3o. Plática - Catholic.net

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3o. Plática
Aprende a Orar / Retiro Espiritual
Por: P Mariano de Blas | Fuente: Catholic.net
Podríamos titular esta charla como “Lo único necesario”. En una ocasión, nos narra el Evangelio, Jesús estaba hospedado en casa de
unos amigos, que eran tres hermanos: Lázaro, Marta y María. María, era la Magdalena que, por estar recién convertida, se encontraba
fuera de casa, platicando, o más bien escuchando embelesada. a Nuestro Señor.
Precisamente es lo que les sucede a los grandes convertidos, que es una experiencia tan fuerte, que la quieren alargar lo más posible.
Su hermana Marta era la típica mujer hacendosa que se preocupa, de corazón, de dar el mejor recibimiento a un huésped, en este caso
un huésped tan importante como era Jesús, el Hijo de Dios. Pero, se daba cuenta de que no alcanzaba, y en un momento dado salió, y
le dijo a Jesús, - en plan de confianza – “¿Jesús, te da lo mismo que esté yo con todo el quehacer de la casa y mi hermana aquí sin
hacer nada? ¡Dile que me ayude!
Cuando uno lo lee, esperaría como respuesta natural: “¡Ay!, perdónanos, María, en verdad nos hemos olvidado de ti, y estás con todo el
trajín de la casa. A ver, María, ve a ayudar, incluso, si quieres, yo ayudo también. -“No, no, ¡Tú no, Señor!”- En el fondo equivalía a decir:
“Mi hermanita está aquí de floja.”
Jesús, con una amable sonrisa en su rostro, dijo estas palabras: “Marta, Marta, te preocupas de demasiadas cosas. Hay una sola cosa
necesaria. María ha escogido la mejor parte que no le será quitada”.
Pobre Marta, se quedó un poquito corrida; pero, hay que entender lo que quiso decir Jesús. Jesús, elevó la conversación a un nivel
trascendente Le dijo: “Mira, me da mucho gusto que, cuando vengo a su casa, traten de darme una acogida tan buena, y no me puedo
quejar, son mis mejores amigos, pero... hay algo que me importa muchísimo más que tener una buena comida, un reposo adecuado,
etc. y es que tú, María y todo el mundo, escuchen el mensaje de salvación para el que yo he venido”.
Hay una sola cosa necesaria. ¿A qué se refería Jesús? : a la salvación eterna de las almas. En alguna ocasión ya había dicho Él: “Yo no
he venido a ser servido sino a servir, y a dar la vida por la salvación de los hombres”.
Respecto de lo único necesario, vamos a decir algunas cosas importantes. La primera es que Dios quiere que todos obtengan lo único
necesario, que todos se salven. Dios no quiere que su cielo quede vacío. Dios no quiere verte a ti, ni a mí ni a nadie fuera de ese lugar.
Si te ha creado por amor, es por que quiere que lo ames eternamente en el cielo, y que seas amado por Él eternamente allí.
La prueba de que quiere salvarte es que sientes, por dentro, una inquietud, un deseo de cambiar, de mejorar, de superarte. Yo diría,
incluso, que cuando sientes remordimientos es porque Dios te está llamando. El remordimiento, como la misma palabra lo dice, duele,
molesta, y uno no quisiera sentirlo; el remordimiento es como el amor herido, ofendido, que reclama, que llama la atención para que se
le haga caso.
Por eso, cuando uno se porta mal, siente ese remordimiento, siente cómo ese Dios por amor le llama, nos llama, para que volvamos
nuevamente con El. Bien, lo que sería preocupante es que nunca, en ningún momento, tampoco en estos ejercicios, sintieras dentro de ti
esa espinita o ese remordimiento, esa inquietud de superarte. Entonces, sí podríamos decir que ya no le importas a Dios. Mientras
sientas interiormente eso, es buena señal.
Ahora bien, Dios quiere salvarnos a todos, pero no a la fuerza. Siempre dice Él: “si quieres, si quieres”; es como decir también: “si no
quieres, ¡pues, ni hablar!” A empujones no entrará nadie al cielo. Uno tiene que decirle a Dios claramente, que no le quede ninguna
duda, que uno quiere estar en el cielo con Él eternamente.
“¡Padre! ¿Pero usted cree que alguien no quiera ir al cielo?” Hay que decírselo a Dios con hechos, no con palabras, pues Él mismo
recalcaba: “No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en
los cielos”. Por lo tanto, con hechos y no con palabras, hay que decirle a Dios: “¡quiero ir al cielo!”. Ahora bien, tus hechos, tu vida, tus
obras, ¿qué le dicen a Dios?: ¿que sí quieres, que no quieres, o que a ratos quieres y a ratos no; no se sabe.
¿Qué es salvarse? Podemos decirlo positiva y negativamente. Negativamente: Es librarse de eso que hoy muchos no están de acuerdo
en creer: el infierno, una infelicidad eterna. A este respecto, yo les hago una pequeña reflexión: “Cuando contemplo el crucifijo, veo al
Hijo de Dios clavado en la cruz, muerto, después de haber sido flagelado de una forma bárbara y cruel, coronado de espinas, humillado.
Porque lo escupieron, se rieron de Él, lo convirtieron en un guiñapo. Pues bien, esa muerte tan humillante y tan horrible fue inútil, la más
inútil, porque fue para librarnos de algo que no existe!”
Podríamos recordar lo que una mamá le decía a su niño chiquito cuando no quería que fuera a un lugar peligroso: Le decía que había un
ogro que se comía a los niños, y él se lo tomaba tan en serio que se ponía a temblar. Pero ella, seguro que, por dentro, se reía: “ya lo
engañé”. Entonces, lo del infierno es como el ogro -¿verdad?- para asustarnos, para que nos portemos bien. ¡Pero no existe!
Cuando contemplo el crucifijo, miro su rostro y me impacta el tremendo amor de Dios, y por otro lado siento un profundo temor al
infierno. Cuando Dios se tomó tan en serio las cosas, ¿creen que fue por algo que no existe? Piensa lo que quieras. También mi oficio
desaparecería, pues, si al fin y al cabo todos nos vamos a ir al cielo, yo me dedicaría a otra cosa.
Positivamente. Significa lo contrario, conseguir una felicidad eterna maravillosa, increíble, como no nos la podemos imaginar. Creo que
ninguno de ustedes ni ha visto el cielo para que nos lo cuente y nos emocione..., ni ha visto el infierno para que nos dé un buen susto.
Entonces, vamos a entrevistar a dos personajes que vieron, uno el cielo y otro el infierno.
Ya contamos en la meditación anterior, cómo Santa Teresa vio el infierno. Pues bien, a eso me refiero. Librarnos, como ella se libró, de
esa eternidad separada de Dios, en una absoluta desesperanza, sin amor. Así lo definía ella: “El infierno es el lugar donde no se ama”.
En relación al cielo, vamos a preguntar a San Pablo, porque él, en una de sus cartas, nos dice que vio el cielo, incluso el tercer cielo. O
sea que en el cielo hay grados de felicidad. Cuando yo supe que San Pablo había visto el cielo, fui a leer sus cartas, Pero me llevé una
decepción, porque dice que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni podemos saber lo que Dios nos tiene preparado”. Quería decir que las
palabras humanas no pueden describir el cielo: Pero sí se entiende una frase suya: “Después de ver el cielo, todo lo que se sufre en este
mundo es juego de niños, es nada en comparación”.
Vamos ahora a contemplar la escena del juicio universal, contada por San Mateo en el Capitulo XXV. Es una especie de reportaje que
les narra Jesús: Toda la humanidad reunida. ¡Imagínense la cantidad de personas que vamos a ser! Se nos dice que unos estarán a la
derecha y otros a la izquierda.
Tú yo estaremos allí presentes. En la mente de todos anidará un solo pensamiento: “¿Me salvé o no me salvé?” No nos va a importar
cuantos hay, cuantos no hay, sino si estamos a la derecha o estamos a la izquierda. Cada uno debe preguntarse: “¿Dónde estaré?” Y no
para asustarse tontamente. Porque no se trata de eso, sino simplemente de adivinar, con tu vida de hoy, dónde estarás el día de
mañana, en ese momento. Se podrían ofrecer cuatro preguntas a modo de test para adivinar de alguna forma si ese día estarás a la
derecha o a la izquierda. Ahí van las cuatro preguntas: Primera: ¿Qué te dice tu pasado? Por pasado entendemos tu vida desde que
tenías uso de razón, siete u ocho años, hasta finales del año anterior. Ese período será para unos más corto, para otros ya bastante
largo. Si una persona que no te conoce viera el vídeo de tu vida pasada, ¿qué podría concluir?: Esta persona, tal como ha vivido, sí se
va al cielo, o no se va al cielo, o no se sabe, porque parece que a veces sí quiere y a veces no, no se sabe. Puede suceder cualquiera
de las dos cosas.
¿Qué te dice tu pasado? Es importante consultar a ese período de vida ya vivido. A veces uno tiene que reconocer que ha bajado hasta
donde nunca pensó, o positivamente, que ha subido hasta donde nunca creyó llegar. En realidad, si viéramos en una pantalla de
televisión, en la mitad de ésta nuestro mejor día, y en la otra mitad nuestro peor día, nos asustaríamos de las dos cosas: Hasta dónde
hemos subido y hasta dónde hemos bajado. ¿Qué te dice tu presente? Por presente, tomemos este año en curso que estamos viviendo,
aunque no está todavía completo. Por ser el presente, aunque sea muy breve, es muy sintomático, porque es la vida que estás viviendo
ahora.
¿Cómo estás viviendo? ¿Podrías decir que este año es el mejor año de tu vida? ¿O tendrías que decir: ¡El peor de todos! O ni bueno ni
malo, un año mediocre. Tal como vas, ¿no hay problemas para estar ese día a la derecha, o sí los hay? Uno debe sacar la conclusión.
¿Qué te dice tu futuro ? ¿Cómo se puede adivinar el futuro? ¡Muy fácil! Si tú tienes unos hijos, unos nietos en primaria, y ves que desde
primer año sacan dieces, sabes que los seguirán sacando. A la inversa, aunque sea tu hijo o tu nieto, si pasa siempre con reprobados,
no crees que saque dieces ahora. Porque lo lógico es que siga con las mismas notas. A menos que haga un esfuerzo muy, muy notable,
que se da en pocos casos.
Por lo tanto, mirando al presente y al pasado, si has vivido como un santo, una santa, lo lógico es que lo sigas siendo, a menos que haya
un cataclismo. Y, si has vivido como un pecador o un mediocre, lo normal es que lo sigas siendo, a menos que haya un cambio muy
fuerte. Yo he visto algunos cambios así de fuertes, justo en unos ejercicios espirituales como éstos, en los que se ha dado un
parteaguas y donde una vida que iba directamente a la izquierda viró valientemente a la derecha, y sigue hacia la derecha.
Cuarta pregunta: ¿Qué te dice tu ambiente? Por ambiente tomemos algo muy amplio: todo lo que es tu entorno social, familiar, desde la
persona con la que te has casado, esa mujer o ese hombre, tu familia política, tus amistades, fiestas, viajes, lecturas, televisión; todo lo
que de alguna manera te afecta. ¿Puedes decir que, con ese ambiente, te estás mejorando cada vez, enderezando el rumbo hacia la
vida eterna feliz, o, al contrario; aunque tenías buenas ideas y te educaron cristianamente, con esas amistades, lecturas, viajes y
televisión, cada vez te desvías más hacia la eternidad infeliz? Por eso, es importante la pregunta: “¿Qué te dice tu ambiente?” Cuántas
veces se encuentra uno a personas que han dado un cambio positivo por sus amigos, sus amigas, el ambiente, o una lectura, o unos
ejercicios espirituales; y también un cambio negativo, cumpliéndose aquel dicho de: “¡Dime con quién andas y te diré quién eres!”
Con estas cuatro preguntas puede cada uno sacar la conclusión. Tal como vas, si no cambias, llegarás al infierno o, tal como vas, Dios
mediante y con su gracia, podrás estar ese día a la derecha.
Saquemos algunas conclusiones: El asunto más importante de la vida es exactamente éste: ¡Me salvé o no me salvé! Por eso Jesús le
contestó a Marta de esta manera solemne. Pero esa respuesta iba para Marta y para todos los demás, para todos nosotros: “Te
preocupas de demasiadas cosas. Hay una sola cosa necesaria: tú salvación eterna”.
Nadie va a resolver por ti este asunto. Yo he escuchado a algunos hombres muy seguros: “ Mi esposa es muy santa y ella se va a ir al
cielo y jalará de mí, de los hijos y de toda la familia...” ¡Eso no es cierto! Porque ella y otras personas podrán pedir por ti, podrán darte
buen testimonio, pero tú tienes que decir: ¡quiero! Te pongo un ejemplo del mismo Evangelio. Junto a Jesús, rumbo al Calvario, iban dos
bandidos: Dimas y Gestas. Los dos iban maldiciendo, los dos eran unos ladrones, posiblemente hasta asesinos. De pronto, uno de los
dos le dice a Jesús: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Jesús, olvidando reproches que le podía haber reclamado, le
dijo simplemente: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Uno se pregunta: ¿Se puede en el último momento cambiar? ¡Se puede! Y ahí esta el caso. La palabra de Jesús no puede fallar: “Hoy
estarás conmigo en el Paraíso”. Pero, ¿y el otro? Es una reflexión que se hace San Agustín: ¿Por qué uno sí y el otro no? Ahí vemos
claramente, cómo la misma gracia que recibió uno la pudo haber recibido el otro. Uno la acepta y el otro la rechaza.
Este asunto mucha gente no se lo plantea, y como no se lo plantea, cree que no existe el problema. Pues bien, uno durante la vida,
olvidándose de Dios, puede reírse de la religión o simplemente despreocuparse, por estar zambullido en los asuntos terrenos: el dinero,
el poder, el triunfo, etc. Llega la muerte, ¿y qué sucede? Algo que no se había planteado. Allí están con números rojos, porque
directamente se van con Dios que les va a hacer esta pregunta: “¿Qué hiciste de tu vida?”. Sacando las conclusiones de tu pasado y de
tu vida, la conclusión es: ¡No te has salvado!
La misericordia de Dios es más grande de lo que tú y el más optimista puedan imaginar, pero también Dios es justo, y no le da lo mismo
que luchemos, que nos esforcemos, o que digamos que el infierno no existe, y que nos vamos a salvar, aunque nos comportemos como
nos dé la gana. Eso es reírse de Dios, y en la Biblia está escrito que de Dios nadie se ríe.
Por tanto, uno se tiene que hacer en la vida esta pregunta, -no cuando ya no hay remedio, sino antes, cuando se puede remediar todo-:
¿me salvaré ó no me salvaré? Y no para ponerse tontamente triste o nervioso. Porque tú, si quieres, te vas a salvar; pero, si no quieres,
no te vas a salvar.
Repito que aquí no se trata de palabras: ¡Hechos! Te pongo el ejemplo de dos personas: grandes pecadores; uno se arrepiente y se
confiesa, y se arrepiente y vuelve a caer, y vuelve a arrepentirse, y vuelve a caer, y está el pobre cayéndo y levantándose. El otro, igual
de pecador, dice: “¿Confesarme yo? ¡Para nada! ¿Yo, arrepentirme? ¡No lo necesito! Me importa muy poco la religión.” Aparentemente
es la misma situación, los dos son grandes pecadores, pero Dios ve en el primero una lucha, un esfuerzo, se arrepiente, vuelve a caer y
se vuelve a levantar; al otro, no le importa; por lo tanto, hay una gran diferencia, y Dios la conoce.
Ante la pregunta:¿Me salvaré o no me salvaré? podría haber estas respuestas:
¡No me salvaré! El que lo diga es porque ha olvidado la misericordia de Dios, se ha desesperado totalmente. Por lo tanto no es una
respuesta cristiana. Entonces la otra: ¡Sí me salvaré! Sería una respuesta presuntuosa y muy peligrosa. Los santos son personas tan
humildes y tan prudentes que no opinan así. Pongo el caso de San Pablo: “¡No vaya a ser que yo ayude a otros a salvarse, y yo no me
salve; por eso me sacrifico, me esfuerzo y lucho!” Uno diría: “San Pablo, pero ¿cómo dices semejantes cosas? Él prefería -si ustedes
quieren- pasarse de humilde, pasarse de prudente. Igual que otros se pasan de imprudentes y de desprevenidos. Yo ya había oído a un
sacerdote que conozco y que para mí es un gran santo: “Todos los días pido la gracia de la perseverancia final”. Entonces, ¿qué vamos
a hacer nosotros que no somos santos? ¿Nunca pedirla, nunca esforzarnos, creer que nos la van a dar gratis? ¡Eso no es cierto!
Entonces, ¿cuál es la respuesta? La única es: “No sé si me salvaré”, que quiere decir: “quiero salvarme, voy a luchar, confío en Dios,
voy a poner los medios, pero no tengo el boleto ahora en la mano; lo iré ganando poco a poco con mi esfuerzo o con mi arrepentimiento,
con mis deseos de cambio, con mis sacrificios espirituales, con mis obras de caridad, con mi apostolado, etc.
Si yo me quiero salvar, ¿qué debo hacer? Antes de responder, te felicito porque ya dices: quiero salvarme. Porque hay muchos a
quienes, si les haces la pregunta, quién sabe que te van a responder; a lo mejor se ríen, a lo mejor dicen: “Por qué me preguntas eso?”
Es una tontería.
Medios hay. Lo primero, tomarse en serio la salvación eterna: No puede uno jugar con lo más importante. Y no empecemos como aquel
señor que decía: “Yo me voy a arrepentir, cuando me vaya a morir”. Bueno, se ve que este señor sabe cuándo se va a morir y ha puesto
en su agenda: ¡tal día! Y no dos días, ocho días antes irá a ejercicios espirituales, para prepararse a la buena muerte. Eso suponiendo
que supiera el día de su muerte.
Y en ese caso, ¿para qué es la vida? ¿para echarla toda a perder menos el último pedacito? ¿Para eso es la vida?
Por lo tanto, tomar en serio, y tomar en serio significa evitar el pecado, luchar para evitar el pecado. Porque uno puede decir: “Es que
soy débil y caigo”. ¿Y no hay un sacramento -que por desgracia está hoy muy abandonado- que se llama la confesión, que la inventó el
mismo Jesucristo para decirnos: “El que caiga allí tiene forma de levantarse, el que me ofenda tiene manera de ser perdonado?”
¡Cuántos bendicen desde el cielo ese maravilloso sacramento de la misericordia! Porque gracias a él están allá. Porque se podría decir
que sí hay santos que no han cometido nunca un pecado mortal, pero serán los menos; la mayoría tenemos que pasar por el
sacramento de la misericordia, si algún día queremos estar en el cielo.
La segunda forma de conseguir el cielo sería esta: Confiar, confiar, y confiar absolutamente en Jesucristo Crucificado y en María
Santísima, nuestra Madre. Un Dios que ha muerto crucificado por mí, para salvarme, ¿qué no estará dispuesto a hacer para lograr esa
salvación?¨ Pero siempre y cuando yo le deje... ¿Ustedes creen que a Jesucristo le faltaron ganas de salvar a Judas, siendo uno de sus
doce íntimos? Lo vemos en el Evangelio: ¡Cuantos medios le ofrece para salvarse, hasta el último instante! Y Judas nunca, ni en los
últimos momentos, aceptó. He ahí un caso dramático que nos tiene que hacer pensar. Porque Pedro lo negó, pero se arrepintió, y no
pasó nada, siguió siendo el primer Papa. Algunos atacan diciendo: “Algunos Papas han fallado”. Pues bien, el primero -y no elegido en
cónclave sino a dedo por Cristo- le falla de una manera terrible, negándolo en público tres veces; pero aquél hombre tenía capacidad de
arrepentimiento, y lloró su pecado. Jesús le perdona y le restituye en el puesto. De esa manera nos quería decir: “Trabajo con hombres
débiles, no busco que sean impecables, sino que sean humildes, que tengan capacidad de arrepentimiento, y con esto pueden trabajar
conmigo”.
La tercera forma es -no sé si te ha ocurrido- ayudar a otros para que vayan al cielo. Cuando uno consigue x boletos de un grupo es muy
fácil que le regalen en la propia agencia su boleto. De seguro que has viajado alguna vez gratis, de esa manera. Es decir, tú trabajas
para la compañía, la compañía trabaja para ti. Si tú trabajas por la compañía del Reino de los cielos llevando no a Europa sino a la vida
eterna a muchas almas, no te va a decir Dios: “¡Pues, lo siento mucho, tú trajiste mucha gente pero te quedas fuera!” No, más bien, te
dirá: “Tú pasa primero, tú has traído muchas almas, que es lo que a mí más me interesa. ¡Pasa tú primero!”
Lo triste sería que, al llegar allá, te digan: “¿Tú, a quién salvaste?”
-A nadie.- En mi caso, como sacerdote, si voy solo, no hay boleto, porque supuestamente me hice sacerdote para salvar a otros. Si no
los salvo, me van a decir: “¡A cualquier otro sitio, pero no al cielo!”. Y, por eso, me hago esta reflexión: Ojalá que esta predicación de
ejercicios espirituales, que va con la buena intención de ayudar a otros a ir al cielo, a mí me ayude un poquito para facilitar mi boleto a la
vida eterna.
Por lo tanto, ¿cómo salvar a otros? ¿Sabes rezar por los demás, sabes hacer sacrificios por los demás?, ¿sabes dar buen testimonio de
fe, de caridad, de bondad con los demás?, ¿sabes hacer algún tipo de apostolado, dar catequesis, algo con lo que ayudes a tus
hermanos?
Podrías reprobar el examen del Juicio Universal: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”, o aprobarlo. Por lo
tanto, los que se preocupan por los demás van asegurando su boleto para la vida eterna.
Quisiera terminar con unas frases del mismo Jesús, que remachan y recalcan esta idea. Con esto se demuestra que la frase de lo único
necesario no fue una frase que se le ocurrió a Jesús en ese momento para salvar la situación de Marta y María, es algo que llevaba en
el corazón como Dios y como hombre, y tanto que a Él le costó su vida, una vida que fue terriblemente truncada en un madero, en una
cruz. “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” Es la misma frase dicha de otra manera: “Si pierde uno lo
necesario, ¿de qué le sirve tener todo lo demás”? Y esta otra frase también de Él: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo
lo demás se os dará por añadidura” .
Como conclusión quiero referirme a un caso que le sucedió a un sacerdote. Una niña le dijo un día: “¿Puede ir a atender a mi papá?”
Fue. El señor estaba muy alegre, a pesar de encontrarse en terapia intensiva. El sacerdote iba de negro y los doctores y enfermeras
iban de blanco. Sabía desde el primer instante quién era y a qué iba.
Hablaron de todas las tonterías de las que se puede hablar con un enfermo grave: de la ONU, de Estados Unidos, no sé cuantas cosas,
y, al final -pues invitan también a los sacerdotes a salir- él, por si no se había dado cuenta, le dijo: “Bueno, si algo se le ofrece, aquí
estoy...” El enfermo repuso: “Mire, yo me siento muy bien, creo que saldré del hospital, y luego hablamos”. El sacerdote no podía obligar
a un enfermo a hacer lo que debía hacer. Se fue, lo encomendó a Dios. Pasó un mes, y nunca le llamó. Regresó al hospital, y ese
mismo día murió. Yo sé que la misericordia de Dios es infinitamente más grande de lo que tú o yo podemos imaginar, pero la duda de si
esa persona realmente alcanzó a arrepentirse, no se la quita nadie.
Por eso, el “después hablamos” ... ese “después” puede ser la guillotina que de un tajo parta la vida en dos, puede ser la propia condena
a muerte. “Después hablamos”...
Preguntas o comentarios al autor P. Mariano de Blas LC
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