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EL PROBLEMA DE LA TRANSMISIÓN
A DISTANCIA DE LAS ENFERMEDADES
CONTAGIOSAS EN EL DE CONTAGIONE
DE GIROLAMO FRACASTORO
RUY J. HENRÍQUEZ GARRIDO
ABSTRACT. THE REMOTE TRANSMISSION OF CONTAGIOUS
DISEASES IN GIROLAMO FRACASTORO’S DE CONTAGIONE.
Thanks to how Girolamo Fracastoro defines the different types of contagion
in his book De contagione, et contagiosis morbis et eorum curatione, libri tres (1546),
and his defense of the “seeds of contagion” (seedbed) as the cause of contagious
diseases, he is considered today one parent of the modern epidemiology and
microbiology. One of the crucial problems in this book is to explain the remote
transmission of the contagious diseases refuting the etiologic use of the occult
qualities. The aim of this study is to investigate the philosophical background
of the problem and draw the conclusions that his solution had for medicine
and for science in general.
KEY WORDS. Fracastoro, contagion, contagious disease, epidemic, seedbed,
seeds of disease, occult qualities, epistemology, traditions of research in medicine.
DEFINICIÓN DE UN OBJETO DE CONOCIMIENTO
El establecimiento de un campo científico supone la definición previa de
un concepto o de un objeto de conocimiento. Esto no significa que la
ciencia nazca completa, de una vez por todas, en virtud de la definición
de un concepto. La ciencia, por decirlo así, nace mutilada, pues al contrario
de una cosmovisión (Weltanschauung), nace como una visión parcial de la
realidad. Toda disciplina científica tiene, por tanto, un proceso para constituirse y una epistemología que debe dar cuenta de su constitución. La
mayoría de los conceptos que usa tienen su origen en primitivas nociones
precientíficas, a las que la nueva disciplina debe hacer frente y superar.
Esto no significa que la ciencia sea acumulativa o necesariamente teleológica. Significa que su progreso nace de sus carencias o, más bien, de la
búsqueda de soluciones para tales carencias.
Facultad de Filosofía, Universidad Complutense, Madrid, España. /
[email protected]
Ludus Vitalis, vol. XXIV, num. 45, 2016, pp. 75-100.
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En la dedicatoria, al cardenal Alejandro Farnesio, de su libro De contagione,
et contagiosis morbis et eorum curatione, libri tres (1546), Fracastoro mantiene
una postura semejante, al afirmar que nadie debería sorprenderse:
por el hecho de que el tema de los contagios fuese dejado de lado por nuestros
antepasados, puesto que eso pasa en todas las disciplinas. Los que ponen los
fundamentos de ellas, no pueden terminar completamente su obra, puesto que
están ocupados en estudiar los hechos generales y los principios de las cosas.
Así, en la filosofía de la naturaleza, hay infinitas cuestiones en parte intactas,
en parte tratadas en forma incompleta. Por ejemplo: observo que hasta ahora,
nadie ha demostrado de cuál manera se produce nuestra inteligencia, ni ha
explicado en forma suficiente, la naturaleza de aquellas cualidades que llaman
espirituales y muchas otras cosas. La misma cosa pasó con el arte de la
medicina; hay todavía muchas cuestiones que nuestros padres han dejado a la
posteridad y sus descendientes para investigar y nosotros los dejaremos a los
nuestros 2.
El progreso de una ciencia también está determinado por el diálogo que
mantiene con otras disciplinas, con teorías y pensamientos, que no se ciñen
al ámbito de la ciencia o del pensamiento científico. La confrontación
dialéctica con las ideas establecidas, ya sean de orden religioso, ético,
político o filosófico, supone también un importante motor de cambio y
evolución para la ciencia. Tales problemas, a los que Laudan denomina
“problemas conceptuales externos”, en muchas ocasiones implican un
mayor empuje hacia el progreso que los propios problemas empíricos 3.
Dicho esto, la definición de un objeto de conocimiento científico implica
un momento de ruptura con respecto a las concepciones ideológicas que
le preceden. Ello quiere decir que aunque los términos de “tiempo”,
“espacio”, “cuerpo”, “organismo” o “enfermedad”, sigan teniendo un significado consuetudinario, en el momento en que se incorporan como conceptos en una determinada disciplina científica, pierden su sentido
habitual o, mejor dicho, adquieren una connotación restringida.
El concepto de enfermedad por contagio o, más concretamente, el concepto
de contagio, tiene un extenso recorrido de aproximaciones teóricas que sólo
adquiere un auténtico sesgo científico a finales del siglo XIX, cuando Jakob
Henle, Robert Koch y Louis Pasteur, entre otros, consiguen demostrar que
los agentes infecciosos que provocan las enfermedades contagiosas, son
organismos vivos microscópicos, lo que define lo que hoy conocemos
como la teoría microbiana de la enfermedad.
Este hito de la medicina, que puso en marcha la microbiología, implicó la
articulación de una gran cantidad de “tradiciones de investigación 4” y de
“estilos de pensamiento 5”, la mayoría de los cuales debieron ser abandonados,
superados por el nuevo marco conceptual que de este modo se presentaba, y
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que resultaba mucho más eficaz en la respuesta a los problemas que planteaban
las enfermedades contagiosas y las epidemias. Entre las tradiciones de investigación que fueron abandonadas, tras el establecimiento de la teoría microbiana de la enfermedad, podemos contar principalmente la teoría humoral, la
teoría del miasma y la teoría de la generación espontánea. Teorías que aunque
ahora pueden parecer increíbles, durante mucho tiempo fueron poderosos
puntos de sujeción para la investigación y el tratamiento de las enfermedades.
Hay, empero, un momento histórico, en el que tal confluencia de formas
de pensamiento se mostraría aún más dramática, y que determinaría los
derroteros de las investigaciones que desembocarían en la teoría microbiana futura. Al igual que para la física los siglos XVI y XVII constituyeron el
momento álgido de la definición de su campo en el sentido moderno,
también para la medicina este periodo implicó el nacimiento de una nueva
manera de concebir el organismo humano y sus patologías. Aunque
durante mucho tiempo se ha cuestionado la importancia de la medicina
renacentista, por considerarla estéril y básicamente supersticiosa, poco a
poco se ha podido demostrar su valor histórico y transformador.
Valga decir aquí, por otra parte, que con el término “superstición” a
veces descartamos con demasiada rapidez auténticos problemas filosóficos e, incluso, problemas empíricos que, con el correr del tiempo, han sido
olvidados 6. Tal vez sea nuestra aparente convicción científica actual lo que
nos lleva a pensar que las creencias de los hombres del pasado eran
simplemente producto de la ignorancia o de la superstición. Lo cierto es
que cuando despreciamos una creencia o una idea como supersticiosa, lo
que hacemos es tapar un agujero con otro agujero mayor, lo que da
muestras de que tampoco entendemos lo que es la superstición. Detrás de
toda superstición hay una forma de pensamiento que entraña su propia
complejidad y justificación, que sólo el análisis histórico contextual que la
produjo, puede ayudarnos a comprender realmente. En el caso de las
teorías, como las teorías médicas renacentistas que vamos a abordar, no se
trata tanto de preguntarse por su valor de verdad empírico, sino de buscar
su justificación, es decir, preguntarse por el propósito de su formulación.
Lo importante no es si una creencia es verdadera o empíricamente verificable, sino si esa creencia ha tenido lugar y cuál ha sido su función.
Para hacernos una idea de la importancia que tuvo el Renacimiento para
el pensamiento médico, basta recordar que la medicina estuvo dominada
por la obra de Galeno por espacio de casi quince siglos, y que fue durante
este periodo cuando por primera vez el galenismo comenzó a dar muestras
de agotamiento. Por otra parte, tanto para la física como para la medicina,
la concepción aristotélica del mundo fue un eje referencial en torno al cual
giraron y volvieron a girar durante siglos la investigación y el estudio. Las
obras de estos dos colosos de la antigüedad, Aristóteles y Galeno, consti-
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tuyeron las líneas maestras que marcaron y definieron la investigación, la
práctica y la comprensión del mundo físico y humano durante la mayor
parte de la formación del mundo moderno. Tal vez, por ello, no fuera pura
casualidad que el mismo año de 1543, hayan visto la luz dos grandes obras
que iniciarían la revolución para ambas disciplinas: el De revolutionibus
orbium coelestium de Nicolás Copérnico y, guardando las distancias, el De
humani corporis fabrica libri septem de Andrea Vesalio.
LAS SEMILLAS DE CONTAGIO
La consolidación de ambas revoluciones tardaría aún en producirse y,
durante un extenso periodo de tiempo, habrían de convivir sin aparente
contradicción las más antagónicas tradiciones de investigación y estilos de
pensamiento. Una situación semejante confirmaría la defensa que hace
Feyerabend de la indefinición de las fronteras del pensamiento científico,
pues estilos de pensamiento aparentemente antitéticos, como la religión,
el animismo, el empirismo clínico o la astrología, llegaron a trabajar
mancomunadamente en la determinación causal de enfermedades contagiosas como la sífilis 7.
En tales circunstancias, si hubo alguien que pudo encarnar en sí mismo
toda esta diversidad teórica y de tradiciones de investigación, fue el
médico veronés Girolamo Fracastoro (1478-1535), a quien se atribuye la
paternidad de la microbiología y de la epidemiología modernas 8.
La celebridad de Fracastoro proviene principalmente de su poema
Syphilis sive morbus gallicus 9, publicado en 1530, en el que habla del origen
y del tratamiento del denominado morbo gallico, que por aquella época se
había extendido por toda Europa y que sólo a partir del siglo XIX recibiría
el nombre de sífilis, por el que hoy se le conoce en honor a su obra. Sin
embargo, como él mismo sostiene, es en su libro De contagione (1546) donde
podrá abordar, más ampliamente y en profundidad, un tema que la
métrica poética de aquella primera obra le había impedido desarrollar.
Poco después agregaría un extenso comentario denominado De sympathia
et antipathia rerum liber unus, con el propósito de hacer más comprensible
sus consideraciones sobre el contagio.
Médico, poeta, astrónomo y científico, Fracastoro fue el primero que
definió sistemáticamente la enfermedad por contagio, considerando como
su agente etiológico las denominadas “semillas del contagio 10” (seminarias). Para algunos historiadores 11, Fracastoro sería el inventor de la teoría
del contagium vivum. Pero es un hecho probado que en este aspecto
Fracastoro no fue muy original. La idea de las “semillas” ya había sido
utilizada profusamente, a lo largo de la historia de la medicina y de la
filosofía de la naturaleza. Desde las “semillas de todas las cosas” de
Anaxágoras y el atomismo de Lucrecio, el término aparece en las obras de
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Galeno, San Isidoro de Sevilla y algunos célebres contemporáneos de
Fracastoro, como Marsilio Ficino y Jean Fernel 12. Este último, incluso, lo
usa también al hablar de las enfermedades contagiosas. El término “semilla” se habría puesto nuevamente en circulación, en la literatura médica y
en la filosofía de la naturaleza del Renacimiento, por el renovado influjo
de Platón, a través de las obras de pensadores como Ficino 13. Por otra
parte, la traducción del De rerum natura de Lucrecio en 1473, con numerosas rediciones sucesivas, del que Fracastoro fue buen conocedor, es con
seguridad una de las fuentes principales de su idea de semilla como agente
del contagio 14.
Pero si Fracastoro no fue pionero en el uso del término “semilla”, sí fue
el primero que justificó con afán científico la existencia y el carácter causal
de las “semillas del contagio15”. Para conseguirlo llevó a cabo la primera
definición que se conoce del concepto de “contagio”, y abordó la investigación de los diferentes tipos de enfermedades contagiosas y sus modos
específicos de transmisión y curación. Además, es cierto que desde Hipócrates se tenía una noción de las enfermedades contagiosas y existía toda
una práctica clínica para su tratamiento, que incluía el aislamiento de los
enfermos:
Nadie ha intentado decir cuál es en general la naturaleza del contagio, por
medio de cuál principio infecta; cómo es generado; por qué algunos dejan el
fomes y otros se propagan ellos mismos aún a distancia, por qué algunas
enfermedades son contagiosas, aunque sean más leves y más benignas, mientras que otras no lo son, siendo más agudas y más ardientes; en qué el contagio
difiere de los venenos y muchas otras cosas 16.
Para definir el concepto de contagio, Fracastoro parte de lo que considera
los “principios universales de los cuales derivan sus causas particulares”,
mostrando la relación entre contagio e infección. Según sus propios términos, el contagio es una especie de infección que se comunica entre dos
cosas distintas, esto es, cuando una misma infección afecta a dos cosas
diferentes. Aunque no es exactamente lo mismo, también se puede hablar
de contagio cuando la infección se transmite entre dos partes diferentes
de una misma cosa:
Como su mismo nombre lo dice, el contagio es una especie de infección que
pasa de una a otra cosa. Para que exista contagio se necesitan dos cosas, sean
estas distintas o dos partes de la misma. Pero, lo que se comunica entre dos
cosas distintas, se llama contagio, lisa y llanamente; en cambio, lo que pasa
entre dos partes de una misma cosa no es propiamente contagio sino algo
parecido 17.
Para hablar de contagio, pues, no debe haber variación entre la infección
transmitida entre una y otra entidad, sino que debe ser la misma en ambas:
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La infección es absolutamente igual, en ambas cosas, tanto en la contagiante
como en la contagiada y decimos que se ha producido un contagio, cuando
una misma infección ha afectado a ambas (cosas) 18.
Como es sabido, el término “infección” proviene del latín infectio-onis y
éste, a su vez, de inficere, que significa mezclar una cosa con otra, impregnar,
teñir, humedecer. También posee el sentido propio de emponzoñar o
corromper. Por ello, dice Fracastoro, cuando alguien muere envenenado,
no se habla propiamente de contagio sino de infección.
A partir del principio de que todo lo que sucede a una cosa, de forma
activa o pasiva, afecta a su sustancia o a sus accidentes, Fracastoro advierte
que se puede hablar metafóricamente de contagio cuando se produce un
incendio y éste se propaga, por ejemplo de una casa a otra, pues el contagio
es la infección idéntica de una misma sustancia. Sin embargo, subraya,
para hablar propiamente de contagio, la infección tiene que afectar originalmente a las partículas mínimas e imperceptibles 19.
Por eso usamos el término “infecto” no (como algo) corrompido como “todo”,
sino como cierta clase de corrupción que afecta sus partículas imperceptibles,
las que componen el conjunto y la mezcla. Así la quemadura interesa al mismo
“todo”, mientras que el contagio, a las partículas que lo forman, a pesar de que
por éstas, el mismo “todo” sea corrompido 20.
El contagio es, pues, una infección que comienza a partir de la corrupción
de las partículas imperceptibles que componen el organismo, aunque
conlleve a la posterior corrupción de su totalidad. Tales partículas imperceptibles, que componen el conjunto y la mezcla de todas las cosas, remiten
necesariamente al atomismo antiguo, del cual Lucrecio fue uno de los más
estudiados durante el Renacimiento. Según el atomismo, la generación o
destrucción de los cuerpos es el resultado de la agregación o desagregación
de los átomos que los constituyen. Esta es la razón, afirma Fracastoro, de
que toda alteración de la mezcla parezca una forma de contagio. Para
comprender a lo que se refiere, habría que recordar que tanto Hipócrates
como Galeno consideraron la enfermedad como el desequilibrio de los
componentes de la mezcla que constituye el cuerpo. Esto es, en última
instancia, el concepto de enfermedad que está en la base de la teoría
humoral. Al seguir esta idea, durante la Edad Media y el Renacimiento,
con el término “mezcla” (mistio) se hacía referencia a la proporción y el
modo en que se combinan en el cuerpo humano las cualidades (frío, calor,
sequedad, humedad) o los elementos (tierra, aire, agua, fuego 21).
Ahora bien, gracias a que hay dos formas de destrucción de la mezcla,
una por la “llegada de un elemento contrario” que impide su subsistencia,
y otra por la “disolución de la mezcla”, como cuando algo se pudre, surge
la duda de saber a cuál de las dos pertenece propiamente el contagio, pues
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ambas formas afectan a las partículas mínimas e imperceptibles. Por ello,
para aclarar esta duda y “determinar si todas las formas de contagio son
alguna clase de putrefacción 22”, resulta necesario estudiar las distintas
formas de contagio y sus causas.
Para la medicina renacentista, la causalidad está circunscrita al uso de
ciertas metáforas o nociones que ponen de manifiesto la tradición de
pensamiento dominante. Así ocurre con el concepto de “corrupción”,
ampliamente utilizado por Fracastoro en De contagione, para referirse a los
procesos orgánicos y patológicos. Durante la Edad Media y el Renacimiento la idea de corrupción fue una de las formas restringidas, junto con las
ideas de cocción, fermentación y digestión, para entender todo proceso de
cambio o mutabilidad en la actividad orgánica. Tanto Platón como Aristóteles consideraron que el universo estaba constituido por dos grandes
esferas 23: la esfera celeste, eterna e inmutable, y la esfera sublunar o
terrestre, la de la generación y la corrupción 24. Es evidente que Fracastoro
sigue el modelo aristotélico de acuerdo con el cual la corrupción es la
propiedad que caracteriza al mundo cambiante que habita el hombre.
A falta de especificar aún a qué tipo de destrucción de la mezcla
pertenece el contagio, Fracastoro ofrece lo que será la primera definición
formal de enfermedad contagiosa:
Pues bien, si se nos permite definir de alguna manera la naturaleza del contagio, diremos que es una corrupción similar en la substancia de una mezcla, que
pasa de una cosa a otra, una vez que la infección ha comenzado en las partículas
imperceptibles 25.
Dicho esto, el médico veronés procede a establecer la diferencia entre las
tres formas posibles de contagio, esto es, por contacto, por “fomes” y por
transmisión a distancia, defendiendo la especificidad etiológica de las
enfermedades epidémicas más conocidas de su tiempo, como la sarna, el
tifus exantemático, las llamadas fiebres pestilenciales, la viruela, la lepra,
la tisis o la sífilis. Es en el proceso de esta distinción, y precisamente para
aclarar lo que entiende por “fomes”, donde habla por primera vez de las
denominadas “semillas del contagio” (seminarias):
Hay fundamentalmente tres diferentes tipos de contagio: algunos se afectan
por simple contacto; otros, además de esto, dejan también “fomes” y por medio
de éste son contagiosos, tales como la sarna, la tisis, la área, la elefantiasis (lepra)
y otras enfermedades de la misma especie. Llamo fomes los trajes, las maderas
y cosas por el estilo, las cuales, a pesar de quedar ellas mismas incorruptas, son
capaces de mantener las primeras semillas del contagio (seminarias) y actuar
por medio de ellas. Además hay algunos contagios que se transmiten no
solamente por contacto y por fomes, sino que también a distancia, tales como
las fiebres pestilentes, la tisis, cierto tipo de oftalmía, exantemas que se llaman
viruelas y enfermedades similares 26.
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La importancia de Fracastoro para el desarrollo de la teoría microbiana
de la enfermedad no radica simplemente en que su concepción de las
seminarias sea más o menos aproximada al actual concepto de microrganismo. Más que en la idea de germen o en un anticipo del concepto de
virus, Fracastoro está pensando en la semilla como agente capaz de
reproducir algo, un proceso o una entidad, en todos sus aspectos igual a
lo anterior. Seguir la senda de una idea acumulativa o ingenuamente
evolutiva de la ciencia, hace fácil caer en el error de atribuir a nuestros
antecesores concepciones que no corresponden ni a su tiempo ni a su estilo
de pensamiento. El error aparece también en el no saber reconocer los
verdaderos antecedentes de una ciencia. En este sentido, para la ciencia
probablemente haya sido más importante el decidido propósito de Fracastoro de encontrar en las seminarias una determinación causal única para la
multiplicidad manifiesta de las enfermedades contagiosas. El orden que
descubre en medio de la pluralidad fenoménica de los síntomas, permite
organizar el cajón de sastre que era en ese entonces la taxonomía de las
patologías infecciosas:
Parece que estos contagios están en un cierto orden; en efecto, los que provocan
el contagio a cosas lejanas, por lo general, también lo provocan por el fomes y
por contacto; los que son contagiosos a causa de un fomes, lo son también por
contacto. Como la forma de contagio que actúa sólo por contacto es la más
simple y naturalmente la primera, hablaremos de ella en primer término,
buscando en qué forma acontece y por medio de qué principio. En seguida
hablaremos también de las demás formas para averiguar si hay algún principio
común a todos o si se trata de un principio distinto en cada uno de los tipos y
qué características tienen cada uno 27.
Para entender mejor el método de exposición del De contagione, así como
las prioridades de su autor y las tradiciones de investigación en las que
estaba inmerso, he considerado útil revisar uno de los problemas que
intentaba resolver en su trabajo. Como se dijo al principio, algunos de los
problemas a los que hacía frente Fracastoro eran de distinto orden al
campo propiamente médico (ya fueran empíricos o teóricos), por lo que
se podrían definir mejor como problemas conceptuales externos. Tales problemas tienen en muchos aspectos un marcado carácter epistemológico, cuyo
planteamiento y resolución ponen en evidencia la originalidad del autor.
Este es el caso del problema del contagio a distancia.
EL CONTAGIO A DISTANCIA Y LAS CUALIDADES OCULTAS
Uno de los problemas más destacados que llevó a Fracastoro a proponer
su teoría del contagio y a investigar las causas de las distintas enfermedades epidémicas, fue el extendido uso explicativo en medicina de las
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llamadas cualidades ocultas. En términos aristotélicos, las cualidades ocultas
son cualidades no accesibles a los sentidos de forma inmediata y que
poseen un poder de acción desconocido 28. Durante la Edad Media y el
Renacimiento, las cualidades ocultas fueron habitualmente caracterizadas
como lo “insensible” en contraposición a las cualidades manifiestas, esto es,
aquellas que podían ser percibidas directamente por los sentidos 29. Ahora
bien, al no poder ser captadas por los sentidos, la existencia de las cualidades ocultas debían inferirse a través de las cualidades manifiestas 30. El
propio Galeno había introducido en su sistema fisiológico la participación
de un conjunto de fuerzas especializadas que regían actividades fisiológicas determinadas. Entre tales fuerzas se encuentran las fuerzas atractiva,
la alterativa, la retentiva, la expulsiva y la secretiva, que regulaban funciones como el crecimiento, la digestión, la asimilación, etc.
Pomponazzi, maestro de Fracastoro en Padua y defensor de una visión
naturalista del mundo había escrito en 1520 un libro titulado De Naturalium
effectuum causis sive de incantationibus, libro en el que criticaba la creencia
en la participación de fuerzas no naturales en el orden natural, como
sostenía la astrología. Sin embargo, debido a las dificultades que había
tenido con el Tractatus de immortalitate animae (1516), en el que argumentaba que la inmortalidad del alma no puede ser demostrada y por el cual
fue acusado de herejía, Pomponazzi no se decidió nunca a darlo a la
imprenta. El libro fue publicado póstumamente en 1556, por lo que no es
posible que Fracastoro lo tuviera en cuenta en su libro De contagione. Pese
a ello, y aunque Fracastoro se distanció de Pomponazzi en lo referente a
su concepción del alma, por considerarla pagana, en lo que se refiere a las
propiedades ocultas mantuvo, como su maestro, una posición decisivamente antiastrológica.
No hay que olvidar que la relación entre el macrocosmos y el microcosmos era algo admitido desde la antigüedad. La propia teoría de los cuatro
elementos aplicada al cuerpo humano que diera lugar a la teoría humoral,
no tiene un origen diferente. Ante este presupuesto fundamental, difícilmente se podía tener libertad para elegir una perspectiva diferente. El
extendido uso de la astrología, durante la Edad Media y el Renacimiento,
había dado lugar a toda una especialidad, la medicina astrológica, que
pretendía la determinación causal de las enfermedades contagiosas, atribuyendo el origen de las epidemias al influjo de las estrellas y la posición
de los planetas. El propio Fracastoro narra en Syphilis el origen astronómico de la enfermedad, registrado por la mayoría de los cronistas el 25 de
noviembre de 1484 31. La alteración del aire 32, producida por el movimiento de los planetas, era la causa señalada de todo tipo de enfermedades
contagiosas.
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El sol, fuente de luz, y los astros son los primeros móviles que alteran y
conmueven la tierra, la atmósfera y la estensión [sic] de los mares. A medida
que estos cuerpos celestes hacen sus revoluciones y cambian de lugar en el
cielo, los elementos sufren diversas mudanzas. (...)
Doscientos años han transcurrido desde que Marte, uniendo su luz con la del
funesto Saturno, apareció entre los pueblos de Oriente, que el Ganges riega
con sus aguas, una fiebre desconocida, cuyo fuego voraz hacia arrojar sangre
del pecho agitado de los enfermos, que ¡cosa horrenda! al cuarto día perecían
miserablemente. (...)
Ahora, pues, levantad conmigo vuestra vista al firmamento que está girando
continuamente, a la morada de los dioses y a los brillantes astros, inquirid con
empeño cuál haya sido el estado de estos cuerpos celestes y las señales que en
nuestro tiempo han presentado: de este modo podréis sin duda descubrir el
origen del nuevo contagio y principio de este tan notable suceso 33.
Junto a la astronomía médica se enlazó también una medicina religiosa que
veía en los astros los signos de la voluntad divina 34. Calvino, durante la
peste que asoló Ginebra en 1542, haría quemar a más de una decena de
personas acusadas de brujería, por ser las supuestas causantes de la
epidemia, así como sus propagadoras.
El problema de las denominadas propiedades ocultas, se lo plantea
Fracastoro cuando aborda el contagio a distancia 35. Aunque en la dedicatoria al cardenal Alejandro Farnesio, el médico veronés ya había expresado
de manera general que la mayoría de sus contemporáneos “parece que
acerca del contagio, no han dicho otra cosa, sino que proviene de cierta
propiedad oculta 36”. En efecto, durante el Renacimiento además del
creciente naturalismo mecanicista, también hay un florecimiento del ocultismo. Como se ha señalado antes, el argumento de las propiedades ocultas
fue un recurso habitual del aristotelismo vigente, para referirse a cualidades no accesibles a los sentidos, que poseían un evidente aunque desconocido poder de acción, tal como sucedía en el caso de las enfermedades
contagiosas.
Después de haber hallado en las seminarias un principio común para las
formas de contagio más simples, por cuanto “no se debe pensar que el
principio que está en el fomes no es el mismo que se encuentra en aquellas
cosas que actúan sólo por contacto, pues las mismas partículas que evaporan de la primera (cosa) pueden también mantenerse en el fomes y luego
provocar el mismo efecto que hubieran provocado cuando se evaporaron
de la primera cosa 37”, Fracastoro habla del contagio a distancia, advirtiendo que aparentemente se trata de un tipo diferente de contagio, pues no
parecen intervenir las mismas condiciones que participan en los otros dos:
Ofrecen, no solamente motivo de mayor asombro, sino también de duda,
aquellas cosas que provocan contagio no solamente con fomes o con el solo
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contacto, sino también a distancia. Hay un tipo de oftalmia cuyos enfermos
suelen infectar a aquellos que los miran. Es bien sabido que las fiebres pestilentes, la tisis y muchas otras enfermedades infectan a aquellos que viven con el
enfermo, aunque no haya entre ellos contacto directo.
Parece que esta clase de contagio es de diferente naturaleza (que los otros) y
que se transmite por otro principio. En primer lugar, porque hay algunas
fiebres pestilentes que matan en diez o doce horas, sin que el enfermo sienta
ni frío ni calor 38.
Ante la imposibilidad de aceptar la acción sin contacto, es decir, la acción a
distancia, prácticamente era obligado el recurso de argumentos ad hoc como
las cualidades ocultas, que, salvando las evidencias, pudieran salvar también el marco conceptual y epistemológico establecido. La dificultad para
explicar la transmisión a distancia de las enfermedades se debía, en gran
medida, a que la idea de contacto, es decir, la idea aristotélica del movimiento
por contacto directo, estaba en la raíz del término contagio (cum: con, unión;
tangere: tocar). Según Aristóteles, la acción de una fuerza sobre un cuerpo
debía producirse por contacto directo, por lo que la acción a distancia
resultaba para él ininteligible. Junto al horror vacui, durante el Renacimiento todavía era frecuente escuchar el axioma escolástico “actio in distans
simpliciter repugnant”.
Enfermedades como la oftalmia, la tisis o las fiebres pestilenciales, dice
Fracastoro, no parecen transmitirse por el desequilibrio humoral de las
cualidades del organismo, es decir, por las alteraciones del frío, el calor, la
sequedad y la humedad, como sucede en los contagios por contacto
directo. Tales desequilibrios se producirían, según había advertido Fracastoro, por la evaporación del calor innato y de la humedad, que provoca la
intervención de un calor ajeno, produciendo la putrefacción y la disolución de la mezcla. En concreto en el caso de la oftalmia, que parece
contagiarse con la mirada, la transmisión se produciría, como la visión, a
través de las “figuras o imágenes” de las cosas:
Además, si un legañoso hace legañoso a otro, la afección, en realidad, parece
de otra naturaleza, porque la visión no se produce por medio del calor o del
frío, sino por las llamadas figuras o imágenes [species et simulacro] de las cosas.
Además, la brusca y casi instantánea penetración de estos contagiosos, demuestra completamente la misma cosa. En efecto, en seguida y de repente,
como se acostumbra a decir, los ojos penetran y matan al animal que tienen al
frente; lo que no puede hacer tan rápidamente alguna otra de las cualidades
conocidas. Hay que agregar que si este contagio fuera provocado por las cualidades conocidas, se propagaría siempre a lo que es más débil o menos resistente;
lo que no ocurre puesto que lo que es más débil poco o nada sufre de ello 40.
Una idea muy establecida desde los tiempos de Empédocles, fue la de que
todos los objetos sensibles emitían imágenes (species et simulacro) que iban
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al encuentro de los espíritus emitidos por los sentidos, lo que permitía la
visión y las demás formas de percepción 41. La noción de espíritu aquí
expuesta no tiene, sin embargo, el carácter animista o simplemente supersticioso que pudiéramos atribuirle hoy. Los espíritus (spiritus es la traducción latina del pneuma griego), en el contexto de la medicina renacentista,
por ser la parte más ligera que se desprende o se extrae de los sólidos y los
fluidos, eran una materia sutil que permitía explicar no sólo la relación
entre el alma y el cuerpo, sino el propio movimiento orgánico. De acuerdo
con su teoría biológica, Galeno distingue tres clases de espíritus, acordes
con las tres formas de vida de todo ser superior: los naturales (originados
en el hígado y que circulan por las venas), los vitales (con sede en el
corazón y que circulan por las arterias) y los animales o psíquicos (con sede
en el cerebro y que transitan por el sistema nervioso).
Con todo, la forma de actuar del contagio a distancia resulta tan extraordinaria, que ninguna de las cualidades conocidas penetra de esa forma tan
brusca e instantánea, comparándose su acción a los venenos o al catablefo,
animal fabuloso que se creía mataba con la mirada. Por el contrario, si el
contagio se produjera mediante las cualidades conocidas, como señala
Fracastoro, entonces se produciría afectando primero la parte más débil
del organismo. El contagio, en cambio, muestra una especificidad muy
concreta, de modo que aqueja determinados órganos y no a otros. Un
ejemplo de ello lo ofrece la tisis, que no afecta a los ojos, mucho más débiles,
sino a los pulmones. Fracastoro se refiere a esta especificidad como la
analogía de los contagios, tema que tratará en el capítulo VIII, y de acuerdo
con la cual el contagio sólo se produce entre cosas análogas o que muestran
alguna semejanza de naturaleza, siguiendo el principio de que “todas las
cosas no actúan sobre todas las cosas, sino solamente hacia algunas que se
llaman análogas 42:
Si hay analogía de la misma naturaleza con el objeto que tocan transmiten el
contagio; si por el contrario no existe analogía y lo que es tocado no es apto
para recibir la infección, pero sí para mantener la semilla, entonces se forma el
fomes; y en cuanto encuentre algo que sea análogo a la primera, le produce
infección en la misma forma que la había producido aquélla 43.
Por otra parte, el modo de propagarse que tiene el contagio a distancia,
desplazándose en todas direcciones, hace suponer que el contagio “imita
las cosas espirituales las cuales se mueven en círculo” (in orben, esto es, que
se desplazan por toda la Tierra), mientras que los cuerpos sujetos a las
cualidades conocidas sólo se mueven hacia arriba y hacia abajo 44.
Todas estas dificultades, alega Fracastoro, son resueltas con poco esfuerzo por quienes las refieren a las llamadas propiedades ocultas 45. En la
dedicatoria, que sirve de introducción a su libro, Fracastoro dice, refirién-
HENRÍQUEZ GARRIDO / ENFERMEDADES CONTAGIOSAS / 87
dose a los filósofos que se conforman con este tipo de explicaciones, que
es algo “indigno de un verdadero filósofo”, y que hay tres tipos de causas
o niveles de causalidad para la investigación y el conocimiento: las que son
muy generales y están alejadas de las cosas; las intermedias que les son
más cercanas, y aquellas que son mucho más cercanas y más particulares:
“En cuestiones oscuras y difíciles, conocer las cosas muy particulares y las
más cercanas, es en verdad, cosa de Dios o de un ser divino. Pero contentarse con las causas generales, es indicio de una mente perezosa e inculta;
al contrario, es deber de un filósofo buscar las causas intermedias y tratar
de llegar a las particulares hasta donde un hombre pueda hacerlo 46”.
EL MARCO CONCEPTUAL DE LAS CATEGORÍAS ARISTOTÉLICAS
Para resolver la cuestión de las propiedades ocultas y despejar las dudas
sobre el contagio a distancia, Fracastoro enmarca el problema en el principio organizador que representan las categorías aristotélicas y la fisiología
galénica. Se trata de un interesante argumento en el que expone los límites
cognitivos que la tradición investigadora aristotélico-galénica impone a
quien pretenda afirmar o conocer algo de la realidad. La reducción al
absurdo de las propiedades ocultas, que en cierto modo lleva a cabo,
permitirá esclarecer cuál es el principio del contagio a distancia.
Sostiene Fracastoro que, aunque sean diez las categorías de las cosas,
solamente dos de ellas, la substancia y la cualidad, son principios activos. Ni
la cantidad ni ninguna de las otras categorías son efectivas, salvo por
accidente. Además la substancia per se, sólo puede efectuar movimientos
locales hacia arriba y hacia abajo, mientras que la rarefacción, la condensación y el movimiento circular, se deben principalmente a la forma de las
cosas. Las otras acciones dependen de la cualidad 47.
Además existen dos tipos principales de cualidades, las cualidades materiales (el calor, el frío, la humedad, la sequedad, la luz, el olor, el sabor, el
sonido) y cualidades espirituales (apariencia e imágenes de las cosas materiales). Las cualidades naturales primeras (calor, frío, humedad, sequedad),
“generan y alteran todo”, mientras que las segundas (la luz, el olor, el sabor
y el sonido), “mueven los sentidos aunque solamente por medio de
aquellas cosas llamadas espirituales 48”.
Una vez planteada la estructura categorial de la realidad, Fracastoro
muestra insostenible el recurso a las denominadas propiedades ocultas. Si
toda acción es producida por la sustancia o la cualidad (material o espiritual), no resulta claro cuál debería ser el principio que habría de producir
los contagios. Si se cree que es por la sustancia y la forma, entonces no
había necesidad de llamarla “propiedad oculta”. Por otra parte, tal forma,
sostiene Fracastoro, “sólo podrá hacer movimientos locales para arriba,
para abajo, rarefacción y condensación, pero no contagio, que en sí no es
88 /LUDUS VITALIS / vol. XXIV / num. 45 / 2016
un movimiento local, sino más bien una corrupción de ciertas cosas y una
generación de algunas otras”. Pero si se piensa que es por alguna cualidad
natural, entonces no se afirma nada desconocido, “a menos que inventen
un tipo desconocido de cualidad que no sea el calor, la humedad ni la
sequedad; lo que por cierto no puede inventarse”. Si, en cambio, se
considera como su causa alguna cualidad espiritual habrá que tener en
cuenta que “estas cosas espirituales duran mientras están presentes las
cosas materiales, de las cuales han salido, a menos que hayan estado en el
intelecto 49”.
Lo que sucede en el contagio a distancia es muy diferente a los efectos
de las cualidades espirituales, pues en ausencia de aquello que provoca el
contagio, las semillas permanecen inalteradas y en el aire, “se transfieren
de un lugar para otro, también más allá de los mares, lo que demuestra
que se trata de un cuerpo; porque se desplaza y continúa existiendo, a
pesar de encontrarse lejos del primero 50”. Si aun así se persiste en llamar
“cuerpo” a lo que se transfiere de un lugar a otro, actuando por medio de
una cualidad espiritual, se incurrirá en discordancia, pues, según la definición de contagio, “en la segunda cosa, tiene que suceder lo mismo que
sucedió en la primera y el principio debe ser el mismo en las dos cosas y
lo mismo en la cuarta, en la quinta y en las otras que reciben el contagio 51”.
Es por este motivo por el que la causa no puede ser espiritual, pues aunque:
alguna de las cosas espirituales “per se” pueden hacer algo similar. Por accidente pueden matar y disolver también alguna mezcla, eliminando ciertas
cosas contrarias: por ejemplo, el hedor puede hacerlo y también la visión del
animal catablefo... Pero las cosas espirituales no pueden generar en una segunda cosa lo mismo que ocurrió en la primera, ya que todas las generaciones se
producen por medio de las primeras cualidades.
No obstante, para que se generen los contagios a distancia no basta con
que se produzca putrefacción. También las semillas deben ser capaces de
generar otras semillas semejantes, idénticas a su vez a las que las generaron, algo que en definitiva no pueden hacer las cosas espirituales por sí
mismas 53.
Por todas estas razones, concluye Fracastoro, se debe pensar que el
contagio a distancia se propaga por las cualidades conocidas y que se rige
por el mismo principio que rige los demás contagios, de acuerdo con el
cual en el segundo organismo, y en los sucesivos, tiene que suceder lo
mismo que en el primero. Aun así, y pese a seguir el mismo principio, las
semillas de este tipo de contagio han de ser diferentes de las que producen
los dos primeros 54.
Ahora bien, para explicar la diferencia entre las semillas de contagio, el
veronés se propone aclarar antes cómo se transmiten a distancia y cuál es
HENRÍQUEZ GARRIDO / ENFERMEDADES CONTAGIOSAS / 89
el principio del movimiento de estas semillas que parecen moverse en
círculo, de tal modo que contagian a personas que se encuentran alejadas.
A pesar de lo asombroso que puede llegar a ser, en el contagio a distancia
no ocurre, sin embargo, algo muy diferente a lo que sucede en situaciones
semejantes y vulgares, como las lágrimas que provoca la cebolla o el
estornudo producido por la pimienta. Simplemente se trata de partículas
imperceptibles que, con distintos efectos, son difundidas en todas direcciones. Esto es algo que se puede constatar también en todo lo que se
corrompe y pudre.
El principio de movimiento de estas partículas, en parte depende de
ellas mismas y en parte proviene de otras causas. Así puede verse en toda
evaporación o en el humo que se produce, y que espontáneamente se
dirigen hacia arriba y pueden ser empujados también a un lado o hacia
abajo, por dos causas principales. La primera es por la resistencia del aire
o por la oposición de algún objeto con el que chocan las partículas exhaladas. Al no poder avanzar más en una dirección, son empujadas por las
que vienen a continuación, hasta que todo el espacio disponible es ocupado. La segunda causa es el propio aire que divide toda evaporación, si es
liviana y soluble, en “partículas mínimas e indivisibles”. A partir del
principio aristotélico del movimiento, Fracastoro se aventura a hacer una
descripción del contagio que anticipa la física mecanicista del siglo XVII:
En efecto, la naturaleza, de todos los elementos y líquidos, es buscar, siempre
que sea posible, una posición adecuada; y una posición es más adecuada,
cuando las partes son continuas, o si no puede serlo, que disten lo menos
posible entre ellas; así, sufren menor violencia... Por eso, el aire inmediatamente
divide la evaporación siempre más hasta llegar a aquellas partes que no se
pueden dividir y separar más. Y acaecida aquella innumerable serie de divisiones gran parte del aire se mezcla y se llena (con las evaporaciones) que lo
rodean, lo que es también muy fácil de observar en el humo. Esa es la razón
del porqué las exhalaciones que ocurren en los contagios, son llevadas alrededor y ocupan una amplia zona en el aire. Porque cada exhalación se expande
cada vez más, y en especial hacia lo alto y después en seguida también hacia
los lados y fácilmente es empujada también hacia abajo. Y de este modo las
semillas pueden infectar también los cohabitantes y persistir durante algún
tiempo, no solamente en el fomes, sino también en el aire, aunque mayor
tiempo en el fomes 55.
La dificultad se encuentra, sin embargo, en explicar cómo tales partículas,
que pueden agruparse en tan poca cantidad, no son alteradas al estar
expuestas al aire. Urge preguntarse entonces qué clase de mezcla debe
darse para que puedan resistir en el aire tanto tiempo. En el capítulo
dedicado al contagio por fomes, Fracastoro había aclarado en qué consistía
la resistencia de las semillas de contagio, para permanecer inalteradas
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durante tanto tiempo. Ello se debía principalmente a la solidez de la
mezcla, que le permita resistir ante los elementos destructores:
Una mezcla es tenaz y resistente debido a dos causas: una consiste en la dureza,
tal como la de las piedras, del hierro y cosas de tal género, cuyas partículas
imperceptibles viven muchos años; la otra por el contrario, en una cierta
viscosidad obtenida por una larga y laboriosa mezcla. Las semillas de los
contagios no son duras, sino viscosas y elaboradas. Una mezcla elaborada, es la
que se forma cuando se agitan bien entre ellas las partículas muy pequeñas 56.
Las semillas de contagio son, pues, viscosas, motivo por el cual se adhieren
a las cosas que tocan, y hace su mezcla fuerte y difícilmente alterable.
Aunque las cosas viscosas pueden conservarse menos que las duras,
contienen algunas de las cualidades de estas últimas y no son fácilmente
volatilizables, debido a la dureza de sus partes y a que la mezcla está
constituida por las partículas más pequeñas. Una mezcla hecha de esta
manera puede resistir casi cualquier alteración, pues la dureza que posee
impide que las partes se disgreguen. Esto sucede incluso cuando la mezcla
está constituida por elementos diferentes, ya que al estar formada por
partículas muy pequeñas, no hay en ellas el volumen necesario para
hacerse activas 57. Pero cuando en determinadas circunstancias la mezcla
es disuelta, las partes semejantes se unen y adquieren la fuerza necesaria
para actuar. Es lo que sucede con las semillas de contagio, que pese a que
están formadas por diversos elementos, no sufren alteraciones, ni aun
mezcladas, pero que cuando entran en actividad desatan una gran fuerza:
Que en una cantidad tan pequeña puede existir gran fuerza, lo comprueba el
relámpago que no es sino vapor; y también lo comprueban las partículas
mínimas, y que escapan a la vista, del auforbio, de la pimienta y de cosas
similares; que recibieron tanta fuerza de la naturaleza, como si el fuego fuese
contenido en una materia densa, a pesar de ser pequeña. Así son también las
semillas de los contagios; en efecto todas son ásperas por naturaleza, aunque
viscosas, y entran en actividad cuando el calor animal vaporiza, esta mezcla y
junta las partes similares 58.
En efecto, como ya había señalado hablando del contagio directo, es el calor
ajeno, que se encuentra en el aire o en la humedad que rodea al objeto, lo
que produce la vaporización de la mezcla, que permite la unión de las
partes semejantes. El principio de putrefacción y el principio del contagio
es, por tanto, el mismo: el calor extraño a la propia mezcla.
Al activarse las semillas de contagio muestran su poder sobre los humores y sobre los espíritus, a los que llegan a corromper si existe entre ellos
analogía. De este modo, sin tratarse de una imagen visual, las semillas
pueden ir de los ojos infectados de un enfermo a los ojos de una persona
HENRÍQUEZ GARRIDO / ENFERMEDADES CONTAGIOSAS / 91
sana, produciendo en ellos una infección completamente semejante. Aunque puede sorprender que penetren de forma tan rápida en un ser vivo,
la explicación es que lo hacen a través de los poros hasta llegar a las venas
y las arterias, alcanzando a veces al corazón.
Fracastoro considera dos formas posibles de penetración. Una es por
medio de la propagación y la generación, pues “las primeras semillas que
se adhieren a los humores, con los que tienen analogía, generan otras
similares y éstas, a su vez, otras”, hasta que el conjunto total de los humores
se ve afectado. Otra forma es por medio de la respiración y la dilatación
de las venas:
En efecto, juntamente con el aire que es atraído, entran también mezcladas las
semillas del contagio, que una vez que han penetrado, no salen por la espiración con la misma facilidad que entran por medio de la inspiración, porque se
adhieren a los humores y a los órganos y algunos también a los espíritus, los
cuales esquivando lo que le es contrario, llevan consigo también al enemigo al
corazón 59.
Según las particularidades de cada caso, las semillas de contagio penetran
con más o menos rapidez, eligiendo para ello las vías más adecuadas. Las
que son ásperas y poseen una gran viscosidad, penetran lentamente.
Aquellas semejantes a los humores más densos, penetran a través de las
venas. Las semillas que se introducen a través de la respiración, lo hacen
más rápidamente por ser sutiles, ásperas y análogas a los espíritus.
Como un modo general de penetración, toda evaporación se difunde
más fácilmente siguiendo el camino desde lo estrecho hasta lo amplio.
Pues las venas, que en la periferia son pequeñas y estrechas, a medida que
se acercan al corazón se van haciendo más grandes. Esta es la razón por la
que el contagio se difunde de manera más fácil de las venas pequeñas a
las grandes, en donde hay más calor y pueden ser finalmente llevadas al
corazón.
Todo esto, de acuerdo con Fracastoro, permite demostrar que el contagio a distancia se produce por el mismo principio de las otras dos formas
de contagio, llevándose a cabo, en última instancia, de la misma manera.
No obstante, se diferencia de los modos directos de transmisión, porque
el contagio a distancia está compuesto por una mezcla más firme y viscosa.
De los que actúan sólo por fomes y por contacto, los que son llevados a
distancia, difieren porque parece existir en ellos, una mezcla más fuerte y una
mayor sutileza, ya que son penetrantes y tienen más acción. Tal vez, tienen
también una antipatía hacia el organismo animado, no sólo la que es llamada
material sino también la espiritual que puede hacer huir a los espíritus y al calor
que mantiene juntos las mezcla de humores, y por lo tanto puede más fácilmente producir putrefacción 60.
92 /LUDUS VITALIS / vol. XXIV / num. 45 / 2016
Si bien es cierto que no toda putrefacción es un contagio, a pesar de la
capacidad que tiene la putrefacción de reproducirse en su entorno más
cercano, todo contagio consiste en alguna forma de putrefacción. Pues
aunque parece que toda putrefacción es contagiosa, en tanto que también
en ella tiene lugar la disolución de la mezcla, de la evaporación de la
humedad y del calor innato a ella no se deriva, necesariamente, una
generación (generatio), es decir, en términos aristotélicos, “como ser de una
sustancia en potencia a una en acto 61”. En cambio, como ya se ha dicho,
lo que caracteriza propiamente al contagio es la transmisión de una
putrefacción similar entre dos cuerpos diferentes, estén o no unidos. De
este modo, estableciendo matices entre la putrefacción y el contagio, el
médico veronés formula su definición más completa de contagio:
Todas las putrefacciones tienen el poder de producir una putrefacción, similar
por lo menos, en las partículas cercanas. Si cada contagio es una putrefacción,
veremos que el contagio simplemente, es una putrefacción, similar que pasa
de una cosa a otra, esté unida o separada. Pero lo que con propiedad, se llama
contagio, no es esto sino lo que ocurre entre dos cuerpos diferentes. Pero si
queremos examinar con absoluta exactitud el contagio que se observa en las
enfermedades y que no actúa sólo por contacto, el contagio es una putrefacción
similar que pasa de una a otra cosa y cuyas semillas pueden actuar de muchas
maneras, están contenidas en una mezcla muy fuerte y viscosa y que tiene una
antipatía, no sólo material sino también espiritual hacia el (organismo) animal 62.
La antipatía y la simpatía, mejor conocidas como la atracción y repulsión,
ya ocupaban un lugar destacado en la filosofía de Empédocles. Se trata de
dos conceptos centrales en la ciencia prearistotélica, que considera a ambos
los agentes de todo cambio en la naturaleza física. De acuerdo con Fracastoro, en la naturaleza existe una compatibilidad o incompatibilidad recíprocas, que permiten que las cosas se unan o se repelan mutuamente.
Como alternativa a las cualidades ocultas, ciertos fenómenos, como las
causas de la atracción magnética o de la repulsión, se explicaron por el
principio de antipatía y simpatía. Al seguir el mismo principio fue posible
concebir el tratamiento de las enfermedades contagiosas, pues “así como
los venenos y las semillas de contagios tienen antipatía para el alma y el
calor natural, así también hay ciertas cosas, como los antídotos, que tienen
antipatía por los venenos y las semillas mismas y las repelen, y quizás, en
otra forma las debilitan 63”. Se cumple así un principio epistemológico,
fundamental en medicina, de acuerdo con el cual el tratamiento se concibe
según se conciba la enfermedad.
HENRÍQUEZ GARRIDO / ENFERMEDADES CONTAGIOSAS / 93
CONCLUSIONES
Compañero de Copérnico durante sus años de formación en la Universidad de Padua, Fracastoro se enfrenta en De contagione a problemas que
tienen un cierto paralelismo con las cuestiones físicas y cosmológicas de
su tiempo. La pregunta: “¿Cómo es posible que una enfermedad se contagie a distancia?” no es muy diferente a la pregunta: “¿Cómo pueden
influirse dos cuerpos celestes sin que medie entre ellos contacto directo?”.
Algunos autores han considerado la Homocéntrica sive de stellis, obra publicada por Fracastoro en 1538, en donde expone la teoría del movimiento
de los planetas por movimientos circulares con un centro común, sin
recurrir a las excéntricas y epiciclos que caracterizaban al sistema ptolemaico, como un anticipo de la teoría heliocéntrica copernicana. No obstante, De contagione está más cerca de la revolución producida por
Copérnico, que su Homocéntrica, por cuanto en su obra médica se opera
una auténtica ruptura con la concepción del mundo aristotélica y supone
un avance hacia el pensamiento científico moderno.
La concepción de enfermedad por contagio que propone Fracastoro, y
que señala el camino de la epidemiología y la microbiología, enfrenta las
tradiciones de investigación galénicas y aristotélicas con sus propias limitaciones conceptuales ante el creciente mecanicismo de la época y el
desafío que suponen las enfermedades contagiosas. Fracastoro es, pues,
un destacado ejemplo del diálogo entre la visión vitalista aristotélica y la
naciente visión mecanicista que habría de caracterizar el pensamiento
científico y moderno del siglo venidero.
Habría que hacer ahora una aclaración para evitar interpretaciones
equivocadas. Si bien durante el Renacimiento hubo una creciente actitud
crítica hacia Galeno, el galenismo en el que, por su formación, está inmerso
Fracastoro, le impide, como le ocurriera a Cardano y al propio Vesalio, una
completa y concluyente rebelión de sus modelos teóricos 64. Numerosos
detractores de Galeno, en los siglos XVI y XVII, promovieron el abandono
de su obra a cambio de mirar directamente la realidad. Esta rebelión estaba
completamente justificada, si tenemos en cuenta que Galeno basó todas
sus observaciones en la anatomía animal y no en la disección del cuerpo
humano. Aun así, mirar la realidad no habría de ser del todo suficiente.
Una nueva mirada sobre la realidad sólo se haría posible desde una nueva
posición teórica, a un mismo tiempo convergente y divergente, de la cual
fueron ejemplo las obras de autores como Fracastoro, Cardano o Vesalio 65.
Esto significa que, pese a sus aportaciones revolucionarias y su crítica a
Galeno, Fracastoro siguió siendo un galenista y un aristotélico convencido.
Se puede afirmar, por otro lado, que el médico veronés forma parte de
la tradición de investigación atomista, que se remonta a los orígenes del
pensamiento occidental. Sin embargo, tratando de confirmar el pensamiento galénico-aristotélico en el que está imbuido, abre una fisura que
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llevará a la medicina a librarse de sus compromisos metafísicos alcanzando
una perspectiva más mecanicista, pero también menos restrictiva. Sólo un
pensamiento convergente puede abrir vías divergentes con la tradición.
El contagio a distancia se presenta como un problema que no puede
resolverse en el marco epistemológico de la medicina galénica. Se trata de
una anomalía que requiere una perspectiva que va más allá del mecanicismo a ultranza para resolverse. Al mismo tiempo, es un problema empírico
cuya resolución choca con la metafísica y la concepción del mundo aristotélica, vigente aún durante el Renacimiento. La imposibilidad de llevar a
cabo una percepción inmediata de las semillas de contagio, la conclusión
lógica de que tales semillas han de ser, no obstante, un cuerpo y no una
propiedad oculta, anticipa la sustitución de una medicina de las cualidades
por una medicina cuantitativa que sólo tendrá lugar siglos más tarde.
La importancia del aporte de Fracastoro se resume en su capacidad para
reconocer un contagio en la transmisión a distancia de una enfermedad,
que transforme la noción precientífica de contagio (fundada en el contacto) en una definición conceptual. Se produce así una ruptura epistemológica que, con el tiempo, dará lugar a la formación de una nueva disciplina.
El término contagio se seguirá utilizando, pero con un sentido más restringido. De esta manera, el objeto de conocimiento (las semillas de contagio
o seminarias) pierde su carácter de cualidad y toma el camino de la cantidad
y la medida, solamente refrendado tras la invención del microscopio y la
formulación de la teoría microbiana de la enfermedad.
Un siglo antes de que Gassendi diera una nueva vida al atomismo griego
en el seno del mecanicismo del siglo XVII, fue Fracastoro quien restituyó al
atomismo de Epicuro y Lucrecio un lugar para pensar la cuestión del
contagio. En este punto, como en el problema de las cualidades ocultas, se
comprueba que la medicina se anticipa a problemas filosóficos y epistemológicos que sólo con posterioridad se habrían de generar en el campo de
la física. La medicina, poco explorada por la filosofía de la ciencia, tradicionalmente más interesada por la física, ofrece un campo especialmente
rico para el estudio filosófico del progreso de la ciencia.
HENRÍQUEZ GARRIDO / ENFERMEDADES CONTAGIOSAS / 95
NOTAS
1 En delante De contagione. Se citará la traducción española, seguido del número
de página (ver bibliografía). Puede consultarse la edición en latín De Sympathia et Antipathia rerum, Liber I. De contagione, et contagiosis morbis et eorum
curatione, Libri tres; de Lugduni, apud Gulielmum Gazeium (1550) en https://archive.org/stream/hin-wel-all-00000714-001.
2 De contagione, pp. 2-3.
3 Laudan, 1986, pp. 88 y 98.
4 Laudan, 1986, p. 116.
5 Fleck, 1935/1986, p. 111.
6 En cualquier caso, si se pretende hacer epistemología, siempre hay que tener
en cuenta que “una fe extinta pervive como superstición y como opinión
popular una teoría abandonada por la ciencia”. Freud, 1932, p. 3179.
7 Fleck, 1935/1986, p. 50.
8 Una paternidad cuestionada por Nutton (1983, 1990), entre otros.
9 En adelante Shypilis. Se citará la traducción española, seguido del número de
página (ver bibliografía).
10 Aunque probablemente “semillero” sea una traducción castellana más correcta y acorde con las traducciones clásicas del término, me ceñiré al término
“seminaria” por ser la expresión latina utilizada por Fracastoro.
11 Entralgo, 1997.
12 Hirai, 2002, 2003, 2005, 2011; Nutton 1983, 1990.
13 Hirai, 2005.
14 Siguiendo el principio de Epicuro, de acuerdo con el cual “nada nace de la
nada”, Lucrecio sostiene la existencia de las semillas como origen de todos los
seres, “Porque si de la nada fuesen hechos, podría todo género formarse de
toda cosa sin semilla alguna”; “Pero es porque los seres son formados de unas
ciertas semillas de que nacen y salen a luz; en donde se hallan sus elementos
y primeros cuerpos: por lo que esta energía circunscribe la generación propia
de cada especie” (De rerum natura, lib. I, 220-240). Valga decir que tal principio
ya era enunciado en la filosofía materialista de Anaxágoras.
15 Es decir, el vector que contiene la semilla de la enfermedad. El término fue
introducido por Fracastoro, probablemente tomado de la poesía de Virgilio,
queriendo significar con ello un objeto que guarda el fuego o que conserva el
calor (ver De contagione, n. 7, p. 9).
16 “Dedicatoria al cardenal Alejandro Farnesio”, De contagione, p. 1.
17 De contagione, p. 7.
18 De contagione, p. 7.
19 Lucrecio habla de las partículas mínimas e imperceptibles diciendo que:
“Puesto que te he enseñado que los seres no pueden engendrarse de la nada,
ni pueden a la nada reducirse; no mires con recelo mi enseñanza, al ver que
con los ojos no podemos descubrir los principios de las cosas; sin embargo,
es preciso que confieses que hay cuerpos que los ojos no perciben” (De rerum
natura, 370).
20 De contagione, p. 8.
21 En la base de la teoría humoral de Galeno se encuentra la teoría aristotélica
de los elementos. Aunque conserva la estructura original de los cuatro elementos fundamentales (tierra, agua, aire y fuego), establecida por Empédocles, Aristóteles considera que los elementos no se presentan de forma
independiente sino que constituyen la llamada materia prima. Esta materia
prima adquiere múltiples formas, según las cualidades que la afecten. Tales
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formas, sin embargo, preexisten en ella como potencia y se actualizan por las
cuatro cualidades fundamentales: lo frío, lo cálido, lo seco y lo húmedo. Estas
cualidades no se encuentran nunca aisladas sino en parejas. De este modo,
lo que caracteriza a cada uno de los cuatro elementos es la presencia actual
de una de esas parejas. Cuatro son las parejas posibles: frío-seco (tierra),
frío-húmedo (agua), cálido-seco (fuego) y cálido-húmedo (aire). Las cualidades contrarias no se pueden emparejar, por lo que se excluyen las parejas
frío-cálido y seco-húmedo.
22 Usando las frutas como modelo, Fracastoro dice que: “La putrefacción es la
disolución de una mezcla debido a la evaporación del calor innato y de la
humedad. El comienzo de tal evaporación es siempre un calor ajeno, sea que
éste se encuentre en el aire o en la humedad que lo rodea” (De contagione, p.
11). Sobre la cuestión de si todo contagio es una forma de putrefacción, se
hablará al final de este trabajo.
23 Ver “El universo de las dos esferas” en Kuhn, 1996.
24 Sin embargo, Aristóteles distingue, al contrario que Platón, entre la corrupción y el accidente. Por eso, mientras para Platón no puede haber conocimiento en lo corruptible, para Aristóteles sí es posible hacer ciencia de lo
corruptible, ya que la corrupción es consustancial a la materia, es decir, no es
accidental.
25 De contagione, pp. 8-9.
26 De contagione, p. 10.
27 Ibíd.
28 Nutton, 1990, p. 199.
29 Hutchinson, 1982, p. 233.
30 Según Newton, “los aristotélicos dieron el nombre de cualidades ocultas no
a las manifiestas, sino sólo a aquellas que suponían ocultas en los cuerpos,
siendo causas desconocidas de efectos manifiestos, tales como serían las
causas de la gravedad y de las atracciones eléctricas y magnéticas, así como
de las fermentaciones, si supusiésemos que esas fuerzas o acciones surgiesen
de cualidades desconocidas para nosotros e incapaces de ser descubiertas y
hechas manifiestas” (Óptica, III, 1, q. 31, p. 346). El problema de las propiedades ocultas se extendió a todo el periodo de formación del espíritu científico
moderno y experimentó un renovado auge cuando Newton, desmarcándose
de la rigidez del mecanicismo cartesiano introdujo la idea de la fuerza
gravitatoria como una propiedad que actuaba a distancia, sin ser esencial a la
materia. Algunos de sus contemporáneos, entre ellos Leibniz, le acusaron de
restituir las cualidades ocultas aristotélicas. Como introducción a esta cuestión ver los artículos de John Henry, “Occult qualities and the experimental
philosophy: active principles in pre-newtonian matter theory”, History of
Science, Vol. 24, pp. 335-381, 1986; e “Isaac Newton and the Problem of Action
at a Distance”, Krisis, 8 (1999), pp. 30-46. Pese a la crítica de Fracastoro, la
explicación mediante las propiedades ocultas mantendrá su lugar en la
medicina del barroco, siendo parodiada por Moliere en algunas de sus obras
más conocidas, como Le Médecin malgré lui (1666) o Le Malade imaginaire (1673).
La virtus dormitiva de la que hace burla, se convirtió en el escarnio emblemático de aquellas tan socorridas cualidades ocultas.
31 Fleck, 1935/1986, p. 46.
32 Con espíritu hipocrático, Fracastoro enuncia que “el aire es el origen y la
fuente de los seres: él produce las más graves dolencias a los mortales, porque,
siendo por su naturaleza propenso a corromperse de cien maneras a causa
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de la blandura de su sustancia, tan prontamente recibe cualquier género de
alteraciones como las comunica cuando las ha recibido. Ahora espondremos
[sic] de qué manera ha contraído el contagio y qué mudanzas puede producir
el transcurso de los siglos”. Syphillis, p. 23.
33 Syphillis, pp. 27-29.
34 “La peste que tenemos en nuestra ciudad es un azote de Dios, y confesamos
que precisamente Él nos castiga y azota por nuestras faltas y deméritos”, Juan
Calvino (1542) “Lettre à un certain curé”; citado por Cottret, B. (2002): Calvino:
la fuerza y la fragilidad, Edit. Complutense.
35 De contagione, lib. I - cap. V.
36 De contagione, p. 1.
37 “El principio está constituido por aquellas partículas imperceptibles que
cuando se evaporan son calientes y ásperas, pero húmedas cuando están en
mezcla. Estas son llamadas semillas de contagio”. De contagione, p. 12.
38 De contagione, p. 14.
39 De contagione, p. 11.
40 De contagione, pp. 14-15.
41 De acuerdo con su explicación mecanicista del mundo, Empédocles sostiene
que sólo se conoce lo semejante por lo semejante. Así lo expresa cuando dice:
“Con nuestra tierra conocemos la tierra, con nuestra agua el agua, con nuestro
aire el aire, con nuestro fuego el aniquilador fuego, y su odio con nuestro
sombrío odio” (frag. 109). Según Empédocles, para que el conocimiento o la
percepción sean posibles, las cosas despiden partículas sutilísimas, que al
entrar en contacto con los sentidos les permiten percibirlas. De modo semejante, Leucipo, Demócrito y Epicuro defendieron la teoría de que la percepción o el pensamiento se producen tras impactar los sentidos con las imágenes
externas (eidolas). Las imágenes de las cosas, como emanaciones de átomos
que se desplazan a través del vacío, entran en contacto con los efluvios que
salen del ojo. De esta manera, todo conocimiento, toda percepción sensible
debe entenderse como una forma de contacto. En Las pasiones del alma (1649)
y El tratado del hombre (1664), Descartes explicará de forma parecida, el modo
en que se produce la formación de las imágenes en el cerebro por la percepción sensible. Para un estudio de esta cuestión en Descartes ver Henríquez
Garrido (2012).
42 De contagione, p. 25. El tema de la analogía también es tratado por Fracastoro
en el capítulo XI de su De simpathya et antipathia rerum. Las analogías entre
los elementos, también conocida como afinidades selectivas, tuvo un destacado papel en la química de los siglos posteriores: “A lo largo del siglo XVIII
y parte del XIX, los químicos europeos creían, de manera casi universal, que
los átomos elementales, que constituían a todas las sustancias químicas, se
mantenían unidos por fuerzas de afinidad mutua. Un trozo de plata mantenía
su cohesión debido a la fuerzas de afinidad entre los corpúsculos de plata (...)
En el siglo XVIII la teoría de la afinidad selectiva era un paradigma químico
admirable, utilizado ampliamente, y a veces con éxito, en el diseño y el análisis
de la experimentación química”, T. S. Kuhn “Las revoluciones como cambios
de la concepción del mundo” en Olivé y Pérez Ransanz (2005), p. 273.
43 De contagione, p. 13.
44 El movimiento de las semillas de contagio se tratará más extensamente en el
apartado siguiente. Fracastoro dedica a este tema el capítulo VII del De
contagione: “De qué modo las semillas de los contagios son llevadas a distancia
y en círculo”.
98 /LUDUS VITALIS / vol. XXIV / num. 45 / 2016
45 De contagione, pp. 15-16.
46 De contagione, p. 2.
47 De contagione, p. 16.
48 “Asimismo, es evidente que la acción de las cosas espirituales en la naturaleza
es amplia... En efecto, mueven los sentidos y el intelecto y son principio del
movimiento en los animales. Además también parecen producir los movimientos locales de atracción y repulsión y también algunos parecen producir
cualidades primarias: por ejemplo, el lumen produce calor”. De contagione, p. 17.
49 Ibíd.
50 De contagione, p. 18.
51 Ibíd.
52 Ibíd.
53 Ibíd.
54 De contagione, pp. 18-19.
55 De contagione, 20.
56 De contagione, p. 13.
57 De contagione, p. 22.
58 Ibíd.
59 De contagione, p. 23.
60 De contagione, pp. 23-24.
61 Generación, lib. I, cap. V, pp. 10-15.
62 De contagione, p. 27.
63 De contagione, p. 102.
64 Ver García Valverde, 2007.
65 Como advierte Fleck, “únicamente si la explicación dada a cualquier relación
se acopla con el estilo de pensamiento dominante, puede ésta sobrevivir y
desarrollarse dentro de una determinada sociedad”. Fleck, 1935/1986, p. 47.
HENRÍQUEZ GARRIDO / ENFERMEDADES CONTAGIOSAS / 99
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