CENTRO DE CULTURA CASA LAMM CON RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL DE ESTUDIOS DE LA SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA, SEGÚN ACUERDO No. 994328 DE FECHA 10 DE SEPTIEMBRE DE 1999 LITERATURA CON CAUS A TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRA EN APRECIACIÓN Y CREACIÓN LITERARIA P R E S E N TA : MARCELA ACLE TOMASINI DIRECT ORA: DRA. CLAUDI A GÓMEZ HARO DESDI ER MÉXICO, D. F. 2011 Índice Viernes, ese desconocido..................................................................................... 8 Como el agua y el aceite .................................................................................... 21 Una mirada interior ........................................................................................... 35 La madre patria ................................................................................................. 48 Los ojos más azules… ....................................................................................... 61 La otra historia .................................................................................................. 70 2 Introducción La Literatura “representa la unión del humanismo y la política, unión que se realiza tanto más fácilmente, cuanto que el humanismo es en sí mismo política y la política no es más que humanismo”1 es así como Settembrini, el personaje de Thomas Mann en La montaña mágica, explica al joven Hans Castorp las razones por las que él se considera un literato, un escritor libre. El ser humano es un ente político en la medida en que, desde su nacimiento, establece una serie de nexos de subordinación o de libertad, de competencia o de cooperación, de domesticación o de rebeldía. En gran parte, son estas relaciones la materia prima de las obras literarias, las que pueden suscitar empatía en el lector y conmoverlo porque él mismo ha generado vínculos semejantes en la familia, en el trabajo, con su pareja o en su comunidad. Algunos críticos tienden a desacreditar a aquellos escritores que mantienen la mirada política en su obra, como si el autor (y su vínculo indisoluble: el lector) pudiera dejar enterrada su conciencia mientras escribe (o lee). Otros reconocen la posibilidad de la Literatura como “…reivindicación de aquéllos cuyas vidas han sido arrasadas por las guerras, la esclavitud, el hambre y tantos males que persiguieron, y persiguen aún, a continentes enteros”.2 Es esta perspectiva la que se explora en este documento, convencida de que un buen narrador utiliza todos los recursos que tiene a su alcance para expresar su posición frente al mundo que es, por último, lo que busca al valerse de la palabra escrita. 1 Thomas Mann, La montaña mágica, Trad. Isabel García Adanez, Barcelona, Edhasa, 2008, p.229 2 Cecilia Urbina, Escritores poscoloniales: literatura y política, Revista Casa del Tiempo, vol. III., época IV, núm.31, México, D.F., 31 de mayo de 2010, p.11 3 Los autores a los que hace referencia el presente trabajo comparten varios elementos fundamentales. En primer término, si bien el contexto de la narración se ubica en situaciones políticas y sociales precisas ―salvo el caso de Viernes o los limbos del Pacífico cuyo contenido es más simbólico― a todos los une su capacidad para ir más allá de lo circunstancial y plantear temas que atañen a cualquier ser humano. En consecuencia, el carácter de sus obras es universal pues trascienden sus propios márgenes. De igual manera, tienen en común su mirada política. En su búsqueda de la verdad y sin caer en lo panfletario, ellos escriben y aportan elementos de análisis para comprender situaciones injustas y antagónicas. Son creadores que han optado por vincular su producción a las luchas contra la discriminación, el racismo, la inequidad, entre otras, y con este objetivo emprenden en sus novelas un viaje de ida y vuelta para desenmascarar conflictos sociales sin perder, nunca, el abordaje de la condición humana. A pesar de que las historias varían de escenario (México, Sudáfrica, Jamaica, Inglaterra, Estados Unidos, Nigeria y la isla Fernández del Robinson Crusoe) todas ellas confluyen en el señalamiento de la problemática que surge en una relación de poder y en el intercambio cultural y afectivo que genera en sus protagonistas. La discriminación y el racismo; la intolerancia política y religiosa, el sexismo, el contrasentido de valores aprendidos, impuestos, ajenos a la propia cultura; y, sobre todo, la compleja relación con el Otro, con el diferente, son temas omnipresentes en las obras analizadas. El tema del Otro subyace al de la búsqueda de la propia identidad. Soy Yo en la medida que me diferencio del Otro. Éste último es la medida de la autoconciencia, quien permite delimitar el territorio del Yo, quien le posibilita el ser plenamente consciente de su propia dimensión y, por qué no, de su soledad. 4 El Robinson Crusoe de Michel Tournier profundiza en sí mismo al contrastarse con Viernes; en sus obras, Nadine Gordimer se replantea el rol social y político que puede jugar una persona de piel blanca en un país marcado por el apartheid; Rosario Castellanos presenta una serie de situaciones arbitrarias entre coletos e indios, producto de la incomunicación cultural y la imposibilidad de cambio; Andrea Levy expone, a través de Hortense, Gilbert Joseph, Queenie y Bernard, el dominio cultural y el desdén de la Inglaterra blanca hacia sus colonias; Pecola, la niña de doce años creada por Toni Morrison, es un fiel reflejo de las consecuencias de la opresión racial en la autoestima; Chimamanda Ngozi Adichie muestra una Nigeria dividida, ya no por el color de la piel, pero sí por procedencias étnicas y creencias religiosas. En suma, todos estos autores presentan situaciones en las que sus personajes se definen en una relación dinámica, desigual, aunque en franca interdependencia respecto al Otro. Sin embargo, contrario a lo que pudiera pensarse, en ningún momento se trata de individuos buenos o malos, sino de una compleja interrelación labrada a lo largo de siglos. Los personajes, sean blancos, negros, mestizos o indios, son multifacéticos, ajenos a cualquier estereotipo, su condición es humana en el sentido más amplio. A través de las voces de sus protagonistas, de la manera como estructuran sus ficciones, en otras palabras, del ejercicio pleno y experimentado del oficio, los escritores desnudan una realidad de injusticia, de sometimiento, de incomprensión, tratando con ello de tender puentes entre mundos que se piensan y miran con recelo. El presente documento está integrado por seis ensayos. El primero, “Viernes, ese desconocido” aborda el tema de la relación con el Otro a partir del análisis de Viernes o los limbos del Pacífico de Michel Tournier. En esta novela predomina 5 la voz de Robinson quien se transforma a partir de sus vínculos con Viernes y de sus reflexiones sobre sí mismo. Si bien se trata de una re-escritura crítica de Las aventuras de Robinson Crusoe de Daniel Defoe y de un rechazo manifiesto a los valores de Occidente, todavía es notoria la ausencia de la voz de Viernes, el Otro. A partir de la lectura de Balún Canán, Oficio de Tinieblas y Ciudad Real, en Como el agua y el aceite se analiza la vigencia de los planteamientos de Rosario Castellanos respecto a los indígenas mexicanos. Refiere la dificultad para establecer una relación igualitaria entre culturas disímiles a partir de la propia valoración como ciudadanos de primera o de segunda clase; superiores o dignos de maltrato. Una mirada interior examina algunas novelas de Nadine Gordimer, Premio Nobel de Literatura 1991, quien muestra un sistema injusto pero, sobre todo, los conflictos, temores y retos vividos por personas de piel blanca que buscan defender y luchar por el reconocimiento de los derechos de la mayoría negra. Estos individuos padecen el rechazo de los suyos y también de esa población con la que se solidarizan. La Madre Patria parte de la novela La pequeña isla de Andrea Levy, escritora inglesa de origen jamaiquino. Reflexiona sobre los efectos de la colonización, entre ellos la manera como los individuos interiorizan valores y conductas ajenos a la cultura local, asumen la hegemonía europea como un dogma y una aspiración. Con base en The bluest eyes de Toni Morrison, Premio Nobel de Literatura 1993, el ensayo titulado Los ojos más azules, los más tristes describe los extremos a los que puede llegar la asimilación del desprecio hacia la propia persona. La destrucción del individuo, por voluntad propia, como mecanismo 6 para ser aceptado por el Otro, a quien se considera, en este caso, superior por sus características físicas. Al igual que la Nobel norteamericana, en Purple Hibiscus y Half of a Yellow sun Chimamanda Ngozi Adichie combate los estereotipos. Narra esas otras historias, de las que no se habla y mucho menos se difunden. En estas dos novelas presenta las luchas internas en su país, Nigeria, recién independizado, así como el choque frontal entre creencias religiosas diversas y que da pie a formas extremas de violencia, incluyendo la intrafamiliar. Si bien en la actualidad ha habido progresos significativos en cuanto al reconocimiento y práctica de la pluralidad en todas sus vertientes (étnica, política, cultural, sexual, religiosa, etcétera) los temas abordados por Michel Tournier, Rosario Castellanos, Nadine Gordimer, Andrea Levy, Tony Morrison y Chimamanda Ngozi continúan siendo fundamentales en estos tiempos en los que las crisis económicas han exacerbado los sentimientos xenofóbicos y racistas en gran número de países. Su lectura es recomendable no sólo por su calidad literaria, sino porque contribuye al entendimiento de la complejidad que entraña la convivencia intercultural en un contexto de poder y desigualdad. Asimismo, estas novelas pueden convertirse en un excelente auxiliar para “despercudir nuestra propia cultura, tirar lastres y descubrir horizontes”.3 Estos autores exploran verdades y descubren caminos para percibir y establecer una relación más equitativa con el Otro. Sin duda, aportan elementos para entender el pasado, encarar el presente y vislumbrar un futuro con mayor esperanza. 3 Ricardo Robles, Vivir bien, no vivir ‘mejor’, Suplemento Ojarasca, periódico La Jornada, México, D.F., abril del 2010 7 Viernes, ese desconocido A partir de la reescritura de Las aventuras de Robinson Crusoe del inglés Daniel Defoe4, Michel Tournier da vida a su obra Viernes o los limbos del Pacífico5 al más puro estilo postmodernista. Entre otros elementos, la novela de Tournier subvierte por completo el relato original y los parámetros que le dan sustento. Además, la Biblia, el psicoanálisis, la historia del colonialismo europeo, la filosofía de Spinoza, Kant, Nietzche y otros pensadores son apenas algunos de los hipotextos que se pueden identificar en la obra de Tournier, quien se sirve de ellos, los hila y entreteje de manera magistral en su narración. De acuerdo con lo planteado por Linda Hutcheon, el postmodernismo es un movimiento contradictorio, sin lugar a dudas histórico e inevitablemente político. Si esto es así, en su obra, Tournier re-construye el sentido y asume una postura política respecto a la colonización europea, “el discurso oficial”, mediante la resignificación de los dos personajes principales. “Si Viernes era Robinson, el Robinson de antaño, amo del esclavo Viernes, a él no le quedaba otro remedio más que convertirse a su vez en Viernes, el Viernes esclavo de otro tiempo”. (223) Bajo esta perspectiva, Viernes o los limbos del Pacífico es un claro ejemplo de una metaficción pues tiene como punto de partida un discurso conocido y lo desafía re-estructurándolo, proponiendo nuevas lecturas. Es así como de la obra se deriva una multiplicidad de sentidos (polisemia) que requiere, definitivamente, de un activo lector. 4 5 Daniel Defoe, Aventuras de Robinson Crusoe, 13.ª ed. México, D.F., Porrúa, 2006 Michel Tournier, Viernes o los limbos del Pacífico, Trad. Lourdes Ortiz, 8.ª ed., Madrid, Alfaguara, 2004. Cada vez que se cite este libro, se pondrá entre paréntesis el número de página. 8 Esta obra se puede leer como un planteamiento subversivo, como una crítica abierta a la pérdida de valores y al sinsentido que el hombre ha alcanzado en la sociedad occidental; una crítica al sistema, hecha desde sus propias entrañas. La obra de Michel Tournier cumple con una de las características señaladas por Milan Kundera: “La novela no examina la realidad sino la existencia. Y la existencia no es lo que ha ocurrido, la existencia es el campo de las posibilidades humanas, todo lo que el hombre puede llegar a ser, todo aquello de que es capaz”.6 Así, además de los aspectos sociales o culturales que podemos encontrar en la lectura, Tournier nos ofrece otra posibilidad en su obra, la de explorar el alma humana desde diversos enfoques a partir de una situación límite extrema (un naufragio) y en cuya resolución una cultura distinta a la propia acaba por jugar un papel determinante. En todo caso, esta novela abre infinitas posibilidades de interpretación y, tal como lo plantea el postmodernismo, ninguna con carácter absoluto, pues no hay una significación única, unidireccional. Una posible lectura de Viernes o los limbos del Pacífico se refiere al proceso de búsqueda del Yo perdido (concretado en Robinson) en el que el Otro se convierte en un elemento indispensable para encontrarse a sí mismo. De esta manera, Robinson naufragará primero en la isla de la desolación a la cual, en la medida en que se irá sobreponiendo a la catástrofe, bautizará después como Speranza. Desde el primer día de su arribo a la isla, este personaje transitará por diferentes descubrimientos en su interior e iniciará un intenso proceso de autoanálisis e 6 Milan Kundera, El arte de la novela, Trad. Fernando de Valenzuela y María Victoria Villaverde, México, D.F., Vuelta, 1990, p.46 9 introspección que siempre quedará trunco, pues requerirá del Otro para medirse a sí mismo. Ese Otro será Viernes. A lo largo del relato ambos personajes se transforman. Robinson empieza a hacerlo a partir del viaje interno, de la reflexión y el autoanálisis que emprende como consecuencia de su extrema soledad (psicoanálisis intenso en la novela, agregaría). Por el contrario, los cambios en Viernes son de carácter pragmático, extrínseco, relacionados más con los “aprendizajes” obligados para comunicarse con Robinson y ser partícipe de “los logros” de la civilización occidental (vestido, comida, salario, agenda, clepsidra, etcétera). Ignoramos si tuvo o no un proceso de introspección. A pesar de que la relación entre Robinson y Viernes es compleja en función de sus marcos referenciales, a diferencia de la historia que plantea Daniel Defoe terminan por convertirse en amigos entrañables y, sin embargo, podríamos afirmar que Robinson nunca conoce realmente a Viernes. Cuando éste último toma la decisión de abandonarlo y partir en el Whitebird, sorprende como algo inesperado pues nos habíamos forjado la imagen de una relación demasiado estrecha entre ambos como para entender las causas del súbito abandono. La pérdida de Viernes vuelve a encarar a Robinson Crusoe con su Yo perdido/encontrado/vuelto a perder sin la compañía o el espejo del Otro. “No comprendía cómo Viernes había podido traicionarle, pero no podía retroceder ante la evidencia de que se encontraba solo en la isla, solo como en los primeros días”. (262) En Viernes o los limbos del Pacífico el lector no escucha la voz de Viernes, desconoce sus motivaciones, sus deseos, sus intereses. Ni Robinson ni el narrador omnisciente alcanzan a profundizar en este personaje culturalmente diverso. Es curioso, por ejemplo, que el narrador sea capaz de señalar que 10 Andoar (un animal) “se rió para sí” pero, paradójicamente, no pueda proporcionar información que permita entender la partida de Viernes. Este personaje es observado, analizado, descrito como un antropólogo lo haría respecto a las culturas “nativas”: siempre desde fuera. Robinson es incapaz de comprender el significado de ciertas conductas y mucho menos de los objetos que Viernes atesora como si fueran sagrados, dotados de un simbolismo que él no alcanza a discernir a pesar de la convivencia y cuyo conocimiento contribuiría, sin duda, a la comprensión de su cultura y a una comunicación verdadera. Robinson Crusoe cambia El siquiera imaginar encontrarse solo en una isla desierta resulta angustiante. Michel Tournier logra “ponerse en esos zapatos” y transmitir la ansiedad, la desesperación que un hecho de esta naturaleza significó para Robinson Crusoe. Lo anterior, a diferencia del personaje de Daniel Defoe quien asume la situación como inevitable y decide enfrentarla con sentido práctico: “Por la mañana quedé sumamente sorprendido cuando reconocí el buque […] Esto fue para mí un gran consuelo, porque viendo que no se había destrozado y que se conservaba derecho sobre su quilla, pensé que si se calmaba el viento podría ir a visitarlo, encontrar qué comer y recoger los objetos que podían serme útiles”.7 La racionalidad y el orden postulados por Defoe quedan muy atrás en el Robinson de Tournier. Éste es un hombre que no se conforma con un destino ineludible, que no desea permanecer en la isla y que, por principio, hará todo lo posible por huir de ahí. El nombre que le da a su barco, Evasión, no es gratuito. 7 D. Defoe, op.cit., p.51 11 Es lo primero que, por regla general, hace el ser humano cuando las situaciones se le ponen difíciles. A diferencia de Defoe cuyo texto es considerado “como la auténtica Biblia de las virtudes mercantiles e industriales, la epopeya de la iniciativa individual”,8 la obra de Tournier podría considerarse como la epopeya de la introspección individual, como el viaje accidentado hacia uno mismo y su resurrección. El Virginia naufraga y se desbarata, al igual que el Yo de Robinson Crusoe. El hombre, a quien el capitán Van Deyssel había calificado horas antes como perteneciente a “la afortunada categoría de los que nunca han dudado de nada” (12), no sólo empieza a preguntarse sobre su propia existencia y a transformar su interior sino, lo más importante, cambia su destino de un momento a otro. Para empezar, después de recorrer la isla y descubrir su aislamiento se convierte en un ser “más grave, es decir, más meditabundo, más triste” (25), porque toma conciencia de la dimensión de su soledad, una soledad que corroe y descompone lo que toca. Al poco tiempo conoce también el miedo a perder el juicio, impensable para un joven de su edad y que, por otra parte, ya nunca le abandonará. Desde el momento de su llegada a la isla, Robinson sufre cambios trascendentales en su personalidad derivados de su único contacto consigo mismo. Sus valores occidentales, sus creencias, se resquebrajan con el paso de los años y en la medida que su soledad se profundiza. Su propia desnudez, el palparse a sí mismo ―sin esa ropa-armadura que representaba su vínculo con la sociedad humana― se convierte en otro gran descubrimiento que Viernes (el Otro) le enseña a apreciar; tanto que le permitirá dejar de lado el puritanismo aprendido en su infancia. 8 Italo Calvino, Por qué leer a los clásicos, Trad. Aurora Bernárdez, México, D.F., Tusquets, 1992, p.104 12 En la transformación de Robinson, lo que Tournier pone en tela de juicio es, al contrario de Defoe, la estructuración del yo occidental y su visión del mundo a la que Robinson recurrirá (administrar, ordenar, organizar, legalizar, emplear a Viernes) como estrategia de supervivencia, como una maniobra para “anclarse” y reconstruirse a sí mismo. Sus intentos se derrumbarán, una y otra vez, como el mito de Sísifo, pero los seguirá emprendiendo en una lucha desesperada por mantener la cordura y sus vínculos con el mundo conocido y seguro para él. El derrumbe total se lo deberá a Viernes y, entonces sí, se transformará por completo. “El prójimo, pieza maestra de mi universo” (61) La relación con el Otro como problema filosófico ha sido tema privilegiado de múltiples pensadores y, en consecuencia, de gran interés para Michel Tournier, quien se autodefine “como un ‘contrabandista de la filosofía’ buscando hacer pasar a Platón, Aristóteles, Spinoza y Kant en sus historias y cuentos”.9 En Viernes o los limbos del Pacífico parece que Tournier desafía la vieja teoría cartesiana del Yo pienso, luego existo (cogito, ergo sum). Ante la extrema soledad de Robinson, el pensar resulta aterrador y contraproducente: puede conducir a la locura porque no hay intercambio de ideas. Cada vez me asaltan más dudas sobre la veracidad del testimonio de mis sentidos. Sé ahora que la tierra sobre la que se apoyan mis dos pies necesitaría para no tambalearse que otros, distintos de los míos, la pisaran. Contra la ilusión óptica, el espejismo, la alucinación, el soñar despierto, el fantasma, el delirio, la perturbación del oído… el baluarte más seguro es nuestro hermano, nuestro vecino, nuestro amigo o nuestro enemigo, pero… ¡alguien, oh dioses, alguien! (63) 9 http://www.academie-goncourt.fr., Fecha de consulta: 15 de marzo del 2010 13 Los reclamos de Robinson Crusoe son rotundos: el Otro es la medida de la propia autoconciencia, es quien permite delimitar al territorio del Yo, es quien posibilita al Yo el ser plenamente consciente de su propia dimensión. La necesidad de encontrar a alguien es tan imperiosa para Robinson que el primer Otro que halla es a Tenn, el perro. “De ahora en adelante leeré en sus bondadosos ojos color avellana si he sabido mantenerme a la altura de un hombre, a pesar del horrible destino que me empuja al suelo”. (73) El Otro como medida de uno mismo, como elemento indispensable para la acción, para dejar de arrastrarse por el suelo, para encontrar al Yo perdido. “Siempre el problema de la existencia. Si hace algunos años alguien me hubiera dicho que la ausencia de otro me llevaría un día a dudar de la existencia ¡cómo me habría carcajeado!”. (137) No obstante, para Tournier el Otro no se reduce a una medida, sino un elemento detonador para la transformación del Yo, que es lo que logra Viernes en Robinson… La comunicación como principio básico para el crecimiento personal. El encuentro con el Otro en un esquema dialéctico indispensable para la metamorfosis. Viernes le permite conocer y adoptar otra concepción de la vida: le ha enseñado a Robinson a detener el tiempo, a vivir el presente sin preocuparse por el futuro y, sobre todo, a reír. En esta obra, la risa adquiere un sentido de liberación personal, incluso, un carácter casi místico. Por otra parte, cabría preguntar: ¿cuál fue la transformación que sufrió el Robinson Crusoe de Daniel Defoe después de 28 años de residencia en la isla y de su convivencia con Viernes? En un primer impulso, podríamos responder que aprendió a sobrevivir en circunstancias extremas; sin embargo, hubo algo más. Al respecto, el Michel Tournier señala: 14 El Viernes de la novela de Daniel Defoe (1719) añade al personaje clásico del criado una significación humana superior. Primero, Robinson salva la vida de Viernes, que quedará agradecido para siempre. Después Robinson trata de inculcar a Viernes las verdades de su religión y su civilización, que para él son absolutas. Así sus relaciones adquieren un valor de adopción y catequesis.10 ¿Podríamos pensar, entonces, que esta relación de adopción y catequesis fue invertida por el mismo Tournier en su novela? Es probable pues el Robinson de Tournier no sólo se encuentra a sí mismo, sino que se transforma por completo gracias a Viernes; éste lo adapta a la vida de la isla, logra que haga a un lado la armadura civilizatoria que lo arropaba y el personaje modifica su conducta a tal grado que rechaza por completo la posibilidad de regresar a un esquema anterior de vida. ¿Y qué sucede con Viernes? Otra posible lectura de Viernes o los limbos del Pacífico se refiere a los procesos de interculturalidad que pueden suscitarse en una relación de dependencia y en los que, por regla general, el subordinado debe adoptar la cultura de quien domina en la relación. Es así que Viernes se somete a los designios de Robinson (aprende inglés, a desbrozar, labrar, sembrar, cocinar al estilo occidental, ayudar en la ceremonia religiosa y un largo etcétera) en una domesticación casi completa. Sin embargo, continúa llevando una vida propia inaccesible por lo que, a veces, estalla en una risa misteriosa para su amo. Al momento de salvarle la vida, Robinson reproduce la imagen de Daniel Defoe cuando: “…inclinaba su frente hasta el suelo y su mano tanteaba para colocar sobre su nuca el pie de un hombre blanco y barbudo, completamente 10 Michel Tournier, El espejo de las ideas, Trad. L. M. Todó, Barcelona, El Acantilado, 2000, p.79 15 armado, vestido con pieles de cabra, la cabeza cubierta con un gorro de piel y curtido por tres milenios de civilización occidental”. (153) Gracias a la voz del narrador sabemos que Robinson tenía ya un marco de referencia respecto a la experiencia de la colonia. Él conocía las costumbres de los araucanos, sus relatos. Al tanto de las derrotas infringidas a los españoles, Robinson estaba consciente de que podían hacerlo su esclavo. De igual manera, sabía de las barbaridades cometidas por los españoles. En otras palabras, comprendía bien lo que significaban la colonia y sus estragos. Por ello, es probable que la imagen del “hombre blanco y barbudo”, a la que hace alusión la cita anterior, tenga como hipotexto la historia de la conquista de la Nueva España y, muy particularmente, del mito azteca respecto al regreso de Quetzalcoatl que contribuyó a la derrota de los indígenas de la época. Por otra parte, además del marco histórico, hay una carga antropológica en la novela y los dos años de enseñanzas de Claude Levi Strauss a Michel Tournier en el Museo del Hombre, en París, no quedaron atrás. Levi Strauss afirmaba que la diversidad cultural es inherente al desarrollo y que, si no hay intercambio, ese desarrollo no se produce. Tal vez con este paradigma, Michel Tournier reconoce que, después de haber leído Las aventuras de Robinson Crusoe de Daniel Defoe, llegó a la conclusión de que: Hay que hacer un nuevo Robinson Crusoe considerando las adquisiciones de la etnografía […] Dos cosas me parecieron extremadamente chocantes en el Robinson de Daniel Defoe que, entre paréntesis, data de 1719, lo cual no hay que olvidar. Para empezar, esa novela, reduce a Viernes a la nada. Es un simple receptáculo. La verdad sale de la boca de Robinson porque él es blanco, occidental, ingles y cristiano […] Una segunda cosa me pareció deplorable en la novela de Daniel Defoe […] Robinson se ocupa del pasado y quiere restaurar lo que ha perdido […] En mi novela, Viernes juega un rol esencial: el abre el porvenir, ayuda a 16 Robinson a rehacerse de nuevo y no a confinarse en una reconstrucción del pasado.11 La carga etnográfica de Tournier se muestra en las descripción de las actitudes y actividades que realiza Viernes, en la que da cuenta de lo que ve. Ésta, tal vez, es la voz del narrador omnisciente, (con elementos del diario de campo del antropólogo). De esta manera, se registra lo que Viernes hace, sus reacciones. Se revaloran sus conocimientos tradicionales (hormigas para el procesamiento de la basura, por ejemplo) y, a la vez, se describen ritos como el de la vestimenta de los cactus o la presencia de objetos simbólicos importantes: “Máscaras de madera, una cerbatana, una hamaca de lianas en la que descansaba un maniquí de rafia, tocados de plumas, pieles de reptil, cadáveres de pájaros disecados eran indicios de un universo secreto, del que Robinson no tenía la clave”. (173) Una posible interpretación de los significados de este mundo paralelo de Viernes, y que hace referencia a sus profundas creencias culturales, se hace a través del narrador omnisciente o de Robinson, pero nunca gracias a la voz de Viernes. Algunos ejemplos: Voz del narrador: ¡Si pudiera volar! ¡Transformarse en mariposa! Hacer volar a una piedra, era un sueño que fascinaba el alma etérea de Viernes! (171) Examinaba cada resto e iba a depositarlo con delicadeza al pie del cedro gigante. Viernes le imitaba más que le ayudaba porque, como sentía una repugnancia natural por reparar y conservar, tendía a destruir los objetos estropeados. (197) 11 Michel Tournier, s/t (trad. libre) Magazine Littéraire n°459, Francia, diciembre 2006 [edición en línea], http://www.magazine-litteraire.com/content/homepage/ article?id=8263, Fecha de consulta: 20 de marzo del 2010 17 Voz de Robinson: Andoar era yo. Aquel viejo macho solitario y testaurudo (…) Viernes sintió en seguida una extraña amistad con él y se inició un cruel juego entre los dos. (237) Esboza un paso de danza que realza el equilibrio de plenitud y delicadeza de su cuerpo. Cuando llega cerca de mí, no dice nada…, taciturno compañero. (232) A través de la voz del narrador y de Robinson se va forjando la imagen de Viernes al estilo del “buen salvaje”, idealizada por completo: es bello, joven, se integra perfectamente a la isla, siempre está de buen humor, ríe con franqueza y plenitud, y además tiene una extraordinaria facilidad de relación con el prójimo, en una comunicación no racional sino espontánea y emotiva. Poco a poco Viernes nos seduce, al igual que a Robinson Crusoe. La relación se vuelve entrañable, pero lo seguimos viendo de fuera. No conocemos su verdadero sentir, no escuchamos su voz, no entendemos su lengua. Al final, de manera inesperada, Viernes abandona al compañero con la misma facilidad con la que aprendió el idioma inglés o realizó el sinnúmero de tareas inútiles que le enseñó su ¿amo o amigo? A través de la relación entre Robinson Crusoe y Viernes (en la que el primero se desarrolla como ser humano y el segundo huye a explorar nuevos continentes), Michel Tournier presenta una visión crítica de los procesos colonizadores que arrasaron con la riqueza cultural de las poblaciones nativas, cuya cosmovisión se cimienta más en el culto a los elementos naturales que en el predominio de la razón. La obra de Tournier busca una revaloración del Otro, sobre todo si éste pertenece a una cultura diferente. Quizá podría considerarse como una llamada 18 de atención contra el racismo, tan vigente en Europa y exacerbado en los últimos tiempos. Otro tema de su obra es, sin duda, el multiculturalismo como motivo de reflexión, comunicación y palanca para el crecimiento humano. Sin embargo, también parecería un planteamiento muy idealizado. Es fácil revalorar al “buen salvaje” cuando está allá, en su isla, en su comunidad, en su continente. Pero, ¿qué sucede cuando tenemos a un Viernes contemporáneo, ya de nacionalidad francesa, que incendia vehículos en los suburbios parisinos en señal de protesta por sus condiciones de exclusión, por su carácter marginal? El incremento de la pluralidad hoy en día coloca en la mesa de discusión el tema del multiculturalismo en la medida en que otorga derechos a las diferencias. No obstante, aún no hay consenso al respecto. Incluso, allá en la isla de Speranza, podríamos preguntar: ¿cuáles fueron los derechos de Viernes quien, al final, huyó de Robinson a escondidas? Una de las preguntas centrales que queda en el aire después de esta lectura es la siguiente: ¿qué tanto es posible la cabal comprensión entre los diferentes pueblos? Cada cultura implica una forma de ver, interpretar y nombrar el mundo por lo que, en los encuentros interculturales (derivados de una relación de sometimiento de Uno sobre el Otro) hay problemas de comunicación. Por lo general, el colonizado debe recurrir al idioma del colonizador para expresar sus ideas, negando sus propias formas de expresión, sus significados. Tal vez esa comunicación no es posible. Quizá, por ello, tampoco es gratuito que al final de Viernes o los limbos del Pacífico Robinson Crusoe se encuentre con Jaan, un europeo como él y que puede simbolizar una mejor relación entre iguales. En todo caso, la riqueza y profundidad de los temas que aborda el autor proporciona diversas rutas de análisis e interpretación para que el lector decida 19 cuál de ellas tomar. Sin duda, Michel Tournier es un autor que ofrece caminos y permite interrogar sobre ellos. Bibliografía Calvino, Italo. Por qué leer a los clásicos. Trad. Aurora Bernárdez. México, D.F., Tusquets, 1992. Defoe, Daniel. Aventuras de Robinson Crusoe. 13.ª ed. México, D.F., Porrúa, 2006. Kundera, Milan. El arte de la novela. Trad. Fernando de Valenzuela y María Victoria Villaverde. México, D.F., Vuelta, 1990. Tournier, Michel. El espejo de las ideas. Trad. L. M. Todó. Barcelona, El Acantilado, 2000. __________, Viernes o los limbos del Pacífico. Trad. Lourdes Ortiz. 8.ª ed. Madrid, Alfaguara, 2004. 20 Indio. La palabra se la habían lanzado muchas veces al rostro como insulto. Pero ahora, pronunciada por uno que era de la misma raza de Pedro, servía para establecer una distancia, para apartar a los que estaban unidos desde la raíz. Fue ésta la primera experiencia que de la soledad tuvo Winiktón y no pudo sufrirla sin remordimiento.12 Rosario Castellanos, Oficio de Tinieblas Como el agua y el aceite A diferencia de la novela de la Revolución que busca idealizar la figura del indígena, la corriente literaria denominada Ciclo de Chiapas —cuyo florecimiento corresponde a la casi década comprendida entre 1948 y 1962— intenta romper con los estereotipos y presentar a un indio realista, de carne y hueso, cuyas relaciones con el hombre blanco o mestizo no son unívocas o predecibles, sino complejas e incluso contradictorias. Entre las piezas que conforman este Ciclo podemos mencionar: Juan Pérez Jolote (1948) de Ricardo Pozas; El callado dolor de los tzotziles (1949) de Román Rubín; Los hombres verdaderos (1959) de Carlos Antonio Castro; Benzulul (1959) de Heraclio Zepeda, La culebra tapó el río (1962) de María Lombardo de Caso, Balún Canan (1957), Ciudad Real (1960) y Oficio de tinieblas (1962) de Rosario Castellanos. El común denominador de este grupo de obras es el análisis y la denuncia de una situación de despojo y opresión extrema, así como el enfrentamiento entre la cultura mesoamericana y la occidental. Hoy, a más de cincuenta años de distancia, cabe preguntarse sobre la vigencia de estos planteamientos, en particular en la obra de Rosario Castellanos. La carga política que asumió la autora en sus textos, ¿aún es válida en nuestros días? La respuesta, me parece, es afirmativa. Sus libros han adquirido un valor testimonial que permite entender los problemas de comunicación, aún vivos, 12 Rosario Castellanos, Oficio de tinieblas, México, D.F., Planeta, 1977, p. 53 21 entre indígenas y no indígenas, resultado del rechazo y la intolerancia hacia una cultura diferente a la propia, de la incapacidad para establecer un diálogo intercultural en un país en el que aún perviven más de sesenta y dos pueblos indígenas, estigmatizados como inferiores por sus diferencias culturales y raciales, y que representan aproximadamente el diez por ciento de la población mexicana. Rosario Castellanos (México, 1925-1974) vivió en el estado de Chiapas durante su infancia y, posteriormente, de 1956 a 1961, trabajó primero en el Centro Coordinador Indigenista Tzeltal-Tzotzil de San Cristóbal de las Casas y, después, en las oficinas centrales del Instituto Nacional Indigenista en la ciudad de México. Su contacto con la población indígena, su experiencia laboral y su consternación frente a las condiciones de vida de tzeltales y tzotziles se refleja con claridad en sus novelas Balún Canan y Oficio de tinieblas, así como en su compilación de cuentos Ciudad Real. De entrada, los títulos de estas tres obras resultan interesantes por sus connotaciones. Balún Canan significa “los nueve guardianes” en lengua maya y hace referencia a los cerros que rodean la ciudad de Comitán donde la autora vivió su infancia en estrecha convivencia con su nana tzeltal; Oficio de tinieblas es el nombre de una ceremonia que se realiza el miércoles santo al caer la tarde y que presenta todas las características de las exequias: el altar desnudo, las imágenes cubiertas; salvo la tenue luz de los cirios, la iglesia se mantiene en absoluta oscuridad, sólo se escuchan responsorios fúnebres y de lamentación. Por último, desde la época colonial hasta principios del Porfiriato, Ciudad Real fue el nombre de la capital de la provincia de Las Chiapas, hoy San Cristóbal de las Casas y que se ubica en el corazón de una región indígena. 22 En estas obras, Rosario Castellanos plantea las dificultades para establecer contacto entre dos mundos antagónicos; describe formas de relación asimétrica aceptadas por ambas partes y pone al desnudo cómo los individuos pueden interiorizar la opresión y volverse cómplices de su propia situación en el vivir cotidiano. Los personajes de Castellanos actúan con las paradojas propias de cualquier ser humano pero, a la vez, responden a un estado de cosas que se mantiene porque así ‘ha sido y será’. Sus historias hacen referencia a una situación trágica, de extrema injusticia que siempre termina, de manera ineludible, en brutalidad. En sus relatos no hay finales felices. Nadie gana, todos pierden. La estructura narrativa, en particular la de sus cuentos, se construye de tal suerte que, al final, se deja al lector prácticamente mudo ante el clímax, en la cima de una situación de abuso y sometimiento frente a la cual no hay nada más que hacer. Quienes ayudan naufragan en el alcohol, son asesinados o despedidos. Al parecer, la comunicación entre dos culturas es imposible. Los lenguajes y sus significados son diferentes, también sus expectativas y visiones del mundo. En la autora prevalece la desesperanza. Las dificultades para cambiar una situación de injusticia es un leit motif en estas narraciones como, por ejemplo, en El don rechazado. En este cuento, el antropólogo José Antonio Romero rescata a Manuela de morir a causa de una terrible infección. Cuando la indígena se recupera, decide regresar con su antigua patrona, Prájeda, quien entre muchas otras afrentas la había dejado parir entre moscas y estiércol. Para Manuela, su vuelta con Prájeda resulta obligada pues ambas hicieron un trato mucho tiempo atrás. Es una cuestión de honor. José Antonio Romero, consciente de la imposibilidad de cambio, explica este comportamiento de la siguiente forma: 23 ¡No, por favor, no llame a Manuela ni ingrata, ni abyecta, ni imbécil! No concluya usted para evitarse responsabilidades que los indios no tienen remedio. Su actitud es muy comprensible. No distinguen un caxlan13 de otro. Todos parecemos iguales. Cuando uno se le acerca con brutalidad ya conoce modo, ya sabe lo que debe hacer. Pero cuando otro es amable y le da sin exigir nada a cambio, no lo entiende. Está fuera del orden que impera en Ciudad Real.14 La dominación de una cultura sobre otra es una relación de fuerza entre quien detenta el poder y quien es sometido. Esta fórmula se acompaña de las tres formas de violencia conocidas: la física, la verbal y la no verbal. Los golpes, los insultos aunados al desprecio, la humillación constante al ser ignorado logran, además, socavar el alma. Este daño moral está retratado en el cuento La muerte del tigre en el cual se narra cómo la comunidad de los Bolometic pierde, en manos de los conquistadores, al tigre, su espíritu protector, y con él sus tierras, sus recursos, su salud, su dignidad, quedando sometidos a los abusos y explotación del caxlan, para quien la vida de un indio no significa nada, como lo comentan don Juvencio y su socio, encargados de reclutar indígenas para trasladarlos a las fincas del café: ―No son suficientes. ―¿Que no son suficientes? ¿Cuarenta indios para levantar la cosecha de café de una finca, peor es nada, no son suficientes? ―No van a llegar los cuarenta. No aguantan el viaje. Y el socio de don Juvencio dio vuelta a la página, satisfecho de tener razón.15 13 “Los indígenas en Chiapas llaman caxlan al extraño y también al que los engaña, al que los explota. Seguramente la palabra viene de la deformación de caxtitlan, para referirse al castellano (persona venida de Castilla)” Luzma Becerra, “Ciudad Real: entre ficción y realidad”, en Luz Elena Zamudio y Margarita Tapia ed. Rosario Castellanos, de Comitán a Jerusalén, Toluca, CONACULTA-Tecnológico de Monterrey, 2006, p.77 14 Rosario Castellanos, Ciudad Real, México, D.F., Punto de lectura, 2008, p.169 15 Ibíd., p.26 24 Los indios, empobrecidos y sin posibilidades, deben someterse al orden del más fuerte. A lo largo de estas tres obras, Rosario Castellanos hace énfasis en la dificultad para romper esta relación de fuerza y cambiar el estado de cosas. En Balún Canan, cuando Felipe, indígena, insiste ante los mayores en la necesidad de que se cumpla la ley y que el patrón les proporcione educación, los viejos se resisten y afirman resignados: ―Quizá debe ser así. ―¿Y por qué debe ser así, si somos iguales? Lo olvidaban siempre. Y era Felipe el de la obligación de recordar.16 De igual manera, en Oficio de tinieblas, los ámbitos de acción están claramente delimitados. Cada quien conoce el lugar que ocupa en una sociedad casi feudal. Así, ante la posibilidad del reparto de tierras ordenado por el General Lázaro Cárdenas, los finqueros se escandalizan y hacen lo posible por evitarlo. Buscan mantener el papel que, desde mucho tiempo atrás, les fue asignado: El patrón debería ser siempre la divinidad dispensadora de favores, de beneficios gratuitos y de castigos merecidos. El ámbito de su existencia no iba a ser violado por un juicio, por una interpelación de los inferiores. Éstos, por su parte, llevaban tan en la médula el sentimiento de que su inferioridad era su condición verdadera, que se escandalizaban contra quienes pretendían imponerles un nuevo fardo: el de la dignidad.17 La relación entre caxlanes e indios no es plana. Tiene profundidad. No sólo se trata del sometimiento y el ejercicio cotidiano del uso de la fuerza; también hay miedo, desconfianza. En el caso de los no indígenas, se saben minoría por lo que, a pesar de su poderío y fuerza, piensan que si se descuidan 16 Rosario Castellanos, Balún Canan, México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 2007, p.177 17 R. Castellanos, Oficio de tinieblas, op.cit., p.155 25 pueden perder todo, pues “cuando el indio sepa lo que sabemos nosotros nos arrebatarán lo nuestro”.18 El temor del caxlan tiene poco fundamento, pero su referente es real. Las insurrecciones han sido demasiado esporádicas. En 1712 sucedió un levantamiento indígena que fue sofocado en pocos meses; más de un siglo después, en 1869, hubo otra rebelión sangrienta que, de hecho, es utilizada por Rosario Castellanos como hipotexto en Oficio de tinieblas. Al margen de la revolución mexicana, en 1910, se produjo otra en la que los indígenas pedían: La abolición de las contribuciones personales, capacitación e instrucción pública; que se les devuelvan sus tierras usurpadas y que se les garantice la posesión de las que disfrutan; que no se les explote tan ruinmente por los especuladores y agentes del gobierno; que no se les trate como bestias de carga y que haya para ellos ley y justicia y que se expidan leyes protectoras de indios.19 Tampoco se pueden hacer a un lado, en la historia reciente, los movimientos de “500 años de resistencia indígena” y, poco después, el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Manifestaciones que dejan en claro que las condiciones de opresión aún se mantienen y que el germen de la revuelta en el estado de Chiapas continúa vivo. En Oficio de tinieblas, el temor a la sublevación de los indios le sirve a Leonardo Cienfuegos para erigirse como líder de los caxlanes, justificar el uso de la violencia extrema y, de paso, defender sus propiedades en riesgo de perderse por las disposiciones del General Cárdenas. 18 19 Ibíd., p.57 Tomado de Antonio García de León y citado por Agustín Romano. Historia Evaluativa del Centro Coordinador Indigenista Tzeltal-Tzotzil, México, D.F., Instituto Nacional Indigenista, 2002, p.79 26 En las regiones indígenas de México existe un orden establecido que delimita y separa los estratos sociales; los Altos de Chiapas no son la excepción. Con el uso de la fuerza se han establecido las posiciones: cada quién sabe a dónde ir, conoce su lugar, los caminos están trazados y no hay razón para subvertirlos. Si algo sucede fuera de ese orden casi inmutable es señal de problemas como lo muestra la siguiente narración. En La suerte de Teodoro Méndez Acubal, éste encuentra una moneda en la calle. El indígena nunca había tenido una similar en sus manos por lo que, al sopesarla, deduce que es rico y que eso se debe a su suerte. El cuento incluye una interesante reflexión sobre el valor del dinero. Teodoro piensa que no se lo debe gastar en su familia, pues para eso trabaja. No, la moneda es un regalo que le da la vida y, por tanto, es sólo para él. “Se la dieron para que jugara con ella, para que la perdiera, para que se proporcionara algo inútil y hermoso”. 20 Tras varios meses de solitarias cavilaciones pues con nadie comparte su secreto, Teodoro decide comprar con la moneda una estatuilla de la Virgen. Como nunca lo ha hecho, tiene miedo de entrar a la tienda de don Agustín. Teodoro se pasa largas horas contemplando la figura desde el aparador. Este gesto, inusual en un indígena, preocupa de inmediato al propietario, porque “a ningún ladino se le pierde la cara de un chamula cuando lo ha visto caminar sobre las aceras y menos cuando camina con lentitud como quien va de paseo".21 Cuando el indígena decide entrar a la tienda, ignorante del idioma español, sólo alcanza a señalar con el dedo lo que desea. Don Agustín, incapaz de interpretar el gesto y recordando los rumores e historias sobre alzamientos indígenas, amenaza a Teodoro con una pistola y éste, sin responder a la agresión, 20 21 R. Castellanos, Ciudad Real, op. cit., p.59 Ibíd., p. 60 (En aquellos años las aceras estaban reservadas para los no indígenas). 27 tampoco entiende qué sucede. Al final, es encarcelado por ladrón pues no era creíble que un indio poseyera una moneda de tal valor. Dos mundos opuestos, complejos y distantes uno del otro. De un lado la supremacía, el triunfo, la propiedad, la fortuna, la belleza, la santurronería, la hipocresía; del otro, el desprecio cotidiano, la obediencia, la pérdida, el silencio, la fealdad, la superstición, la muerte. Pero en ambos mundos es posible encontrar quien traspase las fronteras: los indios asimilados a la cultura dominante, y los blancos o mestizos que se identifican con la causa indígena. El indio asimilado trabajó con sus patrones desde pequeño. Aprendió su idioma, sus costumbres y se relacionó afectivamente con el caxlan, por lo que su vida queda en una posición ambigua. Por un lado, ya no pertenece a su mundo, los indígenas recelan de su cercanía con el poderoso; pero éste último, a su vez, nunca confiará en él, por ser indio. En la obra de Rosario Castellanos, la figura de la nana resulta emblemática en este sentido, además de que tiene una reconocida referencia autobiográfica. La nana de Balún Canan vive en conflicto: —¿Por qué te hacen daño? —Porque he sido crianza de tu casa. Porque quiero a tus padres y a Mario y a ti. —¿Es malo querernos? —Es malo querer a los que mandan, a los que poseen. Así dice la ley.22 Por su parte, Teresa, la nana en Oficio de tinieblas, abandona la casa de los Cienfuegos y se reintegra a su pueblo, pero ya no puede adaptarse a la vida del indígena, a su pobreza, a sus costumbres, a sus creencias. En un momento dado, 22 R. Castellanos, Balún Canan, op. cit., p.16 28 se siente extranjera y la invade “una nostalgia de gentes blancas, de palabras españolas, de espacios libres”.23 Algunos de estos indios asimilados reproducen la conducta y las actitudes de sus amos. Terminan por rechazar al indígena. Modesta Gómez es un cuento brutal al respecto. En él se describe el oficio de atajadora, consistente en acechar a los indígenas que llegan a la ciudad, despojarlos con lujo de violencia de sus mercancías y, a cambio, aventarles algunas monedas. Durante su primer día de trabajo, Modesta Gómez golpea a una indígena indefensa hasta hacerla sangrar. En realidad, descarga en la Otra la frustración respecto a su propia vida (embarazada por el hijo de los patrones fue despedida de la casa en la que trabajaba como sirvienta y en la que se crió desde pequeña; después, se casó con un alcohólico golpeador que la sumió en la pobreza y le dio tres hijos más). El cuento concluye: “Mañana. Sí. Volvería mañana y pasado mañana y siempre. Era cierto lo que decían: que el oficio de atajadora es duro y que la ganancia no rinde. Se miró las uñas ensangrentadas. No sabía por qué. Pero estaba contenta”.24 En Balún Canan, la niña vive la incertidumbre respecto al Otro. El afecto que siente hacia su nana se confronta con los comentarios racistas que escucha en boca de su madre. Ante su imposibilidad de callarla, la niña y su hermano cierran la puerta para que la nana no escuche. Quienes son solidarios con los indígenas se enfrentan también a la sospecha de ambos bandos. Por un lado, los caxlanes desconfían de ellos, temen que resulten una mala influencia para los indios y que éstos empiecen a exigir sus derechos. Por el otro, los indios, con razones históricamente fundamentadas, no pueden confiar. Fernando Ulloa, uno de los principales personajes de Oficio 23 24 R. Castellanos, Oficio de tinieblas, op. cit., p. 256 R. Castellanos, Ciudad Real, op. cit., p.80 29 de tinieblas, vive en carne propia el rechazo de ambos grupos. El de los terratenientes, por intentar cumplir con las disposiciones de la reforma agraria a favor de los indígenas; y el de los indígenas porque no le creen. En el clímax de la obra, él y César, su ayudante, se quedan a la mitad de los dos mundos. —¿Le importa mucho que los que nos rematen a nosotros sean los coletos o los indios? —¿A nosotros? —Sí, usted y yo. Pueden un día decidir éstos que somos unos traidores, unos caxlanes a fin de cuentas, y acabarnos.25 Lo mismo le sucede a Alicia Mendoza y al doctor Salazar en La rueda del hambriento o al personaje principal de Arthur Smith salva su alma quien reflexiona: “Porque ahora todo lo que antes era nítido y ostentaba un rótulo indicador se había vuelto confuso, incomprensible. Entre el lado bueno y el lado malo no había fronteras definidas y el villano y el héroe ya no eran dos adversarios que se enfrentaban sino un solo rostro con dos máscaras. La victoria ya no es la recompensa para el mejor sino botín del astuto, del fuerte”.26 Uno de los grandes méritos de la autora es su capacidad para mostrar a sus personajes con todas sus aristas, sus paradojas, su humanidad. Contradicciones que van más allá del conflicto personal y revelan los fundamentos de una condición injusta. Rosario Castellanos no cae en maniqueísmos fáciles. Por el contrario, logra reflejar una realidad compleja en la que, al igual que sus personajes, predominan las notas discordantes y desafinadas. Los temas que aborda en estas tres obras resultan casi inagotables. El sincretismo religioso tan crudamente presentado en la crucifixión del niño Domingo en Oficio de tinieblas; los significados culturales que indígenas y 25 26 R. Castellanos, Oficio de tinieblas, op. cit., p.348 R. Castellanos, Ciudad Real, op. cit., p.215 30 caxlanes le dan a los eventos de la vida, de la naturaleza. La cultura como una forma de ver e interpretar el mundo. Respecto al libro de cuentos Ciudad Real, Luzma Becerra escribe: Los acontecimientos y la trama de la historia describen situaciones constantes de despojo y abuso hacia la cultura indígena local; las contradicciones y contrastes existentes dentro de los estratos sociales, así como en el interior mismo de la clase ladina y mestiza, y los enfrentamientos de ambas razas; la superstición de los indios y los intereses de diversas instituciones, gubernamentales o particulares, nacionales o extranjeras (misiones) de ayuda a los indios.27. Lo anterior puede ser aplicado de igual manera a Balún Canan y a Oficio de tinieblas. En estas obras predomina la desesperanza, la imposibilidad de resolver los conflictos entre dos culturas. Como señala María Luisa Gil Iriarte, “se trata de un ejercicio cognitivo de realidades injustas”.28 Sin embargo, Rosario Castellanos comparte la visión integracionista del indigenismo oficial que planteaba el rechazo a formas “atrasadas” de vida y, en consecuencia, la necesaria incorporación del indio a la vida nacional, a partir de su asimilación a la cultura dominante y, para lo cual, creó organismos como el Instituto Nacional Indigenista. Para ella, al igual que para muchos antropólogos de la época, el problema del indígena era netamente económico, de pobreza: Uno de los defectos principales de la corriente indigenista reside en considerar al mundo indígena como un pueblo exótico en el que los personajes, por ser las víctimas, son poéticos y buenos. Esta simplicidad me causa risa. Los indios son seres humanos absolutamente iguales a los blancos, sólo colocados en una circunstancia especial y desfavorable […] Los indios no me parecen 27 28 L. Becerra, op.cit., p.78 María Luisa Gil Iriarte, Testamento de Hécuba. Mujeres indígenas en la obra de Rosario Castellanos, Salamanca, Universidad de Sevilla, 1999, p.153 31 misteriosos ni poéticos. Lo que ocurre es que viven en una miseria atroz. 29 En consecuencia, sus referencias a la cultura propia de estos pueblos se acercan más a la descalificación que justifica la necesidad de integrarse a la cultura nacional. La manera angustiante como presenta el sincretismo religioso en Oficio de tinieblas, es un ejemplo de ello. Otro aspecto, que en particular llama la atención, es la ausencia en sus descripciones del rico colorido que caracteriza la vestimenta de estos pueblos. En todo caso, me parece que Rosario Castellanos comparte los planteamientos de la época: “se trata de mexicanizar al indio y el indio deberá dejar de ser lo que es para integrarse a la nación mexicana, como un ciudadano más, producto del indigenismo”.30 Ella plantea la pobreza como producto de la explotación a la que los indígenas se han visto sometidos y aboga por una reivindicación social y económica. Empero, no vislumbra a la diferencia cultural como origen de segregación y desigualdad; en consecuencia, tampoco propone una reivindicación en tal sentido. A más de cinco décadas de publicada la obra de Rosario Castellanos, la situación de estos pueblos ha cambiado. Aquel indígena pasivo, piojoso y resignado que retrata la autora ya no lo es. Los tzeltales y tzotziles en el estado de Chiapas pueden caminar por las aceras de San Cristóbal o Comitán sin peligro de ser maltratados por ello. Es posible encontrar presidentes municipales, diputados, profesionistas indígenas. No obstante, continúan representando a la población 29 30 Emmanuel Carballo, Protagonistas de la Literatura mexicana, México, D.F., Alfaguara, 2005, p.610 Miguel Ángel Korsbaeck, Leif, Sámano. “El indigenismo en México: antecedentes y actualidad”. Ra Ximhai, enero-abril, año/vol. 3 número 001, Universidad Autónoma Indígena de México, 2007, p.206 [edición en línea] http: //redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/461/46130109.pdf, Fecha de consulta: 11 de mayo del 2010 32 más pobre del país. Baste señalar que los municipios con el índice de desarrollo humano más bajo están habitados por indígenas y se ubican en lo estados de Chiapas, Guerrero y Oaxaca, los tres con mayor diversidad cultural. Estos datos indican que la cultura todavía continúa siendo un elemento fundamental para la carencia de oportunidades y la discriminación de este sector, ajeno al desarrollo nacional en todas sus dimensiones. En nuestros días, los pueblos indígenas no sólo luchan por mejorar sus condiciones de vida; también por la defensa de su cultura, por el derecho a conservarla y practicarla. Muchos de ellos rechazan su incorporación a la sociedad nacional a cambio del olvido de su especificidad cultural “diluyéndolos en la supuesta y para muchos benéfica y deseable homogeneidad nacional”. 31 Esta lucha no ha sido fácil pues se enfrenta a la estigmatización como referente de atraso, ignorancia y carencias. A pesar de no plantear una reivindicación cultural, imprescindible para una mejor comprensión de la problemática indígena que no se reduce a aspectos meramente económicos, la obra de Rosario Castellanos aporta información valiosa sobre una época de la historia de México. De igual manera, permite comprender con mayor profundidad las luchas que emprenden estos pueblos hoy en día para trascender el cúmulo de situaciones desgarradoras que aún subsisten. Sin embargo, Rosario Castellanos logra trascender nuestras fronteras pues aborda y describe la problemática relación con el Otro, con el diferente, con el que detenta el poder y con quien obedece. Su visión es pesimista, como si existiera una línea divisoria, labrada durante siglos, que permanece y pierde al 31 José Del Val, “¿Indigenismo indígena?”, Suplemento Mundo Indígena, Milenio, México, D.F., 14 de agosto del 2009 33 Uno y al Otro, como el agua y el aceite, en la soledad que los une y separa al mismo tiempo. Bibliografía Carballo, Emmanuel. Protagonistas de la Literatura mexicana. México, D.F., Alfaguara, 2005. Castellanos, Rosario. Oficio de Tinieblas. México, D.F., Planeta, 2005. __________, Balún Canan. 5.ª ed. México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 2007. __________,Ciudad Real. México, D.F., Punto de lectura, 2008. Franco, María Estela. Rosario Castellanos. Otro modo de ser humano y libre, Semblanza Psicoanalítica. México, D.F., Plaza y Valdés, 1994. Gil Iriarte, María Luisa. Testamento de Hécuba: Mujeres indígenas en la obra de Rosario Castellanos. Salamanca. Universidad de Sevilla, 1999. Romano, Agustín. Historia Evaluativa del Centro Coordinador Indigenista Tzeltal-Tzotzil, Vol. 1, México, D.F., Instituto Nacional Indigenista, 2002. Zamudio, Luz Elena y Tapia, Margarita ed. Rosario Castellanos, de Comitán a Jerusalén. Toluca, CONACULTA-Tecnológico de Monterrey, 2006. 34 Una mirada interior A lo largo de la historia de la humanidad ha sido relevante el papel del escritor como testigo de su tiempo. Para muchos de ellos, cumplir con esta función testimonial es un destino ineludible y más aún cuando la realidad rebasa los límites del respeto a la dignidad del ser humano. En una entrevista concedida en 2003, la escritora sudafricana Nadine Gordimer, Premio Nobel de Literatura 1991, planteó lo siguiente: Kafka dice que el escritor busca entre las ruinas cosas diferentes que los demás; es un salto cualitativo tras lo que realmente está sucediendo. Ésta es, justamente, la naturaleza testimonial que los autores deben dar, una mirada interior, puesto que tienen el sexto sentido de la imaginación para completar el hecho. El percatarse de lo que sucede va ligado con un sentimiento, una voz.32 De lo anterior se deriva que, en el terreno de la literatura cuando está relacionada con la política, para merecer el apelativo de ‘escritor’ es necesario contar con dos elementos básicos. El primero radica en esa ‘mirada interior’ que trabaja con la imaginación entendida, según Gordimer, no como ficción sino como el talento para percibir una realidad más profunda. Sin esa mirada interior no hay autor posible. El segundo reside en poseer la sensibilidad social suficiente para ‘buscar entre las ruinas’, para percibir lo que sucede allá afuera, en aquel rostro que pide limosna o en el que lanza un discurso hecho de pura palabrería. En Nadine Gordimer ambos elementos, mirada interior y sensibilidad, se conjugan. Su posición política la convirtió en un sujeto incómodo y peligroso 32 Patricia Kolesnicov, “Nadine Gordimer: No existen torres de marfil frente al acoso de la realidad”, Clarín.com. 6 de enero del 2007 . [edición en línea] http://www.edant.clarin.com/suplementos/cultura/2007/.../u-01811.htm. Fecha de consulta: 10 de octubre del 2008 35 para el sistema. Su obra fue censurada en Sudáfrica aunque, como ella misma lo confiesa, tuvo la fortuna de escribir en inglés, su lengua materna, por lo que pudo encontrar editores en Inglaterra y en los Estados Unidos. Sus libros se convirtieron en instrumento de denuncia a nivel internacional. Nacida en 1923 en Sudáfrica, esta escritora ha estado la mayor parte de su vida en contacto con formas extremas de discriminación y racismo. Fue hasta que cumplió setenta y un años, en 1994, cuando tuvieron lugar las primeras elecciones en las que la población negra pudo votar. A pesar de pertenecer a la minoría blanca que gobernaba sobre la mayoría negra, Nadine Gordimer se identificó con ésta última y fue una activista comprometida con la lucha sudafricana en contra del racismo, involucrada en acciones clandestinas y riesgosas. Ante las arbitrariedades, no guardó silencio convencida de que “los escritores, si escribimos con honestidad, lentamente podemos ir transformando el terreno […] la gente comienza a entender qué sucede en una sociedad opresiva”.33 Si bien el telón de fondo de su obra literaria es el conflicto político, Gordimer nunca cae en el maniqueísmo característico de la consigna o el libelo. Haciendo gala de una gran riqueza narrativa, presenta la complejidad social, política, económica y cultural de una Sudáfrica dividida no sólo por razas, sino también por niveles socioeconómicos, ideologías, historias individuales y colectivas. Como activista política, algunos de sus contemporáneos la criticaron por su frialdad y ausencia de un compromiso claro en su obra. Para una corriente de 33 Silvia Cherem, “Nadine Gordimer. En blanco y negro”, Entrevista CSC.1.605, Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, México, 2003, en http://www.local.fnpi.org:8990/ premio/2003/finalistas/pdf/2003CSC1605.pdf., p.1 Fecha de consulta: 15 de octubre del 2008 36 intelectuales sudafricanos negros en búsqueda de su propia identidad, hoy en día Nadine Gordimer representa un ejemplo de eurocentrismo gracias al cual la cultura angloparlante ha oprimido otras manifestaciones culturales. No obstante, estos últimos planteamientos pecan de lo que critican pues ponen en duda el legítimo derecho de cualquier ser humano (independientemente de la etnia a la que pertenece) a luchar por lo que considera justo; en este caso: la defensa del Otro, del diferente a causa de su posición social, sexo, edad, religión, convicción política o preferencia sexual, pero semejante en su condición humana. ¿O acaso por ser blanca Nadine Gordimer no podía pelear contra el apartheid? Tal parece que estas posiciones se convierten en una especie de discriminación a la inversa o ¿es que los negros, los indios, los desposeídos son los únicos que pueden escribir sobre una realidad injusta convertida, así, en coto privado? En sus novelas, Nadine Gordimer demuestra que ella puede analizar y criticar la injusta situación que vive su país. Expone situaciones difíciles, de ninguna manera resueltas, en las que no todo es blanco o negro, sino que entre ambos colores hay diversos y aleccionadores matices. Sus personajes viven en estrecha conexión con el mundo en el que habitan y están sujetos a influencias muy fuertes que vienen del exterior. Su pretensión es narrar la historia de quienes construyeron o fueron testigos de La Historia (con mayúsculas). Como ella misma señala: La gente en la televisión ve imágenes de alborotos, las protestas masivas, los asesinatos, las persecuciones con gases lacrimógenos, pero no saben cómo se sentía la gente el día en que fue a protestar, si había discusiones familiares, las complicaciones generacionales y las rupturas provocadas porque un miembro de la familia se unió a los movimientos de liberación y otros no.34 34 Ibíd., p.3 37 Con esta visión la autora se sirve de los personajes, de sus angustias cotidianas, sus dudas existenciales, su aquí y ahora, para presentar las contradicciones de una realidad política. Para ella, “encasillar la identidad de una persona contradice el espíritu de la modernidad”.35 Su mundo es el de una mujer que busca su identidad como ser humano, más allá del color que la etiqueta; es el de una mujer que se enfrenta a los mismos blancos porque no piensa como ellos, se solidariza con los negros, pero tampoco es uno de ellos. Sin embargo, no se trata de identidades totales sino parciales y multidimensionales cuyo conjunto, paradójicamente, hacen un todo. Nadine Gordimer aborda a sus personajes como si fueran un poliedro ―pudiendo ser cada uno de sus lados complementario, antagónico o independiente uno del otro― lo que les confiere una profunda humanidad pues presenta las múltiples contradicciones que definen a un ser humano. Así, por ejemplo, en El último mundo burgués (1966) el suicidio de Max Van Den Sandt sirve de pretexto a Liz ―su ex–esposa― para revivir y analizar su situación personal inserta en un mundo burgués esclerotizado moralmente: “Sí, la esclerosis moral, el endurecimiento del corazón y el estrechamiento de la mente”.36 Max, blanco, hijo de una familia rica, se identifica con la causa negra. Para sus progenitores los negros no existían… cuando la madre hablaba de ‘nosotros los sudafricanos’ se refería a los blancos afrikaans y de habla inglesa y cuando Theo Van Den Sandt pedía una ‘Sudáfrica unida, en marcha hacia una era de progreso y prosperidad para todos’ pensaba en la unidad de esos 35 36 Michael Skafides, “El materialismo lo ha conquistado todo, entrevista con Nadine Gordimer”, El País, Sociedad, Madrid, 20 de mayo de 2007 Nadine Gordimer, El último mundo burgués, Trad. Jordi Fibla, México, D.F., Consejo Nacional para las Culturas y las Artes, 1990, p.43 (De aquí en adelante, en las referencias inmediatas a la cita de una obra de esta autora, se pondrá entre paréntesis el número de página). 38 mismos dos grupos de blancos, salarios más altos y mejores coches para ellos. En cuanto al resto, los diez u once millones de ‘nativos’ […] hasta la llegada del hombre blanco no conocían nada mejor que una choza de barro en la estepa. (36) Con esta visión clasista, Max creció en el silencio de sus padres hacia él y, en consecuencia, su simpatía por los negros resulta un tanto ambigua. ¿Ésta se debe a su convicción política o al deseo adolescente de rebelarse contra todo lo establecido y, en particular, contra sus padres? En todo caso, entusiasmado por la causa, Max participa en un atentado. Lo apresan y enjuician. Traiciona a sus amigos negros. Se suicida. ¿Quién era realmente Max? ¿La oveja negra de un rebaño blanco? O alguien “dejado a un lado, por ser blanco. Incluso con aquellos que había elegido [los negros] continuaba fuera, experimentaba el aislamiento de su infancia convertido en el aislamiento de su color”. (68) Liz no se queda atrás. Durante su matrimonio colaboró con el Congreso de Demócratas. Posteriormente, aunque no deja nunca de interesarse en política, abandona su relativa militancia. Sin embargo, cuando un negro le pide ayuda, ella lo piensa. Lo puede hacer sin involucrarse demasiado. El lector no sabe qué decidirá el personaje, pero todo indica que lo hará. Al final sólo se escucha el corazón de la mujer que late como un reloj: asustada, viva, asustada, viva… Luchar por cambiar una situación de injusticia es no padecer esclerosis moral; por el contrario, se puede tener miedo pero significa estar vivo. Luchar es no limitarse a comer, a dormir y a darse por satisfecho con un pequeño mundo personal. Max, le explica Liz a su hijo Bobo, no podía conformarse con no hacer nada por cambiar lo que estaba mal. Aunque fracasara, eso era mejor que ningún intento. 39 La hija de Burger (1979)37, escrita casi quince años después, es una historia mucho más complicada, como lo era el momento que estaba viviendo Sudáfrica. El referente de esta novela es Lionel Burger, líder comunista, médico, hombre blanco privilegiado quien en el ejercicio de su profesión se percata de los sufrimientos y la humillación cotidiana de los negros africanos. Dedica su vida a la causa, igual que su mujer. Para la pareja, los asuntos cotidianos son el hogar, el cuidado a los hijos, el trabajo pero, sobre todo, la lucha política. Lionel Burger es condenado a cadena perpetua por sus ideas y acaba muriendo en la cárcel, al igual que sucedió con muchos negros. En un contexto como el que predominaba en aquel entonces en Sudáfrica, la vida de Rosa, su hija, queda ligada de manera irremediable a su memoria. Rosa no sólo tiene un pasado distinto a otros niños blancos, también vive con el estigma ideológico de ser hija de un líder comunista. Trata de desprenderse de esa carga y forjar una vida para ella misma. Lo intenta, pero es inútil. Este personaje no se puede separar del compromiso social. Están unidos indisolublemente tal vez porque su padre la educó para hacer lo que debía hacerse. En todo caso, Rosa Burger, al igual que Max, Liz y otros blancos ‘renegados’ (como la propia autora) optan por la alternativa representada en Lionel Burger: luchar en contra del destino burgués que se limita a “comer sin hambre, aparearse sin deseo”. (105) En La hija de Burger destacan las descripciones sobre la cotidianidad del apartheid. Por ello, además de su valor literario, esta obra puede ser considerada como un documento antropológico-histórico indiscutible. Era sábado. Un grupo de colegialas voluptuosas vestidas de deporte bajaban a saltitos por la calle principal, camino de una reunión deportiva […] Niños negros que iban detrás de sus padres humildes, 37 Nadine Gordimer, La Hija de Burger, Trad. Iris Menéndez, Barcelona, Tusquets, 1991 40 desastrados y descalzos, cubiertos por encima de las rodillas con uniformes escolares que sólo podían darse el lujo de comprar una vez en años, de modo que los pequeños parecían alfeñiques con vestimentas enormes […] Jóvenes petimetres blancos aceleraban levantando polvo bajo las ruedas de sus coches […] Jóvenes negros en simbólica imitación del mismo estilo […] el orden del sábado, el orden de la jerarquía familiar, el orden de los negros en la calle y los blancos a la sombra de la galería del hotel. (67) Quizá el extremo del apartheid se presenta con mayor crudeza en July’s people (1981)38, una especie de Apocalipsis sudafricano. Esta novela parte de una situación ficticia en la que debido a lo cruento de una supuesta rebelión negra en la ciudad ya no es seguro vivir ahí. La familia Smales se ve obligada a dejar su perfecto hogar de clase media y aceptar el ofrecimiento de Julio, su criado por más de quince años, para refugiarse en una choza de su aldea. La pareja no milita activamente en ningún partido político pero es contraria al racismo y solidaria con la población negra. De hecho, ambos han tratado con mucha amabilidad a Julio quien les retribuye ofreciéndoles un refugio, aunque lo hace porque también espera seguir cobrando su salario. Los Smales representan para el sirviente su propia subsistencia y la de su familia. En la aldea se desarrolla una historia casi delirante y absurda como se anuncia desde el principio: El golpe en la puerta No hay puerta sólo una apertura en paredes delgadas de lodo. […] Julio su sirviente, su anfitrión, trae el té en dos tazas de porcelana rosa… (1) La separación entre ambos enunciados nos da la pauta de que algo sucede. Nadie toca a la puerta porque ésta ya no existe. De ahí en adelante la vida de Maureen y Bam Smales se irá escurriendo, sin control, por la entrada de una 38 Nadine Gordimer, July’s people, Nueva York, Penguin group, 1981 41 choza. Ante la ausencia de la intimidad característica del mundo burgués y el descubrimiento de sus propios “malos” olores, la pareja empieza a ver golpeada su autoestima. Hasta ese momento su único contacto con la población negra había sido a través del servicio doméstico. En la aldea de Julio empiezan a conocer ‘la otra vida’ de su sirviente, su otra cultura; y, de igual manera, a palpar la pobreza extrema hasta entonces inimaginable desde el cómodo confort de su casa en la ciudad. Todo ello los lleva a vivir una situación límite que crea en la pareja una terrible tensión agravada porque, cada día que transcurre, va dependiendo más de su sirviente. La relación Julio/Smales se trastoca y si bien los roles cambian, subyacen maneras de relacionarse añejadas durante quince años. De igual forma, se hacen evidentes las aspiraciones de clase que tiene el mismo Julio. Pero estas contradicciones también las vive él al interior de su tribu. Su esposa y su madre están molestas por las atenciones que le prodiga a los blancos. ¡Blancos aquí! ¿No nos has platicado cómo viven ellos? Un cuarto para dormir, otro cuarto para comer, otro cuarto para sentarse, un cuarto con libros (ella tenía una Biblia), no sé cuántas veces me lo platicaste, un cuarto con cuantos libros… Cientos yo pienso. Y agua caliente […] todas esas cosas que yo nunca he visto y que mis hijos nunca han visto –el cuarto de baño– y aún tú, en el patio tienes un cuarto de baño para ti y ni siquiera lavas tu ropa porque hay una máquina que lo hace en otro cuarto. ¿Ahora me dices que no tienen lugar a dónde ir? (19) Los sentimientos y apreciaciones de la esposa de Julio sobre los Smales, al igual que los de Maureen respecto a las condiciones de vida en la aldea, otorgan nuevamente este carácter de denuncia a la obra de Gordimer. Es evidente que en ese pueblo prevalece la falta de higiene, las enfermedades y la desnutrición en los niños, la contaminación extrema del río que los Smales terminan por ignorar pues no les queda remedio más que servirse de él. 42 Así como Rosa Burger descubre que su amigo de la infancia, Baasie, se llama en realidad Zwelinzima Vulindlela, Maureen Smales se entera que Julio en realidad es Mwawate. Estremece pensar el hecho de que, a pesar de la diaria convivencia y el supuesto afecto hacia estos dos negros, se ignoren sus verdaderos nombres. Tal vez por eso, Zwelinzima le dice retador a Rosa Burger: “¿Por qué crees ser distinta al resto de los blancos que se han cagado en nosotros desde el día en que llegaron?”.39 Por otra parte, como adorno en la choza de Julio, Liz descubre objetos que alguna vez fueron de su propiedad y se pregunta: ¿qué habrá pensado Julio cuándo se lo regalamos? Él sabía que para los Smales ya eran cosas inútiles, deshechos. Una forma de humillación y, sin embargo, los guardaba. Estas incursiones de Maureen en la intimidad de su sirviente describen la vida contrastante, y hasta esquizofrénica, de un negro que sobrevive en un mundo de blancos, de una persona que hasta su verdadero nombre pierde en esa convivencia con el Otro. Al igual que Rosa Burger y Baasie cuando eran pequeños, en July´s people sólo los niños Smales, en su inconsciencia, juegan felices con sus nuevos amigos negros. Ellos mismos, por falta de higiene y por los efectos del sol, se van ennegreciendo. Inocencia y libertad como premisa igualitaria y esperanza de cambio. Años después, Nadine Gordimer escribe: …medito sobre mis emociones cuando, circulando por la ciudad y sus barrios periféricos, paso ante un colegio a la hora de finalizar las clases. Era un colegio sólo para blancos que conozco bien. Veo salir a los niños, forcejeando entre sí los niños, cogidas de la mano y riendo las niñas. Tienen todos los tonos de piel. Negro sudafricano, hindú sudafricano, mestizo sudafricano, blanco sudafricano. Están creciendo, entrando en la vida, con una experiencia inicial común. 39 N. Gordimer, La Hija de Burger, op. cit., p.339 43 […] Estos niños no están siendo marginados para aprender odio, para temer lo que hay de desconocido, de intacto, en cada uno.40 El triunfo de la lucha en contra del apartheid pudo haber dejado sin tema a Nadine Gordimer pero en una escritora como ella eso era imposible. En Un arma en casa (1998)41, a través de una situación inesperada, plantea el contexto postapartheid y, de nuevo, un problema de identidad. Los Lindgard ―una pareja madura de piel blanca― se encuentran viendo cómodamente la televisión cuando la tragedia irrumpe en sus vidas: Duncan, su único hijo, ha cometido un asesinato. A partir de ese momento la pareja vive una serie de sentimientos encontrados: la negación (esto no puede suceder, es un error), la necesidad de entender (¿por qué lo hizo?), la culpa (¿qué hicimos para que acabara así?), el temor a un castigo sin esperanza como la pena de muerte y, más que nada, el desconocimiento de quién es su propio hijo. El abogado de Duncan, Motsamai, es negro. Los Lindgard lo ven con la suspicacia propia de los blancos; muy a su pesar, mantienen prejuicios sobre la capacidad intelectual de los negros. Esta novela tiene un dinamismo casi brutal. El manejo extremadamente ágil de los diálogos y de la tensión dramática, la administración del suspenso en el desarrollo del juicio y en el descubrimiento de quién es Duncan en realidad, hablan de la maestría que ha ganado Nadine Gordimer como escritora. Un arma en casa describe una nueva situación en Sudáfrica. Los Lindgard eligieron continuar su vida en ese país y no exiliarse como hicieron muchos blancos ante el triunfo de los negros. Duncan optó por un estilo de vida contrario 40 41 Nadine Gordimer, “Suráfrica: cinco años de libertad”, Claves de Razón Práctica, núm.93, Madrid, junio de 1999 [edición en línea] http://www.progresa.es/pdf/ 1999/Claves_093.pdf, Fecha de consulta: 20 de octubre del 2008 Nadine Gordimer, Un arma en casa, Trad. Carmen Francí Ventosa, Barcelona, Byblos, 2006 44 a los viejos cánones tan bien retratados por la autora en El último mundo burgués. Compartía su casa con negros homosexuales, en un barrio en el que era necesario contar con una pistola para protegerse del exterior aunque, paradójicamente, la violencia se generó en el interior mismo del hogar. La presencia del arma refleja la violencia que aún impera en Sudáfrica, como señala el abogado Motsamai en la defensa de Duncan: No se le pueden pedir cuentas por haber fomentado robos, secuestros y violaciones que, lamentablemente, tan comunes son en este tiempo de transición tras largos años de represión […] En efecto, el clima de violencia tiene una importante responsabilidad en el acto que cometió el acusado, debido a ese clima, el arma estaba ahí […] en el cuarto de estar, como un gato doméstico; sobre una mesa, como un cenicero. (347) Al parecer el color de la piel es una definición indispensable en la literatura sudafricana. Rosa Burger plantea el dilema de la ecuación racial. ¿De qué se trata? ¿De la lucha de colores o de la lucha de clases? En uno de los últimos cuentos de Nadine Gordimer cuyo título es por demás sugerente: Bethoveen tenía algo de negro (2004)42 plantea: En tiempos había negros que querían ser blancos. Ahora hay blancos que quieren ser negros. La razón es la misma. (7) Porque “el estándar de los privilegios varía en cada régimen. No hay privilegios a prueba. ¿Sí? El caso es ascender hacia la clase dirigente del modo que sea”. (21) En la Sudáfrica actual el color de la piel puede convertirse en el poder que legitima a las personas. 42 Nadine Gordimer, Beethoven tenía algo de negro, Trad. Francisco Rodríguez de Lecea, Barcelona, Bruguera, 2008 45 La obra de Nadine Gordimer es muy amplia y puede ser analizada desde múltiples puntos de vista. Como escritora no ha podido escapar a la injusticia extrema de su entorno. El abordaje político es consecuencia de un compromiso personal y con su país, pero intrínsecamente ligado al aspecto humano y a las pasiones de sus personajes en quienes la vida cotidiana y el contexto social no pueden ser disociados. La propia Nadine Gordimer define su posición cuando señala: ¿Qué piensan ustedes que es un artista? ¿Un imbécil que no es nada más que ojos; nada más que oídos si es un músico; un mentiroso si es poeta? No, un artista es también un ser político que está constantemente pendiente de lo que sucede en el mundo, ya sea amargo o dulce, y no puede evitar ser moldeado por esos acontecimientos, de la misma manera en que el arte va moldeando los acontecimientos exteriores.43 Durante los homenajes que se le rindieron a Carlos Fuentes con motivo de los ochenta años de su nacimiento, Nadine Gordimer ha dicho que el escritor mexicano es el “gran maestro del testimonio interior” y refiriéndose a La región más transparente escribió que en esa obra puede ver reflejada a Sudáfrica y sus contradicciones actuales.44 De igual manera, es posible afirmar que la obra de Gordimer tampoco resulta ajena a la realidad mexicana en la que subsisten enormes contrastes sociales y económicos. En definitiva, la autora ha logrado encontrar entre las ruinas cosas diferentes que los demás, pero su maestría radica en que gracias a su mirada interior, a su imaginación para completar los hechos y narrar las pequeñas historias que hacen la vida de un país, ha logrado mostrar el mundo de otra manera. Su mirada interior ve más allá y rebasa el paisaje sudafricano. Como si 43 44 P. Kolesnicov, op.cit. Nadine Gordimer, “A través del cristal”, Revista Nexos, México, D.F., Octubre, 2008 46 se tratara de un espejo, su mirada despierta el interés de imaginar la propia realidad y, por qué no, de hacer algo por transformarla. Bibliografía Gordimer, Nadine. July’s people. Nueva York, Penguin group, 1981. _________, El último mundo burgués. Trad. Jordi Fibla. México, D.F., Consejo Nacional para las Culturas y las Artes, 1990. _________, La Hija de Burger. Trad. Iris Menéndez. Barcelona, Tusquets, 1991. _________, Un arma en casa. Trad. Carmen Francí Ventosa. Barcelona, Byblos, 2006. _________, Beethoven tenía algo de negro. Trad. Francisco Rodríguez de Lecea. Barcelona, Bruguera, 2008. 47 La madre patria Los diccionarios coinciden en la definición de patria como aquella tierra natal o adoptiva a la que el ser humano está ligado por vínculos afectivos, culturales, históricos o personales. La patria representa el lugar donde se nace o, de igual forma, el que se adopta para echar raíces. Es aquel sitio en la memoria de donde provienen olores, sabores, tradiciones, música, expresiones artísticas, lenguajes, formas de pensar y entender el mundo. Es un territorio con el que se sostiene una liga entrañable, tan estrecha que cuando estamos lejos y algo nos lo recuerda podemos conmovernos hasta las lágrimas. En definitiva, la patria se encuentra en el fondo del corazón mismo. Este concepto intimista de patria bien podría confundirse con el de la madre. ¿Qué representa ella sino el origen y las enseñanzas definitorias? De la madre se aprende el idioma (lengua materna), las formas de nombrar el mundo y, en consecuencia, la cultura. Es curioso, entonces, que quienes fueron conquistados y colonizados utilicen el término ‘madre patria’ para designar a otro país y no al que los vio nacer. Toda madre reconoce a su descendencia, pero cuando el tema es la patria sucede lo contrario. Las madres patrias no siempre aceptan a sus hijas, tal vez por el resentimiento causado por sus luchas independistas o simplemente por el menosprecio que les genera su color de piel, su físico, su cultura ‘primitiva’. Es sorprendente (e incluso, para algunos, muy doloroso) constatar la frecuente ignorancia de las madres patrias respecto a sus hijas. En España, por ejemplo, el ciudadano común desconoce la geografía, la historia, las culturas de una buena porción del continente americano que estuvo casi a su total disposición durante más de tres siglos. No obstante, en América Latina la percepción de la madre patria ha evolucionado. De hecho, hubo un mestizaje y las raíces se fueron 48 entrelazando. Sin embargo, ¿qué sucede en otros países en los que ese vínculo con la madre patria es de mucha más dudosa calidad? Pensemos en Jamaica, la tercera isla más grande del Caribe, y en su madre patria, Inglaterra. En La pequeña isla, la escritora inglesa Andrea Levy (1956- ) explora dos vertientes de un mismo encuentro: dos jamaiquinos entran en contacto directo con la madre patria (Gilbert Joseph y Hortense) y una pareja de ingleses (Queenie y Bernard) descubre a esa hija patria desconocida, de color negro. Con esta novela, publicada en 2004, la autora ganó el Premio Orange por Ficción, el Premio Whitbread al mejor libro del año, el Premio de la Commonwealth y el Premio Orange Best of the Best. Cuatro personajes, cuatro historias que confluyen en una sola: la de Londres en 1948, destruido durante la segunda guerra mundial. La novela no tiene una estricta secuencia lineal, sino que está estructurada en dos tiempos que se van intercalando a lo largo de la historia: el ahora (1948) y el ayer. Ambos son narrados en voz de cada uno de los personajes por lo que la historia avanza, a la par que se conocen sus antecedentes, peripecias, motivaciones y psicología. Los protagonistas se observan unos a otros, se describen y se valoran entre sí, lo cual permite apreciarlos desde diversos ángulos. De esta forma descubrimos que Gilbert Joseph habla con un marcado acento jamaiquino y también podemos imaginar a la mestiza Hortense caminando por las calles de Londres, engalanada con un vestido blanco, sombrero, guantes y bolsa del mismo color, causando estupor entre los pálidos ingleses. En La pequeña isla, a partir del concierto de voces de sus protagonistas, de un narrador múltiple y polifónico, Andrea Levy aporta cuatro perspectivas diferentes respecto a la Otredad. 49 Hortense, la joven jamaiquina, tiene como aspiración máxima vivir en Inglaterra, en la madre patria. Es hija ilegítima de una campesina, Alberta, y un funcionario público; de él hereda “el color de la miel caliente y no del chocolate amargo de Alberta”.45 El no ser tan oscura de piel la hace sentir superior a los demás y estudia para maestra en Kingston. Su historia le da un toque de picardía a toda la novela. Los intentos de la joven por reproducir la vida cotidiana de los ingleses a cuarenta grados de temperatura y entre hormonas y pasiones típicas del trópico resultan muy amenos. Sus referentes, siempre alineados al ‘deber ser inglés’ (lo british), y sus aspiraciones sociales resultan ridículas, como se muestra en el siguiente diálogo entre ella y una alumna que no comprende una canción inglesa: ―¿Pastores, señorita Hortense? ¿Qué son pastores? ―Los hombres que cuidan a las ovejas. ―¿Ovejas? ¿Hay ovejas en Jamaica? ―No. Pero esos pastores están en Inglaterra. ―Ah, Inglaterra. ¿Y el señor nació en Inglaterra? ―Claro, y en Inglaterra hay ovejas por todas partes. Cubiertas de lana, para protegerse del frío invierno. (52) Además de enseñar canciones y poemas descontextualizados de la realidad tropical de Jamaica, Hortense guarda por los ingleses una profunda admiración y se esfuerza por ser uno de ellos. Rechaza su origen, desprecia a los negros y su ideal es conseguir un puesto de maestra en una escuela de Kingston para niñas de piel clara, vestidas con uniformes inmaculados y con un plan de estudios inglés. No veía la hora de que esos niños me mirasen con la misma estima que yo había tenido por la directora y las tutoras de mi colegio, esas mujeres blancas, rodeadas por una aureola de seguridad, capaces de poner orden en cualquier corro de 45 Andrea Levy, La pequeña Isla, Trad. Daniel Najmías, Barcelona, Anagrama, 2006, p.46. De aquí en adelante se anotará el número de página de cada cita al finalizar la misma. 50 muchachas chillonas con sólo llevarse un dedo a los labios. Su dicción académica, su innegable inteligencia, su porte imperial exigían, y obtenían, la obediencia de todas. (79) La pretensión de Hortense se estrella contra la realidad. En Jamaica, su origen bastardo le impide conseguir trabajo en una escuela burguesa. En Inglaterra, la superioridad blanca descalifica los estudios realizados con tanto ahínco y hace imposible que ella ejerza. Sus esfuerzos por hablar el idioma inglés como un buen británico y no con acento jamaiquino, por actuar y comportarse como lo harían los ingleses de sus libros de texto, su ilusión por vivir en una casa iluminada por el fuego de la chimenea y en la que el timbre de la puerta hiciera ding-dong se derrumban a su llegada a Londres. Vivir en un barrio lastimado por la guerra, en un cuarto redondo de una casa decrépita, con el baño fuera y muerta de frío no es a lo que ella aspiraba. El cielo gris y lluvioso tampoco; la pobreza menos. Imaginemos esa ciudad en 1948, tres años después de concluir la guerra y sus implacables bombardeos. Hortense no se repone de este choque inicial que echa por tierra sus expectativas. Gilbert Joseph, su marido, pierde la cuenta del número de veces que le pregunta incrédula: ¿así viven los ingleses? Al principio, ella recurre a la negación y culpa al esposo por incompetente. A medida que avanza la historia, se percata de que, debido a su color de piel, es objeto de desprecio por parte de sus admirados ingleses, por cierto, ni tan limpios ni educados ni elegantes como suponía. El choque con la madre patria la conduce a una sola conclusión: “He descubierto que Inglaterra es un país muy frío”. (502) Bernard encarna el estereotipo de un ciudadano inglés. Rígido en sus costumbres, anodino, poco romántico y sin pasión por nada, un pequeño burgués 51 adaptado a un modo rutinario de vivir: de mediana edad, empleado de banco, burócrata de corazón, custodio de la decencia y las buenas costumbres. “Yo, por lo menos, estoy orgulloso de ser parte del imperio británico. Estoy orgulloso de representar la decencia”. (407) Comparte con sus vecinos ingleses de clase media la imagen de una Inglaterra de color blanco, metódica y estructurada, orgullosa de su imperio y de sus colonias, siempre y cuando los habitantes de éstas últimas se mantengan lejos, sean del color que sean. Bernard forma parte de la generación hija de la Gran Guerra y protagonista de la Segunda. De niño vio cómo su padre, Arthur, regresó de la primera “como un paquete para entregar en el número 21, así lo trajeron […] Un cuerpo que se cagaba encima cada vez que una puerta se cerraba […] y que en sueños aullaba como si alguien le arrancase los dientes”. (433) Cuando a Bernard le toca su turno, lo envían a la India que se encuentra en franco proceso de independencia. En ese país se hace evidente su sentimiento de supremacía colonial y su rechazo por el diferente: Luchaban por hacerse con el poder cuando surgiera la nueva India independiente. Yo sonreía cada vez que pensaba que esa pandilla de analfabetos harapientos quería dirigir su propio país. ¿Los británicos expulsados de la India? ¡Si solo las tropas británicas podían tenerlos controlados! Un trabajo bien hecho –y nadie me contradijo. (402) Una vez concluida la segunda guerra y antes de regresar a Inglaterra, Bernard acude por primera vez en su vida a un prostíbulo. Al llegar a Brighton se percata de que está infectado. Su moral protestante, sus estrictos cánones de corrección y decencia se desploman. ¿Contagiado en un burdel de Calcuta? ¿Cómo explicarle a Queenie, su mujer? ¿Cómo decirle que sólo fue una vez y 52 que ni siquiera experimentó gran placer? Abrumado por la vergüenza opta por esperar la muerte en Brighton. Ironías de la vida, su enfermedad no es tan grave, prácticamente se cura solo y decide regresar a casa dos años después. En ese tiempo Queenie ha seguido un camino diferente en su propia vida con la certeza de que él está muerto. Bernard arriba a un Londres que no reconoce. La presencia de negros en su propio hogar ―su esposa se ha tomado la libertad de alquilarles cuartos a unos jamaiquinos― lo desconcierta. No sabe dónde se encuentra Jamaica, pero a sus habitantes los considera tribales, “muñequitos de trapo”, primitivos. Comparte con los vecinos su rechazo y los expulsa de su casa. La receta para una vida tranquila es que cada cual viva con los suyos. La guerra se libra para que la gente pueda vivir entre los suyos. Muy sencillo. Todo el mundo tenía un lugar. Inglaterra para los ingleses y las Indias Occidentales para los negros. Miren si no la India. Los británicos saben lo que es jugar limpio. Se la dejan a los indios […] Terminada la guerra, lo que todos querían era volver a casa, con los familiares y amigos. Todos salvo estos malditos negros. (505) En La pequeña isla, Bernard y Hortense representan dos mentalidades en apariencia diferentes pero muy similares. El primero está orgulloso del imperio británico, de sus costumbres, de su color blanco. Se sabe superior, no pone en duda el papel que Inglaterra ha jugado en el mundo. En su forma de actuar y de entender la vida están enraizados, de manera muy profunda, los estereotipos de la corrección, la decencia, la propiedad privada; la noción de lo europeo como sinónimo de cultura y progreso. Por su parte, Hortense personifica el pensamiento del colonizado. Nacida en una colonia del imperio, ella se “sabe” británica y, lo mismo que Bernard, se ufana de ello. Y si el blanco repudia al negro, ella, de color miel, también. Salvo su diferencia racial, ambos se asemejan 53 en varios planteamientos medulares: la certeza en la hegemonía de la cultura europea, la convicción de que el blanco (o, en su defecto, color miel) es superior a otras razas, su menosprecio por quien ellos consideran inferiores. Bernard y Hortense encarnan, en sentido metafórico, una pequeña isla, inaccesible para los demás y segura para ellos mismos. Un reino propio cuya condición privilegiada de aislamiento les evita el contacto no deseado con la Otredad. No obstante, para él, “los hilos enmarañados de la guerra” y, para ella, la migración significarán una revolución en sus vidas y la entrada, violenta, al mundo de la multiculturalidad y al cuestionamiento de sus valores acartonados. Por el contrario, Gilbert Joseph y Queenie resultan dos personajes más abiertos, dispuestos a entrar en contacto con la diferencia, aunque al primero le toca la peor parte. Un llamativo diente de oro adorna la sonrisa de Gilbert Joseph, quien resulta en extremo simpático, sociable y seductor. De origen humilde, se alista como voluntario en la RAF para defender a la madre patria durante la segunda guerra mundial y también para algo más: El espejo me dijo. ‘Chico, las mujeres caerán rendidas a tus pies’. Vestido con el uniforme azul, parecía un dios: por la izquierda, por la derecha, por detrás. Y eso que el uniforme ni siquiera me sentaba bien. ¿Pero qué importan unas pequeñas bolsas en la cintura y la sisa apretada cuando se es un gallardo miembro de la Real Fuerza Aérea Británica? (137) Rumbo a Inglaterra, primero llega a Estados Unidos y ahí se enfrenta a la segregación como única política para la convivencia, como le explica un oficial: “Aquí no mezclamos las razas, blancos y negros no nos mezclamos porque, si lo 54 hiciéramos, disminuiría la eficiencia de nuestras unidades de combate. El negro norteamericano no está hecho para luchar”. (144) Su contacto con el racismo practicado por el ejército norteamericano fue solo para abrir boca; más tarde, y de igual forma, será víctima en Inglaterra. En un principio, Gilbert Joseph no puede creer que esté siendo discriminado. No entiende por qué se lucha contra Alemania, por qué se defiende a los judíos cuando a los negros se les trata tan mal. Sin embargo, al igual que Hortense, en ese primer viaje todavía cree en el llamado de la madre patria. Se ostenta como un hijo más del imperio británico. ―¿Dices que eres británico ―Británico, sí ―contesté. ―¿Pero no inglés? ―No, soy de Jamaica, pero Inglaterra es mi Madre Patria. (171) De vuelta en Jamaica y ante la falta de oportunidades en su país, decide migrar de nuevo a Inglaterra con la esperanza de estudiar para abogado. No le interesa el proceso de independencia que se empieza a gestar en la isla y no desea verse involucrado con la violencia que trae consigo. A lo largo de la novela, este personaje vive el desprecio por el color de su piel, se enfrenta a la dificultad para conseguir trabajo por ser negro, escucha las burlas sobre su origen (¿vienes o regresas a la jungla?). Día a día transita el camino de la humillación, de la impotencia para defenderse pues sabe que será declarado culpable si lo hace. No obstante, Gilbert Joseph no se amarga. Él es un sobreviviente que, en un primer momento, aprende a tragarse su orgullo para no ser maltratado. “Me puse a hacer mis cosas mientras se cebaban en mí lanzándome una sarta de insultos. Como cañonazos. Los sacos de Correos y una dolorosa vergüenza me partieron en dos”. (342) 55 Con el tiempo este personaje asimila algo más importante: no todo lo que los ingleses hacen está bien hecho. Y es este aprendizaje el que lo impulsa hacia delante, le da elementos para crecer y ponerse a la misma altura del hombre blanco. Como él mismo dice a Bernard: Sabe cuál es su problema? ―le dijo―. Tener la piel blanca. Usted cree que eso lo hace ser mejor persona que yo. Piensa que le da derecho a tratar a un negro con prepotencia. ¿Pero sabe qué es lo que realmente le da? ¿Quiere saber para qué le sirve la piel blanca? Pues para que usted sea blanco, nada más. […] Los dos acabamos de luchar en una jodida guerra. Hemos luchado por un mundo mejor […] Y después de todo lo que hemos sufrido juntos pretende usted decirme que yo no valgo nada y usted sí. ¿Voy a seguir siendo siempre el siervo y usted el amo? No. Basta ya, hombre. (564) En ese instante Gilbert Joseph se gana el derecho de vivir en Inglaterra y el afecto de Hortense. Seguramente no sin trabajos, pero con la firme convicción de que las diferencias por el color de la piel no tienen sentido. Así como Hortense se casa con Gilbert Joseph para salir de Jamaica, Queenie lo hace con Bernard para escapar de una vida de mucho trabajo y pocas satisfacciones en la granja de sus padres en Mansfield, en el centro de Inglaterra. Sin embargo, la vida con Bernard es rutinaria y particularmente insatisfactoria en el terreno sexual. Años más tarde, cuando Queenie conoce al negro jamaiquino Michael, ella vivirá el orgasmo. De niña, Queenie asistió a la Exposición del Imperio Británico y la recorrió con admiración: “El imperio en pequeño. El palacio de la ingeniería, el palacio de la industria y más y más edificios de todos los países que eran nuestros, propiedad de los británicos”. (11) En el pabellón de África con “el olor 56 almibarado y marrón del chocolate” por primera vez vio a un hombre y a una mujer negros. Tal vez la extrañeza que le suscitó la pareja y la fascinación por lo diferente determinaron su posterior apertura hacia la negritud. A diferencia de sus paisanos ingleses, Queenie no encuentra la razón por la que se les trate diferente y mucho menos para que se les discrimine. No entiende por qué en un cine los soldados norteamericanos exigen que los negros se sienten en las butacas traseras, mientras ellos ocupan las de adelante; ni la causa por la que ella no puede tomar el té con un negro en un lugar público. Cuando ella les permite entrar a su casa como inquilinos, provoca el rechazo profundo por parte de sus vecinos y de su propio marido. Desde pequeña se supo distinta a los demás. La percepción de su propia diferencia la hace solidaria no sólo con la población negra sino también con la clase trabajadora (cockneys), también víctima del rechazo de una clase media racista que se expresa de la siguiente manera: “estos judíos dan más problemas de lo que valen, estarán más felices con los de su especie”. Al escucharlos, Queenie piensa “…que era Hitler el que hablaba así en la puerta de mi casa”. (289) A pesar de carecer de prejuicios raciales, Queenie entrega a su hijo recién nacido (producto de su relación con Michael) a Gilbert Joseph y a Hortense para que ellos lo críen. No desea que su hijo viva entre blancos y sufra un constante rechazo por el color de su piel. Lo que no espera es que Bernard le proponga quedarse con ese niño mulato. Este gesto resulta en extremo esperanzador. Una muestra de que Inglaterra se abre, aunque temerosa en aquella época, a la multiculturalidad. El hijo de Queenie, producto de la unión entre una mujer blanca y un hombre negro, materializa la posibilidad de un nuevo ciudadano inglés. Es también una muestra del mestizaje que ―en todos los sentidos― invade a Inglaterra. 57 Si bien los temas centrales de La pequeña isla son el racismo y la intolerancia, éstos son desarrollados a través de la vida cotidiana de los protagonistas, de los problemas que enfrentan y de cómo los van solucionando. Andrea Levy no predica doctrinas ni ‘educa’. Sus personajes son redondos pues los acontecimientos los hacen evolucionar. Quizá la transformación más significativa sea la de Bernard al pretender adoptar un niño mulato. Otro elemento importante de la novela es el momento histórico en el que se desenvuelve: Inglaterra en 1948, destruida por la guerra, un imperio que se acaba, colonias que inician sus procesos de liberación (Jamaica logra su independencia en 1962, pero se gesta durante los años en los que transcurre esta obra). Se trata de un periodo de transición en el que los valores establecidos se tambalean. Los personajes de La pequeña isla retratan las contradicciones humanas ante una realidad precaria y cambiante, cada uno de ellos con una personalidad única y diferenciada del resto, lo cual refleja la maestría de la autora en el manejo de las voces narrativas, todas ellas en primera persona. Andrea Levy muestra que las actitudes coloniales no competen sólo a los colonizadores sino también a los colonizados, en una relación amalgamada y compleja. Hortense, por ejemplo, adopta con entusiasmo y firme convicción un sistema de valores que no es el suyo. A pesar del rechazo de los ingleses, ella se esfuerza por escuchar la BBC en su cuartito londinense para dominar el acento de la clase alta y no terminar hablando como los cockneys. Así, la posición de la escritora no es maniquea, no se trata del bueno ni del malo, aunque no por eso deje de asumir una posición crítica. En 1655 los ingleses desalojaron a los escasos españoles y portugueses que dominaban Jamaica. Desde entonces hasta 1962, más de trescientos años, Jamaica fue una colonia inglesa. No sorprende entonces el amor de Hortense por 58 la madre patria, ni el deseo de Gilbert Joseph por acudir a su llamado y defenderla durante la segunda guerra mundial. A lo largo de sus primeros doscientos años de dominio británico, Jamaica se convirtió en el principal exportador de azúcar del mundo. Al igual que sucedió en la mayor parte de los países colonizados, la riqueza generada no se concentró en la isla, sino en la madre patria (y ahí están algunos personajes de las hermanas Brontë o de Jane Austin, cuya riqueza proviene de las colonias sin cuestionar, para nada, este hecho). Con el tiempo la producción de azúcar declinó y, cuando Jamaica se independiza, ésta ya no le reditúa ganancias a Inglaterra sino sólo problemas, revueltas y descontento. Hoy, a cincuenta años de haber logrado su independencia, Jamaica continúa postrada. El narcotráfico, la trata de personas, la delincuencia parece arraigarse en la isla, mientras su economía languidece. Y nos preguntamos: ¿qué enseñanzas les dejaron los ingleses a los jamaiquinos?, ¿por qué no cuentan con los conocimientos y las habilidades para integrarse al primer mundo?, ¿es que, efectivamente, la cultura “primitiva” de los países colonizados los condena a la miseria? Lo cierto es que, en el caso de Jamaica como de muchos otros países, la acción del imperio se concentró en el abuso y la expoliación dejando muy poco a cambio. Por otra parte, cinco décadas después de la historia narrada en este libro se puede afirmar que Inglaterra se ha abierto a la multiculturalidad y hoy en día es común encontrar parejas mixtas o ciudadanos mestizos en sus principales ciudades. Sin embargo, en 2007, la Equality and Human Rights Commission encontró que la población negra tiene siete veces más la posibilidad de ser 59 detenida y cateada que la población blanca.46 De igual manera, se sabe que los grupos de afrocaribeños, africanos, paquistaníes y bangladesíes presentan las peores condiciones en materia de educación y mercado laboral. Sin ahondar más en el tema, podríamos aventurar que la madre patria continúa desconociendo a los descendientes de sus hijas patrias. La pequeña isla es Jamaica y, de igual manera, Inglaterra. Esta obra revela la tragedia de la mutua ignorancia y las dificultades para emprender un enriquecedor intercambio cultural. De acuerdo con su biografía, Andrea Levy vive la experiencia de crecer negra, en la década de los cincuentas, en una Inglaterra todavía muy blanca. Al respecto, dice que el hecho de pertenecer a una minoría le ayuda a “entender también a la mayoría, cosa que al revés no se produce”.47 Esta situación le ha permitido conocer las complejas perspectivas del país donde nace, reflejarlas en este libro y pugnar por la igualdad; a pesar de las diferencias, son pasos para alcanzar un mejor futuro. Gilbert Joseph y Queenie, los polos positivos de este relato, abren el camino a la esperanza de un mejor entendimiento intercultural, aunque el repunte de actitudes xenofóbicas y racistas en el mundo muestran que la cerrazón de Hortense y Bernard siempre estarán al acecho y que, además, pueden triunfar. Bibliografía Levy, Andrea. La pequeña Isla. Trad. Daniel Najmías. Barcelona, Anagrama, 2006. 46 Annan Boodram, Racism in England, http: //www.caribvoice.org/Features/racism.html Fecha de consulta: 29 de abril del 2010 47 http://www.andrealevy.co.uk/biography/index.php., Fecha de consulta: 3 de marzo del 2010 60 Los ojos más azules… los más tristes En el epílogo a The bluest eyes,48 escrito veintitrés años después de su publicación, en 1970, Toni Morrison reflexiona sobre sus intentos por desarrollar “una prosa racialmente específica y sin embargo racialmente libre. Una prosa libre de jerarquía y triunfalismo racial”. (258) Y en efecto, nada más lejos del triunfalismo que la “exposición pública de una confidencia privada”. (258) Confidencia que en esta novela va mucho más allá de la narración de un incesto. The bluest eyes exhibe las propias contradicciones de la población afroamericana a mediados del siglo XX. Pecola, una niña de doce años, representa la pobreza, la fealdad y la falta de autoestima producto de la opresión racial; por ello la rechazan los blancos, pero también sus propios congéneres. Nadie la apoya en su desgracia, incluso Claudia y Frieda, sus amigas adolescentes, quienes habían buscado ser solidarias con ella en un principio, la eludieron para siempre. En The bluest eyes Toni Morrison, Premio Nobel de Literatura en 1993, muestra, sin agotarlos, los mecanismos, las razones, los íconos por los que la población afroamericana había llegado al grado extremo de rechazo hacia sí misma, a lo que la escritora denomina autoaversión racial. No es gratuito que Pecola desee cambiar sus ojos. Con ellos se contempla el mundo, son un vínculo con él y también, se dice, traslucen la mirada del alma. Cuando ante la violencia de sus padres ella ruega a Dios desaparecer, lo logra parcialmente pues “nunca conseguía que sus ojos desaparecieran. ¿Qué sentido tenía entonces? Los ojos lo eran todo. Todo estaba allí, en ellos. Todas aquellas imágenes, todos aquellos 48 Toni Morrison, Ojos Azules, Trad. Jordi Gubert, Barcelona, Debolsillo, 2004. Cada vez que se cite este libro, se pondrá entre paréntesis el número de página. 61 rostros”. (59) Entonces, por lógica, si aquellos ojos fueran diferentes, es decir bellos, toda ella podría ser diferente, el mundo se vería y se relacionaría con Pecola de otra manera. Tendría una nueva identidad y podría ser amada. Así, uno de los grandes temas de esta novela es el de la autodestrucción como estrategia de supervivencia ante un mundo hostil. The bluest eyes se estructura a partir de dos componentes —uno precedido por el texto de un libro de lectura y otro por las estaciones del año— que se irán alternando durante toda la narración. Ambos se diferencian por las voces narrativas. En el primero predomina el narrador omnisciente, aunque es posible escuchar otras voces como la de la señora Breedlove, en una especie de monólogo interior, o la de Soaphead Church a través de su carta a Dios. En el segundo, la voz de Claudia, narrador testigo o quien “hace la confidencia”, es la que predomina. El manejo de la información entre un componente y otro es complementario y enriquecedor. El texto con el que inicia la novela pertenece a un libro destinado al aprendizaje de la lectura. Contiene la imagen de la familia feliz en el más puro sentido, acartonado, del american way of life. He aquí la casa. Es verde y blanca. Tiene una puerta roja. Es muy bonita. He aquí la familia. La madre, el padre, Dick y Jane viven en la casa verde y blanca. Son muy felices. Veamos a Jane. Lleva un vestido rojo. Quiere jugar. ¿Quién jugará con Jane? Veamos al gato. Hace miau-miau. Ven y juega. Ven a jugar con Jane. El gatito no jugará. Veamos a la madre. La madre es muy cariñosa. Madre ¿quieres jugar con Jane? La madre ríe. Ríe, madre, ríe. Veamos al padre. Es alto y fuerte. Padre, ¿quieres jugar con Jane? El padre sonríe. Veamos al perro. El perro hace guau-guau. ¿Quieres jugar con Jane? Vemos correr al perro. Corre, perro, corre. Mira, mira. Ahí viene una amiga. La amiga jugará con Jane. Jugarán a un juego que les gustará. Juega, Jane, juega. (9) 62 Esta historia se contrapondrá, como si se tratase del negativo de una fotografía en blanco y negro, con la de Pecola, el personaje central de la narración. En el inicio de la novela, el texto sobre Dick y Jane se repite tres veces. En la primera se respeta la puntuación; en la segunda no existen ya los puntos ni las comas; y en la tercera, el texto se vuelve un continuum en el que no hay principio ni fin, en el que ya no existe ninguna coherencia y cuya comprensión es prácticamente imposible. Y es en este último formato como será utilizado por Morrison como epígrafe de varios capítulos que integrarán el primer componente y cuyo contenido, a la manera de un espejo cóncavo, convexo o resquebrajado, detallará el verdadero way of life de Pecola y su familia. Así, la casa verde y blanca muy bonita es, en realidad, el frío almacén donde vive la familia Breedlove que “se introduce solapadamente en la visión del transeúnte de una forma que es a un tiempo irritante y deprimente”. (45) Ahí, “la falta de alegría apesta y lo invade todo”. (49) La familia feliz, Dick y Jane, contrasta con los Breedlove por pobres, negros y, sobre todo, porque se creen feos. La extrema violencia de los padres, los eternos conflictos y los golpes entre ellos provocarán que Pecola, su hija, se debata ”entre un deseo incontenible de que uno matara al otro y el hondo anhelo de su propia muerte”. (57) El gato que hace miau miau sirve de pretexto para que Geraldine, una aculturada mujer de color (discreta y limpia), lastime y humille a Pecola por ser negra (sucia y ruidosa) pero, sobre todo, por recordarle sus orígenes pues: “donde ellas vivían no crecía la hierba. Morían las flores. Se cerraban las persianas. Donde ellas vivían proliferaban las latas vacías y los neumáticos viejos. Se nutrían de frijoles fríos y 63 refrescos de naranja. Revoloteaban como moscas y como moscas se posaban. Y aquélla se había posado en su casa”. (117) Jane, la madre cariñosa, es Pauline Williams a quien la pobreza, las desilusiones, la van llevando a decidirse a “ser simplemente fea” y a tener una doble vida. Sirvienta modelo, logra que sus patrones blancos dependan de ella, de “Polly”. Poder, orden y limpieza son sus consignas en el hogar blanco, cuyas características tal vez sean como las de la canción y por ello la hacen feliz. Polly disfruta, al final del día, supervisar los resultados de su propia labor. Por el contrario, en su casa prevalecen el descuido, la mugre, los golpes y el temor. “Así infundió a su hijo el irrefrenable deseo de escapar y a su hija el miedo a crecer, el miedo a las demás personas, el miedo a la vida”. (159) La conexión con sus hijos es ínfima, tanto que ellos siempre la llamarán señora Breedlove, marcando una distancia que se antoja imposible de aproximar. Sin embargo, Toni Morrison se cuida mucho de presentar personajes esquemáticos o estereotipados. Con clara influencia de William Faulkner, a quien estudió a profundidad, en la novela escuchamos la voz de la señora Breedlove y podemos conocer, y tal vez entender, cómo esta mujer fue cayendo en su propio proceso de autodestrucción; cómo pasó de peinarse con un rizo en la frente al estilo de Jean Harlow a quedarse sin dientes de por vida; cómo transitó del amor y la atracción por su marido al desdén y el rechazo absoluto; y por qué, a pesar de todo, siempre extrañaría el arco iris del orgasmo. Dick, el padre alto y fuerte, es Cholly Breedlove a quien “cuando tenía cuatro días de nacido, su madre lo envolvió en dos mantas y un papel periódico y lo dejó sobre un montón de chatarra junto a la vía del tren”. (165) Con este dramático inicio, delineado sólo en una frase, podemos esperar todo de él. Este personaje es tal vez uno de los más complejos de la novela: es alcohólico, pero también un hombre libre cuyos fragmentos: 64 “sólo tendrían coherencia en la mente de un músico (…) Sólo un músico percibiría, comprendería, sin ni siquiera percatarse de ello, que Cholly era libre. Libre de experimentar cualesquiera de las sensaciones que le acometían (…) Podía ir a la cárcel y no sentirse preso, porque ya había visto la expresión de disimulo de los ojos de su carcelero; libre para decir ”no señor” y sonreír, porque ya había matado a tres hombres blancos. Libre para soportar los insultos de su mujer…” (199) Y de esta manera, ligera tal vez, es como Toni Morrison plantea ¿el perfil de un asesino?, ¿de un psicópata? En todo caso, de alguien libre del remordimiento. La violación de Pecola ocurre porque un movimiento de su pie le hace a Cholly, borracho, evocar el de Pauline que lo había conquistado años atrás. El abuso sexual es una escena dolorosa a la que antecede una serie de cuestionamientos que se hace el propio Cholly sobre su fracaso, su propia condición de negro arruinado, la culpa de no poder hacer feliz a esa niña, de ser incapaz de aceptar el amor de su hija. Sus contradicciones reaparecen al final del acto, cuando “la aversión se mezcló con la ternura. La aversión no le dejaría levantarla del suelo; la ternura le forzó a taparla”. (204) En su balance final, Claudia, quizá la voz de Toni Morrison, plantea que Cholly amaba a su hija. “Estoy segura. Él en todo caso, fue la única persona que la amó lo suficiente para tocarla, para envolverla, para darle algo de sí mismo. Pero su toque fue fatal y aquel algo que le dio llenó con muerte la matriz de su agonía. El amor no es nunca mejor que el amante. La gente inicua ama inicuamente, los violentos aman violentamente, las personas débiles aman débilmente, las estúpidas aman estúpidamente, pero el amor de un hombre libre nunca es seguro”. (253) Después de la violación de la niña, la vida continúa al igual que la cantaleta. El perro que hace guau guau y que quiere jugar con Jane no es más que un animal 65 sarnoso que produce asco. No el juego, sino la muerte del canino a manos de la inocente Pecola es la señal para ella de que ha ocurrido el milagro que tanto desea. Sus ojos, ahora sí, son los más azules. Y esto lo logra porque un charlatán conocido como Soaphead Church se apiada de ella y decide jugar el papel de Dios. La penosa realidad de Pecola, que no es más que un reflejo de la miseria económica y moral que padece la población afroamericana, merece un reclamo brutal a Dios. Más brutal pues quien lo hace es Soaphead Church, un antillano mestizo, un pederasta que opta por respetar a la niña. “Decidme Señor ¿cómo habéis abandonado en su soledad a una muchachita durante tanto tiempo que ha acabado por encontrar el camino hacia mí? ¿Cómo habéis podido? Lloro por Vos, Señor”. (225) Y le hace creer a la niña la transformación en el color de sus ojos a cambio de la muerte del perro. Por algo Cholly en su infancia nunca se pudo identificar con Dios: “un agradable anciano blanco, de largo cabello cano y barba ondulante, con sus ojitos azules” (168), y sí con el diablo negro que eclipsaba el sol y se disponía a despanzurrar el mundo, como él despanzurró a su propia hija. Por último, la amiga que juega con Jane se convierte en Pecola hablando consigo misma, en un diálogo esquizofrénico que, probablemente, simboliza de nuevo la imagen de la población afroamericana de aquel entonces. Sí, Pecola logró sus ojos azules pero también el rechazo de todos; ella piensa que nadie la quiere porque le tienen envidia, pero sabemos que no es así. Para los otros, Pecola encarna esa confidencia, eso íntimo que avergüenza, lo feo en lo más interno del ser que se prefiere no ver ni hablar de ello. Por eso se le rehuye. El segundo componente de la novela inicia con la voz de Claudia. Con un tono íntimo lamenta no el hecho de que Pecola fuera a “tener el bebé de su padre” 66 (11), sino que no germinaran las semillas de nadie en aquel otoño de 1941 y que, de todo aquello sólo quedara Pecola y la tierra improductiva. También nos previene: “En realidad nada más habría qué decir, salvo por qué. Pero, dado que el por qué es difícil de manejar, será mejor refugiarse en el cómo”. (12) Y así la voz de Claudia, cuya narración de los hechos se estructura en cuatro estaciones a partir del otoño, es la de una joven adolescente que, como la misma Morrison lo expresa, “está en el meollo del asunto, sabe algo que los demás no saben y que va a ser generosa con una información privilegiada”. (259) Su voz es un elemento esencial de la novela pues proporciona los referentes de la época, además de ser un testigo privilegiado por su cercanía con Pecola. Las descripciones del espacio en el que vive, de las costumbres en su propio hogar, de lo que sucedía en la escuela con otros niños, en otras palabras, de cómo veía el mundo, son fundamentales en esta historia. Pero Claudia es alguien más que un narrador testigo, también reflexiona sobre los procesos de autorechazo racial y se convierte en una voz crítica y reflexiva sobre lo que sucede. Uno de los pasajes más significativos al respecto se presenta cuando sus padres le regalan una muñeca rubia y de ojos azules para Navidad. Dice: “¿Qué se esperaba que hiciese yo con ella? ¿Fingir que era su madre?” (27) Una niña negra, madre de una muñeca blanca. Para Claudia, lo peor de esta situación era que a todo mundo le parecía normal aquel hecho “contra-natura”, igual que amar a Shirley Temple. “Mucho después aprendí a adorarla, igual que aprendí a deleitarme con la limpieza, sabiendo, incluso cuando ya lo había aprendido, que el cambio era una adaptación, no una mejora”. (31) En The bluest eyes, una serie de íconos son exhibidos casi crudamente por Toni Morrison. Íconos diseñados para la exaltación del “american way of life” como el texto del libro, la necesidad de desrizarse el pelo y por tanto de peinarse 67 de otra manera, la imagen de Shirley Temple, de Jane Withers. Niñas rubias, de ojos azules, cuyos zapatos nunca arrugan los calcetines perfectamente limpios y doblados; niñas bellas, dulces como los caramelos Mary Jane “Comerse a Mary Jane. Amar a Mary Jane. Ser Mary Jane”. (66) Ser otro, más bonito, para poder ser amado. A lo largo de la narración es posible escuchar otras voces. Ahí están las de las prostitutas, únicas amigas de Pecola y generosas con ella. “Tres gárgolas jocosas. Tres alegres brujas”. (72) O la de la tía Jimmy y sus amigas, en cuyos ojos “se sintetizaba su propia vida: un puré de tragedia y humor, de perversidad y serenidad, de realidad y fantasía”. (174) O la de Geraldine, educada “para instruir en la obediencia a los niños negros”. (105) Una serie de personajes que muestra la diversidad de tonalidades en el color de la piel, de historias y procedencias, de ideologías, de clases sociales, de riqueza y propiedad. Y, sin embargo, todos ellos imbuidos del desprecio a su propia negrura porque, tal vez, al igual que Cholly, “en ningún momento se le había ocurrido dirigir su odio contra los cazadores. Semejante emoción lo habría destruido. Ellos eran hombres blancos, hombres armados, hombres importantes. Él era negro, insignificante, desvalido”. (189) The bluest eyes es una novela dolorosa, plena de metáforas e imágenes contrastantes. Aunque no deja de presentar escenas en las que se exhibe el racismo de los blancos, éstas son mínimas. Toni Morrison plantea el problema desde la perspectiva de la víctima, quien también puede convertirse en victimario contra su propia raza. Sin duda se trata de una novela muy atrevida y, por ello, no resulta sorprendente que cuando apareció publicada tuviera tan poco éxito. Dicen que “la ropa sucia se lava en casa” y Morrison rompió con este precepto. 68 Su análisis es casi despiadado. Plantea una realidad multicolor en la que ya no se trata del blanco malo y el negro bueno. No hay estereotipos, pero sí complicidades y culpas en el propio lado del perdedor; desmenuza cómo un grupo humano interioriza valores y actitudes que van en contra de sí mismo. The bluest eyes es una historia de cómo los negros norteamericanos se convencieron, “tomaron en sus manos la fealdad, se la echaron encima como una capa y se fueron por el mundo con ella”. (52) Bibliografía Morrison, Toni. Ojos Azules. Trad. Jordi Gubern. Barcelona, Debolsillo, 2004. 69 La otra historia El mundo es una esfera que gira en el espacio. Visto así, no tiene principio ni fin; el "arriba" y el "abajo" pierden sentido. Nadie se atrevería a señalar la parte superior de una pelota, ¿por qué, entonces, esto sí se puede hacer en un globo terráqueo? Para la escritora Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria, 1977) la respuesta es relativamente sencilla como lo expresa uno de sus personajes en Half of a yellow sun 49, el maestro universitario Odenigbo: aquellos que tuvieron el poder para divulgar esas imágenes del mundo como definitivas y establecer sus coordenadas colocaron “su propia tierra encima de la nuestra”.50 Hoy en día, esta imagen del mundo ya no se cuestiona; se ha convertido en una forma universal de reproducir a nuestro planeta. Chimamanda Ngozi plantea que las historias únicas generan estereotipos y su mayor peligro es que, de tanto escucharlas, la gente acaba creyéndolas. Es así como resulta imposible imaginar el mapa del mundo de otra manera. Gracias a esas historias únicas, una buena parte de los estadounidenses piensa que todos los inmigrantes mexicanos son ilegales y peligrosos (hoy, asociados con el narcotráfico y la violencia); de igual manera, muchas personas están convencidas de que los africanos viven en la jungla, no conocen las comodidades de la vida moderna, son pobres e ignorantes, enfrascados en pleitos tribales y, lo más grave, incapaces de hablar por ellos mismos.51 Bajo esta línea de pensamiento, Ngozi se pregunta: ¿a quién benefician esos estereotipos? Al Poder, responde. ¿Acaso el empobrecimiento de la realidad, su interpretación esquemática y simple, no es la mejor forma de control social que pueda existir? ¿Para qué explorar diferentes 49 Chimamanda Ngozi Adichie, Half of a yellow sun, Nueva York, Anchor Books,2006 Ibíd., p. 12 51 http://www.ted.com/.../chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story.html 50 70 direcciones si sólo una es la correcta y la más conveniente para mantener un estado de cosas? Chimamanda Ngozi está dispuesta a superar la historia única. Al igual que Toni Morrison, quien manifestó su voluntad de “transfigurar la complejidad y la riqueza de la cultura negra americana en un lenguaje digno de dicha cultura”,52 la escritora nigeriana decide escribir sobre lo que a ella le interesa: su propio mundo, una Nigeria plena, rica, compleja, contradictoria y en donde la problemática respecto al Otro aún subsiste pero ahora con diferentes matices. Ya no se trata sólo del contraste entre la piel blanca y la negra, también de conflictos inter-étnicos, religiosos, de género; aderezados, todo ellos, por la colonización y sus secuelas. En una entrevista concedida en 2005 se le preguntó si ella, como escritora, asumía un rol político. Su respuesta no deja lugar a dudas: “no pienso que todos los escritores deban jugar un rol político, pero pienso que yo, como una persona que escribe ficción realista ubicada en África, automáticamente asumo un rol político. En un lugar donde los recursos son escasos, la vida es siempre política”.53 Con su primera novela Purple Hibiscus54 (2003) ganó los premios de Commonwealth Writers' Prize 2005 en dos de su categorías (África y overall). En esta obra, Chimamanda Ngozi retrata un país en el que la modernidad convive con el más puro tradicionalismo, da cuenta de cómo diferentes clases sociales en Nigeria pueden coexistir en una sola familia extensa y en la cual el sentido de comunidad (umunna) aún es muy fuerte; asimismo, aborda una 52 T. Morrison, op. cit., p.263 Chimamanda Ngozi Adichie & Daria Tunca, http:// www.13.ulg.ac.be /adichie/ cnainterview.html 54 Chimamanda Ngozi Adichie, Purple Hibiscus, Nueva York, Anchor Books, 2006 53 71 variedad de complejos temas como la violencia intrafamiliar, el menosprecio cultural hacia la mujer, la sumisión de ésta frente al hombre, la discriminación por cuestiones religiosas, los procesos de aculturación y rechazo a lo propio, entre otros. Todo ello, envuelto en un clima de represión producto de uno de los tantos golpes de Estado que sufrió su país en la segunda mitad del siglo XX. La historia se desarrolla en la región Este de Nigeria en la que predomina la etnia Igbo y en donde la acción de los misioneros cristianos que llegaron a la región desde el siglo XV ―principalmente católicos― tuvo particular relevancia. Sus huellas pueden observarse en Eugene, el padre de Kambili, uno de los personajes centrales del relato, en la rigidez con la que conduce e impone su religión a la familia, en su exigencia para que sus hijos sean perfectos, ocupen siempre el primer lugar y hablen como personas ‘civilizadas’ sin el acento Igbo en su inglés, en su rechazo hacia las costumbres nativas, en sus comentarios despectivos e hirientes respecto al “paganismo” de su propio padre cuya muerte lo deja indiferente. Purple Hibiscus está narrada en primera persona. Es la voz de Kambili que relata, sin cuestionar, cómo vive su familia bajo la estricta disciplina impuesta por Eugene. Kambili, una quinceañera que obedece al pie de la letra el listado de actividades que su padre elabora para ella, y también para su hermano Jaja, todos los días; una adolescente temerosa a quien le cuesta trabajo entender otras formas de vida más libres y relajadas como la que lleva su tía Ifeoma; una joven que encuentra su primer amor en la persona equivocada, un sacerdote; una mujer que, a fuerza de sobrevivir a situaciones muy dolorosas, evoluciona hacia la madurez. La novela está dividida en cuarto partes. La primera se titula Rompiendo dioses; domingo de palmas. En un solo capítulo, Kambili anticipa un hecho futuro de suma gravedad con lo cual desata el suspenso que se mantendrá a lo 72 largo del relato. Su hermano Jaja de diecisiete años y con quien se siente ella muy ligada, se niega a comulgar en una fecha clave para los fieles católicos: el domingo de palmas, primer día de la semana santa. Eugene reacciona con violencia. Kambili no se atreve a juzgar a su padre, tiene miedo del castigo que infringirá a Jaja y, sin embargo, el desafío de su hermano le parece muy semejante al extraño hibiscus55 color púrpura que cultivaba en forma experimental su tía Ifeoma en Nsukka: “raro, fragante con sus inflexiones de libertad, una clase de libertad muy diferente a la de las masas cantando y moviendo hojas verdes en la plaza de gobierno después del golpe”.56 La segunda parte: Hablando con nuestros espíritus; antes del domingo de palmas, es la más extensa de la obra. Contiene el grueso de la historia que podría resumirse en el encuentro de Kambili con la cultura propia, con el afecto y la sabiduría de su abuelo Ngykwu (padre de Eugene), seguidor de la religión, usos y costumbres Igbo y quien se niega a aprender inglés; con la querida tía Ifeoma, maestra universitaria, viuda y madre de otros tres adolescentes y para quien su hermano Eugene representa un excelente ejemplar producto de la colonización. Kambili observa, describe y reflexiona, pero ante los demás prefiere mantenerse en silencio. Cuando habla siempre lo hace en voz baja, en suspiros. Si su hermano o su madre dicen algo que puede agradar al padre, ella piensa que le hubiera gustado haberlo dicho para complacer a Eugene. Ama a su progenitor, lo respeta, pero le teme. Poco a poco se descubre la violencia que él ejerce en la familia y que va en ascenso: apalea a la esposa hasta causarle un aborto, le 55 Hibiscus, comúnmente hibiscos, llamados cayena en latinoamérica, forman un amplio género de alrededor de 220 especies de la familia Malvaceae, típicas de ambientes cálidos, en regiones tropicales y subtropicales. Una de sus variantes es la rosa de Jamaica (Hibiscus sabdariffa), cuya flor se consume en México. http://es.wikipedia.org/wiki/Hibiscus 56 C. Ngozi Adichie, Purple Hibiscus, op. cit., p. 16 73 quema los pies a sus hijos con agua hirviendo y termina por patear a Kambili al grado de dejarla sin sentido, con las costillas rotas y escupiendo sangre. En su búsqueda por no quedarse con la historia única, el personaje de Eugene resulta particularmente contrastante. Es un hombre rico y generoso con el prójimo, crítico del sistema, merecedor de un premio internacional en derechos humanos y dirige un periódico, The Standard, que ataca al gobierno; de igual manera, es un hombre violento que se arrepiente y pide perdón desde el instante mismo en que empieza a golpear o a torturar. Considera que su progreso personal se lo debe a los sacerdotes y monjas de la misión donde trabajó desde pequeño, pues su padre no hacía más que adorar dioses de madera y de piedra. Ese padre es el abuelo Ngykwu a quien Eugene califica de pagano por lo que no le permite establecer una relación con sus nietos, todo ello en franca contradicción con los principios cristianos que presume. La historia de Kambili es de descubrimientos. Quizá el más importante sea su encuentro con la palabra, con la posibilidad de establecer comunicación con alguien más. Kambili rompe su silencio gracias a su atracción por el padre Amadi, un sacerdote cuyas características bien podrían encajar en las de la teología de la liberación. Kambili se enamora y aprende a reír, a liberarse. “Yo sonreí, corrí, reí. Mi pecho estaba lleno con algo parecido a la espuma de baño. Ligero. La ligereza era tan dulce que la saboreé en mi lengua…”.57 Después de “romper a los dioses” sólo quedan sus añicos. Éste es el título de la tercera parte: Los pedazos de los dioses; después del domingo de palmas. Un breve capítulo que concluye con el asesinato del padre, a quien Kambili pensaba inmortal, y con Jaja declarándose culpable ante la policía para proteger al verdadero asesino. 57 Ibíd., p.180 74 El presente; un silencio distinto, son unas cuantas hojas que integran la última parte. Después de tres años, Kambili ha madurado. El silencio aún permanece pero no es como el que reinaba en su casa cuando Eugene vivía, lleno de temor. Ahora se trata del silencio de Jaja pero, a diferencia del otro, a Kambili éste le permite respirar, tener esperanzas de que algún día ella y Jaja podrán hablar y responder a las preguntas que nunca se han atrevido a plantear. Kambili espera que ambos puedan “vestir las cosas con palabras, esas cosas que han estado tanto tiempo desnudas”.58 ¿Y no es éste, acaso, el papel del escritor? Cuando los europeos se repartieron África en 1884, Nigeria quedó dividida en dos protectorados: el Norte en donde predominaban los Hausa-Fulani, musulmanes, y el Sur con los Yorubas en el sudoeste y los Igbos en el Sudeste. En 1960, Nigeria logra su independencia del dominio británico pero ya, para aquel entonces, “no era más que una colección de fragmentos sostenidos con una frágil abrazadera”.59 Los ingleses siguieron influyendo en el nuevo Estado y apoyaron de manera subrepticia a los Hausa con quienes se sentían cómodos pues eran más afines a sus intereses. Los conflictos que existían en Nigeria, gracias a la división artificial en regiones, se agudizaron a tal punto que llegaron al límite extremo de la intolerancia: la masacre de la población Igbo que habitaba en la región norte. A partir de estos hechos, la situación se agravó hasta que el pueblo Igbo decidió constituirse como país independiente: Biafra. Su historia fue breve: de 1967 a 1970. Tres años de guerra en los que se calcula murió más de un millón de personas. La suerte de los biafranos conmovió al mundo: a principios del verano de 1968 se estimaba que cerca de tres mil personas morían diariamente de inanición. 58 59 Ibíd., p. 306 C. Ngozi Adichie, Half of a yellow sun, op.cit., p.195 75 En Half of a yellow sun (2006) Chimamanda Ngozi aborda la efímera historia de Biafra. Es, tal vez, el recuento de una pérdida. Como un péndulo, la novela va y viene en dos tiempos: a principios y a finales de los sesentas. Una década. La vida antes y durante la guerra. Las ilusiones, planes y aspiraciones que dieron origen al surgimiento de Biafra; el entusiasmo y la participación en la lucha; el decaimiento y la derrota. Todo ello a través de la historia de dos hermanas gemelas, Olanna y Kainene, y sus parejas. La novela está narrada en tercera persona. A pesar de ello, se percibe la mirada de dos personajes que observan, describen y opinan sobre el resto de los protagonistas y lo que sucede. El primero es Ugwu, el mozo de Odenigbo (primero amante y después esposo de Olanna). Ugwu llega a trabajar a casa de Odenigbo, en Nsukka, a la edad de trece años. A través de sus actitudes frente a la forma de vida de su ‘master’ como él llama a Odenigbo, la autora da cuenta de las grandes diferencias sociales vigentes en Nigeria y de la pobreza. De entrada, en el primer párrafo de la novela, mientras la tía de Ugwu lo conduce a casa de Odenigbo, ella le dice “si tú trabajas bien, comerás bien. Quizá comerás carne todos los días”.60 Por su parte, Ugwu no cree que algo así pueda suceder. Una dieta semejante es impensable en su entorno. De ahí en adelante, seguirán las sorpresas de Ugwu acostumbrado a vivir en una choza, en una aldea con caminos de tierra y lodo, tan diferentes a las calles, automóviles y casas de cemento de la ciudad. El contacto con esta nueva forma de vida lo transforma a tal grado que después le parece imposible imaginarse a sí mismo en su aldea. Ugwu escucha a Odenigbo, lo admira, observa su relación con Olanna, juega el papel de nana con la hija de él, Baby, los aprecia, llega a formar parte de la familia. 60 Ibíd., p. 3 76 Ugwu se convierte en un personaje clave cuyas reflexiones dan cuenta de la evolución que tiene su propia vida, así como la de Odenigbo y Olanna durante la década de los sesentas. Su mirada, además, permite apreciar quiénes son estos personajes, qué dicen, cómo viven, qué comen, cómo se aman y hasta el paisaje en el que se desenvuelven. La figura de Ugwu resulta tan entrañable como la de Kambili, quizá por ser joven, fresco, en proceso de descubrir el mundo. La otra mirada es la de Olanna, una mujer atenta a lo que sucede a su alrededor, amorosa y perceptiva. Ella contrasta su propia vida ―su origen es de clase acomodada― con la de sus padres y hermana amantes del lujo; con la de Odenigbo y su madre que la rechaza por intelectual e independiente; con la de sus parientes pobres en Kano, quienes mueren asesinados en las masacres que detonaron la guerra de secesión y la declaración de independencia de Biafra. Olanna y Kainene son diferentes, gemelas dicigóticas, cada una tiene un físico y una manera de ser particular. La primera, maestra en el Departamento de Sociología en la Universidad de Nsukka; la segunda, una ejecutiva, administradora exitosa de los negocios de su padre en Port Harcourt. Ambas con grados académicos obtenidos en Inglaterra. De Olanna podemos conocer sus reflexiones, sus temores, es cálida y amistosa; de Kainene se sabe poco, es racional, fría, distante, con temor a mostrar sus afectos. Las dos desafían a sus padres, Olanna con un maestro revolucionario, Kainene con un ciudadano inglés, Richard, crítico de su propio país, enamorado del arte Igbo-Ukwu y comprometido con la causa de Biafra. La comunicación entre las gemelas es muy difícil. Envidias, conflictos no resueltos desde la infancia, celos y traiciones, la obstaculizan. Y, sin embargo, en la medida que la guerra las va conduciendo a una situación límite, se van armonizando entre sí como si quisieran regresar a su mutua y privilegiada compañía en el vientre materno. 77 Kainene desaparece casi al final de la guerra. Ella es inteligente, emprendedora, con la sangre fría suficiente para organizar y administrar un campamento de refugiados en plena crisis de hambruna. Mientras vemos a Olanna y a Odenigbo exhaustos y vencidos por la guerra, Kainene no se amedrenta y continúa firme. Sale del campamento a buscar provisiones y no regresa. Con Kainene se pierde un espíritu, la voluntad de lucha. Biafra se desmorona. Para quienes padecen la desgracia de contar con un pariente cuyo cadáver nunca ha sido localizado, es difícil encontrar la paz. Ahí están las madres de la Plaza de Mayo en Argentina, o el Comité Eureka en México, que siguen luchando después de muchos años por saber qué sucedió con sus hijos. Las familias de los “desaparecidos” no pudieron cumplir con el rito del duelo como paso previo para superar la pérdida. Hay una inquietud, un desasosiego permanente, un hueco imposible de llenar. ¿Cómo murió? ¿Sufrió? ¿Y si está perdido? ¿Y si regresa? Tal vez sea ésta la situación que vive el pueblo Igbo después de la guerra de Biafra. Un proceso de pérdida aún no digerido. Más de un millón de hombres, mujeres y niños muertos y desaparecidos. ¡Qué difícil ha de ser enterrarlos y seguir caminando! En Half of a yellow sun nos percatamos de que la “otra historia” es más compleja de la que cuentan. La historia de Biafra no se redujo a miles de personas hambrientas. Biafra significó el intento de un pueblo por independizarse y decidir su propio destino, por emprender la búsqueda de mejores condiciones de vida a partir de la educación y de una mejor justicia económica; Biafra también puso en evidencia la confrontación de intelectuales comprometidos de clase media y alta (como Odenigbo y Olanna respectivamente) con la dura realidad de 78 la pobreza, la rapiña y la hambruna; de igual manera, participó de las características de cualquier guerra: abusos, robos, violaciones de los poderosos (sean del bando que sean) contra los débiles; dejó ver la violencia del propio ejército biafrano contra los suyos. Asimismo, Biafra representó el aislamiento y la crueldad a la que puede llegar la comunidad internacional. El petróleo y poderosos intereses económicos de países ‘desarrollados’ como Inglaterra favorecieron el cerco a Biafra. A lo largo de la novela, aparecen ocho apuntes para un libro que está siendo escrito por Richard, el amante inglés de Kainene. Su título: El mundo se mantuvo en silencio mientras moríamos, resume la historia de Biafra. Se guarda silencio ante los crueles desmanes de la guerra; también ante las atrocidades que puede cometer un padre como en el caso de Kambili. En ambas novelas, Chimamanda Ngozi hace referencia al silencio como un elemento que enturbia, que duele, que no deja respirar. Ponerle palabras a ese silencio es recuperar y escribir la otra historia. En un artículo de reciente publicación, Chimamanda Ngozi comenta el libro Matar a un ruiseñor de la escritora norteamericana Harper Lee: “Algunas veces las novelas son consideradas ‘importantes’ en el sentido como se afirma para las medicinas –ellas saben horrible y son difíciles de tragar, pero son buenas para ti. Las mejores novelas son aquellas que son importantes sin tener que parecerse a los medicamentos; ellas tienen algo que decir, son ricas e inteligentes pero nunca olvidan ser entretenidas ni tener carácter y emoción en su centro”.61 61 Chimamanda Ngozi Adichie, Rereading: To kill a Mockingbird by Harper lee, The Guardian, Inglaterra, Sábado 10 de Julio del 2010 79 En esta misma línea de pensamiento es posible afirmar que Purple Hibiscus y Half of a yellow sun superan a cualquier fármaco. Su estructura, las voces narrativas, el ritmo de la narración, el empleo del inglés combinado con Igbo, la redondez de sus personajes, la expresión y manejo de las emociones ayudan, en definitiva, a vislumbrar esas otras y múltiples historias que han salido del silencio para vestirse de palabras. Bibliografía Morrison, Toni. Ojos Azules. Trad. Jordi Gubern. Barcelona, Debolsillo, 2004. Ngozi Adichie, Chimamanda. Half of a yellow sun. Nueva York, Anchor Books, 2006. Ngozi Adichie, Chimamanda. Purple Hibiscus. Nueva York, Anchor Books, 2006. 80 Bibliografía complementaria Castellanos, Alicia. Racismo y xenofobia: un recuento necesario en Leer y pensar el racismo. México, D.F., Universidad de Guadalajara-UAM Xochimilco, 2004. Mann, Thomas. La montaña mágica. Trad. Isabel García Adanez. Barcelona, Edhasa, 2008. Urbina, Cecilia. Escritores poscoloniales: literatura y política. Revista Casa del Tiempo, vol. III., época IV, núm.31, México, D.F., 31 de mayo de 2010. 81