1 Independencia e integración en el Caribe Estrategias

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En: Maíz, Claudio, Unir lo diverso. Problemas y desafíos de la integración latinoamericana,
Mendoza, Facultad de Filosofía y Letras, 2010, (63 – 83), ISBN: 978-987-944-137-4.
Independencia e integración en el Caribe
Estrategias discursivas de un acontecer de la libertad
Adriana Arpini
INCIHUSA – CONICET
FFyL – UNCuyo
Mendoza – Argentina
[email protected]
El ciclo de las luchas por la independencia en los territorios de lo que José Martí llamó
“nuestra América” puede quedar demarcado entre dos fechas claves: 1791, comienzo de una
revuelta de esclavos que culminó en la independencia de Haití, y 1898, fin de la guerra
hispano – cubana – norteamericana.
En nuestro trabajo intentamos comprender algunos episodios en la ya más que
bicentenaria historia de la independencia de nuestra América. Nos interesa revisar
acontecimientos y discursos que tuvieron lugar en las islas bañadas por las aguas del Mar
Caribe desde las últimas décadas del siglo XVIII hasta fines del XIX. En un primer momento,
centramos la atención en el discurso de Françoise Dominique Toussaint-Louverture (1743 –
1803), esclavo doméstico, que se convirtió en uno de los principales caudillos revolucionarios
negros. Responsable de la primera Constitución en que la condición de ciudadano abarca a los
hombres de todas las razas. Perseguido por las tropas napoleónicas, fue hecho prisionero y
trasladado a Francia. Entonces, en un texto dirigido a Napoleón, Toussaint expresó
discursivamente las experiencias contradictorias de su propia vida y con ello escribió un
“episodio” de la historia emergente de nuestra América. Otra inflexión importante en el
proceso emancipatorio del Caribe –y de nuestra América– está dada por los acontecimientos
sucedidos en Puerto Rico y Cuba a partir de los ’60 del siglo XIX. Nos referimos, por una
parte, al proceso que en Puerto Rico dio lugar al Grito de Lares (23 de setiembre de 1868)
cuyo principal promotor fue Ramón Emeterio Betances (1827 – 1898). Aun cuando ese
movimiento fue duramente reprimido, constituye un episodio en el proceso de liberación
antillano y una reafirmación de la idea de integración antillana. Así quedó plasmado en los
escritos de Betances y en los de Eugenio María de Hostos (1839 – 1903), quien aporta los
fundamentos sociológicos, éticos y jurídicos. Por otra parte, Nos referimos a los sucesos que
van desde la Primera Guerra de Independencia Cubana, gestada por Carlos Manuel de
Céspedes (1819 – 1874) con el Grito de Yara (10 de octubre de 1868), proseguida por José
Martí (1853 – 1895), con la fundación del Partido Revolucionario Cubano en 1892, en New
York, donde preparó la Segunda Guerra de Independencia, iniciada en 1895, con el apoyo de
los generales Antonio Maceo (1845 – 1896) y Máximo Gómez (1836 – 1905), los tres
firmantes del Manifiesto de Montecristi (25 de marzo de 1895). El desenlace de esta guerra
significó el fin del dominio español sobre el continente, pero al mismo tiempo, el comienzo
de una forma no encubierta y agresiva de expansión neocolonial, ejercida por Estados Unidos,
que no buscó necesariamente el dominio territorial, sino el control de las economías y los
mercados. Por último, reseñamos la defensa de la tesis sobre la igualdad de las razas llevada
adelante por Joseph-Anténor Firmin (1850 – 1911) en un texto publicado en 1885, al mismo
tiempo que reivindica el lugar de Haití en la historia de la independencia y de los procesos de
integración de nuestra América.
El hecho de inscribir una fecha en la historia puede ser considerado un episodio. El
término episodio designa una acción secundaria respecto de una acción principal. Sin
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embargo es posible que los episodios se carguen de profunda significación si se tiene en
cuenta la afirmación de Antonio Gramsci acerca de que “La historia de las clases subalternas
es necesariamente disgregada y episódica”. Esta afirmación es recuperada por Arturo Roig
para hablar de una “historia episódica” del pensamiento de nuestra América, en
contraposición a la “historia periódica” u “oficial” (Roig, A.A., 2008: 138). Así por ejemplo,
para el caso que nos interesa, podemos decir que si la historia de las luchas por la libertad es
narrada desde la perspectiva de los sectores sociales triunfantes en Francia en 1789, los
acontecimientos de Haití, y en particular los que involucran a Toussaint, sólo tienen el
carácter de “episodio”, incluso de un episodio que importuna esa historia de la libertad, pues
es bien sabido que buena parte de la burguesía francesa sostenía su posición en base a la
comercialización del azúcar producida en las colonias, mediante el sistema de plantación con
mano de obra esclava. Ahora bien, si el narrador es el propio Toussaint –como sucede con la
“Memoria del General Toussaint Louverture, escrita por él mismo”–, o bien si el escritor que
hace el relato tiene en cuenta su sentido emergente –como es el caso de Firmin o Betances
cuando se refieren a los acontecimientos que involucraron a Toussaint; incluso el caso de
Alejo Carpentier en El reino de este mundo–, es posible apreciar que los hechos son valorados
de otra manera, se cargan de otra significación, en fin, es otra historia de la libertad. No la
libertad que se otorga a conveniencia de quienes detentan el poder, sino la libertad que se
conquista, la propia liberación.
En las expresiones del pensamiento caribeño del período que nos ocupa puede
apreciarse con toda claridad que la reflexión filosófica, antropológica, social y política forma
parte de un programa vasto de transformación de sí mismos y de la sociedad en sentido
emancipatorio. Se apela para ello a todas las formas del ejercicio de la palabra a través de la
educación, la prensa, la arenga política, la propaganda, la correspondencia, la poesía, el teatro,
la novela, la literatura infantil. Considérese, a título de ejemplo, La Edad de Oro, periódico
elaborado por José Martí destinado a los niños y las niñas de América “… para llenar nuestras
tierras de hombres originales, criados para ser felices en la tierra en que viven, y vivir
conforme a ella, sin divorciarse de ella, ni vivir infecundamente en ella …”, como lo declara
en Carta a Manuel Mercado del 3 de agosto de 1889 (Martí, J., Obras Completas, Vol. 20:
147).
El cultivo de las diversas formas de escritura no constituyó un fin en sí mismo, sino
que estuvo fuertemente ligado a objetivos prácticos. Así por ejemplo, por mencionar dos
casos bien diferentes, el texto de Toussaint debiera ser catalogado como correspondencia y,
sin embargo, puede ser considerado un verdadero ensayo de interpretación política de la
coyuntura que le tocó vivir; y Eugenio María de Hostos, por su parte, se esfuerza por elaborar
obras sistemáticas en torno a la Sociología, la Moral y el Derecho Constitucional. Aunque lo
ensayístico aflora en cada una de sus páginas, el esfuerzo de sistematización obedece a la
necesidad de ensayar sobre la realidad, esto es, de renovar las prácticas sociales, los principios
de la organización jurídica y las estructuras políticas de pueblos largamente sometidos al yugo
colonial, en los que la dominación duplicaba sus formas: “Esclavos azotadores de esclavos –
dice Hostos–, todo, absolutamente todo cuanto constituye la dignidad del ser humano lo
perdimos en la tarea secular de vengar en la espalda de nuestro siervo los latigazos con que
nuestro amo nos mortificaba el alma” (Hostos, E. M., 1939, Vol. IX: Temas cubanos, 216).
Los escritos que vamos a considerar pueden ser calificados como ensayos, en sentido
amplio, no tanto porque se ajusten a la preceptiva literaria, sino porque se trata de una forma
de producción del discurso enraizada en la propia circunstancia, de modo que al ensayar se
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busca no sólo producir un efecto discursivo, sino también introducir un cambio en la realidad
y en el propio sujeto de la enunciación, es decir, transformarse y transformar la realidad.
Episodio 1: Toussaint Louverture
Entre 1791 y 1804 tuvo lugar en Sain Domingue, actual República de Haití, el primer
episodio de la independencia y descolonización de los territorios de América Latina. No es
menor la importancia del mismo para el curso ulterior de las luchas de independencia. Su
rescate y relectura reviste la mayor importancia en nuestros días, especialmente si nos interesa
aportar a la tarea de la integración a partir del reconocimiento de la diversidad –cultural,
racial, social, política– de los pueblos de nuestra América. Los acontecimientos de Saint
Domingue han sido recreados con la fuerza de lo “real maravilloso” por Alejo Carpentier en
El reino de este mundo. “Esto se hizo particularmente evidente durante mi permanencia en
Haití –dice Carpentier–, al hallarme en contacto cotidiano con algo que podríamos llamar lo
‘real maravilloso’. Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad
creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera
un milagro el día de su ejecución. … Pero pensaba, además que esa presencia y vigencia …
no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde … lo real
maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la
historia del continente y dejaron apellidos aún llevados …” (Carpentier, A., 1967: 12 – 13).
Saint-Domingue era la colonia más productiva de las Antillas. La base de su economía
era el azúcar y llegó a convertirse, a partir de 1783, en la principal productora de azúcar del
mundo. Para cubrir la necesidad de mano de obra, los dueños de las plantaciones
incorporaban un promedio de 30.000 esclavos africanos anuales en los años que precedieron a
la Revolución Francesa. “Toda la historia futura del Caribe quedó marcada por esta
ignominiosa práctica de explotación del hombre por el hombre … las explosiones
anticolonialistas que empezaron a producirse desde el siglo XVIII bajo la forma de
insurrecciones, movimientos mesiánicos y cimarronaje de larga tradición, tuvieron desde
siempre un doble carácter de confrontación racial (negros contra blancos) y de enfrentamiento
económico (esclavos contra amos). La gran Revolución haitiana (1791-1804), que estalló en
la más próspera colonia azucarera antillana, además de dar lugar a la primera república en
América Latina, representó la culminación de esta resistencia contra la esclavitud racial y
colonial” (Pierre-Charles, 1985: 13).
La paradoja en torno a la esclavitud se hizo patente cuando se hubo de enfrentar la
contradicción entre el desarrollo de la revolución en Francia y fuera de ella, en las colonias
francesas. Si bien, tal como lo señala la literatura histórica, tanto los hechos como las ideas de
la Revolución Francesa tuvieron gran repercusión en la isla, no fue menor la importancia
histórica de las revueltas de esclavos, que constituían prácticas de larga data en la isla, junto a
otras formas de resistencia incorporadas en su experiencia de vida. Una forma de resistencia
activa consistía en la huída de las haciendas, hacia las zonas altas. A estos fugitivos se los
denominaba “cimarrones”. Las “cimarronadas” sucedían con frecuencia, a pesar de los
severos castigos establecidos en el Código Negro, que incluía las mutilaciones y hasta la
muerte para quienes eran recapturados. Los cimarrones se agrupaban en “palenques” o
“quilombos”, donde sobrevivían organizados en base a prácticas solidarias.
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Cuando en agosto de 1791, un grupo de esclavos, capitaneados por el jamaiquino
Boukman, iniciaron un movimiento insurgente. Toussaint de Breda1 se unió a los rebeldes,
para servir como médico, por sus conocimientos de hierbas y artes de curar. Fue edecán de
Georges Biassou, comandante de los esclavos que se refugiaron en la parte española de la isla.
La instrucción militar la recibió Toussint de los españoles y llegó a dirigir una tropa de más
de 3.000 soldados, consiguiendo algunas victorias en pocos meses. Fue entonces cuando se lo
comenzó a llamar por el apodo L´Overture –la abertura, el principio de ciertas cosas, el
iniciador–, tal vez por su capacidad de negociar, de ir abriendo posibilidades. Tras la muerte
de Boukman, el 29 de agosto de 1793, en una proclama pública, se presentó como el líder de
los negros con estas palabras:
“Hermanos y amigos. Soy Toussaint Louverture; quizás el conocimiento de mi
nombre haya llegado hasta vosotros. He iniciado la venganza de mi raza. Quiero
que la libertad y la igualdad reinen en Santo Domingo. Trabajo para que existan.
Uníos, hermanos, y luchad conmigo por la misma causa. Arrancad de raíz
conmigo el árbol de la esclavitud.
Vuestro muy humilde y muy obediente servidor, Toussaint Louverture, General
de los ejércitos del rey, para el bien público”. (Cfr. Pluchon, P., 1991)
Mientras tanto, en Francia, Napoleón Bonaparte recogió las quejas de los hacendados y
se propuso restablecer el antiguo status colonial de Saint Domingue. En enero de 1802, la
tropa francesa de 25.000 soldados desembarcó en Saint Domingue al mando de Víctor
Emanuel Leclerc. Toussaint fue capturado junto a su familia, llevado a Francia y encarcelado
en el Fort de Joux, en las montañas del Jura, la región más fría de Francia. Escribió una
extensa Memoria, dirigida a Napoleón, sobre los acontecimientos que se sucedieron hasta su
captura y posterior deportación y encarcelamiento en Francia. En ella, a partir de una
afirmación de sí mismo como sujeto histórico, produce una alteración de los valores vigentes
en el esquema axiológico de la situación colonial. Por una parte se coloca, como hombre libre
y respetuoso de las leyes y de las autoridades de la Francia revolucionaria, por otra parte,
señala la presencia de Leclerc en la isla como la de un “enemigo” y lo declara “rebelde” y
culpable de todos los desastres que sucedieron desde su llegada. Dice Toussaint:
“La colonia de Santo Domingo, lugar de donde yo era el comandante, disfrutaba
de la más grande tranquilidad; la agricultura y el comercio prosperaban allí. La
isla había logrado un grado de esplendor nunca antes de visto. Y todo, todo –me
atrevo a decirlo– había sido mi trabajo.
Sin embargo, como estábamos en pie de guerra, la Comisión había publicado un
decreto que me ordenaba tomar todas las medidas necesarias para evitar que los
enemigos de la República penetraran en la isla.
…el general Leclerc (…) había llegado a la isla como un enemigo y por el
simple hecho del placer de hacerlo, sin haberse dirigido al comandante o haber
dado a conocer a él sus poderes. … [Al contrario, Leclerc dicta una proclama] …
pronunciándose sobre mí como un rebelde. En la confianza de no haber
realizado ningún acto desafortunado, del cual tener que arrepentirme, ya que
todo el desorden que prevalecía en el país había sido ocasionado por el general
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Como esclavo, Toussaint recibió el apellido de su amo y dueño de la plantación donde servía, el Conde de
Breda.
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Leclerc; y como yo creía, además, comandante legítimo de la isla, --- refuté su
proclama y yo lo declaré rebelde. …
Todos estos desastres sucedieron justo en el momento en el que el general
Leclerc llegó. ¿Por qué (él) no me informó sus poderes antes de instalarse? ¿Por
qué él se instaló sin mi consentimiento y desafiando las órdenes de la Comisión?
¿No había él infringido las primeras hostilidades? ¿No había (él) intentado
ponerse por encima de la autoridad de los generales y otros oficiales bajo mi
comando por cada uno y todos los medios posibles? ¿No había (él) instigado a
los trabajadores para que se sublevaran persuadiéndolos de que (yo) los había
tratado como esclavos, y que él había venido para liberar sus cadenas? ¿Debió
él haber empleado tales medios en un país en donde reinaba la paz y la
tranquilidad? ¿En un país en el poder residía en la República? …
¿Por qué los rebeldes y otros fueron recibidos de modo amistoso, mientras que
mis subordinados y yo mismo, quienes seguíamos siendo firmemente fieles al
gobierno francés, y que habíamos mantenido el orden y la tranquilidad, fuimos
hostigados?” (Toussaint Louverture, Memoria, 1863)2.
Como puede apreciarse, la estrategia discursiva consiste en jugar con la contradicción
correcto – incorrecto. Ahora bien, la corrección o incorrección de las acciones llevadas
adelante tanto por Toussaint como por Leclerc adquieren distinto signo según quién es el
sujeto que juzga acerca de ellas. La posibilidad de invertir el signo de esas acciones –tal como
lo hace Toussaint– depende de un acto previo de afirmación de sí mismo como sujeto
histórico. Tal afirmación pone en entredicho la relación de poder existente en el orden
colonial, aun cuando el mismo Toussaint se manifieste respetuoso de las autoridades
francesas.
El texto termina exigiendo justicia, pide que ambos –Leclerc y él mismo– sean
juzgados por un tribunal ante el cual podría demostrar su inocencia presentando como pruebas
su propia correspondencia. El tribunal nunca se constituyó y la justicia quedó en suspendo.
Toussaint murió en prisión el 7 de abril de 1803 a causa de una enfermedad y falta de
asistencia médica.
Las acciones y el discurso de Toussaint Louverture pueden ser considerados como un
“episodio” de emergencia de otra historia de la libertad. No la historia de un concepto, sino la
de personas reales que afirmándose en su condición de sujetos históricos llevan adelante el
duro trabajo de realizar la libertad, abriendo posibilidades nuevas, “discontinuando” la
continuidad que imponen los universales ideológicos con que suelen legitimarse formas de
sometimiento3.
2
Archivo de la historia de Haití - Archivo de Toussaint Louverture.University of North Carolina at Chapel Hill
Documenting the American South. Primera Publicación por M. Saint Remy en Mémories de la Vie de Toussaint
L’Overture, Traducido y publicado en inglés por primera vez en Toussaint L’Overture: A Biography and
Autobiography por J. R. Beard, 1863. (Traducido del inglés al castellano para esta edición por Patricia
Dinerstein).
3
Pese a los intentos napoleónicos de restablecer la esclavitud y el Code Noir, el proceso revolucionario no se
detuvo en Saint Domingue. Los campesinos libres de las montañas inician la nueva etapa de la liberación del
dominio francés mediante una guerra de guerrillas. Jean Jacques Dessalines (1758 - 1806), Henry Christophe
(1767 - 1820) y Alexandre Pétion (1770 - 1818) continuaron la lucha. Lograron derrotar a los franceses en la
batalla de Vertières en 1803. El 1 de enero de 1804, su nuevo líder, Jean-Jacques Dessalines, proclamó la
independencia del país, al que bautizó con su nombre aborigen Haití que significa tierra montañosa. Francia
perdió su colonia más rica. Los propietarios de esclavos en Estados Unidos, en el Caribe, en la América española
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Episodio 2: Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos
En las Antillas españolas, la tonalidad general dada por la transición, tardía pero
abrupta, del vínculo colonial hacia la situación de capitalismo periférico se manifestó, en el
ámbito de las representaciones simbólicas, a través de formas discursivas capaces de expresar
las tensiones sociales del momento. Tal es el caso del ensayo. A través de la producción
ensayística de autores como Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, José Martí,
es posible acceder a la problemática que caracterizó al siglo XIX en el Caribe de lengua
española: la preocupación puesta en la búsqueda de la identidad socio-cultural, los esfuerzos
por lograr la constitución formal de los Estados nacionales mediante la instauración de
prácticas republicanas, la temprana conciencia de los peligros del expansionismo
estadounidense, la propuesta de un ideal utópico expresado como programa de integración
antillana y continental.
La divisa utilizada por Betances, “las Antillas para los antillanos”, sintetiza el sentir de
estos pensadores y hombres de acción, cuyo nacionalismo se expresa como rechazo de la
presencia colonial y afirmación de la antillanidad proyectada hacia un esquema federativo. Sus
pensamientos y acciones, aún con marcadas diferencias, tienen un denominador común, están
orientados por un conjunto de ideales tales como el afán por la independencia de las Antillas, el
ideal de la Confederación Antillana, el legado bolivariano de la unidad latinoamericana, las
convicciones republicanas y federativas de organización política, la construcción de una
identidad común respetuosa de las diferencias, los proyectos sociales vinculados a la abolición
de la esclavitud, a la educación común, a la justicia social. Todos estos ideales, expresados de
formas diversas, quedan sintetizamos en el término Antillanismo. Tanto la descripción de tan
compleja problemática, como los proyectos enderezados a solucionarla, abrevaron en variadas
fuentes ideológicas, desde los matices ilustrados del pensamiento betancino hasta el krausopositivismo de Hostos y la singular visión del humanismo martiano. El Antillanismo se muestra
como una realidad teórico-práctica sumamente compleja, que compendia los procesos
históricos-sociales y los análisis que de ellos se hacen desde diversas posiciones teóricas. Sin
embargo, ellos están atravesados por una misma voluntad política y social, que permite
comprenderlos como una red orgánica de pensamiento y acción. Es factible, pues, hablar de
Antillanismo como un conjunto orgánico de ideas políticas, sociales, jurídicas, pedagógicas y
filosóficas estrechamente vinculadas al proceso independentista antillano y la necesidad de
fortalecer la unión de las islas ante el peligro del expansionismo de los Estados Unidos. (Cfr. De
Armas, R., 1985: 140 - 173; Dufour, A y Arpini, A., 2000: 81 – 92). En relación con esto
sostiene Ricaurte Soler que el Grito de Lares (1868), conducido por Betances en Puerto Rico,
aunque fue rápidamente sofocado, tuvo una importancia fundamental, ya que anuncia las
características de la gesta que culminará con Martí en la última década del siglo. De este modo,
es posible trazar entre Betances y Martí una línea sin cortes en el desarrollo del pensamiento
político y social, y de su fundamentación filosófica. “No se trata –afirma Soler– de acudir aquí a
la categoría de 'influencia'. Se trata sí de descubrir la importancia y definición social de
pensamientos avanzados, homólogos precisamente por las urgencias del contexto histórico y
analogías de su matriz social”. (Soler, R. 1980: 191).
y el Brasil se sintieron mucho menos seguros. Los esclavos de esas y otras regiones se sintieron más
esperanzados. Haití fue el primer territorio independiente de América Latina y la primera República negra del
mundo.
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Las primeras acciones y reflexiones de Betances están dirigidas a condenar la
esclavitud. Junto a su amigo Segundo Ruiz Belvis, funda una sociedad secreta para liberar a
los esclavos, en unos casos mediante el pago de una tasa de veinticinco pesos en el momento
del bautismo, en otros casos proveyéndoles medios para escapar a otras islas vecinas o a
Nueva York. Posteriormente hacen públicas sus convicciones acerca de la abolición inmediata
de la esclavitud. Estas actitudes de Betances son congruentes con su esforzada defensa de los
africanos y su irreductible oposición a toda forma de racismo.
En 1867 fundó en Santo Domingo el Comité Revolucionario de Puerto Rico, generando
así un movimiento francamente independentista que culminó en la sublevación de Lares en
1868. La revolución de Lares debía ser, según pensaba Betances, no sólo una revolución
política, sino también social. Esto se vincula con su profundo conocimiento de la revolución
Haitiana de principios del XIX y su admiración por Toussaint L’Overture y Alexandre Petion,
los héroes de aquella revolución. La independencia puertorriqueña estuvo desde el comienzo
vinculada al movimiento de liberación en el Caribe, primordialmente con la República
Dominicana y con Haití. No fue pura coincidencia, sino producto de un ideal y de la acción
conjunta de hombres como el dominicano Gregorio Luperón, el haitiano Nissage Saget, los
puertorriqueños Betances y Segundo Ruiz Belvis, los cubanos Carlos Manuel Céspedes y José
Martí.
Un estudioso del tema, Andrés Ramos Mattei sostiene que “En ese largo proceso
inconcluso [el de la independencia e integración de los pueblos del Caribe], un hecho
sobresaliente ocurre hacia la década de 1860. Esa época agrupó a toda una generación
dispuesta a reivindicar los intereses nacionales de sus respectivos países frente a las
ambiciones seculares de Europa y los Estado Unidos. Más importante aún, esa generación
comprendió que era necesario aunar esfuerzos comunes, proveerse ayuda mutua, y otorgarle
una dimensión regional a sus objetivos. Es decir, entendieron que mediante la acción
mancomunada podían adelantar y garantizar para el futuro los logros a obtenerse. … Estaba
compuesta por individuos comprometidos con el establecimiento de gobiernos democráticos y
liberales. Entendían que tanto el colonialismo español en Cuba y Puerto Rico, los sueños
imperiales de los Estados Unidos, como la larga prosecución de dictadores en Haití y en
República Dominicana eran obstáculos al desarrollo material, el comercio, la educación, los
derechos y el bienestar general de los ciudadanos en una sociedad.” (Ramos Mattei, A., 1987,
7 – 8)
El proyecto libertario de Betances, que animó el Grito de Lares del 23 de setiembre de
1868, constaba de diez puntos, de los cuales el primero fue la abolición inmediata de la
esclavitud, sin indemnización a los esclavistas, y la concesión de derechos ciudadanos a los
liberados. Esta aspiración chocaba con los intereses de los hacendados y dueños de
establecimientos azucareros, ya que pocos amos estaban dispuestos a liberar sin
indemnización a sus esclavos, y, menos aún, sin algún tipo de reglamento de trabajo que
asegurara la continuidad de la producción, de ahí que consideraran a los independentistas
como enemigos más que otra cosa.
Sin embargo, para Betances, Lares no fue el fin de la guerra, sino sólo una batalla
perdida, como lo demuestran los hechos posteriores y la correspondencia. Se refugia en St.
Thomas, donde también había encontrado amparo Gregorio Luperón, ya que en Santo
Domingo, Buenaventura Báez ejercía el poder en forma dictatorial desde mayo de 1868 y
gestionaba ante el gobierno norteamericano la anexión de la República Dominicana. Betances
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decide apoyar a Luperón para liberar a Santo Domingo del dictador, pues entendía que “…
Santo Domingo [es] el camino por el cual tenemos que pasar para llegar a Puerto Rico”, como
lo manifiesta en carta enviada a Luperón el 22 de noviembre de 18694. La confianza y ayuda
que mutuamente se prestaron Betances y Luperón, tenía como objetivo ulterior establecer las
bases reales de una Confederación de las Antillas. En este sentido apoyaron también a
Nissage Saget y a otros líderes haitianos.
La idea de la Confederación Antillana es un recurso político para unir varios pueblos
pequeños y débiles, colocados en el centro de poderosísimos intereses imperiales, y que
solamente pueden subsistir mediante su alianza. Betances ve en la República Dominicana la
“nación generatriz de la nacionalidad antillana” y en Gregorio Luperón, su gran líder político
y militar. El planteo será continuado luego por Hostos y también por Martí. Todos ellos
comparten la idea de que las Antillas son el fiel de la balanza, es decir que reconocen la
importancia de las islas –Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico– para el equilibrio del
continente. Importancia que radica no sólo en su geografía, sino en su situación política,
social y cultural. De ahí la voluntad de autoafirmación, independentista y antianexionista, la
propuesta de organización democrática de los Estados, que haga efectiva la unidad en la
variedad y la revitalización del ideal bolivariano de unidad latinoamericana. En la dimensión
social, se perfila como movimiento superador de la situación colonial y de toda forma de
dominación económica, social y cultural.
En 1872, en Haití, en la Gran Logia Soberana de Puerto Príncipe, pronunció uno de
sus más famosos discursos que se conoce como “Las Antillas para los Antillanos”:
“Las Antillas atraviesan hoy por un momento que jamás han atravesado en la
historia; se les plantea ahora la cuestión de ser o no ser. Rechacemos ese
dilema. Es este el instante preciso de obrar en una defensa unida. Unámonos los
unos con los otros para nuestra propia conservación; unidos venceremos contra
estas tentativas; separados seremos destruidos. Unidos formaremos un frente
resistente, de fuerza, capaz de imposibilitar a nuestros enemigos de su acción, y
nos salvará de esa amenaza. Será así en vano que un mandatario impío intente
traficar con el país, como en Santo Domingo, sacrificando a sus conciudadanos;
será inútil para España que trate de acabar la insurrección en Cuba vendiendo la
isla a Estados Unidos, y dar comienzo así a la absorción de todas las Antillas
por la raza angloamericana. ¡Unámonos! ¡Amémonos! Formemos todos un solo
pueblo; un pueblo de verdaderos masones, y entonces podremos elevar un
templo sobre bases tan sólidas, que todas las fuerzas de la raza sajona y de la
española reunida no podrán sacudirlo; templo que dedicaremos a la
Independencia, y en cuyo frontispicio grabaremos esta inscripción
imperecedera como la Patria, que nos dictan a la vez nuestra ambición y
nuestro corazón; la más generosa inteligencia y el más egoísta instinto de
conservación: Las Antillas para los antillanos” (citado por Carreras, C., 1961,
127 – 128).
En un sentido semejante, el puertorriqueño Eugenio María de Hostos exige de la España
republicana la libertad completa de las Antillas, en un discurso pronunciado en el Ateneo de
4
Citada por Andrés A. Ramos Mattei en la obra mencionada en la nota anterior, p. 46. Toma de Manuel
Rodríguez Objío, Gregorio Luperón e Historia de la restauración, Santiago, Editorial El Diario, 1939.
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Madrid la noche del 20 de diciembre de 1868, en el que se pronuncia a favor de la república
como forma de gobierno y reclama para las Antillas la misma libertad que los republicanos han
conquistado para España. Dado que el reclamo chocó con los intereses españoles, la alternativa
fue, para Hostos, la de poner a cada habitante de las Antillas, y en particular del suelo
borinqueño, en condiciones de luchar por su libertad, de vivir democráticamente y laborar por el
progreso de las islas. A este fin obedece su esfuerzo de sistematizar y fundamentar un programa
de acción para la independencia. En efecto, el Programa de los Independientes, que apareció en
La Voz de la Patria, semanario de la emigración cubana editado en Nueva York, en siete
artículos sucesivos entre el 14 de octubre y el 24 de noviembre de 1876, evidencia un impulso
enérgicamente orientado a la modificación de la realidad. El contenido del Programa está
formalmente organizado como formulación y fundamentación de seis principios, los cuales,
considerados en conjunto, pueden ser vistos como un verdadero proyecto de constitución
nacional, basado en la democracia representativa y la defensa de los derechos humanos. (Cfr.
Hostos, E. M. de, O.C. 1939, vol. II). Hostos alude tanto a la naturaleza humana, como a las
condiciones naturales de la vida social. Esta doble referencia se halla íntimamente vinculada a
su concepción de la antropogénesis social del hombre. Si bien Hostos habla de “individuo”, éste
se concibe sólo en relación con la sociedad, como “célula social”, o como “hombre social”; al
mismo tiempo que la sociedad surge de la necesidad que los hombres tiene unos de otros para el
logro de los fines de la vida.
La idea de confederación aparece reiteradamente en los escritos hostosianos. En un
artículo sobre La Confederación Colombiana, de 1870, sostiene que ésta “es un medio de poder
internacional ... que completa la fuerza de los pueblos, pues si la unidad de acción no puede
conseguirse en una fuerza aislada, se consigue ligando artificialmente las fuerzas dispersas; este
es el ideal. La confederación lo realiza por medio de la unión” (Hostos, E. M. de, 1954, vol.
XXI: 329 – 347). Pero ello sólo es posible sobre la base del reconocimiento de la autonomía de
los pueblos confederados. De ahí que el principio de nacionalidad afirme “la unidad en la
variedad”.
“El principio de organización natural a que convendrá la nacionalidad en las
Antillas –dice Hostos en el Programa–, es el principio de la unidad en la
variedad. La fuerza espontánea de civilización que completará, es la paz. El pacto
de razón en que exclusivamente puede fundarse, es la confederación. El fin
positivo a que coadyuvará es el progreso comercial de las tres islas. El fin
histórico de raza que contribuirá a realizar, es la unión moral e intelectual de la
raza latina en el Nuevo Continente” (Hostos, E. M. de, O.C., 1939, vol. II: 253).
El núcleo filosófico político del pensamiento antillanista de Hostos está constituido por
el reconocimiento de la importancia que la independencia de las Antillas tiene para el equilibrio
del Continente y del mundo. En 1896, cuando ya eran evidentes los intereses expansionistas de
loa Estados Unidos de Norte América, Hostos expresa en carta a Francisco Sellén:
“Los Estados Unidos, por su fuerza y su potencia, forman un miembro natural de
la oligarquía de naciones. Nacer bajo su égida es nacer bajo su dependencia: a
Cuba, a las Antillas, a América, al porvenir de la civilización no conviene que
Cuba y las Antillas pasen del lado del poder más positivo que habrá pronto en el
mundo. A todos y a todo conviene que el noble archipiélago, haciéndose digno
de su destino, sea el fiel de la balanza: ni norte ni sudamericanos, antillanos: esa
nuestra divisa, y sea ese el propósito de nuestra lucha, tanto de la de hoy por la
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En: Maíz, Claudio, Unir lo diverso. Problemas y desafíos de la integración latinoamericana,
Mendoza, Facultad de Filosofía y Letras, 2010, (63 – 83), ISBN: 978-987-944-137-4.
independencia, cuanto la de mañana por la libertad” (Hostos, E. M. de, O. C.
1939, Vol. IV: 172).
Episodio 3: José Martí
Quien mejor pudo captar el desarrollo de las ideas libertarias, tanto en la dimensión
política como en la social y cultural, y concretarlas en el plano histórico fue el cubano José
Martí. Su texto Nuestra América, que puede considerarse un clásico del pensamiento
latinoamericano, fue publicado el 30 de enero de 1891, en El Partido Liberal, de México.
Mediante el recurso a diversas figuras, el cubano ejerce la sospecha sobre la realidad tal como
se presenta y presiona sobre los límites de lo dado, mostrando la contingencia del presente y
la posibilidad de una construcción alternativa. Martí señala la urgencia de superar los hábitos
enquistados durante la colonia que negaron el derecho del hombre al ejercicio de su propia
razón. “La razón de todos en las cosas de todos” (Martí, J.-, 1975, vol. VI: 19). Martí no está
pensando desde el marco estrecho de una razón meramente reguladora, ordenadora del caos
de la diversidad. Se trata, por el contrario del recuento de lo diverso en cuanto tal, es decir, del
reconocimiento de la existencia de experiencias vitales diferentes y de formas diferentes de
organización racional de la vida. Unir no es sinónimo de uniformar. La frase alude a la
participación directa, de todos y cada uno a partir de sus diferencias, en las decisiones que
afectan a todos. La ceguera epistemológica y axiológica frente a las diferencias es para el
cubano una “incapacidad” aun cuando se oculte bajo gruesas capas de erudición. No se trata
de copiar, sino de crear. Frente a las figuras enajenadas del “aldeano vanidoso” y de “los
sietemesinos”, Martí propone la del “hombre natural”, que es el sujeto que sabe de sí a partir
de su propia experiencia, que afirma su propia historicidad en el mismo gesto de ponerse
como valioso para sí. Este acto de autoafirmación cognitiva y axiológica constituye el punto
de partida para el diálogo y la unión de las Antillas. “ … las tres islas [Cuba, Puerto Rico y
Santo Domingo] que, en lo esencial de su independencia y en la aspiración del porvenir, se
tienden los brazos por sobre los mares, y se estrechan ante el mundo, como tres tajos de un
mismo corazón sangriento, como tres guardianes de la América cordial y verdadera, que
sobrepujará al fin a la América codiciosa …” (Martí, J., 1975, vol. IV: 405).
En 1894, al iniciarse el tercer año del Partido Revolucionario Cubano, Martí se refiere
al deber de Cuba en América con las siguientes palabras que, aunque centenarias, no han
perdido vigencia:
“En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón
de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se
prepara ya a negarle el poder …; y si libres, … serían en el continente la
garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún
amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo
de su territorio … hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de
sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas
abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo.– No a mano
ligera, sino como con conciencia de siglos, se ha de componer la vida nueva de
las Antillas redimidas. Con augusto temor se ha de entrar en esa grande
responsabilidad humana. Se llegará muy alto por la nobleza del fin; o se caerá
muy bajo, por no haber sabido comprenderlo. Es un mundo lo que estamos
equilibrando: no son sólo dos islas las que vamos a libertar” (Martí, J., 1975,
vol. III: 142).
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En: Maíz, Claudio, Unir lo diverso. Problemas y desafíos de la integración latinoamericana,
Mendoza, Facultad de Filosofía y Letras, 2010, (63 – 83), ISBN: 978-987-944-137-4.
Episodio 4: Joseph-Anténor Firmin
Los acontecimientos que se sucedieron en las Antillas a partir de la independencia de
Haití, más allá de sus resultados inmediatos, trascendieron de diferentes maneras en la
civilización moderna. Por una parte, modificó positivamente en el destino de toda la raza
negra que vivía fuera de África; por otra parte, cambió el régimen económico de todas las
potencias europeas que tenían colonias, obligó a enfrentar el problema moral de la diferencia
de razas y de la inhumanidad de la esclavitud; asimismo afectó la economía interna de todas
las naciones americanas que mantenían el sistema esclavista. En efecto, los que habían sido
esclavos en Saint Domingue tomaron en sus propias manos la conducción de sus vidas con
procedimientos violentos, por cierto, pero no más violentos que los que antes se utilizaron
para sojuzgarlos, o los que la misma Revolución Francesa había implementado para imponer
su autoridad, tano en Francia como en las colonias –recordemos que la guillotina desembarcó
en el Nuevo Mundo junto con el Decreto del 16 Pluvioso del año II, que proclamaba la
abolición de la esclavitud–. Cuando los ex-esclavos se resolvieron a decidir por sí mismos,
sobre sí mismos, hubo mucho que pensar y que hacer. El peligro no estaba en la violencia,
sino en lo que aquella decisión posibilitaba.
Entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885, representantes de 14
países europeos y de Estados Unidos se reunieron en la Conferencia de Berlín para tratar
asuntos relacionados con reclamaciones comerciales y territoriales sobre el reparto de África
y asegurar el orden del poder colonial. También en 1884 se reeditó en París el libro del Conde
de Gobineau Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, cuya primera edición databa
de 1853 – 1855. Esta reedición fungía como respaldo ideológico de las decisiones de la
Conferencia de Berlín. Allí se sostenía la superioridad de la raza blanca en base a los critrios
de belleza, fuerza física y capacidad intelectual. Estas cualidades se manifiestan, según
Gobineau, en la tendencia civilizadora de la raza selecta, que al ponerse en contacto con otras
razas se impone, por la guerra o por la paz, y las incorpora. También por esa época, el racismo
“científico” era el sustrato ideológico de las elites dirigentes de América Latina, y habilitaba
la transposición del impulso “regeneracionista” español en términos raciales. El factor negro –
se afirmaba– debía reducirse para que las virtudes blancas fomentaran el progreso y
favorecieran el desarrollo.
En 1885, el haitiano Joseph-Anténor Firmin (1850 – 1911) en respuesta a Gobineu
publica su tratado De la igualdad de las razas humanas. En sus páginas, a través de una
peculiar interpretación de la historia y de la noción de civilización, muestra hasta qué punto
Haití, “este pequeño pueblo formado por hijos de africanos, ha influido desde su
independencia en la historia general del mundo”. Parte del ejemplo de los egipcios para
invertir el argumento y postular otro criterio en relación con la consideración de la historia y
la civilización. Ya no la historia del más fuerte, de la guerra y el sometimiento, sino la que
presta atención a los pequeños hechos, a los acontecimientos capaces de torcer lo que parecía
discurrir naturalmente.
Con respecto a la historia de nuestra América, Firmin destaca que después de 1811, al
quedarse sin recursos, Bolívar se refugia en Jamaica donde fracasa en su intento de obtener
ayuda de Inglaterra, representada por el gobernador de esa isla. Se traslada, entonces, a Haití
para apelar a la generosidad de la joven República negra. Pétion, que gobernaba desde Portau-Prince la parte occidental de Haití, puso a disposición de Bolívar hombres, armas, dinero y
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En: Maíz, Claudio, Unir lo diverso. Problemas y desafíos de la integración latinoamericana,
Mendoza, Facultad de Filosofía y Letras, 2010, (63 – 83), ISBN: 978-987-944-137-4.
algunos consejos que se desprendían de la experiencia haitiana. “¡[Le prodigó] Todo, pues
Bolívar no tenía nada!” –subraya Firmin para destacar que de no haber sido por ese gesto, la
epopeya bolivariana hubiera tenido otro curso y, tal vez, otra significación en la historia de
occidente. Así Bolívar pudo desembarcar en tierra firme venezolana y marchar de triunfo en
triunfo, logrando la independencia de Venezuela, Nueva Granada, Bolivia, hasta Perú,
acabando con el poderío colonial de España y consolidando la independencia. La importancia
del gesto de Pétion para la historia de la América Latina, es pues indiscutible.
“Pues bien, si tomamos en consideración la influencia que Bolívar ha ejercido
directamente sobre la historia de una parte considerable del Nuevo Mundo e
indirectamente sobre el movimiento de la política europea, ¿no habrá que admitir
al mismo tiempo que la acción de la república haitiana determinó moral y
materialmente una serie de hechos destacados, al favorecer la empresa que debía
realizar el genio del gran venezolano?” (Firmin, J-A., 2000: 398).
En 1893, en Haití, Firmin se encuentra con José Martí, con quien traba conversación
sobre el proyecto de “Confederation Antilléenne”. Ambos comparten ideas semejantes en
torno a las razas y a la necesidad de integración de las Antillas, a fin de completar la
independencia y consolidarla frente a los peligros amenazantes. Estando en París, poco
después, Firmin busca multiplicar sus contactos con los medios latinoamericanos y desarrolla
una visión continental a partir de los problemas que tienen lugar en Haití. En efecto, las islas
tiene un valor estratégico desde el punto de vista geopolítico, pues para las potencias europeas
constituyen la puerta de entrada al Continente Americano, y para los Estados Unidos de Norte
América constituyen una posición privilegiada para su proyecto de expansión y control de
todo el Continente. Frente a esto, solo cabe la unión política, la complementación económica
y la solidaridad entre las islas, y entres éstas y Repúblicas Latinoamericanas. Se trata de un
trabajo arduo para el que no bastan las declaraciones políticas, pues es necesario superar
fronteras sociales y raciales. Estos temas preocupan a Firmin; así lo pone de manifiesto en el
texto sobre “El papel de la raza negra en la historia de la civilización” en los párrafos que
dedica a la explicación del accionar de Simón Bolívar y del compromiso que éste contrajo con
el pueblo haitiano.
Epílogo: esta historia continúa
A través de algunos textos de autores del Caribe hemos revisado ciertas estrategias de
producción discursiva, Así, la memoria de Toussaint, los ensayos de Betances y Martí, los
estudios sistemáticos de Hostos y los análisis de Firmin, que mediante una original
interpretación de la historia resiste el orden establecido refutando su sustento ideológico. Todos
ellos confluyen en las ideas de independencia e integración de las Antillas. Son episodios de una
historia que todavía se está haciendo y se está escribiendo, por la concurrencia de esfuerzos en
apariencia aislados, pues como lo anticipa Martí:
“Las ideas no hacen familia en la mente, como antes, ... Nacen a caballo,
montadas en relámpago, con alas. No crecen en una mente sola, sino por el
comercio de todas” (Martí, J., “Prólogo al Poema del Niágara”, 1975: 227)
Bibliografía:
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