LA MISIÓN DE LA UNIVERSIDAD:¿ DESCUBRIMIENTO

Anuncio
Revista UNIVERSUM
.
Nº 15
.
2000
.
Universidad de Talca
LA MISIÓN DE LA UNIVERSIDAD:
¿DESCUBRIMIENTO INTELECTUAL O TRANSFORMACIÓN
1
SOCIAL?
John R. Searle (*)
El título de este ensayo articula una distinción que está creciendo en las universidades, en particular en las humanidades. En efecto, estamos desarrollando dos
subculturas de facultad dentro de la universidad, uno pudiera incluso decir dos
subuniversidades dentro de la universidad. No desearía exagerar esta distinción. La
línea divisoria entre las dos universidades no es aguda pero, sin embargo, está.
Carecemos en el presente de un vocabulario neutral para describir la diferencia
entre estas dos subculturas universitarias. La primera pudiéramos describirla como
la universidad de la investigación y la enseñanza tradicionales; la segunda contiene
una variedad de puntos de vista pero podríamos decir, colectivamente, que la mayoría de los adherentes de estos puntos de vista están comprometidos con el discurso del postmodernismo. Puesto que, como he dicho, no tengo un vocabulario neutral, sólo usaré estos dos ítemes de jerga –“la universidad tradicional” y “la universidad postmoderna” -. Tal como uso la expresión, la universidad postmoderna existe en ciertos departamentos de humanidades, particularmente en aquellos interesados en el estudio de la literatura; se ha esparcido también en algunos departamentos
de ciencia social e incluso en unas pocas escuelas de leyes. Hasta donde sé, no tiene
influencia en departamentos de ciencias naturales o ingeniería. Ha tenido un muy
(*) Universidad de California, Berkeley.
1
Este artículo del profesor y filósofo estadounidense fue publicado por la revista Academic Questions, de la National
Association of Scholars, en su volumen 7, Nº 1, Invierno 1993-94, pp. 80-85. La traducción –provisional- es de
responsabilidad del prof. Edison Otero Bello, con la expresa autorización del propio profesor Searle.
267
John R. Searle
pequeño impacto en los mayores departamentos de filosofía en los Estados Unidos,
aunque se basa en ciertas corrientes de la filosofía contemporánea, en particular de
la filosofía europea continental.
En orden a entender estas dos subculturas universitarias y las dos concepciones
de educación superior que manifiestan, es esencial comprender primero algo de sus
cimientos filosóficos. Como todos ustedes saben, las universidades son inventos
medievales. Fueron fundadas sobre la base de cierto conjunto de supuestos metafísicos. Un gran monto de los asaltos habituales a la concepción tradicional de la universidad se basa en un rechazo de muchos de estos supuestos y especialmente en un
rechazo de ciertas concepciones tradicionales del conocimiento, la verdad, la realidad, y la objetividad.
Las personas de una generación mayor comprometidas con la concepción tradicional de la universidad la tienen como cosa garantida de tal manera que encuentran difícil incluso articularla como un conjunto de proposiciones. Es como el aire
que respiran, algo que les resulta difícilmente posible de notar.
En este artículo quiero tratar de articular algunas de las proposiciones básicas
que subyacen a la concepción tradicional de la universidad. Juntas, estas proposiciones forman lo que pudiera llamarse la “tradición racionalista occidental”, y trataré ahora de articular unas pocas de las muchas proposiciones que le son centrales.
Es importante hacerlo en esta discusión, porque la concepción postmodernista de la
universidad se basa de varias maneras en un rechazo de la tradición racionalista
occidental. Pido disculpas por la brevedad y la superficialidad de lo que voy a decir,
pero uno no explica dos mil años de filosofía Occidental en cinco minutos sin resumir en alguna medida.
En primer lugar, es un supuesto básico de la tradición racionalista occidental el
que la realidad existe independientemente de nuestras representaciones de ella.
Un segundo principio, relacionado con el primero, es que el lenguaje es usado
con frecuencia para representar rasgos de la realidad, rasgos que existen independientemente de nosotros y del lenguaje; y, al menos en ocasiones, el lenguaje puede
ser usado para comunicar significados desde los hablantes a los oyentes. Resulta
esencial a la tradición racionalista occidental considerar como deseable la claridad y
como cosa indeseable la oscuridad. En las afirmaciones claras enfrentamos un significado que estamos tratando de comunicar, y una de las funciones de ese significado es habilitar a nuestras palabras para referirse a una realidad que existe con independencia de la representación de cualquiera.
Un tercer principio de la tradición racionalista occidental es que la verdad es
cosa de agudeza de representación. Nuestras afirmaciones, creencias, juicios, etc.,
son usados para representar una realidad independientemente existente y, en la
medida en que tenemos éxito o fallamos en hacerlo, lo que creemos, afirmamos, o
juzgamos, es respectivamente verdadero o falso.
Un cuarto principio es que el conocimiento es objetivo. Esto tiene la consecuen-
268
La misión de la Universidad: ¿descubrimiento intelectual o transformación social?
cia de que las pretensiones de conocimiento se mantienen o caen por su propio peso.
El punto de vista del que formula la pretensión de conocimiento, las técnicas que
pueda haber usado para llegar a ella, son cuestiones de algún interés, pero no afectan la verdad o la falsedad de la pretensión. Es por esto que en la universidad tradicional no nos impresionamos por los argumentos ad hominem o por la falacia genética.
Finalmente, un cuarto punto: es básico para la tradición racionalista occidental
el que la racionalidad y la lógica son formales. Esto se aplica a través de los temas y
posibilita procesos inferenciales racionales para moverse de una verdad a otra, de la
evidencia a la hipótesis para respaldar la confirmación o la desconfirmación, sin
considerar el contenido específico de las pretensiones formuladas y las motivaciones del que las hace.
Ahora bien, si uno acepta esta concepción de la tradición racionalista occidental,
incluso en la forma precipitada con que he tratado de describirla, entonces parece
tener claras consecuencias para la educación superior. De hecho, hemos construido
todo el sistema universitario sobre la proposición de que estamos comprometidos
en una búsqueda de la verdad, de que esta verdad se refiere a una realidad que
existe independientemente de nuestras particulares motivaciones y prejuicios, de
que las formulaciones de conocimiento que hacemos son objetivamente testables
mediante estándares de racionalidad, y que las pretensiones de conocimiento, de
ser substanciadas, resistirán por sí mismas.
Pienso que es obvio cómo esta concepción del conocimiento y de la racionalidad
subyace a nuestra concepción de las ciencias naturales, pero pienso que también es
fundamental para nuestra concepción de las humanidades y de las ciencias sociales.
Podría parecer que no se aplica al estudio de la literatura de ficción, pero un examen
más ajustado revela que de hecho se aplica. Creemos que hay estándares objetivos –
o, al menos, intersubjetivos- para juzgar las obras literarias. En la universidad tradicional, por ejemplo, pensamos que enseñamos a Shakespeare antes que al Conejo de
la Suerte no sólo porque es tradicional hacerlo sino porque podemos demostrar de
hecho que Shakespeare es de una calidad intelectual superior.
En la universidad tradicional sentimos también que los estándares de racionalidad, verdad, inteligencia, etc., que se aplican al discurso no ficcional pueden ser
igualmente aplicados indirectamente a las obras de ficción. En verdad, en mi niñez
era cosa de cliché que usted podía aprender más sobre la naturaleza humana leyendo a un gran novelista que tomando muchos cursos de psicología.
Por estos días, todos estos principios están bajo ataque en diferentes grados y
estoy algo sorprendido que no se haya puesto más atención a estos ataques, puesto
que el carácter político de mucho del debate en las universidades acerca de la naturaleza de la educación en las humanidades y las ciencias sociales, de hecho descansa
en un conjunto más profundo de temas relativos al rechazo de la concepción tradicional de la racionalidad, la verdad, y la objetividad.
Llegué a estar agudamente seguro de esto cuando leí un folleto editado por el
269
John R. Searle
American Council of Learned Societes titulado “Hablando por las Humanidades”. Este
folleto tiene como coautores a no menos de seis directores de prominentes institutos
de humanidades del país. No es necesario citarlo in extenso, pero su tono está marcado por afirmaciones como “no debe confiarse en las pretensiones de objetividad,
desinterés, y racionalidad”. Luego, los autores continúan argumentando que las pretensiones de objetividad, desinterés, y racionalidad, habitualmente reflejan ciertas
circunstancias históricas locales y son generalmente parte de algún deseo de poder,
alguna especie de toma del poder.
El mensaje básico que quiero comunicar es que el rechazo de las concepciones
tradicionales de la verdad, la objetividad, la racionalidad, y el realismo no son inocentes desde el punto de vista de la educación. Tiene enormes consecuencias para la
naturaleza de la educación superior. Los debates acerca del curriculum, después de
todo, no son nuevos en la educación estadounidense. Hemos estado teniendo debates sobre el curriculum desde que se fundaron las universidades estadounidenses.
Pero hay dos rasgos especiales del debate habitual que son diferentes de los intentos
más tempranos de reformar el curriculum. Uno, hay un explícito y deliberado intento por politizar la universidad hacia un punto de vista más izquierdista. Dos, y este
es el principal tópico de mi exposición, la ideología de izquierda en cuestión, a diferencia de anteriores movimientos de izquierda en los Estados Unidos, se basa en un
rechazo de los estándares tradicionales de racionalidad, verdad, y objetividad.
Hemos recorrido mucho camino desde que Marx se mofaba de los socialistas
utópicos por no ser científicos. Al menos en mi vida intelectual, es cosa nueva que
las visiones de izquierda deban ser extraídas de un punto de vista anticientífico y
antirracional. Como he dicho, no existen términos neutrales para describir el fenómeno en cuestión, y no quisiera dar la impresión de que la universidad
postmodernista se articula en un punto de vista unitario; variadas formas de
deconstrucción, postestructuralismo, etc., son, de diversas maneras, puntos de vista
esencialmente antirracionalistas.
¿Qué consecuencias para la educación superior tiene el rechazo de la tradición
racionalista occidental? Permítanme enumerar brevemente cinco o seis de estas consecuencias.
Primero, ha habido un giro dramático desde la concepción del departamento
universitario como grupo de personas comprometidas en el estudio de un área común a la de un grupo de personas que promueve una causa política particular. Se
trata de un cambio dramático y estoy sorprendido de que no se lo haya notado más
generalizadamente. La creación de un Departamento de Estudios de Género o un
Departamento de Estudios Étnicos tiende a ser algo diferente de la creación, por
ejemplo, de un Departamento de Biología Molecular. La creación de la biología
molecular ocurrió a causa de una explosión del conocimiento que hizo inadecuados
los ordenamientos departamentales existentes para el desarrollo de la nueva investigación. La biología molecular surgió de la virología porque el tema se escapó de las
270
La misión de la Universidad: ¿descubrimiento intelectual o transformación social?
manos. Pero la creación de un Departamento de Estudios de Género y otro de Estudios Étnicos tenían una motivación tanto política como académica. El objetivo de la
creación de estos departamentos no fue precisamente facilitar el estudio de un área
que no podía serlo adecuadamente en los departamentos existentes, sino promover
cierta causa moral y política.
Segundo, esta concepción de la educación superior tiene consecuencias ulteriores en la línea de la selección de quienes pertenecen a la facultad. En la tradición
racionalista occidental es básico que uno no tiene que ser un adherente de un punto
de vista específico para hacerlo bien enseñando ese punto de vista. Uno no tiene que
ser marxista para enseñar a Marx, no tiene que ser católico para enseñar a Santo
Tomás de Aquino, no tiene que ser un platónico para enseñar a Platón. Si fuéramos
consistentes con esta concepción tradicional de universidad, entonces tiene que ser
posible que un varón antifeminista dicte cursos sobre estudios de género. Por estos
días, no estimaríamos eso como algo digno de consideración. La selección de miembros en estos departamentos nuevos dedicados a causas políticas se construye sobre
el rechazo del tradicional ideal académico de objetividad. Los miembros de facultad
son seleccionados porque comparten ciertos criterios ideológicos, étnicos, raciales, o
de género.
Un tercer rasgo que deseo hacer notar es la declinación de la distinción entre alta
cultura y cultura popular. Tradicionalmente, las universidades existen para promover cierta concepción de la calidad intelectual. Pero una vez que usted abandona la
tradición racionalista occidental, entonces no hay fundamento para hacer discriminaciones filosóficas sobre la base de la calidad intelectual. En verdad, la idea misma
parece ser elitista y opresiva. Parece elitista pensar que algunos libros son mejores
que otros, que algunas civilizaciones hicieron mayores contribuciones que otras, etc.
Por el contrario, la tesis es que en vez de estudiar “las grandes obras del pasado” (la
idea misma parece arcaica), estamos estudiando textos, y un texto en tan texto como
cualquier otro.
Una cuarta consecuencia de la concepción de la educación que revisamos es que
la representatividad se vuelve ahora crucial tanto en la selección de miembros de la
facultad como en la selección del currículo, se vuelve crucial el que cada cultura
debiera estar representada y el criterio para la inclusión en el currículo no es cuestión de calidad intelectual per se, sino cosas como la raza, el género, la clase social, y
actitudes progresistas que habían estado previamente subrepresentadas.
Una quinta consecuencia, mencionada por el profesor Vildavsky y por tanto no
diré mucho sobre ella, es la idea de que debemos tener lo que se llama ‘nuevos’ o
‘diferentes’ estándares de excelencia. Cuando se trata de la tradición racionalista
occidental, usted no tiene mucha capacidad de maniobra frente a los estándares de
excelencia. Los estándares de calidad intelectual se construyen a partir de la naturaleza de actividad. Pero cuando tenemos series diferentes de objetivos, entonces se
supone que diferentes estándares resultan apropiados. La búsqueda de nuevos cri-
271
John R. Searle
terios de excelencia es de alguna importancia práctica puesto que si usted incluye en
la facultad un número claramente grande de personas propuestas que no calzan en
los criterios tradicionales, entonces, para que puedan esas personas ser contratadas,
promovidas, tener una jornada, y recibir sueldos semejantes a los de los estudiosos
más tradicionales, es necesario diseñar nuevos criterios de excelencia –criterios que
les permiten obviar su incapacidad de calzar con los criterios tradicionales.
Sexto y último, me parece a mí que el rechazo de la tradición racionalista occidental ha facilitado ciertas redefiniciones de la actividad académica, una redefinición
de lo que tratamos de hacer en tanto intelectuales profesionales en las universidades. Este cambio es descrito como movimiento hacia el “relativismo”, pero yo me
inclinaría por describirlo como una forma de “subjetivismo políticamente comprometido”. Veo esto en tanto miembro del directorio del National Endowment for the
Humanities. Recibimos gran número de solicitudes de personas, resultando obvio
que la persona quiere escribir un libro acerca de sus reacciones, sus sentimientos, y
su interpretación general sobre el Renacimiento, o sobre la condición de novelistas
de minorías en la costa noroeste del Pacífico, o sobre travestis en el Londres del siglo
XVIII, etc. En todos estos casos la idea es escribir sobre el tema un conjunto de reacciones subjetivas políticamente correctas.
Para concluir, me gustaría sugerir que, en nuestras discusiones sobre problemas
de la educación superior, estos puntos filosóficos abstrusos acerca de la naturaleza
de la verdad, la racionalidad, y el conocimiento no son meras cuestiones de adorno
retórico. Son absolutamente esenciales para entender lo que está en juego.
272
Descargar