Angélica Gorodischer El control de los cuerpos De A la tarde, cuando llueve, Emecé, Buenos Aires, 2007. Según la ley, el acto del aborto no se considera homicidio, porque aún no se puede decir que haya un alma viva en un cuerpo que carece de sensación ya que todavía no se ha formado la carne y no está dotada de sentidos. San Agustín Nuestra historia, la historia de la humanidad, es un largo camino signado por la desesperación que despierta el ansia de poder y por el puritanismo que no es otra cosa que el miedo obsesivo de que alguien en alguna parte pueda ser feliz. La primera obtiene el ominoso resultado de pobreza, aculturación, terrorismo, opresión que sufrimos constantemente, y adopta formas distintas a lo largo y a lo ancho de la tierra. El segundo hunde sus raíces en el fundamentalismo religioso y trata de producir la culpa y la desdicha de todas, de todos. ¿Siempre ha sido así? Casi siempre ha sido así. Pero claro que para averiguar cuándo y desde cuándo, tenemos que ir muy lejos. Pío Baroja dijo alguna vez: " Por instinto y por experiencia creo que el hombre es un animal dañino, envidioso, cruel, pérfido, lleno de malas pasiones". Claro que Baroja, primero, hablaba en un momento en el que no se cuestionaba la palabra hombre para significar humanidad, de modo que podemos perdonarle por lo menos eso. Y, segundo, quizá no sea cierto que se puede generalizar hasta ese punto y decir que la humanidad ES o DEJA DE SER esto o lo de más allá, y eso ya es más difícil, aunque no imposible, de perdonar. Tal vez la humanidad, como la gente, como cada una y cada uno, no sea sino que vaya siendo a medida que el tiempo pasa o que el tiempo le pasa trayendo y llevando todos los acontecimientos pequeños y grandes que después van a ser los documentos sobre los que se basa la confección de la historia. ¿Cómo empezó todo esto? ¿Cómo empezó el ansia de poder y el fundamentalismo religioso, tan cerca como están la una del otro? ¿Cómo empezó la gran idea de controlar los cuerpos para controlar el mundo? Hace tres millones de años, ayer nomás, Lucy, nuestra madre negra, salía de África para dispersar a su gente por el mundo. Todavía no éramos humanos. Pero cien mil años atrás en África y treinta y cinco mil años atrás en Europa, hace su entrada el homo sapiens que ya enterraba a los muertos, inventaba el arte de las grutas, ornamentaba sus utensilios; es decir, tenía un cerebro con imaginación y emociones. Los Cro-Magnon, que de ellos se trata, déjenme decir primero que lamento que esta palabra nos traiga recuerdos recientes tan trágicos, pero es que eran los hombres de CroMagnon, ya que sus contemporáneos, los Neanderthal fueron mucho más primitivos y se perdieron sin evolucionar más allá. A ver, empecemos de nuevo: los Cro-Magnon, que de ellos se trata, tenían un lenguaje elaborado porque de otra manera no hubieran podido producir la cinceladura de las rocas, la precisión de los trazos, la elección de los colores, los esfumados para dar perspectivas, tan lejos de los burdos cantos rodados labrados de Lucy y sus contemporáneos. Era el Paleolítico. Y hay quienes dicen que el Paleolítico fue la edad de oro de la humanidad. Había poca gente, no se talaban los árboles a razón de miles de hectáreas por día, la caza era abundante de modo que no había que guerrear por las presas, en las costas había moluscos y crustáceos, los ríos estaban llenos de peces que no morían de a centenas de miles por alguna sustancia industrial venenosa, no había esclavos, se trasladaban en grupos de treinta o cuarenta. Estaban dispersos pero no aislados, y hombres y mujeres desempeñaban los mismos roles y se enterraba a las mujeres con la misma consideración que a los varones. Y luego, en el Neolítico, terminan los grupos de cazadores y recolectores, se inventa la agricultura, la cría de ganado, el pueblo, y al mismo tiempo la distribución de las tareas, la diferenciación de los roles, la propiedad, la jerarquía, el poder, la guerra y el control de los cuerpos. La Edad de Oro ha terminado y el mundo moderno está en marcha. Jean Courtin asegura que no se explica muy bien por qué "los cazadores y recolectores, los hombres del mesolítico, que vivían en un clima templado con recursos abundantes y variados, abandonaron la caza y la pesca para ponerse a roturar el bosque, a horadar el suelo, a exponerse a los avatares de la cosecha, a formar rebaños amenazados por los lobos, las enfermedades y la codicia del vecino". Lo cierto es que en esa organización social las mujeres son las que llevan la peor parte, las que se ocupan de los chicos, raspan y curten las pieles para las vestimentas, conservan el fuego, muelen el grano. El Neolítico inaugura para ellas el comienzo de la coerción. Los varones aún cazan, pero también guerrean, usan las armas unos contra otros. Ellos pueden usar lo que derrama la sangre de los otros; ellas no, porque son ellas mismas las que derraman su sangre. Tal vez todo empezó así. Por lo menos los paleontólogos, los biopaleólogos, los paleopatólogos dicen que con un alto grado de probabilidad las cosas fueron sucediendo de esa manera. Ese mundo moderno en marcha ya no se pudo detener y se convirtió en un mundo de apropiadores y apropiados en el cual los apropiadores sostienen que los apropiados lo son porque están naturalmente diseñados para eso. La antigüedad dijo eso de los esclavos. Toda la historia del mundo dijo (dice) eso de las mujeres. Las francesas, que llaman esclavage a la esclavitud, llaman por asociación sexage a esta situación a la que nosotras por afinidad con esclavitud podríamos llamar sexitud. Pero se la llame como se la llame, lo cierto es que se trata, se ha tratado siempre, de una apropiación no aleatoria, es decir que no deriva de un accidente sufrido por el individuo apropiado, sino de una relación social fundadora de la sociedad, que implica que las clases nacidas de esta relación deben ser las así definidas, porque sin ellas la sociedad toda dejaría de existir. Y este hecho ideológico significa que todas las mujeres pertenecemos a un conjunto apropiado como conjunto, situación que vendría a ser la sexitud, de donde deviene la dependencia de la apropiación privada de cada mujer. El discrimen, esa facultad que se ejerce desde la clase apropiadora hasta contagiar, colonizar a la clase apropiada en todos los niveles de una sociedad que de ellas depende, se ejercita muchas veces por caminos tortuosos. Justamente los sinuosos caminos que sigue el poder para obtener lo que simula ser su derecho. Lo que se dice en esos caminos es muy distinto, es lo opuesto a lo que se hace. Véase si no ese asunto de hace quinientos años y pico en el que se dijo que los señores de cruz y espada venían a salvar almas y que se tradujo en la cosificación de los cuerpos, la tortura, la explotación y la muerte de los individuos y de las civilizaciones. Véase la no tan lejana búsqueda de pureza y de un mundo de superhombres de la muerte y de mujeres dedicadas, condenadas, a la procreación de esos hombres, que terminó en la shoah. Véase a los otros, nuestros y recientes, señores de cruz y espada que decidieron salvar al país. Pero si hay algo difícil en esta vida, y al decir difícil me quedo corta pero no quiero perder la esperanza diciendo imposible; si hay algo difícil es cambiar un hecho social. Cualquier cosa, sensata o disparatada, que haya sido aceptada por la doxa y calificada de respetable, se va a mantener incólume o más o menos derrengada a pesar de todos los esfuerzos que se haga para cambiarla, durante siglos si tenemos suerte y durante milenios si no la tenemos. Se puede cambiar con cierta facilidad, estudio, dedicación, un hecho natural: se puede hacer que una mujer no ovule. Pero es difícil, muy difícil cambiar el hecho social según el cual la maternidad es un destino y no una elección, que es lo que debiera haber sido siempre y lo que debiera ser con mayor razón como corolario del cambio en el hecho natural. Y la maternidad, según la doxa, no sólo es un destino sino que es un destino sublime. Quiero detenerme en la palabra sublime porque aparece muy a menudo cuando se trata de nosotras las mujeres. Por supuesto que las mujeres no somos sublimes. Sublime significa excelsa, maravillosa, insuperable, celestial, divina, sobrehumana, y nosotras somos personas, nada más y nada menos; y las personas, varones y mujeres, somos contradictorias, complejas, conflictivas, pero no siempre sublimes (casi nunca). En fin, algunas mujeres serán sublimes, no digo que no, pero lo interesante es que el poder, entendiéndose por el poder quienes lo ejercen porque pertenecen a la clase de los apropiadores, estén o no en las cimas de los gobiernos o aspiren a estarlo, lo interesante es que el poder suele recordar que somos sublimes cuando se acercan las elecciones y en el día de la madre. Cuando termina eso de las elecciones y durante los otros trescientos sesenta y cuatro días del año, eso de ser sublimes pasa del recitado al chiste. En todo otro momento las mujeres pertenecemos a esa temible, insuperable y necesaria plaga de los cuerpos apropiados por el apropiador. Cierto es que cada época tuvo su manera de ejercer este dominio. En la Grecia clásica las mujeres no tenían ningún derecho, en parte de la Edad Media la cosa no fue tan terrible y las mujeres formaron parte del circuito económico, y en otra parte de la Edad Media se las quemó por brujas. Se quemó lo que quedaba de sus cuerpos, después de haber pasado por las torturas de la fractura de brazos y piernas con pinzas de hierro al rojo, defeminización del cuerpo por la sección de los pechos, sombreros, calzado y guantes de hierro al rojo, ataduras con cadenas y hundimiento en el río o en el mar para probar si flotaban, en cuyo caso eran inocentes, y finalmente la hoguera para lo que quedaba de esos cuerpos. En esos momentos las mujeres éramos demonios lujuriosos que copulábamos con el diablo y de las que se decía que su cuerpo era asqueroso y poseía poderes diabólicos y que si un hombre copulaba con una mujer menstruante, moría en medio de atroces sufrimientos. En el siglo XIX éramos todo lo contrario: éramos estatuas frígidas fajadas en corsets, de piernas cerradas y labios helados, imposibles de entibiar. Y si no, éramos prostitutas que podían, con mayor frecuencia de lo que se cree, caer en manos de Jack el Destripador y sus seguidores. Los fundamentalismos religiosos no han sido ni con mucho más benévolos. Es cierto también que han sido enormemente contradictorios y que de un siglo a otro, de un Papa a otro las cosas han cambiado a veces para mejor pero casi siempre para peor. Casi siempre para considerar que es imposible estar a la vez con Dios y con las mujeres. La Iglesia se ha opuesto siempre al aborto no sólo porque sospecha (aunque no puede probarlo) que es homicidio o femicidio, sino porque el embarazo es el resultado de la actividad sexual y la unión sexual tiene que ser para la procreación y jamás para el placer. Culpables y desdichados. Los teólogos más importantes argumentaban en el siglo IV que el aborto no era un homicidio o femicidio en las primeras etapas del embarazo. San Agustín sostiene que la vida humana como tal comienza en algún momento, después de que el feto ha comenzado a crecer. Otros teólogos (Tertuliano por ejemplo) opinaban que la concepción y la femi u hominización eran inmediatos. Las diferencias de opinión resultaban de la descentralización de una iglesia en la que la autoridad papal, tal como la conocemos hoy, no existía. Hasta el papa León I (siglo VI) no hay sistematización de las enseñanzas de la Iglesia. Desde el punto de vista legislativo, el aborto es un pecado porque oculta la fornicación y el adulterio. Pero la mayoría de los teólogos opinaba que el aborto no es femi-homicidio en el principio del embarazo porque la concepción es una cosa y la humanización otra, que se produce después. Una minoría opinaba lo contrario. San Agustín condenaba el control de la natalidad y el aborto porque destruían la conexión necesaria entre el acto sexual y la procreación, tal como habían dictaminado los doctores de la Iglesia. En resumen, importa menos la humanización del feto que el hecho de que dos personas se hayan unido sexualmente por placer y no para traer hijos al mundo. Dicho de otra manera, el aborto es serio pero no tanto como las relaciones sexuales ilícitas o no. Los "Cánones Irlandeses" (siglo VII) sostienen que hay un castigo por destruir un embrión antes de la formación del ser humano y otro por hacerlo después. Por ejemplo, "la penitencia por relaciones sexuales con una mujer es de siete años a pan y agua; si es con una vecina, nueve años. La penitencia por destruir un embrión en el vientre de su madre, tres años a pan y agua. Si el alma ya se encuentra presente, catorce años a pan y agua". Claro que nadie sabe cuándo es que el alma se encuentra presente. La doctrina general de esos años es la de la humanización retardada. En los penitenciales citados, el aborto a veces se castiga más levemente que el soborno, la adivinación y el robo. Después se establecen las primeras colecciones de leyes canónicas y los penitenciales pierden lentamente terreno. En 1140 Gracián concluye en Aliquando que "el aborto es homicidio sólo cuando el feto ya se ha formado". Concepto confirmado por los escritos de Inocencio III y más contradictoriamente por Gregorio IX, quien dice que si el aborto fue para ocultar la satisfacción de la lujuria, es pecado. Si no, la falta es leve. Basado en el concepto aristotélico del hilomorfismo, Santo Tomás (siglo XIII) dice que el aborto no es un pecado, a menos que el feto ya estuviese unido al alma, cuarenta días después de la concepción para los varones y ochenta días para las mujeres que ya se sabe que somos más lerdas. Pero al mismo tiempo sostenía que la anticoncepción y el aborto son pecados contra el matrimonio. El hilomorfismo define al ser humano como una unidad formada por dos elementos distintos: la materia prima (potencia) y la forma sustancial (el principio realizador), unidos en el cuerpo y el alma del ser humano. No hay persona si no existen los dos elementos. El concepto hilomórfico de la persona humana implica la hominización o feminización tardía. Y es que ya que el cuerpo y el alma se unen para formar un ser humano, no puede haber un alma humana en algo que es menos que un cuerpo. El hilomorfismo acota que al feto se le infunde en primer lugar un alma vegetativa, después un alma animal y finalmente, cuando el cuerpo ya se ha desarrollado, un alma racional. El Concilio de Vienne, que se hizo en Francia en 1312, confirmó la idea hilomórfica de la persona desarrollada por Santo Tomás. La opinión de este Concilio todavía rige como dogma de fe católica. A pesar del apoyo teológico al hilomorfismo que siguió vigente hasta ahora, la teoría de la humanización inmediata comenzó a ganar terreno poco a poco. Hubo un período de transición durante el cual rigieron teorías contradictorias y hasta se llegó a discutir el aborto terapéutico. En 1588, Sixto V, preocupado por la prostitución que florecía en Roma, publicó la bula "Effraenatum" en la que condenaba el aborto y la anticoncepción como homi-femicidios cuya penitencia era la excomunión. Pero desde 1591, con la "Sedes Apostólica" de Gregorio XIV, hasta 1869 la postura de la Iglesia fue la de la humanización retardada, aunque en 1679 el Santo Oficio bajo Inocencio XI prohibió el aborto incluso para jóvenes embarazadas cuyas familias las matarían. Un hecho teológico independiente, el de la Inmaculada Concepción, vino a dar fuerza a la teoría de la Iglesia sobre el aborto. Porque, en efecto, si María recibe la gracia santificante en el momento de la concepción, entonces tenía un alma al ser concebida, y eso puede ser válido también para todos los seres humanos. Actualmente, con un papado fuerte que suprime todo debate teológico, puede llegar a creerse incorrectamente que la posición sobre el aborto es infalible. Pero de todas maneras la información necesaria no es clara. La Sociedad teológica de América, y las Católicas por el Derecho a Decidir sostienen: "Se puede decir que la sexualidad sirve para propiciar el desarrollo de las personas humanas, llamándolas a una creatividad constante, eso es, la apertura total al ser, a la realización de todo el potencial de la personalidad, a un continuo descubrimiento y expresión de la propia persona. La procreación es una forma que tiene este llamado a la creatividad pero no es por ningún motivo la única razón para la ex- presión sexual, la sexualidad sirve además para desarrollar a la persona verdadera, llamando a todo ser humano a una más clara conciencia de su naturaleza en relación con otras personas, de su absoluta necesidad de acercarse al otro y aceptarlo para alcanzar la realización personal". Hoy en día el mundo se enfrenta, bueno, al menos el mundo occidental, porque el islamismo arregla las cosas muy rápida y claramente: la clase apropiada es siempre culpable, la clase apropiadora es siempre inocente. Y ya sabemos todo lo que eso significa, la clitoridectomía, infibulación, pedrea a la mujer violada y libertad absoluta al violador, el crimen de honor, etc. Es decir la sexitud en todo su esplendor. Pero el mundo en el que vivimos enfrenta la contradicción y el peligro que entraña la política del poder, el control, total en ciertas épocas, más distendido en otras pero siempre presente, del cuerpo de las mujeres por medio de la ley o del pecado, la ley de los varones avalada por la ley de los dioses. Si se controla el cuerpo de las mujeres, se controla a su descendencia, se controla la familia, se controla la sociedad, y los fundamentalismos religiosos lo saben. Por eso actúan desde afuera e imponen sus reglas por medio de la colonización de las mentes (el pecado) y el peso de la ley sobre el cuerpo (el crimen). Lo que debiera ser felicidad se convierte en desdicha; lo que debiera haber sido el recuerdo del goce se convierte en culpa. Cuando una trata de entender lo que dicen los amos y los partidarios de la sexitud, se encuentra con una brecha, un abismo que separa las palabras de los hechos generados por ese mismo poder que maneja el discurso y que necesita para mantenerse y mantener el statu quo, el ejercicio de una autoridad que no es servicio sino privilegio. El control de los cuerpos es el procedimiento por el cual se condena a la gente a una sola visión de la vida: la de quienes mandan. Es lo que hacen desde siempre los fundamentalismos religiosos cuando dictaminan reglas para las mujeres, su destino, su vida, su sexualidad, su conducta. Es lo que hacen los dictadores. Debiéramos tener, o por lo menos debiéramos luchar para obtener, debiéramos obligar a los de arriba a instrumentar una política de salud reproductiva en la que las mujeres (y sus parejas, claro) pudiéramos contar con educación sexual en la escuela desde los primeros años, impartida no por religiosos que sólo saben anatematizar el grito de auxilio de las mujeres que mueren todos los días por abortos clandestinos, sino por gente idónea e instrumentada para ese tipo de instrucción; debiéramos informarnos y saber lo que significa la despenalización del aborto; debiéramos contar con organismos dedicados a guía y consejo de planificación familiar, con posibilidad, por supuesto, para todas las mujeres de acceder a las medidas anticonceptivas que su salud y su conciencia les dictaran, y no menos, por supuesto, con atención ginecológica neonatal y pediátrica para ellas y sus bebés. Y con las vacaciones adecuadas para su estado de sublimidad, ese que se exalta en los discursos y que se desprecia en los hechos. Y en vez de esos horribles monumentos a la madre en las plazas y los patios de las comisarías, que no significan nada, con guarderías y jardines de infantes gratis o por lo menos en los que cada madre pagara un porcentaje razonable de lo que gana, para que los chicos de las mujeres que trabajan recibieran todos la misma atención. Hablé de desprecio y es la palabra que corresponde. Sin ninguna de esas condiciones las mujeres no consiguen o se quedan sin trabajo y sin atención porque son sublimes según el discurso y descartables según los hechos. Integran entonces la multitud de mujeres, ellas, porque se ha probado más de una vez que la pobreza es mujer y se feminiza cada vez más, que buscan desesperadamente un medio de mantenerse, trabajo o mendicidad o prostitución, lo que sea, porque tienen un embarazo tras otro y no pueden comprar comida, tener para un alquiler, pagar la luz, cambiarles los pañales a sus hijos, abrigarlos cuando hace frío, llevarlos a lo del pediatra, comprarles chupetes, juguetes, golosinas, el cochecito y los escarpines de lana y los baberos y las mamaderas y las remeras de colores y los medicamentos cuando están enfermos. Mientras estemos sujetas a la sexitud, mientras se nos niegue incluso el conocimiento de nuestros derechos y no haya forma de que las agrupaciones mal llamadas "pro vida" comprendan que están trabajando para la miseria, la desdicha y la muerte, seguiremos viendo el panorama de todos los días: victimización de las mujeres, sobre todo de las mujeres pobres, porque la hipocresía logra que las que tienen medios lleguen a los cincuenta años con sólo dos hijos y se enrolen en los movimientos que claman por la vida de los embriones, mientras miran para otro lado cuando se trata de la vida de las mujeres o de los ya nacidos; criaturas de tres y cuatro años pidiendo una moneda en los semáforos mientras la madre, con otro bebé prendido al pecho, vigila desde la vereda y sabe que a esa nena que ella manda a pedir monedas le espera el mismo destino que a ella, violación a los ocho años, prostitución a los doce, analfabetismo, droga, alcohol, un hijo cada once meses, abortos ilegales que pueden llevarla a la muerte o a la condena social y legal, tuberculosis, sida o cualquier otra enfermedad de transmisión sexual, y muerte prematura. Mientras sigamos sujetas y sujetos a la sexitud, mientras esa nena siga pidiendo monedas en los semáforos y su madre muriendo de a poco, no tenemos, no tendremos ninguna esperanza. A menos que hagamos algo. Rosario, abril de 2005. (Conferencia de apertura del Congreso de Salud Reproductiva en Rosario, organizado por la Sociedad de Salud Reproductiva bajo la presidencia del Dr. Walter Barbato.)