HAWTHORNE Y LAS OBRAS DE IMAGINACIÓN Por debajo de las

Anuncio
HAWTHORNE Y LAS OBRAS DE IMAGINACIÓN
Por debajo de las obras de fantasía, como la sangre por debajo
del cutis, ha de correr, si se quiere que el libro sea viable y no se
desvanezca como el alcohol expuesto al aire, un sentimiento vivo o un
pensamiento de valor permanente.
Las inteligencias superiores tienen saludable horror a esas
obras fáciles y brillantes, producidas sin entusiasmo y a capricho por la
mera imaginación. Prefieren los espíritus profundos callar largo tiempo,
a emplear sus fuerzas, como quien pinta sobre las aguas del mar, en
obrillas que nada añaden al conocimiento humano, ni revelan un
rincón nuevo en el corazón, ni son más que prueba fútil de la
capacidad del escritor para levantar un palacio sobre una bomba de
jabón. Es bello, pero es indecoroso. Emplearse en lo estéril cuando se
puede hacer lo útil; ocuparse en lo fácil cuando se tienen bríos para
intentar lo difícil―es despojar de su dignidad al talento. Todo el que
deja de hacer lo que es capaz de hacer, peca.
Estas ideas nos despierta lo que en un diario de estos días
refiere Julian Hawthorne de su admirable padre. Dice que escribió
aquel conocedor acabado del espíritu, que cuando ponía los ojos sobre
él ponía claridad, una serie de cuentos fantásticos que pasaban entre
hechiceras y brujas,―y los quemó todos “porque no encerraban
ninguna verdad moral; porque eran narraciones de pura imaginación,
fundadas en la leyenda o en la historia, y no tenían aquel equilibrio y
proporción espirituales que constituyen la obra de arte”.
La América. Nueva York, mayo de 1884.
Descargar