ARL I Cuaresma B

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Contiene:
- ARL I Cuaresma B
- PAGOLA 1 Cuaresma B
- Domingo I de Cuaresma
- Semana del 22 al 28 de febrero de 2015
ARL I Cuaresma B
Hoy, al iniciar la Cuaresma, la Iglesia nos recuerda eestas palabras de Jesús: “El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el evangelio,”; se inicia un
nuevo camino cuaresmal, camino que no es repetición, ni simplemente un rito, pues adentrarse
en el misterio de la redención del hombre realizada por el Hijo de Dios, es un camino siempre
nuevo, como son nuevas las jornadas de nuestra vida y de nuestra historia: vida e historia de
hombres y mujeres que tienen necesidad de la salvación que viene de Dios.
Por eso la liturgia hoy pone en nuestros labios y más en nuestro corazón, estas palabras: “Oh
Dios, Padre nuestro, concédenos que por la práctica anual de la Cuaresma, progresemos en el
conocimiento del misterio de Cristo y vivamos en conformidad con él”. (Liturgia)
Crecer en el conocimiento del misterio de Cristo, también es crecer en el conocimiento del
misterio del hombre, creatura espléndida que Dios hizo a su imagen, creatura amada más que
ninguna otra, aún cuando, con la desobediencia se puso contra Dios, aceptando la insidia del
tentador. En aquel momento ya tan lejano pero siempre presente en la vida de cada uno, Dios se
volvió al tentador maldiciéndolo y asegurando la salvación del hombre, que volvería a su
Creador: “… maldito seas, yo pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la
suya: ella te aplastará la cabeza mientras tú le atacarás al talón. “ (Gen 3, 15). Es el drama del
hombre, de su libertad, de su historia contaminada por el mal, por el dolor y por la muerte; es la
historia de todos y de cada uno, hombre o mujer, de cualquier tiempo.
Pero en esta atormentada y, a veces, angustiosa experiencia, en la “plenitud de los tiempos”,
Dios ha bajado entre los hombres en la persona de Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, para
compartir toda nuestra historia, darle cumplimiento y sanarla, reconciliándola definitivamente
con el Padre.
Este es el sentido de las palabras de Jesús que este domingo nos repite una vez más la Iglesia: “el
tiempo se eha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el evangelio”.
En un tiempo ya iluminado por la presencia y por las palabras de Jesús, señal inconfundible de la
presencia del Reino de Dios entre nosotros, se hace siempre más urgente la necesidad de cambiar
rumbo, para caminar con decisión sobre las huellas de Cristo, confiados en él, iluminados por la
gracia de su palabra, Verdad que nunca nos falla.
Así tenemos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, cuarenta días de reflexión más profunda, de
ayuno, -no solo alimenticio-, y de oración más intensa, para adentrarnos en el misterio de Cristo
que nos ofrece la redención, y para reconocer en nuestra vida esas zonas áridas, oscuras,
enfermas, que tienen necesidad de ser sanadas, salvadas, reconciliadas con Dios, con nosotros
mismos y con el prójimo, y presentarlas a él que es nuestro Camino y nuestra Vida.
Repitiendo la experiencia de Cristo en el desierto, de la que hoy nos habla el Evangelio, la
persona realiza un peregrinar interior hacia aquel que es la fuente de la misericordia; un
peregrinar en el que él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza,
sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa e inmensa de la Pascua.
El Hijo de Dios también ha hecho experiencia del desierto, y todavía más, ha hecho experiencia
de la tentación; san Marcos nos lo dice con pocas e incisivas palabras: “el Espíritu empujó a
Jesús hacia el desierto y ahí permaneció cuarenta días, tentado por Satanás…” Jesús, pues,
hace experiencia del desierto, de la áspera soledad que este conlleva y en el cual se enfrenta a la
tentación, la original, que es el riesgo de una opción fundamental autónoma de parte del hombre,
que se la pone como determinación absoluta; un mecanismo grandioso pero cargado de
incógnitas, las de una libertad vivida sin referencia a Dios, y todavía más, contra de él: un riesgo
abismal que lleva, inevitablemente, a una profunda soledad, con el sentido de angustia que la
acompaña y el riesgo de divagar por toda la existencia.
Así, el Hijo de Dios, conducido por el Espíritu al desierto, vive el mismo drama de los primeros
padres, que también lo fue del pueblo elegido durante la marcha por el desierto; Jesús, en la
soledad, frente al Padre, solicitado por las propuestas del tentador, toma conciencia de su destino
de hombre y de la misión de Hijo; él es el Mesías prometido, el que habrá de reconciliar a la
humanidad con el Padre, pero tendrá que pagar el precio como “cordero” del rescate, y acepta el
proyecto salvífico del Padre.
Ahora, vencido el demonio de la tentación, él está listo para el anuncio de la salvación y también
el desierto se transforma; es lo que se entrevé en la breve anotación de san marcos que dice:
“estaba con la fieras y los ángeles le servían”. Así, el desierto, de lugar áspero e inhóspito, que
evoca angustia, soledad, fatiga y lucha, se convierte en lugar de paz y de armonía, en ese habitar
con las fieras, ya no amenazadoras sino amigables, como en aquella visión de Isaías… (Is 10, 110)
Hay otra imagen del desierto que, por la presencia de Cristo, se convierte en lugar de escucha, de
encuentro y de recuperada familiaridad con Dios; es un desierto florecido, fecundo, feliz, que
evoca la armonía original, en la espera de la final, cuando serán los cielos nuevos y la tierra
nueva y, finalmente, Dios será todo en todos. No es una aspiración utópica, sino el tiempo nuevo,
el tiempo de la misericordia y de la redención inaugurado por Cristo; de aquí en adelante el
hombre será llamado a confiarse en él, a poner en él su confianza, aceptando plenamente el don
de la redención.
Este es el sentido de un tiempo fuerte de reflexión, un tiempo en el que, si queremos en verdad
conocer con mayor claridad nuestro misterio humano, a la luz del misterio del Hijo de Dios,
hecho hombre por nosotros, tendremos que hacer desierto en nosotros, en nuestra vida de cada
día, en nuestras ocupaciones y preocupaciones, poniendo en orden nuestras prioridades, haciendo
mayor espacio a Dios, un espacio interior que, excluyendo todo lo superfluo se abra a la
aceptación de su palabra y de su gracia, Palabra y Gracia que hemos de contemplar, de disfrutar,
de profundizar, que hemos de amar, para que nuestra vida florezca en el seguimiento de Cristo.
Este es el sentido del ayuno, no simple ni principalmente un abstenerse de ciertos alimentos, sino
abstenerse de todo aquello que nos distrae de Dios y aturde nuestro tiempo con falsos valores e
intereses, que no dan fruto a nuestro espíritu. Es un camino no fácil, ni simple, sobretodo en
nuestro tiempo, lo sabemos bien; pero no por esto imposible, sobre todo si intensificamos la
oración, oración no simplemente “dicha”, sino una oración silenciosa y profunda, la oración del
corazón que es deseo de Dios y que a él pide luz y gracia como nos sugiere hoy el salmista.
“Muéstrame, Señor, tus caminos,
enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi salvador. .
El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
Él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres”.
Es la invocación que debe marcar y acompañar nuestro esfuerzo cuaresmal por conocer el
misterio de Cristo, para testimoniarlo después con un serio comportamiento en nuestra vida, que
sea testimonio creíble, y anuncio del Evangelio que, siempre, es el único camino de salvación.
“Cristo padeció una vez por los pecados, -el justo por los injustos-, para que, entregado a la
muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios” Y por el Espíritu de
Cristo resucitado deseamos y pedimos ser iluminados, vivificados y guiados en el tiempo y hacia
la meta última de la completa comunión con el Padre en la Pascua eterna que nos espera.
Fr. Arturo Ríos Lara, OFM
Roma 22 de febrero de 2015
EMPUJADOS AL DESIERTO
José Antonio Pagola
Marcos presenta la escena de Jesús en el desierto como un resumen de su vida. Señalo algunas
claves. Según el evangelista, «el Espíritu empuja a Jesús al desierto». No es una iniciativa suya.
Es el Espíritu de Dios el que lo desplaza hasta colocarlo en el desierto: la vida de Jesús no va a
ser un camino de éxito fácil; más bien le esperan pruebas, inseguridad y amenazas.
Pero el «desierto» es, al mismo tiempo, el mejor lugar para escuchar, en silencio y soledad, la
voz de Dios. El lugar al que hay que volver en tiempos de crisis para abrirle caminos al Señor en
el corazón del pueblo. Así se pensaba en la época de Jesús.
En el desierto, Jesús «es tentado por Satanás». Nada se dice del contenido de las tentaciones.
Solo que provienen de «Satanás», el Adversario que busca la ruina del ser humano destruyendo
el plan de Dios. Ya no volverá a aparecer en todo el evangelio de Marcos. Jesús lo ve actuando
en todos aquellos que lo quieren desviar de su misión, incluido Pedro.
El breve relato termina con dos imágenes en fuerte contraste: Jesús «vive entre fieras», pero «los
ángeles le sirven». Las «fieras», los seres más violentos de la creación, evocan los peligros que
amenazarán siempre a Jesús y su proyecto. Los «ángeles», los seres más buenos de la creación,
evocan la cercanía de Dios que bendice, cuida y defiende a Jesús y su misión.
El cristianismo está viviendo momentos difíciles. Siguiendo los estudios sociológicos, nosotros
hablamos de crisis, secularización, rechazo por parte del mundo moderno… Pero tal vez, desde
una lectura de fe, hemos de decir algo más: ¿No será Dios quien nos está empujando a este
«desierto»? ¿No necesitábamos algo de esto para liberarnos de tanta vanagloria, poder mundano,
vanidad y falsos éxitos acumulados inconscientemente durante tantos siglos? Nunca habríamos
elegido nosotros estos caminos.
Esta experiencia de desierto, que irá creciendo en los próximos años, es un tiempo inesperado de
gracia y purificación que hemos de agradecer a Dios. Él seguirá cuidando su proyecto. Solo se
nos pide rechazar con lucidez las tentaciones que nos pueden desviar una vez más de la
conversión a Jesucristo.
Domingo I de Cuaresma (B)
(Domingo 22 de febrero de 2015)
LECTURAS
Alianza de Dios con Noé, liberado del diluvio
Lectura del libro del Génesis 9, 8-15
Dios dijo a Noé y a sus hijos:
«Yo establezco mi Alianza con ustedes, con sus descendientes, y con todos los seres
vivientes que están con ustedes: con los pájaros, el ganado y las fieras salvajes; con todos los
animales que salieron del arca, en una palabra, con todos los seres vivientes que hay en la tierra.
Yo estableceré mi Alianza con ustedes: los mortales ya no volverán a ser exterminados por las
aguas del Diluvio, ni habrá otro Diluvio para devastar la tierra».
Dios añadió: «Éste será el signo de la Alianza que establezco con ustedes, y con todos los
seres vivientes que los acompañan, para todos los tiempos futuros: Yo pongo mi arco en las
nubes, como un signo de mi Alianza con la tierra. Cuando cubra de nubes la tierra y aparezca mi
arco entre ellas, me acordaré de mi Alianza con ustedes y con todos los seres vivientes, y no
volverán a precipitarse las aguas del Diluvio para destruir a los mortales».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 24.4-5b. 6. 7b-9
R. Tus senderos, Señor, son amor y fidelidad.
Obien:
Guía nuestros pasos, Señor, por el camino de la paz.
Muéstrame, Señor, tus caminos,
enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi salvador. R.
Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor,
porque son eternos.
Por tu bondad, Señor,
acuérdate de mí según tu fidelidad. R.
El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
Él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres. R.
Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pedro 3, 18-22
Queridos hermanos:
Cristo padeció una vez por los pecados —el justo por los injustos—para que, entregado a la
muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios. Y entonces fue a hacer
su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios
esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos —ocho en
total— se salvaron a través del agua.
Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en
la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia
pura, por la resurrección de Jesucristo, que está a la derecha de Dios, después de subir al cielo y
de habérsele sometido los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades.
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN
Mt 4, 4b
El hombre no vive solamente de pan,
Sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
EVANGELIO
Fue tentado por Satanás y los ángeles le servían
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 12-15
El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta
días. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.
Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena
Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca.
Conviértanse y crean en la Buena Noticia».
Palabra del Señor.
Guión para la Santa Misa
I DOMINGO DE CUARESMA (2015)
ENTRADA:
El Santo tiempo de Cuaresma conmemora los días que pasó el Señor en el desierto, en oración
ante el Padre. Preceden a la Cruz y a la gloriosa Resurrección. Lo acompañaremos en este
camino; es necesario acoger la gracia de la conversión para acercarnos a Dios y vivir en
intimidad con Él.
LITURGIA DE LA PALABRA:
1ª. LECTURA: Gen9,8-15
En su infinita misericordia Dios, establece para siempre una alianza con los hombres.
2ª. LECTURA: I Pe 3,18-22
Por los padecimientos del Señor somos salvados.
EVANGELIO: Mc 1,12-15
El Señor se somete a las tentaciones y las vence, dándonos ejemplo de fidelidad al Padre y del
triunfo de la gracia.
PRECES:
Oremos humildemente a Dios Padre para que toda la Iglesia se libre de la servidumbre del
pecado y se prepare a renacer con Cristo a una vida nueva.
A cada intención respondemos cantando….
+Por todos los cristianos, para que en este tiempo de cuaresma renovemos nuestros sinceros
deseos de conversión. Oremos.
+Por quienes tienen responsabilidades en la vida social y política, para que comprendan su
misión de servicio y actúen con prudencia sobrenatural en los asuntos terrenos. Oremos.
+Por los que atentan contra la vida inocente, contra la vida no nacida, y los que promueven la
violencia, para que abandonen su camino de pecado y vuelvan al Señor. Oremos.
+Por todos nosotros, para que fortalecidos por la victoria de Cristo sobre las tentaciones
venzamos el pecado que nos acosa y obremos siempre el bien. Oremos.
Señor, Tú que recibes al hombre arrepentido con misericordia paternal, escucha con
bondad nuestras súplicas. Por Jesucristo nuestro Señor.
LITURGIA DE LA EUCARISTIA
-OFERTORIO: “El amor del Señor nos urge”, junto con nuestros corazones presentamos:
Cirios, símbolo de la única luz que ilumina el alma, Cristo Jesús.
Pan y Vino, frutos del trabajo del hombre, que se convertirán en el Sacratísimo Cuerpo del
Señor.
COMUNIÓN: En el SSmo. Sacramento está el Señor, esperándonos para renovar su alianza de
amor con nosotros. Acudamos a Él con humildad y confianza reconociéndonos necesitados de su
gracia.
SALIDA: Acompañemos a Ntra. Señora de los Dolores, que padeció por su Hijo y por nuestros
pecados. Consolemos su corazón.
NOTA SOBRE LAS LECTURAS DE CUARESMA
Ordenación de las lecturas para el Tiempo de Cuaresma
Tomando como punto de partida los nº 97 y 98 de los Prenotanda del Leccionario, donde
se explica la ordenación de las lecturas para el Tiempo de Cuaresma, presentamos una visión de
conjunto de estas lecturas.
El Primer Domingo de Cuaresma, en los tres ciclos, se lee el texto donde se narran las
tentaciones de Cristo: en el Ciclo A, según S. Mateo; en el Ciclo B (el actual), según San
Marcos; en el Ciclo C, según San Lucas. Por lo tanto, y teniendo en cuenta la intención de la
Iglesia manifestada en esta ordenación, es necesario predicar sobre las tentaciones de Cristo, aun
cuando no tomemos estrictamente el texto de San Marcos, sino que nos dejemos guiar por los
textos de los otros dos evangelistas. El nexo entre la Primera Lectura (el pacto de Dios con Noé
después del diluvio) y el evangelio, está en el hecho de que se establece una alianza entre Dios y
el hombre: con Noé, que permanece fiel a la palabra de Dios, después de la prueba del diluvio;
con Jesucristo (y, en Él, con toda la humanidad), después de las pruebas de las tentaciones. Una
vez vencidas estas tentaciones, a través de la fidelidad a la palabra de Dios, su ligamen con Dios,
su pacto con Dios, sale fortalecido.
El Segundo Domingo de Cuaresma, en los tres Ciclos, se lee el texto de la
Transfiguración de Jesús, según el evangelista correspondiente a cada ciclo. El sentido de este
evangelio en este domingo de Cuaresma es el mismo que tiene en el contexto de los evangelios
sinópticos: preparar, mediante la manifestación de un destello de su divinidad, a los que serán
testigos de su máxima humillación. Es un domingo de aliento a recorrer con valentía el camino
de la cruz, vislumbrando ya el triunfo definitivo.
En los tres domingos de Cuaresma que siguen los evangelios a leer se diversifican. En el
Ciclo A, concentrado todo él en el camino de iniciación cristiana en función del Bautismo, se
leen los evangelios de la samaritana, del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro. De
esta manera, en el Ciclo A, estos tres domingos pueden recibir un título: el domingo III es el
Domingo del Agua; el domingo IV es el Domingo de la Luz; el domingo V es el Domingo de la
Vida.
Pero es muy importante tener en cuenta que estos evangelios del Ciclo A pueden leerse
también en los otros dos Ciclos. Dicen textualmente los Prenotanda: “Pueden leerse también en
los años B y C, sobre todo cuando hay catecúmenos” (nº 97). Por lo tanto, queda a elección del
celebrante el escogimiento de las lecturas.
En el Ciclo B, los evangelios de los tres últimos domingos tienen como tema principal “la
futura glorificación de Cristo por su cruz y resurrección” (Prenotanda, nº 97). Para esto se usarán
tres textos de San Juan, cuyo evangelio entero tiene como tema central la glorificación de Cristo,
es decir, la manifestación de su divinidad, a través de su pasión, muerte, resurrección y ascensión
a la derecha del Padre.
En el domingo III del Ciclo B, entonces, se lee Jn.2,13-25 donde se narra la expulsión de
los mercaderes del templo. Pero el texto central, el que debiera ser objeto de predicación, es la
frase que interpreta el hecho de la expulsión de los mercaderes: “Destruid este templo y en tres
días lo levantaré” (Jn.2,19). Jesucristo es el nuevo y verdadero templo de la divinidad, y será
glorificado luego de su destrucción, es decir, después de su pasión y muerte, en la resurrección y
ascensión.
En el domingo IV del Ciclo B se lee Jn.3,14-21. Allí se dice: “Como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea
tenga por él vida eterna” (Jn.3,14-15). Y luego se explica, en el estilo del evangelista San Juan,
en qué consiste la Redención. La serpiente levantada en lo alto es símbolo de la cruz de Cristo,
que dará vida eterna a través de la glorificación de la resurrección.
En domingo V del Ciclo B se lee Jn.12,20-33: “Ha llegado la hora de que sea glorificado
el Hijo de hombre.En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”. Otra vez presente, de una manera clara, el tema de
la muerte y glorificación de Cristo.
En el Ciclo C, en los tres últimos domingos, se leen “unos textos de san Lucas sobre la
conversión” (Prenotanda, nº 97).
Resumiendo lo dicho hasta aquí podríamos decir que, según el pensamiento de la Iglesia,
la Cuaresma, si atendemos a la ordenación de las lecturas, tiene dos fases bien determinadas: la
primera, constituida por los dos primeros domingos; la segunda, por los tres últimos domingos.
La primera fase, para los tres Ciclos, se identifica con la prueba y la gloria del cielo, las
tentaciones de Cristo y la Transfiguración. La segunda fase tiene una palabra clave para cada
Ciclo: Ciclo A: catequesis bautismal; Ciclo B: glorificación de Cristo; Ciclo C: conversión.
Respecto a las primeras lecturas y a las lecturas del Apóstol en los domingos de
Cuaresma, los Prenotanda dicen estas interesantes palabras: “Las lecturas del Antiguo
Testamento se refieren a la historia de la salvación, que es uno de los temas propios de la
catequesis cuaresmal. Cada año hay una serie de textos que presentan los principales elementos
de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la nueva alianza. Las lecturas del Apóstol
se han escogido de manera que tengan relación con las lecturas del Evangelio y del Antiguo
Testamento y haya, en lo posible, una adecuada conexión entre las mismas” (nº 97). Estas
palabras pueden ayudarnos mucho para entender el nexo entre las lecturas y, por tanto, para
encontrar el gozne central sobre el que gire cada una de nuestras predicaciones.
De esta manera tenemos una visión de conjunto de los evangelios de toda la Cuaresma.
Según esta visión de conjunto podemos planear nuestras predicaciones, previendo desde ahora
las aplicaciones a la realidad concreta, subrayando o insistiendo sobre los aspectos teológicos o
pastorales que nos parezcan necesarios de acuerdo a los oyentes.
Respecto a los textos del leccionario para las ferias transcribimos textualmente lo que
dicen los Prenotanda: “Las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento se han escogido de
manera que tengan una mutua relación, y tratan diversos temas propios de la catequesis
cuaresmal, acomodados al significado espiritual de este tiempo. Desde el lunes de la cuarta
semana, se ofrece una lectura semi-continua del Evangelio de san Juan, en la cual tienen cabida
aquellos textos de este Evangelio que mejor responden a las características de la Cuaresma.
Como las lecturas de la samaritana, del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro ahora
se leen los domingos, pero sólo el año A (y los otros años sólo a voluntad), se ha previsto que
puedan leerse también en las ferias; por ello, al comienzo de las semanas tercera, cuarta y quinta
se han añadido unas “Misas opcionales” que contienen estos textos; estas Misas pueden
emplearse en cualquier feria de la semana correspondiente, en lugar de las lecturas del día. Los
primeros días de la Semana Santa, las lecturas consideran el misterio de la pasión. En la Misa
crismal, las lecturas ponen de relieve la función mesiánica de Cristo y su continuación en la
Iglesia, por medio de los sacramentos” (nº 98).
Exégesis
Joseph M. Lagrange, O. P.
JESÚS ES TENTADO
La tentación de Jesús no forma parte de su ministerio público: la escena se verificó sin
testigos, entre Jesús y Satanás. Ninguna influencia ejerció en la opinión que el pueblo pudo
formarse de la personalidad, del carácter y de la misión del predicador del reino de Dios. Los
tres primeros evangelistas, especialmente san Mateo y san Lucas, pensaron, sin embargo, que
proyectaba cierta luz sobre todo su ministerio, y sin duda por esto la reveló Jesús a sus
discípulos. Debemos, pues, meditar este episodio para mejor comprender el modo cómo los
apóstoles y los primeros discípulos concibieron la empresa de establecer el reino de Dios.
Es un pensamiento piadoso tan útil como verdadero ver en la tentación rechazada por Jesús la
prueba de su condescendencia, la realidad de su naturaleza tan semejante a la nuestra, y un
ejemplo y un esfuerzo en la lucha. Todo esto se halla en lo que dice la Epístola a los Hebreos:
«Porque en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los tentados...,
porque no tenemos un Pontífice que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas; para
asemejarse a nosotros experimentó todas las pruebas excepto el pecado» (Hb 2, 18; 4, 15).
Pero si el Salvador debió servirnos de modelo, si quiso ser de nuestra sangre, si permitió a
Satanás que le tentase en su cualidad de hombre, el resultado de esta lucha fue una gloriosa
victoria después de un combate singular. Satanás lo vio dispuesto a fundar el reino de Dios, y
temiendo que fuese el fin de su propio reino, creyó posible apartar a Jesús de su empresa, o más
bien, le tendió lazos para hacerle entrar por una senda por donde habría lamentablemente ido a
robustecer su propio imperio.
¡Extrañas concepciones para el modo de ser de nuestros contemporáneos! Es cierto, sin
embargo, que aun después de tantos siglos de Cristianismo, los males del mundo son muy
grandes, a juicio de aquellos que tienen por mal lo que contraría la voluntad de Dios. Los
antiguos persas, a quienes siguieron después los maniqueos, estaban tan admirados del
desbordamiento del mal, que el mundo estaba para ellos como en lucha entre dos potencias casi
iguales: el Dios del Bien y el Dios del Mal, que seguirían entre alternativas de triunfos y
derrotas hasta que sobreviniera en un lejano porvenir el triunfo definitivo del bien.
¿Participarían los judíos de esta creencia tan claramente incompatible con las nociones más
elementales, de que todo pertenece al Bien Infinito, único Criador, único Señor, único Poseedor
del Ser, que no puede pertenecer a otros sino en forma reducida? Así lo piensan y lo dicen
algunos hoy, haciendo a los judíos adeptos del dualismo; Dios, señor soberano del cielo, y
Satanás, rey de la tierra.
En realidad, sabían muy bien los depositarios de la revelación que Dios es el único Señor de
todo, creyendo, sin embargo, en la existencia del mundo de los espíritus, unos buenos, los
ángeles, y otros malos, los demonios, de los cuales Satanás es su jefe. Éste era el tentador por
excelencia, el que había seducido a Eva y, mediante ella, hecho caer a Adán. Desde este primer
triunfo no había cesado de trabajar por ir alejando a los hombres de Dios y arrastrarlos al mal:
sus triunfos fueron la medida de su dominación. Dondequiera que los hombres adoraban a los
dioses que no eran el único y verdadero Dios, Satanás reinaba y era el verdadero señor.
No es éste el lugar propio para probar esta creencia, que es también la de los cristianos. Si se
niega la acción de los espíritus malos, sobre todo en la idolatría, será preciso explicar por qué el
hombre antiguo era tan inferior a sí mismo en lo concerniente a la religión, cómo la tiranía de
dos divinidades, cuya existencia nadie probara, ha podido obtener de los cartagineses que
hicieran perecer en las llamas a sus propios hijos y de los griegos de la gran época de Pericles,
que rindiesen culto divino a licenciosas divinidades, parodiadas de vez en cuando en la escena
teatral.
Para los israelitas, todos estos cultos, siempre sangrientos e infames, aunque muchas veces
adornados de incomparable encanto humano, eran una aberración, pero tenía su causa: la tiranía
ejercida por Satanás. Satanás merodeaba en torno de este pequeño reino de Dios, que era la
tierra de Israel y hasta lo invadía y disputaba palmo a palmo el terreno. Allí, sin embargo, se
decía que Dios iba a reinar sobre toda la tierra y que un instrumento de este reinado iba a entrar
en escena. Jesús parecía destinado a esta misión. ¿Sería el Mesías? ¿El Hijo de Dios? ¿El
elegido de Dios? Era necesario intervenir. Es de creer que este prólogo dialogado, representado
en una esfera misteriosa, en el desierto, pero con Satanás como protagonista, y de donde
derivaría el desenlace del drama terrestre entre los hombres, esta decisión anticipada de lo que
será la obra de salvación por la derrota de nuestro adversario, es un acontecimiento simbólico
que encierra un secreto importantísimo para nosotros. Es así, empleando una comparación
forzosamente inexacta, cómo en ciertos prólogos de Eurípides se introduce un personaje divino,
que explica por adelantado las peripecias de la tragedia y señala su moralidad.
Jesús, inmediatamente después del bautismo, según se ve en los sinópticos, y antes de dar
principio a su ministerio, fue conducido al desierto por el Espíritu que le impulsaba a obrar, y,
según san Mateo, especialmente para ser tentado del demonio. Estamos seguros del desenlace,
porque el Espíritu debía permanecer vencedor. No intentaron, ciertamente, los evangelistas
poner en ridículo al demonio, pues nadie es poderoso contra Dios. Aunque sus tentaciones son
espantosas, no tiene poder bastante para forzar la voluntad. Podemos decir que sin la
complicidad de nuestro corazón, saldría siempre desarmado. Procura seducirnos y arrastrarnos
para la pendiente por la que el hombre resbala antes de caer. Sabe bien que si Jesús es
verdaderamente Hijo de Dios, ninguna tentación prendería en Él, y ni siquiera lograría
impresionarle. Pero, si Él se cree Hijo de Dios sin serlo, ¿no estaba ya mordido por el orgullo?
Provocado por una cuestión presentada con habilidad, ¿no respondería a ella manifestando
prontamente su poder para con Dios? El objeto de la tentación se lo ofrecen las circunstancias.
Fue una lucha larga y tenaz, pero no conocemos más que los últimos ataques. Jesús había
ayunado, como animoso atleta; después de cuarenta días, tuvo hambre. Entonces le dice el
tentador: «Si eres Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan». Deseo demasiado
ardiente de satisfacer una necesidad, por otra parte legítima, recurso a un poder sobrenatural por
interés personal; diligencia para defenderse contra su provocación indiscreta, eran otros tantos
móviles para desplegar la virtud de hacer milagros y comenzar el reino de Dios a despecho del
eterno contradictor. Los móviles eran imperfectos, y así Jesús responde: «Escrito está: no sólo
de pan vive el hombre». Frase enigmática, como lo son muchas veces los textos de la Escritura
citados por los rabinos, cuya aplicación, al caso propuesto, no se ve a primera vista. San Mateo
lo aclara algún tanto, dando la continuación del texto: «Sino también de toda palabra que sale de
la boca de Dios».
El hombre no ha de proveer solamente, y a toda costa, a su alimentación; debe, ante todo, seguir
el orden manifestado por Dios. La negativa es clara, Jesús no intervendrá indiscretamente,
haciendo servir a sus propios intereses, o a la satisfacción de su apetito, o a la vanagloria, el
poder que había recibido de Dios.
Jesús cita la Escritura, ¡quién no le da importancia! También el demonio la conoce y la aduce
igualmente para forzar a su adversario a descubrir su intención. Lo conduce al pináculo del
Templo. El pueblo, reunido en los atrios, iba a presenciar un maravilloso espectáculo: a un
hombre que se arroja al valle del Cedrón desde aquella vertiginosa altura. «Si eres Hijo de Dios,
dijo el Demonio, arrójate, porque escrito está que te mandará a sus ángeles y te tomarán en sus
manos para que tu pie no se haga daño contra la piedra». Si tan tierno era el cuidado de Dios
para con los hijos de Israel, ¡cuánto más cuidadoso sería para con su Hijo muy amado! Sí, pero
Dios, tan bueno para quienes confiadamente se arrojan en sus manos, es severo para aquellos
que, imprudentes, le requieren para que acuda en su favor. También estaba en la Escritura: «No
tentarás al Señor tu Dios». La respuesta era de maravillosa oportunidad. Pero, en fin, los rabinos
eran maestros en barajar textos. Si Jesús, por dos veces provocado a ostentar su poder, se
mostraba tan tímido, esta reserva tal vez sería expresión clara de su impotencia.
Al fin, si Jesús no se atrevía a aventurarse a algo grande, como muestra del poder del reino de
Dios, acaso se daría por satisfecho con dominar sobre todos los reinos del mundo. La psicología
de Satanás es muy limitada. No lee en los corazones, y no sabe arrancarles sus secretos, cuando
buscan su defensa en la palabra de Dios. De tal manera le ciega la confianza en su prestigio, que
le propone a Jesús que se postre delante de él, para recibir la investidura de la riqueza y de la
gloria. Quien puede hacerlos aparecer por medio de sus sortilegios, ¿no es el señor de ellos? A
la tercera instancia, Jesús abate a su adversario: «Retírate, Satanás, porque está escrito: adorarás
al Señor tu Dios y a Él sólo servirás». Jesús no vino a reinar, vino para que Dios reine y acabe el
reino de Satanás.
Se alejó esta vez el demonio, pero, añade san Lucas: «Se alejó de Él por algún tiempo», es decir,
hasta el día en que le será permitido atentar contra la vida de su vencedor insurreccionando
contra Él todos los poderes del país. Hasta ese día, Jesús tendrá campo libre para predicar el
reino de Dios. Para mostrar claro que la victoria conseguida es de un orden sobrehumano, los
ángeles, a quienes no veremos prestar a Jesús ningún servicio durante su ministerio, se
acercaron a Él y le sirvieron.
Se querrá saber el lugar de este ayuno de cuarenta días y el nombre de la montaña donde la gran
batalla fue ganada.
Se le dio el nombre, después del suceso, de «el monte de los cuarenta días» (DjébelQarantal). El
lugar fue bien escogido por los anacoretas del siglo V, que vivían en ayuno continuo en las
grutas cavadas en las vertientes de las colinas que cierran, a manera de muralla, la planicie al
Occidente de Jericó. Desde esta roca aislada se ven abajo los verdes jardines, oasis de verdura
en medio de arenales, y hacia arriba, la meseta de Moab, vasta extensión limitada en un
horizonte imaginario por la visión de Babilonia, la reina de los antiguos imperios. La parte
opuesta conduce a Roma, que le acaba de arrebatar el cetro. Así se pueden ver, como dice san
Lucas, todos los reinos del mundo en un instante. Se dirá que todo este episodio está como
envuelto por una nube que no permite dibujar con claridad los contornos. Su realidad no es
menos viva. La verdad más útil al espíritu y al corazón no siempre es la que soporta mejor un
minucioso análisis.
LAGRANGE, Vida de Jesucristo según el evangelio, Edibesa Madrid 1999, pág. 71-76
Comentario Teológico
Gran Enciclopedia Rialp
Tentaciones y Ayuno de Cristo.
Nos referimos a las t. padecidas y al ayuno que Cristo observó en el desierto de GuebelQarantal,
a 4 Km. al nordeste de Jericó, durante 40 días y 40 noches inmediatamente después de su
bautismo en el Jordán y antes de comenzar su ministerio público. Fueron tres y tuvieron lugar al
término del ayuno. Éste, en la narración evangélica, sirve de introducción a la primera («al fin
sintió hambre») y ésta, a su vez, introduce las otras dos. El relato del ayuno y t. constituye una
unidad literaria y teológica.
1. Los hechos. Las t. se relatan sólo en los Evangelios llamados Sinópticos (Mt 4,1-11; Mc 1,1213; Lc 4,1-13). Se han querido ver trazas de este relato en el Evangelio de S. Juan (cfr. lo 6,14
ss.; 7,3 ss.; 14,30), pero sin fundamento. En los Sinópticos el relato ofrece diferencias, sobre
todo en S. Marcos. Menciona, sí, que el Espíritu «lanzó» al desierto a Cristo, donde estuvo 40
días, y que su tentador fue el diablo. Habla también del «servicio» de los ángeles, detalle común
con S. Mateo y ausente en S. Lucas. Establece una relación expresa entre Cristo en el desierto y
las t., con el bautismo. Ahí termina lo común del relato de Marcos con Mateo y Lucas. Es
verdad que este último habla de la t., pero mientras los otros dicen que ocurrieron al fin de los
40 días, Marcos no especifica sino que las t. fueron durante esos días. Marcos nada dice del
ayuno ni hay por qué sobrentenderlo. La mayor diferencia consiste en que Marcos no da el
número de las t. ni en qué consistieron los episodios. Tiene en exclusiva un detalle: Cristo
«estaba con las fieras» en el desierto. Los otros dos, Mateo y Lucas, concuerdan casi totalmente
en eJ relato de las t. con algunas diferencias. La más notable es que Lucas pone en último lugar
la t. del pináculo, que Mateo sitúa en segundo lugar. Se considera más original el orden de
Mateo, sobre el que Lucas tiene pequeñas diferencias (cfr. Lc 4,3-10). El relato de las t. en
Mateo y Lucas constituye una pieza literaria articulada en torno a tres citas bíblicas tomadas de
Dt 8,3; 6,16; 6,13 (orden de Mateo). Cada uno de estos pasajes es el núcleo de cada una de las
tentaciones. Los pasajes del Dt se aducen según la versión de los Setenta, como también el Ps
91,11 ss., en la segunda t. (Mateo). Las t. están narradas en estilo indirecto o tercera persona.
2. Sentido de las tentaciones. Las t. no tienen de primera intención un sentido ascético (gula,
vanidad, soberbia). Los tres Evangelistas establecen conscientemente una relación entre las t. y
la narración precedente del bautismo (cfr. «si eres Hijo de Dios...», «Espíritu») (v. BAUTISMO
lI). La significación de la voz del cielo en el bautismo, por la que Cristo es declarado Mesías
(v.) real, se ha de entender en el contexto de la teología del «Siervo» paciente (v. SIERVO DE
YAHWÉH). Esta enseñanza se continuará en el episodio de las t. constituyendo su fondo
doctrinal. Las t. son, en efecto, una lucha entre Jesús y Satán cuando Aquél, una vez proclamado
Mesías, iba a comenzar su ministerio mesiánico. La clave para interpretar todo el episodio la da
la tercera t. (Mateo), que es también el clímax de todo el drama: se trata de «servir» a Dios, de
servir en sentido cultual, que es la expresión suma del «servir», estar al servicio de Dios. Así,
pues:a) En la primera tentación Satán no trataría de explorar el poder de Cristo, comprobar si de
verdad es el Mesías. La respuesta de Cristo da el verdadera sentido: «no sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios». La Palabra de Dios (v.) es la
expresión de una voluntad, más que de una inteligencia, es una orden. Y en la narración
evangélica la palabra pan no indica tan sólo el pan como alimento nutritivo, sino toda suerte de
sustento. El hombre ha de vivir y puede vivir no sólo del modo normal, sino de cualquier modo
que Dios lo dispusiere. Aunque esto implique ayuno, hambre y sacrificio. La t. consiste en
solicitar de Cristo que haga uso de su poder taumatúrgico cuando Él comprendía que no debía
hacerlo (cfr. Me 8,11 ss.) y mucho menos en provecho propio, cuando es consciente de que su
mesianismo (el querido y decretado por Dios) es el del siervo paciente (cfr. Mc 10, 45). No está
ausente de esta t. la idea de la abundancia de bienes materiales que ciertas interpretaciones
judías prometían en los tiempos mesiánicos. La dimensión mesiánica de la t. es que Cristo ve la
posibilidad de atraerse a la gente y hacerse aceptar como Mesías entre el público por la
ostentación de su poder taumatúrgico, contra lo establecido por Dios, que es el sacrificio,
fracaso y derrota aparentes. Admitir la t. sería admitir el equivocado ideal mesiánico del
judaísmo contemporáneo (Mc 8,11 ss.; lo 6,30 ss.).
b) La segunda tentación no consiste en hacer dudar a Cristo de la asistencia de Dios, sino en
solicitarlo a ponerse en tales condiciones que Dios tenga que hacer un milagro. Esto indica la
respuesta de Jesús. El siervo debe servir a Dios y no servirse de Él, debe estar sumiso y
obedecer en vez de exigir y provocar. La dimensión mesiánica de esta t. ha de considerarse en
relación con una mentalidad que trasluce Jn 7,3 ss. (cfr. lo 7,27; 10,22-24; 2,18): la
manifestación del Mesías en Jerusalén, y en el Templo, por algún signo o milagro. Una tradición
judía, cuyo origen podría ser antiguo, formula así esa mentalidad: «Nuestros maestros han
dicho: cuando se revele el Rey, el Mesías, vendrá y se pondrá encima del tejado del santuario»
(cfr. H. L. Strack, P. Billerbeck, Kommentar zum NeuenTestamentaus Talmud undMidrasch, I,
Munich 1922, 151). Se trata de nuevo de recurrir a un milagro de ostentación para hacerse
reconocer como Mesías. También esto significa ceder a la expectación mesiánica de los
contemporáneos.
c) La tercera tentación consiste en lisonjear la dignidad de que Jesús era consciente, según la
declaración en el bautismo: ser Mesías y Rey, Mesías real. Al Mesías promete Dios «darle las
naciones, darle por herencia los confines de la tierra» (Ps 2,8). Cristo es consciente de eso, pero
los medios que propone Dios al Siervo son paradójicos. Cristo contempla «en un abrir y cerrar
de ojos la autoridad y gloria» (Lucas) de los reinos del mundo. A Cristo le presenta el tentador
los conceptos de dominio, poder, fausto, esplendor. Es la idea de un mesianismo (v.) político y
dominador, la que entonces acariciaban no sólo los judíos en general (lo 6,14; cfr. Lc 1,68-75),
sino también discípulos de Jesús (Mc 10,35 ss.; Act 1,6). Lo único que a Cristo se le pide es
rendirse a los postulados del mundo (v.), cuyo príncipe y dueño («me ha sido entregado») es
Satán, cediendo a los postulados mesiánicos del judaísmo contemporáneo que tiene por padre al
diablo (lo 8,44).
Una segunda dimensión da todavía mayor profundidad a este contenido mesiánico de las
tentaciones. Las citas del Deuteronomio en este relato han de tomarse con todo el contenido que
les confiere el contexto original.
Para la primera t. no sólo Dt 8,3 es importante, sino todo el pasaje Dt 8,2-5. Aquí se encuentra el
porqué de las t. en el desierto: Israel fue llevado al desierto, porque allí quiso Dios «probarlo
(tentarlo) para conocer lo que había en su corazón, a ver si observaría sus preceptos o no»; se
encuentra el dato de los 40 años de Israel en el desierto, que encuentra su eco en los 40 días de
los Evangelios; el detalle del «hambre» de Israel, etc., cuando Dios tuvo que intervenir con el
milagro del maná (v.). En Dt 8,3 se hace referencia expresa al episodio de Ex 16,4, cuando
Dios, por las murmuraciones e impaciencia del pueblo, tuvo que cesar en su prueba y enviar el
maná. Israel no fue capaz de superar la prueba del hambre, porque ignoraba que el hombre
puede vivir de cualquier manera que Dios lo disponga. Por el contrario, Jesús supera la prueba
en que Israel cayó y muestra ser la verdadera expresión del Israel servidor paciente de Dios. En
la segunda t. la cita de Dt 6,16 remite también al episodio de Ex 17,1-7, cuando el pueblo en el
desierto tampoco superó la prueba de la sed y puso a prueba a Dios, obligándole, por así decir, a
realizar un milagro, haciendo salir agua de una roca. Jesús se mantiene fiel en la prueba y rehúsa
poner a Dios en el trance de obrar un milagro en su favor. En la tercera t. Dt 6,13 con los vers.
12-15 se refiere a los pasajes de Ex 23,20-33; 34,1114. Todos estos textos dan normas para
cuando el pueblo haya entrado en la Tierra Prometida: no deberán servir a los baales (señores), a
los dioses de los pueblos que allí vivían. También en esta prueba sucumbió Israel, mientras que
Cristo supera la sugerencia de rendirse ante Satán y servir sus intereses como un medio de
obtener el dominio del mundo que le prometía la declaración del bautismo (Ps 2,7-8).
(…)
M. MIGUÉNS ANGUEIRA.
BIBL.: J. DUPONT, Les tentations de Jésusaudésert, «StudiaNeotestamentica» 4, Brujas-París
1968 (abundante bibl.) ;fD, L'origine du récit des tentations de Jésusaudésert, «Rev. Biblique»
73 (1966) 30-76; M. STEINER, La tentation de Jésusdans 1'interprétation patristique de Saint
Justin iáOrigéne, París 1962; A. FEUILLET, L'épisode de la tentationd'aprés 1'Evangile selon
Saint Marc, «Estudios Bíblicos» 19 (1960) 49-73; F. SPADAFORA, Tentaciones de Jesús, en
Diccionario Bíblico, Barcelona 1968, 591-592; íD, Temi di esegesi, Rovigo 1953, 285-319; 1.
GOMÁ CIVIT, El Evangelio según S. Mateo, Madrid 1966, 128 ss.; J. M' CASCIARO,
Jesucristo y la sociedad política, Madrid 1973, 62-66; J. M. BOVER, Diferente género literario
de los evangelistas en la narración de las tentaciones de Jesús en el desierto, en XV Sem. Bibl.
Esp., Madrid. 1955, 213-219.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
Santos Padres
San Juan Crisóstomo
HOMILIA 13
Entonces fue Jesús conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt
4,1ss).
POR QUÉ PERMITE DIOS QUE SEAMOS TENTADOS
1. Entonces... ¿Cuándo? Después de bajar el Espíritu Santo, después de oírse aquella voz venida
del cielo que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido . Y lo de verdad
maravilloso es que le lleva el Espíritu Santo—así lo afirma expresamente el evangelio—. Y es
que, como el Señor toda lo hacía y sufría para nuestra enseñanza, quiso también ser conducido al
desierto y trabar allí combate contra el diablo, a fin de que los bautizados, si después del
bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por ello, como si fuera cosa que no era de
esperar. No, no hay que turbarse, sino permanecer firme y soportarlo generosamente como la
cosa más natural del mundo. Si tomaste las armas, no fue para estarte ocioso, sino para combatir.
Y ésa es la razón por que Dios no impide que nos acometan las tentaciones. Primero, para que te
des cuenta que ahora eres ya más fuerte. Luego, para que te mantengas en moderación y
humildad y no te engrías por la grandeza de los dones recibidos, pues las tentaciones pueden
muy bien reprimir tu orgullo. Aparte de eso, aquel malvado del diablo, que acaso duda de si
realmente le has abandonado, por la prueba de las tentaciones puede tener certidumbre plena de
que te has apartado de él definitivamente. Cuarto motivo: las tentaciones te hacen más fuerte que
el hierro mejor templado. Quinto: ellas te dan la mejor prueba de los preciosos tesoros que se te
han confiado. Porque, si no te hubiera visto el diablo que estás ahora constituido en más alto
honor, no te hubiera atacado. Por lo menos al principio, si acometió a Adán, fue porque le vio
gozar de tan grande dignidad. Y, si salió a campaña contra Job, fue porque le vio coronado y
proclamado por el Dios mismo del universo. —Entonces, ¿por qué dice más adelante el Señor:
Orad para que no entréis en tentación —Por la misma razón por que el evangelio no te presenta
simplemente a Jesús camino del desierto, sino conducido allí conforme a la razón de la economía
divina. Con lo que nos da a entender que no debemos nosotros adelantarnos a la tentación; más,
si somos a ella arrastrados, mantenernos firmes valerosamente.
LOS BIENES QUE NOS TRAE EL AYUNO
Y mirad a dónde, apoderándose de Él, le conduce al Señor el Espíritu Santo; no a una ciudad ni a
pública plaza, sino al desierto. Y es que, como el Señor quería atraer al diablo a este combate, le
ofrece la ocasión no sólo por el hambre, sino por la condición misma del lugar. Porque suele el
diablo atacarnos particularmente cuando nos ve solos y concentrados en nosotros mismos.
Así atacó al principio a la mujer, al sorprenderla sola y hallarla sin la compañía de su marido.
Porque, cuando nos ve con otros y que formamos un cuerpo, no tiene el diablo tanta audacia ni
se atreve a acometernos. Por esta razón siquiera, por no ser presa fácil del diablo, hemos de
procurar congregarnos con frecuencia. Hallándole, pues, al Señor en el desierto, y desierto
inaccesible—y que así fuera lo declaró Marcos al decir que estaba con las fieras ,mirad con
cuánta astucia y malicia se le acerca y qué momento tan oportuno escoge. Porque no se le acerca
cuando ayuna, sino cuando tiene ya hambre. Por ahí has tú de caer en la cuenta de cuán grande
bien es el ayuno, cómo él constituye nuestra mejor arma contra el diablo, y cómo, en fin, después
del bautismo no hemos de entregarnos al placer, a la embriaguez y a la gula, sino al ayuno.
Porque, si el Señor ayunó, no fue porque tuviera Él necesidad del ayuno, sino para enseñárnoslo
a nosotros. Nuestra servidumbre del vientre fue la causa de nuestros pecados antes del bautismo.
Pues bien, como un médico que ha curado a un enfermo le manda que no haga nada de aquello
que le acarreó la enfermedad, así también aquí introdujo el ayuno después del bautismo. Pues fue
así que la intemperancia del vientre arrojó a Adán del paraíso, y desencadenó el diluvio en
tiempo de Noé, e hizo bajar los rayos del cielo contra los sodomitas. Porque, si bien es cierto que
la culpa de estos últimos fue de fornicación, sin embargo, la raíz de uno y otro castigo de ahí
nació. Que es lo que Ezequiel daba a entender cuando decía: Sin embargo, ésta fue la iniquidad
de Sodoma: que se entregaron a la molicie en orgullo, en hartazgo de pan y en prosperidades .
De este modo también los judíos cometieron los más grandes pecados, viniendo a parar, de la
embriaguez y de la glotonería, a la iniquidad.
2. Justamente para mostrarnos los remedios de salvación, ayuna el Señor durante cuarenta días, y
si no pasa adelante, es para evitar que, por el exceso del milagro, viniera a negársele fe a la
verdad de la encarnación. Ahora no podía haber lugar a ello, puesto que ya antes Moisés y Elías,
fortalecidos por la virtud de Dios, habían alcanzado ese mismo término. Si el Señor hubiera
seguido adelante, muchos hubieran tomado de ahí argumento para no creer que hubiera Él
tomado verdadera carne.
LA PRIMERA TENTACIÓN: “'HAZ QUE ESTAS PIEDRAS SE CONVIERTAN EN PAN”
Habiendo, pues, ayunado cuarenta días y cuarenta noches, luego tuvo hambre. Así da el Señor
ocasión al enemigo para que se le acerque, a fin de trabar con él combate y mostrarnos cómo
hemos también nosotros de dominarle y vencerle. Es lo mismo que hacen los atletas. Éstos, para
enseñar a sus alumnos cómo han de dominar y vencer a sus contrarios, traban voluntariamente
combate con otros y les ofrecen ocasión de ver, en los cuerpos mismos de los contrarios, cómo
han ellos de alcanzar la victoria. Lo mismo exactamente que hizo el Señor en el desierto. Como
quería atraer al demonio a este encuentro, primero le hizo conocer su hambre, luego le consintió
que se le acercara, y, ya que le tuvo a su lado, le derribó una, dos y tres veces con la facilidad
que decía con Él. Y como de pasar por alto algunas de esas victorias pudiéramos menospreciar
vuestro provecho, vamos a empezar por el primer ataque y examinar uno por uno todos los otros.
Una vez, pues, que tuvo hambre, dice el evangelio, se le acercó el tentador y le dijo: Si eres el
Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en pan. Como el diablo había oído la voz
venida del cielo, que decía: Este es mi Hijo amado; como había también oído a Juan, que tan alto
testimonio daba de Él, y, por otra parte, le veía hambriento ahora, se hallaba perplejo y ni podía
creer fuera puro hombre aquel de quien tales cosas se decían, ni le cabía tampoco en la cabeza
que fuera Hijo de Dios el que veía ahora hambriento. Como quien está, pues, perplejo, sus
palabras son también ambiguas. Y como a Adán, al principio, se le acerca y compone lo que no
es para saber lo que es; así también, aquí, al no saber claramente el misterio inefable de la
encarnación ni quién era el que tenía allí delante, intenta tender otros lazos, con los que pensaba
saber lo que para él estaba escondido y oscuro. ¿Y qué dice? Si eres Hijo de Dios, manda que
estas piedras se conviertan en pan. No dijo: "Como tienes hambre", sino: Si eres Hijo de Dios,
pensando captárselo por la alabanza. Calla el astuto lo del hambre, pues no quiere dar la
apariencia de que se lo echa en cara y le injuria con ello. Y es que, como ignoraba la grandeza de
la economía divina, creía que tener hambre había de ser vergonzoso para Cristo. De ahí que, para
adularle, sólo le recuerda su dignidad de Hijo de Dios.
NO DE SÓLO PAN VIVE EL HOMBRE
¿Qué responde, pues, Cristo? Para reprimir la soberbia del demonio y demostrar que no era
vergonzoso ni indigno de su sabiduría lo que le pasaba, lo que él para adularle se callaba, eso es
lo primero que Él aduce y pone delante, diciendo: No de solo pan vive el hombre. Por donde se
ve que empieza por la necesidad del vientre. Mas vosotros considerad, os ruego, la astucia de
aquel maligno demonio y cómo inicia sus ataques y no se olvida de sus viejas mañas. Por los
mismos pasos porque había al principio arrojado al primer hombre del paraíso y le había
envuelto en otros males infinitos, por ahí traza también aquí su embuste, es decir, por la
intemperancia del vientre. Así, también ahora es fácil oír a algunos insensatos contar los males
infinitos que vienen del vientre. Mas Cristo, para mostrar que a un hombre virtuoso no puede
esta tiranía forzarle a cometer acción alguna inconveniente, sufre Él mismo hambre y no obedece
a la sugestión del demonio, con lo que nos enseña a no hacer en nada caso del mismo. Como por
ahí ofendió a Dios el primer hombre y transgredió la ley, Cristo nos enseña con creces que, aun
cuando lo que nos mandara el demonio no fuera transgresión, ni aun así hemos de hacerle caso.
¿Y qué digo transgresión? Aun cuando los demonios—nos dice—os dieran un consejo útil, ni
aun así les prestéis atención. De este modo, por lo menos, los hacía Él enmudecer cuando le
proclamaban por Hijo de Dios .Y Pablo, a su vez, les increpaba, cuando gritaban eso mismo, no
obstante ser útil lo que decían. Pero quería a todo trance deshonrarlos y alejar toda asechanza
contra nosotros; de ahí que, aun predicando verdades saludables, los perseguía, tapándoles las
bocas y obligándoles a guardar silencio . Por eso tampoco aquí accedió Cristo a su sugestión;
mas ¿qué dice? No de solo pan vive el hombre. Que es como si dijera: Dios puede alimentar al
hambriento con sola su palabra. Y alega el testimonio del Antiguo Testamento, enseñándonos
que, por más hambre que tengamos, por más que padezcamos otra cualquiera calamidad, jamás
hemos de apartarnos de nuestro Dueño soberano.
3. Mas, si alguno dijera que debió entonces Cristo haber hecho una demostración de sí mismo, le
preguntaríamos por qué y para qué. El diablo no le decía aquello por que quisiera creer, sino para
argüirle, según él se imaginaba, a Él mismo de incredulidad. Así había engañado a nuestros
primeros padres, que realmente no demostraron muy grande fe en Dios. Porque, prometiéndoles
el diablo lo contrario de lo que Dios les dijera y habiéndolos hinchado de vanas esperanzas, los
empujó a la incredulidad, y así los despojó de todos los bienes que poseían. Pero Cristo se
muestra como quien es al no acceder entonces al demonio ni más tarde a los judíos, que,
inspirados de los mismos pensamientos que ahora el demonio, le pedían milagros. Y en uno y
otro caso nos enseña que, aun cuando esté en nuestra mano hacer algo, jamás lo hagamos sin
razón y motivo; al diablo, empero, ni en extrema necesidad le obedezcamos.
LA SEGUNDA TENTACIÓN: “ARRÓJATE ABAJO”
¿Qué hace, pues, aquel maldito después de su derrota? Como, no obstante el hambre del Señor,
no había podido persuadirle a hacer lo que le mandaba, pasa a tenderle otro lazo, diciéndole: Si
eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Porque escrito está: A sus ángeles mandará sobre ti y en sus
palmas te levantarán .¿Cómo es que el diablo inicia cada tentación con las palabras Si eres Hijo
de Dios? Lo que hizo con nuestros primeros padres, eso mismo hace aquí. Allí calumnió a Dios,
diciéndoles: No, el día mismo en que comiereis, se os abrirán los ojos .Con lo que les quería dar
a entender que habían sido engañados y estaban ilusos, y que no le debían beneficio ninguno.
Aquí también viene a significar lo mismo, como si le dijera al Señor: "Vanamente te ha dado
Dios nombre de Hijo, y te ha burlado con semejante don. Y, si esto no es así, dame la prueba de
que tú tienes el poder que corresponde al Hijo de Dios". Luego, como le había antes contestado
Cristo con un texto de las Escrituras, también él alega ahora el testimonio del profeta. ¿Cómo,
pues, no se irritó ni se indignó Cristo, sino que nuevamente, con modestia, le contesta por otro
texto de las Escrituras, diciendo: No tentarás al Señor, Dios tuyo Es que quería enseñarnos que al
diablo hay que vencerle no por medio de milagros, sino por la paciencia y la longanimidad, y
que, por otra parte, nada absolutamente debemos hacer por ostentación y ambición de gloria.
Más considerad también la insensatez del diablo por el texto mismo que alega. Los testimonios
de la Escritura presentados por el Señor fueron, uno y otro, dichos perfectamente a propósito;
pero los del tentador fueron traídos al azar y vengan como vinieren. Y, naturalmente, no vinieron
a propósito. Efectivamente, que esté escrito: A sus ángeles mandará acerca de ti, no es exhortar a
que nos arrojemos por un precipicio. Y, por lo demás, el texto no fue dicho primeramente sobre
el Señor. Sin embargo, por entonces no le arguye de eso el Señor, no obstante servirse de modo
tan insolente de la palabra divina y hasta con sentido contrario. Porque nadie pide semejante cosa
del Hijo de Dios. Arrojarse precipicio abajo, propio es del diablo y de sus compañeros; de Dios,
levantar aun a los caídos. Y, si Cristo había de mostrar su poder, no sería precipitándose y
despeñándose a sí mismo sin razón ni motivo, sino salvando a los demás. Despeñarse a sí mismo
por barrancos y precipicios, propio es de la falange del demonio. Por lo menos, eso es lo que
hace su principal impostor. Cristo, empero, no obstante todas estas sugestiones, no se descubre
por entonces a sí mismo, sino que habla con el diablo como simple hombre. Sus palabras en
efecto: No de solo pan vive el hombre, y las de: No tentarás al Señor, Dios tuyo, no son de quien
se revela demasiado a sí mismo, sino de quien se muestra como uno de tantos.
"AL SEÑOR DIOS TUYO ADORARÁS"
Y no os maravilléis de que hablando con Cristo, se vuelva y revuelva muchas veces el demonio.
Es como en una lucha de pugilato. Cuando un luchador ha recibido unos golpes certeros, anda
dando vueltas, bañado por todas partes en sangre y presa de vértigo. Así aquí: presa el diablo de
vértigo por el primero y segundo golpes, habla ya al azar y lo que le viene a la boca, y pasa a su
tercera arremetida: Y, llevándole a un monte elevado, le mostró todos los reinos de la tierra y le
dijo: Todo esto te daré si, postrado en tierra, me adorares. Entonces le dice: ¡Atrás, Satanás!
Porque está escrito: Al Señor Dios tuyo adorarás y a él solo servirás. El pecado era ya contra el
Padre, pues el diablo se arroga todo lo que pertenece a Dios y pretende declararse a sí mismo
Dios, como si fuera creador del universo. De ahí que ahora Cristo le increpa: ¡Atrás, Satanás! Y
todavía no lo hace con mucha vehemencia, pues le dice simplemente: ¡Atrás, Satanás! Lo cual
más suena a mandato que a increpación. Como quiera, apenas le dijo: ¡Atrás!, le hizo huir y ya
no se nos habla de nuevas tentaciones.
DIFICULTAD EXEGÉTICA SOBRE SAN LUCAS. LAS TENTACIONES CAPITALES
4. ¿Y cómo dice Lucas que consumó el diablo toda tentación? A mi parecer, porque, habiendo
hablado de las principales tentaciones, a éstas dió nombre de todas, como quiera que las demás
están incluidas en ellas. A la verdad, ser esclavo del vientre, obrar por vanagloria y sufrir la
locura del dinero, son cosas que comprenden en sí infinitos males. Muy bien se lo sabía aquel
maldito, y por eso pone al fin la pasión más fuerte de todas: la codicia de tener cada vez más. De
muy arriba, desde el principio, sentía él como dolor de parto por llegar ahí, pero lo guardaba para
lo último, como el más fuerte golpe que le pensaba asestar al Señor. Es ésta vieja ley suya de
lucha: dejar para lo postrero lo que mejor puede derribar a su víctima. Así lo hizo con Job. Y así
también aquí: empezando por lo que parecía más despreciable y débil, fue avanzando hacia lo
más fuerte. ¿Cómo hay, pues, que vencerlo? Del modo que Cristo nos ha enseñado:
refugiándonos en Dios, sin aba-tirnos por el hambre, pues tenemos fe en el que puede
alimentarnos con sola su palabra, y sin tentar, en los bienes mismos que hemos recibido, al
mismo que nos los ha dado. Contentémonos con la gloria del cielo y no hagamos caso alguno de
la humana. Despreciemos en todo momento lo superfluo a nuestra necesidad. Nada, en efecto,
nos somete tanto al diablo como el ansia de poseer siempre más y más; nada tanto como la
pasión de la avaricia. Fácil es verlo por lo que ahora mismo está sucediendo. Porque también
ahora hay quienes dicen: "Todo esto te daremos si, postrado en tierra, nos adoras". Cierto que
éstos son hombres por naturaleza, pero se han convertido en instrumentos del demonio. Porque
tampoco a Cristo en su vida mortal le atacó sólo por sí mismo, sino también por medio de
ministros suyos. Es lo que declaró Lucas cuando dijo que se retiró de Él hasta otra ocasión
,dando a entender que, después de esto, le atacó también por medio de instrumentos suyos.
IMITEMOS A JESÚS EN NUESTRA LUCHA CONTRA EL DIABLO
Y he aquí que ángeles se le acercaron y le servían. Mientras duró la batalla, no dejó que
aparecieran los ángeles, con el fin de no espantar la caza; mas, una vez que confundió en todo al
enemigo y le obligó a emprender la fuga, entonces aparecieron aquéllos. Aprended de ahí que
también a vosotros, después que hayáis vencido al diablo, os recibirán los ángeles entre aplausos
y os acompañarán por dondequiera como una guardia de honor. De este modo, en efecto, se
llevaron los ángeles a Lázaro, salido que hubo de aquel horno ardiente de la pobreza, del hambre
y de la estrechez más extrema. Ya os lo he dicho antes: muchas son las cosas que aquí muestra
Cristo de que hemos de aprovecharnos nosotros. Como quiera, pues, que todo esto ha sucedido
por nosotros, emulemos e imitemos también su victoria. Si se nos acerca uno de esos servidores
que tiene el demonio, y que piensan como él, para provocarnos y decirnos: "Si eres hombre
admirable y grande, traslada de sitio esta montaña", no nos turbemos ni escandalicemos.
Respondamos con moderación y con las mismas palabras que oímos pronunciar al Señor: No
tentarás al Señor, Dios tuyo. Si nos pone delante la gloria y el poder, si nos ofrece muchedumbre
sin término de riqueza a condición de que le adoremos, mantengámonos firmes valerosamente.
Porque no se contentó el diablo con tentar al común Señor nuestro. Cada día emplea sus mismas
artes con cada uno de sus siervos, no sólo en los montes y soledades, sino también en las
ciudades, en las públicas plazas, en los tribunales; y no sólo nos ataca por sí mismo, sino
valiéndose también de hombres de nuestro mismo linaje. ¿Qué tenemos, pues, qué hacer?
Negarle absolutamente fe, taparnos los oídos, aborrecer sus adulaciones y volverle tanto más
resueltamente las espaldas cuanto mayores promesas nos haga. A Eva, cuanto más la levantó con
locas esperanzas, más profundamente la derribó y mayores males le acarreó. Es enemigo
implacable y nos tiene declarada guerra sin tregua. No es tanto el empeño que nosotros tenemos
por nuestra salvación, como el que pone él por nuestra perdición. Rechacémosle, pues, no sólo
con palabras, sino también con obras; no sólo con la intención, sino también con la acción. No
hagamos nada de lo que el diablo quiere, y así haremos todo lo que quiere Dios. Mucho, en
efecto, nos promete; pero no para dar, sino para quitar. Promete del robo para arrebatarnos el
reino de los cielos y su justicia. Promete en la tierra tesoros, como lazos y redes, a fin de
privarnos de esos y de los cielos. Quiere que seamos ricos aquí, para que no lo seamos después.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía 13, 1-4,
BAC Madrid 1955, 233-46
Aplicación
P. Alfredo Sáenz,S.J.
Las Tentaciones del Señor
Comenzamos hoy el tiempo de Cuaresma, escuchando el evangelio de las tentaciones de Jesús.
El Señor, después de su Bautismo, como un atleta que se prepara para la vida apostólica, se
dirigió al desierto, o mejor, "el Espíritu lo llevó al desierto".
1. EL DESIERTO
El llamado del desierto resuena en todas las etapas de la historia de la salvación. En la Sagrada
Escritura el desierto se nos muestra, ante todo, como el lugar donde se encuentra a Dios. Fue allí
donde Israel halló por vez primera a su Señor, hacia allí se dirigió Moisés conduciendo sus
rebaños, y en una zarza ardiente se le apareció Yavé. En el desierto habitaba el Señor, y en el
Sinaí reveló su Alianza. Tras la infidelidad del pueblo al compromiso contraído, el profeta Oseas
anunciaría que, como lo había hecho antaño, el Señor conduciría allí una vez más a su pueblo,
personificado bajo los rasgos de una esposa infiel: "La seduciré y la llevaré al desierto y le
hablaré al corazón".
Pero el desierto no es sólo el lugar donde se encuentra a Dios. Es también el teatro de las
tentaciones más terribles y la morada del demonio. El primer castigo de Dios por la
desobediencia del Paraíso fue precisamente la maldición del suelo, que en adelante no produciría
sino espinas y abrojos: la aridez del desierto es, pues, una consecuencia del pecado del hombre.
Por eso no resulta extraño que la misma travesía del pueblo elegido por el desierto fuese descrita
en términos patéticos: "Yavé te he conducido a través de vasto y horrible desierto de serpientes
de fuego y escorpiones, tierra árida y sin aguas". Los profetas, por su parte, amenazaron al
pueblo traidor con la vuelta al desierto. Y para Isaías el juicio de las naciones sería como una
recaída en lo desértico: los palacios se llenarán entonces de gatos monteses y de víboras.
También en el Nuevo Testamento el desierto conserva este significado siniestro de habitáculo del
demonio: "Cuando el espíritu impuro sale de un hombre —enseñó Jesús—, discurre por lugares
áridos, buscando reposo, y no lo halla".
¿Cómo conciliar estas dos significaciones tan diversas del desierto: tierra de los esponsales
divinos con el hombre y suelo de maldición, Dios y Demonio? ¿Cómo es posible que el pueblo
elegido encontrara a Dios en el desierto y allí lo conociera por su nombre, en ese mismo desierto
que seguía siendo a sus ojos un abrigo de bestias feroces, y cuyo suelo desnudo ofrecía el
espectáculo de una tierra-de maldición? Lo que pasa es que el desierto, por designio del
Altísimo, era la palestra de una lucha, el lugar del combate que libran Dios y Satanás. Por eso en
el desierto fue tentado Cristo. Y por eso en los primeros siglos del cristianismo, los anacoretas se
encaminaron al desierto: para participar en el combate apocalíptico contra las fuerzas del mal.
2. EL HECHO
En este escenario el demonio se acerca al Señor. El evangelio es simple: "Estuvo cuarenta días
[en el desierto] y fue tentado por Satanás". Sabemos por lo demás evangelistas cuáles fueron las
tres tentaciones: convierte estas piedras en pan, tírate de las alturas porque los ángeles te
sostendrán, te daré todo el mundo si postrándote me adorares. Bien advierte el P. Castellani que
el diablo promete las cosas de Dios. Su caída fue precisamente por querer "ser como Dios".
Cristo podía procurarse pan con esperar un poco ("y los ángeles se lo sirvieron"). El diablo
empuja, precipita, es la espuela del mundo, invita a anticipar, a llegar antes. A los primeros
hombres les dijo: "Seréis como dioses", que era, efectivamente, lo que Dios se proponía hacer
con ellos por la gracia y la visión beatífica: "Entonces seremos como él, porque lo veremos como
él es" dice San Juan. Así, pues, a Jesús el demonio lo tentó de acuerdo a lo que habría de lograr
un día: Cristo habría de convertir las piedras de la gentilidad en el pan de su Cuerpo Místico
haciendo de esas piedras hijos de Abraham (y cuando quiso, cambió en Caná el agua en vino,
anticipando allí su manifestación). Cristo habría de ascender visiblemente rodeado de ángeles
hacia el cielo delante de sus Apóstoles y de quinientos discípulos. Finalmente algún día Cristo
será reconocido como Rey universal del mundo entero, como lo es desde ya en derecho y
esperanza. Por eso, a las intrigas del demonio, Cristo responde siempre con la Palabra de Dios.
Este evangelio es un gran encomio de la Escritura: Jesús venció "de palabra", con la eficacia de
la Palabra de Dios.
Dice el evangelio que el demonio lo dejó por un tiempo. Era el primer episodio de la lucha
cósmica entre Cristo y Satanás. Este lo seguiría molestando en su vida pública, hasta el Huerto,
hasta la Cruz, incluso, cuando dijera por la boca miserable de aquellos circunstantes: Si eres Hijo
de Dios, baja y creeremos en ti.
3. EL MISTERIO
Tal es el hecho. Pasemos ahora a considerar el "misterio", es decir, lo que se esconde tras el
hecho. Cristo se dirigió al desierto para luchar contra el demonio y librar así del destierro a
Adán, que había sido expulsado del Paraíso al páramo de abrojos. La tentación del Desierto
constituye una réplica exacta de la tentación del Paraíso. Sólo que aquí el tentado resulta
triunfador. Mas observemos que Cristo no sólo quiso vencer al demonio, sino también derrotarlo
de la misma forma como nuestro primer padre hubiera debido hacerlo. Cristo es acá un hombre
que, como Adán, nos representa a todos. Entonces el demonio se acercó con la mentira, y acá es
derrotado con la verdad de Dios. Allí indujo al orgullo, y acá es vencido con la humildad. Allí
excitó a la soberbia, y aquí ve cómo se desprecia el vano dominio del mundo. Allí intentó
desmentir a Dios, y acá es rechazado con la Palabra de Dios. Allí consiguió que el hombre fuera
arrojado del Paraíso, _acá fue él quien resultó expulsado. Allí la desobediencia, aquí la
obediencia. Allí un ángel flamígero custodiando la puerta del Paraíso, acá los ángeles sirviendo
al tentado vencedor.
Y así como hemos visto a Cristo retomando la tentación de origen y llevándola a feliz término,
podríamos considerar cómo retorna también y corrige la historia del pueblo elegido, que caducó
frente a tentaciones muy semejantes a las del Señor, especialmente durante su larga
peregrinación por el desierto.
4. NUESTRA PARTICIPACION
Cristo, como hombre, luchó en nuestro nombre, y como cabeza nuestra. Si el demonio no dejó al
Señor después de su bautismo en el Jordán, tampoco nos deja a nosotros después de nuestro
bautismo en el que hemos renunciado al demonio y a nuestra primera naturaleza. Y ahora se
encarniza más al ver con cuánto empeño nos estamos preparando para celebrar los misterios
pascuales. Por eso debemos mirar a Jesús: "No es un Pontífice tal que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas —dice la epístola a los hebreos—, antes fue tentado en todo a semejanza
nuestra... a fin de hacerse Pontífice misericordioso. Porque en cuanto él mismo padeció siendo
tentado, es capaz de ayudar a los tentados". Por nosotros vence el que por nosotros se dignó
pasar hambre. Sufrió las tentaciones para darnos su victoria. "Cristo fue tentado para que el
cristiano no sea vencido" enseña San Agustín. Mirémonos a nosotros tentados en El, y
reconozcámonos a nosotros vencedores en El, de modo que podamos exclamar con San Pablo:
"Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo".
Amados hermanos: Si Cristo se ha hecho nuestra esperanza, debemos ver en El nuestro trabajo
penoso y nuestra recompensa gloriosa; el trabajo en su Pasión, y la recompensa en su
Resurrección. Tenemos dos vidas: una la de ahora, período de tentación, y otra la que esperamos,
época de gozo. Necesariamente habremos de pasar por la tentación para desembocar en el triunfo
de la Resurrección. Ahora vemos al Señor tentado por el demonio y ayunando rigurosamente
durante cuarenta días. Luego lo veremos también otros cuarenta días, gloriosamente resucitado,
comiendo y bebiendo con sus apóstoles. Son las dos épocas que representan nuestra vida. Vida
de tentación y de penitencia la primera, que, si se parece a la de Cristo, nos llevará a la segunda
vida, la vida gloriosa, para comer con El en su misma mesa del cielo.
Mientras quedamos a la espera de la victoria final, podemos ya desde hoy tomar parte en el
banquete del Señor, el cual nos invita a su doble mesa: "No sólo de Pan vive el hombre sino de
toda Palabra que sale de la boca de Dios", la mesa del Pan y la mesa de la Palabra. La Palabra de
Dios debe ser uno de nuestros alimentos durante la presente Cuaresma: para significar esto nos
abstenemos un poco en las comidas. Pero al mismo tiempo Cristo ha dicho que Él es el Pan
bajado del cielo, el Pan de los vencedores, el maná que sale de la boca de Dios. Pidámosle hoy,
cuando entre en nuestros corazones por la Eucaristía, que aniquile en nosotros todo lo que en
nuestro interior quede del hombre viejo, que desbarate las complicidades que todavía podamos
mantener con el Tentador. Que sea el Más Fuerte que entra en nuestra casa para expulsar al
Fuerte, de manera que, expeliendo al demonio de nuestras almas, nos prepare mejor para gozar
de las alegrías pascuales.
(SÁENZ, A.,Palabra y vida, Gladius Buenos Aires 1993, p. 81-86)
San Juan Pablo II
«Yo hago un pacto con vosotros» (Gn 9, 8).
La liturgia de la Palabra de este primer domingo de Cuaresma nos presenta la alianza que Dios
establece con los hombres y con la creación, después del diluvio, a través de Noé. Hemos vuelto
a escuchar las solemnes palabras que pronunció Dios: «Yo hago un pacto con vosotros y con
vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron (...). Hago un pacto con
vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra» (Gn
9, 9-11).
Esta alianza tiene su valor típico en el Antiguo Testamento. Dios, creador del hombre y de todos
los seres vivos, en cierto sentido había aniquilado con el diluvio cuanto él mismo había creado.
Ese castigo tuvo como causa el pecado, difundido en el mundo después de la caída de nuestros
primeros padres.
Sin embargo, las aguas no exterminaron a Noé y a su familia, y tampoco a los animales que
había recogido en el arca. De ese modo, se salvaron el hombre y los demás seres vivos que,
habiendo sobrevivido al castigo del Creador, constituyeron después del diluvio el comienzo de
una nueva alianza entre Dios y la creación.
Esa alianza tuvo su signo tangible en el arco iris: «Pondré mi arco en el cielo —dice Dios—,
como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes
el arco, y recordaré mi pacto con vosotros» (Gn 9, 13-15).
Las lecturas de hoy nos permiten, por tanto, mirar de un modo nuevo al hombre y al mundo en el
que vivimos. En efecto, el mundo y el hombre no sólo representan la realidad de la existencia en
cuanto expresión de la obra creadora de Dios; también son la imagen de la alianza. Toda la
creación habla de esta alianza.
A lo largo de las diversas épocas de la historia los hombres han seguido cometiendo pecados, tal
vez incluso mayores que los descritos antes del diluvio. Sin embargo, las palabras de la alianza
que Dios estableció con Noé nos permiten comprender que ya ningún pecado podrá llevar a Dios
a aniquilar el mundo que él mismo creó.
La liturgia de hoy abre ante nuestros ojos una visión nueva del mundo. Nos ayuda a tomar
conciencia del valor que el mundo tiene a los ojos de Dios, quien incluyó toda la obra de la
creación en la alianza que selló con Noé, y se comprometió a salvarla de la destrucción.
El miércoles pasado, con la imposición de la ceniza, comenzó la Cuaresma, y hoy es el primer
domingo de este tiempo fuerte, que hace referencia al ayuno de cuarenta días que Jesús empezó
después de su bautismo en el Jordán. A este propósito, san Marcos, que nos acompaña este año
en la liturgia dominical, escribe: «El Espíritu impulsó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto
cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían» (Mc 1,
12-13).
San Mateo, en el pasaje paralelo, anota sólo la respuesta que el Señor dio al tentador que lo
provocaba para que transformara las piedras en panes: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras
se conviertan en panes» (Mt 4, 3). Jesús respondió: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4; cf. Aleluya). Esta es una de las tres respuestas de
Cristo a Satanás, que trataba de engañarlo y vencerlo, haciendo referencia a las tres
concupiscencias de la naturaleza humana caída. En el umbral de la Cuaresma, la victoria de
Cristo contra el diablo constituye, en cierta manera, una invitación a vencer el mal con el
esfuerzo ascético, una de cuyas manifestaciones es el ayuno, a fin de vivir este período con
autenticidad.
«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,
15). Estas palabras del evangelista Marcos resuenan en nuestro corazón. El evangelio comienza
con la misión de Jesús, misión que se cumplirá con los acontecimientos pascuales. La Iglesia
prosigue en el tiempo esta misión, a la que cada uno de nosotros está llamado a dar su propia
aportación personal, anunciando y testimoniando a Cristo, muerto y resucitado por la salvación
del mundo.
Escribe san Pedro en su primera carta: «Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el
inocente por los culpables (...). Con este espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus
encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en
tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos —ocho personas— se
salvaron cruzando las aguas» (1 P 3, 18-20). Estas palabras de Pedro hacen referencia a la
alianza de Noé, de la que nos ha hablado la primera lectura. Esa alianza representa un modelo,
un símbolo, una figura de la nueva alianza que Dios concluyó con toda la humanidad en
Jesucristo, por medio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Si la antigua alianza tenía que
ver, ante todo, con la creación, la nueva, fundada en el misterio pascual de Cristo, es la alianza
de la Redención.
En el texto que hemos escuchado, el apóstol Pedro alude al sacramento del bautismo. Las aguas
destructoras del diluvio son sustituidas por las aguas bautismales, que santifican. El bautismo es
el sacramento fundamental en el que se hace realidad la alianza de la redención del hombre. Ya
desde el origen de la tradición cristiana, la Cuaresma era prácticamente una preparación para el
bautismo, que se administraba a los catecúmenos en la solemne Vigilia de Pascua.
Amadísimos hermanos y hermanas, renovemos en nosotros mismos, especialmente durante este
período cuaresmal, la conciencia de nuestra alianza con Dios. Dios estableció una alianza con
Noé y la inscribió en la obra de la creación. Cristo, Redentor del hombre y de todo el hombre,
llevó a plenitud la obra del Creador con su muerte y su resurrección.
Hemos sido redimidos por la sangre de Cristo. Cristo murió por los pecados una vez para
siempre: el inocente por los culpables. Amén.
(Homilía durante la misa celebrada en la Parroquia Romana de San Andrés Avellino, Domingo
16 de febrero de 1997)
Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio del primer domingo de Cuaresma presenta cada año el episodio de las tentaciones
de Jesús, cuando el Espíritu Santo, que descendió sobre Él después del bautismo en el Jordán, lo
llevó a afrontar abiertamente a Satanás en el desierto, durante cuarenta días, antes de iniciar su
misión pública.
El tentador busca apartar a Jesús del proyecto del Padre, o sea, de la senda del sacrificio, del
amor que se ofrece a sí mismo en expiación, para hacerle seguir un camino fácil, de éxito y de
poder. El duelo entre Jesús y Satanás tiene lugar a golpes de citas de la Sagrada Escritura. El
diablo, en efecto, para apartar a Jesús del camino de la cruz, le hace presente las falsas
esperanzas mesiánicas: el bienestar económico, indicado por la posibilidad de convertir las
piedras en pan; el estilo espectacular y milagrero, con la idea de tirarse desde el punto más alto
del templo de Jerusalén y hacer que los ángeles le salven; y, por último, el atajo del poder y del
dominio, a cambio de un acto de adoración a Satanás. Son los tres grupos de tentaciones:
también nosotros los conocemos bien.
Jesús rechaza decididamente todas estas tentaciones y ratifica la firme voluntad de seguir la
senda establecida por el Padre, sin compromiso alguno con el pecado y con la lógica del mundo.
Mirad bien cómo responde Jesús. Él no dialoga con Satanás, como había hecho Eva en el paraíso
terrenal. Jesús sabe bien que con Satanás no se puede dialogar, porque es muy astuto. Por ello,
Jesús, en lugar de dialogar como había hecho Eva, elige refugiarse en la Palabra de Dios y
responde con la fuerza de esta Palabra. Acordémonos de esto: en el momento de la tentación, de
nuestras tentaciones, nada de diálogo con Satanás, sino siempre defendidos por la Palabra de
Dios. Y esto nos salvará. En sus respuestas a Satanás, el Señor, usando la Palabra de Dios, nos
recuerda, ante todo, que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios» (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3); y esto nos da fuerza, nos sostiene en la lucha contra la mentalidad
mundana que abaja al hombre al nivel de las necesidades primarias, haciéndole perder el hambre
de lo que es verdadero, bueno y bello, el hambre de Dios y de su amor. Recuerda, además, que
«está escrito también: “No tentarás al Señor, tu Dios”» (v. 7), porque el camino de la fe pasa
también a través de la oscuridad, la duda, y se alimenta de paciencia y de espera perseverante.
Jesús recuerda, por último, que «está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás
culto”» (v. 10); o sea, debemos deshacernos de los ídolos, de las cosas vanas, y construir nuestra
vida sobre lo esencial.
Estas palabras de Jesús encontrarán luego confirmación concreta en sus acciones. Su fidelidad
absoluta al designio de amor del Padre lo conducirá, después de casi tres años, a la rendición
final de cuentas con el «príncipe de este mundo» (Jn 16, 11), en la hora de la pasión y de la cruz,
y allí Jesús reconducirá su victoria definitiva, la victoria del amor.
Queridos hermanos, el tiempo de Cuaresma es ocasión propicia para todos nosotros de realizar
un camino de conversión, confrontándonos sinceramente con esta página del Evangelio.
Renovemos las promesas de nuestro Bautismo: renunciemos a Satanás y a todas su obras y
seducciones —porque él es un seductor—, para caminar por las sendas de Dios y llegar a la
Pascua en la alegría del Espíritu.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, I Domingo de Cuaresma, 9 de marzo de 2014)
Jorge Loring
1.- Las tentaciones de Cristo son un ejemplo para nosotros.
2.-Tener tentaciones no es ser ni mejor ni peor. Hasta Cristo las tuvo.
3.- Y nos da ejemplo de que hay que vencerlas.
4.- El demonio tienta mintiendo. Engaña ofreciendo lo que no es verdad. El que cae en la
tentación se deja engañar, como el niño que cambia un billete por un caramelo, porque no sabe lo
que vale ese billete con el que puede comprar una montaña de caramelos.
5.- No podemos dejar de tener tentaciones, pero siempre podemos vencerlas.
6.- Dios no permite que seamos tentados sobre nuestras fuerzas. Dice San Pablo: «Dios es fiel y
no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas».
7.- Pero tenemos que poner de nuestra parte evitando las ocasiones. Es de tontos acercar una
cerilla a la gasolina y decir que no queremos un incendio.
8.- Tenemos que hacer lo que podamos, pedir a Dios lo que no podamos, y Dios nos ayudará
para que podamos. Jesucristo en el Padrenuestro nos dice que le pidamos ayuda.
9.- La tentación puede venir de nosotros mismos, por nuestra flaqueza espiritual; pero también
del mundo que nos rodea que con frecuencia ridiculiza al que quiere ser bueno: telebasura,
revistas del corazón exaltando los adulterios y la prostitución de lujo: eso hacen los que van
cambiando de pareja matrimonial a cada paso (ellos y ellas).
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
La tentación del diablo
Mc 1, 12-15
Una vez a un hombre se le concedió ver a los demonios en una ciudad y vio que en la
plaza principal de la ciudad había un solo demonio y al pasar por la Iglesia vio una gran cantidad
de demonios de distintas clases a cuales más fieros y terribles. Se preguntó por qué era así y le
vino a la mente la respuesta: en la plaza con un solo demonio el diablo se bastaba para tentar
pero en la Iglesia el demonio multiplicaba sus ejércitos para hacer caer a los que querían servir a
Dios.
Cuanto más se vive la vida espiritual el demonio más busca tentar para destruir la obra de
Dios. Las personas que quieren vivir bien su vida espiritual sentirán más las tentaciones.
En la calle, entre la gente que vive según el mundo, el diablo no tiene mucho trabajo. La
gente cae en pecado casi sin intervención del diablo sino llevados por su propio egoísmo por la
búsqueda de ellos mismos.
La tentación es parte de nuestra vida interior. Todo el que quiera servir a Dios tendrá
tentaciones.
Nuestro progreso (en la vida espiritual) se realiza por medio de la tentación y nadie puede
conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede
vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones[1].
Muchas veces somos nosotros mismos los que provocamos la tentación porque nos
ponemos en ocasión de pecado.
¿Cómo actúa el diablo?
El diablo es como un cobarde. Si ante el hombre cobarde nos asustamos, se vuelve
terrible y se afirma en la lucha, en cambio, si al hombre cobarde desde un principio le mostramos
que no le tenemos, sino por el contrario, que estamos dispuestos a luchar con él y con todas las
fuerzas, huye. Lo mismo ocurre con el diablo. Se hace fuerte cuando tememos y nos cohibimos y
se cohíbe cuando le mostramos valentía. No hay que dialogar con la tentación sino que hay que
rechazarla desde el primer momento.
El diablo es como un mal amante que lo que pretende es gozar de aquella mujer con la
que está sin importarle nada de ella. Busca dejar en escondido sus amoríos para que no se dé
cuenta de su mala intención. Busca esconder la relación delante de los padres y si es mujer
casada busca que no se entere su marido. El diablo hace lo mismo. Quiere engañarnos y nada
más y para eso quiere que guardemos silencio. Si notamos la tentación buscará que no se la
rebelemos a nadie, menos aún, a alguna persona espiritual que podría frustrar sus siniestros
planes.
El diablo es como un jefe militar. El jefe de un ejército si va a atacar a otro ejército
primero lo estudia. Después de estudiarlo busca descubrir la parte más débil y por allí atacará. Lo
mismo hace el diablo. Busca nuestra parte más flaca, “donde nos aprieta el zapato” y por allí nos
atacará. A algunos con tentaciones más carnales, a otros por otras más espirituales. Por eso es
bueno conocernos a nosotros mismos y conocer cuál es nuestro defecto dominante porque por él
atacará el demonio.
¿En qué orden tienta?
Primero nos tentará con tentaciones de deseos de bienes materiales, de allí nos llevará a
la vanidad y luego a la soberbia. De la soberbia a todos los vicios. Por eso para rechazar al diablo
tenemos que contraponer menosprecio de los bienes materiales o pobreza contra riqueza, saber
sobrellevar las humillaciones contra la vanidad y humildad contra soberbia. La humildad es la
base de todas las virtudes.
Simplemente me voy a detener en el primer escalón que es en donde la mayoría tropieza
por las tentaciones del diablo: el deseo de bienes materiales.
Cuando el hombre nota su indigencia existencial, es decir, la necesidad de una ayuda que
lo saque de su pequeñez se vuelve a tres puntales: Dios, el diablo o las cosas materiales. La
minoría de los hombres busca al diablo, directamente, para palear su indigencia. Son los
satanistas, los que rinden culto al diablo. Muchos hombres han llegado al éxito vendiendo su
alma al diablo.
Muchos buscan a Dios y esto es la religión. El hombre busca a Dios para paliar su
pequeñez y cuanto más lo busca más religioso se vuelve. Así han vivido los santos, vueltos
totalmente a Dios.
La mayoría de los hombres busca paliar su indigencia en los bienes materiales. No es raro
ese divorcio cada vez más grande entre el hombre moderno que se esfuerza por tener cada vez
más bienes materiales y su falta de religión. Busca salir de su miseria por un camino equivocado.
¿De que le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?, dice la Escritura.
Hoy el diablo ha conquistado a la mayoría de los hombres por el afán desmedido de
bienes materiales. Las personas se interesan muchísimo por tener todas las comodidades pero se
van olvidando de salvar su alma. Porque los bienes materiales son para ayudar al hombre a vivir
una vida que le ayude a ser más religioso, a unirse más a Dios y salvar su alma.
Gran parte del mundo es esclavo. No existe hoy la esclavitud de antaño pero existe la
esclavitud del dinero. La mayoría de las personas trabajan para pagar créditos que se han hecho
para tener una vida confortable y no pueden dejar de pagarlos y no pueden dejar de trabajar para
pagarlos y ¡ay! si llegan a perder el trabajo. El mundo vive cómodo a costa de una esclavitud. No
es verdaderamente libre. Cuántos mal ratos y dolores de cabeza causan en no muchos el no llegar
a fin de mes y la angustia de no poder pagar sus créditos. Y nadie se da cuenta que esa es la gran
tentación del diablo al mundo moderno. Es el primer escalón de sus tentaciones, con la cual,
tienta a la mayoría. Y por el afán de bienes materiales se olvidan de Dios. El alma se siente
segura cuando tienes bienes materiales. Pero no está segura. El Evangelio nos pone como
ejemplo un hombre que después de tener bienes para mucho tiempo se dijo a sí mismo: descansa,
date buena vida porque tienes bienes de sobra y el Señor esa misma noche le pidió cuenta de su
alma. ¿Para quién fueron sus bienes?
No esta mal tener bienes materiales pero sólo los necesarios para poder servir a Dios. Los
bienes materiales son en razón del cuerpo, el cuerpo en razón del alma y esta para servir a Dios y
ganar el cielo.
Cristo también fue tentado porque se hizo en todo igual que nosotros menos en el pecado.
Él fue tentado en su mesianismo. No fue al desierto sino llevado por el Espíritu. El diablo quería
alejarlo de un mesianismo de cruz y hacerlo un mesías popular, de renombre. Jesús lo rechazó de
buenas a primeras con la palabra de Dios. Y quiso que los evangelistas hablaran de sus
tentaciones para nuestro bien, como ejemplo para nosotros para saber cómo rechazarlas. Él
también fue tentado de amor a los bienes materiales para que convirtiera las piedras en panes, fue
tentado de vanidad, para que se arrojase volando del pináculo del templo y fue tentado de
soberbia, para que poseyese todos los reinos del mundo. Cristo nos enseña como rechazar la
tentación. Pidámosle, pues, nos enseñe a rechazarla. En este tiempo de cuaresma en que
entramos en el desierto del Éxodo y en el desierto de la Pasión vamos a ser tentados. No
temamos la tentación que ha sido vencida en cada uno de nosotros por el mismo Cristo y
pidamos a Dios no caer en la tentación.
Ejemplos Predicables
Como un árbol que parecía muerto
Un hortelano, a fuerza de cuidado y diligencia, ha conseguido que reverdezca aquel árbol ya
marchito y que parecía muerto. Con más cuidado lo riega y lo regala que a todos los demás que
medran y florecen en el huerto. Visítalo a menudo, guárdalo con más esmero, lo riega con mayor
liberalidad, lo poda con más empeño, y a cuantos vienen de fuera, como olvidado de las otras
plantas, luego les muestra su árbol retoñado, diciéndoles con complacencia: -¡Mirad que
hermoso está!
Así lo hace Dios, mis hermanos, con el pecador arrepentido. Lo guarda con más esmero, lo cuida
con más empeño, lo riega con más liberalidad, y dice a los ángeles: -Mirad mi árbol que había
muerto cómo ha vuelto a la vida. ¡Y los ángeles se alegran y bendicen a un Dios tan
misericordioso!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 143)
Semana del 22 al 28 de Febrero de 2015 – Ciclo B
Domingo primero de cuaresma
Domingo 22 de febrero de 2015
Domingo primero de cuaresma
Cátedra de Pedro, Leonora
Gén 9,8-15: Pondré mi arco iris en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra
Salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos
1Pe 3,18-22: El agua del diluvio es un símbolo del bautismo, que los salva
Mc 1,12-15: Fue tentado por Satanás y los ángeles le servían
La primera lectura, Génesis 9, contiene la «alianza de Dios con Noé». La alianza famosa,
la más importante, tendrá lugar más tarde, la alianza con Abraham. La Alianza con Noé
pertenece a un segundo plano de “la economía de la salvación”. ¡Nunca más habrá diluvio para
destruir la tierra!, le asegura Dios a Noé (Gn 9,11). Y esta promesa va acompañada de un
memorial: el arco iris, señal del nuevo pacto entre Dios y la humanidad.
¡El miedo al “diluvio” ha sido quebrado! Ahora tenemos una nueva alianza a partir de una
alternativa de vida para todos los seres vivientes. El arca que ha abrigado a la familia se
transforma en una gran casa acogedora de la vida, en donde el cuidado con los animales se
destaca de una manera especial (Gn 9,1-7). Es la casa de la vida que coloca al ser humano en
comunión con la tierra, con la naturaleza, con el cosmos.
El río Jordán, el desierto, y la Galilea son como un mismo “hilo conductor” de un
desplazamiento fundamental que da inicio al evangelio de Marcos. Ahí percibimos el
movimiento del reino de Dios que nos invita a movilizarnos en búsqueda de nuestros propios
“lugares del Reino” donde se concreten y desarrollen nuestras opciones por la vida, por la
dignificación de las personas y de las comunidades.
El río Jordán evoca grandes y significativos hechos de la historia de Israel. El más
importante, sin duda, cuando Josué y el grupo del desierto atraviesan el río para entrar en la tierra
prometida (Jos 3-4). Relato de los orígenes de aquel proyecto de vida igualitaria revelado por
Dios a los esclavos fugitivos de Egipto. A partir de esta memoria primordial, Juan el Bautista
convoca al pueblo alrededor de una nueva esperanza mesiánica. Allí también acude Jesús,
procurando “las aguas de Juan”.
El desierto es muy frecuentemente mediación de discernimiento, formación y maduración
en el proyecto de Dios. Jesús es llevado por el Espíritu al desierto, lugar por excelencia donde
Israel aprendió a ser pueblo. Sujeto y proyecto anudados alrededor de la memoria del éxodo
dando inicio al evangelio de Jesús.
Galilea es el lugar donde Jesús concreta su opción de humanidad y de humanización. Esta
geografía es para Jesús el espacio vital del Reino. Es un mar, una tierra y un pueblo abierto a las
naciones del entorno. Las fronteras se “cruzan” dando lugar a la inclusión de lo diverso en
múltiples “misturas”. Favorabilidad donde madura e irrumpe el kairós del reino de Dios.
El paso del Jordán al desierto, plantea la articulación de movimientos mesiánicos
proféticos que tienen en esos lugares, sus fuentes de inspiración y de organización. La
confrontación con Satanás, como principio cósmico del mal que Marcos lo vincula con la
enfermedad, la marginación y la muerte de los pobres, será para Jesús la definición de su vida
por la ruta del reino de Dios. El desierto deja de ser lugar de prueba y penitencia según la
tradición judía, para convertirse en lugar de aprendizaje definitivo en la confrontación y el
desequilibrio. El Espíritu de Dios lleva a Jesús hasta la memoria fundacional de Israel, donde,
venciendo a Satán, la vida se torna en fidelidad hacia Dios y hacia lo humano.
El simbolismo de los “cuarenta” tiene que ver con el trauma del nuevo nacimiento. Los
poderes de la historia se hallan enfrentados: Jesús como principio de la humanidad liberada
desde Dios, y Satanás, que es signo y causa de la muerte en el mundo. Nos hallamos frente al
relato de un nuevo origen. Marcos re-escribe la historia, llevándonos del agua del bautismo a la
re-construcción de la humanidad, para decirnos que Jesús está ahí apostando por una opción de
vida, dignidad y felicidad humana. Pero Jesús no asume el combate solitario. Está junto con los
animales y los ángeles como evocando un nuevo paraíso. El servicio angélico comunica
esperanza y porta salvación. Al retomar el “paraíso” para re-iniciar el camino de lo humano,
Jesús cuenta con fuerzas naturales y angelicales (la tierra y el cielo) favorables. Jesús se
encuentra entre la tentación satánica y el servicio angélico. Es el dilema que permanentemente
enfrentaremos. Marcos ha evocado estos poderes como en un espejo para que podamos mirarnos
en ellos. Nos ha dicho lo que es tentar y servir, nos ha arraigado en la “historia original”. Ya en
la historia concreta esos actores sobrenaturales desaparecen y es cuando Jesús nos enseña a
servir, sirviendo a su comunidad discipular.
Obviamente, los cuarenta días del desierto no desaparecen. Duran todo el evangelio, toda
la vida. Son paradigma de la contradicción y el desequilibrio que permanentemente atraviesan la
historia. En la trama de la vida humana se ha venido a introducir y decidir la trama de pecado y
esperanza de todos los vivientes (incluidos los animales, los ángeles y los diablos).
En definitiva, la liturgia nos presenta este evangelio del comienzo del ministerio de Jesús,
por paralelo con el comienzo de la cuaresma. La Cuaresma es la vida humana...
Un llamado a la conversión ecológica urgente
La primera lectura de este domingo da pie claramente a introducir el tema ecológico en la
liturgia, concretamente en el tema de la conversión. Si el mensaje de este domingo primero de
cuaresma lo centramos en la conversión, este texto nos da pie bíblico para incluir la dimensión
ecológica en esa conversión hoy necesaria.
Es sabido que, aunque a los tres monoteísmos nos cuesta admitirlo, hoy es voz común en la
sociedad que estas «religiones del libro» han tenido y todavía tienen muy poca sensibilidad
ecológica. Más aún: la dimensión cultural de la explotación inmisericorde de la naturaleza, vista
como mero objeto, como materia que comer o que explotar, cosificada, objetivada como mera
despensa de recursos a nuestra disposición, no ha sido una invención humana ajena a lo
religioso, sino que se apoya literalmente en las palabras del Génesis (1,26, ¡en el mismísimo
primer capítulo de la Biblia!).
Y todo ello por el «antropocentrismo», un error de perspectiva del que la Biblia no nos
liberó –sino que confirmó–, por el que nos hemos considerado el centro de la realidad y del
cosmos. (Como diría el sofista griego Protágoras: «el ser humano es la medida de todas las
cosas»). Puede ser importante recordar el famoso artículo de Lynn White «Raíces históricas de
nuestra crisis ecológica» (publicado en la revista Science 155(1967) 1203-1207, accesible en
http://latinoamericana.org/2010/info), en el que sostenía la tesis de que el cristianismo es «la
religión más antropocéntrica de la historia». Muy grave acusación.
Un concepto nuevo, que especifica bien el del «antropocentrismo» es el del «especismo»:
concretamente, resulta que nosotros somos la última especie, somos unos recién venidos al
mundo, nos hemos convertido en una auténtica fuerza geológica, y nos consideramos los dueños
y los protagonistas, postergando a todas las demás especies, considerándolas además de estatuto
biológico y filosófico inferior. (Cfr. Pedro Ribeiro de Oliveira, Agenda Latinoamericana’2010,
descargable en http://latinoamericana.org/digital).
La «alianza con Noé» es un pacto con el que, según la tradición recogida en el génesis,
Dios quiere comprometerse con toda la humanidad y todo ser vivo, respecto a que no enviará
ningún nuevo diluvio que destruya al ser humano ni a la vida sobre la faz de la tierra. El arco iris
será su recordatorio para Dios, dice Gn 9,13.
Hoy es necesario otro pacto ecológico, una alianza de paz del ser humano con la
naturaleza, para dejar de agredirla y de destruirla, para pasar a una actitud de cuidado y de
responsabilidad.
Hay que superar la postura tradicional de «concordismo bíblico», por el que pensamos que
todo lo bueno que vayamos descubriendo o madurando... ya estaba previamente en la Biblia,
aunque hubiéramos pasado veinte siglos sin percibirlo... La dimensión ecológica que hoy
estamos descubriendo no está en la Biblia. Más: en la Biblia están fundamentadas actitudes que
hoy nos parecen ecológicamente irresponsables, incluso antiecológicas. La Biblia fue escrita en
una época sin perspectiva ecológica, y por eso es que en la liturgia y en el año litúrgico está tan
ausente la ecología. Es necesario «forzar» adecuadamente la situación para introducir el tema,
por la urgencia del mismo.
En este momento, aumentar la conciencia de la responsabilidad ecológica de la humanidad,
sobre todo de cara a la urgencia de evitar el «punto de no retorno» que se aproxima
peligrosamente según todos los cálculos, es uno de los deberes máximos del cristiano y de todo
simple ser humano consciente. Si la Humanidad no toma urgentemente una nueva actitud,
peligra su misma supervivencia. Y aunque cambiemos mañana mismo, los destrozos que hemos
causado ya en el planeta resultan irreversibles, y los vamos a pagar caro, durante mucho tiempo.
Es importante que la conversión de que nos habla la cuaresma incluya la conversión
ecológica. ¿Por qué no orientar ecológicamente este año toda la cuaresma?
Para la revisión de vida
Acaba de comenzar la Cuaresma. ¿Qué va a significar para mí? Tal vez puedo darle un
significado personal, diferente, el que yo quisiera que tuviera… Tengo espacio para la
originalidad y creatividad. ¿Qué voy a hacer?
Para la reunión de grupo
- Si el evangelio no hubiera afirmado taxativamente que Jesús sufrió tentaciones, muchos
cristianos hubieran dicho que él no podría haberlas experimentado, por ser simultáneamente
Dios. Pero una persona humana que no pueda sentir tentaciones, ¿sería realmente humana?
¿Qué implicaciones tiene esto para nuestra comprensión de la humanidad de Jesús?
- Marcos no explicita cuáles fueron las tentaciones que experimentó Jesús. Otros evangelistas
nos las señalan de un modo arquetípico. Recordemos cuáles fueron y qué significación tienen
fundamentalmente.
- En la situación actual de nuestro Continente, y del mundo, ¿cuáles podríamos decir que son
las tres más grandes tentaciones con las que se encuentra todo ser humano y todo cristiano?
- El evangelio de Marcos que hoy proclamamos incluye el "primer sermón de Jesús", su primera
predicación, o, si queremos, lo que fue de algún modo su "manifiesto", su "proclama", que
resume de algún modo todo lo que será su mensaje. Es un texto muy sintético y muy preciso el
que nos presenta Marcos. Comentemos el significado de los cuatro elementos que contiene esa
"proclama de Jesús".
- Si la alianza con Abraham abarca por derecho a las tres religiones monoteístas (judaísmo,
cristianismo e Islam), la alianza hecha por Dios con Noé abarca tal vez a la humanidad de todas
las religiones y a la naturaleza misma... Si Dios es Dios, y si Dios es uno, ¿qué significan para
nosotros, cristianos, las diversas religiones? Si el tema del pluralismo y del diálogo religioso
está siendo actualmente uno de los temas más cultivados por los teólogos, ¿qué información
estamos teniendo sobre ello? ¿Quién, cómo, cuando... nos puede informar?
- Tomar el artículo de Lynn White (loc. cit.) y examinar su desafío sobre el cristianismo como la
religión más antropocéntrica del mundo.
- ¿Cuál es el año que la ciencia actual está entreviendo que será el año «de no retorno» en la
evolución del calentamiento climático, el año a partir del cual parece que “se nos va a escapar
de las manos” ese calentamiento, incidiendo en unos bucles de retorno y de realimentación por
los que entrarán en una espiral de calentamiento autoalimentado ante el que no podremos ya
hacer nada. Hace tiempo se dijo que sería 2050, luego se dijo que 2030, 2020... pero hay
observadores que ponen una fecha anterior... ¿Y qué pensar religiosa y teológicamente si fuese
que estamos ante la posibilidad real de una catástrofe apocalíptica, sin ninguna concesión a la
retórica ni a la literatura?
Para la oración de los fieles
- Por la comunidad de creyentes en Jesús, para que, en medio del desierto de la vida, sea capaz
de animar la esperanza de las personas en conseguir la plena liberación. Oremos.
- Por toda la comunidad humana, para que en medio de sus egoísmos, injusticias e
insolidaridades sepa escuchar y poner en marcha los mensajes de liberación que se siguen
pronunciando en nuestro mundo. Oremos.
- Por los que sufren en su carne el azote del hambre, el paro, la violencia, la injusticia, la
explotación, para que renazca su esperanza al encontrar personas que les apoyen y luchen por
sus derechos. Oremos.
- Por los creyentes, para que nuestra condición de bautizados nos haga vivir una nueva forma
de vida, como hijos de un Dios de Vida y de vivos. Oremos.
- Por nuestra comunidad, para que se esfuerce en construir una sociedad cada día más fraterna
y esperanzada. Oremos.
Oración comunitaria
- Dios, Padre nuestro: al comenzar esta Cuaresma te pedimos nos ayudes a empeñarnos en una
auténtica conversión de nuestros corazones y nuestra vida personal y comunitaria, a la vez que
nos esforzamos por transformar nuestra familia, nuestra sociedad, el mundo. Nosotros te lo
pedimos en el nombre de Jesús, tu Hijo, nuestro hermano.
Lunes 23 de febrero de 2015
Policarpo, Bartolomé
Lev 19,1-2.11-18: Juzga con justicia a tu conciudadano
Salmo 18: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
Mt 25,31-46: Vengan, benditos de mi Padre, a recibir el reino
El evangelio presenta a Jesús en una triple condición: de Pastor, Rey y Juez, tres formas
particulares de comprenderlo en el marco del proyecto del reino de Dios. El relato evangélico es
rico en una simbología proyectada al fin de los tiempos. Se muestra una corte real donde el rey
es a la vez juez, y unos enjuiciados, en este caso las naciones, que representan a la humanidad
entera. El juicio representa la venida gloriosa del Hijo de Dios para dar plenitud a la historia.
El tiempo de cuaresma nos abre a una escucha atenta de la Palabra de Dios, que el día de
hoy nos llama a una revisión profunda de nuestros proyectos de vida, y concretamente de
nuestras actitudes y comportamientos ante las necesidades humanas del hambre, la sed, el
destierro, la desnudez, la enfermedad y la pérdida de la libertad.
Nuestra cercanía al proyecto de Dios no depende tanto de nuestras prácticas rituales o
cultuales, sino de nuestra capacidad de solidarizarnos con quienes padecen dolores o necesidades
graves y urgentes, son víctimas de la injusticia y exclusión. Es el rostro de Dios mismo
exigiéndonos sensibilidad y acción cristiana.
Martes 24 de febrero de 2015
Sergio
Is 55,10-11: Mi palabra hará mi voluntad
Salmo 33: El Señor libra de sus angustias a los justos
Mt 6,7-15: Ustedes recen así
Cada una de las expresiones que conforman la oración del Padre Nuestro es una síntesis de
la forma como Jesús comprende a Dios y del reconocimiento de la finitud humana, que requiere
de la intervención de Dios. “Padre nuestro que estás en el cielo”: es una forma cercana, familiar
de referirse a Dios, que no es Padre de unos pocos, sino de todos. “Santificado sea tu Nombre”:
es reconocer su trascendencia; la santidad del nombre está íntimamente ligada a la santidad del
ser. “Venga tu reino”: la venida del reino de Dios Padre obedece a un proceso de disposición que
implica la conversión integral del ser humano y la transformación definitiva de las estructuras
sociales para hacer más digna la convivencia humana. “Hágase tu voluntad”: solicitar que se
realice la voluntad de Dios en la tierra es poner siempre el orden temporal abierto a la
intervención del Padre de la historia y llenar las estructuras sociales de justicia y derecho.
“Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos”: el perdón está en el centro del
proyecto de Dios; pero él lo condiciona a la forma como nosotros seamos capaces de perdonar a
los demás. “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”: no es otra cosa que reconocer
que muchas de las tentaciones-ofertas, las estructuras y comportamientos humanos han sido
levantados sobre la injusticia, la muerte, la guerra, el hambre, la exclusión. De esos males Dios
puede librarnos, pero invita a la humanidad a que luche por construir otro mundo posible que
supere esas maldades y avance hacia la santidad, reflejo de él.
Miércoles 25 de febrero de 2015
Justo, Valero, Nestor
Jon 3,1-10: Los ninivitas se convirtieron de su mala vida
Salmo 50: A un corazón contrito, Señor, no lo desprecias
Lc 11,29-32: Aquí hay alguien mayor que Jonás
En el evangelio de hoy Jesús hace una invitación a la conversión profunda sin necesidad de
señales extraordinarias o de grandes espectáculos, que pudieran estar más cerca de lo mágico que
de lo real.
La gente de su generación, sobre todo sus opositores, estaban forzándolo para que hiciera
obras prodigiosas y buscar así la manera de condenarlo. Sin embargo Jesús no accede a esa
petición arrogante de aquéllos que se ufanan de conocer y valorar a los antiguos profetas, pero se
resisten a escuchar la voz de los profetas que los cuestionan en el presente.
En nuestros días sucede algo similar a los días de Jesús. Pareciera que estamos esperando a
que Dios se manifieste mediante obras espectaculares y mágicas, y nos cuesta ver que todos los
días Dios realiza milagros a lo largo y ancho del mundo, a través de seres humanos llenos de su
Espíritu, los que con sus obras de solidaridad y entrega generosa anuncian y revelan de una
manera sencilla el plan divino.
Estas personas son la voz de Dios que realiza poco a poco el milagro de su voluntad, sin
que sus acciones tengan algo de sobrenatural o mágico.
El evangelio formula una invitación a la conversión y a la asimilación responsable del
ministerio profético que como cristianos tenemos todos por el bautismo, pues el anunciar el
reino de Dios en estos tiempos no puede ser tarea de unos pocos, sino responsabilidad de todos
y cada uno.
Jueves 26 de febrero de 2015
Alejandro, Paula Montal
Est 14,1.3-5.12-14: No tengo otro auxilio fuera de ti, Señor
Salmo 137: Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor
Mt 7,7-12: Quien pide, recibe
Las acciones de pedir, buscar y llamar, esbozadas en la primera parte del texto, se refieren
a la actitud permanente que han de tener los seres humanos hacia Dios, quien no actúa
indiferente ante estos clamores, sino que muestra su infinita bondad como respuesta amorosa a
las peticiones, búsquedas y llamados de sus hijos.
En segundo lugar el texto confronta a los posibles oyentes de Jesús, quien de manera
magistral les recuerda la naturaleza de las relaciones padre-hijo, en las que regularmente los
padres son bondadosos ante los pedidos de sus hijos. Esta relación natural va servir como
herramienta para que hasta quienes se consideran “malos” sientan que en su corazón habita un
hilo de amor que es tenido en cuenta por Dios.
Hoy como ayer los seres humanos nos encontramos abocados a necesidades y urgencias de
todo tipo. Esta realidad nos permite, por un lado, reconocer la finitud de nuestras posibilidades, y
por otro nos exige un diálogo consciente y permanente con Dios a través de la oración. En ese
sentido, pedir, buscar y llamar son actitudes que deben caracterizar nuestra espiritualidad.
Hacer por los otros lo que queremos que los demás hagan por nosotros, es la clave para el
desmonte de las estructuras egoístas que hoy reinan, y para dar paso a la civilización del amor y
de la solidaridad. Sólo así estaremos en plena sintonía con el proyecto de Dios.
Viernes 27 de febrero de 2015
Gabriel de la Dolorosa
Ez 18,21-28: Por la justicia que hizo, vivirá
Salmo 129: Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Mt 5,20-26: Ve primero a reconciliarte con tu hermano
El texto comienza llamando la atención sobre el modo de obrar de la multitud, que debe
superar las incoherencias de los letrados y fariseos, para quienes el cumplimiento de los
preceptos y ritos de la ley primaba por sobre la convivencia justa y fraterna con los hermanos.
La propuesta de Jesús centra su atención en el ser humano y su capacidad de amar, ese don
de Dios puesto en el centro del corazón humano que no se puede atrofiar. Si ello sucede, se
vician todas las relaciones y proyectos humanos, al punto de perder su trascendencia histórica y
salvífica.
Hoy estamos viendo y viviendo conflictos sociales, económicos y culturales que, llevados
al extremo, han desencadenado guerras y muchas muertes. Ellas dan cuenta de la estrechez del
corazón humano, que se ha dejado arrebatar su capacidad de amar por intereses mezquinos, que
hacen cada vez más grande la distancia entre víctimas y victimarios en los proyectos de muerte.
Hablar hoy de una auténtica reconciliación implica un proceso largo en el que se deben
desmontar las estructuras inmorales e injustas que por siglos han gestado odios y rencores
entre personas y pueblos enteros.
Sábado 28 de febrero de 2015
Román
Dt 26,16-19: Serás el pueblo santo del Señor
Salmo 118: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
Mt 5,43-48: Sean perfectos como es perfecto el Padre
El amor a los enemigos y a los perseguidores es un desafío de Jesús que marcará la
diferencia entre su propuesta de vida y los comportamientos de muchos sectores de la sociedad
de entonces y de todos los tiempos. Los méritos de amar sólo a los más cercanos quedan
empobrecidos ante la novedad del amor incluso a quienes persiguen o hacen daño. Se trata de
abrir el corazón ampliamente y dar paso a la auténtica reconciliación.
La gran novedad del proyecto cristiano sustentado en el amor es que tiene como referente a
Dios Padre, quien ama infinitamente a todos sus hijos. En su corazón no tienen lugar la
desigualdad o el rencor; por el contrario, su corazón es como el sol que cobija afectuosamente a
unos y otros. Esta característica del Dios cristiano no elimina el camino de la conversión; lo
reconfigura con los códigos del amor y el perdón, pues sólo quien se siente fuertemente amado y
perdonado es capaz de reproducir amor y perdón.
Los seres humanos tenemos hoy por delante el desafío de contrarrestar tantos odios y
violencias que se han generado a lo largo de las historias de nuestros pueblos. Establecer un
nuevo modelo de relaciones será fruto, en especial, de procesos pequeños que involucren a la
persona, la familia, la amistad, los círculos de trabajo, las comunidades eclesiales, en
experiencias comunitarias de amor y en escuelas de perdón.
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