre el sí y el no y que al decir de los filósofos más renombrados media entre la potencia y el acto o dicho de otra manera
entre el cerebro y el músculo o dicho de otra manera entre esa
pendulación que se nos presenta a media calle cuando se nos
ocurre investigar si el automóvil que se nos encima nos va a
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matar o si lo aconsejable es echar a correr de inmediato y posponer la investigación para una ocasión más académica y que
era sobre poco más o menos la situación en que se encon­traba
Romanita en el lapso fabuloso de esos 40 segundos con la diferencia de que esta tensión inenarrable tenía mucho que ver
con el hecho de que la llamaran precisamente Romanita pues
antes de que se conociera su nombre y como si no fuera presumible que lo llevara se supo que había venido de La Romana
ese punto lanzado por las agencias turísticas como el secreto
mejor guardado del mundo aunque entonces no lo era y ese
detalle de venir de La Romana fue suficiente para decidir su
nombre en el seno de una familia que la ocupó en los quehaceres domésticos sin mayor interés en esclarecer sus laberintos
onomásticos encomendándole entre otras funciones diarias
aquella de asomarse todas las tardes al vertedero así llamado a
su vez por servir para verter objetos y sustancias desechadas sin
ser un basurero autorizado por los organismos sanitarios y
donde Romanita arrojaba un gran paquete supuestamente lleno con los desechos de la casa aunque nadie se había detenido
a registrarlo sigilosamente después de su lanzamiento para verificar su contenido y desde luego fue suficiente con observar
que seguía intacto cuando los encargados de la recogida de
basura lo lanzaban al camión del municipio sin preocuparse por la eventualidad de que contuviera un feto o una bomba
de tiempo o una cantidad importante de billetes falsificados u
­hojas de marihuana con destino a algún sitio convencional
adoptado por una banda de facinerosos en combinación con
cualquiera de los hombres del susodicho camión pues a veces
los hechos aparentemente más intrascendentes pueden
­acarrear las consecuencias más extraordinarias y en esto se basaba una imagen tan rica como la de Maupassant quien hundió
en la más terrible de las tragedias a uno de sus personajes simplemente por el hecho de haberse inclinado a recoger una soguita banal encontrada en el suelo durante uno de sus paseos
pensando en su eventual utilidad porque este desdichado
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­ unca había hecho eso y por tanto despertó una curiosidad
n
que mezclada con la calumnia y con la sospecha acabó por
perderlo siendo inocente pero en el caso de Romanita ocurría
lo contrario porque la asiduidad de la operación del lanzamiento del paquete lo despojó de significado pues la costumbre lima la atención y a nadie le interesa investigar un misterio
que se repite aunque sea el asesinato y por eso Romanita regresaba todas las tardes por el mismo camino sin ser perturbada
después de efectuar su operación vespertina completamente
liberada de su carga y de sus intenciones cualesquiera que fuesen con los mismos andares de criolla inmediata y persuasiva
pecho en alto y talante desdeñoso hasta el día en que se produjo esta situación bruscamente suspendida en el preciso instante de lanzar su paquete y en verdad fue como si un dedo
apretara el botón que suspende la marcha del tiempo y su mirada permane­ciera tendida eléctricamente en dirección de su
brazo izquierdo a todo lo largo de la calle desde sus pupilas
congeladas hasta una de las esquinas donde súbitamente había
estallado el resplandor viril de Bonifacio Lindero o cuando
menos de una persona muy parecida a él pues aquella era su
misma manera de caminar y la misma densidad de su cuerpo
dentro de su misma estatura cubierta además por una vestimenta similar aunque a la distancia desde donde se hallaba
Romanita no se habría podido asegurar ni aun contando con
una mirada tan comprometida y tan intensa y suspensa como
la suya que se trataba de Bonifacio a quien se tenía por marido
suyo legalmen­te constituido y documentalmente certificado y
naturalmente podía tratarse de él porque Romanita se le había
escapado del hogar establecido por ambos en La Romana y
había venido a la Capital dejando allá no solamente su condición de mujer casada sino hasta su propio nombre de mujer
soltera y de paso a Bonifacio Lindero sumido en la más completa ignorancia acerca de su paradero apenas iluminado por
la información recibida de labios del chofer que la trajo hasta la
estación de gasolina donde habitualmente se quedan los viajeros
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carentes de domicilio en la Capital o deseosos de ocultarlo y
todo esto significaba y Romanita lo sabía muy bien que si Bonifacio la encontraba no había dioses en el Olimpo criollo que le
impidieran llevársela de nuevo a La Romana firmemente sujeta de los moños y sin necesidad de apelar a los recursos de la
Ley como que él se llamaba Bonifacio Lindero y así como éste
parecía ser un destino inevitable para Romanita también para
Bonifacio parecía un destino irreparable porque Romanita tenía la determinación más firme de materializar su voluntad y
en esos términos habían pasado las semanas disipando las primeras zozobras y dándole cada día nuevas dosis de confianza
en sí misma al par que insuflándole nuevos alientos a su existencia y redondeando unas ilusiones más o menos cifradas en
la alternativa de un hogar independiente valga decir inde­
pendiente de Bonifacio sin que se deba entender dependiente
de otro hombre aunque nadie ha podido decir nunca de esta
agua no beberé lo cual resulta siempre saludable de modo que
lo inmediato era que el tiempo se disipara con la conveniente
celeridad y su vida pudiera comenzar de nuevo en esa atmós­
fera de cambio instintivo de la juventud basada en la elasticidad real de sus tejidos y su resistencia natural a las adversidades
aunque sólo sea porque un joven cree esperar largos años si
fuesen necesarios para reparar un entuerto pero todo esto se le
desplomaba a Romanita si el individuo desembocado por una
de las esquinas situadas como a cuatro o cinco cuadras del vertedero donde todas las tardes ella se disponía a lanzar su paquete resultaba ser Bonifacio Lindero puesto que en esos
mismos instantes había hecho explosión el desenlace de su
drama y por eso el paquete se había visto obligado a esperar
suspendido de su brazo derecho a que su brazo izquierdo reanudara el movimiento interrumpido para darle el impulso
­final que lo lanzara al aire de acuerdo con un programa normalmente consumado pero sucede que el tiempo no pertenecía solamente a Romanita sino también a su paquete y había
seguido su curso imperturbable dando vueltas en la esfera de
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todos los relojes con las agrias consecuencias que el transcurso
del tiempo conlleva tanto para el destino de las personas como
para el de los paquetes y en esa virtud quedaron ambos apri­
sionados en el límite de los 40 segundos contados en que
Romani­ta permaneció completamente petrificada mientras su
mirada se dirigía veloz e intensamente hacia el ­individuo que
había desembocado por una de las distantes esquinas y en verdad que esta mirada se comportó de manera impropia pues su
conducta fue de tal manera indeseable que si en lugar de ser
una mirada algo así como un disparo de luz según la lógica de
los poetas y una vibración del éter de acuerdo con la física clásica hubiera sido una persona carnal y cristiana se la habría
calificado de insolente y grosera porque para cerciorarse de
que el individuo era Bonifacio Lindero y no otro comenzó por
desconocer la inviolabilidad de los rostros tan sagrada como la
de los domicilios o la correspondencia escrutando las más mínimas figuraciones de sus arrugas y las tipicidades más íntimas
de su nariz y de su boca hasta donde éstas son accesibles a las
miradas sin encontrar ninguno de los rasgos que permitieran
establecer con toda certidumbre que no se trataba de Bonifacio Lindero sino de cualquier otra persona con la cual pudo
ser confundida en situaciones como ésta desde­­luego determinada por las circunstancias dramáticas de R
­ omanita y esto significó un rotundo fracaso para aquella turbulenta mirada
bruscamente convencida de que había hecho un viaje precipitado y de que su conducta era censurable con la severidad que
inspira todo fracaso lo cual resulta sumamente desgraciado
aun para las más simples miradas y lo peor es que una vez comprobada la precipitación en creer que el individuo era Bonifacio Lindero la mirada se vio obligada a cambiar de naturaleza
y trocar en humillación lo que antes parecía soberbia y así fue
como esta mirada tuvo que dejar en el rostro del tipo a quien
confundió con Bonifacio todas sus vibraciones eléctricas y sus
resplandores metálicos como esas espadas nocturnas que al
cruzar el aire en las antiguas aventuras de capa y espada ­recibían
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el golpe de la luna antes de decapitar a un fantasma y perdían
de pronto sus destellos al enfundarse en su vaina tras descubrir
que su adversario no era un fantasma sino una inocente armadura abandonada y con ese sentimiento de frustración pudorosa se vio obligada a regresar con la misma celeridad con que
había partido y a depositar en los ojos anhelantes de Romanita
un humilde balance de ingenuidad precisamente en el momento en que se cumplían 40 segundos de viaje durante los
cuales Romanita había permanecido totalmente fija como una
imagen fotográfica y como si toda ondulación vital se le hubiera ido en la aventura de aquella mirada y como si todo tiempo
hubiera suspendido su carrera paralizando todos los ­relojes incluyendo el reloj de sol que se encuentra en la Calle de las Damas y que lleva más de dos siglos funcionando sin interrupción
ni siquiera por la noche o por las lluvias en consecuencia de lo
cual no sería difícil observar cómo volvía a los párpados de Romanita el efluvio de la existencia y a sus mejillas el color que en
cierta edad revela la disposición oculta pero certera del deseo
de vivir o de dejarse morir a impulsos de ese deseo y de esa manera concluyó la breve estancia de Romanita en los reinos de la
eternidad porque su brazo izquierdo quebró en ademanes y
pulsaciones el horizonte antes tendido entre la pasión y la incertidumbre y descendió por fin con gran sensualidad para posarse como una paloma sobre el paquete a fin de ayudar al
brazo derecho a sosegar su rigidez y realizar la operación ritual
del lanzamiento vespertino de su paquete que efectivamente
fue lanzado al vertedero sin llevar otro ­contenido que la ejemplar basura y todavía la mirada de Romanita por ese imperativo
interior que nos obliga a demostrar continuamente que somos
importantes y que servimos para algo en este mundo se dirigió
al paquete y persiguió su curso ejecutando la misma curva que
este trazaba en la luz de la tarde para caer con un golpe sordo
en algún lugar del vertedero donde ­comenzaba ese nuevo destino conducido por el camión municipal hacia lo desconocido
tras de lo cual los dos brazos de Romanita vol­vieron al lugar
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normalmente ocupado por ellos al efectuarse la marcha mientras su anatomía esbelta giraba en torno de su propio eje v­ ertical
como la volanta de los relojes restablecidos en su funcionamiento y emprendía el camino del retorno sin que su destino
se hubiera modificado en absoluto para volver mañana y después de mañana con un nuevo paquete ­igualmente desprovisto
de importancia y de misterio al que seguiría en su vuelo hacia
el vacío una mirada más sosegada después de haber pasado por
esa prueba de humildad y de fracaso en la fragorosa escuela de
las pasiones humanas
Hay dos modos de conciencia:
Una es luz y otra paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra en hacer penitencia
con caña o red, y esperar […]
Proverbios y cantares*
* Todos los epílogos colocados fuera de contexto pertenecen a las Obras
Completas de Antonio Machado.
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2
Un automóvil
un automóvil que se aproxima
un automóvil que se aproxima aceleradamente
un automóvil que se aproxima aceleradamente y una per­
sona que espera en la sombra mientras su corazón solitario
sigue acompasadamente la aceleración de este automóvil en
el silencio de la noche de una ciudad apartada en el e­ xtremo
oriental de la República donde estos pequeños ruidos encuentran un ámbito de resonancia originalmente destinado al llamado amoroso de las chicharras y los grillos y se convierten
en pavorosos ronquidos capaces de precipitar en el delirio a
los cerebros poco resistentes cuando se trata del motor de un
automóvil y la experiencia no pasa de 40 segundos o el tiempo
aproximadamente requerido por esta máquina infernal para
hacer oír el ruido de sus explosiones a cierta distancia y llegar
al punto en que se encuentra la persona desesperada que la
escucha si se toma en cuenta que su velocidad se mide en kilómetros por hora y no en metros por segundo ya que si en una
hora un ­automóvil puede hacer 120 kilómetros de recorrido la
cuenta de los metros por segundo corresponde punto por punto con la explosión de los procesos emocionales y el estalli­do incontenible de la desesperación de manera casi ­completamente
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exacta y ésta es precisamente la situación en que se encontraba sumergido Bonifacio Lindero noche tras noche a raíz del
abandono de su mujer en una forma que por serle increíble
resultaba espantosa con la agravante de que en torno a él se
había creado una atmósfera de grandeza y de poderío reconocida por todo el mundo desde su más remota infancia a la
cual era acreedor por la industria de un padre más astuto que
inteligente lo cual vale la pena distinguir porque constituye el
núcleo de las presentes narraciones y se remonta a una época de la historia de nuestro escenario sólo distante para las
nuevas generaciones en unas cuantas décadas del corriente
siglo y conocida de mucha gente todavía en la plenitud de sus
facultades y consiste en una práctica muy peculiar pues a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los países aquí los
campesinos mostraban un interés poco acentuado en cercar
las tierras de donde procedían los bienes de su existencia lo
que consideraban tan absurdo como si se tratara de cercar las
aguas del mar o las praderas por donde circulan las nubes en
el cielo o las emociones eventualmente disparadas en su pecho
pero sucedió que en 1920 se estableció un sistema moderno
de registro de la propiedad territorial cuyo propósito era precisamente el de asegurar y garantizar el deslinde de la propiedad privada y este sistema comprendía un procedimiento muy
burdamente vertebrado que permitía a cualquier aventurero
avispado dedicarse a colocar linderos por aquí y linderos por
allá ante la pasiva contemplación de unos campesinos acostumbrados secularmente a considerar el deslinde de las tierras
como una ocupación ingenua cuando no estúpida y por eso al
padre de Bonifacio la gente le endilgó el mote de Lindero que
acabó por perpetuarse como un apellido muy respetable cuando a consecuencia de su actividad se vio convertido en el propietario ilustre de una buena porción del territorio nacional
soberbiamente amparado por la Constitución y las Leyes de la
República y esto permitió a Bonifacio su hijo una entrada solemne en estos paisajes como se dice en cuna de oro ­rodeado
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de la consideración y el respeto de sus compatriotas y por estas
consideraciones no es difícil comprender la agitación de Bonifacio cuando la gente se percató de que a pesar de su notoria
grandeza era incapaz de conservar a su mujer o después de
haberla perdido traerla de nuevo a su hogar arrastrada por los
moños todo lo cual significaba que el pobre Bonifacio estaba
en la picota de la opinión pública y hasta cierto punto ­haciendo
el ridículo o perdiendo una posición social que él encontró instituida en su mundo cuando hizo solemne entrada en él pero
todavía confiaba en estos atributos y esperaba de un momento
a otro el retorno voluntario y rendido de la fugitiva de manera
que los primeros
cinco segundos
que le permitían identificar el ruido del motor de un automóvil en dirección de su casa ponían en estado de sobresalto
la totalidad de sus atributos orgánicos porque es asombrosa la
unidad del organismo humano que forma un entrelazamiento
tan sutil de las más apartadas funciones y materializa una coherencia tan formidable de todo el sistema que en situaciones
de conflicto como ésta entre la idea de Bonifacio acerca de sí
mismo y la idea de los demás acerca de él comienza la superficie más externa de su piel aparentemente desligada de toda
chismografía a registrar los procesos que se disparan en las
zonas internas más profundas supuestamente más desligadas
todavía de los acontecimientos del exterior y esto explica que
en esos primeros cinco segundos Bonifacio sintiera como si
una leve brisa fría recorriera su piel y levantara cada uno de
los vellos que poblaban su cuerpo sin excluir los pelos de la
barba que a más de ser resistentes de por sí lo son más por
estar rasurados y totalmente indiferentes a la acción de la brisa
u otro agente externo similar a ese pero esta sensación ya de
por sí alarmante pronto debía ser sustituida por una fuga de
sensaciones hacia las capas más interiores de su organismo y
naturalmente cuando se deslizaron los primeros
diez segundos
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de la aproximación del vehículo en medio de una catástrofe de grillos y chicharras obligados a suspender la propagación
de la especie eliminando bruscamente el llamado sacrosanto
del amor la primera sacudida orgánica experimentada por Bonifacio se produjo en la parte considerada más noble de todo
el sistema probablemente por ser la que responde de manera
más inmediata a cualquier estímulo importante procedente
del mundo que nos rodea y particularmente a los conflictos
amorosos mayormente sufridos por los jóvenes o a los resquebrajamientos del orgullo que prefieren a los viejos sobre todo
si son ricos y practican el uso del poder sin que sea necesario identificar al corazón como esta parte noble y sensible de
nuestro organismo y esto explica la incidencia mayor de las
enfermedades cardiacas entre millonarios y gente de alcurnia y de posición y así sucedió que cuando Bonifacio sintió
el primer latigazo de su corazón precisamente en la arteria
yugular automáticamente respondió la clausura de la garganta
como para impedir que en esas circunstancias penetrara en el
sistema un cuerpo extraño por esa entrada expeditiva de los
alimentos y creando en Bonifacio una sensación de estrangulamiento con la consiguiente inundación de líquidos salivales
que se encontraban bloqueados en la boca sin poder ser tragados y adquiriendo un extraño sabor amargo cuya explicación
no debe radicar en ella misma sino en la participación de otros
procesos de naturaleza salina o ácida porque cuando la aproximación del automóvil había cubierto
quince segundos
la sensación que originalmente se había localizado en la
piel y posteriormente había pasado a la garganta ahora descendió al pecho apretándolo como si le hubieran colocado un
cinturón de cuero en todo su derredor alterando el ritmo de
la respiración y obstaculizando la entrada de oxígeno a los pulmones con lo cual entraban en conflicto tres tipos distintos de
alteraciones orgánicas comenzando por las fibrillas superficiales del tejido nervioso afloradas en la piel incorporando luego
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las tensiones circulatorias y en esta etapa de ahora los procesos
respiratorios con lo cual era suficiente para crear un síndrome
torturador porque uno de los síntomas más ingratos es el de
la dificultad en la respiración por la imagen de la muerte por
asfixia y por eso la ejecución de los condenados a muerte en
las cámaras de gas rodeó a los nazis de una fama de crueles y
de inhumanos que en gran medida contribuyó a su derrota
porque conjugaron el odio de la especie humana entera identificada por eso con sus víctimas pero entonces transcurrieron
veinte segundos
durante los cuales el automóvil que se aproximaba hizo
más perceptible el ruido de su motor y Bonifacio debió dar los
pasos adecuados para disponer la entrada de la recién llegada
comenzando por abrir la puerta y situarse en los umbrales con
una sonrisa tranquilizadora pero esta inminencia de la eventual llegada de la fugitiva produjo el efecto contrario porque
la opresión del pecho lanzó un rápido mensaje al píloro que es
una puertecita muy inteligente y sentimental situada a la salida
del estómago y que en caso de conflicto cierra súbitamente el
paso de los alimentos al resto del sistema por medio de unos
espasmos que suelen ser muy dolorosos y al percatarse de este
nuevo síntoma que había hecho aparición en su organismo
porque hasta entonces no había sentido dolor sucedió que el
automóvil en marcha pasó de los veinte a los
veinticinco segundos
de su recorrido con una considerable acentuación del
ruido producido por su motor que se hizo acompañar por la
perturbación de los mecanismos del páncreas de Bonifacio y
como que estas glándulas se caracterizan por su facultad de
incorporar a la sangre ciertos licores que ellos producen en
ocasión de trastornos en la esfera externa referidos a la vida
emocional del individuo de la misma manera que lo hacían
los benedictinos cuando se alteraba la atmósfera política y social fuera de su convento la situación que se produjo entonces
fue similar a aquella en que el individuo se toma un trago de
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una sustancia enérgica como el aguardiente o la potasa con
el consiguiente sacudimiento de toda la estructura anatómica
aun en personas como Bonifacio provistos de una anatomía
resistente y entrenada en la confrontación con los obstáculos
materiales en quienes se dejan sentir los efectos en puntos
centrales como la articulación de las rodillas incapacitándoles para trasladarse y aun cambiar de posición para caminar si
están en pie o para incorporarse si se encuentran sentados lo
cual debía producir en él un profundo estado de alarma porque su conducta no correspondía con la imagen que se tenía
de él y menos con la que él mismo se había forjado en el seno
de cierta embriaguez de poderío y de dominio de los demás
y de sí mismo y desde luego esto podría resolverse fácilmente
ocultando la realidad pero el hecho material era implacable
por el avance cada vez más vertiginoso del vehículo que ahora
pasaba de los veinticinco a los
treinta segundos
generalizando las perturbaciones de su organismo y amenazándole con triturar su conciencia lanzándole al suelo si el
desenlace no tomaba otra orientación y producía una explosión cerebral volviéndole repentinamente loco y sucede que
cuando un automóvil se aproxima y se escucha en lontananza
el ruido que produce su desplazamiento los cambios son más
o menos lentos hasta el punto de llegar a dar la impresión de
que no avanza pero una vez rota cierta barrera auditiva los
cambios que se perciben aumentan rápidamente y no es ya
solamente el ruido del motor sino también el de la carrocería
al chocar con las irregularidades del terreno y esto crea una
sensación de que ha aumentado su velocidad y de que la aproximación es cada vez más vertiginosa y por lo cual el paso de
los treinta a los
treinticinco segundos
fue como un soplo torturador para Bonifacio quien haciendo un esfuerzo supremo logró zafarse de los extraños ligamentos corporales que lo sujetaban y se precipitó como un
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verdadero enajenado hacia la puerta de la calle de su casa no
tanto ya para recibir a su consorte como para huir de aquel
infierno casi con el deseo de que ella no llegara y le encontrara
en esa deplorable disposición y al fin logró apoderarse de las aldabas y cerraduras y con un formidable empellón abrió la puerta en los precisos instantes en que se contaban los formidables
cuarenta segundos
de su agonía y en ese preciso instante el vehículo cruzó
su campo visual y afectivo como un proyectil envuelto en un
remolino de aire y de polvo consumando el hecho objetivo
de que su mujer no retornaba en ese viaje y de que tal vez no
retornara nunca estableciendo públicamente su nadidad y su
impotencia pero entonces daba comienzo la inversión del proceso que antes iba del silencio al ruido y ahora partía del ruido
al silencio consumiendo exactamente los mismos 40 segundos
en dirección a
cero
durante los cuales el propio Bonifacio debería tomar las
providencias necesarias para hacer retornar a su organismo
del estado de catástrofe al estado de serenidad y de sosiego
para lo cual lo primero debió ser entrar de nuevo a la casa
y cerrar cuidadosamente la puerta buscando un sillón donde
acomodarse sin dirigirse a la cama porque ahora se presentaba el peligro de que la suspensión brusca de la escalinata de
procesos que se había disparado en su organismo se convirtiera a su vez en un proceso nuevo que podría traducirse en
un derrame cerebral o la explosión de una crisis nerviosa de
pronóstico reservado si no entraban en juego los pensamientos a los cuales hay que temer más a veces que a los mismos peligros materiales y orientándolos a los peores resultados pero
ninguna de estas amenazas se materializó porque Bonifacio
dio entonces acogida a un nuevo tipo de meditaciones reconfortándose con la idea de que el regreso de su mujer pudo haberse visto obstaculizado por infinidad de razones aceptables
y nada impedía que lo que no pudo ocurrir esta vez pudiera
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ocurrir mañana con lo cual su organismo comenzó a trabajar
en sentido inverso para adecuar todas sus funciones en presencia de esta imagen optimista que anunciaba el advenimiento
de la felicidad y la alegría y con la misma sabiduría natural con
la que antes dispusieron sus funciones en sentido inverso las
glándulas endocrinas cambiaron la composición química de
los licores que enviaban a la sangre con lo que los líquidos salivales pudieron dar el anuncio llenándose de cierta sensación
azucarada mientras se aligeraba la estrechez de la garganta y
la opresión del pecho introduciendo un relajamiento general
como esa euforia de los convalecientes que descubren el cielo
y a todo este proceso contribuía de manera eficaz el ruido que
produce la marcha de un automóvil que se aleja precipitadamente llevándose una ilusión
un automóvil que se aleja precipitadamente
un automóvil que se aleja
un automóvil
Dije a la noche: Amada misteriosa,
tú sabes mi secreto;
tú has visto la honda gruta
donde fabrica su cristal mi sueño.
Y sabes que mis lágrimas son mías,
Y sabes mi dolor, mi dolor viejo,
−¡oh! Yo no sé, dijo la noche, amado
yo no sé tu secreto […]
Del camino
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Memorabilia
Deslizándose con soberbia suavidad y lentitud sobre el lomo
de la avenida que bordea la costa cuando todavía el brisote
arrastra en dirección del mar el salitre de las olas rompientes
dejando en paz los ojos de los transeúntes y los cristales que lo
protegen puede verse invariablemente en horas tempranas de
todos los días a un caballero de venerable ancianidad a quien
su organismo fatigado exige ya este ejercicio matutino para no
quedarse definitivamente paralizado en una coyuntura de las
horas y aunque nunca podrá ser evitado por más que se a­ trasen
las tenaces agujas del reloj este desenlace será inmensamente
deplorable aun reconociendo su inevitabilidad y hasta la posibilidad de que llegue siendo deseado o bienvenido porque es
sabido que responde a una ley natural así de resignada y universalmente admitida como ley humana y esto de lamentar desde ahora esa eventualidad contemplándola como una catástrofe
se debe a que este caballero es un tesoro ambulante de esos
que la piratería nativa del siglo dieciocho dejó enterrados oscuramente en algunos rincones aún desconocido de nuestro
litoral y en cuyas entrañas yacen ocultas probablemente m
­ uchas
joyas todavía juveniles y dignas del homenaje de una garganta
o piedras preciosas y flamantes doblones y otras monedas arrebatadas espectacularmente a los convoyes ingleses de retorno a
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Inglaterra después de haber saqueado a los ­galeones españoles
y pues así como esos tesoros poseen tal destino de prometedora eternidad este caballero debería ser eterno y conservar para
las generaciones futuras su riqueza interior pero entiéndase
bien que no se trata del personaje de novela alguna o de la
­literatura de ficción y de que en esa virtud este caballero no
solamente no es producto de la fantasía como puede comprobarse con una simple excursión mañanera y una inspección
superficial a los transeúntes desparramados por la misma avenida mayormente atletas o personas sometidas a regímenes de
adelgazamiento a quienes se descubre por la severidad y la
concentración mental de su marcha frente a la cual contrasta
el desplazamiento majestuoso y el curso pausado de su grave
ancianidad sino por el contrario este caballero viene a ser la
más ardida defensa y protección contra los accesos de fantasía
a que suelen verse expuestos los narradores de cualquier estilo
y de cualquier tendencia porque precisamente si es un incomparable tesoro es por haber sido testigo palpitante y activo de
la vida histórica de este país y por ser un fragmento de su patrimonio popular y en consecuencia haber acumulado en su memoria el inmenso caudal de experiencias relatos fisonomías
expresiones memorables y lapidarias de los infinitos seres corridos por su lado y a veces por sus venas así como de los lugares regiones costumbres y caminos que le han pasado por
debajo o acontecimientos públicos funcionarios gobernantes y
ciclones que le han pasado por arriba junto a pequeñas y grandes tragedias ocurridas a pequeños y grandes personajes durante todo lo que va del siglo y a través de todas su geografía
física y mental con cuyo conjunto compone un cuadro completo de la vida nacional y mucho más importante aún una
explicación teoría tratado y vademécum o conciencia general
de sus habitantes sólidamente valedera para todas las épocas y
etapas de su recorrido y como que se trata de un hombre sencillo su visión del mundo y las respuestas que ha dado a sus
interrogantes pertenecen a un orden lógico completamente
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distinto aunque no menos inteligible y acaso dotado de un poder de convicción y un clima de autenticidad a que no llegan
jamás los estudios no pocas veces perpetrados por mentes más
cultivadas y personalidades más ilustres con alguna que otra
noble excepción encaminada a explicar la esencia vital e histórica de los seres que han poblado este territorio y de ahí la
importancia y el atractivo de este caballero cuyo organismo
cansado pasea su anonimato sustancial por la avenida que bordea la costa cuando el salitre se queda flotando sobre el oleaje
sin poder avanzar sobre los transeúntes matinales o sobre la
golosa carrocería de los automóviles y por eso se instala en este
memorial agradecido donde se le reconocen y restituyen los
pequeños dijes y los diminutos eslabones de oro desprendido
de su equipaje íntimo con los cuales ha sido compuesto el presente registro o memorabilia superpuesto en realidad sobre su
colaboración si no voluntaria o consciente al menos efectiva y
total y donde se incorporan diversos peldaños o niveles de sus
recuerdos y de sus reflexiones debidamente sustentados en
testimonios acontecimientos y experiencias e instancias de su
vida personal fácilmente evidenciados en las infinitas interconexiones de la vida práctica y en el acontecer cuotidiano pero
da la increíble casualidad que algunos años antes desfilaba si
no es que en estos mismos días desfila con igual suavidad y
lentitud naturalmente motivadas en razones de distinta índole
y esta vez sobre el lomo de Riverside Drive la famosa avenida
aledaña al Río Hudson en la ciudad de Nueva York una dama
oriunda de este mismo país también digna de ser considerada
como un tesoro de vivencias nativas y a quien en situaciones
privadas e íntimas se la llamaba «La Bonaerense» sin haber vivido siquiera en Buenos Aires ni haber adquirido de algún
modo esa nacionalidad risueña sino más bien humorísticamente porque se la suponía nativa de una población mucho
más modesta situada a mediados de camino entre las dos ciudades más importantes de este país antillano en cuya población semibucólica y semicosmopolita se entrecruzan los rumores
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campestres de arroyuelos y pajarillos con el bullicio ciudadano
de cláxones y motores y que ostenta orgullosamente el nombre aborigen de «Bonao» y resulta que también ella al igual
que nuestro itinerante caballero tenía sus imágenes de esta
realidad común contemplada desde una perspectiva aunque
femenina igualmente sencilla y si se quiere modesta y ­clara por
consiguiente inusitada y desconocida vale decir memorable y
severa cuya tangibilidad más transparente era dada en el ámbito neoyorquino por el contraste que la urbe soberbia imprimía
a esta imagen nativa y figúrense las expresiones gestos vehemencias y sobresaltos criollos contrapunteán­dose con el cosmopolitismo supercivilizado y psicopatológico que estalla en el
cruce de Broadway con la calle 42 y se derrama sobre el mundo o en la misma Riverside Drive cuando el otoño la arremolina en ventoleras amarillas y la hace subir hasta el mismo
puente de Brooklyn o sumergirse en el down town o el up town
del subway metropolitano donde este espíritu de nuestros pueblos entre indio negro y blanco español o mestizo de todos
ellos en vez de volatilizarse se acendra en la nostalgia y se condensa en la evocación enamorada entregando una visión totalmente distinta de la del caballero mencionado aunque similar
en intensi­dad y rendimiento objetivo de modo que dándose
esta circunstancia insólita de que dos personas constituyan
apasionadamente el mismo tesoro documental a pesar de estar
separadas por el tiempo y por el espacio y por el estilo y la edad
así como por el sexo y la región en que cada una de ellas de­
sarrolló su espiritualidad quiso el destino o la casualidad o la
fortuna que coincidieran de modo tan impresionante en estas
páginas que hicieran posible su materialización en un relato
directo y textual y son ellas pues las que convalidan y otorgan
al presente documento su idoneidad o dicho de otra manera
su adherencia a la realidad que nos circunda aunque desde
luego se suman algunos recuerdos que les son ajenos y algunas
reflexiones que no les pertenecen y además una inflexión in­
telectual y estilística que sin dejar en todo momento de ser
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consecuente con el deseo de acercarse a su espíritu procede
de otras fuentes y notoriamente de una en particular que resulta ser uno de esos personajes oscuros o partiquinos secretos
y compañeros de viaje que como puede ­haber ocurrido en la
vida de cualquier persona sólo aparecen cuando se entrecruzan ciertas líneas en la palma de las manos y a quienes sólo es
dable el privilegio de la luz cuando son suscitados por los recursos mágicos y las facultades trascendentes de esas gitanas
que sorpresivamente aparecen en algunas localidades candorosas de la República o al menos aparecían hace algunos años
con argollas doradas en las orejas y el pelo negro y sedoso cubierto por un pañuelo de colores bajo el cual se perfila su
­rostro moreno muy seductor si lo ilumina la juventud y algo
convincente si lo aneblina la ancianidad y por lo general rodeado de un halo de misterio y una bruma de sabiduría que se
introduce y resbala hacia adentro de uno cuando al hablar se
escucha el acento de los países cultos y remotos y hasta legendarios porque comúnmente proceden de España y profesan
una lengua que fundó estos países de tradición hispánica donde todavía conserva cierto encanto y cierto respeto detrás de la
antigua fascinación de su señorío y será precisamente a través
de los extraños sortilegios de una de estas gitanas que se completará el triángulo progenitor del testimonio que sigue y que
ha sido compuesto por ese tercer personaje cabalístico ahora
mencionado y que viene a sumarse al caballero cansado suavemente extendido sobre la avenida del litoral capitaleño y a la
dama criolla igualmente extendida sobre la avenida igualmente ribereña de Nueva York para realizarse en estas páginas de
acuerdo con el vaticinio de la gitana todo lo cual ha sido referi­
do para reivindicar la absoluta objetividad del presente relato
y su total independencia respecto de cualquier convencionalismo precepto requisito aspiración o perseverancia aplicable a
la literatura narrativa o al ámbito retórico vigente cuando lo
que debe primar aquí como característica sustancial es el parentesco íntimo y estrecho con el género notarial ­supuestamente
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constreñido a registrar estrictamente y sin el menor destello
de fantasía el curso de los acontecimientos que son sometidos
a su registro aun a sabiendas de cuánto pueden ayudar a ese
mismo registro los mitos leyendas fábulas y consejas del acervo
popular o el mismo apoyo del absurdo la incoherencia o los
delirios propios de literaturas cansadas y sobre todo los im­
ponderables recursos que el espíritu de búsqueda y la exploración de los planos psíquicos o las aventuras estilísticas y estéticas
de la literatura contemporánea han puesto a disposición del
escritor a fin de hacerle más provechosa y rendida su aproximación a la realidad pero que desgraciadamente no han llegado todavía a la esfera notarial ni a los actos del estado civil
siempre afincados en su prestigio de objetividad e independencia aunque desgraciadamente atados a un formulario incapaz de recoger y dar testimonio del dramatismo de unas bodas
o de un nacimiento así como de la eventual tragedia que puede encontrarse envuelta en la constancia documental de un
derecho de propiedad sobre unos terrenos baldíos o simplemente del establecimiento de los límites de una propiedad indivisa o de una extensión indefinida de tierras todo lo cual de
ser así permitiría incluir el presente documento entre esos actos usualmente instrumentados por uno de esos notarios denominados «de los del número» o por uno de esos jueces del
estado civil que disfrutan el privilegio de la «fe pública» a la
cual se considera acreedor el presente testimonio y una vez
formuladas esta declaración previa quede tendida como una
red destinada a un apetecido lector que se desea además de
encarnadura apetitosa y es si posible jugosa y tal vez abundante
y sobre todo sin espinas pero con la misma gracia de esas deliciosas criaturas que emergen temblorosas y fulgurantes de las
mismas profundidades del mar o de las mismas entrañas del
amor cuando es limpio el anzuelo y convincente la carnada y
de paso es seguro el cordel y transparente la aurora.
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Estrenando unos pantalones nuevos o que parecían serlo y habían llegado a su nuevo destino por la generosidad de algún
espíritu del bosque inclinado a proteger a los campesinos buenos iba Silvestre por el camino real hacia la escuela oficiada
por el maestro Francisco Villamán cuando sintió a sus espaldas
los pasos acompasados de alguien que bien podría ser uno de
sus compañeros de escuela porque al volverse para reconocerlo no descubrió a nadie lo cual sólo pudo ser posible si alguien
se había escondido para hacerle una jugarreta de ésas a las
que son tan aficionados los colegiales y reanudando su marcha
con su gesto desdeñoso no había dado aún siete u ocho pasos
cuando escuchó de nuevo el ruido acompasado y neto de otros
pasos igualmente marcados detrás de él y que habrían quedado en flagrante evidencia si él se volvía bruscamente y sorprendía al bromista como por fin lo hizo Silvestre entre juguetón
y curioso con toda la agilidad de sus músculos juveniles y esta
vez como en la anterior quedó sorprendido al no poder descubrir ni a derecha ni izquierda ni arriba ni abajo a nadie detrás
de él pues no había en aquel punto ningún escondrijo capaz
de ocultar a un forastero y por lo demás él había aprendido a
leer en el camino polvoriento y la más ínfima alteración del
terreno le habría indicado no sólo la presencia sino inclusive
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la naturaleza del ser que las imprimía en el polvo y esta vez
se detuvo a reflexionar porque para Silvestre el misterio no
era cuestión de miedo sino de reflexión y dentro de sus criterios todavía inmaduros pero ya ponderados aquellos pasos
misteriosos debían tener una explicación que en primer lugar
indicaban que no se trataba de alguien que quisiera hacerle
daño ya que lo habría hecho aunque bien es verdad que él no
se encontraba completamente solo pues los otros jóvenes que
iban como él hacia la escuela y se le habían adelantado no iban
todavía tan lejos como para no oír sus gritos pidiendo ayuda a
menos que lo que se propusiera el misterioso enemigo fuese
alejarlo más de los otros jóvenes para aprovecharlo en pleno
desamparo pero entonces quedaba por saber cuál podría ser
el motivo de toda esta estratagema y al no poder alcanzar una
respuesta convincente Silvestre consideró como lo más acertado echar a andar más rápidamente aún para acortar la distancia que lo separaba de sus compañeros y hacer de ese modo
más difícil cualquier eventualidad imprevisible pero no bien
había emprendido la marcha y restablecido el ritmo de sus pasos cuando sintió de nuevo el ruido de alguien que le seguía
exactamente a la misma velocidad que él como si su propósito
fuera el de mantener siempre la misma distancia entre los dos
y en verdad que la situación no podía ser más extraña pues generalmente las leyendas de aparecidos no suelen ocurrir de día
sino al amparo de la noche cuando la soledad asegura su monarquía absoluta y por otra parte Silvestre hacía este recorri­do
diariamente pues vivía a considerable distancia de la escuela y
no había oído referir jamás una historia como ésta pero además
este viaje le consumía la mayor parte del día en razón de que
además de trasladarse tenía que procurarse el sustento internándose en el monte en busca de mangos y algarrobas o tal vez
cajuiles y aguacates cuando no guayabas y caimitos o pomarrosas y caimoníes según los azares de la estación y de la fortuna y
hasta un buen par de huevos o de rolones dependiendo de la
astucia y de la puntería lo cual demuestra que los algasueños
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también roban y no sólo los algarrobos también sueñan como
sostiene un notable narrador de nuestros Díaz o mejor dicho
de nuestros días lo cual es justo porque Silvestre vivía solo con
su abuelo en un rancho construido por ellos mismos y el conuco solamente producía la comida de la noche de modo que
oportunidades no le habían faltado para que se le creara esta
situación en condiciones más ventajosas para un supuesto enemigo en caso de que él pudiera granjeárselo porque es obvio
que Silvestre no tenía aún la edad rotunda requerida por el
amor o por el vicio y esto excluye alguna rivalidad amorosa o
una pendencia de juego que serían las primeras a considerar
y de las cualidades personales de este muchacho apenas hay
que hacer algún comentario si se toma en cuenta el esfuerzo
que significa caminar leguas y leguas todos los días para ir a
escuchar a un maestro cuya sabiduría se establece normalmente por la severidad de sus reglazos y sobre todo cuando no se
dispone de zapatos ni de libros ni de ambiente escolar ni de
una exigencia directa de instrucción de manera que no puede
suponérsele a Silvestre ninguna contradicción que pudiera explicarle el misterio en que se veía envuelto y no sabemos cuál
habría sido su conducta de prolongarse indefinidamente esta
situación porque un acontecimiento distinto vino a alejar su
atención del misterioso ruido que le seguía cuando escuchó a
sus espaldas un galope desenfrenado y se sintió obligado a volver los ojos para ver de qué se trataba ahora y esta vez fue mucho más afortunado porque efectivamente alcanzó a ver que
se acercaba un jinete a todo correr levantando una polvareda
impresionante y no hay que ser muy entendido pues para comprender que cuando una carrera como ésta perturba la paz de
la campiña y por consiguiente desarticula el orden maravilloso
de la naturaleza debe estar motivada por una razón de fuerza
mayor porque nadie se va a lanzar a atropellar su bestia siendo
probablemente su patrimonio más estimable si no es que el
Alcalde ha sido asesinado o se ha producido una inundación
que va a liquidar el ganado o a una mujer de parto se le ha
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atravesado la criatura o algún otro acontecimiento de esta naturaleza y esta vez Silvestre detuvo la marcha para cerciorarse
de que se trataba cuando menos de la bestia del viejo Villamán
el padre de su maestro y efectivamente pudo comprobar que
era justamente la persona que presumía lo cual acrecentó su
curiosidad porque el viejo Villamán era persona estimada por
su serenidad y buen juicio y sólo en unas circunstancias de extrema importancia habría podido emprender una carrera tan
desbocada con grave riesgo para su propia persona dada su
edad y la de su cabalgadura pero este misterio no debía durar
tanto como el otro porque tan pronto como el viejo estuvo cerca de Silvestre alzó la voz de manera que pudiera ser escuchada por los otros jóvenes y gritó
«muchachos devuélvanse que la patria está en peligro»
y naturalmente Silvestre se dio cuenta que no era una parturienta ni siquiera la comarca la que se encontraba amenazada sino la patria misma y esto debía ser una catástrofe mayor
que cualquier otra que se pudiera imaginar puesto que hasta
entonces la patria había sido para él algo de lo que se hablaba
en la escuela y se mencionaba en los libros de lectura pero él
no había visto nunca en sus andanzas por el monte ninguna
manifestación concreta de la patria llegando a convencerse
de que la patria era uno de esos productos civilizados que se
encuentran en la Capital u otro sitio distante a lo mejor en
Cuba porque le había oído repetir a su maestro que Máximo
Gómez había ido a luchar por la patria en Cuba y es claro que
si la patria hubiera estado aquí Máximo Gómez no hubiera
tenido que emprender ese viaje tan largo y fue así como al
llegar a este punto Silvestre decidió continuar hacia la escuela
y no devolverse al conuco donde con toda seguridad no se
encontraba la patria porque de lo contrario él la habría conocido como sus manos mientras que en la escuela podría encontrar sin duda la explicación de aquel siniestro pronóstico
y ésa fue una decisión muy acertada porque cuando por fin
llegó a la escuela ya le había aventajado el jinete lo suficiente
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para que se hubiera conocido en todos sus detalles el motivo
de la profunda alarma del viejo Villamán pero entretanto le
había ocurrido a Silvestre un fenómeno que en medio de las
circunstancias del momento aparecía totalmente desprovisto
de importancia e indigno de ser tomado en cuenta si no hubiera sido porque había mantenido su mente conturbada durante algunos desagradables instantes y fue que la presencia
del viejo Villamán precedido de su majestuosa polvareda alejó
su atención del ruido que misteriosamente le seguía y le dio a
su mente mayor elasticidad y sentido común y esto le permitió
descubrir que los misteriosos pasos que escuchaba a sus espaldas eran producidos por el roce del ruedo de sus pantalones
nuevos que eran más anchos de los que él acostumbraba a usar
y chocaban cuando se cruzaban los pies en el movimiento de la
marcha y como que este sonido era tan nuevo para él como sus
pantalones no pudo de momento darse cuenta del lugar en
que se originaban y su propia mente lo engañó proyectándolo
hacia atrás en forma que simulaban perfectamente las pisadas
de otra persona y esto pudo haberse convertido en un alegre
motivo de conversación a no ser porque ahora se trataba de
un misterio de mucho mayor envergadura en el que se veía
envuelta la patria en unos términos para él profundamente
impresionantes y hasta entonces desconocidos porque los hechos que aquí se registran ocurrieron tal como se relatan de
acuerdo con testigos idóneos que los vivieron en toda su intensidad desde 1916 en adelante y por ejemplo el viejo Villamán
es recordado aún por mucha gente de Puerto Plata si la edad
se lo permite e inclusive se recuerdan esas palabras con las
cuales él ofreció la primicia de la intervención militar norteamericana que se operó en ese año y sacudió en firme la conciencia nacional y patriótica de todo el país hasta en sus más
bucólicos y apartados rincones y para entonces Silvestre era un
muchachón que apuntaba a la pubertad porque es sabido que
la educación primaria es tardía en los campos y es igualmente
sabido que cuando menos en los varones ésta es una edad en
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que empieza a balbucear el interés por los problemas públicos de la misma manera que en las hembras empieza a tomar
conciencia el instinto maternal y esto permite comprender
que una frase lapidaria como ésa y pronunciada en medio de
un escenario tan aparatoso en que irrumpe un brioso corcel
envuelto en la polvareda ha debido producir una verdadera
explosión emocional en el alma de este mozalbete ya condicionada por una excitación personal y una disposición hacia el
misterio que durante ciertos momentos le había acompañado
por el camino pero lo más importante es que la situación no
concluía simplemente con el encuentro de los otros jóvenes
igualmente inquietos que acompañaron al maestro Villamán
y a su padre mientras se cerraba la escuela sino que debía prolongarse indefinidamente como era fácil de advertir en los comentarios así como en las especulaciones y los vaticinios que
se escucharon en boca del padre y del hijo Villamán y que
no eran más que el preludio de infinidad de comentarios y
de referencias concretas que de entonces en adelante se propagaron por todos los rincones de la República en precario
porque una intervención militar no es solamente un acontecimiento político que se produce en las altas esferas del Gobierno sino que afecta en el grado más profundo la naturaleza
de las relaciones más íntimas de la vida popular y ciudadana y
se extiende en todas direcciones embargando el corazón mismo de la vida nacional de manera que lo que inicialmente fue
una sorpresa hasta cierto punto teatral para el joven Silvestre
más tarde se fue consustanciando con su propia vida por la
circunstancia de que tomó a esa vida en el punto exacto de su
despertar y lo acompañó en el curso de su desarrollo ya que
la desocupación del país no se operó sino en 1924 cuando Silvestre había concluido su desarrollo físico y cerrado el ciclo de
sus transformaciones anatómicas y biológicas haciendo de él
un hombre consumado y a esto se suma otra circunstancia que
no debe dejarse de tomar en cuenta y es que Puerto Plata fue
el puerto de refugio elegido por las emigraciones políticas de
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Cuba originadas en el curso de la Guerra de la Independencia
de aquel país y estos luchadores trajeron con ellos el fervor por
las actividades patrióticas que materializaron en la creación de
numerosas organizaciones públicas profundamente respaldadas por sus anfitriones nativos en las cuales se celebraban
continuamente actos culturales y políticos en solidaridad con
los luchadores de la Independencia cubana entre los cuales
figuraba en primer rango nada menos que Máximo Gómez
acendrando hasta las más últimas fibras ciudadanas la identificación popular y aunque ya habían pasado algunos años y casi
la totalidad de los emigrados habían retornado a Cuba no pocos permanecieron en el país por esos nexos que crea el exilio
y que luego resultan indisolubles pero de todos modos aquella
experiencia había quedado flotando sobre la conciencia pública en toda esa región creando una base que los acontecimientos posteriores debían llenar de sentido y fue en ese escenario
en que despunto la vida del joven Silvestre en cuya cristalina
conciencia quedó engarzada aquella frase del viejo Villamán
como una suerte de destino que nunca más se disiparía de su
memoria y resulta que a esta circunstancia histórica se añadía
otra que iba a reflejarse en los sectores aristocráticos del país
en torno a los cuales se movía la intelectualidad más significativa porque en 1915 se había producido la ocupación militar
de Haití y estos sectores pudieron creer que lo que sucedía
allá no podía suceder aquí de modo que al verse frente a la
realidad inexorable sufrieron una especie de humillación que
fue seguida por una indignación inconmensurable en cuyo derredor se movilizaron las voces más cultas y prestigiosas de la
nación incluyendo algunas de resonancia continental y otras
cuyo vuelo alcanzaba los cielos de Europa como la del poeta
Fabio Fiallo quien unía a las filigranas poéticas más exquisitas
una figura personal muy gallarda y muy en la tónica y el estilo
de las supervivencias románticas de la época reflejada en el
espejo de Rabindranath Tagore y aunque Silvestre se encontraba en las antípodas de estos sectores distinguidos y con él los
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más vastos sectores de la porción desposeída de la sociedad el
hecho real es que la nación entera se impregnó del sentimiento común de la humillación expresado en el concepto de la
patria mancillada y malherida creando una conciencia nacional en cuyos pechos encontró su primer alimento la virilidad
balbuceante de Silvestre
Dime tú: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esa maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?
Proverbios y cantares
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Aquel día Romanita se había acercado al vertedero como era
su costumbre vespertina con el conocido paquete colgante de
su brazo derecho y se disponía a celebrar su minucioso rito del
lanzamiento para el cual ya había concurrido solícito el brazo
izquierdo con un giro desdeñoso pero acompasado cuando
un tipo que era o se hacía pasar por inspector de sanidad aunque muy bien podía ser uno de esos conquistadores callejeros
cuyos galanteos toman las formas más inesperadas y contradictorias ya que en lugar de propiciar el encantamiento de la
elegida buscan provocar su enojo y a veces hasta el odio por
aquello de que el odio y el amor siempre andan juntos tanto al
comienzo como al final se dirigió a ella en estos términos
oye tú de ninguna manera puedes echar basura en ese lugar porque ese acto está penado por los reglamentos sanitarios
y constituye una amenaza para la salud del vecindario y yo podría hacerte detener en estos mismos instantes y hacer que te
pongan una multa de 25 pesos por echar basura en un lugar
que no está autorizado como basurero y que es un solar privado y si no lo hago es porque estás verdaderamente sabrosa y me
veo obligado a perdonártelo todo todo y todavía todo lo demás
así con estas palabras que con estar asistidas por un argumento legal verdaderamente convincente rezumaban un ­torrente
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de insolencia que parecía chorrearle por la boca al individuo
quedó bruscamente interrumpida la labor ritual de Romanita
pues ella no solamente replicó a esa grosería con el más imperativo silencio suficientemente severo como para impedir
que la situación siguiera desarrollándose sino que sin la menor
pérdida de tiempo dio media vuelta y emprendió la retirada
llevando de nuevo el paquete hacia la casa de donde había
partido como otras tantas veces y entre tanto no dejaría ella
de pensar en las dificultades a que se ve expuesta una mujer
libre pues otro habría sido el cuadro de la situación si el tipo
hubiera conocido a Bonifacio y hubiera sabido que ella era
su legítima esposa en lugar de verla en esas faenas como una
desamparada y este fue un momento de debilidad que no dejó
de obligarla a dedicar un momento a la consideración de un
eventual regreso a La Romana que habría sido decisivo si los
recuerdos no hubieran venido en auxilio de su determinación
original pero sobre todo la actitud sorpresiva que asumió el
individuo que era o se hacía pasar por inspector de sanidad
y quien no sólo no se había retirado del vertedero como era
de esperarse sino que había permanecido allí realizando una
actividad que forzosamente obligaba la atención de Romanita
pues el individuo se había dedicado a reunir una gran cantidad de papeles y trozos de madera que cubrió con yerba seca
tras de lo cual encendió satisfecho un cigarrillo y con el mismo
fósforo le dio candela al rimero de basura que había reunido
del cual brotó una débil llama que exigió un redoblamiento
de la actividad inicial para impedir que fuera sofocada por los
materiales húmedos y por la resistencia natural de los trozos
más robustos de madera y por los fragmentos de hojalata y de
vidrio que se encontraban en el mismo lugar y esto convenció
a Romanita de que el individuo era un funcionario del departamento de sanidad pues era difícil que llevara tan lejos sus
frustrados galanteos toda vez que la actividad que él realizaba
era tan ilegal como la que le reprochaba a ella a menos que
esa fuera parte de sus atribuciones sanitarias por lo cual siguió
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con discreta pero interesada curiosidad la actividad que realizaba el inspector para alimentar el fuego que a duras penas se
afirmó en los materiales que fueron ofrecidos a su consumo
hasta alcanzar por fin su propia iniciativa permitiendo así que
el inspector se alejara para contemplar desde la orilla opuesta
de la calle la forma tímida y lenta pero segura con la cual las
llamas comenzaron a avanzar devorando con una dificultosa
masticación las materias que encontraban a su alrededor y entre las cuales no pocas eran húmedas y hostiles al fuego y el
tiempo empezó a discurrir y la tarde comenzó a cubrirse con
el velo clásico que anuncia la llegada de la noche y la serie de
cambios que la acompaña como es la salida de los murciélagos
para emprender sesgando las sombras su cacería de mosquitos
y particularmente el cambio en la dirección del viento llamado
entonces marero por dirigirse al mar llevando sobre sus hombros el aroma de las flores nocturnas generalmente blancas
probablemente como resultado de un extraño deseo de librarse de la oscuridad y cuando las llamas hasta entonces tímidas
sintieron el llamado de la brisa y la vivificante inyección de
oxígeno con la cual la brisa se hace presente en todos los seres
vivos incluyendo el fuego las llamas emprendieron una fascinadora danza en el vertedero tiñendo de rojo bailable todo
el contorno y dándole al inspector una saltarina sensación de
orgullo y de alegría mezclada con un tono de importancia que
se prodigaba en exclamaciones solemnes y exhortaciones autoritarias
no hay peligro no hay peligro las llamas siguen su curso
normal
y al principio estas palabras no parecían tranquilizadoras
sino exhibicionistas porque el espectáculo carecía de magnitud que ameritara frases de esa naturaleza y en vez de contemplar las pequeñas llamas preferían contemplar al inspector
cuando pasaban entre ellos puesto que entre el inspector y
el vertedero en el cual él había encendido la fogata mediaba
la calle por donde pasaba todo el mundo sin embargo llegó
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un momento en que las llamas se hicieron suficientemente vigorosas como para darle sentido a sus llamamientos a la
tranqui­lidad y la gente que pasaba comenzó a detenerse para
­contemplar cómo subían hasta la estatura de una persona por
la acción animadora del viento y así fue como a fuerza de avance y de altura las llamas alcanzaron un poste de madera de esos
que sostienen los cables eléctricos que conducen la luz de las
calles y de donde se desprenden otros cables que la llevan a las
casas más o menos confundidos con el alambrado del teléfono
y en esta situación algunas amas de casa comenzaron a hacerse
vociferantes anunciando los más espantosos peligros debido al
poderío respetable que iba alcanzando el fuego ante la imperturbable serenidad que algunos consideraban irresponsabilidad del inspector cuyas palabras parecían carecer siempre de
sentido sólo que ahora en sentido contrario
no hay peligro no hay peligro todo sigue su curso normal
sigue su curso normal
y esas palabras sonaban como si quisiera reprochar a las
amas de casa una alarma que cada vez parecía más justificada
porque las llamas alcanzaron los hilos del tendido eléctrico
que no pudieron resistir la intensidad del calor y perdieron
el envoltorio de goma que les cubre despidiendo el olor característico de esa sustancia cuando se pone a hervir y no
tardarían en romperse cuando el mismo metal de los alambres acabó por debilitarse y rendirse al peso del tendido pero
entonces estos alambres desprovistos de su cubierta aislante
hicieron contacto y produjeron un espectáculo nuevo que a
no ser por los peligros que suponía habría podido calificarse
rotundamente de hermoso y fascinador y seguramente así le
pareció al inspector cuyo celo burocrático comenzaba a convertirse en piromanía pues los alambres empezaron a producir relámpagos azules y chisporroteos sordos que simulaban
lejanos disparos de ametralladora mientras el olor del caucho
quemado infundía secretas alusiones satánicas de gran espectáculo que llevaron las exaltaciones de las amas de casa a su
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punto culminante y desencadenó una loca carrera telefónica
que saturó las líneas porque alguien advirtió que si se afectaba
el tendido telefónico para lo cual sólo faltaban unos segundos
la zona quedaría incomunicada y a merced del siniestro por lo
cual se hizo apremiante el aviso a la estación central de bomberos y al departamento de emergencias de la compañía de
electricidad a las que se informó que los cables de alta tensión
liberados por el fuego se movían como si estuvieran vivos y
amenazaban con electrocutar a los transeúntes y como era de
esperarse esta agitación produjo el efecto deseado porque pocos minutos después los telefonistas obtuvieron seguridad de
que los vehículos de ambos servicios públicos se encaminaban
al lugar donde se había producido el incendio lo cual pudo
comprobarse porque no pasó mucho tiempo antes de que se
escuchara la sirena de alarma de los carros de los bomberos
que hicieron una brusca aparición lanzando destellos de luz
roja y haciéndose admirables e impresionantes por el ruido
de sus sirenas y cuando por fin llegaron no habían frenado
todavía su marcha cuando ya los bomberos se habían lanzado
a tierra con sus mangueras a disposición del golpe de agua que
las ponía frente al fuego pero sucedió que por alguna razón
no inmediatamente explicada y contra el deseo vehemente
de los espectadores las mangueras no lanzaron sus chorros de
aguas sino que cierta aparente consulta entre los oficiales de
los bomberos los mantenía inactivos hasta que uno de ellos recurrió al teléfono de alguna de las casas colindantes e informó
al centro de donde dependía que no se podía llevar a cabo la
labor de bombeo porque los cables de alta tensión se encontraban «vivos» y podían electrizar el chorro de agua con fatales
consecuencias para muchas personas y esta situación permaneció expectante mientras las llamas continuaban su ganancia
de altura y de terreno ante los ojos impasibles de los bomberos
y los ojos angustiosos de las amas de casa y del numeroso gentío que había crecido con el mismo entusiasmo que el fuego y
en esos momentos hizo por fin su aparición una camioneta de
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la compañía de electricidad cuyos hombres pusieron a funcionar una grúa que llevaba una cabina con un electricista dentro
y esta cabina empezó a ascender hacia el punto del poste donde se encontraban los transformadores de la electricidad y durante unos segundos quedó completamente envuelta en una
densa masa de humo que según algunos ponía en peligro la
vida misma de su pasajero por los gases asfixiantes que contiene el humo denso pero al fin se vio detenerse la cabina junto
a los transformadores y pronto cesó el chisporroteo entre azul
y violado de los alambres en contacto de modo que cuando el
operador anunció que ya podían entrar en funcionamiento las
bombas se produjo ese profundo murmullo que producen las
muchedumbres cuando se ponen de acuerdo y los bomberos
se dispararon hacia sus mangueras que rápidamente comenzaron a lanzar sus columnas de agua con una alegría que jamás
tuvo el agua ni siquiera en los desiertos entre otras razones
porque precisamente son desiertos debido a que no conocen
la alegría del agua y esta vez la muchedumbre pudo comprobar como si alguna vez lo hubiera dudado que efectivamente
el agua es un poderoso enemigo del fuego y un fiel amigo de
las amas de casa porque tan pronto como cayeron los primeros golpes del líquido y se sintió el tronido de las máquinas de
bombeo las llamas perdieron su color de mejilla adolescente y
saludable y se cambiaron en un gris triste de humo y de ceniza
acompañadas de un desagradable olor a materia chamuscada pero no significó todavía la derrota del fuego porque su
aliado eterno el humo siguió librando la batalla y obligó a los
bomberos a seguir lanzando columnas de agua sobre todos los
puntos donde se veía levantarse un hilo de humo que aparentaba desaparecer para retornar de nuevo entre las botas de los
audaces bomberos que se hundían en la basura quemada y
cuando los espectadores iniciales habían olvidado el comienzo
de esta llameante aventura se escuchó la voz de alguien que
parecía ser miembro de la policía inquiriendo el nombre de la
persona que había originado el incendio pero no fue posible
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localizarlo ni satisfacer la decisión del agente policial de someterlo a la justicia aunque no pocos identificaron al personaje
con todos sus pelos y señales y hubo quien añadiera que se
encontraba bajo los efectos del alcohol y naturalmente entre
la multitud se encontraba Romanita a quien según pensaba
ella fue una suerte que nadie se dirigiera pues de esa manera
no se veía obligada a identificar a un personaje bien conocido
de ella y a quien vio escapar sigilosamente en los precisos momentos en que las llamas alcanzaron el tendido eléctrico y empezaron a saturarse las líneas telefónicas con las llamadas de
auxilio pero de todos modos este extraño protagonista logró
el propósito que perseguía porque después de una acción tan
violenta nadie osaría volver a echar basura en el vertedero y
aunque ésta era una faena que distaba mucho de ser agradable
para Romanita el hecho es que se había conjugado con las más
íntimas inflexiones de su espiritualidad y había contribuido a
darle forma a sus pensamientos y sus decisiones de aquellos
días por lo que no dejaría ella de mirar con cierta nostalgia un
hilillo de humo que sobrevivió a la acción de los bomberos y
que venía a ser como una delicada despedida del vertedero a
la hora de la muerte amen
[...] Se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena […]
Galerías
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Las interrogantes que se abren como flores de la mañana en el
alma de Silvestre después de haber escuchado la frase lapidaria del viejo Villamán en un camino hasta entonces candoroso
y apacible de su comarca natal le exigieron tiempo y espacio
para desplegarse en profundidad y altura porque la conciencia
es como una joven plántula cuyas raicillas se hunden en el
alma de los niños para nutrir más tarde el espíritu de los hombres y el tiempo es la primera condición a la cual se subordina
ese desarrollo bajo cuyo lento patrocinio las raicillas tiernas
adquieren el grosor y la longitud que necesitan para convertirse en raíces verdaderas y desde aquel día formidable en que
Silvestre vislumbró la patria envuelta en polvareda y a galope
tendido a través de la campiña en 1916 el tiempo comenzó a
darle forma humana a las imágenes bucólicas de su pequeño
mundo interior hasta el momento de triunfo de estas raicillas
ganadas ya en vigor y firmeza pero entonces llegó el momento
de exigir espacio para desplegarse en amplitud y universalidad
y esto significó de improviso la ruptura sentimental con aquellos arroyuelos y aquellas veredas y caminos llenos de sabiduría
y entretenimiento y con árboles lluvia frutas nidos huevos y
huevecillos que fueron los compañeros inseparables de su inocente infancia tras de lo cual brotó explosivamente la decisión
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de buscar otros cielos para batir sus alas y desde luego estos
cielos se encontraban en Puerto Plata donde sin la menor
duda se cobijaba la patria ahora en peligro o dicho de otro
modo Silvestre necesitaba dinero y ropa apropiada y zapatos
decorosos y un buen sombrero todo lo cual desembocaba de
nuevo en el dinero que era entonces y parece que sigue siéndolo una sustancia metafísica en los campos de manera que los
primeros pasos de Silvestre fueron encaminados a arrancarle
este dinero a la tierra siempre maternal y generosa pues una
buena cosecha de maíz podría traducirse en circulante a la
vuelta de unos meses aunque presentaba la dificultad de que
exigía tirar en el surco por lo menos 60 sacos del grano para
que el rendimiento estuviera a la altura de las necesidades inmediatas y ya esto significaba una dificultad prácticamente insalvable en el marco de las urgencias inmediatas y viéndolo
bien ocurría otro tanto con cualquier otro de los productos
naturales del campo de modo que Silvestre se vio obligado a
refinar más sus propósitos para llegar a la conclusión de que el
producto de la tierra seguía siendo el recurso supremo e insoslayable capaz de resolver sus ilusiones y resoluciones fundamentales siempre que apareciese un sistema a través del cual
estos productos fueran transformados en una mercancía más
solicitada y de mayor rendimiento económico y desligada de
ese riesgo representado por el azar de la lluvia o de los vientos
o de la misma holgazanería de las plantas para lo cual la propia
naturaleza ha dado una respuesta maravillosa y sonora conocida en todas partes del mundo de lengua española con el nombre cariñoso y magnífico de «cerdo» y debe saberse que ésta es
una máquina natural de un exquisito y delicado funcionamiento dotado de la prodigiosa facultad de convertir en metal
contante sonan­te y circulante los productos más deleznables
como las cáscaras del plátano o las raíces de yuca cuyos tubérculos no han satisfe­cho los requisitos del paladar de los vecinos
así como los mangos y las guayabas donde los gusanos han hecho su morada clandestina y otros productos marginados de
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las apetencias y preferencias humanas evitándole al feliz propietario el tener que ir a procurarse ese metal directamente a
las minas y ­traerlo más tarde a los troqueles suponiendo que
pudiera servirle de numerario legal a espaldas de la intervención del Estado después de haberlo convertido en moneda y
todo esto sin necesidad de mayores inversiones financieras ni
técnica refinada ni movimiento obrero confiando simplemente
en la diligencia de cualquier persona ocupada en proporcionarle la materia prima a esta máquina natural o tal vez divina
como seguramente fue considerada por los fenicios a juzgar
por la elevada estima que le conferían sus herederos los españoles de La Gomera en los días del segundo viaje de descubrimiento en 1493 y de donde vinieron a este país precisamente a
La Isabela aquella primorosa ciudad primogénita del Nuevo
Mundo cuya breve existencia floreció a pocos pasos de la campiña de Silvestre y como que había una muchedumbre de almacenes naturales donde se albergaban cantidades industriales de
frutos desparramados en el suelo por aquellos caminos matojos senderos desvíos y follajes incluyendo esa incomparable
gramínea venida por cierto en la misma carabela en que hizo
el cerdo su viaje inaugural a la cual conocemos y veneramos
y rodeamos de esclavos negros y cabezas blancas bajo el nombre enriquecedor de «caña de azúcar» no debería constituir
ningún estorbo ni quebradero de cabeza para un conocedor
experimentado como Silvestre procurarse la materia prima y
en consecuencia pronto debería llegar a la única conclusión
aceptable en su situación y en fin se decidió por criar un marrano a cuya cuidadosa atención confió los vaivenes de su destino patriótico y de su vida privada y en efecto los susodichos
productos de la naturaleza comenzaron a desfilar insaciablemente por los engranajes interiores de esta máquina animal
cuyo funcionamiento respondió con toda exactitud al manual
de instrucciones de la Naturaleza y a los propósitos apremiantes del muchacho transformando aquella cantidad enorme de
sustancias no necesariamente clasificadas ni seleccionadas en
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una mercancía robusta y lisonjera que debió sin duda satisfacer todas y cada una de las exigencias del mercado para ser
posible su traducción efectiva e inmediata en la suma escandalosa de veinte pesos oro en aquella época o más o menos doscientos dólares en la escala de valores correspondientes a los
días de hoy y cuando esta suma entró en posesión de Silvestre
cambió todo el cuadro de la historia y de la geografía de aquella región tal como ellas se comportaban en sus balbuceos autobiográfico pues Silvestre consumó la ruptura con su pasado
en el tiempo y su presente en el espacio efectuando de manera
sublime su traslado a Puerto Plata donde amparándose en el
prestigio de honestidad que habían cimentado en toda la región sus ilustres antecesores se dirigió a una de las firmas comerciales de allí y colocó ante los ojos de una persona de esas
que en todas partes son capaces de resolver y decidir los veinte
pesos que había obtenido por el marrano original a través de
la transformación de la campiña por los mecanismos interiores del animal lo cual bastó para que esta persona le acordara
a Silvestre un crédito por valor de cuarenta pesos en mercancía lo cual debería significar volviendo a la escala de valores de
la época un volumen de mercadería equivalente a la que traen
los barcos trasatlánticos al país para cubrir las demandas de
importación de la plaza y con ella Silvestre se apresuró a apuntar la sombra del bozo y a profundizar la tonalidad de la voz
necesarias para establecer una «pulpería» y echar así las bases
materiales de su existencia puertoplateña y las raíces materiales de sus grandes arquitecturas espirituales y es increíble que
la vida se solace de una manera tan impresionante en sus propias contradicciones porque los hechos nos dicen aquí que a
no ser por aquellas palabras que le asaltaron en aquel instante
coyuntural como se dice ahora de su existencia silvestre Silvestre no habría dado este conjunto de pasos ni hubiera adoptado las determinaciones que le colocaban ahora en un sendero
de enriquecimiento capitalista tan acertado y prometedor
pues a pesar de que la competencia era fuerte en aquella plaza
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la juventud de Silvestre y su capacidad de esfuerzo físico ayudado por una inteligencia indudablemente propicia y el aprecio
concedido a sus antecedentes de honradez familiar la aseguraban un éxito indudable en un marco razonable de tiempo y de
circunstancias imprevisibles pero al mismo tiempo aquellas
palabras hacían totalmente imposible este desenlace pues está
visto que sus motivaciones iban mucho más allá de las instancias personales y se proyectaban a un área de inquietudes mucho más amplio y mucho más elevado al cual no acompañaba
seguramente un programa definido ni una visión concreta de
su desarrollo sino que consistía solamente en un estado in­
terior o una conformación del espíritu o una fuerza vaga y ne­
blinosa que no obstante actuaba de manera inexorable en
dirección de la conducta de esta criatura y por eso probablemente aquel arranque inicial no debería conducirlo a un enriquecimiento material directo y visible para lo cual necesitaba
su dedicación absoluta sino por el contrario a disipar su actividad en otras atenciones preocupaciones búsquedas reflexiones indagaciones y pesquisas impulsadas por una sed oscura
por una interrogante suprema que permanecía abierta en el
centro de su alma como una herida tenaz y rebelde al tratamiento porque parece ser que en el fondo de la conducta de
los hombres la fuerza decisiva no reside en ese voltaje eléctrico
decididamente asignado a cada voluntad sino en ese otro que
acumulan los siglos en los polos contradictorios de esa sociedad o conjunto de seres en cuyo seno le ha tocado a uno nacer
y darle contorno y perfume a su conciencia y si ello es así se
explica que ciertos espíritus sean capaces de pasar por el lado
del bienestar personal y del grato y seguro disfrute del equipo
sensorial que le corresponde y por el contrario se entreguen
en su totalidad individual a otras perspectivas menos lisonjeras y menos palpables y definidas pero claramente establecidas
como un objetivo histórico en el seno de las sociedades a que
pertenecen y esto puede muy bien ser el resultado de una supervivencia de la existencia primitiva del hombre pues como
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es usualmente repetido en las esferas académicas la individualidad o mejor dicho el individualismo es un invento reciente
de la humanidad cuyo origen se sitúa en la cuna del Romanticismo igual que el nacionalismo y la metodología de la Historia normalmente considerados como de una antigüedad muy
profunda y de nobleza muy rancia cuando en realidad son un
producto del siglo pasado mientras que lo que sí es antiguo y
está profundamente instalado en la médula espinal es la noción de entrega a la sociedad en que se nace y se crece pues
ésta no parece ser un invento del hombre sino una ley de la
naturaleza evidenciada tanto en la vida animal como en la vegetal y conmovedoramente ilustrada en la vida de las hormigas
y las abejas y las termitas y que se encuentra presente aun en la
pelea de gallos con todo ese aire individualista y heroico y ese
cendal romántico con el cual su personalidad victoriosa parece proclamarse a todos los vientos al elevar su cántico mañanero y podría pensarse que todo el proceso de disipación de ese
egocentrismo rescatado y elevado a su culminación más dramática en la soledad de la vida moderna encontraba en Silvestre una sublimación producida por su delicada experiencia
ante la cabalgata ilustre del viejo Villamán y le había llevado
sin solución de continuidad ante el mostrador de una «pulpería» de barrio en Puerto Plata donde quedaba expuesto a las
miradas codiciosas de más de una galana jovencita y y y de una
que otra galana menos jovencita y por consiguiente más eficiente en sus recursos femeninos frente a las cuales Silvestre
adoptó una actitud más curiosa que receptiva puesto que hasta
entonces no había conocido el amor sino en las ramas de los
árboles frondosos en forma de voloteo y aventura canora o en
los galopes y mordidas sabaneras pero aún sin ilustración humana y mucho menos sin requerimiento y mucho menos participación personal por lo que Silvestre dejó pasar esta comedia
humana totalmente indiferente a su volcanismo y sus me­lopeas
pero esto no impidió que sobre su pubertad balbuceante cayera de pronto una de esas espigas de enredadera que a ­veces se
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adhieren a las extremidades del hombre y amenazan con dejarle paralizado o suben al pecho y ponen allí una sofocación intolerable por lo cual Silvestre tomó un día la disposición de
desmantelar el negocio y embrollar sus operaciones de manera
que lo emanciparan de la localización en un sitio donde era
más vulnerable a los apetitos humanos y al mismo tiempo le
permitieran desplazarse libremente en la región con lo que logró por fin un establecimiento a la vez permanente y libre
comprando aquí y vendiendo allá de acuerdo con los caprichos del viento y las veleidades del mercado y alcanzando de
esa manera una penetración y una compenetración más profunda y aleccionadora en la vida popular como si se hubiera
inscrito en una escuela más populosa donde además del sagrado magisterio del joven Villamán ejercían otros numerosos
maestros especializados en todas las artes y secretos de la sociedad y de la naturaleza pues quien sabe manejarse en la escuela
de la vida pronto descubre que en cada esquina se encuentra
un venerable y espontáneo maestro en toda suerte de destino
y enseñanza y así comenzó para él una etapa imborrable de su
existencia y comenzaron a disiparse infinitos misterios de la
vida en sociedad a los cuales él sumó las ­enseñanzas igualmente fundamentales de la vida en esa soledad reflexi­va pero inocente de los campos
¡Oh, dueño de fortuna y de pobreza,
ventura y malandanza,
que al rico das favores y pereza
y al pobre su fatiga y su esperanza!
El dios ibero
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Romanita en el vertedero era la conquista de una nueva identidad pues poco a poco y tarde por tarde había ido dejando
caer allí con cada paquete lanzado al aire un fragmento del
conjunto de recuerdos a los cuales debía su manera de ser
y de soñar y tal vez hasta de girar sobre sí misma al realizar
los movimientos de la marcha como esos cilindros adornados
con espirales de colores considerados como el símbolo de
la barbería y a los cuales sólo falta la música delicada que
brotaba de ella en forma de ritmo y de armonía al retornar
del vertedero y como que la operación banal y diaria del lanzamiento de su paquete combinado con el suave desprendimiento de su pasado se efectuaba con una continuidad tan
invariable llegó a alcanzar un grado de automatización que le
hacía necesario comprobar si tenía el paquete en las manos
para saber si lo había lanzado o no y esto explica que en esa
tarea de elegir el recuerdo condenado a morir se le fuera
la conciencia del mundo circundante y por eso aquella tarde última y no obstante similar a otras tantas repetidas hasta
noventa veces si se habían cumplido ya los noventa días de
su ostracismo hogareño estaba Romanita sumergida en las
más densas profundidades de su espíritu cuando una palabra aparentemente desprovis­ta de significado y compuesta
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inicialmente con esa letra R p
­ ronunciada entonces como doble RR para frustración y tortura de ciertos extranjeros en
cuyo idioma no existe como el inglés o el chino y que tiende
a evocar situaciones duras como la palabra «reto» o «roca» y
«rudo» «ruido» y «riesgo» verdaderamente rompió las cristalerías de sus divagaciones con el ríspido arrastre de la ráfaga
Rufa
y estas dos sílabas perturbadoras hicieron que todo el pasado de Romanita acumulado en el vertedero bruscamente
saltara en alocado tropel y se precipitara sobre ella eliminando de un solo golpe la labor selectiva y paciente de semanas
de religiosa entrega igual que sucede a esas diminutas par­
tículas de hierro desprendidas de los engranajes de los automóviles y de las herraduras de los caballos cuando un imán
es restregado contra la superficie de la tierra exigiendo con
indomable mandato el orden magnético
Rufa
y Romanita quedó nuevamente petrificada al oír esta palabra pronunciada a sus espaldas con una entonación peculiar no conocida pero capaz de inmovilizar con su extraño
conjuro todos sus músculos y canalizar todas sus emociones
y pensamientos a pesar de serle enteramente familiar porque ésa era la forma habitual de llamarla en su lar nativo y
no la de Romanita un nombre episódico asociado a la circunstancia de haber venido de La Romana sin mucho interés
de ser identificada por el nombre verdadero de Rafaela del
que Rufa era un diminutivo cariñoso y familiar recibido en
la niñez a lo cual hay que añadir para dar cuenta del efecto
explosivo y alucinante producido en ella el hecho de la voz
inconfundible de Bonifacio Lindero sobre la cual cabalgaba
esta palabra como un proyectil sobre el tronido de un arma
de fuego
Rufa yo soy el mismo pero si quieres no soy el mismo porque el hombre de ley sabe cambiar cuando la vida impone los
cambios
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pero sobre el pecho de Romanita parecía haberse descargado un saco de azúcar de 320 libras de los que una vez
se fabricaron en La Romana oprimiendo todo su organismo
y obligando al torrente de la sangre a concentrarse en su cabeza y naturalmente incapacitándola para darle frente a la
situación
bien sabes que si no hubiera estado dispuesto a cambiar te
llevaría arrastrada por los moños y te metería en el maletero
del automóvil amarrada como los chivos
y aunque estas palabras no estaban desprovistas del tono
autoritario usual en Bonifacio descubrió Romanita una entonación fluvial en ellas como si antes de ser pronunciadas
hubieran sido lavadas en las aguas frescas de un arroyuelo y
hubieran sufrido ese tratamiento dulce y persuasivo a que las
corrientes acuáticas someten a las piedras más ríspidas haciéndolas agradables y atractivas sin despojarlas de su dureza
natural
vine a buscarte confiado en que no me vas a negar esa oportunidad de verme cambiado porque debes saber que he sufrido
mucho y te he estado esperando cada día y cada noche en cada
automóvil que ha regresado a La Romana desde que te fuiste
de mi lado
y esas que pueden haber sido o no exactamente las palabras que pronunció Bonifacio expresan con la mayor exactitud
su contenido y obligaban a Romanita a permanecer inmóvil
porque nunca antes había conocido esas modulaciones de ternura en la voz de su marido a quien siempre se había visto
obligada a responder por su nombre completo Rafaela tráigame las chancletas Rafaela hay que asegurar ese botón Rafaela
dígale al boyero que me vea en la bodega
y así por el estilo pero lo más común es que le encaminara
estas órdenes en forma interrogativa Rafaela ¿no habré dicho
que me traigan las chancletas? Rafaela ¿no se habrán dado
cuenta de que hay que asegurar ese botón? o Rafaela ¿no se
sabe que hay que decirle al boyero que me vea?
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lo cual era una forma indiscreta de decirle imbécil puesto
que esta formulación implicaba que ella había escuchado el
mandato y había sido incapaz de ponerlo en práctica y si por
acaso ella osaba replicar
no me habías dicho nada no sabía nada de eso no soy adivinadora
entonces Bonifacio montaba en cólera entendiendo
que era ella quien le estaba llamando imbécil a él y precisamente éste es uno de esos recuerdos ingratos que Romanita había ido abandonando en el vertedero y que ahora la
palabra Rufa había reunido y rescatado como si esa palabra
fuera un imán y los recuerdos ingratos fueran partículas
de hierro diseminadas entre los informes desechos del ver­
tedero de manera que le permitían establecer una comparación inmediata entre el estilo anterior de Bonifacio y esta
modulación del timbre de su voz con el cual hacía vibrar
sus persuasivas palabras acercándola a la conclusión de que
esa simple valoración de la palabra Rufa representaba para
ella una victoria y un evidente signo de cambio en la actitud
normal de Bonifacio
he estado pensando Rufa que un hombre sin familia es
tan disparatado como un buey sin carreta porque los bueyes
y los hombres han sido creados por Dios para arrastrar esa
carga por todos los caminos y me he convencido de que
si no llego a tener un hijo esa carreta quedará abandonada pero la luz de la razón me indica que un hijo mío no
debe tener otra madre que tú y por eso he venido a buscarte
para que pongas a reinar en la casa una criatura que lleve
mi estampa y todo esto lo escuchaba Romanita absorta con
el vago temor de que estuviera envuelta en una sábana en
espera del primer destello de la aurora que viniera despertarla de un sueño y ya esto le había sucedido en alguna que
otra ocasión en que sus sueños se empeñaban en corregir y
embellecer una realidad que al despertar devolvía toda su
crudeza y pensaba que si todo no era más que un sueño ella
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no tardaría en volverse para responder a Bonifacio con las
mismas insinuaciones de ternura
está bien Boni yo sé que tú eres bueno y te voy a acompañar de nuevo y te voy a dar todos los hijos que tú necesites y voy
a convertirme en un adorno y al mismo tiempo en una fuerza
que te ayude a empujar la carreta
pero todo esto fue un pensamiento azul mezclado con pensamientos de otros colores y el resultado fue el de esperar pues
ella permaneció inmóvil y en silencio como si estuviera pintada
en una pared con los colores de sus pensamientos y sólo le faltara al pie una de esas inscripciones que pone la propaganda
comercial en algunas paredes de las ciudades
no se mueva no mire no deje que le vean la cara si la tiene llena
de esos feos barritos que estropean el encanto del rsotro femenino
use use use todos los días y especialmetne los días difíciles la pomada
embellecedora sedavida o el jabón prisma de belleza o el laxante clarín
al despuntar la mañana
pero ni su inmovilidad ni su silencio parecieron afectar a
Bonifacio cuya vida estaba completamente regida y conformada por lo que la vida debe ser y por lo que a él le convenía que
fuese y no por lo que la vida es
recoge todas tus cosas
le dijo
yo vendré a buscarte por la mañana
y dichas estas palabras desapareció de manera tan furtiva
como había llegado sin que Romanita le viera marcharse pues
no le fue fácil a ella desentumecer sus músculos y hacer que
su anatomía paralizada girara de nuevo en torno a su eje vertical con la elasticidad acostumbrada y debido a ello s­ ucedió
lo imprevisto porque sin saber cómo pudo haber ocurrido
su dedo pulgar se insertó de alguna manera en los dos hilos
de la cadena de oro que descendía de su garganta y produjo un tirón en la nuca dejando en ella esa sensación que se
experimenta a veces al ser sorprendido un nervio o un tendón en una posición inapropiada e instintivamente ­Romanita
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llevó sus dos manos a la base de la garganta y pudo percatarse de que no estaba allí la prenda que en mejores días le
había regalado Bonifacio y a la cual prestaba ella una par­
ticular devoción entre otras razones por sostener una imagen
de la «Chiquitica de Higüey» en un oro muy sólido y digno de
las más gentiles alabanzas y esta situación no podía ser más
­desagradable si se traducía finalmente en la pérdida de la joya
por lo cual Romanita se lanzó a buscar desesperadamente en
sus alrededores con mediana suerte porque a poca distancia pudo descubrir su cadena entre los desechos abigarradamente depositados allí pero no así la medalla que pendía
de ella probablemente debido a su configuración redonda
y achatada muy apropiada para escabullirse en cualquier
escondrijo como una cueva de ratas o de arañas «cacatas»
muy frecuentes en lugares como ése y no fue sino después
de una búsqueda muy prolongada e intensa que Romanita
llegó a resignarse a la pérdida de todos modos provisional
ya que en estos casos queda siempre una esperanza dormida
en esa antesala de la victoria que denominamos «optimismo»
y retornó a la casa embargada por un pensamiento pertinaz
en torno al hecho de haberse perdido solamente la medalla
como si la «Chiquiti­ca» le dejara la cadena pero le retirara su
aprobación o su amparo dejándola a merced de esa significación simbólica que inevitablemente arrastra cualquier cadena aunque sea de oro y no de hierro porque indudablemente
esa prenda unida a su cuello era en verdad una objetivación
dorada de la propiedad que Bonifacio ejercía sobre ella por
lo cual la pérdida de la medalla podría interpretarse como
una retirada de la Virgen ante una situación que no era de su
incumbencia pues nadie ni siquiera las potencias divinas pueden o deben intervenir en las desavenencias entre marido y
mujer en cuyo caso Romanita debería atenerse a sus propios
recursos y facultades en una situación que no parecía ventajosa para ella considerando que los recursos y facultades
de Bonifacio eran muy superiores a los de ella aparte de ser
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hombre de carácter y hasta de violencias debidamente sustanciadas por sus bienes de fortuna y por todo esto se deduce
el sentido místico que esta bucólica Romanita le atribuyó a la
pérdida de la medalla que Bonifacio le había regalado junto con la cadena durante esa etapa de sus relaciones en la
cual ella tenía de su lado todos los recursos y habría podido
­vencer el poderío de todos los Bonifacio del mundo sirviéndose simplemente del monosílabo
no
pero en la actualidad la situación era completamente distinta pues del lado de Bonifacio estaba una ley implacable
en la cual él sabía apoyarse por una tradición que le venía
desde la cuna pero además estaba de su lado su propia ley
basada no en papeles sino en sus recursos económicos y sus
propias facultades físicas pues para algo se habían casado
ante un Juez Civil y poseía Bonifacio una legítima certificación de matrimonio y frente a todos esos recursos a Romanita no le quedaba nada más que el del escondite y el divino
amparo de la «Chiquita de Higüey» que en estos momentos
no se sabe si por su propia determinación o por la de la casualidad se había perdido de manera tenaz entre el infame
conjunto de sustancias y objetos de todo tipo que componían
el vertedero porque es indudable que los objetos físicos e
inanimados que permanecen adheridos a la vida de las personas acaban por adquirir un destino común e impregnarse
de las influencias y los destinos que rodean a estas personas
y por eso no es extraño que exista una tendencia lógica a
buscar en cualquier percance que sufre un objeto el anuncio o indicativo de algún trastorno que efectivamente sufre
la persona a quien este objeto pertenece y de esta tendencia natural que subyace ocultamente en el seno de la conciencia se nutre en gran parte la charlatanería de los brujos y
otros elementos que viven de la ingenuidad y el candor de la
gente sencilla y también la ternura de los enamorados a quienes un objeto perteneciente a la persona amada da cierta
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sensación de posesión personal y sobre todo los regalos pues
un enamorado que regala una prenda y particularmente una
cadena aunque sea de oro y no de hierro tiende un sistema
de sujeción y de aprisionamiento que no deja de producir
efectos reales como si éste no fuera un puente de ilusión y de
fantasía y fue en esta aura de misterio en la que se encontró
envuelta Romanita en aquellos desgraciados momentos y es
una gran suerte que estos pequeños percances no dejen profundas cicatrices en el rostro pues de haber sido así la pobre
Romanita habría perdido esa lozanía que imprime en él el
equilibrio de las funciones internas cuando se tienen 18 años
y se han dormido las horas reparadoras y fructíferas y además
embellecedoras de ese sueño que los americanos denominan
beauty rest que es como decir «descanso de belleza» o «efecto
embellecedor del descanso» y que por cierto esta muchacha
poseía en todo el esplendor de su juventud y así se explica que la cadena volviera a su cuello después de reparada
sin que sus atributos faciales resultaran perjudicados pero de
lo que no puede quedar la menor duda es que la pérdida
de la medalla introdujo un elemento de debilidad y desam­
paro en su alma que la colocaba en posición desventajosa
respecto de Bonifacio acentuando en ella la necesidad de
ponerse fuera de su alcance y bajo la influencia de estas lamentables conclusiones ella por fin se incorporó en toda su
verticalidad y abandonó el vertedero llevando en sus labios
una de esas profundas sonrisas que ninguna palabra puede traducir por la simple razón de que las palabras recogen
aquellas cualidades comunes a todas las sonrisas pero no existe ninguna palabra especialmente diseñada para designar
aquella sonrisa extraña y única que comenzó a revolotear en
los labios de Romanita sin que hubiese en toda esta edad y en
todo este hemisferio un Da Vinci nacido para perpetuarla y
que tal vez podía significar estoy vencida pero también podía
significar todo lo contrario como «a mal tiempo buena cara»
y deja que lluevan sobre mí todos los sinsabores porque en
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definitiva no hay poder en el mundo que pueda sobreponerse a la voluntad de una mujer cuando dice que no
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero […]
−La tarde cayendo está […]
[…]
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río […]
Soledades
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Quién recordara en su día a aquel mozalbete campesino perseguido por sus pantalones más convertidos en fantasma por
el artificio de su vieja anchura que por la imaginación de su
nuevo propietario apenas podría ahora reconocer en él a este
comerciante urbano en cuyos ojos y en cuyos ademanes podrían estudiarse cómodamente los artilugios y las milagrerías
de la vida comercial de Puerto Plata en la segunda década del
presente siglo y verdaderamente es lamentable que una técnica cinematográfica rápidamente colocada entonces en camino
de convertir a Hollywood en la famosísima «meca del cine»
hoy desmayada en los brazos de la televisión no nos legara este
documento didáctico librándonos así de epítetos y metáforas
y mostrándonos que ahora por el contrario los pantalones de
Silvestre eran estrechos y que por encima de la camisa de seda
podía verse de vez en cuando una «americana» como le llaman
los españoles a nuestro doméstico «saco» y hasta un sombrero
de pajilla rígida rodeado de una respetable cinta negra enlazada a la izquierda y el pertinente reloj Roskopf Patent con
números romanos llevado en un bolsillo especial del lado derecho del pantalón por donde sobresalía la leontina destinada
a ponerlo en servicio fácilmente visible a simple vista y este
Silvestre funcional podía verse con frecuencia por las calles de
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Puerto Plata en amable compañía de un personaje de cierta
ilustración a quien se tenía por loco y a quien se conocía de un
lado a otro de la ciudad por el nombre de Flor que no era el
suyo sino un apócope de Florentino que era el verdadero con
esa carga psíquica que supone un nombre tan largo en quien
no ha llegado a ser General o Arzobispo Metropolitano a pesar
de que Flor alcanzó una posteridad que cualquiera de ellos
pudo haber envidiado desde el plinto silencioso que les ha levantado el olvido o la indiferencia y esa posteridad le fue reservada a Flor por haber realizado una hazaña inaudita digna de
la alabanza de las generaciones y la consagración de la literatura porque Flor a diferencia del «Viejo Timofei» ese personaje
inmemorial que según una leyenda eslava se murió cantando
eligió un estilo funeral más espectacular y convincente pues
se murió riendo con una carcajada tan estrepitosa que todavía
repercute en los confines de Puerto Plata y si a Flor no le ha
sido dado ese privilegio consagrado es porque la suya no es
una historia tan simple como para ser esquematizada en una
leyenda o perpetuada en un soneto pues primeramente debería quedar establecido con toda certidumbre si Flor era loco o
no y por tanto si pertenecía o no a la condición humana y si se
inscribía o no en el dominio de las bellas letras tanto como en
la ponderación de las generaciones consagradoras y el hecho
deplorable es que la opinión prevaleciente entonces en Puerto
Plata era la de que Flor estaba irremisiblemente perdido en la
locura más concluyente a pesar de que en rigor las opiniones
estaban divididas en función de unos intereses que iban mucho más allá de los horizontes mentales de Flor y debido a ello
resultaba que los que no creían en esa decantada locura se
guardaban para sus caletres una defensa que exigía argumentación lógica y hasta documentación técnica y precisamente
entre esas personas se encontraba Silvestre cuya solidaridad
con el supuesto orate se expresaba en forma de cariñosa amistad y respetuosa compañía porque desde el primer momento
se sintió inclinado a pensar que Flor estaba en sus perfectos y
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pluscuamperfectos cabales y que la causa de la dislocación de
su conducta no se encontraba en su cabeza sino fuera de ella
y esta conclusión amorosa le había venido a Silvestre a raíz de
unas conversaciones con Flor en las cuales éste le había referido la muerte de su padre un viejo de aquellos que llevaban su
honor en cada pelo de su bigote y quien al sentir que le había
llegado el momento de rendir cuentas al Creador llamó a la
compañera de sus días y de sus noches y le dijo
mujer a mí me llegó la hora tú conoces las costumbres divides la tierra en cien pesos y a cada uno le tocan veinte pesos
de tierra porque ustedes son cinco y ya saben que la pueden
vender y revender cuantas veces quieran pero deben conservarla quitándole la cerca que le hayan puesto tan pronto como
las tierras no estén en uso porque ésa es su patria y la patria
debe ser siempre libre
y Silvestre asociaba estas palabras con la locura de Flor
porque sucede que la conducta de su amigo había dado muestras de un admirable equilibrio hasta el momento en que según afirmaban los campesinos los americanos «inventaron la
agrimensura» y esto fue en 1920 cuando se emprendió la mensura catastral de las tierras que al no haber sido practicada
nunca en el país les pareció invención de aquellos días y para
Silvestre las palabras del viejo moribundo tenían una resonancia que le era familiar desde aquellos días en que iba perseguido por sus pantalones e irrumpió el viejo Villamán en un
galope atronador llevando por la campiña el grito de que la
patria estaba en peligro pero estas reflexiones de Silvestre tenían un engarce sentimental demasiado acentuado para ser
enarboladas como argumento en el seno de una discusión con
aquellos que se pronunciaban con un humor hiriente en el
sentido de que Flor estaba más loco que una cabra y el peor
argumento de todos era el silencio que entonces operaba de
manera dramática a favor de la tesis de la locura y era natural
porque esa deliciosa «invención de la agrimensura» tenía la
virtud de convertir en semidioses a unos y de volver locos a
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otros porque lo que sucedía en el fondo era una transformación completa de la sociedad secular en la que iba envuelta la
naturaleza psicológica de sus miembros y la raíz misma de las
tradiciones y las costumbres históricas del país como no era
difícil de imaginar si se escuchaban las palabras del padre de
Flor en su lecho de muerte porque sucede que el moribundo
no había conocido otro sistema de explotación de la tierra que
el de los «terrenos comuneros» así llamados porque nadie tenía más propiedad de la tierra que la que otorgaba el uso y
aunque el derecho de uso se trasmitía inclusive por compra y
venta la propiedad continuaba indivisa y retornaba al vendedor amparado en unos títulos de quien nadie conocía la existencia real tan pronto como el uso perimía y la tierra era
abandonada y está claro que ésta era una situación paradisíaca
y le daba a uno y cada uno de los habitantes de este país la
sensación de que era propietario del territorio entero y de que
para apropiarse y disponer de una parte de este planeta no
tenía que hacer otra cosa que empuñar una azada y abrir surcos a diestra y siniestra con la ayuda del día y el consenso general y aunque en el fondo del alma de la población latía la vaga
impresión de que había algo de irregular en el sistema comunero porque los tiempos avanzaban y circulaban otros conceptos de la propiedad y de la vida y nadie deseaba la sustitución
de este sistema que podía ser malo pero conocido por otro
bueno por conocer y era esto lo que en la intuición de Silvestre
se perfilaba como la idea de la patria desde el día de la desaforada cabalgata del viejo Villamán y por eso creyó descubrir en
los que fomentaban la hostilidad hacia Flor tildándole de loco
una actitud antipatriótica pues hubo tipos como el padre de
Bonifacio Lindero que en lugar de rebelarse por el deslinde
de las tierras optó por convertirse él mismo en deslindador
clavando linderos libremente en razón de que nadie le iba a
impedir que lo hiciera si estaba dispuesto a trabajarlas pero en
realidad de lo que se trataba era de someter al Tribunal de
Tierras la propiedad de las tierras que había cercado al a­ mparo
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de un título cualquiera y desde luego falsificado porque él sabía que nadie poseía un título idóneo y precisamente la Ley
del Registro de Propiedad establecía claramente la propiedad
de cualquier tierra reclamada si no era objeto de oposición
por parte de alguien que presentara un título más auténtico
que el anterior y de esa manera le fue posible y fácil al viejo
Lindero crearse una base económica y social en la nueva sociedad que estaba apareciendo y como él había muchos otros individuos enfrascados en la misma aventura territorial y que
automáticamente se adherían a la tesis de la locura de Flor y
cuando Silvestre meditaba en estos problemas históricos y sociales a la altura de sus modestas facultades no dejaba de considerar que la conducta de Flor no solamente era deplorable
por su falta de recursos como no fueran los del espíritu sino
que en cierto modo era también censurable sin que esto significara que lo consideraba loco porque a él no se le escapaba
que Flor no salió como lo hizo el viejo Villamán reventando su
yegua para despertar la conciencia de los pueblos y advertirles
del peligro sino que permaneció sonriente y pacífico cuando
llegó un Notario Público acompañado de un pelotón de agrimensores y ayudantes armados de los instrumentos de su oficio con el propósito de medir las tierras y explicó que a todos
los campesinos se les iban a reconocer 320 «tareas» de tierra
que representaban una extensión de terreno mucho mayor
que los «veinte pesos de tierra» que le había dejado su padre y
en ese momento no recordó para nada que en su lecho de
muerte el autor de sus días le había dicho a él y a todos los
demás que había que cuidarse de la cerca porque la tierra era
su patria y la patria debía ser siempre libre y Silvestre había
puesto su vida entera en esos pensamientos y no podía aprobar
completamente la actitud de Flor aparentemente dispuesto a
ceder la patria entera a cambio de un pedacito de patria de su
exclusiva y estremecedora propiedad pero a Flor no le salieron
bien las cosas porque no se percató de una advertencia que
hizo el Notario y de la cual se percató el viejo Lindero acaso
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por oírla repetidas veces en su trabajo como ayudante de los
agrimensores y fue la de que para recibir el número de 320
tareas por cabeza era necesario impedir que aparecieran títulos falsos puesto que en tal caso la tierra a repartir no iba a
aumentar sino que tendría que ser dividida entre todos los reclamantes incluyendo a los falsos y entonces la cantidad que le
tocara a cada uno debía ser menor y parece que Flor pensó
que esa tarea le correspondía a los jueces del Tribunal de Tierras porque él no era detective ni iba a tener en sus manos los
títulos falsificados y dejó pasar desdeñosamente unas palabras
en las cuales iba comprometida su sanidad mental y su vida
misma mientras que el viejo Lindero tuvo como un verdadero
destello de genialidad el descubrir que los títulos falsos producían los mismos efectos que los títulos verdaderos y que en
definitiva estos últimos no existían en ninguna parte y todo iba
de lo mejor en el mejor de los mundos posibles hasta el día en
que se conoció en todas partes la noticia de que se había rendido sentencia definitiva e inapelable sobre la mensura de los
terrenos de esa región y que debido a la afluencia de títulos
falsos las 320 tareas que originalmente debió corresponderle a
los supuestos propietarios se habían reducido a ocho y fue en
esos instantes cuando se desarticuló la conducta de Flor aunque no necesariamente su conciencia pero su vocabulario comenzó a nutrirse con una elocuencia pocas veces escuchada y
se le vio dotarse de energías desconocidas prodigándose en
todas las esquinas para denunciar el atropello de que había
sido víctima invocando el sacrosanto ejercicio de la voluntad
de su padre debidamente formulado en su lecho de muerte y
estableciendo con toda claridad que semejante atropello hería
la conciencia nacional y debía ser reivindicada por la vía suprema de la revolución y de las armas como había sucedido en el
pasado cuantas veces recibió un ultraje o una amenaza la institución de los «terrenos comuneros» pero las encendidas palabras de Flor resonaban en el vació porque ninguna de las
personas que recibieron títulos de propiedad debidamente
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saneados y protegidos para siempre por la Ley había presentado título alguno digno de ser calificado de auténtico y todos
ellos eran conscientes o se sentían autorizados a presumir que
tampoco Flor había presentado título auténtico porque en tal
caso habría recibido la cantidad de tierras consignadas en sus
títulos y por eso no podían ver sin una sonrisa amable en el
mejor de los casos la pretensión de Flor de que se le había suprimido un derecho que le correspondía pero hubo otros que
no le prodigaron esta amable sonrisa sino que optaron por
desmantelar la elocuencia de Flor endilgándole el calificativo
de loco no sin éxito y es entonces cuando Silvestre se pone a su
lado y le prodiga su amorosa compañía por un arranque de
comprensión histórica y de solidaridad humana que en lugar
de contribuir a la serenidad ya que no al restablecimiento del
sentido de la realidad en la mente enfebrecida de Flor contribuyó a racionalizar su vehemencia retórica y por eso éste decidió no seguir hablando más en las esquinas de Puerto Plata
sino trasladarse a la misma Capital y encaminarse directamente al Tribunal de Tierras a fin de poner en claro allí la justeza
de sus protestas y demandas y en efecto un día de ésos tomó la
senda de su destino y debió llegar por fin porque durante un
buen par de semanas largas no se supo más de él y parece que
sus gestiones fueron recibidas bajo los mejores auspicios porque cuando por fin se le volvió a ver en las calles de Puerto
Plata acompañado gentilmente de su amigo Silvestre sus discursos eran menos elocuentes pero mucho más optimistas y en
su rostro se desdibujaban los risueños gestos que anima la esperanza de la victoria y aunque no por eso dejó de ser calificado de loco había en sus respuestas cierta sólida coherencia que
desanimaba a sus detractores y es que además todo individuo
está dotado del derecho de sostener las más dislocadas teorías
y sostener las más irracionales esperanzas si en las unas o en las
otras se perfila aunque sea una remota posibilidad de triunfo
en cuyo caso el desdén y la burla se truecan en admiración y
respeto y algo de esto pareció operar a favor del inefable Flor
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y al fin hubiera podido reincorporarse a la consideración de
sus vecinos si no hubiera sido porque una malhadada noticia
llegada a Puerto Plata por los canales de rigor no le hubiera
hecho saber a él y a toda la comunidad que sus reclamaciones
habían sido desestimadas y que por consiguiente era el feliz
propietario desde entonces y para toda la eternidad de ocho
flamantes tareas de terreno fértil en la zona de Vuelta Larga
aunque no de las 320 que le habían sido ofrecidas ni de los 20
pesos de tierra que le dejó su padre en su lecho de muerte y
fue así como al recibir esta información debidamente sellada y
firmada por autoridad competente Flor se levantó sobre la
punta de sus pies y prorrumpió en la risotada más estruendosa
que haya repercutido jamás en los confines de Puerto Plata y
quien sabe si mucho más allá de sus rutas oceánicas porque en
medio de un sacudimiento cósmico que pareció estremecer al
globo terráqueo Flor dio una vuelta en redondo y cayó de espaldas agitando las manos como si pronunciara un postrer discurso tras el cual cerró blandamente los ojos y se entregó
sumisamente a la eternidad y ése fue el primer contacto de
Silvestre con la muerte y en verdad que nunca más se borraría
de su memoria aunque tampoco se borraría de la memoria de
numerosos testigos que aún hoy cuando ha discurrido más
de medio siglo de su espectacular desaparición del mundo de
los justos o de los injustos sigue siendo referida y comentada
tanto en la norteña Puerto Plata como en la misma sureña y
populosa Capital de nuestros días y así queda visto cuánto más
espectacular e impresionante fue la muerte de Flor que la del
«Viejo Timofei» pues si bien en ambos casos el signo que la
acompaña es propio de la felicidad y se supone que morir cantando y morir en la cúspide de una carcajada son formas extremas de morir feliz lo cierto es que en ambos casos no era la
­felicidad sino la tragedia lo que daba sentido a sus respectivas
muertes porque el «Viejo Timofei» había echado su vida entera cantando por todas las aldeas y había adquirido justa fama
de poseer el más rico y extenso repertorio de canciones desde
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las más antiguas hasta las más modernas y para todas las ocasiones o situaciones previsibles con lo cual aparte de haberse
constituido en una suerte de monumento nacional y andante
de los pueblos eslavos se había dado una existencia segura y
placentera ejerciendo felizmente su profesión de cantor popular hasta que la carga de los años le indicó que había llegado el
momento de traspasar su tesoro folklórico a un legítimo heredero y así fue como en su lecho de muerte se dispuso a enseñarle al nietecito que le acompañaba una y cada una de las
canciones que componían su repertorio para dejárselo en herencia y empezó a cantar sus piezas para todas ocasión en las
que se incluían canciones nupciales y canciones funerales así
como canciones de amor y canciones picarescas y baladas y
romances de aventura y canciones para amantes desgraciados
y viudas desconsoladas y canciones de cumpleaños para festejar los compromisos o el nacimiento de una criatura y para
animar las fiestas y también canciones de feria y canciones reli­
giosas y canciones de trabajo como para la vendimia o la recolección de la mies y canciones de invierno y de primavera y su
voz se iba apagando al paso de las canciones sin que el «Viejo
Timofei» dejara de cantar y de cantar durante días y noches
tomando un sorbo de té caliente de vez en cuando para ahuyentar al silencio definitivo hasta que por fin en medio de una
canción de despedida muy oportunamente seleccionada o tal
vez reservada como un punto final la voz del «Viejo Timofei»
se apagó para siempre y fue de esa manera delicada y en ese
momento entrañable que el «Viejo Timofei» se apagó para
siempre y fue de esa manera delicada y en ese momento entrañable que el «Viejo Timofei» se murió cantando aunque es
probable que con el devenir de los años volvieran a resonar sus
canciones por las aldeas eslavas en la voz exuberante y frondosa de su nieto pero el pobre Flor murió en medio de una risa
extraña porque no podemos saber si se reía de su propio candor al cual se había entregado plenamente creyendo que la
voluntad de su padre moribundo era una ley sagrada entre los
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hombres y que no había decisión humana que pudiera destruir ni siquiera conmover la solidez de las tierras comuneras o
tal vez se reía de verse incorporado de manera perpetua al
reino de las nubes y quién sabe si se reía de un país que le parecía incapaz de rebelarse y defender sus tradiciones a dentelladas o del destino que supuestamente le esperaba a aquellos
que le habían tildado de loco mas en cualquiera de estas posibilidades queda abierta la conjetura aunque no para Silvestre
pues para él la risa de Flor fue la expresión profunda y dolorosa de una tragedia de su propio país ya que de todas maneras
el país de Flor aunque fuese un país en situación de cambio y
en el umbral de la despedida era también su país y desde luego
no queda constancia literal de que ésa fuese su conclusión íntima e irrevocable pero queda siempre ese recurso de la gente
sensata que consiste en apegarse a los hechos y deducir de
ellos las motivaciones e impulsos de la condición humana y la
verdad es que Flor le dejó planteado a Silvestre un destino que
debía resolver con su propia vida como si después de haber
consultado los oráculos le hubiera dejado escrito en un papel
un acertijo fonético tan impertinente y terrible como éste
qué hacer hacer K del hacer K
para que Silvestre se rompiera la cabeza toda la vida
Más allá de la suerte,
más allá de la tierra,
más allá de la mar y de la muerte […]
El dios ibero
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Al ser un estanque verdadero era contorno y retorno porque
todo lo que se encontraba en su derredor se sumergía en sus
intimidades acuáticas y retornaba convertido en ondulaciones
de frescura era pues y después de todo como esos espejos de
ancha luna que al colocarse sobre una pared generan más espacio y más luz para que todo aquello que se mueve se acomode en sus entrañas y así disfrute de esa especie de libertad que
consiste en girar alrededor de uno mismo como esos abanicos
eléctricos convencidos de que algún día serán capaces de volar
y atravesar el espacio y la luz de los planetas y por eso lo más
natural es que allí hubiera encontrado su pequeño y amoroso
mundo un pececillo que al principio no fue sino una célula
solitaria e indivisa y además descolorida y más tarde un conjunto de células en pleno crecimiento al recibir las emanaciones
nutritivas del calcio y las proteínas suspendidas en el ámbito
líquido que le servía de habitación y de sustento y un poco
también de parque de diversiones en el cual aprendió a moverse y a dar vueltas incansablemente alrededor de sí mismo hasta alcanzar un grado de conciencia que le permitía registrar
cualquier perturbación que se producía en la superficie a la
cual respondía rápidamente produciendo allí unas perceptibles convulsiones a las que seguía la excitación y la sorpresa de
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la gente sencilla que aproximaban su temperatura a sus aguas
indómitas y a las cuales él obligaba a decir con ese cariño cursi
y convencional de los buenos vecinos
tanto se mueve que no debería llamarse Bonifacio sino Remolino
porque aunque parezca completamente fuera de tono hablar de cosas que han sucedido verdaderamente sirviéndose
de esa estratagema traslaticia e imprimiéndoles ese giro metafórico tan común a la obra literaria pero no al registro de
la vida real la verdad es que Romanita se convirtió desde su
regreso a su antiguo hogar en un estanque verdadero tanto
por su propia vocación como por un acuerdo fundamental
entre ella y su marido Bonifacio que se formalizó cuando ella
tomó la decisión de retornar al hogar común por sus propios
pies y no arrastrada por los moños como parecía ser su destino
inevitable y en consecuencia llegó el momento en que ella empezó a sentir que sus entrañas se iban volviendo acuáticas pero
téngase por cierto que no se trata aquí de ninguna fantasía
literaria pues por mucha gente instruida y aun por no pocas
que sólo están en vías de serlo se puede saber que hace más de
veinticinco siglos contándolos sobre la Era Cristiana ya hubo
un gran filósofo y como tal depositario de la única ciencia poseída entonces y a quien se tiene como el primero en dejar
constancia de su existencia en la cultura llamada occidental
o si se prefiere accidental puesto que su ubicación geográfica
responde a un accidente el cual afirmó con autoridad asombrosa que todo lo que existe en el mundo es agua y que en
consecuencia todo ha venido del agua incluyendo a los seres
humanos y esto no desmiente la consabida doctrina formulada
poco menos que a la altura de nuestros tiempos según la cual
éstos descienden del mono puesto que de acuerdo con el antiguo filósofo también el mono d
­ esciende del agua de manera tan elocuente y perseverante que ya podemos afirmar que
antes de haber sido mono y después gente todos hemos sido
pez lo cual no deja de ser más consolador sobre todo cuando
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por fin la ciencia acabó por descubrir que el viejo filósofo tenía razón puesto que las formas más elementales y primitivas
de la vida en este planeta se encuentran en un pececillo llamado trilobita o algo parecido que viene a ser el primer ser
viviente de que se tiene noticia y por tanto el abuelo común
de todos los animales superiores teniendo por tales a los que
tienen columna vertebral también llamada espinazo y espina
dorsal en homenaje a estos remotos antecedentes espinosos
pero todavía hay algo más impresionante por tocarnos más
de cerca y es que se ha llegado a comprobar que el líquido en
que se cría el embrión humano en el vientre materno y que se
derra­ma como un anuncio de que el niño va a nacer lo cual
se denomina entre parturientas y vecinas «romper fuente»
tiene exactamente la misma composición química del agua
de mar y forzosamente eso nos obliga a admitir que toda mujer que se encuentra en estado de gestación y no solamente
Romanita lleva en sus entrañas un pequeño jirón del océano
como recuerdo de su más remota existencia marina a fin de
que el fruto de sus amores se desarrolle en el medio que le es
natural y propicio lo cual quiere decir que toda persona ha
comenzado por ser en el vientre de su madre un auténtico
pececillo y que por tanto ella se comporta a la luz de la ciencia
tanto como a la de la poesía como un «estanque en calma»
como dijo el poeta y como lo ha demostrado la ciencia por
diversos caminos y por eso en el caso de este determinado estanque llamado Rufa en La Romana y Romanita en la Capital
no nos movemos en la esfera de la imaginación sino en la de los
hechos concretos debidamente certificados por la experien­cia
de los hombres pues bien como íbamos diciendo las pequeñas
ondulaciones que se manifestaban en la superficie del vientre
de Romanita como en la de un estanque indicaban la presencia
de un pececillo que ya había recibido el nombre de Bonifacio
más por el deseo de que fuese un varón que por la certidumbre de que lo era y a eso se debía que alguna vecina conversadora estimara que mejor le venía el nombre de ­Remolino
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en ­reconocimiento de una vivacidad que se adelantaba a la
vida propiamente dicha y todo esto debido a que la realidad
había venido a darle la razón también a otro filósofo de la misma cultura accidenta y de la misma época y del mismo país
del anterior que había afirmado con la misma pretensión de
autoridad y de genio que todo cambia y que nadie se baña dos
veces en el mismo río porque la segunda vez el río había cambiado ya y el hecho es que Bonifacio a quien debemos reconocerle por esta vez una decidida firmeza en el cumplimiento
de su palabra había cambiado con el más absoluto respeto a la
filosofía griega aunque no necesariamente porque se sintiera
comprometido con ella sino con Romanita cambiada por esas
mismas circunstancias en doña Rufa igual que su vientre plano
de antaño adoptó una fisonomía combada y asumió con toda
dignidad su condición de estanque y en verdad que daba gusto
verla circular por su casa con su desplazamiento maternal disponiendo cosas de allí y cosas para allá que eran usualmente
ejecutadas por una trabajadora de la localidad que Bonifacio
había puesto amorosamente a su servicio y así fue como un
día esta muchacha que había llevado a cabo todo el delicado
ceremonial de la limpieza a fuerza de trapo y escoba se asomó
al estanque en calma y le dijo
doña Rufa voy a botar el paquete de la basura
y de súbito fulguraron los ojos de la antigua Romanita y
como que no era necesario formular de manera concreta su
consentimiento se desprendió de sus ojos fulgurantes una mirada intensa y nostálgica que parecía perforar las entrañas del
pasado y situarla automáticamente frente al vertedero capitalino y esta mirada siguió a la muchacha hasta que ésta llegó a
su destino donde se detuvo un instante para volver su rostro
hacia el fondo de la calle mientras una de sus manos se dirigía
al encuentro de la otra para lanzar el paquete y transcurridos
exactamente 40 segundos se vieron libres y el paquete en el aire
hasta que se desprendió desgarradoramente de la mirada intensa de Romanita y fue a caer más allá en algún sitio d
­ esconocido
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y como que sabemos que estas miradas de Romanita tienen esa
afición a conducirse como los seres humanos y un poco como
las alegres comadres de Windsor regresó lentamente hacia los
ojos de donde habían partido y volvieron a partir sin dejar ningún mensaje esta vez hacia un punto mucho más cercano pues
se trataba del propio vientre de Romanita donde se detuvo a
observar los pequeños saltos que se advertían ya a simple vista
por encima de la bata de maternidad que la envolvía
cómo va navegando ese pececillo
con esas palabras saludó un personaje provisto de maletín
negro que acababa de hacer su entrada y se encaminaba directamente hacia el estanque con la notoria intención de asomarse a sus profundidades como pudo advertir la mirada siempre
vigilante de Romanita al separarse del vientre para reconocer
al médico recién llegado
parece que va remando por aguas difíciles porque sube y
baja o se tira de un lado y del otro como si estuviera luchando
con un temporal
así respondió Romanita al saludo del facultativo quien de
inmediato ordenó que se pusiera agua a hervir y de paso le colaran café mientras se arrellanaba en un sillón cercano sin que
Romanita realizara el menor movimiento para no perturbar
los movimientos de su pececillo
muy bien muy bien quizá lo mejor es que haga todas esas
maromas porque el mundo que le espera no va a ser tranquilo
y va a exigir de él todas sus facultades físicas
esto decía el médico echando una ojeada a su alrededor
que era más de disfrute del ambiente que de reconocimiento
de la casa porque es indudable que se dejaba invadir por cierto
deleite hogareño que infundía la casa de Romanita a pesar de
su disposición extremadamente sencilla pues en reali­dad era
un simple paralelogramo al que se llegaba atravesando una
verja que daba acceso al jardín e inmediatamente a la sala únicamente separada del comedor por algunas ­mecedoras en la
cual se encontraban instalados Romanita y el médico ­recién
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llegado mientras que a ambos lados de este espacio se encontraban las habitaciones y cuarto sanitario de un lado y cocina
del otro de manera que la sala y el comedor continuos quedaban comprendidos en estos compartimientos pero en cambio formaban una comunicación perfecta e ininterrumpida
entre el jardín y el patio que en realidad era otro jardín lo
cual ­permitía que se estableciera una corriente de aire fresco
y luminoso que al ir y venir del jardín al patio y a la inversa de
acuerdo con la altura del día dejaba particularmente a la caída
de la tarde y anunciando la noche una carga del perfume de
las flores sumamente grata y acogedora como si todo estuviera
limpio y acabado de embalsamar para recibir a un huésped
muy estimado y todo esto inducía una predisposición amable y
cierto deseo de entablar conversación
doña Rafaela yo vine a este lugar en 1930
Romanita fijó su atención al oír estas palabras en la sienes
del médico donde aparecía un velo blanco que descendía de
su cabeza como esas hojas que al desprenderse del follaje pierden su color y tienden una alfombra alrededor de su tronco lo
cual le indicó que el médico había venido a La Romana en los
días que ella misma estaba naciendo y que era hombre ya de
sabiduría y experiencia
de manera que cuente usted y verá que hace ahora 20 años
que ando por estos andurriales lo que significa que ya no me
quedan muchas energías físicas para afrontar el futuro que nos
espera y será a esas criaturas que están como la suya ­lidiando
con la oscuridad a las que les tocará lidiar con este mundo
de ese tono fueron las palabras que pronunció el ­médico
mientras esperaba con un cigarrillo sin encender en una mano
y una caja de fósforos en la otra a que le trajeran una taza de
café cuyo aroma vivificante y evocador llegaba ya a sus inmediaciones
pero veinte años no es nada
replicó Romanita parafraseando al cantante argentino fallecido quince años atrás cuando ella era una niña pero cuyas
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canciones en que proliferaban las metáforas y las alusiones constantes a la filosofía popular lo convertían en fuente de refe­rencia
para aquellas personas que sin poseer una educación superior
se veían envueltas en conversaciones más o menos profundas
cierto cierto pero no sabemos cuántos nos faltan todavía y
lo que es ya completamente seguro es que al fin de esos años
la vida va a exigir de los hombres muchas energías y mucha
suerte para sobrevivir y para cumplir las tareas que caerán sobre sus hombros porque la mía ha sido una generación desgraciada para la cual no existe futuro así charlaba el médico
cuando por fin llegó la taza del humeante café que fue sorbida
con deleite sibarítico tras de lo cual encendió su cigarrillo y se
envolvió en una nube de humo azul dentro de la cual Romanita lo contempló un instante como si estuviera en el cielo y
aprovechó el silencio para librarse de un comentario al que la
obligaba un tema cuyo contenido ella no podía descifrar puesto que se materializaba en un asunto concreto y ella trataba
de orientarse recordando otras conversaciones en las que se le
anunciaba la llegada del Señor pensando que era tal vez a ese
futuro y a ese orden de ideas hacia donde se dirigía la conversación del médico y se aventuró a decir
usted comprenderá doctor que en mi condición lo único
que puede interesarme es el futuro y lo único que puedo comprender es el pasado naturalmente
respondió el doctor
y a mí en cambio lo que me atormenta es el presente porque significa una liquidación y echó una bocanada de humo
celestial impregnado de tristeza
una liquidación de las capas renovadoras del país porque
el silencio aniquila las voces creadoras de los pueblos y aquí
se ha apagado el periodismo el teatro la poesía y la novela
y se nos ha dejado la palabra sólo para ensalzar los méritos
convencionales del beneficiario de esta situación porque la
guerra mundial que acaba de pasar era la última esperanza
de un cambio de este régimen sombrío y los años han p
­ asado
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sin otro resultado que la profundización del silencio y la obsesión horrenda de salvar la vida en medio de una persecución sorda y una amenaza constante
Romanita lo escuchaba estupefacta
el nuestro es un horizonte de sangre cualquiera que sea la
dirección en que uno tienda la vista
el médico no parecía darse cuenta de que hablaba con ella
pues hablaba como un sonámbulo puestos los ojos en la altura
innominada
no nos queda otra alternativa que la catástrofe y por más
que tratemos de evitarlo esta catástrofe se desencadenará sobre
este pueblo más tarde o más temprano y no seré yo quien lo vea
porque no está en mi naturaleza la tolerancia ni he llegado a la
medicina para contemplar el dolor en la indiferencia sino en el
esfuerzo para suprimirlo de los cuerpos tanto como de las almas
y mientras el médico hablaba la antigua Romanita empezó a sentirse sacudida por una onda de terror pues le parecía
aclaro que una persona que por aquellos días hablaba en esos
términos estaba rondando las fronteras de la muerte y tal vez
incitando a la muerte a rondar otras fronteras
no me siento bien
le dijo para interrumpirlo y el médico comprendió de golpe que había invadido un terreno sumamente peligroso porque en esa época existía lo que se llamaba «el miedo al miedo»
debido a que una persona podía denunciar a otra por miedo
a ser denunciada por ella y se establecía una cadena de miedo
que se traducía en silencio absoluto y en paralización total de
la vida espiritual de la población por lo cual y bajo esa impresión el médico se apresuró a decir oh sí
y agregó
es posible todo en su estado Doña Rufa y lo mejor es que
veamos en la cama qué es lo que le pasa a ese maromero
y después de disponer un conjunto de actividades que encomendó a las domésticas procedió a examinar a su paciente
con dedicación suma y por fin arreglándose los espejuelos le
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dijo mientras se lavaba las manos en una jofaina ya dispuesta
para ese propósito
Doña Rufa va a ser necesario que usted abandone esa poltrona y me camine bastante porque su marinerito se está encontrando en dificultades y hay que ayudar así es que no le
tenga miedo a los kilómetros y váyase al corte donde Bonifacio
está tirando la caña
a lo que Romanita replicó
no hay que tenerle miedo a los kilómetros doctor sino a
la vida
y el médico dejó escapar una carcajada bondadosa que
cortó para decirle paternalmente para defenderte de la vida
tienes a tu marido y tienes a tu médico
es cierto
contestó ella
por eso me preocupan tanto los dos
y el médico esta vez sonrió agradecido y llegó hasta la
puerta de la habitación para retirarse cuando ella se dirigió
de nuevo a él
doctor
le dijo
y él se volvió con ternura y la contempló durante un breve momento durante el cual se tendió entre ellos un silencio
bailador que fue y vino saltando entre unas preguntas y unas
respuestas que no fueron formuladas sino tendidas como cuerdas elásticas entre los dos hasta que por fin ella le dijo con una
profunda carga emocional un poco primitiva
cuídese
y pudo pensar que con esta palabra lo cubría con una armadura de acero frente a todas las eventualidades pero el médico
sólo le dijo adiós y ella pudo escuchar cómo sus pasos se encaminaban hacia afuera y se apagaban al llegar al jardín quedando
ella envuelta en una onda reflexiva
no sé pero me parece que ese hombre estaba hablando de
muerte
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comentó Romanita cuando el médico se hubo marchado
porqué dirá usted eso
preguntó la muchacha del servicio de la casa mientras la
ayudaba a levantarse
no sé pero hablaba con mucha amargura de cosas muy
tristes que yo no pude entender y además me parece que él
mismo tenía miedo de algo
y un comentario de esta naturaleza no podía tener otro resultado que provocar la curiosidad de la muchacha y obligarla
a preguntas
pero bueno miedo de qué
de nada
contestó Romanita
hay gente así
y en este punto la conversación tenía que concluir forzosamente o introducirse por un terreno sumamente delicado por
lo que ella prosiguió cambiando el tema de la conversación
parece que la criatura no viene muy fácil y me dijo que
tenía que caminar mucho y a mí estas cosas me ponen nerviosa
usted pensará que el miedo es por usted
búscame los zapatos
dijo Romanita por toda respuesta
los de tacón bajo porque estas chancletas no me sirven
para ir a alcanzar a Bonifacio que debe estar por venir ya
y la muchacha se apresuró a cumplir su encomienda
mientras Romanita quedaba envuelta en una onda de misterio que tenía como todos los misterios una profunda aversión
a las palabras
La madre, ceño sombrío
entre un ayer y un mañana,
ve unas ascuas mortecinas
y una hornilla con arañas.
Nuevas canciones
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Así como Silvestre conoció la muerte en forma de risa debía
conocer ahora el amor en forma de llanto para alcanzar las
dos calificaciones más altas de la sabiduría humana y como
que tanto el amor como la muerte y probablemente también
la noción de patria sólo se encuentran en la vida real unidas
a las personas de carne y hueso a él se le presentó el amor en
la encarnadura fragante de una joven criolla a quien le so­
brevino una crisis de llanto de esas comúnmente denominadas «ataques» cuando ocurren durante un mortuorio y esto
ocurrió mientras Flor se encontraba de «cuerpo presente»
después de haber sido sorprendido por la muerte en la cús­
pide más elevada de la espiral de la risa y como que la muchacha se había desplomado y hubo que trasladarla a una cama
Silvestre fue de los hombres que la cargaron en peso con toda
la seriedad y el dramatismo de la situación pero el cuerpo
de la muchacha quedo durante el traslado demasiado cerca del núcleo de su torrente sanguíneo de manera que las
eventuales convulsiones a que la sometían sus nervios le
arrancaban a él una respuesta caliente que estremecía todo
su organismo y lo hacían temblar subterráneamente como
si fuera el hemisferio occidental y todavía con más ímpetu
cuando al depositarla en el afortunado lecho el vestido de
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la muchacha quedó en actitud de florido ofrecimiento más
arriba de la carnosa rodilla y una vieja se precipitó a bajarlo sin tiempo para llevar a cabo simultáneamente la misma
operación con el escote lo cual colocó a Silvestre en la situación de asistir al espectáculo más hermoso de la naturaleza
que consiste en la explosión de sus fuerzas más sanas en el
pecho de una muchacha y en la ruptura de la corteza que
envuelve la semilla en contacto con la humedad y no es que
antes Silvestre no hubiera conocido esta especie de reventazón volcánica puesto que sabía lo que era la eclosión de
la madrugada y el nacimiento de una potranca y el salto de la
crisálida a mariposa sino que por primera vez este acontecimiento natural que era el alzamiento de los pechos para
alcanzar su coronación rosada se manifestaba en su propia
sangre y ponía en tensión las más íntimas fibras de todo su
organismo convirtiéndolo a él mismo en una fuerza suprema
del mundo natural y en consecuencia la vieja que expulsaba a
los hombres de la habitación con toda la energía que le otorgaba su carga de experiencias tuvo que forcejear un poco si
no con los músculos al menos con las palabras para arrancar
de allí a Silvestre aunque no a las incoercibles intenciones de
su pensamiento el cual sin tener en cuenta a nada ni a nadie
se comportó como se comporta el pensamiento libre y a veces
el cuerpo esclavo y precipitándose sobre ella hundió la boca
agria en la boca de la muchacha que al ser exprimida entregó
una brutalidad pulposa mientras las manos chocaron torpemente buscando dónde herir con las uñas para apropiarse
de la eternidad porque dice un poeta que todo goce busca
eternidad busca ardiente y sofocante eternidad pero se trataba sólo de un mal pensamiento aunque presentaba todas las
características de la realidad que se hizo sensible cuando una
mala palabra de la vieja exaltada por la responsabilidad
¡salgan de aquí carijo!
lo restableció en el mundo y en la sociedad de los hombres que entonces se encontraban conversando acerca de
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esas ­cosas públicas que a los hombres les gusta discutir en
privado y entre ellos se encontraba el joven K quien era ya
para ese año de 1920 dirigente obrero y se carteaba oficialmente con la AFL que era entonces un movimiento sindical
muy avanzado de los Estados Unidos y fue más tarde en Macorís del Este un activo organizador obrero y editor de una
publicación sindicalista y naturalmente se encontraba entre
ellos nada menos que Villamán su maestro y un personaje
cuya nacionalidad española se descubría a distancia principalmente al despegar los labios y estos y otros era gente de
alguna ilustración y conocedora de cosas de los grandes países según se desprendía de la naturaleza y el timbre de los
temas que giraban en torno a la conversación y desde luego
Silvestre no podía aprovechar al máximo el rendimiento de
aquel encuentro por las limitaciones de su propia ilustración
aunque no de su inteligencia pero todo su sistema orgánico
se encontraba en proyección intensa hacia la cama en que yacía la muchacha y sus ojos no podían desprenderse de la luz
que débilmente iluminaba la puerta sujetando así su capacidad mental puesto que se sabe que para entender bien las
cosas hay que mirar los labios que las explican sin embargo
esto no impidió que se fijaran en él algunas palabras nunca
antes oídas y aunque esto pueda hacer pensar que este joven
se encontraba siempre en el sitio en que se pronunciaban las
palabras memorables debe entenderse que en ese período
sombrío de la vida histórica del país todos los jóvenes estaban
de una manera o de la otra en la misma situación porque
la intervención militar extranjera exacerbaba hasta el límite la
preocupación de todas las capas de la sociedad y principalmente la atención de los jóvenes y eso explica que cuando
Silvestre retornaba de su imaginaria aventura por ese mundo
secreto y ardoroso que encerraba el cuerpo de la muchacha y
en donde él tan pronto ascendía las colinas como descendía a
la grutas fragantes y oscuras se encontraba de súbito con esas
palabras frías que saltaban en el centro de la conversación y
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entre las cuales fulguraban como en una especie de sortilegio
las palabras «Reforma Agraria» y «Gavilleros» las cuales se
­alternaban con las fugaces apariciones de la vieja en el dintel
de la puerta de la habitación que era lo que restituía a la realidad los pensamientos que flotaban sobre la muchacha
la verdadera misión que están llevando aquí los marines
es realizar una Reforma Agraria que de haber sido realizada
por los propios campesinos hubiera sido una revolución agraria porque las reformas vienen de arriba y las revoluciones de
abajo
esto más o menos escuchó Silvestre en boca de uno de los
contertulios aunque sólo con la mitad de su atención porque
la otra mitad acechaba en la sombra como una bestia herida
en fin es que lo mismo da porque lo que hizo de los Estados Unidos una gran potencia fue el de haber establecido la
propiedad privada del campesino llevando a cabo una Reforma Agraria en época temprana
así replicaba una voz que para Silvestre era inconfundible
puesto que la había oído centenares de veces en la escuela
pero no podía reconocer ni le importaba mucho las otras voces que alternaban con ella
y de qué diablos nos sirve si esa reforma nos pone aquí a
Flor de cuerpo presente en vez de haberlo hecho rico
Silvestre aquí se entregó de lleno al curso de la discusión
porque en esos momentos la vieja se asomaba a la puerta dándole fuego a un cachimbo impresionante
yo no entiendo de esto yo no entiendo otra cosa que a los
gavilleros y si aquí todos fuéramos hombres habría gavilleros
en todas partes y no solamente en el este
y esas palabras actuaron como un resorte que disparara
sobre el fuego de la discusión
ésa es otra diferencia porque en Estados Unidos la Reforma Agraria se llevó a cabo de manera pacífica mientras
que aquí se impone por la violencia y la violencia genera la
violencia
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y aquí saltó el español haciendo zumbar las zetas
por los cuernos del diablo aquello no fue pacífico ni cosa
que se le parezca y hay que ver lo que costaba en Tejas tirar una
cerca para aprovecharse de lo que llamaban «tierras libres»
porque eran del Gobierno y todo el mundo podía usarlas y los
vaqueros lanzaban una estampida del ganado sobre las cercas
recién tiradas y arrasaban con los alambres de púas y con todo
lo que encontraban en el camino e impulsando el ganado a
tiro limpio y certero
Silvestre miró entonces a su antiguo maestro que pareció
saltar para decir lo que pensaba
pero eso es un desatino si no tenemos con qué responder
y no olviden que el otro día cayó un aeroplano por los lados
de Vuelta Larga
pero estas palabras pusieron al antiguo maestro de Silvestre en una situación embarazosa que atrajo la atención de su
discípulo Silvestre a quien esa voz tenía el privilegio de arrastrar inevitablemente su atención
yo no estoy defendiendo a los americanos porque sé que
están cometiendo un atropello a favor de las compañías azucareras ansiosas de tierra abundante y barata lo que yo digo es
que esta Reforma Agraria era necesaria y que nosotros mismos
hemos debido llevarla a cabo
y como que en este punto las réplicas se desvanecieron
en murmullos sin articularse de manera coherente Villamán
añadió algunas ideas que merodeaban los reinos del vaticinio
andando el tiempo esta Reforma Agraria invertirá su sentido una vez que haya cumplido su papel histórico y entonces
volverá a surgir la necesidad del cambio y así como ahora la
marcha de la historia va de los «terrenos comuneros» a la propiedad privada que es lo correcto aunque no dirigida por unos
marines poco hábiles en tierra llegará el día en que la dirección
se invierta y retorne de la propiedad privada a los «terrenos comuneros» en la forma moderna porque toda la vida histórica
de este país gira en torno a ese problema
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Silvestre se disponía en esos momentos a escuchar la réplica a unas ideas que sin duda lo dejaban envuelto en un océano
de interrogantes pero en esos instantes asomó por el dintel de
la puerta la muchacha llorosa que Silvestre había tenido en
sus brazos y fue como si el mundo saltara de su eje público y
empezara a girar precipitadamente en torno a su eje privado
dando vueltas y más vueltas en torno a su corazón y arrancando bruscamente a Silvestre del núcleo teórico en el cual la casualidad lo había inscrito como si hubiera sido una pequeña
Universidad mientras lo empujaba hacia la muchacha que en
esos momentos se acomodaba sus cabellos con los brazos en
alto de una manera peculiar que acentuaba el bramido de sus
pechos y la hacía oscilar sobre su cintura como si fuera un péndulo invertido con esa armonía de movimientos y ese ritmo
que identifica a una criatura femenina y desde luego Silvestre
se apresuró a colocarse a su lado sin que ella hiciera el menor
gesto de rechazo exactamente como lo habría hecho si ambos
hubieran sostenido relaciones amorosas desde mucho tiempo
atrás y como que a pesar de que la atención de Silvestre se concentraba de manera total en la muchacha la distancia en que
se encontraban de la reunión de los hombres ilustrados era
mínima todavía fue posible que llegara a los oídos de Silvestre
la voz del español aparentemente indicando que la conversación se encaminaba por otros cauces
el drama de España consiste en que se lanzó a la aventura
de América antes de consumar una transformación a fondo
de las estructuras feudales en el campo y ahora en 1920 la
vida campesina sigue siendo la misma que en 1520 y eso significa que España no llegará a conocer la democracia moderna a menos que resuelva el problema de la propiedad de las
tierras y por encima de ella pasarán todas las circunstancias
europeas y españolas como si ella perteneciera a otro continente y cuantas tentativas se hagan allí por implantar un
régimen político a la moderna se estrellarán ante esa muralla
histórica
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pero Silvestre había encontrado ya el camino de las sombras y en el seno de ellas se perdió en busca del amor y ese
problema que involucraba el juicio tanto como el pronóstico
se disolvió en la bruma
¡Oh, tú, Azorín, escucha: España quiere
surgir, brotar, toda una España empieza!
¿Y ha de helarse en la España que se muere?
¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?
Para salvar la nueva epifanía
hay que acudir, ya es hora,
con el hacha y el fuego al nuevo día.
Oye cantar los gallos la aurora.
Desde mi rincón (1913)
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Afortunadamente Romanita tenía un jardín y un estilo de cultivarlo que sólo existía en su cabeza cuando la llamaban Romanita pero que se encontraba firmemente enraizado en la tierra
y además sometido a su estilo personal cuando la llamaban
Rufa debido a que la polaridad de esos dos nombres respondía a las determinaciones geográficas de su propia existencia
siendo unas si se encontraba fugitiva en la Capital y otras completamente distintas y casi incompatibles o incompatibles por
completo cuando se encontraba en La Romana sobre todo en
las circunstancias victoriosas de un retorno que había producido un cambio tan radical en Bonifacio tanto como en ella
misma y esto se hizo evidente y palpable en su jardín por ser
el aspecto donde se ponían más al alcance de los sentidos los
humores de su convivencia cuya conjugación alegre se evidenció desde las primeras aguas amorosas que descendieron de
sus manos como si fueran nubes para llenar de linfas claras las
raíces oscuras si no es que se la veía a ella misma cubriéndolas
no ya como sube sino como flor entre las hojas verdes y las
ponientes malvas y esta evidencia se hizo más conmovedora
para los ciegos por eso del estilo peculiar de Romanita o Rufa
al panificar su jardín que consistía en consagrarlo únicamente
a las flores caracterizadas por su fragancia en lugar de serlo
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por su belleza coincidiendo involuntariamente con una tendencia muy original de la que ella no tuvo noticia ni antes ni
después ya que se originó en Inglaterra en la ciudad de Exeter
en 1939 y en los Estados Unidos diez años después en la ciudad
de Lima en Pennsylvania en 1949 justamente en los momentos
en que Romanita abandonaba ese nombre y ese lugar en que
tuvo su origen para reintegrarse a su hogar en La Romana con
el apelativo auténtico de Rufa y ese estilo peculiar ya que así
le llamamos resulta sumamente interesante y sobre todo útil
pues los jardines creados con el criterio de la fragancia resultan un regalo incomparable para los ciegos y por eso han sido
denominados «jardines de ciegos» o más lindamente todavía
«faro de los ciegos» con cuyo nombre se designó uno de estos
jardines monumentales en Chicago mientras la invención de
Romanita pasaba inadvertida en nuestro país porque sus recursos eran sumamente limitados y ella no pudo ir más allá de
sembrar algunas plantas muy conocidas y fáciles de conseguir
en sus alrededores como jazmines o galán de noche esta flor
que disemina sus olores al caer la tarde para embalsamar la
noche y la resedá que no tiene rival en la densidad y la dulzura de su fragancia y las mismas rosas cuando no son muy
finas porque la hibridación que llevan a cabo los cultivadores
profesionales para obtener variedades nuevas basadas en su
hermosura que consiguen sacrificando su olor tal vez debido
a que la reproducción dirigida por el hombre hace innecesaria a la planta la facultad de atraer a los insectos con su olor y
asegurar la perpetuación de la especie mediante el concurso
de sus patas convertidas como se sabe en portadoras gratuitas
del polen con sus atributos genéticos y también los nardos las
azucenas y los claveles que se disputan la atmósfera impregnándola de recuerdos de la infancia y un árbol grande y de
raíces muy vigorosas que levantan el suelo por lo que no es
muy cultivado cerca de las viviendas si el piso reposa directamente sobre la superficie de la tierra y cuyo nombre revela su
origen «ylang−ylang» de procedencia oriental intensamente
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perfumado y una enredadera de incomparable perfume denominada «velo de novia» que parece efectivamente tender
un velo enamorado sobre las casas en las cuales crece y que es
formado por innumerables florecillas blancas que emiten un
aroma increíblemente agradable y desde luego los lirios que
constituyen una larga familia de la cual no pocas variedades
se dan silvestres en nuestro país y Romanita o Rufa cultivaba
también unas plantas que además del perfume le regalaban un
servicio adicional la yerbabuena o menta propia para infusiones y cocteles y como el orégano cuya flor diminuta da un olor
finísimo y cuyas hojas intensamente aromáticas se usan en la
cocina y de ese mismo tipo era la llamada «yerba luisa» cuya
florecilla morada es también muy delicadamente perfumada
aunque pierde ese precioso atributo cuando es separada de
la rama mientras las hojas conservan el suyo y son utilizadas
para el baño debido a ciertos poderes mágicos popularmente
apreciados y asimismo el tabaco del cual tenía una que otra
planta no por el conocido valor de sus hojas sino por el delicado perfume de su flor y también el limonero favorecido
con la dote legendaria del azahar y de sus hojas con las cuales
se preparan infusiones y con el famoso fruto del cual no hay
que hacer ponderaciones pero además de éstas cultivaba Romanita o Rufa el pachulí cuyo aroma encantador no reside
en la flor sino en la raíz la cual suele colocarse entre la ropa
recién lavada o en las cartas de amor como se hace también
con el «ylang−ylang» pues ambos retienen su perfume durante mucho tiempo casi indefinidamente y en esa original y encantadora faena pasaba Romanita o Rufa buena parte del día
prendiendo una estaquita de gardenia o trasplantado sus narcisos o sus verbenas por cierto emparentadas con la «yerba luisa» que pertenece a las verbenáceas aunque por su perfume de
limón la verbena propiamente dicha podría no parecerlo y de
improviso porque Romanita cuidaba su jardín aún en estado
avanzado de gestación se presentó un viaje completamente inesperado y sorpresivo que hizo temer a algún vecino un nuevo
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rompimiento debido a que las cicatrices del anterior podían
no haber quedado firmemente cerradas como suele ocurrir en
estas desavenencias matrimoniales y particularmente pudo haberle parecido así a la familia en cuya casa Romanita adquirió
ese sobrenombre pues hacía pocos días les había dirigido una
carta sin haber dado la menor indicación de que preparara
viaje hacia la Capital como podía haberse esperado de haber
sido planificado con suficiente antelación
Doña Susanita recibí su carta en que me dice que la cotorra
que le envié ya aprendió muchas malas palabras
y es que esos animales son así pero aseguro que eso lo llevaba
aprendido porque se la trajeron a Bonifacio unos marinos
que diz que la consiguieron en La Saona yo quiero enviarle
ahora un búcaro que me trajo Bonifacio diz que de Macao
donde lo cogieron unos cazadores de palomas
pero el búcaro canta las horas como si fuera un reloj
y es muy manso y limpio Bonifacio dice que atrasa pero Bonifacio siempre ve las cosas a su manera yo encuentro que el búcaro
y el reloj que él me compró en la Capital van siempre parejitos
aunque debo declararle doña Susanita que aunque las horas
de nosotros dos son distintas y cada uno tiene las suyas Bonifacio es otro Bonifacio digo que Bonifacio ahora es un encanto
y yo quisiera que usted viera cómo atiende mi barriga
como si fuera un comadrón
y casi todos los días me hace visitar por el médico y me pregunta
Rufa qué te dijo el médico Rufa cómo has pasado el día
cada vez que viene de la calle
por cierto que el otro día me trajo el periódico para que viera
que con las lluvias el agua se metió en la Capital en el basurero de nosotros
y regó la basura por todos lados y yo me acordé tanto de ustedes doña Susanita y de lo bien que ustedes se portaron conmigo sin saber quién era yo y Bonifacio los quiere mucho a todos
ustedes por lo que le he contado yo y
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bueno dígame si quiere el búcaro porque aunque los cibaeños
dicen que los capitaleños son búcaros porque viven a orillas
del mar yo no vi ninguno por allá y éste canta las horas mejor
que la sirena del parque de bomberos
y apuesto a que usted no me dice cuál es el nombre que le
hemos puesto
pues le pusimos Romanito
y bueno doña Susanita ahora yo puedo decirle que soy una
mujer feliz y cuanto antes debí haberme ido para la Capital
porque Bonifacio no sale no bebe no tiene ojos nada más que
para mí y Rufa para aquí y Rufa para allá
y ahora quiere ampliar la casa diz que porque va a ser pequeña cuando llegue el niño
y Bonifacio y Bonifacio perdóneme que le hable tanto de Bonifacio porque de qué otra cosa le voy a hablar
si entre Bonifacio y la barriga que me da tremendas patadas
no tengo otra vida y dígame si a la cotorra le pusieron Romanita para cambiarle el nombre al búcaro y no se olviden de
decirme que lo quieren y bueno doña Susanita hasta pronto
Rafaela Jáquez de Lindero y por ahora no pienso ir a la Capital hasta que nazca el niño para que lo conozcan porque el
objeto de esta carta es que yo quiero que usted y el caballero me
lo bauticen y sean sus padrinos adiós
de manera que el viaje de Romanita debía constituir una
sorpresa inclusive para ella misma pues de no ser así ella no
habría escrito esa carta sino otra para anunciarle el viaje y en
efecto allí le anuncia un viaje sólo para cuando hubiera nacido
el niño aunque no deja de indicar de paso que el tiempo de
ella y el de Bonifacio no marchaban acordes lo que en cierto
modo significa que tampoco marchaban acordes sus respectivas voluntades y parece haber sido ése el caso pues el viaje en
cuestión no fue determinación suya sino de Bonifacio y aun en
su caso también por circunstancias ajenas a su voluntad y que
brotaron a raíz de una conversación entre ambos que comenzó de la siguiente manera
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algo te pasó en la caña
le dijo ella refiriéndose a su trabajo en el cañaveral y a
su rostro sombrío cuando lo vio llegar y aproximársele en el
jardín en lugar de dirigirse a la casa lo que no le pareció normal en un hombre que venía sin duda cansado y ansioso por
sustituir las botas de campo por las amables pantuflas la taza
de café y una de esas conversaciones banales que relajan las
tensiones del día y refrescan los calores de la jornada
a mí no me ha pasado nada
le respondió él como si ignorara la perspicacia de las mujeres y su capacidad natural para descubrir por el olfato los
humores de su marido y Romanita le hubiera hecho la misma
pregunta si hubiera venido sonriente pues de todos modos
habría sabido si había tenido un altercado con los peones o
recibido una bonificación extra o si se le había roto una pata a
su caballo y la impresión que había recibido al verle llegar era
más bien de este último carácter de modo que aun afirmándole que no le había pasado nada Romanita se percataba de que
traía algo que contar
Bonifacio no me engañes pues tú sabes que yo te conozco
como si te hubiera parido
le dijo Romanita con una coquetería que a Bonifacio siempre le arrancaba una sonrisa y el hecho mismo de que esta
vez permaneciera sombrío y silencioso contribuyó a crear una
atmósfera de oscuros presentimientos que comenzaron sordamente a trabajar en el corazón de Romanita y la colocaron en
una actitud de lúgubre espera y por fin Bonifacio movió la cabeza de un lado hacia otro apoyándose en una pierna tras otra
y después de una pausa agregó reteniendo las palabras como
si hubiera en ellas algún contenido indeseable
fue a tu médico
y Romanita que hasta entonces había permanecido en la
posición adecuada para hacer algún arreglo a una de sus plantas olorosas se incorporó y le clavó los ojos en el mismo centro
de las pupilas obligando a Bonifacio a explicarse
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parece que venía muy distraído después de una visita y tropezó con tan mala suerte que se rompió la base del cráneo
pero al llegar a este punto Bonifacio no pudo continuar
como habría sido lo justo en un desenlace tan oscuro que exigía algún detalle para explicar una caída aparentemente tan
simple con unas consecuencias inexplicablemente tan severas
considerando que para romperse la base del cráneo ha debido
caer de espaldas y ninguna persona cae de espaldas al tropezar
como no sea con su destino y desde luego Bonifacio habría
dado una explicación más razonable a no ser porque Romanita en lugar de exigírsela comenzó por palidecer y en unos
segundos se desplomaba sin llegar a caer sólidamente al suelo
por la diligencia de su marido quien por alguna razón no difícil de colegir dado el estado de ella presumía de antemano
que la noticia podía resultarle extremadamente perjudicial y
se abalanzó sobre su mujer tomándola en sus brazos para llevarla a la cama y una vez allí cundió la alarma entre personas
vecinas y sobre Romanita exánime se produjo un revuelo de
manos alcoholes masajes frotaciones y suplicatorios de donde
por fin retornó al dominio de sus facultades pero Bonifacio
consideró que no era bastante y prontamente se dirigió a la
calle para tomar de inmediato las providencias necesarias para
conducir a Romanita a la Capital toda vez que precisamente su
médico era la persona indicada para atenderla y la presencia
de otro podría agravar en vez de resolver la situación
que todo sea para bien
le dijo Bonifacio a Romanita cuando tuvo decididas las
providencias del caso y de este modo y con el concurso de la
ambulancia del Cuerpo de Bomberos emprendieron ambos un
camino durante el cual los pensamientos se vieron continuamente sometidos a la prueba de lo desconocido y Bonifacio
trataba de apartar a Romanita de los suyos entendiendo que la
muerte del médico se configuraba claramente en el marco de
la situación política imperante de manera tal que arrastraba a
unas conclusiones tan amargas como inevitables y ­decididamente
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envueltas en un aura de terror y por fin de esa manera sin duda
fragorosa se vio Romanita rápidamente trasladada a una Capital
que no era ni por su aspecto ni por su actividad la misma que
había servido de escenario a aquel entremés en que ella fue la
protagonista porque no había en todos los alrededores ningún
signo de la presencia de un vertedero y además a diferencia del
pasado no era ella misma quien dirigía su existencia sino que
más bien quedó convertida en un objeto ajeno que pasaba por
la vida como aquel paquete que cada tarde se desprendía de su
mano para iniciar un nuevo destino con la diferencia de que
esta vez la curiosidad humana llegó hasta las más oscuras interioridades de su vientre
Bonifacio
le dijo en cierto momento Romanita a su marido
lo único que tiene sentido en la vida es saber que una persona a quien uno quiere lo quiere a uno y desde luego Bonifacio
no supo o no pudo responder porque en aquel momento Romanita se encaminaba a la sala de operaciones en una camilla
de ruedas desde la habitación donde había sido recluida en una
de las renombradas clínicas capitaleñas donde fue prontamente
preparada para sufrir una operación quirúrgica tras de la cual
y no sin una laboriosa faena se rescató de sus entrañas rebeldes
una criatura robusta y frutal a la cual no pudo saludar de inmediato sino más tarde cuando emprendió el lento regreso a la
conciencia y reconoció en su hijo los rasgos inconfundibles de
su padre con lo cual se sintió profundamente reconfortada
se llamará Bonifacio
dijo como único comentario porque en el fondo toda madre aspira a llevar a cabo esa hazaña y particularmente cuando
su primer hijo es un varón como ocurrió en este caso de modo
que Romanita se prometió a sí misma un momento de satisfacción suprema cuando su crío recibiera este nombre en la pila
bautismal y no fue pequeña la que sintió cuando el feliz progenitor se situó delante de ella con esta criatura tan hermosa en
sus brazos ahora te será más fácil empujar la carreta
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le dijo ella con lo que pudo arrancarle una sonrisa de
agradecimiento y así quedó Romanita en la clínica mientras
Bonifacio retornaba a La Romana a atender sus asuntos con el
propósito de retornar en dos o tres días y llevarse con él a su
nueva familia
te voy a suplicar
le encargó Romanita
que te procures un jardinero de los del ingenio que los
tiene muy competentes para que atienda mis flores pues no les
he podido prestar la debida atención en las últimas semanas
y ésa fue la primera actividad de Bonifacio en La Romana con buena fortuna pues consiguió un técnico de primera
categoría que comenzó por indicarle algunos pasos para convertir el jardín de Romanita en una obra de arte considerando
que tratándose de un jardín de aromas había que diseñarlo de
manera que fuera fácil el acceso a cada planta por medio de
un cañamazo de arriates y calzadas que a más de funcionales
cumplieran una misión de ornamento y como que los conocedores del arte de la jardinería tienen en el más alto aprecio la
escuela japonesa este individuo le propuso a Bonifacio que se
incorporase el agua como un elemento ornamental también
y más o menos dentro del estilo que los japoneses denomina
genkan-saki y que ordinariamente se coloca a la entrada de las
viviendas combinado con algunas pinceladas del sen-tei o jardín
de aguas todo lo cual fascinó a Bonifacio no necesariamente
porque tuviera algún aprecio a las flores ni siquiera a la «guajana» como llaman los puertorriqueños a la flor de la caña sino
porque imaginaba la sorpresa y el encantamiento que sentiría
Romanita cuando retornara a su hogar y lo encontrara convertido en un cuento de hadas y sin discutirlo dos veces dispuso
las medidas para convertir el proyecto en realidad incluyendo otros aspectos complementarios como la adecuación de la
­verja exterior a su nueva misión de protectora más del jardín
que de la casa y algunas reparaciones oportunas que siempre se
presentan y de unas recomendaciones evidentes que s­ iempre
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son necesarias después de lo cual el espíritu de Bonifacio se
inundó de ese sentimiento placentero que da el deber cumplido y que proporciona la ilusión esperanzada y pudo entonces
dar frente a otros compromisos que habían perdido para él la
significación profunda que antes tuvieron dejando al paso de
los días la misión de realizar los sueños
Y algo, que es tierra en nuestra carne, siente
la humedad del jardín como un halago.
Del camino
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Analicia llevaba en sus entrañas un oscuro secreto que daba a
sus miradas y a sus silencios esa indefinida aurora que irradia la
presencia de toda mujer aunque su secreto tal vez sin serlo de
manera muy rotunda se definía con una intensidad dramática
incomparable y poco común en el horizonte femenino pues
toda mujer es una patria en el mismo sentido en que una patria es una mujer y ambas suelen ser amadas por lo que llevan
por dentro tanto como por lo que lucen por fuera y así sucede
que no pocas veces el amor hacia la tierra que nos ha visto
nacer se objetiva topográficamente y dirige nuestra atención
hacia sus colinas y sus bosques o hacia sus llanuras y hondonadas o sus cavernas y vallejuelos en cuyo caso estamos contemplando la patria por fuera pues estos aspectos territoriales
componen algo así como el cutis de nuestra patria de la misma manera que si contemplamos una mujer desnuda pues el
comportamiento físico de su piel se manifiesta igualmente en
términos de diferencias de nivel que pueden tener las mismas
violencias y producir las mismas perturbaciones y tensiones
del cutis territorial por ejemplo como cuando al abandonar
las ondulaciones de la axila irrumpe en unas bruscas colinas que
encierran el desfiladero del esternón o cuando descendiendo
suavemente de las costillas tuercen rápidamente en la cintura
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para componer la cadera aparte de la suave planicie que forma
el vientre cuando apenas interrumpido por la diminuta caverna del ombligo desciende noblemente hacia las más íntimas
sombras que pueden ser vergel o abismo horizonte o pérdida según del destino que el amor ha trazado y también en
este caso estamos contemplando el objeto amado desde una
perspectiva visual y externa lo cual naturalmente supone que
existe una perspectiva racional e interna puesto que también
podemos cifrar el amor a la patria dirigiendo nuestro interés
a las tensiones y perturbaciones humanas que suscita la propiedad o la posesión de esas misma tierras que antes miramos
en forma de paisaje y en este caso en que los desniveles adoptan contenido humano estamos contemplando la patria por
dentro y asimismo podemos contemplar a la mujer en el marco de las tensiones internas que sus mismos atributos físicos a
veces las insinuaciones delicadas que modula el timbre de su
voz producen en el contorno de la convivencia humana y ésta
es precisamente la situación más interesante aunque la más
difícil de describir porque se realizan en el seno de unas sombras más densas y unos laberintos más oscuros que aquellos
que forman las intimidades más profundas del cutis femenino
por ejemplo al perderse en el vértigo que inicia el pabellón de
la oreja de manera que solamente pueden ser conocidas a la
hora del desenlace inevitable hacia el cual se dirigen en una
forma u otra sobre todo porque el aspecto interno trátese de la
mujer o de la patria involucra el destino de los seres humanos
y justamente a estas circunstancias debemos el haber podido
descifrar la conducta de Analicia durante el mortuorio del tipo
que murió riéndose y a quien llamaban Flor para economizar
morfemas y en cuya ocasión ella cayó presa de un ataque de
llanto dando oportunidad a que toda la organización física de
Silvestre cayera a su vez presa de un ataque amoroso porque
esa misma noche y no mucho después de su percance lloroso
se vio a Analicia por algunas inmediaciones discretas casi en
brazos de Silvestre y no completamente en sus brazos porque
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ella misma pronunció unas palabras sacramentales que apla­
zaron el escándalo carnal
si tú quieres ser feliz hasta lo último no te comas la fruta
en el suelo cuando la encuentras en tu camino sino recógela
guárdala mímala hasta hacerla verdaderamente tuya y una vez
llegado el momento de superior pureza podrás disfrutar y reconocer su deleite escondido que no te será dado nunca de
improviso sino más tarde cuando resulte incomparable y también inolvidable y por esa misma razón perdurable y eterno
y claro está que ésas no serían exactamente las palabras
pronunciadas por ella pues es sumamente improbable que alguien hubiese llevado su curiosidad hasta el límite de la indiscreción y la falta de respeto a la intimidad de las personas pero
sí ese el contenido del mensaje con el cual pudo ella sofrenar
los impulsos salvajes más que silvestres de Silvestre pero lo que
importa es que la situación pudiera haber llegado a ese punto
cuando apenas hacía unos escasos minutos se la había visto en
un estado paroxístico semejante a la agonía no necesariamente
intercambiable con esta otra forma de la agonía que es la confrontación amorosa y que al mismo tiempo fuera capaz de combinar la pasión desenfrenada con el equilibrio en la conducta y
la reflexión ponderada con el ordenamiento más refinado del
espíritu y aunque no pocas de las personas que asistían al funeral se percataron de este brusco cambio de la crisis del llanto a
la crisis del amor no se produjo ningún comentario avieso de
esos que suelen perseguir a las muchachas dócilmente entregadas a la urgencias y demandas de los muchachos y que llenan
de satisfacción a los perversos por aquello de que a nadie le
gusta el chisme pero entretiene sino que hubo una secreta corriente de solidaridad y comprensión humana debido a que los
que no lo sabían supieron entonces no sin espanto y ardiente
estupor que Analicia estaba condenada a muerte por un extraño mal que según describieron algunos informados consistía en
un endurecimiento que en realidad es una calcificación o esclerosis progresiva de su corazón ya que esas tragedias también
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se comentan cuando se conocen y no era la primera vez que
una situación aparentemente banal la arrastraba a inesperadas
crisis de sofocación por la simple razón de haberle provocado
una emoción capaz de exigirle un esfuerzo adicional al músculo cardíaco y hay que ver que no poca gente recuerda todavía
a Analicia a pesar de que estos percances ocurrieron por los
años de 1920 y no volvieron a saber de otra persona que hubiera sufrido de ese extraño mal aunque hará cosa de unas cuatro
décadas después operaron a una dominicana en un hospital
de Filadelfia famoso por sus éxitos en estos casos y al abrirle el
pecho descubrieron que el proceso de endurecimiento de su
corazón estaba tan avanzado que era inútil la menor tentativa
de proseguir con la operación limitándose los cirujanos a administrarle las drogas necesarias para hacer que su muerte fuera
menos dolorosa y consciente y naturalmente la ciencia no estaba ni siquiera en condiciones de intentar la aventura en 1920 y
es notable que hubiera habido algún médico olvidado hoy que
hubiera sido capaz entonces de diagnosticar ese proceso pero
el caso es que Analicia tuvo que enfrentarse a su destino elaborando un código moral para su uso personal y privado aunque
tal vez sin tener plena conciencia de la verdadera naturaleza de
su trastorno puesto que la condición humana misma y hasta la
condición animal posee recursos desconocidos que le permiten
conocer la proximidad de la muerte y prepararse para ella y por
eso la gente se solidarizó con ella y comprendió su conducta
con tal sentido humano que ni siquiera hubo una sola persona
que se acercara a Silvestre para advertirle que Analicia era una
moribunda sino que por el contrario se alegraron de que este
muchacho sano y fuerte le brindara un momento de felicidad
o de ilusión pues también la felicidad se concede a veces como
una limosna a los seres desposeídos de ella
Silvestre yo me enamoré de tu corazón cuando lo sentí
palpitar junto al mío porque me pareció tan fuerte y tan musical como la campana de la iglesia y algo me dice que tu corazón es como un bastón para el mío
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así se lo declaró Analicia a Silvestre probablemente en
otros términos que de todos modos indican el grado de conciencia que ella podía tener de su enfermedad y en todo caso
de la confrontación de los latidos de su corazón con los de un
joven lleno de vigor y de salud como Silvestre era suficientemente esclarecedora o quizás solamente estimulante en el grado necesario para que ella se sintiera impulsada a apoderarse
de ese corazón y como que la única manera que tiene una
mujer de apoderarse del corazón de un hombre es poniendo
en juego sus atributos físicos que para Analicia tenían un valor
muy precario dada su peculiar situación ella no dudó un instante de ofrecerlos a cambio de la posibilidad de poner a los
dos corazones a palpitar uno junto al otro y esto efectivamente
sucedió en un lugar y una hora en que la isla como si también
estuviera condenada a ofrecer sus atributos físicos a la hora
de la muerte o sólo por una especie de ley invariable a la hora
del amor para lo cual siempre dispone de los encantos de una
yerba frondosa de esas que alcanzan una altura considerable
cuando menos hasta los hombros de un caminante se mostró
generosa y lista para recibir en su seno a dos enamorados y
ocultarlos de los malos ojos y las peores lenguas a pesar de
que ya estaba dejando de ser la más frondosa de las antillas lo
cual obligaría a Analicia y Silvestre a andar y desandar antes
de encontrar la condición de nido que estos yerbazales tienen
inscrita en su destino y donde al fin los dos corazones se encontraron en una palpitación conjunta y exasperada y Analicia
pudo comprender entonces la sabiduría de la naturaleza porque desde la posición en que ella se encontraba pareció que la
yerba subía hasta el cielo y se cerraba encima de ellos creando
una especie de tálamo nupcial a través de cuyo fino tul se filtraban los últimos destellos del crepúsculo y descendían para
inundar su cuerpo de ternura y de estremecimiento y si a esto
se suma que el amor puede llegar hasta un punto de entrega
y de renuncia que linda con el deseo de morir y a veces toca
los umbrales de la muerte se comprende que cualquier frase
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dictada entonces por la sublimación del cariño se impregne de
la sustancia de la eternidad
me voy Silvestre pero mi corazón latirá para siempre con
el tuyo
así le dijo Analicia a su galán en un susurro que tenía ciertamente el resonado de los adioses lejanos aunque Silvestre
la interpretó con esa insensibilidad de los jóvenes hacia la espiritualidad de la mujer en los términos convencionales de la
práctica juvenil del amor que estima que una bella frase no
puede compararse con los estremecimientos de la carnalidad
y sólo cuando la ecuanimidad de los sentidos que en su conducta más generalmente observada no suelen ser ecuánimes
pero que se vuelven inexorables cuando llegan a serlo obligó
a Silvestre a restituirle a esa bella frase de Analicia el contenido dramático de ese momento y la inminencia trágica que
llevaba en sus entrañas para mucho tiempo después porque en
una circunstancia como aquélla nadie podría tener clara conciencia del paso del tiempo y es lo que le estaba sucediendo a
Silvestre quien había ido empujando la carreta del amor hasta
el mismo muro en que choca con las paredes de la muerte y
se había entregado con tal violencia a ese fragoroso empeño
que si en esos momentos le hubiera sobrevenido la muerte
la hubiera recibido con la mayor indiferencia y esa misma ha
debido ser la actitud de Analicia porque mecida en las ondulaciones del cariño sus párpados se hicieron pesados mientras
la vibración de sus nervios se apagaba lentamente como si estuviera durmiendo sobre un lecho de nubes y así dejó que sus
ojos se cerraran por completo mientras el mismo Silvestre que
unos momentos antes seguía los movimientos y la expansión
del yerbazal con todo el vigor de su juventud hasta empaparse
en sudor y exhalando aromas por el aliento como quien dice
para embriagar a su presa y predisponerla a la absoluta entrega
llegó de improviso a renunciar también a su amoroso empeño
como si hubiera sido súbitamente narcotizado y se dejó adormecer en una inmovilidad absoluta sobre el cuerpo de Analicia
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mientras el tiempo desfilaba sin sentido a su alrededor hasta
que hubo un instante de vaga conciencia que se tornó en seguida en curiosidad y luego en constatación material de que el
cuerpo de Analicia iba tornándose frío con una extraña frialdad ya antes reconocida en sus labios en los momentos de mayor ardor y cuando ella musitaba sus palabras más dulces con
esa débil inflexión de la ternura infinita pero se había ido extendiendo más y más y ahora cubría ya sus mejillas y su frente
y alcanzaba sus sienes y aun más allá para acentuarse y cubrir
todo su cuerpo y pasar al mismo colchón de yerba sobre el cual
reposaba y tal vez a esos mismos pañuelos de frescura que la
brisa tiende sobre sus amigos y que Silvestre sintió subir hacia
sus propias sienes y entonces el sobresalto se apoderó de su
cuerpo y lo convirtió en una bestia asustada y si alguien hubiera podido ver la violencia con la cual agitaba el cuerpo inmóvil
de Analicia no hubiera pensado en el amor sino en el crimen
porque era a todas luces evidente que no había en ella respuesta amorosa ni de ningún otro tipo como defensa o carcajada
y en cambio se habría podido descubrir con suma facilidad el
estupor que sacudía a Silvestre y por suerte la naturaleza había sido amable con ellos y así como había cerrado el yerbazal
sobre sus cuerpos encendidos ahora tendía sobre sus cuerpos
apagados las sombras más encubridoras sus silencios más puros y su complicidad más evidente para que Silvestre pudiera
extender sobre su amada dormida y exánime la desesperación
y el llanto sumados a la sorpresa el temor y el desconcierto de
manera que nadie pudiera ser testigo del pánico que se apoderó de todo su sistema orgánico y de su equilibrio varonil
Conmigo irás mientras proyecte sombra
mi cuerpo y quede a mi sandalia arena […]
Del camino
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El vago resplandor de un suave rumor de lavanda que Romanita reconoció desde su lecho por haberlo disfrutado en
su jardín le anunció la proximidad de una visita sumamente
grata y profundamente deseada a cuya llegada intentó responder incorporándose pero fue severamente reprimida por una
advertencia amable de su amiga a quien recibió con unas palabras que habrían sido acompañadas de los ademanes más
vehementes si no hubiera estado postrada y advertida
Doña Susanita no pude avisarle por mi situación y supongo que no habrá sido Bonifacio quien le avisó de que
yo me encontraba aquí porque él estuvo demasiado ocupado
para tener en cuenta estos detalles delicados y se marchó sin
­hacerlo
y Susanita se apresuró a decirle que se encontraba allí por
milagro
ha sido la Divina Providencia
le dijo para agregar enseguida
es que yo vine a visitar a una amiga mía que se encuentra
en esta misma clínica y al buscar en el directorio el número de
su habitación me encontré con el nombre de Rafaela Jáquez
de Lindero y tuve que leerlo dos veces porque no podía dar
crédito a mis ojos y decidí subir a comprobar que se trataba de
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la persona que temía y aquí me tienes pero lo importante es
que me cuentes lo que ha sucedido
no es fácil
indicó Romanita
yo misma no sé lo que ha sucedido
y durante unos segundos sus ojos se perdieron en el vacío
el médico que me atendía en La Romana desapareció de
una manera que me impresionó mucho porque apenas hacía
unos instantes yo estaba conversando con él y sentí el oscuro
presentimiento de que su vida estaba amenazada y cuando Bonifacio me dio la noticia de su tragedia yo sentí que algo se rompía en mi corazón como si le hubieran hecho un nudo a una de
sus fibras o sus tendones qué se yo y parece que sufrí un síncope
y Bonifacio se apresuró a traerme a la Capital temeroso de que
la presencia de otro médico de La Romana reavivara el choque
pero no bien llegamos a esta clínica me condujeron a la mesa de
operaciones y me extrajeron una criatura maravillosa que ahora
mismo voy a pedir que me traigan para que vea qué primor
e inclinándose un poco oprimió el timbre que tenía cerca
de sus manos y entretanto le preguntó a doña Susanita por su
marido
ya no lo es
contestó sorpresivamente la interpelada observando cómo
los ojos de Romanita se abrían desmesuradamente para interrumpirla diciéndole
imposible
y la Susana prosiguió
pues no lo es tanto pues cosas más imposibles que ésta se
han visto y se ven todos los días pues cuando la vida no produce los resultados que uno espera de ella lo mejor es hacer
como hacen los niños cuando forman un castillo con su dominó y lo desbaratan de un solo manotazo por no haberle salido
bien y después de todo yo no tengo hijos y esto de saber que
nada me amarra me ha permitido encontrarle un nuevo deleite a la vida Romanita dejó caer sus ojos blandamente y le dijo
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yo conozco esa experiencia
despertando en doña Susanita esa vaga conciencia de que la
vida nos sitúa en diversos planos y en diversos ­convencionalismos
y hasta en idiomas escenarios presupuestos y pabellones diversos sin que varíe en el fondo de nosotros mismos esa sustancia
humana de la cual estamos construidos como si la naturaleza
sólo haya dispuesto de una sola materia prima a la cual reviste
de colores comportamientos vocabularios certificaciones y privilegios distintos al par que sujetos a cualquiera de esos cambios
caprichosos que se reserva el destino pero esta vaga conciencia no pudo llegar en doña Susanita a una formulación lógica
porque fue interrumpida por la presencia de la enfermera que
llegó para indagar el motivo de la llamada y cuando Romanita
le dijo que quería que el niño viniera a la habitación para presentárselo a su amiga la enfermera le informó que la criatura
estaba bañándose en esos momento pero que tan pronto como
se hubiera llevado a cabo esta delicada operación lo traería con
lo que se reanudó la conversación
yo pienso
dijo entonces Romanita
que es un error permanecer uncido a una situación que
no es deseable porque crea un estado de desmoralización que
puede inclusive llegar a que se pierda el respeto
y doña Susanita intercaló un comentario
ésta era precisamente la situación que prevalecía en mi
hogar
tras de lo cual Romanita a quien sin duda no era extraño el contenido de ese comentario continuó desarrollando su
pensamiento sin referirse a él
yo estoy convencida de que procedí tal vez de manera inadecuada en aquella situación pues representaba una violencia extrema y exigió de mí un esfuerzo inaudito sólo posible en
el anonimato pero los resultados compensaron los sacrificios
pues dieron lugar a un cambio milagroso en Bonifacio quien
se convirtió de un hombre indiferente e inclusive malcriado
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en una persona delicada humana cariñosa respetuosa atenta a
las más delicadas variaciones de mis deseos
y al decir estas palabras dirigió sus ojos a los de doñas Susanita para escudriñar la naturaleza de sus pensamientos
yo tendré los ojos abiertos
dijo doña Susanita
para cualquier oportunidad que me ofrezca la vida pero
no volveré de ninguna manera a aquel que se desprendió
de mi corazón como si me hubiera arrancado una de esas
canas locas que le salen a uno en plena juventud y ya no me
interesa otra cosa que el dinero porque he salido de estos
años de matrimonio más desnuda que una rata aunque todavía en posesión de un cuerpo que a mi modo de ver todavía
puede hacer que un hombre como el que necesito cambie
la dirección de su mirada y tal vez el nombre de su cuenta
bancaria y al llegar a este punto se interrumpió de nuevo la
conversación por la entrada de la enfermera que traía al niño
dormido en su cuna y doña Susanita se levantó para contemplar a su prometido ahijado ponderando indiscriminada sus
cualidades como suelen hacer las mujeres y Romanita la contemplaba satisfecha haciéndole notar el parecido del niño
con su padre
es igualito a su padre como lo ves fuerte como un toro y
ya con el ceño fruncido como si estuviera discutiendo con sus
peones
y doña Susanita hizo un intento de tomar en brazos al niño
cuya respuesta cuando le interrumpieron el sueño fue de tal
violencia que determinó a la enfermera a llevárselo tal vez no
tanto por la protesta como por el aburrimiento que le causaba
una escena tan común
pues bien Doña Susanita
dijo Romanita intentando continuar la conversación pero
no pudo porque fue detenida bravamente
por favor no me digas Doña Susanita dime mi nombre de
soltera sin compromisos me llamo Suzy
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y oportunamente hizo su entrada un nuevo visitante esta
vez el médico encargado del caso de Romanita quien después
de saludar le preguntó a su paciente cómo se encontraba y ella
le respondió declarando que se encontraba completamente
bien y hasta contenta y a su vez le preguntó al médico cómo la
encontraba él a ella
todo marcha normalmente
respondió él
no hay ningún signo que haga pensar en que usted pase
aquí más de un par de días en lo que la preparamos para el
viaje de retorno sin temor a complicaciones
y dirigió descuidadamente sus ojos a la visitante y después
de sonreírle levemente se volvió hacia Romanita y se despidió
de ella con un movimiento de la mano
es guapísimo
dijo Suzy
ahora te voy a dejar porque quiero ver si lo encuentro de
nuevo en los pasillos o en la habitación de la persona a quien
vine a visitar antes de saber de esto así es que volveré pronto a
traerle un regalito al niño y otro a ti porque veo que no vas a
pasar mucho tiempo aquí en la Capital así es que hasta lo más
pronto posible
y dichas estas palabras abandonó la habitación seguida
hasta la puerta por los ojos de Romanita a los cuales esta visita dejó envueltos en un cendal de sombras impenetrables
pero sin duda abismales llenos de augurios atravesados por
esos relámpagos difusos que iluminan la noche sin tronido y
sin desenlace pero no había de tardar la vida en producir un
desenlace y articular una serie de pequeños acontecimientos
que bien podían caber en el dramatismo intenso de aquella
mirada pues es muy posible que ya en esos instantes estuviera
por desprenderse de su corazón un coágulo a no dudar formado a consecuencia de la conmoción que recibió cuando supo
del percance de su médico y que por fin emprendió un viaje atolondrado hacia su cerebro donde ocasionó la catástrofe
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i­nevitable y terrible sumiendo repentinamente a Romanita en
un proceso del cual ella no alcanzaría a tener otra conciencia
que la nebulosa impresión de que emprendía el viaje de regreso a La Romana sin llevarse a su hijo y lo más probable es
que ella hiciera resistencia a la más cruel de las pesadillas sin
poder vencerla pues se trataba de un viaje real e inexorable
del que no se regresa jamás porque la naturaleza es celosa con
el destino de sus criaturas y no vacila en hacer cumplir sus
rígidas resoluciones sin el menor destello de sentimentalidad
y así Romanita se fue de este mundo a consecuencia de un
accidente decididamente pequeño casi microscópico dejando
a su hijo sin un beso de despedida a merced de las enfermeras
de una clínica de maternidad de la Capital y en una esquina
cualquiera de unas calles cuyos nombres ni siquiera conoció
y sin dejarle la menor perspectiva de reunirse con ella consumando así la segunda hazaña de escapársele a Bonifacio
ocultándosele en un vericueto donde nunca jamás volvería a
encontrarla y esto habría sido lo de menos si hubiera podido
tener la precaución de cargar con su hijo pues en verdad no
se sabe hasta qué punto tiene derecho una madre a morirse
dejando a sus hijos desamparados en la más tierna infancia
porque a veces les deja en herencia una muerte lenta inacabable angustiosa envuelta en las nieblas de la confusión y de la
ignorancia y en la perpetua búsqueda de algo que no se llega
a saber qué es ni si algún día habrá de encontrarse y que por
lo menos para los hombres se traduce en una suerte de invalidez de naturaleza metafísica para la cual la condición humana
no está debidamente preparada y acaso ni siquiera espiritualmente conformada para comprender pero además Romanita
o Rufa dejó desamparado su jardín que dispuesto ahora para
un recibimiento glorioso que no llegó a producirse y durante
algún tiempo seguiría diseminando los más poéticos aromas
y atrayendo a sus amigos más consecuentes que eran las mariposas y las abejas y los ciegos que serían los únicos que jamás
la olvidarían aunque su inusitado jardín desapareciera algún
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día como era de esperarse pues ella les había hecho un regalo
incomparable y no exclusivamente el de las fragancias reunidas por su mano sino principalmente la idea la maravillosa
idea de convertir ese deleite de los ciegos en objetivo de toda
la sociedad de la misma manera que los museos se constituyen
por el Estado y a veces por personas pudientes en nombre de
toda la sociedad para el deleite de los que tienen el privilegio
de ver así los jardines de ciegos podrían ser institucionalizados
en beneficio de aquellos que sólo tienen el privilegio de oler
y por cierto agudizado como compensación a la ausencia del
sentido de la vista aparte de que también podrían gozar allí
de otros atributos de las plantas como la textura de los pétalos
y de ciertas hojas cuya suavidad es de por sí un regalo para
la palpación refinada y como que esta idea como las demás
ideas no lo son sino en la medida en que son comunicadas y
compartidas por una pluralidad de personas e impulsadas por
un complejo de intereses materiales tanto como emocionales
y afectivos e inclusive generosos y altruistas nadie puede dudar
de que llegue el día en que se inaugure en La Romana un gran
jardín para los ciegos en cuya entrada y en algún sitio accesible
a los dedos aparezca en letras de oro y en el sistema Braille el
nombre inolvidable de Romanita Lindero y en consecuencia se
propaguen por todo el país los jardines de Romanita Lindero
y como que por añadidura estos jardines no estarían vedados
al disfrute de los que no han perdido el privilegio de la visión
y las flores que prodigan fragancia no carecen de los atributos
de la belleza tal vez allí se encontrara alguna vez recorriendo
sus aromas infinitos su hijo desamparado pero para él no habrá jardín alguno ni sonido del agua ni institución ni prótesis posible porque al desgraciado a quien falta una pierna o
a quien abandona la dentadura podrá proporcionársele una
pierna y una dentadura postiza y aun un jardín de aromas si
ha perdido la luz de los ojos pero para el hijo de Romanita no
habrá nunca madre postiza ni caminar seguro sino un vacío
eterno una invalidez insuperable porque sólo para amar a sus
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madres imposibles han sido creados los niños huérfanos y las
noches oscuras
Un borbollón de agua clara,
debajo de un pino verde,
eras tú: ¡qué bien sonabas!
Proverbios y cantares
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Resulta pintoresca la imagen de Silvestre y su mismo nombre
en que se escucha el murmullo de la selva cuando le vemos
subir del proceloso vientre de las olas convertido en flotante
marinero siendo hombre de campo y de yerbazal tan experto
en sequías como incomparable intérprete de la polvareda criado en el follaje y entrelazado con esas raíces que permiten a
los árboles seguir al hombre por todos los caminos a pesar de
su inmovilidad esencial porque es sabido que la correspondencia más inconcebible es la del campesino con el marinero que
se niegan recíprocamente ya que el campesino se identifica
con el árbol y el marinero con el pez y ninguna de estas dos
criaturas puede vivir en el ámbito de la otra por lo que nunca
pueden encontrarse juntas en la misma persona pero como
que el árbol y el pez con ser dos de la grandes fuerzas que mueven la conducta de los hombres tienen que plegarse a veces a
esas otras dos grandes fuerzas que son el amor y la muerte no
resulta extraña sino sólo pintoresca esta mutación de sustancias que puede llegar a cambiar a uno en otro y viceversa hasta
el punto de que un árbol aprenda a navegar convertido en
goleta y un pez que ha aprendido a volar caiga en la cubierta
como parece haberle sucedido a Silvestre y por eso podemos
contemplarle encerrado entre dos grandes olas de esas que se
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levantan como una doble pared dejando en medio un enorme
abismo desde donde sólo puede verse una franja del cielo azul
antes de unirse por arriba formando un techo de espuma para
darle a sus huéspedes un hogar eterno en el fondo del mar
donde conviven apaciblemente los marinos malos y los piratas
buenos con los pulpos y los pólipos aunque para ser exactos
debe establecerse que Silvestre no iba en aquella embarcación
de vela en calidad de marino sino en la de otra especie oceánica que es el pasajero pues había embarcado en Puerto Plata
que está en la costa norte de la Isla apoyada en el Océano Atlántico y se dirigía a San Pedro de Macorís que está en el litoral
del sur frente al Mar Caribe dándole la vuelta en redondo al
litoral por la banda del este donde los vientos del Canal de la
Mona que separa a esta Isla de la de Puerto Rico hacen la navegación muy accidentada y difícil aunque no tanto como habría resultado de haber hecho el viaje por tierra en aquellos
días teniendo que atravesar cuando menos la Cordillera Central y no se sabe cuántos ríos y cuántas fiebres pero de todos
modos las circunstancias de la vida de Silvestre lo impulsaban
a desprenderse de su tierra natal por todos los senderos cada
vez que en el cruce de una vena con una arteria en los recovecos de su organismo se encontraba la imagen de Analicia con
la de Flor que significaban el amor y la muerte en sus manifestaciones más entrañables y la única salida lógica y consecuente
que vislumbraba su raciocinio era San Pedro de Macorís la
cual indudablemente revela que en la mente de Silvestre operaban unos mecanismos sumamente sutiles y complicados
para un individuo de su modesta formación espiritual en quien
se presume siempre la simplicidad supina y suprema a menos
que se tenga presente siempre el clima en que Silvestre fue
conociendo primero la muerte y después el amor y casi al mismo tiempo la felicidad y la tragedia siempre superpuestas sobre los entrelazamientos y las contradicciones a que da origen
el culto de la tierra de manera que cualquier vibración emocional de su espíritu tenía en el fondo como motor y como
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impulso esa tierra en torno a la cual gira toda la sabiduría de
los hombres y precisamente Macorís que era una ciudad muy
fluvial y muy marina porque se sitúa en el ángulo que forma el
Río Higuamo al desembocar en el Mar Caribe y tenía barrios
que daban al Río y barrios que daban al Mar aparecía en el
alma de Silvestre como un símbolo terrestre de manera muy
coherente con su condición de campesino y no como un símbolo acuático a la manera de los poetas que han dado en llamarla Macorís del Mar después que Ligio Vizardi lo hizo y por
esos senderos simbólicos se encuentra la determinación de
Silvestre de tomar una goleta que debía llevar carga procedente de la gran zona agrícola del Cibao para Macorís y para la
Capital y que en cierto modo venía también a ser simbólica
pues llevaba casabe y plátanos que han sido secularmente en
este país la base fundamental y última de la alimentación popular y hasta cierto punto los rasgos más característicos de la
fisonomía nacional pues entre los innumerables sustitutos que
ha encontrado el pan bíblico tan asociado al «padre nuestro»
y a la liturgia cristiana o más exactamente católica no existe
ningún país en el mundo en que se encuentre el casabe cumpliendo esa noble misión y mucho menos el plátano verde hervido como ocurre entre nosotros de manera que si algún autor
elíptico llegara a aludir al país que sustituye el pan de trigo por
el casabe y el plátano a mucha honra no debe quedar la menor
duda de que esta referencia identifica al primer establecimiento de la civilización española en el Nuevo Mundo y téngase por
cierto que no se trata de un simbolismo caprichoso y pintoresco porque en el fondo de esta predilección popular a la que se
concede connotaciones entrañables se encuentra un acontecimiento histórico de dimensiones cósmicas y sin paralelo en la
historia de este hemisferio si es que alguna vez ha ocurrido en
los anales de la historia de la humanidad entera de cuyas entrañas brotó nada menos que ese curioso sistema de aprovechamiento social de la tierra que denominamos los «terrenos
comuneros» y que se conoce en las escuelas impropiamente
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como las «devastaciones de las ciudades del norte» que tuvieron lugar a principios del siglo diecisiete durante los años de
1605 y 1606 y que dieron al traste con el antiguo esplendor no
sólo de las ciudades costaneras sino de esta primogénita colonia de España en su totalidad convirtiendo en humo y ceniza
la flor de la cultura española y dando origen a una comunidad
espontánea en la que se originaron las peculiaridades que
constituyen hoy la esencia y la fisonomía de este país incluyendo su estilo amoroso y sus vehemencias silenciosas porque fue
tal la pobreza que se desencadenó entonces que durante largas décadas desapareció el pan confeccionado con harina de
trigo ya que para las embarcaciones metropolitanas esta Isla
desapareció de las costas de marear y sólo cada cinco años aparecía una que acababa de descubrir por centésima vez el Nuevo Mundo y desde entonces la población insignificante y
dispersa se vio obligada primero a apelar a la torta hecha con
raíces de yuca amarga llamada por los aborígenes «casabí» o
«casabe» y que se redenominó en la desvaída capital de entonces «pan de palo» por aquello de que a falta de pan buenas son
tortas estableciéndose entonces católicamente la torta de casabe pero sucedió que la pobreza no se detuvo sino que siguió
ahondándose y el mismo pan de palo se convirtió en manjar
de Arzobispos demasiado lujoso para los sectores más desgraciados de la población y entonces ésta se vio obligada a un alimento originalmente destinado a los esclavos que era el
plátano aprovechándolo cuando se encontraba verde aún simplemente hirviéndolo igual que en nuestros días se ha introducido la costumbre de comer mangos verdes hervidos entre
gente que no ha podido escapar todavía de la miseria del siglo
diecisiete y se ve igualmente obligadas a comer si no la comida
de los esclavos al menos la de los cerdos y es por estas razones
en las que se mezclan el humor y el pintoresquismo por las que
el cargamento de la goleta en que viajaba Silvestre iba preñado
de un simbolismo en el que emparentaban el casabe y el plátano con los cuales nuestro pueblo pudo sustituir al pan nuestro
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de cada día que no le era dado hoy con los «terrenos comuneros» que estaban en las fibras del corazón del viajero y por ello
lo más natural es que se vea el resplandor del símbolo en aquel
viaje de Silvestre sentado en popa cerca del timonel dejando
en la estrellada noche que el vaivén de las olas mecieran su
corazón donde flotaba toda llena de vida la dulce imagen de
Analicia sonriente
siento latir tu corazón como un potro salvaje y seguirá latiendo con esa misma fuerza cuando yo haya desaparecido del
mundo
así le parecía a Silvestre escuchar su voz cuando el viento
batía el pujamen de las velas o cuando contemplando el oleaje
la imagen de Analicia parecía sacudir su melena en las espumas
me enamoró tu corazón cuando lo sentí palpitar cerca
del mío
y estas palabras subían a su garganta y formaban allí una
especie de nudo salobre y palpitante como un pez atrapado
no te comas la fruta tal como la recoges en el camino mímala cuídala protégela dignifícala conviértela en verdaderamente tuya para que te dure el goce y se te haga eterno
y recordaba Silvestre que Analicia llegó a llamarle Silvo de
tanto repetir su nombre o acaso por ese poder que las almas
primitivas le atribuyen a las palabras sobre las cosas que ellas
designan creyendo que pueden transformar y a veces hasta
construir la realidad a la que son aplicadas de modo que si
Analicia le daba a Silvestre un nombre exclusivo de ella y por
ella inventado este individuo pasaba a ser también exclusivo
de ella y por ella inventado por lo cual ella sentía un deleite
que no era exclusivamente verbal al repetir incansablemente
este nuevo apelativo de Silvestre Silvo láteme Silvo palpítame
Silvo circúlame
y en esta evocación le parecía a Silvestre que la inmensidad marina era un inmenso yerbazal agitado por el viento donde él se sumergía con Analicia y donde las olas como las yerbas
se cerraban sobre los dos formando una verde techumbre y
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entonces sentía que las salpicaduras del mar le hacían arder
los ojos y le agriaban la garganta
me voy pero mi corazón se guardará en el tuyo como en
un cofre
y así se fue Analicia del mundo y así también se fue Silvestre de Puerto Plata y también se fueron así los días flotando
sobre las olas y así las noches con sus estrellas hasta una mañana en que la goleta se entregó a los favores del terral y enfiló la desembocadura del Higuamo saludando al práctico del
puerto que pasaba cerca de ella en una lancha impresionante
a hacerse cargo del timón de un buque de bandera noruega
que se encontraba al pairo en espera de las manos criollas que
saben de los secretos y las maniobras del arribo al muelle de
Macorís y aquello fue como un baño matinal para su corazón
que de improviso dejó de latir hacia el pasado y se abrió como
una ventana a la visita del futuro porque no hay momentos
más vivificantes para un pasajero que se sirve de la vía marítima que ese momento en que recupera su condición terrenal
a través del prodigioso conjunto de ciertas extrañas voces y
movimientos certeros muy marinos y yodados con los cuales
los marinos van aproximando la tierra firme como si estuvieran restableciendo la libertad perdida en el fondo del mar y
construyendo un mundo donde no sólo la vista sino también
las pisadas y los anhelos se pueden extender hasta la última
linde del horizonte
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Campos de Castilla
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Había sido una de las mujeres más bonitas de este país esta que
está tendida ahí como un objeto unánime en ese ataúd infame
y perentorio había sido
una de las mujeres más bonitas de este país
y ahora
mírenla si quieren y si pueden
en su ropa de viaje
porque muchos de nosotros no podemos no podemos
no podemos
una mujer bonita se encuentra en cualquier rincón del
mundo y en el recodo más inesperado de cualquiera de las razas humanas importa poco que haya nacido de padres noruegos en el umbral de los fiordos o de padres aborígenes al borde
del Lago Atitlán o de padres africanos a orillas del Congo y lo
mismo da que su madre sea vietnamita y su padre francés a que
su padre sea esquimal y su madre española porque la naturaleza no hace distingos en la floración que quiere convertir en
milagro y lo mismo sucede entre los seres humanos y lo mismo
sucede también en nuestro país sin que sea necesario que sus
padres sean importados aunque mirándolo bien aquí todos los
padres han sido importados desde que los aborígenes o mejor
dicho las madres aborígenes se tomaron el amoroso empeño
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de estrangular o envenenar a sus criauras para impedir que se
perpetuara en ellos el sufrimiento lo que nos enseña que la luz
del pensamiento puede llenar de sombras toda una raza hasta
apagarla de manera absoluta y por eso podemos decir que en
nuestro país no hay razas sino ecuaciones biológicas que producen resultados individuales en forma tal que cada persona
atribuida a nuestro país tiene su propia raza al mismo tiempo
inaugurada y concluida en ella y por esa razón se encuentra
a veces en algunas regiones del país y principalmente en la
robusta cuenca del Río Yuna algunas criaturas en las cuales se
conjugan los más excelsos atributos de todas las razas porque
al mismo tiempo se reúnen en ella los resplandores del trópico
y las penumbras ultramarinas con líneas y colores de violencia
y de sosiego contrastadas en todas las latitudes y todo eso viene
a dar en una manera de caminar o de prodigarse en palabras
o de iluminarse en el lecho o de exhalar ese efluvio que sentimos a veces cuando tenemos a algunas personas a nuestro lado
y nos obliga a reconocer que existe en el mundo una categoría
suprema de seres humanos ante los cuales la humillación es una
virtud y un deleite y estas reflexiones brotan cuando se contempla a esta figura inerte que
había sido
una de las mujeres más bonitas de nuestro país
y ahora
mírenla si quieren y si pueden soportarlo
por que nosotros no podemos no podemos no podemos
no podemos no podemos no no no podemos no podemos
y es que quienes compartieron la vida con ella no se resignan a perder esa bruma de la embriaguez y ese estado de
narcosis en que les sumía la simple existencia de esta criatura
y naturalmente no todos la amaban por la misma razón ni recuerdan que ella les hacía feliz solamente con su manera de caminar que consistía en echar el hombro izquierdo h
­ acia atrás
cuando la pierna de ese mismo lado avanzaba hacia delante
y luego el hombro derecho hacia atrás cuando era la pierna
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derecha la que avanzaba y este giro continuo sobre su eje vertical como el de la volanta de un reloj de pulsera determinaba
que sus pechos cayeran en un ritmo bailable y en un estado de
proyección o más bien de disparo hacia la eternidad sobre los
cuales caía su melena fluvial para protegerlos de la realidad
cuotidiana pero otros lo que recordaban es que ella se desplazaba produciendo una ligera música pues todo el mundo sabe
que cuando se mueve dentro de ciertas leyes de la armonía
produce un efecto musical y otros recordaban su aroma peculiar porque todas las personas nos identificamos por un olor
determinado que resulta de la misteriosa química del oxígeno
del aire con aquellas sustancias que componen nuestras glándulas internas y que por consiguiente varía con la disposición
de ellas en cada organismo y sobre todo con nuestro estado de
ánimo lo cual supone que aquella persona que tiene su alma
en perpetua exudación de regocijo ante la vida y el consecuente amor a todo lo que le rodea expide un aroma que sublima
las más bellas disposiciones de su naturaleza y crea en su derredor un clima de magia y de leyenda y la mayoría de las gentes
recuerda el hecho incomparable y sin la menor duda el más
impresionante de todos y es que al responder ella a una palabra o al tender la mano o al dirigir su mirada hacia otra mirada
creaba la sensación de que todo uno ascendía un peldaño en
la vida humana como si fuera ella quien nos hiciera ascender
de tal modo que cuando uno se separaba de ella se producía
un desplome al que nadie podía resignarse y por eso mucha
gente que había entablado alguna relación momentánea con
ella siempre se devolvía después de concluir para añadir alguna frase banal o a repetir algo que ya había sido dicho y esto
no era sino un pretexto para prolongar un vínculo del cual era
difícil desprenderse y ello es lo que quiere decir que
había sido una de las mujeres más bonitas de este país
y ahora mírenla
si quieren y si pueden soportarlo
porque nosotros no podemos no podríamos no podremos
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soportarlo jamás
y ciertamente la depositaremos en la tierra con sus cintas
y sus flores y su rosario y su sonrisa y habrá alguno que rompa
a cantar su canción favorita o recite los versos que ella había
­escuchado como escuchan los versos las personas que persiguen la poesía que circula por dentro de las palabras aunque
esas palabras no sean más que los cascarones de un núcleo de
estupor y de crecimiento que fluye en la interioridad de los
sonidos verbales y cuando esto ocurra brotarán de nuevo las
lágrimas de los que no se resignan y se sienten destrozados por
el coletazo de la ausencia y alguno habrá que rompa su pañuelo y otro que vaya a ocultarse detrás de un árbol simulando desprendimiento para allí dar rienda suelta a las convulsiones de
la soledad y otros se sentirán apoderados por una sensación de
miedo indeterminado cuyo origen ignoran y les hace volver los
ojos hacia las nubes presintiendo el diluvio bíblico o hacia los
rostros de los presentes para descubrir al que acecha o hacia
sus propias manos para cerciorarse de que una manchita que
aparece en ellas es sólo la huella de un roce o la ignominia de
los automóviles grasientos y quedará siempre como una perpetuidad silenciosa el hecho de que
había sido una de las mujeres más bonitas de este país
o quizá la más bonita
y que será necesario el advenimiento
de una generación futura
aunque sólo sea para comprender
por qué ahora
no podemos no podemos no podemos
y continuando aquellas reflexiones y haciendo recuerdo
de hechos y acontecimientos de la historia de nuestro país
uno cae en la cuenta que este acontecimiento milagroso de
la naturaleza que ahí descansa o que tal vez se consume en un
esfuerzo de eternidad ha sido el producto sordo y lento de tres
siglos que pueden contarse desde 1620 a 1920 en que nació
para desarrollarse y finalmente morir el sistema de las tierras
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comuneras que significaba el disfrute común de la propiedad
territorial permitiendo el encuentro libre de todos los seres
y todas las condensaciones raciales y sociales y religiosas sin
que la propiedad privada y las limitaciones clasistas pusieran
obstáculo alguno al juego libre de las fuerzas de la naturaleza
de modo que en nuestro país el cruce de los seres humanos
seguía el mismo desenlace que el de las flores y de las frutas y
hacía posible que de improviso giraran alegremente todos los
atributos y todas las fuerzas naturales y espirituales y consumaran una creación superior y soberbia que la gente sencilla
describía al decir simplemente que
había sido una de las mujeres más bonitas de este país
aunque su significación real era todavía mucho más profunda
y por eso no podemos no podríamos no podremos soportarlo jamás
No sé si el llanto es una voz o un eco […]
Del camino
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Suzy se reveló como una mujer incomparable a la hora de las
decisiones y de las resoluciones pues tan pronto como se enteró por la amiga que tenía en la clínica del duro desenlace
de Romanita se hizo cargo de los problemas y tomó las medidas a tomar en esas contingencias sin olvidar lágrimas y luces
meditaciones y comentarios de modo que cuando Bonifacio
llegó a La Romana pudo disponer la atención requerida para
controlar su desesperación y darle una suave salida a sus lágrimas y fue precisamente ella quien le explicó que el percance
no tenía nada que ver con la intervención quirúrgica sino con
un problema marginal que hizo erupción inesperadamente en
un corazón ya lacerado cuando llegó a la clínica y probablemente vinculado al choque recibido por ella al conocer las
circunstancias de la muerte de su médico según la versión que
la propia Romanita le había dado
no ha sido otra cosa sino el destino
pudo decir Bonifacio pues había comprendido desde el
primer momento la profundidad de la conmoción producida
por Romanita al enfrentarse a una noticia cuya significación
envolvía a todo el mundo incluyendo al propio Bonifacio toda
vez que en una situación de terror como la que entonces vivía
el país la tragedia era como un virus que se introducía a través
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de la palabra y obligaba a un silencio que hacía estallar los
corazones
pero lo primero y tal vez lo único que exige el más profundo cuidado es el niño y ya habrá tiempo después para entregarse a los sentimientos
le dijo Suzy a Bonifacio para impedir que naufragara en
sus reflexiones y desde luego Bonifacio comprendió de inmediato la profanidad de esta observación tratándose de una criatura que necesitaba toda la atención de su madre en el preciso
instante en que la perdía
yo seré esa madre
dijo soberbiamente Suzy tomando de sorpresa a Bonifacio
y apartándolo de unos pensamientos tenaces que pugnaban
por apoderarse de su espíritu y porque si bien tuvo un movimiento inicial para oponerse a la determinación de Suzy pronto comprendió que estaba en manos del destino como llamaba
él a este entrelazamiento de las circunstancias
eso es lo que deseaba Romanita cuando me eligió como
madrina de su hijo
y Bonifacio vio en ello un mandato de ultratumba al cual
no podía negarse a obedecer y en esa virtud y bajo el impero
de esas profundas determinaciones del más allá no solamente se vio obligado a expresar su profundo agradecimiento a
Suzy por esa decisión tan abnegada sino que tuvo que pasar a
los aspectos materiales apremiantes que planteaba la situación
pues para hacer frente a esa misión había que comenzar por
poner en el plano de las consideraciones el traslado de Suzy a
La Romana de manera inmediata y conocer los innumerables
problemas que sobre todo para ella se originaban en todos los
aspectos pero Suzy le exigió que se olvidara de ella y pensara
en el niño mis problemas y mis motivaciones personales las
asumo yo
precisó Suzy obligando a Bonifacio a dirigir su atención a
los aspectos objetivos que planteaba de inmediato el traslado y
como que en definitiva no le faltaban sino más bien le s­ obraban
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recursos para hacer frente a las soluciones materiales no tuvo
otra cosa por delante sino dar paso a estos propósitos y optar por el generoso ofrecimiento de Suzy en lugar de llegar a
tientas a La Romana para buscarse niñera y sobre todo para
resolver sin niñera los inconvenientes inconmensurables y desconocidos que involucraba el traslado del recién nacido aunque el concurso ofrecido por Suzy sólo pudiera ser otorgado
durante los primeros días como decía ella
una sola cosa
dijo Bonifacio
le suplico que cualquiera que sea la naturaleza de los problemas que esta situación le plantee a usted me lo comunique
y me dé la oportunidad de intentar una solución pues todavía
me queda alguna duda acerca de si tengo derecho a aceptar
este generoso amparo
a lo cual Suzy le respondió
soy una mujer libre y sólo me atengo a las disposiciones de
la vida y de la muerte como en este caso en que tengo a mis espaldas la muerte de Romanita y ante mi pecho la vida del niño
y Bonifacio quedó un poco aturdido por la densidad de
este lenguaje y fue así como a la vuelta de unas horas emprendieron el viaje a La Romana siguiendo a un carro fúnebre donde regresaba Romanita para afrontar el reposo eterno mientras
detrás ocupaba Bonifacio un automóvil junto a Suzy en cuyas
piernas dormía serenamente el pequeñuelo y es de suponer la
forma atropellada en que se agolpaban los pensamiento en la
cabeza de Bonifacio pues tan pronto entraba en consideraciones respecto al alojamiento por organizar en la casa se interponía el pensamiento de la muerte de su mujer envolviendo en
ella cierta oscura insatisfacción relacionada con las peculiaridades de una tragedia que trascendía las implicaciones personales y se proyectaban a la vida pública de toda la nación pero
entonces se le desviaba súbitamente el pensamiento hacia el
jardín de Romanita y hacia sus ojos subía una lágrima presurosa que había que estrangular en una garganta ya adolorida y
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estos pensamientos iban y volvían mientras las ruedas del automóvil iban golpeando la carretera como si corrieran por encima de su cerebro mientras a su lado Suzy permanecía
entregada a un silencio que era como una severa exigencia
que le hacía a Bonifacio a favor de la criatura que ella llevaba
en sus faldas y así transcurrieron las horas y los kilómetros y
llegaron a La Romana y allí se resolvieron los problemas que
hubo que resolver y Romanita fue depositada sobre un pañuelo de tierra sobre el cual cayeron por fin las sombras eternas y
en nombre de su hijo Suzy tomó posesión de la casa durante
unos días que no podían ser muchos pero que debían ser de
oro pues allí se organizó la alimentación del niño de acuerdo
con el régimen indicado por el pediatra de la clínica se aseguró además la atención facultativa y los infinitos menesteres que
arrastra la atención de un recién nacido cuando ha de quedar
en manos de personas contratadas a base de un sueldo en el
cual va incluido la ternura y la vigilancia extrema que sólo el
cariño instintivo de la madre natural puede articular a base de
insomnio y de desprendimiento y a todo esto prestó Suzy la
atención más delicada antes de marcharse y dejar al niño a
merced de su propio destino lo cual por fin ocurrió despidiéndose de Bonifacio con un verdadero torrente de recomendaciones y con la exigencia final de que la tuviera al tanto de la
situación sin que Bonifacio supiera de qué modo expresarle su
gratitud viéndose obligado a dejarla ir prácticamente en silencio sin poder tomar otra determinación que la de dirigirse a la
habitación donde jadeaba el niño en una cama grande que
llamamos de dos plazas flanqueado por dos voluminosas almohadas como si fueran dos altos muros de silencio levantados
hasta el cielo con el propósito de impedir que hasta el mismo
ruido que hacen las estrellas al girar sobre sus ejes celestiales
turbara el reposo de la criatura y allí permanecía Bonifacio en
estado de contemplación silenciosa e infinita dejando que resbalara sobre su alma un torrente de abatimiento y desconsuelo
cuando un ruido perturbador vino a sobresaltar su espíritu y a
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romper su actitud de silenciosa entrega por cuya razón se incorporó bruscamente y sin desprender los ojos del pequeñuelo echó mano de su sombrero inseparable y se dispuso a salir
de la habitación lanzándole una mirada que evidentemente
pugnaba por desprenderse del niño sin lograrlo como esas
­tiras elásticas que antes de separarse de las superficies a las que
están adheridas se estiran y estiran hasta el momento del rompimiento brusco y fue entonces cuando Bonifacio franqueó la
puerta de la habitación y encaminó firmemente sus pasos en
dirección del patio de la casa y es difícil determinar si su verdadero objetivo era indagar la causa del ruido que le había sobresaltado a fin de someterlo a una conducta más sosegada y
discreta o si el sobresalto fue debido a una súbita consciencia
de las tareas que tenía por delante pues lo que más profundamente diferencia a una madre de un padre es que aquélla se
proyecta hacia dentro y éste hacia fuera y por eso el hogar se
sustenta en un equilibrio similar al de los astros en función de
una fuerza centrípeta dirigida al centro que es la madre y una
fuerza centrífuga dirigida a la periferia que es el padre lo cual
significa una ruptura del equilibrio fundamental cuando se reúnen en uno solo de los dos expresándose en términos de tragedia como ocurría en la situación de Bonifacio porque en el
patio se encontraban varios hombres reunidos alrededor de
una extraña fogata sin duda bajo las órdenes de Bonifacio la
cual ponía en los duros y sudorosos rostros de aquellos hombres raras gesticulaciones amarillas y rojas muy dignas de haber sido aprovechas por la película cinematográfica a colores y
mayormente porque parecían gestos rituales de una función
de magia negra en razón de que la fogata no estaba concentrada en un punto céntrico en torno al cual danzaran los personajes sino que constituía un círculo de fuego en cuyo centro
no había fuego alguno de modo que uno o más hombres podían moverse libremente en el centro de este círculo en llamas
mientras otros efectuaban sus movimientos en la parte exterior y bien podría pensarse dándole alas a la imaginación que
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se trataba de una escena de sacrificio en el cual los hombres
situados en el interior del círculo venían a ser las víctimas de
una inmolación a uno de esos dioses del fuego que alimentan
todas las mitologías y cuando Bonifacio se acercó al espectáculo también su rostro registró los efectos luminosos que producía la fogata y todos los ojos de los hombres que se encontraban
reunidos en el patio se dirigieron a él que permaneció en silencio igual que los demás sin duda porque todos estaban en
el secreto de la faena que se llevaba a cabo y tal vez también
porque le sabían herido en el centro de su voluntad y de su
carácter y así se explica el hecho de que tras un breve ­recorrido
visual a la escena se volviera sin pronunciar palabra y retornara
al interior de la casa con la misma actitud de desprendimiento
de la realidad con la cual había contemplado la reunión de los
hombres en el contorno y el dintorno de la fogata para situarse nuevamente delante de la pequeña criatura y en ese momen­
to observó Bonifacio que en la frente del niño comenzaban a
aparecer unas minúsculas gotas de sudor similares a ese vello
delicado que cubre a ciertas frutas como el melocotón o mejor
aún a esa bruma que se establece sobre las paredes exteriores
de un recipiente congelado y que resulta de la condensación
de la humedad del aire circundante a pesar de que en tan
poco tiempo era imposible que se hubiera producido un cambio en la temperatura hasta hacer sudar a alguien a menos que
estuviera trabajando como lo hacían los hombres en el patio
por la acción de la temperatura de la fogata y de ninguna manera a una persona que se encontrara en el más completo estado de reposo pero además esta bruma sudorosa coincidía
con un cambio en el ritmo de la respiración hasta entonces
casi imperceptible en el niño y que marcaba ahora un ritmo
profundo y sincrónico sin duda revelador de algunas crisis interna y éstos no fueron los únicos signos que se prestaban a la
observación acentuada de Bonifacio sino que la mismo tiempo
se producían pequeños aunque espaciados sobresaltos que sacudían todo el cuerpo del niño y ya se sabe que cualquiera que
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sea la intensidad y la periodicidad de estos sobresaltos son considerados como convulsiones por la práctica médica y ocurría
aún un fenómeno extraño y sin duda capaz de llenar de inquietud a Bonifacio porque hasta esos momentos los ojos del
niño habían permanecido completamente cerrados y suavemente pudo verse que los párpados comenzaban a ceder debido a que se debilitaba la presión muscular que los mantenía
cerrados comenzando a separarse aunque de una manera tan
tenue que no se abrieron completamente sino sólo lo suficiente para dejar entrever el color de sus ojitos y lo mismo ocurría
en su pequeña quijada que hasta entonces había permanecido
firme manteniendo la boca cerrada pero que ahora sufría un
desencajamiento similar que hizo que la pequeña boca se entreabriera y dejara escapar un rugido casi imperceptible pero
profundo todo lo cual había sido observado meticulosamente
por el padre quien al ver que el niñito alcanzaba ese estado de
crisis se levantó rápidamente y se dirigió de nuevo al patio
donde los hombres manejaban ahora grandes tenazas para extraer de la fogata circular un hierro enorme que tenía la misma forma y que se encontraba en estado incandescente lo que
sin duda explicaba el propósito de la fogata que había logrado
calentarlo hasta el punto de hacerle despedir chisporroteos
rojos cuando lo alcanzaba alguna de las tenazas mientras los
hombres se desplazaban lentamente sosteniéndolo firmemente con las dichas tenazas y lanzando órdenes confusas y malas
palabras no tan confusas al dirigiese hacia una gran rueda de
madera que se encontraba tendida aparentemente en espera
de su ardiente matrimonio con el hierro candente y Bonifacio
contempló la operación sin hacer ningún comentario y permaneció inmóvil hasta el momento en que efectivamente los
hombres colocaron el hierro circular sobre la parte más exterior de la rueda de madera a la cual ellos llamaban camón
cuando gritaban sus órdenes y advertencias y la cual se unía al
centro llamado piña por medio de los rayos de madera y empezaron a darle martillazos ­enérgicos cada uno de los cuales hacía
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lanzar radiaciones rojas al metal encendido con el fin de que
el hierro circular ajustara firmemente en el camón de la rueda
convirtiéndose en llanta y todo el artefacto en una perfecta y
admirable rueda de carreta de las que se usan para transportar
la caña del campo a los conductores mecánicos del ingenio de
azúcar que finalmente la entregan a los molinos para hincar su
trayecto hacia el producto final y al llegar a ese punto quedó
concluida la tarea y los hombres comenzaron a dispersarse dejando allí la rueda enllantada en espera de que al enfriarse el
hierro cesara la dilatación y ajustara de manera más rígida todavía a la madera circular de la rueda y resultara imposible
que se desprendiera posteriormente por efecto de los severos
golpes que debía sufrir durante su uso normal por caminos
sumamente accidentados y bajo la acción del cargamento de
caña que debía soportar y así después de impartir algunas instrucciones usuales Bonifacio retornó una vez más a la habitación donde reposaba el niño y se aproximó a él en la actitud
no del padre severo sino de la madre embargada de ternura
que contempla su hijo dormido pues ése era el proceso de
crisis que Bonifacio había estado observando de manera casi
dramática porque debido a que los hombres no tienen una
identificación tan estrecha con sus pequeñuelos como ocurre
en la made todo ese estado fisiológico tan desconocido para él
y tan complejo como es el paso de la vigilia al sueño lo había
seguido como si se tratara de una grave enfermedad antes de
decidirse a tomar las medidas acostumbradas para asegurarle
una noche tranquila a la criatura pero cuando él se retiró para
ver la conclusión del trabajo que los hombres llevaban a cabo
en el patio no fue porque lo impulsara el temor a una catás­
trofe infantil sino porque ya se había cerciorado de que el
niño se había dormido completamente y por eso ahora retornaba para completar el objetivo que se había propuesto y era
trasladar al niño de su cama provisional que era la cama de dos
plazas y depositarlo en la cuna que estaba próxima a ella tras
de lo cual le colocó una sabanita impoluta y finalmente ­dispuso
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el mosquitero de manera que no quedara ningún sitio por
donde pudiera penetrar uno de esos agresivos insectos o cualquier otro permaneciendo entonces en pie y contemplándolo
no se sabe bien si con ternura o con curiosidad porque una
persona cualquiera que hubiera estado observándolo habría
descubierto que por su rostro iban y venían sombras y colores
que eran exactamente los amarillos y los rojos que proyectaba
la fogata cuando él la contemplaba un rato antes y que desde
luego no podían ser ahora el producto de la fogata entre otras
infinitas razones porque la fogata se había extinguido y la única posibilidad abierta a la conjetura es que la fogata que ahora
iluminaba su rostro debía estar ardiendo y llameando en su
propio corazón pues no debe ser simple la situación que se
abre de improvisto para un hombre que pierde súbitamente a
su mujer en el parto y le deja encargado de la atención de un
recién nacido que exige a una o más personas una dedicación
absoluta so pena de muerte particularmente porque la madre
es insustituible en su capacidad de sacrificio y de entrega que
la naturaleza misma se ha preocupado de asegurar creando en
ella un amor instintivo de una profundidad inmensa capaz de
impulsarla hacia los más inconcebibles esfuerzos y sacrificios
tanto de orden moral como físico y este fenómeno que recorre
toda la escala del desarrollo animal y se manifiesta en las especies más primitivas tiene además su contrapartida en la propia
criatura porque nace en un estado de dependencia absoluta
de la madre comenzando porque se nutre de ella que no puede
ser sustituida por ningún otro tipo de dependencia sin deformar su estructura psicológica inicialmente caracterizada por
un sentimiento de terror indefinido que su conciencia infantil
no alcanza a comprender ni siquiera a caracterizarlo como
­terror dando origen a trastornos en su conducta que en la mayoría de los casos provocan reacciones adversas en las personas
que les rodean incluyendo al padre puesto que éste carece de
ese instinto con que la naturaleza ha dotado a la madre para
penetrar en las más sutiles modulaciones del alma de su hijo y
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todo esto significa que las llama que se agitaban en el rostro de
Bonifacio eran una especie de documento de una realidad
profunda y dramática pues el hijo que había recibido como
legado de Romanita venía marcado por un signo complejo que prácticamente lo desdibujaba como un inválido o como
una fórmula algebraica difícil de resolver para una persona
como él ubicada en un conjunto de problemas concretos y rígidos como el ajuste de esa banda de acero al camón de la
rueda de una carreta de caña
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas! [...]
A don Francisco Giner de los Ríos
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Segunda parte
Qué hacer acerca
de la cerca
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Introducción tardía
Me llamo Francisco Villamán igual que mi padre aunque a mí
me llaman Don Quique para diferenciarme de él a quien llaman cuando se encuentra presente Don Fran pues a sus espaldas dicen simplemente el viejo Villamán entendiéndose que
el joven Villamán soy yo y como soy maestro de escuela en la
sección de Vuelta Larga y se supone que un maestro debe ser
puntual tengo que pedir excusas por haber venido sumamente retrasado a esta cita en la cual se esperaba de mí una introducción presumiblemente necesaria antes de referir unos
hechos de los cuales ustedes están enterados ya y cuyos propósito era evitar discusiones superfluas y disipar toda sospecha
de fantasía y de caprichosa invención pues ustedes conocen
el galope desaforado de mi padre hacia la escuela donde yo
trabajo al producirse la intervención militar extranjera para
advertir a todos de que la patria estaba en peligro a consecuencia de la cual se le murió su yegua Pasiflora que era su orgullo
y su compañía y aunque ya hace de esto cuatro años pues fue
en 1916 todavía está desconsolado aunque tal vez no tanto por
la yegua como por la patria y además ya ustedes conocen por
ciertos detalles de la vida privada de algunos personajes como
Bonifacio Lindero y el alumno mío llamado Silvestre así como
por la muerte de un amigo que lo era suyo llamado Flor de
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algunos aspectos de una institución peculiar de nuestro país y
por cierto única en el Nuevo Mundo que hemos conocido por
el nombre de «terrenos comuneros» y es en torno a esto que
quisiera rogar a ustedes una pequeña atención porque de otro
modo resultaría inexplicable cómo una señora de condición
como Doña Rufa puede convertirse de la noche a la mañana en la doméstica Romanita o cómo un primor de doncella
como Analicia puede ir a morirse al monte y quedar tendida en la yerba como una bestia infectada y es a mí a quien
corresponde arrojar alguna luz sobre estas oscuridades por la
doble razón de ser primero maestro de escuela obligado en
consecuencia a conocer los secretos de nuestro país y segundo
por ser hijo del viejo Villamán un campesino integral de no
muchas letras pero muy compenetrado de las peculiaridades
de nuestro pasado y profundamente identificado con las vicisitudes de su patria y pues para cumplir con la misión que
se me ha encomendado vengo a contarles una historia añeja
recogida por mí de sus labios cuando aún era un niño aunque
después he tenido que estudiarla en los libros y articularla en
mi mente a base de reflexión por una parte y controversia por
la otra frente a personas más o menos impulsadas por la misma pasión de mi padre y esta historia comienza con un fuego
increíble desencadenado en una casa de guano de donde pasó
a otra y después a las casas de mampostería y de piedra hasta incendiar a toda la población con iglesia y todo y todavía
esta población estaba envuelta en las llamas cuando el fuego
pasó a otra población y a otra y a otras destruyendo todas las
poblaciones que daban al océano y de allí pasó a consumir
las poblaciones del interior y más tarde las otras poblaciones
que daban al mar haciendo así un recorrido de una costa a
la otra por el norte y el sur el este y el oeste convirtiendo a
todo el territorio en una inmensa llamarada debajo de un toldo de humo negro que ocupaba toda la bóveda celeste y por
fin concluyó cuando había consumido por completo al país
dejando vivo solamente un pequeño triángulo con la Capital
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en el centro como recuerdo del pasado y supongo que no tengo que contarles lo ocurrido con los ancianos los inválidos los
niños las mujeres parturientas y aun los hombres fornidos y de
paso a las vacas a los chivos a las gallinas y a los murciélagos y
hasta a las hormigas y a las cucarachas porque ustedes saben
que el fuego es el fuego y si bien es capaz de hacer un buen
caldo respetando la olla también es capaz de destruir la olla y
la casa donde se encuentra la olla incluyendo al dueño y a todo
su vecindario pero lo que más nos interesa en este momento
como coronación de esta historia a la manera de los cuentos
infantiles es lo ocurrido con los príncipes y con las princesas
porque como ustedes comprenderán esos personajes no pueden permanecer en un país reducido a escombros y a hollín
y si acaso soportan algún tiempo las penurias y la escasez no
tardarán en abandonarlo llevando consigo todo lo que pueda
acompañarles sin desprenderse absolutamente de nada salvo
de sus tierras y es claro porque no se le puede arrancar una
rebanada al planeta como si fuera una torta de queso de hojas
y desde luego dejarán con la tierra sus atributos como las cosechas futuras y el ganado tanto el mayor como el menor y el de
cerda y los ríos y arroyos y el horizonte y el aire que se respira
pero aparte de eso no dejarán nada ni siquiera sus costumbres
envueltas en el aire que se lleva al caminar y después de esta
catástrofe la luz de la razón indica que habrá que construirlo
todo de arriba abajo y no sólo reconstruirlo porque el fuego
no tolera la reconstrucción o el remiendo y en consecuencia
brotó de aquellas ruinas humeantes un marco histórico desconocido en este continente de cuyo seno nacieron dos naciones
distintas y no sólo una y ésta es mis queridos compatriotas una
bella historia y si quieren que lo diga todavía de una manera
más exacta es una historia entrañable porque es nuestra historia mi historia y la historia de cada uno de ustedes y si me he
reservado la identificación del país original es porque debo
suponer que todos ustedes conocen las célebres Devastaciones
de Osorio durante los años de 1605 y 1606 y no ignoran que las
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ciudades devastadas se encontraban en toda la Isla y por consiguiente sólo una parte de ellas en lo que hoy es el territorio
de nuestro país y otra en la del territorio vecino como aquellas
que llevaban los nombres hoy olvidados de «Salvatierra de la
Sabana» y «Santa María del Puerto» nombre verdaderamente
bellos tal vez por nostálgicos o por castizos y yo presumo que
algunos de ustedes pensarán que ésta no es su historia y acaso
quieran decirme
pero yo no me acuerdo de eso
o tal vez
entonces yo no había nacido
y tendrán razón en el sentido de que ninguno de nosotros
había nacido ni durante ni mucho después de aquellos dos
años fuertes a los cuales acabo de referirme pero si nosotros
comenzamos a buscar en nuestros antepasados y a rastrear de
siglo en siglo las costumbres y los hábitos y la forma de vida y
de esperanza que nos caracterizan en la actualidad o aquello a
lo que algunos llaman «tristeza» y otros «pesimismo» y algunos
«holgazanería» y a veces hasta «necesidad de que nos gobierne
una mano dura» por más que naveguemos con buen viento en
dirección del pasado tendremos que detenernos en esa muralla de fuego que separa la muerte rotunda de la continuidad
eterna porque es imposible avanzar más allá sin encontrar no
lo que somos nosotros sino lo que fueron ellos o los habitantes
españoles de una colonia española durante una época española
por cierto deslumbradora y hasta opulenta y prodigiosa en un
momento dado pero desaparecida al fin en el humo y en la llamarada con sus hidalgos con sus torneos de naranjas en lugar
de saetas de hierro y sobre todo con su «propiedad privada» de
tono caballeresco que llaman feudal y amparada en ese nombre orgulloso de «La Española» que parece el de una bailarina
del «tablao flamenco» o una diva del «cante jondo» condenada
a disiparse con los años de su juventud y de su sensualidad y
por eso tenemos que detenernos en el lado de acá del «gran
incendio» donde sólo encontraremos una comunidad dispersa
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de seres desgraciados que no pudieron escapar de las ruinas
humeantes y que al despertar de aquella pesadilla descubrieron que eran los propietarios de todo aquel territorio de donde
habían emigrado la propiedad privada y los portadores de ella
dejando además un prodigioso ganado para ser disfrutado en
común por todos y fue así como nuestros adanes y evas fueron
arrojados al Paraíso
perdóneme Don Quique pero dicen algunas personas que
si hubo hatos antes y los hubo después deben los unos haber
sido la continuación de los otros y esto indicaría que la búsqueda no puede detenerse en la frontera de fuego como dice
usted sino más allá en la colonia española desaparecida
por favor no me mencione los hatos del siglo xvi cuando las devastaciones del silgo xvii pulverizaron la economía y
disiparon a los hateros y despareció la propiedad privada de
la tierra y los títulos de propiedad y la noción misma de propietario fueron consumidos por las llamas porque de esos hatos lo único que perduró porque afortunadamente no se nos
quemó el idioma fue la palabra «hato» con la cual se empezó
a designar tardíamente tal vez a fines de ese último siglo una
forma peculiar de relaciones de producción vinculada a la
propiedad comunitaria de las tierras pues ustedes habrán leído seguramente al historiador Antonio Delmonte y Tejada el
más antiguo de todos y hatero él mismo y se habrán enterado
de que ese sistema era completamente desconocido en otras
partes y si alguien debía saberlo era él por hombre ilustrado
por abogado por los documentos que poseía por el testimonio
vivido por él incluyendo el de su padre y el de los «monteros»
del siglo XVIII de su niñez y por haber escrito su historia en
el extranjero donde no se le iba a tolerar la fantasía pues era
magistrado español en La Habana y fue el primer decano del
Colegio de Abogados en aquel país lo que significa que tenía
que respetarse y la causa de que el tal sistema resultara peculiar original y decididamente único se debe a que nació en
estas tierras como resultado de un acontecimiento insólito que
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es ese fuego inconmensurable que les acabo de referir y que
no se produjo en esos término y con esas consecuencias tan increíblemente profundas en ninguna parte de este hemisferio
y como resultado de ello se produjo en este país una situación
sumamente novedosa porque en la parte de las devastaciones
que caía hacia el oeste se introdujeron los franceses y crearon
allí una colonia que andando el tiempo se convertiría en el
modelo de explotación capitalista colonial pues llegó a ser la
más rica del mundo y el más bello florón de la propiedad privada mientras de este lado sobrevivía la propiedad común de las
tierras y la ganadería permitiendo un intercambio de productos a través del cual se introdujeron elementos de propiedad
privada en la propiedad comunal de las tierras dando origen a
los «terrenos comuneros» donde como ustedes todos saben lo
que se traspasaba en las operaciones de compra y venta era el
uso de la tierra o como dicen los abogados la posesión pero no
la propiedad de unas tierras que en definitiva no pertenecían
a nadie como el viento como la lluvia como las noches como la
vida y la muerte de las personas aunque a veces alguien se apoderaba de ellas y era en función de ese sistema que se llamaba
hatos a las haciendas y hateros a los que vivían de ellas sin que
tuvieran nada que ver con los hatos y los hateros de «La Española» salvo que los unos y los otros se desenvolvían en lengua
española y no se debe olvidar que en la otra parte se denominaban hattes a un sistema que no tenía que ver con ninguno de
los dos y en todo caso más con el antiguo que lo inspiró para
alcanzar un desarrollo propio en el marco de la propiedad
capitalista que con el nuestro que recibió sus rudimentos de
ellos mismo así es que por favor no me mencionen esos hatos
y menos permitan ser arrastrados por los convencionalismos
patrioteros que nos quieren convertir en colonizadores españoles y en creadores del Nuevo Mundo cuando somos los hijos
legítimos de la destrucción y de la catástrofe porque de esa
manera crearemos un pasado legendario y mitológico que podrá ser muy atractivo pero que nos impedirá conocer a ­fondo
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nuestras esencias contemporáneas y el curso genuino de la historia a través de todas sus épocas y por eso he sido invitado y
casi conminado a venir ante ustedes porque es imprescindible
explicarles que no es al azar de la fantasía que el padre de Bonifacio Lindero colocando un lindero aquí y otro lindero allá
puso la ley de su parte y pudo posteriormente triar una cerca
en unas tierras cuya propiedad no existía hasta entonces convirtiéndose de esa manera en un gran señor y quien se refiere
a esto también deberá referirse a la desaforada carrera de mi
padre que veía en la intervención extranjera un peligro para
la patria en la medida que significara una desarticulación del
sistema de explotación de la tierra a la que debía este país su
configuración y su fisonomía secular aunque no pudiera comprender que como todo sistema histórico estaba condenado a
desaparecer y ser sustituido por otro más moderno a menos
que él pensara como pienso yo que esos cambios no debieran
tener por motor a una intervención extraña sino a la comprensión y el esfuerzo de nosotros mismos y por eso una vez más
debemos insistir en que si la naturaleza de los «terrenos comuneros» hubiera sido conocida a fondo aquellos miércoles
no hubieran traído estos estiércoles sin que tenga que volver
a Romanita y a Analicia para explicar cómo la conducta de la
una y los encantos de la otra proceden de la mismas raíces territoriales y bien queridos míos dentro de poco no quedará en
nuestro país un solo centímetro de tierra que no se encuentre
debidamente comprendido en su correspondiente cerca y tal
vez a alguno de ustedes ante la eventualidad de que las tropas
americanas abandonen el país y el poder público vuelva a sus
legítimas manos se le ocurra preguntar
y qué hacer acerca de la cerca
y yo les diré que entonces y durante muchos años después
y quién sabe si por el resto del siglo la cerca deberá quedar
donde está porque se trata de una ley histórica inviolable vinculada a los propios destinos de la humanidad pero como digo
una cosa digo la otra ya que también es un destino inviolable
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de la historia el de ajustarse a los cambios que cada época impone y como que en aquellos días en que aquí se estaba gestando el sistema de los «terrenos comuneros» escribía en Italia
un profesor llamado Vico y aseguraba que la historia se repite
y como que en nuestra época está completamente aceptada
esa teoría aunque modificándola en el sentido de que esta repetición se produce en un grado cada vez más elevado de desarrollo yo me atrevo a afirmar con toda verosimilitud y hasta
certidumbre ahora en 1920 muy lejos todavía de ese destino
y poniendo la mano derecha sobre mi corazón que las tierras
comuneras volverán a serlo y que volverá a entroncar en ella
la esencia de nuestro país tan seguro como aquella sentencia
bíblica según la cual «polvo eres y a polvo volverás» con la diferencia de que al polvo que nos corresponde volver es al que se
levantaba de las cascos de la yegua Pasiflora de mi padre no del
camino sino de las entrañas mismas de las tierras comuneras y
eso es cuanto tengo que decir y que a todos les sea para bien y
muchas gracias y muy buenas noches
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Silvestre se despojó de las olas como quien se despoja de una
capa de aguas después de un torrencial y prolongado aguacero y su primera sensación al abandonar la goleta fue la de
que los tablones del muelle se hundían cuando él afincaba sus
pasos en ellos dándole la impresión de que no pisaba m
­ adera
y en definitiva tierra firme sino lodo o estiércol o alguna otra
sustancia pastosa y aunque la luz de la razón le indicaba que
esto no era más que una ilusión producida por su dilatada
permanencia en la superficie del mar sus ojos permanecieron
entregados al suelo por temor de hundirse en aquellas extrañas arenas movedizas hasta que llegó el momento de levantar
los ojos para examinar el contorno y orientarse en una ciudad
para él desconocida y quedó súbitamente deslumbrado como
si hubiera contemplado una explosión en medio de una muchedumbre y la gente saltara despavorida y sin rumbo de un
lugar a otro porque entonces comprendió algo de lo que había
oído hablar sin prestarle nunca mucha atención y es a lo que
hoy se llamaría el «milagro macorisano» para explicar ese fenómeno que transformó a Macorís en sólo unas cuantas décadas de una pequeña y melancólica aldea de pescadores en una
ciudad de primer rango en el país porque hay varias teorías e
hipótesis y tratamientos del problema pero la ­explicación más
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sensata y concorde con la mentalidad de Silvestre es aquella
que al vincular el desarrollo de esta población al desarrollo
de los «terrenos comuneros» pone en juego todo el proceso
histórico de la Isla puesto que con las ciudades ocurre completamente lo contrario de lo que según aquel sacerdote inglés
ocurre con los hombres en el sentido de que si bien es verdad
que ningún hombre es una isla también es verdad que una
ciudad puede serlo y en consecuencia hay que explicar a Macorís en los mismos términos en que se explica la Isla entera
incluyendo a la República vecina porque la historia de los dos
países que ahora la ocupan comprende un largísimo proceso
que se remonta a los siglos lejanos en que toda la Isla era un
solo territorio español y el punto histórico en el cual se divide
es el mismo punto en que brota como una realidad nueva esa
organización territorial que va a atravesar las murallas de los
siglos y va a reventar en la región más oriental de la Isla de la
cual Macorís vino a convertirse en el corazón palpitante y alegre porque a fines del siglo pasado se estableció en esa región
la industria azucarera inspirada por la extensión de las llanuras
muy apropiadas para el cultivo de la caña de azúcar y hasta
entonces aquellas tierras se dedicaban al pastoreo y había muy
poco interés y mejor dicho no había ninguno en el deslinde de
la propiedad privada por medio de cercas que obstaculizaban
el cambio de pastos requerido por el ganado de manera que
allí más que en cualquier otro punto del país el sistema comunero de propiedad de las tierras alcanzaba una profundidad
extrema pero al llegar el ingenio azucarero con sus vías férreas
y sus grandes molinos se despertó en los campesinos el interés
por el cultivo de la caña y amparándose en la naturaleza común de la propiedad territorial todo el que poseía una azada
se dedicó a sembrar caña y a vendérsela al ingenio después del
corte con lo que la gente empezó a enriquecerse en medio de
una verdadera fiesta monetaria que se expresaba por primera
vez en términos de miles de dólares y fue así como a la vuelta
de unos años muchos de ellos habían adquirido fortuna y con
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la fortuna nuevas apetencias y necesidades que atrajeron a la
antigua aldea de pescadores una verdadera procesión de comerciantes primero nativos y después extranjeros cuando los
gustos se hicieron más refinados y el agua que antes se tomaba en un sabroso aunque rústico higüero pasó a ser tomada
en un vaso de vidrio y más adelante en una copa de cristal de
Baccarat o de Bohemia y desde luego acudió toda gente capaz
de ofrecer algo a cambio de los dólares que los nuevos ricos
sacaban todos los años al liquidarse la zafra y no tardaron los
puertorriqueños situados más o menos a la vuelta de la esquina
en emprender una corriente inmigratoria atraídos por la prosperidad de «la República» como decían ellos no sin nostalgia
y los cubanos vinieron en los mismos buques que trajeron las
maquinarias de los ingenios porque fueron ellos precisamente
los fundadores de la industria y suplieron la carencia absoluta
de técnicos altamente especializados que exigen la fabricación
de azúcar con lo que se afectó profundamente la oferta y la
demanda de novias con el consiguiente aumento en el volumen de venta de los encajes los perfumes y las joyas y hasta de
la calidad del papel de escribir que comenzó a aparecer en el
mercado sin rayado y con su propio sobre y después de estos
antillanos o tal vez al mismo tiempo vinieron los españoles los
alemanes los holandeses los italianos y por su propio lado los
sirios los libaneses los palestinos y los jordanos y finalmente los
barloventinos cuando los campesinos nativos que antes efectuaban el corte de la caña consideraron que ésa no era tarea
digna de su nueva condición sino la de «colono» como se llamó a los que tiraban caña para el central y liquidaban cada
año una buena bolsa cuando no pasaban a ejercer funciones
más espectaculares en la administración pública y como resultado de esta orgía cosmopolita resultó una imagen de Macorís
que los más entusiastas describían con el calificativo de «París
chiquito» porque la ciudad creció a manos de unos artesanos
que hacían prodigiosos chalets de madera caracterizados por
el primor de la decoración y la gente tuvo necesidad de educar
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a sus hijos y refinar las costumbres y a esos fines los pedagogos
puertorriqueños que eran muy prestigiosos por la tradición
hostosiana fundaron academias y colegios de los cuales uno se
llamó la «Academia Antillana» del señor Pardo junto con los
mejores maestros del país como el señor Serrano de la Vega
Real que tuvo colegio de gran estirpe y severos coscorrones y a
ellos se sumaron los poetas y soñadores de la bohemia capitaleña como el bardo Gastón Deligne o un delirante Marianito
Soler
por fin he vuelto a verte pueblo mío
nido caliente aún de mis amores
y este «por fin» significaba que hacía una semana que no
venía a Macorís donde lo que era suyo eran los amores y nada
más ni siquiera la cuna y con los poetas vinieron los músicos
veganos y hasta dirigentes sindicales de Puerto Plata y precisamente la llegada de Silvestre al muelle de Macorís sin ser palestino ni pedagogo aunque sí un poco poeta y un mucho soñador
señalaba ya el principio del fin de aquel festival capitalista que
pudo haberse extendido por todo el país si no hubiera sobrevenido la «invención de la agrimensura» como decían los campesinos de la zona norte porque al ser abolido el sistema de los
«terrenos comuneros» y pasar el cultivo libre de las tierras al
dominio de las compañías azucareras pronto languidecieron
los colonos y con ellos los fondos que se derrumban en el mercado macorisano y comenzaron a emigrar los grandes comerciantes y los grandes pedagogos y comenzaron a suicidarse los
grandes bohemios como Gastón y el propio Marianito aunque
de manera apacible y casi inadvertida hasta el estallido de la
crisis mundial de 1929 y entonces la discreción se convirtió en
una estampida tan apresurada que según se cuenta algunas casas quedaron a medio pintar porque la miseria azotó al pintor
de manera tan brusca que no tuvo tiempo de retirar sus escaleras y añaden los exagerados que no pocos enfermos murieron
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en la mesa de operaciones porque los cirujanos no tuvieron
tiempo de coser la herida por temor de no llegar a tiempo al
último bote salvavidas como si se tratara de un naufragio en el
cual el paciente estaba condenado de todos modos a morir
pero nada de esto se presentó ante los ojos maravillados de
Silvestre cuando saltó de su goleta al muelle sino el ­espectáculo
de una muchedumbre variopinta engrosada por la población
flotante que arrojaban a las calles catorce o quince buques
amarrados a los muelles haciendo esperar a otros tantos que
permanecían anclados mar afuera y hasta donde llegaban a
nado los muchachos que mejor nadaban con el propósito de
conseguir cigarrillos extranjeros no sin que de vez en cuando
sirvieran de manjar a los tiburones y esta multitud callejera
que hervía en los muelles era entrecruzada por los vehículos
de carga y los coches de pasajeros los buhoneros y los gritos y
los pregones que acreditaban el incomparable producto de la
iniciativa popular dirigida a explotar la gula de los transeúntes
como el entonces famoso «crispete de millo» equivalente a la
cinematográfica «rosita de maíz» de hoy pero a base de centeno y miel y presentado en forma compacta para seducir a los
ángeles caídos del cielo si no eran los «pasteles de hoja» ante
los cuales morirían de vergüenza los que se confeccionan en la
actualidad ya que aquellos llevaban su propia música y letra
para describir que iba compuesta de «garbanzos almendras
aceitunas alcaparras y pasas la pura masa» tal vez sazonada con
granos de oro y polvo de estrella y refrescos verdaderamente
refrescantes de «bejuco de la India o cacheo y la jagua» y una
polvareda resplandeciente muy distinta a la que Silvestre conoció tras el galope de Villamán pues ésta era levantada por los
automóviles Hupmobile o Hudson o Rugby o Hispano-Suiza y
el famoso modelo T de la Ford y luego esa muchedumbre exaltada se lanzaba al interior de la ciudad con sus calles primorosamente asfaltadas y orgullosas de haber sido las primeras que
conocieron ese aderezo metropolitano y donde abrían sus
puertas los hoteles de primera como el Gran Hotel Savoia o el
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Dos Américas o los bancos como el International Banking Corporation del cual se dice que emigró al Asia cuando sobrevino
la crisis y junto al cual se colocaban los grandes cartelones multicolores del Teatro Colón donde se anunciaba al tenor Lázaro
y al mismo Caruso que por fin no llegó aunque pudo haber
llegado si el desenlace no hubiera sido tan operático mientras
la Compañía de Lupe Rivas Cacho entonces niña inenarrable
cobraba veinte pesos por unas canciones mexicanas oídas desde un palco en competencia con Miss Quincy una rubia americana que se lanzaba de una altura astronómica a una gran
tinaja que reposaba en el suelo del Coney Island de donde
emergía con su traje resplandeciente y su melena chorreante
para vender su propia fotografía a cinco dólares por unidad y
cincuenta por docena al compás de la nunca olvidada música
del carroussel sustituida tristemente hoy por el ecuménico toca
discos mientras allá arriba y cerca de la tarima desde donde se
precipitaba Miss Quincy tronaba un aeroplano que cobraba
sólo 25 pesos por una vuelta a la ciudad cada domingo para
descansar de su tarea de perseguir a los gavilleros el resto de
la semana y Van der Múligan que era funcionario de la firma
holandesa Walls Tandem & Compañía firmaba un cheque de
mil dólares por un clavel que le vendió una linda sultana llamada Purita Lugo en la kermesse de moda del Club 2 de Julio
por entonces la crema de la sociedad creada por una especie
de honrilla patriótica para competir con el Centro Español el
Casino Puertorriqueño y el Centro Sirio-Libanés sin excluir a
los innumerables centros sociales y culturales de los barloventinos muy orgullosos de sus tradiciones inglesas y como que
rodaba el dinero y se acrecentaba el poder las muchachas más
bellas de todo el país eran cuidadosamente seleccionadas reconstruidas y enjoyadas para engalanar los parques como el
Salvador regalado por un cubano llamado Salvador Ross empresario azucarero y a veces las cosas resultaban como en las
grandes ciudades y las muchachas embarcaban en el Catherine
envueltas en serpentinas para pasar la luna de miel en Puerto
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Rico después de algún pequeño escándalo y su luna de miel en
Europa después de un pequeño pero delirante escándalo
como fue el caso de Eurasia Risp que salió en estado de uno y
se casó por poder con otro en representación de un tercero
que probablemente había aceptado el matrimonio por indicaciones de un cuarto sin duda dependiente de un quinto y
como en todo esto mediaban risueñas fortunas se hacían eco
las crónicas sublimadas del Diario de Macorís y del Boletín Mercantil que en el pregón de los canillitas resultaba boletín «mercantín» para rendir homenaje a la perfecta rima y que
circulaban diariamente y aun con extras con las noticias por
«teléfono sin hilos» de la Gran Guerra I consideradas como
noticias de lujo que era lo único que interesaba alternándose
con entrevistas con personalidades como un caballero remendón quien a poco de llegar de Venezuela descubrió unos terrenos ofrecidos gratuitamente por el Ayuntamiento y más tarde
se encontraron en el centro de la ciudad costando un tesoro y
pudo casar con una ninfa de Los Llanos con tiempo aún para
enviar al hijo de los dos a estudiar a Boston y encontrar a su
disposición para los escasos meses de vacaciones un flamante
Super Six del año en curso y el tanque lleno de una gasolina
perfumada que no tenía tiempo de consumir a pesar de sus
vueltas y revueltas con un jovencita americana llamada Patricia
cariñosamente Pattie cuyo apellido siendo Tietz resultaba Pattie Tietz lindamente pronunciado «patitiesa» en español frustrando por fin el matrimonio pero sin impedir que fueran al
cine a ver a Francesca Bertini e Italia Manzini precursoras de
su compatriota Rodolfo Valentino y del star system y de todo
esto se impregnó Silvestre en un solo disparo de atención maravillada pues en su breve estancia no sólo le fue posible dominar el Parque Duarte sino también el Caribe paseo y zona
residencial y Villa Velásquez en el otro extremo de la ciudad
pasando por «Los Rieles» que en efecto lo eran pero no del
tranvía sino de los ferrocarriles que traían el azúcar de los ingenios al muelle y haciendo escala en La Cocolita un centro de
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actividad incomparable porque allí se vendía durante las horas
de sol todo tipo de mercadería y de ultramarinos y en cuanto
caía la tarde toda clase de bebidas alcohólicas sin cerrar jamás
lo cual mantenía aquella parte de la ciudad convertida en un
hervidero de gente de toda laya desde la ama de casa mañanera con su servidumbre hasta la dueña de casas nocturnas con
la suya mediando los mejores compositores y guitarristas del
país y del extranjero como Rafael Hernández quien compuso
por aquellos días «Quisqueya»
parece una gaviota dormida
en las orillas del ancho mar
refiriéndose no a Quisqueya sino a Macorís y que hoy es la
canción favorita de muchos programas de televisión entonces
difundida por esa época de gran expansión de la Víctor la casa
pionera de las grabaciones comerciales por estas latitudes y si
no hubiera sido porque la mentalidad de Silvestre funcionaba
a base de otros impulsos se habría sumado definitivamente a
aquel escenario hollywoodense en el cual estuvo a punto de
naufragar la misma noche de su arribo pues iba por uno de
esos barrios tristes de días y alegres de noche sin poner la más
mínima atención a la canción disparada por la bocina de un
fonógrafo a más velocidad de la normal como sucedía con las
imágenes del cine mudo porque venía observando que a pesar
de la proximidad de sus tacones el ruedo de los pantalones no
producía ningún ruido misterioso aun cuando modificara la
forma normal de mudar sus pasos y estaba disfrutando él de
este proceso ambulatorio nostálgicamente ligado a un episodio entrañable de su niñez cuando fue bruscamente restituido
a la realidad por el estallido de unas risotadas verdaderamente
estremecedoras y sus ojos se dirigieron rápidamente hacia el
sitio de donde procedían para descubrir a un grupo de muchachas reunidas junto al fonógrafo y notoriamente riéndose
de él y de pronto sintió que perdía el equilibrio y que le subía
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a la cara toda la sangre anteriormente concentrada en sus pies
impidiéndole continuar la marcha y después de un segundo
de vacilación se dirigió a la casa de donde salieron las risotadas
con el propósito de poner las cosas en claro lo cual ocasionó un increíble revuelo en las muchachas y en cuanto estuvo
frente a ellas abrió los labios para decir algo sin poder hacerlo
porque una de ellas lo interrumpió
marinerito te estábamos esperando y tú no nos hacías caso
y Silvestre rápidamente pensó gritarles que él no era marinero sino agricultor cuando otra de las muchachas volvió a
estrangular sus palabras antes de salir de su garganta pero no
dirigiéndose a él sino a una de sus compañeras
te dije que no era mariquita y ahora puedes ver que es un
trozo de hombre
y esta vez Silvestre ya no hizo el intento de hablar sino
de saltar sobre la muchacha que había dicho esas cosas y estrangularla delante de las otras pero en esos momentos surgió del interior de la casa una dama aparentemente de gran
condición social por sus maneras distinguidas quien después
de darle muy dulcemente las buenas noches lo invitó a pasar
en forma bondadosa pero enérgica sin duda con el propósito de esclarecer el percance en la forma que lo hacen las
personas educadas y Silvestre decidió pasar y naturalmente
aceptó un sillón acogedor y por más que quiso no pudo evitar que un vaso de cerveza se precipitara sobre su garganta
y ya le fue completamente imposible introducir el tema que
lo había traído a este mundo inverosímil pues lo que antes
había sido provocación se había tornado amabilidad y algún
tiempo había pasado cuando Silvestre entró en posesión de
la palabra y decía
yo vengo de los lados de Vuelta Larga cerca de Puerto Plata y vine en una goleta para encontrarme con unos amigos que
andan por los campos del Seibo pero aquí no tengo a nadie y
por eso vine a dar a esta calle en busca de un lugar donde pasar la noche porque yo tengo dinero suficiente para pagar mi
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cama pero no sé adónde ir y no quiero toparme con mujeres
de la vida
y al oír estas palabras las muchachas comenzaron a reírse
de nuevo mirándose unas a otras y ya estaba Silvestre a punto
de amoscarse de nuevo cuando una de ellas
no le hagas caso a esas borrachas
le dijo y Silvestre le dirigió una mirada agradecida y observó que era dulcemente achinada
me dicen América La China
continuó diciéndole con el acento típico de las cibaeñas
por lo que Silvestre se sintió en familia y extrañamente transportado al recuerdo de Analicia a quien de momento pareció ver
cuando la muchacha le decía en medio del silencio brusco de
las demás probablemente para no interferir en sus propósitos
tú me has caído bien y te voy a conseguir un alojamiento
de manera que pases la noche como un «timacle»
y aunque Silvestre ni nadie conocía el significado de esa
pala­bra supuso que pasaría la noche como un príncipe sobrepa­
sando con mucho sus aspiraciones y unos segundos después se
encontraban atravesando algunos recónditos lugares por donde brotaba el olor de la cerveza que había tomado y que lo devolvía a la goleta de donde casi acababa de desembarcar hasta
que por fin se encontró en una habitación modesta pero prometedora que La China abrió con su propia llave y tan pronto
como estuvieron solos Silvestre apreció la extrema limpieza y el
delicado empeño con el cual se encontraban dispuestos los objetos de uso femenino una alfombrita por allí un florerito por
acá un monito de peluche colgado de un clavo y en el centro
de interés un tocador lleno de botellitas de variado color y caprichosas formas como si ella fuera coleccionista y después de
invitarlo a comportarse como en su propia casa y preguntarle
si sentía vergüenza de encontrarse allí comenzó a referirle una
conmovedora historia de sufrimientos y penurias y atropellos a
los cuales ella debió acomodar su existencia desde que aparecieron en su pecho los signos de la pubertad para sobrevivir en
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medio de las más espantosas luchas sin haber alcanzado nunca
la prosperidad y la independencia a que tenía derecho por su
dignidad y sus sacrificios de todo lo cual culpaba la muchacha
a cierta vecindad poseída por la ambición de poder y por el
afán de lucro a espaldas de toda consideración humana
la verdad
dijo Silvestre
es que a ti no te deberían llamar América La China sino
América Latina
qué sé yo
dijo ella y aprovechó para preguntarle
y tú cómo te llamas
y como que esta pregunta lo tomó desprevenido
aparentó no haber entendido bien y repitió
yo cómo me llamo
y ella medio sonriente y medio irónica le preguntó si se le
había olvidado su nombre a lo que él rápidamente contestó
me llamo Juan Bosch
a lo que ella agregó un alegre comentario
oh qué lindo
y después de un segundo de reflexión dijo como si hablara
consigo misma
Juan Bosch y América Latina
lo cual le arrancó a él una espléndida carcajada que ella
interrumpió con una especie de reproche
no te parece una bonita combinación
sí claro que sí
replicó prontamente él y agregó
lo que sucede es que yo tengo otros compromisos
y tú tienes muchos amigos
a lo que ella añadió
y muchos enemigos
etcétera
y por fin después de estos sensitivos intercambios verbales simbólicos afectivos entre juego y realidad con visos de
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galantería y no exentos de refinamiento él quedo situado en
el embrujo de su impresionante aunque malgastada personalidad y fue necesario apagar la luz con lo cual Silvestre se encontró sumergido en las sombras de una titánica lucha con las
turbulencias submarinas del revuelto mundo abismal y salobre
de América Latina durante la cual pudo reconocer a los peces
amarillos entretejiendo fugas niqueladas con los peces blancos
y con los peces negros entrelazados con los peces rojos mientras
le navegaban en forma caligráfica dentro de su médula espinal
después de lo cual sobrevino el momento del sueño ceremonial y saludable pero tal vez debido a las profundas tensiones de
todo aquel día el sueño se convirtió en pesadilla y Silvestre vio
a Flor girando antes de caer envuelto en una risotada terrible
afortunadamente interrumpida por una dulce voz que decía repetidas veces
Juan Juan Juan
y por fin Silvestre comprendió que lo llamaba La China
te estás quejando
le dijo y después de una explicación banal Silvestre volvió
a emprender la faena interrumpida y esta vez la imagen de
Flor fue sustituida por la de Analicia apagándose suavemente
bajo su pecho como se apagan las luces de la tarde al llegar la
noche y con ella la conciencia de Silvestre sintió que se alejaba
en busca de la eternidad sin duda impulsada por la extenuación de su organismo y fue así cómo en un lento sopor se fue
disolviendo finalmente aquella primera noche de un Macorís
inolvidable
Pero recuerdo y, recordando, digo:
−Sí; yo era niño, y tú, mi compañera.
Galerías
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Bien se ve que el cuidado de un infante exige conciencia al par
que atención porque todavía Suzy no había podido quitarse el
polvo del camino de regreso a la Capital cuando ya un telegrama le informaba de que el niño de Romanita estaba siendo hidratado a consecuencia de una infección de gastroenteritis y
Suzy se percató enseguida de que la criatura estaba al borde
del desenlace y sin pensarlo dos veces reanudó la misión que se
había encomendado a sí misma y prontamente llegó orientada
por el faro de ciegos al hogar de los Lindero para comprobar
efectivamente la gravedad de la situación y sus causas probables
porque sus recomendaciones no habían sido seguidas con el
rigor que exigían y de nuevo su dedicación fue entregada sin
regateos al destino del angelote pasando aquella misma noche
junto a la cuna del bebé sin pegar los ojos como una madre genuina mientras Bonifacio consumía cigarrillo tras cigarrillos en
aquel comedor situado como un pasaje entre el jardín y el patio
y donde Romanita sostuvo con su médico una conversación del
fondo de la cual partieron ambos hacia la eternidad y al amanecer Bonifacio no pudo menos que darle la mano a Suzy sin
pronunciar unas palabras que carecían de la suficiente carga de
reconocimiento para serle dirigidas y a su vez Suzy aceptó aquella delicada prueba con una amable sonrisa y
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estás muy ojeroso y más vale que vayas a descansar un poco
le dijo a Bonifacio que permaneció inmóvil al darse cuenta de que Suzy le había tuteado y frente a esa actitud Suzy volvió a dirigirse a él
lo que dije no fue una galantería sino una orden
y entonces Bonifacio no pudo menos que recuperar el
dominio de sus movimientos y dirigirse tranquilamente a su
habitación como si en efecto estuviera cumpliendo una orden
y allí se tiró en su cama donde reinaba una gran tranquilidad
porque la cuna había sido trasladada a la habitación que le había sido destinada a Suzy y de nuevo las horas emprendieron
su curso desenfrenado y con la misma celeridad comenzaron a
ceder los síntomas que abatían a la criatura y de nuevo volvió
la sonrisa a sus labios y el fulgor a sus ojos y la misma casa se
había llenado de un resplandor nuevo que descubría Bonifacio al volver de sus faenas y los trabajadores que giraban en
torno a las llamaradas en el fondo del patio advirtieron que
volvía el ánimo a las palabras y a los gestos de Bonifacio y no
era necesario convocarlos a una reunión para explicarles que
la presencia de Suzy había inyectado una nueva vitalidad no
solamente a la criatura sino también a su padre y aun a las mismas paredes de un hogar que de otro modo se habría hundido
en la catástrofe pues está visto que un hogar es una mujer y de
esto son sumamente consciente los filósofos esquimales pues
sólo una mujer es capaz de llevar calor y sentido a una cueva
de hielo y así como se ha dicho que en el siglo XVI todo español llevaba sobre sus hombros una ciudad como el caracol su
casa puede decirse que en todas partes y en todos los tiempos
la mujer ha llevado una casa sobre sus hombros como en el siglo XVI el español llevaba una ciudad o dicho de otra manera
que toda mujer es en cierta medida un caracol y no deja de
confirmarse esta sospecha por otros motivos pues en definitiva
toda mujer lleva en sus entrañas como los caracoles un laberinto lleno de rumores oceánicos donde cualquier hombre puede encontrar el vértigo y no solamente Bonifacio a quien una
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fuerza vertiginosa imponía el agradecimiento debido a Suzy
porque lo objetivo es que cualquiera que fuera la inmensidad
del sentimiento de gratitud Suzy era una mujer y había en ella
cierto estilo señorial y cierto dominio sobre la naturaleza de
los demás que obligaba a rendirle un culto extraño y pronto
Bonifacio comenzó a observar que había en Suzy algunos atributos de los que antes no se había percatado y aunque hizo
una severa resistencia a que algún sentimiento inoportuno se
introdujera en una situación enormemente delicada sucedió
que en su mente comenzó a repetirse obsesivamente la línea
que se curvaba en cualquier parte del cuerpo de Suzy donde
se posaran sus ojos aunque esta imagen era capturada sólo en
ocasiones furtivas de manera que cuando la mejoría del niño
comenzó a aproximar los días de una nueva separación que
debía suponerse definitiva Bonifacio acusó notorios síntomas
de intranquilidad y nerviosismo y en una ocasión se acercó a
Suzy en momentos en que ella depositaba al niño en su cuna
y le dijo
Suzy
Y desde luego Suzy movió la cabeza para tirar hacia atrás la
melena que le cubría el rostro y le dijo simplemente
sí
y este monosílabo le pareció una frontera de fuego porque
sin añadir una palabra más dio media vuelta y desapareció de
la manera más insensata porque forzosamente debería volver
a situarse en el mismo borde de esa palabra y efectivamente
no tardó en regresar pero entonces fue Suzy quien el dirigió
la palabra
comprendo perfectamente lo que está sucediendo en el
fondo de tu alma y puedo medir la magnitud de los sufrimientos que ella anida
y bajando el tono de su voz añadió
me pregunto si tienes presente que aún está tibio el cuerpo de Romanita y no se han secado aún las lágrimas que ambos hemos derramado por ella
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no
respondió rápidamente él
no se trata de eso
y enterneciéndose como si no fuera el mismo Bonifacio
enérgico rudo y dueño de sí mismos a quien todo el mundo
reconocía por esas cualidades prosiguió
es que la muerte de Romanita nos ha dejado al niño y a
mí en el más profundo desamparo y desde que algún poderoso destino te puso en nuestro sendero me he preguntado
qué habría sido de los dos si no te hubiéramos encontrado y
esta pregunta obsesiva me persigue día y noche y justamente
cuando la pérdida de mi mujer me asalta y trata de desembocar en la desesperación surge tu imagen no como consuelo
sino como necesidad y no solamente pienso en el niño y en
mí sino también en estas paredes y en este aliento que tú has
infundido a la vida y aunque sea presuntuoso o imaginario
también pienso en ti sin dejar de considerar lo que sería de
ti sin nosotros
y esta vez fue Suzy la que enmudeció y cuando estas palabras se apagaron se volvió suavemente de espaldas como
para impedir que contemplara su rostro o tal vez impedirle
que penetrara en las profundidades de su silencio y Bonifacio
comprendió que debía dejarla sola y abandonó aquel recinto
súbitamente invadido por una onda perfumada que se desprendió delicadamente de las azucenas
me alegro mucho de verle
le dijo a Bonifacio un individuo con quien se encontró ines­
peradamente en la calle
gracias qué te pasa
pues mire
respondió el individuo
es que un amigo mío se enteró de que usted tiene un ganado muy lindo precisamente de una raza que a él le interesa
fomentar en algunas regiones del país y me ha comisionado
para indagar cerca de usted si le interesaría venderle ­cincuenta
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c­ abezas y yo supongo que usted comprenderá que éste es un
negocio que no se puede despreciar
sí lo sé
contestó Bonifacio
quiero decir que es un negocio que le resultará sumamente ventajoso
reiteró el individuo y Bonifacio repitió como si no estuviera en condiciones de pensar
sí lo sé
y entonces el individuo agregó
bien me alegro mucho de que le haya gustado la proposición y si quiere piense usted las condiciones que le parezcan
más convenientes y avíseme mañana o pasado
completamente de acuerdo
respondió Bonifacio y agregó mientras el individuo se alejaba de él
mañana le doy aviso
y como que Bonifacio conocía a fondo el terreno que
estaba pisando y descubrió que había algunas implicaciones
siniestras en esa proposición porque tenía una herida muy
fresca que había zanjado su vida de banda a banda encaminó
de nuevo sus pasos a su hogar y al trasponer las verjas nuevas
sintió que todos aquellos aromas del jardín de Romanita se
abalanzaban a abrazarlo comos si quisieran protegerlo de los
malos humores de la vida y tan pronto como encontró a Suzy
le refirió la experiencia que acababa de tener a lo que Suzy
respondió sin detenerse como si hubiera penetrado hasta el
fondo mismo de la situación y sin la menor vacilación le dijo
te vas mañana temprano a ver a ese individuo y le dices
que no le vas a vender el ganado sino que quieres donárselo
a su amigo para contribuir a la obra de engrandecimiento del
país que está llevando a cabo
y al decir esto Suzy observó que Bonifacio se envolvía en
una densa sombra por la que sin duda transitaban los más lúgubres pensamientos y no es necesario hacer notar que ya era el
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anochecer porque de todas partes se sentían llegar los vapores
perfumados del jardín de Romanita y allí sentado permaneció
Bonifacio largo tiempo sumido en sus pensamientos hasta que
todos los ocupantes habituales de la casa se retiraron y quedó él
solo en una penumbra parcamente alumbrada por las luces que
se filtraban de la calle dándole a las cosas que rodeaban a Bonifacio configuraciones extrañas como si fuera el decorado de un
sueño en el cual estuviera sumergido y entonces colocó sus dos
manos en la mesa una sobre la otra y sobre ellas apoyó su cabeza
como rendida por la pesadumbre quedando así inmóvil durante largo tiempo en la actitud de una persona profundamente
dormida y cuando los ruidos que venían de fuera indicaron que
la misma ciudad estaba dormida Suzy se acercó a él y puso blandamente su mano tibia sobre la cabeza rendida de Bonifacio
quien al sentir la presión cariñosa levantó la vista y vio allí a una
Suzy fantasmal envuelta en una bata de dormir de algún sedoso
material que no impedía que se transparentara en la débil luz
de sueño que se posaba sobre las cosas los prodigiosos encantos
de su cuerpo y Bonifacio se incorporó como si realmente estuviera soñando y se apoderó de la mano que descendía de su
cabeza y aprisionando aquella mano que empezó a temblar en
la suya como una paloma le dijo
cuando yo era niño
y su voz era jadeante como la de un moribundo a quien le
cuesta mucho esfuerzo arrancar las palabras del silencio que
se aferra a ellas
tenía un oso de peluche amarillo del cual nunca supe cuándo llegó a mis manos pero me decían que me lo había dejado
una tía que me quería mucho como recuerdo suyo antes de morir y yo le atribuía a mi oso poderes sobrenaturales y a él acudía
cuantas veces me ocurría algún trastorno y recuerdo haber llorado no pocas veces hundiendo en él mi nariz hasta sentirle su
vientre de paja y cuanto castigo sufrí por mis fechorías infantiles
encontró refugio y amparo en mi oso protector de cuyo pelambre salía yo restaurado y dispuesto para la próxima aventura y
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durante largos años me reconfortó mi oso hasta que le tiempo
me hizo hombre a mí y andrajos a él y después no tuve ya necesidad más nunca de su protección porque la vida no quiso
maltratarme
y aquí Bonifacio hizo una pausa como si quisiera revisar
en su pensamiento la exactitud de esa afirmación y prosiguió
pero esta noche con mi cabeza hundida en las manos he
sentido que tenía necesidad apremiante insoslayable urgente
inmediata de mi oso y pensaba en ti cuando sentí tu mano sobre mi cabeza creyendo que era sólo un sueño
y al oír estas palabras Suzy no movió sus labios sino apoyó
su cabeza en el pecho de Bonifacio quien sintió subir de ella un
aroma que no era de flor sino de mujer inflamada y lo envolvió
en una llamarada que los rodeaba a los dos y la noche comenzó
a girar haciendo subir estas lenguas de fuego en las cuales se
perdían sus cabezas y donde por fin se consumieron sus cuerpos enlazados y resbaladizos mientras Bonifacio sentía que los
dos brazos de Suzy le rodeaban la espalda para hacer que sus
pechos enardecidos y enérgicos se confundieran en él mientras
él mismo se hundía en ella como buscando la muerte en sus
entrañas y así aprisionados en esa vorágine discurrió quién sabe
qué tiempo torrencial y sofocante ni qué volumen de sangre fue
y vino ni qué intercambio de licores infinitos se produjeron en
sus glándulas más íntimas pues sólo los primeros fulgores de la
madrugada trajeron a sus cabezas una sensación de lento retorno a la conciencia y aun entonces cuando todavía las brumas del
vértigo pastoreaban allí sus sombras y permanecían en la lejanía
los destellos de la voluntad se hundieron en un profundo beso
todavía húmedo de la fiebre y todavía ansioso de sangre y de espuma que no despuntara nunca la realidad que llegó por fin en
el cantío no del gallo mañanero que no había cesado de cantar
sino del búcaro escondido en algún lugar del patio y todavía
en espera de un viaje a la Capital que nunca se produjo sino al
revés pues fue la Capital o sea Suzy quien vino a él y ahora le escuchaba más con una mirada entornada y un horizonte infinito
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que con un oído curioso y una conciencia despierta mientras
flotaba una sonrisa en su pequeña boca de vampiro satisfecho
después de haber desangrado su víctima
Yo me asomo a las almas cuando lloran […]
Del camino
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Después de su aventura por aquella mitológica América Latina
se pierde el rastro de Silvestre como si hubiera sido tragado por
las aguas infestadas de pirañas de las selvas amazónicas y si se ha
de seguir la lógica de su vida no puede encontrarse otro sentido a esa desaparición salvo el de haber sido devorado no por las
pirañas ni siquiera por las arenas movedizas de los barrios nocturnos del Macorís de 1920 sino por los azares del movimiento
gavillero que por entonces estremecía aún la vida bucólica de
la parte oriental de la República bajo el mando de un número
desconocido pero impresionante de aguerridos combatientes
entre los cuales todavía se recuerdan algunos nombres ­famosos
como los de Vicentico y Blanco Caraballo o Félix Laureano
alias Chiquito y Alfonso de Gracia o Manuel de Morla y Mango
Viejo y desde luego Fidel Ferrer o Ramón Natera y el cabo Gil y
Ramón Batía o aquel Pedro Tolete inmortalizado por el folklore
Tolete ya los rulo’ están
Tolete pa’ comer con pan
Tolete tú me va’ a matá’
Tolete con ese puñal
etcétera
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y aún podrían agregarse numerosos nombres como el de
aquel Alejandro Silvestre que sólo tenía 13 años cuando se entregó o lo entregaron a los americanos en 1919 y se sabe que
por 1920 estaba operando por Aletón en las inmediaciones de
La Romana y por Benedicto sección de la Magdalena un cau­
dillo de quien no se había tenido noticias hasta un asalto ejecutado sobre una posta de correos y a quien se identificó por una
carta dirigida a las autoridades con uno de los prisio­neros y que
venía firmada con el nombre de El Cibaeño y bien pudo ser
que tras ese nombre se ocultara la identidad de Silves­tre aunque desde luego ésta es una indicación muy vaga para aceptarla como un rastro de sus actividades por aquella región si
no fuera porque aquí concurre una circunstancia ciertamente
curiosa pues resulta que en 1921 apareció una fotografía en un
periódico de París en la cual se ve a un individuo tirado de bruces sobre un arroyuelo y en cuya mano derecha se descubre
una carabina mientras a sus espaldas se despliega el esplendor del paisaje antillano y bien pudo tratase de un cazador
de cerdos montaraces a quien la sed o el calor impulsaron a
este connubio con las aguas mientras un amigo o un reportero
avispado de las agencias de noticias americanas le tiraba una
foto muy apropiada para venderla como noticia y precisamente la foto aparecía en el diario francés con una leyenda muy
apropiadamente rociada con palabras inglesas y españolas que
decía
bandido muerto durante una operación de las tropas de
marines que actualmente ocupan la antillesa república de Santo Domingo asolada por facinerosos llamados «gavilleros»
y aunque no se sabe cuál ha podido ser el interés de dar
esa información cuando todo el espacio disponible y sobre todo
la atención de los lectores estaba concentrada en el curso de
la guerra mundial el periódico explicaba a continuación que
estos «gavilleros» eran simplemente unos forajidos dedicados
a asaltar las bodegas de las plantaciones azucareras obligando a
los marines a ocupar el país y como resultado de esa información
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algunos sectores intelectuales que tuvieron información de ella
se dirigieron al director del periódico manifestándole su más
enérgica protesta por los términos en los cuales se interpretaba
la resistencia nacional a la ocupación militar extranjera más o
menos en el tenor siguiente
mientras nuestro país se levanta como un pequeño David
para hacer resistencia al Goliat del norte su periódico no vacila en desmentir las tradiciones de esa Francia que enseñó
el camino de la Revolución y le dio el emblema de libertad
igualdad y fraternidad difundiendo especies tan deplorables
como esa de que se trata de limpiar nuestros campos de bandoleros cuando nuestro país está dando un ejemplo al mundo
de su heroísmo y de su dignidad nacional con tales virtudes
que debían estremecer de admiración al mismo Napoleón I
en su Panteón ilustre
y a continuación se mencionaban otros nombres como el
de Lamartine y de Víctor Hugo pero a pesar de esa grandilocuencia la protesta era legítima porque en efecto hubo una
respuesta nacional muy sólida y firme que sacudió toda la vida
nacional aunque esta conciencia tomaba senderos distintos y
se manifestaba en términos incoherentes pues a unos movía la
protesta por haber sido desalojados de los beneficios de la administración pública a otros los impregnaba el fervor ­patriótico
más ardiente y adolorido capaz de los más abnegados sacrificios como un muchacho llamado Gregorio Urbano Gilbert
que hizo frente solo a las tropas cuando desembarcaron en
Macorís con un revólver calibre 38 haciéndoles una baja y logró escapar ileso pero además existía esa forma peculiar de
resistencia que se dio en llamar movimiento «gavillero» palabra demasiado castiza para haber sido inventada por el yanqui
y que se aplicó al movimiento a raíz de la ocupación a pesar de
que este movimiento existía desde mucho antes como defensa
de los terrenos acosados por la voracidad de las compañías
azucareras empeñadas en ocupar esas tierras para consagrarlas
al cultivo de la caña en gran escala sin poder enarbolar un
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instrumento legal que hiciera factible el desarrollo de la propie­
dad privada y como que en una época tan próxima como 1911
el Gobierno Cáceres fracasó en esa tentativa y el propio Presidente cayó mortalmente herido en una emboscada se hacía a
todas luces evidente que era imprescindible la intervención de
una fuerza extranjera capaz de frenar las revoluciones asonadas
escaramuzas manifiestos levantamientos derroca­mien­tos y fanfarrias de todo tipo a que daba origen toda tentativa de eliminar el sistema de propiedad comunera del territorio ante la
observación escandalizada de los funcionarios de los ingenios
que veían con repugnancia ese empecinamiento estúpido en
mantener envuelto en la bandera un sistema anacrónico que
impedía realizar beneficios más espléndidos y fue precisamente en el marco de esas circunstancias que se rompió el hilo de
oro de la conciencia de Flor al descubrir que esta vez se iba sin
revolución la vida de las tierras comuneras disuelta en esa «invención de la agrimensura» que mediante un simple registro
fijaba para siempre la propiedad de un «fundo» bajo el nombre de un propietario eterno y todo esto se le hizo muy claro a
Silvestre en las discusiones que se sostuvieron durante los funerales de Flor decidiendo su incorporación a los gavilleros
como una consecuencia natural e inevitable y sucedió que
cuando llegó de alguna manera al país el periódico francés
donde aparecía el gavillero muerto se produjo un gran revuelo
en ciertos medios y parece ser que movió a algunos interesados aunque se ignora con cuáles fundamentos a investigar la
identidad de ese personaje tal vez para demostrar que se trataba de un pacífico transeúnte u otro motivo cualquiera pero de
todos modos preguntando aquí y adivinando allá por bateyes
campiñas bodegas y otras fuentes accesibles en medio de aquellas circunstancias y limitaciones lograron comunicarse con
una campesina a quien presentaron la mencionada fotografía y
ella admitió que bien podía ser la de un individuo conocido
por ella con el mote de El Cibaeño aunque no podía asegurarlo porque su rostro estaba oculto pero ya la simple duda pudo
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considerarse como un valioso indicativo pues ella se encontraba actualmente embarazada de El Cibaeño en cuestión a quien
alojó repetidas veces en su bohío durante sus actividades gavilleras y por consiguiente debió conocerlo de modo tan detallado que borrara toda duda acerca de su identidad aunque lo
viera de espaldas empuñando su carabina pero precisamente
el dato de que ella lo llamara o él se hiciera llamar El Cibaeño
tenía no pequeña importancia pues según ella ese nombre estaba asociado a una historia referida por él según la cual se
había «alzado» en los campos del este para escapar del Cibao
después que una muchacha llamada Ana Luisa se le había
muerto en el monte durante un lance de amor y ante la imposibilidad de mostrar su inocencia en la eventualidad de ser
acusado de un crimen había preferido venirse a esta región y
sumarse al movimiento de los gavilleros y es evidente que el
nombre de Ana Luisa tiene una fonética muy próxima al de
Analicia como para suponer que el ocasional marido de la
campesina era ni más ni menos que Silvestre y asimismo para
suponer también que el gavillero muerto en la fotografía del
periódico francés fuera también él e inclusive favorece esta hipótesis el hecho de que la campesina insistía en reclamar la
inocencia del gavillero alegando que nunca se había visto comprometido en asaltos a las bodegas y cuantas veces ella le exigió una solución más estable a su vida hogareña él aplazaba sus
promesas para cuando tuviera patria con un sentido que ella
claramente no alcanzaba a descifrar y todas estas pequeñas pistas hipótesis y deducciones parecen revelar el destino de Silvestre y la clave de su desaparición entre otras muchas versiones
y tentativas de explicación por lo general banales y gratuitas
salvo aquella que aportó su maestro Quique Villamán basada
en consideraciones más cuidadosas y atendibles según la cual
cuando Silvestre se incorporó a la lucha en 1920 ya el movimiento gavillero había sido severamente golpeado tanto por
las tropas de ocupación como por los «guerrilleros» como se
llamaba a las patrullas de nativos al servicio de ellas y esto fue
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debido a diversos factores como la ausencia de una amplitud
nacional de las resistencia campesina en cuyo seno la nueva ley
de tierras creaba focos de intereses contrapuestos principalmente allí donde no existía la industria azucarera y donde la
propiedad privada había hecho su propio camino en dirección distinta desde los tiempos ya remotos en que se iniciaron
los contactos comerciales con la colonia francesa vecina y por
otra parte los campesinos del este seguían los esquemas anticuados del caudillismo tradicional y atomizaban la lucha entre
numerosos dirigentes cada uno de los cuales actuaba por
cuenta propia y a esto había que añadir un hecho nuevo y es
que ahora estos caudillos individuales aunque se cubrían de
vistosas hazañas y podían contar ardientes proezas de gran estirpe romántica tenían que hacer frente a una organización
militar científica y ultramoderna que actuaba con una extraordinaria conciencia de sus objetivos y con unos recursos materiales incalculables entre los cuales había que destacar la
eficacia de unas armas diseñadas para el escenario mundial
que el gavillero ignoraba en lugar de apoderarse de ellas e incorporarlas a su arsenal cuyo principal elemento era el arcaico
revólver «pata de mulo» y acaso la carabina para hacer frente
a la ametralladora bellamente asistida por ocho flamantes aeroplanos cargados de la experiencia de la guerra mundial que
entonces ardía en Europa y que resultaba sumamente útil para
descubrir los movimientos de los gavilleros y el monto de sus
fuerzas y armamento así entre otras razones el prestigio de los
gavilleros en 1918 empezó a descomponerse en 1920 cuando
hacía dos años ya que el grueso del potencial bélico americano
se había retirado de los campos de Europa y podía prestar
atención a los pequeños conflictos que movimientos tan primitivos como el de los gavilleros podían originar y por eso Silvestre no llegó al frente gavillero en el mejor de los momentos
porque precisamente los dos aspectos que actuaban como motor de ese proceso habían perdido su carácter y uno de ellos
fue en ese mismo año de 1920 la promulgación de la ley de
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tierras que lo despojó de todo asidero legal y redujo a polvo la
moral combativa de la causa de los terrenos comuneros convertida de improviso en una causa ilegal y el otro fue el comienzo
de las gestiones para la constitución de un gobierno provisional
que sirviera de premisa para la evacuación de las tropas extranjeras con lo cual se volatizaba el fervor patriótico que llevó a
algunos gavilleros como Juan Hubiera llamado Muñiñigo a presentarse en combate envuelto en la bandera nacional y efectivamente cuando en 1922 se dieron los pasos para constituir como
se constituyó un gobierno provisional en sus­titución del gobierno militar americano se produjo la entrega sucesiva y constante
de los caudillos gavilleros con sus efectivos y sus armas hasta
desmantelar el movimiento aunque algunos elementos no conocidos pudieron diluirse por el antiguo escenario de sus luchas sin darle el frente a las autoridades y en actitud de eventual
resistencia cuando fueran perseguidos y un caso muy significativo ocurrió por aquellos días como símbolo de aquellas luchas
pues Ramón Natera fue uno de los más conspicuos gavilleros y
fue también de los que en 1922 depusieron las armas y presentaron sus tropas a las autoridades y pudo continuar una vida
rústica por sus antiguos lares ocupado en peleas de gallos y
otros menesteres más o menos enga­lanado con el prestigio de
sus antiguas hazañas cuando inesperadamente se vio envuelto
en un conflicto con un individuo llamado Juan María Muñoz a
quien Natera increpó por interferir en asuntos que no consideraba de su incumbencia y le decía
el matar a un hombre es lo mismo para mí que matar a una
paloma
a lo cual el Muñoz replicó
si usted se quiere matar conmigo me es igual
y al mismo tiempo halaron ambos sus pistolas y dispararon
cuatro tiros de los cuales sólo uno correspondió al revólver de
Ramón Natera y los tres restantes al revólver de Muñoz que hicieron blanco y arrebataron la vida al antiguo gavillero después
de haber permanecido seis años en la manigua atravesando
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impunemente todos los azares del combate y donde reside la
naturaleza en cierto modo simbólica de este episodio es en el
hecho de que Natera y Muñoz no eran enemigos personales
pero esencialmente se encontraban en contradicción mortal
en le plano histórico porque Natera en cuanto gavillero era
el brazo armado de las tierras comuneras y Muñoz en cuanto guarda campestre al servicio del Ingenio Porvenir era también el brazo armado de la propiedad privada de las tierras y
la historia había determinado desde mucho tiempo atrás que
en esta confrontación secular la victoria no debía favorecer
a las tierras comuneras y esto explica esa situación dramática a
la cual ha sido reducido un movimiento proyectado con tanta
grandilocuencia y andando el tiempo ha caído en un lamen­
table olvido cuando no en una no menos lamentable confusión que reduce a un personaje como Silvestre a una sombra
tan opaca como todas las sombras y también severamente condenada como ellas a huir despavorida ante cualquier vibración
de la luz pues lo que palpita en el fondo de este risueño personaje como en la admonición del viejo Villamán en un camino
polvoriento de la campiña natal y en la espiral que dibujó en
el viento la risotada de Flor de la misma manera que el desencadenamiento de las acciones armadas en los campos del este
así como la intervención americana de 1916 y si se quiere hasta
la apatía o las modulaciones de la respuesta a esos acontecimientos en otras zonas rurales del país no tienen otra raíz ni
resisten explicación alguna de sus contradicciones y secretos
que la naturaleza comunitaria del sistema de propiedad de las
tierras establecido en esta porción del territorio insular a raíz
del devastador incendio que arrasó el establecimiento primordial de España en América durante los años de 1605 y 1606 y
por eso puede explicarse en estos términos las ondulaciones de
la melena de Analicia por cuyos capilares circuló la sangre de
generaciones innumerables que fueron acunadas en el marco
de las condiciones materiales y las expresiones espirituales de
aquella singular organización de la existencia y en cuanto a
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Silvestre acaso no sea cuestión de investigar si la fotografía del
periódico francés constituye o no un testimonio más o menos
irrefutable de su muerte pues en la misma medida en que morían las tierras comuneras moría él y en la misma medida en
que este sistema romántico perdura en la sangre o en el aroma
de los bosques o en la circulación de los arroyuelos perdura él
con esa tenacidad de las supervivencias históricas y nadie sabe
en cuál oportunidad entrañable se encuentra un joven deshojando los dedos de una muchacha e ignora que él es Silvestre y
que esta muchacha es la mismísima Analicia y que en nuestras
propias palabras en cada minuto de las horas del día y de la
noche los gavilleros siguen librando una batalla perdida ante
la ignorancia deplorable de los periódicos de París de Pakistán
y de Puerto Plata donde todavía se conserva el recuerdo de
Silvestre y se refiere la muerte de Flor
¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver!
Proverbios y cantares
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Bonifacio se ha echado nueva mujer
muy justo y no hay que censurárselo porque eso es lo humano y habría resultado absurdo que se consagrara al culto de
la ausencia como «La Sin Ventura» de Guatemala cuando al
morir su marido cubrió con negros cortinajes las paredes de
su morada tapiando puertas y orejas para impedir que el ruido
de la vida perturbara las oraciones y penitencias
eso estaba bien
eso estaría bien para el siglo XVI y para mujer poderosa y
rica que no necesita marido porque el suyo le deja un virreinato
y los infinitos recursos del poder y de la fortuna pero no para un
hombre y menos para Bonifacio y menos en el siglo XX
lo importante es lo que se diga y lo que le espera al huerfanito
pues por todos los demonios lo que le espera está escrito
en alguna parte quizás en su propia cabeza y lo que se dirá
es pues nada que la criatura necesita cuidados femeninos de
manera que el padre pueda entenderse con los asuntos masculinos y entretanto los pañales encuentren el camino del lavadero y no haya mosquitos ni moscas en el biberón y en fin todo
eso que sólo una mujer entiende y sabe hacer sin que nadie se
lo haya enseñado
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como ser atractiva y tener buena encarnadura
mucho mejor si es así porque un caballo debe ser resistente y tener buen paso pero si además de esto es hermoso es mucho mejor caballo y de todos modos tener una buena hembra
en la casa reconforta y ayuda a resolver lo demás
eso quiere decir que la vida es una cochinada
pues vaya si lo es o no lo es será cuestión de buena o mala
suerte pero hay que tomarla como es y no como quisiéramos
que fuese y en fin se habla mire usted de la criatura sin tener
en cuenta que Bonifacio es también una criatura humana y
que él también ha sido golpeado por la desgracia con la diferencia de que él tiene conciencia y el chico no porque carece
de ella y también con la diferencia de que Bonifacio puede
suplir la falta de una mujer con otra y el chico tal vez no pueda
nunca sustituir una madre con otra aunque sea Suzy que más
tarde o más temprano acabará siendo su enemiga en cuanto
tenga el primer hijo de Bonifacio
depende de la vida
depende de Bonifacio
de Bonifacio enredado en la vida
ésa es la cuestión
en efecto ésa es la cuestión
estamos de acuerdo
estamos de acuerdo
sobre el pañuelo de tierra en que descansan los restos de
Romanita cayeron los años como las hojas secas caen arrebatadas por la ventolina alegre que se lleva las palabras como
se lleva las hojas secas porque así como 40 segundos pueden
durar una eternidad ocurre que también una eternidad puede
discurrir en 40 segundos y en este período el hogar fue reconstituido y en su seno pudo crecer y desarrollarse el hijo de Romanita rodeado del mínimo de condiciones que se requiere
para la felicidad de un niño si se prescinde de la presencia de
su madre y si se prescinde también de un detalle a todas luces
insignificante y es el de que Bonifacio no le dirigía nunca la
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palabra a su hijo y es claro que al principio esto se debió a la
natural circunstancia de que el niño no sabía hablar aunque
la madre verdadera sabe hablar con sus pequeñuelos aunque
éstos no tengan dientes y como si fueran capaces de comprenderla
príncipe usted debe saber que hay mucho trabajo en la
casa y usted se pasa la vida echado panza arriba mojando la
cama para que su mamá tenga más trabajo todavía etcétera
pero los hombres y particularmente Bonifacio no saben
manejar este idioma femenino lo que como disculpa vale un
tesoro pero es el caso que Bonifacio continuó sin dirigirle la
palabra al chiquillo cuando éste se convirtió en un muchacho
y empezó a cavilar sobre el hecho de que su padre no le hablaba mientras que por lo común la mayoría de los padres hablaba con la mayoría de los hijos y desde luego el muchacho no
pudo nunca darse una explicación satisfactoria acerca de esa
que era efectivamente una extraña conducta tal vez originada
en la inculpación inconsciente que el padre le echaba al hijo
por la muerte de su mujer ya que de no haber estado embarazada Romanita no se habría visto involucrada en la muerte de
su médico aunque como disculpa ésta no valía ni un comino
porque en tal caso también sería culpable el autor del embarazo por eso hay que tomarlo como un proceso inconsciente de
Bonifacio si existían realmente estas motivaciones internas
pero muy bien podría ser que él mismo sintiese alguna sensación de pudor o de reproche por haber sustituido a la difunta
en un período en que todavía debían estar húmedas sus propias mejillas y que se le reavivara esta mala impresión al dirigirse al chico como si éste fuera la objetivación humana de ese
pudor o ese reproche pues resulta inaceptable reducir esta
contradicción al simple hecho de que Bonifacio no quería a su
hijo y esta contradicción quedó en cierta medida confirmada
un día en que el menor Bonifacio se encaramó en una mula de
muy malas pulgas y malas mañas que al sentirse cabalgada al
pelo arrancó disparaba precisamente en dirección de las vías
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del ferrocarril con la más evidente intención de cruzarlas sin
importarle un bledo que en esos precisos momentos viniera
un tren de los que usualmente vienen de las colonias cañeras
a la factoría arrastrando unos cien vagones de caña con un
­formidable resoplido y una absoluta incapacidad de detenerse
sino después de un largo y laborioso recorrido y Bonifacio el
viejo a quien separaba del muchacho una considerable distancia emprendió una carrera desesperada para impedir que el
tren destrozara a su hijo sin detenerse a considerar de qué
manera podría evitarlo pues sin duda la tragedia era inminente y por su parte el maquinista que conducía la locomotora
hacía reventar el silbato probablemente con la intención de
ahuyentar a la mula que era como todas las mulas incapaz de
modificar una decisión una vez tomada a lo cual se debe ese
lamentable prestigio que tiene la mula de terquedad inconmovible y al mismo tiempo el maquinista aplicaba los frenos con
el fin de aminorar siquiera el impulso del tren aunque sin otro
resultado que paralizar completamente las ruedas que seguían
resbalando sobre la vía a la misma velocidad debido a la inercia incoercible a que lo sometían los cien vagones cargados
que traía detrás extendiéndose hasta una distancia que se perdía en la curva más lejana y esta situación le hizo comprender
súbitamente a Bonifacio el viejo que no tenía tiempo para alcanzar la mula y desviarla de su rumbo antes de que el tren la
alcanzara y que estos malditos 40 segundos contenían más de
una eternidad y en plena carrera sus ojos alcanzaron a ver una
piedra puesta al alcance de su mano seguramente por la Virgen de la Altagracia o el Gran Poder de Dios y con una asombrosa agilidad y con el concurso de la tremenda potencia de su
muñeca lanzó la piedra con tan formidable puntería que hizo
un blanco perfecto en el mismo punto en que la columna vertebral de la bestia se convierte en rabo y a consecuencia de ese
indiscreto impacto el animal dio un verdadero salto casi un
auténtico vuelo y cruzó la vía en un momento tan crítico que
el paso del tren interpuesto instantáneamente como un bólido
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de fuego entre Bonifacio el viejo y el menor Bonifacio le impidió saber el desenlace del drama mientras no pasaran los cien
vagones que componían el tren como si en una situación como
ésa pudiera contemplarse apaciblemente el lento desenlace de
esa serpiente rugidora cuyos anillos fue contando el viejo Bonifacio ansioso por saber qué había sido de su hijo y sin que el
ruido que producía el vapor de la locomotora y de los numerosos centenares que producían las ruedas de hierro sobre el
mismo metal de las vías le permitiera escuchar las voces que
seguramente se oían del otro lado hasta que por fin concluyó
ese extraño vía crucis que no debe tomarse literalmente porque aquí no significa vía de la cruz sino cruce de la vía y Bonifacio cruzó apresuradamente para enterarse de que al ser
alcanzada por la piedra la mula se disparó y cruzó ilesa pero el
muchacho fue lanzado al suelo y se revolcaba en el polvo cuando la gente acudió rápidamente a socorrerlo y ya llegaba en
hombros de algunos espectadores al dispensario médico que
existe en todos los ingenios azucareros y que consiste en un
pequeño gabinete de primeros auxilios atendido generalmente por un enfermero más o menos capacitado o que al menos
existía aún en el momento de este percance y Bonifacio pudo
percatarse rápidamente de que fuera de algunos rasguños más
ennegrecidos por la suciedad que ensangrentados por la herida no le había ocurrido nada de mayor importancia pero
mientras recorría con la vista el cuerpo del muchacho y le examinaba la cabeza el pequeño Bonifacio buscaba en los ojos de
su padre el momento en que se fijarían en los suyos para endilgarle el consabido reproche pero Bonifacio no le dirigió la
más mínima palabra ni de reproche ni de consuelo ni de comentario ni de sonrisa ni en ese momento ni después a pesar
de que éste le daba toda la oportunidad y buscaba en su semblante el gesto que iba a desatar la lengua de Bonifacio pero
esa lengua permaneció inmóvil como amarrada por alguna
inmensa cadena que estaría fuertemente remachada en el mismo corazón del viejo y así sin mediar palabra pasaron días y
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noches y cayeron torrenciales aguaceros y restallaron luminosos relámpagos y el pequeño Bonifacio iba y venía de la escuela a su casa y de la casa a su escuela sin que su padre aceptara
entablar conversación y un día trajo de allí un papel muy importante en el cual figuraba su nombre que era el mismo de su
padre de acuerdo con el deseo de Romanita y donde se decía
que Bonifacio Lindero y tal había alcanzado las calificaciones
que le hacían acreedor a ese diploma que en el marco de las
circunstancias no podía ser en nada diferente a aquel que
acredita a una persona ser el beneficiario ilustre del Premio
Nobel y naturalmente el muchacho tuvo derecho a pensar que
si su padre no le hablaba en ocasión de las múltiples fechorías
que rodean la vida cotidiana de los niños ahora segura­mente
sería premiado con alguna palabra de reconocimiento cariñoso y de estímulo hogareño puesto que evidentemente el papel
era un reconocimiento de su triunfo escolar ante toda la sociedad y todas las generaciones futuras y por eso cuando llegó a
poner en manos de su padre el precioso documento llevaba el
pecho erguido y la cabeza levantada y desde luego volvieron
sus ojos sonrientes a reclamar la palabra anhelada pero esto
resultó tan inútil y frustratorio como el frenazo del tren cuando la mula desafió las leyes del espacio y el tiempo porque el
viejo permaneció imperturbable en su perpetua mudez lo cual
será perfectamente normal y previsible mientras leía paso a
paso el contenido del diploma pero una vez que hubo concluido o cuando se hizo evidente que no tenía necesidad alguna
de conservarlo entre sus manos por más tiempo se lo devolvió
al muchacho con un leve movimiento de cabeza que venía a
ser sin duda un gesto aprobatorio aunque este gesto no se plegó en forma alguna a esa norma invariable entre los seres humanos que consiste en acompañar la acción con una hilera de
palabras a veces excesiva e innecesaria y es de suponer de qué
manera esta manifestación más conservadora que conversadora repercutió o mejor dicho estalló en el alma herida de este
muchacho que no pudo hacer otra cosa que volver la espalda
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y dirigir sus ojos a cualquier objeto o más bien a ningún objeto
ya que no podía odiar como no fuera a la vida misma y no había objeto alguno al cual pudiera dirigir su mirada a no ser a
esa indefinida lejanía donde seguramente moraba Romanita y
desde donde lo contemplaba acaso con el inmenso amor con
el cual las madres contemplan a sus hijos desgraciados aunque
no menos sumergida en el silencio más absoluto y en la inexorabilidad abismal e implacable en que se encontraba sumergido su padre lo cual daba origen a situaciones que eran para él
sumamente desagradables cuando ya se aproximaba a la adolescencia como un día en que un caballero desconocido lo reconoció como hijo de Bonifacio Lindero y
a propósito
le dijo
me agradaría saber lo que sucedió con tus estudios porque tu padre vino acompañado de tu madre a investigar cuáles
eran las condiciones requeridas para tu ingreso en mi colegio
como alumno interno y nosotros le dimos toda la información
que se nos solicitó y más tarde volvieron y ratificaron su determinación de inscribirte en nuestros cursos e inclusive visitaron
los dormitorios y expresaron su satisfacción por el establecimiento y después de despedirse con la aparente intención de
volver contigo no tuvimos más noticias y nos quedamos esperándote
y el pequeño Bonifacio quedó estupefacto al escuchar estas palabras porque su padre ni siquiera Suzy tal vez por indicación de él le dejaron saber nunca que se gestionaba su
ingreso en un internado y no atinó a darle otra contestación
al caballero que
ella no era mi madre
con gran sorpresa de su interlocutor que no tenía interés
alguno en conocer tales interioridades pero tampoco el pequeño Bonifacio tenía interés alguno en hacerle conocer otras interioridades por lo que se limitó a escapar de ese compromiso
sin despedirse pero sólo para entregarse en alguna soledad a
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r­ eflexionar acerca de ese desierto que se extiende sin fin entre
los seres humanos y es claro que a Suzy no le correspondía papel alguno en esa tragedia salvo en sus orígenes quizás porque
para él habría sido inútil buscar amparo en ella cuando sin la
menor duda se inclinaría amparar al viejo Bonifacio justificándolo con palabras aunque sin modificar los hechos de la misma
manera que el viejo Bonifacio la habría justificado a ella en
igualdad de circunstancias y es de ver que estas cosas pudieron
haberse manifestado precisamente como tragedia cuando el
niño llegó pongamos por caso a los cuatro años lo cual significa que se habían convertido en una catástrofe cuando tuviera
ocho años y alcanzarían ya magnitudes sobrehumanas cuando
tuviera doce porque es increíble la irresponsabilidad de los seres humanos respecto de la vida interior de los otros seres humanos como si todos estuviéramos conformados interiormente
de acuerdo con un patrón inalterable u obligados a ello y en
consecuencia soportar el castigo porque no coincidimos con
aquel patrón que se considera ideal y arbitrariamente perfecto
pero no puede ser de otra manera porque es la sociedad
la que conforma a cada ser humano y el patrón ideal es el que
ella impone
tal vez sea cierto pero nadie ha establecido que la sociedad
solamente imponga un patrón
la cuestión es que no debe explicarse la vida siguiendo patrones personales y tragedias privadas la cuestión es que toda
vida privada esta engarzada en la sociedad de la misma manera
que la sociedad está engarzada en cada vida privada
estamos de acuerdo
estamos de acuerdo
Poned atención:
Un corazón solitario
no es un corazón.
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Toda mujer es hija y a veces madre de la violencia como puede
observarse contemplando a una campesina cualquiera lavando junto a un arroyo con esa especie de felina crueldad con
que maltrata a los inofensivos trapos para obligarlos a entregar su blancura recatada pero si además de ser hija y a veces
madre resulta ser también novia y por añadidura amante de
la violencia entonces no se trata ya de una campesina cualquiera sino de la mujer de un gavillero y concretamente de aquella
que identificó a Silvestre en la fotografía del periódico francés
y podríamos ver sobre los escasos andrajos que para esta faena
primordial ha echado sobre su cuerpo el volumen extremo
que ha alcanzado su vientre por ese esfuerzo entrañable que
ha librado la criatura para hacerse espacio entre sus costillas
en continua controversia con otros órganos impelidos a proyectarse hacía afuera y naturalmente esta violencia sorda ha
de tener como toda violencia un desenlace público y el primer
signo de que este punto verbal había llegado a su culminación
fue cuando recogiendo rápidamente sus menesteres le dijo a
uno de los muchachos que chapoteaban en una de las pozas
favoritas del arroyo
Pai vete corriendo donde Juana Pancha y dile que ya tengo los dolores
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y Pai se desprendió del agua como lo hacen las garzas sin
necesidad de suelo y se lanzó en la presurosa búsqueda de J­ uana
Pancha que era una de esas mujeres que por esos andurriales de
las zonas recónditas del país hacen el papel de sacerdote y de
médico cuando no de juez y de consejera en asunto jurídicos y
no hay duda de que el reclamo de sus servicios era apremiante
porque la campesina ni siquiera exprimió los trapos sino que los
reunió con toda el agua que contenían y emprendió la subida
de esa cuesta pedregosa que bordea a todos los ríos y que como
toda mujer sabe contribuye muy eficazmente a precipitar los
procesos espasmódicos del parto con los que cuenta la criatura
para hacer su solemne y espectacular entrada en este mundo no
sin ahorrarle de paso los sinsabores que ese violento tránsito le
impone a la mujer mientras más cómodamente vive y en verdad
que la decisión de la campesina venía a ser de naturaleza digamos convencional o social o acaso moral puesto que para los recursos de que disponía en su rancho lo mismo daba cumplir con
los sagrados designios de la naturaleza femenina junto al arroyo
y recibir a su hijo en medio del paisaje purificado por el agua
corriente y por el sol constante y desinfectante del trópico que
hacer ese largo y penosos recorrido hasta su casa pero la mujer
tiene una fijación instintiva a su hogar aunque éste no consista
más que en unas pencas de yagua y una puerta perpetua­mente
abierta de par en par que sólo cierran las sombras de la noche
y si de todos modos y en los términos de cualquier diccionario
este elemental refugio recibe con toda propiedad la calificación
soberbia de «hogar» es porque constituye el asiento de las dos
grandes fuerzas motoras de la historia que son el alimento y el
amor o como se llama en buena técnica las fuerzas productoras
y reproductoras y que suelen estar representadas por las clásicas
tres piedras del fogón sea que el fuego esté encendido en ellas o
no y de donde procede justamente la palabra «hogar» y no lejos
de él por una cama o camastro o barbacoa o hamaca o cualquiera que sea la forma que adopte en cada caso particular y que
en todo caso corresponde de manera completamente exacta al
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nido de los pájaros y el cual se destina al amor y la alumbramiento más que al sueño o al descanso porque es así como verdaderamente se constituye la esencia femenina y asimismo se
constituyó la religión cristiana y eso nos explica que esta mujer
humilde y paupérrima dispusiera las cosas en forma solmene
y formal enviando por la «comadrona» con tanta prisa como
veneración y respeto al mismo tiempo que se dirigía apresuradamente a su sacrosanto hogar a donde por fin llegó jadeante
tras una caminata que no ha debido ser corta a juzgar por la
proverbial subjetividad de las distancias entre los campesinos y
por consiguiente los movimientos del cuerpo durante la marcha así como los acomodamientos espontáneo de la criatura en
su vientre para disponerse a salir de su encierro colaboraron de
manera tan eficiente con el proceso general del parto sin necesidad de intervención extraña ni de las atenciones prodigadas
en las ciudades a las parturientas que al salvar el justo dintel
del bohío una fuerza suprema la hizo detenerse y entreabrir las
piernas mientras se encorvaba sin poder comandar su posición
hasta el mismo punto en que la criatura salió disparada por sí
sola sin que pudiera la madre prolongar medio segundo su estancia en el vientre ni acostarse en la cama ni sufrir los consabidos dolores y como que estaba completamente lubricada por
el líquido que constituía su medio de desarrollo fetal no cayó
como una masa plástica sino como una bola elástica y resbaladiza que siguió resbalando por el suelo hasta detenerse debajo del
camastro y rompiendo a su paso el cordón umbilical sin necesidad de tijeras esterilizadas y resulta verdaderamente asombrosa
la presencia de ánimo de la mujer en ese trance y los recursos
con los cuales colabora con ella la madre naturaleza porque
cuando ella contempló el recorrido de la criatura no pensó en
ella misma sino en el fruto de su vientre Jesús y rápidamente se
dirigió a socorrer al recién nacido que le pareció niño aunque
era niña porque un trocito del cordón umbilical había quedado
entre sus piernecitas simulando el atributo del varón y resulta
que la sangre instantáneamente coagulada había resuelto por
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sí sola uno de los momentos más comprometedores del parto
de manera que sin perder un segundo ella recogió la niña y sin
muchos requisitos procedió a darle su primer baño utilizando
la ropa todavía empapada del agua espontáneamente purificada del río cuando hizo su grandilocuente entrada la comadrona
Juana Pancha quien tras examinar brevemente la criatura dijo
no necesita atención urgente pero tú sí porque todavía no
ha sido expulsada la placenta
y acostándola efectuó unas presiones y palpaciones inteligentes que ayudaron las contracciones espasmódicas naturales
y se llevó a cabo la expulsión rápida y feliz del saco amniótico
que es como lo llaman los parteros facultativos y en esos mismos momentos por aquellas llanuras alejadas de los centros
urbanos centenares de madres igualmente rústicas como las
yeguas y las vacas y también las chivas sin necesidad de mencionar a las palomas y las ciguas palmeras y millares y millares
de seres femeninos celebraban el mismo ritual de la naturaleza
con la misma simplicidad y sin contar con más recurso que su
instinto y en ellas seguía su curso impetuoso la propagación y
conservación de las especies mientras que cincuenta años después y en el mismo seno del desarrollo incalculable y grandioso de la ciencia una mujer joven y sana podía morir vencida
por el mismo proceso natural dentro de una clínica minuciosa
y estrictamente condicionada con todos los requisitos necesarios para salvarla con lo cual no se puede pretender condenar
el progreso y hacerle resistencia o mucho menos sino solamente dejar constancia de una paradoja porque en definitiva el
progreso no es ni puede pretender llegar a ser otra cosa que la
comprensión cada vez más profunda de la conducta de la naturaleza con el objeto de alcanzar una realización más plenaria
y completa del hombre en el marco de sus leyes y sus designios
y la ilustración más impresionante de estas ideas no la proporciona el hecho de que esta campesina apenas si tuvo noción
del proceso formidable en el cual ella era una protagonista ancestral tan destacada pues toda su atención se concentró en la
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criatura con la indiferencia más impresionante hacia su propia
situación y no solamente la criatura entró en el mundo con todos los requisitos sino que ella misma pudo dirigirse de nuevo
a completar la faena que interrumpió en el río cuando sintió
los dolores inmediatos del parto y ahora con mucho mayor
apremio pues había que hacer provecho de los trapos paños y
pañuelos disponibles que el parto había requerido y cuya misión se encontraba ahora más crecida por el advenimiento de
un nuevo miembro de la familia de modo que cuando hubo
transcurrido cierto tiempo y la campesina volvió al sitio donde
se encontraban sus compañeras de lavado se produjo una alegre algazara para celebrar el triunfo de la parturienta así como
para indagar si se trataba de un varón parecido al gavillero que
fue su padre y si éste aparecería al enterarse del acontecimiento todo lo cual cambió de contenido cuando quedó en claro
que se trataba de una niña y no de un niño
hum
dijo una de las mujeres
si resultó mujer su destino no puede ser otro que esperar
a que aparezca otro gavillero y la deje embarazada sin preocuparse de que resulte silvestre o de que resulte urbana y esto fue
dicho con las sabrosas deformaciones que el campesino introduce en la lengua española sin que lleguen jamás a convertir
en dialecto a este sabroso idioma y antes bien dotándolo de
esa sensación placentera que disfruta el paladar cuando se le
añade un condimento a las sustancias que llegan a él
lo que tá pa’ uno ni Dio se lo quita
respondió la interfecta
yo lo que pienso es que esa criatura ha venido al mundo
para algo porque ella no fue pujada sino tirada a la cara de la
gente como si fuera una bofetada
este comentario fue hecho por otra de las lavanderas sin
duda impresionada por las extrañas circunstancias del parto
a la verdá
dijo otra
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eta’ no nació de pie sino patinando
y en medio de la risotada general alguna otra añadió
ésa llega lejo
con cuyo comentario se disipó la celebración del nacimiento de un personaje que ahora se integra a este relato aunque
no sin que el tiempo devore muchos acontecimientos y disuelva muchas experiencias no debidamente recogidas por la crónica y es verdaderamente digno de lamentarse porque la niñez
de un ser que viene al mundo de manera tan espectacular y
risueña seguramente posee dotes excepcionales para integrarse a la naturaleza y precisamente debía encontrar un escenario
singular en el campo donde los ríos y el follaje así como las
veleidades del clima y la sencillez de las costumbres componen un verdadero florilegio de atributos misterios sorpresas
encantos fantasías e inesperadas aventuras porque no deberá
olvidarse que esta niña es una flor del movimiento gavillero y
que así como ella cumplirá un proceso inevitable y misteriosos
de crecimiento y desarrollo debemos presumir que también
crece en ella y se desarrolla también en ella cualesquiera que
sean sus modalidades y expresiones el propio movimiento gavillero y no se sabe ni lo registran las crónicas por qué sutiles
canales pudo actuar sobre su espíritu la influencia de Juana
Pancha a quien probablemente se debe la iniciativa de llamarla­­­
urbana tal vez sin tener a flor de su conciencia el hecho semántico de que a ese nombre se opone el de Silvestre pero sí es
sabido que la chiquilla quedó en no pequeña medida bajo su
amparo desde el mismo momento en que venida al mundo
por su propia diligencia la madre necesitó el concurso cuando
menos espiritual de una persona bondadosa y esto no podía
­tener otro sentido que el de imprimir a aquel barro humano
un profundo sentimiento de libertad y de independencia que
no tardó en revelarse cuando los años fortalecieron sus piernas
y avisparon su entendimiento y salió a correr y a volar y a hacer
de las aguas del arroyo su medio natural y su ámbito favorito
y a disputarle las frutas a los pájaros del monte a los gusanos y
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a sus propios compañeros de edad aunque no de sexo porque
es indudable que un nacimiento tan espectacular debía ser impulsado por algún secreto destino tal como lo había entrevisto
Juana Pancha y lo habían manifestado las otras lavanderas junto a las aguas cristalinas como esas bolas que los magos consultan y en cuyas nieblas palpitantes descubren lo porvenir que
también los arroyos arrastran cantando y saltando
La madre lleva a su niño,
dormido, sobre la falda.
Duerme el niño y, todavía,
ve el campo verde que pasa,
y arbolillos soleados,
y mariposas doradas.
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Un día la casa que había sido de Romanita fue condenada a
desaparecer porque por fin éste es un destino de todas las cosas y no sólo de las casas y para su hijo esta noticia de la que
pudo enterarse por cualquiera de esos recursos que tienen los
seres solitarios resultó una conmoción incalculable y se convirtió durante varios días y no pocas noches en una piedrecita redonda que se movía en su cabeza cuando él la inclinaba hacia
un lado y se movía en dirección contraria cuando la cabeza iba
hacia el otro y en cierta ocasión Suzy le vio en una actitud verdaderamente extraña y provocadora porque estando sentado
en una pequeña mecedora él se balanceaba de modo que su
cabeza golpeaba incesantemente contra la pared y desde luego
Suzy no pudo darse una explicación de esta extraña conducta
muchacho qué estás haciendo te estás volviendo loco
le dijo sin obtener respuesta salvo la suspensión de aquella
actividad torturadora que a pesar de lo incongruente que pudiera parecer no estaba desprovista de significado pues constituía como toda su conducta una fijación maternal a causa de
que en alguna forma se le había permitido saber en alguna
ocasión remota que su madre había muerto de un dolor de
cabeza por esa especie de metonimia que inclina a la gente
a explicar una situación por medio de otra que esta asociada
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a ella y resulta que los golpes que el niño se daba contra la
pared le ocasionaban al día siguiente unos fuertes dolores de
cabeza que lo ponían en una extraña comunicación con su
madre y fue así como la noticia de que la casa iba a desaparecer y con ella el jardín de Romanita lo llevó en aquella ocasión
a celebrar su inaudita ceremonia y su candoroso pero elocuente sacrificio con el entrañable propósito de identificarse con la
amada desaparecida y esta misma situación lo llevó más tarde
a realizar una ceremonia todavía más impresionante y atrevida
porque el niño naturalmente consagraba toda su devoción a
esos perfumes que le parecían el aliento de su madre y en consecuencia les atribuía los más reverentes significados y a veces
la brisa le llevaba una onda del perfume de los nardos y él entendía que era un mensaje que Romanita le estaba enviando y
que por tanto ése era el susurro de los labios de su madre
hijo vete a dormir temprano que esta noche voy a conversar contigo
pero sucede que el patio era en cierto modo la continuación
del jardín porque allí se encontraba el árbol de «ylang−ylang»
de gran follaje y también el limonero no menos favore­cido por
su corpulencia en comparación con las plantas de macetero y
estaban dotados de una floración del más exquisito p
­ erfume
sin embargo por allí crecía también un hermoso árbol de mango cuyo aroma es exhalado por el fruto y no por la flor y sólo
cuando este fruto es separado de la rama por lo que estaba
fuera de lugar en aquel círculo de exquisiteces pero en cambio
su presencia era altamente estimada por la esplendidez de su
sombra en países como éste donde el sol resulta a veces intratables por esa virtud del mango frondoso era posible acomodarse
bajo su follaje en horas tempranas de la tarde para disfrutar
de la más incomparable de las siestas acariciadas doblemente
por las ondulaciones de la brisa y las del perfume de los nardos y las azucenas transportando a los felices mortales a esos
«paraísos artificiales» tan amados de los famosos «poetas malditos» aunque su narcosis no fuera tan intensa ni tan paradisiaca
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como las del jardín de Romanita cuando se disfrutaba a la sombra del mango pero como nunca se encuentra dicha completa
sucede que la sombra que protegía del sol durante el día ocultaba las estrellas durante la noche y entonces el rincón antes
amado se convertía en un antro de lóbrega oscuridad muy adecuado para habitación de lechuzas y almas en pena a las cuales
pertenece el imperio de las sombras y en esta virtud no bastaba
el vaivén de las ondas de perfume para atraer de noche a las
naturalezas sensibles sino por el contrario para ahuyentarlas y
particularmente a la de esos seres tan temerosos de la oscuridad como son los niños pues los mayores hacen uso frecuente
y si se quiere abuso constante de esta condición infantil para
imponerle a los niños ciertas normas de conducta que agradan
o convienen a los mayores y por esto es de suponer que el hijo
de Romanita no fuera en esto una excepción y que también a
él se le insuflara el temor a la oscuridad para someter su conducta a la conveniencia episódica e insensible de una sociedad
adulta pero todas estas normas llevan inevitablemente sus propias contradicciones y no siempre escapan a la perspicacia de
ciertos niños y por eso el pequeño Bonifacio había arribado a
la conclusión de que entre los muertos temibles establecidos
en las sombras nocturnas del patio debía encontrarse también
su madre y esto le producía un gran consuelo en momento
de tribulación permitiéndole dirigir hacia allí sus esperanzas
cuando la incomprensión y la severidad de los seres que le rodeaban lo reducían a la impotencia y como que no pocas veces
su falta de experiencia y aun de dominio cabal de sus facultades
físicas le acarreaban un percance como la rotura de una pieza
de vajilla o la pérdida de un objeto estimado las quejas si le
ocurría fuera de la casa o las reprimendas si ocurría dentro había creado en sus alrededores una imagen de ­atolondramiento
y a veces hasta de perversidad que le privaba de la solidaridad
de sus semejantes convirtiéndolo en objeto de desprecio e inclusive de odio y naturalmente esto lo inducía a cuestionar la
justicia humana cuyo más excelso representante debía ser su
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propio padre totalmente indiferente a estos bizantinismos infantiles por cuya razón se veía entonces conminado a recurrir
a la justicia divina y fue esa tremenda exigencia metafísica la
que llevó al pequeño Bonifacio a la convicción de que debía
apelar en última instancia al espíritu de su madre sin duda
establecido como los demás espíritus nocturnos en las sombras del patio y así fue como una noche abandonó su cama a
la hora apropiada según la conseja popular para la salida de
los muertos y encaminó sus pasos con ánimo tranquilo a los
alrededores del gran mango sombrío y allí lo encontraron las
doce campanadas que anuncian la medianoche sumergido en
la más densa oscuridad serenamente dispuesto para celebrar
el estremecido encuentro con el espíritu de su madre
Rufa salme que yo no te tengo miedo porque tú eres mi
mamá
y una vez y luego otra vez y tal vez una tercera llamó al
espíritu amado
yo soy tu hijo Romanita ven a buscarme
pero su desesperado clamor no obtuvo la más mínima respuesta y a veces una onda del viento pasaba silbando por entre
las hojas de los árboles y le traía una ráfaga de perfume haciéndole volver la mirada hacia donde silbaba el viento pensando
que el perfume era el espíritu de ella que se aproximaba gimiendo pero pronto reconocía la ilusión y retornaba a mirar
hacia arriba en una búsqueda tan desesperada como infructuosa e inútil y de momento sentía algún aletazo del miedo ocasionado por la vacilante certidumbre de que su madre no lo
escuchaba y en tal situación quedaba expuesto a la perversidad
de los espíritus malignos prestos a aprovecharse de su desamparo aunque inmediatamente recuperaba el valor pues en tal
caso su madre vendría desde la más profunda eternidad para
socorrerlo y en estas alternativas entrañables pasó el niño un
tiempo indefinido hasta el momento mismo en que los primeros claros del día le convencieron de la inutilidad de su aventura y retornó al sitio de reposo con la misma discreción aunque
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no con el mismo estado de ánimo anterior y por fin no tardaría
unos segundos en quedar dormido por esa facultad tan extraordinaria de la niñez de pasar sin escala de la vigilia al sueño
y es posible que fuera entonces al descender sus párpados cuando el espíritu de su madre hizo su aparición y fue a reclinarse
ante él para darle un beso desde el fondo de las sombras eternas y seguramente permaneció aún cierto tiempo delante de él
antes de disiparse con el fulgor auténtico del amanecer por
que verdaderamente el sentido común se niega a admitir que
una madre permaneciera insensible a los clamores de su hijo
desamparado aun cuando residiera en las lejanías del más allá
y si bien la distancia interpuesta entre ambos podía ser infinita
debería haber algún momento apto para ser salvada y todavía
es posible pensar que algún mandato de las sombras le prohibiera hacérsele presente y por esto tal vez ella solamente se le
acercó cuando ya él estaba dormido de manera que nunca pudiera saber si se trataba de la verdad o del sueño y de esa manera pudo ser que el propio protagonista de esta aventura pensara
que no se trataba de una aventura real sino de un sueño o más
bien de una pesadilla sin embargo muchos años después cuando el raciocinio pudo adquirir el dominio necesario esta aventura permaneció completamente viva en su pensamiento y a
pesar de haber olvidado la fecha e inclusive la edad en que ella
ocurrió siempre pudo saber que tenía menos de seis años pues
al cumplir esa edad tuvo lugar un acontecimiento memorable
para él tanto como pudo haberlo sido para cualquier otro niño
y fue que la casa que había sido de Romanita Rufa debió ceder
su lugar para la construcción de otra casa y siguiendo la opinión de alguien en el sentido de que siendo toda ella de madera no era necesario destruirla y bastaba con trasladarla
completa a otro terreno con lo cual se ahorraba material y trabajo y efectivamente así se hizo y los carpinteros aserraron las
bases y luego colocaron debajo de ella grandes troncos redondos levantándola con no poco esfuerzo y consumo de tiempo y
por fin cuando la casa reposaba sobre los troncos la empujaron
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unos por detrás mientras una yunta de bueyes halaba por delante haciendo que la casa se moviera con mucha lentitud pero
de manera constante y naturalmente los troncos rodaban debajo de ella al avanzar hasta un punto en que se salían y quedaban
libres por detrás haciendo detener el avance para que los peones recogieran el tronco que había quedado fuera y lo colocaran debidamente debajo de ella en la parte delantera y así fue
repitiéndose la operación mediante la cual se colocaban delante los troncos los cuales completaban el recorrido saliendo por
la parte de atrás para volver a ser colocados por delante hasta
que la casa llegó al sitio donde debía quedar permanentemente pero entretanto el pequeño Bonifacio no había abandonado
la que había sido su casa durante todo el recorrido y la acompañó como si se tratara de un entierro e inclusive no perdió alguna que otra oportunidad durante las frecuentes y prolongadas
estaciones a que obligó la lentitud de la operación para introducirse dentro de ella y recorrer de nuevo sus habitaciones
como si tuviera el temor de que el traslado transfigurara su contenido pensando que efectivamente pudiera ir todavía dentro
de ella el espíritu de su madre pues en efecto hay en la mente
humana una tendencia muy primitiva a creer que los fantasmas
toman algunas moradas como su residencia permanente y de
todos modos era un hecho incontrastable que ella había vivido
y tal vez amado y probablemente sufrido llevándole en su vientre detrás de esas paredes y por consiguiente algo de su espíritu
palpitaba todavía en ellas todo lo cual y esta misma actividad de
acompañar a la casa de su madre durante el traslado debía producir una profunda deformación en el alma de esta criatura
pues no se trata aquí de las situaciones usuales en la vida infantil inclinada más al movimiento de las cosas que al de los espíritus sino a una extraña combinación de ambas si se toma en
cuenta que el traslado de una casa con sus puertas y sus ventanas es un acontecimiento verdaderamente insólito e inolvidable pero no lo es menos el hecho de que un niño naturalmente
inclinado a acompañar el traslado físico de una casa al mismo
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tiempo tome en consideración el traslado espiritual de ella y
por eso se explica no solamente que él recordara para siempre
ese acontecimiento sino que mediante una simple operación
mental pudiera calcular la edad que él tendría cuando salió al
patio en la más absoluta y temible oscuridad de la noche para
exigirle a su madre que saliera del imperio de las sombras y se
presentara ante él para socorrerle o consolarle en medio de sus
tribulaciones pero lo que más impresiona es considerar la forma en que a esta criatura se le presentaba la consideración de
que había cosas en la vida que parecían completamente imposibles como era que una casa cambiara de dirección sin necesidad de destruirla y volverla a edificar y sin embargo eran
realizables y por consiguiente las cosas no eran nunca totalmente imposibles y nada podía retirar de su cabeza la posibilidad de que algún día sonriente pudiera su madre volver a la
vida y convertirlo a él no solamente en una persona feliz sino
sobre todo en una persona normal provista como todas las demás de su correspondiente madre y dotado del derecho a la
profunda comprensión y al inmenso cariño del género humano pues de todos modos él era también una criatura humana y
no había motivo alguno para que fuera retirado de la gracia de
Dios a menos que esta gracia pudiera ser retirada también a los
niños o los niños se la retiraran a Dios y éste fue un punto al
que también tuvo que acercarse con miedo porque es increíble
el papel que el miedo ocupa en la formación del alma humana
creando todas la condiciones para que las sociedades llegadas a
cierto punto de maduración se organicen completamente en
torno al temor y a veces a ese grado supremo del miedo que es
el terror porque está visto que desde las más rudimentarias etapas de desarrollo del espíritu humano la línea que debe recorrer es continuamente orientada por signos de miedo y la
libertad humana está obligada a marchar sobre una vía férrea
cuya dirección es asegurada continuamente por las rígidas alcayatas del miedo y esto ocurre en todos los aspectos morales y en
todas las dimensiones de la actividad de la conciencia la cual
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vive aprisionada y determinada por esas murallas a veces insalvables y éste es un fenómeno demasiado elemental y primitivo
para que no pueda ser comprendido por las mentalidades más
simples e inclusive para hacerles comprender que el miedo es
una condición inhumana y que frena entorpece obstaculiza e
inclusive destruye la felicidad entre los hombres y a pesar de
ello el hombre mismo que ha sido capaz de desembarcar en la
luna y crear los más sutiles y prodigiosos artefactos capaces de
superar el tiempo y la distancia hasta permitir que una persona
oiga y vea acontecimientos que se producen en la otra cara del
globo terráqueo y dominar al innumerable ejército de los bacilos de Koch y de los corpúsculos de Laveran y crear una estructura tan fabulosa y gigantesca como la novena sinfonía de
Beethoven o ese sencillo cono de papel movido por un imán
capaz de reproducir los cien instrumentos que la ejecutan y
que se llama altoparlante o bocina de alta fidelidad y desarrollar en un tubo de vidrio una célula aislada hasta convertirla en
rana y otras innumerables e infinitas hazañas ese mismo hombre prodigioso ha sido incapaz de desterrar el miedo del alma
humana y se ha contentado con desarrollar infinidad de drogas
y procedimientos artificiales perniciosos e infames que no pasan de crear una ilusión fantasmal en los individuos para hacerles creer que se libran del miedo mientras al mismo tiempo
desarrolla los más refinados métodos y a veces hasta los aparatos más sutiles para crear un clima de miedo cuando no de terror con fines inconfesables y propósitos oscuros e inhumanos
y era ése el tema que se escondía en la conversación del médico
que visitaba a Romanita cuando llevaba en sus entrañas al pececillo que ahora conocemos como el pequeño Bonifacio pues
en 1950 todo el país en que se gestaba la existencia de esta
criatura estaba sumergido en un sistema de terror indescriptible tan inmensamente generalizado que de él no escapaban las
mismas personas que lo habían impuesto y que formaban un
complicado y eficiente aparato de poder destinado a ­mantenerlo
invariable y por esas razones que tan profundamente hieren la
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sensibilidad humana podemos comprender por qué este muchachito incapaz de orientarse en la profunda tragedia de la vida
social sintiera miedo al llevar a sus más profundas consecuencias
su cuestionamiento de la justicia humana y divina cuando se encontraba a la buena de Dios en el agitado mundo terrenal que
le había tocado en buena o mala suerte más mala que buena si
se toma en cuenta que no puede haber tragedia más grande
para un niño que la que le tocó al pequeño Bonifacio
Y tú, Señor, por quien todos
vemos y que ves las almas,
dinos si todos, un día,
hemos de verte la cara.
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Llegó el circo y todo el mundo en La Romana descubrió que se
trataba nada menos que del Gran Circo From Brom conocido
en el mundo entero según se leía en las paredes de algunos
de los carruajes que componían la caravana y también por la
profusión de banderines de todos los países que flotaban sobre
ellos y como éste es el espectáculo callejero más impresionante
y alegre que se haya conocido jamás la población entera quedó
de momento en situación de festival sin entrar a discutir si era
en verdad el circo más grande del mundo y mucho menos si
había sido organizado en la Capital porque era a todas luces
evidente que los leones que dejaban ver su hirsuta melena a
través de las jaulas de vistosos colores en que eran cuidadosamente conducidos eran auténticos ejemplares de Bengala y tras
ellos iba un parsimonioso elefante en cuya bamboleante cabeza
iba graciosamente sentada la más bella trapecista que jamás se
hubiera visto bajo estos cielos con una vestimenta ceñida y llena
de lentejuelas que centelleaban al sol convirtiéndola en una
visión fantasmagórica y quizás el carro más atractivo era el que
conducía a los payasos porque el mismo chofer era un payaso
que manejaba con los pies a menos que se hubiera colocado
equivocadamente los zapatos en las manos y la muchedumbre se detenía a contemplar esta fabulosa caravana lanzando
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e­ xclamaciones de sorpresa y de júbilo cuando no se decidía a
incorporarse al apasionado cortejo muchacheril que la seguía
con la febril ilusión de ser parte de la troupe o tropa de artistas
y saltimbanquis del circo lo que quiere decir que la alegría se
apoderó de las calles al paso de esta caravana mientras se dirigía lentamente hacia las afueras de la ciudad donde levantaría
sus carpas que constituyen uno de los aspectos más laboriosos
de la vida itinerante de los circos pues a pesar de que tienen ese
aspecto precario que le da el levantar su establecimiento con
grandes lonas tiene que tener suficiente solidez para sostener
los elevados trapecios de donde se lanzan a la muerte las criaturas más delicadas y aéreas de la especie humana y también las
grandes jaulas en que se enfrentan los domadores a sus fieras
y eso contribuye a acentuar esa aura dramática que rodea a
los circos pues por todas partes les rodea el peligro al cual hay
que sumar la posibilidad de un incendio cuando está lleno de
gente constituida en su mayoría por la población infantil con
la consiguiente fuga de las fieras no menos devoradoras que
las llamas y dicen que por esa razón ningún circo incluye entre
sus animales a las pacíficas llamas peruanas para evitar la confusión verba a que podría dar lugar que alguien anunciara la
presencia de las llamas y se entendiera que se trata del fuego
con el peligro que tal confusión podría acarrear y naturalmente esta aura dramática no tiene otro efecto que el de acentuar
la emoción profunda que produce la llegada del circo de modo
que la operación de levantar las carpas constituye de por sí un
espectáculo que congrega a numerosos curiosos y por esta razón los empresarios dispusieron o tal vez ellos no tuvieron nada
que ver con ello que una gitana estableciera su maravilloso establecimiento en las inmediaciones de manera tal que se convertía voluntaria o involuntariamente en parte del espectáculo y
servía a manera de promoción o propaganda publicitaria pues
atraía a numerosos parroquianos ansiosos de quitarle el velo a
su propio destino y la propia gitana era un espectáculo ­digno
de ser contemplado porque su vestimenta y su forma peculiar
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de pronunciar el idioma español le otorgaban un halo de misterio realmente impresionante y en definitiva agradable y prodigioso y entre las personas que se aproximaron a solicitar sus
mágicos servicios estaba una señora que dijo llamarse Urbana
al tiempo que le extendía la mano izquierda abierta de modo
que pudiera ejercer ese solemne ministerio que consiste en
leer la palma de la mano puesto que se sabe que los gitanos
son tradicionalmente los más calificados palmistas conocidos y
cuando la gitana en cuestión observó la mano de Urbana lanzó
una exclamación de sorpresa
tú tienes una mano maravillosa que se puede leer como si
fuera un libro porque las líneas están marcadas con gran claridad y esto acentúa el pequeño y el gran triángulo que están
lleno de mensajes y los montes se dibujan de manera escalofriante lo que significa que tu pasado es tan interesante como
tu futuro
con estas palabras alentadoras comenzó la gitana su trabajo y durante algunos segundos estuvo contemplando aparen­
temente ensimismada los dibujos interiores de la mano de
Urbana y es posible conjeturar que la actitud de la gitana fuera
esta vez sincera porque lo común es que se suponga la superchería en gente que hace de esta actividad un negocio habitual pero esto mismo nos induce a pensar que la frecuencia de
su trabajo los lleva a familiarizarse en forma extrema con las
peculiaridades de las manos y les permite efectivamente encontrar si no sus misterios al menos los rasgos poco comunes y
la conducta excepcional de ciertas arrugas y sinuosidades que
dan a su lectura ese aliento mágico que produce el encuentro con la singularidad de los fenómenos nuevos y no puede
negarse de manera absoluta que en ciertas circunstancias una
gitana se sienta realmente inspirada como ocurre con ciertas
mujeres que hacen del amor su profesión habitual fingiendo
unos sentimientos que no poseen pero que un día sin saber
por qué sienten el amor verdadero y caen ante él en estado de
paroxismo
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veo en tu mano la presencia de dos hombres viejos y uno
de ellos se instala de manera muy clara en la línea de la cabeza y este viejo parece que se vuelve hacia tu pasado como si
fuera a escribir tu vida y esta pequeña línea que se desprende
de él hacia atrás indica que mira hacia tu pasado con mucha
intensidad y con mucho interés como escribiendo tu vida pero
no entiendo por qué se ocupa de tu pasado aunque veo aquí
con toda claridad unos puntos de sobresalto en tu pasado que
justifican que un hombre se instale en la línea de la cabeza y
convierta tu pasado en mensaje para todos los hombres
éste fue el primer rendimiento de la lectura de la gitana
desgraciadamente en forma muy sibilina porque Urbana era
incapaz de tener la menor idea de qué viejo podía hacer de su
vida pasada objeto de atención literaria o histórica siendo ella
una mujer humilde y se sintió más interesada cuando la gitana
se refirió al otro viejo que supuestamente circulaba por los laberintos de su mano abierta
aquí hay otro viejo que se instala profundamente en la línea del corazón pero no se trata de amor porque se aparta del
Monte de Venus y en cambio se acerca al Monte de Marte y al
de Júpiter y aquí se mira que una de las líneas que se desprenden de él corta de manera deslumbradora la línea de la vida
que después de ese encuentro tremendo se te pierde debajo
del pulgar indicando que vas a tener muy larga vida y de manera muy intensa y profunda porque se ve como si fuera una cicatriz que cercena completamente tu dedo pulgar y a este viejo
debes esperarlo porque está muy próximo ya que siguiendo el
curso de la línea de la vida se ve que corresponde al momento
que estás viviendo en estos instantes
y Urbana en estos momentos hizo un rápido recorrido por
su mente registrando en los pequeños anaqueles de su memoria tratando de encontrar en alguno de ellos algún viejo que
ajustara con esta lectura y ciertamente no pudo hallar el menor
indicio de que la gitana estuviera realmente leyendo su vida
porque ninguno de estos dos viejos aparecía en rincón alguno
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de su espíritu y todavía esta lectura se hizo más decepcionante
para ella cuando súbitamente la gitana abandonó la descripción de las líneas de su mano presididas por las respectivas presencias de estos dos viejos y pasó a describirle otro personaje
supuestamente visible en la palma de su mano
y aquí precisamente instalado en el gran triángulo en el
centro de tu mano contemplo a un niño que te mira de una
manera muy intensa y no puedo decirte si tú estás en su vida o la
vida de él está en la tuya pero sí puedo decirte porque lo veo con
extrema claridad que el destino de este angelito está profundamente entrelazado con tu vida como si fuera una prolongación
de ella y esto se ve aquí de manera muy clara por la forma en
que se instala entre la línea de Apolo o de la fortuna y la línea de
Saturno o del destino pero no tiene nada que ver esta criatura
con tus amores porque está my alejado del anillo de Venus
y esta última lectura de la gitana le produjo a Urbana un
gran sentimiento de insatisfacción y no pudo contener la protesta que le subía desde dentro
pero usted no me habla de mí sino de otras personas y yo
no conozco esos viejos ni ese niño a quienes usted se refiere
a lo cual la gitana respondió con gran serenidad y dominio de la situación que le planteaba su cliente
yo no puedo decirte otra cosa que aquellas que leo en tu
mano y aquí no se dibujan claramente las líneas de tu voluntad
y por ejemplo la línea del hígado no se ve trabajar sobre las
otras y eso me indica que tu destino es más la expresión del
destino de los demás que el tuyo propio y creo que tú tienes
derecho a exigir que te hable del tuyo y no del ajeno pero tú
puedes irte tranquila y no me pagues por mi trabajo porque
tú estás fuera del alcance de mis ojos y perteneces a los ojos de
ese viejo que escribe o escribirá algún día acerca de ti y para
concluir debo decirte que lo que más notoriamente se lee en
tu mano es que no eres una persona sino un personaje y la verdadera gitana que te dirá lo que está escrito en tu mano será
la propia vida adiós
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y con estas palabras Urbana se sintió violentamente expulsada del contorno espiritual de la gitana y se alejó confundiéndose con otros parroquianos sonrientes que esperaban turno
y que sin la menor duda tendrían que pagar por la consulta
puesto que era difícil que alguno de ellos poseyera una mano
digna de sobresaltar el interés de aquella extraña clarividente
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
Proverbios y cantares
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El individuo de la barba roja se echó hacia atrás conservando en
la mano un vaso envuelto en una servilleta de papel en la actitud
de añadir un nuevo elemento a los relatos de sus amigos
yo vivía entonces en la proximidad de una oficina de cables internacionales y aquella noche me sorprendió ver que
había soldados en la entrada obviamente para defender el
establecimiento porque una medida de esa naturaleza no se
toma sino en circunstancias extremas y eso me hizo pensar que
estaba ocurriendo algún acontecimiento de gran envergadura
y ésa fue también la impresión de mi mujer al hacer la misma
observación que yo había hecho y en eso sonó el teléfono y
resultó ser mi hermana quien trataba de saber si sucedía algo
debido a que en las inmediaciones de su casa se observaba un
inusitado movimiento militar pero ni ella ni nosotros pudimos
obtener esa noche información alguna sino en la mañana siguiente porque la ciudad era un hervidero de rumores y la
población había realizado el gran descubrimiento de las conversaciones telefónicas demasiado abundantes y masivas para
que pudieran ser rastreadas o vigiladas de alguna manera
yo me enteré en forma muy distinta
dijo el amigo suyo que usaba espejuelos de aviador con borde dorado
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porque mi viejo era un funcionario importante del régimen
y éramos tres los hijos ya en edad de salir de noche y regresar
en horas avanzadas y precisamente esa noche había venido un
amigo mío a reunirse conmigo en mi casa con el propósito de
salir juntos cuando mi mamá se me acercó para decirme que
deshiciera ese compromiso alegando que mi padre necesitaba
mi ayuda para alguna labor lo que me indicó de súbito que algo
anormal estaba sucediendo y cuando se marchó mi amigo mi
padre nos reunió a los tres y nos intimó a permanecer en la casa
en razón de que ocurrían grandes acontecimientos a los cuales
no se refirió aunque en su rostro se marcaban visiblemente los
rasgos de una profunda inquietud y aún no había terminado de
hablarnos cuando sonó el teléfono y los fragmentos de su conversación en ese momento y durante el resto de la noche fueron
suficientes para ir enterándonos fragmentariamente hasta completar la situación en todos sus detalles
el individuo de la barba roja se dirigió entonces a otro que
tenía una calvicie muy pronunciada y le preguntó cómo había
recibido la noticia en el extranjero
el primer detalle me lo dio mi propia mujer porque una
vecina a quien simpatizaba mucho mi condición de proscrito me envió un recado diciéndome que le debía las albricias
­porque ya iba a poder volver a mi país y yo claro está me reí porque no eran pocas las bromas que se hacían explotando esa ilusión pero de todos modos fui a verla para hacer ostentación de
mi realismo y de mi dominio de la situación
se trata solamente de un rumor difundido por la radio
me dijo
es lo que siempre sucede porque esta gente confunde el
deseo con la noticia
comenté yo
cierto pero esta vez hay un detalle no despreciable porque
la información de la radio dice que un funcionario del Departamento de Estado norteamericano suspendió una reunión de
alto nivel en París para dirigirse inmediatamente a Washington
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y los periodistas le preguntaron al abandonar el local de las
sesiones si el rumor había sido confirmado y se negó a agregar
comentario alguno que es todo lo que sé
eso me dijo la vecina y yo permanecí unos segundos en
silencio hasta llegar a la conclusión de que un funcionario
americano no iba a suspender una reunión con otros altos personajes en París para ir a confirmar un rumor en Washington
de manera que lo presumible es que haya sido llamado por su
Gobierno después de hacerle conocer el acontecimiento en
los términos más concretos y al llegar a este punto se lo hice
saber a mi vecina y después de darle las gracias y comprometerme a informar a un compatriota cercano pero éste me echó
la carcajada en la cara y debilitó mi confianza en la verosimilitud de la información
es curioso
comentó el de los espejuelos de aviador
porque un amigo mío que se encontraba más o menos
escondido en una aldea lejana en el interior del país fue despertado en las primeras horas de la madrugada por un amigo
suyo a quien le habían asesinado un hijo para decirle que hacía unos instantes había escuchado la información en inglés
por una emisora de los Estados Unidos y que por consiguiente
debía cambiar rápidamente de vivienda porque era de esperarse una cacería inmediata de enemigos del Gobierno y en
efecto una patrulla de la fuerza pública fue a buscarle muy de
mañana al lugar donde se suponía que se le podía encontrar
el individuo de la barba roja se apresuró a consumir un
turno
el caso más escalofriante
dijo
fue el de un tipo que pasó todo ese día en Baní y regresó
en un station wagon quince o veinte minutos después de consumarse el hecho por el mismo lugar sin percatarse de nada y
guardó el vehículo en la marquesina de su casa y cuando a la
mañana siguiente supo que se había emprendido una intensa
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búsqueda de los autores y se dirigió al automóvil observó que
había manchas de sangre en las ruedas
y al oír esto los otros individuos lanzaron exclamaciones
de sorpresa y espanto tratando de reconstruir esa escena y calculando el terror que se apoderó del infeliz
no recuerdo los detalles
dijo el de la barba roja
pero lo que sí puedo asegurarles es que esa vez lavó las
ruedas de su vehículo con más cuidado que nunca y probablemente silbando una canción de moda tanto para ahuyentar el
miedo como para disimular la tarea
y los otros rieron alegremente hasta que el de los espejuelos de aviador con borde dorado se dirigió al de la calvicie
pronunciada y le hizo un llamado a la atención porque había
un punto de su relato que ameritaba cierto comentario
cuando el funcionario americano dijo en París que no tenía confirmación oficial del rumor no estaba usando un subterfugio para librarse de los periodistas sino diciendo la verdad
porque en esos momentos todavía no se había descubierto el
cadáver y lo único que se podía dar como información fidedigna es que se había producido el atentado pero que se desconocía el desenlace porque no había aparecido la víctima y
podía ser que anduviera escondido o que no hubiera muerto
y en todo caso quedaba abierta una expectativa no confirmada
es claro
dijo el de la barba roja
si hubo un despliegue militar tan aparatoso y se rodearon
algunos establecimientos públicos como la estación oficial de
radio y se colocó la bandera a media asta y todo eso y otros signos no hubo el propósito de ocultar la noticia sino simplemente de precisar su contenido y por fin fue solamente a las cuatro
de la tarde del día siguiente cuando se hizo el pronuncia­
miento oficial y se conoció el atentado en sus detalles así como
sus autores
tienes toda la razón
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admitió el de la calvicie
pero en las condiciones del exilio la más mínima noticia
en el sentido del cambio aunque careciera de fundamento se
convertía en motivo de comentario y de especulaciones y sucede que era la primera vez en que un rumor alcanzaba niveles internacionales y para que eso sucediera debían existir
elementos de juicio muy sólidos y uno de ellos podía ser la
sangre y el otro es que si el atentado no se consumaba en su
totalidad la magnitud de la represión pasaría de los límites del
cataclismo
y tras una pausa agregó
un amigo mío me refirió que al comunicarle la noticia a
su padre éste la interrumpió rechazando toda posibilidad de
que fuera cierta a pesar de lo cual continuó refiriéndole lo que
sabía dándole el nombre de los autores
entonces es verdad
concluyó el padre de mi amigo diciéndole que conocía
esa gente y que inevitablemente llegarían hasta el fin y por
eso yo admito que mis especulaciones no eran muy correctas
pero tampoco eran muy incorrectas y para el caso es lo mismo
porque había habido ya un encadenamiento de hechos que
apuntaban al cambio como la famosa expedición del 14 de
junio que fue una inmolación el asesinato de las hermanas Mirabal aparte de un ascenso increíble de la resistencia popular
que hacía ya insostenible la dictadura
el de los espejuelos de aviador con borde dorado volvió
a apoderarse del uso de la palabra pero aparentemente sin
deseo de polemizar porque el tono de su voz indicaba que se
lanzaba a otros terrenos
aquella noche que mi padre nos reunió para advertirnos
que debíamos permanecer en casa
dijo
él volvió a conversar con nosotros en la madrugada cuando ya estábamos enterados todos de la naturaleza de la situación y entonces nos explicó el sentido que él atribuía al
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acontecimiento diciéndonos más o menos en estos términos
que eso le iba a costar más lágrimas al país porque ese régimen que había controlado completamente la vida pública y
privada durante más de 30 años era el producto como todo el
mundo sabe de la intervención de 1916 y pensaba él que sólo
conociendo el contenido de esa intervención era fácil prever
el curso de los acontecimientos y que éste no podía ser otro
que una nueva intervención
pero eran otros tiempos
alegó el de la barba roja y añadió
hay que ver desde cuándo los americanos no intervienen
en parte alguna ni siquiera con una provocación como la cubana en sus mismas barbas de manera que no hay motivos ni
fundamentos ni oportunidad histórica para presumir que pueda producirse aquí ni siquiera remotamente siendo un país
tan despreciado y efectivamente tan pobre un desenlace de
esa naturaleza
en verdad
puntualizó el de la calvicie pronunciada
todas las comparaciones son peligrosas y hay que tener
presente que el proceso histórico de Cuba y en general de
la América Latina incluyendo el de Haití que está al final de
nuestras carreteras es completamente distinto al nuestro aunque por aquí y por allá se produzca el fenómeno de la dictadura con los mismos rasgos y se hayan producido intervenciones
americanas más o menos en el mismo estilo y por esta razón
la caída de un dictador aquí no puede expresarse en los mismos términos que en otras partes y sería sumamente arriesgado afirmar que los acontecimientos ocurridos por allá van a
seguir el mismo curso por acá
puede ser
replicó el de la barba roja
pero me gustaría saber cuáles son los fundamentos en que
tú te apoyas aparte de que todo el mundo piensa que su país es
único y excepcional para pensar que nosotros nos apartamos
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de la comunidad de países de la América Latina y de los países
centroamericanos o del área del Caribe pues particularmente
en esta zona participamos de los mismos rasgos de subdesarrollo y de dependencia sólo distintos en términos de grado pero
sin diferencia alguna en el fondo
sin duda
contestó el de la calvicie pronunciada
todos desembocamos al mismo punto pero cada uno sigue
su propio camino y esto es importante para decidir en un momento dado cómo nos va a ir en la fiesta aunque todos hayamos
sido invitados de la misma manera y el hecho es que nuestro
país ha seguido un camino histórico completamente distinto
al de cualquier otro país de este hemisferio comenzando porque arranca no por la colonia española pura y simple sino por
un acontecimiento único que consistió en la destrucción de la
colonia española y la verdad es que no fuimos descubiertos por
Colón ni por nadie sino que brotamos de la nada partimos de
cero salimos como el humo de un montón de cenizas y la sociedad de la cual somos hoy la culminación no fue organizada
y estructurada por ningún imperio europeo sino que brotó de
ella misma de unos cuantos damnificados que se vieron obligados por la realidad material insoslayable a inventar las formas
de convivencia necesarias para sobrevivir
el de los espejuelos dorados con perfil de aviador no pudo
contenerse y saltó al ruedo de la conversación
eso es una infamia
dijo
tú quieres destruir ese hecho de que hemos sido nosotros
los que fundamos en América la civilización española y que
somos la vanguardia de la cultura hispánica en este hemisferio
te perdono lo de la infamia
volvió a decir el de la calvicie pronunciada
pero quiere hacerte notar que ahora no soy yo el chauvinista porque yo sostengo que no fuimos nosotros los que
introdujimos la cultura española en América sino los propios
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españoles que fundaron en esta Isla una colonia inaugural sumamente próspera y hasta prodigiosa en la que se encuentran
todas y cada una de las fuentes de la sociedad hispanoamericana contemporánea salvo la nuestra y la de Haití porque
ninguna de las dos naciones que hoy comparten este territorio
existía entonces por el hecho histórico desgarrador y extraordinario de que esa colonia inaugural fue reducida a polvo y a
cenizas después del incendio más espectacular e inconcebible
que se haya producido jamás
y al llegar a este punto la alegre reunión amenazó con desembocar en otro gran incendio de no haber sido porque el de
la barba roja sosegó los ánimos exaltados alegando que había
sido él quien provocó la situación
ésta es una pelea mía
gritó
y se hizo un silencio convencional aunque elocuente
admitamos por un momento que las cosas hayan sucedido
de esa manera pero eso no significaría que dejamos de ser hispanoamericanos en nuestro origen ni que esta sociedad conserve los rasgos del siglo diecisiete hasta el punto de que sea
una sociedad original en este continente
y de nuevo volvió a hacer uso de la palabra el de la calvicie
pronunciada diciendo
bien se ve que tener la barba roja no te obliga a ser un
exaltado y un fanático porque aquí todos somos abogados y se
supone que sabemos discutir y que los hechos son interpretados de acuerdo con los intereses de las partes lo cual significa
que debemos prestar atención a los argumentos del adversario
y no cerrarnos a la banda en torno a lo que nosotros deseamos
que esos hechos sean
de acuerdo
dijo el de la barba roja
puedes exponer tus argumentos
gracias pues
dijo el de la calvicie pronunciada
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yo entiendo que no fue Colón quien nos hizo hispanoamericanos sino la lengua española y con ella la onda espiritual
de la cual era portadora y en ella nos hicimos católicos y donjuanes y quijotes y Juan de mairenas y unamunos y sobre todo
pobres y orgullosos de la pobreza y fue esa lengua española lo
único que no destruyó el incendio y lo que permitió que se
ordenara una concepción de la supervivencia y un régimen
material que permitiera convivir no como fieras sino como seres humanos en la desgracia
curiosamente los ánimos se apaciguaron aun cuando el de
la calvicie pronunciada insistía en sus criterios heterodoxos
y es a ese régimen material a ese producto de la desgracia secular al cual debemos nuestras peculiaridades porque de
aquellas cenizas brotó un sistema comunitario de explotación
de aquel territorio abandonado que no tenía nada que ver con
el sistema feudal que originalmente prevaleció en «La Española» y que constituyó la raíz histórica de los países hispanoamericanos con su esclavitud y su encomienda y su Real Audiencia y
su municipio y sus cabildos eclesiásticos y todo esto desapareció
aquí para ser sustituido por una convivencia propia basada en
un sistema agrario que posteriormente se constituyó en los terrenos llamados comuneros que siguieron basándose en la propiedad comunitaria aunque fuertemente impregnados por la
propiedad privada en razón de los intercambios con la colonia
vecina cuando ésta hizo su aparición y alcanzó su desarrollo
el de la barba roja hizo un gesto que indicaba su disposición a interrumpir el curso de la argumentación del de la
calvicie pronunciada pero éste a su vez se adelantó y le dijo
permíteme un momento para concluir con esta disertación
inoportuna pues de lo que se trata es de determinar cuál es el
curso de los acontecimientos a los cuales se enfrenta el país
como resultado de este acontecimiento histórico que es el fin
de la dictadura y yo creo que tu padre
y en este momento se dirigió al de los espejuelos de aviador con borde dorado
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tenía razón al considerar la eventualidad de una nueva intervención militar americana si él tenía presente que el fundamento principal de la de 1916 era la eliminación en nuestro
país del sistema arcaico de los «terrenos comuneros» que frenaban el desarrollo capitalista impulsado por las compañías
azucareras con lo cual forzaban a esta sociedad atrasada secularmente a dar un paso de avance cualquiera que fuera el
interés que a ellos les movía y puesto que el régimen que acaba
de desaparecer es un producto de aquella intervención y fue
creado para asegurar el destino del sistema agrario moderno
no puede en ninguna forma negar la posibilidad de que se
produzca una nueva intervención si ese sistema se encuentra
amenazado y no digo ni media palabra más
pero yo sí
dijo el de la barba roja
porque de todo esto queda una cosa en claro y es que ha
cambiado el curso de nuestras vidas y que ahora cada uno de
nosotros tiene un escenario donde ensayar sus propias facultades y emprender su propio camino hacia los nuevos horizontes
y como que de todas maneras vale la pena festejarlo ninguna
oportunidad mejor que ésta salud
salud
salud
[…] no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
A orillas del Duero
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Cuando Suzy volvió a la Capital descubrió de improviso que había cambiado el mundo pues ella había abandonado un ámbito
de silencio planetario de rostros amarrados de miradas furtivas
y donde el orden y el respeto se advertía en los más mínimos
detalles y en cuanto llegó su primera diligencia fue encaminarse
a la famosa calle El Conde en espera de aquella pulcritud en los
modales de aquellas maneras codificadas y de aquella juventud
galante cuyos piropos siempre a base de azúcar y de rocío eran
la única exuberancia juvenil la única excentricidad tolerada la
única violación a las normas del silencio que le había sido permitido disfrutar a varias generaciones de jóvenes pero ahora encontraba una transformación que le pareció la catástrofe pues
habían desaparecido los piropos y las corbatas junto con los
sombreros y en su lugar habían hecho su aparición las barbas y
las boinas convirtiendo la calle en un espinazo de iguanodonte
restaurada por las palmadas rítmicas que producían los jóvenes
con las manos ahuecadas mientras gritaban
libertad libertad libertad
y a veces irrumpía de pronto la fuerza pública armada de
macanas de goma y otros artefactos del oficio y la muchachada se
dispersaba por las esquinas se introducía en los ­establecimientos
hacía chirriar los frenos de un vehículo inesperado mientras
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dos cuadras más allá resonaba aquel ritmo enloquecedor y deli­
rante de los muchachos haciendo vibrar la tarde al compás de
sus palmetazos
libertad libertad libertad
y la propia Suzy se vio obligada a dar un esquinazo violen­
to cuando se veía arrastrada por el grupo de jóvenes en fuga
sin tiempo ni claridad para dirigirse a las milicias y explicarles
que ella no tenía nada que ver con aquel desorden y después
de salvarse de un eventual atropello introduciéndose en la primera casa cuyas puertas encontró abiertas descubrió que la
aventura no era ingrata y que tenía todos los encantos de una
fiesta universal y fue así como algún tiempo después se encontró ella misma reincorporada a la juventud de toda la población golpeando sus propias manos hasta hacerlas enrojecer y
gritando incesantemente
libertad libertad libertad libertad libertad libertad libertad
libertad
hasta el momento delirante y alegre de emprender la fuga
y de paso perder uno de sus tacones en la empresa
aquello era infernal pero he descubierto que el infierno
es agradable
comentaría ella en alguna ocasión sin embargo lo que aquellos muchachos procuraban de esa manera atolondrada era precisamente salir del infierno porque treinta años de silencio y de
orden de exhortaciones a la paz ciudadana y de reglamentación
de la conducta privada sobre todo de terror habían producido
poco después de conocerse la noticia del magnicidio una explosión incontenible del deseo de libertad aunque fuera sólo
en la forma del derecho a armar un escándalo a base de aplausos incoherentes en cualquier esquina cuando a los muchachos
les viniera en gana pero resultó que las palmadas no producían
otro efecto que el de las carreras espectaculares y algunos coscorrones heroicos pero banales que acabaron al confundirse con
los «turberos» u organizadores de turbas desen­frenadas y los
«paleros» armados de palos para atacar a los jóvenes rebeldes
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a la norma tradicional y entonces las palmadas pasaron a cederle la iniciativa a las gomas de auto­móvil que eran incendiadas en
cualquier esquina inesperada y obligaban a los bomberos y a la
policía a acudir para sofocar el fuego e impedir su propagación
aunque no era ése el propósito sino el de agitar escandalizar
ridiculizar el orden establecido y expresar de manera ardiente
al paso que divertida un anhelo que impregnaba a toda la sociedad y a todo el país y en el cual se veían envueltas cada vez
nuevas capas populares alcanzando magnitudes ya visiblemente orientadas a la misma estructura del poder público e involucrando consideraciones teóricas y políticas de un orden más
elevado y complejo y comenzó el regreso masivo de los antiguos
exiliados algunos sin fuerzas físicas ya para pronunciar un discurso pero sí para organizar un partido y otro y otro y otro hasta
lo infinito pues cada recién llegado al país ejercía de inmediato
el derecho que le otorgaba el sacrificio de la ausencia y la hazaña de sobrevivir y Suzy quedó estupefacta ante esta explosión de
una sociedad de la cual sus años no le reportaban ninguna experiencia pero le permitían disfrutar de un espectáculo inconcebible y una tarde se encontró frente a frente con la revolución
aunque al principio no pudo reconocerla porque la idea que
tenía firmemente arraigada respecto a ella era la de algo como
si se abriera la tierra y brotaran los vapores infernales y ahora vio
con sus propios ojos que la revolución era la gente descendiendo de los barrios altos en forma de torrente humano hacia una
estación de radio o desembocando súbitamente de una calle sin
que se supiera de dónde venía ni hacia dónde se encaminaba
pero vociferando palabras rítmicamente en las que se descubría
la embriaguez del cambio y este hecho constante del ritmo en
todas las acciones y manifestaciones populares llevó a Suzy a la
convicción de que en definitiva la revolución era el ritmo y por
eso no dejó de resultarle grata y hasta excitante
es la danza de los pueblos
decía ella pero la danza siguió por otros senderos y apareció
la pólvora y los instrumentos de muerte y el espanto y la tragedia
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agazapada en los sitios más insospechados y Suzy decidió emprender el regreso precipitadamente a La Romana llevando
en sus ojos y en su vocabulario inesperadamente enriquecido
un volumen de experiencias insólitas y de reflexiones y de vaticinios y de recomendaciones e inclusive de esperanzas que
a pesar de todo no dejaban de ser risueñas porque para ella
como para todo el mundo el país estaba dando a luz en medio
de los dolores y los espasmos y las violencias que acompañan
a todo parto un nuevo ámbito de convivencia una especie de
baño de futuro una aurora de beatitud que debía levantarse
de aquellas convulsiones y durante varios días Suzy estuvo comentando con el viejo Bonifacio y con los vecinos que se acercaban a ella en busca de información las diversas incidencias
anécdotas episodios y hazañas que ilustraban la situación conocida por ella en la Capital mientras el marido la interrumpía
de vez en cuando para algún comentario cuyo efecto inmediato era el de avivar las vehemencias de Suzy y refrescar nuevos
aspectos antes soslayados y así en cierta ocasión refirió que verdaderamente sintió miedo cuando vio que una muchacha de
muy hermosos modales transitaba por la célebre calle de El
Conde y sin mediar motivo fue atacada por unas tres mujeres
notoriamente de vida alegre y sin la menor duda movilizadas
por los enemigos del cambio y después de provocarla con los
más soeces insultos se abalanzaron sobe ella y destrozaron su
vestido haciendo saltar sus pechos indómitos a la luz del día en
medio de una sorpresa que era a la vez admiración e ira en los
transeúntes sin que la intervención del furor juvenil pudiera
evitarlo antes de que las atacantes huyeran en un automóvil
convenientemente estacionado y mientras Suzy relataba estas
vicisitudes de los acontecimientos con una emoción que sacudía todo su cuerpo el pequeño Bonifacio escuchaba en el más
absoluto aunque también en el más fecundo de los silencios dedicándole después largas horas de reflexión durante la vigilia y
el sueño a aquel cuadro que la vida ponía ante sus ojos y ante
su futuro para arribar una y otra vez a la conclusión de que su
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destino inmediato se encontraba en el bullicio de la Capital y
no en el silencio de su hogar
¡Oh, luna de abril, serena,
que empuja las nubes blancas!
Canciones de tierras altas
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Un viejo
dicen
siempre es un viejo
pero si es verdad que la historia se repite aunque sea en
un grado superior de desarrollo entonces el viejo además
de un viejo viene a ser algo así como un depósito maravilloso de
repeticiones de la historia y una especie de fuente donde beber
no solamente el pasado sino también lo porvenir puesto que
ese pasado habrá de repetirse y es curioso que aquellos a quienes estas consideraciones resultan más convincentes sea a los
niños y hasta a los adolescentes pues ellos no tienen la copiosa
experiencia que exige la interpretación de cada época nueva
que se ofrece ante sus ojos y compromete su destino y despierta su entusiasmo y desencadena sus fuerzas jóvenes y por esto
no podemos dejar pasar inadvertida la presencia de un viejo
en cierta esquina de la ciudad de La Romana colocado allí casi
como una estatua antigua sin más objeto tal vez que disfrutar
del colorido y las variaciones de la vida que se desplegaba ante
su mirada y por eso su atención se dirigía a cualquier acontecimiento producido en su derredor aunque no pareciera estar
vinculado con las personas como el trotecito alegre de un perro
encaminado hacia algún lugar secreto con un hueso en la boca
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y al que seguramente reconocía por sus aventuras amorosas o
podía ser que observara la paciencia de una bestia de carga de
esas que el amo deja en cualquier sitio y permanecen inmóviles
para el deleite de las moscas allí convocadas para divertirse con
el único apéndice del animal que da signos de vida que es el
rabo y quien dice estos animales dice aquellas personas a quien
la vida concitaba a su alrededor e iban y venían como si su única
misión en el mundo no fuera otra que caminar de un sitio para
otro cambiando a lo sumo de vestido o de carruaje porque tan
pronto pasaba un automóvil veloz como venía en sentido contrario una carreta de mulos o uno de esos triciclos que llevan un
aditamento para cargar mercancía en la parte delantera y todo
esto dotaba al mundo de una sustancia llevadiza que animaba
los últimos días de este personaje inclinado ya hacia el más allá
y en verdad que no habría merecido más atención a pesar de las
consideraciones antes expuestas a no ser porque en el lugar en
el cual él se encontraba habitualmente había un momento de
explosión escolar por la sencilla razón de que había una escuela
pública en sus alrededores y éste era probablemente el momento más lírico de su permanencia en aquel sitio por ese interés
que despiertan los niños en los viejos sólo comparable con el
interés que despiertan los viejos en los niños y esto nos explica
que no pocas veces el viejo se encontrara rodeado de colegiales
y acosado a preguntas acerca de los más inverosímiles aspectos
de su vida como por ejemplo cómo eran los primeros automóviles o los primeros aeroplanos o cómo eran los peces voladores
o quiénes eran los gavilleros y a todo esto el viejo respondía con
la mayor amabilidad y la mejor acogida
los peces voladores tienen la desgracia de que sólo vuelan
en línea recta
les decía él
y ésa es una mala política porque se libran con mucha
inteligencia de las fieras voraces que los persiguen pero caen
con suma facilidad en la cubierta de las embarcaciones que encuentran en su vuelo sin ser capaces de cambiar de dirección y
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r­ esulta que allí si no mueren de asfixia son devorados con gran
deleite por los marineros porque son muy sabrosos y se pueden
comer crudos a lo sumo poniéndoles un poco de limón o acompañándolos con ron
pero si sólo vuelan derecho tropezarán con las olas mismas
es cierto pero resulta que ellos pueden subir ligeramente y
bajar de acuerdo con los distintos niveles de la superficie pero
no saben girar de babor a estribor porque su vuelo sólo dura
el tiempo necesario para escapar del enemigo actual y no del
enemigo posible y ésa es su desgracia
palo si vuela y palo si no vuela
dijo uno de los muchachos y otro le corrigió enseguida
lo que dice el refrán es palo si boga y palo si no boga
a lo que el otro replicó
para el pez volador da lo mismo pues si vuela se lo come el
marinero y si boga se lo come el tiburón
y todos rieron mientras el viejo encaminaba la conversación por otros senderos nostálgicos
yo era un muchachón cuando eso de los gavilleros porque
casi todos éramos jóvenes menos los jefes que ya eran mayores
que nosotros pero algunos eran también jóvenes como uno a
quien llamaban El Cibaeño porque decía «ar que peleai» en
vez de hay que pelear y también estaba Urbano Gilbert que era
también un muchachón y el propio Ramón Natera pero yo me
metí cuando ya se estaba acabando la cosa
y qué hacían
bueno de todo robarse una vaca desenterrar unas yucas comerse una piña verde curarse bañarse y pelear y pelear o huir
porque había unas patrullas criollas que conocían el terreno y
estaban bien armados y por eso nosotros preferíamos los americanos aunque estaban mejor armados todavía pero a éstos podíamos zafarles el cuerpo y a los otros no y cómo usted se salvó
porque yo cambiaba de jefe cuando las cosas no le iban
bien a uno de ellos y cuando empezaron a entregarse yo me
fui por mi camino y no me presenté nunca a las autoridades
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y por qué tú te metiste a gavillero
bueno hay mucha cosa que decir y lo primero es que el
país había sido ocupado por fuerzas extranjeras y hubo mucho atropello pero en el fondo ésa no era la razón porque
los gavilleros sólo aparecieron en el este y no en otras partes
del país aunque por otros lados hubo resistencia armada a la
ocupación y para mí que todo el problema de los gavilleros fue
por los ingenios de azúcar
por qué
mira hijo el problema más grande que tiene la gente aquí
y en cualquier parte del mundo yo lo conozco porque yo he
ido hasta Venezuela y he dado muchos bandazos y he oído hablar a mucha gente de toda clase hasta los curas y los marineros que parecen no tener la menor familiaridad con los bienes
terrenales y he podido saber que lo único importante que hay
en la bolita del mundo es la tierra porque de eso es que vive
la gente y todo lo demás vive también de la tierra y nosotros
mismos estamos hechos de la tierra y somos plantas lo único
que no tenemos raíces y es porque no se ven porque todo el
mundo tiene sus raíces y las tiene muy metidas en su tierra
bueno
dijo uno de los muchachos pero no se atrevió a continuar
ya sé que ustedes no pueden comprender eso porque ustedes sólo creen en lo que ven y lo más importante es lo que no
se ve y eso de las raíces es lo más importante que tiene la mata
y no se ve y tú puedes cortar un árbol y dejarlo a ras de tierra y
él vuelve a retoñar porque tiene raíces y las raíces no mueren
mientras estén hundidas en la tierra y por eso es que tú no te
das cuenta de que lo más importante que ha habido en este
país desde que llegó Colón fue el problema de repartir la tierra entre su gente porque los indios no inventaron la cerca ni
les interesaba cercar la tierra porque esto les impedía caminar
de un lado a otro y en todas partes es lo mismo
es como las películas de vaqueros
dijo otro de los muchachos
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eso mismo
contestó el viejo
las películas de vaqueros es porque los americanos resolvieron ese problema cuando empezaban y por eso vinieron
aquí en 1916 y fue la cosa con los gavilleros porque ellos se
hicieron muy grandes y poderosos al resolver ese problema
a tiempo y las películas de vaqueros es recordando siempre
cómo fue la cosa allá pero aquí fue con la intervención del 16
y qué es eso de la intervención
ah bueno
respondió el viejo ladeando el sombrero para rascarse la
cabeza
la intervención es como si te compran unos zapatos nuevos
cuanto tú no has usado zapatos nunca y eso te obliga a caminar de manera muy incómoda hasta que tú no te acostumbras
pero te salen ampollas y te duele y por fin sales bien lo único
malo es que de ese momento en adelante tienes que comprar
los zapatos mientras que cuando tú andabas descalzo era gratis
el asunto es difícil porque andar descalzo no es lo mejor ni
tampoco el comprar los zapatos
dijo uno de los muchachos a lo que otro agregó
es como el problema de los peces voladores palo si vuela y
palo si no vuela
yo creo
dijo el viejo
que los países pequeños como el nuestro son como los
peces voladores y siempre lo serán a menos que aprendan a
virar a babor o a estribor de acuerdo con lo que se encuentren
en su camino
pero es que para eso no hay escuela y nunca van a aprender a pilotearse ellos mismos
sí hay escuela
replicó el viejo
hay la única escuela verdadera que es la vida y así como el
hombre aprendió solo a volar antes de convertirse en maestro
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así también aprenderán los peces voladores porque al principio ellos tampoco podían volar porque las aletas eran muy cortas y andando el tiempo las alertas le crecieron hasta dominar
la superficie y así también deberá llegar un día en que aprendan a dominar la dirección y en todo es igual hay un momento
en que la vida cambia y por eso resulta tan interesante ver lo
que pasa en el mundo y ustedes verán muchas cosas interesantes yo no porque ya soy viejo y quizás no vea otra intervención
como la de 1916 pero puede ser que ustedes la vean porque
por ahí hablan de una Constitución nueva que diz que prohíbe tener tierra a los extranjeros y si es así es demasiado temprano para eso y con esas alas tan cortas no pueden hacer nada los
peces voladores hay que esperar a que el hombre llegue a la
luna y tal vez entonces ese problema comience a encaminarse
por otros senderos pero ya les sonó la campana de la escuela
muchachos váyanse a sus estudios que en eso es que tienen
que ocuparse y déjenle esas cosas a los mayores
y los muchachos se dispersaron alegremente quedando
solo un jovenzuelo melancólico a quien se dirigió el viejo con
ternura
cómo anda la cosa
le dijo
igual que siempre
respondió el muchacho que no era otro sino el hijo de
Bonifacio
mira
le dijo el viejo
así como yo sólo tengo pasado tú solamente tienes futuro y
así como es una insensatez que yo agote las únicas fuerzas que
me quedan en un presente fugaz también es una insensatez
que tú pongas las tuyas en esos problemas con los cuales el
presente trata de ahogarte y que no tienen otro sentido que el
de proporcionarte la experiencia y la fuerza que vas a necesitar
en el día de mañana y quizás lo primero que debes aprender es
a olvidar a tu madre porque en definitiva tú nunca la conociste
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y en realidad tú lo que amas es un argumento una fantasía una
película de cine lo que debes hacer de inmediato es dirigir tus
ojos en aquella dirección que la vida te muestra y concentrar
allí toda tu atención y tu inteligencia a menos que quieras ser
eternamente un pez volador como si tu madre hubiera sido un
estanque y lo que llevó en su vientre hubiera sido un pececillo
de colores
y cuando el viejo dijo estas palabras se hizo entre los dos
un inmenso silencio mientras el viejo mantenía sus ojos fijos
en el muchacho y éste con la cabeza hundida en el pecho contenía una lágrima que era probablemente la última que lo vinculaba a su niñez y a lo lejos se escuchó la vocinglería de la
muchachada y este encuentro se disolvió solicitado por otras
exigencias humanas
Hacia el camino blanco está el mesón abierto […]
A orillas del Duero
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Un grupo de muchachos desembocaba de todas partes hacia
la esquina de su escuela y la convertía en un punto de convergencia sumamente atractivo para el viejo que habitualmente
se situaba por allí y a quien de vez en vez rodeaban los colegiales entre los cuales bien podía encontrarse el pequeño
Bonifacio Lindero o cualquier otro cuando súbitamente una
mujer que sin duda venía apresuradamente desde algún lugar no muy próximo porque aparentaba sofocación gritó sin
detenerse
muchachos devuélvanse que la patria está en peligro
y sin esperar respuesta ni añadir explicación siguió a toda
prisa hacia la esquina siguiente donde se alcanzaba a ver a otro
grupo de muchachos y repitió sin la menor alteración la misma exhortación
muchachos devuélvanse que la patria está en peligro
y si este pequeño acontecimiento produjo alguna inquietud en alguien fue precisamente en el viejo usualmente indiferente y sereno lo que revelaba que se había percatado de un
peligro real envuelto en las palabras de aquella mujer que de
haber sido loca sería conocida de todo el mundo y la verdad es
que ella no estaba delirando porque en esos momentos se organizaban las tropas americanas que habían desembarcado el
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día anterior con el propósito de proteger a las embajadas extranjeras amenazadas por la guerra civil y es lógico suponer que
el viejo sufriera un sobresalto cuando era de todos conocida la
naturaleza del peligro que se cernía sobre una situación como
la imperante aunque no fuera igual a la de 1916 porque en la
actualidad la guerra no era otra cosa que el reajuste de un pueblo a las nuevas situaciones creadas por el fin de un largo período de dictadura unipersonal y sucede que esta mujer acababa
de conocer por alguna razón que no es del caso que ese acontecimiento se estaba produciendo en la Capital en esos instantes
pero lo más curioso es que como se ha dicho esta mujer podría
tener unos cuarenta años de edad y no pudo por tanto haber
sido testigo del desembarco de 1916 y mucho menos haber oído
unas palabras exactamente iguales a las que ella pronunció y
que habían sido pronunciadas cincuenta años atrás por un jinete que cabalgaba atropelladamente envuelto en una polvareda
ante un escolar estupefacto que se dirigía como éstos a su escuela rural y que respondía al nombre igualmente rural de Silvestre
lo cual se hace todavía más extraño por el hecho de que eso sucedió en el otro lado de la isla que da hacia el Océano Atlántico
y esto ocurría del lado que da hacia el Mar Caribe de modo que
había entre ambos acontecimientos un abismo abierto por el
tiempo y otro abierto por el espacio y el del tiempo era del
­orden de los siglos puesto que había transcurrido medio siglo y
el del espacio era del orden de los mares y los océanos que son
categorías espaciales del rango más elevado lo que significa que
debían mediar algunas circunstancias muy particulares para
que la misma frase se produjera en condiciones tan increíbles y
desde luego no podía tratarse de una de esas coincidencias extraordinarias que se dan en la vida de los hombres y a veces
hasta en el azar que mueve a las piedras y a las estrellas fugaces
y la clave de todo este asunto hay que buscarla en el nombre de
esta mujer porque muchas personas ilustres han llegado a la convicción de que el nombre que recibe una criatura cuando nace
tiene mucho que ver con el destino que le reserva la ­existencia
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y es así como algunas veces se ha ligado la palabra martirio a la
muerte de Martí en Dos Ríos como si el apellido de este prócer
esperara el encuentro con el río para consumar un destino que
venía configurado ya en su nombre y algo similar pensaba un
historiador cubano cuando decidió darle por título a una biografía de Máximo Gómez nada menos que el de Gómez el máximo
como si la grandeza de ese personaje viniera ya inscrita en el
nombre que recibió en su cuna y se ha visto que un poeta francés insistía en que Colón significaba paloma y partiendo de esa
circunstancia trataba de determinar si ese nombre involucraba
ya la capacidad de orientación del Descubridor en los océanos
como si se tratara de una paloma mensajera o si expresaba que
sobre él había descendido el espíritu divino en la forma de esa
blancura alada considerando tanto el misticismo de Colón
como el del propio poeta francés mencionado y de la misma
manera se recordará que un dramaturgo inglés cuyo apellido
Wilde significaba salvaje en antiguo inglés era en verdad el individuo más civilizado de su época según se ha dicho lo cual indica no un destino sino una contradicción en un individuo que
era esencialmente contradictorio y a quien de niño vestían
como una niña pero debemos recordarle porque fue él quien
tituló una de las más deliciosas comedias de la literatura inglesa
con el nombre de La importancia de llamarse Ernesto jugando con
el hecho de que la palabra Earnest en inglés vale tanto como
Ernesto o Modesto o Cándido en castellano y Wilde jugaba así
con el nombre y el destino de su personaje y tal vez no sea necesario advertir que muchos nombres expresan un destino contradictorio pues se conocen no pocos Santos y Santas o Santanas
que han sido verdaderos diablos y quizás pueda caber aquí el
caso de una muchacha que en ciertos bellos días macorisanos
exhalaba el aroma campestre más exquisito como un efluvio
personal que evocaba el jazmín y la resedá y cuyo nombre era
casualmente Pura Delmonte porque precisamente era pura y
del monte y así había recibido al nacer un nombre que no sólo
la describía sino que también la engalanaba al tiempo que ­ponía
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a girar en su derredor numerosos destinos juveniles tanto de la
ciudad como del campo y tanto de sus amigos como de sus amigas y por muchas otras razones que harían inacabable este discurso se comprende que el nombre de la mujer que pronunció
las palabras susodichas ante los escolares que se encaminaban a
la escuela pública de La Romana debía contener la clave de
todo este cuadro de asombrosas coincidencias y sucede que increíblemente esta mujer respondía al nombre de Urbana que a
simple vista se presenta como esencialmente opuesto al de Silvestre y todo este misterio comienza a disiparse tan pronto
como se coteja su edad con la época en que Silvestre andaba
entre gavilleros por esa misma región oriental y pronto se cae en
la cuenta de que esta criatura era ni más ni menos que aquella
semilla que Silvestre dejó sembrada en el vientre de una buena
mujer que le dio refugio durante los azares de su vida rebelde y
naturalmente cobra súbito sentido la coincidencia de la frase
que pronunció la una y la cual seguramente le había llegado a
Urbana a través de las referencias que su madre le había hecho
respecto del que había sido su padre puesto que la campesina
conservó muchos recuerdos de la vida anterior de Silvestre que
seguramente fueron la sustancia de muchos momentos de
­conversación entre ambos en el ámbito amoroso y comprensivo
que ella le brindó al gavillero y entonces no resulta sorprendente que ella guardara en su alma aquella frase como una forma
de mantener viva la imagen del padre que no conoció y tampoco resulta sorprendente que se sintiera apoderada de un impulso alado cuando las circunstancias históricas volvieron a darse
en los mismos términos que su padre las había escuchado cuando niño cincuenta años atrás y es que si verdaderamente la historia se repite este fenómeno no se presenta en los libros donde
puede ser compuesto por la voluntad de los hombres que los
escriben sino en los mismos hombres porque la historia se
articu­la en la propia vida de los seres humanos que son los que
constituyen verdaderamente la carne y la sangre de la historia
pero en el presente caso la historia aparece invertida porque se
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trata de una mujer y no de un hombre como en el caso anterior
y el nombre mismo de Urbana significa lo contrario de Silvestre
sin que pueda saberse si al adjudicarle ese nombre primó el interés de invertir los acontecimientos futuros o si fue impuesto
por un acto involuntario decidido por el santoral o tal vez la intención oculta del cura que ofició el bautismo todo lo cual nos
induce a pensar que si Urbana hubiera sido muchacho en vez
de muchacha al llegar este momento habría partido sin la menor duda hacia la Capital para asumir en le presente la misma
actitud de Silvestre en el pasado incorporándose no a los gavilleros porque ahora no los había sino a los llamados «comandos»
que eran unidades de combatientes que luchaban contra las tropas de cinco naciones que llegaron a verse envueltas en la g
­ uerra
civil teniendo por escenario la Capital de la República durante
el año de 1965 y que ha dado en llamarse «guerra constitucionalista» pero cualquiera que hubiera sido la determinación de Urbana en esos instantes vino a incidir sobre ella un rayo de luz de
esos que caen sobre el verde profundo de ciertas hojas y son totalmente absorbidos por ellas o los que caen sobre la superficie
del mar y siguen su rumbo imperturbado hacia las profundidades submarinas y ese rayo de luz fue precisamente el viejo que
había observado la escena desde su observatorio cuotidiano y
quien encendido por una insólita llamarada juvenil puso en
marcha un bastón tan viejo como él que a duras penas pudo ir
al compás y a la celeridad de sus piernas y al fin logró darle alcance a la inflamada Urbana en los momentos en que iba a
­repetir aquella frase lapidaria y añeja y la parte más bella y conmovedora de esta historia y la que hubiera podido inscribirla en
los anales de la vida de este pueblo y de los demás pueblos del
mundo con esos caracteres de oro en que perpetúan sus más
puras y delicadas esencias desgraciadamente se pierde en las
sombras de lo desconocido y de lo inapresable sin que acudan
en su ayuda los infinitos recursos de la imaginación porque la
fantasía tiene su moral y sus normas de respeto y de delicadeza
y no se encuentra nunca suficientemente autorizada para
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t­raspasar ciertos lindes de la realidad porque cuando el viejo
alcanzó a Urbana se entabló un diálogo increíble que se prolongó hasta llegadas las horas más avanzadas de la noche puesto
que no se volvieron a separar y de este hecho transparente lo
único que se trasluce con toda claridad y evidencia es que el
viejo reconoció en Urbana a la diminuta célula que creció y adquirió determinaciones humanas en el vientre de una ­campesina
abandonada en la época de los gavilleros y como consecuencia
del diálogo Urbana pasó por la impresionante experiencia si
puede ser calificada así de reconocer en el viejo al autor de sus
días y el mismísimo Silvestre y de cómo pudo ocurrir que viviera
aún y de cómo la vida había dispuesto que al fin de una larga
vida aquella frase que Silvestre escuchó siendo apenas un muchacho diera tantas vueltas e implicara tantos resultados extraños y consecuencias tan profundas y perdurables y por boca de
Urbana pudo conocer Silvestre al referirle las circunstancias en
que entonces escuchó esa frase que el maestro de la escuela
hacia donde se dirigían los muchachos a quienes Urbana lanzó
su grito histórico era precisamente de apellido Villamán aunque ni ella podía dar la menor indicación de que se tratara de
una descendencia del viejo Villamán que lanzó originalmente la
frase ni había un interés importante que obligara a c­ omprobarlo
toda vez que lo más importante era que cincuenta años después
de haber sido pronunciada volvían a repetirse los acontecimientos que la inspiraron aunque verdaderamente en un grado superior de desarrollo en todo sentido y todavía hay un aspecto en
los pequeños acontecimientos que giraron en torno a este encuentro que sí constituye una invitación al pensamiento porque
el hecho que desencadenó el desarrollo sucesivo de todas estas
vueltas y revueltas de la vida no consistió como puede pensarse
en que esa frase fuera pronunciada porque ella no era ni podía
ser otra cosa que una articulación de palabras muy aptas para
ser llevadas por el viento a algún rincón de su viejo archivo sino
que fuera escuchada por alguien entrañablemente unido a ella
porque para que una frase se realice y dote de sentido a las
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­ alabras de que viene compuesta es preciso que se convierta en
p
sustancia de las acciones humanas al ser recibida por el único
portador que es capaz de operar este proceso que es el hombre
mismo de manera que Urbana era consciente por los relatos
que recibió de su madre que lo importante no era lanzar ese
profundo mensaje sino que alguien fuese capaz de recibirlo
aunque también era consciente de que no estaba en sus manos
imprimir ese rumbo a la vida hasta que la vida misma lo decidió
poniéndole a Silvestre en sus manos y dándole movimiento y
temperatura así como voluntad y palabra a esa imagen borrosa
que llevaba desde niña instalada en su corazón y todo eso le
pareció a Urbana verdaderamente sobrecogedor y digno de ser
largamente meditado
Para escuchar tu queja de tus labios
yo te busqué en tu sueño,
y allí te vi vagando en un borroso
laberinto de espejos.
Del camino
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Urbana examinaba a Silvestre cuidadosamente cuando hablaba y Silvestre examinaba a Urbana con la misma atención minuciosa cuando era ella la que se abandonaba al curso de la
conversación y los dos buscándose y a veces explicándose a sí
mismos en los signos que descubrían en el otro fueron desovillando una conversación que sólo vino a extinguirse cuando la
madrugada y la fatiga puso la cabeza de ella en los hombros de
aquel árbol añoso por cuyo follaje habían transitado los climas
más ardientes y por cuya savia viajaba todavía el aroma común
a los dos porque aun cuando ella recién venía de conocer a
este hombre al cabo de 40 años de existencia completamente
separada el hecho fundamental es que ella había iniciado esa
existencia en el mismo cañón de las venas de ese individuo
extraño y por tanto había vivido dentro de él filtrándose en
los más oscuros laberintos de su organismo y sus pasiones y
circulando por los más oscuros canales de sus tejidos penetrando en su cerebro y en sus riñones confundiéndose con las
sustancias más íntimas de sus huesos en los licores más densos
de glándulas endocrinas y siendo impulsada en su recorrido
por ese mismo corazón actualmente ajeno y esto nos obliga a
pensar que por rotunda que haya sido la separación y por severa que haya sido la labor de extrañamiento que hayan rendido
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los años estas dos personas no pueden ser definitiva y absolutamente ajenas y de una manera o de la otra deberán ­ponerse
de manifiesto esos profundos lazos que teje la naturaleza y que
explica que todas las frutas de un mismo árbol tengan el mismo sabor aunque ninguna tenga conciencia de que ese sabor
le viene de ese árbol y esto ha debido ser precisamente el contenido secreto del encuentro entre Urbana y Silvestre y de la
conversación interminable que se entabló entre ellos a raíz de
su insólita reunión durante la cual ninguno de los dos dilapidó
la oportunidad de buscar en el otro aquel rasgo oculto que
materializaba la realidad de sus vínculos carnales y así sumido
en esa doble atención escuchaba Silvestre a Urbana cuando
ella trataba de explicarle lo que era ahora por lo que había
sido antes o presentándole su propia vida a través de la vida
de los demás
cuando era una chiquilla supe que era hija de gavillero
y que por allí mismo por donde me crié se oían los tiroteos
como el canto de los pájaros e iban y venían estos hombres
festejando sus victorias o arrastrando sus heridos
y desde luego éstas no serían exactamente las palabras que
dejó escuchar Urbana porque no se conserva el registro grabado de su conversación pero sí fue ése su contenido y Silvestre
lo seguía silenciosamente escarbando con sus ojos en la piel de
la muchacha como en un terrón amado y claro
continuó ella
me hice gavillera y combatí en la imaginación contra los
guerrilleros a quienes abominaba más que a las mismas tropas
de ocupación y subía a los árboles y desde allí observaba cómo
se acercaban los pelotones imaginarios y a veces era sorprendida por un imprevisto aeroplano al que me veía obligada a
tumbar con un estallido de mi «pata de mulo» para salvar mi
propia vida y prevenir a los gavilleros aunque perdonaba siempre al aviador maravilloso que descendía en paracaídas porque
me parecía una paloma mansamente en camino de un nidal
escondido a pesar de que en verdad no los había visto nunca
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y la propia Urbana se reía de un relato que Silvestre recibía sólo con una dulce sonrisa
y así me hice mujer y acabé metiéndome a vivir con un
trabajador de la caña con quien por fin me casé porque no
teníamos hijos y él pensaba que se debía a que no éramos casados pero el pobre no tuvo esa dicha porque en los días de la
huelga de 1946 en La Romana él fue de los sacrificados entre
los ochos que guindaron en los bateyes cuando ya estaban
ganando porque hasta los cocheros de Macorís se sumaron
a ellos y ya se le iban a aumentar los jornales yo no sé si tú
supiste de eso
sí supe
contestó Silvestre
el Gobierno permitió esa huelga para obligar al ingenio a
someterse a su política pero cuando se percató de que los trabajadores estaban reclamando más cambios democráticos que
demandas salariales prefirió reprimirla en momentos en que el
fin de la guerra mundial alentaba esos movimientos en todas
partes
de esa manera sobre poco más o menos comentó Silvestre
al episodio que mencionaba Urbana aunque ella en realidad
estaba refiriéndose a su propia vida y no a la historia de ese
período
y yo me vi hundida en la situación más espantosa porque
todo el mundo me huía como si fuera leprosa porque sabían
que mi marido había sido uno de los de la huelga y tú debes
imaginarte la condición de desamparo en que me encontré
porque mi mamá se había compuesto una vida común vendiendo dulces en el batey del ingenio pero murió poco después de mi casamiento pero lo más horrendo era ese silencio
mortal que envolvía a todo el mundo y que impedía que uno
pudiera desenvolverse en la vida siendo mujer y hasta de pocas
letras y completamente desamparada
y Urbana intercalaba ocasionales referencias a lo que había sido la vida de su madre y comentarios acerca de la vida
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del país durante esos largos años y Silvestre la seguía desde un
doble plano de la atención porque mientras ella hablaba él
se detenía a veces a observar que la nariz de Urbana era ligeramente más abultada en el puente que en la punta igual que
la suya propia mientras que la cabellera tenía la misma actitud
de descanso y de sombras que tenía la de aquella flor rústica
que le había prodigado amparo y ternura en los ya lejanos días
de su vida gavillera y se le oprimía el corazón a Silvestre pensando cuál sería la magnitud del desamparo y el fragor de la
lucha en que debió haberse desenvuelto la vida de este girón
de su propia vida porque el año de 1946 fue particularmente
duro tanto por la agudización de la situación política como
resultado de la onda democrática que siguió al desenlace de
la guerra mundial como por la violencia de la represión que
fue su consecuencia y a veces hasta la naturaleza misma parecía extremar su violencia contra los desvalidos porque en esos
días ocurrió un terremoto violentísimo que estremeció todo el
territorio y contribuyó a darle un sentido metafísico al terror
imperante hasta el punto de que en una ocasión se ­celebraba
una misa en el malecón de la Capital para dar gracias al Creador por haber permitido que la población sobreviviera al terremoto cuando algún comentario mal entendido hizo creer que
el mar se retiraba y esto repercutió en aquellos espíritus excitados en forma tan explosiva que dio lugar a una fuga en masa
de la gente que asistía a la misa hacia las alturas de la ciudad
siendo seguida por las multitudes que se sumaban a los fugitivos sin saber de qué se trataba y aquel acontecimiento increíble sólo podía explicarse reconociendo una sedimentación del
terror popular acumulado a lo largo de los años y que en aquel
momento se proyectaba hacia el fenómeno tectónico porque
en verdad el mar se había retirado en la banda del norte de
la Isla borrando del mapa a una pequeña ciudad llamada Matancitas que era una localidad donde algunos recién casados
hacían su luna de miel y algunos cuentan que al retornar la
marea desaparecieron algunos novios conocidos en la Capital
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que desaparecieron con el resto de los habitantes debido a la
rapidez con la cual el mar se retiró y volvió traspasando el nivel
que normalmente ocupaba y esto fue el producto de una ruptura en la falla de Milwaukee que se encuentra situada hacia la costa norte de la Isla extendiéndose hasta Centro América y cuyos
temblores sacudieron a todo el país obligando a las poblaciones
aterrorizadas a dormir a campo abierto sin que esto significara
el desplazamiento del terror político y por fin Urbana le refirió
a Silvestre la manera sorpresiva que puso fin a aquel período
de sombras produciendo un giro profundo en su vida privada
porque era como si le hubieran dado la oportunidad de renacer
pero yo llevaba en la sangre
continuó diciéndole a Silvestre
aquella frase que mi madre me había referido y que yo no
podía desligar de la vida gavillera de donde yo misma procedía y
por eso me lancé a repetirla entre la gente reunida en ese lugar
el día que me reconociste y yo me digo que hay alguna cosa en
la vida que va trazando el curso de los acontecimientos porque
no era yo quien debía cumplir esa misión ni estábamos en 1916
ni podía saber lo que estaba ocurriendo en lugares tan distantes
pero a mí me subió algo desde el tronco de mi sangre que me
empujó a aquella locura y no hay quien me quite de la cabeza
que eras tú mismo que estabas tan cerca de mí sin que yo lo supiera quien me empujaba a gritar para reconocerme porque de
otra manera no tiene explicación porque hay algo viejo hay algo
que marca la vida de las personas y la conduce por la vida y yo
creo que ni siquiera tú mismo eras consciente de que desde tu
corazón se levantaba un grito tremendo que sacudía mis vértebras y que yo escuché estremecida desde el fondo de mi infancia
y Silvestre se sintió también estremecido en lo más hondo
de su propia vida al escuchar las palabras de su hija rememorando inexplicablemente aquellos lejanos días en Vuelta Larga
en que decidió engordar su marrano para marcharse a Puerto
Plata y pensó si no sería el personaje caprichoso de una novela antigua de esas que en aquellos días iban entregando en
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­ equeños cuadernillos y donde se contaban unas historias que
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no terminaban nunca porque en verdad
pensaba él
estamos escritos en alguna parte a no ser que nos vayamos
escribiendo nosotros mismos para darle algún sentido a nuestro paso por este mundo y esto significaba que Silvestre había
quedado sumido en un profundo silencio
Converso con el hombre que siempre va conmigo […]
Retrato
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Silvestre retornó del silencio como de un largo viaje a bordo
de un buque llamado Invierno del cual desembarcara con la
sien nevada y con las manos frías y allí frente a él estaban los
ojos escrutadores de Urbana esperándolo en el muelle y entonces como quien se reencuentra con el ser querido le dijo
sí
acompañando con un movimiento pausado de su cabeza
este signo de aprobación
es indudable que te llamaba desde el fondo del corazón
pero yo no podía tener conciencia en absoluto de un fenómeno tan extraño porque yo nunca supe que tu madre llevaba en
su vientre la constancia de mi vida pues ya sabes
dijo como si quisiera ganarle tiempo al tiempo
como en aquellos días uno solamente podía ser responsable del presente inmediato resultó que en mi último combate
llegó un momento en que no se podía saber cuál era el enemigo y cuál el compañero dentro de las mismas filas y yo comprendí que todo había terminado y decidí abandonar la lucha
pues para mí era claro que entregarse a las autoridades era un
dislate y desde luego no era cuestión de irme a conversar con
tu madre cuando sólo podía elegir el camino que se me abría
por delante y no el que se encontraba en la retaguardia
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y ahora era Urbana quien desdoblaba su atención siguiendo el curso de las palabras del viejo al mismo tiempo que sus
ojos escudriñaban las más sutiles modulaciones de su voz o
los más impalpables movimientos de su rostro con el evidente
propósito de descubrirse a sí misma y entre tanto
yo conocí a Gilbert
continuó diciendo Silvestre
y por él supe de Sandino y de sus propósitos de incorporarse a sus filas y yo decidí tomar el mismo camino y por fin
lo logré y estuvimos juntos en Las Segovias hasta que aquella
lucha también fue desmantelada y los dos decidimos retornar
de nuevo al país donde desde entonces hemos arrastrado una
vida opaca y sin sentido hasta esta vejez que nos convierte en
testigos cuando ya nos faltan las fuerzas para la lucha y una
cosa te aseguro
le dijo el viejo
a Gilbert no le queda más que el corazón palpitando débilmente pero en estos momentos debe podérsele encontrar junto a los combatientes y por eso creo yo que debo ir a ponerme
a su lado aunque sólo sea para ver cómo los tiempos actuales
se enfrentan a los problemas antiguos
yo me voy contigo
se apresuró a decirle Urbana
no me opongo y antes bien creo que si no fuera contigo tal
vez no podría llegar
le dijo él
pues ya está decidido
continuó Urbana
los carros están viajando a la Capital y yo tengo un amigo
chofer que nos puede llevar
el asunto
advirtió Silvestre
consiste en saber ante todo qué es lo que está ocurriendo allá porque uno no puede lanzarse a la aventura sin saber
adónde va
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yo lo sé
replicó Urbana
allí la gente se auxilia una a otra porque se han vivido muchos años de separación y el encuentro de todo el mundo se
ha convertido en una enorme fiesta y además yo tengo amigos
que se han trasladado a la Capital y puedo tocar a sus puertas
y si no ya he aprendido a vivir en tiempos de zozobra sin que
nadie me tendiera la mano creo que debemos emprender inmediatamente la marcha
y mirándolo bien ése era el hilo natural de aquellas vidas y
fácilmente Silvestre se plegó al proyecto de Urbana dejándole
a la conversación la misión de hacerlo viable y práctico hasta
que hubo un momento en que Silvestre pareció sentirse en
condiciones de llevar a cabo el balance de sus mutuas existencias y le comentó a Urbana
es increíble que en la historia de nuestras vidas y su entrelazamiento con la de otros seres a lo largo de los años y a
través de tantas circunstancias divergentes y extrañas se pueda
seguir de manera tan clara como si solamente se tratara de eso
las vicisitudes de la tierra y no me queda otra certidumbre a la
cual adoptar como el secreto no solamente de unas personas
sino de un país que es la tierra la verdadera madre de todo lo
que sucede y esto me trae a la mente la vida de ese muchacho
hijo de Bonifacio Lindero porque en las nieblas de sus angustias juveniles él permanece amarrado al recuerdo de su madre
como si ella fuera la explicación de todo lo que existe y en
verdad que todos debíamos pensar igual que él y nadie tiene
más razón que él salvo que en cada momento de la vida de
los hombres esa madre única imborrable perpetua soñadora y
disparada hacia la eternidad toma diversos nombres y adopta
diversas fisonomías y a veces se llama la madre de Dios y en
una parte Virgen de la Altagracia y más allá la Virgen María
y habrá quien piense que nuestra madre es el agua o la luz
que nos viene del sol y todo esto es cierto y hasta hermosos y
saludable pero cuando se habla de un país como el nuestro yo
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creo que la madre verdadera y última es la tierra aunque en el
orden personal sea aquélla o ésta o la que mora en nuestros
recuerdos y por eso al hablar de nuestro país no hablamos de
nuestras casas ni siquiera de nuestros amigos ni de la bandera
sino de nuestra tierra de nuestro territorio de nuestro terruño
y Urbana escuchaba con fascinación a su padre pero al llegar a este punto pareció alcanzar un punto digno de precisar
y le dijo
yo estoy pensando que la Constitución del 63 hablaba de
la tierra de manera muy clara sin duda
dijo Silvestre
por eso ha arrastrado tantas consecuencias porque tal vez
los constituyentes que la elaboraron no midieron el alcance
de sus alientos y ella se lanzó por unos senderos que todavía
no podían llevar al punto que se proponían porque yo lo que
creo es que los tiempos todavía no estaban maduros para ella
y si hay una cosa que conoce la tierra es el momento de la
madurez porque es ella quien madura a la fruta cargándola de
ambrosía
eres un encanto Silvo
le dijo Urbana a su padre y éste levantó sacudido la cabeza porque de la más remota ruta de sus venas le vino una
pulsación ardorosa al oír que su hija le llamaba Silvo como si
le impusiera una nueva juventud y una forma sublimada del
amor mucho más pura y de la cual no había alcanzado nunca
sus delicados vapores
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente las sombras se agigantan.
Campos de Soria
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Romanita se fue de este mundo sin llevarse en los brazos esa
instancia superior de su propia vida que era el pequeño Bonifacio su hijo y esto probablemente no lo contempló Romanita
y si lo hizo debió tener presente que las leyes de la vida son
implacables y siguen su curso sin que medien consideraciones
sentimentales que ella tal vez colocó en segundo plano porque
el niño tenía un padre y precisamente debía ser en el alma del
pequeño Bonifacio donde habrían de cristalizar todas las consecuencias que la muerte imprimiría en esta inadvertencia de
Romanita pero una de ellas entronca de manera exacta en el
marco de unos acontecimientos que habían ocurrido cincuenta años atrás y que ilustran la forma en que unos problemas materiales estrictamente vinculados a la forma de apropiación de
la tierra en el seno de una sociedad determinada repercuten
en los más íntimos resortes de la vida privada de las personas
aparentemente más alejadas de ella a través de las generaciones y de los acontecimientos porque en el pequeño Bonifacio
la vida se había entretejido de tal manera que había creado en
él una disposición increíble para la meditación más intensa
acerca de la condición humana y a veces de la divina cuando
aún se encontraba en los primeros peldaños de la conciencia
y este aspecto de su naturaleza se fue acentuando en la misma
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medida en que fue madurando su cerebro y adaptándose a un
tipo de actividad superior para el cual parecía predestinado y
esto nos explica que sea él la persona elegida para poner fin a
esta historia en razón de que es el punto donde vienen a convergir todas las líneas y todos los tiempos de este relato puesto
que todos ellos se dirigen al mismo punto de reflexión que
plantea el futuro en ese instante fabuloso en que Urbana pronunció la frase lapidaria que había escuchado Silvestre en su
niñez debido a que entre los escolares que en ese momento se
dirigían a la escuela del maestro Villamán se encontraba naturalmente el pequeño Bonifacio con sus libros y sus exigencias
íntimas y debía ser en él aunque no podemos saber si ocurrió
al mismo tiempo en otros en quien las palabras de Urbana
encontraran el eco más profundo y desencadenaran las más
tenaces reflexiones
papá cuando yo iba a la escuela una mujer pasó gritando
muchachos devuélvanse que la patria está en peligro y yo no
seguí para la escuela sino que volví para casa porque no podía
entender lo que ella quería decir
así le dijo el pequeño Bonifacio a Bonifacio el viejo cuando
lo vio debidamente acomodado y en condiciones de explicar
lo que palpitaba en el seno de esa extraña frase y naturalmente
el viejo se percató de que en la exposición del muchacho se
contemplaban dos aspectos de los cuales uno parecía ser una
explicación de por qué se devolvió de la escuela a fin de que el
padre entrara en conocimiento de las causas que habían determinado su conducta y el otro aspecto era el de la demanda de
explicación del sentido de la frase y por esta razón permaneció
en silencio tratando de precisar si lo inmediato era dar la explicación o si solamente era darse por enterado de la causa de la
inasistencia a la escuela para lo cual no sería necesario discurso
alguno y ya empezaba su hijo a sentir que toda la sangre de su
cuerpo iba subiendo hacia su cabeza cuando el viejo rompió la
pesadumbre de aquel silencio que había gravitado sobre aquella pequeña alma adolorida a través de los años y habló dando
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respuesta al problema planteado pero aún con los ojos y tal vez
con la misma proyección de su alma dirigida al vacío
qué patria ni qué ocho cuentos lo que está en peligro es
el orden la paz y el progreso del país y aquí todos necesitamos
tranquilidad y abominamos del atropello y del crimen pero
esto no se consigue con la algarabía y el desorden sino con el
trabajo y ocupándose cada uno de lo que le concierne y fuera
de eso todas las palabras son pura filfa y todos los desórdenes y
los discursos altisonantes y las frases grandilocuentes también
son pura filfa lo que hay que hacer es trabajar porque cada
uno viene al mundo con su carreta y lo único que tiene que
hacer es aprender a empujarla
y el pequeño Bonifacio escuchaba silencioso aquellas palabras que tanto había anhelado a todo lo largo de su existencia pero sólo vagamente se encontraba contenido en ellas
hasta que oyó aquello de que «cada uno viene al mundo con
su carreta» y pensó que aunque la suya le había resultado particularmente pesada la verdad es que no había que hacer otra
cosa con eso que aprender a empujarla y en ese punto la densidad de sus reflexiones borró todo el mundo que le rodeaba
y se perdió en los oscuros laberintos de su mundo interior y
fue así como arribó a una conclusión arrogante y definitiva
que consistió rotundamente en tomar en sus manos el mando
de la carreta para lo cual decidió tomar el parecer del viejo
que resultó ser Silvestre a consecuencia del encuentro con Urbana y fue entonces cuando se enteró del curso que habían
tomado los acontecimientos y de que la determinación a la
que se enfrentaba con la hija recuperada era la de emprender la marcha hacia la Capital para ser testigos directos de los
acontecimientos que tenían lugar allí y el pequeño Bonifacio
tuvo intenciones de comunicarle a Silvestre que él adoptaba
como suya la determinación de ellos pero no dio un solo paso
en esa dirección muy atinadamente temeroso de que Silvestre
advirtiera al viejo Bonifacio de una conducta de la cual habría
podido hacerse responsable a él mismo y prefirió callar pero
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no sin antes cerciorarse detalladamente de los planes que habían sido adoptados por Silvestre y Urbana y una vez en posesión de esos elementos se dirigió a su casa para darle forma
objetiva y viable a sus propios planes tal vez alguna ropa tal vez
algún dinero y sobre todo cuatro o cinco o tal vez diez o veinte mentiras debidamente articuladas y convincentes para cuyo
entrelazamiento era preciso condensar todas sus fuerzas mentales y desatar las riendas de su imaginación y es así de manera
tan sencilla y elocuente como queda el pequeño Bonifacio en
una inconmensurable perspectiva delante del futuro ya que la
vida no concluye como concluyen las páginas que se escriben
sino que es la vida misma la que va escribiendo sobre las almas
sus impresionantes desenlace que a su vez se entretejen con
otros desenlaces dentro y fuera de la vida misma convirtiendo
a los seres en deslumbrados y a veces deslumbrantes espectadores de su propia existencia y una mañana de ésas después
de haber urdido las más extraordinarias explicaciones leyendas fantasías argumentos indudablemente dirigidos por una
capacidad incomparable para la fantasía y un conocimiento
intuitivo pero impresionante de la naturaleza humana logró
el pequeño Bonifacio abordar un automóvil con destino a San
Pedro de Macorís según las indicaciones que recibió el chofer
completamente desprevenido y totalmente confiado y cualquiera pudo y puede confiar en la fantasía del pequeño Bonifacio porque lo mismo da que él se propusiera ir a la Capital
diciendo que iba a Macorís o a la inversa porque lo que es indudable es que se dirigía con un paso firme y una disposición
abierta hacia el futuro persiguiendo sin duda la imagen de su
madre colocada más allá siempre más allá como el mismo futuro a pesar de que su madre por esa contradicción de la que
se compone la existencia misma pertenecía al pasado y encarnaba no obstante el futuro infinito y así con esa disposición iba
en el automóvil que antes de partir dio algunas vueltas por la
ciudad para completar los pasajeros y por fin se detuvo en un
punto donde lo abordaron Silvestre y Urbana que no podían
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explicarse la inmensa casualidad de que el pequeño Bonifacio
viajara con ellos en el mismo vehículo y la primera reacción
fue la de preguntarle hacia dónde se dirigía
voy a Macorís a hacerle una diligencia a mi papá
contestó el pequeño Bonifacio a lo que el viejo Silvestre
respondió con un saludo sumamente significativo
vaya
le dijo
se ve que ya eres un hombre de responsabilidades
y le dio un golpecito en el hombro que fue recibido con
una competente sonrisa por el hijo de Bonifacio Lindero como
si hubiera recibido un diploma de graduación tras de lo cual
el automóvil comenzó a martillar la carretera con sus gomas y
a engullir los kilómetros perdiéndose en una polvareda muy
similar a aquella que cincuenta años atrás había anunciado
el destino de los otros dos pasajeros con quienes el pequeño
Bonifacio compuso el triángulo de su destino
Y las doradas abejas
iban fabricando en él
con las amarguras viejas
blanca cera y dulce miel […]
Galerías
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Un automóvil
un automóvil que se desplaza
un automóvil que se desplaza acompasadamente
un automóvil que se desplaza acompasadamente y en la
sombra interior tres viajeros absurdos y afuera el sol amenazando con situárseles de frente para interrumpir su marcha o
tal vez sólo para alertar su rumbo hacia la Capital pues son los
turbulentos días de la primavera de 1965 y nadie que salga de
La Romana puede asegurar que llegará a deslizarse sobre el
lomo del puente colgante que salvando el Río Ozama da acceso a la ciudad cuando los propios tanques de guerra vomitando fuego no lo han podido cruzar y si los tres viajeros absurdos
no llevan por equipaje sino su optimismo y su alegría en la
plena conciencia de lo que allí sucede y de cómo se agazapa
la muerte en todos los rincones será porque tal vez los arrastre
la curiosidad o la aventura y esto es ya bastante para que nos
muestren su perfil absurdo y más si observamos que evidentemente pertenecen a tres generaciones distintas puesto que
uno de ellos podía ser abuelo y el más joven nieto completando el triángulo una mujer que bien podría ser la hija del uno
y la madre del otro pero esta observación nos entregará todos
sus frutos al revelarnos que el más viejo de los tres pasajeros
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absurdos es ni más ni menos que el mismísimo Silvestre a quien
hemos visto viajar por estas páginas hasta envejecer en ellas y
apoyarse por fin en un inevitable bastón y ya no mediarán ni
un segundo ni un silogismo ni un buen par de prismáticos
para descubrir a su lado va su hija Urbana de quien seguramente ya más nunca se separará o cuando menos nunca más
en estas crónicas pero el tercer pasajero quizás el más absurdo
de todos no tiene vínculo carnal alguno con ninguno de los
otros dos pues viene a ser el hijo de Bonifacio Lindero de cuyo
hogar ha decidido escaparse en ruta hacia la Capital sin duda
impulsado por un oscuro destino que bien podía venirle en
la propia sangre puesto que su madre se le había escapado al
mismo señor Bonifacio y precisamente este muchacho es el
fruto del retorno de su madre a ese mismo hogar de donde
ahora se fuga y no sería difícil explicar para cualquier persona
que hubiese conocido la naturaleza de las relaciones entre le
pequeño Bonifacio y su padre por un lado y con el viejo Silvestre por el otro las razones por las cuales ha llegado a ser
uno de los vértices de este triángulo del absurdo ya que entre
el viejo Silvestre y el joven Bonifacio se había producido una
intensa identificación afectiva y hasta cierto tipo de dependencia en virtud de que el viejo era el depositario fiel y digno de
la más completa confianza de las tribulaciones infantiles del
joven Lindero y había llegado a convencerse y ser convencido
de que no había otro desenlace para aquella criatura que el de
emprender el camino de la vida al margen de la dependencia
hogareña y lo más natural es que la situación que se había
creado en aquellos instantes significara para el muchacho no
solamente la conquista de una libertad que era lo de menos
que se encontraba en juego sino un asidero afectivo en el cual
sostenerse en este planeta mientras giraba vertiginosamente
en derredor del sol y el viejo pudo pensar que durante algún
tiempo indefinido podía contar con su acendrada asistencia
y cuando por fin ya no pudiera él cumplir esa bella misión
la propia Urbana podría hacer el papel de aquella madre cuya
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ausencia parecía consumar la deformación espiritual de una
criatura demasiado tierna aún para desafiar a la sociedad de
los hombres lo cual era una forma de preservar al muchacho
de algún otro destino no ciertamente tan puro y sincero como
el que ahora se le ofrecía y este encuentro fue rápidamente
articulado cuando el muchacho se enteró de que el viejo se
marchaba a la Capital y en respuesta decidió con la más rotunda firmeza que no permanecería un día más en La Romana y si no le llevaban con ellos se iría con otros y la verdad
es que según pensó Silvestre lo peor que podía ocurrir en la
vida del muchacho sería seguir sufriendo el proceso de deformación íntima a que lo conducía el sistemático silencio de su
padre por lo que decidió aceptar esa inmensa responsabilidad
y l­levarse el muchacho consigo con todas las consecuencias
que pudiera implicar sobre todo cuando la fuga de menores
ha sido en todos los tiempos una constante en la historia de
los hombres incluyendo a los más grandes aunque también a los
más pequeños de acuerdo con los caprichos del destino y en
todo caso había en esta decisión del muchacho cierto remoto
e inconsciente homenaje a la memoria de Romanita su madre
y por eso no hubo remordimientos ni sonsacas en aquel que
era un viaje feliz y una aventura mayor que se fue desenvolviendo entre alegres comentarios y pequeñas comidas de las
cuales algunas encontraron un interesante escenario en Macorís donde el automóvil tuvo que detenerse algunas horas antes de completar su pasaje para la Capital y esta escala forzosa
permitió a Silvestre dar unas vueltas por una ciudad que ­estaba
en sus más remotos recuerdos y los más profundos tejidos de
su conciencia y durante el paseo el viejo hizo papel de esos cicerones que en las ciudades clásicas refieren la historia de las
ruinas célebres que encuentran a su paso o registran en su programa y así sucedió cuando pasaron frente a las ruinas del que
antes había sido el famoso Teatro Colón conservando aún en
esa época tras unas rejas melancólicas los murales que cubrían
su fachada como esas ancianas que siguen usando colorete
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sobre sus arrugas pero ahora las imágenes antes deslumbradoras estaban parcialmente cubiertas por enredaderas y cicatrices
y pedazos de madera desprendidos de las puertas desvencijadas por donde circulaban alegremente las lagartijas y las iguanas y refería Silvestre a sus huéspedes el pasado de lujo y de
derroche que se dilapidó en muchas noches como por ejemplo en la del estreno de «La Góndola Azul» el 27 de febrero
de 1924 y que era una «fantasía en dos actos» escrita por un
joven dramaturgo de amable sonrisa y de indudable talento
pues entonces no pasaría de los 21 años y ya conocía y disfrutaba de la gloria literaria aun cuando como se sabe ésta no
llega sino tardíamente y cuando no se apetece o cuando no se
puede disfrutar a la manera de un joven que empieza a conocer y a paladear la vida y desde luego Silvestre ha debido haber
tenido noticias de este acontecimiento a raíz de su desmovilización gavillera andando por las calles entonces hirvientes de
la ciudad en las cuales se comentó mucho el estreno de «La
Góndola Azul» porque esta fantasía venía a ser una sublimación del propio Macorís ya que se desarrollaba en una Venecia
ideal y los personajes eran representados por los muchachos
y las muchachas del pueblo que entonces se encontraban en
la edad de la ilusión y podían financiarse los espléndidos trajes de duques y duquesas que no podían llevar por las calles
pero era la vestimenta diaria que llevaban en el pensamiento
y que la protagonista principal no llegó a quitarse cuando el
periodista más distinguido era un español vestido de etiqueta
a quien embriagó la actuación de la perfecta criolla y la solicitó
en matrimonio aún entre bambalinas donde se encontraba él
preparando su crónica perfumada mientras otra criolla igualmente perfecta cantaba con una voz encantada una bellísima
balada compuesta por el maestro Soler poco antes de morir
con letra del propio Armando Óscar Pacheco
Gondolero, gondolero,
tú que bogas día por día
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al compás de la alegría
y a la luz de algún lucero […]
y la última sílaba se prolongaba en la nota más alta de la
escala adoptada por el maestro de manera que aquellas gargantas jóvenes pudieran hacerla llegar al río donde en esos
momentos remaban los yoleros genuinos y eran convertidos
por la fantasía puesta en la escena del Teatro Colón en gondoleros venecianos e insistía Silvestre en que era imposible recrear el esplendor de aquella noche y la bruma de ilusión y de
embrujamiento en que se encontraba sumergida toda la población al contemplar ahora aquel local ruinoso y no dejaba
de tener razón porque ese fenómeno de exaltación humana
que fue Macorís en sus días de esplendor no quedó sino muy
vagamente objetivado en algunos edificios u otros objetos materiales capaces de resistir el tiempo y esto explica que el viajero que hoy visita esa población no alcance a comprender la
razón de esa nostalgia imperecedera que llevan sobre sus hombros los descendientes de aquella población ya que en realidad Macorís no fue una ciudad sino un «estado de alma» como
diría Amiel «el relojero ginebrino de su diario» pues los grandes carnavales donde se derrocharon toneladas de confettis y
serpentinas y galones de cloretilo perfumado que hoy se llamarían sprays y a los que vino a sustituir el arroz y el garbanzo y la
habichuela que se lanzaban por sacos de una carroza a la otra
hasta hacer que en los alrededores del Parque Duarte se le
hundieran los pies hasta el tobillo a los viandantes madrugadores en estos granos que ningún pobre se inclinaba a recoger
desaparecieron completamente con la juventud de las reinas
virreinas y chambelanes que lo fueron durante una semana de
bailes amores y paseos y lo mismo debía suceder con la embriaguez de grandeza y la petulancia de la fortuna que en ninguna
otra parte de la República llegó a ser tan ostentosa y tan deseosa de ser exhibida por parte de una generación que sólo unos
años atrás pertenecía a la legión de los desheredados de la
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fortuna pero todo eso se disipó en el viento y no pudo perdurar nada más que en la memoria de mucha gente que todavía
vive hoy porque entonces eran jóvenes y si tenían veinte años
pudieron no solamente conocer sino disfrutar de una orgía
que entraba por el patrio y salía por las puertas de todas las
casas convertida en fantasía veneciana con las faltriqueras llenas de fulgurantes monedas de oro y así pudo suceder que
bien entrada la década del 50 una ascensorista de La Habana
se alegrara al descubrir que uno de sus pasajeros era macorisano pues en una de las oficinas del edificio donde se encontraba trabajando era frecuentemente visitada por un individuo
que afirmaba que en su juventud había derrochado millonerías en las ruletas de Montecarlo y encendía habanos de gran
porte con billetes de banco de cien dólares en cuya historia no
era difícil descubrir al famoso Brindis Lovelace aunque objetivamente no podía descubrirse ningún rasgo fuera de sus maneras de gran señor que atestiguara esa pasada grandeza que
hacía que los ojos de la ascensorista lanzaran resplandores de
júbilo al comprobar que era una historia real y verdadera y una
situación similar es la del propio pueblo de Macorís que anda
contando perpetuas historias de su pasado esplendor sin que
fuera de ciertos modales señoriales que andan por ahí dispersos se le vea la autenticidad de su pasado y esto le pareció a
Silvestre todavía más increíble cuando bajó con sus acompañantes al muelle por donde él llegó por primera vez a esa ciudad pues el espacio no era tan inmenso como a él le había
parecido cuando lo visitó por primera vez y si no hubiera sido
porque la misma boca del río le parecía ahora más pequeña
hubiera pensado que el espacio había sido tragado por una
inundación porque en aquel entonces había una reverberación humana incomparable cuya grandeza no se compaginaba
con la realidad física que tenía ante sus ojos pues ahora no
había un solo buque anclado en el muelle y los mismos tablones por donde antes descendían las grandes cajas de mercancía y hasta los mismos camiones Mack de cadena faltaban
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ahora en muchos lugares sin que constituyeran mayor peligro
porque nadie circulaba por allí produciendo una impresión
de desolación increíble y de encogimiento de las dimensiones
y desde allí siguieron caminando en dirección opuesta a la del
río por el malecón que allí llamaban «el muro» y por donde
usualmente se tejían y destejían los más explosivos amores o se
exhibían los más aparatosos indumentos tanto por las personas de a pie como por las que circulaban en los elegantes coches de hermosos caballos de entonces y así continuaron por
el Parque Salvador en cuyos asientos se leía todavía el nombre
de las casas comerciales opulentas que usaban entonces ese
sistema de publicidad como el Hotel Dos Américas que ofrecía
un afortunado propietario llamado Hilarión y descendieron la
cuesta de La Barca que era un antiguo embarcadero para las
lanchas de pasajeros que venían impulsadas por su silencioso
motor interior desde los ingenios cercanos a las orillas del río
Higuamo o mejor dicho Macorís porque aquél era el nombre
del río hasta su confluencia con el Casuí y en aquellas lanchas
todas blancas como las garzas que se encontraban perpetuamente en el viaje fluvial venía la flor y nata de los empleados y
funcionarios de los ingenios a hacer un día de compras en la
ciudad y allí el espectáculo era más triste aún porque el mangle se iba apoderando de lo que en el pasado pareció destinado a los más altos rascacielos de las Antillas y este espectáculo
de desolación y decadencia rodeaba toda la ciudad y brotaba
en el otro extremo que daba completamente al mar donde se
encontraban las residencias de lujo los baños de «Moisés y Playa de Muertos» estaban completamente en ruinas y un póstumo dragado había arrojado sus arenas al barrio de Miramar y
se había convertido en el único centro que daba signos de vida
porque era una especie de zona de tolerancia donde se vendía
ron del más barato y «pinta y pinta» que es el mismo ron mezclado con vino de «campeche» o sea de esa madera tintórea
que daba un color y hasta un sabor semejante al vino y que
intoxicaba a sus favorecedores sin tener que invertir mucho
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dinero en conseguir esa intoxicación a la que eran atraídos
por las más desgraciadas y empobrecidas prostitutas de los alrededores y esto lo contemplaba Silvestre como si fuera un espejo de su propia vida porque simbolizaba de manera brutal la
suerte de los «terrenos comuneros» en la que naufragó la última generación de colonos independientes que volcaban en el
comercio de la ciudad el producto de su liquidación del tiro
de sus cañas durante cada zafra enriqueciendo a todo el mundo y haciendo posible que Venecia se hospedara de vez en
cuando en Macorís y este símbolo era el mismo que a su manera de ver había anunciado la muerte de Flor y la frase admirable del viejo Villamán y Silvestre le explicaba a los seres
queridos que le acompañaban y un poco hablando consigo
mismo que los acontecimientos que tenían lugar en la Capital
en esta turbulenta primavera eran precisamente la respuesta
histórica de ese proceso y en tal virtud ellos no podían dejar de
ser testigos de un momento que implicaba tan profundas y ardientes conclusiones lo cual ilustra que también los viejos son
hijos de la esperanza pues como dice un viejo adagio «los viejos también siembran» lo que quiere decir en buen romance
que se sienten capaces de esperar a que un árbol que acaban
de sembrar y que requiere 20 años para crecer y fructificar les
dé en bellos frutos el premio tardío de su paciencia y de su fe
y así animados por esos hermosos pensamientos los tres viajeros abordaron por fin el automóvil que les esperaba y reemprendieron su fabuloso viaje hacia la Capital vale decir hacia el
futuro vale decir hacia lo desconocido vale decir hacia la esperanza mientras el sol del atardecer les caía por delante ­bañando
en una sangre hermosa aquella parte del cielo que literalmente y sin metáfora pasaba por esa radiante experiencia y los ojos
que les vieron partir pudieron seguirlos hasta que se disolvieron en el paisaje purpúreo hasta que se perdieron completamente para esta historia pero no necesariamente para el futuro
porque precisamente se dirigían a ese punto próximo pero
infinito donde están contenidos los nuevos ­desarrollos y ­donde
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las esperanzas se convierten en realidades y adonde son conducidos imperiosamente por
un automóvil que se desplaza acompasadamente con destino a la Capital
un automóvil que se desplaza acompasadamente
un automóvil que se desplaza
un automóvil
un
u
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero […]
−La tarde cayendo está.
Soledades
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Epílogo precoz
[…] y escucho solamente entre las voces, una.
Machado: retrato
Hoy mismo y muy de mañana podrá verse transitar por la
avenida costanera que bordea el costado sur de la Capital dominicana a un viejo ilustre que pasea con bella arrogancia su
organismo cansado sin duda para arrancarle una cuota de vida
adicional si sus contadas horas no han ido ya directamente a
dar contra las paredes del tiempo en lo que ha transcurrido
desde que le vimos en el pórtico de estas narraciones llevando
a cuestas su incomparable tesoro de vivencias y convivencias
para enterrarlo en la eternidad y si por una de esas combinaciones del devenir inescrutable resulta que este viejo es nadie
más que el mismísimo Silvestre por metonimia o por la certificación de su nacimiento entonces ya no podrá ser posible
reconstruir su pasado y continuar este documento después
que aquel automóvil en el cual se reunieron los tres personajes absurdos cumplió su destino aventurero a menos que un
azar imprevisible pusiera en manos de los eternos buscadores
de tesoros escondidos en el pasado algún testimonio insospechado o algún acto quirografario que permitiera reconstruir
sus andanzas y las de sus compañeros por la ciudad envuelta
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Pedro Mir
en el fragor de la guerra porque esta historia como la vida misma no concluye nunca y por consiguiente cualquier epílogo
más o menos inclinado a redondear un final absoluto resulta
precoz y adelantadizo como esos niños prematuros que nacen
con un incisivo perfectamente instalado y siguiendo la lógica
de estas especulaciones nada impide que una vez desaparecido nuestro caballero cansado resulte que la «La Bonaerense»
también prolongada sobre la avenida que bordea el Río Hudson de Nueva York con el nombre inefable de Riverside Drive
cuando el otoño se apodera de sus espirales venga a ser ni más
ni menos que la mismísima arrastrada por la ventolina otoñal
que puso fin a la guerra en la que ella y sus absurdos compañeros pusieron a girar sus ilusiones su destino y su anatomía y
entonces sí sería un feliz descubrimiento porque salvaría para
la posteridad un desenlace más dilatado e intenso con el cual
podría consignarse una visión más exacta y masticable de la
realidad real y no imaginaria en ellos encarnada puesto que
del tercero de los tres personajes no existe ninguna evidencia posterior que permita recuperar su existencia en términos
de tiempo y espacio y siempre habrá que depender del auxilio de un azar imprevisible que nos depare un encuentro con
los otros dos para apoderarnos de nuevo de esa fascinación
condensación del futuro que es el hijo vibrador de Bonifacio
Lindero a menos que él mismo se encargue como los supuestos habitantes de los espacios interplanetarios de enviarnos
sus destellos luminosos desde el confín de las sombras cuando
haya cumplido su periplo alrededor de la posteridad pero todavía nos queda abierta otra proyección hacia lo infinito pues
en las líneas de la mano de Urbana se perfiló la existencia
de otro viejo supuestamente encargado de referir su vida sin
que la propia Urbana tuviera jamás noticias suyas ni le viera
jamás aparecer en su camino y esto nos induce a considerar
la posibilidad de que este personaje no disfrutara nunca de una
encarnadura real y se tratara solamente de una de esas figuras
retóricas a las que no son ajenos los gitanos y que otorgan a los
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seres inanimados vitalidad y movimiento para identificar con
ella ni más ni menos que a los mismísimos «terrenos comuneros» habida cuenta de que han sido ellos y precisamente por
ser viejos de tan vieja ancianidad y aun por no estar ausentes de las líneas de ninguna mano procreada en estas tierras los
verdaderos autores de la vida de Urbana en las delineaciones
de su pasado su presente y su porvenir como si dijéramos la
vida de Silvestre o la de Bonifacio I y la de Bonifacio II y desde
luego la de Bonifacio III o cualquier otra siguiendo una curva de cuyas patas una se apoya en las inmensidades de aquel
pasado iluminado por el fuego de las grandes devastaciones
del siglo diecisiete de las cuales nos hablaba Quique Villamán
en una disertación memorable y la otra se lanza como un turbulento proyectil hacia la dura eternidad arrastrando en su
resplandeciente trayectoria a la nación entera y estableciendo
una continuidad similar a la del tiempo cósmico y por todas
estas consideraciones se advierte la naturaleza precoz de un
epílogo cualquiera como no sea alguno de esos que aparecen
al final de los capítulos antecedentes y que al ser extractados
de los poemas del gran poeta español dejan una sed insaciable de infinito que verdaderamente expresa el ritornelo
ecoico de esa repetición incesante de una historia que vuelve
y vuelve como un eco del uno al otro confín fin fin fin
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Índice onomástico
A
Acosta Matos, Eliades 12
América, La China, Latina 164166, 175
Amiel, Henri-Frédéric 262
Analicia, Ana Luisa 109-115,
125, 128-129, 148, 153,
164, 166, 179, 182-183
Caraballo, Blanco 175
Caraballo, Vicentico 175
Carpentier, Alejo 10
Caruso, Enrico 160
Colón, Cristóbal 220, 222, 232,
238
D
Deligne, Gastón 158
Delmonte, Pura 238
Delmonte y Tejada, Antonio
151
B
Batía, Ramón 175
Beethoven, Ludwig van 206
Bertini, Francesca 159
Bosch, Juan 165-166
F
C
Cáceres Vázquez, Ramón Arturo 178
Ferrer, Fidel 175
Fiallo, Fabio 47
Florentino, Flor 73-81, 92, 95,
110, 125, 147, 166, 178,
182-183, 265
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272
Pedro Mir
G
L
García Márquez, Gabriel 10
Gil (cabo) 175
Giner de los Ríos, Francisco
144
Gómez Báez, Máximo 44, 47,
238
Gracia, Alfonso de 175
Lamartine, Alphonse 177
La Sin Ventura 184
Laureano, Félix, Chiquito 175
Laveran, Charles Louis 206
Lindero Bonifacio (I) 28, 7677, 269
Lindero Bonifacio (II) 10, 2224, 28-33, 50, 64-69, 75,
83, 85, 90-91, 99, 102-108,
116-118, 121, 135-142, 144,
147, 153, 167-172, 184-188,
200-201, 227, 234, 251,
254-255, 257, 259, 268-269
Lindero Bonifacio (III) 83-84,
167, 186, 188-190, 201-202,
204, 206-207, 227, 236,
253-257, 259, 269
Lugo, Purita 160
H
Hernández, Rafael 162
Hilarión 264
Hipólito, Lázaro 160
Hubiera, Juan, Muñiñigo 181
Hugo, Víctor 177
J
Jáquez de Lindero, Rafaela,
Romanita, Rufa 10, 19-25,
49-50, 55, 63-70, 83-91,
99-107, 116-122, 135-137,
144, 148, 153, 167, 169173, 185-186, 189-190,
199-203, 206, 253, 260
Joyce, James 10
K
K (joven) 94
Koch, Robert 206
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M
Machado, Antonio 26, 267
Mairena, Juan de 222
Mango Viejo 175
Manzini, Italia 161
Martí, José 238
Martínez Ruiz, José Augusto
Trinidad, Azorín 98
Maupassant, Guy de 21
Mirabal, hermanas 218
Morla, Manuel de 175
Múligan, Van der 160
Muñoz, Juan María 181-182
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Cuando amaban las tierras comuneras
273
N
S
Napoleón I 177
Natera, Ramón 175, 181-182,
231
Sandino, Augusto César 250
Serrano (maestro) 158
Silvestre, Alejandro 176
Silvestre, El Cibaeño, Silvo 10-12,
41-48, 56-61, 72-76, 78-79,
81, 92-97, 110-115, 124129, 147, 156, 158-159,
161-166, 175-176, 178-180,
182-183, 192, 197, 231,
239-252, 254-257, 259-262,
265, 267, 269
Soler, Marianito 158
Susanita, Suzy 102-103, 116-120,
135-137, 167-173, 185, 190,
199, 224-227
O
Osorio, Antonio de 12, 149
P
Pacheco, Armando Óscar 261
Pai 192-193
Pancha, Juana 192-193, 195,
197-198
Pardo (pedagogo) 158
Pedro, Tolete 175
Pérez de la Riva, Juan 10
Ptolomeo (faraón) 9
Q
T
Tagore, Rabindranath 47
Tietz , Patricia, Pattie, patitiesa
161
Timofei (viejo) 73, 79-80
Quincy, Miss 160
U
R
Risp, Eurasia 160
Rivas Cacho, Lupe 160
Ross, Salvador 160
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Unamuno, Miguel de 222
Urbana, La Bonaerense 14, 37,
197, 210-213, 239-247,
249-252, 254-256, 259,
268-269
Urbano Gilbert, Gregorio 175,
231, 250
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274
Pedro Mir
V
Valentino, Rodolfo 161
Vico (profesor) 154
Villamán, Fran 11, 44-46, 56,
61, 74-76, 147-148, 159,
182, 241, 265
Villamán, Francisco, Quique
41, 46-47, 62, 94, 96, 147,
151, 179, 269, 254
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Vinci, Leonardo da 70
Vizardi, Ligio 126
W
Wilde, Oscar 238
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Publicaciones
del Archivo General de la Nación
Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX Vol. X Vol. XI Vol. XII Vol. XIII Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846.
Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección
de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I, C. T., 1944.
Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. II, C. T., 1945.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección
de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1947.
San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago,
1946.
Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R.
Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas
por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850.
Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1947.
Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944, C. T., 1949.
Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita
en holandés por Alexander O. Exquemelin, traducida de una
famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A.
Rodríguez; introducción y bosquejo biográfico del traductor
R. Lugo Lovatón, C. T., 1953.
Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. XIV Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy,
García Roume, Hedouville, Louverture, Rigaud y otros. 1795-1802.
Edición de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
Vol. XV Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección
de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
Vol. XVI Escritos dispersos. (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XVII Escritos dispersos. (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XVIII Escritos dispersos. (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición
de E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores,
Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel
Vicente Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández
González, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de
José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXX
Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia
fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXI
Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray
Vicente Rubio, O. P. Edición conjunta del Archivo General
de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del
Idioma Español, Santo Domingo, D. N., 2007.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
277
Vol. XXXII
La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes
en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández
Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización
de la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo
Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo xvii. Compilación
de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922.
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo I, Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo II, Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino. Traducción al castellano
e introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D.
N., 2007.
Vol. XL
Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo
Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira
Corbelle Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz
Meriño, Jorge Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLI
Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLII
Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIII
La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIV
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546).
Compilación de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. XLV
Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVI
Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población.
Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008.
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278
Vol. XLVIII
Vol. XLIX
Vol. L
Vol. LI
Vol. LII
Vol. LIII
Vol. LIV
Vol. LV
Vol. LVI
Vol. LVII
Vol. LVIII
Vol. LIX
Vol. LX
Vol. LXI
Vol. LXII
Vol. LXIII
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I.
Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales,
Yanquilinarias. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco
Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo
Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2008.
Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana.
José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández,
Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de
J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel
de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de
Trujillo (1930-1961). Tomo I, José Luis Sáez, S. J., Santo
Domingo, D. N., 2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo II, José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo,
D. N., 2008.
Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General
de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2008.
Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
279
Vol. LXIV
Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda,
Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXV
El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones
económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXVI
Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXVII Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXVIII Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco
Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXIX
Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXX
Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga
Pedierro, et. al., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXI
Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXII De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio
Veras (Negro), Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador
E. Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXV Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales.
Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXX Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel
Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009.
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280
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido,
Víctor Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar
Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en
el patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana
Pérez, Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXV Obras. Tomo I, Guido Despradel Batista. Compilación de
Alfredo Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVI Obras. Tomo II, Guido Despradel Batista. Compilación de
Alfredo Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVIIHistoria de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio
Bernaldo de Quirós en República Dominicana. Compilación de
Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N.,
2009.
Vol. XC
Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes
Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCI
Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas
Delgado, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCIII
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCIV
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCV
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación
de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCVI
Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón
Antonio, (Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCVII Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCVIII Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCIX
Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. C
Escritos históricos. Américo Lugo. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. CI
Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. CII
Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas.
María Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
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Vol. CIII
Escritos diversos. Emiliano Tejera. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CIV
Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CV
Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CVI
Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República
Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de
Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CVII
Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios,
1983-2008. Consuelo Varela. Edición de Andrés Blanco Díaz,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CVIII
República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas.
J. Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CIX
Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CX
Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación
de Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXI
Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra
el régimen de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio
Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXII
Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIII
El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias
del Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C.
Rosario Fernández (Coord.) Edición conjunta de la Academia
Dominicana de la Historia, la Comisión Permanente de
Efemérides Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIV
Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica
literaria. Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXV
Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXVI
Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República
Dominicana. José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVII Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen
Durán. Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVIII Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril.
Augusto Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CXIX
Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXX
Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXI
Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I, Octavio A.
Acevedo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D.
N., 2010.
Vol. CXXIII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II, Octavio A.
Acevedo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D.
N., 2010.
Vol. CXXIV Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXV Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y
documentos). Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXXVI Años imborrables (2da ed.) Rafael Alburquerque Zayas-Bazán.
Edición conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides
Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D.
N., 2010.
Vol. CXXVII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos.
Edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVIII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino
Ramos. Edición conjunta del Archivo General de la Nación y
la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D.
N., 2010.
Vol. CXXIX Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXX Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (19441948). Jorge Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N.,
2010.
Vol. CXXXI Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul. Edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXII Obras selectas. Tomo II, Antonio Zaglul. Edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
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Vol. CXXXIII África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos xv-xix, Zakari DramaniIssifou, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIV Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXV La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana.
Pedro L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVI AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis
Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVIILa caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo
azucarero dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya,
Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVIII El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CXXXIX La mediación extranjera en las guerras dominicanas de
independencia, 1849-1856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CXL
Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G.
Pérez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLI
Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIII
Más escritos dispersos. Tomo I, José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIV
Más escritos dispersos. Tomo II, José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLV
Más escritos dispersos. Tomo III, José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVI
Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge
Berenguer Cala, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVII Rebelión de los Capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto
Cassá, edición conjunta del Archivo General de la Nación y la
Universidad Autónoma de Santo Domingo, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CXLVIII De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial.
Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIX Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575).
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CL
Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida.
Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLI
El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de
1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CLII
Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos
Andújar Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLIII
El Ecuador en la Historia (2da ed.) Jorge Núñez Sánchez, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIV
Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854).
José Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLV
El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D.
N., 2012.
Vol. CLVI
Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo
Chantada, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVII
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I, Eliades Acosta Matos,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVIII Cedulario de la isla de Santo Domingo, 1501-1509. Vol. II, Fray
Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General
de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del
Idioma Español, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIX
Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar
Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLX
Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXI
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II, Eliades Acosta Matos,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXII
El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano
español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca
Giner de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIII
Historia de la caricatura dominicana. Tomo I, José Mercader,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIV
Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano.
Constancio Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXV
Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVI
Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá,
Betty Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2012.
Vol. CLXVII Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A.
Ravelo.Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A.
Morales, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D.
N., 2012.
Vol. CLXVIII Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez
Demorizi. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D.
N., 2012.
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Vol. CLXIX
La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I,
volumen 1. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXX
Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012
Vol. CLXXI El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXII La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I,
volumen 2. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIII La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III,
volumen 5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIV La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III,
volumen 6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXV Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo xix: República
Dominicana, Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVI Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo
a España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVII ¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en América
Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVIIIVisión de Hostos sobre Duarte. Eugenio María de Hostos. Compilación y edición de Miguel Collado, Santo Domingo, D. N.,
2013.
Vol. CLXXIX Los campesinos del Cibao: Economía de mercado y transformación
agraria en la República Dominicana, 1880-1960. Pedro L. San
Miguel, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXX La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II,
volumen 3. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXI La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II,
volumen 4. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXIIDe súbditos a ciudadanos (siglos xvii-xix): el proceso de formación de
las comunidades criollas del Caribe hispánico (Cuba, Puerto Rico y
Santo Domingo). Tomo I. Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo,
D. N., 2012.
Vol. CLXXXIII La dictadura de Trujillo (1930-1961). Augusto Sención Villalona,
San Salvador-Santo Domingo, 2012.
Vol. CLXXXIV Anexión-Restauración. Parte 1. César A. Herrera. Edición
conjunta entre el Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXV Anexión-Restauración. Parte 2. César A. Herrera. Edición
conjunta entre el Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2013.
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286
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CLXXXVI Historia de Cuba. José Abreu Cardet y otros, Santo Domingo,
D. N., 2013.
Vol. CLXXXVIILibertad Igualdad: Protocolos notariales de José Troncoso y Antonio
Abad Solano, 1822-1840. María Filomena González Canalda,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVIIIBiografías sumarias de los diputados de Santo Domingo en las Cortes
españolas. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXIX Financial Reform, Monetary Policy and Banking Crisis in Dominican
Republic. Ruddy Santana, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXC
Legislación archivística dominicana (1847-2012). Departamento
de Sistema Nacional de Archivos e Inspectoría, Santo Domingo,
D. N., 2013.
Vol. CXCI
La rivalidad internacional por la República Dominicana y el complejo
proceso de su anexión a España (1858-1865). Luis Escolano
Giménez, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCII Escritos históricos de Carlos Larrazábal Blanco. Tomo I. Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIII Guerra de liberación en el Caribe hispano (1863-1878). José Abreu
Cardet y Luis Álvarez-López, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIV Historia del municipio de Cevicos. Miguel Ángel Díaz Herrera,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCV La noción de período en la historia dominicana. Volumen I, Pedro
Mir, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVI La noción de período en la historia dominicana. Volumen II, Pedro
Mir, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVII La noción de período en la historia dominicana. Volumen III,
Pedro Mir, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVIII Literatura y arqueología a través de La mosca soldado de Marcio
Veloz Maggiolo. Teresa Zaldívar Zaldívar, Santo Domingo, D.
N., 2013.
Vol. CXCIX El Dr. Alcides García Lluberes y sus artículos publicados en 1965 en
el periódico Patria. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo
de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CC
El cacoísmo burgués contra Salnave (1867-1870). Roger Gaillard,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCI
«Sociología aldeada» y otros materiales de Manuel de Jesús Rodríguez
Varona. Compilación de Angel Moreta, Santo Domingo, D.
N., 2013.
Vol. CCII
Álbum de un héroe. (A la augusta memoria de José Martí). 3ra edición.
Compilación de Federico Henríquez y Carvajal y edición de
Diógenes Céspedes, Santo Domingo, D. N., 2013.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
287
Vol. CCIII
La Hacienda Fundación. Guaroa Ubiñas Renville, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCIV
Pedro Mir en Cuba. De la amistad cubano-dominicana. Rolando
Álvarez Estévez, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCV
Correspondencia entre Ángel Morales y Sumner Welles. Edición de
Bernardo Vega, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCVI
Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico. Julio
Minaya, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCVII Catálogo de la Biblioteca Arístides Incháustegui (BAI) en el Archivo
General de la Nación. Blanca Delgado Malagón, Santo Domingo,
D. N., 2013.
Vol. CCVIII Personajes dominicanos. Tomo I, Roberto Cassá. Edición conjunta
del Archivo General de la Nación y la Comisión Permanente
de Efemérides Patrias, Santo Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCIX
Personajes dominicanos. Tomo II, Roberto Cassá. Edición conjunta
del Archivo General de la Nación y la Comisión Permanente de
Efemérides Patrias, Santo Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCX
Rebelión de los Capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. 2da edición,
Roberto Cassá. Edición conjunta del Archivo General de la Nación
y la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Santo Domingo,
D. N., 2014.
Vol. CCXI
Una experiencia de política monetaria. Eduardo García Michel,
Santo Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCXII Memorias del III Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2014.
Vol. CCXIII El mito de los Padres de la Patria y Debate histórico. Juan Isidro
Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCXIV La República Dominicana [1888]. Territorio. Clima. Agricultura.
Industria. Comercio. Inmigración y anuario estadístico. Francisco
Álvarez Leal. Edición conjunta del Archivo General de la
Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo
Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCXV Los alzamientos de Guayubín, Sabaneta y Montecristi: Documentos.
José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo, D.
N., 2014.
Vol. CCXVI Propuesta de una Corporación Azucarera Dominicana. Informe de
Coverdale & Colpitts. Estudio de Frank Báez Evertsz, Santo
Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCXVII La familia de Máximo Gómez. Fray Cipriano de Utrera, Santo
Domingo, D. N., 2014.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CCXVIII Historia de Santo Domingo. La dominación haitiana (1822-1844). Vol.
IX. Gustavo Adolfo Mejía-Ricart, Santo Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCXIX La expedición de Cayo Confites. Humberto Vázquez García. Edición
conjunta del Archivo General de la Nación, de República
Dominicana y la Editorial Oriente, de Santiago de Cuba,
Santo Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCXX
De súbditos a ciudadanos (siglos xvii-xix): El proceso de formación de
las comunidades criollas del Caribe hispánico (Cuba, Puerto Rico y
Santo Domingo). Tomo II, Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo,
D. N., 2014.
Colección Juvenil
Vol. I
Vol. II
Vol. III
Vol. IV
Vol. V
Vol. VI
Vol. VII
Vol. VIII
Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N.,
2007.
Heroínas nacionales. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N.,
2007.
Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Padres de la Patria. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N.,
2008.
Pensadores criollos. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2008.
Héroes restauradores. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N.,
2009.
Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps
(siglo xix). Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2010.
Colección Cuadernos Populares
Vol. 1
Vol. 2
Vol. 3
La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes
Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009.
Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo, D.
N., 2009.
Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó,
Santo Domingo, D. N., 2010.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
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Colección Referencias
.
Vol. 1
Vol. 2
Vol. 3
Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y
Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011.
Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos
de Descripción y Referencias, Santo Domingo, D. N., 2012.
Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema
Nacional de Archivos, Santo Domingo, D. N., 2012.
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Esta edición de Cuando amaban las tierras comuneras, de Pedro Mir, se terminó
de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, S.R.L., en el mes de
junio de 2015, con una tirada de 1 000 ejemplares.
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