NUESTRO AMOR

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PRIMER PREMIO
DESDE MI RINCÓN OSCURO
Mí querida princesa:
Siento tu falta, y con tu ausencia, nostalgia. Nada ha sido peor para mí que el enfado
que manifiestas conmigo. No te acercas para evitar tocarme. Hace días que no te
sientas frente a mí, en tu trono de princesa, que no me acaricias, que no siento las
cosquillas de tu melena suelta. Me has abandonado en un rincón oscuro, como si fuese
un trasto inútil. Y mi existencia… ¡Ay, de mi existencia! Ésta no tiene sentido sin ti. Tus
caricias, tus toques, me hacían vibrar el cuerpo. Tu suavidad al tocarme con las yemas
de los dedos me estremecía, y me hacías despertar sibilante del letargo de reptil. Tus
toques me hacían crear melodías. Aunque, también descargabas tus rabias sobre mí,
arrebatándome la placidez y la tranquilidad de los atardeceres. Pero yo, por amor, mi
amor, lo permitía. Permitía que estrujaras mis entrañas, tanto, tantísimo que, hasta los
gorriones que intentaban adormecerse en los árboles del jardín, asustados de los
estruendos levantaban el vuelo. Y ¡qué pena! Por Dios, qué pena sentía cuando tus
ojos se enturbiaban de llanto y dejabas caer sobre mí tus lágrimas como redondeles de
lunas llenas de noches hechas añicos. ¡Ay, y también cómo me dolía escuchar tus
risotadas histriónicas! Sabía que eran a causa de algo doloroso que te carcomía por
dentro y que sólo delante de mí exteriorizabas.
Como ves, me contagiabas de tu estado anímico, como si tú y yo,
nosotros, fuésemos dos en uno, con una unión indisoluble, igual que si nadáramos
juntos entre los avatares de la vida en una relación simbiótica de rémora y tiburón. Tu
jovialidad me contagiaba con notas alegres pues tu sonrisa era para mí una
enfermedad vírica. Tus penas, sin embargo, ensombrecían antes de que se ocultase el
sol algunos de los atardeceres. Me has hecho comprender que, cuando de verdad se
quiere, encuentras en la felicidad del otro tu propia felicidad, y, en sus penas, eclipses
totales del corazón y del alma.
Todo lo que me has ido dando lo he digerido, lo bueno, lo malo, lo
regular, con tal de que estuvieses a mi lado. Pero, ahora, tu distanciamiento no lo
puedo soportar. Me faltas, y tu indiferencia, tu abandono, me parte el corazón en mil
pedazos. Aunque parezca paradójico, tú, princesa mía, eras la que me traías flores, la
que echabas aspirina en el agua del jarrón para alargar su lozanía, la que recogías los
pétalos que se iban mustiando,… Y estos detalles, más propios de un varón hacia su
dama, los echo en falta. Cuando te sentabas frente a mí en tu trono de princesa, la
oscuridad se aclaraba y los ríos con estiaje llegaban en mi imaginación llenos de caudal
a los mares.
Te conozco bien, princesa, tanto como Cyrano de Bergerac conocía a
su amada Roxane. Él podía ofrecerle sus cartas, sus poemas, sus deseos, pero por
desgracia como si esos sentimientos que fluían de él a borbotones pertenecieran a
otra persona. Yo te ofrezco melodías, de sueños y amores de Brahms, de Mozart, de
Beethoven,… que amarían como yo amo. A nosotros nos han unido las mismas
vibraciones: tus notas de ira, joviales, de alegría, de locos arrebatos,… A veces, tan
locos y acelerados que deseaba gritar “piano, piano” - como dicen los italianos - para
que tus contactos fuesen más suaves. Pero siempre he permitido, respetuosamente,
que fueses tú, que fueras tú misma,… porque tú, tú eras la autora de mis sueños. Y
ahora, por desgracia, de mi soledad y de mis más terribles desvelos que aguanto en
silencio en este rincón oscuro.
No puedes imaginar cuánto me agradaban tus osadas y originales
improvisaciones, claro está, las divertidas. Porque, a veces, con tus enfados de órdago,
en lugar de acariciarme con tus yemas de alas de mariposa, me golpeabas casi con
violencia, de manera impulsiva, e incluso, recuerdo que alguna vez diste patadas en
alguno de mis tres pies descalzos. Los lastimaste y dejé mis huellas de sangre del alma,
invisibles como ella, en el suelo. Pero como te conozco bien, todo lo he perdonado,
pues sé que tus impulsos irrefrenables son fruto de tu carácter hipersensible.
Antes de terminar esta carta, quiero hacerte una confesión muy
seria, una confesión que me da vergüenza expresarte: No soporto escucharte en la
habitación de al lado y saber que estás en compañía de “otro”, mientras a mí me
ignoras por completo. Ese intruso ha bajado mi autoestima hasta las “suelas de mis
zapatos”. No puedo seguir viviendo con esta celopatía, encerrado en este silencio que
me ahoga y abrazando los fantasmas de los buenos recuerdos. Me castigas y me
fustigas con tu indiferencia de una dureza infernal.
Además querría que me aclarases lo que voy a preguntarte. Por favor
te pido que no seas frívola y que pienses bien la respuesta antes de decirme nada. ¿Por
qué me castigas de esta manera tan cruel si no soy culpable de que te hayan
suspendido el sexto curso de piano en la Escuela de Música? ¿Acaso crees que lo soy si
ese día ni siquiera me tocaste, si ese día otro familiar que dices que estaba desafinado
me sustituyó? Para más abundamiento, debes reconocer que ese día estabas hecha un
flan y que no supiste marcar los ritmos adecuados. Tuviste fallos, tú misma te diste
cuenta, y me lo contaste con mucha rabia nada más salir del examen, pero, ahora, no
los quieres reconocer. ¿O es que no recuerdas el si bemol mayor, el silencio de la
corchea, aquel sostenido y el doble puntillo? A mí no puedes mentirme, son muchos
años juntos, y tu oído no te engaña jamás.
Por eso te pido que dejes de darme celos con ese maldito violín que
me taladra los oídos y que no me sigas castigando con tu cruel indiferencia. Sácame del
rincón oscuro y vuelve a acariciarme, pues, quiero ofrecerte, mi princesa, mis más
tiernas melodías.
Nada hay más maravilloso que verte sentada frente a mí en tu trono
de princesa y sentir el contacto de tus dedos en mis teclas. Tuyo siempre.
Seudónimo: ARIADNA
Autora: ISABEL GARCIA VIÑAO
SEGUNDO PREMIO
NUESTRO AMOR
La mirada eterna en tus ojos, las lágrimas de alegría y tristeza.
Los aromas de jazmín, azahar, canela y vainilla, de mi tierra del sur, los
bosques verdes y ocres, el olor a pino y castañas de su tierra del norte.
Los besos fugaces, los apasionados, el sabor a sal de su boca, el dulce y
amargo del roce de sus labios.
Los susurros de madrugada, lo relatos del pasado, las palabras del
presente, los anhelos del futuro.
Las manos unidas y separadas, el suave estremecimiento del roce fortuito,
el cosquilleo en el alma de la vuelta a casa.
El apoyo mutuo en lo bueno y en lo malo, la confianza de poder ser yo en
un nosotros, la libertad de elección, la condición sin condiciones, la
vitalidad de la lucha diaria, la experiencia de lo vivido, la seguridad en la
oscura noche, el delirio de la luna llena, el frío de la soledad, y el calor de
la compañía.
Es el arraigo del olivo a la tierra, la perpetuidad del roble, la inocencia de
una flor, la eternidad de los cipreses.
Son los sueños, las esperanzas, los sentimientos, las angustias y las
verdades de dos corazones caminantes, por las mismas huellas que otros
recorrieron, que cada día se remuevan y cada noche se perpetúan en el
tiempo.
Dos vidas unidas por el destino, algo invisible que nos empuja en la misma
dirección, juntos por una canción, por la amistad, por la belleza, por el
universo; en definitiva, por el amor.
Amor: una palabra humilde para decirla y escribirla, pero grande y
hermosa para sentirla y vivirla.
Autora: Dª DOLORES RODRIGUEZ ARIAS
TERCER PREMIO
EL HOMBRE DE MI VIDA
No me llamo Carmen y tú no eres Mario. No estoy viuda y tú no estás
muerto pero llevas tres meses en coma postrado en la cama de este hospital.
A primera vista puede parecer que esta situación se asemeja a la
vivida por los personajes creados por Miguel Delibes pero sólo es una
simple coincidencia porque Carmen Sotillo no se parece en nada a mí. Ella
es mucho más locuaz y puede pasarse cinco horas hablando con su marido
haciendo uno de los monólogos más brillantes de nuestra literatura. Yo en
cambio, para poder hablar contigo necesito escudarme tras esta carta.
Aunque parezca ridículo es la única forma que he encontrado. Sabes que
cada día vengo a verte y te beso en la frente con toda la ternura que mis
labios pueden atesorar. Luego me siento en este sillón junto a tu cama, te
cojo la mano, te miro y el mundo se me cae a los pies. No puedo hablar. Un
nudo se apodera de mi garganta e impide que pronuncie todas las palabras
que se agolpan en mi mente. Así día tras día, semana tras semana, mes tras
mes. Nunca puedo decirte nada y me siento tremendamente culpable por
ello. Un mezcla de rabia y desazón me corroen ¿qué pensarás de mí?
pero… no lo puedo evitar. La pena me ahoga.
Esta mañana mientras tomaba una taza de chocolate caliente en la
cocina de nuestra casa se me ocurrió una idea un tanto descabellada pero tal
vez resulte. Cogí papel y lápiz y me puse a escribir estas líneas. Ahora, que
un día más he venido a visitarte, trato de olvidar la tristeza blanquecina de
la pared, el olor a lejía que inunda la habitación y la palidez de tu rostro.
Intento concentrarme en la lectura de esta carta que yo misma he escrito y
que va dirigida a ti. Quiero que sepas que estoy haciendo todo lo posible
por controlar la emoción pero te advierto que en algunos momentos me
temblará la voz y no podré evitar que mis ojos se llenen de lágrimas.
Precisamente ayer se cumplieron noventa días desde que tuvimos
aquel fatal accidente. Un camicace que conducía en sentido contario chocó
de frente contra el coche en el que viajábamos. Milagrosamente yo salí
ilesa pero tú te llevaste la peor parte. Después de varias semanas en la UCI
debatiéndote entre la vida y la muerte ganaste la primera batalla pero
todavía no has ganado la guerra.
Los médicos han hecho todo lo que está en sus manos pero ahora
depende de ti. Los doctores no se explican por qué aún no has recuperado
la consciencia. Tu corazón ya late con fuerza, el aire entra y sale de tus
pulmones con normalidad y según el último escáner en tu cabeza todo
funciona correctamente. Pero tú no despiertas.
Hace unos días el neurólogo nos recomendó que cada tarde cuando
vengamos a visitarte hablemos contigo. Tal vez nos oigas, reconozcas
nuestras voces y esto te ayude a encontrar el camino de vuelta a casa y no
te dejes embaucar por la dama vestida de blanco que se cuela en tus sueños
y te ofrece su mano para que la sigas.
Julia, nuestra hija, cuando sale de trabajar viene a pasar un ratito
contigo y te pone al corriente de las últimas ocurrencias de Carlos y Nacho.
Ese par de gemelos traviesos que tenemos por nietos y a los que tú llamas
cariñosamente Zipi y Zape. Tu hermano Agustín también te visita. Te lee
el periódico, te comenta como va la liga de futbol y recuerda vuestra
infancia en el pueblo. Pero yo hasta hoy no he podido hablar contigo.
Durante estos meses he llegado a la conclusión de que la vida es un
regalo envenenado. Se presenta envuelta en un bonito papel estampado de
ilusiones como un futuro lleno de luz y color. Pero detrás de esa fina capa
de felicidad se ocultan cientos de piedrecitas en el camino, zarpazos del
destino y momentos oscuros que nos hacen daño. Por que la vida duele.
Pero también duele la soledad. Es un dolor seco, que te oprime el pecho, te
encoge el corazón se aferra a tu cuerpo y del que no te puedes librar.
Conozco todos sus síntomas y todos sus efectos secundarios. No en vano
llevo padeciéndolo tres aciagos meses. Vivo con la tristeza pegada a la piel
y no me resigno a que este desconsuelo se convierta en una enfermedad
crónica. Quiero salir de este pozo de amargura y para ello te necesito a mi
lado.
Fuiste el amor de mi pasado, eres el amor de mi presente y quiero
que seas el amor de mi futuro porque el verdadero amor no tiene fecha de
caducidad.
Nuestros hijos ya son mayores, están sanos, tienen trabajo y son
felices, ¿qué mas podemos pedirle a la vida? Después de tantos años de
esfuerzo y de sacrificio, ahora que estamos jubilados, ha llegado nuestro
momento. El momento en el que vivamos y disfrutemos de las cosas buenas
de la vida. Pero no quiero estar sola. Quiero disfrutar de todo contigo. Por
eso necesito que abras los ojos, que te levantes de esa cama, que pronuncies
mi nombre….
Desde que nos conocimos en aquella verbena en el día de San Isidro
y tus profundos ojos negros pellizcaron mi corazón, nunca nos hemos
separado. Siempre juntos en las alegrías y en las penas, en la salud y en la
enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, como dijo el cura el día que nos
casó. Mi amor por ti ha seguido creciendo cada día y por eso debes ponerte
bien.
Estas al principio y al final de todos mis pensamientos, porque eres
el hombre de mi vida. Conoces mis gestos y mis silencios. Me quieres tal y
como soy, con mis muchos defectos y pocas virtudes y yo hoy únicamente
quiero decirte que TE AMO. Que mi vida esta vacía sin ti, que nada tiene
sentido si tu no estas a mi lado, que echo de menos el tacto de tus manos, el
eco de tu voz y tu aroma en mi piel.
Vuelve pronto de ese mundo de tinieblas en el que te encuentras,
abre los ojos y seré feliz.
Espero no haberte aburrido con mis cosas, pero necesitaba decirte
todo lo que siento. Alguien dijo una vez que las cartas de amor se escriben
sin saber que se va a decir y se termina sin saber que se ha dicho.
Precisamente eso es lo que me ocurre a mí en estos momentos pero no me
importa. Por primera vez desde hace mucho tiempo estoy tranquila y tengo
el presentimiento de que todo saldrá bien.
Un beso, Paloma
Seudónimo: MIRANDA TERUEL
Autora: AURORA DEL PILAR MARTÍN DELGADO
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