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DOCUMENTOS
Nº 220
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El Estado de las
Autonomías y su futuro
José Luis Meilán
Catedrático de Derecho Administrativo
Noviembre 2014
La Fundación Ciudadanía y Valores como institución independiente, formada por profesionales
de diversas áreas y variados planteamientos ideológicos, pretende a través de su actividad
crear un ámbito de investigación y diálogo que contribuya a afrontar los problemas de la
sociedad desde un marco de cooperación y concordia que ayude positivamente a la mejora de
las personas, la convivencia y el progreso social
Las opiniones expresadas en las publicaciones pertenecen a sus autores, no representan el
pensamiento corporativo de la Fundación.
Sobre el autor
José Luis Meilán nacido en A Coruña el 6 de julio de 1933 es jurista y político gallego.
Catedrático de Derecho Administrativo, fue fundador del Partido Galego Independente y
diputado de UCD en 1977 y 1979. Participó directamente en la Constitución y en el Estatuto
de Autonomía de Galicia. Fue Rector de la Universidad de A Coruña y ex Consejero de Estado.
Miembro de la Real Academia Gallega de Jurisprudencia y Legilación.
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DOCUMENTOS
Nº 220
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EL ESTADO DE LAS AUTONOMÍAS Y SU FUTURO
I. PLANTEAMIENTO.
El proceso que ha conducido al simulacro de consulta realizado el
9-N sobre “el derecho a decidir”, concretado en dos preguntas sucesivas
sobre la constitución de Cataluña en Estado y en Estado independiente,
ha confirmado la alarma que había sonado ya con Diadas espectaculares.
Aunque la respuesta a favor ha sido minoritaria, no deja de ser muy significativa.
Lo que está ocurriendo no había sucedido nunca durante la vigencia
de la Constitución de 1978. ¿Cómo hemos llegado a esto, a que la mayoría del Parlamento catalán haya planteado, de un modo ambiguo en el
procedimiento, pero claro en el objetivo final, la secesión unilateral de
Cataluña? Conviene recordar que Convergencia y Unió votó a favor del
diseño autonómico previsto en la Constitución. Cierto es que en 1978
ERC, que protagonizó durante la República los dos intentos independentistas, estaba representada solo por un diputado en el Congreso y que
ahora tiene una potencia electoral en Cataluña que ha arrastrado a CIU
en la deriva secesionista. Un suceso de esa importancia política en la que
se cuestiona la unidad del Estado no ha surgido de repente. Por eso resulta imprescindible examinar el pasado constitucional y avizorar el futuro
desde el presente.
El tiempo no pasa en vano. Sin ahondar en sus causas, que supondría
examinar la historia de lo acaecido durante los años de vigencia de la
Constitución, es un dato comprobable que en los últimos han surgido, en
el ámbito político y en el doctrinal, que con frecuencia se retroalimentan,
manifestaciones sobre la conveniente o necesaria reconstrucción del Estado, sobre la reforma de la Constitución, en las que subyace, en casosel ultimo es el de Podemos- una revisión del ya alejado contexto histórico
en que se elaboró.
En concreto, por diversas razones, entre las que ha de subrayarse el
enconamiento de la “cuestión catalana”, se pone énfasis en el sistema de
las autonomías que, con frecuencia, se identifica con el principal problema
del Estado.
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El Estado de las Autonomías
y su futuro
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Desde muy temprano se ha criticado la redacción de la Constitución
en esa materia tachándola, como mínimo, de poco clara y defectuosa.
Las opiniones negativas se emiten en la actualidad en un arco que incluye
el excesivo gasto, incluido el despilfarro clamoroso, de las Comunidades
autónomas en una etapa de crisis económica que ha llevado a severas
políticas de ajustes y recortes; la aspiración de aquellas a constituirse
en mini Estados en su organización, comportamiento y multiplicación de
la clase política; la falta de claridad en la distribución de competencias
entre el Estado y las Comunidades autónomas o, según se mire, el debilitamiento del propio Estado y la dificultad de que este pueda desarrollar
políticas de ámbito nacional. Se opina que el Estado autonómico debe ser
sustituido por otro o, sencillamente, es rechazado. Expresadas de una u
otra manera, con mayor o menor amplitud, intensidad o profundidad, en
las propuestas de reforma de la Constitución se parte de la convicción de
que el ciclo del Estado autonómico está agotado.
No parece necesario insistir en la posibilidad de reforma de la Constitución, que ella misma reconoce. Lo que ha de comprobarse es hasta
qué punto las reformas que se proponen responden a lo que consta en la
Constitución, así como la aplicación e interpretación que de ella han hecho
los partidos políticos y el propio Tribunal constitucional con el auxilio de
legítimas orientaciones doctrinales. No vaya a ser que en alguna medida
se esté combatiendo molinos de viento como gigantes, imaginados no sin
interés, o se descubra lo ya inventado, como está sucediendo con las singularidades que ahora se redescubren.
Porque, aunque resulte sorprendente, el sistema de las Comunidades autónomas hoy existente no consta en la Constitución. La
realidad, asumida por políticos, científicos del Derecho y ciudadanos no
coincide con lo que figura en la Constitución y lo expresado en la voluntad constituyente. Es una realidad que no suele reconocerse. Más aún, se
pretende ocultar o se niega.
Está ampliamente generalizada la creencia de que la Constitución
responde al “café para todos” en cuanto a las autonomías. Se afirma con
toda naturalidad de un modo más o menos explícito. Lo que ha ocurrido
puede calificarse de “golpe de Estado constitucional”, llevado a cabo por
los partidos políticos mayoritarios y bendecido por una doctrina científica
hegemónica, con el objetivo político de resolver el problema de los nacio-
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nalismos, especialmente del catalán, cuya actualidad es innegable y, por
lo que se ve, no lo ha resuelto.
Podrá parecer una afirmación audaz, pero cómo puede llamarse a
una operación en que se hace decir a la Constitución lo que ella no dice,
se silencian algunos de sus artículos claves y se ha utilizado de un modo
reiterado un precepto en contra de su literalidad, dando la impresión de
que se cumple la Constitución.
Para decirlo de una manera breve, el mal que se achaca a la Constitución no está tanto en ella, como en la manera en que se ha aplicado, o
más bien en cómo se ha distorsionado su aplicación. Cuando se habla de
reformar habría que esclarecer: ¿qué se quiere reformar, el texto constitucional o lo que se ha acordado al margen de ella?
La Constitución se elaboró con un consenso que ha sido elogiado ampliamente. Hubo acuerdos en materia de libertades y derechos fundamentales, que por cierto incorporé personalmente por primera vez al ordenamiento jurídico español en 1977, y en la Monarquía parlamentaria como
forma política del Estado. Hubo también acuerdo en rechazar el carácter
centralista del Estado que sustituía al anterior régimen político. Quedaba
claro como una reivindicación en eslóganes proclamados en manifestaciones populares en las que se pedía junto a libertad y amnistía “estatutos
de autonomía”. Superando los distintos significados de la palabra, el Estado habría de asegurar, al menos, una descentralización política.
No es aventurado sostener que el diferente entendimiento de la expresión ha influido en el modo en que se incorporó al texto constitucional.
El Estado que se autodefine como social y democrático, no lo hace en la
Constitución como autonómico.
Las bases en que se apoya se encuentran en el artículo 2 que habla
de la indisoluble unidad de la Nación española y garantiza el derecho a
la autonomía de las nacionalidades y regiones, así como en el título VIII,
“De la Organización Territorial del Estado”. Y también esa plasmación constitucional explica la discutible trayectoria que ha seguido el Estado autonómico, trasunto de concepciones ideológicas, políticas y doctrinales
diferentes.
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El Estado de las Autonomías
y su futuro
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¿Cómo se llegó al texto constitucional finalmente aprobado? Para
ello conviene recorrer todos los pasos dados, desde el anteproyecto inicial, que fue cambiado radicalmente y no suele tenerse en cuenta.
Se podrá discrepar de la solución constitucional a cuestiones concretas, pero no puede prescindirse de lo que la Constitución dice, o hacerla
decir lo que no dice, por mucha autoridad científica que se tenga o por
mucho poder político que se detente, que no puede estar por encima de
la Constitución, como así ha ocurrido.
Es preciso hacer una lectura fiel de la Constitución, reconstruir su
trayectoria, para mostrar que los preceptos de la Constitución, tan denostados o declarados obsoletos, perfilaban un coherente sistema que no
se ha querido tener en cuenta por conveniencias de la política o, con más
altura, por sostener un modelo diferente al realmente aprobado, que de
todo ha habido. Es cierto que hubo diferentes orientaciones, pero el texto
constitucional ofrece un diseño autonómico coherente.
Aunque parezca sorprendente, la lectura que se ha hecho de la Constitución ha pasado olímpicamente de artículos claves de la Constitución,
por decirlo de un modo actualmente castizo. Por ello no es casual que no
se insista, por lo general, en la comparación de los diferentes tramos del
proceso constituyente; en concreto lo que figuraba en el anteproyecto y
se cambió en el texto definitivamente aprobado de la Constitución.
Prestigiosos juristas, que bajaron a la arena después de aprobada la
Constitución, han respaldado lo que, en realidad, es una vulneración. Se
puede mirar hacia otro lado, aludir a razones pragmáticas o a una razón
de Estado de dudoso pedigrí, erigir la voluntad política sobre la ley. No
creo que esa deba ser la actitud del jurista, por más que no deba desconocer los apremios políticos. No es la mía.
En el fondo de la divergencia doctrinal y política se encuentran dos
orientaciones fundamentales del singular Estado de las Autonomías que
podrían sintetizarse en “generalidad uniforme versus autonomía con
reconocimiento de singularidades”. El desarrollo del Estado autonómico ha estado condicionado por la elección de la primera -uniformidad- a
costa de la segunda, que es la recogida en la Constitución. La construcción
doctrinal dominante se corresponde a esa elección que es decisiva para la
configuración del Estado autonómico, ahora objeto de crítica. Este es el
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meollo de la cuestión.
La “cuestión autonómica” no fue un invento de los constituyentes de
1978. Existían unos problemas políticos concretos que habría que abordar.
No se trataba de un exquisito ejercicio académico. La “cuestión catalana”
era uno de ellos, con mayor razón que en 1931, que en expresión de
Azaña, en un memorable discurso, no se había caído de una teja con el
advenimiento de la democracia.
Conviene recordar que el planteamiento de la autonomía política en
la Constitución de 1978 fue el reconocimiento de que existía un problema
político que se había intentado resolver en 1931 y que había quedado
interrumpido bruscamente. Así se ha reconocido por historiadores, constitucionalistas y publicistas.
La opción uniformadora no está libre de suponer un intento de diluir
los problemas singulares en una ambiciosa operación de carácter político. Por lo que se está contemplando en la actualidad, y adelanté hace
una docena de años, no parece que haya resuelto el problema principal,
aunque haya sido beneficiosa en otros aspectos. Y es que, en realidad,
con el Estado autonómico diseñado, se trataba de algo más que de reorganizar el Estado, descentralizando su estructura y funcionamiento.
No deja de ser sintomático que se haya hablado de federalismo “asimétrico” y se repita ahora con estos o análogos términos. Circunstancias
históricas, que no tendrían sentido desde una perspectiva teórica de la
Constitución, han sido aceptadas para el País Vasco y Navarra y no parece
que los partidos políticos mayoritarios se hayan pronunciado a favor de
suprimirlas.
En este presente azaroso respecto del futuro que pueda esperarle al
Estado me parece que es conveniente volver a llamar la atención acerca
del diseño constitucional de la cuestión autonómica y de su consciente vulneración. Entiendo que las decisiones a adoptar deberían tener en cuenta
cual fue el diseño constitucional y explorar, al menos, su virtualidad y, en
caso de reforma expresar con claridad en qué consiste, a qué afecta de la
Constitución y por qué se hace.
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El Estado de las Autonomías
y su futuro
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II. EL DISEÑO CONSTITUCIONAL.
Lo que existe en la actualidad se corresponde al anteproyecto de Constitución inspirado y defendido por el Ministro Clavero, impulsor también
de las llamadas preautonomías. Consistía en la regulación uniforme de
las Comunidades autónomas, que tendrían Asamblea Legislativa, Consejo
de Gobierno y Presidente. Ese planteamiento se cambió en el informe de
la ponencia, de los ahora llamados “padres de la Constitución”, que para
subrayar el cambio operado lo calificaron de “nuevo enfoque”. Sería el
que, en definitiva, figura en la Constitución. En síntesis, se rechaza esa
uniformidad.
En el fondo del diseño constitucional latió el interés por reconocer algunas singularidades dentro de la generalidad de la autonomía, que había
sido predeterminada por la preautonomías. En relación con ello tiene su
justificación empalmar con la Constitución de 1931: se trataba de cerrar el paréntesis que había quedado abierto con la guerra civil. Bajo su
vigencia tres territorios, con diferente intensidad, habían manifestado su
voluntad autonómica, concretada en la aprobación por referendo de los
correspondientes Estatutos: Cataluña, País Vasco y Galicia. No tenían que
volver a demostrarla. Ese es el dato histórico objetivo de referencia, sin
necesidad de remontar río arriba para justificar diferencias entre Comunidades históricas y no históricas. Les correspondían elaborar sus Estatutos
y someterlos a referendo popular y podían asumir el pleno de las competencias reconocidas en la Constitución sin esperar a los cinco años previstos como regla general en el artículo 148 de la Constitución. Ese plazo respondía a una previsión de prudencia para comprobar el establecimiento
del nuevo sistema de organización del Estado de las autonomías.
Esa previsión no se presentaba como algo discriminatorio, ya que se
establecía un procedimiento para que ese acceso inicial a la autonomía
máxima fuese posible a cualquier territorio en virtud del artículo 151,1.
No era un privilegio, prohibido por el artículo 138,2 de la Constitución o
contrario al principio de igualdad del artículo 139,2.1. El procedimiento
estaba abierto a todas las posibles Comunidades, pero contenía tales exigencias que no era impensable, más bien se esperaba, que ninguna Comunidad lograse superarla, a pesar de la rebaja propiciada por el PSOE.
La dificultad se comprobaría en Andalucía, en donde la provincia de Alm-
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ería no obtuvo la mayoría absoluta de los electores, no obstante la torpeza del gobierno de UCD de pedir la abstención en el referéndum y otras
circunstancias.
Es cierto que la referida gradualidad temporal diferenciaba a las Comunidades de la disposición transitoria segunda y del artículo 151 con las
demás; pero, y esto es fundamental para entender lo que ha sucedido, la
diferencia no se limitaba a ese aspecto temporal, sino que afectaba a la estructura misma de esas Comunidades. En concreto, a la
existencia de Asamblea legislativa. Solo la tendrían las Comunidades que
hubiesen aprobado sus Estatutos por el arduo procedimiento citado del
artículo 151, tal como se expresa en el artículo. Aunque después políticos
y profesores lo hayan omitido, queda muy claro en el testimonio del exministro Clavero al luchar por que la vía del artículo 151 para Andalucía.
Lo que pretendía es que tuviese Asamblea Legislativa y Tribunal Superior
de Justicia.
El reconocimiento de esa singularidad tenía correspondencia con el
de nacionalidades y regiones en la Constitución al hablar de la autonomía
como derecho. Es evidente que quiso reconocerse alguna diferencia,
aunque no se declarase de un modo explícito. En el más amplio significado del discutido término de nacionalidades se excluyó en el debate parlamentario que implicase un Estado, lo que es coherente con el rechazo
prácticamente unánime del derecho a la autodeterminación.
Una cuestión de enorme trascendencia, se ha dicho y es verdad,
esta de las Asambleas legislativas, en las que residen las singularidades
de unas determinadas Comunidades y que la doctrina dominante no ha
querido ver.
III. INICIO Y CONSUMACIÓN DEL CAMBIO CONSTITUCIONAL
El inicio del cambio respecto de lo que decía, y dice la Constitución,
fue el proceso del Estatuto de Andalucía. Como es de conocimiento general, no se cumplió con lo establecido en la Constitución, que remitía a
una ley orgánica según la cual si no se alcanzaban los votos exigido por
la Constitución no podría reiterarse la iniciativa hasta pasado un año. Una
ley, previamente acordada por Felipe González y un desgastado Adolfo
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Suárez, permitió a Andalucía seguir su andadura modificando lo que dice
la Constitución: en lugar de la “mayoría absoluta de votos en cada una de
las provincias” que exige la Constitución, esa ley estableció “la mayoría
absoluta en el conjunto del ámbito territorial”. Fue la primera vulneración de la Constitución
La generalización uniformadora del modelo autonómico, que supuso
un cambio de lo previsto en la Constitución y, en ese sentido supone
una vuelta al anteproyecto, es una decisión política manifestada con toda
claridad, a iniciativa del Presidente Calvo Sotelo de acuerdo con el PSOE
liderado por Felipe González y el respaldo doctrinal de una “Comisión de
expertos”, constituida por profesores de Derecho administrativo y presidida por el magisterio ampliamente reconocido y respetado, del Catedrático
Eduardo García de Enterría, figura relevante en la historia contemporánea
del Derecho público español. Ni siquiera puede disimularse con una mutación constitucional, para la que no había transcurrido un tiempo que
justificase la discutida categoría doctrinal.
No deja de ser sorprendente la declaración de Calvo Sotelo que no
me resisto a transcribir: “en la primavera de 1981 los dos partidos entonces hegemónicos deciden asociarse para formular convenidamente una
doctrina general sobre el tema autonómico que ninguno de los dos tenía”
y por eso la necesidad de la Comisión. Se prescindía del consenso constitucional en el que habían participado hasta el final los nacionalistas catalanes de CIU.
Cualquiera que fuera lo que constaba en la Constitución, vino a decir
con arrogancia Calvo Sotelo, “se imponía a todos como inevitable lo que
empezaba a llamarse generalización del hecho autonómico”, entendido
como uniformidad. En 1981 se reconoce, sin embargo, que solo existían
entonces tres Comunidades Autónomas constituidas. No era un hecho
irreversible la generalización de las Asambleas legislativas. Fue una decisión política libre. Podría haberse intentado la reforma de la Constitución
para lo cual, con los socialistas, tendría la mayoría necesaria. Ni siquiera
se intentó.
La Comisión de expertos refrendó la necesidad de un pacto político por
el cual las Comunidades autónomas podrían alcanzar el máximo de competencias, sin esperar y sin pasar por las horcas caudinas del artículo 151.
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El informe se refiere únicamente a las dos velocidades para acceder al
máximo de las competencias reconocidas a las Comunidades autónomas
en la Constitución. El informe no quiere ver la diferencia estructural del
artículo 152 según el cual la Asamblea legislativa se reconoce para unas
determinadas Comunidades Autónomas. Ninguna mención a ello. En cambio, de un modo explícito se sostiene: todas las Comunidades autónomas
que se constituyan deben contar con Asamblea Legislativa.
Y eso es lo que ocurrió. Se había iniciado en relación con Valencia
y Canarias que, a la vista de lo acontecido en Andalucía, abandonaron
la dificultosa vía del artículo 151 con la promesa de que obtendrían lo
mismo siguiendo la general: no solo el máximo de competencias, sino
también Asamblea Legislativa. Para ello se vulneró el plazo de cinco
años establecido en la Constitución para acceder a ese máximo,
se vulneró el 152 relativo a la Asamblea Legislativa y se utilizó el
artículo 150,2, de acuerdo con lo propuesto por la Comisión de expertos, para transferir competencias del Estado, en contra de lo que
el artículo dice literalmente y de la explicación de su alcance dada
en el debate constituyente. Ha sido clave para el montaje del actual
Estado autonómico con vulneración expresa de la Constitución, por lo que
merece una atención especial.
IV. EL USO INDEBIDO DEL ARTÍCULO 150,2 DE LA CONSTITUCIÓN
El artículo es claro: “El Estado podrá transferir o delegar en las Comunidades Autónomas mediante ley orgánica facultades correspondientes a
materia de titularidad estatal que por su propia naturaleza sean susceptibles de transferencia o delegación”. Sorprendentemente un miembro de
la Comisión de expertos ha dicho hace un par de años que en este caso
“la Constitución es bastante precisa”. Y tanto. No hace falta ser jurista
ilustrado para entender que se habla de facultades de competencias estatales; una parte de la competencia, no la totalidad de la competencia.
Así se lo hice observar amablemente a Manuel Fraga en el debate parlamentario para corroborar esa interpretación restrictiva realizada por el
ponente Pérez Llorca.
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Ese uso espurio, contrario a la Constitución ha sido utilizado reiteradamente y llegó a su culmen en los pactos de 1992 entre el PSOE en el
gobierno y el Partido Popular liderado por Aznar. Se trataba de equiparar
las competencias de todas las Comunidades autónomas y con ello “dar
satisfacción a las aspiraciones de asunción de nuevas competencias”, dice
la ley correspondiente que excedían de las previstas en el artículo 148.
No es necesario precisar más. Por triple motivo se vulnera la Constitución.
De la mala conciencia de ese uso espurio existen manifestaciones en
un informe del Consejo de Estado, en su debate en el Pleno y en el voto
particular del propio Aznar. Que es incorrecto delegar o transferir competencias completas, como se vino haciendo, es un testimonio esclarecedor
y reciente el escrito del actual Secretario de Estado de Relaciones con las
Cortes en cuanto a la petición realizada por el Parlamento de Cataluña al
Congreso de los Diputados para que le transfiriese la competencia estatal
en orden a convocar un referéndum sobre “el derecho a decidir” en la que
se invoca el citado artículo 150,2.
Vale la pena transcribir algún párrafo del escrito oponiéndose a la
transferencia solicitada: “El citado artículo 150.2 de la Constitución prevé
sólo la transferencia de facultades correspondientes a materia de competencia estatal, pero no a la competencia estatal, toda ella en sí misma”. Es
decir, se pretende como objeto de delegación una facultad que supondría
un vaciamiento completo de la competencia del Estado atribuida por el
artículo 149.1.32ª en relación con la materia específica de la celebración
de consultas populares. Se plantea, de esta forma, no la transferencia de
una o de algunas de las facultades correspondientes a materias de competencia estatal…como dice el mismo tenor del artículo 150.2, sino de la
competencia en sí misma, o completa, lo que no es compatible de forma
alguna con la previsión del citado artículo 150.2, ni en general con la voluntad del Constituyente de reservar al Estado el ejercicio exclusivo de la
competencia de autorización para la convocatoria de consultas populares
por vía de referéndum”.
Una auténtica desautorización de lo realizado por los partidos mayoritarios desde 1981.
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V. LA DISTRIBUCIÓN DE COMPETENCIAS.
Con frecuencia se acostumbra a subrayar la defectuosa distribución
de las competencias del Estado y de las Comunidades autónomas, hasta
el punto de considerarlas como el tema que justifica una reforma de la
Constitución. Sin extenderse sobre el asunto, una lectura no sesgada doctrinalmente permite una interpretación razonable de lo que consta en la
Constitución, explicable por los apremios del consenso del que participaban los nacionalistas. En todo caso, es revisable la doctrina del Tribunal
constitucional; difícilmente puede calificarse de exclusivas las competencias así denominadas a las que se les añade un “sin perjuicio”.
Lo que interesa destacar ahora es que el principal impacto negativo sobre la regulación de las competencias procede de la generalización
de las competencias legislativas de las Comunidades autónomas. No son
precisas muchas argumentaciones, ni recurrir a experiencias de Derecho
comparado, para aceptar la afirmación. Los posibles conflictos disminuirían drásticamente porque la ley estatal no tendría que confrontarse con
17 posibles leyes de las Comunidades autónomas.
Esta es la situación en que nos encontramos. Otra cosa sería “si las
potestades legislativas sólo correspondieran, además del Estado mismo, a
Cataluña, País Vasco y Galicia” sobre cuya especulación “resulta bastante
inútil entretenerse”, se ha llegado a decir con cierta suficiencia. Esa especulación es sencillamente constatar lo que se desprende de la Constitución.
La complicación ha venido de la generalización de la potestad legislativa
de todas las Comunidades autónomas propuesta por la Comisión de expertos, estimulada y, en último término, decidida por el poder político.
En cambio, no se ha reparado en el artículo 150,1. No se ha usado y es
otra prueba del desvío de lo contenido en la Constitución. Permitía otorgar
potestad legislativa a Comunidades Autónomas que no la tuviesen por
Estatuto.
De otra parte, con el diseño previsto en la Constitución las leyes de
armonización serían, en principio, de más fácil utilización al referirse a un
número pequeño de Comunidades Autónomas, y no quedarían “demonizadas” por el mal precedente de la LOAPA.
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VI. BALANCE DE SITUACIÓN.
A lo largo de lo expuesto se ha tratado de exponer la singladura del
Estado autonómico, en lo que concierne a su estructura. Tiene que ver con su
porqué y el alcance de la autonomía que le confieren un carácter singular. El
diseño constitucional es coherente, corresponde a un Estado unitario con singularidades, expresivas de un proceso histórico.
La autonomía política es general. En esto puede haber consenso. No
faltan críticos que admitiendo la generalidad postulan una asimetría. Eso fue lo
que finalmente se aprobó. En lo que no se ha insistido es en lo que constituye
el nervio de lo que aquí ha estado defendiéndose: la singularidad se concreta
fundamentalmente en el reconocimiento de potestad legislativa a determinables
Comunidades autónomas. No es lo que ha resultado.
VII. QUÉ PUEDE HACERSE
La situación actual del Estado autonómico ha suscitado con frecuencia la
opinión de que habría que introducir en él alguna reforma, que podría consistir,
incluso, en una reforma de la Constitución. En casos solamente referida a él, en
su conjunto o para hacer frente a la “cuestión catalana” o, con mayor amplitud,
atendiendo a que el ciclo de aquel está agotado, o que es necesaria una puesta
al día de la Constitución incluso en un nuevo proceso constituyente que eche el
cierre al de 1978.
La respuesta a la pregunta planteada se hace aquí desde la perspectiva
jurídica que ha presidido lo expuesto, en la consideración de que los juristas no
deben suplantar a los políticos. A aquellos corresponde suministrar, si acaso, las
posibilidades que ofrece el Derecho para que quienes tienen la responsabilidad
adopten las decisiones que los intereses generales demanden. Se proponen
algunas que son consecuencia lógica de lo expuesto con anterioridad. Entiendo
que no son elucubraciones teóricas, alejadas de la realidad, ni manifestaciones
del arbitrismo político.
1. De entrada puede preguntarse cómo han podido permanecer las
inconstitucionalidades denunciadas. Quién defiende la Constitución. Obviamente,
el Tribunal Constitucional. Pero éste no actúa más que para resolver los recursos
y cuestiones que le plantean. Y en materia de inconstitucionalidad solo están
legitimados los partidos que tengan, al menos cincuenta diputados o senadores.
Basta que los dos partidos hasta ahora mayoritarios se pongan de acuerdo,
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como así ha ocurrido, para que la inconstitucionalidad objetiva permanezca. Para
evitar lo que ha sucedido habría que ampliar la legitimación, por ejemplo a un
grupo parlamentario. Para eso no hace falta reformar la Constitución, solo la ley
orgánica del Tribunal constitucional
2. Se ha propuesto la reforma de la Constitución en clave federal con o
sin singularidades, y se ha hablado de un federalismo asimétrico. En realidad el
Estado autonómico actual, después de la generalización igualitaria comenzada
en 1981, es un Estado federal, tan peculiar y diferente de los demás existentes
en el mundo, como lo son ellos entre sí. Podría concluirse, por tanto, que las
Comunidades Autónomas serían los Estados de la Federación: tienen Parlamento,
Gobierno y Tribunal Superior de Justicia. En lugar de Estatuto tendrían
Constitución. ¿También las uniprovinciales? Por qué cambiar entonces el nombre
a una realidad existente.
3. Otra posibilidad es reformar la Constitución para convertir lo existente
en legal, que no lo es, suprimiendo los concretos artículos vulnerados. Es, en
definitiva, lo que propuso el Consejo de Estado al contestar a la consulta realizada
por el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero. Se aleja de la perspectiva aquí
deliberadamente elegida inquirir si la posición actual del PP sería la entonces
manifestada en la oposición. En todo caso, no responde al consenso constitucional
de 1978, y al menos suscita dudas de que sirviera para enfrentar la cuestión
catalana tal como se encuentra en la actualidad.
4. Por coherencia con lo que he venido sosteniendo sobre la lectura e interpretación del texto constitucional, una respuesta al interrogante planteado
podría ser volver a la Constitución de la que el itinerario descrito del Estado autonómico se ha desviado.
No se trataría de desandar todo el camino sino de restaurar lo que sea posible. El Estado seguiría siendo autonómico. En esa línea, habría que respetar la
existencia de todas las Comunidades autónomas, con el nombre que las identifica. Es de justicia reconocer que esa descentralización del ejercicio del poder
tiene a su favor muchas cosas positivas. Pero entiendo, en cambio, que no es
irreversible, si hubiese voluntad política, la existencia de Asamblea legislativa en
todas las Comunidades autónomas. Su no necesidad es de fácil argumentación
en las uniprovinciales.
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Habría que tomar como punto cero el artículo 151 de la Constitución,
cumplido por el País Vasco, Cataluña y Galicia. Aunque Andalucía no
cumplió con lo previsto en ese artículo, es un hecho que lo intentó y no
existía prohibición para que lo intentase de nuevo. Podría argüirse una
presunción de que lo hubiese conseguido sin acudir a la chapuza anticonstitucional realizada.
Dialécticamente puede sostenerse que las Comunidades que no lo han
utilizado han renunciado. Bastaría que el Partido Popular y el PSOE acordasen la reforma de los correspondientes Estatutos que fueron aprobados por una ley orgánica, sin referéndum, manteniendo la Asamblea con
potestades normativas, pero no legislativas. Un pacto político, como en
otras ocasiones, pero esta vez no para conculcar la Constitución, sino para
restaurarla. Quedarían, por tanto, con Asamblea legislativa, el País Vasco,
Cataluña, Galicia y Andalucía.
Para los casos en que fuese necesario reconocer competencias legislativas, por ejemplo, en razón de Derechos forales o insularidad, siempre
podría acudirse al artículo 150.1 de la Constitución, no utilizado precisamente por la generalización denunciada. No siempre las leyes autonómicas, que con frecuencia se copian y pegan, suponen mayor garantía jurídica para los ciudadanos, sobre todo cuando se tiene mayoría absoluta.
Elevada una materia a ese nivel se impide al ciudadano impugnarla ante
la jurisdicción contencioso-administrativa.
No haría falta reformar la Constitución para todo ello. El acuerdo entre
los dos partidos, desde el punto de vista jurídico podría considerarse como
una peculiar “revisión de oficio”, que vendría a reconocer la nulidad del
procedimiento seguido y sus consecuencias.
De otra parte, sin la competencia legislativa como regla general, salvo
la posibilidad de contar la que admite el artículo 150,1 citado, quedaría
abierta la decisión de suprimir las Diputaciones Provinciales, que han
desparecido ya en las Comunidades uniprovinciales.
Para que resultare más hacedero el posible pacto podría aprovecharse
la reforma de la ley orgánica del Tribunal constitucional que permitiría,
además, revisar su propia doctrina sobre la distribución de competencias
entre Estado y Comunidades Autónomas y el alcance de la transferencia
irregular de competencias estatales.
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Se trataría de que el Tribunal pueda actuar no solo para resolver recursos
o cuestiones de inconstitucionalidad, sino también para declarar a petición de
quien estuviese legitimado, qué competencias son exclusivas, compartidas y
concurrentes, paradójicamente en la línea del Estatuto catalán. Algo parecido a
lo que ahora consta en la Constitución (artículo 95,2) sobre la declaración de si
existe o no contradicción con la Constitución en un Tratado internacional.
Esa misma reforma podría valer para declarar sobre el alcance de
la transferencia irregular de competencias a través del artículo 150.2 de la
Constitución que podrían entenderse convalidadas como transferencia de
facultades, sin perjuicio de que las Cortes Generales puedan atribuir a las
Comunidades autónomas la facultad de dictar para sí mismas normas legislativas
por el artículo 150,1 como se expuso.
Tal como está siendo el funcionamiento de los partidos políticos quizá pueda
parecer que lo propuesto es una benemérita utopía. No debo rebasar los límites
que aquí me he impuesto, pero no me parece que disonase con la necesidad de
regeneración pública de la que se viene hablando. Lo que sí se ha pretendido
es mostrar su viabilidad jurídica, sin tocar la Constitución. No creo, basándome
en la coherencia, no siempre estable en ese ámbito, que fuese objetada por los
nacionalistas.
En cuanto a su repercusión positiva para una solución a los contenciosos
históricos y, en concreto, a la “cuestión catalana”, no aseguro que sea ya suficiente; pero debilitaría uno de los argumentos que se esgrimen para mostrar la
actual “incomodidad” en España, que en el momento constituyente se proclamó
no existir con la Constitución. En todo caso, la vuelta a la Constitución sería
volver a lo pactado en 1978, a lo aprobado por CiU y por muy amplia mayoría
de los españoles, que incluye la solidaridad esculpida en el artículo 2. Esa operación sería una posible solución de carácter general; pero la cuestión catalana y,
probablemente, la vasca, ahora requieren algo más.
Para completar el panorama, habría que aludir a la posibilidad de hacer que
el Senado responda al cometido que se le asigna en la Constitución de “Cámara
de representación territorial” y no de mera “segunda lectura”, como en la actualidad. La carencia de potestad legislativa ordinaria de la mayoría de las Comunidades autónomas no supondría obstáculo para el funcionamiento del Senado
en el sentido constitucional.
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El Estado de las Autonomías
y su futuro
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5. La cuestión catalana.
No es cuestión de enumerar los puntos que marcan el itinerario de
la autonomía catalana hasta la actual deriva secesionista, en el que uno
de ellos de especial relevancia ha sido el proceso del nuevo, más que reforma, Estatuto y la sentencia del Tribunal constitucional. Han surgido
propuestas para intentar encauzar la solución del problema. En todas ellas
vuelve a hablarse del reconocimiento de singularidades de diferente naturaleza, sin que se reconozca la singularidad que consta en la Constitución.
Rechazada por inconstitucional cualquier manifestación unilateral de
secesionismo, del no reconocimiento de que la soberanía nacional reside
en el pueblo español y no en una parte de él, es preciso contestar a la
pregunta ¿por qué esa deriva secesionista se ha planteado en Cataluña y
no en otras Comunidades? Ese hecho, corroborado, aunque no mayoritariamente el 9-N, revela que existe alguna singularidad que es preciso
reconocer y ha de ser aceptada por la mayoría del pueblo catalán.
Desde la perspectiva predominantemente jurídica adoptada puede
buscarse una solución específica y aislada para Cataluña. En ese sentido se ha adelantado alguna propuesta de reforma constitucional que
incluyese también la distribución de las competencias del Estado y Comunidades Autónomas. Esa cuestión general de la distribución de las competencias, no es condicionante de la reforma del Estatuto catalán. Más bien
un pretexto.
Entiendo que la indispensable reforma del Estatuto catalán precisa de
un nuevo soporte constitucional. Para ello se ha propuesto la redacción de
una disposición adicional específica para Cataluña, que seguiría el procedimiento sencillo de reforma de la Constitución previsto el artículo 167
de la Constitución.
En esa dirección me inclino por la conversión de la actual disposición transitoria segunda en una disposición adicional que se
referiría a Cataluña, País Vasco y Galicia. Una recalificación que se encuentra en la línea de la singularidad reconocida en la Constitución. Sería
el título habilitante para una nueva redacción de los Estatutos concernidos. Por lo que se refiere a Cataluña, habría que reconsiderar las apreciaciones interpretativas de la STC 31/2010. No creo que valga la pena
insistir en la inconstitucionalidad de “los símbolos nacionales”. En el himno
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FUNCIVA
DOCUMENTOS
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oficial de Galicia, aprobado por consenso, figura “Nazón de Breogán”. Esos
símbolos se corresponden con lo que por nacionalidad entendieron los
representantes de CiU en el debate constituyente: naciones sin Estado. Es
honesto reconocerlo.
Sin Estado, este es el límite que pretende ahora saltarse. Y aquel
reconocimiento no tiene que llevar por necesidad a definir el único Estado
como plurinacional que, exigiría una reforma compleja, e innecesaria, de
la Constitución, porque chocaría con el muy pensado y equilibrado artículo
2. En coherencia con la pertenencia a un único Estado es obligada la solidaridad, que encuentra una expresión positiva e incluso sentimental, en
la “patria común” que también consta en el mismo artículo.
En todo caso, lo que se propone como posible es una reforma mínima
de la Constitución, de acuerdo con su espíritu, por lo que atañe al Estado
autonómico. Volver a la Constitución no es petrificarla; sería paradójicamente inconstitucional. Significa tomar como referencia lo que ella dice
y no lo que se le ha querido o se sigue queriendo decir, para afrontar la
realidad actual después de más de 35 años de vigencia. Resulta incongruente que se achaque agotamiento a un diseño autonómico cuya aplicación
se ha impedido inconstitucionalmente.
VIII. CONCLUSIÓN.
Hace una docena de años escribí en un libro testimonial: “los esfuerzos
deben dirigirse a desarrollar la máxima virtualidad que encierra la expresión “patria común”. Desde la pluralidad que define el deseo constitucional
de vivir juntos debería ahondarse en ese patriotismo común, no uniforme,
tampoco descalificador y mucho menos excluyente”. Un proceso paciente
y positivo de integración que recordaba Mommsem en el comienzo de su
monumental obra sobre Roma. Lo reiniciamos en 1978. Continuarlo incumbe a quienes ahora nos representan. Es su histórica responsabilidad.
De mi participación en el diseño constitucional han quedado muestras
en las Actas del Congreso. No estuvo reñida con la condición de profesor de Derecho público, de acuerdo con la advertencia de Ortega y Gasset
en “Vieja y Nueva política” de no desposeerse de la condición profesional
cuando se actúa en el terreno político. Entonces no confundí, ni separé
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El Estado de las Autonomías
y su futuro
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ambos conceptos. Tampoco ahora que desde hace muchos años no estoy
en la política partidaria. Lo expresado, puesto de manifiesto con amplitud
en un libro reciente -El itinerario desviado del Estado autonómico y su futuro-, es la opinión de un jurista al que no es ajena la realidad política en
la que nos encontramos sumergidos.
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