Historia Familia Odriozola ¿Niño polizonte? Desde niña quise conocer mis raíces, y supe escuchando a mis mayores que ... En el año 1880 llegó a Argentina un niño de 13 años. Fue inscripto en documentos de la época como Ignacio Odriozola. Luego del desembarco se dirigió a la provincia de Entre Ríos. Esperaba encontrarse con familiares que ya habían llegado antes, de apellidos Altuna y Uranga. Se piensa que no los encontró. Motivo para que Ignacio se dedicara a la pesca en el Río Paraná. A los 17 ya había construido un futuro, instalando su propia fábrica de aceite de pescado. La producción se enviaba en tachos de 200 litros en barcazas que anclaban en la costa santafesina a la altura de Campo del Medio (aquellos tachos sobrevivieron hasta la inundación de 19821983) Años más tarde, Ignacio se casó con Angela Giupponi, una italiana que había llegado con su familia como tantos inmigrantes a trabajar la tierra. Del matrimonio de Ignacio y Ángela nacieron siete hijos: Faustino, Rosa, Bartolomé, Carolina, Luisa, José María (mi padre) e Ignacio. ¿De dónde vino? Siempre recuerdo con nostalgia, cuando algunos de mis hermanos y yo éramos niños... hacíamos travesuras, por ejemplo, cuando los grandes se iban a trabajar, nos tomábamos la atribución de abrir el gran baúl de madera, forrado en raso que había traído mi abuelo Juan Wincher desde Suiza, fue un regalo que le hizo a su hija Adela (mi madre) para su casamiento. En ese baúl había cosas hermosas: el vestido y los zapatos de mi mamá, entre otros objetos, pero lo que más me conmovían eran los abanicos, tarjetas y cartas que mandaba mi bisabuela de España (año 1930-1932). Saludaba y felicitaba en ellas a José María y Adela por la llegada de un nuevo hijo. También, cartas que llegaban de la lejana Valladolid, pues allí residían en aquellos años, Bartolomé Odriozola y Rosa Altuna Oñaderra de Odriozola y Ortegoza (padres de Ignacio). Por lo que contaban los padres y hermanos mayores, sabíamos realmente que Ignacio había nacido en la pequeña Villa de Azepeita. ¿Quién fue Ignacio? Siempre quise saber más de mis raíces. Fue así que en el año 2008 se pudo confirmar que realmente Bartolomé Odriozola Ortegoza nació en Azpeita en 1839. Más tarde se casó con Rosa Altuna Oñaderra, de esta unión nacieron sus hijos, José María bautizado en 1863; José Manuel en 1867; Juan Faustino 1870, Josefa Rita Ignacia 1873 y José 1875. Si leemos con atención nos encontramos que no se nombra a Ignacio como hijo de Bartolomé y Rosa. ¿Qué pasó? Les dije que era un niño audaz. Se puede demostrar con documentación que Ignacio al llegar a Argentina se cambió el nombre. En realidad es el cuarto hijo de la familia, llamado Juan Faustino, nacido en 1870. No sabemos el motivo por el cual se cambió el nombre, pero podemos afirmar que aun así añoraba a su familia. Más de Ignacio En la búsqueda de las raíces, llegamos al 31 de julio de 1610. Donde se celebró la primera reunión de Odriozolas con motivo de la beatificación de su convecino San Ignacio de Loyola, a quien se nombró patrono de la familia. Así entendí porque, desde Bartolomé y Rosa, cada generación tiene uno, dos o tres hijos de nombre Ignacio. El 31 de julio de 1910 se festejó el tercer centenario de San Ignacio con una nueva reunión de Odriozolas en la villa, organizada por Don Carlos Odriozola. En abril de 1956 se hizo una nueva reunión de Odrizolas con motivo del año jubilar Ignaciano. Recuerdo el día que llegó a mi casa mi tío Bartolo con la invitación especial, la habíamos recibido por telégrafo. Otra vez se reunieron en junio de 1991, con motivo del quinto centenario del nacimiento de San Ignacio de Loyola. En 2010 se hizo una nueva reunión con motivo del cuarto centenario del padrinazgo de San Ignacio. Como se dijo Ignacio y Ángela tuvieron siete hijos. Cada hijo formó su familia. Para enero de 2010, sus descendientes directos llegaron a 450. La mayoría nietos, bisnietos y tataranietos, aún viven en Campo del Medio y Helvecia. Mi abuelo Ignacio falleció el 14 de octubre de 1923, a los 54 años de edad. Sus restos descansan en el panteón de su suegro Carlos Giupponi, en el cementerio de Helvecia, Provincia de Santa Fe, Argentina. Mi abuela Ángela Como había relatado antes, mi abuelo Ignacio se casó con Ángela Guipponi, quien merece todo mi homenaje y admiración. En aquellos tiempos, el marido era el jefe del hogar y la esposa era fiel acompañante de todas las decisiones, ya sea, la educación de los hijos, enseñarles la cultura del trabajo, respetar a los mayores, amar al prójimo. Los inmigrantes cumplían la ley Avellaneda del año 1873, que decía que podían venir todos los hombres del mundo “honestos y laboriosos”. A lo que se agregaba la ley de educación , que los niños sean instruidos. Había vecinos que prestaban lugar en su casa para que los niños aprendan sus primeras letras. Mis padres, José y Adela, concurrían de Don Juan Baumgartner. Años más tarde, un vecino donó parte de su tierra para la construcción de una escuela que se llamó Bernardino Rivadavia Nº 424 en Helvecia sur, ¡Mi querida escuela 424!, allí concurrimos mis diez hermanos y yo. Éramos felices yendo a la escuela de lunes a sábado, aún caminando más de 5 km. de ida y de vuelta. Llevo en mi corazón y mente, directivos, maestros y todos mis compañeros, que recorrían grandes distancias con el único fin de Educar y ser Educados. Más de mi abuela Eran tiempos difíciles. Ángela quedó viuda y debió asumir toda la responsabilidad: la unión de la familia, que a ninguno les falte la leche y el pan, la protección de los bienes, no se debía malgastar lo que Ignacio hizo con tanto sacrificio. Nos enseñaron que debíamos progresar por nuestra cuenta. Vuelvo a mi infancia y recuerdo con alegría aquellos domingos que llegaba mi abuela de visita, gordita, toda vestida de negro, manejando su Ford A, uno de los pocos autos que había en la colonia. Venían con ella varios primos, con quienes jugábamos niñas y varones todos juntos, sin complejo alguno. Mi mayor emoción la viví un domingo , cuando las visitas debían regresar y me dieron la manija del auto para que lo haga arrancar , fue inolvidable. ¡Si! Estoy hablando de la década del 40 del siglo pasado! Mis padres José María y Adela habían nacido en el año 1902 y 1905 respectivamente. José con 22 años y Adela con 19 se casaron. “ Rancho aparte”, debían irse al monte, tierra familiar, donde la tierra fértil era escasa. Pero como hijos de inmigrantes, se comía lo que se producía. En la escasa tierra se debían alimentar además, los caballos tanto de “montar” como pechera que “tiraban” las herramientas de labranza y, también, las vacas lecheras. Se ordeñaba para el consumo de la familia y se hacía queso, además se criaban gallinas y cerdos. En el invierno, se hacían grandes carneadas: jamones, pancetas, bondiolas y la grasa se almacenaban para el resto del año. Parece muy lindo, pero no es fácil. José y Adela debían tener niños ¡ Muchos niños! Para trabajar la tierra. Nacimos once. Un pequeño ejército que comandaban mis padres. Grandes y chicos teníamos tareas asignadas. Cuando todavía se veía el lucero ¡a levantarse todos!, unos para ordeñar, otros a dar agua a los animales, otros a preparar el desayuno, todo rápido porque antes de que salga el sol dejábamos la casa. Los grandes a la chacra y los chicos a la escuela. Al mediodía, mamá ya había preparado una gran olla de comida. Todos a la misma hora, allí estaba una larga mesa, papá se sentaba en la punta, a su derecha mi madre y seguido las hijas, a la izquierda de mi padre todos los viejos varones. Así crecimos sanos y robustos, también educados, nos reponíamos rápido de los malos momentos, por ejemplo, grandes inundaciones, sequías y ¡las langostas!, en un día se comían nuestro trabajo de meses, pero estábamos preparados para no bajar los brazos. Nuestras vidas transcurrían normalmente, hasta que un día fatal, yo tenía 11 años, inesperadamente muere mi padre y años más tarde mi madre ¡Nada fue igual! Mis hermanos En la familia habíamos aprendido aquello de los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera... “Es así que a todos los recuerdo con mucho cariño, a los que ya no están, una oración les dedico y a los que continúan caminando esta vida les hablo siempre que puedo. Lindos días No todo era difícil. Mientras pastoreaba, siempre descalza, podía sentarme en el pasto verde, correr tras una mariposa, mirar los pájaros haciendo sus nidos a la tardecita, el canto del zorzal. En noviembre el canto lastimero del crespín y el cielo azul, las aves que volaban en bandadas! ¡Qué maravilla! Cantaba, recitaba todo lo que aprendía, me subía a los árboles todos los días para ver cuántos huevos tenía cada nido y hacía gimnasia en el aire prendida de una rama. Fue una parte hermosa de mi vida. Bien dice el refrán, que lo bueno dura poco. Con el correr de los años que mis padres habían fallecido. Mis hermanos habían formado su propia familia. En la casa paterna ya quedábamos sólo tres hermanos, pocos para trabajar la tierra gastada, años de sequía, ante ese panorama yo debía pensar más en mi futuro. Corría el año 1968, tomé la determinación de venir a trabajar en Santa Fe, Capital. Mi llegada a Santa Fe Llegué A Santa Fe segura de que venía a cuidarme y así fue. Aquí me encontré con gente muy generosa, que me protegió como si fueran mis padres. Me llevaron a conocer la ciudad, con sus parques y plazas, museos y teatros, En todas partes aprendí algo nuevo. Lo más importante es que me acompañaban a misa todas las semanas. Me sentía en paz y me acerqué a Jesús y su Madre María más que antes... Más tarde me casé con Laureano, él fue un hombre muy bueno generoso y honrado. Mi nueva familia Con el tiempo llegaron nuestros retoños, Javier, Laureano y Sandra Isabel. Les dimos mucho amor y todas las oportunidades posibles. Son buenos hijos, buenas personas y buenos profesionales. En la vida compartimos muchos momentos hermosos. Fue insuperable cuando Sandra y Juan, su marido, me anunciaron que sería ¡abuela!. Llegaría Francisco y dos años más tarde Ignacio. También Javier y Laura (su esposa) me regalaron a Marcos y Carola. Puedo decir que tengo una linda Familia. Gracias a Dios. Autor: COAUTORA Elsa Quevedo REPRESENTANTE DEL GRUPO “ENCUENTRO” Isabel Odriozola