Crisis económica y liderazgo político

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Crisis económica y liderazgo político
La gravedad de la situación exige mucho más que medidas dispersas.
Zapatero debe tomar las riendas de un proyecto que implique a
empresarios, trabajadores y administraciones. Es su prueba de fuego
ANTÓN COSTAS*
EL PAÍS - Opinión - 07-12-2008
La crisis está produciendo paradojas interesantes. Una es ver a un liberal
como Miguel Boyer defender la intervención del Estado para mantener el
control nacional de una empresa privada como Repsol, mientras un
socialdemócrata como José Luis Rodríguez Zapatero defiende el libre
juego entre "empresas privadas". Otra es escuchar a líderes sindicales
defender la mejora de la productividad y la competitividad mientras el
presidente de la patronal pide "un paréntesis en la economía de
mercado" e intervenciones del Estado para salvar empresas. El mundo al
revés.
Hay una maldición china que consiste en desear que vivas "tiempos
interesantes", y éstos lo son. Esas paradojas sugieren que en este
momento los clichés ideológicos y los roles del mercado y del Estado han
de amoldarse a una realidad nueva. Esa nueva realidad se impuso a la
ideología el día en que Gordon Brown tomó la audaz decisión de utilizar al
Estado para salir al rescate de los bancos privados y evitar la pérdida de
confianza en el sistema financiero. Y lo volvió a hacer el día en que
olvidando el santo temor al déficit puso en marcha un fuerte programa
fiscal para contener la recesión. Ahora sabemos una cosa: que esta crisis
requiere un liderazgo político fuerte, audaz y coherente, capaz de reducir
incertidumbres y volver a crear confianza.
Ese liderazgo político es aún más necesario en España. Sin embargo, el
Gobierno de Rodríguez Zapatero parece tener dificultades para articular
un discurso político sobre la salida de la crisis que sea algo más que un
conjunto de medidas dispersas que, aunque necesarias, no están
coordinadas y no consiguen reducir incertidumbre ni generar confianza.
Pero antes de entrar en la cuestión del liderazgo político del Gobierno
permítanme un comentario sobre la crisis de la economía española.
Aunque lo parezca, la crisis financiera internacional no es la causa de la
aguda recesión que está experimentando la economía española. Ha sido,
eso sí, el desencadenante. Pero su mayor intensidad está causada por
una especie de enfermedad asintomática que estaba tapada por la
euforia de una década de crecimiento espectacular. Sin embargo,
conocíamos
sus
síntomas:
baja
productividad,
elevada
inflación
diferencial y, especialmente, un fuerte déficit comercial -el 10% del PIB,
el mayor del mundo-, y su reverso, un elevado endeudamiento exterior
que servía para financiarlo.
Sea cual sea la salida a la crisis bancaria y a la sequía de crédito, el
Gobierno tiene que afrontar tres retos. Primero, evitar que la crisis se
transforme en una recesión profunda, larga y dolorosa, especialmente en
términos de desempleo. Segundo, fomentar acuerdos estratégicos para
mejorar
la
productividad
y
promover
nuevas
especializaciones
productivas capaces de aumentar la competitividad y generar empleo de
salarios elevados. Y tercero, modular los efectos colaterales negativos
que pudiese tener el elevado endeudamiento de grandes empresas
inmobiliarias e industriales con la banca.
El objetivo prioritario a corto plazo tiene que ser el evitar una anorexia
del consumo y la inversión. Las recesiones profundas no son la
penitencia a pagar por el pecado de los excesos del crecimiento. Atribuir
un sentido moral a la recesión es una creencia conservadora. Las
recesiones lo único que traen son consecuencias sociales y políticas
devastadoras, especialmente el desempleo. La función de los gobiernos
es evitarlas.
La capacidad de destrucción de empleo de esta crisis es elevada. Para
tener una idea del riesgo es útil la comparación con la recesión de 199293. En aquella ocasión el PIB cayó desde el 3,8% en 1991 al -1% en
1993; es decir, 4,8 puntos. Y el desempleo pegó un brinco enorme, que
lo llevó a un techo del 23%. Ahora las previsiones de analistas
independientes hablan ya de un desplome del PIB que van desde el 3,8%
de 2007 al -1,5 o -1,8% en 2008. Es decir, una caída de 5,8 puntos en
dos años. La mayor en nuestra historia. Y los pronósticos sobre el
desempleo
son
proporcionales
a
la
intensidad
de
la
recesión,
especialmente en el sector inmobiliario.
El ajuste es inevitable y las empresas han de tener flexibilidad para
adaptarse a la nueva situación del mercado. Pero no da igual la forma en
que se aborde. No es lo mismo que se produzca bajo fórmulas del
"sálvese quien pueda" o del "todos contra los más débiles", a que se
lleve a cabo mediante una solución cooperativa que amortigüe y
distribuya equitativamente el coste del ajuste y del cambio productivo.
Ahora bien, una solución cooperativa que implique a empresarios,
trabajadores y administraciones exige liderazgo. Requiere que alguien
tome sobre sus espaldas la responsabilidad y la tarea de poner de
acuerdo a todos los actores ante unos objetivos y una "hoja de ruta".
Esa tarea corresponde a la política y a los políticos. En primer lugar, al
Gobierno.
Pero el Gobierno y su presidente han tenido un comportamiento curioso.
Al principio negó la existencia de crisis y mostró una complacencia
exagerada en la inmunidad de la economía española al virus de la crisis.
Después utilizó eufemismos, como el definirla como un "periodo de
especiales dificultades". Ahora practica un hiperactivismo de medidas
orientadas a proteger intereses de grupos concretos, pero que no hacen
emerger un interés general, no muestran cuál es la "política" que hay
detrás de esas políticas. Esto debilita la confianza en su liderazgo.
Decía Winston Churchill que los norteamericanos son reacios a tomar
medidas frente a los nuevos problemas, pero que cuando no tienen más
remedio acaban haciendo bien lo que tienen que hacer. Quizá nuestro
presidente es un norteamericano honorario al que hay que darle tiempo.
Pero la verdad es que tiempo no hay mucho si queremos evitar un
elevado desempleo y el colapso del consumo.
No es función de un economista decir lo que han de hacer los políticos.
Pero sí podemos decir algo acerca de los efectos de las diferentes
formas de enfrentarse a los problemas.
El gobierno de esta recesión será más complicado que el de las
anteriores. No disponemos de la política monetaria. Tampoco de la
palanca del tipo de cambio para ganar competitividad. Nos queda la
moderación salarial. Pero sería injusto y políticamente imposible hacer
descansar todo el ajuste en los salarios y el desempleo.
Una solución ideal podría ser una política que se apoye en cuatro
columnas: 1) acuerdos sobre flexibilidad y moderación salarial -con algún
tipo de acuerdo sobre salario mínimo y salarios no monetarios-; 2)
compromiso
de
las
empresas
en
inversiones
en
mejoras
de
productividad; 3) una política fiscal y presupuestaria activa orientada a
mantener empleo y evitar la asfixia del consumo; y 4) una mayor
capacidad de financiación pública de las infraestructuras y del tejido
empresarial existente.
Una política de este tipo tiene la ventaja de que evita la estrategia del
"sálvese quien pueda", da coherencia a las medidas parciales, genera
confianza y permite a empresarios, trabajadores y administración reducir
incertidumbre y crear expectativas ciertas sobre el comportamiento de
unos y otros. No es una política fácil. Exige liderazgo político. Pero ya lo
hicimos con éxito en los llamados Acuerdos de la Moncloa de 1977. No
se trata de copiar los contenidos de esos acuerdos, sino de aprender del
proceso que hizo posible aquella experiencia exitosa.
Esta crisis es el test del liderazgo político de José Luis Rodríguez
Zapatero. Hablando de la crisis de los años 80 y de la reconversión
industrial, Felipe González ha dicho que "no se sabe cuál es la calidad de
un gobernante hasta que no se enfrenta a una crisis", y que "un gobierno
socialista no tiene por qué ser un gobierno estúpido, sino afrontar la
crisis y abrir vías de esperanza". Y no se abren vías de esperanza sólo
con un activismo al que le falta hilo conductor y hoja de ruta. Es
necesario
un
liderazgo
político
capaz
de
generar
una
solución
cooperativa a la crisis económica que vaya más allá de las medidas
parciales y haga emerger un interés general. El bien común.
Y en estas estamos, esperando el liderazgo del Gobierno.
*Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de
Barcelona.
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