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Huellas
La resonancia de Zaratustra y
el compromiso del escritor*
Por
Rubén Maldonado Ortega**
Una reflexión acerca del oficio de la escritura, la libertad de creación y el papel
del arte en la sociedad contemporánea. Todo esto iluminado por la figura del
Zaratustra nietzscheano que tanto influyó en la concepción de arte de Camus.
¿Qué es un creador?
A esta palabra se le ha querido, con cierta ligereza, restringir su campo de designación, descartándose así la
eventualidad de que alguien pueda ostentar tanta majestad si se ocupa de cuidar los jardines, preparar un
guiso o tejer un abrigo. Se quiere reservar esta designación para oficios menos bastardos, lo que amerita
un examen malicioso.
Creador es todo aquel que re-invierte Eros a la vida1**,
y en buena parte de los casos una dosis de bastardía
constituye su condición iniciática. Confiándose a esta
corazonada, un pensador como Nietzsche, casado con
la idea de sofocar la soberbia de la razón para favorecer un encuentro definitivo del hombre con la voluntad de vivir, ha reclamado de Zaratustra, creador por
*
El autor integró una parte de este escrito a su tesis doctoral,
que fue publicada luego por Ediciones Uninorte con el título
Absurdo y rebelión. Una lectura de la contemporaneidad en la obra
de Albert Camus (2008).
** Filósofo, Universidad Nacional de Colombia.
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excelencia, su descenso de las alturas para arrancar
a los hombres de su hora luctuosa: “Yo os enseño el
superhombre. El hombre es algo que debe ser superado”2.
El recelo con que fuera tomado este obsequio le había
sido advertido tempranamente a Zaratustra por el
santo ermitaño retirado de los hombres por amarlos
demasiado3. Aún la aterradora semblanza del último
hombre4, donada acaso para alertar a oídos que no daban la medida de esa boca5, fue entonces proclamada
herencia bienaventurada: “[...] ¡Danos ese último hombre, Zaratustra, [...] haz de nosotros esos últimos hombres! ¡El superhombre te lo regalamos!”6.
Este desprecio del último hombre, “[...] del hombre
más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí
mismo”7 justificaría toda renuncia, excepto la del creador: Zaratustra ha de llevar su fuego a los valles, puesto que ama a los hombres. Todavía esa alma impasible
y clara como la montaña, descendida para anunciar
que “Todos los seres han creado hasta ahora algo por
encima de ellos mismos.”8, puede imaginar que su desencuentro se corresponde apenas con el desatino de
haberse dirigido a la muchedumbre; poseído por la
voluntad de clarividencia, Zaratustra pudo exultarse
todavía diciéndose:
[...] compañeros de viaje necesito, compañeros vivos,
-no compañeros muertos ni cadáveres, a los cuales
llevo conmigo a donde quiero [...] ¡No hable al pueblo
Zaratustra, sino a compañeros de viaje! ¡Zaratustra
no debe convertirse en pastor y perro de un rebaño!
Para incitar a muchos a apartarse del rebaño -para
eso he venido. Pueblo y rebaño se irritarán contra
mí: ladrón va a ser llamado por los pastores Zaratustra. Digo pastores, pero ellos se llaman a sí mismos
los creyentes de la fe ortodoxa [...] Compañeros en la
creación busca el creador, que escriban nuevos valores en tablas nuevas.
Compañeros busca el creador, y colaboradores en la
creación: pues todo está en él maduro para la cosecha. Pero le faltan las cien hoces. Por ello arranca las
espigas y está enojado.
Compañeros busca el creador, que sepan afilar sus
hoces. Aniquiladores se los llamará, y despreciadores
del bien y del mal. Pero son los cosechadores y los
que celebran fiestas9.
Bajo el título El artista y su tiempo, conferencia pronunciada en el anfiteatro de la Universidad de Upsala el
14 de diciembre de 1957, Albert Camus ha refrendado
este ideal irrenunciable que detenta todo gran artista:
Este ideal de la comunicación universal es, en efecto,
el de todo gran artista. Contrariamente al prejuicio
corriente, si alguien no tiene derecho a la soledad
es precisamente el artista. El arte no puede ser un
monólogo. Cuando el artista solitario y desconocido
invoca a la posteridad, no hace más que reafirmar su
profunda vocación. Juzgando imposible el diálogo
con contemporáneos sordos o distraídos, convoca a
un diálogo más numeroso con las generaciones 10.
Cabe resaltar que, en la versión de Camus, esta comunicación universal habrá de versar sobre la realidad
que todos conocemos, esto es, el mar, las lluvias, la
necesidad, el deseo, la lucha contra la muerte11. Acaso
se trate de la dosis de bastardía adoptada por Camus
para favorecer la lucha contra la abstracción, que él
abanderó. Como lo indicara en su texto aquí reseñado,
vivimos en una sociedad en la que las cosas desapare-
Albert Camus por E. Alonso, 2014.
cen en provecho de los símbolos. Como consecuencia
de ello la pasión ya no está con el hombre:
Una sociedad fundada sobre símbolos es, en su esencia, una sociedad artificial en la que la verdad carnal
del hombre se encuentra mistificada12.
Esta sociedad, que ha hecho de la libertad un uso exclusivo y unilateral, no llegará entonces a reclamar
que el arte sea un instrumento de liberación. Camus
establece una estrecha relación entre esta sociedad
abstracta y ficticia, y la irrupción del llamado arte por
el arte, el cual se haya separado de toda raíz vivificante. No se trata, en todo caso, de minusvalorar una expresión que en el pasado conoció grandes éxitos, sólo
que los tiempos han cambiado. Camus se apropia de
un símil para explicitar su punto de vista. Advierte
sobre lo peligroso de la creación en un siglo que no
perdona nada:
La cuestión, para todos los que no pueden vivir sin el
arte y cuanto significa, es únicamente saber cómo, en
medio de los policías de tantas ideologías, sigue siendo posible la extraña libertad de la creación13.
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Reconoce Camus que en tal situación ni siquiera es
posible guardar silencio, de modo que, quiéralo o no,
el artista se haya embarcado, palabra que adquiere
un sentido más preciso que comprometido, al menos
para la fuerza del símil con que quiere ilustrar:
Todo artista está hoy embarcado en la galera de su
tiempo. Tiene que resignarse a ello, incluso aunque
juzgue que en esta galera huele a arenques, que los
cómitres son en ella verdaderamente numerosos y
que, por añadidura, el viraje no está bien tomado. Estamos en plena mar. El artista, igual que los demás,
tiene a su vez que remar, si puede, sin morir, es decir,
tiene que remar y continuar viviendo y creando14.
Con todo, la soledad del artista, contra la cual es un
imperativo estético luchar, no siempre se haya a la vista. Adquiere formas tan sutiles, que puede manifestarse, ruidosamente, como el evento contrario. La gran
prensa y la radio son los medios eficaces de que se vale
la sociedad mercantil para dar del artista una idea cómoda y simplificada que desaparece su faz esencial:
hoy está cansada o se muestra indiferente no aplaude o silba más que por casualidad16.
Una tal presión social, que no deja adoptar al intelectual una postura inflexible, legitima la ambición de
realismo en el arte, siendo que, en la versión de Camus, nada hay más real que una vida humana. Este
pensamiento constituye el fundamento de su réplica
al realismo socialista y al llamado arte por el arte, estéticas que, aunque enfrentadas, “[...] acaban, sin embargo, por unirse, lejos de la realidad, en una misma
mentira y en la supresión del arte”17.
Se trata, por tanto, venciendo los escrúpulos inherentes a la naturaleza misma de la expresión, de ser realistas. Camus comienza preguntándose si la palabra
realismo tiene un sentido en el arte,18 advirtiendo entonces que la proyección de una ‘película’ realista sólo
es posible en condiciones puramente imaginarias. De
otra parte, la realidad de una vida humana se encuentra en otras vidas generadoras de formas que actúan
como nutrientes de la vida misma:
Millones de hombres tendrán así el sentimiento de
conocer a tal o cual gran artista de nuestro tiempo
porque han sabido por los periódicos que se dedica
a la cría de canarios o que nunca se casa por más de
seis meses. La mayor celebridad hoy consiste en ser
admirado o detestado sin haber sido leído15.
Bajo este respecto no sorprenderá que en una subasta
impregnada de la eficiencia que la mercadotecnia japonesa ha vaciado sobre esta sociedad de los símbolos
abstractos del dinero, un cuadro que Vicent Van Gogh
escasamente alcanzara a canjear por un almuerzo corriente, fuera negociado por ochenta millones de dólares.
Enemigo de los esquemas, Camus volverá a orientarse, al abogar por una creación pletórica de sentido,
por lo que ha denominado «la extraña libertad de la
creación». De allí que, si bien puede verificarse que la
buena creación acaecida en la Europa de los siglos XIX
y XX prosperó en abierta confrontación con lo establecido, también deviene ficticia y estéril la pretensión de
buscarse un lugar en el arte por el solo hecho de hacer
oposición a la sociedad.
Es así —nos dirá Camus— como muchos de nuestros
artistas aspiran a ser malditos, tienen mala conciencia a causa de no serlo, y desean, al mismo tiempo, el
aplauso y el silbido. Naturalmente, la sociedad, que
Also sprach Zarathustra por Lena Hades.
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Vidas de seres amados que también habría que filmar, pero igualmente vidas de hombres desconocidos, poderosos y miserables, [...] humildes representantes de la casualidad soberana que reina sobre las
más ordenadas existencias.19
Excepto Dios, los demás artistas son, por fuerza, infieles a lo real.20 Camus destaca la contradicción a que se
enfrenta todo artista que no reconozca una elección
personal en el acto de someter su arte a la realidad. De
allí la sin salida del arte socialista aspirando a un realismo puro, siendo que la realidad no es enteramente
socialista. La inmediata consecuencia de este sojuzgamiento del arte a la ideología traiciona el ideal de la
comunicación universal. Puesto que la barbarie nunca es provisional, se hace necesario comprender que
la supresión de la libertad creadora no ayuda a triunfar de la servidumbre, resultando ingenua, cuando no
perversa, la creencia de que tan pronto se restituya la
justicia social el arte resucitará.
la suerte de todos, sustrayéndose así de la vocación a
vivir y a morir en soledad, a la que se consagraron los
escritores de la sociedad mercantil. El compromiso de
los escritores del siglo XX es, a juicio de Camus, hablar
por los que no lo pueden hacer, sin reparar en parentescos religiosos o de partido, puesto que el arte no conoce verdugos privilegiados ni ha sojuzgado jamás a
ningún hombre. Camus percibe la grandeza del arte
en la perpetua tensión belleza-dolor-amor humanolocura creadora. El arte es altamente riesgoso, pero es
justamente allí donde se halla la libertad de la creación, en la ruta que separa dos hostigantes abismos: la
frivolidad y la propaganda. Esta libertad, que supone
una libertad de cuerpo y de corazón, le permite al artista crear su propio orden, refrendando así el pensamiento de Gide, para quien “el arte vive de estrecheces
y muere de libertad”. Camus aclara que se trata de las
privaciones que él mismo se impone, muriendo, en
cambio, de las otras.
El arte más libre, el más rebelde, será así mismo el
más clásico; coronará el mayor esfuerzo. En tanto
que una sociedad y sus artistas no consientan en este
largo y libre esfuerzo, en tanto que se abandonen al
confort de las diversiones o al conformismo, a los
juegos del arte por el arte o a las pláticas del arte realista, sus artistas permanecerán en el nihilismo y la
esterilidad. Afirmar esto es decir que el renacimiento
hoy depende de nuestro valor y nuestra voluntad de
clarividencia23
¿Qué es, pues, el arte? Se pregunta entonces Camus,
tras ahuyentar la miseria conceptual con que los
academicismos de derecha y de izquierda, al tiempo
que niegan el arte, refuerzan la miseria real.
Echando mano de una ejemplar didáctica, Camus
aventura una respuesta indicando primeramente que
el objetivo del arte es ante todo comprender. El artista,
al contrario del juez, es un justificador, abogado perpetuo de la criatura viva. En cierto sentido, el arte es una
rebelión contra el mundo, pues quiere dar otra forma
a la realidad; es negación y consentimiento, perpetuo
desgarramiento renovado.
Camus se apropia de una frase de Balzac, a saber, “el
genio se parece a todo el mundo y nadie se le parece”,
para ilustrar la dialéctica de que se nutre el arte, que
no es nada sin la realidad, y sin el cual la realidad es
poca cosa21. En su Discurso de Estocolmo del 10 de diciembre de 1957, había ya consignado:
El que, frecuentemente, ha elegido su destino de artista porque se sentía diferente, aprende, muy pronto, que no alimentará su arte y su diferencia más que
confesando su parecido con todos. El artista se forja
en este perpetuo ir y venir desde él a los otros, a mitad de camino entre la belleza, de la cual no puede
prescindir, y de la comunidad, de la cual no puede
arrancarse.22
Ante su siglo, el artista tiene la responsabilidad de
afirmarse como individuo en la elección de compartir
Al rematar su discurso del 14 de diciembre de 1957 en
el anfiteatro de la Universidad de Upsala, Albert Camus proclama la culminación del reinado de los artistas irresponsables. El cambio brusco que se ha producido en el circo de la historia, donde siempre se han
visto las caras el mártir y el león, le ha robado al artista el privilegio de permanecer en el graderío, cantando para sí mismo, “[...] O, en el mejor de los casos, para
dar ánimos al mártir y distraer un poco de su apetito
al león”.24 Dado que en el imperio de las ideologías es
el artista quien se encuentra en el circo, lo que, en opinión de Camus explica que abunden más periodistas
que escritores, no hay lugar para añorar la comodidad
que se adivina en la obra de Mozart, ni para lamentaciones humanistas. Se trata simplemente de comprender que el tiempo de los genios encaramados en
su sillón ha terminado. Los tiranos modernos, trátese
de derechistas o de izquierdistas, conocen muy bien
el poder unificador del arte, y ello explica que artistas
e intelectuales sean sus víctimas prioritarias. Curiosamente, en medio del ruido y el furor de la historia, el
mensaje final de Camus es una convocatoria a la ale-
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gría y al canto de los millones de Zaratustras que, a
sabiendas de que todos los barrotes y los campos de
concentración del mundo no borrarán el testimonio
conmovedor de dignidad que es la obra de arte, se han
lanzado a buscar el descanso allí donde se encuentra:
en medio mismo de la batalla. Desde el centro de la
tempestad, puesto que se sabe que las grandes ideas
vienen al mundo sobre patas de paloma, puede escucharse, nos dirá Camus, el suave bullicio de la vida y
de la esperanza.
Unos dirán que esta esperanza es llevada por un pueblo; otros por un hombre. Yo creo, al contrario, que
es suscitada, reanimada, mantenida, por millones de
solitarios cuyas acciones y obras niegan cada día las
fronteras y las apariencias más groseras de la historia, para hacer resplandecer, fugitivamente, la verdad siempre amenazada que cada uno de nosotros
eleva para todos, sobre sus sufrimientos y sobre sus
alegrías.25
10 Camus, A. (1959). Obras Completas, Julio Lago Alonso (Trad.),
México: Aguilar, , II tomo, pp. 1380 y 1381.
11 Ibíd., p. 1179.
12 Ibíd., p. 1174.
13 Ibíd., p. 1171.
14 Ibíd., pp. 1169 y 1170.
15 Ibíd., p. 1175.
16 Ibíd., p. 1176.
17 Ibíd., p. 1183.
18 Ibíd., p. 1179.
19 Ibíd., pp. 1178 y 1179.
20 Ibíd., p. 1180.
21 Ibíd., p. 1162.
22 Ibíd., p. 1188.
Notas
1
9 Ibíd., pp. 44 y 45.
23 Ibíd., p. 1188.
En el prefacio a la traducción inglesa de Nietzsche y la filosofía,
Gilles Deleuze ha aclarado que “[...] la voluntad de poder no es
codiciar o ambicionar el poder, sino ‘dar’ o ‘crear’”. Cfr., Revista
Archipiélago, n°. 40. Madrid, 2000.
2 Nietzsche, F. (1984). Así habló Zaratustra. Andrés Sánchez Pascual
(Trad.), Madrid: Alianza, p. 34.
3 Ibíd., p. 33.
24 Ibíd., p. 1170.
25 Ibíd., p. 1192.
Webgrafía
Albert Camus por E. Alonso, 2014. Tomado de https://s-media-cacheak0.pinimg.com/originals/8c/4a/d7/8c4ad7646783dee49d
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4 Ibíd., p. 38.
5 Ibíd., p. 38.
Also sprach Zarathustra por Lena Hades. Tomado de http://static.
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6 Ibíd., p. 40.
7 Ibíd., p. 39.
8 Ibíd., p. 34.
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