El proceso como instrumento de control social. Sección Territorial

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EL PROCESO COMO INSTRUMENTO DE CONTROL SOCIAL
Introducción. Todas las sociedades generan sus propios mecanismos de
control social, con la finalidad de mantener y regenerar su propio orden
socio-económico y político. Uno de los mecanismos de control social es el
derecho, lo que implica la existencia de medios institucionales para
garantizar el cumplimiento de las leyes. En nuestro contexto democrático no
puedes ser otro que un proceso íntegramente judicializado, estrictamente
respetuoso con los derechos fundamentales dirigidos además por jueces
capaces de asimilar la creciente complejidad de las sociedades en las que
actúan y de las que emana su propia legitimidad, garantes dentro del proceso
de los derechos e intereses legítimos de aquellos ciudadanos que participan
en el mismo, como víctimas, como imputados, como testigos, etc.
Sin embargo, en el plano real, el proceso penal se ha convertido en un
modo directo de criminalización, con una relevancia penalizadota que
desmiente aquellas construcciones ideológicas que han tratado de
presentarlo como instrumento inanimado, adjetivo, cauce formal por el que
circula una pretensión punitiva. La hipertrofia de algunos de los mecanismos
procesales adquiere una significación que va más allá de lo puramente
coyuntural, representando una opción política «de política penal» que intenta
legitimizar el peso aplastante de la actividad instructora sobre el resultado
final del proceso, revitalizando hábitos de tipo inquisitivo que se asumen por
la doctrina jurisprudencial de mayor nivel, amparados en un hipotético
derecho de la sociedad a pervivir.
EL INICIO DEL PROCESO: LA INVESTIGACION SOCIAL
La persecución penal implica un proceso de investigación del delito,
pero, ¿es la investigación del delito ya el propio proceso de enjuiciamiento
penal?, la pregunta no es válida, pues su respuesta define el tipo o las
características de control que tendrá un determinado proceso.
En cualquier comunidad los delitos que se descubren no son más que un
pequeño tanto por ciento de los que realmente se cometen. De ahí, que la
forma como se articule el proceso primario de investigación ya va a
condicionar que unos delitos se esclarezcan y otros no, a la vez que los
procedimientos que se utilicen en esa investigación influirán de manera
definitiva en las evidencias que logren causar para la valoración de las
conductas en el acto final del juicio.
Por esto el quién y el como se efectúe la inicialización de la persecución
de los delitos, determina, por una parte, qué tipos de delitos se persiguen y
por otra, presumibles resultados en el esclarecimiento de las conductas a
juzgar.
Los Jueces de Guardia reciben cada día un número importante de
detenidos así como de atestados policiales, La mayor parte de los procesos
que los jueces tramitan procede de la actividad policial y son escasísimas las
diligencias que comienzan por denuncia directa de loa particulares antes los
juzgados de Guardia por querella, o de oficio, o del propio conocimiento del
Juez.
Las denuncias de los particulares salvo singularidades subjetivas no se
admiten en el Juzgado de Guardia. No hay ninguna forma que lo ampare,
sino todo lo contrario, pues la Ley de Enjuiciamiento Criminal obliga en su
artículo 259 a que todas as personas «que presencien la perpetración de
cualquier delito lo ponga en conocimiento del Juez de Instrucción más
próximo al sitio que se hallen». La práctica habitual, por lo menos, en las
grandes ciudades es, sin embargo, reenviar a las Comisarías al ciudadano
que pretende hacer una denuncia en el Juzgado de Instrucción. Las querellas
según se observa en la estadística con un número trascendente pero
(aunque no hay un seguimiento estadístico) me permito eventuar sin
demasiado riesgo que pocas de ellas terminan en sentencia. En muchas
ocasiones son expresiones de las llamadas «querellas catalanas», o
comportan dificultades de investigación que los jueces instructores que en la
práctica carecen de verdaderos recursos de investigación eficaz, acaban por
dejarlas morir en la lentitud de tiempos eternos o la sobreseen más o menos
rápidamente.
Los procesos iniciados de oficio por los jueces adolecen de las
dificultades apuntadas para las investigaciones de las querellas, unidas a las
que por añadidura ocasionan las complejas normas de reparto y las
jurisdicciones especializadas, que hacen que también en la práctica pocos
jueces puedan instruir los procedimientos que se han iniciado por su propia
decisión.
La legislación procesal penal en su fase de investigación gira en torno a la
figura del Juez de Instrucción. Los artículos 259, 262, y 264 de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal regulan, como ya dije más arriba, los derechos y
deberes en cómo denunciar, y del mismo modo los artículos 266, 267, 268 y
269 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal establecen cómo los jueces y en
general los funcionarios de la Policía han de actuar cuando reciban cualquier
tipo de denuncias o de delitos; si la denuncia es escrita, según el artículo 266
de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, se exige la firma en el escrito del
denunciante y la firma también de la autoridad que la recibe. Si la denuncia
es verbal, la autoridad o funcionario que la reciba tomará una declaración en
el que exprese cuantos elementos de conocimiento tenga el denunciante
relativos al hecho denunciado y a sus circunstancias. En ambos casos y
según establece la Ley de enjuiciamiento Criminal, el Juez o funcionario
comprobará el hecho denunciado. Sin embargo, ni la Ley de Enjuiciamiento
Criminal ni la normativa específica de la Ley de Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad del Estado de 11 de mayo de 1986, ni el Decreto de Policía
Judicial de 19 de Junio de 1987, como veremos más adelante, dan normas
de ninguna clase sobre cómo puede comprobarse el hecho denunciado por
la Policía. Es, precisamente, en esa laguna legal donde se ha asentado una
antesala de investigación policial que se nutre parasitariamente con una
evidente contradicción de las normas señaladas en la Ley para el Juez de
Instrucción, el Juez se encuentra ya con una investigación predeterminada o
un ensayo general de lo sucedido y de lo que va a acontecer. De ahí, que en
infinidad de casos el sospechoso declara ante el funcionario del Juzgado
respecto a si ratifica o no lo que ya dijo en la Comisaría. Obviamente, esta
forma de actuar es una disfunción, ya que en esto, la Ley de Enjuiciamiento
Criminal es diáfanamente clara. Las declaraciones siempre habrán de
hacerse ante el propio Juez de Instrucción. Pero en esto como en otras
tantas irregularidades y corrupciones procesales hay que buscar cuál es la
causa. ¿Realmente es útil que el Juez vuelva a repetir lo que ya ha hecho el
funcionario de Policía? ¿Tiene sentido volver a preguntar sobre lo que ya se
preguntó? La declaración ante la Policía se efectúa con unos puntos de
partida que constan en el atestado. Si el Juez quiere indagar tiene que
hacerlo con esos mismos parámetros, pues no tiene otros.
Así la función instructora se puede decir que queda reducida a repasar el
total de una suma en la que se dan como cierto y establecidos los sumandos
que la componen. La falta de regulación del comportamiento de la Policía en
la investigación inicial es una laguna legal que no puede atribuirse al
anacronismo de la Ley de Enjuiciamiento Criminal pues la ley de Cuerpos y
Fuerzas de la Seguridad del Estado de 14 de marzo de 1986 y el Decreto de
policía Judicial de 19 de julio de 1987 no han modificado lo esencian de esta
trascendente omisión.
EL artículo 11 de la Ley Orgánica de 14 de marzo de 1986 establece
como función específica de los mismos la de investigar los delitos para
descubrir y detener a los presuntos culpables. Pues bien, la forma de ejercer
esa función está señalada de manera genérica en el artículo 5º de esa misma
Ley Orgánica, cuando se establecen los principios básicos de actuación,
señalando en el apartado C) que en ejercicio de sus funciones la Policía
deberá actuar con decisión y sin demora, dirigiéndose al hacerlos por los
principios básicos de congruencia, oportunidad y proporcionalidad en la
actuación de los medios a su alcance. En esta disposición realmente la única
que aborda con carácter genérico el modo de actuar de la Policía y de las
Fuerzas de Seguridad del Estado en la investigación de los delitos previa
intervención judicial, puesto que el resto de disposiciones viene a contemplar
la función colaboradora o dependiente de dichos organismos en relación con
la actividad instructora, pero no la previa y autónoma. Así, el artículo 10 del
Real Decreto de 19 de junio de 1987 dice que en la ejecución de sus
cometidos, la Policía Judicial referente a la averiguación del delito,
descubrimiento y aseguramiento del delincuente, así como de los previstos
en los apartados C), A) y E) del artículo 445 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial las Unidades Orgánicas de la Policía Judicial y los Funcionarios a
ellas adscritas dependerán funcionalmente de los Jueces y Tribunales o
miembros del Ministerio Fiscal que estén en conociendo el asunto objetivo de
la investigación. El Artículo 12 de ese mismo real Decreto dice que los
funcionarios policiales de la Policía Judicial informarán de la evolución de sus
investigaciones y rendirán cumplida cuanta del resultado final de su
actuación a la autoridad Judicial o al Ministerio Fiscal que la hubiera
ordenado en los términos y en la forma que en la misma se haya dispuesto.
Un atisbo o po0r lo menos una referencia a esta problemática se encuentra
en el artículo 20 de este mismo Real Decreto cuando se establece que los
funcionarios integrantes de las Unidades Orgánicas de la Policía Judicial
deberán realizar diligencias de investigación criminal formalmente
concretadas a un supuesto presuntamente delictivo, lo que con carácter
previo a la apertura de la correspondiente actuación judicial deberán dar
cuenta al Ministerio Fiscal. Esta disposición nunca ha llegado realmente a
articularse por no tener el Ministerio Fiscal una estructura que permita
efectuar ese control de la Policía Judicial. Además no deja de ser una
excepción a toda una práctica legal encuadrada en esos principios de
discrecionalidad en los que se desarrolla la función de investigación de la
Policía previa a la intervención del Juez y del comienzo propiamente dicho
del desarrollo del proceso penal. En conclusión, la independencia del
enjuiciamiento no es tal, pues se determina por la actividad de qué y el cómo
de la investigación y la instrucción policial. La Policía depende formalmente
del Poder Ejecutivo, pero a nadie se le oculta la existencia de determinados
opúsculos del Poder Ejecutivo, pero a nadie se le oculta la existencia de
determinados opúsculos del Poder Judicial Autónomo, lo que todavía
cuestiona más en manos de quién está realmente el control social del
proceso penal.
PATOLOGIA DEL PROCESO PENAL
El análisis del desvío o de la deformación del proceso respecto a sus
principios y sus normas esenciales nos muestra, de nuevo, hasta que punto
la investigación independiente de la Policía es responsable de gran parte de
la patología del proceso.
Centrándonos en la praxis judicial hacemos algunas referencias a las
concretas actuaciones judiciales instructoras afectadas por la instrucción
policial. Los reconocimientos judiciales en rueda son una auténtica prueba
anticipada en los procesos por delitos de robo con violencia o intimidación.
Pues bien, en esta clase de diligencias judiciales del sumario es lo más
frecuente que el atestado llegue a manos del Juez Instructor con una rueda
de reconocimiento práctica en Comisaría, a la que ha precedido la
preselección del denunciado en varios álbumes de fotografías
correspondientes a presuntos delincuentes. Todo ello da lugar a que cuando
se realiza el reconocimiento en presencia judicial sea ya la tercera vez que el
testigo identifica al denunciado y como entre cientos de fotografías es
elemental que algún rostro se le parezca al del autos real de los hechos, al
final siempre queda la duda de si el encausado lo es por su auténtica
participación delictiva o si nos hallamos ante una elaboración policial del
sujeto pasivo del proceso. De hecho, en la práctica cotidiana ya ha sucedido
en más de una ocasión el que aparezca como claramente reconocida una
persona que ese día y a esa hora se hallaba preso en un centro
penitenciario. Y es que parece obvio que el reconocimiento «in persona»
nunca debe practicarse en dependencias policiales. Un grave proceso de
desjuicialización se aprecia en las diligencias de entrada y registro que
ostentan una eficacia probatoria determinante de determinados tipos
delictivos como tráfico de drogas y receptación. Es patente que en estas
actuaciones instructoras coincide cierta prepotencia policial con una acusada
omisión de la labor judicial jurisdiccional todo ello en detrimento de la tutela
de derechos fundamentales y de principios procesales de inexcusable
cumplimiento. Clara muestra de ello son los registros domiciliarios par ala
busca de sustancias estupefacientes. En esta clase de procesos es patente
que el lugar del hallazgo de la droga constituye la base probatoria de la
inculpación del denunciado, adquiriendo una repercusión decisiva el acta de
registro, auténtica preconstitución de prueba, en donde han de reseñarse
todas las circunstancias concernientes a la aparición de la mercancía
delictiva. Sin embrago, en la práctica, se observan evidentes incumplimientos
de la Ley Procesal con claras sumisiones jurisdiccionales. Así, y a modo de
ejemplo, cabe destacar que en las diligencias del atestado, en ningún
momento se reseña la información al detenido de su derecho a asistir o a
presenciar el registro. Tampoco consta la presencia del Letrado de la
defensa a pesar de que parece lógico y congruente que el detenido tiene que
prestar declaración con asistencia de Letrado, ésta figure. Más importancia
alcanza todavía el derecho de defensa en una diligencia de registro domiciliar
y reproducible en el juicio oral, en la que el Letrado podrá interesar que
consten ciertos datos que puedan favorecer al denunciado.
Otro tanto pueden afirmarse de las intervenciones telefónicas practicadas
por la Policía con autorización judicial, pero en las que concurre una falta
total de supervisión y control del Juez de Instrucción. De tal forma que una
vez concedido el mandamiento de intervención es lo normal que los
ejecutores policiales no den cuenta periódica alguna de la evolución de las
escuchas, ni tampoco de su resultado final.
En esta materia la Policía campa por sus respetos a pesar de haber un
procedimiento judicial abierto y generalmente ni remite las cintas ni aporta
dato alguno relacionado con ella. Tan es así que los Juzgados de Instrucción
carecen de datos concretos sobre el índice proporcional de resultados
positivos en las autorizaciones concedidas al cabo de un año, ignorándose
totalmente la eficacia real de este método investigador. Esta grave
desjudicialización del proceso suele culminar cuando el registro es negativo
con la falta de notificación al ciudadano del auto de intervención a pesar del
derecho fundamental que ostenta a efectos de recurso y para tener noticia al
menos de que los funcionarios policiales han conocido su vida íntima por un
período de varios meses. No mucho mayor es la supervisión judicial en el
tema de piezas de convicción, especialmente cuando se trata de droga, pues
suele ser normal que la sustancia estupefaciente se trasporte de la
Comisaría a los centros oficiales de análisis sin intervención judicial alguna.
No es tan poco excepcional que la cuantía reseñada en el atestado no
coincida con la especificada en el pesaje del laboratorio.
En lo que respecta a la fase intermedia del proceso y centrándonos en los
delitos menores ha de reconocerse que el atestado, máxime después de la
reforma del artículo 789.3 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, va a
constituirse como el único punto de apoyo para que el juez acuerde el
sobreseimiento o acceda a la petición de apertura del juicio oral. Por
consiguiente y debido a la escasa investigación judicial que se precisa
practicar con relación a esta clase de delitos, el acusado se sentará en el
banquillo en base a la certeza iniciaria de la documentación policial.
Ya en la fase decisoria del juicio oral el atestado va a seguir jugando, por
mucho que nos pese, un relevante papel inculpatorio. Ello se va a deber en
gran medida a las reiteradas dilaciones indebidas que se dan en nuestros
procedimientos. Y es que nada extraño ni insólito que un proceso tarde en
tramitarse, incluso para delitos menores, varios meses e incluso años. Ello
conlleva en la práctica que los agentes policiales en los delitos de «bagatela»
son quienes suelen comparecer como testigos y no se acuerda de cómo
sucedieron los hechos. Lo cual parece lógico si ponderamos el tiempo
transcurrido y el número de intervenciones diarias. Ante ello sólo caben dos
posibilidades que: se lean el atestado en Comisaría antes de comparecer a la
vista judicial o que les sea leído en el curso de esta. Tal eventualidad
determina, como se observa diariamente que el testigo declara no lo que se
acuerda de lo que ocurrió, pues en realidad no se acuerda de nada, sino el
mero contenido del atestado que así se convierte en prueba y no en objeto o
tema probatorio.
En la situación descrita concluyen causas de diversa naturaleza. Muchas
de ellas son ya lugares comunes en el diagnóstico del malestar de la
Administración de Justicia de nuestro país. Otras tienen carácter objetivo
relacionado con actividades funcionariales inhibitorias y autolimitativas,
algunas de las cuales han sido apuntadas más arriba. En este contexto se
produce en nuestro país un relanzamiento del Ministerio Fiscal a quien se
pretende atribuir la función instructora en el Proceso Penal. Sin embargo,
teniendo en cuenta la realidad sobre la que está transformación va a
producirse, las limitaciones de la praxis procesal del Ministerio Público, su
estructura jerárquica y dependiente del Poder Ejecutivo, su Estatuto
claramente no jurisdiccional y su “rol” de parte en el proceso, es
presumiblemente que el Fiscal, hoy más que el Juez, será un instrumento
idóneo para consolidar el Proceso penal en su vigente modo de ser. Es decir,
en la dimensión de directo vehículo de sobrecontrol social más flexible por la
vía del Ministerio Fiscal trazada desde el ejecutivo, y potencialmente menor
incisivo respecto a conductas perseguibles en el ámbito de aquel poder. Un
Proceso Penal, en resumen, más controlable y menos independiente.
Sección Territorial de Madrid.
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