literatura con causa

Anuncio
CENTRO DE CULTURA CASA LAMM
CON RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL DE ESTUDIOS DE LA
SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA, SEGÚN ACUERDO
No. 994328 DE FECHA 10 DE SEPTIEMBRE DE 1999
LITERATURA CON CAUS A
TESIS
QUE PARA OBTENER EL GRADO DE
MAESTRA EN APRECIACIÓN Y CREACIÓN LITERARIA
P R E S E N TA :
MARCELA ACLE TOMASINI
DIRECT ORA: DRA. CLAUDI A GÓMEZ HARO DESDI ER
MÉXICO, D. F. 2011
Índice
Viernes, ese desconocido..................................................................................... 8
Como el agua y el aceite .................................................................................... 21
Una mirada interior ........................................................................................... 35
La madre patria ................................................................................................. 48
Los ojos más azules… ....................................................................................... 61
La otra historia .................................................................................................. 70
2
Introducción
La Literatura “representa la unión del humanismo y la política, unión que se
realiza tanto más fácilmente, cuanto que el humanismo es en sí mismo política y
la política no es más que humanismo”1 es así como Settembrini, el personaje de
Thomas Mann en La montaña mágica, explica al joven Hans Castorp las razones
por las que él se considera un literato, un escritor libre.
El ser humano es un ente político en la medida en que, desde su
nacimiento, establece una serie de nexos de subordinación o de libertad, de
competencia o de cooperación, de domesticación o de rebeldía. En gran parte,
son estas relaciones la materia prima de las obras literarias, las que pueden
suscitar empatía en el lector y conmoverlo porque él mismo ha generado
vínculos semejantes en la familia, en el trabajo, con su pareja o en su comunidad.
Algunos críticos tienden a desacreditar a aquellos escritores que mantienen
la mirada política en su obra, como si el autor (y su vínculo indisoluble: el lector)
pudiera dejar enterrada su conciencia mientras escribe (o lee). Otros reconocen la
posibilidad de la Literatura como “…reivindicación de aquéllos cuyas vidas han
sido arrasadas por las guerras, la esclavitud, el hambre y tantos males que
persiguieron, y persiguen aún, a continentes enteros”.2 Es esta perspectiva la que
se explora en este documento, convencida de que un buen narrador utiliza todos
los recursos que tiene a su alcance para expresar su posición frente al mundo que
es, por último, lo que busca al valerse de la palabra escrita.
1
Thomas Mann, La montaña mágica, Trad. Isabel García Adanez, Barcelona, Edhasa, 2008,
p.229
2
Cecilia Urbina, Escritores poscoloniales: literatura y política, Revista Casa del Tiempo, vol.
III., época IV, núm.31, México, D.F., 31 de mayo de 2010, p.11
3
Los autores a los que hace referencia el presente trabajo comparten varios
elementos fundamentales. En primer término, si bien el contexto de la narración
se ubica en situaciones políticas y sociales precisas ―salvo el caso de Viernes o
los limbos del Pacífico cuyo contenido es más simbólico― a todos los une su
capacidad para ir más allá de lo circunstancial y plantear temas que atañen a
cualquier ser humano. En consecuencia, el carácter de sus obras es universal
pues trascienden sus propios márgenes.
De igual manera, tienen en común su mirada política. En su búsqueda de
la verdad y sin caer en lo panfletario, ellos escriben y aportan elementos de
análisis para comprender situaciones injustas y antagónicas. Son creadores que
han optado por vincular su producción a las luchas contra la discriminación, el
racismo, la inequidad, entre otras, y con este objetivo emprenden en sus novelas
un viaje de ida y vuelta para desenmascarar conflictos sociales sin perder, nunca,
el abordaje de la condición humana.
A pesar de que las historias varían de escenario (México, Sudáfrica,
Jamaica, Inglaterra, Estados Unidos, Nigeria y la isla Fernández del Robinson
Crusoe) todas ellas confluyen en el señalamiento de la problemática que surge en
una relación de poder y en el intercambio cultural y afectivo que genera en sus
protagonistas. La discriminación y el racismo; la intolerancia política y religiosa,
el sexismo, el contrasentido de valores aprendidos, impuestos, ajenos a la propia
cultura; y, sobre todo, la compleja relación con el Otro, con el diferente, son
temas omnipresentes en las obras analizadas.
El tema del Otro subyace al de la búsqueda de la propia identidad. Soy Yo
en la medida que me diferencio del Otro. Éste último es la medida de la
autoconciencia, quien permite delimitar el territorio del Yo, quien le posibilita el
ser plenamente consciente de su propia dimensión y, por qué no, de su soledad.
4
El Robinson Crusoe de Michel Tournier profundiza en sí mismo al
contrastarse con Viernes; en sus obras, Nadine Gordimer se replantea el rol
social y político que puede jugar una persona de piel blanca en un país marcado
por el apartheid; Rosario Castellanos presenta una serie de situaciones arbitrarias
entre coletos e indios, producto de la incomunicación cultural y la imposibilidad
de cambio; Andrea Levy expone, a través de Hortense, Gilbert Joseph, Queenie y
Bernard, el dominio cultural y el desdén de la Inglaterra blanca hacia sus
colonias; Pecola, la niña de doce años creada por Toni Morrison, es un fiel
reflejo de las consecuencias de la opresión racial en la autoestima; Chimamanda
Ngozi Adichie muestra una Nigeria dividida, ya no por el color de la piel, pero sí
por procedencias étnicas y creencias religiosas.
En suma, todos estos autores presentan situaciones en las que sus
personajes se definen en una relación dinámica, desigual, aunque en franca
interdependencia respecto al Otro. Sin embargo, contrario a lo que pudiera
pensarse, en ningún momento se trata de individuos buenos o malos, sino de una
compleja interrelación labrada a lo largo de siglos. Los personajes, sean blancos,
negros, mestizos o indios, son multifacéticos, ajenos a cualquier estereotipo, su
condición es humana en el sentido más amplio.
A través de las voces de sus protagonistas, de la manera como estructuran
sus ficciones, en otras palabras, del ejercicio pleno y experimentado del oficio,
los escritores desnudan una realidad de injusticia, de sometimiento, de
incomprensión, tratando con ello de tender puentes entre mundos que se piensan
y miran con recelo.
El presente documento está integrado por seis ensayos. El primero, “Viernes, ese
desconocido” aborda el tema de la relación con el Otro a partir del análisis de
Viernes o los limbos del Pacífico de Michel Tournier. En esta novela predomina
5
la voz de Robinson quien se transforma a partir de sus vínculos con Viernes y de
sus reflexiones sobre sí mismo. Si bien se trata de una re-escritura crítica de Las
aventuras de Robinson Crusoe de Daniel Defoe y de un rechazo manifiesto a los
valores de Occidente, todavía es notoria la ausencia de la voz de Viernes, el
Otro.
A partir de la lectura de Balún Canán, Oficio de Tinieblas y Ciudad Real,
en Como el agua y el aceite se analiza la vigencia de los planteamientos de
Rosario Castellanos respecto a los indígenas mexicanos. Refiere la dificultad
para establecer una relación igualitaria entre culturas disímiles a partir de la
propia valoración como ciudadanos de primera o de segunda clase; superiores o
dignos de maltrato.
Una mirada interior examina algunas novelas de Nadine Gordimer,
Premio Nobel de Literatura 1991, quien muestra un sistema injusto pero, sobre
todo, los conflictos, temores y retos vividos por personas de piel blanca que
buscan defender y luchar por el reconocimiento de los derechos de la mayoría
negra. Estos individuos padecen el rechazo de los suyos y también de esa
población con la que se solidarizan.
La Madre Patria parte de la novela La pequeña isla de Andrea Levy,
escritora inglesa de origen jamaiquino. Reflexiona sobre los efectos de la
colonización, entre ellos la manera como los individuos interiorizan valores y
conductas ajenos a la cultura local, asumen la hegemonía europea como un
dogma y una aspiración.
Con base en The bluest eyes de Toni Morrison, Premio Nobel de Literatura
1993, el ensayo titulado Los ojos más azules, los más tristes describe los
extremos a los que puede llegar la asimilación del desprecio hacia la propia
persona. La destrucción del individuo, por voluntad propia, como mecanismo
6
para ser aceptado por el Otro, a quien se considera, en este caso, superior por sus
características físicas.
Al igual que la Nobel norteamericana, en Purple Hibiscus y Half of a
Yellow sun Chimamanda Ngozi Adichie combate los estereotipos. Narra esas
otras historias, de las que no se habla y mucho menos se difunden. En estas dos
novelas presenta las luchas internas en su país, Nigeria, recién independizado, así
como el choque frontal entre creencias religiosas diversas y que da pie a formas
extremas de violencia, incluyendo la intrafamiliar.
Si bien en la actualidad ha habido progresos significativos en cuanto al
reconocimiento y práctica de la pluralidad en todas sus vertientes (étnica,
política, cultural, sexual, religiosa, etcétera) los temas abordados por Michel
Tournier, Rosario Castellanos, Nadine Gordimer, Andrea Levy, Tony Morrison y
Chimamanda Ngozi continúan siendo fundamentales en estos tiempos en los que
las crisis económicas han exacerbado los sentimientos xenofóbicos y racistas en
gran número de países.
Su lectura es recomendable no sólo por su calidad literaria, sino porque
contribuye al entendimiento de la complejidad que entraña la convivencia
intercultural en un contexto de poder y desigualdad. Asimismo, estas novelas
pueden convertirse en un excelente auxiliar para “despercudir nuestra propia
cultura, tirar lastres y descubrir horizontes”.3 Estos autores exploran verdades y
descubren caminos para percibir y establecer una relación más equitativa con el
Otro. Sin duda, aportan elementos para entender el pasado, encarar el presente y
vislumbrar un futuro con mayor esperanza.
3
Ricardo Robles, Vivir bien, no vivir ‘mejor’, Suplemento Ojarasca, periódico La Jornada,
México, D.F., abril del 2010
7
Viernes, ese desconocido
A partir de la reescritura de Las aventuras de Robinson Crusoe del inglés Daniel
Defoe4, Michel Tournier da vida a su obra Viernes o los limbos del Pacífico5 al
más puro estilo postmodernista. Entre otros elementos, la novela de Tournier
subvierte por completo el relato original y los parámetros que le dan sustento.
Además, la Biblia, el psicoanálisis, la historia del colonialismo europeo, la
filosofía de Spinoza, Kant, Nietzche y otros pensadores son apenas algunos de
los hipotextos que se pueden identificar en la obra de Tournier, quien se sirve de
ellos, los hila y entreteje de manera magistral en su narración.
De acuerdo con lo planteado por Linda Hutcheon, el postmodernismo es
un movimiento contradictorio, sin lugar a dudas histórico e inevitablemente
político. Si esto es así, en su obra, Tournier re-construye el sentido y asume una
postura política respecto a la colonización europea, “el discurso oficial”,
mediante la resignificación de los dos personajes principales. “Si Viernes era
Robinson, el Robinson de antaño, amo del esclavo Viernes, a él no le quedaba
otro remedio más que convertirse a su vez en Viernes, el Viernes esclavo de otro
tiempo”. (223)
Bajo esta perspectiva, Viernes o los limbos del Pacífico es un claro
ejemplo de una metaficción pues tiene como punto de partida un discurso
conocido y lo desafía re-estructurándolo, proponiendo nuevas lecturas. Es así
como de la obra se deriva una multiplicidad de sentidos (polisemia) que requiere,
definitivamente, de un activo lector.
4
5
Daniel Defoe, Aventuras de Robinson Crusoe, 13.ª ed. México, D.F., Porrúa, 2006
Michel Tournier, Viernes o los limbos del Pacífico, Trad. Lourdes Ortiz, 8.ª ed., Madrid,
Alfaguara, 2004. Cada vez que se cite este libro, se pondrá entre paréntesis el número
de página.
8
Esta obra se puede leer como un planteamiento subversivo, como una
crítica abierta a la pérdida de valores y al sinsentido que el hombre ha alcanzado
en la sociedad occidental; una crítica al sistema, hecha desde sus propias
entrañas. La obra de Michel Tournier cumple con una de las características
señaladas por Milan Kundera: “La novela no examina la realidad sino la
existencia. Y la existencia no es lo que ha ocurrido, la existencia es el campo de
las posibilidades humanas, todo lo que el hombre puede llegar a ser, todo aquello
de que es capaz”.6
Así, además de los aspectos sociales o culturales que podemos encontrar
en la lectura, Tournier nos ofrece otra posibilidad en su obra, la de explorar el
alma humana desde diversos enfoques a partir de una situación límite extrema
(un naufragio) y en cuya resolución una cultura distinta a la propia acaba por
jugar un papel determinante.
En todo caso, esta novela abre infinitas posibilidades de interpretación y,
tal como lo plantea el postmodernismo, ninguna con carácter absoluto, pues no
hay una significación única, unidireccional.
Una posible lectura de Viernes o los limbos del Pacífico se refiere al proceso de
búsqueda del Yo perdido (concretado en Robinson) en el que el Otro se convierte
en un elemento indispensable para encontrarse a sí mismo. De esta manera,
Robinson naufragará primero en la isla de la desolación a la cual, en la medida
en que se irá sobreponiendo a la catástrofe, bautizará después como Speranza.
Desde el primer día de su arribo a la isla, este personaje transitará por diferentes
descubrimientos en su interior e iniciará un intenso proceso de autoanálisis e
6
Milan Kundera, El arte de la novela, Trad. Fernando de Valenzuela y María Victoria
Villaverde, México, D.F., Vuelta, 1990, p.46
9
introspección que siempre quedará trunco, pues requerirá del Otro para medirse a
sí mismo. Ese Otro será Viernes.
A lo largo del relato ambos personajes se transforman. Robinson empieza
a hacerlo a partir del viaje interno, de la reflexión y el autoanálisis que emprende
como consecuencia de su extrema soledad (psicoanálisis intenso en la novela,
agregaría). Por el contrario, los cambios en Viernes son de carácter pragmático,
extrínseco, relacionados más con los “aprendizajes” obligados para comunicarse
con Robinson y ser partícipe de “los logros” de la civilización occidental
(vestido, comida, salario, agenda, clepsidra, etcétera). Ignoramos si tuvo o no un
proceso de introspección.
A pesar de que la relación entre Robinson y Viernes es compleja en
función de sus marcos referenciales, a diferencia de la historia que plantea
Daniel Defoe terminan por convertirse en amigos entrañables y, sin embargo,
podríamos afirmar que Robinson nunca conoce realmente a Viernes. Cuando éste
último toma la decisión de abandonarlo y partir en el Whitebird, sorprende como
algo inesperado pues nos habíamos forjado la imagen de una relación demasiado
estrecha entre ambos como para entender las causas del súbito abandono. La
pérdida de Viernes vuelve a encarar a Robinson Crusoe con su Yo
perdido/encontrado/vuelto a perder sin la compañía o el espejo del Otro. “No
comprendía cómo Viernes había podido traicionarle, pero no podía retroceder
ante la evidencia de que se encontraba solo en la isla, solo como en los primeros
días”. (262)
En Viernes o los limbos del Pacífico el lector no escucha la voz de
Viernes, desconoce sus motivaciones, sus deseos, sus intereses. Ni Robinson ni
el narrador omnisciente alcanzan a profundizar en este personaje culturalmente
diverso. Es curioso, por ejemplo, que el narrador sea capaz de señalar que
10
Andoar (un animal) “se rió para sí” pero, paradójicamente, no pueda
proporcionar información que permita entender la partida de Viernes.
Este personaje es observado, analizado, descrito como un antropólogo lo
haría respecto a las culturas “nativas”: siempre desde fuera. Robinson es incapaz
de comprender el significado de ciertas conductas y mucho menos de los objetos
que Viernes atesora como si fueran sagrados, dotados de un simbolismo que él
no alcanza a discernir a pesar de la convivencia y cuyo conocimiento
contribuiría, sin duda, a la comprensión de su cultura y a una comunicación
verdadera.
Robinson Crusoe cambia
El siquiera imaginar encontrarse solo en una isla desierta resulta angustiante.
Michel Tournier logra “ponerse en esos zapatos” y transmitir la ansiedad, la
desesperación que un hecho de esta naturaleza significó para Robinson Crusoe.
Lo anterior, a diferencia del personaje de Daniel Defoe quien asume la situación
como inevitable y decide enfrentarla con sentido práctico: “Por la mañana quedé
sumamente sorprendido cuando reconocí el buque […] Esto fue para mí un gran
consuelo, porque viendo que no se había destrozado y que se conservaba derecho
sobre su quilla, pensé que si se calmaba el viento podría ir a visitarlo, encontrar
qué comer y recoger los objetos que podían serme útiles”.7
La racionalidad y el orden postulados por Defoe quedan muy atrás en el
Robinson de Tournier. Éste es un hombre que no se conforma con un destino
ineludible, que no desea permanecer en la isla y que, por principio, hará todo lo
posible por huir de ahí. El nombre que le da a su barco, Evasión, no es gratuito.
7
D. Defoe, op.cit., p.51
11
Es lo primero que, por regla general, hace el ser humano cuando las situaciones
se le ponen difíciles.
A diferencia de Defoe cuyo texto es considerado “como la auténtica Biblia
de las virtudes mercantiles e industriales, la epopeya de la iniciativa individual”,8
la obra de Tournier podría considerarse como la epopeya de la introspección
individual, como el viaje accidentado hacia uno mismo y su resurrección.
El Virginia naufraga y se desbarata, al igual que el Yo de Robinson
Crusoe. El hombre, a quien el capitán Van Deyssel había calificado horas antes
como perteneciente a “la afortunada categoría de los que nunca han dudado de
nada” (12), no sólo empieza a preguntarse sobre su propia existencia y a
transformar su interior sino, lo más importante, cambia su destino de un
momento a otro. Para empezar, después de recorrer la isla y descubrir su
aislamiento se convierte en un ser “más grave, es decir, más meditabundo, más
triste” (25), porque toma conciencia de la dimensión de su soledad, una soledad
que corroe y descompone lo que toca. Al poco tiempo conoce también el miedo a
perder el juicio, impensable para un joven de su edad y que, por otra parte, ya
nunca le abandonará. Desde el momento de su llegada a la isla, Robinson sufre
cambios trascendentales en su personalidad derivados de su único contacto
consigo mismo. Sus valores occidentales, sus creencias, se resquebrajan con el
paso de los años y en la medida que su soledad se profundiza.
Su propia desnudez, el palparse a sí mismo ―sin esa ropa-armadura que
representaba su vínculo con la sociedad humana― se convierte en otro gran
descubrimiento que Viernes (el Otro) le enseña a apreciar; tanto que le permitirá
dejar de lado el puritanismo aprendido en su infancia.
8
Italo Calvino, Por qué leer a los clásicos, Trad. Aurora Bernárdez, México, D.F., Tusquets,
1992, p.104
12
En la transformación de Robinson, lo que Tournier pone en tela de juicio
es, al contrario de Defoe, la estructuración del yo occidental y su visión del
mundo a la que Robinson recurrirá (administrar, ordenar, organizar, legalizar,
emplear a Viernes) como estrategia de supervivencia, como una maniobra para
“anclarse” y reconstruirse a sí mismo. Sus intentos se derrumbarán, una y otra
vez, como el mito de Sísifo, pero los seguirá emprendiendo en una lucha
desesperada por mantener la cordura y sus vínculos con el mundo conocido y
seguro para él.
El derrumbe total se lo deberá a Viernes y, entonces sí, se transformará por
completo.
“El prójimo, pieza maestra de mi universo” (61)
La relación con el Otro como problema filosófico ha sido tema privilegiado de
múltiples pensadores y, en consecuencia, de gran interés para Michel Tournier,
quien se autodefine “como un ‘contrabandista de la filosofía’ buscando hacer
pasar a Platón, Aristóteles, Spinoza y Kant en sus historias y cuentos”.9
En Viernes o los limbos del Pacífico parece que Tournier desafía la vieja
teoría cartesiana del Yo pienso, luego existo (cogito, ergo sum). Ante la extrema
soledad de Robinson, el pensar resulta aterrador y contraproducente: puede
conducir a la locura porque no hay intercambio de ideas.
Cada vez me asaltan más dudas sobre la veracidad del testimonio de
mis sentidos. Sé ahora que la tierra sobre la que se apoyan mis dos
pies necesitaría para no tambalearse que otros, distintos de los míos,
la pisaran. Contra la ilusión óptica, el espejismo, la alucinación, el
soñar despierto, el fantasma, el delirio, la perturbación del oído… el
baluarte más seguro es nuestro hermano, nuestro vecino, nuestro
amigo o nuestro enemigo, pero… ¡alguien, oh dioses, alguien! (63)
9
http://www.academie-goncourt.fr., Fecha de consulta: 15 de marzo del 2010
13
Los reclamos de Robinson Crusoe son rotundos: el Otro es la medida de la
propia autoconciencia, es quien permite delimitar al territorio del Yo, es quien
posibilita al Yo el ser plenamente consciente de su propia dimensión.
La necesidad de encontrar a alguien es tan imperiosa para Robinson que el
primer Otro que halla es a Tenn, el perro. “De ahora en adelante leeré en sus
bondadosos ojos color avellana si he sabido mantenerme a la altura de un
hombre, a pesar del horrible destino que me empuja al suelo”. (73)
El Otro como medida de uno mismo, como elemento indispensable para la
acción, para dejar de arrastrarse por el suelo, para encontrar al Yo perdido.
“Siempre el problema de la existencia. Si hace algunos años alguien me hubiera
dicho que la ausencia de otro me llevaría un día a dudar de la existencia ¡cómo
me habría carcajeado!”. (137)
No obstante, para Tournier el Otro no se reduce a una medida, sino un
elemento detonador para la transformación del Yo, que es lo que logra Viernes
en Robinson… La comunicación como principio básico para el crecimiento
personal. El encuentro con el Otro en un esquema dialéctico indispensable para
la metamorfosis. Viernes le permite conocer y adoptar otra concepción de la
vida: le ha enseñado a Robinson a detener el tiempo, a vivir el presente sin
preocuparse por el futuro y, sobre todo, a reír. En esta obra, la risa adquiere un
sentido de liberación personal, incluso, un carácter casi místico.
Por otra parte, cabría preguntar: ¿cuál fue la transformación que sufrió el
Robinson Crusoe de Daniel Defoe después de 28 años de residencia en la isla y
de su convivencia con Viernes? En un primer impulso, podríamos responder que
aprendió a sobrevivir en circunstancias extremas; sin embargo, hubo algo más.
Al respecto, el Michel Tournier señala:
14
El Viernes de la novela de Daniel Defoe (1719) añade al personaje
clásico del criado una significación humana superior. Primero,
Robinson salva la vida de Viernes, que quedará agradecido para
siempre. Después Robinson trata de inculcar a Viernes las verdades
de su religión y su civilización, que para él son absolutas. Así sus
relaciones adquieren un valor de adopción y catequesis.10
¿Podríamos pensar, entonces, que esta relación de adopción y catequesis
fue invertida por el mismo Tournier en su novela? Es probable pues el Robinson
de Tournier no sólo se encuentra a sí mismo, sino que se transforma por
completo gracias a Viernes; éste lo adapta a la vida de la isla, logra que haga a
un lado la armadura civilizatoria que lo arropaba y el personaje modifica su
conducta a tal grado que rechaza por completo la posibilidad de regresar a un
esquema anterior de vida.
¿Y qué sucede con Viernes?
Otra posible lectura de Viernes o los limbos del Pacífico se refiere a los procesos
de interculturalidad que pueden suscitarse en una relación de dependencia y en
los que, por regla general, el subordinado debe adoptar la cultura de quien
domina en la relación. Es así que Viernes se somete a los designios de Robinson
(aprende inglés, a desbrozar, labrar, sembrar, cocinar al estilo occidental, ayudar
en la ceremonia religiosa y un largo etcétera) en una domesticación casi
completa. Sin embargo, continúa llevando una vida propia inaccesible por lo
que, a veces, estalla en una risa misteriosa para su amo.
Al momento de salvarle la vida, Robinson reproduce la imagen de Daniel
Defoe cuando: “…inclinaba su frente hasta el suelo y su mano tanteaba para
colocar sobre su nuca el pie de un hombre blanco y barbudo, completamente
10
Michel Tournier, El espejo de las ideas, Trad. L. M. Todó, Barcelona, El Acantilado, 2000,
p.79
15
armado, vestido con pieles de cabra, la cabeza cubierta con un gorro de piel y
curtido por tres milenios de civilización occidental”. (153)
Gracias a la voz del narrador sabemos que Robinson tenía ya un marco de
referencia respecto a la experiencia de la colonia. Él conocía las costumbres de
los araucanos, sus relatos. Al tanto de las derrotas infringidas a los españoles,
Robinson estaba consciente de que podían hacerlo su esclavo. De igual manera,
sabía de las barbaridades cometidas por los españoles. En otras palabras,
comprendía bien lo que significaban la colonia y sus estragos.
Por ello, es probable que la imagen del “hombre blanco y barbudo”, a la
que hace alusión la cita anterior, tenga como hipotexto la historia de la conquista
de la Nueva España y, muy particularmente, del mito azteca respecto al regreso
de Quetzalcoatl que contribuyó a la derrota de los indígenas de la época.
Por otra parte, además del marco histórico, hay una carga antropológica en
la novela y los dos años de enseñanzas de Claude Levi Strauss a Michel Tournier
en el Museo del Hombre, en París, no quedaron atrás. Levi Strauss afirmaba que
la diversidad cultural es inherente al desarrollo y que, si no hay intercambio, ese
desarrollo no se produce. Tal vez con este paradigma, Michel Tournier reconoce
que, después de haber leído Las aventuras de Robinson Crusoe de Daniel Defoe,
llegó a la conclusión de que:
Hay que hacer un nuevo Robinson Crusoe considerando las
adquisiciones de la etnografía […] Dos cosas me parecieron
extremadamente chocantes en el Robinson de Daniel Defoe que,
entre paréntesis, data de 1719, lo cual no hay que olvidar. Para
empezar, esa novela, reduce a Viernes a la nada. Es un simple
receptáculo. La verdad sale de la boca de Robinson porque él es
blanco, occidental, ingles y cristiano […] Una segunda cosa me
pareció deplorable en la novela de Daniel Defoe […] Robinson se
ocupa del pasado y quiere restaurar lo que ha perdido […] En mi
novela, Viernes juega un rol esencial: el abre el porvenir, ayuda a
16
Robinson a rehacerse de nuevo y no a confinarse en una
reconstrucción del pasado.11
La carga etnográfica de Tournier se muestra en las descripción de las
actitudes y actividades que realiza Viernes, en la que da cuenta de lo que ve.
Ésta, tal vez, es la voz del narrador omnisciente, (con elementos del diario de
campo del antropólogo). De esta manera, se registra lo que Viernes hace, sus
reacciones. Se revaloran sus conocimientos tradicionales (hormigas para el
procesamiento de la basura, por ejemplo) y, a la vez, se describen ritos como el
de la vestimenta de los cactus o la presencia de objetos simbólicos importantes:
“Máscaras de madera, una cerbatana, una hamaca de lianas en la que descansaba
un maniquí de rafia, tocados de plumas, pieles de reptil, cadáveres de pájaros
disecados eran indicios de un universo secreto, del que Robinson no tenía la
clave”. (173)
Una posible interpretación de los significados de este mundo paralelo de
Viernes, y que hace referencia a sus profundas creencias culturales, se hace a
través del narrador omnisciente o de Robinson, pero nunca gracias a la voz de
Viernes. Algunos ejemplos:
Voz del narrador:
¡Si pudiera volar! ¡Transformarse en mariposa! Hacer volar a una
piedra, era un sueño que fascinaba el alma etérea de Viernes! (171)
Examinaba cada resto e iba a depositarlo con delicadeza al pie del
cedro gigante. Viernes le imitaba más que le ayudaba porque, como
sentía una repugnancia natural por reparar y conservar, tendía a
destruir los objetos estropeados. (197)
11
Michel Tournier, s/t (trad. libre) Magazine Littéraire n°459, Francia, diciembre 2006
[edición
en
línea],
http://www.magazine-litteraire.com/content/homepage/
article?id=8263, Fecha de consulta: 20 de marzo del 2010
17
Voz de Robinson:
Andoar era yo. Aquel viejo macho solitario y testaurudo (…) Viernes
sintió en seguida una extraña amistad con él y se inició un cruel juego
entre los dos. (237)
Esboza un paso de danza que realza el equilibrio de plenitud y
delicadeza de su cuerpo. Cuando llega cerca de mí, no dice nada…,
taciturno compañero. (232)
A través de la voz del narrador y de Robinson se va forjando la imagen de
Viernes al estilo del “buen salvaje”, idealizada por completo: es bello, joven, se
integra perfectamente a la isla, siempre está de buen humor, ríe con franqueza y
plenitud, y además tiene una extraordinaria facilidad de relación con el prójimo,
en una comunicación no racional sino espontánea y emotiva.
Poco a poco Viernes nos seduce, al igual que a Robinson Crusoe. La
relación se vuelve entrañable, pero lo seguimos viendo de fuera. No conocemos
su verdadero sentir, no escuchamos su voz, no entendemos su lengua.
Al final, de manera inesperada, Viernes abandona al compañero con la
misma facilidad con la que aprendió el idioma inglés o realizó el sinnúmero de
tareas inútiles que le enseñó su ¿amo o amigo?
A través de la relación entre Robinson Crusoe y Viernes (en la que el primero se
desarrolla como ser humano y el segundo huye a explorar nuevos continentes),
Michel Tournier presenta una visión crítica de los procesos colonizadores que
arrasaron con la riqueza cultural de las poblaciones nativas, cuya cosmovisión se
cimienta más en el culto a los elementos naturales que en el predominio de la
razón.
La obra de Tournier busca una revaloración del Otro, sobre todo si éste
pertenece a una cultura diferente. Quizá podría considerarse como una llamada
18
de atención contra el racismo, tan vigente en Europa y exacerbado en los últimos
tiempos. Otro tema de su obra es, sin duda, el multiculturalismo como motivo de
reflexión, comunicación y palanca para el crecimiento humano.
Sin embargo, también parecería un planteamiento muy idealizado. Es fácil
revalorar al “buen salvaje” cuando está allá, en su isla, en su comunidad, en su
continente. Pero, ¿qué sucede cuando tenemos a un Viernes contemporáneo, ya
de nacionalidad francesa, que incendia vehículos en los suburbios parisinos en
señal de protesta por sus condiciones de exclusión, por su carácter marginal?
El incremento de la pluralidad hoy en día coloca en la mesa de discusión el
tema del multiculturalismo en la medida en que otorga derechos a las diferencias.
No obstante, aún no hay consenso al respecto. Incluso, allá en la isla de
Speranza, podríamos preguntar: ¿cuáles fueron los derechos de Viernes quien, al
final, huyó de Robinson a escondidas?
Una de las preguntas centrales que queda en el aire después de esta lectura
es la siguiente: ¿qué tanto es posible la cabal comprensión entre los diferentes
pueblos? Cada cultura implica una forma de ver, interpretar y nombrar el mundo
por lo que, en los encuentros interculturales (derivados de una relación de
sometimiento de Uno sobre el Otro) hay problemas de comunicación. Por lo
general, el colonizado debe recurrir al idioma del colonizador para expresar sus
ideas, negando sus propias formas de expresión, sus significados.
Tal vez esa comunicación no es posible. Quizá, por ello, tampoco es
gratuito que al final de Viernes o los limbos del Pacífico Robinson Crusoe se
encuentre con Jaan, un europeo como él y que puede simbolizar una mejor
relación entre iguales.
En todo caso, la riqueza y profundidad de los temas que aborda el autor
proporciona diversas rutas de análisis e interpretación para que el lector decida
19
cuál de ellas tomar. Sin duda, Michel Tournier es un autor que ofrece caminos y
permite interrogar sobre ellos.
Bibliografía
Calvino, Italo. Por qué leer a los clásicos. Trad. Aurora Bernárdez. México,
D.F., Tusquets, 1992.
Defoe, Daniel. Aventuras de Robinson Crusoe. 13.ª ed. México, D.F., Porrúa,
2006.
Kundera, Milan. El arte de la novela. Trad. Fernando de Valenzuela y María
Victoria Villaverde. México, D.F., Vuelta, 1990.
Tournier, Michel. El espejo de las ideas. Trad. L. M. Todó. Barcelona, El
Acantilado, 2000.
__________, Viernes o los limbos del Pacífico. Trad. Lourdes Ortiz. 8.ª ed.
Madrid, Alfaguara, 2004.
20
Indio. La palabra se la habían lanzado muchas veces al rostro como insulto.
Pero ahora, pronunciada por uno que era de la misma raza de Pedro, servía para
establecer una distancia, para apartar a los que estaban unidos desde la raíz. Fue
ésta la primera experiencia que de la soledad tuvo Winiktón
y no pudo sufrirla sin remordimiento.12
Rosario Castellanos, Oficio de Tinieblas
Como el agua y el aceite
A diferencia de la novela de la Revolución que busca idealizar la figura del
indígena, la corriente literaria denominada Ciclo de Chiapas —cuyo
florecimiento corresponde a la casi década comprendida entre 1948 y 1962—
intenta romper con los estereotipos y presentar a un indio realista, de carne y
hueso, cuyas relaciones con el hombre blanco o mestizo no son unívocas o
predecibles, sino complejas e incluso contradictorias. Entre las piezas que
conforman este Ciclo podemos mencionar: Juan Pérez Jolote (1948) de Ricardo
Pozas; El callado dolor de los tzotziles (1949) de Román Rubín; Los hombres
verdaderos (1959) de Carlos Antonio Castro; Benzulul (1959) de Heraclio
Zepeda, La culebra tapó el río (1962) de María Lombardo de Caso, Balún
Canan (1957), Ciudad Real (1960) y Oficio de tinieblas (1962) de Rosario
Castellanos. El común denominador de este grupo de obras es el análisis y la
denuncia de una situación de despojo y opresión extrema, así como el
enfrentamiento entre la cultura mesoamericana y la occidental.
Hoy, a más de cincuenta años de distancia, cabe preguntarse sobre la
vigencia de estos planteamientos, en particular en la obra de Rosario Castellanos.
La carga política que asumió la autora en sus textos, ¿aún es válida en nuestros
días? La respuesta, me parece, es afirmativa. Sus libros han adquirido un valor
testimonial que permite entender los problemas de comunicación, aún vivos,
12
Rosario Castellanos, Oficio de tinieblas, México, D.F., Planeta, 1977, p. 53
21
entre indígenas y no indígenas, resultado del rechazo y la intolerancia hacia una
cultura diferente a la propia, de la incapacidad para establecer un diálogo
intercultural en un país en el que aún perviven más de sesenta y dos pueblos
indígenas, estigmatizados como inferiores por sus diferencias culturales y
raciales, y que representan aproximadamente el diez por ciento de la población
mexicana.
Rosario Castellanos (México, 1925-1974) vivió en el estado de Chiapas durante
su infancia y, posteriormente, de 1956 a 1961, trabajó primero en el Centro
Coordinador Indigenista Tzeltal-Tzotzil de San Cristóbal de las Casas y,
después, en las oficinas centrales del Instituto Nacional Indigenista en la ciudad
de México. Su contacto con la población indígena, su experiencia laboral y su
consternación frente a las condiciones de vida de tzeltales y tzotziles se refleja
con claridad en sus novelas Balún Canan y Oficio de tinieblas, así como en su
compilación de cuentos Ciudad Real.
De entrada, los títulos de estas tres obras resultan interesantes por sus
connotaciones. Balún Canan significa “los nueve guardianes” en lengua maya y
hace referencia a los cerros que rodean la ciudad de Comitán donde la autora
vivió su infancia en estrecha convivencia con su nana tzeltal; Oficio de tinieblas
es el nombre de una ceremonia que se realiza el miércoles santo al caer la tarde y
que presenta todas las características de las exequias: el altar desnudo, las
imágenes cubiertas; salvo la tenue luz de los cirios, la iglesia se mantiene en
absoluta oscuridad, sólo se escuchan responsorios fúnebres y de lamentación.
Por último, desde la época colonial hasta principios del Porfiriato, Ciudad Real
fue el nombre de la capital de la provincia de Las Chiapas, hoy San Cristóbal de
las Casas y que se ubica en el corazón de una región indígena.
22
En estas obras, Rosario Castellanos plantea las dificultades para establecer
contacto entre dos mundos antagónicos; describe formas de relación asimétrica
aceptadas por ambas partes y pone al desnudo cómo los individuos pueden
interiorizar la opresión y volverse cómplices de su propia situación en el vivir
cotidiano.
Los personajes de Castellanos actúan con las paradojas propias de
cualquier ser humano pero, a la vez, responden a un estado de cosas que se
mantiene porque así ‘ha sido y será’. Sus historias hacen referencia a una
situación trágica, de extrema injusticia que siempre termina, de manera
ineludible, en brutalidad. En sus relatos no hay finales felices. Nadie gana, todos
pierden.
La estructura narrativa, en particular la de sus cuentos, se construye de tal
suerte que, al final, se deja al lector prácticamente mudo ante el clímax, en la
cima de una situación de abuso y sometimiento frente a la cual no hay nada más
que hacer. Quienes ayudan naufragan en el alcohol, son asesinados o despedidos.
Al parecer, la comunicación entre dos culturas es imposible. Los lenguajes y sus
significados son diferentes, también sus expectativas y visiones del mundo.
En la autora prevalece la desesperanza. Las dificultades para cambiar una
situación de injusticia es un leit motif en estas narraciones como, por ejemplo, en
El don rechazado. En este cuento, el antropólogo José Antonio Romero rescata a
Manuela de morir a causa de una terrible infección. Cuando la indígena se
recupera, decide regresar con su antigua patrona, Prájeda, quien entre muchas
otras afrentas la había dejado parir entre moscas y estiércol. Para Manuela, su
vuelta con Prájeda resulta obligada pues ambas hicieron un trato mucho tiempo
atrás. Es una cuestión de honor. José Antonio Romero, consciente de la
imposibilidad de cambio, explica este comportamiento de la siguiente forma:
23
¡No, por favor, no llame a Manuela ni ingrata, ni abyecta, ni
imbécil! No concluya usted para evitarse responsabilidades que
los indios no tienen remedio. Su actitud es muy comprensible. No
distinguen un caxlan13 de otro. Todos parecemos iguales. Cuando
uno se le acerca con brutalidad ya conoce modo, ya sabe lo que
debe hacer. Pero cuando otro es amable y le da sin exigir nada a
cambio, no lo entiende. Está fuera del orden que impera en Ciudad
Real.14
La dominación de una cultura sobre otra es una relación de fuerza entre quien
detenta el poder y quien es sometido. Esta fórmula se acompaña de las tres
formas de violencia conocidas: la física, la verbal y la no verbal. Los golpes, los
insultos aunados al desprecio, la humillación constante al ser ignorado logran,
además, socavar el alma. Este daño moral está retratado en el cuento La muerte
del tigre en el cual se narra cómo la comunidad de los Bolometic pierde, en
manos de los conquistadores, al tigre, su espíritu protector, y con él sus tierras,
sus recursos, su salud, su dignidad, quedando sometidos a los abusos y
explotación del caxlan, para quien la vida de un indio no significa nada, como lo
comentan don Juvencio y su socio, encargados de reclutar indígenas para
trasladarlos a las fincas del café:
―No son suficientes.
―¿Que no son suficientes? ¿Cuarenta indios para levantar la cosecha de
café de una finca, peor es nada, no son suficientes?
―No van a llegar los cuarenta. No aguantan el viaje.
Y el socio de don Juvencio dio vuelta a la página, satisfecho de tener
razón.15
13
“Los indígenas en Chiapas llaman caxlan al extraño y también al que los engaña, al que los
explota. Seguramente la palabra viene de la deformación de caxtitlan, para referirse al
castellano (persona venida de Castilla)” Luzma Becerra, “Ciudad Real: entre ficción y
realidad”, en Luz Elena Zamudio y Margarita Tapia ed. Rosario Castellanos, de
Comitán a Jerusalén, Toluca, CONACULTA-Tecnológico de Monterrey, 2006, p.77
14
Rosario Castellanos, Ciudad Real, México, D.F., Punto de lectura, 2008, p.169
15
Ibíd., p.26
24
Los indios, empobrecidos y sin posibilidades, deben someterse al orden
del más fuerte. A lo largo de estas tres obras, Rosario Castellanos hace énfasis en
la dificultad para romper esta relación de fuerza y cambiar el estado de cosas. En
Balún Canan, cuando Felipe, indígena, insiste ante los mayores en la necesidad
de que se cumpla la ley y que el patrón les proporcione educación, los viejos se
resisten y afirman resignados:
―Quizá debe ser así.
―¿Y por qué debe ser así, si somos iguales?
Lo olvidaban siempre. Y era Felipe el de la obligación de recordar.16
De igual manera, en Oficio de tinieblas, los ámbitos de acción están
claramente delimitados. Cada quien conoce el lugar que ocupa en una sociedad
casi feudal. Así, ante la posibilidad del reparto de tierras ordenado por el General
Lázaro Cárdenas, los finqueros se escandalizan y hacen lo posible por evitarlo.
Buscan mantener el papel que, desde mucho tiempo atrás, les fue asignado:
El patrón debería ser siempre la divinidad dispensadora de
favores, de beneficios gratuitos y de castigos merecidos. El ámbito
de su existencia no iba a ser violado por un juicio, por una
interpelación de los inferiores.
Éstos, por su parte, llevaban tan en la médula el sentimiento de
que su inferioridad era su condición verdadera, que se
escandalizaban contra quienes pretendían imponerles un nuevo
fardo: el de la dignidad.17
La relación entre caxlanes e indios no es plana. Tiene profundidad. No
sólo se trata del sometimiento y el ejercicio cotidiano del uso de la fuerza;
también hay miedo, desconfianza. En el caso de los no indígenas, se saben
minoría por lo que, a pesar de su poderío y fuerza, piensan que si se descuidan
16
Rosario Castellanos, Balún Canan, México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 2007,
p.177
17
R. Castellanos, Oficio de tinieblas, op.cit., p.155
25
pueden perder todo, pues “cuando el indio sepa lo que sabemos nosotros nos
arrebatarán lo nuestro”.18
El temor del caxlan tiene poco fundamento, pero su referente es real. Las
insurrecciones han sido demasiado esporádicas. En 1712 sucedió un
levantamiento indígena que fue sofocado en pocos meses; más de un siglo
después, en 1869, hubo otra rebelión sangrienta que, de hecho, es utilizada por
Rosario Castellanos como hipotexto en Oficio de tinieblas. Al margen de la
revolución mexicana, en 1910, se produjo otra en la que los indígenas pedían:
La abolición de las contribuciones personales, capacitación e
instrucción pública; que se les devuelvan sus tierras usurpadas y
que se les garantice la posesión de las que disfrutan; que no se les
explote tan ruinmente por los especuladores y agentes del
gobierno; que no se les trate como bestias de carga y que haya
para ellos ley y justicia y que se expidan leyes protectoras de
indios.19
Tampoco se pueden hacer a un lado, en la historia reciente, los
movimientos de “500 años de resistencia indígena” y, poco después, el
levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Manifestaciones
que dejan en claro que las condiciones de opresión aún se mantienen y que el
germen de la revuelta en el estado de Chiapas continúa vivo.
En Oficio de tinieblas, el temor a la sublevación de los indios le sirve a
Leonardo Cienfuegos para erigirse como líder de los caxlanes, justificar el uso de
la violencia extrema y, de paso, defender sus propiedades en riesgo de perderse
por las disposiciones del General Cárdenas.
18
19
Ibíd., p.57
Tomado de Antonio García de León y citado por Agustín Romano. Historia Evaluativa del
Centro Coordinador Indigenista Tzeltal-Tzotzil, México, D.F., Instituto Nacional
Indigenista, 2002, p.79
26
En las regiones indígenas de México existe un orden establecido que delimita y
separa los estratos sociales; los Altos de Chiapas no son la excepción. Con el uso
de la fuerza se han establecido las posiciones: cada quién sabe a dónde ir, conoce
su lugar, los caminos están trazados y no hay razón para subvertirlos. Si algo
sucede fuera de ese orden casi inmutable es señal de problemas como lo muestra
la siguiente narración.
En La suerte de Teodoro Méndez Acubal, éste encuentra una moneda en la
calle. El indígena nunca había tenido una similar en sus manos por lo que, al
sopesarla, deduce que es rico y que eso se debe a su suerte. El cuento incluye una
interesante reflexión sobre el valor del dinero. Teodoro piensa que no se lo debe
gastar en su familia, pues para eso trabaja. No, la moneda es un regalo que le da
la vida y, por tanto, es sólo para él. “Se la dieron para que jugara con ella, para
que la perdiera, para que se proporcionara algo inútil y hermoso”. 20
Tras varios meses de solitarias cavilaciones pues con nadie comparte su
secreto, Teodoro decide comprar con la moneda una estatuilla de la Virgen.
Como nunca lo ha hecho, tiene miedo de entrar a la tienda de don Agustín.
Teodoro se pasa largas horas contemplando la figura desde el aparador. Este
gesto, inusual en un indígena, preocupa de inmediato al propietario, porque “a
ningún ladino se le pierde la cara de un chamula cuando lo ha visto caminar
sobre las aceras y menos cuando camina con lentitud como quien va de paseo".21
Cuando el indígena decide entrar a la tienda, ignorante del idioma español,
sólo alcanza a señalar con el dedo lo que desea. Don Agustín, incapaz de
interpretar el gesto y recordando los rumores e historias sobre alzamientos
indígenas, amenaza a Teodoro con una pistola y éste, sin responder a la agresión,
20
21
R. Castellanos, Ciudad Real, op. cit., p.59
Ibíd., p. 60 (En aquellos años las aceras estaban reservadas para los no indígenas).
27
tampoco entiende qué sucede. Al final, es encarcelado por ladrón pues no era
creíble que un indio poseyera una moneda de tal valor.
Dos mundos opuestos, complejos y distantes uno del otro. De un lado la
supremacía, el triunfo, la propiedad, la fortuna, la belleza, la santurronería, la
hipocresía; del otro, el desprecio cotidiano, la obediencia, la pérdida, el silencio,
la fealdad, la superstición, la muerte. Pero en ambos mundos es posible encontrar
quien traspase las fronteras: los indios asimilados a la cultura dominante, y los
blancos o mestizos que se identifican con la causa indígena.
El indio asimilado trabajó con sus patrones desde pequeño. Aprendió su
idioma, sus costumbres y se relacionó afectivamente con el caxlan, por lo que su
vida queda en una posición ambigua. Por un lado, ya no pertenece a su mundo,
los indígenas recelan de su cercanía con el poderoso; pero éste último, a su vez,
nunca confiará en él, por ser indio. En la obra de Rosario Castellanos, la figura
de la nana resulta emblemática en este sentido, además de que tiene una
reconocida referencia autobiográfica. La nana de Balún Canan vive en conflicto:
—¿Por qué te hacen daño?
—Porque he sido crianza de tu casa. Porque quiero a tus padres y a Mario
y a ti.
—¿Es malo querernos?
—Es malo querer a los que mandan, a los que poseen. Así dice la ley.22
Por su parte, Teresa, la nana en Oficio de tinieblas, abandona la casa de los
Cienfuegos y se reintegra a su pueblo, pero ya no puede adaptarse a la vida del
indígena, a su pobreza, a sus costumbres, a sus creencias. En un momento dado,
22
R. Castellanos, Balún Canan, op. cit., p.16
28
se siente extranjera y la invade “una nostalgia de gentes blancas, de palabras
españolas, de espacios libres”.23
Algunos de estos indios asimilados reproducen la conducta y las actitudes
de sus amos. Terminan por rechazar al indígena. Modesta Gómez es un cuento
brutal al respecto. En él se describe el oficio de atajadora, consistente en acechar
a los indígenas que llegan a la ciudad, despojarlos con lujo de violencia de sus
mercancías y, a cambio, aventarles algunas monedas.
Durante su primer día de trabajo, Modesta Gómez golpea a una indígena
indefensa hasta hacerla sangrar. En realidad, descarga en la Otra la frustración
respecto a su propia vida (embarazada por el hijo de los patrones fue despedida
de la casa en la que trabajaba como sirvienta y en la que se crió desde pequeña;
después, se casó con un alcohólico golpeador que la sumió en la pobreza y le dio
tres hijos más). El cuento concluye: “Mañana. Sí. Volvería mañana y pasado
mañana y siempre. Era cierto lo que decían: que el oficio de atajadora es duro y
que la ganancia no rinde. Se miró las uñas ensangrentadas. No sabía por qué.
Pero estaba contenta”.24
En Balún Canan, la niña vive la incertidumbre respecto al Otro. El afecto
que siente hacia su nana se confronta con los comentarios racistas que escucha
en boca de su madre. Ante su imposibilidad de callarla, la niña y su hermano
cierran la puerta para que la nana no escuche.
Quienes son solidarios con los indígenas se enfrentan también a la
sospecha de ambos bandos. Por un lado, los caxlanes desconfían de ellos, temen
que resulten una mala influencia para los indios y que éstos empiecen a exigir
sus derechos. Por el otro, los indios, con razones históricamente fundamentadas,
no pueden confiar. Fernando Ulloa, uno de los principales personajes de Oficio
23
24
R. Castellanos, Oficio de tinieblas, op. cit., p. 256
R. Castellanos, Ciudad Real, op. cit., p.80
29
de tinieblas, vive en carne propia el rechazo de ambos grupos. El de los
terratenientes, por intentar cumplir con las disposiciones de la reforma agraria a
favor de los indígenas; y el de los indígenas porque no le creen. En el clímax de
la obra, él y César, su ayudante, se quedan a la mitad de los dos mundos.
—¿Le importa mucho que los que nos rematen a nosotros sean los coletos
o los indios?
—¿A nosotros?
—Sí, usted y yo. Pueden un día decidir éstos que somos unos traidores,
unos caxlanes a fin de cuentas, y acabarnos.25
Lo mismo le sucede a Alicia Mendoza y al doctor Salazar en La rueda del
hambriento o al personaje principal de Arthur Smith salva su alma quien
reflexiona: “Porque ahora todo lo que antes era nítido y ostentaba un rótulo
indicador se había vuelto confuso, incomprensible. Entre el lado bueno y el lado
malo no había fronteras definidas y el villano y el héroe ya no eran dos
adversarios que se enfrentaban sino un solo rostro con dos máscaras. La victoria
ya no es la recompensa para el mejor sino botín del astuto, del fuerte”.26
Uno de los grandes méritos de la autora es su capacidad para mostrar a sus
personajes con todas sus aristas, sus paradojas, su humanidad. Contradicciones
que van más allá del conflicto personal y revelan los fundamentos de una
condición injusta. Rosario Castellanos no cae en maniqueísmos fáciles. Por el
contrario, logra reflejar una realidad compleja en la que, al igual que sus
personajes, predominan las notas discordantes y desafinadas.
Los temas que aborda en estas tres obras resultan casi inagotables. El
sincretismo religioso tan crudamente presentado en la crucifixión del niño
Domingo en Oficio de tinieblas; los significados culturales que indígenas y
25
26
R. Castellanos, Oficio de tinieblas, op. cit., p.348
R. Castellanos, Ciudad Real, op. cit., p.215
30
caxlanes le dan a los eventos de la vida, de la naturaleza. La cultura como una
forma de ver e interpretar el mundo. Respecto al libro de cuentos Ciudad Real,
Luzma Becerra escribe:
Los acontecimientos y la trama de la historia describen situaciones
constantes de despojo y abuso hacia la cultura indígena local; las
contradicciones y contrastes existentes dentro de los estratos sociales,
así como en el interior mismo de la clase ladina y mestiza, y los
enfrentamientos de ambas razas; la superstición de los indios y los
intereses de diversas instituciones, gubernamentales o particulares,
nacionales o extranjeras (misiones) de ayuda a los indios.27.
Lo anterior puede ser aplicado de igual manera a Balún Canan y a Oficio
de tinieblas. En estas obras predomina la desesperanza, la imposibilidad de
resolver los conflictos entre dos culturas. Como señala María Luisa Gil Iriarte,
“se trata de un ejercicio cognitivo de realidades injustas”.28
Sin embargo, Rosario Castellanos comparte la visión integracionista del
indigenismo oficial que planteaba el rechazo a formas “atrasadas” de vida y, en
consecuencia, la necesaria incorporación del indio a la vida nacional, a partir de
su asimilación a la cultura dominante y, para lo cual, creó organismos como el
Instituto Nacional Indigenista. Para ella, al igual que para muchos antropólogos
de la época, el problema del indígena era netamente económico, de pobreza:
Uno de los defectos principales de la corriente indigenista reside en
considerar al mundo indígena como un pueblo exótico en el que los
personajes, por ser las víctimas, son poéticos y buenos. Esta
simplicidad me causa risa. Los indios son seres humanos
absolutamente iguales a los blancos, sólo colocados en una
circunstancia especial y desfavorable […] Los indios no me parecen
27
28
L. Becerra, op.cit., p.78
María Luisa Gil Iriarte, Testamento de Hécuba. Mujeres indígenas en la obra de Rosario
Castellanos, Salamanca, Universidad de Sevilla, 1999, p.153
31
misteriosos ni poéticos. Lo que ocurre es que viven en una miseria
atroz. 29
En consecuencia, sus referencias a la cultura propia de estos pueblos se
acercan más a la descalificación que justifica la necesidad de integrarse a la
cultura nacional. La manera angustiante como presenta el sincretismo religioso
en Oficio de tinieblas, es un ejemplo de ello. Otro aspecto, que en particular
llama la atención, es la ausencia en sus descripciones del rico colorido que
caracteriza la vestimenta de estos pueblos. En todo caso, me parece que Rosario
Castellanos comparte los planteamientos de la época: “se trata de mexicanizar al
indio y el indio deberá dejar de ser lo que es para integrarse a la nación
mexicana, como un ciudadano más, producto del indigenismo”.30 Ella plantea la
pobreza como producto de la explotación a la que los indígenas se han visto
sometidos y aboga por una reivindicación social y económica. Empero, no
vislumbra a la diferencia cultural como origen de segregación y desigualdad; en
consecuencia, tampoco propone una reivindicación en tal sentido.
A más de cinco décadas de publicada la obra de Rosario Castellanos, la situación
de estos pueblos ha cambiado. Aquel indígena pasivo, piojoso y resignado que
retrata la autora ya no lo es. Los tzeltales y tzotziles en el estado de Chiapas
pueden caminar por las aceras de San Cristóbal o Comitán sin peligro de ser
maltratados por ello. Es posible encontrar presidentes municipales, diputados,
profesionistas indígenas. No obstante, continúan representando a la población
29
30
Emmanuel Carballo, Protagonistas de la Literatura mexicana, México, D.F., Alfaguara,
2005, p.610
Miguel Ángel Korsbaeck, Leif, Sámano. “El indigenismo en México: antecedentes y
actualidad”. Ra Ximhai, enero-abril, año/vol. 3 número 001, Universidad Autónoma
Indígena
de
México,
2007,
p.206
[edición
en
línea]
http:
//redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/461/46130109.pdf, Fecha de consulta: 11 de mayo
del 2010
32
más pobre del país. Baste señalar que los municipios con el índice de desarrollo
humano más bajo están habitados por indígenas y se ubican en lo estados de
Chiapas, Guerrero y Oaxaca, los tres con mayor diversidad cultural. Estos datos
indican que la cultura todavía continúa siendo un elemento fundamental para la
carencia de oportunidades y la discriminación de este sector, ajeno al desarrollo
nacional en todas sus dimensiones.
En nuestros días, los pueblos indígenas no sólo luchan por mejorar sus
condiciones de vida; también por la defensa de su cultura, por el derecho a
conservarla y practicarla. Muchos de ellos rechazan su incorporación a la
sociedad nacional a cambio del olvido de su especificidad cultural “diluyéndolos
en la supuesta y para muchos benéfica y deseable homogeneidad nacional”. 31
Esta lucha no ha sido fácil pues se enfrenta a la estigmatización como referente
de atraso, ignorancia y carencias.
A pesar de no plantear una reivindicación cultural, imprescindible para una
mejor comprensión de la problemática indígena que no se reduce a aspectos
meramente económicos, la obra de Rosario Castellanos aporta información
valiosa sobre una época de la historia de México. De igual manera, permite
comprender con mayor profundidad las luchas que emprenden estos pueblos hoy
en día para trascender el cúmulo de situaciones desgarradoras que aún subsisten.
Sin embargo, Rosario Castellanos logra trascender nuestras fronteras pues
aborda y describe la problemática relación con el Otro, con el diferente, con el
que detenta el poder y con quien obedece. Su visión es pesimista, como si
existiera una línea divisoria, labrada durante siglos, que permanece y pierde al
31
José Del Val, “¿Indigenismo indígena?”, Suplemento Mundo Indígena, Milenio, México,
D.F., 14 de agosto del 2009
33
Uno y al Otro, como el agua y el aceite, en la soledad que los une y separa al
mismo tiempo.
Bibliografía
Carballo, Emmanuel. Protagonistas de la Literatura mexicana. México, D.F.,
Alfaguara, 2005.
Castellanos, Rosario. Oficio de Tinieblas. México, D.F., Planeta, 2005.
__________, Balún Canan. 5.ª ed. México, D.F., Fondo de Cultura Económica,
2007.
__________,Ciudad Real. México, D.F., Punto de lectura, 2008.
Franco, María Estela. Rosario Castellanos. Otro modo de ser humano y libre,
Semblanza Psicoanalítica. México, D.F., Plaza y Valdés, 1994.
Gil Iriarte, María Luisa. Testamento de Hécuba: Mujeres indígenas en la obra de
Rosario Castellanos. Salamanca. Universidad de Sevilla, 1999.
Romano, Agustín. Historia Evaluativa del Centro Coordinador Indigenista
Tzeltal-Tzotzil, Vol. 1, México, D.F., Instituto Nacional Indigenista, 2002.
Zamudio, Luz Elena y Tapia, Margarita ed. Rosario Castellanos, de Comitán a
Jerusalén. Toluca, CONACULTA-Tecnológico de Monterrey, 2006.
34
Una mirada interior
A lo largo de la historia de la humanidad ha sido relevante el papel del escritor
como testigo de su tiempo. Para muchos de ellos, cumplir con esta función
testimonial es un destino ineludible y más aún cuando la realidad rebasa los
límites del respeto a la dignidad del ser humano.
En una entrevista concedida en 2003, la escritora sudafricana Nadine
Gordimer, Premio Nobel de Literatura 1991, planteó lo siguiente:
Kafka dice que el escritor busca entre las ruinas cosas diferentes que
los demás; es un salto cualitativo tras lo que realmente está
sucediendo. Ésta es, justamente, la naturaleza testimonial que los
autores deben dar, una mirada interior, puesto que tienen el sexto
sentido de la imaginación para completar el hecho. El percatarse de lo
que sucede va ligado con un sentimiento, una voz.32
De lo anterior se deriva que, en el terreno de la literatura cuando está
relacionada con la política, para merecer el apelativo de ‘escritor’ es necesario
contar con dos elementos básicos. El primero radica en esa ‘mirada interior’ que
trabaja con la imaginación entendida, según Gordimer, no como ficción sino
como el talento para percibir una realidad más profunda. Sin esa mirada interior
no hay autor posible. El segundo reside en poseer la sensibilidad social suficiente
para ‘buscar entre las ruinas’, para percibir lo que sucede allá afuera, en aquel
rostro que pide limosna o en el que lanza un discurso hecho de pura palabrería.
En Nadine Gordimer ambos elementos, mirada interior y sensibilidad, se
conjugan. Su posición política la convirtió en un sujeto incómodo y peligroso
32
Patricia Kolesnicov, “Nadine Gordimer: No existen torres de marfil frente al acoso de la
realidad”, Clarín.com. 6 de enero del 2007 . [edición en línea]
http://www.edant.clarin.com/suplementos/cultura/2007/.../u-01811.htm. Fecha de
consulta: 10 de octubre del 2008
35
para el sistema. Su obra fue censurada en Sudáfrica aunque, como ella misma lo
confiesa, tuvo la fortuna de escribir en inglés, su lengua materna, por lo que pudo
encontrar editores en Inglaterra y en los Estados Unidos. Sus libros se
convirtieron en instrumento de denuncia a nivel internacional.
Nacida en 1923 en Sudáfrica, esta escritora ha estado la mayor parte de su vida
en contacto con formas extremas de discriminación y racismo. Fue hasta que
cumplió setenta y un años, en 1994, cuando tuvieron lugar las primeras
elecciones en las que la población negra pudo votar. A pesar de pertenecer a la
minoría blanca que gobernaba sobre la mayoría negra, Nadine Gordimer se
identificó con ésta última y fue una activista comprometida con la lucha
sudafricana en contra del racismo, involucrada en acciones clandestinas y
riesgosas. Ante las arbitrariedades, no guardó silencio convencida de que “los
escritores, si escribimos con honestidad, lentamente podemos ir transformando el
terreno […] la gente comienza a entender qué sucede en una sociedad
opresiva”.33
Si bien el telón de fondo de su obra literaria es el conflicto político,
Gordimer nunca cae en el maniqueísmo característico de la consigna o el libelo.
Haciendo gala de una gran riqueza narrativa, presenta la complejidad social,
política, económica y cultural de una Sudáfrica dividida no sólo por razas, sino
también por niveles socioeconómicos, ideologías, historias individuales y
colectivas.
Como activista política, algunos de sus contemporáneos la criticaron por
su frialdad y ausencia de un compromiso claro en su obra. Para una corriente de
33
Silvia Cherem, “Nadine Gordimer. En blanco y negro”, Entrevista CSC.1.605, Fundación
Nuevo Periodismo Iberoamericano, México, 2003, en http://www.local.fnpi.org:8990/
premio/2003/finalistas/pdf/2003CSC1605.pdf., p.1 Fecha de consulta: 15 de octubre
del 2008
36
intelectuales sudafricanos negros en búsqueda de su propia identidad, hoy en día
Nadine Gordimer representa un ejemplo de eurocentrismo gracias al cual la
cultura angloparlante ha oprimido otras manifestaciones culturales. No obstante,
estos últimos planteamientos pecan de lo que critican pues ponen en duda el
legítimo derecho de cualquier ser humano (independientemente de la etnia a la
que pertenece) a luchar por lo que considera justo; en este caso: la defensa del
Otro, del diferente a causa de su posición social, sexo, edad, religión, convicción
política o preferencia sexual, pero semejante en su condición humana. ¿O acaso
por ser blanca Nadine Gordimer no podía pelear contra el apartheid? Tal parece
que estas posiciones se convierten en una especie de discriminación a la inversa
o ¿es que los negros, los indios, los desposeídos son los únicos que pueden
escribir sobre una realidad injusta convertida, así, en coto privado?
En sus novelas, Nadine Gordimer demuestra que ella puede analizar y
criticar la injusta situación que vive su país. Expone situaciones difíciles, de
ninguna manera resueltas, en las que no todo es blanco o negro, sino que entre
ambos colores hay diversos y aleccionadores matices. Sus personajes viven en
estrecha conexión con el mundo en el que habitan y están sujetos a influencias
muy fuertes que vienen del exterior. Su pretensión es narrar la historia de
quienes construyeron o fueron testigos de La Historia (con mayúsculas). Como
ella misma señala:
La gente en la televisión ve imágenes de alborotos, las protestas
masivas, los asesinatos, las persecuciones con gases lacrimógenos,
pero no saben cómo se sentía la gente el día en que fue a protestar, si
había discusiones familiares, las complicaciones generacionales y las
rupturas provocadas porque un miembro de la familia se unió a los
movimientos de liberación y otros no.34
34
Ibíd., p.3
37
Con esta visión la autora se sirve de los personajes, de sus angustias
cotidianas, sus dudas existenciales, su aquí y ahora, para presentar las
contradicciones de una realidad política.
Para ella, “encasillar la identidad de una persona contradice el espíritu de
la modernidad”.35 Su mundo es el de una mujer que busca su identidad como ser
humano, más allá del color que la etiqueta; es el de una mujer que se enfrenta a
los mismos blancos porque no piensa como ellos, se solidariza con los negros,
pero tampoco es uno de ellos. Sin embargo, no se trata de identidades totales
sino parciales y multidimensionales cuyo conjunto, paradójicamente, hacen un
todo. Nadine Gordimer aborda a sus personajes como si fueran un poliedro
―pudiendo ser cada uno de sus lados complementario, antagónico o
independiente uno del otro― lo que les confiere una profunda humanidad pues
presenta las múltiples contradicciones que definen a un ser humano.
Así, por ejemplo, en El último mundo burgués (1966) el suicidio de Max
Van Den Sandt sirve de pretexto a Liz ―su ex–esposa― para revivir y analizar
su situación personal inserta en un mundo burgués esclerotizado moralmente:
“Sí, la esclerosis moral, el endurecimiento del corazón y el estrechamiento de la
mente”.36 Max, blanco, hijo de una familia rica, se identifica con la causa negra.
Para sus progenitores los negros no existían…
cuando la madre hablaba de ‘nosotros los sudafricanos’ se refería a
los blancos afrikaans y de habla inglesa y cuando Theo Van Den
Sandt pedía una ‘Sudáfrica unida, en marcha hacia una era de
progreso y prosperidad para todos’ pensaba en la unidad de esos
35
36
Michael Skafides, “El materialismo lo ha conquistado todo, entrevista con Nadine
Gordimer”, El País, Sociedad, Madrid, 20 de mayo de 2007
Nadine Gordimer, El último mundo burgués, Trad. Jordi Fibla, México, D.F., Consejo
Nacional para las Culturas y las Artes, 1990, p.43 (De aquí en adelante, en las
referencias inmediatas a la cita de una obra de esta autora, se pondrá entre paréntesis el
número de página).
38
mismos dos grupos de blancos, salarios más altos y mejores coches
para ellos. En cuanto al resto, los diez u once millones de ‘nativos’
[…] hasta la llegada del hombre blanco no conocían nada mejor que
una choza de barro en la estepa. (36)
Con esta visión clasista, Max creció en el silencio de sus padres hacia él y,
en consecuencia, su simpatía por los negros resulta un tanto ambigua. ¿Ésta se
debe a su convicción política o al deseo adolescente de rebelarse contra todo lo
establecido y, en particular, contra sus padres? En todo caso, entusiasmado por la
causa, Max participa en un atentado. Lo apresan y enjuician. Traiciona a sus
amigos negros. Se suicida. ¿Quién era realmente Max? ¿La oveja negra de un
rebaño blanco? O alguien “dejado a un lado, por ser blanco. Incluso con aquellos
que había elegido [los negros] continuaba fuera, experimentaba el aislamiento de
su infancia convertido en el aislamiento de su color”. (68)
Liz no se queda atrás. Durante su matrimonio colaboró con el Congreso de
Demócratas. Posteriormente, aunque no deja nunca de interesarse en política,
abandona su relativa militancia. Sin embargo, cuando un negro le pide ayuda,
ella lo piensa. Lo puede hacer sin involucrarse demasiado. El lector no sabe qué
decidirá el personaje, pero todo indica que lo hará. Al final sólo se escucha el
corazón de la mujer que late como un reloj: asustada, viva, asustada, viva…
Luchar por cambiar una situación de injusticia es no padecer esclerosis
moral; por el contrario, se puede tener miedo pero significa estar vivo. Luchar es
no limitarse a comer, a dormir y a darse por satisfecho con un pequeño mundo
personal. Max, le explica Liz a su hijo Bobo, no podía conformarse con no hacer
nada por cambiar lo que estaba mal. Aunque fracasara, eso era mejor que ningún
intento.
39
La hija de Burger (1979)37, escrita casi quince años después, es una
historia mucho más complicada, como lo era el momento que estaba viviendo
Sudáfrica. El referente de esta novela es Lionel Burger, líder comunista, médico,
hombre blanco privilegiado quien en el ejercicio de su profesión se percata de los
sufrimientos y la humillación cotidiana de los negros africanos. Dedica su vida a
la causa, igual que su mujer. Para la pareja, los asuntos cotidianos son el hogar,
el cuidado a los hijos, el trabajo pero, sobre todo, la lucha política. Lionel Burger
es condenado a cadena perpetua por sus ideas y acaba muriendo en la cárcel, al
igual que sucedió con muchos negros. En un contexto como el que predominaba
en aquel entonces en Sudáfrica, la vida de Rosa, su hija, queda ligada de manera
irremediable a su memoria. Rosa no sólo tiene un pasado distinto a otros niños
blancos, también vive con el estigma ideológico de ser hija de un líder
comunista. Trata de desprenderse de esa carga y forjar una vida para ella misma.
Lo intenta, pero es inútil. Este personaje no se puede separar del compromiso
social. Están unidos indisolublemente tal vez porque su padre la educó para
hacer lo que debía hacerse.
En todo caso, Rosa Burger, al igual que Max, Liz y otros blancos
‘renegados’ (como la propia autora) optan por la alternativa representada en
Lionel Burger: luchar en contra del destino burgués que se limita a “comer sin
hambre, aparearse sin deseo”. (105)
En La hija de Burger destacan las descripciones sobre la cotidianidad del
apartheid. Por ello, además de su valor literario, esta obra puede ser considerada
como un documento antropológico-histórico indiscutible.
Era sábado. Un grupo de colegialas voluptuosas vestidas de deporte
bajaban a saltitos por la calle principal, camino de una reunión
deportiva […] Niños negros que iban detrás de sus padres humildes,
37
Nadine Gordimer, La Hija de Burger, Trad. Iris Menéndez, Barcelona, Tusquets, 1991
40
desastrados y descalzos, cubiertos por encima de las rodillas con
uniformes escolares que sólo podían darse el lujo de comprar una vez
en años, de modo que los pequeños parecían alfeñiques con
vestimentas enormes […] Jóvenes petimetres blancos aceleraban
levantando polvo bajo las ruedas de sus coches […] Jóvenes negros
en simbólica imitación del mismo estilo […] el orden del sábado, el
orden de la jerarquía familiar, el orden de los negros en la calle y los
blancos a la sombra de la galería del hotel. (67)
Quizá el extremo del apartheid se presenta con mayor crudeza en July’s people
(1981)38, una especie de Apocalipsis sudafricano. Esta novela parte de una
situación ficticia en la que debido a lo cruento de una supuesta rebelión negra en
la ciudad ya no es seguro vivir ahí. La familia Smales se ve obligada a dejar su
perfecto hogar de clase media y aceptar el ofrecimiento de Julio, su criado por
más de quince años, para refugiarse en una choza de su aldea. La pareja no milita
activamente en ningún partido político pero es contraria al racismo y solidaria
con la población negra. De hecho, ambos han tratado con mucha amabilidad a
Julio quien les retribuye ofreciéndoles un refugio, aunque lo hace porque
también espera seguir cobrando su salario. Los Smales representan para el
sirviente su propia subsistencia y la de su familia. En la aldea se desarrolla una
historia casi delirante y absurda como se anuncia desde el principio:
El golpe en la puerta
No hay puerta sólo una apertura en paredes delgadas de lodo. […]
Julio su sirviente, su anfitrión, trae el té en dos tazas de porcelana
rosa… (1)
La separación entre ambos enunciados nos da la pauta de que algo sucede.
Nadie toca a la puerta porque ésta ya no existe. De ahí en adelante la vida de
Maureen y Bam Smales se irá escurriendo, sin control, por la entrada de una
38
Nadine Gordimer, July’s people, Nueva York, Penguin group, 1981
41
choza. Ante la ausencia de la intimidad característica del mundo burgués y el
descubrimiento de sus propios “malos” olores, la pareja empieza a ver golpeada
su autoestima. Hasta ese momento su único contacto con la población negra
había sido a través del servicio doméstico. En la aldea de Julio empiezan a
conocer ‘la otra vida’ de su sirviente, su otra cultura; y, de igual manera, a palpar
la pobreza extrema hasta entonces inimaginable desde el cómodo confort de su
casa en la ciudad. Todo ello los lleva a vivir una situación límite que crea en la
pareja una terrible tensión agravada porque, cada día que transcurre, va
dependiendo más de su sirviente. La relación Julio/Smales se trastoca y si bien
los roles cambian, subyacen maneras de relacionarse añejadas durante quince
años. De igual forma, se hacen evidentes las aspiraciones de clase que tiene el
mismo Julio. Pero estas contradicciones también las vive él al interior de su
tribu. Su esposa y su madre están molestas por las atenciones que le prodiga a los
blancos.
¡Blancos aquí! ¿No nos has platicado cómo viven ellos? Un cuarto
para dormir, otro cuarto para comer, otro cuarto para sentarse, un
cuarto con libros (ella tenía una Biblia), no sé cuántas veces me lo
platicaste, un cuarto con cuantos libros… Cientos yo pienso. Y agua
caliente […] todas esas cosas que yo nunca he visto y que mis hijos
nunca han visto –el cuarto de baño– y aún tú, en el patio tienes un
cuarto de baño para ti y ni siquiera lavas tu ropa porque hay una
máquina que lo hace en otro cuarto. ¿Ahora me dices que no tienen
lugar a dónde ir? (19)
Los sentimientos y apreciaciones de la esposa de Julio sobre los Smales, al
igual que los de Maureen respecto a las condiciones de vida en la aldea, otorgan
nuevamente este carácter de denuncia a la obra de Gordimer. Es evidente que en
ese pueblo prevalece la falta de higiene, las enfermedades y la desnutrición en
los niños, la contaminación extrema del río que los Smales terminan por ignorar
pues no les queda remedio más que servirse de él.
42
Así como Rosa Burger descubre que su amigo de la infancia, Baasie, se
llama en realidad Zwelinzima Vulindlela, Maureen Smales se entera que Julio en
realidad es Mwawate. Estremece pensar el hecho de que, a pesar de la diaria
convivencia y el supuesto afecto hacia estos dos negros, se ignoren sus
verdaderos nombres. Tal vez por eso, Zwelinzima le dice retador a Rosa Burger:
“¿Por qué crees ser distinta al resto de los blancos que se han cagado en nosotros
desde el día en que llegaron?”.39
Por otra parte, como adorno en la choza de Julio, Liz descubre objetos que
alguna vez fueron de su propiedad y se pregunta: ¿qué habrá pensado Julio
cuándo se lo regalamos? Él sabía que para los Smales ya eran cosas inútiles,
deshechos. Una forma de humillación y, sin embargo, los guardaba. Estas
incursiones de Maureen en la intimidad de su sirviente describen la vida
contrastante, y hasta esquizofrénica, de un negro que sobrevive en un mundo de
blancos, de una persona que hasta su verdadero nombre pierde en esa
convivencia con el Otro.
Al igual que Rosa Burger y Baasie cuando eran pequeños, en July´s people
sólo los niños Smales, en su inconsciencia, juegan felices con sus nuevos amigos
negros. Ellos mismos, por falta de higiene y por los efectos del sol, se van
ennegreciendo. Inocencia y libertad como premisa igualitaria y esperanza de
cambio. Años después, Nadine Gordimer escribe:
…medito sobre mis emociones cuando, circulando por la ciudad y sus
barrios periféricos, paso ante un colegio a la hora de finalizar las
clases. Era un colegio sólo para blancos que conozco bien. Veo salir a
los niños, forcejeando entre sí los niños, cogidas de la mano y riendo
las niñas. Tienen todos los tonos de piel. Negro sudafricano, hindú
sudafricano, mestizo sudafricano, blanco sudafricano. Están
creciendo, entrando en la vida, con una experiencia inicial común.
39
N. Gordimer, La Hija de Burger, op. cit., p.339
43
[…] Estos niños no están siendo marginados para aprender odio, para
temer lo que hay de desconocido, de intacto, en cada uno.40
El triunfo de la lucha en contra del apartheid pudo haber dejado sin tema a
Nadine Gordimer pero en una escritora como ella eso era imposible. En Un arma
en casa (1998)41, a través de una situación inesperada, plantea el contexto postapartheid y, de nuevo, un problema de identidad. Los Lindgard ―una pareja
madura de piel blanca― se encuentran viendo cómodamente la televisión
cuando la tragedia irrumpe en sus vidas: Duncan, su único hijo, ha cometido un
asesinato. A partir de ese momento la pareja vive una serie de sentimientos
encontrados: la negación (esto no puede suceder, es un error), la necesidad de
entender (¿por qué lo hizo?), la culpa (¿qué hicimos para que acabara así?), el
temor a un castigo sin esperanza como la pena de muerte y, más que nada, el
desconocimiento de quién es su propio hijo. El abogado de Duncan, Motsamai,
es negro. Los Lindgard lo ven con la suspicacia propia de los blancos; muy a su
pesar, mantienen prejuicios sobre la capacidad intelectual de los negros.
Esta novela tiene un dinamismo casi brutal. El manejo extremadamente
ágil de los diálogos y de la tensión dramática, la administración del suspenso en
el desarrollo del juicio y en el descubrimiento de quién es Duncan en realidad,
hablan de la maestría que ha ganado Nadine Gordimer como escritora.
Un arma en casa describe una nueva situación en Sudáfrica. Los Lindgard
eligieron continuar su vida en ese país y no exiliarse como hicieron muchos
blancos ante el triunfo de los negros. Duncan optó por un estilo de vida contrario
40
41
Nadine Gordimer, “Suráfrica: cinco años de libertad”, Claves de Razón Práctica, núm.93,
Madrid, junio de 1999 [edición en línea] http://www.progresa.es/pdf/
1999/Claves_093.pdf, Fecha de consulta: 20 de octubre del 2008
Nadine Gordimer, Un arma en casa, Trad. Carmen Francí Ventosa, Barcelona, Byblos,
2006
44
a los viejos cánones tan bien retratados por la autora en El último mundo
burgués. Compartía su casa con negros homosexuales, en un barrio en el que era
necesario contar con una pistola para protegerse del exterior aunque,
paradójicamente, la violencia se generó en el interior mismo del hogar. La
presencia del arma refleja la violencia que aún impera en Sudáfrica, como señala
el abogado Motsamai en la defensa de Duncan:
No se le pueden pedir cuentas por haber fomentado robos, secuestros
y violaciones que, lamentablemente, tan comunes son en este tiempo
de transición tras largos años de represión […] En efecto, el clima de
violencia tiene una importante responsabilidad en el acto que cometió
el acusado, debido a ese clima, el arma estaba ahí […] en el cuarto de
estar, como un gato doméstico; sobre una mesa, como un cenicero.
(347)
Al parecer el color de la piel es una definición indispensable en la literatura
sudafricana. Rosa Burger plantea el dilema de la ecuación racial. ¿De qué se
trata? ¿De la lucha de colores o de la lucha de clases? En uno de los últimos
cuentos de Nadine Gordimer cuyo título es por demás sugerente: Bethoveen tenía
algo de negro (2004)42 plantea:
En tiempos había negros que querían ser blancos.
Ahora hay blancos que quieren ser negros.
La razón es la misma. (7)
Porque “el estándar de los privilegios varía en cada régimen. No hay
privilegios a prueba. ¿Sí? El caso es ascender hacia la clase dirigente del modo
que sea”. (21) En la Sudáfrica actual el color de la piel puede convertirse en el
poder que legitima a las personas.
42
Nadine Gordimer, Beethoven tenía algo de negro, Trad. Francisco Rodríguez de Lecea,
Barcelona, Bruguera, 2008
45
La obra de Nadine Gordimer es muy amplia y puede ser analizada desde
múltiples puntos de vista. Como escritora no ha podido escapar a la injusticia
extrema de su entorno. El abordaje político es consecuencia de un compromiso
personal y con su país, pero intrínsecamente ligado al aspecto humano y a las
pasiones de sus personajes en quienes la vida cotidiana y el contexto social no
pueden ser disociados. La propia Nadine Gordimer define su posición cuando
señala:
¿Qué piensan ustedes que es un artista? ¿Un imbécil que no es nada
más que ojos; nada más que oídos si es un músico; un mentiroso si es
poeta? No, un artista es también un ser político que está
constantemente pendiente de lo que sucede en el mundo, ya sea
amargo o dulce, y no puede evitar ser moldeado por esos
acontecimientos, de la misma manera en que el arte va moldeando los
acontecimientos exteriores.43
Durante los homenajes que se le rindieron a Carlos Fuentes con motivo de
los ochenta años de su nacimiento, Nadine Gordimer ha dicho que el escritor
mexicano es el “gran maestro del testimonio interior” y refiriéndose a La región
más transparente escribió que en esa obra puede ver reflejada a Sudáfrica y sus
contradicciones actuales.44 De igual manera, es posible afirmar que la obra de
Gordimer tampoco resulta ajena a la realidad mexicana en la que subsisten
enormes contrastes sociales y económicos.
En definitiva, la autora ha logrado encontrar entre las ruinas cosas
diferentes que los demás, pero su maestría radica en que gracias a su mirada
interior, a su imaginación para completar los hechos y narrar las pequeñas
historias que hacen la vida de un país, ha logrado mostrar el mundo de otra
manera. Su mirada interior ve más allá y rebasa el paisaje sudafricano. Como si
43
44
P. Kolesnicov, op.cit.
Nadine Gordimer, “A través del cristal”, Revista Nexos, México, D.F., Octubre, 2008
46
se tratara de un espejo, su mirada despierta el interés de imaginar la propia
realidad y, por qué no, de hacer algo por transformarla.
Bibliografía
Gordimer, Nadine. July’s people. Nueva York, Penguin group, 1981.
_________, El último mundo burgués. Trad. Jordi Fibla. México, D.F., Consejo
Nacional para las Culturas y las Artes, 1990.
_________, La Hija de Burger. Trad. Iris Menéndez. Barcelona, Tusquets, 1991.
_________, Un arma en casa. Trad. Carmen Francí Ventosa. Barcelona, Byblos,
2006.
_________, Beethoven tenía algo de negro. Trad. Francisco Rodríguez de
Lecea. Barcelona, Bruguera, 2008.
47
La madre patria
Los diccionarios coinciden en la definición de patria como aquella tierra natal o
adoptiva a la que el ser humano está ligado por vínculos afectivos, culturales,
históricos o personales. La patria representa el lugar donde se nace o, de igual
forma, el que se adopta para echar raíces. Es aquel sitio en la memoria de donde
provienen olores, sabores, tradiciones, música, expresiones artísticas, lenguajes,
formas de pensar y entender el mundo. Es un territorio con el que se sostiene una
liga entrañable, tan estrecha que cuando estamos lejos y algo nos lo recuerda
podemos conmovernos hasta las lágrimas. En definitiva, la patria se encuentra en
el fondo del corazón mismo.
Este concepto intimista de patria bien podría confundirse con el de la
madre. ¿Qué representa ella sino el origen y las enseñanzas definitorias? De la
madre se aprende el idioma (lengua materna), las formas de nombrar el mundo y,
en consecuencia, la cultura. Es curioso, entonces, que quienes fueron
conquistados y colonizados utilicen el término ‘madre patria’ para designar a
otro país y no al que los vio nacer.
Toda madre reconoce a su descendencia, pero cuando el tema es la patria
sucede lo contrario. Las madres patrias no siempre aceptan a sus hijas, tal vez
por el resentimiento causado por sus luchas independistas o simplemente por el
menosprecio que les genera su color de piel, su físico, su cultura ‘primitiva’. Es
sorprendente (e incluso, para algunos, muy doloroso) constatar la frecuente
ignorancia de las madres patrias respecto a sus hijas. En España, por ejemplo, el
ciudadano común desconoce la geografía, la historia, las culturas de una buena
porción del continente americano que estuvo casi a su total disposición durante
más de tres siglos. No obstante, en América Latina la percepción de la madre
patria ha evolucionado. De hecho, hubo un mestizaje y las raíces se fueron
48
entrelazando. Sin embargo, ¿qué sucede en otros países en los que ese vínculo
con la madre patria es de mucha más dudosa calidad? Pensemos en Jamaica, la
tercera isla más grande del Caribe, y en su madre patria, Inglaterra.
En La pequeña isla, la escritora inglesa Andrea Levy (1956- ) explora dos
vertientes de un mismo encuentro: dos jamaiquinos entran en contacto directo
con la madre patria (Gilbert Joseph y Hortense) y una pareja de ingleses
(Queenie y Bernard) descubre a esa hija patria desconocida, de color negro. Con
esta novela, publicada en 2004, la autora ganó el Premio Orange por Ficción, el
Premio Whitbread al mejor libro del año, el Premio de la Commonwealth y el
Premio Orange Best of the Best.
Cuatro personajes, cuatro historias que confluyen en una sola: la de
Londres en 1948, destruido durante la segunda guerra mundial. La novela no
tiene una estricta secuencia lineal, sino que está estructurada en dos tiempos que
se van intercalando a lo largo de la historia: el ahora (1948) y el ayer. Ambos son
narrados en voz de cada uno de los personajes por lo que la historia avanza, a la
par que se conocen sus antecedentes, peripecias, motivaciones y psicología. Los
protagonistas se observan unos a otros, se describen y se valoran entre sí, lo cual
permite apreciarlos desde diversos ángulos. De esta forma descubrimos que
Gilbert Joseph habla con un marcado acento jamaiquino y también podemos
imaginar a la mestiza Hortense caminando por las calles de Londres, engalanada
con un vestido blanco, sombrero, guantes y bolsa del mismo color, causando
estupor entre los pálidos ingleses.
En La pequeña isla, a partir del concierto de voces de sus protagonistas, de
un narrador múltiple y polifónico, Andrea Levy aporta cuatro perspectivas
diferentes respecto a la Otredad.
49
Hortense, la joven jamaiquina, tiene como aspiración máxima vivir en Inglaterra,
en la madre patria. Es hija ilegítima de una campesina, Alberta, y un funcionario
público; de él hereda “el color de la miel caliente y no del chocolate amargo de
Alberta”.45 El no ser tan oscura de piel la hace sentir superior a los demás y
estudia para maestra en Kingston.
Su historia le da un toque de picardía a toda la novela. Los intentos de la
joven por reproducir la vida cotidiana de los ingleses a cuarenta grados de
temperatura y entre hormonas y pasiones típicas del trópico resultan muy
amenos. Sus referentes, siempre alineados al ‘deber ser inglés’ (lo british), y sus
aspiraciones sociales resultan ridículas, como se muestra en el siguiente diálogo
entre ella y una alumna que no comprende una canción inglesa:
―¿Pastores, señorita Hortense? ¿Qué son pastores?
―Los hombres que cuidan a las ovejas.
―¿Ovejas? ¿Hay ovejas en Jamaica?
―No. Pero esos pastores están en Inglaterra.
―Ah, Inglaterra. ¿Y el señor nació en Inglaterra?
―Claro, y en Inglaterra hay ovejas por todas partes.
Cubiertas de lana, para protegerse del frío invierno. (52)
Además de enseñar canciones y poemas descontextualizados de la realidad
tropical de Jamaica, Hortense guarda por los ingleses una profunda admiración y
se esfuerza por ser uno de ellos. Rechaza su origen, desprecia a los negros y su
ideal es conseguir un puesto de maestra en una escuela de Kingston para niñas de
piel clara, vestidas con uniformes inmaculados y con un plan de estudios inglés.
No veía la hora de que esos niños me mirasen con la misma
estima que yo había tenido por la directora y las tutoras de mi
colegio, esas mujeres blancas, rodeadas por una aureola de
seguridad, capaces de poner orden en cualquier corro de
45
Andrea Levy, La pequeña Isla, Trad. Daniel Najmías, Barcelona, Anagrama, 2006, p.46.
De aquí en adelante se anotará el número de página de cada cita al finalizar la misma.
50
muchachas chillonas con sólo llevarse un dedo a los labios. Su
dicción académica, su innegable inteligencia, su porte imperial
exigían, y obtenían, la obediencia de todas. (79)
La pretensión de Hortense se estrella contra la realidad. En Jamaica, su
origen bastardo le impide conseguir trabajo en una escuela burguesa. En
Inglaterra, la superioridad blanca descalifica los estudios realizados con tanto
ahínco y hace imposible que ella ejerza.
Sus esfuerzos por hablar el idioma inglés como un buen británico y no con
acento jamaiquino, por actuar y comportarse como lo harían los ingleses de sus
libros de texto, su ilusión por vivir en una casa iluminada por el fuego de la
chimenea y en la que el timbre de la puerta hiciera ding-dong se derrumban a su
llegada a Londres. Vivir en un barrio lastimado por la guerra, en un cuarto
redondo de una casa decrépita, con el baño fuera y muerta de frío no es a lo que
ella aspiraba. El cielo gris y lluvioso tampoco; la pobreza menos. Imaginemos
esa ciudad en 1948, tres años después de concluir la guerra y sus implacables
bombardeos. Hortense no se repone de este choque inicial que echa por tierra sus
expectativas. Gilbert Joseph, su marido, pierde la cuenta del número de veces
que le pregunta incrédula: ¿así viven los ingleses?
Al principio, ella recurre a la negación y culpa al esposo por incompetente.
A medida que avanza la historia, se percata de que, debido a su color de piel, es
objeto de desprecio por parte de sus admirados ingleses, por cierto, ni tan limpios
ni educados ni elegantes como suponía. El choque con la madre patria la
conduce a una sola conclusión: “He descubierto que Inglaterra es un país muy
frío”. (502)
Bernard encarna el estereotipo de un ciudadano inglés. Rígido en sus
costumbres, anodino, poco romántico y sin pasión por nada, un pequeño burgués
51
adaptado a un modo rutinario de vivir: de mediana edad, empleado de banco,
burócrata de corazón, custodio de la decencia y las buenas costumbres. “Yo, por
lo menos, estoy orgulloso de ser parte del imperio británico. Estoy orgulloso de
representar la decencia”. (407)
Comparte con sus vecinos ingleses de clase media la imagen de una
Inglaterra de color blanco, metódica y estructurada, orgullosa de su imperio y de
sus colonias, siempre y cuando los habitantes de éstas últimas se mantengan
lejos, sean del color que sean.
Bernard forma parte de la generación hija de la Gran Guerra y protagonista
de la Segunda. De niño vio cómo su padre, Arthur, regresó de la primera “como
un paquete para entregar en el número 21, así lo trajeron […] Un cuerpo que se
cagaba encima cada vez que una puerta se cerraba […] y que en sueños aullaba
como si alguien le arrancase los dientes”. (433) Cuando a Bernard le toca su
turno, lo envían a la India que se encuentra en franco proceso de independencia.
En ese país se hace evidente su sentimiento de supremacía colonial y su rechazo
por el diferente:
Luchaban por hacerse con el poder cuando surgiera la nueva India
independiente. Yo sonreía cada vez que pensaba que esa pandilla
de analfabetos harapientos quería dirigir su propio país. ¿Los
británicos expulsados de la India? ¡Si solo las tropas británicas
podían tenerlos controlados! Un trabajo bien hecho –y nadie me
contradijo. (402)
Una vez concluida la segunda guerra y antes de regresar a Inglaterra,
Bernard acude por primera vez en su vida a un prostíbulo. Al llegar a Brighton se
percata de que está infectado. Su moral protestante, sus estrictos cánones de
corrección y decencia se desploman. ¿Contagiado en un burdel de Calcuta?
¿Cómo explicarle a Queenie, su mujer? ¿Cómo decirle que sólo fue una vez y
52
que ni siquiera experimentó gran placer? Abrumado por la vergüenza opta por
esperar la muerte en Brighton. Ironías de la vida, su enfermedad no es tan grave,
prácticamente se cura solo y decide regresar a casa dos años después. En ese
tiempo Queenie ha seguido un camino diferente en su propia vida con la certeza
de que él está muerto.
Bernard arriba a un Londres que no reconoce. La presencia de negros en
su propio hogar ―su esposa se ha tomado la libertad de alquilarles cuartos a
unos jamaiquinos― lo desconcierta. No sabe dónde se encuentra Jamaica, pero a
sus habitantes los considera tribales, “muñequitos de trapo”, primitivos.
Comparte con los vecinos su rechazo y los expulsa de su casa.
La receta para una vida tranquila es que cada cual viva con los
suyos. La guerra se libra para que la gente pueda vivir entre los
suyos. Muy sencillo. Todo el mundo tenía un lugar. Inglaterra para
los ingleses y las Indias Occidentales para los negros. Miren si no
la India. Los británicos saben lo que es jugar limpio. Se la dejan a
los indios […] Terminada la guerra, lo que todos querían era
volver a casa, con los familiares y amigos. Todos salvo estos
malditos negros. (505)
En La pequeña isla, Bernard y Hortense representan dos mentalidades en
apariencia diferentes pero muy similares. El primero está orgulloso del imperio
británico, de sus costumbres, de su color blanco. Se sabe superior, no pone en
duda el papel que Inglaterra ha jugado en el mundo. En su forma de actuar y de
entender la vida están enraizados, de manera muy profunda, los estereotipos de
la corrección, la decencia, la propiedad privada; la noción de lo europeo como
sinónimo de cultura y progreso. Por su parte, Hortense personifica el
pensamiento del colonizado. Nacida en una colonia del imperio, ella se “sabe”
británica y, lo mismo que Bernard, se ufana de ello. Y si el blanco repudia al
negro, ella, de color miel, también. Salvo su diferencia racial, ambos se asemejan
53
en varios planteamientos medulares: la certeza en la hegemonía de la cultura
europea, la convicción de que el blanco (o, en su defecto, color miel) es superior
a otras razas, su menosprecio por quien ellos consideran inferiores.
Bernard y Hortense encarnan, en sentido metafórico, una pequeña isla,
inaccesible para los demás y segura para ellos mismos. Un reino propio cuya
condición privilegiada de aislamiento les evita el contacto no deseado con la
Otredad. No obstante, para él, “los hilos enmarañados de la guerra” y, para ella,
la migración significarán una revolución en sus vidas y la entrada, violenta, al
mundo de la multiculturalidad y al cuestionamiento de sus valores acartonados.
Por el contrario, Gilbert Joseph y Queenie resultan dos personajes más
abiertos, dispuestos a entrar en contacto con la diferencia, aunque al primero le
toca la peor parte.
Un llamativo diente de oro adorna la sonrisa de Gilbert Joseph, quien resulta en
extremo simpático, sociable y seductor. De origen humilde, se alista como
voluntario en la RAF para defender a la madre patria durante la segunda guerra
mundial y también para algo más:
El espejo me dijo. ‘Chico, las mujeres caerán rendidas a tus pies’.
Vestido con el uniforme azul, parecía un dios: por la izquierda,
por la derecha, por detrás. Y eso que el uniforme ni siquiera me
sentaba bien. ¿Pero qué importan unas pequeñas bolsas en la
cintura y la sisa apretada cuando se es un gallardo miembro de la
Real Fuerza Aérea Británica? (137)
Rumbo a Inglaterra, primero llega a Estados Unidos y ahí se enfrenta a la
segregación como única política para la convivencia, como le explica un oficial:
“Aquí no mezclamos las razas, blancos y negros no nos mezclamos porque, si lo
54
hiciéramos, disminuiría la eficiencia de nuestras unidades de combate. El negro
norteamericano no está hecho para luchar”. (144)
Su contacto con el racismo practicado por el ejército norteamericano fue
solo para abrir boca; más tarde, y de igual forma, será víctima en Inglaterra. En
un principio, Gilbert Joseph no puede creer que esté siendo discriminado. No
entiende por qué se lucha contra Alemania, por qué se defiende a los judíos
cuando a los negros se les trata tan mal. Sin embargo, al igual que Hortense, en
ese primer viaje todavía cree en el llamado de la madre patria. Se ostenta como
un hijo más del imperio británico.
―¿Dices que eres británico
―Británico, sí ―contesté.
―¿Pero no inglés?
―No, soy de Jamaica, pero Inglaterra es mi Madre Patria. (171)
De vuelta en Jamaica y ante la falta de oportunidades en su país, decide
migrar de nuevo a Inglaterra con la esperanza de estudiar para abogado. No le
interesa el proceso de independencia que se empieza a gestar en la isla y no
desea verse involucrado con la violencia que trae consigo.
A lo largo de la novela, este personaje vive el desprecio por el color de su
piel, se enfrenta a la dificultad para conseguir trabajo por ser negro, escucha las
burlas sobre su origen (¿vienes o regresas a la jungla?). Día a día transita el
camino de la humillación, de la impotencia para defenderse pues sabe que será
declarado culpable si lo hace. No obstante, Gilbert Joseph no se amarga. Él es un
sobreviviente que, en un primer momento, aprende a tragarse su orgullo para no
ser maltratado. “Me puse a hacer mis cosas mientras se cebaban en mí
lanzándome una sarta de insultos. Como cañonazos. Los sacos de Correos y una
dolorosa vergüenza me partieron en dos”. (342)
55
Con el tiempo este personaje asimila algo más importante: no todo lo que
los ingleses hacen está bien hecho. Y es este aprendizaje el que lo impulsa hacia
delante, le da elementos para crecer y ponerse a la misma altura del hombre
blanco. Como él mismo dice a Bernard:
Sabe cuál es su problema? ―le dijo―. Tener la piel blanca. Usted
cree que eso lo hace ser mejor persona que yo. Piensa que le da
derecho a tratar a un negro con prepotencia. ¿Pero sabe qué es lo
que realmente le da? ¿Quiere saber para qué le sirve la piel
blanca? Pues para que usted sea blanco, nada más. […] Los dos
acabamos de luchar en una jodida guerra. Hemos luchado por un
mundo mejor […] Y después de todo lo que hemos sufrido juntos
pretende usted decirme que yo no valgo nada y usted sí. ¿Voy a
seguir siendo siempre el siervo y usted el amo? No. Basta ya,
hombre. (564)
En ese instante Gilbert Joseph se gana el derecho de vivir en Inglaterra y el
afecto de Hortense. Seguramente no sin trabajos, pero con la firme convicción de
que las diferencias por el color de la piel no tienen sentido.
Así como Hortense se casa con Gilbert Joseph para salir de Jamaica, Queenie lo
hace con Bernard para escapar de una vida de mucho trabajo y pocas
satisfacciones en la granja de sus padres en Mansfield, en el centro de Inglaterra.
Sin embargo, la vida con Bernard es rutinaria y particularmente insatisfactoria en
el terreno sexual. Años más tarde, cuando Queenie conoce al negro jamaiquino
Michael, ella vivirá el orgasmo.
De niña, Queenie asistió a la Exposición del Imperio Británico y la
recorrió con admiración: “El imperio en pequeño. El palacio de la ingeniería, el
palacio de la industria y más y más edificios de todos los países que eran
nuestros, propiedad de los británicos”. (11) En el pabellón de África con “el olor
56
almibarado y marrón del chocolate” por primera vez vio a un hombre y a una
mujer negros. Tal vez la extrañeza que le suscitó la pareja y la fascinación por lo
diferente determinaron su posterior apertura hacia la negritud.
A diferencia de sus paisanos ingleses, Queenie no encuentra la razón por
la que se les trate diferente y mucho menos para que se les discrimine. No
entiende por qué en un cine los soldados norteamericanos exigen que los negros
se sienten en las butacas traseras, mientras ellos ocupan las de adelante; ni la
causa por la que ella no puede tomar el té con un negro en un lugar público.
Cuando ella les permite entrar a su casa como inquilinos, provoca el rechazo
profundo por parte de sus vecinos y de su propio marido.
Desde pequeña se supo distinta a los demás. La percepción de su propia
diferencia la hace solidaria no sólo con la población negra sino también con la
clase trabajadora (cockneys), también víctima del rechazo de una clase media
racista que se expresa de la siguiente manera: “estos judíos dan más problemas
de lo que valen, estarán más felices con los de su especie”. Al escucharlos,
Queenie piensa “…que era Hitler el que hablaba así en la puerta de mi casa”.
(289)
A pesar de carecer de prejuicios raciales, Queenie entrega a su hijo recién
nacido (producto de su relación con Michael) a Gilbert Joseph y a Hortense para
que ellos lo críen. No desea que su hijo viva entre blancos y sufra un constante
rechazo por el color de su piel. Lo que no espera es que Bernard le proponga
quedarse con ese niño mulato. Este gesto resulta en extremo esperanzador. Una
muestra de que Inglaterra se abre, aunque temerosa en aquella época, a la
multiculturalidad. El hijo de Queenie, producto de la unión entre una mujer
blanca y un hombre negro, materializa la posibilidad de un nuevo ciudadano
inglés. Es también una muestra del mestizaje que ―en todos los sentidos―
invade a Inglaterra.
57
Si bien los temas centrales de La pequeña isla son el racismo y la intolerancia,
éstos son desarrollados a través de la vida cotidiana de los protagonistas, de los
problemas que enfrentan y de cómo los van solucionando. Andrea Levy no
predica doctrinas ni ‘educa’. Sus personajes son redondos pues los
acontecimientos
los
hacen evolucionar. Quizá
la
transformación
más
significativa sea la de Bernard al pretender adoptar un niño mulato.
Otro elemento importante de la novela es el momento histórico en el que
se desenvuelve: Inglaterra en 1948, destruida por la guerra, un imperio que se
acaba, colonias que inician sus procesos de liberación (Jamaica logra su
independencia en 1962, pero se gesta durante los años en los que transcurre esta
obra). Se trata de un periodo de transición en el que los valores establecidos se
tambalean. Los personajes de La pequeña isla retratan las contradicciones
humanas ante una realidad precaria y cambiante, cada uno de ellos con una
personalidad única y diferenciada del resto, lo cual refleja la maestría de la
autora en el manejo de las voces narrativas, todas ellas en primera persona.
Andrea Levy muestra que las actitudes coloniales no competen sólo a los
colonizadores sino también a los colonizados, en una relación amalgamada y
compleja. Hortense, por ejemplo, adopta con entusiasmo y firme convicción un
sistema de valores que no es el suyo. A pesar del rechazo de los ingleses, ella se
esfuerza por escuchar la BBC en su cuartito londinense para dominar el acento
de la clase alta y no terminar hablando como los cockneys. Así, la posición de la
escritora no es maniquea, no se trata del bueno ni del malo, aunque no por eso
deje de asumir una posición crítica.
En 1655 los ingleses desalojaron a los escasos españoles y portugueses que
dominaban Jamaica. Desde entonces hasta 1962, más de trescientos años,
Jamaica fue una colonia inglesa. No sorprende entonces el amor de Hortense por
58
la madre patria, ni el deseo de Gilbert Joseph por acudir a su llamado y
defenderla durante la segunda guerra mundial.
A lo largo de sus primeros doscientos años de dominio británico, Jamaica
se convirtió en el principal exportador de azúcar del mundo. Al igual que sucedió
en la mayor parte de los países colonizados, la riqueza generada no se concentró
en la isla, sino en la madre patria (y ahí están algunos personajes de las hermanas
Brontë o de Jane Austin, cuya riqueza proviene de las colonias sin cuestionar,
para nada, este hecho). Con el tiempo la producción de azúcar declinó y, cuando
Jamaica se independiza, ésta ya no le reditúa ganancias a Inglaterra sino sólo
problemas, revueltas y descontento.
Hoy, a cincuenta años de haber logrado su independencia, Jamaica
continúa postrada. El narcotráfico, la trata de personas, la delincuencia parece
arraigarse en la isla, mientras su economía languidece. Y nos preguntamos: ¿qué
enseñanzas les dejaron los ingleses a los jamaiquinos?, ¿por qué no cuentan con
los conocimientos y las habilidades para integrarse al primer mundo?, ¿es que,
efectivamente, la cultura “primitiva” de los países colonizados los condena a la
miseria? Lo cierto es que, en el caso de Jamaica como de muchos otros países, la
acción del imperio se concentró en el abuso y la expoliación dejando muy poco a
cambio.
Por otra parte, cinco décadas después de la historia narrada en este libro se
puede afirmar que Inglaterra se ha abierto a la multiculturalidad y hoy en día es
común encontrar parejas mixtas o ciudadanos mestizos en sus principales
ciudades. Sin embargo, en 2007, la Equality and Human Rights Commission
encontró que la población negra tiene siete veces más la posibilidad de ser
59
detenida y cateada que la población blanca.46 De igual manera, se sabe que los
grupos de afrocaribeños, africanos, paquistaníes y bangladesíes presentan las
peores condiciones en materia de educación y mercado laboral. Sin ahondar más
en el tema, podríamos aventurar que la madre patria continúa desconociendo a
los descendientes de sus hijas patrias.
La pequeña isla es Jamaica y, de igual manera, Inglaterra. Esta obra revela la
tragedia de la mutua ignorancia y las dificultades para emprender un
enriquecedor intercambio cultural. De acuerdo con su biografía, Andrea Levy
vive la experiencia de crecer negra, en la década de los cincuentas, en una
Inglaterra todavía muy blanca. Al respecto, dice que el hecho de pertenecer a una
minoría le ayuda a “entender también a la mayoría, cosa que al revés no se
produce”.47 Esta situación le ha permitido conocer las complejas perspectivas del
país donde nace, reflejarlas en este libro y pugnar por la igualdad; a pesar de las
diferencias, son pasos para alcanzar un mejor futuro. Gilbert Joseph y Queenie,
los polos positivos de este relato, abren el camino a la esperanza de un mejor
entendimiento intercultural, aunque el repunte de actitudes xenofóbicas y racistas
en el mundo muestran que la cerrazón de Hortense y Bernard siempre estarán al
acecho y que, además, pueden triunfar.
Bibliografía
Levy, Andrea. La pequeña Isla. Trad. Daniel Najmías. Barcelona, Anagrama,
2006.
46
Annan Boodram, Racism in England, http: //www.caribvoice.org/Features/racism.html
Fecha de consulta: 29 de abril del 2010
47
http://www.andrealevy.co.uk/biography/index.php., Fecha de consulta: 3 de marzo del 2010
60
Los ojos más azules…
los más tristes
En el epílogo a The bluest eyes,48 escrito veintitrés años después de su
publicación, en 1970, Toni Morrison reflexiona sobre sus intentos por desarrollar
“una prosa racialmente específica y sin embargo racialmente libre. Una prosa
libre de jerarquía y triunfalismo racial”. (258) Y en efecto, nada más lejos del
triunfalismo que la “exposición pública de una confidencia privada”. (258)
Confidencia que en esta novela va mucho más allá de la narración de un incesto.
The bluest eyes exhibe las propias contradicciones de la población afroamericana
a mediados del siglo XX. Pecola, una niña de doce años, representa la pobreza,
la fealdad y la falta de autoestima producto de la opresión racial; por ello la
rechazan los blancos, pero también sus propios congéneres. Nadie la apoya en su
desgracia, incluso Claudia y Frieda, sus amigas adolescentes, quienes habían
buscado ser solidarias con ella en un principio, la eludieron para siempre.
En The bluest eyes Toni Morrison, Premio Nobel de Literatura en 1993,
muestra, sin agotarlos, los mecanismos, las razones, los íconos por los que la
población afroamericana había llegado al grado extremo de rechazo hacia sí
misma, a lo que la escritora denomina autoaversión racial. No es gratuito que
Pecola desee cambiar sus ojos. Con ellos se contempla el mundo, son un vínculo
con él y también, se dice, traslucen la mirada del alma. Cuando ante la violencia
de sus padres ella ruega a Dios desaparecer, lo logra parcialmente pues “nunca
conseguía que sus ojos desaparecieran. ¿Qué sentido tenía entonces? Los ojos lo
eran todo. Todo estaba allí, en ellos. Todas aquellas imágenes, todos aquellos
48
Toni Morrison, Ojos Azules, Trad. Jordi Gubert, Barcelona, Debolsillo, 2004. Cada vez que
se cite este libro, se pondrá entre paréntesis el número de página.
61
rostros”. (59) Entonces, por lógica, si aquellos ojos fueran diferentes, es decir
bellos, toda ella podría ser diferente, el mundo se vería y se relacionaría con
Pecola de otra manera. Tendría una nueva identidad y podría ser amada. Así, uno
de los grandes temas de esta novela es el de la autodestrucción como estrategia
de supervivencia ante un mundo hostil.
The bluest eyes se estructura a partir de dos componentes —uno precedido por el
texto de un libro de lectura y otro por las estaciones del año— que se irán
alternando durante toda la narración. Ambos se diferencian por las voces
narrativas. En el primero predomina el narrador omnisciente, aunque es posible
escuchar otras voces como la de la señora Breedlove, en una especie de
monólogo interior, o la de Soaphead Church a través de su carta a Dios. En el
segundo, la voz de Claudia, narrador testigo o quien “hace la confidencia”, es la
que predomina. El manejo de la información entre un componente y otro es
complementario y enriquecedor.
El texto con el que inicia la novela pertenece a un libro destinado al
aprendizaje de la lectura. Contiene la imagen de la familia feliz en el más puro
sentido, acartonado, del american way of life.
He aquí la casa. Es verde y blanca. Tiene una puerta roja. Es muy
bonita. He aquí la familia. La madre, el padre, Dick y Jane viven
en la casa verde y blanca. Son muy felices. Veamos a Jane. Lleva
un vestido rojo. Quiere jugar. ¿Quién jugará con Jane? Veamos al
gato. Hace miau-miau. Ven y juega. Ven a jugar con Jane. El
gatito no jugará. Veamos a la madre. La madre es muy cariñosa.
Madre ¿quieres jugar con Jane? La madre ríe. Ríe, madre, ríe.
Veamos al padre. Es alto y fuerte. Padre, ¿quieres jugar con Jane?
El padre sonríe. Veamos al perro. El perro hace guau-guau.
¿Quieres jugar con Jane? Vemos correr al perro. Corre, perro,
corre. Mira, mira. Ahí viene una amiga. La amiga jugará con Jane.
Jugarán a un juego que les gustará. Juega, Jane, juega. (9)
62
Esta historia se contrapondrá, como si se tratase del negativo de una
fotografía en blanco y negro, con la de Pecola, el personaje central de la
narración. En el inicio de la novela, el texto sobre Dick y Jane se repite tres
veces. En la primera se respeta la puntuación; en la segunda no existen ya los
puntos ni las comas; y en la tercera, el texto se vuelve un continuum en el que no
hay principio ni fin, en el que ya no existe ninguna coherencia y cuya
comprensión es prácticamente imposible. Y es en este último formato como será
utilizado por Morrison como epígrafe de varios capítulos que integrarán el
primer componente y cuyo contenido, a la manera de un espejo cóncavo,
convexo o resquebrajado, detallará el verdadero way of life de Pecola y su
familia.
Así, la casa verde y blanca muy bonita es, en realidad, el frío almacén
donde vive la familia Breedlove que “se introduce solapadamente en la visión
del transeúnte de una forma que es a un tiempo irritante y deprimente”. (45) Ahí,
“la falta de alegría apesta y lo invade todo”. (49)
La familia feliz, Dick y Jane, contrasta con los Breedlove por pobres,
negros y, sobre todo, porque se creen feos. La extrema violencia de los padres,
los eternos conflictos y los golpes entre ellos provocarán que Pecola, su hija, se
debata ”entre un deseo incontenible de que uno matara al otro y el hondo anhelo
de su propia muerte”. (57)
El gato que hace miau miau sirve de pretexto para que Geraldine, una
aculturada mujer de color (discreta y limpia), lastime y humille a Pecola por ser
negra (sucia y ruidosa) pero, sobre todo, por recordarle sus orígenes pues:
“donde ellas vivían no crecía la hierba. Morían las flores. Se
cerraban las persianas. Donde ellas vivían proliferaban las latas
vacías y los neumáticos viejos. Se nutrían de frijoles fríos y
63
refrescos de naranja. Revoloteaban como moscas y como moscas
se posaban. Y aquélla se había posado en su casa”. (117)
Jane, la madre cariñosa, es Pauline Williams a quien la pobreza, las
desilusiones, la van llevando a decidirse a “ser simplemente fea” y a tener una
doble vida. Sirvienta modelo, logra que sus patrones blancos dependan de ella,
de “Polly”. Poder, orden y limpieza son sus consignas en el hogar blanco, cuyas
características tal vez sean como las de la canción y por ello la hacen feliz. Polly
disfruta, al final del día, supervisar los resultados de su propia labor. Por el
contrario, en su casa prevalecen el descuido, la mugre, los golpes y el temor.
“Así infundió a su hijo el irrefrenable deseo de escapar y a su hija el miedo a
crecer, el miedo a las demás personas, el miedo a la vida”. (159) La conexión
con sus hijos es ínfima, tanto que ellos siempre la llamarán señora Breedlove,
marcando una distancia que se antoja imposible de aproximar.
Sin embargo, Toni Morrison se cuida mucho de presentar personajes
esquemáticos o estereotipados. Con clara influencia de William Faulkner, a
quien estudió a profundidad, en la novela escuchamos la voz de la señora
Breedlove y podemos conocer, y tal vez entender, cómo esta mujer fue cayendo
en su propio proceso de autodestrucción; cómo pasó de peinarse con un rizo en
la frente al estilo de Jean Harlow a quedarse sin dientes de por vida; cómo
transitó del amor y la atracción por su marido al desdén y el rechazo absoluto; y
por qué, a pesar de todo, siempre extrañaría el arco iris del orgasmo.
Dick, el padre alto y fuerte, es Cholly Breedlove a quien “cuando tenía
cuatro días de nacido, su madre lo envolvió en dos mantas y un papel periódico y
lo dejó sobre un montón de chatarra junto a la vía del tren”. (165) Con este
dramático inicio, delineado sólo en una frase, podemos esperar todo de él.
Este personaje es tal vez uno de los más complejos de la novela: es
alcohólico, pero también un hombre libre cuyos fragmentos:
64
“sólo tendrían coherencia en la mente de un músico (…) Sólo un
músico percibiría, comprendería, sin ni siquiera percatarse de ello,
que Cholly era libre. Libre de experimentar cualesquiera de las
sensaciones que le acometían (…) Podía ir a la cárcel y no sentirse
preso, porque ya había visto la expresión de disimulo de los ojos
de su carcelero; libre para decir ”no señor” y sonreír, porque ya
había matado a tres hombres blancos. Libre para soportar los
insultos de su mujer…” (199)
Y de esta manera, ligera tal vez, es como Toni Morrison plantea ¿el perfil
de un asesino?, ¿de un psicópata? En todo caso, de alguien libre del
remordimiento.
La violación de Pecola ocurre porque un movimiento de su pie le hace a
Cholly, borracho, evocar el de Pauline que lo había conquistado años atrás. El
abuso sexual es una escena dolorosa a la que antecede una serie de
cuestionamientos que se hace el propio Cholly sobre su fracaso, su propia
condición de negro arruinado, la culpa de no poder hacer feliz a esa niña, de ser
incapaz de aceptar el amor de su hija. Sus contradicciones reaparecen al final del
acto, cuando “la aversión se mezcló con la ternura. La aversión no le dejaría
levantarla del suelo; la ternura le forzó a taparla”. (204)
En su balance final, Claudia, quizá la voz de Toni Morrison, plantea que
Cholly amaba a su hija.
“Estoy segura. Él en todo caso, fue la única persona que la amó lo
suficiente para tocarla, para envolverla, para darle algo de sí
mismo. Pero su toque fue fatal y aquel algo que le dio llenó con
muerte la matriz de su agonía. El amor no es nunca mejor que el
amante. La gente inicua ama inicuamente, los violentos aman
violentamente, las personas débiles aman débilmente, las
estúpidas aman estúpidamente, pero el amor de un hombre libre
nunca es seguro”. (253)
Después de la violación de la niña, la vida continúa al igual que la cantaleta. El
perro que hace guau guau y que quiere jugar con Jane no es más que un animal
65
sarnoso que produce asco. No el juego, sino la muerte del canino a manos de la
inocente Pecola es la señal para ella de que ha ocurrido el milagro que tanto
desea. Sus ojos, ahora sí, son los más azules. Y esto lo logra porque un charlatán
conocido como Soaphead Church se apiada de ella y decide jugar el papel de
Dios.
La penosa realidad de Pecola, que no es más que un reflejo de la miseria
económica y moral que padece la población afroamericana, merece un reclamo
brutal a Dios. Más brutal pues quien lo hace es Soaphead Church, un antillano
mestizo, un pederasta que opta por respetar a la niña. “Decidme Señor ¿cómo
habéis abandonado en su soledad a una muchachita durante tanto tiempo que ha
acabado por encontrar el camino hacia mí? ¿Cómo habéis podido? Lloro por
Vos, Señor”. (225) Y le hace creer a la niña la transformación en el color de sus
ojos a cambio de la muerte del perro.
Por algo Cholly en su infancia nunca se pudo identificar con Dios: “un
agradable anciano blanco, de largo cabello cano y barba ondulante, con sus ojitos
azules” (168), y sí con el diablo negro que eclipsaba el sol y se disponía a
despanzurrar el mundo, como él despanzurró a su propia hija.
Por último, la amiga que juega con Jane se convierte en Pecola hablando
consigo misma, en un diálogo esquizofrénico que, probablemente, simboliza de
nuevo la imagen de la población afroamericana de aquel entonces. Sí, Pecola
logró sus ojos azules pero también el rechazo de todos; ella piensa que nadie la
quiere porque le tienen envidia, pero sabemos que no es así. Para los otros,
Pecola encarna esa confidencia, eso íntimo que avergüenza, lo feo en lo más
interno del ser que se prefiere no ver ni hablar de ello. Por eso se le rehuye.
El segundo componente de la novela inicia con la voz de Claudia. Con un tono
íntimo lamenta no el hecho de que Pecola fuera a “tener el bebé de su padre”
66
(11), sino que no germinaran las semillas de nadie en aquel otoño de 1941 y que,
de todo aquello sólo quedara Pecola y la tierra improductiva. También nos
previene: “En realidad nada más habría qué decir, salvo por qué. Pero, dado que
el por qué es difícil de manejar, será mejor refugiarse en el cómo”. (12)
Y así la voz de Claudia, cuya narración de los hechos se estructura en
cuatro estaciones a partir del otoño, es la de una joven adolescente que, como la
misma Morrison lo expresa, “está en el meollo del asunto, sabe algo que los
demás no saben y que va a ser generosa con una información privilegiada”. (259)
Su voz es un elemento esencial de la novela pues proporciona los referentes de la
época, además de ser un testigo privilegiado por su cercanía con Pecola. Las
descripciones del espacio en el que vive, de las costumbres en su propio hogar,
de lo que sucedía en la escuela con otros niños, en otras palabras, de cómo veía
el mundo, son fundamentales en esta historia.
Pero Claudia es alguien más que un narrador testigo, también reflexiona
sobre los procesos de autorechazo racial y se convierte en una voz crítica y
reflexiva sobre lo que sucede. Uno de los pasajes más significativos al respecto
se presenta cuando sus padres le regalan una muñeca rubia y de ojos azules para
Navidad. Dice: “¿Qué se esperaba que hiciese yo con ella? ¿Fingir que era su
madre?” (27) Una niña negra, madre de una muñeca blanca. Para Claudia, lo
peor de esta situación era que a todo mundo le parecía normal aquel hecho
“contra-natura”, igual que amar a Shirley Temple. “Mucho después aprendí a
adorarla, igual que aprendí a deleitarme con la limpieza, sabiendo, incluso
cuando ya lo había aprendido, que el cambio era una adaptación, no una mejora”.
(31)
En The bluest eyes, una serie de íconos son exhibidos casi crudamente por
Toni Morrison. Íconos diseñados para la exaltación del “american way of life”
como el texto del libro, la necesidad de desrizarse el pelo y por tanto de peinarse
67
de otra manera, la imagen de Shirley Temple, de Jane Withers. Niñas rubias, de
ojos azules, cuyos zapatos nunca arrugan los calcetines perfectamente limpios y
doblados; niñas bellas, dulces como los caramelos Mary Jane “Comerse a Mary
Jane. Amar a Mary Jane. Ser Mary Jane”. (66) Ser otro, más bonito, para poder
ser amado.
A lo largo de la narración es posible escuchar otras voces. Ahí están las de las
prostitutas, únicas amigas de Pecola y generosas con ella. “Tres gárgolas jocosas.
Tres alegres brujas”. (72) O la de la tía Jimmy y sus amigas, en cuyos ojos “se
sintetizaba su propia vida: un puré de tragedia y humor, de perversidad y
serenidad, de realidad y fantasía”. (174) O la de Geraldine, educada “para
instruir en la obediencia a los niños negros”. (105)
Una serie de personajes que muestra la diversidad de tonalidades en el
color de la piel, de historias y procedencias, de ideologías, de clases sociales, de
riqueza y propiedad. Y, sin embargo, todos ellos imbuidos del desprecio a su
propia negrura porque, tal vez, al igual que Cholly, “en ningún momento se le
había ocurrido dirigir su odio contra los cazadores. Semejante emoción lo habría
destruido. Ellos eran hombres blancos, hombres armados, hombres importantes.
Él era negro, insignificante, desvalido”. (189)
The bluest eyes es una novela dolorosa, plena de metáforas e imágenes
contrastantes. Aunque no deja de presentar escenas en las que se exhibe el
racismo de los blancos, éstas son mínimas. Toni Morrison plantea el problema
desde la perspectiva de la víctima, quien también puede convertirse en victimario
contra su propia raza. Sin duda se trata de una novela muy atrevida y, por ello,
no resulta sorprendente que cuando apareció publicada tuviera tan poco éxito.
Dicen que “la ropa sucia se lava en casa” y Morrison rompió con este precepto.
68
Su análisis es casi despiadado. Plantea una realidad multicolor en la que ya no se
trata del blanco malo y el negro bueno. No hay estereotipos, pero sí
complicidades y culpas en el propio lado del perdedor; desmenuza cómo un
grupo humano interioriza valores y actitudes que van en contra de sí mismo.
The bluest eyes es una historia de cómo los negros norteamericanos se
convencieron, “tomaron en sus manos la fealdad, se la echaron encima como una
capa y se fueron por el mundo con ella”. (52)
Bibliografía
Morrison, Toni. Ojos Azules. Trad. Jordi Gubern. Barcelona, Debolsillo, 2004.
69
La otra historia
El mundo es una esfera que gira en el espacio. Visto así, no tiene principio ni fin;
el "arriba" y el "abajo" pierden sentido. Nadie se atrevería a señalar la parte
superior de una pelota, ¿por qué, entonces, esto sí se puede hacer en un globo
terráqueo? Para la escritora Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria, 1977) la
respuesta es relativamente sencilla como lo expresa uno de sus personajes en
Half of a yellow sun 49, el maestro universitario Odenigbo: aquellos que tuvieron
el poder para divulgar esas imágenes del mundo como definitivas y establecer
sus coordenadas colocaron “su propia tierra encima de la nuestra”.50 Hoy en día,
esta imagen del mundo ya no se cuestiona; se ha convertido en una forma
universal de reproducir a nuestro planeta.
Chimamanda Ngozi plantea que las historias únicas generan estereotipos y
su mayor peligro es que, de tanto escucharlas, la gente acaba creyéndolas. Es así
como resulta imposible imaginar el mapa del mundo de otra manera. Gracias a
esas historias únicas, una buena parte de los estadounidenses piensa que todos
los inmigrantes mexicanos son ilegales y peligrosos (hoy, asociados con el
narcotráfico y la violencia); de igual manera, muchas personas están convencidas
de que los africanos viven en la jungla, no conocen las comodidades de la vida
moderna, son pobres e ignorantes, enfrascados en pleitos tribales y, lo más grave,
incapaces de hablar por ellos mismos.51 Bajo esta línea de pensamiento, Ngozi se
pregunta: ¿a quién benefician esos estereotipos? Al Poder, responde. ¿Acaso el
empobrecimiento de la realidad, su interpretación esquemática y simple, no es la
mejor forma de control social que pueda existir? ¿Para qué explorar diferentes
49
Chimamanda Ngozi Adichie, Half of a yellow sun, Nueva York, Anchor Books,2006
Ibíd., p. 12
51
http://www.ted.com/.../chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story.html
50
70
direcciones si sólo una es la correcta y la más conveniente para mantener un
estado de cosas?
Chimamanda Ngozi está dispuesta a superar la historia única. Al igual que
Toni Morrison, quien manifestó su voluntad de “transfigurar la complejidad y la
riqueza de la cultura negra americana en un lenguaje digno de dicha cultura”,52 la
escritora nigeriana decide escribir sobre lo que a ella le interesa: su propio
mundo, una Nigeria plena, rica, compleja, contradictoria y en donde la
problemática respecto al Otro aún subsiste pero ahora con diferentes matices. Ya
no se trata sólo del contraste entre la piel blanca y la negra, también de conflictos
inter-étnicos, religiosos, de género; aderezados, todo ellos, por la colonización y
sus secuelas.
En una entrevista concedida en 2005 se le preguntó si ella, como escritora,
asumía un rol político. Su respuesta no deja lugar a dudas: “no pienso que todos
los escritores deban jugar un rol político, pero pienso que yo, como una persona
que escribe ficción realista ubicada en África, automáticamente asumo un rol
político. En un lugar donde los recursos son escasos, la vida es siempre
política”.53
Con su primera novela Purple Hibiscus54 (2003) ganó los premios de
Commonwealth Writers' Prize 2005 en dos de su categorías (África y overall).
En esta obra, Chimamanda Ngozi retrata un país en el que la modernidad
convive con el más puro tradicionalismo, da cuenta de cómo diferentes clases
sociales en Nigeria pueden coexistir en una sola familia extensa y en la cual el
sentido de comunidad (umunna) aún es muy fuerte; asimismo, aborda una
52
T. Morrison, op. cit., p.263
Chimamanda Ngozi Adichie & Daria Tunca, http:// www.13.ulg.ac.be /adichie/
cnainterview.html
54
Chimamanda Ngozi Adichie, Purple Hibiscus, Nueva York, Anchor Books, 2006
53
71
variedad de complejos temas como la violencia intrafamiliar, el menosprecio
cultural hacia la mujer, la sumisión de ésta frente al hombre, la discriminación
por cuestiones religiosas, los procesos de aculturación y rechazo a lo propio,
entre otros. Todo ello, envuelto en un clima de represión producto de uno de los
tantos golpes de Estado que sufrió su país en la segunda mitad del siglo XX.
La historia se desarrolla en la región Este de Nigeria en la que predomina
la etnia Igbo y en donde la acción de los misioneros cristianos que llegaron a la
región desde el siglo XV ―principalmente católicos― tuvo particular
relevancia. Sus huellas pueden observarse en Eugene, el padre de Kambili, uno
de los personajes centrales del relato, en la rigidez con la que conduce e impone
su religión a la familia, en su exigencia para que sus hijos sean perfectos, ocupen
siempre el primer lugar y hablen como personas ‘civilizadas’ sin el acento Igbo
en su inglés, en su rechazo hacia las costumbres nativas, en sus comentarios
despectivos e hirientes respecto al “paganismo” de su propio padre cuya muerte
lo deja indiferente.
Purple Hibiscus está narrada en primera persona. Es la voz de Kambili que
relata, sin cuestionar, cómo vive su familia bajo la estricta disciplina impuesta
por Eugene. Kambili, una quinceañera que obedece al pie de la letra el listado de
actividades que su padre elabora para ella, y también para su hermano Jaja, todos
los días; una adolescente temerosa a quien le cuesta trabajo entender otras
formas de vida más libres y relajadas como la que lleva su tía Ifeoma; una joven
que encuentra su primer amor en la persona equivocada, un sacerdote; una mujer
que, a fuerza de sobrevivir a situaciones muy dolorosas, evoluciona hacia la
madurez.
La novela está dividida en cuarto partes. La primera se titula Rompiendo
dioses; domingo de palmas. En un solo capítulo, Kambili anticipa un hecho
futuro de suma gravedad con lo cual desata el suspenso que se mantendrá a lo
72
largo del relato. Su hermano Jaja de diecisiete años y con quien se siente ella
muy ligada, se niega a comulgar en una fecha clave para los fieles católicos: el
domingo de palmas, primer día de la semana santa. Eugene reacciona con
violencia. Kambili no se atreve a juzgar a su padre, tiene miedo del castigo que
infringirá a Jaja y, sin embargo, el desafío de su hermano le parece muy
semejante al extraño hibiscus55 color púrpura que cultivaba en forma
experimental su tía Ifeoma en Nsukka: “raro, fragante con sus inflexiones de
libertad, una clase de libertad muy diferente a la de las masas cantando y
moviendo hojas verdes en la plaza de gobierno después del golpe”.56
La segunda parte: Hablando con nuestros espíritus; antes del domingo de
palmas, es la más extensa de la obra. Contiene el grueso de la historia que podría
resumirse en el encuentro de Kambili con la cultura propia, con el afecto y la
sabiduría de su abuelo Ngykwu (padre de Eugene), seguidor de la religión, usos
y costumbres Igbo y quien se niega a aprender inglés; con la querida tía Ifeoma,
maestra universitaria, viuda y madre de otros tres adolescentes y para quien su
hermano Eugene representa un excelente ejemplar producto de la colonización.
Kambili observa, describe y reflexiona, pero ante los demás prefiere
mantenerse en silencio. Cuando habla siempre lo hace en voz baja, en suspiros.
Si su hermano o su madre dicen algo que puede agradar al padre, ella piensa que
le hubiera gustado haberlo dicho para complacer a Eugene. Ama a su progenitor,
lo respeta, pero le teme. Poco a poco se descubre la violencia que él ejerce en la
familia y que va en ascenso: apalea a la esposa hasta causarle un aborto, le
55
Hibiscus, comúnmente hibiscos, llamados cayena en latinoamérica, forman un amplio
género de alrededor de 220 especies de la familia Malvaceae, típicas de ambientes
cálidos, en regiones tropicales y subtropicales. Una de sus variantes es la rosa de
Jamaica (Hibiscus sabdariffa), cuya flor se consume en México.
http://es.wikipedia.org/wiki/Hibiscus
56
C. Ngozi Adichie, Purple Hibiscus, op. cit., p. 16
73
quema los pies a sus hijos con agua hirviendo y termina por patear a Kambili al
grado de dejarla sin sentido, con las costillas rotas y escupiendo sangre.
En su búsqueda por no quedarse con la historia única, el personaje de
Eugene resulta particularmente contrastante. Es un hombre rico y generoso con
el prójimo, crítico del sistema, merecedor de un premio internacional en
derechos humanos y dirige un periódico, The Standard, que ataca al gobierno; de
igual manera, es un hombre violento que se arrepiente y pide perdón desde el
instante mismo en que empieza a golpear o a torturar. Considera que su progreso
personal se lo debe a los sacerdotes y monjas de la misión donde trabajó desde
pequeño, pues su padre no hacía más que adorar dioses de madera y de piedra.
Ese padre es el abuelo Ngykwu a quien Eugene califica de pagano por lo que no
le permite establecer una relación con sus nietos, todo ello en franca
contradicción con los principios cristianos que presume.
La historia de Kambili es de descubrimientos. Quizá el más importante sea
su encuentro con la palabra, con la posibilidad de establecer comunicación con
alguien más. Kambili rompe su silencio gracias a su atracción por el padre
Amadi, un sacerdote cuyas características bien podrían encajar en las de la
teología de la liberación. Kambili se enamora y aprende a reír, a liberarse. “Yo
sonreí, corrí, reí. Mi pecho estaba lleno con algo parecido a la espuma de baño.
Ligero. La ligereza era tan dulce que la saboreé en mi lengua…”.57
Después de “romper a los dioses” sólo quedan sus añicos. Éste es el título
de la tercera parte: Los pedazos de los dioses; después del domingo de palmas.
Un breve capítulo que concluye con el asesinato del padre, a quien Kambili
pensaba inmortal, y con Jaja declarándose culpable ante la policía para proteger
al verdadero asesino.
57
Ibíd., p.180
74
El presente; un silencio distinto, son unas cuantas hojas que integran la
última parte. Después de tres años, Kambili ha madurado. El silencio aún
permanece pero no es como el que reinaba en su casa cuando Eugene vivía, lleno
de temor. Ahora se trata del silencio de Jaja pero, a diferencia del otro, a Kambili
éste le permite respirar, tener esperanzas de que algún día ella y Jaja podrán
hablar y responder a las preguntas que nunca se han atrevido a plantear. Kambili
espera que ambos puedan “vestir las cosas con palabras, esas cosas que han
estado tanto tiempo desnudas”.58 ¿Y no es éste, acaso, el papel del escritor?
Cuando los europeos se repartieron África en 1884, Nigeria quedó dividida en
dos protectorados: el Norte en donde predominaban los Hausa-Fulani,
musulmanes, y el Sur con los Yorubas en el sudoeste y los Igbos en el Sudeste.
En 1960, Nigeria logra su independencia del dominio británico pero ya, para
aquel entonces, “no era más que una colección de fragmentos sostenidos con una
frágil abrazadera”.59 Los ingleses siguieron influyendo en el nuevo Estado y
apoyaron de manera subrepticia a los Hausa con quienes se sentían cómodos
pues eran más afines a sus intereses. Los conflictos que existían en Nigeria,
gracias a la división artificial en regiones, se agudizaron a tal punto que llegaron
al límite extremo de la intolerancia: la masacre de la población Igbo que habitaba
en la región norte. A partir de estos hechos, la situación se agravó hasta que el
pueblo Igbo decidió constituirse como país independiente: Biafra. Su historia fue
breve: de 1967 a 1970. Tres años de guerra en los que se calcula murió más de
un millón de personas. La suerte de los biafranos conmovió al mundo: a
principios del verano de 1968 se estimaba que cerca de tres mil personas morían
diariamente de inanición.
58
59
Ibíd., p. 306
C. Ngozi Adichie, Half of a yellow sun, op.cit., p.195
75
En Half of a yellow sun (2006) Chimamanda Ngozi aborda la efímera
historia de Biafra. Es, tal vez, el recuento de una pérdida. Como un péndulo, la
novela va y viene en dos tiempos: a principios y a finales de los sesentas. Una
década. La vida antes y durante la guerra. Las ilusiones, planes y aspiraciones
que dieron origen al surgimiento de Biafra; el entusiasmo y la participación en la
lucha; el decaimiento y la derrota. Todo ello a través de la historia de dos
hermanas gemelas, Olanna y Kainene, y sus parejas.
La novela está narrada en tercera persona. A pesar de ello, se percibe la
mirada de dos personajes que observan, describen y opinan sobre el resto de los
protagonistas y lo que sucede. El primero es Ugwu, el mozo de Odenigbo
(primero amante y después esposo de Olanna). Ugwu llega a trabajar a casa de
Odenigbo, en Nsukka, a la edad de trece años. A través de sus actitudes frente a
la forma de vida de su ‘master’ como él llama a Odenigbo, la autora da cuenta de
las grandes diferencias sociales vigentes en Nigeria y de la pobreza. De entrada,
en el primer párrafo de la novela, mientras la tía de Ugwu lo conduce a casa de
Odenigbo, ella le dice “si tú trabajas bien, comerás bien. Quizá comerás carne
todos los días”.60 Por su parte, Ugwu no cree que algo así pueda suceder. Una
dieta semejante es impensable en su entorno. De ahí en adelante, seguirán las
sorpresas de Ugwu acostumbrado a vivir en una choza, en una aldea con caminos
de tierra y lodo, tan diferentes a las calles, automóviles y casas de cemento de la
ciudad. El contacto con esta nueva forma de vida lo transforma a tal grado que
después le parece imposible imaginarse a sí mismo en su aldea. Ugwu escucha a
Odenigbo, lo admira, observa su relación con Olanna, juega el papel de nana con
la hija de él, Baby, los aprecia, llega a formar parte de la familia.
60
Ibíd., p. 3
76
Ugwu se convierte en un personaje clave cuyas reflexiones dan cuenta de
la evolución que tiene su propia vida, así como la de Odenigbo y Olanna durante
la década de los sesentas. Su mirada, además, permite apreciar quiénes son estos
personajes, qué dicen, cómo viven, qué comen, cómo se aman y hasta el paisaje
en el que se desenvuelven. La figura de Ugwu resulta tan entrañable como la de
Kambili, quizá por ser joven, fresco, en proceso de descubrir el mundo.
La otra mirada es la de Olanna, una mujer atenta a lo que sucede a su
alrededor, amorosa y perceptiva. Ella contrasta su propia vida ―su origen es de
clase acomodada― con la de sus padres y hermana amantes del lujo; con la de
Odenigbo y su madre que la rechaza por intelectual e independiente; con la de
sus parientes pobres en Kano, quienes mueren asesinados en las masacres que
detonaron la guerra de secesión y la declaración de independencia de Biafra.
Olanna y Kainene son diferentes, gemelas dicigóticas, cada una tiene un
físico y una manera de ser particular. La primera, maestra en el Departamento de
Sociología en la Universidad de Nsukka; la segunda, una ejecutiva,
administradora exitosa de los negocios de su padre en Port Harcourt. Ambas con
grados académicos obtenidos en Inglaterra. De Olanna podemos conocer sus
reflexiones, sus temores, es cálida y amistosa; de Kainene se sabe poco, es
racional, fría, distante, con temor a mostrar sus afectos. Las dos desafían a sus
padres, Olanna con un maestro revolucionario, Kainene con un ciudadano inglés,
Richard, crítico de su propio país, enamorado del arte Igbo-Ukwu y
comprometido con la causa de Biafra. La comunicación entre las gemelas es muy
difícil. Envidias, conflictos no resueltos desde la infancia, celos y traiciones, la
obstaculizan. Y, sin embargo, en la medida que la guerra las va conduciendo a
una situación límite, se van armonizando entre sí como si quisieran regresar a su
mutua y privilegiada compañía en el vientre materno.
77
Kainene desaparece casi al final de la guerra. Ella es inteligente,
emprendedora, con la sangre fría suficiente para organizar y administrar un
campamento de refugiados en plena crisis de hambruna. Mientras vemos a
Olanna y a Odenigbo exhaustos y vencidos por la guerra, Kainene no se
amedrenta y continúa firme. Sale del campamento a buscar provisiones y no
regresa. Con Kainene se pierde un espíritu, la voluntad de lucha. Biafra se
desmorona.
Para quienes padecen la desgracia de contar con un pariente cuyo cadáver
nunca ha sido localizado, es difícil encontrar la paz. Ahí están las madres de la
Plaza de Mayo en Argentina, o el Comité Eureka en México, que siguen
luchando después de muchos años por saber qué sucedió con sus hijos. Las
familias de los “desaparecidos” no pudieron cumplir con el rito del duelo como
paso previo para superar la pérdida. Hay una inquietud, un desasosiego
permanente, un hueco imposible de llenar. ¿Cómo murió? ¿Sufrió? ¿Y si está
perdido? ¿Y si regresa?
Tal vez sea ésta la situación que vive el pueblo Igbo después de la guerra
de Biafra. Un proceso de pérdida aún no digerido. Más de un millón de hombres,
mujeres y niños muertos y desaparecidos. ¡Qué difícil ha de ser enterrarlos y
seguir caminando!
En Half of a yellow sun nos percatamos de que la “otra historia” es más compleja
de la que cuentan. La historia de Biafra no se redujo a miles de personas
hambrientas. Biafra significó el intento de un pueblo por independizarse y
decidir su propio destino, por emprender la búsqueda de mejores condiciones de
vida a partir de la educación y de una mejor justicia económica; Biafra también
puso en evidencia la confrontación de intelectuales comprometidos de clase
media y alta (como Odenigbo y Olanna respectivamente) con la dura realidad de
78
la pobreza, la rapiña y la hambruna; de igual manera, participó de las
características de cualquier guerra: abusos, robos, violaciones de los poderosos
(sean del bando que sean) contra los débiles; dejó ver la violencia del propio
ejército biafrano contra los suyos. Asimismo, Biafra representó el aislamiento y
la crueldad a la que puede llegar la comunidad internacional. El petróleo y
poderosos intereses económicos de países ‘desarrollados’ como Inglaterra
favorecieron el cerco a Biafra.
A lo largo de la novela, aparecen ocho apuntes para un libro que está siendo
escrito por Richard, el amante inglés de Kainene. Su título: El mundo se mantuvo
en silencio mientras moríamos, resume la historia de Biafra.
Se guarda silencio ante los crueles desmanes de la guerra; también ante las
atrocidades que puede cometer un padre como en el caso de Kambili. En ambas
novelas, Chimamanda Ngozi hace referencia al silencio como un elemento que
enturbia, que duele, que no deja respirar. Ponerle palabras a ese silencio es
recuperar y escribir la otra historia.
En un artículo de reciente publicación, Chimamanda Ngozi comenta el libro
Matar a un ruiseñor de la escritora norteamericana Harper Lee: “Algunas veces
las novelas son consideradas ‘importantes’ en el sentido como se afirma para las
medicinas –ellas saben horrible y son difíciles de tragar, pero son buenas para ti.
Las mejores novelas son aquellas que son importantes sin tener que parecerse a
los medicamentos; ellas tienen algo que decir, son ricas e inteligentes pero nunca
olvidan ser entretenidas ni tener carácter y emoción en su centro”.61
61
Chimamanda Ngozi Adichie, Rereading: To kill a Mockingbird by Harper lee, The
Guardian, Inglaterra, Sábado 10 de Julio del 2010
79
En esta misma línea de pensamiento es posible afirmar que Purple
Hibiscus y Half of a yellow sun superan a cualquier fármaco. Su estructura, las
voces narrativas, el ritmo de la narración, el empleo del inglés combinado con
Igbo, la redondez de sus personajes, la expresión y manejo de las emociones
ayudan, en definitiva, a vislumbrar esas otras y múltiples historias que han salido
del silencio para vestirse de palabras.
Bibliografía
Morrison, Toni. Ojos Azules. Trad. Jordi Gubern. Barcelona, Debolsillo, 2004.
Ngozi Adichie, Chimamanda. Half of a yellow sun. Nueva York, Anchor Books,
2006.
Ngozi Adichie, Chimamanda. Purple Hibiscus. Nueva York, Anchor Books,
2006.
80
Bibliografía complementaria
Castellanos, Alicia. Racismo y xenofobia: un recuento necesario en Leer y
pensar el racismo. México, D.F., Universidad de Guadalajara-UAM
Xochimilco, 2004.
Mann, Thomas. La montaña mágica. Trad. Isabel García Adanez. Barcelona,
Edhasa, 2008.
Urbina, Cecilia. Escritores poscoloniales: literatura y política. Revista Casa del
Tiempo, vol. III., época IV, núm.31, México, D.F., 31 de mayo de 2010.
81
Descargar