ISSN 1852-4893 Tendencias En Foco PUBLICACIÓN CUATRIMESTRAL Nº 24 Julio/2013 Jóvenes en transición: paternidad, maternidad y mercado de trabajo en América Latina Ignacio Pardo y Carmen Varela Petito* Para aportar al análisis de las desigualdades en América Latina desde el punto de vista del curso de vida, aquí se observan las diversas formas de procesar dos eventos de la transición a la adultez: la llegada del primer hijo y el ingreso al mercado laboral. Se enfocan las diferencias de género y las desiguales oportunidades que tienen los jóvenes de acumular recursos a lo largo de su vida, a partir de su ingreso a la maternidad / paternidad y la primera experiencia laboral. Se realiza un breve repaso del escenario en América Latina y se profundiza sobre el tema con Uruguay como caso específico. Además, se mencionan los desafíos de las políticas públicas asociadas a este tema en los países de la región, haciendo énfasis en aquellas que facilitan los cuidados infantiles y las licencias como forma de superar las contradicciones entre maternidad/paternidad y desempeño laboral, particularmente en las mujeres. Tener hijos, ingresar al mercado laboral: eventos de la transición a la adultez Las condiciones y el calendario con el que se accede a la maternidad / paternidad y al mercado de trabajo son determinantes para el futuro de las personas. Esos dos eventos, junto con otros similares, pueden interpretarse en el marco de la transición a la adultez, por lo que cabe tener en cuenta ese marco conceptual para introducir el tema, aprovechando que esta línea de trabajo se ha desarrollado en estudios recientes (Pardo, Peri & Real 2012; Varela, Fostik & Fernández, 2012). En las sociedades actuales, los años previos a la adultez constituyen momentos decisivos, quizás los más importantes, en el curso de vida de las personas. Las opciones y decisiones que se toman en esa etapa, dentro de un marco de restricciones pero también de capacidad de acción, influyen decisivamente en el lugar que ocuparán los individuos en la estratificación social y en los recursos con que contarán para enfrentar las subsiguientes etapas de la vida. Esos eventos son tanto “privados” (formar un hogar propio, construir una pareja, tener o no tener hijos, decidir cuántos y cuándo tenerlos, dónde residir) como “públicos”: sobre todo, transitar por el egreso de la educación formal y el ingreso al mercado de trabajo, aunque también otros, como la participación político – comunitaria. La actual diversificación de proyectos de vida y de trayectorias individuales hace que las opciones tomadas en la transición a la adultez sean más importantes que nunca. Pero no solo a nivel individual. En términos sociales, estas decisiones determinan en gran medida las condiciones de la reproducción o el cambio en los privilegios y las desventajas que una * Ignacio Pardo es docente e investigador en temas sociodemográficos en el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Uruguay). Es doctor por la Universidad Complutense de Madrid. Sus líneas de investigación incluyen la transición a la adultez, fecundidad, políticas de población y metodología de las ciencias sociales. Carmen Varela Petito, es socióloga con especialización de demografía. Investigadora en el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Uruguay). Su línea de investigación es en fecundidad, comportamiento reproductivo y políticas de fecundidad. Es autora de diversas publicaciones. Tendencias en Foco es una publicación de RedEtis-IIPE-UNESCO - ISSN 1852-4893 Coordinadora: María del Carmen Feijoó// Asistente de edición y contenidos: Alejandra D’Angelo Agüero 2071, C1425EHS, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina Este texto está disponible en la sección “Tendencias En Foco” del sitio web de redEtis, http://redetis.iipe.unesco.org.ar/ 1 generación lega a la siguiente. Por cierto, no son decisiones libres; como se decía, están determinadas por restricciones. Entre otros factores, el sistema de bienestar, la matriz cultural, las condiciones macroeconómicas, los mercados (de trabajo, de vivienda), la institucionalidad de cada país, las relaciones de género y etnia, las relaciones y legislaciones laborales, el tipo de empleo, las políticas de bienestar social, los diferentes recursos individuales (incluyendo los de difícil medición como las expectativas, motivaciones o aspiraciones) el tamaño de las cohortes de jóvenes, los ciclos económicos y un largo etcétera, condicionan la forma en que se transita hacia la adultez, generando diferentes formas de interacción entre factores micro y macro sociales en cada contexto (Quintini & Manfredi, 2009). Así, tanto entre los países industrializados como en la heterogénea América Latina, se observan variaciones de peso entre los países. Cada país tiene un tipo de transición a la adultez específica, derivada de la interrelación entre los factores prevalentes en lo político, institucional, económico y cultural. En los países industrializados de Europa Occidental y América del Norte (Newman & Aptekar, 2006; Sobotka, 2009), la tendencia mayoritaria es al retraso de los eventos de la transición a la adultez, lo que daría lugar a una nueva adultez o adultez emergente (Hartman & Swartz, 2006; Arnet, 2000) como etapa específica del curso de vida. Pero el eje central en la transición a la adultez de los jóvenes latinoamericanos está dado por las desigualdades de género y de estratificación al interior de cada país. Un modelo es el de los jóvenes rurales, otro el de los urbanos, uno el de los varones, otro el de las mujeres y uno el de los estratos altos y otro el de los bajos (Oliveira & Mora Salas, 2008; Melo Vieira, 2008; Camarano, Leitao & Melo, 2006). La interconexión entre maternidad / paternidad y mercado laboral El vínculo entre los eventos de la transición a la adultez es fuerte, aunque no en todos los casos tienen la misma intensidad. La progresiva desconexión observada en variedad de países se ha querido conceptualizar con los términos coupling / decoupling o interconnectedness / disconnectedness (Buchmann & Kriesi, 2011). En concreto, los dos eventos que nos interesan, tener un primer hijo e ingresar al mercado laboral, están fuertemente conectados, aunque con una intensidad menor a la experimentada años atrás a mediados del siglo XX. Tener un hijo es considerado en gran medida el evento definitivo de incorporación a la adultez, dados los roles de cuidados y responsabilidad que deben asumirse como madre o padre. El ejercicio de estos roles se vincula en gran medida a los recursos disponibles, por lo cual la definición de un vínculo con el mercado laboral se relaciona directamente con la llegada del primer hijo. De todos modos, la conexión entre ambos eventos no tiene una única dimensión. Quintini, Martin & Martin (2007) hacen notar que las bajas remuneraciones y la precariedad laboral puedan hacer que los jóvenes retrasen la emancipación del hogar de origen y la formación de una familia propia, maternidad / paternidad incluidas. El retiro o la postergación de la entrada al mercado laboral por parte de las madres primerizas es otro aspecto central: si no existen mecanismos de protección social adecuados, los cuidados infantiles en el comienzo de la vida del primer hijo aumentan la probabilidad de retiro (o un retraso del ingreso) de las mujeres al mercado laboral, lo que puede redundar en un aumento de la probabilidad de desempleo y pobreza femeninas (Buchamnn & Kriesi, 2011), de forma diferencial de acuerdo al lugar ocupado en la estratificación social y por las disposiciones subjetivas asociadas a esa posición (Johnson, 2002). En cualquier caso, la dimensión de género es central. La relación entre transición a la maternidad y mercado de trabajo es radicalmente distinta a la relación entre transición a la paternidad y mercado de trabajo. Sucede que el modelo tradicional de familia genera dos transiciones diferentes: la incorporación acelerada al mercado de trabajo de quienes son padres (proveyendo ingresos económicos para la crianza) y la postergación o salida del mercado de 2 trabajo para quienes se convierten en madres (proveyendo cuidados infantiles en la primera infancia). Si bien los cambios más recientes han ido modificando este modelo, aún se aprecia la pervivencia del mismo. Desde la perspectiva macro social, el tema es relevante para la posible emergencia de programas e instituciones que faciliten la inserción social de madres y padres, al tiempo que no descuiden la provisión de cuidados infantiles. Pero antes de hablar de programas o medidas que apuntan a esta relación, veamos qué dicen los datos. La situación en América Latina desde el caso de Uruguay: juventudes desiguales En América Latina la participación en la fuerza de trabajo de hombres y mujeres sigue siendo desigual. La región se encuentra a medio camino entre las regiones más y menos igualitarias1 en ese sentido y avanza en el proceso de incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo, con terreno por recorrer. Las transformaciones pueden resumirse en el aumento de la participación laboral femenina mientras que la masculina se encuentra constante, pero también existen otros procesos relevantes, como la mayor cantidad de años de escolarización de las mujeres, el aumento en la proporción de hogares con jefatura femenina, el descenso en la fecundidad y la mayor complejidad de las trayectorias conyugales. Con los datos de un país de la región, Uruguay, ilustraremos parte de la dinámica esbozada más arriba en cuanto a la relación entre maternidad, paternidad y trabajo. Investigaciones recientes sobre la población uruguaya (Pardo, Peri & Real, 2012; Varela & Fostik, 2011; Varela, Fostik & Fernández, 2012; Varela & Lara, 2012) han mostrado la relación entre transición a la maternidad / paternidad e ingreso al mercado de trabajo, poniendo en primer plano la dimensión de género. Tanto para hombres como para mujeres, los eventos están conectados, pero lo están de manera diferente. Los estudios coinciden en mostrar que para las madres el nacimiento del primer hijo disminuye la probabilidad de ingresar al mercado de trabajo. Para los padres, mientras tanto, no tiene efecto (en gran medida, porque la mayoría ya había ingresado al mercado laboral cuando se convirtieron en padres). Esto es coherente con la evidencia en torno a la sobrecarga femenina en los cuidados infantiles, que se comentó más arriba. La inserción deficiente e intermitente de las mujeres en el mercado laboral tiene una de sus causas en el costo de oportunidad de estas tareas de cuidado, lo cual explica gran parte de esta relación entre un evento “privado” como la maternidad y uno “público” como el ingreso al mercado laboral. Si bien en los últimos veinte años esta determinación se ha debilitado, sigue siendo importante. Es decir que han existido cambios, al calor de la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, pero no se han abolido las importantes desigualdades de género. La transición a la maternidad, tanto como la inserción en el mercado laboral, ocurre a edades más tardías, pero este cambio suele concentrarse en las jóvenes de estratos medios y altos (Ciganda, 2008). Por otra parte, aunque en términos generales durante las últimas dos décadas2 la proporción de mujeres que se convierten en madres luego de ingresar al mercado laboral creció, en Uruguay se observa lo que en el resto de América Latina: una importante heterogeneidad según estratos sociales. En este período esa diferenciación no disminuyó significativamente. Solo entre las jóvenes de estratos altos podemos observar una contundente mayoría que comienza a trabajar antes de convertirse en madres (74%); estas jóvenes suelen ser madres a edades más avanzadas, dentro de una lógica de curso de vida en la que la consolidación en el mercado de trabajo se percibe como evento previo a la formación de la familia entre las jóvenes 1 Datos extraídos de: http://datos.bancomundial.org/noticias/mujeres_tienen_menos_probabilidades_que_hombres_de_participar_en_el_mercad o_laboral_en_la_mayoria_de_los_paises 2 Las investigaciones utilizadas suelen tomar como referencias el año 1989-1990 y el 2008 3 de estrato alto. Las menores oportunidades laborales, un comportamiento reproductivo con calendario precoz y la permanencia del modelo “tradicional” de género siguen siendo fuertes en los estratos más bajos (Varela, Fostik & Fernández, 2012). Por cierto, haber comenzado la trayectoria laboral al momento de ser madres, no inhibe los subsiguientes problemas, que también se han observado extensamente: las trayectorias “en zigzag”, con entradas y salidas frecuentes del mercado de trabajo (a menudo con períodos de desafección vinculados a cuidados infantiles de recién nacidos), dando cuenta de una inserción precaria. Además, la edad a la que se tiene el primer hijo no es inocua en los desempeños sociales de las personas. Para las mujeres, tener un hijo al inicio de la juventud, implica asumir roles en función del estatus asignado a la maternidad. Ello conduce a adoptar responsabilidades propias de la etapa adulta, lo que suele redundar en una entrada precaria a esa etapa, comprometiendo el grado de autonomía y la inserción social (Varela & Fostik, 2011, Casal et al, 2006). En ese sentido, el acceso, la permanencia y la buena inserción en el mercado de trabajo suelen quedar comprometidos, lo que limita el proyecto de vida de las jóvenes, remitiéndolas en muchos casos al ámbito doméstico (Stern & García, 2001). El caso uruguayo es ilustrativo. A los 29 años de edad, las jóvenes que iniciaron la trayectoria reproductiva antes de los 20 años ven comprometido su desempeño social más allá de la maternidad. En materia de educación, el 60% alcanza menos de 9 años de educación, algo más de la tercera parte se encuentran recluidas en las tareas domésticas (no estudian ni trabajan). Aunque la maternidad adolescente no depende únicamente de las carencias en el acceso a métodos modernos de anticoncepción, las diferentes posibilidades de ejercer derechos sexuales y reproductivos también hacen la diferencia a la hora de transitar a la maternidad en uno u otro estrato social. Este modelo de inicio de la maternidad y de inserción en el mercado de trabajo, frecuente en los estratos más bajos, está correlacionado con una menor capacidad de ejercicio de estos derechos. Por otra parte, las mujeres que logran desarrollar un proyecto de vida centrado en la formación e inserción en el mercado de empleo, en puestos calificados, no suelen considerar a la maternidad el centro de la vida. Estas jóvenes en general logran separar la sexualidad de la reproducción y posponer el inicio de la maternidad hacia edades más avanzadas. En los estratos más bajos, ante el peso de desigualdades de género y privaciones de bienestar y reconocimiento más fuertes, la maternidad suele constituirse en el núcleo central de la vida de las mujeres. Allí no es infrecuente que el inicio de la reproducción se produzca a edades adolescentes. (Varela, Pollero & Fostik, 2008; Varela & Lara, 2012). Nada de esto sucede para el caso de los padres. La relación paternidad – ingreso al mercado de trabajo es leve: por un lado, acaso el hijo puede constituir una motivación, en el caso de no haber ingresado a su primer empleo, por otro, la inserción laboral aumenta levemente la probabilidad de ser padre. De todas formas, en los últimos veinte años, no se ha modificado la tendencia según la cual nueve de cada diez varones se convirtieron trabajadores antes de los 20 años. Y solo el 18% de los varones fueron padres antes de esa edad. El rol del varón como proveedor continúa vigente en el imaginario social, lo que lleva cada día más a que los varones tengan capacidad de autosustento antes de convertirse en padres (Fostik, Fernández & Varela, 2013). En el futuro, la preocupación por el cambio de roles, las nuevas formas de la masculinidad y los cambios en la paternidad podrían impulsar nuevos estudios sobre el tema, que compensen el poco interés que hasta el momento ha recabado el tema (Amorín, Carril & Varela, 2006). La interacción maternidad – paternidad – trabajo y las políticas públicas 4 En nuestra región, es limitada la capacidad de los individuos y las familias para hacer frente a este largo y complejo período de la juventud, donde maternidad / paternidad e inserción laboral tienen relaciones tan complejas y desiguales. El tránsito por ese período varía enormemente según los recursos que los jóvenes poseen o a los que pueden acceder a través de lazos formales e informales. Las y los jóvenes de estratos medios y altos pueden disponer de estos recursos de forma privada, pero ¿qué sucede con la apremiante situación de los jóvenes que no cuentan con recursos a su alcance para lograr que la juventud los prepare, como madres / padres y como trabajadores, para el resto de las etapas del curso de vida? En todo caso, los hogares de estratos bajos necesitan el apoyo del Estado para absorber o administrar los riesgos de los primeros años de adultez (Settersen, 2007). Las políticas y los programas sociales pueden incidir en los dos resultados que puede brindar esta etapa: exploración o deriva. Si los jóvenes se ven contenidos en este proceso pueden realizar un proceso de inserción en el mercado de trabajo y de relacionamiento con el recién nacido en el cual exploren sus oportunidades y desafíos, mientras que si se ven desprotegidos por la familia y el Estado se encontrarán “a la deriva”, buscando protegerse de los riesgos sociales más que desarrollando y eligiendo una estrategia consistente de entrada a la vida adulta. Como se dijo, ese momento crítico de acumulación de ventajas y desventajas tendrá un impacto a lo largo de todo el curso de vida (Settersen, 2007). La sociedad en su conjunto está involucrada en estos problemas, que no son “privados” sino caros al interés colectivo y merecen inversión y políticas sociales permanentes. Las políticas, sean específicamente de empleo, género o vivienda, deben apuntar a facilitar la acumulación de recursos de los y las jóvenes en el momento en los años de su vida en que resulta más probable que reciban a su primer hijo y se inserten en el mundo del trabajo. Especialmente, deben apoyar una buena inserción laboral de las jóvenes madres, apoyándolas en la crianza de los niños, de manera de no incentivar el retiro de las mujeres del mercado de trabajo, al tiempo que se destinan recursos para que todos los menores dependientes puedan vivir en buenas condiciones el desarrollo de sus primeros años de vida. Las medidas más eficientes, según la evidencia acumulada, no son las de apoyo financiero, tales como el “cheque bebé” español (una transferencia única y universal al momento del nacimiento) sino la creación de una matriz de protección que incluya medidas de licencias, condiciones laborales flexibles y provisión de cuidados infantiles. Por cierto, es una política a más largo plazo, problemática y compleja, pero posiblemente resulte un camino más eficiente para lograr un “ambiente favorable” a una fecundidad y crianza satisfactorias, al tiempo que se logra una favorable inserción laboral en el marco de la corresponsabilidad entre las personas y el Estado en la crianza de los menores en tanto miembros dependientes del hogar. Uno de los motivos para preferir un entramado de cuidados y licencias en el marco de la corresponsabilidad en lugar de las transferencias económicas, entonces, es no incentivar el retiro de las mujeres del mercado de trabajo. Para eso, existen medidas que no requieren financiamiento, como la facilitación de una licencia temporal o reducción horaria no remunerada durante un tiempo determinado (por ejemplo, el recorte de la jornada completa a media jornada de trabajo) para aquellas madres o padres que elijan dedicar tiempo a la crianza de sus hijos. Si bien se trata de una reducción de los ingresos y, por tanto, puede traer consigo cierta inequidad puede mejorar la capacidad de algunos padres de brindar cuidados de calidad a sus hijos. En términos legales, la prevención fundamental es garantizar que no existan sanciones de los empleadores. Es decir, que la carrera laboral de quien elija tomar estas licencias no se vea perjudicada. ¿Qué medidas existen en América Latina? En América Latina las licencias a la maternidad, por ejemplo, existen en prácticamente la 5 totalidad de los países. En el marco de OIT, el Convenio 183 establece una licencia de un mínimo de 14 semanas, considerando una licencia postnatal obligatoria de seis semanas, para evitar que las mujeres sean presionadas a volver a su puesto de trabajo. Las prestaciones pecuniarias y médicas, también sancionadas por el Convenio, garantizan que durante esa licencia la madre y su hijo puedan mantener un nivel de vida y un estado de salud apropiados (OIT, 2009b). El derecho a la lactancia y la protección del empleo (prohibir la realización de un examen de embarazo a una mujer que solicita un empleo, por ejemplo, salvo en condiciones específicas) son asimismo parte del conjunto de medidas sugeridas por los organismos internacionales y gradualmente asumidas por los estados latinoamericanos. De todas maneras estas medidas resultan escasas para evitar las contradicciones y conflictos entre maternidad/paternidad y desempeño laboral. Se hace necesario la creación de una matriz de protección que incluya medidas de licencias más amplias (que abarquen al menos algún año de la primera niñez), provisión de cuidados infantiles y condiciones laborales flexibles. Particularmente esto es fundamental para las mujeres que continúan siendo las que asumen mayoritariamente las tareas de cuidado. Esta matriz de protección deberá también orientarse a que las medidas tengan en cuenta que parte de los tiempos liberados para cuidado de los niños sean, en cierto período, obligatorios para los padres. De esta manera se podrá avanzar hacia una distribución de roles entre mujeres y varones más igualitaria en lo que se refiere a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos. Ello brindará a las mujeres mejores oportunidades para su inserción en la vida pública y a disminuir los conflictos entre maternidad y desempeños laborales. A pesar del conjunto de medidas vigentes en varios países de América Latina, la desigualdad por estratos sociales se refleja también en distintas formas de desprotección para las madres trabajadoras más vulnerables: “Pocos países aseguran una cobertura universal, de manera que muchas categorías de trabajadoras se encuentran total o parcialmente desprotegidas, tales como las trabajadoras domésticas, aquellas que trabajan en empresas pequeñas, las que tienen menos de un año de antigüedad en su empleo, y muchas mujeres que laboran en la agricultura, con empleos ocasionales, temporales, a tiempo parcial, subcontratadas o en sus domicilios. Asimismo, quienes se desempeñan en el sector informal, más de la mitad de las trabajadoras de América Latina y el Caribe se encuentran excluidas de la protección” (OIT, 2009b) El conjunto de medidas de los países de la región (cuadro 1) incluye una considerable variabilidad. Si bien el porcentaje de salario prestado durante la licencia es en la abrumadora mayoría de los países del 100%, en otras dimensiones existen diferencias amplias. Por ejemplo, en la duración de la licencia por maternidad, que va desde las 6 semanas de Antigua y Barbuda a las 18 semanas de la República Bolivariana de Venezuela y Cuba. La fuente de la prestación económica durante la licencia suele ser la Seguridad Social, pero en variedad de países es compartida con el empleador, que complementa las prestaciones encargándose de ellas durante parte del tiempo de la licencia o con un porcentaje del monto. La prohibición del despido es una medida que presenta asimismo variaciones según los países: en algunos casos se trata de una prohibición vigente durante el embarazo, mientras que en otros se prolonga durante un período posterior (toda la licencia maternal, el período de lactancia o alguna cantidad determinada de meses). Finalmente, los países de la región vienen avanzando en cuanto a los espacios para la lactancia, aunque se trata de las medidas más recientes y en las que más queda por avanzar: el formato más habitual es el de conceder dos descansos de 30 minutos durante los meses siguientes al nacimiento. 6 Cuadro 1. Algunas medidas de conciliación maternidad trabajo en países de América Latina Licencia de maternidad (semanas) Prestación durante la licencia (% del salario) Fuente de la prestación Prohibición de despido (fuero maternal) Horas de lactancia 6 (13 sector publico) 40% / 60% / 100% SS (60% para trabajadoras que han cotizado) y empleador (40% durante 6 semanas) - - Argentina 90 dìas (100 sector público) 100% SS 7,5 meses anteriores y posteriors al parto - Bahamas 12 100% SS y empleador (33,3% del sueldo; totalidad si la trabajadora no tiene cotizaciones al dìa) Embarazo y licencia - Barbados 12 100% SS Embarazo y licencia - Belice 14 80% SS Licencia - Bolivia 90 días 100% SS y empleador/a (10%) Embarazo y un año del nacimiento Descansos de al menos una hora, durante la lactancia Brasil 120 días (prrorogable por 60 días) 100% SS Embarazo y 5 meses del nacimiento 2 descansos de 30 minutos, 6 meses del nacimiento Chile 18 100% SS Embarazo y hasta un año del reintegro al trabajo Descansos de al menos una hora, 2 años del nacimiento Colombia 12 100% SS Embarazo y 3 meses del nacimiento 2 descansos de 30 minutos, 6 meses del nacimiento Costa Rica 4 meses 100% SS y empleador (50%; totalidad si la trabajadora no tiene cotizaciones al día) Embarazo y 3 meses del nacimiento Descanso de 1 hora en total Cuba 18 100% SS Licencia Una hora diaria, hasta 1 año del nacimiento Dominica 12 60% SS y empleador N/I N/I Ecuador 12 100% SS y empleador (25%; totalidad si la trabajadora no ha cotizado) 2 semanas anteriores y 10 posteriores al parto El Salvador 12 75% Empleador Embarazo y licencia Grenada 12 100% SS (65% durante 12 semanas) y empleador (40% durante 2 meses) Embarazo Antigua Barbuda y 2 horas diarios, 1 año del nacimiento Descansos de 1 hora - 7 Licencia de maternidad (semanas) Prestación durante la licencia (% del salario) 84 días 100% SS y empleador/a (un tercio, totalidad si la trabajadora no tiene cotizaciones al día) Embarazo y lactancia 2 descansos de 30 minutos o reducción de 1 hora, 10 meses del término de la licencia Guyana 13 70% SS - N/I Haití 12 100% (durante 6 semanas) SS Embarazo y lactancia N/I Honduras 10 100% SS y empleador (diferencia subsidio – salario; totalidad si la trabajadora no tiene cotizaciones al día) Embarazo y lactancia (3 meses) 2 descansos de 30 minutos, 6 meses del nacimiento Jamaica 12 100% (durante 8 semamas) Empleador; SS en caso de trabajadoas domésticas (sueldo mínimo) Embarazo y licencia N/I México 12 100% SS (empleador si la trabajadora no ha cotizado) - 2 descansos de 30 minutos Nicaragua 12 100% SS Embarazo y licencia 15 minutos cada 3 horas Panamá 14 100% SS y empleador (diferencia subsidio – salario; totalidad si la trabajadora no tiene cotizaciones al día) Embarazo 15 minutos cada 3 horas o 2 descansos de 30 minutos Paraguay 12 Prestaciones suficientes (50%) SS; empleador si la trabajadora no tiene cotizaciones al día Embarazo y licencia 2 descanos de 30 minutos Perú 13 100% SS Embarazo y 90 días 1 hora diaria, 6 meses R.B.de Venezuela 18 100% SS Embarazo y 1 año del nacimiento 2 descansos de 30 minutos, 9 meses R. Dominicana 12 100% SS y empleador 50% Embarazo y 6 meses - Santa Lucía 13 65% SS o empleador N/I N/I Trinidad Tobago 13 100% Empleador: 1 mes 100%, 2 meses 50%. SS: porcentaje dependiente del nivel salarial Sí - 12 100% SS Período no especificado por ley (jurisprudencia: embarazo y 6 meses a partir del reintegro) 2 descansos de 30 minutos; reducción de horario a la mitad en el sector público Guatemala y Uruguay Fuente: OIT 2009b (SS = Seguridad Social) Fuente de la prestación Prohibición de despido (fuero maternal) Horas de lactancia 8 Por otra parte, no es extraño encontrar en variedad de países latinoamericanos instancias de incumplimiento de la legislación vigente. La discriminación de las madres primerizas en el mundo del trabajo, constituye una ilegalidad y profundiza las tendencias que se mencionaban más arriba: inserción frágil e inestable de las mujeres en el mercado de trabajo, profundización de los roles tradicionales de género y la consiguiente desigualdad de oportunidades de desarrollo personal, vulnerabilidad de los niños de los estratos bajos. Además, a nivel macrosocial, el desaprovechamiento de gran parte de la fuerza de trabajo con que cuentan los países: las mujeres adultas jóvenes. De todas maneras, la participación de las mujeres latinoamericanas en el mercado laboral es relevante. Si bien alcanza solo a dos tercios de los hombres, son de más de 100 millones de mujeres (cinco de cada diez), que están insertas en el mundo del trabajo. Si solo tomamos en cuenta a las mujeres entre 20 y 40 años, se trata de siete de cada diez (OIT 2009a). Los datos relevados por la OIT señalan que, en promedio, ellas ocupan los trabajos más precarios, menos remunerados y más vulnerables. Dado que esta salida al mercado de trabajo no está acompañada por una transformación igual de radical en el uso del tiempo y la responsabilidad con las tareas de reproducción doméstica (entre las cuales la maternidad es acaso la más importante), el cumplimiento efectivo de medidas como las señaladas y la aparición de nuevas medidas es clave para la restructuración de la matriz de bienestar social. La igualdad de oportunidades y derechos está amenazada en tanto las latinoamericanas se vean incentivadas a estar fuera del mercado laboral o profundicen su inserción en empleos informales o inestables por las dificultades a la hora conciliar maternidad y trabajo. Bibliografía Arnett, J. (2000) Emerging adulthood: A theory of development from the late teens through the twenties. American Psychologist, Vol. 55. No. 5,469-480. 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