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South Atlantic Modern Language Association
La culpa y la ley: Hernán cortés y Bartolomé de las Casas en sus crónicas de la Conquista
Author(s): Jorge Camacho
Source: South Atlantic Review, Vol. 74, No. 4, Reflections on Empire: Depictions of Latin
American Colonization in Literature, Film, and Art (Fall 2009), pp. 55-66
Published by: South Atlantic Modern Language Association
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/41337716
Accessed: 21-04-2016 02:37 UTC
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La culpa y la ley: Hernán Cortés y
Bartolomé de las Casas en sus
CRÓNICAS DE LA CONQUISTA
Jorge Camacho
D e acuerdo con Hayden White hay una relación muy estrecha
entre la ley, la historicidad y la narratividad de un texto. Como sugiere su
lectura de Hegel, la misma historicidad es impensable sin el entramado
jurídico que la presupone y la relación de un sistema legal en relación
al cual los sujetos de cualquier sociedad se constituyen (27). Por eso tal
vez, el ejemplo más visible de la pervivencia de un marco legal en la
historia latinoamericana, sean las crónicas de la Conquista y las cartas
de relación que le enviaban al rey de España desde América sus vasallos
y oidores. Estos documentos crean personalidades, imaginan tipos de
sujetos dentro de un sistema de leyes, (gubernativas o eclesiásticas), y
siguen invariablemente un mismo patrón. Están escritos con las mismas
reglas de composición y fueron supervisados, firmados y corregidos
por notarios públicos. Así lo exigía la misma corte y el inmenso
sistema burocrático que puso en marcha España durante estos años
(Echavarria 96). Las crónicas de Hernán Cortés y Bartolomé de Las
Casas siguen estas reglas, pero ambos reflexionan y reflejan la violencia
de una forma muy diferente. En lo que sigue me gustaría ahondar en
estas diferencias, y demostrar cómo en sus discursos ante la autoridad
real, tanto Las Casas como Cortés esgrimen argumentos distintos para
convencer al monarca. Las Casas lo hace a través de la formula de los
llamados "agravios y remedios", y de una preceptiva moral que intenta
culpabilizar al lector por los hechos de las Indias. Cortés en cambio,
lo hace haciendo uso de la ley y el escarnio para facilitar la toma de
poder. En tal sentido propongo leer la Brevísima como el lugar donde
se cruzan el libro de preceptiva moral y un tipo de persuasión transitiva,
que pacta con el lector para solucionar un problema o evitar males
mayores.
Como se sabe muchos de los argumentos del fraile dominico que
aparecen en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (en
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lo addante BRDI) fueron primero elaborados y repetidos ante el
propio monarca, Carlos V. Sin embargo, en la versión final de la BRDI,
Bartolomé de las Casas se dirige no al rey sino a su hijo, el Príncipe Don
Felipe. ¿Qué motiva este cambio de destinatario? y ¿cómo afecta dicho
cambio el argumento del fraile? Según André Saint-Lu, Bartolomé de las
Casas se dirige al príncipe porque ya para entonces este estaba encargado
de los negocios de las Indias ("Introducción" 21). No obstante, sería
conveniente aclarar que la misma personalidad del monarca, sugerida
de muchas formas en el texto del fraile, debió contribuir a este cambio,
ya que como se sabe el príncipe Felipe tenía una profunda fe católica, se
veía a sí mismo como una personalidad santa, y en tal sentido, el fraile
dominico no podía encontrar un mejor receptor, para entender dos
conceptos fundamentales de su argumento: la culpa y el castigo.
Siguiendo las convenciones de los "agravios y remedios" ante
la corte, Las Casas construirá en la BRDI categorías de víctimas y
victimarios, ante los cuales el lector debe tomar partido. La culpabilidad
conectará simultáneamente dos mundos: el secular y el religioso, la
corte del Príncipe y la de Dios. En BRDI, el fraile criticará las leyes
y los sujetos que las cumplen y contribuyen a la "destrucción" de las
Indias. Sugiero que esto es un argumento retórico dirigido al príncipe y
al lector en general, para que no actúe como una conciencia culpable y
sienta que los pecados cometidos por los españoles en América podían
ser un impedimento para su propia salvación en el futuro. Es decir, su
argumento co-impücaría al lector y directamente al príncipe. Su apuesta
mayor en tal sentido sería crear a través del miedo en la persona que
lea el texto (en este caso el propio príncipe) una conciencia culpable
con lo cual se sienta él obligado a actuar a favor de sus demandas e
indirectamente de España.
De acuerdo con Roberto González Echevarría en su libro Mito
y Archivo: Una teoría de la narrativa latinoamericana, las confesiones
y exoneraciones de las culpas eran ambos motivos muy comunes en
las crónicas y la novela picaresca de la época, de ahí que los escritos
del Inca Garcilaso de la Vega sobre el Perú sólo pueden entenderse
dentro del marco legal que significaron sus esfuerzos por limpiar el
nombre de su padre ante los cargos de sedición que pesaban sobre él
(Echevarría 115). No es de extrañar entonces que las historias contadas
en la Brevísima y los Comentarios Reales siguieran las reglas de tales
confesiones ante el rey, la Iglesia o algún representante de la Corona
como era el notario, lo que hacía que el mismo marco legal donde se
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hacían tales confesiones legitimara los hechos y los volviera parte de ese
mismo poder que trataba de rechazar o defender.
En la Brevísima Las Casas repetidas veces argumenta en favor de los
amerindios y de su inocencia. Edifica sus identidades como víctimas
más que como transgresores de la ley secular o religiosa y su propia
representación en el texto (también eximida de toda culpa) entra a
testificar por ellos. Por esta razón Las Casas evoca las similitudes entre
"los religiosos" y los amerindios, al afirmar que ninguna culpa podían
tener de los destrozos que les sobrevinieron, ya que esto "no tuvieron
más culpa que podrían tener un convento de buenos y concertados
religiosos" (87). Si en las cartas de Hernán Cortés al rey, los amerindios
son o deben ser reprimidos en virtud de su rebeldía y para allanar la
Conquista, en BRDI tal argumento queda deshecho porque el pecado
original que es la culpa de los indígenas para sufrir el tormento
desaparece. Desde el punto de vista narrativo, el fraile construye, pues,
una alegoría de la corte, de ese espacio donde la justicia ejerce su poder
a una vez secular y religioso, y demanda del príncipe una decisión. En
esta alegoría don Felipe será entonces el juez, todo poderoso, quien
tiene en sus manos los destinos de millones de almas al otro lado del
océano.
La representación del príncipe como juez aparece justo al inicio
del prólogo donde Las Casas se dirige a su alteza recordándole sus
deberes, los cuales de acuerdo con el poeta Homero, dice Las Casas,
se le consideraba "padres" y "pastores" de su pueblo. De este modo,
el príncipe toma desde un inicio en el texto de Las Casas el rol de un
benigno paterfamilias que unirá la ética cristiana y una buena autoridad
para guiar justamente a su rebaño por el mejor camino. Con esta
comparación Las Casas enfatiza que los reyes son los protectores y
celadores de sus súbditos. Pero no satisfecho aún con estas referencias,
llega incluso a citar uno de los proverbios del rey Salomón en latín que
dice: "Rex qui sedet in iudicii, dissipât omne malum intuito suo" [el rey
que está sentado en el solio de la justicia, con su mirada disipa todo mal] (71).
Paradójicamente, la razón por la cual Las Casas cuenta su historia
es la falta de conocimiento que tiene el monarca de este mismo mal.
Su falta de conocimiento de las injusticias cometidas contra millones
de almas en las Indias las cuales se consideran también, para los
efectos del mismo discurso, súbditos e hijos suyos. Si cosas como éstas
ocurrían en las Indias era porque el monarca no sabía de ellas. En otras
palabras, al presuponer la ignorancia del príncipe en estas cuestiones,
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Las Casas lo libera de la culpa en su obligación como padre /pastor/
juez de su pueblo. Saca de sus hombros cualquier carga, consecuencia
o penitencia que le viniera de estas acciones monstruosas en el futuro a
España, pero al mismo tiempo, lo compromete moralmente a partir de
ese momento a actuar a favor de sus demandas, algo que logra al dar a
la publicidad, poco después y por cuenta propia la Brevísima Relación,
texto que nunca contó con la aprobación previa del Estado ni del rey.
De modo que al acusar recibo de estos agravios, el príncipe se convierte
automáticamente en un juez y en testigo incómodo de los males de
América, a un mismo tiempo con en el poder judicial de castigar por
dichas transgresiones a los culpables y testigo comprometido por
el documento, a actuar según la voluntad moral del religioso. Así el
príncipe se convertiría en su propio "reo callando" como dice el propio
Las Casas de sí mismo, si no actuara de un modo consecuentemente (73).
Estas advertencias del fraile al príncipe en el prólogo, harían que
tuviéramos que considerar el libro de Las Casas dentro de una larga lista
de tratados, cartas y ensayos dirigidos a los reyes durante la antigüedad
y el Renacimiento, que se incluyen dentro del género llamado speculum
principls. Estos documentos servían de "espejos" a los monarcas o
futuros reyes para que se juzgaran ellos mismos y juzgaran también por
estas reglas a sus súbditos.
La crítica lascasiana no ha reparado en la similitud de ambos textos,
sin embargo, varios de los libros más importantes de la época fueron
escritos tomando dicho patrón: El príncipe de Niccolò Machiavelli
y La Educación del príncipe cristiano (1516), de Desiderio Erasmus,
este último libro dedicado especialmente a Carlos V, el padre de don
Felipe. Al igual que la Brevísima, estos libros dependían de una fuerte
base moral, y tenían la intención de servir al futuro monarca en una
serie de tareas como eran los impuestos, los matrimonios, la ley y los
castigos. Se citaba a Homero, por ejemplo, para el arte de gobernar
y la Biblia para establecer un vínculo con la fe cristiana. Hincmar de
Reihms, escribiendo en el siglo IX, creía que dos de las mayores virtudes
morales de un príncipe eran, la justicia y la devoción, y que si el príncipe
fracasaba en mantener la justicia o la palabra de Dios o de Jesús Cristo,
este iba a sufrir un castigo eterno (Born 107).
De modo que el hecho de que Las Casas y otros escritores de su
tiempo utilizaran los temas de la devoción y la culpa como una forma de
entablar una comunicación de autoridad con los príncipes no era algo
extraño. La culpa en su sentido religioso estaba íntimamente conectada
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a la culpa en el mundo secular. Durante la monarquía española, una
ofensa podía incluso tener ambas connotaciones. Y el tema de la
conciencia del pecador aparecía de forma corriente en los emblemas
morales de la época. Las Casas escribe la BRDI y en general toda su
obra teniendo como referencia estos límites conceptuales tanto morales
como religiosos y es obvio que en sus escritos reaparezcan la conciencia
del temor a la trasgresión, y la justicia divina. De modo que no es de
extrañar que en su prólogo al príncipe y en general en toda su obra, el
fraile insista en el castigo divino, la ley y la culpa para convencer al lector.
Es de aclarar que Las Casas publicó la BRDI en 1552, pero que
ya, desde 1516 estaba criticando a la Corona por lo que consideraba
eran métodos inhumanos de explotación y de Conquista. Sus alegatos
los dirigía a Carlos V, pero cuando Las Casas escribe su prólogo al
príncipe comienza presuponiendo la ignorancia del monarca de estas
quejas. Esto, sugiero, hay que entenderlo más como otro ardid retórico
del fraile, que una convicción de que Don Felipe no conocía lo que
estaba pasando en las Indias. Tal presuposición autoriza la existencia
del texto, ya que uno de sus valores centrales es revelarle al príncipe
las versiones "escamoteadas" de la historia, lo que los otros oidores le
ocultaban al rey. Por ende, al presuponer la ignorancia de don Felipe,
Las Casas deja implícito que los verdaderos culpables son aquellos que
no lo habían informado a él o al rey, de lo que pasaba en las Indias, estos
eran la burocracia del poder, los mismos conquistadores o incluso los
cronistas oficiales del Imperio. Eran ellos los que habían escondido los
hechos reales.
Esta es la razón por la cual Las Casas explica que muchas de las
calamidades que sufrieron los soldados españoles por lo que hoy
consideraríamos causas naturales, fueron realmente la consecuencia de
sus actos monstruosos en las Indias. Por tal motivo, el fraile interpreta
que cada vez que un barco cargado de oro desaparecía en una de las
tormentas del Caribe, era una señal de que Dios así lo había querido
para castigar a España por sus ofensas. Como consecuencia, Las Casas
dice lo siguiente por el mal trato que le dieron los españoles un cacique
y del oro que sacaron de las Indias:
Lo metieron en una nao para traerlo a Castilla. La cual se
perdió en la mar y con el se ahogaron muchos cristianos y gran
cantidad de oro, entre lo cual pereció el grano grande que era
como una hogaza y pesaba tres mil y seiscientos castellanos, por
hacer Dios venganza de tan grandes injusticias (84) [énfasis nuestro]
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Más adelante, Las Casas vuelve a explicar la misma "venganza" de Dios,
al hundir otros seis navios:
Y estando en el puerto seis navios para se partir, quiso Dios
mostrar ser aquella con las otras grande iniquidad e injusticia, y
envió aquella noche una tormenta que hundió todos los navios
y ahogó todos los cristianos que en ellos estaban. (86)
Las Casas enumera entonces las represalias de Dios. Habla de su
enfado por las muertes de cristianos en el Nuevo Mundo, y como sigue
explicando, las consecuencias de tales comportamientos no se limitarían
al mundo terrestre, ni a las catástrofes naturales, sino que aun después de
morir, los transgresores de la ley divina seguirían sufriendo por ellas. Si
España no cambiaba su política en las Indias estaba destinada al fracaso
y destrucción. De modo que esta estrategia de enunciación del castigo
y la ley, coincide con lo que Jowett y O'Donnell han descrito como un
tipo de "transacción persuasiva": "a persuasion that promises to help
by satisfying their wants or needs, as well as his or her own" (28).
Este tipo de negociación tiene un carácter recíproco, ya que hace
depender uno del otro. A través de sus argumentos de la fe, la culpa y
el castigo, Las Casas trata de obtener la aprobación del monarca para
poner fin a la brutalidad del Imperio. Mientras tanto, Las Casas borra
o intenta borrar la culpa del príncipe y la posibilidad de una penitencia
infinita. Le ofrece a él y a España la salvación. De modo que sus
últimas palabras al príncipe en el prologo de la Brevísima, habrían que
entenderlas sobre esta doble perspectiva, ya que como le dice Las Casas
a don Felipe, "seria muy conveniente y necesario" que este actuara de la
forma correctamente para el bien de su pueblo: "Cosa es ésta, mi alto
señor, convenientísima y necesaria para que todo el estado de la corona
real de Castilla, espiritual y temporalmente Dios lo prospere y conserve
y haga bien y bienaventurado" (73). No cumplir tal consejo acarrearía
una desgracia similar o peor a la que habían tenido los navios y los
cristianos en América.
La prosperidad espiritual y económica de todo el estado, dependería
entonces de como el monarca hubiera resuelto la cuestión de la violencia
en las Indias. Su llamado y las razones que da el fraile para hacerlo
no solo resonarían en cualquier mente medieval, sino también en la
personalidad particularmente devota del príncipe. Con sus constantes
alusiones a la culpa y a la salvación Las Casas logra apelar al lector y
comprometerlo con su cruzada moral a favor de los indígenas. Su libro,
escrito al modo de los tratados que aconsejaban a los príncipes de
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como gobernar, crea una imagen de él, y los compromete moralmente
para que sigan su consejo y sean unos buenos príncipes. Es conveniente
entonces contrastar la forma en que Las Casas trata de poner fin a la
violencia de la Indias con la forma en que lo hace Hernán Cortés en sus
Cartas de Relación al rey.
En su segunda carta del 30 de octubre de 1520, Cortés le cuenta
al rey, Carlos V, cómo estando acampados en un sitio, luego de una
batalla, había venido a su campamento un grupo de indígenas diciendo
que querían ser sus vasallos. Cortés los aceptó -dice- pero al otro día
llegaron otros cincuenta diciendo que les traerían algo de comida. Tras
la sospecha, sin embargo, de que venían a espiar, Cortés los apresó y
les hizo confesar que detrás de unos cerros donde se encontraba el
campamento, aguardaba el capitán general de aquella provincia, con su
gente con el fin de atacar aquella noche a los españoles. Y sabiendo esto,
-le sigue contando Cortés al rey- "los mandé tomar a todos cincuenta y
cortarles las manos, y los envié que dijesen a su señor que de noche y de
día y cada cuando él viniese, verían quién éramos" (42).
Esta carta de Cortés al rey ejemplifica varias cuestiones importantes
de la guerra. Primero, justifica la violencia en base al concepto de
"plaza sitiada" y establece de forma clara la relación que hay entre el
cuerpo y el poder en un litigio como éste, siendo el cuerpo -como dice
Michel Foucault- el lugar donde el poder se hace visible, forzándolo
y marcándolo: "power relations have an immediate hold upon it;
they invest it, mark it, train it, torture it, force it to carry out tasks, to
perform ceremonies, to emit signs" (25). Segundo, esta carta deja claro
que no puede desvincularse el lenguaje de la tortura con la guerra, el
interrogatorio de la violencia y el cuerpo. Los reos son obligados aquí
a confesar a través de la intimidación y la violencia tal y como ocurría
en los juicios de la Inquisición. Y después de confesar su culpabilidad,
Cortés le manda a cortar las manos como escarmiento. Cortés actúa
aquí con toda la fuerza de quien sirve a la ley y a su rey. Su lenguaje, a
diferencia del de Las Casas, es directo, dice que lo hizo y porqué lo hizo
y no se detiene a contar el dolor físico que les causó a sus víctimas ni
dice como las otras reaccionaron ante un acto tan violento. ¿Por qué lo
iba a hacer?
Elaine Scarry en The Body in Pain, nota la paradoja de que a pesar
de que el objetivo de cualquier guerra es herir o herir más al oponente
de lo que lo que lo hieren a uno mismo, el hecho de causarle dolor físico
al otro tiende a estar ausente de las estrategias y descripciones de los
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combates o de los manuales de guerra. Uno puede leer descripciones
enteras de batallas y libros sobre la guerra sin llegar a notar que el
objetivo principal de tantos enfrentamientos es desgarrar, quemar,
cortar y violar los cuerpos del enemigo (64). Esto puede ocurrir por
muchos motivos, pero generalmente sucede, dice Scarry, por un deseo
intencionado de parte del que escribe por "misrepresent the central
content of war's activity" (Scarry 64).
Por consiguiente, lo que me interesa resaltar en el caso de la escritura
de Cortés es la forma en que aquí se representa la violencia física ya
que si al espía que ronda el campamento debe infligírsele un castigo
horrible, el lenguaje y la actitud calculadora con que Cortés describe
este pasaje, lo despoja de todo sentido de humanidad. En tal sentido
el motivo y el resultado que se espera obtener detrás de esta acción
borran el dolor que pudieron sufrir los indígenas, borran sus muertes
(lentas por desangramiento o por inanición) e incluso cualquier duda
que pudiera haber de su verdadero motivo para estar en el campamento.
En el lenguaje moderno de la guerra, dice Scarry, este proceso de
ocultamiento del dolor ajeno y de la acción de herir al oponente se
da a través de términos eufemísticos tales como "el objetivo es causar
un daño general" como decía Clausewitz en Sobre la Guerra, justificar
los "efectos colaterales," o simplemente, cuando al instrumento de
destrucción masiva se le bautiza con un nombre inofensivo y casi
poético. Así por ejemplo, en la guerra de Viet Nam, las misiones de
bombardeo de las tropas norteamericanas se les llamaba "la rosa rosada"
y los aviones suicidas de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial
recibían el nombre de "flores nocturnas" (Scarry 66).
Por ende, la descripción de la violencia en la Brevísima del fraile Las
Casas no puede ser más diferente a la de Cortés y de hecho entre los
formas de matar que enumera Las Casas en su libro, aparece un pasaje
muy similar a que cuenta el primero. El suceso, dice Las Casas, ocurrió
en la Española, al inicio de la Conquista, pero dado el tiempo imperfecto
en que escribe el fraile tal suceso, hace que el lector lo lea como algo
habitual, que se repetía constantemente. Allí los soldados, dice el fraile,
les "cortaban ambas manos [a los indígenas] y delias llevaban colgando,
y decíanles: Andad con cartas,' conviene a saber, llevad las nuevas a las
gentes que estaban huidas por los montes" (81).
En ambos pasajes la violencia se da como un acto de intimidación,
para que los otros que no cayeron prisioneros en ese momento puedan
ver lo que les ocurriría si regresan o si son atrapados. Pero en el caso
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de Las Casas, dicho acto no está justificado por la guerra, ni por una
supuesta amenaza de quienes esperaban detrás de los cerros para
atacar. No eran ni espías ni soldados, sino personas inocentes quienes
recibieron este castigo como un acto gratuito para intimidarlos. Si en el
relato de Cortés tal hecho sirve como "escarmiento," Las Casas afirma
que era una práctica habitual y visualiza además dichas escenas citando
textualmente lo que decían los soldados al hacerlo. De este modo, el
fraile dominico introduce la ironía y el contraste en el texto. Al igual que
en el caso del capitán que cantaba el romance sobre Nerón mientras
le prendía fuego a los indígenas, Las Casas afirma que mientras los
soldados ahogaban a los niños en los ríos, "por las espaldas, riendo y
burlando, y cayendo en el agua decían: 'bullís, cuerpo de tal'" (81). Las
Casas logra la empatia del lector a través del rechazo que provocan la
actitud de indiferencia de los españoles. Si unos ríen y bromean, los
otros sufren. Si unos lo hacen de forma gratuita, los otros pagan por ello
con sus vidas. Dicha antítesis, por consiguiente, agrega dramatismo a la
escena, logra su efecto a través de un movimiento de desplazamiento.
No lo hace para ocultar el dolor sino para resaltarlo. En tal sentido, el
acto de castigo se convierte en un doble espectáculo: el que hace Cortés
y los otros soldados delante de sus hombres y de los propios indígenas
(burlándose y gozando el mismo acto) y el que hace Las Casas para el
lector y el príncipe.
Las Casas a diferencia de Cortés, sin embargo, sí representa el dolor
físico producido por la guerra, y lo hace recurriendo a imágenes gráficas al
mostrar repetidas veces el hecho de quemar, cortar la carne, y deshacerse
del cuerpo de la víctima. Entonces, ¿cómo logra Las Casas "traducir"
la violencia del indígena en palabras que sean lo suficientemente fieles a
una experiencia tan dolorosa? Primero, utilizando un lenguaje simple y
directo que capte la buena voluntad del lector, lo que en la retórica del
siglo XVI tenía del nombre de captado benevolentiae según Anthony
Pagden ("Introduction," xxxvi). Pero sobre todo, a través del uso de
imágenes sumamente gráficas que en lugar de resaltar cuánto sufría la
víctima por el daño o el tiempo que le tomaba sanar, lo que enfatiza
es el método, el mismo instrumento de tortura o la actitud con que lo
hacen los españoles. De esta forma, Las Casas detalla en BRDI un sin
número de formas distintas de producir dolor, lo que llama "crueldades
estrañas" [sic] (81). No cita a ningún indígena lamentándose, pero en
cambio, las descripciones de estas crueldades son lo suficientemente
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gráficas como para suponer ese dolor. Dice el fraile en una de tantas
descripciones:
Y acaecía algunos cristianos, o por piedad o por cudicia, tomar
algunos niños para mamparallos [ampararlos] no los matasen,
y poníanles a las ancas de los caballos; venía otro español por
detrás y pasábalos con su lanza. Otro, si estaba el niño en el
suelo, le cortaban las piernas con el espada, [sic] (87)
Según Scarry es muy difícil o es casi imposible encontrar las palabras
adecuadas para describir el sufrimiento o el dolor físico, mucho menos
el ajeno. La misma memoria parece conspirar en contra de este esfuerzo
reconstructivo para evitar así tener que pasar de nuevo por lo mismo.
Esta imposibilidad y la escasez de palabras para describirlo hacen que
por lo general, cuando leemos sobre el dolor pasemos rápidamente de
las descripciones directas a una comparación del tipo "es como si". Al
notar esto, Scarry afirma, que sólo existen dos formas para expresar
el dolor. La primera subraya el agente externo del dolor (el objeto que
produce la herida) y la otra especifica la herida que lo acompaña (15).
Naturalmente, el objeto que causa el dolor (la espada o el hacha) puede
estar presente en el acto, puede haberlo producido, pero no siempre un
objeto externo es la causa de un sufrimiento. Esto le sirve a Scarry para
enfatizar el lugar central que ocupa en el relato de un accidente el objeto
o el momento en que este ocurre. Este momento, dice, puede "more
successfully convey the sheer fact of the patient's agony than those
sentences that attempt to describe the person's pain directly" (15). Y
esto ocurre aun si el impacto de la espada o del hacha sólo duró un
segundo y el dolor de la herida dura un año. Lo importante de notar
aquí, continua diciendo Scarry, es que entre las dos experiencias, la que
intentan describir un mismo suceso (el dolor) a una persona ajena, a
través de un objeto va a ser superior a la que lo hace directamente, ya que
en lugar de un mero sentimiento interno, el objeto tiene una forma, una
longitud y un color que el oyente puede identificar. O bien este objeto
existe en la vida real, cuando fue el causante del accidente, o puede ser
imaginado por la otra persona. Pede ser compartido, exteriorizado y
objetivado con lo cual la víctima puede hacerse entender mejor (1516). Saber esto, por tanto, es esencial para entender por qué Las Casas
repite hasta la saciedad múltiples formas de torturas y logra así traducir
la violencia física en palabras.
Por consiguiente, tanto en Cortés como en Las Casas la violencia se
vuelve una razón instrumental, una retórica para convencer. Pero si en
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Cortés la escritura es el lugar en donde se institucionaliza la violencia
como signo de poder y miedo, en la escritura de Las Casas, ésta se
niega como voluntad racionalizadora. Si Cortés trata de persuadir
a los indígenas por los actos de la espada, "para poner y sembrar su
temor y braveza," entre ellos -dice las Casas,- el fraile utilizará ejemplos
"concretos" de esta brutalidad para persuadir a los españoles y al rey
de la necesidad de terminar con ella. Siguiendo a Paul Ricoeur diríamos
que la violencia de los conquistadores "habla" a través de Las Casas y
en ese hablar intenta negarse a sí misma en cuanto violencia, definiendo
un sentido que la desautorice (Ricoeur 89).
El texto de Las Casas se articula entonces como una crítica a la
ideología de la Conquista, es un intento de escribir otra historia sobre
los discursos fuertes (de la letra y la violencia) de los soldados españoles
en América. Para ello, partiendo de materiales precarios desde donde
construir su narración, Las Casas crea un libro poderoso y único. Para
ello se apoya en un estilo moralizador y preceptivo, ya que al igual que
los manuales dirigidos a los príncipes medievales y del renacimiento, Las
Casas intenta persuadir con la BRDI a don Felipe de que lo que debía
hacer para evitar las consecuencias desastrosas en el futuro. Al igual que
las naves que se hundieron por causa de la venganza divina, España y el
resto de los culpables debían esperar algo similar de Dios si no ponían
fin a esta destrucción. Cortés, por otro lado, intenta intimidar a los
indígenas mutilándolos, marcando e inscribiendo la fuerza del Poder en
sus cuerpos. Su objetivo es defender un campamento sitiado. Según Las
Casas, sin embargo, tal violencia era gratuita y los soldados españoles
gozaban haciéndolo. Sus descripciones de la violencia, muestran el
"cuerpo con dolor" cosa que logra recurriendo a imágenes graficas,
y un lenguaje de oposición que resalta la indiferencia de los soldados
españoles ante el dolor ajeno. Ambas posiciones muestran dos formas
radicalmente distintas de ver la empresa colonizadora: una desde la
posición del victimario y la otra desde la posición de la víctima.
Obras Citadas
Erasmus, Desiderius. The Education of a Christian Prince. New York: Octagon Books, 1965.
Born, Lester Kruger. Introduction. The Education of a Christian Prince. New York:
Octagon Books, 1965.
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Castalia, 1993.
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