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publicación gratuita sobre la identidad del fútbol uruguayo
MAYO/JUNIO 2016_edición_10 - issn 2393-5995
Martín Ligüera
El futbolista que
piensa y hace
Aquel dolor
Mundial del 86
en retrospectiva
Martín Lasarte
Las buenas
decisiones
1
Doping positivo
túnel may- jun 2016
La cornada
2
Me crié cerca de una Iglesia de los Santos de
los Últimos Días, un lugar que me resultaba
muy extraño, porque tenía un pincho gigante
en vez de una cruz y porque parecía que sólo
podían entrar personas excesivamente rubias
que usaban casco para andar en bicicleta.
“Los Mormones”, como se conoce al
predio donde se ubica la Iglesia, tiene una
pequeña y preciosa cancha de fútbol abierta:
piso de pórtland lustrado, arcos de gruesos
caños metálicos, espacio para cuadros de
cinco jugadores y altos alambrados para
evitar la pérdida de balones. Las rejas que
separan al predio de la vereda son bajas y
por eso, desde temprana edad, los niños
del barrio invadíamos las instalaciones y
pasábamos los sábados enteros jugando a
la pelota. Rápidamente desarrollamos un
acuerdo tácito con las autoridades de la
iglesia: mientras no causáramos vandalismo
y escucháramos como si nos interesaran
las propuestas que nos hacían de asistir a
los oficios religiosos, podíamos quedarnos.
Cada tanto, es cierto, había zafra represiva
y nos echaban, con el pretexto de que no
formábamos parte de la comunidad, pero
luego de dos o tres semanas volvíamos
tímidamente y nadie nos molestaba.
Cuando crecimos y nos hicimos
adolescentes, trajimos un convidado de
piedra que alteró para siempre nuestra
relación con las autoridades eclesiásticas y
que me sirvió para cuestionar esa máxima
moral de que el deporte y la salud siempre
van de la mano.
Más o menos para el año 2000, Los
Mormones se había transformado en uno de
los principales espacios de socialización de
los varones adolescentes de Piriápolis. Los
sábados circulaba mucha gente. Se hacían
partidos a dos goles, para que los cuadros
rotaran y todo el mundo pudiera jugar,
pero si perdías era normal comerte una
hora esperando el siguiente turno. Y en esa
situación podía haber cuatro cuadros, o sea
veinte tipos. ¿Cómo matar el tiempo mientras
tanto? Pateando alguna pelota que sobraba,
conversando amablemente o drogándote.
Y es que a la sombra de un árbol que había
al lado de la cancha se juntaban aquellos
que querían consumir o adquirir productos
alucinógenos y/o estimulantes –la mayoría
de las veces faso; en pocas ocasiones,
merca– y poco a poco esa costumbre fue
provocando roces con las autoridades
religiosas –pese a que nunca hubo hechos
Ilustración: Rodrigo López
de violencia significativos– hasta que un
día fuimos expulsados y no sólo no se nos
permitió volver nunca más –a fin de cuentas,
ya estábamos bastante grandes y a punto de
retirarnos–, sino que además se restringió el
ingreso a las nuevas generaciones, al punto
que, hoy día, pasar un sábado por la vereda
de la cancha produce honda tristeza, porque
casi siempre está vacía.
Sin embargo, antes de que eso
sucediera, conocí allí a George Riise, un
jugador cuya triste historia quiero aprovechar
para contarles. Le decíamos George porque
se llamaba Jorge, y Riise porque se parecía al
futbolista noruego del mismo apellido que
durante años hizo toda la banda izquierda
jugando para el Liverpool de Inglaterra.
George era un pésimo jugador de fútbol.
Tal vez sólo era superado en ese aspecto por
El Rey León, un argentino de gran melena que
experimentaba, literalmente, pavor ante la
pelota, al punto de que su frase más conocida
dentro de la cancha era “no me la pases, a
mí no, a mí no”. George, por el contrario, era
voluntarioso, era querendón, pero carecía de
todos los fundamentos técnicos, era lento,
torpe y tenía una preocupante incapacidad
para interpretar el lenguaje corporal tanto
de sus compañeros como de sus rivales
(nunca veía los pases obvios y perfectamente
podía comerse el amague de una tortuga).
A todo esto, George sumaba una costumbre
que potenciaba sus defectos a extremos
inverosímiles: gustaba de entrar a la cancha
bajo los efectos del cannabis. Un combo letal.
Un día, durante una Semana de Turismo
–que habrá sido del 2000 o 2001– cayó a
jugar un pinta que nadie conocía. Era un gurí
argentino que estaba de paseo, vio fútbol y
quiso sumarse. Tendría doce o trece años,
máximo, y pese a que arrastraba un nivel de
agrande proporcional a su nacionalidad, la
verdad es que jugaba muy bien. Decía que
estaba en las inferiores de Huracán. A veces
me pregunto si no habrá sido un Pastore,
un De Federico, uno de esos media punta
de estupenda técnica y liviandad que viene
sacando Huracán durante los últimos años.
George era un pésimo
jugador de fútbol. Tal vez
solo era superado en ese
aspecto por El Rey León, un
argentino de gran melena
que experimentaba,
literalmente, pavor ante la
pelota, al punto de que su
frase más conocida dentro
de la cancha era “no me la
pases, a mí no, a mí no”.
El hecho es que el botija entró a la
cancha y si no fuera porque todavía era
bastante chico –a esa edad, dos o tres años
hacen gran diferencia– nos habría pintado la
cara a todos. La mayoría supimos controlarlo
con un poco de físico y carpeta. Pero George
no tuvo la misma suerte.
Como buen depredador, el niño
–a quien, por razones de comodidad,
llamaremos a partir de ahora Pastore–
detectó a la presa más fácil de la manada e
hizo con ella lo que quiso. En un partido a
dos goles, que se resolvió en menos de diez
minutos, le hizo ocho caños, incluyendo
uno en el que Pastore, de cara al arco libre
y con la posibilidad de hacer el gol que
daría por finalizado el partido, decidió no
convertirlo y esperar a que George viniera
desesperado a marcarlo para tirársela de
suela y hacia atrás entre las piernas, a lo
Riquelme. Lo particular de todo esto fue que
George, que se encontraba en un estado
completamente bobmarleyzado, no paró de
reírse en ningún momento –al igual que el
resto de los presentes, incluido Pastore– y
de maravillarse ante todos y cada uno de
los túneles recibidos. Cuando terminó el
partido, abandonó la cancha casi levitando
y se tiró contra un muro a esperar que se le
pasara el cuelgue.
El equipo de Pastore siguió ganando
partidos. Se mantuvo en cancha tanto
tiempo que la pizarra dio la vuelta y volvió a
tocarle el turno a George.
Pastore agarró la pelota y una plancha
bajó como un martillo sobre una zona de
su cuerpo que iba desde la ingle hasta la
rodilla. Es que George ya andaba por los
dieciocho años y era de patas grandes. El
niño abandonó la cancha llorando y no volvió
nunca más.
Por supuesto que George fue
reprendido por sus pares. En este tipo de
partidos suele haber un amplio margen de
tolerancia para con los preadolescentes
pizarreros. Hasta que no les sale barba, no
se los puede lastimar. Además, es mal visto
cometer faltas groseras cuando no hay un
árbitro para penalizarlas. Pero George había
comprendido súbitamente, una vez libre de
los efectos de las hierbas alucinógenas, que
durante el partido anterior todo el mundo
se había reído de él, no con él, y no pensaba
permitir que esto volviera a suceder.
Ese día, Pastore aprendió una lección.
Un jugador de fútbol puede tener la técnica
y soberbia necesarias como para humillar
a sus rivales. Puede hacerlo a conciencia
–como Neymar–, sabiendo que gran parte
de los rivales no van a tolerar la exhibición
gratuita a expensas suyas y van a tratar
de golpearlo arteramente. Gracias a ello,
muchas veces, conseguirá dejar al rival con
un jugador menos.
Lo que no puede hacer es quejarse si
lo lastiman. En el fútbol se puede pegar. Eso
es parte del juego, igual que la tarjeta roja
que viene como consecuencia. Si te gusta el
toreo, bancate las cornadas.
_Mauricio Bruno
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Permiso del MEC en trámite
www.tunel.com.uy - [email protected]
tuneluy - @tuneluy
Dirección responsable
Diego Graziosi
Coordinación general
Pedro Cribari
Edición
Marcel Lhermitte
Escriben
Ignacio Alcuri, Juan Aldecoa, Mauricio Bruno, Jorge Burgell,
Agustín Lucas, Emilio Martínez Muracciole, Diego Martini,
Mintxo (Fermín Méndez), Luis Morales, Martín Otheguy,
Carla Rizzotto.
Fotografía
Andrés Cribari, Archivo personal de Martín Lasarte
Federico Gutiérrez, Rodrigo López, Leonidas Martínez,
Diego Martini, Hugo Partucci.
Ilustración
Rodrigo López
Diseño
Andrés Cribari, Rodrigo López
Corrección
Stella Forner
Sitio web
Pablo Scartaccini
Foto de tapa: Andrés Cribari
Pelota oficial con la que se jugó la Copa Mundial
de 1930, en exhibición en el Museo del Fútbol
Contacto: [email protected]
Se utilizaron las tipografías Chau Trouville, de
Vicente Lamónaca; Rambla, de Martín Sommaruga;
y Adobe Garamond Pro
Dónde se consigue o lee la revista Túnel
Gol al futuro. Estadio Centenario, Sala Franzini.
Museo del Fútbol. Estadio Centenario.
Socio Espectacular. 18 de Julio 1618 y Carlos Roxlo.
Gussi Libros. Yaro 1119 y Durazno.
Libros de la Arena. Benito Blanco 962 y Avenida Brasil.
El Yelmo de Mambrino. Gutiérrez Ruiz 1156 y
Maldonado.
Librería Las Hortensias. Chucarro y Massini.
Libros Libros. Br. Artigas 1825, Tres Cruces.
Librería Papacito. 18 de Julio 1409 frente a la
Intendencia.
Librería Papacito. 18 de Julio 888 y Convención.
Librería La Lupa. Bacacay y Buenos Aires.
Librería Lautréamont. Maldonado y Pablo de María.
Pocitos Libros. Avenida Brasil 2561.
Librería Luzgala. Avenida Lezica, Colón.
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Librería Abrazo. Gral. Flores 272 local 2, Colonia del
Sacramento.
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Mercedes.
Nueva Galería Libros. Tristán Narvaja 1536 y Colonia.
Byblosur Libros. Magallanes 922.
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Pompona Libros. José Enrique Rodó 280, Ciudad de
Canelones.
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Maca libros. Ciudad de Durazno.
Helvecia Libros Café. Luis A. de Herrera 1020, Nueva
Helvecia.
Biblioteca Facultad de Humanidades. Cantina Facultad
de Humanidades.
Biblioteca Alfredo Zitarrosa. Ciudad del Plata, km
29,500, Av. Penino.
Biblioteca Club Banco Hipotecario. Colonia 2189 y
Alejandro Beisso.
Centro Cultural de España. Rincón 629.
Centro Cultural Florencio Sánchez. Grecia 3281, Cerro.
Restorán y Parrillada Lo de Silverio. Rossell y Rius
1651, Villa Dolores.
Silex. Ciudad Vieja, Buenos Aires e Ituzaingó.
Café & Bar. Uruguay y Minas, Cordón.
Bar Andorra. Canelones 1302 y Aquiles Lanza, Centro.
Bar Maldonado. Maldonado y Barrios Amorim, Centro
Don Basilio. Paysandú y Minas, Cordón.
Bar Palacio. Garibaldi y Tuyutí, Parque Batlle.
Bar La Toja. Rivera y Dolores Pereira Rossell, Villa
Dolores.
Bar Las Flores. Bulevar España 2051 y Blanes, Parque
Rodó.
Bar La Giralda. Bulevar Artigas 1597 esquina Canaro,
Cordón.
Bar El Tuna. Melo.
Pizzería y Parrilla El Luichi. Gaboto 1300 y Charrúa,
Cordón.
Cafetería del Teatro Politeama. Tomás Berreta 310,
Ciudad de Canelones.
Palacio del Café. Mercado Agrícola, Martín García y
José L. Terra.
Cerveza Mastra. Mercado Agrícola, Martín García y
José L. Terra.
Cantina de Miramar Misiones. Villa Dolores.
Club Tito Borja. Cerro.
Club Esparta. Colonia Valdense.
Club Enrique López. Ejido y Cebollatí, barrio Sur.
Ariel García. Ramón Bergalli 485 A.4 Maldonado.
AEBU. Camacuá 575 y Reconquista.
AlPecho Remeras y Margass. Galería del Virrey, 18 de
Julio y Quijano.
Peluquería Dawer. Orinoco y Amazonas.
Peluquería Mauro. Francisco Canaro y Mario Cassinoni.
Centenario Fútbol 5. Luis Alberto de Herrera y 8 de
Octubre, La Blanqueada.
CF5. Uruguay 1998 y República, Cordón.
Paquín. Bulevar España y Benito Blanco.
Quiosco. Galicia 1146 esquina Ejido.
Estación Petrobras. Ellauri y Gabriel Pereira.
Intendencia de Rocha. Dirección de Deportes.
Intendencia de Canelones. Dirección de Deportes.
Se distribuye además a los integrantes de los
cuerpos técnicos de los clubes afiliados a la AUF,
al cuerpo técnico de la selección nacional en todas
sus categorías, a los docentes de los cursos de
entrenadores del ISEF y de la ACJ, al departamento
técnico de OFI, a Sala de Redacción de la Facultad de
Comunicación de Udelar y en la Tecnicatura de Gestión
en Instituciones Deportivas de la Facultad de la
Cultura del CLAEH.
3
MARTÍN LASARTE
La mochila
del fútbol uruguayo
túnel may- jun 2016
Hijo de inmigrantes vascos, Martín Lasarte (55), por su extensa trayectoria, primero como futbolista
desde hace dos décadas como entrenador, transitó por las más disímiles realidades. Opina con la
autoridad de quien ha conocido las múltiples maneras de vivir el fútbol, desde el modesto Rentistas
que lo vio nacer a aquel recordado Nacional campeón Intercontinental del 88 o al atildado Real
Sociedad que supo entrenar y guiar hacia el gran escenario del balompié español tras la pérdida de la
categoría. En una pausa en su extenso recorrido Lasarte reflexiona para Túnel en torno a su visión del
fútbol uruguayo e internacional.
4
¿Comenzó a jugar al fútbol en sus años
liceales?
No. Yo jugaba campeonatos de barrio y de
escuela en los Talleres de Don Bosco, eran
muy buenos: venían chicos de Palermo, del
barrio Sur, de la calle Chaná, de Rivera,
un montón de divisiones por edad. Ya
en Secundaria, unos amigos jugaban en
Rentistas y me gustaba la idea de probar,
me daba la sensación de que era rápido
y que podía, me llevaron y entrené.
Entrenábamos en una cancha chiquita,
atrás de la de Sud América, contiguo al
cuartel de Blandengues. También en la
cancha de la Escuelita, hasta que Rentistas
compró lo que fue Perrone. Yo tuve
hepatitis y ese año no jugué, volví al año
siguiente. Empecé con 16 en la Sexta,
después paso a la Quinta, después a la
Cuarta. En la Cuarta tuvimos un muy
buen equipo. Jugaba Víctor Rabuñal, que
jugó después en Racing y en la selección
uruguaya. Jugaban también el Fito
[Adolfo] Barán y José Bruzzone. Peleamos
el campeonato con River, con Nacional:
terceros, segundos, cuartos.
Inauguramos la cancha de Perrone
como cancha de jugar las juveniles.
Después me tocó como entrenador
inaugurar Perrone como estadio. En las
dos inauguraciones estuve: en la primera
jugando y en la segunda como entrenador.
En 1980 llega [Juan Eduardo]
Hohberg a Rentistas y por una
circunstancia fortuita necesitaba unos
chicos para debutar en Primera, porque
había gente lesionada o suspendida y
debutamos algunos de los que nombré. El
único que estaba en la selección juvenil era
Fito Barán.
Tuvimos la suerte de tener un
entrenador excepcional que fue Adhemar
Casales, padre de Jorge Casales, el dirigente
de Defensor que está en la AUF ahora. En
Perrone había muy poca cosa, había un
galpón para cuando llovía, muy chiquito.
No podíamos entrenar y algunos no iban.
Yo iba siempre, porque él hacía que uno
sintiera amor por lo que estaba haciendo.
Tomaba dos ómnibus: iba hasta Jackson
y tomaba el 128, me bajaba en el Palacio
Legislativo y después me tomaba el 275 que
pasaba cada una hora, o sea que teníamos
que calcular bien. Demorábamos una hora
y diez.
¿Nunca abandonó los estudios?
No, nunca dejé. Además empecé a trabajar.
Me acuerdo que iba a trabajar temprano,
salía una y media o dos y terminaba
completando las horas otro día. Trabajé
dos o tres meses nada más. De ahí me iba
a entrenar y después a estudiar. Con mi
novia –hoy mi señora– nos encontrábamos
en la Facultad de Arquitectura, y en el
salón de actos mientras daban la clase
teórica con diapositivas, yo dormía y
ella me tomaba los apuntes. Hice hasta
segundo año de Arquitectura y alguna
materia de tercero; después dejé. Fue un
error, porque en La Coruña, donde fui a
jugar, había Facultad de Arquitectura y
podía haber revalidado. Pero de los errores
también se aprende.
Volviendo a la época en la que llegó al
fútbol, había más espacios para jugar de
los que hay hoy, ¿eso tiene influencia en
cómo se juega?
Creo que la tiene. De hecho, en otros
países lo comentan como que la tiene.
Dejando de lado el tema generacional,
refiriéndome a mi hijo y sus amigos,
jugar en la calle era imposible. Nosotros
jugábamos en la calle Maldonado, pasaba
un coche y un ómnibus de vez en cuando.
Teníamos los Talleres de Don Bosco, el
Parque Rodó y la playa para jugar.
Recuerdo la época en que empezaron
a sacarnos la pelota si jugábamos en el
Parque Rodó. La Policía te sacaba el balón
si jugabas en el parque. Entonces se cortó
lo del Parque Rodó, porque no estábamos
para perder una pelota. Jugábamos en la
calle o en los Talleres, que era extraordinario
para nosotros. El patio se dividía en tres
canchas, porque los recreos tenían diferentes
horarios, pero de tarde íbamos el montón
de chiquilines a jugar, o los fines de semana
en los que siempre había campeonatos.
Lo único era que los curas te obligaban a
empezar a jugar después de la misa de 10
para no molestar. Tiene que haber tenido
influencia la falta de espacios para jugar. Por
ejemplo, la famosa pared contra el cordón
Foto: Andrés Cribari
5
“Jugar no es sólo emplear los recursos técnicos que tenés, sino que hay otros recursos que cuentan”. (Foto: Archivo personal de M. Lasarte)
túnel may- jun 2016
de la vereda, te eliminabas un rival haciendo
la pared contra el cordón o contra un muro.
Una tontería, pero lo hacías continuamente.
6
¿Qué otras personas además de Casales
fueron referentes en las divisiones
inferiores?
Los curas en los Talleres de Don Bosco,
Adhemar, el profesor Alberto Clavijo, de
San Carlos, que hizo muchísimas cosas
por nosotros. Por ejemplo, ya jugábamos
en Primera división, por el año 1982 o
1983, y armó un grupo de trabajo en el que
estaban Edgardo Barboza, una dietista, y
nos hizo un estudio a cuatro o cinco chicos
en la época de vacaciones de verano. Nos
hizo un trabajo físico, médico, a nivel de
la comida, para ver qué se podía mejorar.
El resultado fue extraordinario y me
sirvió muchísimo: comer mejor, descansar
diferente, las referencias del médico sobre
lo que podíamos mejorar. De esa época los
recuerdo a ellos.
¿Qué ve a favor y en contra del jugador
y del modelo del fútbol uruguayo,
en términos comparativos con otras
realidades?
El futbolista uruguayo tiene una marca
registrada: son futbolistas fuertes, que
compiten (que están siempre concentrados,
que no quieren perder aunque saben que
pueden perder), que tenemos deficiencias
técnicas. Creo que tiene que ver con dónde
practicás el juego. Las canchas en el mundo
hoy en día son muy buenas aun en divisiones
formativas. En Uruguay hoy eso no pasa,
salvo con algunos equipos. Hay equipos
de primera división que no tienen buenas
canchas todavía. Algún día alguien hará un
racconto de las cosas que pasan en el fútbol
uruguayo. Jugué en un equipo de Primera
división en el que fuimos a entrenar y no
había pelota. Hubo que ir a comprarlas en el
momento. El famoso problema de que como
llueve no se entrena. En San Sebastián o en
La Coruña llueve todos los días y entrenamos
siempre; nunca parás. Pero los campos son
mejores, tenés mejores lugares.
Cuando dice que, en contra, juegan
algunas deficiencias de fundamentos
técnicos…
No sé cuál es concretamente el problema,
porque no estoy in situ y no tengo una
visión directa, tengo la información
que me llega y que puede ser un poco
desnaturalizada.
¿Le pasó cuando fue como jugador a
Europa?
Cuando llegué a Europa, me acuerdo que
vi sentado el primer partido del Deportivo
la Coruña y mi sensación desde afuera fue:
“Acá juego a las risas”. Y cuando entré,
me di cuenta de que si no me despabilaba
rápido, estaba liquidado. Jugaban mucho
más rápido y a menos toques. Me fui a
España en el 89-90 y me volví en el 93.
Por eso digo que jugar no es sólo emplear
los recursos técnicos que tenés, sino que
hay otros recursos que cuentan. Una vez
un entrenador español me dijo: “Ustedes
todavía piensan que si hacen una jopeada,
un caño, ya son buenos jugadores, y jugar
bien es tomar buenas decisiones”. Si tenés
esos recursos, mejor, pero no es sólo eso.
Entonces se me abrió la cabeza y empecé
a tomar para mí las cosas que hacía bien
y eliminar las que hacía mal. Yo sabía
que había cosas que hacía mal, entonces
trabajaba para mejorarlas, pero no las hacía
en el juego; tomaba decisiones sencillas.
Se fue en 1989 y le tocó ser campeón
de todo con Nacional el año anterior.
¿Qué tenía ese grupo que hizo posible la
obtención de tantos títulos?
Primero tenía un promedio de edad bueno;
tenía un montón de jugadores que con esa
edad habíamos recorrido muchos equipos:
[Jorge] Seré, William Castro, Mario López,
[Felipe] Revelez, todos los que llegamos a
principios de ese año. [Santiago] Ostolaza
ya estaba, [Ernesto Pinocho] Vargas ya
estaba. Tenía jugadores experimentados
¿Un buen grupo requiere diversidad de
personalidades y de liderazgos?
Todos teníamos una edad en la que no
había celos. “Vas a jugar vos, no me van a
poner a mí, pero yo te voy a empujar, te
voy a dar para adelante”. Había mucho de
eso. Lo viví jugando y creo que lo aporté
no jugando. Los ocho primeros partidos
de la Copa Libertadores los jugué yo. Son
catorce en total. Después vino Hugo [De
León] y me tocó ser suplente. La pareja
era Revelez y yo, y después De León y
Revelez. Quique [Enrique Saravia] no jugó
la Libertadores, sólo jugó algunos partidos
en el medio local y después se lastimó, tuvo
una lesión. Claro, después cuando estaba
en marcha la Libertadores, en etapa de
semifinales, los partidos en el medio local
los jugábamos Quique y yo. Estaba Jacinto
Cabrera, también.
¿Por qué los equipos uruguayos después
no tuvieron éxito en competencias
internacionales?
Hay una cuestión de ese grupo, para
compararlo, que me ha costado ver en
otros. En 1988, yo tenía 27 años y me fui a
Europa. Vargas se fue al Oviedo al otro año
también. A los seis meses se fueron Seré,
el Pato Castro y Ostolaza al Cruz Azul
de México, tendrían 26 o 27 años. Algo
que hoy sería impensable que ocurriera.
Hoy se van con 18 o 19 años, 20 como
máximo. Por eso decía lo del promedio
de edad; había una cantidad de jugadores
que siempre habían jugado en Uruguay,
ninguno se había ido, con una experiencia
y una información tal que, conjuntamente,
los hizo un grupo importante. Ahora, no
era sólo eso: vino De León, que le dio un
toque de calidad, vino Daniel Carreño.
Sumaron. Daniel Carreño vino de Europa y
De León había estado lesionado.
Entonces, ¿no ve chance a futuro?
No, no es eso, porque Peñarol llegó a una
final, pero como algo más esporádico.
Vamos a hablar de la década de 1980: en
el 80 Nacional campeón; en el 82 Peñarol
campeón; en el 87 Peñarol campeón; 88,
Nacional campeón. Y en el 83, Peñarol
llegó a la final. Peñarol hizo un partido
bárbaro en Porto Alegre contra Gremio.
Jugaba De León en Gremio y [Fernando]
Morena hizo el gol allá, y en el último
minuto un lateral de Peñarol cerró mal y le
hicieron el gol. Jair se había ido de Peñarol
por aquel lío con el auto y empezó a jugar
[José Luis] Salazar, que era jovencito.
Actualmente se da la especificidad
que capaz que el promedio de edad es el
mismo, pero ya con jugadores de más edad
que vuelven y de muy jovencitos que recién
empiezan. Los que están son los que no han
podido salir o no han tenido chance.
Por ejemplo, un equipo que en aquella
época tenía esa particularidad era Danubio,
pero con jugadores de muy poca edad y
fue campeón en el 89. Tenía muy buenos
jugadores que eran del club, pero que no
tenían todavía recorrido, a excepción de
[Daniel[ Pecho Sánchez, [Javier] Zeoli y
algún otro. Si ese grupo hubiera podido
madurar un poco más, seguro hubiera
llegado; de hecho llegó a semifinales.
¿En qué medida influyen los factores
económicos?
Acá cuando hablás de los factores
económicos, algunos colegas de ustedes te
dicen: “¿Y entonces no influyen en Bolivia
o en Paraguay?”. Y justamente, son los
países que están menos desarrollados. Creo
que influyen. La famosa discusión aquella
de ¿nosotros empeoramos o los otros
mejoraron? Creo que hay un poco de cada
cosa. Hay países que mejoraron muchísimo.
Estuve muy poco tiempo trabajando
en Millonarios, en Bogotá, y me quedé
impresionado.
Una vez un entrenador argentino
me dijo: “De cien jugadores tenés que
elegir que midan más de 1,80, y habrá
cincuenta; de esos, tenés que elegir a los
que sean rápidos, tenés veinticinco; que
técnicamente sean buenos, tenés doce o
quince; y además que sean inteligentes,
tenés seis”. Pero hay un problema: ellos
tienen millones para elegir, nosotros
tenemos miles. Entonces somos malos
con nosotros mismos. Lo nuestro es un
milagro: cómo siendo tan chiquitos siguen
saliendo tantos jugadores buenos. Lo
que sí es cierto es que a nivel de clubes
hemos quedado rezagados. Y creo que
tiene una gran incidencia lo económico:
los jugadores que se van, los planteles que
no pueden ser estabilizados. Antes era
muy fácil, vos decís en la década de 1970
jugaban… y decís el equipo de memoria,
aunque no fueras hincha del club, incluso
de equipos chicos.
MARTÍN LASARTE
en el medio local; como grupo era de
los más fuertes, más consolidados de los
que yo he estado. Siempre se dice: “Ah,
cuando ganás, siempre es un buen grupo”.
No, ese realmente era un buen grupo,
nunca estuve en un grupo que tuviera
un juego aéreo como ese, tanto defensivo
como ofensivo. [Carlos] De Lima, [Jorge]
Cardaccio, Ostolaza y Vargas cabeceaban
muy bien. Ganamos un montón de
partidos de pelota quieta.
¿Cuáles fueron los cambios más
significativos que vio en el fútbol
europeo, primero como jugador y
después como entrenador?
Como jugador, la intensidad.
Entrenábamos diferente. Hay gente que
dice que entrenábamos menos. Esa era la
sensación, pero en realidad entrenábamos
diferente. Nunca tuve un doble horario en
España y jugué cuatro años en La Coruña.
De hecho era un buen equipo, habíamos
subido a Primera división, terminó siendo
campeón al poco tiempo. Era un equipo
7
“Jugar no es sólo emplear
los recursos técnicos que
tenés, sino que hay otros
recursos que cuentan. Una
vez un entrenador español
me dijo: ‘Ustedes todavía
piensan que si hacen una
jopeada, un caño, ya son
buenos jugadores, y jugar
bien es tomar buenas
decisiones’”.
túnel may- jun 2016
Con Antoine Griezmann. (Foto: Archivo personal de M. Lasarte)
8
competitivo pero nunca hice un doble
turno, salvo en pretemporada, pero nunca
durante la competencia.
Se juegan más partidos. Una vez hice la
cuenta con [Marcelo] Zalayeta, con Thierry
Henry o con [David] Trezeguet, que
jugaron el mundial juvenil en Malasia.
Si Zalayeta se hubiera quedado en
Uruguay, los franceses le hubieran sacado
cien partidos de ventaja en poco más de tres
años. Cien partidos de descenso, ascenso,
de ganar, de perder, de objetivo cumplido
o no cumplido. Y enfrentar a tipos con ese
nivel. Por eso siempre peleo por el jugador
joven que se va. A veces se van demasiado
rápido, hay demasiado apuro por el dinero.
Entiendo lo del dinero, pero a veces hay
que pensar en el jugador, porque a veces van
y fracasan y al poco tiempo están de vuelta
o por ahí perdidos. Pero también entiendo
esta faceta, se pierden un desarrollo que acá
no lo van a poder tener lamentablemente.
Al volver a Uruguay, vine a Defensor
en el año 93. Estaba Juan Auntchain,
estaba el profe [Juan Antonio] Tchadkijian
y después vino el profe [Alberto] Mena y
con Carlos de León siempre hablábamos
de que el futbolista uruguayo con 30 o
32 años parecía que tenía 36 si jugaba
en Uruguay porque te desgasta, mientras
que en Europa con 32 años parecía que
tenías 28. Es como que lo disfrutás.
Acá te pesaba. Yo en Defensor no tenía
problemas, pero después jugué en Rampla.
Había problemas para cobrar, para
desplazarte, para entrenar, con la ropa, con
la pelota, problemas con los compañeros
que tenían más problemas que yo que
venía de Europa. El fútbol uruguayo te
cansa, te envejece; estoy hablando en aquel
momento, mediados de la década de 1990.
Como entrenador fui a Europa a un
equipo que había sido siempre de Primera
división y estaba en Segunda división, en un
ambiente muy deprimido, muy negativo.
Mi gran apuesta fue: ¿puedo adaptar lo que
hago a Europa? Tenía la ventaja de haber
jugado en Europa algunos años antes,
tampoco tantos. Fue lo que hicimos y fue
fantástico: nos adaptamos perfectamente a
la metodología de trabajo europea con un
tinte sudamericano y tuvo un efecto genial.
De ese ambiente deprimido, negativo y
de descreimiento al cual llegué, salimos
campeones de Segunda división, subimos,
mantuvimos al equipo en Primera, le
ganamos incluso al Barcelona de Guardiola.
¿Cuándo y por qué decidió ser
entrenador?
No hay un día sino un proceso que se
fue dando. Yo era muy extrovertido en la
cancha, una manera de ser, de liderazgo.
Fui capitán cuatro o cinco años en
Rentistas, con 21 años, fui capitán en
Rampla, fui capitán un solo partido en
Nacional como suplente, fui capitán
en La Coruña, etcétera. Siempre me
tocó, por mi manera de ser, agrupar a
la gente, para tirar todos para el mismo
lado. Después como entrenador lo he
ido procesando o manejando desde el
mismo lugar. Una vez Juan Auntchain
me dijo que yo tenía pasta de entrenador,
que él me veía maneras. Hice el curso
acá y en el año 96, mi último año como
jugador, ya tenía el curso hecho. En el
año 97 yo había decidido dejar de jugar.
Tenía 35 y estaba sufriendo el fútbol.
Estaba en Rampla, que tenía muchas
dificultades económicas. Ya no sentía
aquel fuego sagrado. Me estaba costando
muchísimo y decidí dejar de jugar. Me
fui hasta el Cerro para comunicárselos y
agradecerles y, pensando que me iban a
ofrecer un contrato por un año más, me
dijeron: “¿Querés ser el entrenador del
primer equipo?”. Y todo lo que no estaba
dispuesto a hacer como jugador, sí estaba
dispuesto a hacerlo como entrenador.
Ahora tengo que sufrir, pero desde el
puesto de entrenador, dirigiendo a mis
propios compañeros en Primera división y
pensé: “Me la juego”. Hace veinte años.
Siempre entrené en Primera división,
salvo un período con River, que bajamos.
Estuve en Rampla ese año y nos fue
relativamente bien, para lo que éramos,
después fui a Rentistas y peleamos el
campeonato, luego a Bella Vista, donde
hicimos un buen período. Después hubo
alguna dificultad y decidí marcharme. Fui
a Emiratos Árabes, una cosa rara, de los
primeros en aquella época, fui al equipo
de Maradona. Me vine a River, arreglé
después que Fernando Morena. Iba muy
Me vine y agarré Danubio al poco
tiempo. Ahí tuvimos muy mala suerte
porque hicimos un muy buen campeonato
e igualamos con Nacional, pero la final no
se jugó entonces. Terminó el campeonato
en diciembre y se jugó la final en febrero.
Teníamos a [Egidio] Arévalo Ríos, Diego
Ifrán, a Jorge García, todos notables.
¿A Ifrán después lo llevó a Europa?
A Danubio lo llevé yo y a Europa también.
Tuvo muchas lesiones. Fue un crimen.
También llevé a Carlos Bueno, primero.
Les cuento la anécdota: trabajando
todavía en Danubio, faltando tres o cuatro
partidos para terminar el segundo torneo,
me llamaron un par de veces de la Real
Sociedad. Me fui a España por un día,
me tomé el avión un domingo, llegué el
lunes y me vine con la sensación de que
me podía quedar, pero yo ya le había dicho
a Arturo [Del Campo] que no me parecía
que estaba bien, aunque me fuera mal en
España. Entonces dejé Danubio. Salió
lo de San Sebastián. Un día estábamos
reunidos en el club con el presidente y
me habló de Alberto Bueno, un jugador
del Real de Madrid, que después jugó en
el Valladolid. Un poco frío, pero buen
jugador. Entonces yo le dije: “Presidente,
tenemos que traer a un jugador para subir,
la B no es la A”. Eso es igual en todos
lados, más allá de que en España se juegue
mejor, hay mucha lucha, mucho campo
más o menos, con barro en invierno, con
nieve en algunos partidos. El presidente
nos proponía a este jugador Alberto
Bueno, un poco frío. Estaba el profesor
Pablo Balbi y le dije: “Tenemos que traer
a alguien de carácter, un yugoslavo, un
ruso, pero no los conocemos, ¿por qué
no traer a Carlitos Bueno?”. Y Pablo
que era hincha de Nacional, pero que lo
había tenido en las juveniles, me dijo:
“¿Te parece?”. Y claro, ponés un video de
Carlitos Bueno con goles y era fantástico.
Entonces, al presidente, que decía que
había que traer a un HDP, le dije: “Este
es el HDP que usted necesita en la
cancha”. Al final Carlitos arregló con el
club y fue decisivo. Pero es fluctuante; así
como tiene momentos altísimos, también
tiene momentos muy bajos. Después
volvió a caer, se lesionó, y los últimos
partidos vamos a Cádiz, y si ganábamos
y se daba un resultado, ascendíamos,
sin ser campeones. Salimos de Jerez en
un Airbus y el que tenía que poner el
MARTÍN LASARTE
mal River y lamentablemente, a pesar de
que hicimos una buena campaña, no nos
dio. Había equipos del interior que estaban
peor que River, pero se los protegía y había
que salvarlos, y nos tocó descender. Al año
siguiente hicimos tabla rasa en Segunda y
después me fui a Nacional, donde estuve
dos años. Después me fui a Millonarios,
el error histórico de mi vida, porque no
hice un buen diagnóstico. Soy de hacer un
buen diagnóstico antes de aceptar. A una
semana de empezar, el entrenador anterior
se fue y yo no sabía ni lo que habían
hecho, ni cómo se habían preparado,
ni qué jugadores tenían, conocía sólo
a algunos. Pero dije “Millonarios es un
equipo grande, en otro medio”, y a los dos
meses me fui, ya era un desastre. Ganamos
un solo partido de ocho. Sí clasificamos a
la copa Sudamericana. Recuerdo a Marcelo
Tejera que cobró en una bolsa de plástico
en la taquilla. Ese club tenía el apoyo de
Pepsi Cola, Petrobras, etcétera.
Y nunca había un peso. Estuve en un hotel
que nunca pagaron. Concentrábamos e
íbamos rotando de hoteles en Bogotá,
porque iban dejando el clavo. Nunca me
pagaron. Después fue intervenido por el
gobierno.
9
“No creo en la posesión
del balón por la posesión
en sí misma. Creo estar
recorriendo este camino:
equipos de buena
posesión, pero posesión
dinámica, no inocua. La
idea es que en el fútbol
hay que moverse, nunca
puede haber nadie
parado”.
“Siempre me tocó, por mi manera de ser, agrupar a la gente, para tirar todos para el mismo lado”.
túnel may- jun 2016
(Foto: Archivo personal de M. Lasarte)
10
disco con la música no la puso, señal de
nervios, de miedo, de ansiedad, y en el
fondo la voz de Carlos Bueno: “¿Qué pasa,
están asustados? Dénmela a mí que hago
tres goles”. Efectivamente tres goles. Y
después jugamos contra Celta, que dirigía
Eusebio que hoy está en la Real Sociedad.
Ganamos 2-0 con un gol de Carlos Bueno
y subimos. La delantera era: Xavi Prieto,
que todavía está jugando de volante,
Carlos Bueno y Antoine Griezmann. Si
ves cabecear a Griezmann hoy en Atlético
Madrid, es igual a Bueno. Carlos le enseñó
a tomar mate, a saltar con la cabeza y
alguna otra cosa le habrá enseñado… Fue
una época linda.
¿Como jugador le tocó enfrentar al dream
team de Cruyff?
Sí, y como entrenador también, ya al de
Guardiola. Como jugador la sensación
fue, y siendo grosero para que quede claro
“no le podemos dar ni una patada”, “no
los podemos agarrar ni para pegarles una
patada”.
En la realidad actual del Barcelona,
¿cuánto hay de aquello?
El fomentar una idea, una forma de
jugar, el porcentaje es altísimo. El propio
Guardiola fue jugador de ese equipo.
Cruyff fue el que marcó los cambios
primero. El fútbol español estaba
solamente emparentado con “la furia” y
con algo más. El que realmente rescata
esa idea base holandesa, pero que hizo
carne en el Barcelona, fue Cruyff. Que
seguramente no la vivió como jugador en
el Barcelona. Como entrenador, tomaba
muchísimos riesgos, pero con jugadores
elegidos. Hace poco, cuando falleció,
salió una entrevista que le hicieron
relativa a cómo formó ese equipo y él
dijo que llevó a cuatro vascos porque no
le tenían miedo a nada, ni a cambiar ni
a nada. Era además un gran conocedor
del fútbol español, porque había jugado
en el Barcelona, en el Levante, se había
quedado a vivir algún período en España.
Se dice que Barcelona en infantiles es el
equipo más goleado, porque intentan
hacer ese tipo de juego y los otros
cuadros lo presionan y le hacen muchos
goles. No renuncian a esa idea o a ese
tipo de juego.
Es como todo. Cada equipo tiene su
forma de juego y eso es lo lindo. En el
fútbol vasco, por ejemplo, representado
principalmente por el Bilbao y la Real
Sociedad, hay una gran diferencia entre
ellos. Por algo al Bilbao le dicen “los
leones”: es un equipo que intenta jugar
bien, pero es de mucho carácter, parecido
al fútbol uruguayo. La Real Sociedad es
un equipo más atildado, más afrancesado,
de mejor toque de balón, más parecido al
Barcelona.
El fútbol gallego tiene también sus
diferencias. El Deportivo La Coruña no es
lo mismo que el Celta. El fútbol andaluz
es completamente diferente al del centro
de España. El fútbol andaluz es como son
los andaluces: desprejuiciados, bailarines,
tomadores, divertidos, jocosos, y así
juegan. No obstante, el Betis y el Sevilla
tienen sus diferencias. El Sevilla ha logrado
Estamos hablando de distintos modelos
o formas, ¿cuál es la que le gusta más o se
siente más identificado?
Tuve la posibilidad y la ventaja de
jugar y dirigir en equipos de diferentes
características. Equipos cuyo objetivo es
salvarse de algo o ser campeón de algo, en
Uruguay o en otros países. Eso al final te
termina dando poder de adaptación. Por
ejemplo, adaptarme al fútbol español como
entrenador no me costó nada. Capaz que
me costó más adaptarme a Chile, porque
vienen con el tema de [Marcelo] Bielsa; la
Católica, que es el equipo de paladar fino,
de buen toque. Entonces a veces cuesta
adaptarse.
Siempre soy de la misma idea: hay
dos arcos, hay que defender uno y hay
que atacar el otro. No te tienen que hacer
ningún gol en uno y tenés que hacer la
mayor cantidad posible de goles en el
otro. Así de sencillo, así de tonto, pero
así lo veo el juego. El pasaje por el fútbol
español y el chileno sí me han dado la
posibilidad de pensar que en el fútbol
también se pueden hacer mejores cosas
que tirarle un balón largo a alguien para
que la defienda y que por ahí convirtamos
un gol. Pero todo con matices. No creo
en la posesión del balón por la posesión
en sí misma. Creo estar recorriendo este
camino: equipos de buena posesión, pero
posesión dinámica, no inocua. La idea
es que en el fútbol hay que moverse, no
puede haber nadie parado nunca. O sea,
si uno pone un video del Barcelona, no
sólo hoy, el que toca inmediatamente va
a ocupar un nuevo espacio. Y si el nuevo
espacio está ocupado, se queda en el
anterior para empezar de nuevo la jugada.
“La delantera del Real
Sociedad era: Xavi Prieto,
que todavía está jugando
de volante, Carlos Bueno y
Antoine Griezmann. Si vos
ves cabecear a Griezmann
hoy en Atlético Madrid,
es igual a Bueno. Carlos
le enseñó a tomar mate,
a saltar con la cabeza y
alguna otra cosa le habrá
enseñado”.
Y así lo hacen todos. No obstante no es
fácil. En Uruguay es difícil, porque la
cancha no te ayuda y por la mentalidad
del jugador. Ustedes decían hace un rato
que en las inferiores en Barcelona se
comen un montón de goles. En el fútbol
uruguayo es complicado eso, porque
tenemos un aspecto que capaz que nos
hace buenos, pero también capaz que nos
hace malos: la competitividad. Queremos
ganar, nunca queremos ser menos que
otros. Racionalmente parece medio loco,
pero es así. Esa competitividad en algunos
momentos nos empuja, pero a veces
también nos limita. Es un fútbol con
tanta historia y recorrido que en algún
momento es casi como una mochila.
En las propias formativas se ve cómo se
sienten presionados los chiquilines. A
veces es un tema de los mayores o de los
propios entrenadores.
Es cierto eso. También hay que ver si el
objetivo del club es ganar o desarrollar.
Y ver si vos sólo desarrollás y no ganás, si
te mantienen como entrenador. [Sergio]
Markarián habla de un triángulo. Un
vértice es: ganar-desarrollo-presupuesto.
Otro vértice: desarrollo-presupuestoganar. Y el tercero: presupuestodesarrollo-ganar. Siempre tenés que elegir
una premisa. Todas juntas es imposible.
Un ejemplo, Peñarol del 87 con bajo
presupuesto, con jugadores del club con
desarrollo, pudo ganar. La excepción
que confirma la regla. Ahora, si querés
desarrollar, ganar no es importante,
lo importante es desarrollar. Si lo más
importante es el presupuesto, olvidate
de desarrollar y de ganar, porque lo que
querés es cuidar los pesos. Si querés
ganar, el presupuesto no te tiene que
importar, habrá que gastar. No es una
ley. Hay equipos que han ganado con
un presupuesto menor –el ejemplo de
Peñarol– pero son los menos. Y al final,
todos me dicen (porque no entiendo de ese
deporte) que los equipos de básquetbol que
más gastan son los que ganan, o pegan en
el palo. El fútbol es un deporte competitivo
de once tipos y a veces estas cuestiones se
disimulan un poco menos.
MARTÍN LASARTE
consolidarse internacionalmente mientras
que el Betis, con subidas y bajadas, no ha
podido. Desde ese punto de vista el fútbol
en España es muy interesante, porque es
muy rico. Pero creo sí que la forma, la
manera, los cambios, los marcó Cruyff, sin
duda.
¿Antes se sufría más la derrota que
ahora?
Eso pasaba más en Europa que en
Uruguay. Me ha pasado en España que
después de una derrota, los jugadores
iban en el ómnibus jugando a las cartas y
divirtiéndose. Una vez me pasó y les dije a
los jugadores que me parecía bien que no
lo vivieran con la bronca que tenía yo, pero
masticar un poco de bronca también estaba
bien, porque era el motor del triunfo de
la semana que viene. Si lo vivimos como
que nos da lo mismo, entonces nos da lo
mismo siempre. O sea que no te importe
nada no ganar también tiene su lado
negativo. Por otro lado yo siempre me
imagino a mí visto por mis hijos, llegando
después de un partido perdido, encerrado
en mi cuarto sin querer hablar con nadie.
Eso tampoco está bien. O sea que los
extremos al final son malos.
_Diego Graziosi / Pedro Cribari
11
Lengua y fútbol
Por sus dichos los conoceréis
túnel may- jun 2016
“Dime cómo hablas y te diré quién eres”, podría reescribirse el popular aserto. Y si de los uruguayos
y el fútbol se trata, mucho más.
12
De aquí y de allá
“¡Ojo al gol, muchachos!”, dice la mujer
y mira a sus compañeros de labor que
hasta hace un momento discutían
acaloradamente sobre un asunto de
trabajo. “¡Vamos a bajar la pelota al piso!”,
remata.
He aquí una escena que –quizá con
ligeros cambios que no hacen al fondo del
asunto– la mayoría de los orientales han
presenciado en más de una oportunidad.
Lo curioso es el acento netamente
caribeño con que fueron pronunciadas
las palabras que llamaban al orden a los
oficinistas.
Consuelo llegó de Cuba a Uruguay
escapando de la terrible situación
económica que suscitó en su país lo que
allá se llamó eufemísticamente Período
especial en tiempos de paz. A poco de
arribar a territorio charrúa, consiguió un
puesto en la consultora donde tuvo lugar
el acontecimiento narrado al principio de
esta nota. Allí ha trabajado durante más de
una década.
Su caso tiene interés desde el punto
de vista lingüístico y cultural. A pesar
de que los latinoamericanos comparten
entre sí un patrimonio común que
les permite entenderse sin ninguna
dificultad en casi cualquier circunstancia,
la habanera devenida montevideana se
vio obligada a adaptarse para “funcionar
mejor” a nivel social. Quizá su mayor
logro en este proceso fue aprender a
usar correctamente el lenguaje figurado
al que apelan con harta frecuencia los
uruguayos, en especial una zona de él
que le era completamente ajena: la que se
genera en torno al fútbol.
Para entender mejor esto último es
bueno conocer que en la mayor de las
Antillas el deporte nacional es “la pelota”
–así llaman allí al béisbol– y, por ende,
muchas de las metáforas deportivas que
ha creado el español cubano se vinculan
Ilustración: RL
con este juego. Pongamos un ejemplo que
ilustre el asunto. Lo que aquí sería “un
golazo” (en el sentido de un gran éxito),
allá se considera un “tremendo batazo”
(darle a la pelota con el bate de manera
muy precisa o fuerte, o ambas a la vez, lo
que puede poner en ventaja al equipo de
quien lo haya hecho y por lo tanto puede
equipararse a un importante logro).
Al periodista, quien en alguna etapa
de su vida también vivió en un país de
habla hispana que no era el suyo, producto
de cuya experiencia se vio obligado a
aprender los usos propios de aquella tierra,
la anécdota de los dichos de la cubana le
despertó la curiosidad por ahondar un
poco en la relación que existe en su país
entre el uso cotidiano del idioma y el
mundo del fútbol.
Las palabras y las cosas
Se ha dicho que el hombre es un ser
hecho de palabras, en el sentido de
que el lenguaje, en íntima relación con
el pensamiento, es el que moldea su
personalidad. También se sabe que existe
un estrecho vínculo entre la realidad
circundante y la lengua de los hablantes.
De ahí que los uruguayos, que nacemos
respirando fútbol, tengamos en nuestra
variante del español una gran riqueza de
metáforas futboleras que se usan en muy
variados contextos, desde los más cultos a
los más populares.
SÍ, LA VERDAD QUE SÍ
El hecho es que, quizá porque
echamos mano de ese acervo sin
detenernos a pensar en el porqué de ello,
no siempre podemos justipreciar cuánto
ha influido este deporte en todos nosotros,
con independencia de si nos gusta o no.
Veamos algunos casos representativos
de lo que se intenta explicar.
Aunque la persona que lo diga o lo
escuche no tenga la más pálida idea de qué
criterios sigue el juez de línea para levantar
su banderín y cobrar un off side, seguro
que sabe bien a qué se refiere él mismo u
otro hablante cuando, para dar cuenta de
que alguien anticipó cierta información
indebidamente o dio un paso en falso,
asegura: “Fulanito quedó en orsai”.
Otro tanto ocurre en circunstancias en
que un individuo rehúye tocar cierto tema
o contestar una pregunta, y luego comenta
con sus amigos: “La tiré al óbol”; una
variante de esta frase es la que se puede usar
para exigir una contestación perentoria:
“¡No me la tires al óbol!”.
En situaciones de diálogo, sobre
todo cuando se dan respuestas rápidas
y a ocasiones burlonas o hirientes, un
interlocutor puede sentirse un poco
molesto y recriminarle al otro la pequeña
maldad de la que fue víctima durante
el intercambio. Empero, el presunto
ofensor podría contestarle: “Si me levantás
centros, ¿qué querés? ¿Que no cabecee?”,
para expresarle que si le facilitó las cosas
exponiéndole su flanco débil, resulta
injusto que luego se queje de lo que él
mismo provocó. De vez en vez, también
se usa una variación para decir que
alguien (por ejemplo, un periodista) le
hace preguntas obvias a su interlocutor
(pongamos por caso a un político)
posibilitándole que se luzca; entonces se
afirma que “le levanta centros”.
Con seguridad que a quien lea estas
páginas le vienen a la mente más de una
expresión del tipo: “Fulano es un penal”
(por querer decir que es impredecible
y poco confiable); o “Hay que abrir la
cancha” (para señalar la necesidad de
aceptar nuevas ideas o personas en un
determinado ámbito; igual que, cuando
los punteros se pegan a la raya, se generan
espacios libres de donde pueden surgir
movimientos inesperados que cambien
el rumbo del juego); o “Me salió con
los tapones de punta” (que se reserva
para poner de manifiesto que alguien,
sin justificación aparente, dijo algo muy
agresivamente, igual que un back va en
busca de interceptar al delantero rival
con la plancha en alto); o “A Mengano lo
jopearon” (cuando –del mismo modo que
Los uruguayos, que
nacemos respirando fútbol,
tenemos en nuestra
variante del español una
gran riqueza de metáforas
futboleras que se usan en
muy variados contextos,
desde los más cultos a los
más populares.
lo hacen ciertos habilidosos con la pelota
sobre la cabeza del contrario– se pasa por
encima de alguien de mayor jerarquía o
que debió estar informado de algo)... Para
muestra bastan algunos botones.
Del terruño
Los ejemplos vistos hasta aquí son de uso
corriente en casi todo el territorio de la
república. Sin embargo, como también
ocurre con otras creaciones del idioma,
es común que, en algunas poblaciones,
existan formas de decir vinculadas pura y
exclusivamente a lo local. Mercedes, donde
nació el periodista, podría representar un
caso paradigmático al respecto.
Antes de continuar, es bueno tener
conocimiento de que en la capital del
departamento de Soriano son de uso
corriente los dichos detrás de los cuales se
esconde la narración de un suceso que no
es necesario explicitar, puesto que todo el
mundo la conoce; y que, con el transcurso
del tiempo (y también por razones de
economía lingüística) tiende a acortarse
en una sola frase, la más significativa, con
lo cual la historia que estaba en su génesis
desaparece, hundida en las profundidades
de la desmemoria. Asimismo, después de
enunciar la frase se esclarece la autoría de la
misma con un: “dijo Perengano”.
El escribidor atesora en su baúl de los
recuerdos tres de estos dichos que cuando
él era niño se usaban habitualmente y por
la gente más variopinta en La Coqueta del
Hum. Todos ellos se le atribuían a uno de
los pioneros de la radiofonía mercedaria:
un relator de fútbol de apellido Cazzola,
quien se caracterizaba por lanzar al éter
durante sus transmisiones algunas frases
tan desopilantes como subidas de tono. Así
las cosas, las que aquí se rememorarán se
cerraban con “dijo Cazzola”.
El primero se aplicaba cuando
ocurría una desgracia o algo tan malo
como inesperado, y rezaba: “¡Qué
cagada, lo echaron a Planchón!”. Como
se anticipó, aunque, con los años, la
mayoría de la gente –a pesar de que
lo profiriese en las circunstancias
comunicativas adecuadas– no recordaba
el hecho que le dio origen, el dicho tenía
su historia. Fue durante un Campeonato
del Litoral. En la selección tricolor de
Soriano jugaba un tal Planchón, quien
era el alma del cuadro. Parece ser que, en
un partido definitorio, fue expulsado y
Cazzola se despachó al aire con la frase
que, a partir de entonces, enriqueció el
lenguaje del pueblo.
El segundo estaba destinado a
descartar de plano algo. Para ello se decía:
“Ni mierda lo agarra”. Remitía a una
situación de juego en la que un crack de
la selección de Soriano comenzó a eludir
contrarios en su campo y avanzó hacia el
opuesto dejando el tendal; un defensa,
empero, le pisaba los talones. “Avanza
Menganete, lo agarra Zutano, lo agarra
Zutano… ¡Ni mierda lo agarra!”, disparó
el speaker man y quedó para la historia.
El tercero se usaba cuando alguna
situación se ponía compleja de verdad, y
decía: “¡Esto está que jiede!”. Lo que la
gente que lo enunciaba ignoraba era que
el susodicho relator había lanzado al aire
estas palabras desde una de las cabinas
de transmisión del Parque Bristol, que
se encontraban en la parte superior de la
tribuna, bajo la cual estaban los baños y
vestuarios del escenario deportivo. Parece
que el comentarista que lo acompañaba,
al escucharla, tratando de ahondar en el
concepto, acotó: “Es cierto, el partido
se ha puesto muy difícil”; a lo que el
inefable Cazzola le retrucó: “¡Qué partido
ni qué partido, los baños de acá abajo!”.
A manera de conclusión
La lengua es un organismo vivo. Los
hablantes la recrean permanentemente.
En ese vaivén, surgen algunas imágenes
hermosas, otras no tanto, todas producto
de la dialéctica entre la una, los otros y la
realidad circundante. En tal terreno, los
uruguayos también hemos demostrado
que cuando “salimos a la cancha”, el
resultado de nuestras acciones puede ser
sorprendente, “como en el 50”.
Notas
1. Este texto se escribió a partir de una idea
vertida por Carla Rizzotto durante una
reunión de redacción en el bar Andorra.
2. El autor agradece a su tía, Gloria
Martínez de Carrea, haberle regalado las
frases de Cazzola, el relator.
_Luis Morales
13
Foto: Leonidas Martínez
14
túnel may- jun 2016
LIGÜERA Y EL FUEGO SAGRADO EN EL FÚTBOL
Martín pensador
Martín abre la puerta, se sube a la bici y
pedalea. Pasa el puentecito que hay sobre
una naciente de cañada, a pocos metros de
su casa, y pedalea más. Tiene que pararse
en los pedales para trepar el repecho largo
hasta Julio César Grauert, con las ruedas de
su bici montaña Albanés 2000 raspando el
balasto. Grauert es la avenida del barrio Los
Álamos, que en la perspectiva del floridense
céntrico es uno de los barrios que está
“del otro lado de la vía”. Martín dobla a la
izquierda y se suma al viaje el Reta López,
al que la maestra, después que crucen la vía,
sigan pedaleando algunas cuadras, dejen
la bici en la casa de Arrospide y entren a la
escuela 116, le dirá “Martín”, como a él.
Es jueves y Fénix entrena de mañana
porque tiene amistoso. El escenario es
el Parque Capurro, con la bahía como
escenografía fija. Ya bañado, bolso en mano,
aparece el floridense que vino a buscar
este floridense. Aunque el primero, el
entrevistado, en realidad nació en la capital
del país. En Florida eso se sabe, pero a nadie
se le ocurre ponerle otro gentilicio a Martín
Ligüera. Lo lleva como los demás, pero
se le pronuncia como pocos: cuando hay
que destacar quiénes salieron del terruño.
“Me considero de Florida. Si bien nací en
Montevideo, mis padres son de Florida y
trabajaban en Montevideo. Pero antes de
que yo cumpliera los dos años nos mudamos
a Florida. Siempre me preguntan de dónde
soy, y digo que soy floridense. Mis valores,
que obviamente se fueron fortaleciendo
después con el paso de los años, tienen una
base construida en Florida”.
Martín recuerda al niño que salía de
la casa, solo, y solo iba hasta la escuela
como al almacén o a la casa de un amigo,
y solos jugaban, como niños, sin tener que
estar acompañados por adultos. “Hay una
forma de criar diferente a la que hay acá [en
Montevideo]. Me pasa hoy en día con mis
hijos. El control es mayor aquí que el que
yo vivía en Florida, independientemente
de que fue hace unos 25 años y era otra la
situación. Pero hoy en día me pasa de ir a
Florida y ver a los niños que andan solos.
Uno se pregunta con quién andarán, pero
no, son de ahí nomás, de la esquina. En
Montevideo es impensable que anden solos,
con esa libertad”.
Un vecino de Florida, criado en la
misma cooperativa de viviendas en la
que me crié, estaba armando su vida acá
en Montevideo, con un buen trabajo,
ya desarrollándose, y un día venía
caminando por su barrio, Pocitos, y de
repente ve a un niño andando en triciclo
en un balcón. Dijo “No. Esto no es lo que
quiero”. Rearmó su vida en Florida.
A veces me cuestiono eso también. Vivo
en un apartamento y por momentos me
lo cuestiono. Es difícil, porque yo me crié
de otra manera. Claro que hay más cosas
para hacer, pero hay días que si no te armás
un programa no tenés esa posibilidad,
como niño, de salir a la calle y cruzarte
con amigos, como yo salía y me cruzaba
con el Reta, por nombrar a un amigo de
la infancia. Yo tenía un entretenimiento
todos los días sin tener que programar
nada. Íbamos a jugar al fútbol a la cancha
de Candil o a lo de Basignani. Iba hasta ahí
y volvía sólo cuando me gritaba mi abuela
que tenía que tomar la leche; era mi única
obligación a esa hora. Iba y volvía, porque
jugábamos hasta que se ocultaba el sol.
Después, de noche, había que hacer los
deberes. Mis días eran así.
También es otra manera de desarrollar
los vínculos, de generar y solidificar
amistades.
Bueno, yo tuve ese asunto también de que
nunca pude fortalecer mucho los vínculos,
porque después, más grande, vienen las
salidas y todo eso, y si estás jugando al
fútbol es muy difícil. Cuando vino la época
de los cumpleaños de quince, prácticamente
nunca podía ir. A veces iba, pero hasta las
once y media o las doce, y me volvía a casa
a acostarme. Me levantaba a las seis de la
mañana para venir a jugar a Montevideo.
Y después, más grande, nunca estuve
mucho tiempo en una misma institución,
a no ser en Nacional y en Fénix. No pude
formar vínculos fuertes. Estuve en seis
países y lo máximo que estuve fue uno o a
lo sumo dos años en cada uno.
De seguir en Fénix, sería tu período
ininterrumpido más largo en un club.
No me había puesto a pensar, pero sí. Si no
me pasa nada extraño seguiré acá. Pienso
jugar al menos un año más. La verdad es que
estoy muy cómodo acá.
***
Martín abre la puerta y va corriendo hasta
la canchita de los Basignani, que está del
otro lado del puentecito. Se pasa la tarde en
eso. Casi no hay horarios. Es jugar, jugar y
jugar, con entretiempos individuales cuando
se escucha una voz que llama “¡a tomar la
leche!”. Martín piensa mientras le viene la
pelota, resuelve la jugada y va a merendar
para volver enseguida. Sigue jugando. Es
jugar, jugar y jugar, hasta que el sol dice
basta. Del otro lado de la vía, cualquiera
sabe, no hay o no había tanta iluminación
como para que la claridad de algún foco
cercano regale un reflejo de la pelota, que
en definitiva es lo único que hace falta para
jugar.
Martín piensa y le brotan los nombres
de los demás. La lista es larga e incluye a
Pablo Cabrera, al Reta, Alfredo Chicusqui
Soba, Nelson Chingo Rocca y Fernando
Noria, entonces niños o adolescentes que de
mayores lograron destacarse en las canchas
de la Primera división vernácula. En su
mayoría son hinchas del club Candil, pero
no podían jugar en el cuadro por un motivo
con demasiado peso: no tenía todavía
baby fútbol. Años después le llegó, aunque
rebautizado como fútbol infantil.
¿Desde cuándo andás con la pelota?
Desde que tengo uso de razón. Yo estaba
convencido, desde chiquito, que lo mío
era jugar al fútbol. Estaba convencido.
Quería jugar en Nacional y en la selección
uruguaya, y siempre se lo decía a mi padre.
Mi padre dice que comencé con cuatro años.
Cuando tuve de edad de baby fútbol fui a
jugar a Quilmes. Fui porque no había baby
fútbol en Candil, si no jugaba en Candil.
Una de las cosas que me quedó pendiente
es jugar en Candil. En Quilmes me trataron
espectacular y estoy más que agradecido.
15
“Yo sé que si cuando me
viene la pelota ya no decidí
qué voy a hacer con ella, se
me complica el juego; ya sé
que no ando en una buena
tarde. Cuando la pelota me
viene ya tengo resuelto
el destino. Después podré
ejecutar mal, no me
importa, pero sabiendo
que al venirme ya puedo
estar razonando qué puedo
hacer, qué movimientos
están haciendo mis
compañeros, es cuando
pienso: estoy claro”.
túnel may- jun 2016
“Siento que disfruto el fútbol mucho más que antes”. (Foto: LM)
16
De repente podés jugar algún año en
Candil después que te retires del fútbol
profesional.
Hubo una época en que lo pensé, pero
ahora el día que deje ya está, doy por
cerrado todo. No me veo. Pero cuando era
más joven sí, lo pensaba y lo conversábamos
con mi padre y mis hermanos. Pero no. El
día que cerrás, tenés que cerrar todo de una
vez. Sí me quedó eso de no haber jugado en
el baby de Candil, porque es el cuadro de
mi barrio.
La pelota le está llegando y Martín
piensa. Piensa y hace, todos coinciden. La
diferencia con el resto de los jugadores de
su categoría en el baby fútbol era notoria,
así que después de su partido se quedaba
para otro medio tiempo, con la categoría
de niños un año mayor. “Estaba despegado.
La diferencia con el resto era abismal”,
dice Juan Pablo Makovsky, quien fue su
compañero en Quilmes. En ese club Martín
jugó en todas las categorías que había
entonces para cancha chica: churrinches,
gorriones, semillas, cebollas y baby. “Una
vez el técnico, creo que era La Vieja
Cuadro, empezó a probar jugadores, a rotar.
Era contra Avenida en el Complejo [N. de
R.: el estadio infantil municipal en Florida].
Íbamos 0-0. Saca a Martín un rato, y en
cuestión de veinte minutos nos hicieron
como cinco o seis goles. Lo tuvo que poner
de nuevo porque fue tremendo lo que
cambió el cuadro”.
Martín López, el Reta, comenta algo
que, palabras más palabras menos, se
fue repitiendo en los demás testimonios.
“Martín en la cancha era como un hombre
jugando con niños. Jugaba y pensaba las
jugadas como si fuera un adulto”, dice el
Reta, que además de vecino fue compañero
de Ligüera en la escuela, y en baby fútbol
tanto en Quilmes como en selecciones
albirrojas. La pelota llegaba y el pase para
habilitar a un compañero era inmediato.
Jugaba sin pelota, estaba en el lugar
indicado, le pegaba en el momento justo, y
le pegaba bien.
Le viene la pelota y Martín piensa.
Piensa y hace, todos coinciden, pero él no
lo recuerda.
Ya desde chico le metías mucha cabeza,
¿pensabas mucho en la jugada?
Mucha gente me lo ha dicho. Yo no tengo
uso de razón de cómo pensaba en ese
momento, pero casi toda la gente que
me vio en el baby me suele decir eso, que
pensaba como un grande dentro de la
cancha, que ya pensaba la jugada cuando
tenía ocho o nueve años.
¿De grande trabajaste en eso como una
virtud a desarrollar para explotarla
mejor?
No lo pensaba como una virtud. Es algo
que sale naturalmente. Pero es difícil de
pensar en desarrollar eso. ¿Cómo hacés para
trabajar eso? Obviamente que la base es la
repetición, y de que cuantos más partidos
tengas, mejor puede salir.
Uno piensa en jugadores que de algún
modo resolvían en lo inmediato
situaciones complejas, como Zidane, por
ejemplo. Y eso, parece claro, iba más allá
de lo que podría decirse le era innato.
Pero es imposible hacer lo de Zidane, por
más que lo mires y lo mires. Hay detalles
que uno va viendo en la medida que pasa tu
carrera. Sé que si cuando me viene la pelota
ya no decidí qué voy a hacer con ella, se me
complica el juego; ya sé que no ando en una
buena tarde. Cuando la pelota me viene ya
tengo resuelto el destino. Después podré
ejecutar mal, no me importa, pero sabiendo
que al venirme ya puedo estar razonando
qué puedo hacer, qué movimientos están
haciendo mis compañeros, es cuando
pienso: estoy claro.
Después del baby fútbol, vino Nacional.
A Montevideo, a Nacional, me trajo el
mayor Julio Tarrech. Vine a probarme una
semana. Me acompañaba mi viejo. Vine,
me probé y quedé.
¿Quiénes jugaban con vos en esa
generación que después se hayan
consolidado en Primera?
Prácticamente ninguno se pudo consolidar.
Jugaron sí Peter Borges, Álvaro Giménez
y Germán Domínguez. Pero el filtro
es muy grande. Salimos campeones en
Séptima, Sexta y primer año de Quinta.
Fueron prácticamente dos años y medio de
corrido saliendo campeones, y que se haya
consolidado en Primera creo que fui yo
solo. Es muy grande el filtro.
***
Martín tiene doce años. Vive en Florida
y tres días a la semana viaja a entrenarse a
Montevideo. A las siete está en pie porque
quince minutos antes de las ocho entra al
liceo. Antes de las doce sale y va hasta la
parada del ómnibus que está a dos cuadras,
se toma un Bruno Hermanos para llegar a
las dos de la tarde a Montevideo. A las tres
se entrena. A las seis y poco tiene que estar
en Tres Cruces porque se tiene que tomar un
Turismar para volver. Como el ómnibus lo
deja en la ruta, nueve menos veinte alguien
lo estará esperando en la rotonda. En su
“Yo estaba convencido, desde chiquito, que lo mío era jugar al fútbol. Estaba convencido. Quería jugar en Nacional y
en la selección uruguaya”. (Foto: AC)
“Quiero ganar, tener gloria
en el fútbol. Siempre me
gustó eso. Yo quería salir
campeón con Nacional.
Lógicamente que ganar
plata y vivir del fútbol me
gusta, pero incluso desde
esa visión podría decir
que es muy difícil hacer
plata con el fútbol si no
lográs algo en el fútbol.
Quiero la gloria, y después
buenísimo si la gloria me
lleva a Europa”.
casa cenará y hará los deberes para acostarse,
porque mañana hay que estar a las siete en
pie. “Era mortal, pero lo hacía con gusto”,
asegura.
“Yo tenía doce años. Había venido a
Montevideo, pero igual miraba con los ojos
del que veía Montevideo por la televisión.
Las primeras veces le decía a mi viejo:
‘Mirá, ¡Los Cuatro Ases!’. Y cuando iba en
el ómnibus, dentro de Montevideo, tenía
que contar las paradas. La primera semana
me acompañó mi viejo, pero después él
ya no podía porque tenía que trabajar. Me
dijo que después del túnel de 8 de Octubre
contara tres paradas para bajarme. Yo iba
con unos nervios de novela. Apenas el
ómnibus pasaba el túnel, si había mucha
gente me paraba y arrancaba con el ‘con
permiso’ para quedarme paradito al lado
de la puerta. Y después de entrenar, las
primeras veces me iba sin bañarme por
miedo a perder el ómnibus para volver
a Florida. Llegaba a las seis y poquito
a la terminal, así que después me fui
acomodando mejor con el tiempo y me
bañaba después del entrenamiento. Aquello
era salado”.
Después, instalarte en Montevideo
te debe haber dado otra estabilidad,
asentarte y tener una vida social acá.
No llegué a disfrutarlo mucho. A mí
me subieron [a Primera división] a los
dieciséis años. Empecé a venir a los doce a
Montevideo, y a los catorce vinimos a vivir
con mi familia. Mi padre trabajaba acá y
al fin de cuenta estábamos toda la semana
cruzados, porque él iba los fines de semana
pero yo me venía a jugar. En ese entonces
ya casi tenía quince, y al año de eso ya me
pusieron en un clásico. No voy a decir que
estuvieron mal, pero en lo que sí estuvieron
mal es en no bancarme después. Hoy a los
juveniles los suben y tienen un respaldo.
A mí me subieron, me mandaron a jugar,
y respondí, porque anduve bien en esos
clásicos. Pero después me bajaron a Tercera.
Otra cosa es si estás preparado, aunque creo
que con dieciséis años no estás preparado
para ser el diez de Nacional, pero tampoco
mandarte de una para Tercera. Por más que
ande mal, no me podés poner allá arriba y
enseguida pegarme un fierrazo.
Era una época complicada para Nacional,
en pleno fervor de Peñarol por el
quinquenio.
Sí, pero yo no tomaba la magnitud de lo
que estaba pasando. Tenía dieciséis años y
quería jugar al fútbol. No me importaba
nada de cuánto ganar ni nada; yo quería
17
se le desprenden algunos destellos que
harán que su maestra Nelly, tres décadas
después, hable de él como si lo hubiera
vivido hace unos meses. Parece que
está disperso y Nelly lo asalta con una
pregunta repentina que puede evidenciar
la distracción. Pero no ocurre, porque
tal vez Martín ya estaba pensando en lo
que venía. “Era un excelente alumno,
muy movedizo, pero muy inteligente.
Y en eso de que se estaba moviendo, le
preguntabas y respondía correctamente,
porque en realidad estaba atendiendo”,
comentó Nelly Enciso, hoy jubilada.
“Quise mucho a mis alumnos en general,
pero a Martín lo recuerdo con emoción.
Tengo muy buenos recuerdos de él,
porque era muy humano, muy buen
compañero. Era además un alumno muy
capaz. Incluso yo me lo hacía como que
iba a hacer alguna carrera profesional”. Y
sí, pienso: en los hechos hizo una carrera
profesional.
Es inevitable hacerse la idea de un niño
y adolescente responsable.
Sí. De repente he sido responsable hasta
de más. Diría que me jugó en contra
en mi carrera. Ahora he mejorado, pero
hubo un tiempo en que me pasaba
muchas facturas. Soy un tipo demasiado
autocrítico. Eso, de repente en los
mejores años de mi carrera llevaba a
que me exigiera más, y al final terminé
andando mal. Tal vez no mal, pero si
lo pienso hoy me doy cuenta de que
podía haber andado mucho mejor,
presionándome menos. Tampoco me
arrepiento.
túnel may- jun 2016
“Estando en el exterior, no sentía lo que siento hoy. Estoy contento de vivir en Uruguay. Estando en el exterior me
daba un poco de cosa venir a Uruguay, por la información que me llegaba y por lo que me comentaban. Después de
vivir en muchos países, venís y decís ‘fa, estamos en tremendo país’. Y digo eso sin entrar en cuestiones de política
[partidaria], que es un tema en el que no me interesa para nada entrar. Hoy me preguntás y lo concreto es: Martín
y familia están muy felices acá, comparado con lo que se pensaban que se iban a encontrar. En mi caso la verdad es
que disfruto de Montevideo”. (Foto: AC)
18
entrar a la cancha. Después me pongo a
pensar y ¡fa! ¡El partido aquel con Defensor!
Yo ese día quería hacer cincuenta goles.
Hoy pienso: poné la quinta. ¿Cómo vas a
poner a los jugadores profesionales?
Hasta hace unos días tenía en la retina
la imagen de Juan Ramón Carrasco
corriéndote para que vos no hicieras el
gol, pero ahora vi la jugada en YouTube y
veo que no es tan así.
Sí, puede parecer como que me saca, pero
no. Era que él venía de frente. Si no venía
Juan Ramón yo le daba. No sé si terminaba
en gol, pero intentaba. Yo jugué para
ganar. ¿Quién va a jugar para perder? A
mí al menos nunca me ha pasado. Hoy, a
la distancia, creo que le erraron en cómo
manejaron la situación. Hay mil maneras de
enfrentar eso, pero no mandando al equipo
profesional. Fue un partido incómodo.
Martín tiene seis años. Es un niño, un
escolar de primer año apenas, pero ya
Una vez le preguntaron a Tabárez
si había fracasado en el Milan y él
respondió que había llegado al Milan.
¿Desde qué perspectiva analizás tu
carrera?
Estoy refeliz con mi carrera. Mi sueño
era jugar en Nacional y en la selección.
De grande se suma poder vivir del fútbol.
Si podía haber jugado en tal cuadro, en
tal otro, eso ya no depende tanto de vos.
A veces son circunstancias y momentos
que se dan. Fui a Europa y no tenía
pasaporte. Estaba en Mallorca y por el
cupo de extranjeros sólo podía entrar
por Leo Franco, que era el golero, o por
Samuel Eto’o. A todos los jugadores
uruguayos se les hacía un contrato por
cuatro años, y a mí sólo por uno. Yo fui a
préstamo. A casi todos los jugadores que
van a Europa les cuesta el primer año,
hasta [Diego] Forlán en el Manchester
United. Me tuve que volver, pero lo
disfruté mucho de todos modos.
¿Qué te mueve?
Quiero ganar, tener gloria en el fútbol.
Siempre me gustó eso. Yo quería salir
campeón con Nacional. Lógicamente que
ganar plata y vivir del fútbol me gusta,
pero incluso desde esa visión podría decir
que es muy difícil hacer plata con el fútbol
si no lográs algo en el fútbol. Quiero la
gloria y después buenísimo si la gloria me
lleva a Europa. De hecho me llevó aquel
momento de Fénix en el que ganamos la
liguilla, que hice más de veinte goles, y de
ser considerado ese año el mejor jugador del
fútbol uruguayo.
¿La aspiración a la gloria traerá sola lo
otro?
Absolutamente. Olvidate. Es así. Si pensás
antes en lo otro, es frustrante.
Y es un peligro el gran contrato por la
posibilidad de achancharse.
Claro. Por eso es admirable, por ejemplo, lo
de Cavani bajando a todas en la selección,
sacrificándose. Eso es de un sentimiento
amateur. Es admirable. Cuando estamos
en un picado en la playa, mi cuñado me
dice “¡ta, ya te encarnizaste!”. Pero es que
no quiero perder, ni ahí. Ese fuego es lo
fundamental. Si perdés ese fuego no podés
jugar más. Por más que ganés millones y
millones, eso no se te puede apagar. Si se te
apaga, no podés jugar más.
***
Son las finales del campeonato estudiantil
de ADELF, la asociación de estudiantes
liceales. La clase de Martín está ahí,
jugando la final de primeros y segundos
“Cavani bajando a
todas en la selección,
sacrificándose. Eso es de
un sentimiento amateur.
Es admirable. Cuando
estamos en un picado en
la playa mi cuñado me dice
“¡ta, ya te encarnizaste!”.
Pero es que yo no quiero
perder, ni ahí. Ese fuego es
lo fundamental. Si perdés
ese fuego no podés jugar
más. Por más que ganés
millones y millones, eso no
se te puede apagar”.
años, en el segundo turno aunque les
tocaba en el primero. Los compañeros
lograron jugar más tarde para que Martín
llegara hasta el Democrático Fútbol 5.
Aldo Velázquez, el arquero, recibe un gol
pero evita cinco o seis. El cuadro empata y
resiste; el Caco Valerio hace valer técnica y
físico, pero está complicado para aguantar
el 1-1. Martín no ha llegado porque
tenía partido en Montevideo. Llegó en el
entretiempo. “Cuando entró Ligüera no
lo podíamos agarrar ni para pegarle una
patada. Perdimos 10-1”, recuerda Gerardo
Schiavonni, uno de los rivales de aquella
final jugada hace más de veinte años.
***
¿En algún momento sentiste que ya no
ibas a estar más en la selección?
Fueron dos cosas. Primero fue el partido con
Venezuela. Ese fue el peor golpe que tuve
futbolísticamente. Sentí que algo se había
roto. Fue lo peor que me pasó en mi carrera.
¿Y lo mejor?
Creo que son dos momentos. Uno es el
clásico del 3-2 que lo dimos vuelta en 17
minutos con dos goles del Lucho [Romero]
y uno del Loco Abreu, y el otro es el 6-1 de
Fénix contra Cruz Azul. Son dos partidos,
dos momentos, que me marcaron.
Decías que fueron dos aspectos que te
hicieron sentir ya definitivamente fuera
de la selección.
Después me vi afuera cuando Tabárez
comenzó con el proceso. Pero está bueno
eso. Está muy bueno. Antes uno andaba
tres partidos mal y para afuera. Hoy alguien
anda diez partidos mal y tiene el respaldo
del proceso de que en algún momento vas
a andar bien, que sos jugador de selección y
que no estás ahí por casualidad.
Después de esto, del proceso, se
piensa de esto para arriba. Es muy en serio,
no es casualidad lo que le está pasando
con la selección uruguaya; hay algo más,
porque no puede ser que se piense que “uf,
siempre se salva Uruguay”. No, antes no
nos salvábamos y no íbamos al mundial.
Acá hay algo, hay un fuego que no se veía.
No quiero decir que antes los jugadores no
querían, pero se ve un compromiso que
antes no. Eso se nota, o al menos uno lo
palpa más por ser jugador. Es algo que hace
la diferencia en los momentos críticos. Eso
es resultado de algo, de una planificación
de años, de un trabajo en sub 17 y sub 20.
Por algo [Tabárez] cita a los de la sub 20,
porque [los juveniles] vienen desde abajo
con esa cabeza.
LIGÜERA Y EL FUEGO SAGRADO
Sos un pensador, un armador, pero me
acuerdo en la selección de Carrasco verte
ir y volver casi como un carrilero.
Eso es porque estás convencido de lo
que estás haciendo. Cuando el técnico
consigue eso, que vos creas, ya está: es
lo fundamental. Eso está incluso por
encima de la idea táctica y todo lo demás.
El jugador te tiene que creer lo que estás
diciendo, y eso es difícil lograrlo con el día
a día. El jugador de fútbol es muy bicho,
así que lograrlo es una gran virtud. Después
depende de que la pelota no te pegue en
el palo y entre. Pasa ahora con este Fénix,
que está convencido. Está convencido de
que hay que defenderse a morir y generar
chances para, en las que tenga, clavarte.
Estamos convencidos de eso. En la época
del Fénix de Carrasco el convencimiento
era que si podíamos hacer ocho goles no
íbamos a parar hasta hacer ocho goles. La
forma te podía gustar o no, pero era así.
Jugando a los 35 años, ¿te ves del modo
que te imaginabas que ibas a llegar?
No pensé que iba a jugar tanto tiempo.
No me cansa. Incluso siento que lo estoy
disfrutando mucho más. Me pasa desde
que estuve en Paraguay en 2009. Hubo un
cambio en mí. Siento que disfruto el fútbol
mucho más que antes.
En Brasil no te fue mal. Llegaste a
estar en los once mejores jugadores del
campeonato paranaense.
Sí. En Brasil lo que me costó un poco fue el
fixture y la competencia. Es mortal. Anduve
muy bien, pero es complicado. Es todo
muy seguido y no estás en tu casa. A mí me
gusta estar en mi casa. Cada dos o tres días
es un viaje, y en casa estaba sólo dos días.
Aguanté porque era un contrato bueno,
pero estaba perdiendo ese fuego, lo estaba
perdiendo, me lo estaban sacando; diría que
me sentía agobiado con tanto viaje. Llegaba
al partido muerto y todavía planteándome
todo lo que me estaba perdiendo, con un
hijo recién nacido.
¿Te ves yéndote de Uruguay de nuevo?
Me tendría que ir solo. Eso es seguro. Y yo
solo puedo estar quince días, no aguantaría
más. Ya sufrí lo que tenía que sufrir, en el
buen sentido. Ahora las prioridades son
otras: ver crecer a mis hijos y disfrutar de
este momento deportivo y de Fénix, que
está cumpliendo cien años y que para mí
es un orgullo estar acá, por el cuadro y
porque recibo un cariño enorme por parte
de la gente.
_Emilio Martínez Muracciole
19
FUERA DE SECCIÓN
La primera vez
Mi padre fue un hombre de leyendas. Con un
afán de narrador de la Edad Media contaba
cosas sin parar, imaginarias, que iba tejiendo
cuando la oralidad le daba un respiro a
las premeditaciones. Sus ademanes eran
convincentes, cómplices perfectos de una
mirada entrante. Siempre reía, porque para
él estar triste, que yo estuviera triste, era un
pecado imperdonable. Ponía tanto empeño
en esa pasión por describir historias que
desarrolló la actuación a la manera de los
labradores: con oficio.
Su tablado universal solía ser la
cocina, amplio espacio de una casa que
además tenía dos habitaciones, un baño y
un patio con pileta para lavar la ropa. No
acostumbraba perfeccionar sus atuendos ni
usar objetos que ensalzaran sus actuaciones,
apenas si utilizaba los viejos gorros de paja
desmembrada cuando el personaje lo requería.
Actuaba como un ilusionista que brotaba de
cualquier parte. La realidad era su absurdo.
Recuerdo una historia tan fuerte como
un sueño. Tarde de verano en el interior
profundo del país: un calor insoportable, el
turbo gigante Punktal que hacía más ruido
que viento, el perro, exhausto con la lengua
temblando, actuaba de estatua viviente
debajo de la mesa mientras mamá, siempre
tranquila, leía un libro en la mecedora de la
abuela. Mi diversión pasaba por hacer círculos
en papel con una moneda como molde,
medida perfecta para que, una vez recortados
y definidos los colores, se transformaran en
las camisetas del fútbol de chapitas. Papá
terminó de barrer y, con mitad gesto humano,
mitad payaso, recitó su verso preferido: “se
me ocurrió una idea”.
túnel may- jun 2016
* * *
20
Inmediatamente dejé de leer. A decir verdad,
no estaba tan atrapada con el libro. Iba por
una de esas páginas donde las novelas suele
navegar en detalles menores y dejar de lado
el suspenso. Ya habría tiempo de volver en
otra circunstancia del día o de enero, pensé.
Además no quería perderme la actuación
de César y sus malabares para distraer lo
cotidiano.
Huguito observaba. Inocente, títere de
nuestras emociones, gozaba del teatro sin
sospechas. Su padre tenía un ingenio bárbaro
y eso lo atraía. Cada vez que César comenzaba
un cuento nunca sabíamos cómo iría a
terminar. Me paré y entrecerré el postigo de la
puerta de madera que daba al patio. Quedó la
luz perfecta.
* * *
Le dije a Hugo que mientras le contaba la
historia siguiera cortando círculos hasta
llegar a doce. Apacible como siempre, afín
a dejarse llevar por los consejos, no puso
ninguna objeción. Salvo cuando le comenté
que, una vez terminados, los pintara
íntegramente de negro. “Horribles, papá,
van a quedar horribles. Aparte si son todos
negros no les puedo pintar el número”, dijo
mientras me miraba con cara de creador
confundido. Le retruqué para que lo hiciera,
que después veíamos, que confiara en mí.
Convencido, lo que se dice convencido,
no quedó. Susana me miró y encogió los
hombros. Hugo agachó la cabeza, le sacó
punta al lápiz, puso la moneda sobre el
papel, la sostuvo con el dedo índice de su
mano izquierda y dibujó cuantos redondeles
entraron. Le sugerí que una vez terminado
eso y la tarea de recortarlos, agarrara todos
los requeches y los fuera apelotonando en
sus manos como cuando hacíamos bolas de
arena en la playa. Movió la cabeza en señal de
negación, pero siguió con su tarea.
* * *
Miré a mi madre disimuladamente con cara
de a-ver-quién-me-compra-mañanaotra-Sylvapen-negra. Dudo que me haya
entendido, pero la verdad era que la fibra
estaba al límite de sus posibilidades, al borde
de secarse para siempre. Además, la idea de
dejar de jugar justo a mitad de camino me
molestaba, me parecía espantoso.
Papá se sentó en una de las cabeceras
de la mesa, donde siempre. Acostumbrados a
las fantasías para entretenernos en las horas
muertas, callamos y escuchamos. Mencionó
que su relato se remontaría muchos siglos
atrás, a épocas cuando el mundo se trataba
de otra cosa. Mamá frunció la frente, yo
recordé el viejo atlas rojo sin tapa trasera.
* * *
Para identificar a los carruajes tirados por
caballos en riendas de hombres gigantes se
decidió adjudicarle un color a cada equipo. La
buena intención no fue otra que reconocer a
los de un mismo bando bajo igual símbolo. La
consecuencia se despertó enseguida: miles
de hombres gritaban enloquecidamente
desde las graderías, con las esperanzas
puestas y trasladadas hacia los elegidos.
Como si fueran niños, pero violentos. Como
los adultos, pero sin reconocer que cuando
la expectativa está depositada en el otro es
probable que se pierdan los bozales.
Un señor dorado era el dueño del circo.
Se paraba, movía los brazos, hacía ademanes,
se sentaba. Esos gestos se repetían de formas
poco originales: los que iban por los Azules,
los que simpatizaban por los Verdes o por los
Amarillos, los fanáticos de los Rojos; la masa
hacía lo mismo, como las patrias cuando piden
gloria o llanto. Tras los colores todos eran lo
mismo, pero nadie lo advertía.
Años más tarde el ingenio pintó nuevas
camisetas. En Constantinopla apareció una
combinación de dos colores, amarillo y negro,
con un águila bicéfala mirando hacia dos
puntos: Oriente y Occidente. Más al sur, un
grupo de viejos surcadores de mares y océanos
decidieron que su estampa sería una camiseta
toda negra en homenaje a las tempestades
que los azotaban, pero que tendría una banda
blanca en diagonal como representación de
los caminos descubiertos y superados. Los
seguidores de Orange, los de la casa de Saboya,
los miembros de la Commonwealth, todos
siguieron el mismo camino.
Entre los borradores de la gloria y la
versión definitiva nada cambió. Ni Plinio
el Joven ni otros intelectuales pueden
descifrar el valor de la representación.
Hombres pares rehenes del delirio y las
pasiones inquebrantables; hombres comunes,
indiferentes a cualquier otra cosa verdadera.
Fuera del estadio de Siracusa el anhelo
supera a los resultados. Unos niños apegados
a las matemáticas jugaban con formas. Fue la
primera vez que se vio un icosaedro truncado
formado por veinte hexágonos y doce
pentágonos.
Uno de ellos se atrevió a decir que, de
tirarlo al aire con una catapulta, su figura
podría satelitar los cielos a la par de los dioses.
Lo llamó Telstar 0. Otro, un poco más osado,
sostuvo que si pudiera echarle aire dentro su
figura se convertiría en un esférico uniforme.
Nunca halló la forma de hacerlo en su tiempo.
El más pequeño de todos, a quien ya
se le notaban sus dotes de artista, propuso
pintar los doce pentágonos de negro y dejar el
resto de blanco. Nadie planteó objeciones al
respecto. Al paso de unos minutos, mientras
que desde dentro del estadio se replicaban
alaridos en pugnas, en la callejuela los niños
culminaban su obra de arte en silencio.
Todo fue herencia en el ancho mundo.
Los huesos de los huesos siguen moldeándose
en otros cuerpos. Las camisetas mantienen
latente el sentido (y sin sentido) de
pertenencia. Alguien tomó prestada aquella
primera pelota de papel blanca y negra para
que todos, o casi todos, experimentaran la
excitación de jugar por jugar.
_Mintxo
Concurso Literario
RELATOS DE
FUTBOL
La revista Túnel y la Tecnicatura en Gestión de Instituciones Deportivas de la Facultad de la Cultura del CLAEH convocan al concurso literario “Relatos de fútbol”, sobre las siguientes bases:
1. Los participantes podrán presentar relatos de fútbol en
Primer premio: Un pasaje con estadía (dos noches de hotel con
desayuno incluido) para asistir a la Feria del Libro de Buenos
Aires, un vale valor $ 5.000 (cinco mil pesos uruguayos) para
compra de libros en Gussi y una tarjeta Socio Espectacular con
libre acceso al cine, teatro y fútbol por seis meses.
2. Cada relato tendrá una extensión máxima de doce mil carac-
Segundo premio: Un vale valor $ 3.000 (tres mil pesos uruguayos)
para compra de libros en Gussi y una tarjeta Socio Espectacular
gratis por seis meses.
cualquier género o modalidad que consideren el tema convocante en alguno de sus diversos aspectos.
teres con espacios, estará escrito en letra Times New Roman,
cuerpo 12, con interlineado en espacio y medio, y será presentado en formato papel con original y dos copias.
3. Se aceptarán relatos escritos en español e inéditos, es decir,
Tercer premio: Un vale valor $ 2.000 (dos mil pesos uruguayos)
para compra de libros en Gussi y una tarjeta Socio Espectacular
con libre acceso al fútbol por seis meses.
sin publicación en cualquier soporte (papel o electrónico).
Deberán presentarse en sobre cerrado con seudónimo en su
tapa. En otro sobre cerrado se indicará el seudónimo, sin excepción de índole alguna, el nombre completo del autor o
autores, domicilio, teléfono o celular y correo electrónico. El
incumplimiento en este sentido motivará la descalificación
de la obra.
El jurado podrá otorgar las menciones que considere pertinentes.
El jurado podrá declarar desierto el premio y el fallo será inapelable. Las decisiones que tome el jurado no podrán ser objeto de
impugnación y estará facultado para resolver cualquier situación
no prevista en las bases en la forma que considere oportuna.
6. El fallo se dará a conocer en la edición de noviembre de la
4. El plazo de recepción es el 30 de setiembre de 2016 en las
revista Túnel y habrá un acto de entrega de premios en diciembre.
sedes del CLAEH de 9 a 19 horas.
Facultad de la Cultura
Avenida Uruguay 1224 esq. Cuareim, Montevideo.
Facultad de Medicina y Derecho
Parada 16 de la Av. Roosevelt, Punta del Este, Maldonado.
7. Todos los relatos seleccionados serán publicados en formato
papel y, a tales efectos, los autores cederán sus derechos a la
revista Túnel por el término de un año.
5. El Jurado, integrado por Óscar Brando, Pilar de León y Daniel
Vidal, podrá otorgar primer, segundo y tercer premio según
el siguiente detalle:
La participación en el concurso supone la aceptación de las presentes bases en su totalidad y la conformidad con la decisión
del jurado.
Organizan
Apoyan
21
El fútbol y la pasión de escribir
Pelota de papel,
cuentos en el empeine
Hay un lugar donde las almas se mezclan.
Donde el hedor se discurre entre diálogos
eléctricos, monosílabos. Ese lugar, donde
la espalda se empapa y las vergüenzas se
dejan, es la anacrónica estepa arrugada
de lo hecho: el área, donde todos fuimos
felices. Donde alguna vez engañamos
al rival que somos nosotros mismos.
Donde no siempre nos creen. Donde se
pagan los premios. El área es la estepa
amorosa de un domingo quieto. Una
conversación religiosa entre el cielo, la
tierra y los colores. Los domingos fueron
hechos para extrañar, por eso la gente va
al fútbol, al cementerio, a la iglesia o a la
casa de la vieja. El área es donde se hace
una tregua con el enemigo para no hacerle
penal. El área es donde el enemigo se
tira y el de negro compra, tu capacidad
innata de soñar. El área es donde se
llora –el medio también–. La cama es la
patria, el área es la República, el Sitio. El
área es la plaza principal del pueblo. El
cuadro es el pueblo donde uno vive, más
tiempo del que se cree. Jugar al fútbol es
vivir el tiempo de una forma. Es morir
semanalmente, y renacer en la coreografía
santa de una buena jugada, hilvanada
en el olvido por letrados en la memoria
de los pies; licenciados de tres dedos.
Fundamentalistas del puntín, mimosos
estetas, comandantes interesados,
mamaderas, cracks y compañeros para
toda la vida. Hermanos pasantes, atletas,
prodigios, y acomodados. El área es la
lucha de clases. La dialéctica silenciosa del
agarrón. La danza impúdica del córner. El
área es un desierto donde el gobernador es
el gobernado, donde la oposición son los
nervios y la salvación tres fierros helados
Hay un mundo
boquiabierto porque un
puñado de futbolistas
nos pusimos a escribir
cuentos y lo logramos
con esfuerzo, con
inquietud, aprendiendo
como niños el oficio de
escribir, la pasión de ver
túnel may- jun 2016
en letras lo que pasa
adentro. Pelota de papel
es lo que pasa adentro.
En las canchas del
cuero. En los cánticos
del alma. Donde el
referee mental te jode
un partido, donde la
roja te la saca el amor.
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que sostienen una red a todo volumen.
El área es la musa. El movimiento de
las piernas en torno del útil son la
herramienta, la poesía es esa cosa que
está, la literatura es otra forma de vivir el
tiempo. Escribir es tatuar en la memoria
de otro la jugada inolvidable, la canchita
del barrio, la novia del club. Leer es grabar
la melodía de un silbido que alguien puso
en palabras.
A mi izquierda está Sebastián
Domínguez, con la timidez que sólo
le sacan sus hijos, su mujer, la guitarra
eléctrica, la cancha llena. A mi otro
costado se acomoda el doctor Herbella,
aquel barbado lateral que brilló en
Quilmes y que sabe tanto hoy de
medicina como de fútbol. Y si de fútbol
hablamos, hablamos de amor, y para eso,
para hablar de amor, se trepa al taburete
como un niño, el Payaso Aimar. Y cuando
un crack dice, los burros paramos la oreja:
“Cuando Seba me propuso escribir un
cuento para un libro a beneficio, yo le dije
¿por qué mejor no hacemos un partido?
Es más fácil y más divertido”. Todos
nos reímos. Cerca de trescientas, quizás
quinientas personas reímos, aplaudimos;
cuando más tarde nos dimos un abrazo,
yo quise que durara un poco más, pero fue
tan corto y tan intenso como el tiempo
de silencio entre el susurro de las piolas y
la explosión del gol. Sólo necesitaba saber
si era de carne y hueso. Horas después,
sentado en mi living de Montevideo, releo
su cuento del papel, y recreo mis propias
palabras: “el futbolista es un ser sensible”,
y valga la redundancia. Otro que está
hacia mi izquierda es el Mago Capria, con
quien terminamos recordando su pasaje
por Peñarol, un inolvidable –para mí–
partido contra Miramar en el Estadio –él
dice que se acuerda, por pura humildad–,
y las estrofas de su cuento que revela nada
menos, que el origen de su pegada en el
portón perfecto de su niñez. Hay más
gente, hay mucha más gente aquí arriba
de estas tablas. Y abajo también hay gente.
Pelota de papel, cuentos escritos por futbolistas, publicado por el sello Planeta, comenzará a comercializarse en Uruguay
en el transcurso del corriente mes de mayo. (Fotos: Hugo Partucci)
Hay un mundo boquiabierto porque
un puñado de futbolistas nos pusimos a
escribir cuentos, y que lo logramos (con
el resguardo práctico y paternal de Ariel
Scher, y el aguante de un cuadro) con
esfuerzo, con inquietud, aprendiendo
como niños el oficio de escribir, la pasión
de ver en letras lo que pasa adentro. Pelota
de papel es lo que pasa adentro. En las
canchas del cuero. En los cánticos del
alma. Donde el referee mental te jode un
partido, donde la roja te la saca el amor.
Juan Carlos Jurado se calla cuando la luz
se atenúa y los aplausos rebotan torpes
contra el olvido. Baja despacio las escaleras
como quien baja al vestuario con el sabor
de haber cumplido: “Si un solo pibe
desembarca en el mundo de la literatura
por este libro, la misión está cumplida”.
_Agustín Lucas
UNA FIESTA DE LA PALABRA
Jugadores en todas las canchas
Historias narradas por futbolistas. Eso
es Pelota de papel, un libro de cuentos
sorprendente por la audaz imaginación
de quienes lograron reunir a venticuatro
autores, otros tantos prologuistas y un
número igual de dibujantes en torno a
un proyecto que se presentaba en sus
orígenes con mucho de utopía y escasa
probabilidad de concreción. Sin embargo la
idea tomó cuerpo, creció y se propagó bajo
la tenaz decisión de cuatro futbolistas, dos
argentinos, Sebastián Domínguez y Mariano
Soso, y dos uruguayos, Agustín Lucas y
Jorge Cazulo, una suerte de capitanes de un
colectivo de no menos asombrosa idoneidad
jugando en una cancha de la que en teoría
poco o nada conocían.
El título del libro fue idea del productor
del proyecto y prologuista de la obra, el
periodista argentino Juan Carlos Juanky
Jurado. El nombre Pelota de papel rinde
tributo, según escribe Jurado, a la pelota
que se usaba en la escuela, y agrega: “uno
esperaba que sonara el timbre del recreo
para salir corriendo hacia ese patio que era
nuestra cancha... en partidos que nunca
terminaban y si tu equipo era goleado,
siempre sabías que en el próximo recreo ibas
a tener revancha”.
En cierto modo, Pelota de papel resume
ese espíritu de aventurarse en escenarios
nuevos, venciendo miedos y prejuicios,
dejando atrás etiquetas, jugando “revanchas
no como sinónimo de venganza”, dice
Jurado, sino “como expresión de que,
a pesar de lo que sea, llegarán nuevas
oportunidades”.
Esa oportunidad llegó el pasado 4 de mayo
en la Feria del Libro de Buenos Aires, y los
futbolistas irrumpieron con sus pelotas de
papel logrando una resonante y emotiva
respuesta del público lector.
Como todo esfuerzo colectivo, detrás
de quienes entraron en la cancha de la
literatura de fútbol hubo muchas manos
solidarias, muchos cuyos nombres
inspiraron historias y relatos, muchos
anónimos a quienes los autores destacaron
en sus agradecimientos.
Los 24 futbolistas-escritores, autores de
los cuentos de Pelota de papel son: Pablo
Aimar, Gustavo Lombardi, Nicolás
Burdisso, Sebastián Fernández, Jorge
Patrón Bermúdez, Nahuel Patón Guzmán,
Facundo Sava, Jorge Valdano, Gustavo
López, Sebastián Domínguez, Agustín
Lucas, Fernando Cavenaghi, Ángel Cappa,
Ruben Mago Capria, Jorge Cazulo, Adrián
Bianchi, Juan Manuel Herbella, Juan Pablo
Sorín, Kurt Lutman, Mónica Santino, Jorge
Sampaoli, Sebastián Saja, Roberto Tito
Bonano y Javier Mascherano.
_P. C.
23
LEANDRO ÍBERO NÚÑEZ: TEATRO VINTAGE
Crecer con las tablas
túnel may- jun 2016
La Comedia Nacional (CN) anunció que
su programación de 2016 estará dedicada
de manera íntegra, durante todo el año, a
autores nacionales con la presentación de
diez obras: Maratón Liscano, Mar de Fondo,
Los descendientes, El Otelo oriental (o el hotel
oriental), Lucas o el contrato, Las artiguistas,
Barranca abajo, El poder nuestro de cada día,
La duda en gira y El gato de Shrödinger, que
tendrá su estreno el próximo 21 de mayo,
con la dirección de Santiago Sanguinetti y la
actuación, entre otros, de Leandro Íbero Núñez
(36 años), uno de los actores más importantes
de su generación. Santiago y Leandro
charlaron con Túnel sobre su trabajo,
sus carreras, el teatro y la relación
con el fútbol.
24
Foto: Andrés Cribari
La vida de Leandro
Contame sobre tu infancia en el barrio
Lavalleja.
Nací, me crié y viví ahí hasta los 25 años.
Un barrio periférico, quizás un tanto
complejo, que ha sufrido algunos cambios.
Cuando era niño me encantaba vivir ahí,
estaba un poco vacío, con muchos espacios
verdes, gente que laburaba en fábricas,
había montes de eucaliptos, canchas de
fútbol. Con el tiempo fue cambiando,
creo que a partir del 2000, y sobre todo
con la crisis. Pasó algo positivo: realojaron
mucha gente que vivía en cantegriles de
zonas cercanas al barrio y se superpobló:
llegó mucha gente a unas viviendas que se
hicieron nuevas. Eso está muy bueno pero
trae aparejados ciertos conflictos que no
se conocen muy bien; yo mismo no sé si
los conozco muy bien. Empezaron algunas
25
TEATRO VINTAGE
rivalidades con gente que no obtuvo
vivienda y que ya vivía en el barrio. A
mí hoy en día me resultaría imposible
seguir viviendo ahí por el hecho de salir
de noche, volver de los ensayos tarde,
sociabilizar. Pero es mi barrio y me ha
dado cosas increíbles.
Tu abuela Hortensia fue parte
importante de tu vida.
Sí. Era mi madrina, además. Yo vivía
a una cuadra e iba mucho a la casa de
ella. Era la líder de toda la familia. Crió
once hijos prácticamente sola; tuvo a su
esposo, que era mi abuelo, pero era ama
de casa y era una mujer muy aguerrida,
de pocas palabras: muy dura y muy tierna
también. Si bien yo no sabía mucho
decirle cosas, acercarme al nivel de darle
un abrazo, decirle que la quería y eso,
estaba muy pegado a ella. Me encantaba
porque ella y su hijo mayor –que le
decían El Hijo, una figura galáctica– en
la casa vivían como en el campo: tenían
todo tipo de frutas, verduras, gallinas,
conejos, chanchos, parrales con uvas;
se autosustentaban. Era muy divertido
llegar de la escuela e ir a la casa de mi
abuela. Era muy lindo el contacto con la
tierra, con las plantas.
túnel may- jun 2016
Así como viviste el aspecto positivo de
estar cerca de tu abuela en la infancia,
tu padre se fue de tu casa cuando tenías
diez años, ¿eso te fortaleció?
Se fue a buscar cigarrillos y desapareció.
Pila de tiempo después tuve algún
contacto con él, básicamente porque él
era administrativo en Daecpu [Directores
Asociados de Espectáculos Carnavalescos
Populares del Uruguay] y yo empecé a salir
en carnaval. La gente me decía: “Vos sos el
hijo del Pepe Núñez, qué grande”. Y yo no
decía nada, obviamente, sabía que era muy
querido en el trabajo. Pasamos momentos
de rabia, dolor, sobre todo mi madre la
pasó muy mal. Nosotros también pero no
nos fuimos dando cuenta, pasó a ser algo
medio imperceptible.
26
Decís por ahí que te gustan los shorts
cortitos y la ropa retro, ¿sos nostalgioso?
Bueno, me gusta mucho el fútbol. Cuando
las camisetas empezaron a cambiar, a
llenarse de publicidad, no me gustó. En
los noventa empezaron a ser enormes;
además era muy flaco. Lo retro es
simplemente porque sentía que eso tenía
como un estilo a medida. Y pasó a ser así:
cuando encuentro algún short corto por lo
general me lo compro, las camisetas y las
camisas también.
Leandro Íbero Núñez: “En
algunos aspectos se puede
relacionar [el fútbol con el
teatro]. Para empezar es
un trabajo en equipo. Eso
que tiene que ver con la
sensibilidad, el movimiento
de un compañero. Tenés
que sumarte a la energía
que te está brindando
el otro, intentar a veces
contagiarlo, eso que parece
que no se nota pero es
superimportante, algo más
allá de lo preestablecido
técnicamente, un texto y la
devolución del compañero
pero cómo es esa
devolución, qué es lo que
yo le estoy dando de más o
de menos”.
¿Sos hincha de Peñarol?
Sí, pero no soy fanático. Quiero que gane,
claro, pero en la Copa Libertadores grito
los goles de Nacional. Tengo camisetas
de todos los cuadros de fútbol, inclusive
de Nacional, y ahí sí son todas vintage,
colecciono: tengo como 55, más o menos.
Me compro en viajes, en internet, en la
feria de Tristán Narvaja.
Jugás al fútbol 5 una vez por semana con
tu novia, ¿cómo es eso?
Con ella juego los miércoles. Juego con la
gente del teatro hace seis años todos los
lunes. Hace un par de años agregamos un
día y terminó siendo una mixtura; ahí se
sumó ella y otra chiquilina.
¿Sos apasionado por la historia de los
mundiales?
Es lo que más me gusta. El fútbol me
encanta, el juego, el deporte en general,
me gusta jugarlo, verlo, analizarlo como
si fuera un partido de ajedrez, creo
que hay mucho de eso: vos sos la ficha,
vos sos el que tenés que saber moverte
en combinación con el resto de tus
compañeros. Con lo que más me cuelgo
es con los mundiales, el del 86 fue muy
fuerte para mí. Antes me hacía partidos
mentales de selecciones. Por ejemplo:
jugaban Uruguay y Brasil pero elegía
mis selecciones ideales. Me hacía esos
partiditos imaginarios para dormirme. Y
en 2014, después del Mundial de Brasil,
me propuse dibujarlos, recortarlos y me
hice quince equipos con los mejores
jugadores de la historia y los puse en una
cancha, como si fuera un playstation de
papel.
¿En qué se relaciona el fútbol con el
teatro?
En algunos aspectos se puede relacionar:
para empezar es un trabajo en equipo. Eso
que tiene que ver con la sensibilidad, el
movimiento de un compañero. Tenés que
sumarte a la energía que te está brindando
el otro, intentar a veces contagiarlo,
eso que parece que no se nota pero es
superimportante, algo más allá de lo
preestablecido técnicamente, un texto y
la devolución del compañero, pero cómo
es esa devolución, qué es lo que yo le
estoy dando de más o de menos. Y por
supuesto la percepción de lo que se recibe
del público porque hay uno un poco más
duro, otro que se ríe mucho, etcétera. Hay
un director, que sería el director técnico si
se quiere, la guía de trabajo, la chance de
dialogar y ver los distintos puntos de vista
de una escena.
¿Te gusta viajar?
Es espectacular, fascinante. Yo no había
viajado nunca hasta que lo hice con el
teatro, al sur de Chile. Tuve una etapa
que viajé mucho con el teatro y tiene
su jeito: sentís que sos partícipe de un
movimiento artístico al que te dedicás, que
te fascina, y tenés una apertura, una visión
que es superenriquecedora. Quizá lo sea
con todas, pero con nuestra profesión al
participar de un festival, por ejemplo, te
pasan cosas que no te pasan acá y que uno
las puede apreciar de una manera distinta,
y no lo digo desde un lado banal sino de
sentir el valor de tu trabajo en una medida
superior. He sentido que la gente valora
mucho más nuestro trabajo en otros lados,
es una percepción.
¿Por qué soñabas con entrar a la
Comedia Nacional? ¿Es algo así como
jugar en Primera División?
Sé que para algunos no, pero para mí sí.
La primera vez que vi una obra de teatro
fue de la Comedia Nacional: La boda.
Creo que fue en el 87 u 88. Me pareció
impresionante, la dirigía Héctor Manuel
Vidal y actuaban algunos que hoy son
mis compañeros; increíble. Me pareció
algo fantástico y eso quedó encapsulado.
En el liceo pude ver algún espectáculo de
Teatro en el aula, una actividad brillante,
y son cosas que van sumando. Empecé a
ir a clases de teatro porque estaba bastante
desnorteado en el liceo. Vi una etapa
muy buena de la Comedia Nacional
cuando estaba en la EMAD [Escuela
Multidisciplinaria de Arte Dramático].
entonces sentía que era mi referencia,
con actores referentes, por eso cuando
terminara y existiera la posibilidad quería
entrar a la Comedia.
También trabajás en Carnaval.
Salí por primera vez en Espantapájaros de
Medianoche, en 2000, 2001 y 2002; en
2004 en Los Carlitos; 2005, 2006 y 2007
en Zíngaros, y este año en Los Muchachos.
¿Qué significaron en tu carrera Mi
muñequita (Gabriel Calderón) y
Gatomaquia (Héctor Manuel Vidal)?
Dos de los espectáculos más importantes
que me tocó hacer. Gatomaquia tuvo un
valor artístico superior a mis aspiraciones
en ese momento. Sentí que estaba
internalizado en un mundo intelectual
sin darme cuenta; había entrado en una
atmósfera, en un nivel que no sé cómo
definir, mezclado con la vida cotidiana.
Algo que era parte de todos los días y que
era el ensayo, pero después me di cuenta de
que estaba madurando con ese espectáculo
en otros aspectos que tienen que ver con
cierta formalidad, cierta intelectualidad,
con mucha cultura que aportaba Héctor
Manuel, mucho conocimiento. Mi
muñequita, que fue anterior en realidad,
Leandro Íbero Núñez, un hincha de Peñarol que en la Copa Libertadores grita los goles de Nacional. “Tengo camisetas
de todos los cuadros de fútbol, inclusive de Nacional, […] como 55, más o menos”, afirma el actor. (Foto: AC)
fue el puntapié inicial de mi carrera
para mí y para todos los que fueron
parte porque ese espectáculo tenía toda
la efervescencia, toda la esencia juvenil
rebelde pero con causa.
¿Cómo tomás –luego de algunas críticas–
que la Comedia Nacional se dedique
este año a la realización de diez obras de
autores nacionales?
Lo que pasa muchas veces es que la
Comedia Nacional está en la mira porque
cobramos un sueldo, porque el resto del
medio teatral la rema muchísimo, hay
muchas dificultades, y a veces se le apunta
al que tiene recursos. Que no son muchos.
Y a veces se desconoce o se publica alguna
cosa que no es así o que está mal informada.
Por lo general en la Comedia Nacional,
desde que yo estoy, se hacen dos obras por
año de autores nacionales: una en cada
semestre; algún año se hizo una y algún año
se hicieron tres. La idea es que todo sirva y
contribuya para que nuestro medio teatral
se enriquezca partiendo también desde la
escritura.
Contame algo de la obra que se viene, El
gato de Shrödinger.
He descubierto que me cuesta tener una
visión cuando leo la obra. Cuando la
leímos no me gustó. Mucha información,
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27
TEATRO VINTAGE
mucho dinamismo para luego poner
en escena, mucha exaltación, muchas
metáforas, muchos conceptos de Santiago
[Sanguinetti] que es un loco muy colgado
para escribir. Luego de empezar a trabajar
te puedo decir que mi percepción cambió
totalmente y vamos a ver un espectáculo
teatral con mucha energía, muy dinámico;
por ponerlo en un estilo es teatro del
absurdo. Todo sucede en un vestuario y
el fútbol es la excusa; la teoría del gato de
Shrödinger y la física cuántica también es
una excusa y un disparador para desarrollar
un juego escénico. Lo que sucede, en sí,
es un juego donde lo primordial son las
interpretaciones y las situaciones que se
presentan.
Faltan pocos días para su estreno, ¿cómo
viene todo?
Viene muy bien. Está planteado el
espectáculo y está pronto para pulirlo y
para que aparezca esa magia. La magia
del teatro tiene que ver con eso: muchas
veces también es mágico para nosotros
más que para los espectadores. La magia
del teatro para el público es estar en una
sala, que alguien te cuente una historia ahí
en vivo, que los actores se conecten, eso
es insuperable. Y para nosotros también
–claro que separando la realidad de la
ficción, la vida personal del personaje–
porque cuando todo eso confluye en algún
punto es un juego pero vos estás viviendo
algo: se trabajan emociones, se recrea un
mundo con elementos muy simples, un
lugar, una locación, una escenografía. Hay
sueños, y muchas veces ese juego de la
credulidad y la incredulidad produce como
algo de hipnosis.
¿Con qué soñás?
Quiero ser director pero siempre que leo
una obra me termino viendo como actor.
Sueños muchos, y que nunca falten. Si
es hablando laboralmente me gustaría
actuar en cine. Me tocó trabajar en una
Santiago Sanguinetti: “Uno
de los primeros textos que
leí cuando entré a la EMAD
fue Más deporte del bueno,
que básicamente decía que
había que recuperar para el
teatro parte de la vitalidad
que tenía el buen deporte,
por ejemplo la pasión que
generaba el fútbol. Hay
algo como de la exigencia,
del apasionamiento
en términos no de la
negación de la razón ni de
animalidad. Una suerte de
involucramiento pasional
con lo que está sucediendo,
ni desmedida ni violenta”.
película que todavía no está pronta, y
aspiro a que eso me abra las puertas para
poder hacer algo más; me sentiría completo
incursionando por ese lado. Y por el lado
personal, ser padre. Es algo que tengo
latente. Y se va a dar.
La palabra del DT
Santiago Sanguinetti es actor, director,
dramaturgo y docente. Egresó,
como Leandro Núñez, de la Escuela
Multidisciplinaria de Arte Dramático
(EMAD) y se especializó en Literatura en
el Instituto de Profesores Artigas. Tiene
treinta años y recibió, entre otros, el Premio
Nacional de Literatura y el Premio Onetti
que otorga la Intendencia de Montevideo
(IM). Editó los libros Dramaturgia
imprecisa (Estuario, 2009), Sobre la teoría
del eterno retorno aplicada a la revolución en
el Caribe (Banda Oriental, 2013) y Trilogía
túnel may- jun 2016
De estreno
28
“Un jugador de fútbol que abandona la cancha en medio del partido. Dos peluches gigantes como mascotas oficiales del equipo. La física cuántica y el gato de Schrödinger aplicado a la vida cotidiana. Multiversos que colisionan en el vestuario de un estadio. Zombis
y la barra brava de Boston River. El anarquismo y su justificación científica. Bakunin y
Max Planck combinados, provocando el desastre. Y la única esperanza de que, en otro
universo, algo mejor esté pasando con cada uno de nosotros”. El gato de Shrödinger,
con texto y dirección de Santiago Sanguinetti, se estrenará el sábado 21 de mayo en la
sala Zavala Muniz del Teatro Solís y estará en cartel hasta el 31 de julio los viernes y los
sábados a las 21.00, y los domingos a las 19.00. El elenco está integrado por Diego Arbelo,
Fernando Dianesi, Levón, Leandro Íbero Núñez, Andrés Papaleo, Juan Antonio Saraví y
Enzo Vogrincic (actor invitado, estudiante de la EMAD).
de la revolución (Estuario, 2015). El gato
de Shrödinger es su segundo texto en
la Comedia Nacional. El anterior fue
Ararat –su proyecto de egreso de la
EMAD–, dirigido por Alberto Coco
Rivero, en 2008.
¿En qué consiste El gato de Shrödinger?
La obra nació en Santiago de Chile. Yo
había viajado en junio de 2014 a tener
unos encuentros con un grupo de teatro
de allá que se llama Teatro Amplio. Este
grupo, en general, trabaja sobre obras de
dramaturgos latinoamericanos. Habían
empezado a trabajar con una obra de un
argentino, [Eduardo] Pavlovsky, y después
querían laburar con una obra mía. Me
convocaron, viajé a Santiago y estuve tres
semanas. Justo era el Mundial de Brasil y
los chilenos estaban imposibles: ganaban
un partido, prendían fuego ómnibus,
salían a quemar cosas, romper vidrieras;
se empezó a generar una efervescencia
que me parecía muy dramática y teatral.
Por otro lado, ellos estaban interesados en
trabajar nuevos modos de hacer política,
un empoderamiento de las bases, mayor
autonomía grupal y movimientos contra
hegemónicos por fuera del Estado. Ahí
empezó a aparecer la idea de estudiar un
mundo teórico libertario; ahí apareció
[Mijail] Bakunin y me pareció interesante
tocar ese universo.
Había un tema que yo siempre quise
tratar que es el de la física cuántica. El
experimento del gato de Shrödinger
se basa en la capacidad cuántica que
aparentemente tienen los electrones para
estar en dos lugares al mismo tiempo.
Leí algunos libros, charlé con alguna
gente, y son nociones fuertemente
contraintuitivas, como por ejemplo
que algo pueda estar en dos lugares a la
misma vez. Eso es aceptado, entonces los
electrones pueden estar en dos lugares a
la vez, bien, nosotros estamos compuestos
en última instancia por electrones,
¿cómo es que no podemos estar en dos
lugares al mismo tiempo? Entonces,
para ejemplificar esa paradoja Erwin
Shrödinger piensa en el experimento
del gato, que después se llamó El gato
de Shrödinger. Una interpretación
posible de ese experimento dice que si
uno no ve algo las cosas suceden y no
suceden al mismo tiempo, que es lo que
hace este jugador de fútbol [Leandro
Núñez]: abandona la cancha porque van
perdiendo 3-0 y siente que si no lo ve, el
partido está ganado y perdido al mismo
tiempo. Él lo prefiere así; está muy
nervioso y no quiere perder.
Además, apareció la física cuántica como
una especie de justificación científica para
el anarquismo, entonces se mezclaron
todos los temas. Y zombis. Siempre había
querido hablar de zombis, que ya habían
tenido una aparición un poco sutil en
Sobre la teoría del eterno retorno aplicada
a la revolución en el Caribe (2014). Acá,
que todo hacía indicar que iban a hacer
su aparición definitiva, me arrepentí y se
terminaron convirtiendo en la barra brava
de Boston River, que está muy enojada
comiendo gente afuera, en los corredores
del estadio. Porque en un universo paralelo
Boston River no va ganando 3-0, sino
perdiendo 3-0. Toda la obra transcurre
en un universo paralelo; cuando empieza
la obra está jugando Boston River contra
Los Apóstatas de la Moral. Otros cuadros
que aparecen son Liberalismo y Cerveza
de la Pampa Fútbol y Pádel Club; Rosa
Luxemburgo; y el Unidos por Ho Chi
Minh.
¿Sos futbolero?
Lo sigo, tampoco soy muy fanático.
Cuando estábamos definiendo la parte
estética de la obra empezamos a pensar en
una suerte de atemporalidad con rasgos
de los sesenta, de los setenta sobre todo.
Entonces apareció Alemania 74 y Leandro
[Núñez] me empezó a decir los nombres
de todos de memoria. Es un colgado con
las camisetas, las pelotas. De hecho, tiene
una réplica de una pelota, creo que es del
cuarenta, por ahí, que sirvió para el spot de
la Comedia. Cuando se hizo la presentación
de la Comedia se hicieron videos de cada
una de las obras, fragmentos, y ahí está
Levón –en el afiche también– con la pelota
que llevó Leandro: un día iba por la calle, la
vio en una vidriera y se la compró.
Tenés un pasado futbolístico en tu
familia.
Mi abuelo, Nicolás Riccardi, fue jugador de
El gato de Shrödinger “transcurre en un universo paralelo; cuando empieza la obra está jugando Boston River contra
Los Apóstatas de la Moral”, cuenta Santiago Sanguinetti. (Foto: Rodrigo López)
Peñarol, y uno de los primeros uruguayos
vendidos al extranjero; jugó en el Napoli y
en el Palermo, de Italia. Tenía la ciudadanía
italiana, todo, hasta el 39 que estaba allá,
estalló la guerra y lo llamaron para pelear
por Italia. Él no quería saber nada de eso
entonces tomó el penúltimo barco que salía
para América y cuando volvió conoció a mi
abuela. Así que hay una historia futbolística
en mi familia.
¿En qué se relacionan el fútbol y el teatro?
Uno de los primeros textos que leí cuando
entré a la EMAD fue Más deporte del
bueno, que básicamente decía que había
que recuperar para el teatro parte de
la vitalidad que tenía el buen deporte,
por ejemplo la pasión que generaba el
fútbol. Hay algo como de la exigencia,
del apasionamiento en términos no de la
negación de la razón ni de animalidad.
Una suerte de involucramiento pasional
con lo que está sucediendo, ni desmedida
ni violenta, obvio.
¿Cómo definís a la obra?
En términos laxos podríamos hablar de
absurdo pero en términos de la historia
del teatro el absurdo es un género muy
restringido, propio de la posguerra. El
énfasis está puesto en la comunicación
rota, hay una imposibilidad de
comunicación, la decadencia de una
manera de entender el mundo. En el
caso de la obra sería como un realismo
extendido si se quiere. En definitiva la
obra transcurre en un vestuario de fútbol,
hay una unidad de tiempo, de acción, de
espacio permanente, los personajes están
vestidos como ellos mismos y hablan
de una manera cotidiana, coloquial. Es
decir, en términos formales todo haría
indicar que estamos en presencia del
realismo; sin embargo es un realismo
tenso llevado a un extremo ridículo.
_Juan Aldecoa
29
ANA MARÍA MIZRAHI, UNA MUJER QUE GANÓ TODO EN LA CANCHA
La hincha sin camiseta
túnel may- jun 2016
El fanatismo la irrita, quizás tanto como el machismo. El fútbol le apasiona, quizás tanto como la política.
De ahí el amor-odio que siente la periodista Ana María Mizrahi por este deporte tan puro como viciado.
30
El estadio era su espacio. El de Ana
María y su papá. Un lugar para sentirse
más próximos. El fútbol era un pretexto
para sentarse codo a codo, para volverse
cómplices, y de paso mirar a Peñarol.
Tenía nueve años cuando Moisés le dijo
que la llevaría con él al Centenario, nada
menos que un día de clásico –que el manya
perdió–; y de ahí en más se volvió un ritual.
“Desde aquel partido y hasta los 35 años
fui prácticamente todos los fines de semana.
Cuando mi padre murió dejé de ir y lo
empecé a seguir por televisión”, cuenta.
En ese casi cuarto de siglo jamás se
puso la camiseta para ir al estadio. Tal vez
porque la hace sentir fanática, una actitud
que la exaspera y quiere bien lejos. “A uno
le gustaría transformar la realidad pero
tampoco puede ser terco. Esta es la realidad
de hoy: te ponés la camiseta de un equipo
o de otro y recibís insultos, los cuales no
tengo ganas de recibir ni tampoco quiero
que reciban mis hijos, que tienen seis años.
No me interesa que vivan el deporte desde
el lugar del fanatismo, de la violencia y la
amargura”.
Todo lo contrario. En su casa el fútbol
sirve como vehículo para que Federico y
María Inés aprendan desde escribir hasta
incorporar valores como el esfuerzo, la
dedicación y la perseverancia. “Saber que en
la vida hay que probar diez veces antes de
que la pelota entre”, acota su mamá. O por
qué no para hablarles de algo puntual como
el cigarrillo. “Un día les hablé de Zitarrosa
y enseguida me preguntaron de qué murió.
Porque fumaba mucho, les contesté. Y lo
uní con Johan Cruyff, entonces me sirvió
para contarles su historia. La de un hombre
al cual el fútbol le dio todo y el cigarrillo se
lo quitó, tal como él mismo dijo”.
Digamos que se queda con lo
constructivo, con lo divertido y desecha
lo tóxico, lo abusivo. Inmersa a diario
en información política, densa e intensa,
el fútbol la entretiene. La desconecta.
Y si la forma de medir el entusiasmo de
una mujer por este deporte es mirar un
partido en soledad, además de conocer la
posición adelantada –claro–, Ana María lo
hace. Siempre que transmitan alguno que
le interese, como instancias finales de la
Champions League por ejemplo.
No es precisamente una estudiosa de
la táctica o la estrategia; quedaría en offside
si tuviera que dar una formación aurinegra
ideal. Pero sí reconoce a Fernando Morena,
Pablo Bengoechea y Tony Pacheco como
tres jugadores que dejaron algo más que
un cúmulo de goles. “Me acuerdo cuando
Morena se fue a jugar al Rayo Vallecano y
después volvió a Peñarol, hubo una gran
colecta de los hinchas para su regreso;
mi padre puso plata”, dice la periodista
de Televisión Nacional. A Bengoechea
lo recuerda puntualmente en una Copa
América. Había sacado abono con su
papá en la tribuna Olímpica. Era la final
contra Brasil. Uruguay iba perdiendo uno
a cero, con gol de Tulio, y la selección
no le encontraba la vuelta al partido. Fue
antes de empezar el segundo tiempo que
se anunció el ingreso de Bengoechea por
los parlantes. “La gente puteaba, estaba
enojadísima, decía que era muy lento. Y
mi padre, siempre callado y tranquilo, por
lo bajo me decía que el técnico hacía bien
en ponerlo porque iba a dar resultado.
Arrancó el segundo tiempo, gol de tiro
libre de Pablo Bengoechea, con Taffarel de
arquero. Empatamos, fuimos a penales y
ganó Uruguay”.
A pesar de ser una lectora entusiasta
de las crónicas deportivas, de escuchar
el programa 13 a 0 y de seguir al equipo
deportivo de Televisión Nacional –su casa–,
Ana María lejos está de llevar su perfil hacia
ese terreno. No porque se lo ordene ningún
directivo radial, como ya le sucedió, sino
porque terminaría dando vueltas siempre
sobre el mismo tema: el negocio. “Una
cosa es el deporte y otra el negocio. Y creo
que mi inclinación natural es hablar de lo
último. Sobre eso leo, me informo y me
interesa”, explica.
¿Te pidieron alguna vez que no hablaras
de fútbol al aire?
Sí. En la década del noventa yo tenía
el mismo perfil periodístico de hoy.
Obviamente que no soy una periodista
deportiva, pero no hay programa en
Uruguay donde no se hable de fútbol al día
siguiente de un acontecimiento deportivo.
Son comentarios que se hacen en parte para
distender. El director de una radio me dijo
un día: “Ana María, sos una mujer seria,
conocés bien los temas, tenés un perfil
interesante, no hagas comentarios de fútbol”.
¿Por ser mujer?
Sí, por ser mujer. Me lo dijo claramente:
“No queda bien una mujer hablando de
fútbol en un medio de comunicación”.
Eran otros tiempos, hoy sería totalmente
inverosímil.
¿Cuál fue tu reacción?
Tengo que ser sincera, me callé la boca.
Había entrado a trabajar en esa radio hacía
poco tiempo y si bien tenía algunos años en
la profesión, era nueva todavía, entonces me
resultó muy difícil no seguir ese planteo. Hoy
no podría imaginarme un escenario similar,
pasó mucho tiempo desde el punto de vista
cronológico y también de las conquistas.
En un fútbol cargado de machismo, la
presencia de la mujer no es una alternativa
sino una necesidad. “El machismo es
violencia. Por supuesto que tiene su cuota
de homofobia, de racismo y creo que la
presencia de las mujeres ayuda. Tampoco
vamos a idealizar: hay algunas que no
contribuyen, como hay hombres que sí lo
hacen. En una sociedad tan futbolera está
bueno que nosotras nos involucremos, el
tema es desde qué lugar lo hacemos”.
A los nueve años Ana María Mizrahi comenzó a seguir a Peñarol, acompañando a su padre primero. Hasta los 35 años prácticamente no faltó a la cancha,
hoy sigue al club de sus amores por televisión. (Foto: AC)
“No le voy a tener menos
Lo dice una defensora de la cuota femenina.
“Lo que prima en este mundo es la
inequidad. Si no hacés discriminaciones
positivas en la estructura patriarcal en la
que vivimos y si no tomás acciones para
favorecer el ascenso de las mujeres, no
ascienden. Es cultural. ¿Cómo ayudamos
a esa cultura? Lo podemos hacer con
acciones, y es obligar a que no sea así. Hay
que seguir avanzando, ir hacia la paridad
del 50 y 50. No es objetivamente cierto que
lo que no ganan las mujeres en la cancha
lo quieran ganar en la liga, esa es una
mirada muy simplificadora de la realidad.
Las mujeres han ganado todo en la cancha.
Esto no es contra los hombres, es con los
hombres y a favor de ellos. Cuántos dirían
‘con qué gusto me quedaría yo cuidando a
mis hijos en la licencia y que mi mujer salga
a trabajar’”.
tiene por qué seguir siéndolo. Aunque falte
mucho, hay que seguir intentando.
¿Te imaginás una especie de cuota
femenina en el fútbol en un futuro?
Me imagino que se le den oportunidades a
aquellas niñas que quieran practicarlo y que
puedan hacerlo en buenas condiciones. Hoy
los clubes no destinan dinero para el fútbol
femenino. Fue un deporte de hombres, no
En TNU trabajaste el tema del negocio
del fútbol, ¿eso te desalienta como
hincha?
No, el deporte y el negocio van por
carriles totalmente separados. Para poner
un ejemplo, y seguro me meto en un lío:
los Panamá Papers, hay una cantidad
simpatía a Godín, a
Forlán o a Lugano porque
tengan una off shore. Por
supuesto que en un mundo
ideal todos querrían que
tuvieran la plata en su país,
y tampoco me parece bien
que la gente defraude al
fisco, como la familia de
Messi o la de Neymar”.
de jugadores que tienen su plata en el
extranjero. Hay muchas explicaciones,
algunas más loables como “juego en
distintas partes del mundo, ¿por qué
tendría que tener la plata en Uruguay?”. Y
otras que se pueden juzgar negativamente.
Mucho no me interesa. Los que tienen
responsabilidad y compromiso son los
actores públicos, como los políticos. Ellos
son los que deben dar cuenta si sacan su
dinero al exterior, no los futbolistas. No
le voy a tener menos simpatía a Godín,
a Forlán o a Lugano porque tengan una
off shore. Por supuesto que en un mundo
ideal todos querrían que tuvieran la plata
en su país, y tampoco me parece bien
que la gente defraude al fisco, como la
familia de Messi o la de Neymar. Pero si
me preguntás por un jugador que disfruto
ver, cómo no voy a mencionar a Messi.
Que lo persiga el Estado español, que lo
haga pagar los impuestos que tiene que
pagar. En la cancha es otra cosa, es un gran
jugador. Porque es eso, un jugador. No es
mi referente de vida, ni nada. Lo que sí
puede servirte de los deportistas como él
es la dedicación, la persistencia; consigas
llegar a lo que te propusiste o no, pero sí
31
“Era toda una discusión si
debíamos ir o no [a ver el
Mundialito]; si verlo era una
forma de avalar la dictadura.
En casa se hablaba mucho
de esos temas, y mis padres
coincidían en que hinchar
por Uruguay no era avalar
a los militares. Sacamos
abono y lo vimos desde la
Colombes, sin ninguna culpa
ni cuestionamiento. Por
supuesto siempre contra la
dictadura, pero siguiendo a la
selección y a estos uruguayos
que eran como nosotros:
personas que vivían dentro de
un país en dictadura”.
eso de ser abnegado. Me gusta esa gente.
No tanto los brillantes ni los inteligentes,
sino los que se caen y se vuelven a levantar.
Yo quiero ser así.
túnel may- jun 2016
¿Se les pide mucho a los jugadores de
fútbol?
Sí, “dame la felicidad que no tengo en
la vida”. Es muy grave y delicada la baja
tolerancia a la frustración, si perdés un
partido parece que perdieras la vida. No
está bueno como valor en la sociedad. Yo sé
que es fácil decirlo pero difícil concretarlo.
Hay que sacarle esa tensión. Ahora hay
mucho enojo en el Barcelona por un video
que grabó Dani Alves; a mí me pareció
interesante y divertido. Está bien que diga
lo que dijo, para que la gente entienda que
son jugadores y no máquinas. Cuando mi
hijo empezó a jugar en AEBU, la mujer que
nos ayuda con la limpieza en casa siempre le
preguntaba si había hecho un gol. Primero
que él juega de defensa, y segundo que
32
hacer un gol no es nada fácil. Como en la
vida misma, es muy difícil hacer un gol.
Tu hijo juega en una liga, en la que a medida
que transcurre el tiempo parece crecer la
exigencia y la presión sobre los niños.
Sí, juega en AEBU 2009, un lugar con
valores muy positivos. Los niños practican,
están en la liga B de Palermo, quieren ganar,
tampoco vamos a ser ingenuos; pero juegan
todos, sea cual sea la circunstancia del
partido. Aunque vayan perdiendo, el equipo
rota y hay que hacerlo porque tienen seis
años, porque tienen que divertirse, porque
deben incorporar el deporte en su vida
cotidiana, no porque vayan a ser grandes
jugadores. Eso en la realidad no existe, por
más que en casa siempre embromemos
preguntándonos si Federico nos sacará de
pobres con el fútbol. No me interesan las
ligas donde los niños empiezan a crecer y
los padres se ponen nerviosos, gritan y creen
que sus hijos son unos cracks. Hay colegas
que han trabajado e investigado este tema
y los contratistas van a ver a niños cada
vez más chicos. No quiero ese proyecto de
vida para mi hijo; la foto de hoy dice que le
gusta el fútbol, pero no sabemos si será la
foto de mañana. Hay que sacarle presión a
la cosa y dejar de fantasear.
Si se le quita dramatismo tal vez puedan
festejarse los goles del archirrival, como
supo hacer Ana María en épocas de
asistencia perfecta al estadio. Tenía sus
motivos. Jugaban Defensor y Nacional.
Si los tricolores ganaban o empataban,
le daban la chance a Peñarol de jugar
una final con los violetas y la posibilidad
de consagrarse campeón uruguayo.
Al principio dudaba, pero Moisés, ex
presidente de Atenas, la convenció. “Y me
encontré gritando un gol de Nacional, aquel
gol famoso de Juan Ramón Carrasco que le
permitió a Peñarol llegar a la final”.
Y si se logran separar los tantos
quizás este juego recupere una pizca de
ingenuidad. O se pueda apreciar en su
estado más puro. Algo así pensaron padre
e hija cuando tomaron la decisión de
asistir al Mundialito, en plena dictadura.
“Era toda una discusión si debíamos ir
o no; si verlo era una forma de avalar la
dictadura. En casa se hablaba mucho de
esos temas, y mis padres coincidían en
que hinchar por Uruguay no era avalar a
los militares. Sacamos abono y lo vimos
desde la Colombes, sin ninguna culpa ni
cuestionamiento. Por supuesto siempre
contra la dictadura, pero siguiendo a la
selección y a estos uruguayos que eran
como nosotros: personas que vivían dentro
de un país en dictadura”, expresa. Si cabe
alguna comparación, “la gente que fue a ver
a Argentina en el Mundial del 78 no fue a
ver a Videla sino a su selección”.
Ese amor por la selección, más allá de
la coyuntura, es el que quiere transmitir a
sus mellizos. El fútbol le sirve esta vez para
alimentarles el sentido de pertenencia a
Uruguay. De la celeste sí tienen camiseta.
_Por Carla Rizzotto
SÍ, LA VERDAD QUE SÍ
No sabés ni cuándo naciste
Era inconcebible que el Montevideo Shipping
Co. bajara a la B el año de su centenario, el
primer centenario que celebraba un equipo
de fútbol uruguayo. Pero el campeonato
pasado había sido nefasto y los puntos
arrastrados se contaban con los dedos
de una mano del Turco Jamed, que era
carpintero y alcohólico.
Los dirigentes de los demás clubes, en
un gesto inédito que habría sido noticia en
todo el mundo si en 1974 los diarios hubieran
llenado sus páginas con pelotudeces como
ahora, modificaron el reglamento para
devolverle dignidad a una institución
castigada por las penurias económicas y las
decisiones de un presidente que no paraba
de lastimarse por cortar madera en pedo.
“Otórguense diez puntos al comienzo
de la competencia al cuadro decano”,
decía el artículo agregado por unanimidad.
El Shipping terminó octavo, no perdió la
categoría y todos contentos.
Hasta que llegó el torneo siguiente
y los dirigentes del equipo beneficiado
El entrenamiento de la
velocidad
Los factores relacionados con
la velocidad de ejecución que
determinan el rendimiento.
De Gilles Cometti, profesor
de la Facultad de Ciencias del
Deporte de la Universidad de
Bourgogne, Francia.
descubrieron que podían reclamar otros
diez puntos, ya que el texto en ninguna
parte decía que el beneficio era por una
única vez. Presentaron un escrito ante el
tribunal correspondiente y hubo que aceptar
el pedido debido a la pésima redacción del
artículo.
Ya no había forma de sacarles
esos puntos (ni forma de que salieran
campeones con los dos muertos de frío que
tenían por delanteros), lo que no impidió la
realización de una Asamblea General con el
objetivo de reparar el reglamento de cara al
año siguiente.
Apenas se necesitaba una mayoría
simple para exterminar al artículo de la
polémica y no se obtuvo, para sorpresa
de los periodistas y las instituciones
que perdieron la votación. Ocho equipos,
además del famoso Shipping, creyeron
tener evidencia suficiente como para
demostrar el decanato, lo que les aseguraría
la famosa ventaja al comenzar cada torneo, a
perpetuidad.
Manual ACSM para la
valoración y prescripción del
ejercicio
Un libro de referencia en la
medicina y ciencia del deporte, y en
el campo de la salud y la condición
física. Del Colegio Americano de
Medicina del Deporte.
Gestión y Organización de un
Evento Deportivo
Este libro es una auténtica guía
metodológica para investigadores,
diseñadores de eventos y directores
de operaciones. De Michel
Desbordes y Julien Falgoux, con
prólogo de Michel Platini.
Fue así que durante los siguientes años
se habló muy poco de fútbol y mucho de
actas fundacionales, fusiones sociales y toda
clase de documentos del siglo XIX en donde la
talabartería X saludaba al grupo de amigos Y
que (“sin lugar a ningún tipo de duda”) luego
se transformaría en el club Z. Las canciones
y las cargadas dejaron de hablar de logros
deportivos y se centraron únicamente en decir
que ellos y no los otros fueron los que tuvieron
antes la idea de correr atrás del esférico
espejito de color que trajeron los ingleses.
Un día el campeonato cambió, para
acomodarse a los deseos de la televisión, y se
votó un nuevo reglamento desde cero, pensado
para eliminar toda ventaja extradeportiva
excepto las que siempre tuvieron los equipos
de mayor convocatoria. Los diez puntos
pasaron al olvido pero era demasiado tarde:
las hinchadas se habían obsesionado con eso
de pelearse por quién era más viejo, aunque
se tratara de una discusión que ya carecía por
completo de sentido.
_Ignacio Alcuri
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especialistas a nivel mundial
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más importantes, habituales y
específicos del fútbol. De William
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Coordinador: Alberto Blázquez
Manzano.
33
Desde Córdoba con Adrián Argachá y Agustín Gutiérrez,
de Belgrano y Talleres
Llevo el acento
túnel may- jun 2016
El ritmo cordobés atrapa. “La ciudad de las mujeres más lindas, del fernet, de la ‘birra’ y de las madrugadas
sin par” encierra en sí misma una cultura propia de una ciudad capital dentro de una provincia cargada de
historia, pasión y un acento inconfundible. Allí aparecen cuatro importantes equipos: Belgrano (Primera
División); Talleres (Primera B Nacional); Instituto (Primera B Nacional) y Racing (Federal B). A su vez, cada
año, 36 equipos de toda la provincia participan de la Liga Cordobesa de Fútbol (LCF), un torneo que se juega
desde 1913 y que otorga tres plazas para participar en el Torneo Federal C.
34
Belgrano y Talleres, el clásico por
excelencia de la provincia, son los equipos
que tienen más LCF, con 27 títulos cada
uno. A su vez, el pirata cordobés de
Alberdi y el matador de Jardín Espinosa
son los equipos que más arraigo tienen
en la ciudad y los que llenan el Estadio
Mario Alberto Kempes cada fin de semana.
Córdoba se separa en dos cada vez que
juegan entre sí, y las apuestas y cargadas
corren sin parar (típico de un cordobés).
Los dos tienen uruguayos en sus filas:
Belgrano al lateral Adrián Argachá, y
Talleres al volante mixto Nicolás Schenone
y al volante ofensivo Agustín Gutiérrez.
Hoy es sábado a la tarde, la calma de
Córdoba capital relace cada espectro de la
bella ciudad. Muy cerca del centro, a pocas
cuadras de la sede de Talleres –ubicada
sobre la plaza San Martín–, vive Agustín
Gutiérrez. El barrio es muy calmo y el
entorno genera tranquilidad, algo atípico
para lo que implica el casco urbano del
centro cordobés. Lo curioso es que Adrián
Argachá vive a la vuelta del apartamento
de su ex compañero de Racing Club de
Montevideo, pero aún no se han visto y
ni siquiera tienen su teléfono de contacto.
“Quedamos de vernos y arreglar para
juntarnos, habíamos hablado por Facebook
pero todavía no habíamos arreglado”. Túnel
los encuentra.
Entrada la hora del mate Adrián llega
a la casa de Agustín con el termo bajo el
brazo. Su estilo pausado denota la típica
característica de un joven del interior, pero a
la vez la de un futbolista dúctil y adaptable
al estilo de vida argentino. Adrián (29) es
oriundo de Sarandí del Yi (Durazno) e hizo
las inferiores en el Club Nacional de Fútbol.
Tras estar a préstamo en Tacuarembó y
Wanderers, los tricolores lo dejaron libre y
pasó por Defensor Sporting, Independiente
(Argentina), Racing, River Plate y Sud
América. Hoy el lateral izquierdo defiende a
Belgrano.
El estilo de Agustín es distinto.
Es joven (24) pero carga madurez en
cada expresión y en sus ideales. Es de
Montevideo y por eso aclara que no le
costó adaptarse al ritmo en el que viven los
cordobeses. Hizo las juveniles en Peñarol,
en el proceso comandado por Víctor Púa
y Claudio Listur. De allí se fue a vivir
a España y jugó un tiempo en Sporting
de Gijón, pero volvió enseguida con
los carboneros. Diego Aguirre y Néstor
Gonçalves lo tuvieron con el plantel
principal pero nunca firmó contrato, por
eso emigró a la Sociedade Esportiva e
Recreativa Caxias do Sul, equipo gaucho
de la Serie C del fútbol brasileño. Tras
esa experiencia llegó a Racing, donde
se conformó como jugador y marcó un
estilo distinto en su juego. Es recordado
por marcarle cuatro goles a Danubio en
dieciocho minutos, en un partido que los
cerveceros perdían 2-0. Tras esa campaña
de Mauricio Larriera, Agustín estuvo un
año alternando con la Tercera División
o directamente sin jugar, por temas
contractuales. Al finalizar su vínculo con
los de Sayago llegó a Talleres.
La celeste
Uruguay empató de atrás ante Brasil 2-2
y es la tarde posterior al partido. Es de lo
primero que hablamos y analizamos. Los
dos coinciden en que el partido fue muy
bueno, aunque comparten que Brasil fue
muy superior en el primer tiempo. Lo raro
fue esa extrañeza de ver a la selección en
otro país, solos, frente al televisor, en un
lugar que no se oye ningún grito. “Cuando
estuve en Independiente me tocó vivir la
Copa América que ganamos. Fue mucha
la locura, salí a gritar y festejar. Vivir un
partido de tu selección en otro país te
genera un poco más de piel de gallina.
Sabés que estás vos y alrededor no hay
ningún otro uruguayo. Eso lo hace más
disfrutable”, cuenta Adrián, al tiempo
que Agustín coincide en su mirada con
esa sensación de “estar solo, que seas el
único uruguayo, implica que le des más
importancia a los goles”.
Sumado a eso, aparece el esquema
de ser un uruguayo dentro de un club
argentino. En este caso ambos coinciden
en que la mayor atención en esta fecha
de Eliminatorias recayó en el partido
de Chile y Argentina, porque tanto en
Belgrano como en Talleres hay jugadores
chilenos, y ahí surgieron las apuestas.
Igualmente las bromas recayeron sobre los
uruguayos, y el apoyo cuando Uruguay
perdía también apareció. “Hay muchas
cargadas, mucho lleve y trae. Pero por
suerte siempre va con buena onda, con
respeto y con humildad, eso ayuda a
adaptarse”, aclara Agustín.
Adrián cree que el sentimiento que
tienen los argentinos para con su selección
es fuerte. “La aman y siempre piensan que
son los mejores. Igual con esta seguidilla
de finales perdidas, el hincha argentino ha
entrado en la realidad y ha caído en razón
de que ya no son los mejores. A Uruguay
lo respetan mucho. Dicen que tenemos
muy buena selección y que somos duros”.
Agustín cree que en el sentido del amor
propio Argentina es similar a Uruguay.
“Ellos tienen buena selección y siempre se
sienten que son los mejores. Pero pusieron
una barrera con esto de las finales perdidas.
Al uruguayo lo ven bien”.
Belgrano y Talleres son los equipos más populares de Córdoba y en ambos hay jugadores uruguayos:
Adrián Argachá defiende a Belgrano y Agustín Gutiérrez a Talleres.
¿Cómo llegan a Belgrano y Talleres, dos
de los equipos más grandes de Córdoba?
AA: No iba a venir a Belgrano. Se habían
manejado otros equipos de Primera. Pero el
tema del fútbol y las negociaciones varían
todo. Estaba todo arreglado para un equipo,
pero un día me llamó el vicepresidente de
Belgrano y me dijo que querían contar
conmigo. Hablaron con los representantes
y en pocos días se solucionó el tema y vine
a Córdoba. Ellos querían reforzar el lateral
izquierdo y me habían visto con buenos
ojos porque tenían gente observando en
Uruguay.
Pasar de un equipo en crecimiento a
un equipo grande (Belgrano y Talleres son
muy parecidos a Peñarol y Nacional) te da
una responsabilidad linda y una presión
en el buen sentido: tenés que cumplir. El
jugador tiene como un estudio interno
y lo va procesando. Cuando te toca estar
en un equipo así, tenés que hacerlo de la
mejor manera. Nada del otro mundo, no
deja de ser fútbol, es lo que vivimos desde
chiquitos y hay que disfrutarlo con pasión.
Yo tuve una buena experiencia en
Independiente. Jugué bastante en una
temporada. Fui a préstamo y saltó el tema
de las AFIP (Administración Federal de
los Ingresos Públicos) y hubo problemas
con los pases puentes. Hubo cambio de
Argachá: “Cuando estuve
en Independiente me tocó
vivir la Copa América que
ganamos. Fue mucha
la locura, salí a gritar y
festejar. Vivir un partido
de tu selección en otro
país te genera un poco
más de piel de gallina.
Sabés que estás vos y
alrededor no hay ningún
otro uruguayo. Eso lo hace
más disfrutable”.
dirigentes y presidente en Independiente
y me tuve que volver. A nivel deportivo, y
como recuerdo, fue de los más lindos que
me tocó vivir. Venir a Belgrano me agarra
con un poco más de experiencia, de haber
estado en un grande. En lo futbolístico es
más o menos lo mismo, el fútbol argentino
desde hace muchos años es de mucha
adrenalina y mucho vértigo. Es de mucha
fricción y buen juego, una mezcla de varias
cosas. Hay que aprovechar y estar en los
momentos justos. Tanto para Agustín,
como para mí, es una linda chance por el
momento en el que nos llega.
AG: Yo llego por intermedio de contactos
futbolísticos. El caso de Mauricio Larriera,
que Talleres se interesó y le preguntaron
por mis características. No sé cómo fue el
contacto que hubo, pero me vieron jugar.
Yo venía con un inconveniente en Racing
y por unos contactos se dio para venir. Es
una oportunidad tremenda. Meterme en
un estadio que ahora va a jugar la selección
argentina, estar en Talleres, y tener treinta
mil personas, es como estar en un clásico.
Esto es divino, es hermoso, es un sueño
hecho realidad. Trato de aprovechar la
oportunidad. Quiero estar a la altura, pero
sin desesperarme. Esto es día a día. Hay que
entrenar y estar preparado, con sacrificio y
humildad tarde o temprano se encaminan
las cosas.
Talleres es un equipo muy lindo, que
tiene la mentalidad de crecer. La idea a
futuro es volver a la A, estamos peleando
para eso. Es un equipo con mucha gente
y euforia. Salís de un entrenamiento y te
sacás más fotos que si jugaras en Peñarol
y Nacional. Vas a los programas como
si nada, estás en un shopping y te piden
35
túnel may- jun 2016
una foto. El hincha cordobés es muy
pasional, el argentino lo es. Nunca tuve la
experiencia de venir al fútbol argentino.
Me gusta que se mezcle el fútbol aguerrido,
vertical, pero también el buen pie. Eso
para nuestras características es bueno. En
Uruguay se juega bien, pero pienso que no
se valoriza tanto el jugar bien.
36
Uno juega en Primera, y el otro en
Primera B, ¿cómo es el fútbol argentino?
AG: La B es un poco diferente a la A. El de
la A se corta más, es un poco más técnicotáctico. El de la B se asemeja más a la A de
Uruguay. Si vos vas y metés un brazo, no te
lo cobran, o las pelotas divididas tampoco
te las cobran mucho. Después en el estilo
de juego es similar. Siempre se busca salir
jugando, pelota por el piso. Ese fue un gran
cambio respecto al fútbol uruguayo. Estoy
tratando de adaptarme.
AA: El tema de las canchas ayuda mucho,
más allá del entorno, de la gente, de la
pasión y del circo que se genera. A la hora
de jugar, el césped influye mucho. Acá al
99 por ciento de las canchas te las riegan
antes de jugar, hay buen piso, por ende se
inculca más el hecho de jugar por abajo
y de no reventar. Igual tiene esa mezcla,
como dice Agustín, a la hora de meter hay
que meter. Capaz que en Uruguay se busca
más meter que jugar. Primero metemos, si
podemos jugar, mejor. Acá es la obligación
de las dos cosas. Los equipos proponen un
ritmo complicado, en todo el partido hay
más ritmo que en el fútbol uruguayo. Allá
se tranca más, se corta, acá es darle y darle,
jugar, moverte, y estás constantemente
en un ritmo intenso. Lo vas agarrando, te
adaptás, y después te parece normal. Creo
que además de los buenos jugadores que
hay, la premisa es el juego.
Siempre en Argentina está el estereotipo
del jugador uruguayo ferretero, pero
ustedes no son de ese estilo en su juego.
¿Cómo nos ven los argentinos?
AG: He tenido alguna que otra cargada por
venir de Uruguay. Pero creo que es como
te digo con lo de la selección, cuando nos
dedicamos a jugar le empatamos el partido
a Brasil. Está todo bien, me gusta la garra
charrúa, pero cuando nos paramos bien y
pusimos la pelota en el piso lo empatamos.
Lógicamente que el uruguayo tiene eso
adentro, esa rebeldía que saca en los
momentos difíciles, esa es mi manera de verlo.
Capaz no es tanto eso de ir, trancar, pegar.
Me joden y me dicen que soy el único
uruguayo que quiere eludir, que quiere
tirar una pared, o que quiere encarar, y
que se preocupa más por eso, en lugar de
ir y arrancarle los tobillos a un rival. Claro
que tenés que tener un poco de todo,
cuanto más completo mejor. No importa
el puesto, hay que priorizar las dos cosas.
Cada uno tiene el estilo que tiene. Porque
yo sea uruguayo no voy a venir a pegar
patadas. Mi manera de jugar no es esa.
Estoy jugando de volante por fuera. Mi
técnico me pide que desborde, que encare
Gutiérrez: “Meterme en
un estadio que ahora
va a jugar la selección
argentina, estar en
Talleres, y tener treinta mil
personas, es como estar en
un clásico. Esto es divino,
es hermoso, es un sueño
hecho realidad. Trato de
aprovechar la oportunidad.
Quiero estar a la altura,
pero sin desesperarme”.
y que vaya por las bandas. Tenemos buenos
nueves. Por eso me pide que vaya por afuera
y tire centros.
AA: Con el tema del prototipo del jugador
uruguayo, los argentinos tienen mucho eso
de que dicen que el uruguayo tiene que
meter y tener garra. Desde que nacemos,
tenemos un poco eso. Desde el baby y las
inferiores no tenés una cancha linda, es
más amor propio y va en las condiciones
naturales que tenga cada uno. Cuando no
la tenés te la rebuscás para tenerla, eso se
mama desde pequeños, y creo que hace al
jugador uruguayo.
El resto de los países ven al
uruguayo así, que mete y tiene garra,
eso lo tiene, pero también hay casos y
no todos somos así. Hay jugadores que
suplen sus cualidades técnicas con meter
y tener garra, y otros, como en el caso
de Agustín (me acordaba de mirar un
partido viejo de Independiente y ver a
Forlán, que era uruguayo y no pegaba, y
es el jugador con más elegancia después
de Messi) que es un jugador habilidoso
y esa es su mayor fortaleza. En mi caso
es un mix, porque soy más defensivo y
tengo que tener marca y tener cualidades
para soltarme, que es lo que siento y es
mi forma de juego. En Belgrano hace
mucho tiempo está Ricardo Zielinski y
se ha apoyado mucho en el juego de ser
fuerte, a la hora de no tenerla ser duros.
El fútbol moderno tiene una mezcla.
No juegan sólo los rústicos, y tampoco
juegan sólo los líricos. Hay que tener un
poco de las dos cosas para poder jugar en
el fútbol de hoy. En mi puesto tengo que
clausurar mi sector, y cuando puedo me
voy, me abro y soy una salida y un apoyo.
¿Cómo se adaptaron al estilo de sus
clubes?
AG: A Talleres me adapté muy bien. Me
sirvió mucho cómo son los compañeros.
Por suerte tengo compañeros con buena
onda y humildad. Está Mauricio Caranta,
Pablo Guiñazú, Hernán Enzina, Gonzalo
Klusener, jugadores de nombre y
jerarquía que ganaron cosas importantes.
Te tratan como uno más. Me junto
con ellos, voy a su casa. Eso para la
adaptación es fundamental. No es sólo
ir y jugar, hay que adaptarse a lo que se
está viviendo para que te vaya bien. Por
suerte Talleres, en su política, me ayuda
porque la gente es muy buena y todos los
funcionarios me ayudan. Por ahora mi
balance es positivo.
AA: De la mejor manera. Me sorprendió
desde el principio la sencillez y la
humildad que hay en el club. Tanto del
plantel, cuerpo técnico, funcionarios,
dirigentes. Eso me ayuda a adaptarme.
Después en el día a día me hacen sentir
como uno más. Creo que cuando vas a
un club y sos nuevo, cuanto más rápido
te introduzcan en el grupo va a ser mejor
para ambas partes. Para que el jugador
aporte lo suyo, y porque el grupo necesita
de su ayuda. En Belgrano sentí que me
adapté rápido. En lo futbolístico me ha
tocado jugar y no jugar. Me he sentido
bien. Fue una readaptación al fútbol
argentino. Si bien el balance se hace al
final, creo que voy por buen camino. Me
siento cómodo y con fuerzas para hacer
lo que me toca.
Argachá: “Los equipos
[argentinos] proponen un
ritmo complicado, en todo
el partido hay más ritmo
que en el fútbol uruguayo.
Allá se tranca más, se
corta, acá es darle y darle,
jugar, moverte, y estás
constantemente en un
ritmo intenso”.
¿Y a Córdoba capital cómo se adaptaron?
¿Cómo se manejan?
AG: Es una ciudad linda. Es muy sencilla,
y muy pasional con el tema del fútbol, eso
me llamó la atención. Voy conociendo de
a poco. Mi prioridad no es tanto salir, por
ahora. Claro que te tenés que sentir bien y
adaptar, pero por ahora la llevo bien. Cada
día que pasa intento buscar algo nuevo
para hacer. En breve tendré auto y podré
recorrer un poco más la provincia. El ritmo
que tienen es similar al uruguayo. Es más
de lo mismo. La rutina del futbolista es casi
siempre la misma. Estoy mucho más tiempo
concentrado y entrenando que en Uruguay.
Los cordobeses son “bien”. La
ciudad tiene mucho dinamismo, similar a
Montevideo. Las distancias son similares.
Siento que no es igual a la gente de Buenos
Aires. Es como comparar un montevideano
con uno del interior. Son un poco más
sociables o amables.
Voy a entrenar con Nicolás Schenone,
el otro uruguayo que hay, o con algún otro
compañero. Estoy con mi novia, entonces
la rutina es sencilla, tranquila. La prioridad
está en el fútbol, en el descanso, pero
también buscamos el día a día por otros
lados y tratamos de estar felices.
AA: La ciudad la veo parecida a Montevideo.
Tiene una población similar y tiene dos
equipos por encima del resto, como
Belgrano y Talleres. Cuando tengo tiempo
libre intento recorrer y salir. Hay mucha
gente de alrededores de Córdoba que viene
mucho a la capital y por eso se mantiene
activa. Vivo en un lugar tranquilo, eso es
fundamental. Tenés que encontrar una
rutina de hacer lo que tenés que hacer, jugar
al fútbol y cuando se puede aprovechar
los momentos libres. En el fútbol es
fundamental descansar.
Voy a entrenar con un compañero,
vivimos en un barrio donde hay muchos
jugadores porque es una zona linda y tranquila.
La mezcla justa. En el día a día hago una vida
normal. Salgo cuando puedo y la llevo tranqui.
Capaz que salís, te ven, te reconocen, te piden
una foto, pero no pasa más de eso. Hay que
vivirlo con sencillez, sabiendo el lugar que
uno tiene. Con esa tranquilidad de que es
así la vida que nos toca. También hay que
disfrutarlo, porque uno de chico le pedía
fotos a jugadores de primera.
_Texto y fotos: Diego Martini
Ya no tenés excusas
para quedarte en casa
Agendate la nueva agenda cultural de Montevideo.
Podés encontrar actividades todos los días. Espectáculos, conciertos, muestras, paseos,
actividades gratuitas y mucho más.
montevideo.gub.uy/agendacultural
37
PATRICIO URÁN, ENTRENADOR CAMPEÓN DE OFI CON NUEVA PALMIRA
El hombre que mató el mito
del “no se puede”
túnel may- jun 2016
El 19 de diciembre cumplió 34 años. Los últimos dos los trabajó como director técnico de la selección
de su lugar en el mundo, Nueva Palmira, al frente de un proyecto que él mismo ideó. Su desempeño
terminó siendo enorme: por primera vez en la historia se consagró campeón nacional con su pueblo,
la máxima aspiración del fútbol chacarero, y siendo, tal vez, el entrenador más joven en lograrlo.
38
Afuera la lluvia y su condición siempre
implacable. Montevideo a la hora más
gris. El día, el mismo que hizo noche a
Dolores, era el primero de casi una semana
interminable pasada por agua y alertas,
presagio que el clima no estuvo dispuesto
a ceder. Adentro, detrás del ruido, la
información era otra. El conocimiento del
mundo quedó encajonado en las cuatro
paredes del apartamento entre él y yo.
Un hombre rodeado de otros hombres:
Cortázar en libro de cuentos, Bob Marley
encuadrado, Kobe Bryant y Luis Suárez en
obras de arte, tres periodistas y Batistuta en
el televisor; él, Patricio, sentado en el lugar
del sillón que evidenciaba otras charlas,
ángulo perfecto para recordar.
Hacía un rato que había terminado
el partido. La final del interior decía:
Nueva Palmira 1 Durazno 0. Lo habían
logrado. Cuando el loco festejo le dio un
respiro vio a treinta niños llorando y a
algunos veteranos también. Sospecha que
tal vez fueran más los que festejaban el
campeonato hasta las lágrimas, pero esos
fueron los que vio. Se emocionó. La cuenta
le daba igual. Si uno de esos niños siente
hoy, en 2016, lo que él vivió en 1990, estará
satisfecho por haber trabajado para matar el
mito del “no se puede”.
Todo tiene un comienzo. El cuento
parece un relato de Osvaldo Soriano
ambientado en sus locos y profundos
pueblos. Tal vez por eso, por esa condición
innata del Gordo de inmortalizar la
idiosincrasia profunda que las capitales no
ven, esta parece una de las páginas que le
quedaron por contar.
Insisto, aparenta un relato del Gordo
Soriano: un niño de nueve años, parado
detrás de uno de los arcos, se apronta para
ver a sus ídolos que recita de memoria.
Gustavo Jorge al arco; Walter Cossatti de
lateral derecho, Óscar Bertolotti de lateral
izquierdo, Ariel Garro y José Callero los
zagueros; Cacho Pereira de volante derecho,
Eduardo Pinazo de volante izquierdo,
Piqueto Sánchez al medio y Charango
Bertolotti de enganche; arriba Quique
Cuervas y Milton Bertolotti; Julio Sayas,
el director técnico. La difícil tarea de
Nueva Palmira en aquella segunda final
del departamental de Colonia de 1990
era remontar el 0-2 tras el primer partido
ante Nueva Helvecia de visitante. Era
complicada la parada, casi imposible, hasta
tal punto que ese gurí de nueve años lo
sabía. A las 16.00 empezaba el partido. De
Nueva Helvecia no había ni rastro. Estaba
ideal para imponerse por no presentación.
Rápido en las acciones, Palmira paró sus
once en la cancha, el juez pitó, movieron y,
en la práctica, ganó 2-0. Serie empatada que
se definía por penales, pero como no había
rival era un hecho que los palmirenses se
consagrarían. Dispuestos a largar los festejos
vieron llegar a los helvéticos. Argumentaron
–porque siempre existirán dirigentes
dispuestos a argumentar absolutamente
todo– que se había confundido de horario
–fíjese usted–, que algo más les sucedió
en el ómnibus, que se los justificara y se
disputaran los noventa de juego. Ante
tal situación, el árbitro –porque siempre
habrá árbitros precavidos– decidió pasarle
la pelota a Palmira. Si estos lo deseaban, se
jugaba; si preferían dejar todo como estaba,
al haber dado el pitazo inicial un rato antes,
Palmira sería justificado como campeón.
Pero aquellos hombres decidieron
jugarlo en la cancha, once contra once,
porque los de afuera son de palo y los de
adentro de carne y huevo. Quiso el destino
que se pusieran en ganancia 1-0 en el
primer tiempo. Un gol más en el segundo
y empataban la cosa. Yo no estaba tan lejos.
Pero Walter Cossatti, el lateral derecho que
era el mejor de la cancha, tuvo la desgracia
de meterse un gol en contra: 1-1. Al final
del partido, cuando algunas personas se
retiraban de la cancha porque la presunción
del “casi imposible” mutaba en imposible
a secas, Quique Cuervas, el hombre común
ídolo de los niños del pueblo, el que
llegaría a ser futasbolista profesional, puso
el 2-1. No alcanzaba, pero había más. En
tiempo de descuentos otra vez Quique
mandaría la pelota al fondo de la red.
Gol en la hora, 3-1 como un derechazo al
mentón, golpe anímico que se mantuvo en
la definición por penales para que Nueva
Palmira fuera el mejor de su departamento,
su continente. Como si la memoria sacara
fotos, para el niño que estaba atrás del
alambrado aquello quedó grabado para
siempre. Algo se sembró. Patricio, el de
nueve años, supo desde entonces que algún
día iba a tener que ver con algo que lograra
su selección. Patricio, el hombre de 34
años que me mira y habla con aparente
tranquilidad, siente que al menos uno de
esos treinta niños repetirá el ejercicio con
otro once: Edgardo Sosa; Franco Villalba,
Anthony Castillo, Matías Audi, Iván
López; Alejandro López, Carlos Cabrera,
Néstor Coscia, Gabriel Reyna; Carlos
Avelino y Joaquín Rovetta; DT: Patricio
Urán. ¿Alguien se atreve a desmentir que
el fútbol también es recordar oncenas
ganadoras? Si dudás, más adelante te puedo
recomendar algo para que veas o leas.
La Copa Nacional de Selecciones
del Interior no es moco de pavo. En sus
Patricio Urán no necesitó jugar en Primera para dirigir profesionalmente. Disimuló esa ausencia con sacrificio,
solidaridad, conocimiento, respeto y mucho soñar. (Foto: Andrés Cribari).
diversas versiones a través de los años tiene
como inicio la temporada 1951/52. Nuclea
a todas las ligas de todos los departamentos,
ya sean de las capitales, de ciudades más
chicas, de pueblos solos o acompañados,
que estén afiliados a la Organización del
Fútbol del Interior (OFI). Este año fueron
treinta las selecciones que compitieron
en mayores –35 si sumamos las que
quedaron eliminadas en las clasificatorias
zonales– divididas, en primera instancia,
en tres regiones: centro-oeste, litoral-norte
y centro-este. Nueva Palmira integró la
serie B del litoral-norte y clasificó primero
dejando afuera a tres campeones de antaño:
Fray Bentos, Mercedes y Paysandú. Siempre
dentro de su sector, luego de eliminar a
Artigas en semifinales, perdió la final ante
Salto, pero igual clasificó a la siguiente
ronda por ser segundo junto a los mejores
primeros y segundos de todos los sectores.
En cuartos de final avanzó por gol de
visitante tras empatar con Durazno en
puntos y diferencia de goles. En semifinales
derrotó a Maldonado de local y visitante.
En la final, cosas del tránsito del destino, le
tocó Durazno nuevamente, porque cuando
los del Yi perdieron el mano a mano con
Palmira clasificaron como el mejor perdedor
y siguieron en carrera. Primer encuentro
“Me importa muchísimo
cómo se gana y cómo se
pierde. El camino recorrido
es fundamental. Y con
qué armas es mucho más
importante aún. En Palmira
no había una infraestructura
como las de los demás,
ni un estadio municipal
como tienen los demás, ni
manejamos la moneda que
manejan los demás, pero sí
hubo mucho de buscar la
gloria y más nada”.
0-0 en el estadio Silvestre Octavio Landoni
de la capital duraznense; revancha 1-0 para
Nueva Palmira con gol de Joaquín Rovetta
en el epílogo del partido y campeonato
ganado en su casa, el parque Evelio Isnardi*.
Patricio es entrenador habilitado por
la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF)
desde 2013, año en el que terminó sus
estudios en el instituto Dreams. Además,
en su primera experiencia montevideana,
en un lejano principio de siglo XXI,
estudió y se recibió de periodista deportivo
en el Instituto Profesional de Enseñanza
Periodística (IPEP). Tiene una explicación
sencilla: su vida cobra más significado
cuando está atravesada por el fútbol.
De niño su mamá, Mirna, lo llevó
a jugar al baby fútbol a Colón. Si no
estaba ahí era porque salía de la escuela
directo al campito para jugar en pata
con la gurisada del barrio. Cuatro buzos
alcanzaban para armar los arcos. Confiesa
que le gustaba hasta porque se armaba
pelea. En el último tramo del fútbol
infantil tuvo la posibilidad de jugar para
la selección de Palmira y, cuenta entre
risas, hizo un gol que no tuvo ni idea
de cómo festejarlo. También durante la
niñez, gracias a Alfredo Zaldúa, esposo
de su mamá, delegado por años de la Liga
Palmirense, periodista y escritor, viajó
como acompañante de la selección mayor.
A los quince, cuando ya defendía al club
de sus amores, Polancos, decidió dar un
paso al costado y no jugar más.
–¿Un paso al costado a la mejor edad
para jugar? –pregunto con cautela.
39
“En una selección no
están los mejores, sino los
indicados. No alcanza sólo
con que sea buen futbolista,
tiene que ser eso, pero
además buena persona, con
ciertos hábitos, saber lo que
es el respeto, saber lo que
es acatar órdenes, saber
hasta dónde se puede ir
sin afectar el laburo de los
demás”.
“Lo que importaba era formar el grupo, para después formar un equipo”, afirma Urán. (Foto: Federico Gutiérrez).
–Me di cuenta de que no había
condiciones para jugar y traté de aportar
desde otro lado. Como hincha un montón
de tiempo, pero ya tratando de leer
mucho, de escuchar, de ir a la cancha –dice
sin dudar. Y continúa–: siempre que
tenía la oportunidad le pedía a algunos
entrenadores que me contaran cosas, o
cuando podía me metía en los vestuarios,
calladito nomás, simplemente a estudiar.
Era como una necesidad. Leía mucho
todo lo que tenía al alcance. El Gráfico,
la Sólo fútbol, lo que fuera, porque los
entrenadores no escribían en aquella
época. Fui muy autodidacta durante todo
ese tiempo. Después ya empezaba a mirar
partidos y me fijaba en movimientos
puntuales, registrar en la memoria si es
zurdo, si es derecho, cómo marcaban, si
con tres en el fondo, si jugaban largo, si
presionaban arriba. Me fui nutriendo de
todas las situaciones que podía.
–Me resulta curioso, bastante
romántico y hasta raro, para serte sincero.
¿Escribías? ¿Qué cosas?
–Recorría las canchas. Iba mucho a
San José, a Dolores, a Carmelo, o mismo
me quedaba en Palmira. Un domingo iba
a Carmelo, miraba el partido de las 13.00,
luego a las 15.30 marchaba al de Palmira.
O iba derecho a Dolores y miraba la fecha
completa de tres o cuatro partidos al
hilo. Escribía todo lo que veía y tenía un
borrador de un proyecto que quería poner
en práctica en la selección de Palmira.
De lo probable a lo posible y de ahí
a lo concreto siempre es cuesta arriba.
Pero Patricio lo intentó. El proyecto fue
futbolístico y social planificado a dos años.
Nada librado al azar, todo relativamente
estudiado. De fútbol, por lógicas razones,
la propuesta tenía como fin optimizar
recursos para hacer un trabajo profesional y
salir campeón. En el plano social, cultural
si se quiere, el trabajo fue más abarcativo:
puertas adentro, subir jugadores jóvenes
para que vivenciaran ponerse la camiseta,
conocer ciudades y canchas, compartir
un vestuario y aprender la posibilidad
de concentrar, saber qué es tener un
fisioterapeuta al lado, contarse cosas
túnel may- jun 2016
*Entre todos
40
Dos días antes de la primera final y a ocho de jugar el partido definitorio en Nueva Palmira, la OFI comunicó a la dirigencia palmirense que el parque Evelio Isnardi no estaba
habilitado por tener un aforo menor al exigido, 2.500 personas sentadas. Las posibilidades que se le dieron a Palmira era jugar en el estadio Luis Köster, de Mercedes, o en el
parque Lavalleja, de Dolores. Un mamarracho. Marcos Silvestre, dirigente de la Liga, tiró
la loca idea de juntar gente, empresas, donaciones, lo que fuera, y construir una tribuna
para quinientas personas. Fueron entre veinte y treinta los pueblerinos medio locos que
se la jugaron para levantar la grada en tiempo récord, incluidos Joaquín Rovetta, goleador y albañil, y Rodrigo Lolo Roquero, con su retroexcavadora. Asados, guisos y pescados
fritos mediante, contra lluvia y humedad, la tribuna quedó pronta para recibir la final.
Sólo una camiseta generó eso. El fútbol como herramienta para algo. Identificación. Cosas que difícilmente borre la memoria.
sencillas como cómo jugar, pero también
cómo hacen los que tienen hijos para
levantarse y darles el desayuno, o cómo
formaron su familia y cómo la sostienen,
transmitir que el entrenamiento invisible
tiene recompensas, que jugar al fútbol y
estudiar sí son compatibles; la cultura como
herramienta para enfrentar situaciones
límites. Para el afuera, la necesidad de
contagio recíproco, de sentir la camiseta
como propia, de poblar la cancha, de hablar
toda la semana de lo mismo porque lo
mismo no es monotonía si se disfruta, de
fortalecer la identificación.
Digresión: no me importan los
resultados. Soy de los que piensan que la vida
es el camino y ahí no se escatima ni se transa.
Es verdad que cuando la pelota pega en el
palo y entra es mucho más fácil demostrar que
cuando pega y sale. Pero es necesario abrir este
paréntesis para reforzar el siguiente enunciado:
la pasión no se negocia. Patricio –que está
inquieto, buscándole la vuelta a la poca
comodidad que le queda a su sillón tras horas
de charla– no necesitó jugar en Primera para
dirigir profesionalmente, sino que disimuló
esa ausencia con sacrificio, solidaridad,
conocimiento, respeto y mucho soñar. Porque
si no hay sueños de por medio no hay nada.
Porque si hay sueños de por medio hay que
alimentarlos cada mañana. Vuelvo.
–¿Cuál es el método Urán?
–Nunca sacar los pies sobre la tierra.
Me importa muchísimo cómo se gana y
cómo se pierde. El camino recorrido es
fundamental. Y con qué armas es mucho
más importante aún. En Palmira no había
una infraestructura como las de los demás,
ni un estadio municipal como tienen los
demás, ni manejamos la moneda que
manejan los demás, pero sí hubo mucho de
buscar la gloria y más nada.
seguir trabajando (porque detrás del ruido
siempre se hace, desde el convencimiento
o desde la derrota) para buscar revancha,
esa suerte de justicia poética que el fútbol
sabe dar. Para la temporada siguiente,
la de este año, el noventa por ciento del
plantel fue el mismo y eso allanó el camino
de la metodología y las pretensiones de
juego. Coherencia, se llama. Primer paso
indispensable para tener resultados deseados.
Tras la consagración, la vida de Patricio
Urán tiene nuevas metas por delante.
Actualmente cursa gerencia deportiva
para sumar conocimientos. El admirador
de Óscar Tabárez, Marcelo Bielsa, Jorge
Sampaoli y Jürgen Klopp no se detiene.
Tuvo sondeos desde el fútbol capitalino y
tiene clara la teoría de cuántas veces pasan
los trenes. Luego de un par de (¡cortísimas!)
horas de intercambiar conceptos no quería
dejar la charla por dos simples razones. La
primera fue porque al bajar las voces pude
sentir otra vez la condición implacable
de la lluvia que tanto habló Onetti y
no me agradaba la idea de mojarme.
Segundo, porque de fútbol, de fútbol del
interior y del costado social de cualquier
fútbol, puedo hablar hasta que pasen dos
equinoccios. Pero capaz que el hombre
estaba cansado y yo también, así que decidí
marcharme.
No fue tanta la mojadura. Párrafos
arriba prometí recordar algo para sostener
que el fútbol permanece en la historia por
las alineaciones o jugadores que recordás:
la escena de El secreto de tus ojos en la que
Sandoval le demuestra a Espósito cómo
atrapar al homicida descifrando apellidos
vinculados a Racing de Avellaneda. Dice
que se “puede cambiar de todo: de cara,
de casa, de familia, de novia, de religión,
de Dios... pero hay una cosa que no puede
cambiar, Benjamín... no puede cambiar de
pasión”.
Los once de Patricio Urán en 1990
son los mismos que los míos, que los
tuyos. Son la delantera de memoria de
Abbadie, Rocha, Spencer, Cortés y Joya;
pueden ser Sosa, Manicera y Álvarez, el
triángulo final preferido por mi abuelo;
sos vos y la pelota en la casa del vecino o el
festejo de gol cuando pasan las chiquilinas.
No importa quién sea. Patricio demuestra
que donde dice Palmira puede decir tu
nombre, hacé el ejercicio, ahí está el
legado. Eso es el fútbol. El relato sostenido
para reconocer lo poco que dura la vida
entera. La necesaria combinación de
realidad y fantasía que nos creamos día tras
día para compartirla con otros.
PATRICIO URÁN
—¿Nada más?
—Siempre digo que en una selección
no están los mejores, sino los indicados. No
alcanza sólo con que sea buen futbolista,
tiene que ser eso, pero además buena
persona, con ciertos hábitos, saber lo que
es el respeto, saber lo que es acatar órdenes,
saber hasta dónde se puede ir sin afectar
el laburo de los demás. Y en el fútbol del
interior hay como un vicio de eso, de que
no hay límites, de que se pueden no cuidar
la noche anterior. Quería la oportunidad de
buscar gloria por sobre todas las cosas. Me
refiero a que todo lo demás tenía que ser
secundario. Implementamos un sistema de
trabajo un poco diferente al que se estaba
acostumbrado. Conversamos previamente
con cada jugador. Hay un reglamento
que dice que nadie se puede negar a la
selección, pero lo obviamos, en el proyecto
remarcamos que el que no quiera jugar no
sería penado. Tenía que ser por elección. No
necesitaba justificación ni de trabajo, ni de
lesión, ni de vacaciones. No me importaba.
Lo que importaba era formar el grupo, para
después formar un equipo.
No fue un hecho aislado. El primer
año de Nueva Palmira con Patricio al frente
del equipo, 2014/15, llegaron hasta octavos
de final y quedaron eliminados ante Fray
Bentos. El proyecto a dos años permitió
_Fermín Méndez
41
INFORME
UNA VISIÓN DESDE ADENTRO DE LA COPA DEL MUNDO DE 1986
Aquel dolor, 30 años después
La actuación celeste, su estruendoso fracaso, las duras caídas, con el 6-1 ante Dinamarca y el revés
frente a Argentina, causó una gran decepción en los futboleros uruguayos más que nada porque fue
la consecuencia fatal de una contradicción permanente entre un plantel con brillos mayúsculos y una
dirección técnica que permanentemente lo desperdiciaba.
túnel may- jun 2016
Desde que la Copa del Mundo México 86 comenzó a ser
historia, cuando me hablan de
ese acontecimiento del que fui
testigo directo, como enviado
del diario La Hora a México, o
cuando veo algún documento
fílmico, mi pensamiento se dirige –antes que nada– a aquella
escena de Diego Maradona
arrancando desde su cancha, a
su carrera en zigzag eludiendo
defensores ingleses y a la concreción de aquel segundo gol. Y
digo o me digo: yo estaba allí.
Hacia esos rumbos se dirige
mi pensamiento de entrada
cuando me mencionan aquella
Copa del Mundo pero, así, de
primera, de pique, ¡ni pienso en
la gestión uruguaya, como que
me resisto a recordar aquellos
cuatro partidos!
Y, sin embargo, hay hechos que
conviene repasar y reflexiones
que pueden ser útiles.
42
La selección de Omar Borrás
Aquella selección celeste pudo
ser un equipo que pasara a la
historia. Fue todo lo contrario.
Fue un ruidoso fracaso. Aquel
plantel con jugadores de gran
valía pudo plasmar en un equipazo que hiciera un excelente
campeonato. No pasó eso y
detectar las razones que lo impidieron es parte de esta nota.
Omar Borrás fue una herencia
del fútbol en tiempos de dictadura. Desde el primer número
de La Hora –el 17 de julio de
1984– hicimos una dura crítica
a los pasos básicos del entrenador autodesignado. Él era,
por 1982, una especie de asesor
técnico dentro de la Asociación
Uruguaya de Fútbol (AUF). Se
suponía que él debía sugerir al
Consejo Ejecutivo el nombre
del entrenador de la selección
nacional, pero en sus conversaciones con el presidente, el
coronel Héctor Juanicó, quedó
arreglado que él mismo tomaría
posesión del cargo en cuestión.
Dicho sea de paso, Juanicó se
mantuvo hasta 1986 en el cargo y encabezó la delegación a
la Copa del Mundo. Allí, ante
un leve gesto de reivindicación
del plantel a favor de algunos
miembros del cuerpo técnico
–que no Borrás– que no tenían
solucionada su situación económica en la estadía en México,
Juanicó hizo estallar su autoritarismo: enfrentó al plantel
diciéndoles que sus pasajes de
vuelta a Uruguay estaban a disposición y que el que se quisiera
ir se podía ir.
Sobre Borrás y su inaceptable
presencia al frente de la selección podría transcribir numerosas crónicas u opiniones que
vieron la luz en La Hora, de mi
autoría y de varios compañeros
de la redacción. Prefiero acudir
a lo que escribió en medio del
mundial mexicano el periodista
Ángel R. Fernández. Me parece más pintoresco. Escribía
para El País de Madrid y con él
compartí conversaciones en el
Centro de Prensa montado en
la capital mexicana, lugar que
visité diariamente desde unos
diez días antes de comenzar el
torneo hasta su final.
Dice Fernández: “Omar Borrás
se hace llamar ‘el profesor’,
aunque el título académico no
se sabe ni quién ni dónde se lo
otorgaron. Para muchos uruguayos, Borrás es el prototipo
del chanta. Con esa palabra de
origen dialectal genovés se denomina en el Río de la Plata a
los farsantes y simuladores que,
engolando la voz y atribuyéndose conocimientos y títulos que
no poseen, intentan y a veces
logran impresionar o engañar a
incautos y crédulos. Borrás parece más un típico politiquero
criollo que un director técnico
de fútbol. Confusamente verborrágico, charlatán, demagógico –y ‘vivo’– es capaz de
decir dislates como su famoso
‘sé que no conformo ni a sirios
[sic] ni a troyanos’. Su hora de
gloria coincidió con la instauración en 1973 en Uruguay,
por vez primera en el siglo, de
una dictadura militar, con la
que colaboró activamente en la
intervenida Universidad [N. de
Red.: recordar el club Universidad Mayor]. Con un militar, el
coronel Héctor Juanicó, al frente de la AUF, una organización
en la que el régimen vetaba de
hecho el ingreso de dirigentes
o entrenadores de izquierda o
progresistas, Borrás logró en
1982 su máxima aspiración:
de empleado administrativo
a cargo de un departamento
técnico-deportivo, pasó a ser
el seleccionador. Los más cautos de sus críticos señalan que
‘no es un hombre de fútbol’,
y la mayoría sostiene que ‘no
sabe nada’, pero todos están de
acuerdo en que durante cuatro
años tuvo una fortuna increíble
y logró clasificarse para México.
En 1985 terminó en Uruguay,
después de doce duros años, el
régimen militar, pero uno de
sus frutos, Borrás, se quedó.
Las numerosas críticas a la incapacidad técnica de Borrás, a
sus reiterados errores tácticos y
a su controvertida personalidad
se estrellaron con el argumento
‘tiene tarro y no lo podemos
sacar mientras la selección
gane’”. (Transcripción parcial
del artículo aparecido en la edición de El País del martes 17
de junio de 1986).
También apunta Fernández que
el director técnico uruguayo no
convocó a Hugo de León ni a
Ruben Sosa que se encontraban en pleno desarrollo de sus
carreras en Gremio y Zaragoza
respectivamente.
La contradicción Borrás vs
un gran equipo
A esta pintura del español se
debe agregar que el entrenador
de atletismo Omar Borrás (era
el título que poseía) tuvo en sus
manos una generación de valores de mucho valor, sobre todo
en la faz creativa y atacante,
al caso Enzo Francescoli (bien
nombrado en primer lugar),
Jorge da Silva, Ruben Paz, Venancio Ramos, Carlos Aguilera
(en México no jugó ni un minuto), Antonio Alzamendi y
Víctor Hugo Diogo, a quienes
corresponde agregar como valores firmes de defensa al Tano
Gutiérrez, Miguel Bossio y
Darío Pereyra más el golero Fernando Álvez.
Algo de lo objetable de Borrás:
siempre anunciaba proyectos o
acciones, cosas que iría a hacer
en los entrenamientos, y nunca
cumplía. Eso fue más palpable
y grave en los entrenamientos
previos a la Copa del Mundo
que se realizaban en Toluca,
donde Uruguay concentró.
Concurrí diariamente desde mi
lugar de alojamiento en el DF
–el domicilio generoso y pleno
de afecto de Luciano Weinberger y familia– por aquella carretera de cornisa que tanto me
impresionó en el principio, en
aquellos sesenta y pico de kilómetros y siempre –ante alguna
pregunta relativa a trabajos de
los entrenamientos (¿va a practicar pelota quieta?, ¿hará ensayos
tácticos de ataque?, ¿cuándo
probará a Darío?)– respondía lo
mismo: “mañana”, “sí, lo haremos” y nunca lo hacía.
Su concepción era harto defensiva y no aprovechaba las ricas
posibilidades de ataque que tenía, potencialmente, el equipo.
No utilizó a Darío Pereyra (29
años) que era un jugador de
vasta experiencia como zaguero
central, ubicación en la que
jugaba en el San Pablo, donde
estaba desde el año 1977 luego
de haberse desempeñado en Nacional desde 1975 a 1977. Para
decirlo numéricamente: Darío
era un jugador de ocho puntos promedio, Borrás elegía a
Eduardo Acevedo un futbolista
de cinco puntos.
En aquel tiempo hice un pronóstico, escribí que en el futuro Acevedo sería un director
técnico importante. ¿En qué
me basaba? Él era el que organizaba la defensa como último
hombre y nadie como él mismo sabía sus limitaciones futbolísticas y, por eso, ordenaba,
ubicaba al equipo hacia atrás
tratando de intervenir en el
juego lo menos posible. Su indudable inteligencia se dirigía
hacia la autoprotección. Eso
surgía clarísimo viendo los entrenamientos. A Borrás le venía
como anillo al dedo dentro de
su concepción de ultradefensa.
Y ocurría lo obvio: la potencia
de ataque que pedían las cualidades de los más valiosos jugadores quedaba reducida porque
el equipo no estaba armado ni
pensado para eso.
No incluir a Darío y Ruben Paz
en pleno desarrollo del Mundial
fue un factor muy negativo para
La portada del diario La Hora el día siguiente del traumático 1-6 sufrido ante Dinamarca.
“Omar Borrás se hace
llamar el profesor,
aunque el título
académico no se sabe
ni quién ni dónde se
lo otorgaron. Para
muchos uruguayos,
Borrás es el prototipo
del chanta. […] Borrás
parece más un típico
politiquero criollo que
un director técnico de
fútbol. Confusamente
verborrágico,
charlatán, demagógico
–y ‘vivo’– es capaz de
decir dislates como
su famoso ‘sé que no
conformo ni a sirios
[sic] ni a troyanos’”.
el funcionamiento del equipo.
A Darío lo incluyó en el tercer
y cuarto partido después de la
debacle ante Dinamarca, en
tanto Bossio quedó suspendido
por la expulsión que lo sacó del
encuentro ¡a los 19 minutos! Y
lo colocó en la posición de sus
orígenes como mediocampista
y no donde rendía a pleno que
era de zaguero central. En esa
posición sólo actuó en la última media hora ante Argentina
cuando fue excluido Acevedo
para que entrara Paz.
Partido a partido, primera
estación: Alemania
Debut contra Alemania, equipo
que sería finalista. Eso no se
sabía pero la histórica categoría
del fútbol alemán inspiraba
mucho respeto. Aparecía como
el mayor rival de un grupo con
predominio europeo. Lo dirigía
Franz Beckenbauer con su gran
prestigio de enorme jugador
pocos años atrás. Se jugó en
Querétaro, no lejos de la ciudad
base uruguaya, a unos doscientos kilómetros de Toluca.
Miércoles 4 de junio y Borrás
eligió a estos once (van con
cambios incluidos): Fernando
Álvez; Víctor Hugo Diogo, Nelson Daniel Gutiérrez, Eduardo
Acevedo y José Batista; Jorge
Barrios (lesionado, 56’ Mario
Saralegui), Miguel Bossio y
Sergio Santín; Enzo Francescoli;
Antonio Alzamendi (80’ Venancio Ramos) y Jorge da Silva.
Aceptable rendimiento y buen
resultado para el primer partido
ante rival muy difícil. El gol inicial fue uruguayo y tempranero,
a los cuatro minutos, Alzamendi
aprovechó un grave error defensivo del equipo europeo y la metió
alta, contra el travesaño. Golazo.
Los celestes aguantaron bien hasta el final –Enzo estuvo cerca de
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COPA DEL MUNDO DE 1986
túnel may- jun 2016
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El futbolista José Gervasio Gómez (campeón con Defensor en 1976) comenta las alternativas del juego ante Argentina. Completan la imagen el entrenador Óscar Tabárez y los
diputados Nelson Lorenzo y Gilberto Ríos (de pie). En primera fila, Nelson Lorenzo, Óscar Tabárez, José Gómez y el profesor José Ricardo de León. En la segunda fila,
el entonces capitán (Av.) Gerónimo Cardozo, con las manos en su cabeza, y el diputado Guillermo Álvarez.
un segundo gol– pero Alemania
empató a los 84 minutos (Klaus
Allofs). Fue muy influyente la
entrada del crack Karl-Heinz
Rummenigge, a los 70 minutos
por el no menos crack Matthäus,
y su aporte fue decisivo.
El mismo día, Dinamarca ven-
ció a Escocia 1-0 con gol de
Elkjaer Larsen, un delantero de
punta que metía miedo a los
defensas. El magro marcador no
llamó a una atención especial
sobre los daneses aunque venían
con buenos pronósticos europeos sobre su poderío.
Segundo partido: el brutal 6-1
Los uruguayos recuerdan ese
partido ante Dinamarca como
resumen de la Copa del Mundo
de Borrás. Dolió, dolió mucho.
En el cien por ciento de los casos, los uruguayos sintetizan ese
torneo por esa goleada histórica.
Sin embargo, en mi encuesta
personal, nueve de cada diez
uruguayos ignora u olvidó que
a los diecinueve minutos los
celestes eran sólo diez. Miguel
Bossio, un tipo muy querible,
desestabilizado por los ataques
daneses que llevaron a un
30 años después
primer gol de Elkjaer Larsen
a los 11 minutos y a una
sostenida avanzada sobre el
arco defendido por Álvez, fue
amonestado a los 13 minutos
y por segunda vez seis minutos después. Y expulsado. En
ese momento se terminaron
las esperanzas de hacer partido. Lo peor podía pasar
contra un rival muy difícil y
jugando diez contra once. A
los 41 minutos Soren Lerby
marcó el segundo gol anunciando el desastre. Pero… una
esperanza se abrió: a los 45’
el árbitro local Antonio Márquez sancionó un tiro penal
para Uruguay –“inventado”
dijo la mayoría– y con tanto
de Enzo quedamos 2-1.
El entretiempo fue tormentoso
en el vestuario uruguayo. Borrás quería mantener un esquema defensivo férreo y buscar
sobre el final la igualdad. Hubo
resistencias de jugadores que
estaban en cancha y de algunos
de afuera que querían salir con
una actitud atacante de entrada
tratando de sorprender a Dinamarca, pensando que podían
estar golpeados por tener todo
para ganar fácil y lo estaban
haciendo cuando terminaron
el primer tiempo con ventaja
mínima.
Lo resuelto nadie lo sabe. Borrás no podía imponer su mando ya de por sí endeble y el
equipo fue a buscar el partido.
Las dudas se disiparon rápido
a favor del equipo que estaba
totalmente integrado: a los
siete minutos de esa segunda
La tapa que reflejó la eliminación de Uruguay en el Mundial.
etapa anotó Michael Laudrup,
un grandísimo futbolista. Y a
los 67 y 80 Larsen completó su
tripleta. El sexto fue de Jesper
Olsen a los 88. Dinamarca era
una máquina de hacer goles.
Fernando Álvez todavía sueña
con ese partido.
“Catastrófico” titulamos en la
portada de La Hora y encabezando la crónica: “Para Dinamarca fue un paseo”. El País
metió más letras: “¡Una derrota
vergonzosa! Nunca nadie nos
apabulló tanto; ¡Nos pasaron
por arriba!”.
Fue el 8 de junio a la caída de la
tarde cuando salimos del estadio
de Nezahualcóyotl que se reduce
a Neza para denominar una vasta
zona muy poblada que, en esa
época al menos, tenía condiciones
sanitarias deplorables. Al salir por
esas calles polvorientas era difícil
cargar con aquella goleada, caminando muy despacio…
Completo la crónica: Borrás
entró con el mismo once que
en el debut salvo en una modificación obligada. Jorge Barrios
había quedado lesionado del
partido con los alemanes y lo
Datos de contexto para México 86
Hacía doce años que Uruguay no estaba en una justa mundialista de selecciones y la última aparición
–la de 1974 en Alemania con el brutal paseo de los holandeses en un parco 2-0– no había sido nada
feliz. En Argentina 1978 y España 1982 no estuvimos.
Todavía se daban dos puntos por partido ganado. Recién ocho años después, en la Copa del 94 en
Estados Unidos se le empezaron a adjudicar tres puntos al ganador de un partido.
Al banco de suplentes iban sólo cinco jugadores. Eso creaba problemas a los entrenadores en tanto
seis jugadores quedaban excluidos de toda posibilidad de participar del partido en cuestión, con las
secuelas de disconformidades consecuentes.
Sólo se permitían dos cambios por equipo y por partido. En 1994, la FIFA permitió una sustitución
más, pero esa sustitución adicional estaba reservada sólo a los goleros. Recién en 1995 permitió
sustituir a tres jugadores, fuera cual fuera su posición en el campo, regla que se mantiene hasta la
actualidad.
Obvio: no existía la Institucionalización de los Procesos de Selecciones Nacionales (vulgarmente,
Proceso Tabárez) ni nada parecido.
No existía el Centro de Alto Rendimiento Complejo Uruguay Celeste, la selección entrenaba donde
cayera, en el Centenario o en una canchita de barrio, y las concentraciones eran normalmente en
alguna instalación de los clubes o, mayoritariamente, en hoteles.
sustituyó Mario Saralegui. Y,
a los 57 minutos, con el tanteador 3-1 entraron José Luis
Salazar por Santín y Venancio
Ramos por Alzamendi.
Tercer acto: por un empate
Casi increíblemente llegamos
al partido con Escocia –el 13
de junio, otra vez en Neza pero
al mediodía– con posibilidades
de clasificar a octavos de final.
Ellos habían vuelto a perder
–2-1 ante Alemania– y no tenían puntos. Al empatar, Uruguay quedaría con dos puntos
y clasificaría como uno de los
mejores cuatro terceros.
La formación uruguaya mantenía estabilidad. Darío Pereyra
entró por el suspendido Bossio.
Repetían Álvez; Diogo, Gutiérrez, Acevedo y Batista; Barrios y
Santín seguían como mediocampistas y Enzo de enganche. Entraban como delanteros titulares
por primera vez Venancio Ramos y Wilmar Cabrera. Borrás,
inefable, en su estilo justifica así
la entrada de Wilmar: “Lo quiero para marcar al 2 de ellos”.
A los 50 segundos del partido un
delantero escocés tomó la pelota
en soledad contra la línea lateral por la derecha de la defensa
uruguaya que estaba muy abierta. Diogo no estaba. Del otro
costado, José Batista emprendió
una larga carrera para impedir el
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COPA DEL MUNDO DE 1986
El equipo que jugó ante Dinamarca.
avance del delantero, no frenó
y se lo llevó puesto en una falta
grosera. Joel Quiniou, el árbitro
francés, se hará famoso en Uruguay: expulsó a Batista.
En menos de un minuto, Uruguay dio un hombre de ventaja.
Wilmar –que había jugado de
defensa muchas veces– fue de
lateral, Uruguay se cerró en
defensa y Escocia no tuvo jugadores con discernimiento. Igual
se sufrió mucho. A los 70 Saralegui entró a reforzar la pelea
en el medio juego y mantener
el 0-0. A los 84, para correr
escoceses, entró Alzamendi por
Enzo, agotado.
Terminó el partido sin goles.
Uruguay clasificado como el
peor de los cuatro mejores
túnel may- jun 2016
La opinión previa
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A continuación transcribo la opinión sobre las posibilidades de Uruguay en la Copa del 86. Apareció
con mi firma justo antes del debut uruguayo en la edición de La Hora del 4 de junio.
“Llega el tiempo de la competición dejando atrás una larga preparación cargada de insuficiencias y
de indefiniciones.
Uruguay tiene la chance de llegar bien arriba en el Mundial por la capacidad que emana de sus jugadores –el plantel de más calidad en los últimos 30 años– pero no por su conjunción en un equipo que
juegue y convenza, responsabilidad de una dirección técnica que no se ha manejado ni con eficiencia
ni con racionalidad.
Al equipo le cuesta aparecer, como si le costara desplegar todo el arsenal de armas futbolísticas que
se atesoran, como si hubiera (y hay) factores que inciden en el sentido contrario, en la dirección del
amarretismo táctico, en la concepción conservadora aplicada al fútbol.
Factores encontrados condicionarán la actuación uruguaya. Tendrán resolución positiva si los jugadores encuentran el camino para exhibir sus cualidades técnicas desequilibrantes. Son nuestro mejor
capital y de ellos dependerá el éxito.
Hubiéramos querido llegar a esta instancia con un equipo desenvuelto en su máxima expresión, lo
hacemos en plena búsqueda de ese conjunto, como una prueba más”.
cuartos. Los dos puntos y dos
goles alcanzaron justito. Estoy
en un palco con no mucha
gente pero todos me miran.
Soy el único que grita como un
energúmeno a favor de Uruguay
y en contra de Borrás, entreverando las cosas. Nunca antes
y nunca después me vi en una
situación similar, tan fuera de
control durante varios minutos.
Seguíamos en el Mundial y ya
se sabía que el rival en octavos
sería Argentina. Argentina con
Maradona. Con un detalle: era
viernes, el equipo estaba semifundido y había que jugar el
lunes con tres días de descanso.
Los argentinos conducidos por
Bilardo, en cambio, tendrían
seis días de descanso: jugaron su
último partido el martes 10.
El adiós en partido de alta
tensión
El partido entre uruguayos y
argentinos en el Estadio
Cuauhtémoc de la ciudad de
Puebla estaba colmado a las
el segundo siendo un estorbo
para el juego colectivo. A Enzo,
los argentinos lo marcaron en
estampilla y se alternaron para
sacarlo de la vertical.
La primera media hora fue el
juego del gato y el ratón. Argentina atacaba y Uruguay defendía
con éxito pero era incapaz de
organizar un ataque, de avanzar
en el terreno. Varias veces los
argentinos estuvieron de cara al
gol y algo salvaba la situación.
Álvez, por ejemplo, estuvo brillante. Darío era un bastión y
Santín colaboraba bien, igual
que el Tano, mientras Bossio
cerraba bien su lateral. A Riverito el partido le quedaba grande
pero luego se fue adaptando.
Un tiro libre de Maradona
desde 35 metros dio en el horizontal. Uruguay cortaba mucho
como último recurso, pero lejos
del arco.
Sobre la media hora Uruguay
salió algo del ahogo. Ramos
maniobró, Enzo exigió, Santín
fue el primero en tirar al arco
y atajó Pumpido. Ruggeri erró
un gol hecho al cabecear alto
y puse en mi libreta dos o tres
MB más para Venancio.
Se iba el primer tiempo cuando a Acevedo, en el área,
rodeado de compañeros, le
llegó a sus pies una pelota
mansa y la impulsó hacia el
centro del área donde entraba
Pasculli –que no la había tocado– en una especie de pase
genial: la jugada más boba y
más desmoralizante para sus
compañeros.
Antes de terminar el primer
tiempo Enzo tiró apenas afuera
en una jugada muy peligrosa
para los albicelestes.
Para el segundo tiempo, Borrás –que, suspendido, estaba
en un palco por unas desgraciadas declaraciones que había
realizado– hizo una lógica:
Da Silva por Wilmar. El segundo tiempo tomó un ritmo
infernal. Uruguay intentaba
y se desprotegía. Hubo juego
abierto y muy, muy, fuerte.
Debió haber varios expulsados
pero el árbitro italiano, muy
canchero –Luigi Agnolin se
llamaba–, se contentó con
sacar siete tarjetas amarillas,
cuatro a nosotros y tres a ellos.
Imposible de contar todas
las alternativas del segundo
tiempo, incluida la entrada de
Ruben Paz –¡al fin!– con más
de diez apariciones en jugadas
de ataque. Cuando entró, salió
Acevedo y Darío fue a su lugar. Faltaban treinta minutos
y Uruguay era lo que debió ser
siempre. Bien la defensa y atacaban Enzo, Santín, Venancio,
el Polilla y el artiguense con
apoyo del resto.
Parar a Maradona fue el gran
problema pero contra él salimos 0-0.
Fue brutalmente emocionante
ese segundo tiempo. Recomiendo volver a verlo. Inténtelo en YouTube. 1
Si el ideal del fútbol en cuanto
al balance defensa-ataque es el
equilibrio y si Uruguay tenía
jugadores para planteos menos
conservadores, en ese segundo
tiempo quedó probado. Y si
había jugadores que no debieron jugar nunca y otros que debieron jugar siempre también
quedó clarísimo.
30 años después
cuatro de la tarde. Quienes
allí estuvimos presenciamos
una verdadera batalla futbolística con muchos matices,
con variantes interesantes que
no se volcaron al marcador
que no pasó del 1-0 para el
equipo que tres partidos después levantaría el trofeo del
campeón.
Borrás no utilizó a Diogo e,
inesperadamente, ubicó allí a
Bossio. No tenía a Batista, suspendido, y entró su suplente
natural, Eliseo Rivero. Con
Álvez en el arco, los centrales
siguieron siendo Gutiérrez y
Acevedo. Barrios jugaba de
perseguidor de Maradona –un
Diego al cien por ciento– y
me pareció que el crack argentino no se dio cuenta salvo
cuando lo castigó de más ya
en el segundo tiempo. Darío que había cumplido ante
Escocia fue ratificado junto
a Santín como volante, Enzo
como siempre y adelante, por
segundo partido consecutivo,
entraron Venancio y Wilmar,
el primero notable usando el
control de la pelota con vivacidad como arma de ataque, y
_Jorge Burgell
www.youtube.com/
watch?v=yxTriBto4y4.
1
Historias de fútbol, historias de vida.
En librerías.
47
FÚTBOL Y TENDENCIAS
Los muchachos de antes
no usaban gomina
túnel may- jun 2016
El fútbol, a veces, no tiene memoria. Es
quizá por ello que la historia no recuerda a
Bienaventurado Raimúndez, un puntero de
Sudamérica que a comienzos de los años
cincuenta llegó a vestir la camiseta celeste
en un par de amistosos. Su influencia
en el fútbol, sin embargo, se infiltró
silenciosamente hasta nuestros días y
produjo el cambio más revolucionario de
este deporte en los últimos veinte años.
Sus compañeros notaron desde el comienzo
que Raimúndez era un “distinto”. Se trataba
sólo de indicios, de pequeñas pistas que
se fueron acumulando hasta demostrar
que era un adelantado –y a la vez
incomprendido– en las canchas de fútbol.
El primero en sospechar fue Obdulio Varela,
cuando al ingresar al vestuario una mañana
temprano descubrió a Bienaventurado con
cera en el cuerpo, depilándose el pecho y
las piernas. Creyó que lo iban a operar, pero
Raimúndez salió al entrenamiento con las
piernas tersas como un bebé y oliendo a
perfume.
Cuando pidió una camiseta celeste cinco
talles más chica de las que se entregaban
a los jugadores, las autoridades de la
AUF creyeron que era un regalo para un
sobrino. Pero al día siguiente Raimúndez
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apareció con la pequeña camiseta puesta,
apretada a tal punto que el kinesiólogo
temió que fuera a morir de asfixia. Allí sus
compañeros comprobaron que además
tenía pectorales y abdominales marcados,
algo inédito en la época, y recordaron que
evitaba los ravioles y el vino antes de los
partidos.
El plantel, sin comprender lo que sucedía
y creyéndolo enfermo, dejó pasar a
regañadientes sus excentricidades:
el pelo rapado a los costados con una
cresta perfectamente engominada en la
parte superior de la cabeza, el uso de un
innovador shampoo anticaspa, las horas
frente al espejo, los shorts colocados no
más arriba de la cintura, la crema corporal.
Pero todo tiene un límite. Y Bienaventurado
lo pasó cuando llegó a la cancha con
unos botines de colores naranja y rosado
fluorescentes y su nombre bordado al
costado, que contrastaba con el cuero
pardo y rústico de los demás.
Cansado y extrañado, Obdulio se acomodó
los shorts a la altura del ombligo, lo encaró
a Raimúndez y le dijo: “Botija, el día en que
todos los championes sean así de coloridos
vas a poder traer esos zapatos de princesa.
Antes no. Cuando el fútbol sea un desfile de
modas y se pierda el sentido de la etiqueta,
volvé a probar suerte. Ojalá nunca llegue ese
día, pero si pasa yo espero estar muerto”.
Y Raimúndez le hizo caso. Se fue del
entrenamiento para no volver jamás,
abandonó el país y marchó rumbo a Londres,
donde años más tarde se hizo asistente
técnico de baby fútbol de un modesto club
llamado Ridgeway Rovers, en el que tuvo a
su cargo a un gurí llamado David Beckham.
Pero el fútbol, a veces, no tiene memoria.
Y no es sólo eso. A los poderosos, a los
intereses comerciales, a las multinacionales
de los shampoos anticaspa, los calzoncillos
y las lociones after shave no les sirve que
se sepa dónde nació realmente el primer
metrosexual del fútbol.
_Martín Otheguy
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