En domingo 17 de septiembre de 2006 Alfons Cervera ■ Varias generaciones de jugadores del Llíria. Entre otros, Juan Alcocer Mecheta (con el balón), Lluís Andés (centro de blanco izq.), Manolito (mano con vendaje) y Nacho Rodilla (primero por la derecha). LLÍRIA FOTOS: PATRICIA SEVILLA/ LEVANTE -EMV H Llíria&bàsquet Historia de una pasión La capital del Camp de Túria es conocida por su afición a la música, pero esconde en su historia reciente otra pasión: la del deporte de la canasta, en estos momentos en boca de todos por el campeonato del mundo conquistado por la selección española. 5 DISEÑO 4 ARTE 8 ACE once años me llamó José Vicente Aleixandre, jefe de deportes en esta casa. «En Llíria, el baloncesto está de moda, ya sé que tú eres futbolero pero podrías encargarte de hacer las crónicas de ambiente en el Pabelló Pla de l’Arc». Eso me dijo. Yo le contesté muy claro: no tengo ni pajolera idea de baloncesto. «Por eso mismo», apretó el jefe. Y me convertí, de la noche a la mañana, en narrador alucinado de lo que pasaba en la cancha edetana cada dos semanas. Cuando acabó la temporada seguía sin tener ni idea de nada y eso que conté con la ayuda inestimable de ese todoterreno que era y sigue siendo Sime Jordán, ahora dedicado en cuerpo y alma a su www.edeta.org desde la que se retransmiten los partidos. Hace unos días me llamó Juan Lagardera, director de este suplemento: «el básquet está de moda, tú eras futbolero pero hiciste las crónicas de los partidos de básquet en Llíria hace algunos años. Podrías montar ahora un reportaje sobre lo que ha sido el baloncesto allí.» Eso me abocó y enseguida le dije que sí. Y aquí estoy. Tantos años después metido en la harina espesa de un deporte que no controlo y al que me acerco por dos motivos hermosos: sigue gente ahí que siento muy cercana y durante muchísimos años Llíria fue mi pueblo y en muchas medidas lo sigue siendo. Esto es sólo un recorrido, más sentimental que otra cosa, por un tiempo irrecuperable, como todos los tiempos. Escribo aquí de lo que he vivido, de lo que he leído, de lo que alguna vez me contaron. Eso es la memoria y no otra cosa. LAS VERBENAS DEL DOMINGO. En los años cuarenta del pasado siglo José María Jordán Albiach funda el primer equipo de básquet en la localidad. Era el responsable >> Continúa en la página siguiente HISTORIA La semana de la moda Papeles del 11-S Los últimos de Sidi Ifni Cinco días pasados por agua que han dado para mucho Elena del Rivero instala en el IVAM una obra con restos de las Torres Gemelas Encuentro en Jérica de los veteranos de la colonia española en África 2/3 En domingo 17 de septiembre de 2006 DEPORTE LA PEQUEÑA GRAN HISTORIA DEL BALONCESTO EN LA CAPITAL DEL CAMP DE TÚRIA Jugadores de baloncesto en la cancha de la antigua piscina de Llíria en una imagen de la década de los setenta. A la derecha, aspecto de la misma cancha en la actualidad. Llíria: pasión por el básquet >> Viene de la página anterior del Frente de Juventudes y en los terrenos de la Cultural montaría el primer chiringuito donde practicar el nuevo deporte. El primer partido de su historia lo perdieron en 1946 pero ya en categoría regional le ganaron al Centuria Darío de Valcárcel por un aplastante 74 a 3. Era el 23 de febrero de 1947. Un 23-F tan distinto, ya ven qué cosas, al infame de 1981. Leo en el libro Llíria: cuna y pasión. Historia viva del básquet valenciano, del periodista Julio Tárrega, que el quinteto titular lo formaron Arastey, Barrios, Roca, Bañuls y Cotanda. Ahí empezaba la historia. Yo no había nacido, pero ahí empezaba la historia. Y para contarla surgirían una troupe de periodistas locales que saltaron a la profesión desde sus primeros contactos con el básquet lliriano: Artur Balaguer, Miquel Martí, Ferran Pina, Damià Vidagany, Rafa Villarejo... Con el tiempo, los partidos ya no se celebraban en la Cultural sino en la pista de la Piscina Municipal. En la Piscina Municipal se celebraban las verbenas del verano. Por allí pasaron Los Huracanes, Modificación, el grupo local Los Errantes y sobre todo Los Taburos, cuyo cantante, mi amigo Vicent Alcaide, interpretaba los últimos éxitos del momento. El salto al juego de calidad y a las aspiraciones –en un brinco del calendario que no lo supera ni el vuelo más espectacular de Michael Jordan– se da bajo la batuta de un jugador extraordinario, Edu Arnau. Estamos en los últimos años La Cultural fue la primera cancha (en la imagen) donde se practicó el básquet en Llíria, a finales de la década de los cuarenta. En Llíria, el básquet contó con la ayuda inestimable de una afición que difícilmente abandonaba ningún barco. sesenta. Los éxitos van viento en popa pero se alternan con épocas de declive, como suele pasar en la casa del pobre. Pero siempre el básquet contó con la ayuda inestimable de una afición que difícilmente abandonaba ningún barco y si este barco navegaba a la deriva, todavía menos. «Tenemos una afición entendida, ruidosa y sufridora, que en todo momento está al lado del Bienvenido Mr. Marshall E N el verano del 57 llegaron los marines de la VI Flota estadounidense. Después volverían en varias ocasiones. Hacían virguerías en la pista. Pero sobre todo la gente recuerda los balones que trajeron. Eran como de goma, sin costurones, tan diferentes a los que acostumbradamente botaban por el cemento parcheado de la piscina municipal. «La llegada de los americanos —cuenta Manuel Miguel— fue como Bienvenido mister Marshall». Y hay más gente que lo recuerda así. Yo todavía no vivía en Llíria pero sí que asistí a alguno de los partidos del año siguiente. Creo que de entonces me vienen los nombres de Melín, Pa- lacios, Pascual. Había más, claro que sí, pero la memoria se alimenta de recuerdos que son pedazos de recuerdos. También hay otro nombre: Pedro García. Le admiraba igualmente como futbolista de la Peña Corbata cuando jugaban ese equipo y el Oriamendi en el campo del Pedregoso. Murió Pedro y también algunos de los pioneros. Yo ya no conocí esas despedidas. Sé la de Melín, la de Palacios, la absurdamente joven (aunque toda muerte lo sea) de Salva Jordán. Pero las otras no. Aunque las siento igual. Es como si un pedazo de aquella infancia vivida por un crío de la Serranía trasplantado a un pueblo grande del Camp de Túria se rompiera también por alguna parte de su inocente envergadura. ■ A. CERVERA equipo y que transmite a los jugadores su propia ilusión». Lo dice Manuel Miguel, Manolito de toda la vida para el mundo del básquet, que es su mundo desde que nació, como aquel que dice. En esos primeros setenta se hace cargo del equipo uno de los nombres imprescindibles de esta historia: Isma Cantó. Era un crío y ya se había convertido en jugador-entrenador del equipo. Llegaría a cimas altas en el básquet español y ahora triunfa y hace triunfar al Gandia Básquet que acaba de ascender a la LEB, escalón inmediatamente inferior a la ACB. De 1974 a 1988, su magisterio dejó huella. La misma que está dejando en la capital de la Safor. Las crónicas despistadas que yo escribía hace más de diez años coinciden con aquella etapa de esplendor en que Isma Cantó ejercía de entrenador. El Choleck-Llíria estaba en la categoría de plata del básquet español. El Pabelló Pla de l’Arc se había inaugurado el 22 de septiembre de 1985 y se llenaba hasta los topes todos los partidos. Yo escribía las canastas de Wiley Brown, el americano al que le faltaba el dedo pulgar de una mano, la figura del instante. Y con él destacaba otro personaje ineludible en este recorrido: Lluís Andés. Jugaba de base y animaba al personal con una furia extraordinaria. Se retiró en 1986, entrenó al equipo en varias ocasiones bien difíciles y ahora es el presidente de la nueva y esperanzada época del Básquet Llíria. TRAVESÍAS DEL DESIERTO. Después de aquellos éxitos vino un nuevo bajón. Pero no hay entrega ni desánimo que duren mil años: a finales de los ochenta vuelve la racha de éxitos y el 25 de mayo de 1991 el Llíria ocupa una plaza en la ACB. Aquí la memoria se ensancha. Miles de aficionados en las gradas. La pasión de muchos años atrás volcada ahora sobre la cancha del Pla de l’Arc, que era como el regreso sentimental a la vieja pista de tierra de la Cultural y a los entrañables desconchados de la Piscina Municipal. Los nombres de entonces, de todas las épocas gloriosas del básquet lliriano, regresaban en una clamorosa geometría del afecto que saltaba desde las gradas hasta la cancha tomada como entonces por la garra y una vocación por el baloncesto que seguramente no existe con esa fortaleza en ningún sitio. Las calles del pueblo se encendieron con la misma pasión de otros tiempos. La Jugadores de la cantera del Llíría entrenando. Carmen Amoraga [email protected] PALABRAS MÁS, PALABRAS El «síndrome Farruquito» E ACB. Nada menos. Igual que había sucedido años antes con un jovencísimo Quique Andreu, pasaba ahora con Nacho Rodilla. Con los ojos abiertos hacia la nueva categoría empezaba a pelear, siendo casi un adolescente, para llegar a ser uno de los grandes. Y lo consiguió. Y tanto que lo consiguió el bueno de Nacho, al que todos en su pueblo llaman cariñosamente Fula. Dos temporadas el equipo en la cima del básquet español y al final de nuevo el descenso. Llegó el vacío. Seguramente se pensó en tirar la toalla. Pero no fue así. «Algunas veces las masivas afluencias fallaron –confirma Manuel Miguel–, pero nunca faltaron nuestros incondicionales, que tantas veces nos ayudaron a cruzar las travesías del desierto por las que tuvimos que pasar». Ahora ha vuelto la esperanza. El equipo está en la LEB 2 y se vive aquella antigua vocación de no claudicar ante ninguna adversidad. Y aquí aparece otra vez Lluís Andés, el capitán de tantos entonces: «Ahora estamos en la línea de encontrarnos de nuevo en las competiciones importantes del básquet nacional, tenemos una estructura administrativa que nos da estabilidad y un proyecto de cantera que ayuda mucho a mirar con esperanza el futuro». También se cuenta, por primera vez en la historia según el presidente, con la colaboración de empresas locales: Sedesa, Cibo, Practica Shopping y otras colaboraciones «que nos permiten tener una proyección de futuro ilusionante». Antes también gozó el club de ayudas empresariales: seguros Finisterre y Mediodía, Choleck, Ferrys… Pero de lo que más orgulloso está Lluís Andés es de su etapa como jugador, «aquella temporada con nuestro amigo Wiley Brown, que fue el inicio de una época de oro de nuestro club, con tantos amigos formando parte de un equipo donde parecía que más que un equipo de básquet éramos un grupo de amigos». Y salen los nombres de aquellos amigos: Ferrandis, Miñana, Josep, Àngel, Goio, Gasol, Pedro, Gorrea el Rubio, Porto, Porcar, Peiró. Seguro que hay algún olvido pero es lo de menos. Lo de más es el recuerdo de un tiempo en que el básquet era en Llíria un fenómeno social más incluso que deportivo. Un nombre para la historia llama Juan Alcocer pero de verdad es Mecheta. Aquí, en esta crónica absolutamente insuficiente para albergar tanto tiempo de historia, no caben todos los nombres. Apenas salen unos pocos. Ojalá me disculpen los ausentes. Quizá lo entiendan. Entre tantos nombres, los de José María Jordán, Mecheta y Pepe García no faltan nunca desde los inicios del básquet en Llíria hasta ahora mismo. Al bueno de Juan le conocí desde crío. Siempre iba corriendo de acá para allá. Lo suyo era el atletismo pero se le podía encontrar practicando todo tipo de deporte. Cuando en 1966 un grupo de jóvenes fundamos el Llíria C.F., ahí estaba con nosotros Mecheta, haciendo de todo, de animador, de masajista, de lo que hiciera falta. En el básquet lo mismo. S E Además, jugaba en aquellos primeros equipos que hicieron posible la historia que se cuenta en esta crónica. Claro que vive. Y según me cuentan sigue saltando a la cancha cuando algún jugador cae lesionado. Son personas como Juan Alcocer las que hacen grande la vida de un pueblo. Son esas personas las que me gusta sacar en mis columnas periodísticas, en mis novelas, en esta crónica despistada del básquet de un pueblo que sigue siendo como mío después de muchos años. Son personajes que forman parte de una historia silenciosa, gente con una estatura moral que nos sirve de ejemplo aunque ellos no quieran. ■ A. C. leyendo un libro de Alicia Giménez Bartlett, la creadora de Petra Delicado, que se titula «Días de amor y de engaños». La historia transcurre en la selva de Chiapas, en México, donde vive una colonia de ingenieros extranjeros, españoles sobre todo, que trabajan en la construcción de una presa. Las mujeres de los trabajadores pasan los días solas mientras sus maridos construyen el pantano, y cuando llegan los fines de semana se reúnen con sus esposos para disfrutar de una vida en apariencia idílica que no tarda en resquebrajarse cuando dejan entrar a la pasión en sus relaciones, monótonas hasta decir basta. Dice Alicia Giménez Bartlett que si observas el tiempo necesario objetos o personas que parecen perfectos, no tardas en descubrir que no lo son. Menos mal. Me pregunto si al revés pasará lo mismo, si cuando te fijas lo suficiente en la imperfección absoluta que te rodea, acabas comprendiendo que nada es lo que parece también en este sentido. Sin desvelar demasiado, les diré que en la novela los matrimonios no salen demasiado bien parados. En la vida real, tampoco. Según un estudio del Instituto de Política Familiar que analiza la evolución de las rupturas familiares en España desde la entrada en vigor de la ley del divorcio en 1981, en nuestro país se divorcian cada día 408 parejas, lo que viene a salir a una cada 3,5 minutos. Hay que ver. Nosotros, los valencianos, somos una de las cuatro comunidades con más divorcios: cada año disuelven su unión más de dieciocho mil matrimonios, que se dice pronto. Carmen Alborch, en su libro «Solas», decía que los matrimonios de antes duraban toda la vida porque la gente se moría más joven y que ahora, como vivimos más nos da más tiempo a tener varias relaciones. Es como para pensárselo. Pero también es para pensarse por qué se casa la gente. ¿Por el convencionalismo? ¿Por demostrar amor eterno al son de un vals de lo más hortera? ¿Por ganar dinero con la boda? ¿Por los regaSTOY los? ¿Por contentar a los padres? Quien sabe. Yo, si me casara, lo haría únicamente por el síndrome Farruquito, una teoría de mi invención. Se preguntarán cuál es. No se preocupen, se la explico enseguida: Farruquito, conduciendo como conducía desde los ocho años, ¿necesitaba acaso el carné de conducir para demostrarle a alguien que sabía pilotar un coche? Claro que no. Pero una vez que atropelló mortalmente al pobre Benjamín Olaya y que se dio a la fuga… ¿no hubiera sido mejor para él haber pasado por el aro, como todos, y tener los papeles en regla? Claro que sí. Casarse, más allá del romanticismo que le quieras echar al cuento, tiene más ventajas legales y prácticas para las personas que viven en pareja que continuar cada uno por su lado, como si compartieras piso con una amiga que viene de Murcia. Como lo de Farruquito. Pero, claro, luego están las estadísticas que tiran por tierra mi teoría: cada vez se casan menos parejas, no ya en España, sino en toda Europa, y las que se casan tardan menos tiempo en separarse que en preparar la boda. De cada dos matrimonios, uno rompe al poco de unirse y los que aguantan juntos se enfrentan a una media de 13 años antes de que se les acabe el amor. Esos son los datos, fríos y aparentemente incontestables, pero el otro día mis padres celebraron cuarenta y cuatro años de casados y me juraron que se querían como el primer día y mientras lo decían los ojos les brillaron como si estuvieran siendo sinceros, como si de verdad, se quisieran. Y entonces yo pensé que tal vez mi teoría del síndrome Farruquito y las estadísticas que anuncian un plazo para el fin del amor, eran la misma gilipollez porque puede que sí, que los amores terminen, y puede que sí, que cuando observas el tiempo suficiente los objetos o las personas comprendes que nada es lo que parece, pero, aún así, ¿no nos pasamos la vida buscando alguien a quien querer y que nos quiera para toda la vida, aunque sepamos que toda la vida dura dos días? Pues entonces. 4/5 En domingo 17 de septiembre de 2006 PRIMERA SEMANA DE LA MO Los papeles del dolor Cinco años después de la conmoción que supuso el atentado del 11 de septiembre en Nueva York, la artista valenciana, residente desde hace más de tres lustros en la «gran manzana», presenta en el IVAM una impactante instalación compuesta por centenares de papeles procedentes del World Trade Center. Un detalle de la instalación del IVAM. Era la XIII edición de la Pasarela del Carmen pero se presentaba reconvertida en la Primera Semana de la Moda y se ubicaba en realidad en Montolivet, al aire libre junto al Palau de les Arts. Diseño valenciano, moda joven, «mix» de estilos, polémica entre políticos y diseñadores... Cinco días pasados por agua que han dado para mucho. Juan Lagardera ■ VALENCIA FOTOS: LEVANTE-EMV E HANNIBAL LAGUNA se inspira en el jazz, los 40 y la magia de la luna. FOTO: F. BUSTAMANTE LENA del Rivero es una ar- tista valenciana de proyección internacional. Lleva desde 1991 instalada en Nueva York, donde conoció a su segundo marido, el arquitecto y fotógrafo Kyle Brooks. La obra de esta artista de vanguardia siempre ha estado marcada por la busqueda de la emotividad. Háganse, pues, a la idea, cuando Elena del Rivero fue autorizada a entrar en el estudio que ocupaba en el Bajo Manhattan, en Cedar Street. Las ventanas daban a Liberty Street, la misma a la que recaía 500 metros al oeste la torre sur del World Trade Center, la primera gemela que se desplomó el 11-S. Élla estaba en Madrid ese día y tardó un mes en que le permitieran acceder a su apartamento: el resultado fue espectral, la artista se encontró polvo y restos por todas partes, cientos de papeles... Empezó entonces una lenta recopilación y un minucioso rodaje. El diseñ la lluvia El joven andaluz ANTONIO MANCINI experimenta con materiales de reciclaje, plásticos de embalar y cuerdas enroscadas. FOTO: F. BUSTAMANTE La artista Elena del Rivero se encontró en su estudio de Manhattan cientos de papeles procedentes de las oficinas de las Torres Gemelas. Esos mismos papeles le han servido para crear una emotiva instalación. Uno de los cientos de papeles de una de las torres del World Trade Center que fueron a parar al estudio de Elena del Rivero. Cinco años después, el resultado de la creación sobre aquella experiencia extrema se muestra al público por primera vez en el IVAM. La instalación dedicada al 11-S será la estrella de la exposición que el martes se inaugurará dedicada a esta artista que, a pesar de su reputación internacional, lleva lustros sin mostrar su obra en la ciudad donde nació. Cinco años para una instalación sobrecogedora, una especie de reliquia a la que Elena del Rivero ha despojado de sacralidad para dotarla de una gran carga de humanismo. Sobre el suelo diversas pantallas muestran las once horas seleccionadas –de las 90 que ha llegado a rodar la artista– que dan cuenta de la extraña vuelta a la imposible normalidad del barrio, el penoso estado del apartamento, los boquetes en días de lluvia... Por encima de estas imágenes grandes gasas se elevan hasta el techo de la sala del museo, telas sobre las que Elena del Rivero ha ido cosiendo los restos de papeles que encontró en su casa: centenares de notas, facturas, cartas, archivos... procedentes de las oficinas de las Torres Gemelas, todos numerados por la artista y eliminados los nombres propios por el fuego de cigarrillos. Una espiral de papeles, los últimos testigos de aquel dolor. ROBERTO DIZ, invitado especial por zona D para clausurar la pasarela, ha trabajado en esta colección exclusivamente con el color blanco. Importancia de los volúmenes. FOTO: F. BUSTAMANTE 6/7 En domingo 17 de septiembre de 2006 PATRIMONIO EL CONVENTO DE SANT MIQUEL, ORIGINARIO DEL SIGLO XIII, SE ENCUENTRA «PERDIDO» ENTRE LA TRAMA Claustro del convento mercedario, que se halla entre las casas de la calle Hostals de Xàtiva. Un convento oculto entre las casas Aunque por fuera es como otra cualquiera, la calle Hostals de Xàtiva esconde los restos de un convento medieval tras las fachadas de las casas. Poca gente de la ciudad lo sabe, pero entre los números 24 y 38 de esta calle aún se conserva en buen estado el claustro, la cúpula de la entrada y el huerto del monasterio de Sant Miquel, fundado en el siglo XIII por la real y militar orden de los mercedarios. Desde la desamortización de 1835, el convento está a merced de unos legos, sus actuales propietarios. Paco Cerdà ■ XÀTIVA FOTOS: PERALES IBORRA el Repartiment de 1248, el rey Jaume I entregó a los mercedarios un huerto en Xàtiva para que fundaran el primer convento de la ciudad. Así lo hicieron los frailes en la década de 1250, cuando se establecieron en el periférico barrio de Les Barreres, situado fuera de las murallas de la ciudad cristiana y en plena morería setabense. El emplazamiento E N no era casual, pues la Orden de la Merced, fundada en 1218 por Pere Nolasco con el patrocinio real, todavía era una orden militar consagrada a la liberación de cristianos cautivos en territorio musulmán. Sus frailes todavía no estaban ni siquiera ordenados en el sacerdocio. La estancia de los mercedarios en Xàtiva fue todo menos tranquila. El convento de Sant Miquel fue destruido, y luego reconstruido, en la Guerra de la Unión del siglo XIV, y en 1707 por la Guerra de Su- Arranques de la cúpula de la escalera de entrada al convento. cesión. Pero lo que no pudo la guerra lo consiguió la política. El Estado suprimió en 1835 el convento mercedario con motivo de la desamortización eclesiástica de Mendizábal y el edificio pasó a engrosar el patrimonio nacional. Después se parceló el convento en varias viviendas y las casas fueron compradas y ocupadas por particulares. Desde entonces, la calle Hostals de Xàtiva esconde en sus entrañas los restos del monasterio mercedario. De la fachada del convento no queda ni el recuerdo, pero en el interior de las casas que hay entre los números 24 y 38 de Las celdas en las que pasaban las noches los frailes son hoy los dormitorios o los cuartos de baño de los actuales propietarios de las viviendas. la calle aún sigue en pie el edificio. Lo que más impresiona es el claustro de dos plantas que sirve a los vecinos de patio de luces. Sólo dos de las cuatro paredes mantienen la estructura original de cuatro arcos de medio punto en la planta inferior y ocho arcos de medio punto con columnas de estilo jónico en la segunda planta. En las otras dos paredes, los gallineros, los cobertizos, los tendederos y los balcones construidos por los vecinos ocultan o han alterado los arcos originales. Todos los arcos se han tapiado, pues detrás de ellos ya no está la galería por la que paseaban los frailes guerreros, sino las habitaciones de los nuevos dueños del edificio. También se conserva la cúpula de la escalera de la entrada principal al convento. Ahora, la habitación en la que se halla sirve a su propietario de estudio para pintar. En los cuatro arranques de la cúpula aún permanece el escudo de los mercedarios, aunque sin la pintura que detalla la cruz cristiana y las barras de la Corona de Aragón, símbolo de protección real. TEMOR POR LOS ESPECULADORES. Otra parte que aún sobrevive es el huerto del convento, con pinos, nísperos, naranjos y otros árboles semiabandonados que ocupan una considerable extensión de suelo urbano. Según explica Agustí Ventura, cronista de Xàtiva que a finales de año publicará un libro sobre los once conventos que ha tenido la ciudad, Antonio Vergara URBANA DE XÀTIVA SALVE Y USTED LO PASE BIEN Emplazamiento del convento de Sant Miquel rta Pue Rein a Ru 1: Iglesia de la Mercè. Plaça 2: Puente la Bassaconstruido en 1594 para pasar del convento a la iglesia y que ya no existe. 3: Cúpula de la escalera de la entrada principal al convento. 4: Claustro del convento el de Mlos igu mercedarios. 5: Huerto conventual. 6: Acequia de la Vila. bio n Sa 6 l Hosta el a gu Mi Acequi 3 4 va ue an Vil San Isl eta 2 Plaça la Mercè ça Me 1 rcè Plaça de l’Espanyoleto mo n la Ra Carr er S ant lle Ca l de Pla do uta Dip Ca rre r 5 Pouets dels ada c Tren FUENTE: ELABORACIÓN PROPIA «el huerto ha ido menguando poco a poco, y el día que fallezca su propietario –que vive solo y no tiene esposa ni hijos–, mal futuro le aguarda al terreno debido al apetito de los especuladores». En los bajos de las casas también se puede ver una habitación alargada que hoy sirve de aparcamiento de coches y que, según Ventura, podría haber sido el refectorio en el que comían los frailes. Las celdas en las que pasaban las noches los mercedarios «son hoy los dormitorios o los cuartos de baño de los propietarios», añade el cronista. La última joya descubierta son unos arcos de piedra que, según la hipótesis de Ventura, podrían ser incluso anteriores a la construcción del convento y pertenecer al hostal o alhóndiga que el rey tenía en esta calle de Xàtiva y que luego cedería a la orden mercedaria. Pese a la insistencia, el propieta- LEVANTE-EMV Vista de la fachada de los edificios que albergan en su interior los restos del convento. rio de la casa en la que han aparecido los arcos no quiere enseñarlos. Como si temiera despertar con ello un interés excesivo en las administraciones públicas Máxima protección municipal en el PGOU de Xàtiva restos del convento de Sant Miquel están salvaguardados en el Plan General de Ordenación Urbana de Xàtiva con el máximo grado de protección municipal, el de Protección General. Ello implica, según el arquitecto municipal, Antonio Vela, que aunque el edificio pertenezca a varias familias, éstas no pueden transformarlo a su L OS antojo. Sin embargo, la protección del monasterio no llega a la categoría autonómica de Bien de Relevancia Local ni el de Bien de Interés Cultural, como el convento de las clarisas de Xàtiva. Por otro lado, el arquitecto municipal añade que «en el huerto no se permitiría edificar porque está a demasiada profundidad». Huerto del monasterio de Sant Miquel, en suelo urbano. Humo en los restaurantes U N estudio publicado esta misma semana señala que, tras la teórica entrada en vigor de la ley antitabaco, el índice de nicotina en los restaurantes es todavía del 75%. No hay ninguna persona más tolerante que el no fumador que convive con los fumadores por necesidad o por circunstancias concretas de la vida. Sin embargo, el fumador compulsivo mantiene que es víctima de un auto de fe, progrom o despiadada cacería. Nada más lejos de la verdad. Las víctimas son, precisamente, quienes soportan el humo. Todos sabemos que el tabaco mata mucho y de verdad. Ya escuchamos la voz del fumador militante —antiguamente, empedernido—: «¿Y no matan lo mismo, o más, la porquería atmosférica, el cáncer de mama y las guerras?» Puede que sí, y en muchos casos es indiscutible. Pero el asunto no se dirime solamente, para nosotros, en esos ámbitos de la salud, el medio ambiente y el arraigado deporte humano de matar al prójimo, sino, básicamente, en el del gusto, la estética y la conservación de la mantelería, a veces de hilo, de los restaurantes. Hay otro elemento, de orden psicológico. No hay nada que ponga más nervioso al no fumador que observar cómo los adictos desenfundan en la mesa, nada más llegar, un par de Colt 45 de paquetes de tabaco y una metralleta Stein en forma de encendedor. Al cabo de un par de minutos, sus manos se dirigen, mecánicamente, a los paquetes. Sacan un cigarrillo y suena el aciago «clic» de la Stein. En ese momento sabemos ya que no escaparemos a una apoteosis tabaquista, entre plato y plato. El humo, y su olor, comenzará a fastidiarnos, casi tanto como el gesto atávico de los tabaquistas. Los técnicos en la materia afirman que el tabaco afecta gravemente a las papilas gustativas, y que por tanto mal se puede juzgar un plato con estas señoritas no sólo anestesiadas sino, las más de las veces, por contumacia, calcinadas; otros galenos no opinan igual, y menos todavía algunos gastrónomos que fuman desde que se levantan por la mañana hasta el postre de la cena. El fumador compulsivo desentona en los restaurantes. ¿Por qué? Desde nuestro punto de vista porque al restaurante se va a gozar —si hay suerte—, relajarse, comer y charlar. No hay ninguna persona más tolerante que el no fumador que convive con los fumadores por necesidad o por circunstancias concretas de la vida. Sin embargo, el fumador compulsivo mantiene que es víctima de un auto de fe, «progrom» o despiadada cacería Llevarse la adicción al local, perjudicando a otros comensales, es una agresión o un déficit de educación cívica. Si nadie fuma en una iglesia, un hospital (salvo los médicos y las enfermeras, de extranjis), una sesión de cine o de teatro, o en un tanatorio, no encontramos justificación para que se se fume en el restaurante. ¿Acaso no puede reprimirse el tabaquista hora y media o dos, el mismo tiempo que dura una película de Woody Allen o, por desgracia, de Peter Greeneway? Además de todo lo expuesto con espíritu constructivo, el fumador contribuye menos que el abstemio al mantenimiento de la economía de los restaurantes. Hechos cantan. En efecto, pues no es justo que finos y caros manteles de hilo —o de lino— sean soca- rrados, involuntariamente, por las cenizas todavía incandescentes de las colillas. O que a las servilletas de buena tela les suceda lo mismo. Hay otras variantes incendiarias, achacables a una urbanidad no muy desarrollada, siendo el caso de aquellos que, teniendo un cenicero a la vista, optan por apagar las colillas en los restos del café o del cortado. A veces, ya consumidas, las abandonan en los platitos auxiliares. Un caso extremo, afortunadamente inusual, es apagar la colilla en un pastel de crema o en una macedonia de frutas. Entendemos que el fumador (empedernido) sea incapaz de dejar de ser un autómata, y que a falta de una acera, un ascensor o la calzada, tire la colilla donde hemos relatado, pero ¿cuántos centenares de millones de pesetas le habrá costado al sector de la hostelería esos descuidos? Por todo lo anterior, procede que los fumadores se repriman durante hora y media o dos en los restaurantes. Si así lo hiciesen, la reciente legislación, confusa, sería innecesaria, todos seríamos más felices, no llegaríamos a casa con tufo a humo hasta en la ropa interior y nuestra salud puede que no empeorase. Es una simple cuestión de respeto al prójimo, tan devaluado últimamente. Última En domingo 17 de septiembre 2006 Sidi Ifni la guerra olvidada Los combatientes de la guerra de Sidi Ifni se resisten a que se ignore su participación en el desconocido conflicto de 1957-1958 en el África Occidental. La Comisión de Soldados Veteranos de Ifni del Alto Palancia, organizó ayer en Jérica un encuentro de veteranos para homenajear la memoria de los participantes en aquella guerra tan poco conocida. Carmen Blasco ■ JÉRICA FOTOS: LEVANTE - EMV AYA un mes de primavera!, un batallón de soldados nos marchamos de Castellón para la guerra», así, directo y contundente comenzó el relato de su angustiosa vivencia en la contienda de Sidi Ifni el soldado Mariano Ibáñez. Han transcurrido cerca de cuarenta años desde que este «infante aburrido», natural de Barracas, escribiera estas letras dirigidas a su madre: «No llores madre mía que por la patria luchamos» Con pelo cano, Mariano, como tantos otros soldados veteranos de Ifni, guarda como oro en paño los recuerdos, las fotografías y las cartas que él mismo escribió, tratando de narrar aquella amarga experiencia que le ha marcado para el resto de su vida. V La de Sidi Ifni siempre fue una guerra misteriosa, velada por el secreto oficial y que costó a España 152 muertos, 58 desaparecidos y 518 heridos. El alturano Antonio Gil también optó por refugiarse en el verso para intentar paliar el miedo que provoca vivir rodeado durante meses por el seco sonido de ametralladoras y por un intenso olor a pólvora: «Ifni es desoladora, más de lo que al principio creyera, sólo se criaban cactus y muchas chumberas, es como un mal inmenso que nunca podré olvidar» son algunas de las expresiones que el soldado Antonio acertó a plasmar en forma de poesía. La de Sidi Ifni siempre fue una guerra misteriosa, velada por el secreto oficial y que costó a España 152 muertos, 58 desaparecidos y 518 heridos graves. Pero quienes la padecieron desde las trincheras, jamás la han olvidado, y hoy, cuando aquellos jóvenes soldados rondan ya los setenta, se han propuesto plantar cara a tantas décadas de desconocimiento y silencio institucional para alzar su voz con homenajes como el que ayer sábado se celebró en la localidad castellonense de Jérica. «Éramos muy jóvenes y la juventud va acompañada de alegría, así que cuando puedes decir que volviste de aquel infierno sano y salvo, uno trata de olvidar los malos momentos que pasó», comenta otro de los homenajeados, José Galán. Emociones, recuerdos, abrazos entre viejos compañeros que volvían a encontrarse se mezclaban ayer en Jérica con relatos de los episodios vividos en Ifni como el del jienense Antonio Pérez quien contaba cómo permanecieron 12 días sitiados y les echaban comida desde el aire: «hubo muchas bajas, pero resistimos hasta que nos liberaron un grupo de tiradores y la legión». Junto a Mariano, Antonio Gil y Antonio Pérez, otros diez veteranos de Ifni recibieron un merecido reconocimiento en un acto organizado por la Comisión de Soldados Veteranos de Ifni del Alto Palancia, con el periodista militar, Antonio Herrero, como alma máter del encuentro y al que asistió el diputado nacional de CiU Josep Maldonado. Maldonado acudió al homenaje en calidad de promotor de una proposición no de ley que se aprobó por unanimidad hace medio año en el congreso de los diputados, en la que se insta al Gobierno a reconocer los derechos de estos soldados y a equipararlos a los combatientes de la guerra de los Balcanes. «El ministro Bono estaba por la labor, pero ha coinci- Una imagen de los veteranos de Sidi Ifni reunidos ayer en Jérica. Arriba, soldados esperan el rancho, en una imagen de en pleno conflicto, (agosto de 1958) cedida por uno de los asistentes al encuentro de Jérica. A la izquierda, postal de 1958 de la Plaza de España en sidi Ifni. Algunos de los recuerdos de la guerra de Sidi Ifni expuestos ayer en el homenaje de Jérica. dido con el cambio de ministro y el tema se ha enfriado», comentó el diputado, quien explicó que gracias a la «ilusionada tozudez» de un grupo de combatientes catalanes se interesó por las reivindicaciones de un colectivo de soldados que ha permanecido silenciado y marginado durante tantas décadas. Hacerse visibles ante la sociedad, que el estado español considere que lucharon obligados en una cruenta guerra, es el objetivo que se ha marcado este colectivo de soldados que se forjaron como hombres en un desolador paisaje desértico, sin apenas agua ni comida y a miles de kilómetros de sus familias.