De Calle 13 al Luna Park Con la excitación en los pies Por Taiana González El vapor de diez mil cuerpos saltando y respirando el mismo aire inunda el mítico estadio de boxeo. Las palmas retumban y el piso de las plateas se mueve al ritmo de la ansiedad. Son las 21.35, las luces juegan con los fanáticos, se prenden, se apagan y los gritos se funden en uno solo. En las tribunas la ola dejó de dar resultado, no quieren seguir jugando. Quieren acción. Los rebotes sobre las butacas no alcanzan, necesitan descontrolar, bailar y sobre todo protestar. La hinchada quiere Calle 13 ya!!. Luces de colores, vitoreo y agite. Unas voces tímidas pero contundentes empiezan a pedir por la banda; en un segundo miles de voces repiten un mismo nombre. Exigen la presencia de René Pérez. Quieren escuchar rapear al Residente, la cara y el torso más conocido de todo “Puelto Rico”. De a poco el Luna Park empieza a oscurecerse. La acomodadora tenía razón, el show arrancaba a las 22, aunque en la entrada estaba previsto para las 21.30. Por última vez se ve el cartel electrónico que, con letras rojas, prohíbe fumar, y se escuchan las recomendaciones que se deben seguir en caso de emergencia. En el ambiente se respira expectativa y un aroma dulce hijo de la Madre Tierra. Todo es rápido. La pantalla que está en el centro del escenario, escoltada por la bandera Argentina y la de Puerto Rico, se enciende y el estadio estalla en un grito liberador. De pronto silencio. Las imágenes que muestran la fórmula para armar una bomba casera cautivan al público, al tiempo que un cronómetro retrocede segundo a segundo. El murmullo de la cuenta regresiva se transforma en euforia en el momento exacto en que el reloj marca doble cero y un reflector ilumina al Residente. Los líquidos inflamables acaban de entrar en contacto con el combustible y el calor de los fanáticos, sin embargo el estruendo de la bomba no logra escucharse; los acordes árabes del Baile de los Pobres y el alarido que surge desde el corazón del Luna Park, silencian cualquier explosión. Los boricuas decidieron arrancar el show con un tema de su último disco “Entren los que quieran”, pero no lo hicieron solos. El Palacio de los Deportes, que alguna vez presentó a grandes pugilistas como Ringo Bonavena, Nicolino Locche, el Mono Gatica o Carlos Monzón, contó con la presencia de seis odaliscas que se contornearon al ritmo de Calle 13 y llenaron de sensualidad un escenario que en ningún momento se enfrió ni dejó de lado la protesta socio-política. Desde la platea se ve el rebote ininterrumpido de adolescentes y jóvenes que rapean, aunque parezca casi imposible, con tanta velocidad como el cantante. También René salta sin parar y recorre las rampas que se elevan en el escenario. Con Calle 13 sudar es una de las consignas. Sin mediar palabra y aprovechando el ritmo del que se impregnó el estadio, el Residente se seca las manos en su jogging Adidas azul francia y acerca a la boca el micrófono para llamar al primer invitado de la noche. Desde el costado izquierdo, con los rulos domados por una vincha, luciendo los Ray Ban, que fueron su sello personal durante años, y una guitarra cruzada en el pecho, Andrés Calamaro aparece en escena. Su participación es inesperada, por eso la reacción del público es escandalosa. Banderas y remeras empiezan a batirse en el aire y volar hacia el escenario. Parado detrás de un micrófono, dispuesto a hacer su trabajo, el Salmón empieza a agitar para que Buenos Aires cante. Es innecesario, el estadio está descontrolado. Aunque la actuación de Calamaro fue escasa, puesto que se limitó a tocar la guitarra y hacer los coros de “No hay nadie como tú”, de la placa Los de atrás vienen conmigo, el público quedó satisfecho. La fusión de estilos fue un placer ya que en el escenario se plasmó la conexión que los artistas lograron al grabar “Insoportablemente cruel”, tema perteneciente al último disco del músico argentino. Con tan preciada sorpresa, y teniendo en cuenta que la función tenía pocos minutos de estreno, no se podía esperar que el show decayera. Lo mejor estaba por venir, y no iba a ser necesario ningún invitado. Los protagonistas eran ellos, una banda puertorriqueña que consiguió ponerle letra y música a la realidad marginal de toda Latinoamérica. Se vale to-to -Vamo’ a saltar para que los que vinieron perfumaditos se vayan con un olor más rico; para que se vayan oliendo a sudor humano- La cara de René brilla y su pecho al descubierto deja ver cómo las gotas resbalan hasta alojarse en el pantalón. Lleva una hora saltando, y el jogging está más azul que nunca. Para seguir dándole calor al estadio sube a una chica al escenario. La platea femenina la abuchea mientras ella sonríe y besa el torso sudado del Residente. Sin timidez y como sacada de una pista de baile, menea las caderas con ese erotismo de barrio que despiertan las letras imprudentes de Calle 13. A medida que la muchachita de short y remera blanca, mojada producto del amontonamiento y el baile, perrea y seduce al cantante, el público masculino –incluidos algunos músicos- la aplauden. Está incendiando el escenario, y en definitiva de eso se trata la música urbana. -Todo tiene ritmo, todo se menea, aunque seas parapléjico tu corazón bombea. Baila con todo lo que te rodea, cuerpo con cuerpo como si fuera una pelea- Sin dejar de rapear propuestas obscenas, René se acerca, la sorprende por la espalda, ella se ríe y se da vuelta para volver a besarlo en el pecho. Las chicas estallan en un claro grito de envidia. El piso del escenario empieza a llenarse de remeras y corpiños. A esta altura el Luna Park es una hoguera. Sacarla del escenario fue tarea difícil y no alcanzaron los músculos del hombre de seguridad. Fue uno de los músicos, el trompetista, quien la levantó, la cargó en sus hombros y, mientras ella pataleaba, la sacó por el costado izquierdo. El repertorio es largo. Tienen cuatro discos y todos están cargados de energía, pero la selección es buena y contundente. El público no para porque sienten el disfrute de los músicos. El show es adrenalina, vibración y fervor. El aire es cada vez más espeso. El calor de esos cuerpos enloquecidos por la música se va evaporando. En el centro del campo respirar se hace difícil, razón por la cual el Residente corta la introducción al nuevo tema para pedir agua. Desde el escenario vuelan botellas hacia el pogo; algunas van cerradas, otras son abiertas por el cantante quien, luego de largos tragos, las lanza con fuerza mojando y refrescando a los fanáticos. El Visitante, el otro miembro reconocido de la banda, vuelve a tocar en el teclado los acordes que fueron frenados. El juego de luces comienza a teñir de rojo y azul el escenario. Vestido con un poncho de colores y luciendo una barba larga, Rubén Blades le puso la voz a los coros de La Perla, una de las canciones más personales del disco Los de atrás vienen conmigo. -Esto se lo dedico a los que trabajan con un sueldo bajito. Pa’ darle de comer a sus pollitos, yo quiero a mi barrio como Tito quiere a Caimito. Yo no lucho por un terreno pavimentado, ni por metros cuadrados, ni por un sueño dorado. Yo lucho por un paisaje bien perfumado y por un buen plato de bistec encebollado- evocando a todos los barrios marginales de Latinoamérica y en particular a la villa 31 de Capital Federal, la irreverencia del Residente se mezcló con timbales y percusiones. El reloj siguió corriendo y con él avanzó la crítica. Las letras son la mecha de esa bomba que es Calle 13. La lucha en el Luna Park no es entre deportistas, es del pueblo contra la explotación, contra el Norte, y en defensa de la Patria Grande. Irreverencia revolucionaria -Yo vengo de un país que sigue siendo colonia. Las clases de historia son americanas, no dan historia Latinoamericana en las escuelas. No se si va a ser ahora, si va a ser luego, pero yo voy a seguir luchando para que algún día mi país, Puerto Rico, sea independiente. Gracias por darme el apoyo, por ser nuestra segunda Patria. Una Wiphala se levanta. Los colores del arco iris emergen en medio del campo; era el momento oportuno para alzar la bandera de los pueblos originarios en proceso de descolonización. En el escenario René recibe una remera que viene pasando de mano en mano. Sin dudarlo un segundo se la pone; es el único momento en el que el cantante tapó su torso desnudo, e inmediatamente llamó a quien se la mandó. Una joven de pelo largo sube, con nervios pero con muchas agallas toma el micrófono. Pertenece a la comunidad La Primavera y está en Buenos Aires acampando y reclamando porque en noviembre fueron desalojados de tus tierras ancestrales, al norte de la capital de Formosa. Las veinte mil manos se chocaron y ese aplauso cerrado se conviertió en un reclamo. Por unos segundos el Luna Park queda en penumbras, hasta que una luz blanca ilumina y se multiplica al chocar contra la camisa espejada de Ileana. Durante los veinte segundos que dura el solo de Pal’ Norte, la voz femenina de Calle 13, se convierte en la estrella más brillante de Corrientes y Bouchard. La ovación, luego del tema que musicaliza el documental “Sin Mapa” realizado por la banda en un viaje por toda América Latina, es emocionante. Los jóvenes puertorriqueños que acompañan las luchas del continente y reivindican lo autóctono, lograron ponerle la piel de gallina a fanáticos y a simples espectadores. En la platea, mientras se arma un rodete con las rastas, una chica grita pidiendo Latinoamérica, tema del último disco. Su voz delicada no consigue sobresalir del resto y nadie más la escucha. René y los músicos abandonan el escenario. La ausencia duró unos pocos minutos. El tiempo necesario para secarse, refrescarse y volver. Esta vez entran con los cuerpos cubiertos por túnicas, vestidos como monjas. Uno detrás de otro, como en fila india, los músicos vuelven sobre sus instrumentos. El Residente se descubre el cuerpo, agarra nuevamente el micrófono y retoma la retórica urbana: - Yo uso al enemigo a mi nadie me controla. Le tiro duro a los gringos y me auspicia coca cola. De la canasta de frutas soy la única podrida. Adidas no me usa, yo estoy usando Adidas- mientras recorre el escenario por las rampas, cantando Calma Pueblo, se acomoda el cinturón que rodea su cintura y que está cubierto de explosivos. René simula ser un hombre-bomba, y a juzgar por la reacción de los fanáticos, sus letras tienen más resonancia que cualquier explosivo. La promesa de la banda latina más combativa hacia la industria musical, pero al mismo tiempo la más premiada en los Grammy, fue cumplida. El pulso cardíaco de los espectadores está acelerado y consecuentemente hay una respuesta física. El Luna Park ya no huele a perfumes caros, ahora se respira adrenalina y sudor latinoamericano. Cuando la chica de rastas se estaba resignando a no escuchar lo que se perfila como un himno a la unión del continente, el Residente lanza un grito de protesta hacia Estados Unidos. Un gran abucheo nace de las entrañas del estadio contra la potencia imperialista. Los músicos aúnan sus instrumentos y empieza a sonar Latinoamérica, la frutilla del postre; la canción más esperada del recital. -Soy lo que sostiene mi bandera, la espina dorsal del planeta es mi cordillera. Soy lo que me enseño mi padre, el que no quiere a su patria no quiere a su madre. Soy América latina, un pueblo sin piernas pero que camina. La letra es contundente. Con inteligencia y talento consiguieron deshacerse de etiquetas y ubicarse en las antípodas del reggeaton. Como dicen en Calma Pueblo, pudieron infiltrarse en la industria musical para explotar desde adentro y desparramar su rabia. El 19 de febrero de 2011, en el Luna Park Calle 13 noqueó al sistema.