CARTA 3 Mi abuela Teresa Era el año de 1880. En Caloveto, Calabria del sur, Italia, nacía mi abuela Teresa Leparotta, la que se fue con sus 106 años sin saber cuánto era dos más dos. La casaron con Paulo de Luca cuando tenía 16 años. Para eso debía hacer su primera comunión, pero era dura para aprenderse las oraciones, no podía entender cómo se le rezaba a Dios de memoria y no desde el corazón. Un día el cura le pidió que le recitara el padrenuestro. - ¡No padre! - le dijo mi abuela asustada- el padrenuestro es muy largo. - Bueno, dime el gloria, yo te voy a ayudar. - Gloria al padre..........gloria al padre - repetía mi abuela temblandogloria al hijo....... - Dime, ¿tu nunca le rezas a Dios?- le preguntó ya enojado el cura. - ¡Sí que le rezo padre! - ¿y cómo lo haces si no sabes ni el gloria? - Yo lo hago así: a, b, c, d......y cuando termino de decir la última letra que es la t, le digo al Señor: “ Señor, aquí tienes todos los signos de mi lenguaje, para que formes con ellos la oración que yo no te sé decir.” El cura, con los ojos abiertos, le dio un beso en la frente y durante tres meses su oración fue publicada en el periódico del pueblo. Con Paulo, su esposo, tuvieron tres varones y dos mujeres, la menor de todas mi madre. Los rumores de guerra se hacían sentir cada día más, hasta que el horror empezó a pisar fuerte. Mi abuelo, con sus hijos varones, después de la primera guerra, se embarcó para Argentina. Los años fueron pasando, y llegó la crisis de la década del treinta, que fue atroz. Mi pobre abuela con sus dos hijas a cargo, iba cambiando lo poco que tenía: una mesa por un kilo de papas, un ropero por otro de pan… ya no les quedaba nada para comer ni para cambiar. Fue entonces cuando conoció a un señor que la empleó para que trabajara en Alemania como fregona en la casa de una familia judía, la familia Rosenthal, que tenía una fabrica de joyas. Pero las cosas no mejoraron. A medida que iba pasando el tiempo, la situación empeoraba cada vez más. Ya los judíos no podían salir del país. Entonces los Rosenthal, por temor a lo que pudiera pasar, transfirieron su casa y otros bienes a nombre de mi abuela, para no ser víctimas de los saqueos del estado nazi. Pero no pudieron evitarlo. La casa tenía en la parte trasera una cisterna de dos por dos por uno cincuenta de alto donde en otros tiempos guardaban el agua. La situación era terrible; entonces, los patrones de mi abuela se escondieron dentro de esa cisterna: el matrimonio, sus dos hijos varones y una pequeña de tres años. Por las noches mi abuela se vestía de negro para no ser vista desde los edificios vecinos, iba hasta el escondite y les pasaba los alimentos por un agujero que disimulaba con una maceta. Alguna que otra vez abría la compuerta para que entrara aire a esa pobre gente que nada de malo había hecho. Pero los nazis se instalaron en la casa y esa puerta ya no se pudo abrir más. A partir de entonces, de vez en cuando mi abuela lograba escabullirse en la madrugada para llevarles agua y pan. En aquella terrible situación, mi tía había quedado embarazada de uno de los nazis que ocupaban la casa, y finalmente murió sin llegar a dar a luz por las golpizas que le daba. Ahí estuvieron hasta que la maldita guerra terminó. Mi abuela decía que sus patrones salieron con los ojos blancos por falta de luz. Luego de aquel horror, mi abuela finalmente logró venir a la Argentina con mi madre. Demoraron cuatro años en encontrarse con el resto de la familia. Fue gracias a que un día en el mercado donde ella trabajaba, escuchó a un señor hablar su idioma. Entonces se acercó y le preguntó si conocía a Paulo de Luca. El hombre le dijo que sí, incluso la llevó hasta donde él vivía. La emoción fue muy grande: ahí estaba mi abuelo, iba se ganaba la vida gracias a su vaca, vendiendo leche casa por casa. Y mi abuela finalmente comenzó a ser feliz: vivía una primavera cada día. Recuerdo una vez que me dijo algo muy lindo: que la gente debería imitar al árbol. Yo le pregunté: ¿cómo abuela? -Claro - dijo ella - imitar al árbol es despojarse de todo para luego cubrirse de hojas nuevas. Los años pasaron implacablemente. Un día golpearon a la puerta unos señores muy bien vestidos preguntando por ella, por Teresa Leparotta. -¡Sí!- les dije, y fui a llamar a mi abuela. Los inesperados visitantes la invitaban a una reunión que se haría en la casa de Italia en Buenos Aires. Le dijeron día y hora en que tenía que presentarse. Yo decidí acompañarla. Era un acto especial, en el que la invitaron a subir al estrado. Junto a ella estaba un señor que se presentó: “Teresa, yo soy Jacob Rosenthal, usted salvó a mi familia del exterminio. En nombre de mi pueblo la nombramos ciudadana ilustre.” Mi abuela lo abrazó llorando de alegría. El joven le hizo entrega de un prendedor de oro muy bonito y le dijo: “ahora querida Teresa, habrá en una plaza de mi país un arbolito que llevará su nombre para siempre.” Soy Norberto Santoro, orgulloso nieto de Teresa Leparotta. Norberto Santoro. Casa Grande .Provincia de Córdoba Tema Solicitado: Mamma