AUTORES DE OTRAS ÉPOCAS DE ADAM SMITH A KARL MARX: LIBERALISMO Y SOCIALISMO 1. SMITH, ADAM (1723-1790) [Componentes del precio de la mercancía] “En el estado primitivo y rudo de la sociedad, que precede a la acumulación de capital y a la apropiación de la tierra,....... el producto integro del trabajo pertenece al trabajador, y la cantidad de trabajo comúnmente empleado en adquirir o producir una mercancía es la única circunstancia que puede regular la cantidad de trabajo ajeno que con ella se puede adquirir, permutar o disponer. Mas tan pronto como el capital se acumula en poder de personas determinadas, algunas de ellas procuran regularmente emplearlo en dar trabajo a gentes laboriosas, suministrándoles materiales y alimentos, para sacar un provecho de la venta de su producto o del valor que el trabajo incorpora a los materiales. Al cambiar un producto acabado, bien sea por dinero, bien por trabajo, o por otras mercaderías, además de lo que sea suficiente para pagar el valor de los materiales y los salaries de los obreros, es necesario que se de algo por razón de las ganancias que corresponden al empresario, el cual compromete su capital en esa contingencia. En nuestro ejemplo el valor que el trabajador añade a los materiales se resuelve en dos partes; una de ellas paga el salario de los obreros, y la otra las ganancias del empresario, sobre el fondo entero de materiales y salaries que adelanta. El empresario no tendría interés alguno en emplearlos si no esperase alcanzar de la venta de sus productos algo mas de lo suficiente para reponer su capital, ni tendría tampoco interés en emplear un capital considerable, y no otro mas exiguo, si los beneficios no guardasen cierta proporción con la cuantía del capital. [...] En estas condiciones el producto integro del trabajo no siempre pertenece al trabajador; ha de compartirlo, en la mayor parte de los casos, con el propietario del capital que lo emplea. La cantidad de trabajo que se gasta comúnmente en adquirir o producir una mercancía no es la única circunstancia que regula la cantidad susceptible de adquirirse con ella, permutarse o cambiarse. Evidentemente, hay una cantidad adicional que corresponde a los beneficios del capital empleado en adelantar los salarios y suministrar los materiales de la empresa. Desde el momento en que las tierras de un país se convierten en propiedad privada de los terratenientes, estos, como los demás hombres, desean cosechar donde nunca sembraron, y exigen una renta hasta por el producto natural del suelo. La madera del bosque, la hierba del campo y todos los frutos naturales de la tierra que, cuando esta era común, solo le costaban al trabajador el esfuerzo de recogerlos, comienzan a tener, incluso para el, un precio adicional. Ha de pagar al terrateniente una parte de lo que su trabajo produce o recolecta. Esta porción, o lo que es lo mismo, el precio de ella, constituye la renta de la tierra, y se halla en el precio de la mayor parte de los artículos como un tercer componente. El valor real de todas las diferentes partes que componen el precio se mide, según podemos observar, por la cantidad de trabajo que cada una de esas porciones dispone o adquiere. El trabajo no solo mide el valor de aquella parte del precio que se resuelve en trabajo, sino también el de aquella otra que se traduce en renta y en beneficio. En toda sociedad, pues, el precio de cualquier mercancía se resuelve en una u otra de esas partes, o en las tres a un tiempo, y en todo pueblo civilizado las tres entran, en mayor o menor grado, en el precio de casi todos los bienes. [...] Salarios, beneficio y renta son las tres fuentes originarias de toda clase de renta y de todo valor de cambio.” (Smith, Adam, Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp 47-51) [Tres partes en el producto y tres clases en la sociedad] “Todo el producto anual de la tierra y del trabajo de una nación o lo que es lo mismo, el precio conjunto de este producto anual, se divide de un modo natural, como ya se ha dicho, en tres partes: la renta de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital, constituyendo, por tanto, la renta de tres clases de la sociedad: de la que vive de las rentas, de a que vive de salarios y de la que vive de los beneficios. Éstas son las tres grandes clases originarias y principales de toda sociedad civilizada, y de sus ingresos deriva, en última instancia cualquier otra subalterna. De cuanto acabamos de decir se desprende que el interés de la primera de estas grandes clases de la sociedad se halla íntima e inseparablemente vinculado con el interés general de la sociedad. [...] Pero, a decir verdad, lo más frecuente es que los propietarios carezcan de esos elementales conocimientos porque de las tres clases citadas es la única que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni desvelos, sino de una manera, en cierto modo espontánea.... Esta indolencia, que es el efecto natural de una situación tan segura y holgada, sólo los convierte las más de las veces en ignorantes, sino que les resta capacidad para la meditación necesaria, con objeto de precaver y comprender los efectos de cualquier reglamentación por parte del gobierno. El interés de la segunda clase, la que vive de salarios, se halla tan íntimamente ligado como el de la primera, con el interés general da la sociedad. Los salarios de los obreros, como hemos visto ya, nunca se elevan tanto como cuando la demanda de mano de obra aumenta de modo permanente, o cuando la cantidad de obreros ocupados crece considerablemente de año en año. Cuando esta riqueza real de la sociedad se mantiene en un nivel estacionario, los salarios se reducen muy pronto a lo que es meramente suficiente para criar los hijos y perpetuar la raza. Pero cuando la sociedad declina, todavía caen por debajo de ese nivel. La clase de los propietarios puede ganar aún más, con el progreso de la sociedad, que l de los obreros; pro ninguna sufre tan cruelmente con su decadencia como la clase trabajadora. Sin embargo, aunque el interés del obrero se halla tan íntimamente ligado con el de la sociedad, es incapaz de comprender ese interés o de relacionarlo con el propio. Su condición no le deja tiempo suficiente para procurarse la información necesaria, y su educación y sus hábitos son tales por lo general, que le inhabilitan para juzgarla aún después de conocida. [...] La tercera de estas clases la constituyen las personas que dan empleo al obrero, o sea, las que viven de los beneficios. El capital que emplean, con la mira puesta en el logro de un benéfico pone en movimiento la mayor parte del trabajo útil en cualquier sociedad....Ahora bien la tasa de beneficio no sube, cual acontece con la renta y los salarios a medida que aumenta la prosperidad, ni desciende cuando la sociedad decae.... Por consiguiente, el interés de esta tercera clase no se halla tan íntimamente relacionado, como el de las otras dos, con el general de la sociedad. Como toda su vida se halla ocupada en hacer planes y proyectos, gozan de una mayor acuidad mental que la mayor parte de los terratenientes. Sin embargo, como su inteligencia se ejercita por regla general en los particulares intereses de sus negocios específicos, más bien que los generales de la sociedad, su dictamen, aun cuando corresponda la mejor buena fe (cosa que no siempre ha ocurrido), se inclina con mayor fuerza a favor del primero de esos objetivos que del segundo....Los intereses de quienes trafican en ciertos ramos del comercio o de las manufacturas, en algunos respectos, no sólo son diferentes, sino por completo opuestos al bien público... Ese orden de proposiciones proviene de una clase de gentes cuyos intereses no suelen coincidir con los de la comunidad, y más bien tienden a deslumbrarla y a oprimirla, como la experiencia ha demostrado en muchas ocasiones.” (Smith, Adam, Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp 239-241) [Los ingresos del Soberano, los gastos de justicia, la defensa de la propiedad] “El segundo deber del Soberano, que consiste en proteger, hasta donde sea posible, a los miembros de la sociedad contra las injusticias y opresiones de cualquier otro componente de ella, o sea el deber de establecer una recta administración de justicia [...] Los hombres que no disponen de propiedad sólo pueden injuriarse unos a otros en sus personas o reputaciones.... Pero otra cosa ocurre con los daños a la propiedad....Pero la avaricia y la ambición del rico, el odio al trabajo en el pobre y el amor a los goces y facilidades presentes, son las pasiones que impulsan a invadir la propiedad ajena, y estas pasiones son mucho más pertinaces y universales. Allí donde existen grandes patrimonios, hay también una gran desigualdad. Por un individuo rico ha de haber quinientos pobres, y la opulencia de pocos supone la indigencia de muchos... En consecuencia, la adquisición de grandes y valiosas propiedades exige necesariamente el establecimiento de un gobierno civil. Más allí donde no hay propiedad, o ésta no excede del valor de dos o tres días de trabajo, dicha institución no es tan necesaria.” (Smith, Adam, Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica, 1994, pg 629) 2. MARX, KARL (1818-1883) [La llamada acumulación originaria] “Hemos visto cómo se convierte el dinero en capital, cómo sale de éste la plusvalía y cómo la plusvalía engendra nuevo capital. Sin embargo, la acumulación de capital presupone la plusvalía, la plusvalía la producción capitalista y ésta la existencia en manos de los productores de mercancías de grandes masas de capital y fuerza de trabajo. Todo este proceso parece moverse dentro de un circulo vicioso, del que sólo podemos salir dando por supuesta una acumulación “originaria” anterior a la acumulación capitalista (“previous accumulation”, la denomina Adam Smith); una acumulación que no es resultado, sino punto de partida del régimen capitalista de producción. Esta acumulación originaria viene a desempeñar en economía política el mismo papel que desempeña en teología el pecado original. Al morder la manzana, Adán engendró el pecado y lo trasmitió a toda la humanidad. Los orígenes de la primitiva acumulación pretenden explicarse relatándolos como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos –se nos dice–, había, de una parte, una minoría trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra un tropel de descamisados, haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más. Es cierto que la leyenda del pecado original teológico nos dice que el hombre fue condenado a ganar el pan con el sudor de su frente; pero la historia del pecado original económico nos revela por qué hay gente que no necesita sudar para comer. No importa. Así se explica que mientras los primeros acumulaban riqueza, los segundos acabaron por no tener ya nada que vender más que su pelleja. De este pecado original arranca la pobreza de la gran mayoría, que todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabajan, no tienen nada que vender más que sus personas, y la riqueza de una minoría, riqueza que no cesa de crecer, aunque haga ya muchísimo tiempo que sus propietarios han dejado de trabajar. Estas niñerías insustanciales son las que M. Thiers, por ejemplo, sirve todavía, con el empaque y la seriedad de un hombre de Estado, a los franceses, en otro tiempo tan ingeniosos, en defensa de la propriété. Tan pronto como se plantea el problema de la propiedad, se convierte en un deber sacrosanto abrazar el punto de vista de la cartilla infantil, como el único que cuadra a todas las edades y a todos los períodos. Sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, la esclavización, el robo y el asesinato; la violencia, en una palabra. En la dulce economía política, por el contrario, ha reinado siempre el idilio. Las únicas fuentes de riqueza han sido desde el primer momento la ley y el “trabajo”, exceptuando siempre, naturalmente, “el año en curso”. Pero, en la realidad, los métodos de la acumulación originaria fueron cualquier cosa menos idílicos. Ni el dinero ni la mercancía son de por si capital, como no lo son tampoco los medios de producción ni los artículos de consumo. Necesitan convertirse en capital. Y para ello han de concurrir una serie de circunstancias concretas, que pueden resumirse así: han de enfrentarse y entrar en contacto dos clases muy diversas de poseedores de mercancías; de una parte, los propietarios de dinero, medios de producción y artículos de consumo, deseosos de valorizar la suma de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena de trabajo; de otra parte, los obreros libres, vendedores de su propia fuerza de trabajo y, por tanto, de su trabajo. Obreros libres, en el doble sentido de que no figuran directamente entre los medios de producción, como los esclavos, los siervos, etc., ni cuentan tampoco con medios de producción propios, como el labrador que trabaja su propia tierra, etc.; libres y dueños de si mismos. Con esta polarización de1 mercado de mercancías, se dan las dos condiciones fundamentales de la producción capitalista. El régimen del capital presupone el divorcio entre los obreros y la propiedad sobre las condiciones de realización de su trabajo. Cuando ya se mueve por sus propios pies, la producción capitalista no sólo mantiene este divorcio, sino que lo reproduce y acentúa en una escala cada vez mayor. Por tanto, el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el proceso de disociación entre el obrero y la propiedad sobre las condiciones de su trabajo, proceso que de una parte convierte en capital los medios sociales de vida y de producción, mientras de otra parte convierte a los productores directos en obreros asalariados. La llamada acumulación originaria no es, pues, más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción. Se la llama “originaria” porque forma la prehistoria del capital y del régimen capitalista de producción. La estructura económica de la sociedad capitalista brotó de la estructura económica de la sociedad feudal. Al disolverse ésta, salieron a la superficie los elementos necesarios para la formación de aquélla. El productor directo, el obrero, no pudo disponer de su persona hasta que no dejó de vivir sujeto a la gleba y de ser esclavo o siervo de otra persona. Además, para poder convertirse en vendedor libre de fuerza de trabajo, que acude con su mercancía a dondequiera que encuentra mercado para ella, hubo de sacudir también el yugo de los gremios, sustraerse a las ordenanzas sobre los aprendices y los oficiales y a todos los estatutos que embarazaban el trabajo. Por eso, en uno de sus aspectos, el movimiento histórico que convierte a los productores en obreros asalariados representa la liberación de la servidumbre y la coacción gremial, y este aspecto es el único que existe para nuestros historiadores burgueses. Pero, si enfocamos el otro aspecto, vemos que estos trabajadores recién emancipados sólo pueden convertirse en vendedores de si mismos, una vez que se ven despojados de todos sus medios de producción y de todas las garantías de vida que las viejas instituciones feudales les aseguraban. El recuerdo de esta cruzada de expropiación ha quedado inscrito en los anales de la historia con trazos indelebles de sangre y fuego. A su vez, los capitalistas industriales, los potentados de hoy, tuvieron que desalojar, para llegar a este puesto, no sólo a los maestros de los gremios artesanos, sino también a los señores feudales, en cuyas manos se concentraban las fuentes de la riqueza. Desde este punto de vista, su ascensión es el fruto de una lucha victoriosa contra el régimen feudal y sus irritantes privilegios, y contra los gremios y las trabas que éstos ponían al libre desarrollo de la producción y a la libre explotación del hombre por el hombre. Pero los caballeros de la industria sólo consiguieron desplazar por completo a los caballeros de la espada, explotando sucesos en que éstos no tenían la menor parte de culpa. Subieron y triunfaron por procedimientos no menos viles que los que en su tiempo empleó el liberto romano para convertirse en señor de su patrono. El proceso de donde salieron el obrero asalariado y el capitalista, tuvo como punto de partida la esclavización del obrero. En las etapas sucesivas, esta esclavización no hizo más que cambiar de forma: la explotación feudal se convirtió en explotación capitalista. Para explicar la marcha de este proceso, no hace falta remontarse muy atrás. Aunque los primeros indicios de producción capitalista se presentan ya, esporádicamente, en algunas ciudades del Mediterráneo durante los siglos XIV y XV, la era capitalista sólo data, en realidad, del siglo XVI. Allí donde surge el capitalismo hace ya mucho tiempo que se ha abolido la servidumbre y que el punto de esplendor de la Edad Media, la existencia de ciudades soberanas, ha declinado y palidecido. En la historia de la acumulación originaria hacen época todas las transformaciones que sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista, y sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres se ven despojadas repentina y violentamente de sus medios de producción para ser lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres, y privados de todo medio de vida. Sirve de base a todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino. Su historia presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada una de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocas históricas diversas. Pero donde reviste su forma clásica es en Inglaterra, país que aquí tomamos, por tanto, como modelo.” (Marx, Karl, El Capital , Libro I, Tomo III, Sección séptima, capítulo XXIV (Edición digital Libros Tauro, pp134-135) [La confusión] “La economía política confunde fundamentalmente dos clases harto distintas de propiedad privada: la que se basa en el trabajo personal del productor y la que se funda sobre la explotación del trabajo ajeno. Olvida que la segunda no sólo es la antítesis directa de la primera, sino que, además, florece siempre su tumba. En el occidente de Europa, cuna de la economía política, el proceso de la acumulación originaria se halla ya, sobre poco mas o menos, terminado. En estos países, el régimen capitalista ha sometido directamente a su imperio toda la producción nacional, o, por lo menos, allí donde las cosas no están todavía lo bastante maduras, controla indirectamente las capas sociales con él coexistentes, capas caducas y pertenecientes a un régimen de producción anticuado. El economista aplica a este mundo moldeado del capital las ideas jurídicas y de propiedad correspondientes al mundo precapitalista con tanta mayor unción y con un celo tanto más angustioso, cuanto más patente es la disonancia entre su ideología y la .realidad.” (Marx, Karl., El Capital, Libro I, Tomo III, Sección séptima, capítulo XXV (Edición digital Libros Tauro, pg160) [Sobre Adam Smith] “El dogma de A.Smith de que el precio …de cada mercancía se compone de salario, ganancia y renta puede reducirse a que el valor de la mercancía = v+p, es decir al valor del capital variable anticipado más la plusvalía. [...] La fórmula absurda de que las tres rentas, el salario, la ganancia y la renta del suelo, constituyen tres “componentes” del valor mercantil, surge en A. Smith de la otra más plausible, según la cual el valor de la mercancía resolves itself, se resuelve en estos tres componentes. También esto es falso, incluso suponiendo que el valor de las mercancías sólo es divisible en el equivalente de la fuerza de trabajo consumida y la plusvalía creada por esta última. Pero el error descansa, una vez más, en una base más profunda y verdadera. La producción capitalista se basa en que el obrero productivo vende su propia fuerza de trabajo, su mercancía al capitalista, en cuyas manos funciona entonces simplemente como un elemento de su capital productivo....La producción de un valor de uso y hasta la de una mercancía (pues ésta puede ser también obra de un trabajo productivo independiente) es aquí simplemente un medio para la producción de plusvalía absoluta y relativa para el capitalista.” (Marx, Karl., El Capital, Libro II, Tomo II, Sección tercera, capítulo XIX (Ediciones Akal, 2ª edición, 2000, pp36 y ss) [La plusvalía] La plusvalia, o sea aquella parte del valor total de la mercancía en que se materializa el plustrabajo o trabajo no retribuido del obrero, es lo que yo llamo ganancia. Esta ganancia no se la embolsa en su totalidad el empresario capitalista. El monopolio del suelo permite al terrateniente embolsarse una parte de esta plusvalía bajo el nombre de renta del suelo, lo mismo si el suelo se utiliza para fines agrícolas que si se destina a construir edificios, ferrocarriles o a otro fin productivo cualquiera. Por otra parte, el hecho de que la posesión de los medios de trabajo permita al empresario capitalista producir una plusvalía o, lo que viene a ser lo mismo, apropiarse una determinada cantidad de trabajo no retribuido, permite al propietario de los medios de trabajo, que los presta total o parcialmente al empresario capitalista, en una palabra, permite al capitalista que presta el dinero, reivindicar para sí mismo otra parte de esta plusvalía, bajo el nombre de interés, con lo que al empresario capitalista, como tal, sólo le queda la llamada ganancia industrial o comercial. Con arreglo a qué leyes se opera esta división del importe total de la plusvalía entre las tres categorías de gentes mencionadas, es una cuestión que cae bastante lejos de nuestro tema. Pero, de lo que dejamos expuesto, se desprende, por lo menos, lo siguiente: La renta del suelo, el interés y la ganancia industrial no son más que otros tantos nombres diversos para expresar las diversas partes de la plusvalía de una mercancía o del trabajo no retribuido que en ella se materializa, y brotan todas por igual de esta fuente y sólo de ella. No provienen del suelo como tal, ni del capital de por sí; mas el suelo y el capital permiten a sus poseedores obtener su parte correspondiente en la plusvalía que el empresario capitalista estruja al obrero. Para el mismo obrero, la cuestión de si esta plusvalía, fruto de su plustrabajo o trabajo no retribuido, se la embolsa exclusivamente el empresario capitalista o éste se ve obligado a ceder a otros una parte de ella bajo el nombre de renta del suelo o interés, sólo tiene una importancia secundaria. Supongamos que el empresario capitalista maneje solamente su capital propio y sea su propio terrateniente; en este caso, toda la plusvalía irá a parar a su bolsillo. Es el empresario capitalista quien extrae directamente al obrero esta plusvalía, cualquiera que sea la parte que, en último término, pueda reservarse para sí mismo. Por eso, esta relación entre el empresario capitalista y el obrero asalariado es la piedra angular de todo el sistema del salariado y de todo el régimen actual de producción.” (Marx, Karl, Salario, precio, ganancia, Edición digital Libros Tauro, pp16-17) 4. PROYECCIÓN HISTÓRICA La proyección histórica de JOHN LOCKE FILOSOFÍA POSTERIOR ACONTECIMIENTOS DE OTRAS ÉPOCAS Ilustración(S.XVIII) - Enciclopedismo Declaraciones de Derechos - Kant, Rousseau (Contrato - Declaración de Independencia de los social) Estados Unidos (1776) - Montesquieu: (División de - Declaración de los Derechos del Hombre poderes) y del Ciudadano (1789) - Deísmo, (Hume) - Declaración Universal de los Derechos Liberalismo(Smith) Humanos (1948) Socialismo (Marx) (SXIX) Estado de Derecho: Evolución del Estado Neocontractualismo (S.XX): Liberal de Derecho al Estado social y - Rawls democrático de Derecho - Nocick (Otros: Utilitarismo, Filosofía del lenguaje, etc.) Declaración de Independencia de los Estados Unidos de1776 ”Que para mantener estos derechos se constituyen entre los hombres gobiernos, los cuales derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados”. Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: “La finalidad de todas las asociaciones políticas es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre; y esos derechos son libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión.” Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 “Artículo 1: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.” “Artículo 3: Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.” “Artículo 17:1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente. 17.2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad.”