Máster en Democracia y Gobierno Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales Universidad Autónoma de Madrid Working Papers Online Series http://www.uam.es/centros/derecho/cpolitica/papers.htm Estudio/Working Paper 73/2007 Gobierno Representativo y Republicanismo político en la teoría política de Emmanuel Sieyès Ramón Máiz Universidad Santiago de Compostela E-mail: [email protected] “Malheur aux peuples qui croient savoir ce qu’ils veulent, quand ils ne font que vouloir” Sieyès 1.- Representación sin alienación. Ya habíamos señalado que la nación en el estado de naturaleza, económicamente definido, proporcionaba en Sieyès las pautas del sistema político: éste, en efecto, debería adaptarse constantemente, impulsándola, a la evolución de aquélla con el objetivo de contribuir a la consecución de mayor progreso económico y más libertad para los ciudadanos. Como quiera, además, que el rasgo predominante en la economía de la época era ubicado por el abate, en sus escritos económicos, en la división del trabajo o «travail en représentation», su mímesis política, la representación política, deviene principio social universal: «tout est représentation dans 1’état social», «comme si la nation pouvoit parler autrement que par ses représentants» etc.(1). En este sentido, la democracia, entendida como tipo ideal de sistema político caracterizado por la participación directa en el gobierno y tendente a la inmediatez de gobernantes y gobernados en procura de la mayor proximidad, si no de la identidad entre unos y otros, es considerada consecuentemente por Sieyès como una forma «bruta», en exceso simple y en buena medida ruda de gobierno, cual materia prima sin elaborar, correspondiente a estadios anteriores de la evolución económica y social. “Es preciso organizar la representación y no la acción directa” repetirá el abate, una y otra vez, a lo largo de su itinerario político e intelectual. Es más, su puesta en práctica en condiciones extemporáneas (i.e.: la compleja estructura social de la modernidad, la “commercial society”) generaría, como ya hemos señalado, un deslizamiento de la democracia hacia fórmulas tiránicas o despóticas de «Re-totale», que no de República. La experiencia del jacobinismo no hará sino reforzar su convencimiento de la superioridad del gobierno representativo sobre la democracia directa. Así, de la mano de una significativa cadena de equivalencias y oposiciones binarias: democracia/representación, economía primitiva/economía de mercado, poder constituyente/poderes constituidos, razón/pasión … Sieyès postula la representación como la realización de la auténtica libertad de los modernos: «En la democracia bruta, las pasiones se hallan demasiado presentes y los votos no se mantienen en una esfera reducida por medio de una procuración limitada: el poder constituyente es confundido con el poder constituido, y la mayoría, disponiendo de todos los poderes, puede poner a la minoría bajo su yugo... Es necesaria, ciertamente, la democracia en un buen sistema social, pero es preciso no hacer de ella el todo, sino una parte» (2). Ya percibimos en este fragmento, sin embargo, que el rechazo sin paliativos de la democracia como forma de gobierno, no equivale para el abate, como se ha repetido sin cesar, a la 1 exclusión total de aquélla de su sistema. Luego hemos de analizar en detalle la naturaleza de la “parte” que Sieyès reserva para la democracia en su gobierno representativo. Sabemos, por lo demás, que, a diferencia de Rousseau, Sieyés postulaba la separación de la unión social (Nación) y la unión política (Estado), derivando de ello la existencia de dos voluntades nacionales, producto, a su vez, de dos suertes diferenciadas de representación: 1) la auténticamente nacional, en sentido estricto (poder constituyente), extraordinaria en cuanto expresión fundadora de la voluntad unitaria de la nación soberana y basada en el horizonte normativo de la unanimidad (poder constituyente); y 2) la voluntad nacional derivada y ordinaria, residenciada en el poder legislativo, basada en el horizonte normativo del gobierno de las mayorías y el respeto a las minorías (poder legislativo), sometida siempre esta última a lo establecido por el superior rango normativo de la primera. Ahora bien: ambas representaciones – Asamblea Constituyente y Asamblea legislativa - en modo alguno se limitan, en el modelo del abate, a expresar una voluntad previa, dada con anterioridad en el seno del pueblo. Muy diferentemente, la mediación del dispositivo de la representación no había de limitarse en modo alguno a reflejar una voluntad cristalizada y preexistente, sino que su cometido específico es producir, crear una voluntad política a partir de las preferencias previas. De ahí la críptica frase que reitera en sus manuscritos nuestro autor: “Représentation du tout, n’a rien au dessus”, nada existe por debajo de la representación que no sean os individuos singulares, el pueblo disperso no es un cuerpo organizado, no posee ni unidad (“tout”), ni voluntad, ni pensamiento, ni identidad colectiva (“ni rien comme un moi”). Este tema deviene central en la teoría de Sieyès, quien vuelve a él reiteradamente en desarrollos varios, a saber: la homogeneidad económico-social de la nación en estado de naturaleza (= Tercer Estado), solamente se traduce de modo inmediato en la voluntad originaria y genérica de entrar en el Estado, con el único fin de la mejor defensa y aseguramiento de los derechos de sus miembros. A partir de ahí, toda otra voluntad política, constituyente u ordinaria, deberá ser construida a través de la mediación institucional, a saber, el “concours médiat” del dispositivo de la representación. Representar, por tanto, no equivale a hacer presente en el escenario de la política las preferencias acabadas y completas del pueblo, a transmitir de modo descriptivo los intereses o una supuesta voluntad previa de los ciudadanos a los representantes, ni tampoco a la adecuación de la voluntad de los representantes a la de los representados. Representar es, esencialmente, agregar y procesar preferencias previas; he ahí el significado más profundo de «formar en común una voluntad común». La política, así, no consiste en un dispositivo exógeno de transparencias, no es la mera exteriorización de lo social, su reflejo adjetivo, sino que posee una dimensión propiamente ontológica, creadora, endógena. La política no se limita a expresar, canalizar o reflejar intereses sociales de clase, nación o grupo; en rigor, los produce. De ahí la enigmática, profunda reflexión que Sieyès reitera constantemente en sus escritos a la vista de la inicial euforia participativa de las secciones 2 propugnada por los jacobinos: «desdichados aquellos que creen saber lo que quieren cuando, en realidad, lo único que hacen es quererlo” («malheur aux peuples qui croient savoir ce qu’ils veulent quand ne font que le vouloir...»)(3). A estos efectos resulta decisivo el texto Proemio a la Constitución. Reconocimiento y exposición razonada de los derechos del hombre y el ciudadano de 1789. Aquí Sieyès distingue, quizás como en ningún otro lugar, lo que el denomina como poder comitente del pueblo, caracterizado por designar la influencia de los ciudadanos sobre los representantes. Concurso mediato a la elaboración de la ley en la que, en todo caso, aquéllos tienen que participar pues, para el abate, como ya se ha visto el pueblo solo obedece las leyes de las que es autor: “La Ley debe ser la obra libre de quienes deben de obedecerla” afirmaba, por ejemplo, en Observaciones sobre el Dictamen del Comité de Constitución. Este poder comitente es, a su vez, doble: ora extraordinario (poder constituyente) mediante el que representantes extraordinarios, elegidos con ese único fin, deben elaborar la constitución; ora ordinario(poder legislativo constituido) mediante el que representantes ordinarios, elegidos con esa específica finalidad, aprueban la ley, respetando en todo caso lo establecido en la Constitución. Al poder ejecutivo constituido corresponde la elaboración del reglamento, a su vez, con respeto a lo establecido en la ley: “ningún funcionario podrá permitirse el menor acto más allá de lo establecido por la ley”. En suma “el pueblo debe limitarse a ejercer por si mismo el sólo poder comitente, es decir, debe limitarse a elegir, delegar y controlar a las personas que ejercerán esos derechos reales”. Ahora bien, obsérvese que en el mismo movimiento se vinculan íntimamente tres mecanismos: 1) de representación frente a ejercicio directo del poder por parte del pueblo; 2) de legitimación mediante elección de todos los representante (“sans élection point de réprésentation”), de ahí que ni una Cámara nobiliar ni un Rey hereditario puedan ser representantes del pueblo; 3) de igualdad jurídica (“derecho igual”, “igualdad ante la ley”): “El Estado protege la igualdad de los derechos contra la influencia, no por natural menos dañina, de la desigualdad de medios de que unos y otros disponen. La ley no tiene por objeto debilitar al débil y fortalecer al fuerte: muy diferentemente, aquélla se ocupa de poner al débil al abrigo de las acciones del fuerte y, cubriendo con su autoridad tutelar la universalidad de los ciudadanos, garantiza a todos la plenitud de sus derechos” (4). La libertad política, pues, lejos de presentarse como inmediatez del libre albedrío o la permanente intervención participativa, a tenor del mito del ágora, resulta postulada por Sieyès como el resultado de una compleja mediación institucional. La libertad, efectivamente, no consiste en la participación de todos los ciudadanos en todos los asuntos públicos, pues: 1) la extensión del territorio; 2) la antevista necesidad de restringir la política a una esfera delimitada -que permita a cada uno desarrollar su actividad social y económica en ajenidad a la injerencia del Estado-; y 3) el carácter endógeno de la política y no meramente exógeno, 3 expresivo, promueve la génesis de la representación como medio de unificación de voluntades: «La experiencia democrática muestra que los grupos aislados, con intereses y opiniones divergentes, son incapaces de originar una voluntad general, lo que originaría la disolución de la sociedad» (5). Apunta aquí el dardo analítico de Sieyès al corazón de una dificultad; la agregación de preferencias: la pluralidad dispersa, descoordinada de asambleas participativas y la vinculación de los representantes por mandato imperativo de los representados, en su irreductibilidad última, sería incapaz de proporcionar eventualmente una mayoría, sino tan sólo una dispersa e ingobernable pluralidad de minorías (6). La mediación racional-estatal de la voluntad política esto es, la necesaria génesis de la decisión política en el seno de una materialidad institucional apropiada, representativa, integra sin duda una de las ideas motrices del entero sistema del abate, que se presenta esencialmente ajeno a cualquier pretendida «transparencia» sociopolítica, a una quimérica identidad inmediata entre gobernantes y gobernados. Hay un decisivo pasaje de sus manuscritos que resulta iluminador a este respecto: «Un pueblo, se dice, para ser libre, no tiene más que quererlo. He ahí al estilo trovadoresco cantando victorias de otros. Cierto; es una verdad evidente, pero, en este caso, ¿qué sentido dais a la expresión no tiene más que quererlo, esto es, no tiene sino que hacer algo que ha estado mil trescientos años sin poder efectuar?... Pero “querer” no resulta en modo alguno suficiente; han sido precisas circunstancias muy difíciles de reunir, arduas combinaciones, esfuerzos y peligros sin cuento tanto para adormecer el despotismo como para hacer “querer” al pueblo» (7). Por eso el concepto de libertad de Sieyès, no es un concepto en puridad liberal, negativo, mera “libertad de independencia”. Hay, nos dice el abate, “una segunda parte de la libertad”, a saber: la libertad positiva, libertad de poder (“liberté de pouvoir”): “Además de la independencia el hombre necesita una libertad de poder. En efecto ¿cómo podría éste satisfacer sus necesidades, sin cesar renovadas; cómo ejercería su acción de un modo útil, si no poseyera un verdadero poder, una suerte de dominio sobre los objetos exteriores?. El hombre tiene necesidad de ser libre no para ser estérilmente libre, sino para ejercer y emplear su poder, acrecentándolo progresivamente… El gran objetivo de la libertad es el incremento de ese poder. Cuanto más se extiende más libres devenimos. El hombre natural, del mismo modo que el hombre social, aspira sin cesar a acrecentar sus medios de acción y su dominio, tanto como a desembarazarse de los impedimentos que traban su acción y a acrecentar su independencia” (8). Las instituciones del gobierno representativo dan así respuesta, en Sieyès, no tanto a la necesidad de gobierno en un vasto país, como a veces se arguye, sino a esta sustancial dimensión proactiva, positiva, de la política, la génesis de una volición legítima común a partir de la pluralidad infinita de intereses dispersos de las sociedades modernas: “répresenter c’est faire faire, ce n’est pas laissez faire”. 4 Sin embargo, habida cuenta que el horizonte normativo de unanimidad solamente era posible, 1) como producto de la homogeneidad social de la nación fundada en el trabajo, en cuanto Tercer estado, y 2) en la decisión originaria de ingreso en el Estado de la mano de la soberanía constituyente, las demás voluntades, constituidas, y muy especialmente la del poder legislativo, deberían producirse por criterio de mayorías y el consiguiente respeto a las minorías: «es preciso absolutamente decidirse a reconocer todos los caracteres de la voluntad común en una mayoría convenida» repite sin cesar en sus escritos publicados y en sus manuscritos. He ahí, pues, para el abate el dispositivo que instancia la verdadera libertad de los ciudadanos: «Choisir les experts et en changer souvent», esto es, dotarse de «verdaderos representantes», pero no de cualquier manera sino con garantías y controles: pues del hecho de que los representantes no sean mandatarios, esto es, meros transmisores de una voluntad previa ya formada, no se deduce, en modo alguno, que sean titulares de un poder ilimitado, soberano. Ante todo, señala el abate, es preciso investir con su confianza a los más capaces para defender con autonomía (agregación, negociación etc.) el interés político. Luego veremos los mecanismos institucionales, los incentivos negativos y positivos productores de la mencionada confianza. Señalemos por el momento que esta relación entre representante y representado, explícito trasunto del trust de Locke (9), cimienta la entera teoría de la representación de Sieyès, derivándose de ello capitalísimas consecuencias. Pues la representación formulada a través de un vínculo de confianza no puede consistir en la dejación de toda responsabilidad, por parte de los ciudadanos, no puede implicar la alienación de la propia voluntad política a una élite que se emancipa de los representados y decide libremente sin control alguno. Nos hallamos nuevamente ante los orígenes intelectuales de una preocupación clásica, atribuida a Benjamin Constant, la reclusión de los modernos en la privacidad y la dejación de lo público en manos de los políticos por parte de una ciudadanía debilitada: “Le danger de la liberté moderne, c’est que absorbés dans la jouissance de nôtre indépendance privée, nous ne renoncions trop facilement à nôtre droit de partage dans le pouvoir politique » (10). Esta representación, conceptuada por el abate de modo elocuente como «représentation sans aliénation», conlleva la necesidad de perpetua vigilancia de los ciudadanos hacia sus representantes, la idea de control por parte de la ciudadanía del comportamiento de aquéllos; en suma: una economía política de la confianza en las instituciones representativas, sobre un fondo de desconfianza estructural y activa hacia los «verdaderos representantes». Vertiente de la teoría de la representación de nuestro autor, cuyas secuelas institucionales examinaremos más adelante, que supone una patente diferencia frente al discurso mayoritario y finalmente triunfante en la Constitución de 1791. Este último, en efecto, resultaba estrictamente reconducible a la clásica posición de Montesquieu de que el pueblo «ne doit entrer dans le gouvernement que pour choisir ses représentants» (11). Para Sieyès, por el contrario, la representación articula la autonomía del representante con el control y seguimiento permanente, y no tan sólo ocasional, en tiempo de elecciones, por parte de los ciudadanos. Las líneas 5 que siguen, procedentes de un opúsculo titulado Algunas ideas de la Constitución aplicables a la ciudad de París dan buena cuenta de la originalísima noción de representación del abate: “En la democracia los ciudadanos hacen ellos mismos las leyes y nombran directamente a los funcionarios públicos. En nuestro plan, muy al contrario, los ciudadanos eligen, más o menos inmediatamente, a sus diputados para la Asamblea legislativa. La legislación cesa, pues de ser democrática y deviene representativa; esto es, el pueblo mantiene en todo momento, ciertamente, una estrecha influencia sobre los representantes; nadie podrá obtener esa cualidad de no poseer la confianza de sus comitentes; nadie, tampoco, podrá conservar tal condición perdiendo aquella confianza… el pueblo se reserva toda autoridad sobre aquéllos a los que encomienda hacer la ley”. Y en la intervención sobre el veto real, el 7 de septiembre de 1789, el abate volverá a insistir en el mismo sentido: “los ciudadanos deben disponer de todo poder, de toda influencia, sobre la persona de sus mandatarios” (12). Ello es así, hasta el extremo de que, toda vez que la relación de confianza es libre por naturaleza, el abate entiende que podría cesar en un momento dado, y su cese habría de dar lugar, necesariamente, a la interrupción del lazo representativo, la anulación del mandato otorgado al representante. Si, como ya vimos en lo que atañía a la soberanía constituyente, la nación mantenía una suerte de poder de reserva, de intervención excepcional como revolucionario poder constituyente cuando se violara el objetivo último del Estado social (los derechos y libertades), los ciudadanos pueden asimismo reapropiarse en un momento dado el poder otorgado a un representante que vulnere no ya la legalidad vigente, sino, estrictamente, su confianza política. Méfiance y surveillance, vigilancia y posibilidad de rescisión: aquí radica el sentido último del postulado iusprivatista de Sieyés de que la representación supone que los ciudadanos «sans aliener leurs droits, en comettent 1’exercice» (13). Asimismo, y derivado del carácter fiduciario de la representación, la naturaleza forzosamente electiva de los cargos públicos se perfila como otra característica central del modelo Sieyès: para ser representante no es suficiente la posesión fáctica de un poder de naturaleza representativa; es preciso, además, poseer personalmente la calidad representativa, y a tal efecto resulta indispensable la designación libre por parte los ciudadanos. En las huellas de Montesquieu, Sieyès lleva al extremo la tesis de aquél de que, vinculando confianza y elección, el pueblo “pour qu’il ait confiance il faut qu’il élise les membres”. Como expresaría radicalmente el abate, en esta ocasión “derriére le rideau” y por mediación de su amigo Roederer, en el transcurso de los debates constituyentes: «sans élection point de représentation» (14). La mutua imbricación de la secuencia confianza/ elección /representación, derivada concepción subjetivista de la representación -esto es, de su entendimiento no como un objetivo del Estado, sino como una cualidad subjetiva del representante, derivada confianza de los representados- posee consecuencias decisivas en el sistema de nuestro de la poder de la autor. 6 Ante todo, en la extensión del carácter representativo, toda vez que eran cargos electivos, a los jueces y funcionarios públicos: “El pueblo debe influir, asimismo, bien que de modo ciertamente más indirecto… sobre la elección de los que han de ocuparse de la ejecución en todos los ámbitos de la Administración pública” (15). Lo cual, a su vez, y conjuntamente con el carácter derivado de su naturaleza constituida, ponía las bases para la tripartición funcional y/o jerárquica de los tres poderes constituidos. Esto es, no solamente se imposibilitaba en el modelo del abate la «soberanía del Parlamento», al tiempo que se fundamentaba su preeminencia política sobre el ejecutivo, sino que al propio tiempo se liquidaba la visión de un poder judicial à la Montesquieu – esto es: «en quelque façon nul» (De l’Esprit des Lois, XI, 6) - la cual, sin embargo, triunfaría finalmente en el texto de la Constitución de 1791. Pero, además, el necesario carácter electivo de los representantes implica en Sieyès, como ya hemos mencionado, a diferencia asimismo de la Constitución de 1791 (la cual, deudora de muy otra lógica, establecía que «La Constitution française est représentative: les représentants sont le corps législatif et le roi»), la correlativa privación al monarca del carácter de representante y colegislador. Es preciso detenernos, siquiera sea brevemente, en este punto en razón de su significación jurídico-política. En efecto, frente a la reconocida participación del rey como colegislador que proponía el Comité de Constitución, ciertamente cercano en esto al modelo inglés (y, por cierto, a la «representación virtual» de Burke), Sieyès negaría al monarca, en cuanto jefe del ejecutivo no elegido, contribución alguna en las fases sustantivas del proceso legislativo. Por ello se opondría radicalmente por principio a la institucionalización del veto, no ya absoluto- “ignoro que idea de la voluntad de una Nación subyace cuando se considera que ésta puede ser reducida a la nada por una voluntad particular y arbitraria… no merece ni ser refutado en serio”- sino meramente suspensivo («itératif», como a la sazón se decía), recogida en la Constitución de 1791, considerándolo «une lettre de cachet lancée contre la volonté nationale». Así, rechazando en esta ocasión la célebre distinción de Montesquieu - una vez más, sin citarlo - entre «droit d’empécher» y «droit de statuer» (De l’esprit des lois, XI, 6), en razón de la inmensidad de poder que el mencionado «impedir» dejaba en manos del rey, consideraba a éste como «premier citoyen» poseedor de voto único e igual -«nulle part son suffrage ne peut en valoir deux»-. De ahí los esfuerzos del abate de trasladar al estricto ámbito de la cámara de los representantes elegidos la titularidad exclusiva de la decisión legislativa“lo que hace la unidad y la indivisibilidad de una Asamblea es la unidad de decisión, no la unidad de discusión”- proponiendo la discusión de las leyes en tres comisiones legislativas paralelas, en salas separadas, y la aprobación final de la ley por mayoría de los votos de la cámara (16). Al mismo tiempo, Sieyès, siguiendo el encadenamiento de su lógica confianza/ elección/ representación/legislación, postularía de modo reiterado una tesis de aparente nimiedad: que la 7 sanción se entendiera como un elemento meramente formal. Concretamente, por lo que a esto último extremo respecta, el abate propondría la supresión del término “dada”, “otorgada” – donnée - el cual, referido a la entrada en vigor de las leyes, acumulaba en la época, con patente incorrección técnica y equívoca apariencia jurídica, los momentos de 1) aprobación, 2) sanción y 3) promulgación, de suerte que todo parecería indicar que el verdadero legislador era el rey ( «semblerait voulouir nous apprendre que le véritable législateur est le roi, puisque la loi serait donnée par la sanction»). Consecuentemente, el abate requeriría se hiciese constar la fecha de promulgación como entrada en vigor de la norma, habida cuenta de que «est la plus essentielle á connâitre: car est de ce jour-là seulement que les citoyens sont obligés de s’y soumettre» (17). Así, a diferencia de lo que Carré postula, aplicando el modelo de ley como acto complejo, residuo del principio monárquico, a saber: que «le roi veut á la fois le contenu de la loi et sa force impérative», para Sieyès la ley deviene patrimonio exclusivo de la Asamblea Nacional y la sanción regia se vislumbra técnicamente como mero requisito integrador de la eficacia de aquélla. 2. Un Sistema representativo de base democrática. De la configuración de la teoría de la representación de Sieyès que acabamos de analizar, resultan previsibles, y ya se han mencionado algunas, las muy originales concreciones jurídicoinstitucionales que la diferenciarán, frente a la usual equiparación con el “mandato representativo”, del discurso dominante en el Comité de Constitución, finalmente hegemónico en el texto de 1791. Sinteticemos los elementos centrales que integran, para los clásicos de la Teoría del Estado francesa, el concepto de «gouvernement représentatif». Podrían éstos reducirse analíticamente a tres: 1. La Asamblea de Diputados expresa la voluntad general de la nación; 2. Cada diputado representa a la entera nación y no al cuerpo electoral concreto que lo ha elegido; y 3. El diputado goza de independencia absoluta frente a sus comitentes. Pues bien: Sieyès, desarrolla un modelo con postulados teóricos y soluciones institucionales que difieren extraordinariamente de los sancionados por el modelo 1791, incluso en aquéllos casos en los que, como en la tesis de que el diputado representa a la entera nación y no a sus electores, parece existir, a primera vista, una coincidencia literal. Ya hemos apuntado, en lo que al primero de los tres postulados respecta, algunas variaciones sustanciales en la teoría constitucional del abate; por ejemplo: a) la Asamblea legislativa expresa la voluntad general, sobre un criterio de mayorías y respeto de las minorías, que ha de subordinarse siempre a lo establecido en la Constitución; b) la necesaria coimplicación representación/elección y sus corolarios, entre ellos, el carácter representativo del poder 8 judicial y los funcionarios de la Administración; y c) la correlativa denegación del carácter representativo y colegislador del monarca en cuanto órgano hereditario. Algo similar y de no menor relieve sucede en lo que a los otros dos principios respecta. Así, en lo que al segundo de ellos atañe, lo que parece llamativa coincidencia se torna, tras un análisis detenido, en profunda discrepancia. En efecto, 1) el individualismo del modelo de Sieyès, como ya hemos visto en el capítulo segundo, 2) la homogeneidad social resultante de la común base del trabajo, así como 3) la homogeneidad política derivada, a su entender, de la eliminación de los privilegios, disolviendo cuerpos o grupos intermedios entre el ciudadano y el Estado… cualifican su teoría de que el diputado representa a la nación entera, toda vez que son los intereses generales «los únicos representables». Ahora bien: en Sieyès no se deducía de ello la «unidad orgánica de la nación» que Carré y sus discípulos postulan, a resultas de la cual el ciudadano no poseería un derecho subjetivo a la elección/representación, sino que realizaría exclusivamente una función, entre otras, encomendada por la nación para hacer valer su voz, inaudible dada su naturaleza abstracta de “ente de razón”. Función que la Nación encomendaría, por lo demás, sólo a aquellos ciudadanos dotados de la formación y responsabilidad social que tal elevada tarea requiere, lo cual, a su vez, solo se consideraba accesible a una élite, más o menos amplia, de propietarios. Pues bien, el abate reitera, una y otra vez, en sus escritos y sus manuscritos todo lo contrario, a saber: 1) que la elección es un derecho político de cada ciudadano; y 2) que este derecho, de igual suerte que los derechos civiles, pertenece a todos y cada uno de los ciudadanos, posean o no propiedades, esto es: «doivent étre attachés non a la proprieté mais á la personne» (18). Luego veremos otros desarrollos que nos mostrarán como la “representación de la entera nación” se compatibiliza con el protagonismo vario de los ciudadanos, y no solo en su condición de meros electores, en el dispositivo representativo. Y algo similar ocurre con el tercero de los principios citados. Si por una parte Sieyès, en atención al cometido productivo y no meramente expresivo de la mediación institucional, argumenta, frente a la presencia de meros «portadores de votos», la necesidad de los ciudadanos de dotarse de «verdaderos representantes», y la consiguiente eliminación de todo «mandato imperativo», no por ello suscribe la idea de una representación por entero desvinculada de los electores y sin control alguno o reducida al que se ejerce mediante la periódica consulta electoral. Por el contrario, como ya hemos visto, de la mano de su ideal de “representación sin alienación”, de la fundamentación mediante la confianza de la representación se deriva que, para el abate, era de todo punto tan necesaria la autonomía como que los diputados estuvieran bajo el control permanente de los electores: «il faut que le deputé soit dans la main du peuple» (19). ¿Cuáles son las consecuencias institucionales de esto?. Ante todo, sobre la base de una representación formulada 1) como derecho de los ciudadanos en cuanto tales, y 2) bajo la estrecha supervisión de aquéllos, el abate se refiere reiteradamente 9 a un sistema mixto de democracia y representación, a un gobierno representativo de base democrática. En sus propios términos, una vez más con extraordinaria plasticidad: «avec de la démocratie á la base et de la représentation dans 1’édifice politique» (20). Veamos, pues, en qué consiste una y otra. En primer lugar, y, una vez más, frente a Rousseau, Sieyès demanda en todo momento una “verdadera representación” («vraie représentation»), a saber: el representante actúa «por cuenta» del representado, no existiendo sino un previo contenido genérico, pero en modo alguno una voluntad concreta a transmitir. La voluntad política se elabora y construye a lo largo del proceso de mediación representativa, excluyendo el mero traslado por parte del representante de un contenido preliminar y originario. Los diputados tienen como tarea no dar traslado a una opinión ya formada, sino para deliberar y votar libremente según su opinión, tras un proceso de deliberación en la Asamblea: “les deputés sont a la Assemblée nationale, non pas pour y annoncer le voeu déjá formé de leurs commetants directs, mais pour y délibérer et y voter librement d’aprés leur avis actuel, éclairés de toutes les lumiéres que l’Assemblée peut fournir”. Por consiguiente, la representación ha de ser libre y no un rousseauniano «pouvoir commis», incapaz de reducir la multiplicidad diversa de intereses a la mínima unidad política indispensable. Dicho de otra manera, la representación resuelve el problema capital del tránsito de la voluntad a la acción, de la necesidad de tomar una decisión política, esto es bajo la restricción del tiempo limitado que no pesa en la deliberación filosófica, que vincule legítimamente a los ciudadanos. Solamente así, desde el punto de vista de la decisión que consigue hacerse obedecer por ciudadanos libres, podrán agregarse las preferencias y se alcanzará la necesaria síntesis generadora de la voluntad general como voluntad de la mayoría: «El método de nombrar simples portadores de votos resulta esencialmente vicioso: viéndose los diputados obligados a atenerse escrupulosamente a la opinión de sus comitentes, no pudiendo conciliarse entre ellos, resulta a menudo imposible obtener de la totalidad de los votos una voluntad común. Ahora bien: es precisamente una voluntad común lo que se necesita... la comunidad se determina a otorgar más confianza a sus mandatarios. Los provee de procuración, al efecto de reunirse, deliberar, conciliarse y decidir en común; entonces, en lugar de simples portadores de votos aquélla dispone de verdaderos representantes» (21). A partir de esa posición de partida, Sieyès desarrolla un originalísimo diseño de la representación, del que apenas quedará rastro alguno en la Constitución de 1791; a saber: a) Exclusión del mandato imperativo, característico, a su entender, de la democracia, en razón de que imposibilitaría tanto la decisión común por mayorías , cuanto la deliberación política, esto es, aquel someterse a la prueba del mejor argumento que matiza o incluso modifica las preferencias iniciales de los diputados (« délibérations »): «Le Peuple dans un pays qui n’est pas une démocratie (et la France ne sauroit 1’étre)... ne peut parler, ne pet agir que par ses Représentants» (22). El mandato imperativo estaría, a su entender, en contradicción con el 10 concepto racionalista e ilustrado de deliberación – que no mera “discusión” - parlamentaria propio de Sieyès, esto es, con el postulado de la accesibilidad de la verdad por medio de discusión pública, la producción política de las preferencias en el seno de las instituciones, facilitada a juicio de la “ilusión de lo político” del abate por la supresión de la diferencia esencial (jurídica) de intereses, como sabemos, exclusivamente generada por el privilegio – “perjuicio de los más en beneficio de los menos”, tal y como se afirma en el locus classicus: el Ensayo sobre los Privilegios. b) Pero, y ello resulta decisivo, exclusión asimismo de la independencia absoluta del representante, habida cuenta de que la peculiar dinámica de la confianza que se ubica en la base de todo su sistema, impide la alienación de los derechos del elector y la autonomía completa del elegido, en ajenidad a cualquier control que el cíclicamente electoral. A tales efectos diseña el abate una serie de medidas concretas: 1) mandatos representativos de corta duración (“changer souvent”); 2) listas de elegibles – a su juicio, “uno de los más poderosos dispositivos políticos”- renovadas anualmente en razón de la confianza, a cargo de las asambleas primarias, con la no inclusión en las mismas de quienes no fueran merecedores de aquélla (“radiation”); y, sobre todo, 3) la posibilidad de revocación (“révocation”), esto es, expulsión de las listas de elegibles de quienes no han mantenido la confianza de los electores. De forma tan concluyente como habitualmente desconsiderada, y una vez más en capital diferencia respecto al texto de 1791 y la “representación absoluta”, Sieyès, autonomizándola de su originaria vinculación al mandato imperativo, defendía la fundamental posibilidad de revocación de los elegidos por parte de los comitentes: «La misión encomendada a los representantes no puede implicar jamás una alienación. Esta misión es esencialmente libre, pero constantemente revocable y limitada, a juicio de los comitentes, tanto en el tiempo cuanto en lo que a la naturaleza de los asuntos respecta» (23). He aquí, pues, la irreducible especificidad de la teoría de la representación de Sieyès, cristalizada en un «gouvernement représentatif», articulado, según propia expresión, como «base démocratique et 1’édifice represéntatif”. En el discurso del año II del 2 de Termidor, tras haber manifestado, con rotunda claridad, que “en modo alguno apuntamos a una posible superación del sistema representativo: más allá de éste no existe sino usurpación, superstición y locura”, se defiende, sin embargo, de modo muy significativo en lo que aquí nos ocupa, de las pasadas críticas de los jacobinos: “Los amigos del pueblo de aquellos días…en su crasa ignorancia, juzgaban el sistema representativo incompatible con la democracia, como si un edificio fuera incompatible con su base natural; o bien entendían posible mantener solamente la base, imaginando sin duda que el Estado debería condenar a los hombres a vivaquear toda su vida” . Postulados éstos tan centrales en el sistema de Sieyès que, más allá de los importantes cambios que luego se verán, volverá a repetir a Boulay de la Meurthe a la altura de 1799: “La democracia debe constituir, sin embargo, la base de todo el sistema representativo y el Establecimiento público. El gobierno alzado sobre 11 esta base debe ser necesariamente representativo y no puede en modo alguno reducirse a aquella base. Se trata, en definitiva, de una República representativa” (24). Ahora bien, ¿cómo se configuraba institucionalmente esta base democrática del edificio representativo?. Sieyès no deja este interrogante en el aire, y su respuesta es bien clara: mediante un específico ámbito institucional, las Asambleas primarias. Elemento central del «gobierno representativo» de nuestro autor, las Asambleas primarias, también denominadas por el abate Comicios, se hallaban integradas, en cada barrio, por aquellos ciudadanos políticamente activos (según los criterios que luego veremos) en número nunca superior a los 600 0 700, en cuyo caso se subdividirían. Las Asambleas, sin embargo, y a diferencia de lo que su nombre pudiera sugerir, no consistían solamente en reuniones periódicas de ciudadanos para discutir, elegir y controlar a los diputados, sino que se concebían por el abate como auténticas células básicas implicación ciudadana en la cosa pública. Así, lejos de disolverse una vez realizado su cometido electoral, obsesión del Comité de Constitución, entre las adicionales funciones que Sieyès les señalaba es de destacar, a los efectos que aquí interesan, la confección de las listas de elegibilidad, por medio de las que se realizaría la proposición de candidaturas. Funcionalidad que sería, una vez más, eliminada por el Comité de Constitución y no figuraría en el texto de 1791. En ausencia de partidos políticos, el abate atribuía a estos “comicios” la selección de candidatos en un primer nivel y su posterior control. Otro tanto sucedería, por lo demás, en los niveles departamental y nacional. Todos los ciudadanos activos que merecieran un tal «honor» -habida cuenta de que ser elegible (a diferencia de elector) no constituía, a juicio del abate, un derecho universal, sino reconocimiento honorífico de un especial mérito y depósito de confianza por parte de la ciudadanía- serían inscritos en las listas de elegibles. Las Asambleas primarias confeccionarían anualmente estas listas de elegibles –“una suerte de mayorazgo político, electivo y revocable” en palabras de nuestro autor - por votación de mayoría de sus miembros, y nadie podría acceder a ningún puesto público sin haber estado incluido previamente, al menos un año, en alguna de ellas. Sería, en su modelo, sobre los candidatos que figurasen en estas listas entre los que recaería, en su caso, la elección. Predicado en un primer momento para representantes del orden ascendente o legislativo, cuanto administrativo para el descendente, Sieyès, sin embargo, introduciría, a tenor de la experiencia, una modificación en este último caso. Los funcionarios serían elegidos por los niveles superiores y no por los administrados de su propio ámbito territorial. Ahora bien: la cesación de la confianza daría lugar, como señalábamos, a la ruptura del vínculo representativo a través de dos institutos: la revocación (cese de un representante durante su período de mandato) o bien la radiación (no inclusión en la lista de elegibilidad anual). De 12 este modo, en el orden legislativo, los representantes serían revocables por las respectivas Asambleas de electores y radiables por la Asamblea que los designó elegibles (en este caso con una garantía: el requisito de una mayoría reforzada de ¾). En la Administración, a su vez, los representantes serían revocables por sus superiores jerárquicos y radiables por las Asambleas primarias respectivas. En el orden judicial, se establecía asimismo un escrutinio de eliminación anual, donde el voto en blanco implicaría apoyo al juez en ejercicio, pudiendo proponerse otros nombres alternativos. He ahí, en definitiva, el sentido último de la usualmente malinterpretada máxima del abate: «La confiance vient d’en bas, le pouvoir vient d’en haut» (25). Así pues, en el modelo de nuestro autor, las Asambleas primarias se postulaban como vemos no sólo con una finalidad meramente electoral, tras lo cual habrían de disolverse. Recuérdese que esta sería, sin embargo, la solución adoptada por los constituyentes de 1791. En el artículo 1, de la sección IV, de la Constitución de 1791, se disponía esta limitación a la sola elección y su inmediata desaparición (“séparation”) una vez realizada aquélla: «Les fonctions des Assemblées primaires se bornent á élire; elles se sepáreront aussitót aprés les élections faites...». Las Asambleas primarias de Sieyès, por el contrario, debe insistirse en ello, se consideran auténticos órganos de control y participación ciudadana, de colectivo «oeil de la Révolution», órganos de democracia de base con capacidad, no de decisión legislativa autónoma ni de mandato imperativo alguno, sino de revocación y radiación, destinadas a la fundamental misión de, en palabras de extraordinario aliento republicano: “refrescar con una corriente de espíritu democrático a los representantes” («raffraichir les représentants d’esprit démocratique» (26). Solo así puede entenderse porqué, en Algunas ideas de Constitución aplicables a la ciudad de Paris, el abate las considerara como piedra ancilar de todo su sistema: “Las Asambleas primarias…constituyen la verdadera y única base sobre la cual debe alzarse tanto la Constitución nacional cuanto la Constitución municipal particular de cada Ayuntamiento”. Y no es el único lugar de una tan alta ponderación de estas Asambleas, en el manuscrito de Bases del orden social puede leerse en el mismo sentido: “Las Asambleas primarias son el verdadero fundamento del Estado y contienen todos sus elementos. Hállanse integradas por todos los ciudadanos que poseen voluntad y capacidad de asistir. Fundamentar el edificio social sobre otra base supone errar por completo, pues resulta deseable que la legislatura se vivifique de espíritu democrático” (27). Funcionalidad esta que, sin embargo, sería por completo desconsiderada por el Comité de Constitución de 1791 en cuyo texto final no aparece ya rastro alguno de estos cometidos. Esta es otra de las razones fundamentales por las que el modelo de representación que Sieyès postula se diferencia netamente del mandato representativo, tal y como se fijaría en la Constitución de 1791, de donde pasaría al Derecho constitucional occidental, el cual supone la autonomía absoluta del representante frente a los representados. Totalmente ajeno a esta lógica de la desvinculación de los representantes, su modelo de base democrática y edificio representativo presenta los rasgos totalmente originales ya mencionados y que ahora podemos precisar de modo más sustantivo: 13 1. Reducción al máximo del tiempo del mandato parlamentario (en concreto, a tres años de duración; e incluso en algunos manuscritos del abate a tan sólo dos años) y renovación por tercios anual, así como no reelegibilidad inmediata de los diputados hasta transcurrido un período de tres años tras un mandato. Las Asambleas primarias elegirían el primero y segundo tercios a cesar, con lo que los diputados estarían controlados a través de este dispositivo, toda vez que evitarían ser cesados los primeros. En efecto, previsiblemente : «on s’efforcera de ne pas mériter ce choix» (27). 2. Posibilidad de revocación y radiación de los diputados por las Asambleas primarias, caso de quebrarse la confianza ciudadana en el representante. Pero la revocación requeriría, sin embargo, a efectos de garantizar un uso controlado del instituto, al abrigo de las “pasiones de la inmediatez y las enemistades personales”, una mayoría reforzada de los tres cuartos de la Asamblea electiva correspondiente. Las Asambleas primarias, así, además de una función puramente electoral, proporcionarían ese «aire fresco democrático» de impulso y vigilancia al entero edificio representativo, y esto no debe olvidarse, en sus tres grados: municipal, departamental y nacional. 3. Del mismo modo que las Asambleas primarias debían fijar sus listas de elegibles para la representación, las Asambleas parlamentarias en sus tres niveles (provincial, distrito y nacional) deberían confeccionar listas de elegibilidad para la Administración en sus diferentes cuerpos. De esta suerte se conseguía que “los ciudadanos no nombrarán en modo alguno a los funcionarios públicos, pero éstos tampoco podrán ser nombrados sino de entre aquellos que hayan sido previamente seleccionados por los ciudadanos” (28). 4. Reorganización integral igualitaria del territorio político francés, lo que Sieyès denominaba, como ya hemos visto, Adunation politique, sobre la base de unidades departamentales, abstractas y ajenas a cualquier influencia política procedente de una comunidad histórica tradicional o privilegio jurisdiccional-territorial. Como diría en las Observaciones al Comité de Constitución: “Siempre seréis bretones y provenzales, solo que además, os felicitareis por haber adquirido la cualidad de ciudadanos. Y así todos llevaremos algún día el nombre de franceses, pudiéndonos sentir orgullosos de ello, y no solamente, por cierto, en el teatro, toda vez que este nombre designará a unos hombres libres”. Y sobre esta base, establecimiento de un sistema de representación proporcional en razón a tres factores diferenciados: a) Territorio: donde la igualdad de superficie de los nuevos departamentos se traduciría en un número fijo de diputados por cada uno de ellos; b) Población: un cierto número de diputados se distribuiría en proporción a la población respectiva de los departamentos; y c) Contribución: un mayor índice de pago de tributos -incluidos tanto el volumen de impuestos 14 cuanto el monto del tributo voluntario o «cívico» que abre las puertas a la ciudadanía activa, como luego veremos- se traduciría, igualmente, en un mayor número de diputados. Por otra parte, ya se ha señalado más arriba el antifederalismo centralista que preside el concepto de adunation politique: Francia “no puede ser un conjunto de pequeñas naciones”, por el contrario, era y había de ser un solo Estado, “un gran todo”, “sometido a una sola ley y a una sola administración”, frente a la pluralidad superpuesta de varias administraciones y varios poderes legislativos, de la federación y los Estados, en la Compound Republic. Pues bien, ahora podemos observar como este antifederalismo se encuentra íntimamente vinculado con el modelo representativo de base democrática del abate, en su lucha contra los privilegios jurisdiccionales y territoriales del Antiguo Régimen. En un denso pasaje de su “Opinión sobre el veto real”, Sieyès, atento siempre tanto a las instituciones como a los actores, y con el mundo del Privilegio y las jurisdicciones territoriales en mente, sintetiza esta conexión interna de forma insuperable: “Todo estaría perdido si nos permitiésemos considerar a los municipios que se establezcan, o a los distritos, o incluso a las Provincias, como otras tantas repúblicas vinculadas solamente por las relaciones de fuerza o protección común. En lugar de una Administración general que, partiendo de un centro común, alcance uniformemente hasta los lugares más alejados del imperio; en lugar de una legislación cuyos elementos constitutivos, proporcionados por los ciudadanos, se remontan desde la base hasta la Asamblea nacional, única encargada de formar la voluntad general; en lugar de esa voluntad recayendo, a continuación, con todo el peso de una fuerza irresistible sobre las mismas voluntades individuales que han contribuido inicialmente a su formación; en lugar de todo ello, en verdad os digo, tendríamos un reino erizado en su interior de barreras de toda especie, un inmenso caos de costumbres, reglamentos y prohibiciones particulares en cada localidad” (29). Sin embargo, el antifederalismo y la centralización frente a los «países» y regiones, no debe ocultar la originalidad del modelo de grandes municipalidades propuestas por Sieyès, como ámbitos de participación ciudadana y de control político de los representantes, con un territorio semejante al de algunos cantones suizos o mejor aún, en sus propias palabras, las polis griegas –“comparable alors aux anciennes républiques graecques dans les beaux temps nous offrira des modéles dans tous les genres”. Puede hablarse así, en el abate, de una descentralización municipal que trataba de propiciar un gobierno local autónomo y representativo, con amplias competencias legislativas y ejecutivas: “Todas las comunas deberán organizarse de dos formas muy diferentes. Como Municipalidades, deberán tener una Legislación y una Administración particulares, que afectarán solamente a sus localidades… la segunda organización con que habrá que dotar a las Comunas, depende de la unión política que se decida adoptar para hacer de todas las partes de Francia un gran todo, gobernado por la misma legislación y la misma Administración nacionales” (30). De ahí las reiteradas afirmaciones representativomunicipalistas que pueden leerse en sus manuscritos: “Las Asambleas de los cantones son los verdaderos principios de la gran sociedad. Sobre esta base debe residenciarse la Constitución municipal de cada lugar, y la constitución nacional para el conjunto”. El comité de 15 Constitución, por el contrario, seducido por el encanto de la uniformidad ( “la charme de l’uniformité”) y desechando lo que el propio Mirabeau calificara de “mera sutileza” (“une vaine subtilité”) de nuestro autor, aprobaría un modelo fuertemente centralizado sobre la base de la dispersión molecular en la “hidra municipal” de 40.000 municipalidades dotados apenas de competencias: “qu’il y aura une muncipalité dans chaque ville, bourg, paroisse ou communauté de campagne” (31). En definitiva, desde el punto de vista de los principios y el diseño institucional, como puede comprobarse, el modelo de Sieyès, un sistema representativo como el antedicho, basado en una confianza sometida a un control sobre las personas de los representantes (revocación), que no a priori sobre sus actos (exclusión del mandato imperativo), así como en una articulación de democracia participativa y representativa, se diferencia notoriamente tanto del modelo rousseauniano, en la recepción francesa del ginebrino de 1789-1793, que desechaba la representación y postulaba la democracia directa; cuanto del modelo 1791, que excluía, como es sabido, cualquier control del elector sobre el elegido y reducía la participación política a la sola elección. No hay pues, rastro alguno en el abate, de una supuesta evolución desde una inicial postulación del mandato imperativo a la posterior defensa del mandato representativo libre: ni uno ni el otro fueron nunca defendidos por Sieyès. Esta interpretación, sin embargo, alcanzó cierta notoriedad cuando, a partir de una referencia de Otto von Gierke en su Althussius, se vería recogida y ampliada, con patentes efectos distorsionadores, por destacados juristas alemanes, profundos analistas y conocedores por lo demás de la Revolución francesa, como Egon Zweig y Karl Löwenstein muy influyentes, a su vez, en la lectura de aquélla por parte de Carl Schmitt, pasando posteriormente a otros autores (32). Pero esto es todo, pues al hilo de estas abismales diferencias con el modelo de 1791, algo más apunta en los planteamientos del abate de Fréjus: una evidente conexión con la tradición política del republicanismo. Filiación republicana del abate que se ha visto, empero, reiteradamente descuidada en razón tanto de la tergiversación de su modelo de representación, cuanto de un canon interpretativo dominante en la historia del pensamiento político, que interpone, de modo harto discutible, un abismo insalvable entre las tradiciones del republicanismo clásico y el liberalismo (33). En este orden de cosas hemos de señalar que Sieyès, quien, debemos recordarlo, se situaba en las antípodas del moralismo revolucionario de la virtud exaltado por los jacobinos, propondría, sin embargo, ya en 1789, que las asambleas primarias fueran consideradas como auténticas familias políticas, pequeña comunidades, “componentes iguales de la gran familia nacional”. Se completaría así, a su entender, el mecanismo de la adunation, deudor del doble cometido de participación y control que ya hemos examinado, con el adicional dispositivo de la asimilation, esto es, con la socialización, la creación de vínculos políticos comunitarios entre los ciudadanos mediante aquellas unidades elementales de la vida cívica. Así, por ejemplo, las 16 fiestas políticas con base en las Asambleas primarias, consistían a su juicio “uno de los medios mas adecuados para acercar a los ciudadanos, moralizarlos, gobernarlos –“les policer”-. Todo esto nos conduce, más allá de su sólita imagen de mero «faiseur de constitutions» o «constituant en chambre», a un Sieyès para quien el «gobierno representativo» no se agotaba, en modo alguno, en un sistema formalista, en el que todo su valor provendría exclusivamente de su “maquinaria” o «tecnología» jurídico-constitucional, sino que a través del civismo (“civismo”) se prolongaba como auténtico proceso de democratización (34) . Por esta razón debemos añadir algunas características adicionales de su gobierno representativo, tradicionalmente desatendidas. Entre ellas, podemos apuntar las siguientes: 5. Fomento de una auténtica opinión pública por medio del desarrollo de la prensa y la circulación de libros y folletos de debate político, así como, y sobre todo, por el establecimiento de un nuevo y eficaz sistema de instrucción pública. En este aspecto la colaboración con su amigo Condorcet, que fraguaría en proyectos como el rápidamente clausurado Journal d’Instruction Sociale, pondría de relieve la centralidad para el abate de esta dimensión republicana de su sistema, que apuntaba a la ampliación de la ciudadanía activa. Preocupaciones que Sieyès desarrollaría en minuciosos proyectos legislativos de gran interés y novedad en el año 1793: provisión de un sistema de educación pública y gratuita para todos los niños a partir de los seis años; creación de una red de escuelas, sobre la base de una escuela por cada mil habitantes, lo que supondría un total de 24.000 escuelas nacionales en toda Francia; diseño de oficinas de inspección escolar etc. etc. (35). 6. Creación, por último, de una «moral ciudadana» de participación activa en la política, el «civismo» en términos del abate, destinada tanto a implicar al mayor número de ciudadanos posibles en la base democrática de elección y control (ciudadanía activa) del edificio representativo, cuanto a evitar la constitución de una nueva «aristocratie politique», objetivo este último omnipresente en los escritos de Sieyès. Esta ciudadanía cívica se cultivaba mediante la participación en la Guardia nacional, en los jurados y la vida activa en las asambleas primarias. En este sentido, además, diseñaría desde listas cívicas de inscripción de los mayores de edad política, hasta calendarios de fiestas nacionales (con un total de 40 eventos a escala nacional y local), pasando por el otorgamiento de honores y celebraciones en exaltación de los valores cívicos. Así, por ejemplo, reforzando el hecho capital de que las Asambleas Primarias para Sieyès no consistían únicamente en dispositivos electoralrepresentativos sino democráticos, el abate propuso, con claro espíritu republicano, que la primera recepción de un joven en una de estas asambleas como ciudadano “activo” debería constituir un “jour de fête” (36). 7. Asimismo, y en lo que al estatuto de ciudadanía se refiere, existen sustantivas diferencias entre la concepción de Sieyès y la de la ponencia constitucional de 1791. En efecto, 17 tras la aparente aceptación por el Comité de Constitución de la distinción del abate entre ciudadanos activos, que disfrutaban de derechos políticos, y ciudadanos pasivos, que gozaban tan sólo de las ventajas generales de protección, seguridad, trabajos públicos e incluso asistencia social del establecimiento público, subyacían perspectivas ciertamente divergentes. Una coincidencia parcial se produciría en torno a un concepto elitista del electorado pasivo. Ahora bien, a la necesidad del requisito censitario de 1791, la disposición de un nivel de renta, en cuanto señal de interés y responsabilidad por la cosa pública, capacidad intelectual y formación, el abate contraponía el sólo pago de una cantidad de 12 libras por parte del eventual candidato, y afirmaba claramente, además, que los requisitos ideales para ser elegible “en la actualidad no pueden exigirse en todo su rigor” (37). Esto es, si bien el gobierno debía ser patrimonio, también para Sieyès, de las «classes disponibles» cuya mayor formación facilitaba su naturaleza de «expertos» de la cosa pública - al tiempo que su mayor interés en el buen funcionamiento de la misma, habida cuenta de su carácter de verdaderos «accionistas» del Estado - su posición distaba mucho de los requisitos exhorbitantes exigidos por el Comité de Constitución. Este último establecería que, para ser elegible a la Asamblea nacional, resultaría finalmente preciso pagar el célebre “marco de plata” y poseer una propiedad fundiaria. Sieyés y el Comité de Constitución, coincidirían aún menos en lo que a la “ciudadanía activa” se refiere. Para ambos, los ciudadanos activos 1) prestarían el servicio militar en la Guardia Nacional (de la que el Decreto de 15-VI-1790 excluía a los ciudadanos pasivos); 2) formarían parte de los Jurados y 3) contribuían fiscalmente al sostenimiento del Estado. Ahora bien: en lo que atañe al acceso a la condición de ciudadano activo, las diferencias eran, una vez más, sustanciales. El abate consideraba, ante todo, que “No podemos en la actualidad ser en exceso exigentes en cuanto a las condiciones necesarias para devenir ciudadano activo en Francia”. En consonancia, postulaba un tributo cívico de escasa cuantía (es más: la menor posible, «la plus petite taxe possible») y carácter voluntario: “Escaso interés mostrarían, en efecto, en participar y votar en la Asamblea (primaria) quienes no satisficieran tan ligera suma, por lo que toda crítica a esta condición carecería de sentido” (38). Contribución que demostraría, pues, a su entender, el mínimo compromiso con la cosa pública necesario para ejercer responsablemente los derechos políticos en las Asambleas primarias por parte de los ciudadanos, y en modo alguno se destinaba a la exclusión censitaria de amplios sectores de la población. En efecto, y centralmente en su ideario, para el abate, «los derechos políticos, del mismo modo que los derechos civiles, deben vincularse a la cualidad de ciudadano. Esta propiedad legal es idéntica para todos, sin distinción alguna derivada de la mayor propiedad real de que goza cada individuo. Todo ciudadano que reúna las condiciones fijadas para ser elector tiene derecho a hacerse representar, y su representación no puede ser una fracción de la representación de otro. Este derecho es uno y todos han de ejercerlo igualmente» (39). He aquí, pues, una diferencia capital: mientras para Sieyès el sufragio es un derecho que sólo el atraso económico y social de Francia impide sea inmediatamente generalizable, y se plantea el problema derivado del 18 fundamento iusrracionalista que promueve el objetivo irrenunciable de la progresiva ampliación de estos derechos, para el Comité constituyente, el electorado, si bien en modo alguno resulta una mera función, en la línea de desconfianza de Montesquieu, la perspectiva es mucho más elitista, censitaria y estática. La vocación universal del sufragio y de los derechos de la ciudadanía, que nuestro autor reclama, constituyen, muy diferentemente, parte central y sustantiva de su modelo de gobierno representativo: “No podéis negar la cualidad de ciudadanos y los derechos del civismo a esta multitud sin instrucción, a la cual un trabajo forzoso absorbe por entero. Toda vez que deben obedecer la ley del mismo modo que vosotros, deben asimismo, como vosotros, concurrir a hacerla. Y un tal concurso debe ser igual» (40). Por su parte, y como es sobradamente conocido, el Comité de Constitución establecería un requisito censitario de acceso al voto que suponía de facto la exclusión de la mayoría de la población (en concreto: una proporción de 16 ciudadanos activos por cada 100 habitantes) e inauguraba el sufragio censitario. Sin embargo, no acaban ahí las diferencias en cuanto al electorado activo. En efecto, Sieyès se sitúa, al respecto, en una perspectiva de lo que, en relación con aquel contexto histórico, podríamos considerar como sufragio universal tendencial. En efecto: 1. Por lo que se refiere a la exclusión de las mujeres del derecho al sufragio, el abate, al abordar el tema, indica que mientras en los países europeos las mujeres pueden ser reinas, sin embargo, y, «par une singuliére contradiction», se les impide el ejercicio del voto, de tal suerte que, «obedeciendo a un prejuicio que no se permite la menor sombra de duda, nos vemos forzamos a prescindir, a efectos electorales, de al menos la mitad de la población total» (41). Posición que, como ocurre en todo lo tocante a la representación, sitúa al abate, más allá de la misoginia de la que hace gala en sus manuscritos (42), en la proximidad de la posición de Condorcet bien que sin alcanzar la nitidez y sustantividad de los planteamientos de éste (43), y en patente ajenidad, tanto a la del Comité de Constitución cuanto a los jacobinos. 2. Pero además reconoce el abate que “hay entre nosotros una clase de ciudadanos en derecho no lo son, sin embargo de hecho”. De aquí resulta la exclusión de los mendigos y vagabundos por razones técnicas de garantía censal, o de los servidores domésticos, en clásica atención a su presumible voto cautivo de la “voluntad arbitraria de un amo”: «Ceux qu’une dépendance servile tient attachés aux volontés arbitraires d’un maitre.» (44). 3. Por último, el número de ciudadanos pasivos resulta contemplado por Sieyès en una perspectiva dinámica de progresiva reducción: “Corresponde a la Constitución y a las buenas leyes reducir cada vez más el número de ciudadanos pasivos hasta alcanzar el menor número posible”(45). 19 En fechas tan tardías como 1799, y cuando el sistema de Sieyès se endurece, tras la experiencia jacobina, seguiría oponiéndose al sufragio censitario y considerando que “el otorgamiento de la confianza no se encuentra restringida por ningún impedimento, ninguna condición de elegibilidad. Así, por ejemplo, la fortuna puede, sin duda, influir como medio de consideración en la elección, pero no constituye de por sí un elemento necesario”. Es más, como relata Boulay de la Meurthe: “Cuando en la discusión en el seno de las comisiones algunos exigieron listas de notabilidad reguladas sobre un listado de fortunas, Sieyès se opuso a ello frontalmente, afirmando que esta idea era aristocrática y que, por el contrario, la suya era la única auténticamente republicana” (46). En esta época, sin embargo, cambios de importancia tienen lugar en el sistema de Sieyès, tras el impacto de la experiencia del jacobinismo y la evolución posterior de los acontecimientos. Por una parte, el abate sigue manteniendo sus convicciones básicas: que la confianza viene de abajo y la autoridad de arriba, que “al pueblo y solo al pueblo” compete la elección desde las Asambleas primarias etc. Pero, por otra, introduce novedades institucionales que alteran y aún contradicen, en algún caso, aquéllos principios: una triple y sucesiva reducción a la décima parte de los ciudadanos elegibles en los tres niveles diferenciados (municipal, departamental y nacional). Y sobre todo, el protagonismo de dos nuevas instituciones el Colegio de Conservadores (Collège des Conservateurs) y el Gran Elector (Grand Electeur), que luego veremos al referirnos al diseño de la división de poderes en el abate. Todo ello debe enmarcarse además en la participación de todos los ciudadanos – siguiendo el abate, una vez más, el principio republicano de que “la ley debe ser la obra libre de quienes deben de obedecerla”- en las varias funciones de las Asambleas primarias: “Las clases menos disponibles del pueblo y aún los ciudadanos más ajenos a los conocimientos del interés público resultan, sin embargo, del todo indicados a efectos de otorgar su confianza. Esta aptitud no puede ser contestada… el pueblo sencillo, en la mayor parte de los países, puede no disponer de una idea formada sobre las cualidades necesarias para representarlo en el Cuerpo legislativo, pero no se equivocará, sin embargo, designando a los ciudadanos más honestos del cantón para que estos realicen, a su vez, en las asambleas superiores, la elección más importante para la cosa pública” (47). 3.- División de poderes y Tribunal Constitucional. Por último, resulta de interés mencionar las derivaciones que una tal formulación del «gobierno representativo» poseen para con el otro pilar básico del constitucionalismo histórico: la separación de poderes, frente al sólito modelo británico, de gran influencia en la época, no solamente en Mounier, sino en otros miembros del Comité de Constitución (Lally-Tollendal, Bergasse, Clermont-Tonnerre, etc.). De hecho, quienes leen al abate desde el canon dominante de su equiparación al modelo representativo de 1791, y al margen de la conexión conceptual 20 entre Nación y Revolución, no pueden ocultar la extrañeza que les produce la crítica actitud de aquél para con el sistema político británico: «Me temo que esta pregonada obra maestra no pueda resistir un examen imparcial a la luz de los principios del verdadero orden político. Quizá reconozcamos en ella más el producto del azar y sus particulares circunstancias que la influencia de la razón. Su Cámara Alta, por ejemplo, se resiente de la época de la Revolución. Ya hemos señalado que apenas se la puede considerar más que como un monumento de superstición gótica» (48). Efectivamente, el abate, a la luz de todo lo antedicho, no podía por menos de mostrarse en extremo reacio a la implantación en Francia del modelo representativo británico. Y ello, al menos, por dos razones esenciales: 1) Aquél otorgaba una representación especial a la nobleza en cuanto tal en la Cámara de los Lores, lo que reforzaba el privilegio frente a la ciudadanía formalmente igual ante la ley: «¡Ved cómo la representación nacional es allí deficiente en todos sus elementos en opinión de los propios ingleses!». Y 2) la institucionalización del conflicto entre estamentos y sus respectivos intereses se inscribía, además, como principio del funcionamiento de las instituciones británicas frente a la idea de Sieyès de los «intereses comunes» como «únicos representables” (49). Ciertamente, el modelo de Sieyès implicaba que, una vez eliminada la nobleza, la propia abolición de los privilegios instauraría una homogeneidad esencial de intereses sociales, la cual, a través, en primer lugar, de la voluntad unitaria expresada en la Constitución y, en segundo lugar, de la acción uniformadora del Estado, de la adunation politique y el gouvernement représentativ, dispensaría de la necesidad del contrapeso de unos poderes concebidos como portadores de intereses sociales diferenciados. En definitiva: el abate propone, como ya hemos visto, frente al sistema de contrapesos, un modelo basado en la superioridad jerárquica de la Constitución escrita y un Estado constitucional sin soberano. Bien se comprende, pues, la enemiga radical de nuestro autor a un régimen político como el británico, cuyo Parlamento se componía de tres órganos: Rey, Cámara de los Lores y Cámara de los Comunes, precisamente confrontados en mutuo «balance». Ante todo para Sieyès, Rey y Parlamento eran órganos constituidos, destinados al ejercicio de dos funciones diferenciadas: ejecutiva y legislativa. Por ello no podía concebirse una soberanía del Parlamento como suprema expresión de la voluntad del pueblo, toda vez que la ley debía ajustarse a la Constitución y el Estado constitucional imposibilitaba por definición la presencia de un soberano en su interior. Además, tampoco el monarca podía ser admitido como colegislador, colaborando solamente a la integración de la ley a través del requisito formal de la sanción y promulgación. Por otra parte, no había motivo alguno para una división del legislativo en la Cámara Alta y la Cámara de los Comunes, en razón tanto del preliminar anéantissement de la nobleza y su no lugar en el nuevo orden del derecho; cuanto de la imposibilidad de una segunda Cámara federal, excluida por el centralismo de la adunation: 21 “una legislatura, es decir, solo un cuerpo de representantes encargados de votar la ley, con sede en una sola Cámara. Tras haber puesto en representación, de un lado, la postulación de las necesidades de los ciudadanos; de otro, las necesidades de los gobernantes y los gobernados, es preciso pronunciar y consecuentemente, hacer representar la voluntad nacional por un cuerpo que, solamente él, constituya la legislatura. Esto es, una suerte de tribunal supremo de la nación, encargado de hacer justicia a las proposiciones de una y otra parte, una vez defendidas, debatidas, contradichas o convenidas, en tanto estime son útiles al pueblo que representa su voluntad (50)”. Sin embargo, el abate admitiría una peculiar división interna, por motivos técnicos, del cuerpo legislativo. En efecto, en su opinión, como vimos, en el procedimiento legislativo solamente la decisión debería ser tomada por un órgano único, pero la proposición y la deliberación podrían muy bien ser distribuidas en comités o comisiones. En definitiva, su peculiar división de poderes pasaba por «pas employer plusieurs corps de représentants á la construction du même ouvrage, mais confier á divers représentants des parties différentes de manière que le résultat produise 1’ensemble». De ahí su posición concluyente: « requiero que esta legislatura no pueda jamás aprobar un decreto de propia iniciativa… no es necesario permitir a la legislatura voluntades espontáneas, decretos al albur de su propia iniciativa,…la primera característica de la legislatura no es suponer la necesidad sino escucharla; no legiferar espontáneamente, sino aguardar la demanda pertinente” (51). La necesidad de articulación de todos los “engranajes” que componen la “máquina política” motiva en Sieyès una concepción de `poderes donde la necesidad de evitar la concentración en una sola de las ramas del Establecimiento público, ejecutivo o legislativo, se conjuga con la atención a las posibilidades de parálisis en caso de separación absoluta, postulando por el contrario una “unité organisée des pouvoirs”. En otro orden de cosas, la división funcional de poderes se traduciría asimismo en un reforzamiento de la jerarquía entre los órganos constituidos y, por ende, en la centralidad del legislativo, bien que no como la “expresión de la voluntad general”, interpretación frecuente en la Revolución cuanto en la posterior tradición francesa. La atención homogénea al conjunto del sistema constitucional llevaría a Sieyès, a partir del año III, a la diferenciación entre el «poder ejecutivo» y el «gobierno». Este último poseería una naturaleza mixta funcional entre legislativo y «ejecutivo», manteniendo sin embargo el abate en todo momento la necesidad de base legislativa para los reglamentos y la actuación de la administración: “El funcionario público deviene culpable actuando no solamente de un modo directo contra ley, sino, asimismo, permitiéndose el menor acto oficial más allá o fuera de lo establecido por la ley…Y ello no podía por menos de ser así, toda vez que la existencia y los derechos del ciudadano le pertenecen en propiedad, siéndole otorgados por la naturaleza, limitándose la Ley a garantizarlos; el funcionario público, sin embargo, no tiene existencia ni capacidad de actuación sino en virtud de la Ley. De su parte, todo acto extralegal deviene usurpación de poder o existencia política, constituyendo un verdadero delito” (52). 22 Ello sería tan sólo el comienzo de una progresiva complejización y reorientación de su sistema, al hilo de los sucesivos proyectos de Constitución, si bien siempre bajo similares principios fundamentales., excepto en lo que atañe a una nueva manera de concebir la separación de poderes; ahora la perspectiva como se apunta en los discursos de Termidor: “en materia de Constitución política, unidad solamente es despotismo, y división exclusivamente es anarquía”. Ahora bien, en algunos casos estos desarrollos representativos proceden de ideas centrales al sistema del abate y rediseñan nuevos mecanismos, en otros, sin embargo erosionan parcialmente alguna de sus clásicas soluciones institucionales. Entre las primeras, debemos mencionar, sobre todo, deudora de la capital distinción entre poder constituyente y constituido, una de las mayores aportaciones del abate. A saber: la necesidad de un tribunal constitucional con el fin de que la superioridad formal de la Constitución, esto es, el postulado de que la Constitución como norma jurídica de obligado cumplimiento y no un texto político, se haga realidad: “Se requiere ante todo un Jury de Constitution (52) o, a efectos de afrancesar el término “jury”, distinguiéndolo del de Jurado, un Tribunal Constitucional. Esto es, un verdadero cuerpo de representantes con la misión especial de juzgar las reclamaciones contra todo incumplimiento de la Constitución…Si deseamos dotar de garantía y salvaguardar a la Constitución mediante un freno saludable que contenga a cada acción representativa sin desbordar los límites de su procuración especial, debemos establecer un Tribunal constitucional” (53). Propuesta en la que en el discurso del 18 de termidor del año III se insiste aún, si cabe, con mayor claridad: “Una constitución o es un cuerpo de leyes obligatorias o no es nada. Ahora bien, si es un código de leyes obligatorias, resulta preciso preguntarse donde residirá el guardián, la magistratura de ese código. Todas las leyes, sea cual fuere su naturaleza, suponen la posibilidad de infracción y, consiguientemente, la necesidad imperiosa de hacerlas obedecer” (54) Clave de bóveda del sistema de Sieyès, el Tribunal Constitucional, cuyas decisiones “llevarán el nombre de sentencias”, se configura , sin embargo, como un órgano representativo y no judicial, que expresa al mismo tiempo: 1) la superioridad efectiva de la Constitución sobre las leyes ordinarias, esto es, su consideración como un texto jurídico y no mero documento político declarativo (“los actos declarados inconstitucionales serán declarados nulos de pleno derecho”); 2) la institucionalización del poder constituyente que, a partir de este momento se convierte, salvo circunstancias excepcionales, en un poder de interpretación y revisión de la constitución, esto es, en un poder constituyente instituido; y 3) un mecanismo de salvaguarda frente a un régimen de Asamblea que, al estilo de la Convención, sobre la base de constituir la residencia de la soberanía del pueblo y la expresión de la voluntad general ilimitada, proceda a acumular despóticamente todos los poderes (legislativo, judicial y ejecutivo). Bien se percibe, también aquí, la abisal diferencia del sistema de Sieyès respecto a la de 1791 y la posterior tradición francesa de la “ley como expresión de la voluntad general”; de hecho, habría que 23 aguardar a la Constitución de la V República francesa para que se introdujera, y de forma muy limitada, un relativo control de constitucionalidad (55). Veamos ahora, brevemente, la composición y las funciones del Tribunal Constitucional. En lo que a su composición se refiere, y en razón de su naturaleza representativa, el Jury constitucional defendido por Sieyès se integraba por 108 miembros, renovándose por secciones de treinta y seis, nombrados por el propio Tribunal de entre los miembros salientes de la renovación del poder legislativo. Todo ello con el objetivo explícito de “que se considere la entrada en el tribunal Constitucional, al finalizar la carrera legislativa, como objetivo de emulación, como un testimonio visible de los servicios prestados a la patria en ese puesto de confianza. ¿No veis cuantos diputados desearán secretamente esta recompensa, completamente republicana por lo demás…?” (56). En lo que atañe a las funciones, tres eran las fundamentales que le atribuía el abate: ante todo 1) el control efectivo de constitucionalidad de las leyes; pero más allá de esto 2) la propuesta de reforma constitucional; y aún 3) su calidad de tribunal de “equidad natural” o de derechos del hombre en casos no previstos por la legislación positiva. Se diseñaba, así, por el abate una institución clave para la realización de la diferencia entre el poder constituyente y los poderes constituidos, de la que dependía capitalmente el valor normativo de la Constitución, pero que no superaría, sin embargo, a juicio unánime de la Asamblea constituyente la fatal pregunta dirigida por Thibaudeau. “Si el tribunal constitucional, cuyas funciones serán determinadas en su momento por la Constitución, sobrepasa sus límites ¿quién controlará su usurpación?”: “Quis custodiet et ipsos custodes?”. La propuesta de Sieyès, como tantas otras de sus aportaciones, pasaría al más absoluto de los olvidos (57). En otros casos, sin embargo, se apercibe como, en la medida que se acerca el fin de siglo, Sieyès introduce algunos diseños institucionales, de los que apenas quedan algunos rastros, salvo el testimonio de Boulay de la Meurthe (58), que vulneran, parcialmente, si no sus propios principios, al menos algunas de sus previas soluciones institucionales. Así, por ejemplo, se observa una creciente desconfianza en las Asambleas primarias, lo que motiva un complejo procedimiento de reducción de las listas de elegibles en una décima parte en los tres niveles sucesivos de representación. Se crea un Colegio de Conservadores a quien se encarga, además de culminar la pirámide de la reducción de elegibles a nivel nacional, la función doble de: 1) elegir a los representantes del cuerpo legislativo, en cuyo ejercicio, sin embargo, no participa, así como elegir también a los altos funcionarios; y 2) magistratura constitucional, incorporando algunas de las funciones del Jury connstitutionnaire: control de constitucionalidad y propuestas de reforma. Este colegio estaría integrado, por otra parte, por miembros vitalicios, cooptándose ellos mismos a partir de las listas nacionales de elegibilidad. Y finalmente se diseña la figura del Gran Elector como titular del poder ejecutivo –“el hombre de la Nación”- elegido por el Colegio de Conservadores. Entre sus atribuciones ejecutivas estaba nombrar a los jefes de gobierno (dos cónsules), revocarlos y reemplazarlos 24 “bajo la sola influencia de su razón, de su patriotismo y de la opinión pública bien constatada” (59). Esta nueva figura, controlada por la limitación que supone su ajenidad al poder legislativo, nulo poder ejecutivo directo y de la que apenas constan detalles, preanunciaba una suerte de Presidente de la República, que no rey: “pues necesitaría súbditos y en la República francesa los ciudadanos no son sino súbditos de la ley… y no es tampoco hereditario”. El Gran elector, así como todos los altos cargos del Estado estarían controlados por el Colegio de Conservadores, que poseería capacidad de absorción para cesar a quien supusiera un peligro para la República. La tenacidad del abate en retener sus principios de control y división de poderes, haría exclamar a Napoleón Bonaparte, disgustado por las limitaciones que aquél imponía al Gran Elector: “será una sombra, pero la sombra descarnada de un rey inoperante”. A lo que Sieyès respondería con sarcasmo: “¿Queréis, pues, ser Rey?”. (60). En fin, para el último Sieyès, entreverando nuevos y viejos argumentos y diseños: “La garantía del orden social reside en el Establecimiento público; la garantía de la libertad civil radica en la verdadera división de poderes; y la garantía de estos poderes, unos frente a otros, hállanse en el Colegio de Conservadores, magistratura suprema y necesaria para la defensa de la Constitución” (61). Sin embargo, pese a los intentos del abate – “Il faut en revenir aux idées de 1789”- en 1799, sucedería lo mismo que en 1789: las ideas de Sieyès resultarían desconsideradas en un texto constitucional que, más allá de algún préstamo circunstancial, permanecería sustancialmente ajeno a la compleja, trabada estructura de los principios de su ciencia política normativa. NOTAS (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (8) (9) Sieyès Vues sur les moyens d’exécution ed. EDHIS p 42. versión castellana en R. Máiz El tercer estado y otros escritos de 1789 cit. P 35 y ss Sieyès Bases del orden social en Escritos y Discursos cit. P. 235 Sieyès Manuscritos AN 284 AP5 Dossier 2 Sieyès Proemio a la Constitución ed. cit. P. 100. Sobre este aspecto Cfr. el trabajo seminal de Colette Clavreul L’Influence de la Théorie d’Emmanuel Sieyès sur les origines de la représentation en Droit Public cit. Vol 2 passim. Sieyés « Liberté et égalité » Manuscrito AN 284 AP6 Dossier 5 Sewell A Rhetoric of Bourgeois Revolution cit. p. 126 Sieyès Manuscrito AN 284 AP5 Dossier 2 Sieyès “De los beneficios de la libertad en el Estado y en el sistema representativo” en Journal d’Instruction Sociales nº III, 8 de junio de 1793 El locus classicus del trust en Locke en The Second Treatise chap. XIII, & 149, donde se relaciona, en primer lugar, el vínculo de confianza con el poder supremo o constituyente en sus relaciones con el legislativo:” Yet the legislation being only a Fiduciary Power to act for certain end, there remains still in the people a Supreme Power to remove or alter the legislative, when they find the legislative act contrary to the trust reposed in them. For all power given with trust for the attaining an end, being limited by that end, whenever that end is manifestly neglected, or opposed, the trust must necessarily be forfeited, and the Power devolved into the hands of those that 25 (10) (11) (12) (13) (14) (15) (16) (17) (18) (19) (20) (21) (22) (23) (24) (25) gave it” John Locke Two Treatises of Government ed. De Peter Laslett, CUP: Cambridge, 1960 p. 367 Benjamin Constant De la liberté des anciens comparée a celle des modernes ed. De Marcel Gauchet De la liberté chez les modernes Hachette: Paris, 1980 pp. 512-513. Las huellas de la teoría de la representación de Sieyès en su discípulo B. Constant, pese al giro de éste hacia un concepto de libertad concebida como independencia y la práctica eliminación de la base democrática del edifico representativo, son patentes: “El sistema representativo es una procuración dada a una un cierto número de hombres por la masa del pueblo que desea ver defendidos sus intereses y que, sin embargo, no posee el tiempo necesario para defenderlos siempre por si mismo… Por la misma razón los pueblos, que con el objetivo de disfrutar de la libertad que les conviene, recurren al sistema representativo, deben ejercer una vigilancia (“surveillance”) activa y constante sobre sus representantes, y reservarse a épocas que no esté separadas por largos intervalos de tiempo, el derecho de cesarlos (“le écarter”) si han procedido de forma irregular y de revocar (“révoquer”) los poderes otorgados si hubieran abusado de ellos” op. Cit. p. 512. Montesquieu De l’Esprit des Lois liv. III, 2 Sieyès Algunas ideas de Constitución aplicables a la ciudad de Paris en Escritos y Discursos cit. P65 Sieyès Opinión sobre el veto real en Escritos y Discursos cit. En Sieyès, la representación constituye, por emplear los conceptos de Weber en Economía y Sociedad, una “representación libre” ( freie Repräsentation) y no una ”representación vinculada” , pero no se basa en una Rechtstellung sui iuris habida cuenta que “il n’appartient pasa au corps des delegués de déranger les limites du pouvoir du pouvoir qui lui a été confié”. M. Weber Economía y Sociedad Traducción castellana de E. Ímaz y Ferrater Mora FCE: Mexico, 1944 t. I pp. 235 y ss. A este respecto vid. P. Pasquino Sieyes et l’invention de la Constitution en France cit. P. 67 y ss. Montesquieu L’Esprit des Lois II, 2. P. Bastid Sieyès et sa pensée Slatkine : Geneve, 1978 (Paris, 1939) p. 127 Sieyès Algunas ideas d Constitución aplicables a la ciudad de Paris cit. P. 65 M. Troper ya demostró en su día en una obra clave, frente a Carré de Malberg y los teóricos de « la loi expression de la volonté générale », que “dans la Constitution française de 1791, la fonction législative n’appartient pas exclusivement au Corps Législatif, mais elle est partagée entre le Corps législatif et le Roi » La séparation des pouvoirs et l’histoire constitutionnelle française LGDJ : Paris, 1980 p. 165 Sieyès « Sur l’intitulé des lois » Paris, 2 de mayo de 1791, Moniteur Vol. VIII p. 286 Sieyès Observations sur le Rapport du Comité de Constitution ed. cit. p. 129 y ss., donde el abate manifiesta su profundo desacuerdo con el Rapport du Nouveau Comité de Constitution fait à l’assemblée nationale le 9 de septembre de 1789 sur l’établissement des bases de la représentation proportionnelle. Sieyès Manuscrito AN 284 AP5 Dossier 2 Sieyès Bases de l’ordre sociale Manuscrito AN 284 AP5 Dossier 6 vesión castellana en R. Máiz Escritos y Discursos de la Revolución ed. cit p. 237 Sieyés Ideas sobre los medios e actuación en El Tercer estado y otros escritos de 1789 cit. P. 31. Sieyés Opinión sobre el veto real cit. P. 21 Sieyès Ideas cit. P. 67 La cita de Sieyés procede del dicurso de 2 de Termidor en Escritos y Discursos cit. p. 257 Sieyès Apperçu d’une nouvelle organisation de la justice et de la police en France Paris, 1790, en Escritos y Discursos cit. p. 159 26 (26) Sieyès Bases del orden social cit. p. 235. “Base democrática” del edificio representativo que resulta sistemáticamente desatendida por la mayoría de los estudiosos, pasados y presentes, del abate; a comenzar por obras clásicas e influyentes como la de R. Redslob Die Staatstheorien der Französischen Nationalversammlung von 1789 Von Veit: Leipzig, 1912 pp. 105 y ss. o J. Roels Le concept de répresentation politique au dix-huitième siècle français Nauwelaerts: Paris, 1969 p. 140 y ss. Como ejemplos recientes de esta interpretación mayoritaria, puede verse C. Larrère: “Tal es el resultado de la elaboración del material bruto de la democracia en gobierno representativo: liquidar la Asamblea primaria, eliminarla como una escoria que oculta la relación entre los ciudadanos individuales y la Asamblea general” en “Sieyès: le modèle démocratique du Gouvernement représentativ” en V.I. Comparato (curat.) La Rivoluzione francese e i modelli politici Giuffré: Firenze, 1999 p. 212. En el mismo sentido, Julián Sauquillo, uno de los pocos investigadores españoles que han prestado atención rigurosa al abate, escribe: « De Carré de Malberg a Hauriou, pasando por Esmein, se repite una doctrina debida a Sieyès que afirma: de una parte, la falta de preparación del electorado; de otra la restricción de la participación del pueblo a ser instrumento de designación de los representantes; seguidamente, la confianza en una élite representativa o “aristocracia de las luces”; finalmente, la independencia y libertad del representante respecto al representado. Además, esta doctrina francesa supone que… no hay revocabilidad de la elección; y el elegido carece de obligación alguna de “rendición de cuentas” en “Los fundamentos de la representación política: el origen de la relación conceptual entre pueblo, órgano y ley” en La representación en el derecho R. del Águila (ed.) Anuario de la facultad de Derecho UAM: Madrid, 8, 2004 , p. 85. (27) Sieyès Algunas ideas cit. p. 67; y Bases del orden social cit. p. 241. En un manuscrito de gran interés, titulado “Sociedades primarias desde la perspectiva del orden moral y de la administración fraternal y paternal”, Sieyès dejó escrito: “Si las Asambleas primarias no tienen éxito, o más bien, si no quieren organizarlas tal y como yo he propuesto, esto es, como grandes familias políticas organizadas en asociaciones de hombres iguales protegiendo en común a los individuos más necesitados; si no se las desea constituir, habrá que reemplazarlas con sociedades libres para evitar los efectos que ocasionaría su ausencia. Yo no deseo sociedades religiosas, pues todas nuestras relaciones están sobre la tierra, pero deseo el culto a la humanidad, a la libertad, a la igualdad, culto a ejercer por todos sobre cada uno de aquellos que puede tener más necesidad de los demás. Allí residen la vigilancia, los cuidados, en una palabra, allí está verdaderamente la asociación intra socios et pares, en ellas reside el gobierno moral, censorial, y no puede estar en ninguna otra parte” AN 284 AP4 dossier 2, cahier 4. Incluso, tras el jacobinismo, en uno de sus primeros discursos de Termidor, Sieyès defenderá el principio de la Asambleas Primarias como soporte de la Constitución de 1793, pese a su eventual instrumentalización durante el Terror: “Las Asambleas primarias han sido libres, porque no podemos suponer que el pueblo ha sido tiranizado (“Tyranisé”) por algunos individuos. La Constitución es, para nosotros, la ley suprema” A. Neton Sieyès d’aprés ses documents inédits cit. p. 244. (28) Sieyès Algunas Ideas cit. p. 75 (29) Sieyès Opinión sobre el veto real ed. cit. p. 116 (30) Sieyès Algunas ideas cit. p. 67 (31) Sieyès Manuscrito AN 284 AP4 Dossier 4. Sobre la descentralización municipal en Sieyès ha de consultarse la monumental obra de Stefano Mannoni Une et Indivisible. Storia dell’accentramento Amminisrativo in Francia Giuffrè: Milano, 1994 Vol. I. pp. 259 y ss. Cfr. Asimismo T. Hafen Staat, Gesellschaft und Bürger im Denken Sieyès cit. Pp. 249 y ss. Sin embargo, la crítica clásica de Proudhon – „Sieyés, nourri 27 de l’esprit de l’Eglise et de l’Empire, fut le véritable auteur de l’unité actuelle ; ce fut lui qui refoula dans son germe la conféderation nationale...» Du Principe Féderatif Paris, 1863 p. 120 – más allá de las inexactitudes acerca de las razones del abate, acierta en lo fundamental: el modelo del abate (“una ley y un administración comunes”) se contrapone explícitamente de modo reiterado al federalismo americano. El abate participaría así en el tránsito político-discursivo que llevaría del originario carácter federativo de la Revolución (“Fête des federations”), a la consideración del calificativo “federal” como equivalente a traidor a la “République une et indivisible”. (32) Otto von Gierke Johannes Althussius und die Entwicklung der naturrechtlichen Staatstheorien Scientia: Aalen, 1968 p. 223. La posición de Zweig resulta tanto más sorprendente cuanto su obra se basa en una consulta exhaustiva de fuentes directas, incluidos los Archives Parlementaires, Egon Zweig Die Lehre vom Pouvoir Constituant. Ein Beitrag zum Staatsrecht der französischen Revolution C.B. Mohr: Tübingen, 1909 pp. 136 y ss. En el mismo sentido años después se pronunciaría, en otra obra fundamental, K. Löwenstein Volk und Parlament. Nach der Staatstheorie der französischen Nationalversammlung von 1789 Scientia: Aalen, 1990 (1922) pp. 3 y ss. quien se remite a Gierke y a Zweig. El abate, sin embargo, nunca defendió ni el mandato imperativo ni el mandato libre (frei mandat) en los debates de la Asamblea Nacional Löwenstein op. Cit. pp. 21 y ss. (33) De Sieyès, puede afirmarse, lo que Kalyvas y Katznelson defienden, frente a su unilateral adscripción al liberalismo (C. Nicolet L’idée républicaine en France (17891924) Gallimard: Paris, 1982 pp. 130, 146), respecto a una excepcional discípula del abate, Madame de Stäel: “She is, in fact, both a republican and a liberal”, bien que con una evolución que la conduce desde un mayor entusiasmo republicano inicial a, tras la experiencia del jacobinismo y el Terror, un mayor énfasis en los postulados liberales, pero sin perder nunca la conexión entre ambos momentos de la mano de un “republicanism of fear”. A. Kalyvas and I. Katznelson “Embracing liberalism: Germaine de Stäel’s farewell to republicanism” en P. Kitromilides From Republican Polito to Nacional Community Voltaire Foundation: Oxford, 2003 pp. 167 y ss. En términos muy parecidos, M. Gauchet “Constant, De Stäel et la Révolution française” en F. Furet, M. Ozouf (eds) The French Revolution and the Creation of Modern Political Culture Oxford U. Pres: New York, 1989 p. 166-172. Para una crítica de la escisión entre las tradiciones liberal y republicana vid. R. Máiz “Deliberación e inclusión en la democracia republicana” Revista Española de Investigaciones Sociológicas 113, 2006 pp. 11 - 49. (34) Incluso un analista tan perspicaz como L. Jaume, desatiende esta dimensión democrática del modelo representativo de Sieyès: “¿Funciona la democracia moderna sin la intervención de los ciudadanos fuera del momento electoral? Sin duda, según el modelo de una buena mecánica que se apoya sobre la división del trabajo entre gobernantes y especialistas de la cosa pública. Este ideal, de algún modo tecnológico era (desde la Revolución hasta el Imperio) el de Sieyès, espíritu en constante procura de una máquina constitucional perfecta e inviolable” Le discours jacobin et la démocratie cit. p. 14. Por el contrario la síntesis del abate entre participación y representación - no exenta, pese a la voluntad de sistema de su autor, de contradicciones internas y modificaciones en el tiempo –, articulada mediante una constante tensión entre la aceptación de la modernidad de la división del trabajo y la denuncia del constante peligro de aristocratización de la política de la revolución, tiene mucho en común con el itinerario del escocés Adam Ferguson. Cfr. En este sentido vid. A. Kalyvas & I. Katznelson “Adam Ferguson returns” en Political Theory Vol. 26 Nº2 1998, 173-197, e Isabel Wences Sociedad Civil y virtud cívica en Adam Ferguson CEPC: Madrid, 2006 pp.164 y ss. 28 (35) Sieyés Du nouvel établissement public de l’instruction en France en Journal d’Instruction Sociale donde ocupa buena parte de los números 3, 4, 5 y 6 (hasta su su prohibición), año 1793; plan que fue presentado por Lakanal ante la Convención y posteriormente rechazado. (36) Sieyés Observaciones sobre el dictamen del Comité de Constitución cit. p 131 (37) Sieyès Algunas ideas de Constitución cit. p 73 (38) Id. P. 75 (39) Sieyès Ideas sobre los medios de actuación cit. p. 37 (40) Sieyés Opinión sobre el veto real cit. p. 118. (41) Sieyès Observaciones sobre el dictamen cit. p. 132. (42) A estos efectos, Sieyès escribió en uno de sus manuscritos: “les femmes n’ont pas en géneral le sens du vrai…elles géneralisent des observations qui portent sur un trop petit nombre de sujets » vid. J. Guilhaumou « Sieyès, les femmes et la verité. Un document inédit » Annales Historiques de la Révolution Française nº 306, 1996. (43) La posición de Condorcet era mucho más rotunda a la hora de la extensión del sufragio femenino: “Sur l’admisssion des femmes au droit de cité” Journal de la Société de 1789 5, 3 de julio de 1790 pp. 139-144. (44) Observaciones cit. p.143 (45) Id. p. 144 (46) Boulay de la Meurthe Théorie Constitutionnelle de Sieyès Renouard: Paris, 1836, obra editada tras la muerte e Sieyès. En los archivos nacionales AN 284 AP5 dossier 2, sección 7 se conservan las notas de Boulay, corregidas por el mismo Sieyès, lo que refuerza la fidelidad del texto a las ideas del abate. Versión castellana de R. Máiz en Escritos y Discursos de la Revolución cit. p 304 y ss. (47) Sieyès Observaciones cit. p. 139 (48) Sieyès Qu’est.ce que le Tires état ed. cit. p. 204 (49) Id. p. 173 (50) Sieyès Opinión sobre varios artículos de los títulos IV y V del proyecto de Constitución¸ discurso en la Convención el 2 de Termidor del año III en Escritos y Discursos cit.p. 265 (51) Id. 267 (52) En la Francia de la época se escribía y pronunciaba juré por jury. Les Constitutions et les principales lois politiques de la France nº2, 1915, p. XVI. Sieyés, por su parte, en uso de su probada capacidad de producción de neologismos, emplea indistintamente los términos jury de Constitution, jurie constitutionnaire y, finalmente, jury constitutionnel, pese a la naturaleza no judicial sino representativa de la institución. (53) Sieyès Opinión cit. p. 252 (54) Sieyès Opinión sobre las atribuciones y organización del tribunal Constitucional, discurso en la Convención nacional el 18 de Thermidor del año III en Escritos y Discursos cit. p. 276 (55) La endémica desatención a la teoría de la constitución y del control de constitucionalidad en Francia, ha sido corregida en buena medida recientemente por obras de gran interés. Ahora bien, mientras Olivier Beaud en La Puissance de l’Etat PUF : Paris, 1994 p. 210, afirma que la doctrina francesa « a negligé l’étude du pouvoir constituant comme l’auteur de la constitution » ; C. Klein en Théorie et pratique du pouvoir constituant PUF : Paris, 1996 p. 69 constata, por el contrario « quant á nous, celle-ci n’a jamais été réellement absente des débats politiques français ». Frente a ello debemos reiterar : 1) la hegemonía de la versión que establecía la supremacía de la ley « la loi expression de la volonté générale », y 2) la consiguiente precariedad de la idea de Constitución, así como de la centralidad del control de constitucionalidad, es sin embargo incontestable. 29 (56) Sieyès Opinión sobre las atribuciones cit. p. 290 (57) Moniteur T. XXV pp. 487-499. Para un análisis detenido del conjunto del debate y los argumentos esgrimidos en el mismo por Berlier, Eschassériaux, LarevellièreLépeaux, Louvet y Thibaudeau, sobre al propuesta de Sieyés vid. Roberto Blanco El valor de la Constitución Alianza: Madrid, 1994, p. 291 y ss., donde se estudia, además, el contexto político-ideológico que rodeó a la polémica sobre la defensa política de la Constitución en la Revolución francesa y motivó su final fracaso. (58) Conjuntamente con la obra de Boulay de la Meurthe citada, será otro amigo de Sieyès P.L. Roederer quien en su libro Le Gouvernement Représentativ recoja las principales ideas y propuestas institucionales del abate en esta época; en Oeuvres du Comte P.L. Roederer Vol. 4 Paris, 1853-1859, pp. 235 y ss. (59) Boulay Teoría Constitucional de Sieyès . Cit. p 310 (60) Id p. 318 (61) Id. P. 319. 30