HOMILÍA PASCUA DE RESURRECCIÓN 2014 Las lecturas que hemos escuchado esta noche nos recuerdan como Dios sorprende en medio de la oscuridad, en medio de la noche, o en medio de las tristezas y nos anuncia una nueva alegría. Quien vive con Jesús Resucitado, significa vivir en el mundo, pero con un rostro de esperanza, de alegría como nos dice el Papa Francisco en su exhortación Evangelii Gaudium. Hoy celebramos que Cristo ha Resucitado. El dolor y la muerte han sido vencidos. Cristo Vive y como decía Juan Pablo II “El amor es más fuerte”. En el evangelio hay dos palabras que se repiten varias veces: terremoto y temor. Las mujeres que habían ido a visitar el sepulcro sintieron un fuerte temblor y tuvieron miedo. Los guardias que custodiaban el sepulcro también sintieron un fuerte temblor, vieron un Ángel y un fuerte resplandor, y tuvieron miedo. Sin embargo, las mujeres aunque atemorizadas pero llenas de alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos y su anuncio era: “Alégrense”. El papa Francisco nos ha escrito hace unos meses esta preciosa Encíclica sobre la alegría del Evangelio y lo que quiero compartir con ustedes viene de lo que él nos quiere transmitir. En esta exhortación hay varias frases que el también vuelve a repetir, pero no son miedo, temblor, conformismo. Nos dice que estamos llamados a ser “misioneros alegres”, nos dice que “el dinero debe servir y no gobernar”, nos dice que “la eucaristía no es un premio para los perfectos”, nos dice que prefiere “una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”. A los sacerdotes nos recuerda que “el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor. Un pequeño paso en medio de grandes limitaciones”. Estos días y meses también hemos sido remecidos por temblores, por incendios, por noticias de guerras, por naufragios, por dolorosas noticias en la misma iglesia, y todo esto nos desanima, pero lo más peligroso es que nos hace vivir lo que el mismo papa llama una “tristeza individualista”. Nos hace pensar que la vida sería más fácil vivirla si fuéramos indiferentes o autistas a todo lo que nos rodea. La comodidad, el individualismo, o el vivir encerrados en nuestros propios mundo de indiferencia es una fuerte tentación en medio de tantas noticias negativas. El papa también dice que “el gran riesgo de nuestro tiempo es vivir una cuaresma sin Pascua”. Sin embargo, Cristo nos remece, cuando el dolor es más grande. Cuando la noche es más oscura para los países o la Iglesia, han surgido grandes hombres y mujeres que nos devuelven la Fe en la vida, en la capacidad de soñar un mundo más fraterno, en una sociedad justa y sin tantas desigualdades. Cuando escuchamos tantas historias negativas de sacerdotes, yo leía esta semana la historia de dos sacerdotes, de países diferentes, que están siendo esos discípulos misioneros del evangelio. Uno es el Padre Martin Newell, de la Congregación Pasionista, en Inglaterra. El Padre Newell ha estado seis veces en prisión, y ahora mismo está cumpliendo una sentencia de 26 días en la cárcel por oponerse al uso de aviones drones en la guerra en Afganistán. Su padre es todavía un reconocido hombre de finanzas en Londres, pero para su hijo esa relación con los barrios pobres de Londres y una experiencia de vida en comunidad, transformaría su vida. El otro es el Padre Tomás Halík. Él es checo, y le tocó vivir la clandestinidad en tiempos del muro de Berlín. Se convirtió al catolicismo a los 18 años, escondido de su familia que eran importantes miembros del partido comunista checo. Hoy es sacerdote y sociólogo, un profesor universitario que si hubiera querido podría haber llegado a ser Presidente de su país, por su testimonio de sabiduría y credibilidad. La semana pasada recibió el prestigioso premio Templeton, equivalente en Europa a un Premio Nobel en Teología. Sin embargo su mayor alegría es ser reconocido como un “filósofo del diálogo”. Su preocupación: “como llegar al mundo de los no creyentes”. Su alegría nos dice “es poder ser libre para decir lo que piensa y poder ser fiel a lo que le dice su propia conciencia”. Hoy Cristo y la Iglesia nos dicen que es la comunidad la que nos puede recuperar la alegría. El volver a sentirnos conectados unos con otros. Como hombres y mujeres necesitamos sentir que somos parte con otros en una comunidad de ideas para los desafíos que vivimos en este tiempo. Me ha impresionado mucho estos días del incendio en Valparaíso esa capacidad de tantos jóvenes de salir inmediatamente e ir en ayuda de los damnificados. Sin muchas cosas, sin grandes preparaciones, sin esperar que otros lo hicieran. Fueron capaces de mostrar que lo más importante no eran las cosas que se pueden dar, o la solución a un tremendo problema, pero la presencia, el estar, el querer ser un pequeño eslabón de una gran cadena. Es lo mismo que vivieron los discípulos después de la resurrección. Los que se aislaron, se encerraron en su tristeza como Tomás, no creyeron. Sin embargo los que permanecieron unidos a la comunidad, junto a María y las otras mujeres, fueron testigos del Resucitado. Hoy Jesús nos invita a un camino nuevo. La Iglesia nunca ha sido la comunidad de personas perfectas. Somos más bien personas frágiles, temerosas, pero que creemos que al reunirnos en torno a la mesa del Señor, tenemos la esperanza de una vida nueva. Es Cristo que se compadece de nuestras pequeñeces y nos levanta y reanima para ser sus testigos. Es en esta conexión no sólo entre nosotros pero sobre todo con Él, es que podemos volver a mirar nuestras vidas con la alegría del resucitado. Pidamos a María, que nunca perdió la esperanza, y fue la madre que supo reunir y acompañar a los discípulos en sus momentos más difíciles, a ella pidámosle que nos ayude para ser personas de comunión, de fortaleza, y sobre todo alegres y agradecidos por las maravillas que Dios ha hecho entre nosotros. Al pie de la cruz Cristo nos lleva a María porque no quiere que caminemos abatidos. Ella es nuestra madre, que es signo de esperanza y es la amiga atenta que se da cuenta cuando nos puede faltar el vino de la alegría. A Cristo Resucitado, sea el Honor y la Gloria. Por los siglos de los siglos. Amén. P. José E. Ahumada F., C.S.C.