Pampedia, No. 4, Julio 2007-Junio 2008 Artículos La evaluación del trabajo académico y los programas de estímulo a la productividad Consuelo Ocampo Cano Resumen: Este artículo presenta algunos resultados de una investigación realizada entre profesores de la Unidad de Humanidades-Xalapa de la Universidad Veracruzana, sobre las repercusiones del programa de estímulos a la productividad en sus prácticas académicas. Se discute sobre las políticas de evaluación del trabajo académico y sus orígenes, y las características del proceso de evaluación que se aplica a los académicos que participan en él. El análisis aborda tres cuestiones relevantes de cualquier proceso de esta naturaleza: 1. los propósitos de la evaluación, 2. los criterios de la misma y 3. la forma en que ésta se realiza. Abstrac: This article shows some results from a research carried out by professors of Unit of the Humanities of Universidad Veracruzana in Xalapa, about the repercussions of the stimulations to the productivity program in their academic practices. It discusses the evaluation policies for the academic work and its origins, and the characteristics of the evaluation process applied to the participating academic members. The analysis approaches three significant matters for any process of this nature: 1. the purpose of the evaluation, 2. The evaluation criteria, and 3. the way it is carried out. Palabras clave: productividad académica, evaluación, docencia, criterios de evaluación, juicios documentados. Key words: academic productivity, evaluation, teaching, evaluation criteria and documented judgements. Introducción Después de 17 años de haber entrado en operación los programas de estímulos a la productividad, el interés por el estudio y la discusión académica al respecto han estado casi totalmente ausentes en la Universidad Veracruzana (UV). Las cuestiones que se debaten en este artículo, tienen la intención de contribuir a subsanar esta ausencia. Las ideas aquí expuestas, tienen como antecedente algunos resultados de una investigación más amplia, realizada entre profesores de la UV sobre las repercusiones de estos programas en sus prácticas académicas (Ocampo, 2003). Aquí se alude en particular a las características del proceso de evaluación que se aplica a los académicos que participan en dicho programa. El análisis se aborda en relación con tres cuestiones relevantes de cualquier proceso de esta naturaleza: 1. los propósitos de la evaluación, 2. los criterios de la misma, y 3. la forma en que ésta se realiza. La investigación en la que se sustentan los hallazgos aquí presentados constituye un estudio en 28 caso (Rockwell, 1985; Bertely, 1996), cuyo referente empírico fueron académicos de la Unidad de Humanidades1 de la UV en la Región Xalapa. El tipo de investigación realizada es de carácter exploratorio (Festinger y Katz, 1993: 69) y su orientación metodológica se inscribe dentro del paradigma de investigación social cualitativa e interpretativa (Martínez, 1994). El trabajo de campo se sustentó principalmente en la realización de 16 entrevistas en profundidad (Díaz, 1995) a un número igual de profesores de las siete facultades que integran el universo de estudio (Antropología, Filosofía, Historia, Idiomas, Letras, Pedagogía y Sociología). El análisis e interpretación final del material proporcio1 Hago uso de esta denominación pues aun cuando a partir de la aprobación de Ley Orgánica de abril de 1992, la Unidad de Humanidades dejó de existir formalmente, de acuerdo con los usos y costumbres se le denomina de esa manera, además de que las facultades a ella adscrita siguen compartiendo, además de los espacios físicos, una sola administración a cargo de los servicios generales para el funcionamiento del inmueble. La evaluación del trabajo académico y los programas de estímulo a la productividad nado por las entrevistas incluyó su triangulación con el análisis de diversas fuentes documentales (los documentos normativos del programa, algunas estadísticas sobre su operación y documentos elaborados por académicos participantes) para ampliar, profundizar, relacionar y/o contextualizar la información proporcionada por los informantes –sic– (Goetz y LeCompte, 1988: 36). Asimismo, se incorporan otros testimonios recabados por la autora de este artículo. El surgimiento de los programas de estímulo a la productividad, se inscribe en el marco de las políticas y del Programa Nacional para la Modernización Educativa 1989-1994, y su inclusión en el campo de la educación superior en México fue precedida por la crisis económica y la caída de los precios internacionales del petróleo en la década de los ochenta; la reducción de los recursos públicos destinados a la educación y el consecuente deterioro de los ingresos de los académicos; la inserción del país en el proceso de globalización; el deterioro y cuestionamiento de la universidad pública, así como por la extensión de una imagen social de los académicos universitarios caracterizada por la descalificación profesional y el desprestigio de su trabajo (Díaz y Pacheco, 1997; Díaz, 1996; Fuentes, 1989; Canales, 1998; Poder Ejecutivo Federal, 1989). En el ámbito internacional, la profunda crisis económica que caracterizó a este periodo, fue acompañada de las «recomendaciones» de los organismos financieros internacionales –entre los que destaca el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)–, con suficiente poder de influencia sobre los países acreedores, para condicionar la renegociación de sus deudas y los apoyos financieros, a la implantación de «ajustes estructurales» y orientaciones en materia de políticas públicas, en particular, las enfocadas a la educación y las restricciones en materia de salarios y del gasto social (Izquierdo, 2000: 21-25). Bajo el influjo de las orientaciones de los organismos financieros internacionales y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), tanto en los países desarrollados como en los periféricos, se han visto aparecer y reaparecer, desde finales de los ochenta, esquemas de financiamiento competitivos entre las Instituciones de Educación Superior (IES), y para sus académicos, sistemas de deshomologación a través de programas de estímulo para la recuperación y diferenciación salarial, ambos con base en la evaluación del desempeño, institucional en el primer caso e individual en el otro (Izquierdo, 2000: 21-25) En materia de política hacia los sistemas de educación superior, tuvo lugar, en gran parte de los países, el surgimiento de lo que ha sido denominado el Estado evaluador, concepto vinculado a una política hacia el sistema y el desarrollo de la ciencia y la tecnología, que liga el financiamiento a la evaluación de resultados, con un fuerte control del gasto y de las prioridades de las IES por parte del Estado (Neave, 1991). El grave deterioro de los ingresos de los académicos universitarios a que dio lugar esta situación de crisis y las políticas de contracción de los salarios y del gasto público para la educación, llevó a que el gobierno federal reconociera que el trabajo de los académicos, no sólo debía ser socialmente prestigioso, sino mejor remunerado. Sin embargo, con el propósito de dejar inalterable la política de topes a los incrementos salariales, se crearon los programas de estímulo a la productividad como mecanismo de diferenciación salarial y deshomologación, los cuales, además de mejorar los ingresos económicos de un sector de los académicos, se han dirigido a «estimular la calidad del trabajo académico de docentes e investigadores» (Poder Ejecutivo Federal, 1994: 139). Esta opción para mejorar los ingresos de los académicos, además de aplicarse de manera diferenciada, tiene otras ventajas: la de operar al margen de los sindicatos, de los contratos colectivos de trabajo y del salario, es decir, sin que dichos ingresos impacten en las prestaciones y en los procesos de retiro y jubilación. Los fondos para el financiamiento de los estímulos económicos otorgados por estos programas han sido fundamentalmente federales, ámbito desde el cual se dictan los lineamientos generales para su 29 Consuelo Ocampo Cano operación. Es la Secretaría de Hacienda y no la de educación, la que expide estos lineamientos a partir de l993. En la Universidad Veracruzana han operado cinco versiones, las cuales han recibido las siguientes denominaciones: Becas al Desempeño Académico (1990-1992); Programa de Estímulos a la Productividad Académica, el cual operó con fondos propios y sólo tuvo una convocatoria en 1992; Carrera Docente del Personal Académico (19921994); Premio a la Productividad General, vigente de 1993 a 1998; y el actual, Programa de Estímulos al Desempeño del Personal Académico que inició su operación en marzo de 1999. Es importante destacar que el nuevo programa mantiene el propósito de los que lo antecedieron en cuanto a «contribuir a la conformación de una nueva cultura para la transformación del quehacer académico... en la cual se reconozca e incentive al personal académico que muestre mayores grados de compromiso y mejores resultados en el desempeño de su trabajo» (Universidad Veracruzana, 1992: 2). Lo que distingue al nuevo programa de los anteriores, es que su modelo de evaluación da prioridad a la función sustantiva principal para la cual fue contratado el académico e incorpora cuestiones y actividades que demandan los perfiles académicos del Modelo Educativo Integral y Flexible (MEIF), puesto en operación en la UV a partir de 1999, y los requeridos por el Programa de Mejoramiento del Profesorado (Promep), programa de carácter federal que pretende, además de que las universidades cuenten con un número creciente de académicos con Maestría y Doctorado, que éstos conjuguen en su quehacer cotidiano cuatro tipos de actividades: la docencia, la generación y aplicación del conocimiento, las tutorías y la gestión académica (Secretaría de Educación Pública, 2008). Además, mientras que en las primeras versiones del programa, la convocatoria y la evaluación de los participantes era anual, en el vigente, ambas cosas se realizan cada dos años. La adecuación creciente del programa con los objetivos y criterios de otros que también suponen la evaluación del trabajo académico, así como con los objetivos de los planes de desarrollo y los pro30 gramas de trabajo de las IES, lo ha llevado, de ser un programa eminentemente compensatorio, a convertirse en un poderoso instrumento estratégico de planeación institucional. Sin embargo, todas las versiones del programa comparten rasgos esenciales en cuanto a su naturaleza, sus criterios y procedimiento de evaluación, cuestión en la que se centra este artículo: remuneración diferenciada y adicional al salario en función de los resultados de la evaluación del trabajo de los académicos, realizada con apego a un tabulador, en el cual se establecen puntos a las actividades y productos que deben realizar los académicos y son reportadas en un informe de actividades con la documentación probatoria de acuerdo a las características ahí requeridas. Esta documentación es analizada y calificada por comisiones (denominadas de análisis o de evaluación), integradas por académicos y autoridades para tal efecto. A los puntajes asignados por estas comisiones, se suman los obtenidos por el participante en las encuestas (de alumnos, de los pares y en algunas convocatorias de autoridades) y, en la actual versión del programa, los asignados por las comisiones de arbitraje a los productos sometidos a su consideración. La suma de todos estos puntajes, determina el nivel y monto del estímulo al que se hace acreedor el participante. El asunto de la evaluación es importante porque estos programas, al otorgar incentivos económicos diferenciados en función de la valoración del rendimiento, pusieron de manifiesto como cuestión crítica el asunto de la evaluación del trabajo académico individual y, en particular, las repercusiones que tiene su vinculación con los incentivos. Además, la centralidad de esta cuestión se destaca si consideramos que la evaluación no constituye un elemento secundario de las políticas educativas de los últimos sexenios, sino uno de los componentes capitales de las estrategias para lograr la calidad de la educación superior. Como bien afirma Arredondo (1995: 153), «la calidad de la educación superior y la evaluación quedaron unidos[...] en una suerte de binomio estratégico de las políticas públicas dirigidas al sector». Por otro lado, al inscribirse dentro de las políti- La evaluación del trabajo académico y los programas de estímulo a la productividad cas modernizadoras y neoliberales del Estado Mexicano en los últimos sexenios, «estos programas forman parte de un proyecto más amplio para reestructurar la educación, bajo una perspectiva productivista signada por un proyecto global de ‘excelencia’ y ‘calidad’, mediante el cual se busca inducir…» un nuevo modelo de universidad así como un nuevo modelo de académico acorde con aquél (Díaz, 1997: 10). A continuación, se abordan cada una de las cuestiones que planteamos como relevantes para el análisis de la evaluación del trabajo académico dentro de estos programas. 1. Los propósitos de la evaluación Aun cuando se han dado muchas respuestas a la pregunta: ¿qué es la evaluación?, en general podemos decir que la evaluación significa recoger y analizar de manera sistemática una información que nos permita emitir juicios en relación con el valor o mérito de algo, con la intención de tomar decisiones dirigidas a la mejora (Carrión, 2001). Desde el punto de vista oficial, la evaluación en estos programas ha tenido un doble propósito: incidir en el desarrollo profesional de los académicos para mejorar la calidad y la productividad de su quehacer, y valorar el resultado de su desempeño para, con base en ello, otorgar incentivos económicos. Sin embargo, los mecanismo con los cuales se realiza difícilmente posibilitan una evaluación en sentido estricto, pues esta actividad queda reducida a la contabilidad de productos a los cuales, de manera arbitraria, se les asignan puntajes previstos en un tabulador y lo cual poco o nada dice de su calidad ni de los sujetos que los han producido (Rueda, 1999). Aparentemente, el primer propósito caracterizaría al proceso como una evaluación formativa; sin embargo, de acuerdo con la literatura existente al respecto (Andrews y Barnes, 1990; Carrión, 2001, entre otros), ello implicaría que el sistema de evaluación se centrara en el análisis de los procesos y ofreciera una retroalimentación a los maestros para mejorar su desempeño. En ese sentido, la que se reali- za en el programa se apega más a las características propias de una evaluación sumativa, pues se centra en la valoración del producto a través de la rendición de cuentas (accountability). En consecuencia, esto sólo permite clasificarlos y ubicarlos en un determinado sitio dentro de la escala de niveles y montos del estímulo, de acuerdo a la cantidad de puntos que hayan logrado acumular. Dispositivo de diferenciación salarial Lo anterior, aunado al hecho de su vinculación con los ingresos económicos de los académicos, permite caracterizar el sistema utilizado en el programa como dispositivo de diferenciación salarial, más que como un auténtico sistema de evaluación. Ello coincide con el significado que le atribuyen los maestros, para quienes el someterse a este proceso sólo permite clasificarlos dentro de la escala de niveles previstos para el premio: Mira, en primer lugar, lo que nos está señalando es que dentro de esto ya empieza a haber profesores e investigadores de primera, de segunda, de tercera y de cuarta…; y si hay profesores de cuarta o de quinta, esto significa que no resuelves nada dentro de la universidad... sólo clasificas... ¿sí?, ¿ me explico? (Maestro No. 1). Finalmente muchos maestros, incluso yo, pues simplemente reporto lo que me piden en productividad y si me lo toman en cuenta bien y si no pues ni modo...; tú no sabes qué te tomaron en cuenta y qué no, porque al final simplemente salen las categorías, las clasificaciones…, simplemente te dan el nivel y te toca tanto y punto (Maestro No. 15). Efectivamente, al concluir el proceso de revisión y calificación de los expedientes de los maestros por parte de las comisiones encargadas de realizarlo, éstos sólo reciben un dictamen que les indica la cantidad de puntos que obtuvieron y el nivel del estímulo en que lograron ubicarse, pero no les dice nada que les permita identificar cuáles fueron los aciertos de su desempeño o las insuficiencias del mismo, ni 31 Consuelo Ocampo Cano cómo remontarlas, así como tampoco sobre la calidad de su trabajo, ni sobre qué y cómo hacerle para mejorarla. «a nadie le dan pan que llore» En coincidencia con los resultados de otras investigaciones al respecto (Díaz, 1997; Valdez, 1997, entre otros), los maestros entrevistados consideran que el vincular la evaluación con la diferenciación de sus ingresos, desvirtúa y corrompe el sentido mismo de toda evaluación y su propósito generoso de servir de base para la mejora: ...si lo vemos en términos estrictos, éste sería un medio para acceder a un fin, el fin es que haya mejores maestros, investigadores, etc., pero este medio se ha convertido en fin…; cuando tú ya dejas de hacer lo que tienes que hacer por alcanzar eso, entonces ya transformas el medio en fin y en buena medida a mí me parece que eso se ha venido dando dentro de la universidad...; es normal…, te ofrecen la posibilidad de obtener más dinero… y, bueno, a nadie le dan pan que llore... porque si te dicen «oye mira, si metes este tipo de cosas vas a tener tanto», yo esto lo llamo así como las grandes tentaciones..., y si caes a la primera tentación, empiezas a caer en las otras porque… a todos nos gusta el dinero... (Maestra No. 16). En otro lado, al analizar las repercusiones de la evaluación en las prácticas académicas de los profesores y en coincidencia con los resultados de otras investigaciones (Gordon, 1994; Kohon, 1994), documentamos una serie de efectos más bien adversos a esa intención de mejorar la calidad del trabajo académico, tales como la competencia, el individualismo, la simulación y la «puntitis»2, entre otras (Ocampo, 2005). 2 Los propios usuarios del programa utilizan este concepto para referirse a la práctica de decidir las actividades a que habrán de dedicarse en función de los beneficios previstos por el tabulador del programa. 32 2. Los criterios de la evaluación Nuestros resultados revelan que los criterios conforme a los cuales se realiza esta actividad, no se corresponden con la naturaleza de lo que se pretende evaluar. En este sentido, uno de los problemas de la evaluación en el programa de productividad de la UV, es que pretende ceñir a criterios homogéneos una realidad que de suyo es diversa. Así, por ejemplo, los criterios de evaluación suponen que la calidad académica se relaciona con tener el grado académico de «Doctor» y una actividad académica diversificada (en el Premio a la Productividad General eran docencia, investigación, vinculación y gestión, y en los últimos ejercicios: docencia, generación y aplicación del conocimiento, tutorías y gestión académica). Sin embargo, las distintas trayectorias de los académicos concretos, han dado lugar a diversas figuras académicas que no siempre se corresponden con la imagen ideal que el tabulador del programa supone. En relación con este problema, se dan expresiones de disgusto con lo que se interpreta por los maestros como rigidez del tabulador. Esto es, que la mayoría de actividades se describen de manera rígida en el tabulador del programa y hay figuras de su quehacer, que ellos valoran como importantes, que no encajan en ninguna de las situaciones previstas: La comisión que desarrollo en este momento, no vale y, por lo mismo, aunque trabajo mucho más de lo que trabajaría en la facultad, no me reconocen esta comisión. Entonces... me cortan… eh… puntos…, y realmente el trabajo aquí es doble, es de docencia y de administración. De allí que... hay gente que se sorprende... de los niveles que alcanzo pero porque... quedo muy abajo debido a esa situación (Maestro No. 8). Otro problema es que los criterios de evaluación con los cuales se pretende apreciar la calidad del desempeño de los académicos son eminentemente cuantitativos. Como ya se dijo antes, en la evalua- La evaluación del trabajo académico y los programas de estímulo a la productividad ción se asignan puntos a las actividades reportadas por los participantes de acuerdo a lo prescrito por el tabulador. Sin embargo, la calidad es inconmensurable, se ubica en el mundo de la subjetividad, de la valoración subjetiva, sólo se puede apreciar, juzgar, pero no medir. Por lo tanto, su valoración requiere ser emprendida a partir de criterios cualitativos y sus resultados ser expuestos a través de juicios y no de números: El problema de fondo es que sigue privando un criterio muy cuantitativo, y esto constituye una limitante bastante seria para un programa que aspira a un desempeño..., a donde se desarrolle un desempeño con calidad... eh... nos faltan todavía esos indicadores para poder determinar... eh... cuando hay calidad y cuando no la hay... eh... ahí estamos frente a un problema (Maestro No. 4). Al reflexionar sobre esta problemática, una maestra resalta que el pretender evaluar la docencia (actividad requerida a todos los participantes independientemente de su nombramiento), a partir de criterios cuantitativos, constituye una deficiencia intrínseca y a la vez difícil de superar en el programa, debido a que el mismo requiere cuantificar lo que los maestros hacen para decidir el nivel del estímulo al que pueden acceder. Sin embargo, tiene muy claro que la calidad de la docencia no se puede medir y pone en tela de juicio que se pueda lograr haciendo las actividades prescritas por el tabulador del programa: …esa es la gran incógnita, porque ¿cómo mides tú la calidad cuantitativamente hablando?, o mejor aún ¿cómo mides tú la calidad cualitativamente hablando?... Yo creo que éste es su gran defecto, pero es un defecto intrínseco co al programa, o sea, no se puede hacer de otro modo, tú tienes que ir midiendo: ¿cuántos cursos tomaste?, ¿cuántas conferencias diste?, ¿cuántas clases das? Pero, ¿qué te dejó ese curso?, ¿qué dejaste tú en esa conferencia? y ¿cómo diste tu clase? Es inmedible… (Maestra No. 16). En el caso particular de la docencia, el hecho de que la evaluación no incluya la apreciación de los procesos sino únicamente la cuantificación de los resultados, se agrega el que estos últimos sólo pueden ser considerados siempre y cuando se expresen en productos tangibles. Sin embargo, el problema intrínseco y al parecer difícil de salvar en la evaluación de la docencia, es que tanto la sustancia con la que trabaja como sus resultados, operan en la esfera de lo simbólico, son de carácter cualitativo y procesual, no se materializan en algo palpable de inmediato y, por lo tanto, son inconmesurables. Es por ello que parece necesario aceptar la existencia de una dificultad estructural para evaluar la docencia, aún ateniéndonos solamente a sus resultados, pues éstos constituyen bienes de naturaleza simbólica (Díaz, 1997: 67-68). En unos de sus trabajos de juventud (El trabajo enajenado), Karl Marx plantea que en la producción industrial, el producto del trabajo se vuelve cosa, la subjetividad del obrero, su capacidad física y espiritual para producir bienes se cosifica. Sin embargo, en el trabajo docente esto no sucede así, la mayoría de los bienes que produce no se cosifican. Un maestro en su quehacer cotidiano, en su relación pedagógica con los alumnos, no sólo enseña y/o propicia el aprendizaje de conocimientos, habilidades y destrezas, sino también la apropiación de valores éticos y sociales por parte de los estudiantes, por ejemplo, el gusto y el interés por el trabajo intelectual, la responsabilidad, la dedicación, el ethos de una determinada disciplina e inclusive la apropiación de la cultura escolar de la entidad educativa en la que se desenvuelven: …entonces, yo pienso que acercarse más al alumno, buscarle sus posibilidades y tratar de interesarlo en lo que está haciendo, porque finalmente yo creo que el trabajo de un maestro es más que trasmitir un cierto tipo de conocimiento, es inculcar un gusto por el trabajo intelectual, y en filosofía eso es básico, fundamental, o sea, más que llenarlo de muchas cosas, cuestión que requiere mucho tiempo, es llenarlo de una disciplina, de una responsabilidad, y darle libertad para 33 Consuelo Ocampo Cano tomar esa responsabilidad... (Maestra No. 16). El trabajo del maestro requiere que él mismo haya logrado apropiarse de ese complejo corpus de conocimientos, habilidades, destrezas y valores propios no sólo de la disciplina con la que trabaja, sino, además, de aquellos que exige el ejercicio de la docencia misma. Ambos se encuentran incorporados a su persona como parte de su hábitus y se expresan a través de sus prácticas académicas (Bourdieu, 1995) y son el resultado de un largo proceso de formación que exige una actualización constante. Sin duda, como parte del proceso de su trabajo docente, los académicos tienen que producir cosas, objetos tangibles, materiales didácticos por ejemplo, pero también realizan muchas actividades que constituyen estrategias de carácter procesual encaminadas a procurar el propio proceso de apropiación de los estudiantes. A este complejo proceso en el que lo que parece dominar es el mundo de lo simbólico, se agrega el hecho de que el resultado de toda esta actividad y la razón misma de su existencia, no son cosas u objetos tangibles sino un bien simbólico: el aprendizaje de los estudiantes. Gran parte de las actividades que realiza el maestro como parte del proceso de enseñanza, implica la inversión de un esfuerzo que no es mensurable y que, por lo tanto, no se puede traducir a indicadores cuantificables como los de las tablas de evaluación del programa. Las calificaciones sobre el desempeño docente, no atienden, por ejemplo, a los problemas que enfrentó cada maestro para trabajar un tema con los estudiantes y que en cada sesión, en cada salón de clases o incluso con cada alumno, pueden ser distintos; para ello, habrá tenido que poner en juego no sólo su esfuerzo y su tiempo, sino además una buena dosis de creatividad, experiencia y compromiso con el logro de los aprendizajes: ¿cómo medir esto?, ¿cómo traducirlo a puntos en una tabla de evaluación? Entre los testimonios recabados, hay expresiones de disgusto con esta característica del sistema de evaluación del programa: …yo tengo que dar dos materias, son teóricas y 34 prácticas, en el primer semestre, que me llevan mucho tiempo: atender y asesorar a los alumnos..., revisar los trabajos escritos, hacer atención individualizada, a veces implemento clases de refuerzo por la tarde, etc.; ese esfuerzo que tú haces y que... no es medido ni mensurable, ese hecho que es el real, que es el ejercicio de tu profesión docente... La cuestión académica es otra cosa... es decir, mi actividad docente es mucho más amplia y, por supuesto, no cuesta para nada lo que me dan en el premio (Maestro No. 14). Otros testimonios evidencian disgusto y frustración con los criterios rígidos y cuantitativos del tabulador del programa aplicados a otras expresiones del trabajo académico: ... ahí tienes, por ejemplo, una actividad que no tiene ni medio punto, que es la de coordinar el trabajo de diagnóstico y reestructuración del plan de estudios..., a la mejor se hace rápido, no lo sé, mi experiencia no es ésa…, hemos estado trabajando en el proceso de reestructuración del plan de estudios, no tenemos resultados porque ése es un proceso largo, es un trabajo muy desgastante, porque son reuniones, tomar apuntes y darle seguimiento a todo lo que se discute y, sin embargo, tiene puntos ya que terminas el nuevo plan de estudios, no antes (Maestra No.11). 3. La forma en que se evalúa Respecto de este asunto, nuestros resultados permiten destacar dos cuestiones relevantes: a) los factores considerados para realizar la evaluación, y b) quiénes intervienen en ella. a) Los factores considerados para realizar la evaluación Por lo que hace a esta primera cuestión, el programa contempla dos factores: a) la evaluación de la producción, y b) la evaluación del desempeño. La primera se realiza con base en la producción que los participantes reportan en el informe de activida- La evaluación del trabajo académico y los programas de estímulo a la productividad des que presenta para ese propósito; en tanto que la segunda, se hace con base en los «juicios documentados» a partir de las opiniones de los algunos directivos, de los colegas (sus pares) y de los alumnos, recabados mediante cuestionarios y que posteriormente son convertidos a puntajes. La evaluación de la producción Ya en renglones anteriores se analizó la problemática relacionada con los criterios que dominan en el tabulador del programa y con base al cual se asignan puntos a las actividades reportadas por los participantes en su informe. Ahí se destacaron como cuestiones problemáticas la existencia de criterios homogéneos, la rigidez del tabulador y la presencia de criterios cuantitativos. Aquí se abundan otros asuntos relacionados también con el tabulador. Una de las quejas que se ha presentado en diferentes etapas del programa, ha sido la de que el tabulador del programa no tiene capacidad de hacer una diferenciación significativa entre los niveles de productividad de los académicos. Esta inconformidad se ha hecho sentir en relación con los resultados de todas las versiones del programa, aunque con menor intensidad en los casos de Carrera Docente del Personal Académico (1992-1994) y el Programa de Estímulos a la Productividad Académica (1992). Esta situación, quizá se relacione con el hecho de que en estos casos los rangos de puntuación para cada uno de los niveles del estímulo, se elaboraban con posterioridad a la calificación de los expedientes y con base en los resultados obtenidos por todos los participantes. En cambio, en todas las demás versiones del programa, la puntuación para cada uno de los niveles del estímulo se ha establecido antes de tener dichos resultados. Así, por ejemplo, en la versión denominada Premio a la Productividad General (1993-1998), sobre todo en su primer ejercicio, se dieron quejas porque la gran mayoría de los académicos sólo logró ubicarse en el nivel más bajo de productividad previsto, muy pocos lograron pasar a los niveles subsecuentes, y llegar al nivel más alto fue casi impo- sible. En el ejercicio 1993-1994, el 76.4% de los participantes que se ubicaron en el nivel I y, en contraste, los que lograron el nivel IV sólo representaron el 1.1%. Esta dificultad disminuyó gradualmente en la medida en que se flexibilizaron algunos topes y los participantes aprendieron a adecuar su desempeño y sus informes a las reglas del juego del tabulador. Una maestra, decana de una de las facultades, manifestó su inconformidad en un escrito que dirigió al Rector en turno y en el cual expresó que: «este programa nos hace aparecer como mediocres a todos los académicos universitarios» (escrito de una Maestra decana). La dificultad para trascender ese primer nivel del premio, contrastaba con la facilidad de acceder al mismo, en cuyo caso bastaba con cubrir la carga académica del nombramiento y reportar alguna otra actividad adicional: …entrar al premio es muy fácil: mi carga académica y las comisiones que es ir unas dos o cuatro sesiones al año a las juntas… en fin... nada más tengo que juntar veinticinco puntos para acceder al premio, al primer nivel. Entonces, es un juego de niños... (Maestro No. 9). Por el contrario, en el primer año de ejercicio del programa de Estímulos al Desempeño del Personal Académico (vigente a partir de 1999), las quejas se presentaron porque casi todos los participantes se ubicaron en el nivel más alto y sólo algunos bajaron de nivel porque en su primer ejercicio (septiembre de 1998- agosto de 1999) se promedió el resultado de la evaluación con el obtenido en el último ejercicio del programa anterior. Ante estos resultados, un investigador hizo pública su inconformidad en un artículo periodístico en el que pregunta: «¿refleja esta noticia que los académicos de la universidad son todos altamente productivos?, ¿se ha homogeneizado la calidad del desempeño?», y él mismo contesta: «una respuesta honesta sería un ‘no’ en ambos casos», sino más bien lo que pasó fue que el instrumento de evaluación no logró «…discri35 Consuelo Ocampo Cano minar suficientemente la calidad y cantidad del desempeño académico» (Olvera, 1999). Esta problemática se relaciona con otra cuestión que, de manera recurrente, expresaron los maestros en las entrevistas: los topes del tabulador. En el primer caso, el del Premio a la Productividad General, se establecieron topes muy rígidos para todas las actividades previstas por la tabla de evaluación, al parecer y, según se observa, en los objetivos de ese programa, con el propósito de inducir un perfil ideal de «académico diversificado», es decir, que haga un poco de todo (Universidad Veracruzana, 1995). Esta intención hizo crisis, pues el académico real y concreto, por lo general, se especializa en determinadas actividades para las que tiene más habilidades, experiencia y vocación y en torno a las cuales ha construido su trayectoria académica. Un claro ejemplo de ello sería el caso del multilau- reado Sergio Pitol –cuya calidad como escritor muy pocos pondrían en duda–, quien además de sólo haber cursado estudios para obtener el grado de licenciatura (su doctorado es Honoris Causa), ha dedicado su carrera casi exclusivamente a escribir, realiza poca docencia y mucho menos gestión académica y quien, no obstante de tener nombramiento de investigador, no todo lo que hace puede ser catalogado en estricto sentido como investigación, una gran parte de su obra se ubica en la creación literaria. Su caso ilustra claramente las consecuencias de este problema y fue el que mayor descontento causó en 1994, pues de no haber sido por los puntajes previstos para los reconocimientos, no habría alcanzado ni siquiera el primer nivel de productividad previsto por el programa en ese ejercicio, ya que, debido a los topes del tabulador, la mayor parte de su producción literaria no pudo ser considerada. Ante esta situación que tuvo que enfrentar, una investigadora a la que le tocó en suerte calificar el informe del escritor, expresó con indignación: «…hoy he tenido que aprender nuevamente a sumar, yo creía que esto me lo habían enseñado bien desde la primaria, pero hoy he aprendido que al sumar tengo que quitar puntos» (Investi36 gadora, integrante de una Comisión de Evaluación). Por el contrario, en el caso del Programa de Estímulos al Desempeño Académico (1999), dichos topes desaparecieron casi por completo con lo cual los puntajes de todos los participantes se fueron arriba e incluso a su sombra se dieron casos extremos de simulación. Uno de ellos fue el de un investigador que habiendo sido coautor de un libro, en lugar de reportarlo de esa manera en su informe, reportó todos los capítulos de su autoría a fin de obtener mayor puntaje. Otra de las quejas de los maestros referidas a este aspecto de la evaluación, se relaciona con lo que ellos denominan la inequidad del tabulador, la cual identifican con el hecho de que los puntos que se le asignan a las diferentes actividades, no siempre expresan de manera equitativa las diferencias de tiempo y esfuerzo que implica realizarlas: …cuando empiezo a cruzar datos de los mismos elementos que tiene el programa…, me doy cuenta que no hay equidad, porque hay actividades que... tienen un puntaje muy alto y que no requieren de demasiadas acciones para… completarlas, y hay otras que sí. Entonces, ahí digo, bueno, esteee...: ¿cómo está esta jugada? (Maestro No.4). Un aspecto más de esta problemática, es el referido a la incompatibilidad de los periodos de evaluación con los tiempos que reclaman algunas expresiones del trabajo intelectual, las cuales en ocasiones requieren de periodos largos para concluirse. En esta situación caería la revisión y elaboración de un nuevo plan de estudios, al que se hizo referencia antes; pero no sólo eso, el testimonio que sigue alude a que los tiempos del programa no se corresponden con los del trabajo académico: Los parámetros en función a los cuales te evalúan, muchas veces, no están relacionados con el trabajo… creativo..., muchas veces de largo plazo de... lo que es el trabajo intelectual, el tra- La evaluación del trabajo académico y los programas de estímulo a la productividad bajo académico, el trabajo científico…; los tiempos del programa de productividad son tiempos que no están acordes con el trabajo intelectual, son tiempos de la fábrica de artefactos (Maestra No. 11). Esta incompatibilidad, era particularmente evidente en las versiones del programa que antecedieron al actual (Programa de Estímulos al Desempeño Académico, 1999), pues en aquéllas la evaluación se realizaba cada año mientras que en la actual se hace cada dos años. La evaluación del desempeño a través de «juicios documentados» El uso de cuestionarios para recabar los «juicios documentados» para evaluar el desempeño también ha sido motivo de resquemores, cuestionamientos e inconformidad entre los académicos. Este procedimiento, utilizado en la mayoría de las versiones del programa, estuvo vigente en el de Estímulos a la Productividad Académica de la UV. (1992) y en el de Carrera Docente del Personal Académico (19921994), se suprimió en el Premio a la Productividad General (1993-1998) –precisamente por las múltiples manifestaciones de disgusto– y se incorporó nuevamente a partir de 1999 en el programa vigente desde entonces. En lo concerniente a los cuestionarios dirigidos a los alumnos, mientras que la literatura aporta evidencias de que al contestarlos, éstos son influidos por una serie de factores ajenos al desempeño de los maestros tales como el sexo, la edad y la apariencia física (Goebel y Cashen, 1979: 646, 653), nuestro estudio recoge testimonios en los que los maestros expresan su desconfianza hacia los resultados, cuya objetividad cuestionan por estar mediados por circunstancias externas a su desempeño académico. Entre esas circunstancias destacan: la simpatía, la pertenencia a un determinado grupo político dentro de la facultad, la manipulación, el nivel de exigencia de los profesores hacia los alumnos, los resultados en las calificaciones y el tipo de relaciones interpersonales, no necesariamente académicas, entre maestros y estudiantes. Es decir, en nuestro caso, los testimonios sugieren que el tipo de relaciones que se entablan entre los sujetos del proceso educativo y los significados que los mismos le otorgan a dichas relaciones, suelen incidir en los resultados de estos cuestionarios: Es muy subjetivo también todo esto, somos humanos...; tú a veces al alumno le puedes caer bien y a la mejor en vez de darle una clase sobre Platón le platicas tu vida y el alumno te va a calificar bien porque eres bonachón ¿no? Y a lo mejor le das una buena clase de Platón y qué se yo, pero el alumno reprueba y entonces a lo mejor le caes gordo..., finalmente tú puedes decir: ‘el maestro es malo’; pero a lo mejor el maestro es tan bueno que no se ha dejado apuntalar por la ‘puntitis’ y sigue teniendo un nivel de exigencia que al alumno le llegara a chocar y, a veces, por pura travesura de los chamacos, que les cae mal, y dicen: ‘ahora me desquito’... (Maestra No. 16). ... a veces salimos los maestros mal parados ¿no?, y vemos que no hay razón para ello porque... como en el momento en que se estaba aplicando la encuesta el ambiente era enrarecido por pugnas políticas y todo eso, entonces, la opinión está muy sesgada: sí, es muy malo el maestro que es mi enemigo…, aquel maestro que..., bueno..., empieza por exigir un cumplimiento... puede ser rechazado y entonces eso ya sesga una opinión (Maestro No. 3). Últimamente se agrega a esta problemática un fenómeno nuevo, el del hartazgo de los estudiantes por tener que responder a estos cuestionarios al término de cada semestre y en relación con cada uno de sus cursos y profesores, estén o no inscritos en el programa. En cada ocasión, y de manera creciente, el personal encargado de aplicar estos instrumentos enfrenta dificultades porque los jóvenes rehuyen a esta solicitud y con frecuencia tienen que conformarse con los resultados aportados por unos cuantos cuestio37 Consuelo Ocampo Cano narios (un mínimo de cinco) para decidir la puntuación de muchos académicos en este rubro. Esta situación, pone en tela de juicio la validez de los resultados de la evaluación del desempeño docente, por los problemas de representatividad y rigor metodológico. Con el propósito de resolver esta situación, se intentó convertir en obligación de los estudiantes el responder en línea estos cuestionarios al plantearlo como un requisito de inscripción a partir del segundo semestre. Sin embargo, esta medida fue rechazada por los estudiantes y su obligatoriedad no pudo implantarse, por lo menos en Humanidades. Según el testimonio de uno de los coordinadores del programa, los esfuerzos se dirigen ahora a convencerlos para que lo hagan de manera voluntaria…, y de acuerdo con lo que han expresado muchos estudiantes: ...su resistencia obedece a que sus juicios acerca del desempeño de sus profesores no tienen ninguna implicación y no se aprecia un mejoramiento del mismo: los maestros calificados como faltistas o impuntuales o incumplidos siguen incurriendo en ello (testimonio de un coordinador del programa). Otro tanto puede decirse de los cuestionarios dirigidos a los pares y a algunos directivos. Nuestro estudio permitió poner al descubierto que también estos resultados pueden estar mediados por cuestiones ajenas al desempeño del maestro. Diversos testimonios recabados en las entrevistas, hablan, sobre todo, de la presencia de factores vinculados con las relaciones políticas existentes al interior de las comunidades académicas, la pertenencia a un determinado grupo y las enemistades existentes entre ellos: …el Consejo Técnico va a calificar… ahora con estos cambios que han hecho en el programa... de todas maneras sigue presentando las mismas dificultades; ahora, habría que pensar un poco cuáles van a hacer las implicaciones de todo esto; finalmente ya se alzaron las voces en 38 las revisiones y toda la cosa –y esto es del domino público: hay un Consejo Técnico que forma parte de un grupo ‘equis’ que está en contra del grupo ‘ye’ que no alcanzó la dirección y es una lucha, entonces, si el consejo va a determinar quién trabajó bien y quién trabajó mal: ¿cómo lo va a hacer?... Uno puede suponer que estas calificaciones no van a ser muy objetivas... (Maestra No. 16). No sólo las entrevistas aportan elementos reveladores de la influencia del contexto en los juicios que emiten los maestros sobre el desempeño de sus colegas, existen otros testimonios que apuntan en esa misma dirección. Así, por ejemplo, en 1992, como parte del Programa Carrera Docente del Personal Académico, se aplicó un cuestionario a un grupo de maestros seleccionados al azar (actualmente se aplica a los órganos colegiados) en una de las facultades de la Unidad de Humanidades en la que las relaciones entre los profesores no eran precisamente de armonía en ese momento. El resultado fue que ninguno de los participantes en el programa alcanzó el mínimo de puntos para poder calificar en este rubro, pues la opinión de sus compañeros les fue completamente adversa. Por otro lado, estos instrumentos no han sido diseñados para ofrecer una retroalimentación a los profesores, por lo que difícilmente pueden contribuir a mejorar su trabajo académico, sólo permiten compararlo con un referente preestablecido desde fuera o patrón de desempeño que, quienes diseñan los instrumentos, suponen ideal. Esta característica que Berber y Klein (1983: 247-251) observan en los cuestionarios dirigidos a los estudiantes, nos parece son aplicables a todos los que se utilizan para recabar los «juicios documentados» en el programa de productividad. b) ¿Quiénes intervienen en la evaluación? En lo relativo a esta cuestión, se pueden apreciar varios asuntos relacionados con las instancias participantes en todas las versiones del programa: los órganos colegiados de cada entidad académica (Academias, Consejo Técnico y, en algunos casos, La evaluación del trabajo académico y los programas de estímulo a la productividad la Junta Académica), las Comisiones de Evaluación (actualmente denominadas de análisis y evaluación) y las Comisiones de Apelación integradas por maestros y autoridades. Los primeros se encargan de avalar algunas actividades que reporta el académico en su informe y de responder a los cuestionarios para recabar los «juicios documentados»; las segundas, de calificar dichos informes y, en función de ello, dictaminar el nivel del premio que les corresponde; y las últimas, se ocupan de resolver las inconformidades. En tanto Soto (1997: 173) concluye que las comisiones de evaluación desvirtúan su carácter de órganos de evaluación al tener que decidir, por esta vía, una parte de los ingresos económicos de sus pares y colegas, nuestro estudio sugiere que esta alteración afecta a todas las instancias colegiadas que intervienen en el proceso. Por otro lado, existen diversos testimonios que indican la presencia de desconfianza entre los maestros hacia los órganos que intervienen en la evaluación y quienes los integran, y hacia los resultados de la misma. Según se aprecia, esta desconfianza, como en el caso de los cuestionarios, se relaciona con la presencia de situaciones que median e influyen el comportamiento de estos órganos y el de sus integrantes, trascienden el desempeño académico de los profesores y siembran la duda sobre los resultados de la evaluación. Los factores de mediación destacados, se ubican en las relaciones imperantes entre maestros y entre grupos de ellos al interior de las comunidades académicas, así como en la autoridad tanto moral como académica y la capacidad técnico-profesional de quienes intervienen en la evaluación: El Consejo Técnico se ha convertido en una instancia de aprobación…, y si el Consejo Técnico es uniforme en cuanto a la postura dentro de esta institución, pues todo aquello que venga de quienes están cercanos al poder, pues es aprobado, de quienes no, será visto quizá con lupa y le pondrán muchas trabas y muchos pretextos, como ha pasado en muchas ocasiones con respecto a los mismos concursos de oposición... (Maestro No. 4). ...se crean estos sectores un tanto extraños, hasta de enemistades, porque ahí mismo donde estás calificando: ‘ay éste es mi cuate’..., pero es que le falta el papel: ’sí, pero es mi cuate’...; y entonces: ¿cuál es el criterio? Porque lo oyes, créeme, porque yo he estado varias veces y a mí así me la han cantado: ‘oye, a este hay que ponerle’..., o bien: ‘ah no, es que éste es un maldito, vas a ver’..., ya con ese a priori, con ese prejuicio, pues dices: ‘¿quiénes somos aquí nosotros para estar haciendo esas cosas?’... Ves que si te dejas o aceptas se hacen, ¡y cuántos no lo harán!... (Maestra No. 16). Otro maestro expresa desconfianza hacia la autoridad académica y profesional de las personas que se eligen por la Junta Académica para integrar las ternas, de las que el Rector elige a quien los representa en las comisiones de evaluación: La verdad es que quienes... a quienes mandaron en esa terna son personas que uno conoce cómo trabajan y dices: ‘bueno, ¿cómo es que van a evaluar la productividad académica?’, o sea, es una paradoja que se mande a quienes no cumplen con el... con lo que es la productividad académica, y así ha sido toda la vida... (Maestro No. 4). La subjetividad también puede influir en el comportamiento de los órganos encargados de realizar la evaluación cuando se trata de académicos que son considerados como «vacas sagradas» dentro de sus comunidades. El siguiente testimonio ilustra dicho comportamiento en el Consejo Técnico de una de las facultades del universo de estudio: …ellos saben que es mal maestro, vamos, lo saben perfectamente; y bueno, es un maestro de los que por el prestigio que tiene, lo que presente al Consejo Técnico se le aprueba...: «¡no pues es del maestro...!», «¡fue mi maestro!» O sea [se sonríe], fue maestro de los que están ahí adentro y pues: «¡cómo te atreves a decir que no…!», porque fue maestro casi de todos los que están ahí adentro: «¡cómo te atreves tú 39 Consuelo Ocampo Cano a decirle que no le aceptas eso!» Y puede que alguien lo diga, pero si tres o cuatro dicen: «pues es fulano, ya está por salir, ya que le den esto...» (Maestra No.5). Cabe aclarar que en respuesta a situaciones como la anterior, el nuevo programa (Programa de Estímulos al Desempeño Académico, 1999) creó la figura de las «comisiones de expertos» para validar los materiales didácticos y otros productos académicos mediante el procedimiento de «doble ciego», según el cual, se desconoce la identidad tanto de quien evalúa como de quien es evaluado. Sin embargo, hasta el momento de escribir estas líneas, no se ha documentado el comportamiento de este nuevo procedimiento de evaluación. Conclusiones La aparición y permanencia de los programas de estímulo a la productividad, destaca como cuestión crítica el asunto de la evaluación del trabajo académico individual en las universidades, sobre todo porque, en este caso, se haya ligada a la diferenciación de los ingresos económicos. La centralidad de la evaluación se destaca también por el hecho de que la misma ha pasado a ser un componente muy importante de las políticas educativas del gobierno en los últimos sexenios para impulsar la calidad de la educación superior y decidir la asignación de los recursos. Sin embargo, las características del sistema utilizado en los programas de estímulo a la productividad para valorar el trabajo académico no permiten caracterizarlo como una evaluación en el sentido estricto por cuanto a todo lo que esta noción implica. Las características de los criterios inherentes al sistema de evaluación del programa lo sitúan más en el ámbito de lo que algunos autores han caracterizado como prácticas del control y los distancia de las cualidades propias de la evaluación (Ardoino y Berger, 1986; Harvois, 1986; Arredondo, 1995), entre otras razones, porque se impone como un dispositivo jerárquico a los académicos desde las esferas del poder, se realiza con base en referentes 40 preestablecidos y de conformidad con criterios homogéneos y eminentemente cuantitativos. Por otro lado, parece necesario reconocer la existencia de una dificultad estructural para evaluar la docencia porque tanto la sustancia con la que trabaja, como sus resultados, constituyen bienes de naturaleza simbólica. Esta dificultad es aún más cierta si se pretende realizar con base en criterios cuantitativos que ignoran la complejidad de estos procesos. En relación con los cuestionarios, los testimonios aquí expuestos evidencian la inconformidad y desconfianza de los maestros hacia este procedimiento y hacia sus resultados, cuya objetividad cuestionan por estar mediados por circunstancias externas a su desempeño académico. Esta problemática se ha vuelto más compleja en la medida en que los estudiantes se resisten a participar en ellas, lo cual parece indicar el desgaste o agotamiento del procedimiento mismo y pone en tela de juicio su utilidad para evaluar el desempeño de los académicos. Tanto el sistema de evaluación en general, como los cuestionarios en particular, no han sido diseñados para ofrecer una retroalimentación al profesor, por lo que difícilmente pueden contribuir a mejorar su trabajo académico. La desconfianza se extiende hacia los órganos que intervienen en la evaluación y hacia quienes los integran y, por ende, hacia los resultados de la misma. Esta desconfianza, al igual que en el caso de los cuestionarios, se relaciona con la presencia de situaciones, ajenas al desempeño académico de los profesores, que median e influyen en el comportamiento de estos órganos y el de sus integrantes y siembran duda sobre los resultados de la evaluación. El hecho de que la valoración del trabajo académico se vincula con la diferenciación de los ingresos económicos, desvirtúa el sentido mismo de toda evaluación y su propósito generoso de servir de base para la mejora, y pone al descubierto su verdadera naturaleza: la de operar como un poderoso dispositivo de diferenciación salarial. En este sentido, estos programas han generado un proceso que acentúa la segmentación entre los académicos, en el cual se aprecia la formación de una élite cuyos ingresos es- La evaluación del trabajo académico y los programas de estímulo a la productividad tán muy por arriba de la mayoría, no sólo porque ostentan los nombramientos mejor remunerados, sino porque, además, reciben los estímulos del programa de productividad y, en algunos casos, también los beneficios del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). En el caso de los beneficiados por el Promep, tienen que decidir por cual de los dos recursos optan; sin embargo, el hecho de ser reconocidos como Perfil Deseable Promep, les «permite acceder directamente» al nivel III del programa de productividad, asegurándoles los 3,100 puntos que se requieren para ello; y a quienes pertenecen al SNI los coloca en la posibilidad de acceder a los niveles IV, V ó VI del mismo, dependiendo del nivel que tengan dentro del sistema. Difícilmente alguien que no sea miembro del SNI puede alcanzar los puntajes requeridos para los dos niveles más altos (Universidad Veracruzana, 2006). Sin duda, otro elemento muy importante de esta cuestión, es que los ingresos provenientes de los estímulos no se reconocen como parte del salario aun cuando con apego a lo que se define como tal en el Artículo 48 de la Ley Federal del Trabajo, tendrían que ser reconocidos como un componente del mismo3. Toda esta problemática trae como consecuencia el que no exista entre los académicos un reconocimiento hacia los resultados de la evaluación que se realiza en estos programas, como referente legítimo para apreciar y juzgar la calidad y la productividad del desempeño de quienes se exponen a ella. Esta situación nos coloca en la necesidad de que la evaluación, no sólo del trabajo académico, se articule con el diseño de políticas públicas que encaren de manera integral la problemática de la educación superior. Asimismo, parece necesario tener presente las recomendaciones de Santos Guerra (1995) para no olvidar que, en tanto estos procesos se real 3 El Artículo 84 de la Ley Federal del Trabajo establece: «el salario se integra con los pagos hechos en efectivo por cuota diaria, gratificaciones, percepciones, habilitación, primas, comisiones, prestaciones en especie y cualquier otra cantidad o prestación que se entregue al trabajador por su trabajo» (en www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/ doc/125.doc). icen sin la participación y el diálogo de los actores involu- crados en lo que se evalúa para generar una comprensión de las problemáticas, y en tanto dichos procesos no conduzcan a derivar políticas y acciones para mejorar la educación, así como el compromiso de todos los actores para lograrlo, no se puede hablar de evaluación. Bibliografía Andrews, T. E. y Barnes, S. (1990). «Assesment of teaching». En R. W. 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