Caterina Sforza - secretaría de educación del estado del tabasco

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Historias que contar
Caterina Sforza
Aprendió el arte de la intriga y fue una auténtica guerrera
A finales del año 1498, una mujer se encarama a las murallas
de la fortaleza de Ravaldino, en Forlì, 300 kilómetros al norte
de Roma. Las tropas enemigas mantienen como rehenes a sus
hijos y han amenazado con matarlos si no depone su actitud,
pero ella, imbatible, se señala el pubis y grita: «¡Matadlos si así
lo queréis, tengo el instrumento para tener muchos más!
Nunca conseguiréis que me rinda».
La anécdota parece una leyenda, pero dada la personalidad de
su protagonista tiene visos de realidad. Caterina Sforza, que así
se llamaba la aguerrida dama, es uno de los personajes
femeninos más singulares del Renacimiento italiano. No sólo se
codeó con los más importantes genios del arte y la cultura de
su época, sino que desafió todo convencionalismo, coqueteó
con la alquimia y, al frente de sus tropas, no dudó en
enfrentarse a enemigos tan poderosos como los Borgia.
Caterina había nacido en 1463 en Milán, fruto de los amores de Galeaz-zo María Sforza con su
amante Lucrezia Landriani. Como tal, era sobrina del poderoso Ludovico el Moro, duque de Milán, y,
pese a su condición de hija ilegítima, fue educada en el seno de la familia paterna, donde se
impregnó del espíritu humanista propio de la época. Contaba sólo diez años cuando la casaron con
un sobrino del papa Sixto IV, Girolamo Riario, veinte años mayor que ella. Aunque Riario era señor de
Imola y Forlì, el matrimonio se instaló en Roma a fin de medrar en la corte papal. Caterina, al tiempo
que daba a luz a cinco hijos, no tardó en convertirse en intermediaria entre la corte romana y la
realeza, y adquirir así un enorme prestigio.
En el avispero romano
La muerte de Sixto IV en agosto de 1484 puso en riesgo todo lo que la pareja había conquistado en
los años anteriores. La elección del nuevo papa abría la usual disputa entre las más poderosas
familias de la Italia de la época, que pugnaban por situar a uno de los suyos en el trono de San Pedro.
Pero Caterina no estaba dispuesta a perder su privilegiada situación. Así, ante la ausencia
circunstancial de su esposo y embarazada de siete meses, cruzó a caballo el Tíber y se puso al frente
de la guarnición que defendía el castillo de Sant’Angelo. Con ello consiguió que algunos cardenales
enemigos se negaran a participar en el cónclave, temerosos de caer bajo su poderosa artillería.
Finalmente, se llegó a un acuerdo y Girolamo aceptó partir de Roma a cambio de la confirmación de
sus señoríos de Imola y Forlì, el nombramiento de capitán general de las tropas vaticanas y una
indemnización de 8.000 ducados.
En su nuevo destino, Caterina tuvo ocasión de demostrar sus dotes políticas. La muerte de su esposo,
asesinado por los partidarios del nuevo papa en 1488, la llevó a ejercer de regente durante la minoría
de edad de su hijo Ottaviano.
Sólo una cuestión la separaba, ya no de sus súbditos, sino de su familia. Pocos meses después del
fallecimiento de su esposo, Caterina había contraído matrimonio en secreto con un joven llamado
Giacomo Feo, con el que un año después tuvo un hijo, Bernardino Carlo. La pasión que sentía por el
ambicioso joven hizo flaquear a la siempre invencible Caterina, hasta el punto de que llegó a apartar
del gobierno a su hijo Ottaviano para entregar las riendas del Estado a su esposo y colocar a los
parientes de éste al frente de las fortalezas que defendían la ciudad. Los partidarios de Ottaviano no
se resignaron y su esposo fue asesinado por unos conjurados. En represalia, la joven viuda hizo
masacrar a los partidarios de los asesinos y a sus familias.
Las pasiones de Caterina estaban lejos de calmarse, y tras la muerte de su segundo esposo, en 1497,
obtuvo el permiso de su tío, el duque Ludovico Sforza, para contraer matrimonio con Giovanni de
Médicis, miembro de la poderosa familia florentina, al que había conocido un año antes cuando llegó
a Forlì como embajador de Florencia. De nuevo fue un enlace desgraciado, pues sólo un año después
de dar a luz a un hijo, el célebre Giovanni dalle Bande Nere (de las Bandas Negras), y cuando estaba
inmersa en el conflicto que enfrentaba a Florencia con Venecia, Giovanni murió a causa de una
neumonía. Poco después, el papa Borgia, Alejandro VI, declaró su voluntad de incorporar las ciudades
estado de la Romaña, incluidas Forlì e Imola, a los Estados Pontificios. Evidentemente, la valiente
Caterina no estaba dispuesta a consentirlo.
La inquina de los Borgia
De inmediato, Caterina Sforza se dedicó a ampliar su ejército, a mejorar el armamento y a almacenar
grandes cantidades de alimentos y municiones ante un posible asedio de las tropas comandadas por
César Borgia, duque de Valentinois e hijo del papa. Asimismo, reforzó las defensas de sus fortalezas,
especialmente las de Ravaldino, donde residía.
Pero César Borgia, el duque de Valentinois, era un enemigo peligroso. Tras la caída de Imola y Forlí, el
Borgia inició el asedio a la fortaleza de Ravaldino el 19 de diciembre de 1499. Apoyada por más de un
millar de soldados, Caterina dirigió personalmente la resistencia. Rechazó una y otra vez las
propuestas de paz de su enemigo aun a costa de la vida de sus hijos, como cuenta la leyenda.
El 12 de enero de 1500, después de una serie de terribles combates, las tropas de César Borgia
irrumpieron en Ravaldino y Caterina fue hecha prisionera. Después de que fuera descubierto su
intento de fuga y habiendo sido acusada de preparar un atentado contra el papa con una serie de
cartas envenenadas, la díscola duquesa fue internada en el castillo de Sant’Angelo.
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Historias que contar
Juana de Arco
La heroína francesa y santa de la Iglesia católica fue sentenciada y quemada viva el 30
de mayo de 1431, hace 582 años, en la plaza del Mercado Viejo de Ruán, en Francia
Juana de Arco (Jeanne d'Arc, en francés), heroína francesa y santa de la Iglesia católica,
nació en Domrémy, en la región de Lorena, en el noreste de Francia, probablemente
en 1412. En el pequeño pueblo de Domrémy, que hoy cuenta con unos 150 habitantes,
todavía se alza su casa natal, que rezuma un encanto especial. Se trata de una
construcción sencilla, con un techo inclinado a un agua, dos plantas y una chimenea
monumental. Juana de Arco tuvo sus primeras visiones en la campiña de Domrémy
siendo una adolescente. La extraordinaria epopeya de esta hija de campesinos
comenzó con la aparición del arcángel Miguel, que protegía el reino de Francia,
y al escuchar las voces de santa Catalina de Alejandría y de Santa Margarita, que la
guiarían a lo largo de su breve vida. Juana de Arco podría haberse convertido en una
mística, como santa Teresa de Jesús, pero estos mensajes divinos la incitaron a la
acción; debía unirse al ejército del rey de Francia y recuperar los territorios ocupados
por los ingleses como consecuencia de la guerra de los Cien Años (1337-1453).
A los trece años, Juana de Arco confesó haber visto a san Miguel, a santa Catalina y a
santa Margarita y declaró que sus voces la exhortaban a llevar una vida devota y
piadosa. Unos años más tarde, se sintió llamada por Dios a una misión que no parecía
al alcance de una campesina analfabeta: dirigir el ejército francés, coronar como rey al
delfín en Reims y expulsar a los ingleses del país.
En 1428 viajó hasta Vaucouleurs con la intención de unirse a las tropas del príncipe
Carlos, pero fue rechazada. A los pocos meses, el asedio de Orleans por los ingleses
agravó la delicada situación francesa y obligó al delfín a refugiarse en Chinon, localidad
a la que acudió Juana, con una escolta facilitada por Roberto de Baudricourt, para
informar a Carlos acerca del carácter de su misión.
Éste, no sin haberla hecho examinar por varios teólogos, accedió al fin a confiarle el
mando de un ejército de cinco mil hombres, con el que Juana de Arco consiguió
derrotar a los ingleses y levantar el cerco de Orleans, el 8 de mayo de 1429. A
continuación, realizó una serie de campañas victoriosas que franquearon al delfín el
camino hacia Reims y permitieron su coronación como Carlos VII de Francia (17 de julio
de 1429
Acusada de herejía
Juana de Arco se limitó a cumplir la voluntad de Dios, según confesó posteriormente
ante los jueces de la Inquisición que la sentenciaron. La joven doncella se desplazó a
Chinon, donde se encontraba la corte de Carlos VII, y ataviada con ropas masculinas,
tal y como le habían indicado las voces, convenció al delfín de que ella era la enviada
para ayudarle a reconquistar Francia.
Equipada con una armadura blanca y portando un estandarte, como ha sido
representada en numerosas pinturas, se puso al frente de las tropas y obligó a los
ingleses a levantar el sitio de Orleans, derrotó al general británico Talbot en Patay y,
ese mismo año, Carlos VII fue coronado rey en Reims, el 17 de julio de 1429.
Sin embargo, un año después, y tras el fracaso de la ofensiva contra París, fue hecha
prisionera y entregada a los ingleses, que la acusaron de herejía y la condenaron a
morir en la hoguera. Juana de Arco no se retractó, sino que reafirmó sus revelaciones.
La mañana del 30 de mayo de 1431, hace 582 años, fue atada a una estaca y quemada
viva en la plaza del Mercado Viejo de Ruán, al noroeste de Francia, y sus cenizas fueron
arrojadas al río Sena. En 1920 fue declarada santa por el papa Benedicto XV.
Historias que contar
Cleopatra
Desde su adolescencia, Cleopatra causó sensación por su gran cultura y su irresistible atractivo
personal. Fue con esas armas como logró seducir a Julio César, que a su llegada a Egipto la repuso en
el trono.
Cleopatra —cuyo nombre significa “gloria de su padre”— nació durante el invierno del 69 al 68 a.C.
en la capital de Egipto, Alejandría.
Su padre fue Ptolomeo XII y su madre probablemente fue Cleopatra VI, aunque otras fuentes
aseguran que era hija de una egipcia de clase alta. Cuando ascendió al trono de Egipto, a los 18 años,
Cleopatra ya había desarrollado un atractivo irresistible, fruto de una intensa educación y de su
presunta belleza.
Poco más se conoce acerca de los primeros años de la vida de Cleopatra. Su figura está
irremediablemente ligada a los últimos años de la historia de Egipto, un período que supuso la
decadencia de una larga estirpe: la de los Ptolomeos.
Tras la muerte de Alejandro Magno, sus generales se repartieron el inmenso imperio que él había
reunido; Ptolomeo Lagos adquirió el territorio de Egipto, nombrándose faraón e iniciando la dinastía
lágida, época que se conoce con el nombre de ptolemaica.
Sus sucesores gobernaron Egipto concediendo poca atención a la milenaria cultura faraónica,
mientras Roma dominaba el Mediterráneo. En un periodo de suma inestabilidad, los egipcios
entronaron a Ptolomeo XII, hijo ilegítimo de Ptolomeo IX, que se casó con su hermana Cleopatra VI
Trifena y tuvo con ella tres hijas. Una de ellas, Cleopatra VII, se convertiría en la futura reina de
Egipto.
Ptolomeo XII, famoso por su afición a fiestas y a banquetes —se ganó el sobrenombre de Auletes (el
flautista)—, gestionó el país de manera desastrosa y fue expulsado por los alejandrinos. El imperio
recayó en manos de su esposa Cleopatra VI (57 a.C.), y a la muerte de esta, su hija Berenice —
hermana de Cleopatra VII— se convirtió en la sucesora. Pero sobre ella también se cernió un destino
fatídico: se esposó con Arquelao, gobernante de Asia Menor, un imperio vecino y poderoso que era
visto con recelo por parte de Roma.
Ptolomeo XII, subordinado al imperio de Roma, derrotó a las tropas de su propia hija, y al entrar en
Alejandría, ordenó ejecutarla acusada de traición.
Así, Cleopatra asumió el trono de Egipto. La joven faraona, que amaba la historia de su país, podía
hablar y leer la lengua faraónica, uno de los motivos por el cual se granjeó el reconocimiento de sus
súbditos egipcios.
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