Goya, su sordera y su tiempo

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Acta Otorrinolaringol Esp 2005; 56: 122-131
HISTORIA ORL
Goya, su sordera y su tiempo
H. Vallés Varela
Servicio de Otorrinolaringología. Hospital Clínico de Zaragoza. Facultad de Medicina. Universidad de Zaragoza.
Resumen: Hemos realizado una revisión bibliográfica de las
obras más representativas de la otología del final del siglo
XVIII y principios del siglo XIX. Se plantean diferentes hipótesis sobre el diagnóstico y el tratamiento de la sordera
de Francisco de Goya en base a los avances otológicos de
su época.
Palabras clave: Sordera. Goya.
Goya, his deafness and his time
Abstract: We have made a bibliographyc review of the
most important otology books from the end of the XVIII to
the begining of the XIX century. We propose several hipothesis of the diagnoses and treatment of Goya´s deafness in
relation to the contemporary otological advances.
Key words: Deafness. Goya.
INTRODUCCIÓN Y ANTECEDENTES
HISTÓRICOS
Francisco de Goya y Lucientes
Francisco de Goya nació el 30 de marzo de 1746 en
Fuendetodos, aldea próxima a Zaragoza que, entonces, contaría con unos trescientos habitantes.
A los catorce años ingresó, como aprendiz, en el taller
del pintor zaragozano José Luzán que, según el propio Goya, le enseñó "los principios del dibujo, haciéndome copiar las
mejores estampas que tenía...". Se inició, así, una vida profesional azarosa y, en sus primeros años, poco reconocida,
hasta que en 1775 empezó a trabajar en la Real Fábrica de
Tapices. En 1780 ingresó en la Academia de San Fernando.
En 1785 fue nombrado Subdirector de Pintura de la Academia, y Pintor del Rey, al año siguiente. En junio de 1789 fue
designado Pintor de Cámara por Carlos IV.
En noviembre de 1792 enferma gravemente en Sevilla.
El cuadro clínico es complejo. Goya sufre vértigos, acúfenos
Correspondencia: Héctor Vallés Varela
Paseo de Sagasta, 40 - 3º G
50006 Zaragoza
Fecha de recepción: 16-9-2004
Fecha de aceptación: 24-1-2005
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e hipoacusia. Se encuentra en un estado estuporoso, con
alucinaciones y delirios. Parece ser que, como consecuencia
de todo ello, desarrolla una depresión. Su aspecto general
se deteriora profundamente y adelgaza de forma llamativa.
El 17 de enero de 1793 escribe a su amigo Zapater y le comunica que está "enfermo, en cama, desde hace dos meses en la
ciudad de Sevilla". Zapater, en su respuesta, hace alusión a
su "poca cabeza", refiriéndose, quizás, a que pudiera padecer
una enfermedad venérea, pues era de sobra conocida la
promiscuidad del pintor. Meses después se traslada a Cádiz, a casa de su amigo Sebastián Fernández, en donde se
recupera lentamente de su padecimiento. En marzo de ese
año, Sebastián Martínez escribe a Zapater: "... que nuestro
Goya sigue con lentitud, aunque algo repuesto. Tengo confianza
en la estación y que los baños de Trillo, que tomará a su tiempo,
lo restablezcan. El ruido en la cabeza y la sordera en nada han cedido, pero está mucho mejor de la vista y no tiene la turbación
que tenía, que le hacía perder el equilibrio...".
Su convalecencia se prolonga hasta abril de 1793, fecha
en la que puede regresar a Madrid. Como secuela de su
proceso queda profundamente sordo. Según escribió "ni sus
ruidos en la cabeza ni su sordera han mejorado".
Además de su anacusia, pudieron existir otras muchas
secuelas que la historia no ha recogido con precisión.
La naturaleza de su proceso patológico es, hasta ahora,
una incógnita, si bien se han contemplado hipótesis muy
diversas.
Joseph Guichard Du Verney
Nació en Feurs (Loira), en 1648. Hijo de médico, realizó
sus estudios de Medicina en Avignon. Más tarde se trasladó
a París, donde adquirió renombre como anatomista. En realidad, nunca llegó a ejercer la Medicina. No obstante, su
prestigio como anatómico e investigador fue extraordinario.
Ingresó en l'Académie Royale des Sciences y, más tarde, fue nombrado profesor de anatomía del Delfín. Obtuvo
la Cátedra de Anatomía del Jardin-du-Roi, lugar en el que
desarrolló un brillante trabajo. Su obra, el Traité de l'organe
de l'ouie, contenant la structure, les usages & les maladies de
toutes les parties de l'oreille, editado en 1683, se considera el
primer texto sobre Otología (Figura 1). Además, se valoró
como una referencia obligada para cualquier médico que
quisiera tratar la patología del oído. Casi con toda seguridad, los médicos que atendieron a Goya encontrarían en la
obra de Du Verney la clave para sus tratamientos.
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LA SORDERA DE FRANCISCO DE GOYA
Figura 2. La obra de Juan Naval. Es el primer tratado de la Otología española.
Figura 1. La célebre obra de Du Verney, que se considera el primer libro de
otología publicado en la historia.
Juan Naval
Tuvo una proyección histórica menor que Francisco de
Goya. Su biografía es prácticamente desconocida. Debió de
nacer en la segunda mitad del siglo XVIII. Su apellido sugiere que pueda ser originario de Naval, pequeño pueblo
de la provincia de Huesca y, quizás, estudiara en aquella
Universidad. En cualquier caso, llegó a ser Médico de Familia del rey Carlos IV, cargo de cierto rango que le permitía asistir a familiares no directos del monarca y a servidores del mismo.
Además de a la Medicina, se dedicó también a la Cirugía. En la práctica de esta última, buscó una cierta especialización. Entendió, seguramente inspirado por el ambiente
de la Ilustración, que la Cirugía debía de practicarse con la
misma categoría que la Medicina, y ejercerse con un cierto
grado de profundidad, a diferencia de los "cirujanos roman-
cistas" a quienes, por otra parte, pretende ilustrar en su
obra "de muchos medicamentos necesarios para el oído."
Eligió, que se conozca, tres especialidades para su ejercicio quirúrgico: la Otología, la Oftalmología y la Urología.
En su formación otológica, según sugiere la lectura de
su obra, se inspiró en los trabajos de Gorter, Du Verney,
Valsalva, Lieutaud, Leschevin y Le Cat. Además, lógicamente, leería a los anatomistas y fisiologistas clásicos, tales
como Vesalio, Fabricio y Eustachio, entre otros, a quienes
cita con frecuencia.
Debió de ejercer la Otología con destreza y maestría, si
bien en su obra existen pocas observaciones personales. Escribió su "Tratado Físico-Médico Quirúrgico de las Enfermedades de los Oídos", editado en la Imprenta Real en 1797 (Figura 2). Este libro, injustamente desconocido, constituye uno
de los mejores textos sobre procesos otológicos en la literatura médico-quirúrgica de la España del siglo XVIII. En ese
sentido, hay que considerar a Juan Naval el primer autor
de la Otología española.
Durante ese periodo, la Otología y la Oftalmología se
solían ejercer de manera simultánea. Por ello, Juan Naval
practicó también esta última especialidad y escribió en 1796
el famoso Tratado de la Ophtalmia y sus Especies.
Por último, seguramente impulsado por su espíritu en-
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H. VALLÉS VARELA
ciclopedista, se dedicó también a la Urología y escribió su
Tratado Médico-Quirúrgico de las Enfermedades de las Vías de la
Orina, en 1799. Se trata de un texto exhaustivo sobre patología urológica, que fue el único tratado de Urología que se
había escrito en España, desde la obra de Francisco Díaz, en
1588.
En 1793, Goya llega, enfermo, a Madrid. Tiene entonces 59 años. Padece, además de su anacusia y sus acúfenos,
posiblemente trastornos visuales y, quizás, una enfermedad
venérea.
Juan Naval, en ese momento, es Médico de la Familia
Real en la Corte de Felipe IV. Era el único o uno de los más
destacados especialistas en Otología, Oftalmología y Urología de su tiempo. No es aventurado pensar que, en uno u
otro momento, atendiera a D. Francisco de Goya quien, como prerrogativa de su cargo de Pintor de Cámara tenía,
además, derecho a su asistencia.
En cualquier caso, el pensamiento de este autor nos
permite conocer, con toda precisión, la Otología de finales
del siglo XVIII.
Jean Marc Gaspard Itard
Nació el 24 de abril de 1774 en Oraison, en el valle de
la Durance. Fue médico y cirujano de la Marina. Después
siguió en Tolon los cursos de Larrey. En 1796 se trasladó a
París, siendo nombrado, por concurso, cirujano de hospital
de Val-de-Grace. En París se relacionó con el l´Abbé Sicard,
director del Instituto Imperial de Sordomudos, donde empezó a trabajar más tarde. Fue nombrado Jefe Médico del
Instituto en 1800. Adquirió un renombre extraordinario por
la educación de un muchacho mudo, de doce años de edad,
que fue encontrado, en estado casi salvaje, por unos cazadores en los bosques de Lacaune. Se trataba de Víctor, el niño salvaje de Aveyron.
Publicó su tratado Traité des maladies de l'oreille et de
l'audition, en 1821 (Figura 3). Este libro se considera el primer tratado sobre la moderna otología.
Desde el año 1800, hasta la muerte de D. Francisco fue
uno de los otólogos más celebres de Europa.
Si bien coincidió con el pintor en París, en 1824, no
existe evidencia alguna de que atendiera a Goya. No obstante, su célebre tratado representa el pensamiento de la
Otología ilustrada. En sus páginas podemos encontrar las
pautas de tratamiento que, con toda seguridad, seguiría
Goya para su oído durante el último tercio de su vida.
MATERIAL Y MÉTODOS
Hemos realizado una revisión bibliográfica de los conocimientos otológicos durante el periodo histórico que
comprende la vida de D. Francisco de Goya y Lucientes.
Para ello, hemos consultado, fundamentalmente, los
textos de medicina depositados en la Biblioteca de la Facultad de Medicina de Zaragoza, así como otros más procedentes de diversas colecciones privadas.
En todos los casos hemos revisado, con absoluto rigor,
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Figura 3. La obra de Itard se considera el primer tratado de la Otología moderna.
ediciones originales de las que hemos tomado, directamente, las citas bibliográficas y las imágenes ofrecidas.
Con todo ello, hemos supuesto cuáles fueron los aspectos más importantes del diagnóstico y del tratamiento
de la sordera del pintor.
RESULTADOS
El diagnóstico otológico a finales del siglo XVIII
La otoscopia de D. Francisco
La historia de la otoscopia ha sido, desde siempre, un
capítulo controvertido en nuestra especialidad. Se supone
que el primer otoscopio fue similar al actual rinoscopio y
descrito, por primera vez, por Guy de Chauliac (1300?1368)1. Se supone, también, que el actual espéculo auricular
procede de la Europa central y fue diseñado durante el siglo XIX. No obstante, ya los romanos habían desarrollado
una Otología de gran nivel científico y, según descubrimiento personal, disponían de espéculos, similares a los actuales, esmeradamente elaborados y con diversos tamaños
para permitir una adecuada exploración y un tratamiento
especializado del oído (Figura 4). Asimismo, contaban con
una gran variedad de pequeño instrumental otológico2, tal
y como puede contemplarse en museos como el Museo Histórico de Nápoles, el British Museum, etc.
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LA SORDERA DE FRANCISCO DE GOYA
Figura 4. Otoscopio romano realizado en bronce. Apréciese el cuidadoso diseño
del extremo distal.
Figura 6. Cucharita de oído romana.
Figura 5. Ganchito de cuerpos extraños romano. La porción distal está
concebida para evitar la lesión de la piel del conducto.
A pesar, pues, de que se conocían los otoscopios, la
mayor parte de médicos y cirujanos, a finales del siglo
XVIII, tan sólo utilizaban la luz del sol. Juan Naval recomienda examinar el oído "exponiendo la oreja a la luz del sol
y, en esta situación, situarse, el Cirujano, frente por frente del
conducto auditivo, levantando, con una mano la oreja externa"3.
Así debieron examinar a D. Francisco de Goya.
El uso de otoscopios de una u otra clase y la utilización de la luz de gas, disponible para el alumbrado en
aquellos tiempos, no eran comunes y hay que pensar que
no fueran considerados necesarios.
Quizás, en el conducto auditivo del pintor existieran,
como es habitual, pequeños detritus que pudieron ser extraídos mediante diversos ingenios. Naval recomienda, si el
contenido del conducto es líquido, aspirarlo "con una paja,
con una xeringuilla, o con unas hilas". Por el contrario, si el
contenido del conducto era sólido, se utilizaba instrumental
específico:
Los romanos contaban, ya entonces, con nuestro "gan-
chito" de cuerpos extraños, al que dotaron de una curiosa
forma anatómica, en su extremo final, para evitar herir la
piel del conducto (Figura 5).
Du Verney4 utillizaba, además, la cureta (Figura 6), el
tirabuzón o la tenácula (las actuales pincitas, tal como se
muestra en la Figura 7). Naval, además, cita el "mondaorejas", "el garabatillo" (nuestra actual torunda) y "el corchete".
Pero, para asegurarse de que no existiera ninguna obstrucción, Juan Naval recomendaba, tras la extracción: "tomar un
reloj pequeño de repetición, ponerle en la boca del sordo y hacerle dar
las horas. Si oye aquel sonido, su sordera procede, seguramente, de un
embarazo exterior, el cual siempre se puede remediar en parte".
Hay que pensar, pues, que esta exploración "de certeza" se pudiera realizar con Goya.
Permeable el conducto auditivo externo, el médico que
atendiera a D. Francisco examinaría su tímpano: la membrana timpánica, como hallazgo anatómico, era conocida
desde la más remota antigüedad y, a finales del siglo XVIII,
se valoraba ya con una gran exactitud: Se comprobaba que
no existiera ninguna "otorrhea, saniosidad o sangre" y, tras
ello, se valoraba la "membrana del tambor" distinguiendo,
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H. VALLÉS VARELA
Figura 7. Pinzas de oído romanas.
con especial atención, la "relajación del tímpano, su excesiva
tensión, su endurecimiento, su ruptura o la existencia de una caries de la caja del tímpano", ya que muchas de las hipoacusias
se atribuían entonces a estos conceptos4.
Naval y sus coetáneos utilizaban ya el concepto de otitis serosa y, en su tratado, la describe con toda exactitud,
diferenciándola de otras otitis medias como la "verminosa"
(o por insectos), de la otitis "intrusial" (la producida por
cuerpos extraños introducidos en el oído medio) y de la otitis "a lapso" (la secundaria a un traumatismo).
En el caso de D. Francisco, ambos tímpanos pudieron
estar normales, ya que su biografía no recoge antecedente
alguno de padecimientos a ese nivel.
El diagnóstico funcional auditivo de Goya
Juan Naval manejaba con precisión los conceptos de
"disecoia", de "paracusis" y de "cofosis".
Define la disecoia como "la percepción oscura de las cosas
sonoras, pues los rayos sonoros no pueden alcanzar el laberinto
aunque se encuentre bien constituido, por lo que el sonido es débil
y oscuro." Se trata pues de un término que engloba a las actuales hipoacusias de transmisión.
La paracusis la define como "la dificultad de entender las
palabras articuladas" y, dentro de ella, distingue la "Baryocoia,
la Oxyocoia, la duplicada y la Willisiana". La paracusis Baryocoia corresponde a un trastorno de inteligibilidad de los
"sonidos agudos y fuertes", mientras que se entienden mejor los débiles, concepto próximo a nuestro "reclutamiento";
la Oxyocoia es nuestra hiperacusia o algiacusia; la duplicada hace referencia a nuestra diploacusia; y la Willisiana5 corresponde, exactamente, a nuestro concepto actual de paracusia de Willis. Este autor la había descrito en 1664 y, en la
época de nuestros personajes, se exploraba hablando al paciente mientras que, de forma simultánea, se tañía una campana.
No existe constancia de si Goya sufriera alguna de estas distorsiones de la sensación auditiva, pero, con toda seguridad, que el médico que le atendiera le exploró en este
sentido, utilizando para ello distintos estímulos. Así, Naval
sugiere que se utilicen "sílabas", "palabras que se pronuncien
en alta voz", "voces sumisas y graves", "los sonidos agudos o
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graves de una flauta", y "las campanas de una torre" en el caso
de la paracusia de Willis.
Para Juan Naval, la cofosis es la "imposibilidad de oir los
sonidos débiles que son perceptibles a todos los demás hombres".
Francisco de Goya padeció, pues, una cofosis según los términos de la época.
Descartados los padecimientos del conducto y de la
caja del tambor, la causa de su cofosis sólo podía estar producida por una enfermedad del nervio auditivo "cuyas terminaciones se extendían por todo el laberinto".
Du Verney había postulado, años antes, que "las enfermedades del nervio auditivo son la obstrucción y la compresión".
La obstrucción del nervio se producía en aquellas situaciones en las que el cerebro se congestionaba, en las apoplejías
y en las parálisis. La compresión, en los tumores del cerebro.
Pero los médicos españoles de finales del siglo XVIII
tenían una formación otológica mucho más sólida y distinguían situaciones fisiopatológicas muy próximas a las actuales, tales como el infarto de los vasos acústicos, la parálisis de los nervios acústicos, la hemorragia de los vasos de
los nervios del oído, etc.
Juan Naval describe, en su obra, las diversas formas
clínicas de cofosis. De entre ellas, las que pudieron ser barajadas dentro del diagnóstico diferencial de la sordera de
Goya son:
La "cofosis mercurial, en aquellos casos en los que, con el
uso del mercurio, se pierde el oído".
La "cofosis venérea, en la que gálico inveterado ataca al oído".
Y la "cofosis pletórica, propia de personas de vida sedentaria
y regalada mesa, por llenura de los vasos sanguíneos de la oreja
interna".
Esas tres debieron de ser las posibilidades diagnósticas
más plausibles de la sordera de Francisco de Goya, a la luz
de los conocimientos otológicos de 1793.
En la actualidad, desconocemos cuál de estas tres posibilidades se consideró como la más probable. Pero, en el caso de D. Francisco, el cuadro clínico era mucho más complejo ya que, además de su profunda sordera, se quejaba de
sus intensos acúfenos.
Durante el siglo XVIII, los ruidos del oído se interpretaban como consecuencia de estímulos anormales de las
terminaciones del nervio auditivo producidos por enfermedades muy diversas, tales como las calenturas nerviosas,
las enfermedades venéreas, el desmayo, la plétora, el delirio, el frenesí, la epilepsia, el síncope, el paroxismo y el
vértigo.
Los ruidos podían ser graves o agudos: "Si las terminaciones nerviosas estaban en estado de relaxación, el ruido es bronco, pero si los nervios están en estado de tensión, los ruidos son
como repiques o silbos"3.
Por último, el vértigo que inicialmente padeció Goya
se entendía como entidad independiente, de origen central,
producida por el movimiento circular de los espíritus cerebrales, y sin que en ese momento histórico se llegase a relacionar, todavía, con el laberinto.
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LA SORDERA DE FRANCISCO DE GOYA
La coexistencia de los ruidos y del vértigo debieron de
resultar reveladores desde el punto de vista diagnóstico:
Naval señala que la sordera puede presentarse acompañada
de otros síntomas, "lo que da mucha luz para descubrir la causa
de la enfermedad, v.g., cuando, al mismo tiempo hay zumbido o
susurro…o pueda andar acompañada de vértigos".
Y esa debió de ser la conclusión diagnóstica, según los
conocimientos de la época: una parálisis de los nervios de
los oídos, de causa oscura –pletórica, luética o tóxica–, responsable de la sordera que, a su vez, había excitado las terminaciones de los nervios auditivos, –lo que había producido sus ruidos–, y justificado sus giros de cabeza, por el
daño de los espíritus cerebrales.
El tratamiento de la hipoacusia, los acúfenos y los vértigos
a finales del siglo XVIII
El tratamiento clásico
Desconocemos qué médico o médicos pudieron tratar
a Goya en el invierno de 1792. Hay que pensar que, alejado
del ambiente ilustrado y renovador de la corte real, fuera
tratado por médicos al uso. Seguramente, los médicos que
le atendieran en Sevilla y Cádiz se acogerían a los conocimientos clásicos sobre la terapéutica del oído, y a la práctica más ortodoxa, en ese momento histórico. Los médicos
del siglo XVIII estudiaban a los clásicos, casi de forma exclusiva, y practicaban sus enseñanzas de la manera menos
innovadora posible:
Dioscorides, para tratar la sordera, recomienda jugo de
cebolla instilado en el conducto; enebro negro introducido
en el oído externo y dejado allí durante tres días; o humo
de azufre insuflado en el oído externo.
Felipe Borbón indica que la sordera se tratará con "Azeyte de tabaco exprimido dentro de la oreja, tibio. Tambien es bueno
aplicar, sobre el oydo, el pan caliente, empapado en Aguardiente".
Este autor, en las sorderas que no han curado por otros medios, propone "el cauterio, que aplicado a la raiz de la oreja es un
poderoso remedio para derribar el humor que induce la sordera"6.
El célebre Lemery, en 1715, para tratar la sordera recomienda Azeyte de ladrillos, azeyte de papel, Agua ardiente, Espiritu de vino, Agua de la Reina de Ungria y Azeyte negro de Tártaro7.
Du Verney, para la obstrucción de los nervios recomendaba las purgaciones frecuentes, los vomitivos, los sudoríficos, los baños, los masticatorios y los estornutatorios.
Mattioli, para tratar los "ruidos de las orejas", aconseja
también substancias instiladas en el conducto auditivo externo. Así, recomienda instilar licor de cedro, jugo de granos de laurel macerados en vino viejo, licor de higos secos
macerados con mostaza, hiel de toro, miel, jugo de puerro
con incienso, vinagre y leche, jugo de cebollas, el vapor del
vinagre caliente, etc.8.
Felipe Borbón, escribe "los zumbidos del oydo, cuando se
originan de vapores de los humores crudos de la cabesa, se curaran aplicando dentro de la oreja el zumo de la cebolla cocida en
Aguardiente".
Dioscorides, para tratar los "giros de cabeza", recomienda el peucédano, macerado en vinagre y aplicado sobre la
cabeza; aspirar el humo del gálbano quemado; los pámpanos de la viña cocidos y comidos; y la ingestión de un dracma de raíz de vid blanca, todos los días, durante un año9.
Mattioli, para tratar "il vertigine", recomienda beber
abundante agua de canela destilada; momia macerada en
agua de mejorana, introducida en la nariz; los caracoles enteros, macerados en vinagre y bebidos; el extracto de la raíz
de escorzonera; las flores de pimienta confitadas en azúcar
y comidas, frecuentemente; cinco granos de valeriana, comidos todos los días; el agarico bebido; la infusión de salvia bebida; el cocimiento de salvia, aplicada muy caliente
en la cabeza; la flor de salvia confitada e ingerida con frecuencia; y el cocimiento de romero.
Felipe Borbón para tratar el vértigo indica la sangría,
la purga, los masticatorios, los vexicatorios aplicados sobre
las espaldas y los cauterios aplicados sobre la parte posterior del cerebro.
Todas estas terapias y otras, más heterodoxas, fueron
utilizadas a lo largo del siglo XVIII para tratar la hipoacusia, los acúfenos y los vértigos y, con toda seguridad, en algún momento fueron ensayadas con D. Francisco.
El tratamiento ilustrado
A finales del siglo XVIII todavía no se había iniciado la
moderna otología. Si bien, en 1806, Saunders editó en Londres su libro "The anatomy of the human ear", obra de una
otología más avanzada, no es hasta el año 1821 en que Itard
(1774-1838) publicó su célebre "Traite des maladies de l'oreille
et de l'audition" que, como hemos señalado, se considera el
primer tratado sobre otología moderna.
D. Francisco de Goya, que murió en 1828, conoció
pues los avances de la otología y, con toda seguridad, ensayó alguno de sus remedios.
De hecho, en 1824, pidió licencia al Rey para marchar
a Francia a tomar las aguas en el balneario de Plombières,
donde viajó en junio. En julio se desplazó hasta París, lugar
en el que residió por un corto periodo de tiempo. Si bien,
en ese momento en París, Jean Itard ocupaba desde 1800 el
cargo de Médico Jefe del Institut de Jeunes Sourds y gozaba
de un extraordinario prestigio en el campo del tratamiento
de la sordera, no hay ninguna evidencia de que Goya, a sus
78 años, visitara al gran otólogo francés. Por otra parte, la
revisión de las observaciones que Itard realizó a lo largo de
su carrera y que han quedado reflejadas en su obra, tampoco arrojan luz sobre este extremo.
En cualquier caso, las obras de Juan Naval de 1797 y
de Jean Itard de 1821 nos narran con exactitud las terapias
que pudo seguir Goya a principios del siglo XIX.
Juan Naval, para el tratamiento de la cofosis, recomienda como terapias genéricas la sangría, los drásticos o
astringentes, en vez de los purgantes, los diaforéticos, los
salivantes, las gárgaras, los "enxuagatorios" estimulantes,
los masticatorios y el humo del tabaco fumado en pipa.
No obstante, para el tratamiento concreto de la cofosis
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H. VALLÉS VARELA
recomienda los tratamientos "acústicos" y, si ésta hubiera estado producida por la parálisis de los nervios de los oídos,
indica los tratamientos llamados "nervinos".
Por ello, hay que pensar que a D. Francisco pudieron
tratarle con píldoras de cicuta, masajes cefálicos de árnica y
vino de uvas.
Además de estos tratamientos, este mismo autor recomienda el vapor de azufre introducido en el oído, la cebolla asada con manteca y aplicada en el oído, las cataplasmas de habas cocidas, el humo de la sabina insuflado en el
conducto, el algodón impregnado de zumo de ajo, e introducido en el oído, durante todo un día, el ámbar y el almizcle introducidos en el oído, y la orina de los animales,
aplicada en el interior del oído. Estos tratamientos locales
se aplicaban calientes a razón de 2 ó 3 gotas en cada instilación.
Además, se utilizaban composiciones específicas, tales
como el Agua Acústica del Dispensatorio Vienense (Vienés), y
el Licor Acústico de Prevocio.
Juan Naval, en su obra, aconseja también las cantáridas aplicadas detrás de la oreja.
Junto con estos tratamientos médicos, se aconsejaba la
crenoterapia sulfurosa; de hecho, D. Francisco, como ya hemos comentado, realizó una estancia en el Balneario de
Plombières-les-Bains, de aguas sulfurosas, en 1824.
Ya hemos señalado que es muy improbable que Jean
Itard examinara a D. Francisco pero, de la lectura de su
obra, podemos deducir que, en ese hipotético caso, el célebre otólogo hubiera diagnosticado una parálisis esencial o,
quizás, apopléctica de los nervios acústicos, y hubiera recomendado, como tratamiento estimulante de la audición, la
instilación en el conducto de extracto de ruda, de ajo, de
menta, de ruibarbo, de aceite de camomila o de laurel; y la
aplicación sobre el oído de una cebolla cocida sobre
ceniza10.
Itard, además, como estimulante de los nervios paralizados, en vez del cauterio convencional, aplicaba en los alrededores de la oreja un cono de algodón, llamado moxa, a
cuyo extremo prendía fuego, con el objeto de producir una
cauterización profunda de la zona en tratamiento, maniobra
que repetía frecuentemente a lo largo de un tiempo10.
Pero Itard era un innovador y había adquirido gran
experiencia en la terapia del oído a través de la trompa de
Eustaquio. Por ello, para tratar las cofosis utilizaba las vaporizaciones estimulantes de humo de asarabácara, de tabaco, de café torrefactado, de hojas de ruda secas o vaporizaciones de éter, introducidos, mediante su célebre sonda, a
través de la trompa, desde un depósito de su propio
diseño10.
Pero uno de los tratamientos más modernos y acreditados por todos los autores para el tratamiento de la cofosis, en ese momento de la otología, era la electricidad:
En 1754, L' Abbé Nollet escribió su Essai sur l' Electricité des Corps. Desde entonces, la utilización médica de la
electricidad fue cada vez más frecuente y, tras algunas curaciones espectaculares de diversos procesos patológicos, su
prestigio se acrecentó extraordinariamente.
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Durante un tiempo se multiplicaron las curaciones milagrosas de la sordera mediante electricidad tal como publica, entre otros muchos, Bertholon en su tratado "De l´electricite du corps humain dans l´etat de sante et de maladie"11.
Sin embargo, la experiencia posterior de diversos autores como Tirad10, Kramer12 y Triquet13, la calificaron como ineficaz. Aún así, numerosos otólogos como Bonnafont en su
tratado de 186014, continuaron recomendando el tratamiento
eléctrico de la cofosis hasta bien avanzado el siglo XIX.
En cualquier caso, durante el periodo de la historia
que abarca la vida del pintor se utilizó de manera habitual
con grandes expectativas.
No existe ninguna evidencia de que Goya fuera tratado con electroterapia. No obstante, tal y como hemos señalado, en su época este tratamiento se consideró eficaz y definitivo para la cofosis, por lo que muy probablemente
fuera ensayado en D. Francisco.
Si bien se describieron diversos métodos de terapia
eléctrica de la cofosis, habitualmente, el médico de principios del siglo XIX disponía la cabeza del paciente apoyada
en decúbito lateral. Así colocado, se instilaba agua salada
en el interior del conducto auditivo externo del oído tributario de tratamiento. En ese oído, se introducía uno de los
electrodos, situando el otro en el oído opuesto o en una zona próxima de la cabeza. Se hacía, entonces, pasar la corriente hasta que el paciente refería una sensación gustativa
o disestésica en el borde lateral de la lengua, probablemente por estímulo de la cuerda del tímpano. En ese momento
se consideraba alcanzada la intensidad terapéutica, que se
prolongaba durante un tiempo variable, generalmente unos
minutos. Completada la sesión, podía repetirse diariamente
durante unas semanas.
Además de la electricidad, el galvanismo y el magnetismo fueron utilizados también para el tratamiento de la
cofosis con gran predicamento, por lo que puede suponerse
que fueran también ensayados con el pintor.
Las trompas acústicas de la Ilustración
Los elementos materiales de ayuda acústica se conocen
desde la más remota antigüedad: ya en el Secreta Aristotelis
de Alexandro Mágnum, de la Biblioteca del Vaticano, se describe un cuerno circular, de dos codos de diámetro, mediante el cual el rey podía hacerse oir por sus tropas "a la distancia de cien estadios".
De forma tradicional y empírica, se utilizaron "instrumentos amplificadores" en madera, metal, asta y concha,
prácticamente en todas las culturas.
No obstante, durante el siglo XVIII, el célebre Le
Cat15,16 realizó exhaustivos estudios destinados a diseñar diversos modelos de trompas acústicas con una eficacia mejorada. A finales del siglo XVIII, existían trompas acústicas
"científicamente diseñadas" para conseguir los mejores resultados posibles (Figura 8). De hecho Naval, en su tratado,
las recomienda con entusiasmo.
Probablemente, Francisco de Goya ensayara su eficacia
sin resultado alguno, ya que su hipoacusia era de tal mag-
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LA SORDERA DE FRANCISCO DE GOYA
Figura 9. Trompa acústica semejante a las utilizadas por Beethoven y que
pueden contemplarse en el museo de su casa natal de Bonn.
Figura 8. Diseño de trompa acústica realizada por Le Cat en el año 1767.
nitud que no oía ningún sonido.
A diferencia de Goya, el célebre Beethoven (1770-1827)
empezó a utilizar trompas acústicas probablemente a partir
de 1814. A este modelo corresponde la trompa acústica que
se muestra en la figura 9.
Sin embargo, años después Itard, entendiendo su escasa eficacia y el que su diseño había variado poco desde la
antigüedad, propuso innovaciones remarcables. En efecto,
Itard realizó estudios sobre los materiales a utilizar en la
confección de las trompas, indicando que éstas debían de
construirse, preferentemente, de plata, de cobre y de hierro
blanco antes que de madera. Además, Jean Itard diseñó un
original aparato de amplificación de forma elíptica que contenía dos diafragmas –uno de ellos inclinado– (Figuras 10 y
11) a modo de tímpanos artificiales, que gozó de gran prestigio a principios del siglo XIX pues, según el autor, aumentaba la intensidad y la limpieza del sonido.
No sabemos si, en Francia, donde estos "amplificadores" tuvieron gran predicamento, Francisco de Goya probaría uno de estos novedosos aparatos o si, por el contrario,
desengañado de toda ayuda técnica renunció de antemano
a su utilización.
El lenguaje signado de Goya
La cofosis de Francisco de Goya era de tal magnitud
que "se asusta con facilidad por el modo en que la gente irrumpe
en su campo visual como caída del cielo, por el modo en que corre
Figura 10. Diseño de trompa acústica de Itard. Nótese que existen dos pequeñas
membranas que intentan sustituir al tímpano. La cavidad elíptica pretende
potenciar el sonido.
a su alrededor en silencioso torrente, murmura y ríe, se le acerca
subrepticiamente, por detrás, y él siente su aliento en la nuca. Todos parecen burlarse de su vulnerabilidad, excepto los que son
vulnerables: los lisiados, los viejos seniles, y los locos, que lo reconocen y aceptan de inmediato como uno de ellos".
De hecho, su cofosis era tan profunda que le obligó a
presentar la renuncia a la dirección de pintura de la Real
Academia de San Fernando. La Academia acepta su renuncia pues "la sordera tan profunda que, absolutamente, no oye nada, ni aún los mayores ruidos, desgracia que priva a los discípulos de poderle preguntar en su enseñanza".
Goya se encontraba en un estado de aislamiento tal
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H. VALLÉS VARELA
Figura 11. Adaptación clínica del diseño de la trompa de Itard. Obsérvese que,
ya en la Ilustración, se cuidan los aspectos estéticos de la protesización.
que recurrió al lenguaje de los signos, pero ¿quién se lo enseñó?
En este campo, recientemente, los historiadores Ferrerons y Gascón descubren que una de las láminas, interpretada hasta 1998 como un estudio de las manos (Figura 12),
era en realidad una representación gráfica del lenguaje de
los signos utilizado por D. Francisco. La lámina de Goya es
bellísima y representa diferentes letras, pero no todas, y
dispuestas de forma diferente a la tradicional (Figura 12).
Por otra parte, es de sobra conocido que el interés de
Godoy por la sordera del pintor real, le llevó a interesarse
por los problemas de los sordos y, en 1795, promovió la primera aula específica para sordomudos en las Escuelas Pías
de Avapiés, a cargo del religioso escolapio José Fernández
Navarrete, formado en Italia por el jesuita Tommaso Silvestri.
Simultáneamente, Lorenzo Hervás y Panduro publica
su Escuela española de sordomudos o Arte para enseñarles a escribir y hablar el idioma español, donde aparece un Alfabeto
manual para los Sordo-mudos. No obstante, este alfabeto difiere bastante del que pintó Goya en Las cifras de la mano.
De la misma manera, el alfabeto de Goya se diferencia
mucho del que figura en La reducción de las letras y Arte para
enseñar a hablar los mudos, del aragonés Juan de Pablo y Bonet, de 1620.
Todo ello sugiere que Goya, que no se movió ese año
de Madrid, pudo aprender el lenguaje de los signos de la
propia mano de Fernández Navarrete.
En todo caso, el lenguaje signado que aprende Goya es
un lenguaje con innovaciones en relación al de los siglos
precedentes. En efecto, anteriormente los signos alfabéticos
se ejecutaban a la altura de la cintura, mientras que Goya
revela en su lámina que, en ese momento histórico, se ha
cambiado el lugar de ejecución del lenguaje y se ha trasladado "ante el cuello y la parte superior del pecho, para que el interlocutor pueda captar, simultáneamente, la expresión del rostro", tal y como señalan Ferrerons y Gascón.
Desconocemos si estas variaciones fueron impulsa-
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Figura 12. Grabado ejecutado con pluma y tinta sepia en papel ocre, de 24 x 40
cm, firmado y fechado en la esquina inferior derecha con una leyenda: "Goya en
Piedrahita / año de 1812". Inicialmente considerado un estudio sobre las
manos, se trata, en definitiva, de la expresión de un alfabeto signal.
das por el propio pintor o su maestro o representaron
evoluciones sucesivas, justificadas por el propio uso del
lenguaje.
Aislado del mundo del sonido, muere en Burdeos en
1828. Parece que su última frase, que fue relativa a su herencia, la expresó mediante signos.
DISCUSIÓN
La hipoacusia de D. Francisco de Goya continúa siendo, en la actualidad, todo un misterio tanto en sus aspectos
diagnósticos, como terapéuticos.
Mucho se ha especulado, a la luz de los acontecimientos actuales, cuál pudo ser su verdadera causa.
De un tiempo a esta parte, se valora la idea de que Goya padeció el síndrome de Vogt-Koyanagi-Harada, caracterizado por iridociclitis bilateral, uveitis y meningoencefalitis, asociada a vitíligo, alopecia, poliosis y sordera.
Si ello fuera cierto, debió de padecer, pues, además de
sus síntomas otológicos, importantes trastornos oftalmológicos que pudieran explicar diversas particularidades de su
pintura. Por otra parte, los cambios fisiognómicos de los diversos autorretratos del pintor quedarían explicados, también, por esta hipótesis patológica.
No obstante, como argumento en contra de esta suposición, hay que destacar que la hipoacusia de Goya fue, inicialmente, brutal y profunda; y no evolucionó -ni ella ni los
vértigos- en crisis sucesivas, aspectos, todos ellos, que no
encajan dentro de la evolución habitual de síndrome de
Vogt-Koyanagi-Harada.
En otros aspectos, la revisión de la obra y la vida del
pintor permite deducir que no se recuperó nunca de su sordera. Ello contradice algunas corrientes de opinión que
mantienen que Goya recuperó, al menos en parte, su capacidad auditiva tras un tiempo de hipoacusia.
Por otra parte, la obra del pintor permite afirmar hasta
qué punto Goya consolidó el lenguaje signado ya que, en
muchos de sus cuadros, los personajes representados trazan
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LA SORDERA DE FRANCISCO DE GOYA
con la mano letras indicativas de su propio nombre, su condición, el año de ejecución, el autor, etc.
A este respecto, en la lámina de "los signos de la mano",
el pintor no representó todas las letras del alfabeto. Ello
pudiera ser la consecuencia de la falta de rigor, propia de
todo boceto pictórico o, por el contrario, un hecho intencionado.
Si aceptamos esta segunda hipótesis, cabría pensar que
Goya, siempre genial, eligió una serie de letras que conformaran "palabras clave" de su vida. Así, en dicha lámina, podrían leerse: Francisco, Goya, Lucientes, Fuendetodos,
MDCCXLVI. En contra de esta posibilidad, puede argumentarse que, con una serie tan amplia de letras, podrían escribirse, además de las citadas, numerosas palabras más. En
todo caso, ¿es, esta obra, un acróstico que nos envía Goya a
lo largo del tiempo?
CONCLUSIÓN
Tras la revisión bibliográfica realizada, pensamos que
D. Francisco de Goya padeció, según los conocimientos de
la época, una parálisis de los nervios de los oídos, de causa
oscura –pletórica, luética o tóxica–, responsable de la sordera, que, a su vez, había excitado las terminaciones de los
nervios auditivos, – lo que había producido sus ruidos–, y
justificado sus giros de cabeza, por el daño de los espíritus
cerebrales.
Establecido el diagnóstico, debió de someterse, a lo
largo de su vida, a los diferentes tratamientos utilizados,
habitualmente, para estas situaciones patológicas.
Referencias
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Hazer Las Operaciones Mas Usuales En La Medicina, con reflexiones sobre cada operacion, para la instruccion de los que se quieren
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Traducido por el Dr. Andres Laguna. Valencia, 1695.
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santé et de maladie. Ouvrage couronné par l'Académie de Lyon,
dans lequel on traite de l'Electricité de l'Atmosphère, de son influence et des effets sur l'économie animale. A Lyon, chez Bernuset,
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15. Le Cat, Claude Nicolas. Traite des Sensations et des passions en general et de sens en particulier. Edit Paris, Chez Vallat la Chapelle,
1767.
16. Le Cat, Claude Nicolas. La Theorie de l'ouie: Supplement a cet article du Traite des sens. Paris,Vallay- la-Chapelle, 1768.
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