Descargar el PDF

Anuncio
Comisaria: Ana Parra
Coordinadora: Mercedes Martín
Guión: Luís Grau
Textos: Museos de Castilla y León
Museo de Ávila: María Mariné
Museo de Burgos: Marta Negro
Museo de la Evolución Humana: Juan Luis Arsuaga, Alejandro Sarmiento y Aurora Martín
Museo de León: Luis Grau
MUSAC: Manuel Olveira, Raquel Álvarez y Koré Escobar
Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León: Roberto Fernández
Museo de Palencia: Jorge Juan Fernández
Museo de Salamanca: Alberto Bescós y Rosario Pérez
Museo de Segovia: Santiago Martínez
Museo Numantino: Elías Terés y Marian Arlegui
Museo de Valladolid: Eloisa Wattenberg y Fernando Pérez
Museo de Zamora: Rosario García
Museo Etnográfico de Castilla y León: Carlos Piñel y Ruth Dominguez
Filmoteca de Castilla y León: Maite Conesa
Diseño y montaje: SERCAM, S.COOP.
La entidad política que surge tras la configuración de la España de las
Autonomías con la aprobación del Estatuto de Autonomía de 1983,
la Comunidad Autónoma de Castilla y León, ofrece una muestra de
diversidad y riqueza natural, cultural e histórica que se extiende, casi,
desde los albores del tiempo hasta nuestros días y se manifiesta en
la multitud de comunidades que a lo largo de los siglos han ido
asentándose en lo que hoy es el territorio regional más extenso de
España y uno de los tres más grandes de Europa.
“Castilla y León, tierra de comunidades” es expresión de esta larga
historia de hombres y mujeres, de comunidades, que han hecho de
este lugar su hogar. Castilla y León, que podría ser considerada “tierra
de paso”, es, sin embargo, una tierra de acogida, una tierra hospitalaria que hace recibido, como muestra esta exposición, a muchas
comunidades que han acabado asentándose para hacer lo que es
hoy Castilla y León.
Este espíritu hospitalario constituye, sin duda, una de nuestras señas
de identidad. Somos –podríamos decir- una Comunidad sedimentada por muchas comunidades e integrada en una Nación y solidaria
con las demás nacionalidades y regiones.
Somos Castilla y León porque antes hemos sido una pluralidad de
comunidades que se asentaron entre las montañas que nos rodean
y en los valles de nuestros ríos. Como se titula el primer apartado de
esta muestra, “Llegaron para quedarse” y ser –añadiríamos nosotroslo que hoy somos.
El visitante recorrerá, a través de veinte apartados, muchos siglos de
una historia común para conocer a sus antepasados más remotos
y a los más próximos para de esta manera tomar conciencia de la
tierra y de la Comunidad a la que pertenece.
Desde cierta perspectiva, todos somos recién llegados. Y quizás la
enseñanza más expresa de la historia consista en comprender que
en la elección de ese destino y la sensibilidad de nuestra acogida, en
la elección del respecto frente a la confrontación, reside la clave de la
convivencia, la auténtica identidad de una comunidad.
Porque toda envoltura vernácula, toda supuesta esencia y rasgo
identitario, toda construcción de un espíritu colectivo se manifiesta
tanto más rico y sólido cuanto más acogedor, más abierto y más
diverso en su secular formación ha sido.
La dilatada comunidad autónoma de Castilla y León, extendida a lo
ancho de la planicie normeseteña y sus fértiles y variados márgenes,
desde siempre se ha comportado como tierra de paso, un territorio
que, pese a sus rebordes montuosos, ha estado inmemorialmente
abierto al trasiego de gentes y culturas, muchas de las cuales acabaron por asentarse en ella, haciendo de este pequeño mundo su
nuevo hogar.
Desde los primeros seres humanos, aborígenes de un continente lejano y de millones de años de evolución, hasta los protagonistas de
fenómenos migratorios modernos, la conformación de lo que hoy
se percibe como una comunidad en el sentido político del término,
ha sido responsabilidad de numerosos pueblos y colectivos, multitud de sociedades y culturas, algunas ajenas, otras propias, todas
ellas, en definitiva, igualmente dueñas de un fecundo bagaje que
acabó por nutrir a una tierra común.
El sentido de esta exposición, tierra de comunidades, es precisamente poner de relieve ese aspecto tan determinante de la construcción
de las sociedades: el de su mixtura y riqueza de miradas, el de la integración de incalculables valores y personalidades diferentes para
conformar una auténtica comunidad dueña de la tierra únicamente
por el hecho de habitarla, de haber llegado para quedarse. No están
todos, por supuesto. No podrían, tras tantos siglos, tantos nombres
conocidos o anónimos. Pero están los suficientes como para vislumbrar el sentido de ese relato.
Pueblos y gentes de la prehistoria, de los que poco sabemos aún, y
cuya personalidad nos ofrece un enigma apenas iluminado por vestigios arqueológicos modestos aunque valiosísimos para nosotros;
colonizadores decisivos para nuestra personalidad cultural, nuestra lengua, nuestra forma de estar en el mundo; nuevas religiones,
creencias reverdecidas, fronteras mudables... incluso proyecciones
más allá del océano, enriquecen nuestro acervo y llenan nuestras
villas, campos y ciudades de monumentos, de reminiscencias, de
ecos. Invasiones y éxodos, peregrinaciones y exclusiones, marginalidad y ostracismo, resistencias y derrotas, idas, vueltas y revueltas...
acontecimientos no siempre lúcidos o propicios, pero siempre elocuentes, forjaron a los largo de los siglos una historia de la que, ni
vanidosos ni apesadumbrados, podemos extraer una lección de futuro, la de que una comunidad sólo puede construirse en una tierra
de comunidades.
Luis Grau
Museo de León
Hace veinte años se producía en el yacimiento de Gran Dolina, uno
de los hallazgos más sorprendentes e inesperados: restos fósiles humanos de una antigüedad de más de 800.000 años, según los análisis paleomagnéticos y las especies de fauna asociados a ellos.
Este descubrimiento, y el posterior hallazgo de una mandíbula humana en Sima del Elefante (datada en 1.200.000 años), iba a modificar uno de los paradigmas aceptado por buena parte de los científicos según el cual no existía evidencia de población en Europa antes
de hace unos 500.000 años. Con los hallazgos de Atapuerca y sus
cronologías se había adelantado, de forma incontestable, la llegada
a Europa de los primeros humanos en más de medio millón de años,
convirtiéndose Homo antecessor (explorador), como fue denominada la nueva especie, en el primer europeo y los primeros pobladores
de nuestro territorio.
Estos fósiles humanos presentan una mezcla singular de rasgos primitivos (en la dentición, la robustez de su arco superciliar o la forma
de su frente) con otros claramente modernos (como la disposición
de la parte anterior de la cara casi recta), que les diferencian de otras
especies conocidas. Además, eran portadores de una tecnología lítica primitiva y poco configurada (modo 1) que utilizaban en labores
cárnicas, pero también en las tareas de recolección de vegetales y
sobre pieles.
Estas poblaciones, pertenecientes a la primera oleada que desde
África se extendió por Eurasia hace más de un millón de años, poseían un esqueleto relativamente grácil, una estatura de unos 170
cm. y una capacidad craneal que ronda los 1000 cc.
Mauricio Antón, con esta reconstitución responde a la pregunta
¿cómo podría ser este antepasado?
Aurora Martín
Museo de la Evolución Humana
Hace 500.000 años en la Sierra de Atapuerca, nos encontramos con
otros grupos humanos, Homo heidelbergensis, que ocupó Europa
durante el Pleistoceno medio.
En este caso, la cantidad de fósiles hallados (el 90% del registro fósil mundial) y su excepcional conservación, nos permite conocer a
través del cráneo 5, el mejor conservado del mundo, cómo era la
cara de Heidelbergensis pero también cómo vivió en la Sierra de
Atapuerca.
Estas poblaciones tenían una altura en torno a 175 cm, gran corpulencia física con huesos robustos, que soportaban un peso de cerca
de 100 kg. Sus manos eran grandes y anchas, igual que la pelvis,
y podían llegar a vivir entre 35 y 45 años. Su capacidad craneal se
estima entre 1100 y 1300 cc. Su cara presenta una frente huidiza y
un grueso arco por encima de las cejas que junto a una mandíbula fuerte y robusta, nos habla de una dieta omnívora pero con alto
componente de alimento vegetal.
Su tecnología ha evolucionado hacia una talla bifacial y centrípeta con la que fabrican instrumentos de gran tamaño como bifaces,
hendedores y raederas, aptos para desarticular y descarnar animales,
y objetos más pequeños y especializados: denticulados, puntas, para
sus trabajos sobre huesos, madera y cuero.
Estos grupos contaban con una fuerte cohesión interna, atendiendo
tanto a sus crías como a enfermos y mayores y con conciencia de la
muerte.
Aurora Martín
Museo de la Evolución Humana
Fotografía: José Manuel Cófreces
Aunque el poblamiento más antiguo de la Península Ibérica se remonta a hace 1,3 millones de años, las primeras ocupaciones humanas son aisladas y no presentan por ahora continuidad, limitándose
a los yacimientos de Atapuerca, Barranco León o Fuente Nueva 3.
Esto parece coincidir con distintas salidas de grupos humanos desde
África hacia Eurasia y que han ido dejando distintos retazos y huellas
de su presencia.
No será hasta hace unos 600.000 años aproximadamente en que
Europa empieza a mostrar un poblamiento humano generalizado
y continúo hasta nuestros días. Las huellas de este poblamiento
efectivo en la Península Ibérica corresponden con el periodo que
conocemos como Achelense, caracterizado por conjuntos líticos
donde domina el utillaje masivo bifacial y las grandes lascas (bifaces, hendedores y picos triedros). Esta cultura nace en África hace
1,6 millones de años, y se extiende por Europa coincidiendo con la
presencia de la especie Homo heidelbergensis, unos homínidos que
probablemente descienden de poblaciones africanas que seguramente enlazan con el Homo ergaster, artífices de las primeras industrias achelenses conocidas.
En la Península Ibérica observamos multitud de yacimientos achelenses, algunos en el territorio de Castilla y León, mayoritariamente
al aire libre y asociados frecuentemente con terrazas fluviales, puesto que los ríos son ecosistemas ricos y variados frecuentados por diversos mamíferos. Por ello constituye un entorno ideal para el modo
de vida cazador-recolector, al mismo tiempo que también los lechos
aluviales son un lugar excepcional para localizar las materias primas
necesarias para fabricar las herramientas, como cantos rodados de
cuarcita, sílex o cuarzo.
Santiago Martínez
Museo de Segovia
A partir del IV milenio a.C. se desarrolla en la península un nuevo cambio cultural marcado por la presencia de gr
Burgos este tipo de sepulcros se localizan en zonas abruptas y montañosas, más apropiadas para una economía ga
tribus transtermitantes que se desplazaban a la búsqueda de pastos para sus rebaños según las estaciones del año
Algunas de estas tumbas monumentales, ya a mediados del tercer milenio, fueron reutilizadas ocasionalmente por
características funerarias. Este sería el caso del ajuar que se expone hallado en el dolmen de El Hundido. Formaba
mento unos 500 años después de su clausura y posterior abandono por las tribus ganaderas megalíticas. Se trata d
componen la primera vajilla “tipo Ciempozuelos” que se ha localizado en la provincia de Burgos, formada por un va
Ciempozuelos igualmente con decoración de motivos reticulados en bandas paralelas. Acompañando un vaso de
elemento clásico dentro de los ajuares campaniformes y un pequeño punzón biapuntado de cobre.
randes monumentos megalíticos, mausoleos funerarios que respondían a un ritual de enterramiento colectivo. En
anadera. El uso de estas tumbas fue un proceso que se prolongó durante varias generaciones, ya que se trataba de
o y los recursos disponibles.
r otras gentes pertenecientes a la cultura del “Vaso Campaniforme”, de la que por el momento sólo conocemos sus
a parte del acompañamiento funerario de tres enterramientos campaniformes intrusivos, que reutilizaron el monude tres inhumaciones de varones adultos, de complexión robusta, que se acompañaron de esta serie de objetos que
aso de menor tamaño con decoración reticulada oblicua, dispuesta en dos bandas paralelas y la típica cazuela tipo
e factura más tosca y decoración aplicada en la zona superior; un punzón de hueso; la punta palmela de cobre, un
Marta Negro
Museo de Burgos
La conquista romana del área oriental de la Meseta Norte fue la
puerta de una rápida dominación del Valle del Duero. La sociedad
conquistada, celtibérica, se hallaba en una fase política expansiva
hacia un dominio territorial organizado en ciudades con sus territorios circundantes y áreas de influencia objeto de litigios. El desarrollo de esta cultura tuvo desde el s. VI a.C., al menos, un importante
carácter militar como indica la alta frecuencia en sus necrópolis jerarquizadas de ajuares militares de lo que es un ejemplo la espada
procedente de Barahona.
La guerra contra Roma tuvo dos fases diferenciadas: la primera del
182 al 178 a.C cuyo objetivo fue frenar la expansión celtibérica sobre
los territorios que Roma había conquistado a los cartagineses y la segunda, llamada por los latinos bellum numantinum, iniciada el año
153 que concluyó con la toma, por asedio y rendición, de la ciudad
de Numancia en el 133 a.C. Esta segunda fase tuvo objetivos económicos: obtener esclavos, tributos y tropas auxiliares con destino
al ejército romano así como dominar un territorio a través del cual
sería más fácil alcanzar las minas del Oeste. La guerra fue compleja
y violenta: a lo largo de estos veinte años, once cónsules dirigieron
las tropas romanas de los cuales el último designado, en el 134 a.C.,
fue Emiliano Escipión, general afamado que venció a Numancia. El
puñal biglobular, con parte de su vaina, procedente de Ucero, está
fechada entre los siglos III y II a.C.
La cultura celtibérica fue diluyéndose lentamente en la cultura romana dominante pero aún en el s. III d.C. hay indicios de sus dioses
y su lengua.
Marian Arlegui
Museo de Numantino
Como todos los colonizadores a lo largo de la historia, Roma no ocupó todo el territorio que dominaba militarmente. Durante los siglos
de su Imperio, muchos pueblos siguieron viviendo como lo habían
hecho hasta su llegada, asimilando lenta, aunque inexorablemente,
nuevas costumbres y cultura. Los cántabros vadinienses, que habitaron el noreste leonés y parte de Cantabria y Asturias, son uno de los
más misteriosos y sugestivos de tales grupos. De ellos apenas sabemos lo que nos dicen los autores latinos, siempre mediatizados por
la óptica colonial, y lo que nos sugieren sus numerosas lápidas funerarias a uno y otro lado de la cordillera. Esos epitafios son uniformes
y redundantes, alusivos a un difunto joven para nuestros parámetros
(20, 25... 35 años no más) cuya edad se detalla en cifras redondas,
significativas de un escaso desarrollo administrativo de la sociedad.
Apenas alguna mujer se cuenta entre ellos, y todos son seguramente
personajes destacados de un clan a los que un familiar o algún amigo dedicó una estela que marcaría una tumba o, tal vez, un cenotafio conmemorativo. Los epígrafes se realizaron sobre cantos rodados
de cuarcita de río, sin desbastarlos o regularizarlos –al contrario que
los romanos-, y su formulario remite, eso sí, a prototipos e idioma latinos, aunque a veces lo haga con incorrecciones gramaticales o una
grafía vacilante plagada de onomástica indígena. Frecuentemente
símbolos autóctonos como el caballo asturcón, trasunto del alma
del fallecido, se entremezclan con otros romanos, como el ciprés funerario o la hoja de hiedra, emblemas de perennidad.
Agazapada en una orilla del Imperio, la antigua Vadinia, sólo parece
emerger para la historia cuando se convierte, ya en época tardía, en
una cultura auténticamente hispanorromana.
Luis Grau
Museo de León
¿Crisis o esplendor? Estas palabras de significado tan diverso nos
proponen una reflexión a la hora de imaginar nuestra región y su
poblamiento durante los siglos IV y V de nuestra era.
Las huellas de la presencia romana en Hispania son abundantes y
significativas y delatan el paulatino proceso de asimilación e intercambio que, desde la llegada de los primeros contingentes militares implicados en la conquista, experimenta la población indígena.
Durante los primeros siglos del Imperio se constata un progresivo
desarrollo urbano y la ciudad se convierte en unidad administrativa y reguladora de la sociedad y del territorio de su entorno. Pero
las consecuencias de la –tan manida- crisis del siglo III transforman
al campo en elemento de articulación del territorio y modelo de
una economía productiva basada en la explotación agropecuaria.
Vestigios suficientes han llegado a nuestros días evocando la importancia de esas vastas haciendas o latifundios y el esplendor de
sus villas, verdaderas mansiones que reproducen el lujo y las comodidades de las residencias urbanas y reflejan el poder económico
y el refinamiento cultural de sus dueños. Ornadas, a menudo, con
espectaculares mosaicos y pinturas, deparan también hallazgos más
modestos, pero no menos significativos, como esta pequeña escultura que conocemos como el “filósofo de Cañizo”, por el personaje
representado y su lugar de procedencia, una supuesta villa tardorromana ubicada en el pago de “Pozo Airón” en la zamorana localidad
de Cañizo de Campos. Tal objeto tendría una función determinada, a
juzgar por la caja prismática hueca, para embutir el supuesto vástago del timón o antyx de un carro, a la que se adosa la figura de un venerable anciano envuelto en un manto, en la actitud de un maestro
que desenrolla y enseña un volumen. De indudable calidad artística
y un gusto evidentemente clásico, la iconografía del filósofo –que
también aparece en un pasarriendas emeritense- aporta a esta pieza
gran distinción y añade a su carácter funcional criterios estéticos de
claro contenido simbólico.
Rosario García
Museo de Zamora
Fotografía: José Manuel Cófreces
A inicios del s. V d.C. la Península Ibérica sufrió la invasión de suevos,
vándalos y alanos, pueblos germánicos e iranios que, aprovechado
las dificultades de Roma para proteger la frontera del Rin y el Danubio, habían penetrado en las provincias para asaltar la riqueza del
Imperio.
El gobierno romano decidió enviar a Hispania las fuerzas visigodas
aliadas para ayudar a los ejércitos imperiales a combatir a estos grupos infiltrados, que fueron en su mayor parte expulsados, aunque
quedaron los suevos asentados en el Noroeste. En ese contexto, la
progresiva desintegración del poder central romano llevó a los visigodos, como federados de Roma, a organizar su reino en la Gallia,
con capital en Tolosa, expandiéndose pronto a Hispania, donde la
nobleza goda, cristianizada y latinizada, se estableció como clase dominante. Junto con la antigua aristocracia romana, asentó las bases
del nuevo Estado, cuya capital se trasladaría luego a Toledo, cuando
los visigodos fueron a su vez expulsados de la Gallia por los francos
merovingios, a principios del s. VI.
Es en la zona central de la Península Ibérica, desde Toledo hasta los
campi gothorum del valle central del Duero, donde la arqueología
mejor ha detectado la introducción de componentes materiales de
procedencia germánica, por hallazgos en antiguas ciudades romanas, en aldeas, poblados rurales y, en especial, en necrópolis. A través
de estas últimas se detecta la difusión de objetos típicamente germánicos (broches de cinturón, fíbulas, etc.), en ajuares de tumbas,
aunque la presencia de estos hallazgos no siempre aclara el origen
de los difuntos, en tanto que los objetos germánicos pueden pertenecer a enterramientos ya de la nobleza visigoda ya de la nobleza
hispana de ascendencia romana, que habría absorbido las modas
introducidas por los grupos germánicos.
Santiago Martínez
Museo de Segovia
En tiempos de hierro para la cristiandad peninsular, cuando aún la b
Muchos de ellos eran monjes, muy bien recibidos por las clases po
mador de su empeño de “reconquista”. Los recién llegados se orga
clásica y asturiana, pero dejaba entrever el poderoso influjo del arte
arte hispano de todas las épocas: el arte mozárabe.
Este Codex biblicus de León, el reino peninsular más proclive a est
19 de junio de 960. Además de la Biblia, contiene diversas exégesis
que lo iluminan mezclan sabiamente los estilos europeo (miniatura
balanza se inclinaba con creces a favor del poderoso califato andalusí, llegaron al norte numerosos cristianos emigrados desde el sur musulmán.
oderosas pues suponían un acicate a la repoblación y un refrendo del nexo político con el antiguo reino godo que era reivindicado como legitianizaron en comunidades monásticas restauradas a las que solía dotarse de un nuevo edificio, en una arquitectura que reivindicaba su herencia
e andalusí. Una arquitectura que, junto a la miniatura de códices (especialmente los Beatos), se encuentra entre los episodios más originales del
te fenómeno, fue caligrafiado por Sancho y miniado por el excepcional artista Florencio en el monasterio burgalés de Valeránica, y terminado el
s y otros textos, en letra visigótico-mozárabe, con frecuentes anotaciones marginales en latín y árabe. Las iniciales miniadas y las escenas bíblicas
a sajona), hispano (visigodo) y musulmán en un mestizaje característico de este estilo artístico tan impar.
Luis Grau
Museo de León
La consolidación definitiva del trazado interior del Camino de Santiago o Camino francés, desplazando el que discurría por la costa cantábrica, a comienzos del siglo XI a partir de la conquista y pacificación
de la cuenca del Duero por los reyes cristianos y la expulsión de los
musulmanes hacia el sur, supuso la apertura de una nueva ruta segura de peregrinación que unía directamente Europa con Compostela,
atravesando la Meseta por tierras burgalesas, palentinas y leonesas.
La nueva vía contó con el decidido apoyo de los monarcas quienes
aseguraron la protección y seguridad de los peregrinos y dotaron
al Camino con nuevos hospitales. A través del Camino llegaron a
la Península nuevas ideas teológicas y filosóficas, se incrementó el
intercambio de productos y también penetraron las ideas estéticas
y arquitectónicas europeas, imponiéndose un nuevo estilo artístico:
el románico. Incluso llegó a afectar en la configuración urbana de
determinados núcleos que atravesaba donde se fue ordenando el
caserío a lo largo de la calle caminera. La peregrinación a Santiago
se convirtió en un fenómeno europeo de masas, con un incesante
tránsito de caminantes, y la ruta se fue adornando a lo largo de todo
el trazado con importantes iglesias y ermitas de estilo románico.
Procedente de Tardajos, villa situada sobre el Camino, de la desaparecida iglesia de Santa Magdalena, se presenta este capitel, de gran
calidad, con una magnífica talla románica que atestigua, junto con
otros dos capiteles similares conservados en el Museo de Burgos, el
arraigo e importancia del nuevo estilo europeo difundido a través
de la vía caminera. El capitel, que originalmente estaría adosado a
la pared, presenta en altorrelieve dos seres híbridos afrontados (¿arpías?), tienen cuerpo y cola de león y garras de ave, rostros de aspecto femenino con largos cabellos abiertos en dos mechones que se
enroscan en los extremos formando volutas.
Marta Negro
Museo de Burgos
El arte mudéjar tiene en Palencia una de las provincias más ricas en
manifestaciones de este período.
Poblaciones como Becerril, Astudillo o Amusco ejemplifican esta
afirmación con edificios de carácter sacro –iglesias, ermitas o monasterios-, algunos de los cuales fueron antes residencias palaciegas. Más difícil de hallar son los de carácter civil, de los que se han
podido rescatar fragmentos escasos procedentes del derribo o de
la incuria.
El yeso, un elemento muy dúctil a la hora de trabajar, es un material
que se encuentra fácilmente en tierras de Palencia, lo que favoreció
la abundancia de artistas yeseros, de alguno de los cuales conocemos el nombre, como Alonso Martínez de Carrión, que llega a firmar
algunas de sus obras.
Los motivos decorativos de este arte mixto combinan los de tradición puramente islámica, vegetales e inscripciones, con otros ya
góticos, e incluso renacentistas, llegando ocasionalmente hasta el
siglo XVII.
Aunque se sabe poco de la procedencia de las minorías étnicas que
habrían realizado estos trabajos, tendrían su origen seguramente en
el reino de Toledo, interviniendo en gran cantidad de edificios en
que los elementos arquitectónicos se complementan esencialmente con motivos decorativos en yeso y carpintería de madera.
Estos monumentos dispersos por Tierra de Campos manifiestan la
pervivencia de la tradición de origen musulmán en zonas muy alejadas de Al Andalus, a cargo de poblaciones, en principio moriscas,
a la que los censos atribuyen el ejercicio de estos oficios artesanales,
aunque tampoco está claro que todo el arte mudéjar fuera obra de
moriscos.
Castilla y León, al conservar numerosos edificios de este estilo que
evocan lo islámico andaluz, acusa así un sincretismo cultural que enriquece grandemente el acervo patrimonial de la Comunidad.
Jorge Juan Fernández
Museo de Palencia
La derrota de las Comunidades de Castilla sirvió, paradójicamente,
para que éstas lograran una parte de sus objetivos al permitir culminar
el proceso de fortalecimiento del poder Real en detrimento de la alta
nobleza. La Administración experimentó una serie de reformas que
supusieron el salto de la monarquía medieval a la monarquía centralizada de la Castilla de los Austrias y la aparición del Estado como forma
política. Por otra parte el ideario de los Comuneros puede considerarse como un precedente del parlamentarismo moderno.
Este bloque piramidal de piedra caliza, conocido como Piedra de los
Comuneros, es el único resto que se conserva del rollo de la villa de
Villalar, a cuyos pies, según la tradición, fueron degollados “por traidores” los capitanes de las Comunidades de Castilla: Juan de Padilla,
Juan Bravo y Francisco Maldonado, y de cuyas escarpias colgaron
sus cabezas.
El monumento original tenía forma de aguja gótica y se levantaba
sobre unas gradas frente al atrio de la Iglesia de San Juan, a la entrada de la antigua muralla de la población. A juzgar por la rudeza
del remate subsistente, decorado apenas en sus cuatro aristas con
sendas “sartas de perlas” o bolas góticas, su base sería probablemente un simple zócalo en forma de dado. Sobre ella se levantaría un
pilar de sección ochavada con moldura en su parte superior y cuatro
sencillos salientes para pregonar a los cuatro vientos la capacidad
de la población para administrar justicia a sus moradores. El cuerpo
piramidal tenía en su cúspide una lanza, que fue serrada en 1821
con ocasión del expediente militar que Juan Martín “el Empecinado”
ordenó realizar para honrar la memoria de los dirigentes Comuneros
e intentar localizar sus restos. La punta de lanza y los restos de las escarpias de hierro del monumento fueron guardados como reliquias
junto a los presuntos restos mortales de los héroes y trasladados a
Zamora. Los posteriores avatares de la política del siglo XIX y las luchas entre liberales y absolutistas ocasionarían la perdida de los restos y la destrucción del monumento, que ya no existía en 1868.
Fernando Pérez
Museo de Valladolid
La conquista española del Nuevo Mundo se asentó en tres pilares: la
religión, la lengua y la arquitectura; para ello una importante nómina
de misioneros, hombres de gobierno, de letras y universitarios cruzaron la frontera de ultramar, dando lugar al mestizaje, que será una de
las características más relevantes de la nueva cultura americana.
La pintura tuvo un papel muy importante ya que sirvió en gran
medida para la evangelización, manifestándose en el Virreinato del
Perú con gran fuerza y personalidad, sobre todo a partir del último
tercio del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII. Aparecerán diferentes escuelas entre las que se encuentra la Cuzqueña, en la que se
desarrolla la “Pintura Mestiza”, generadora de uno de los temas iconográficos más originales, sin precedentes en el arte europeo: los
“ángeles arcabuceros”. Sus nombres, que a veces se escriben, siguen
las denominaciones del Libro de Enoch, de los Apócrifos del Antiguo Testamento, asociados al control de fenómenos naturales al
igual que las deidades paganas andinas, que ahora serán sustituidas
por estos seres celestiales en un proceso de sincretismo. Ello puede
explicar por qué en el Virreinato se mantuvo el culto a los ángeles
cuando había sido prohibido por la Inquisición en 1644.
El decorativismo ayuda a configurar esta pintura de ángeles militares, cuya vestimenta procede de la utilizada por la guardia del Virrey
y las cofradías el día de San Miguel: casaca corta con mangas acuchilladas, camisa con encajes en los puños y sobrecamisa. Completan
el uniforme la capa, el gran sombrero de plumas y los zapatos de
lazo. Cada uno de ellos porta arcabuz, mosquete, bandera..., como
corresponde a una compañía militar. Las alas son el único elemento
que denota el carácter de las figuras. Propiamente mestizos son los
“brocateados” de oro en relieve de los tejidos y los paisajes, paradisíacos cuando los hay, en los que destacan las aves y frutos tropicales y,
en ocasiones, arquitecturas coloniales.
Rosario Pérez
Museo de Salamanca
“Ley XI: Muchos delitos y cosas sin sentido suceden entre los cristianos
y las judías y las cristianas y los judíos porque viven y moran juntos en
las villas y andan vestidos los unos como los otros. Y por evitar los delitos y los males que podrían suceder por esta razón, tenemos por bien
y mandamos que todos cuantos judíos y judías vivieren en nuestro señoría que lleven alguna señal cierta sobre sus cabezas, de modo que
conozcan las gentes manifiestamente cual es judío o judía”.
Alfonso X el Sabio.
Las siete partidas. Partida 7; Título 24: “de los judíos”.
A la conocida jerarquización vertical propia de la Edad Media hemos de
añadir, como factor de control de la población, la compartimentación
horizontal mediante la cual sectores de la población son enfrentados
entre sí. La misma autoridad que protege a la población judía procura
que se mantenga la diferencia que promueve la persecución.
En este ámbito, el programa de conversión de San Vicente Ferrer se
enmarca en la reforma de las costumbres, en una homogeneización
de la población que sea anuncio y preparación de la Venida de Cristo
(El Juicio Final). Pide poner fin a la discriminación de los judíos mediante su conversión (más o menos reconocido su carácter forzoso)
al cristianismo.
La conversión/expulsión de los judíos culminada por los Reyes Católicos debería haber sido el final de esta discriminación. Sin embargo, el
reflejo social la prolonga en los conceptos de criptojudíos (que practicaban su religión a escondidas) o los judaizantes, los cristianos que
mantenían costumbres enraizadas desde niños como tocar las jambas
de la puerta al entrar o rezar moviendo el cuerpo o no comer cerdo.
Frente a ellos la idea de “cristianos nuevos” que afirma que hay unos
cristianos (y ciudadanos) mejores que otros por los antepasados que
han tenido y que llega a introducirse en la legislación en el concepto
de “limpieza de sangre”.
Alberto Bescós
Museo de Salamanca
Las formas cerámicas recogidas en Tabanera responden a escudillas,
tos, pertenecientes todas ellas a formas habituales del menaje dom
han utilizado también para contener sal en los ritos de enterramiento
ción de los cuerpos.
La mayoría corresponden a lo que se denomina cerámica de basto, m
carácter utilitario y de producción local, frente a otras de loza, vidriad
uso más fino de mesa, y originarias de alfares ajenos a la comarca.
Las procedencias de la cerámica común parecen ser mayoritariament
decoradas con motivos vegetales estilizados sobre fondo de engobe
capa de barniz a base de sulfuro de plomo; o bien de la tierra de Baltaná
de pastor”, vidriadas en tonos rojizos con churretones amarillos.
Las cerámicas de Tabanera de Cerrato, como manifestación del ajuar d
lo utilizaba, puede ejemplificar perfectamente el afán diario de las clas
pesinas, para acceder al alimento diario.
, cuencos, tazones, tazas y plaméstico, que posteriormente se
o, y garantizar así la conserva-
Otro índice de lo elemental del ajuar doméstico será la valoración que se hace de los objetos más humildes, como este plato de loza, reparado escrupulosamente con unas lañas a fin de garantizar su
perdurabilidad, haciendo ver que era lo suficientemente apreciado para no desprenderse de él.
más toscas de elaboración, de
das en blanco, normalmente de
Aparte de su interés histórico, las piezas tienen un evidente valor estético, dentro de la sencillez de
formas que caracterizan una producción como la cerámica, verdadera memoria de la vida tradicional,
con una permanencia de formas, técnicas y usos que se han mantenido inalterables a lo largo de siglos
hasta llegar prácticamente a nuestros días.
te de Astudillo, como las piezas
amarillo, al que se aplica una
ás para las llamadas “escudillas
doméstico de la población que
ses humildes, en este caso cam-
Jorge Juan Fernández
Museo de Palencia
En pleno trienio liberal, esta baraja es muestra de un tipo de ediciones de propaganda política de la Constitución de 1812, que aprovecha para su difusión la gran aceptación de los juegos de naipes
en la sociedad de la época y, particularmente, entre la clase militar.
Incluye imágenes de militares célebres por sus ideas liberales, como
lo fueron Lacy, Quiroga, Daoiz, Velarde, Arco Agüero, Riego, Porlier, y
López Baños, todos ellos relacionados con distintos episodios de la
Guerra de la Independencia.
Consta de cuarenta y ocho cartas más una de presentación en la que
se explica que es una “Baraja Constitucional política y militar”, que
sigue el orden de los cuatro palos de la antigua baraja española pero
con variaciones simbólicas: por Oros: CONSTITUCION, dirigido al poder legislativo; por Copas: FUERZA, dirigido a los cuerpos nacionales
del ejército y milicia; por Espadas: JUSTICIA, dirigido al poder ejecutivo, por Bastos: UNIÓN, dirigido a la nación española”. Está ofrecida a
la Junta Nacional de Comercio de Barcelona.
De acuerdo con tales variaciones, los oros se han sustituido por
recuadros en los que figura constitución; las copas se representan
con bombas de artillería; las espadas se presentan como tales y los
bastos se han sustituido por caduceos, en homenaje al comercio. El
reverso es de cuadros y rayas en tinta azul.
Su creación y diseño, según consta en el cinco de espadas, se debe
a Simón Ardit y Quer, Sargento segundo de la sexta compañía del
cuarto batallón de milicianos voluntarios. Fue editada en 1822, en
Barcelona, como se dice en el cinco de bastos, en la imprenta de
la Viuda de Antonio Brusi, impresor de cámara, que en 1820 había
conseguido la patente de importación para crear su propio establecimiento litográfico.
Eloisa Wattenberg
Museo de Valladolid
Mucho se ha discutido sobre el origen de los maragatos y, aún hoy
en día, éste sigue siendo un dilema. No así su principal y distintiva
actividad, la arriería, uniendo Galicia con la meseta castellana y con
Madrid, en pos del mercado de salazones de pescado, jabones y paños, principalmente.
Esta intensa ocupación comercial se vio impulsada en parte por los
escasos recursos económicos que ofrecía la tierra y alcanzó su máximo apogeo a finales del S. XVIII, antes de la llegada del ferrocarril que
supuso el fin de la labor arriera. A partir de ahí, el maragato se hizo
pescadero en comarcas sin costa.
En los tiempos de arriería, mientras el hombre faenaba en otros lares
durante largas temporadas, las mujeres maragatas permanecían en
el hogar, ejerciendo una suerte de matriarcado. Sobre ellas recaía
la responsabilidad diaria del cuidado de los hijos, los quehaceres
domésticos y las tareas del campo y del ganado. Pero el ornato, el
simbolismo y la estética también tenían cabida en la vida de estas
mujeres que adornaban sus cuerpos con alhajas y tejidos, siguiendo
la estela de sus antecesoras prerromanas y semíticas.
La indumentaria y la joyería tradicionales de Maragatería constituyen
un rico y variado legado patrimonial, cuajado de influencias de distintas culturas e íntimamente conectado con el ámbito de la religiosidad popular y de las creencias. El presente ajuar nupcial constata
este hecho a través del Cristo de cruceta, el joyel en forma de patena
convexa con crucifijo en el anverso y Virgen con el niño en el reverso
y los pendientes de calabaza, propios de las mujeres casadas, al igual
que el pañuelo de hombros. Éste era un regalo de la madrina a la
novia quien lo ponía por primera vez el día de su boda.
Carlos Piñel
Ruth Domínguez
Museo Etnográfico de Castilla y León
Desde siempre, la vida del pastor viene teniendo mucho de soledad, de soliloquio y de imaginación; también de autosubsistencia:
el vaquero se fabrica los enseres que necesita con los materiales
que tiene más a mano. Y muy a mano están los cuernos de las reses
muertas, que transforma en recipientes para transportar lo imprescindible en su viaje: con ellos bebe, mide, ordeña, aliña, cuela y llama
al ganado; en ellos guarda la pólvora, el tabaco, la piedra de afilar, las
cerillas, los ungüentos… Son las cuernas o colodras, tan peculiares
del camino trashumante.
Muchas se decoran a punta de navaja, aprovechando los tiempos
quietos que depara el cuidado de la manada. Se trata de ingenuos
dibujos planos, de ancestral esquematismo y con el atractivo de lo
espontáneo, que ocupan toda la superficie mezclando motivos al
azar. A menudo consta el autor, alguna marca de propiedad, más
datos, o frases de objeto parlante: en el ejemplar aquí presentado,
una ágil escritura denota preocupación por su pérdida: El que se encuentre esta cuerna si acaso sabe leer se la regale a su amo que es
Nicomedes.
El artista de esta pieza ha desplegado, entre dos grandes flores y una
estrella, un curioso repertorio de animales, domésticos y conocidos
unos –pastora con oveja, paloma, perro, galgo, ciervo, conejo, buitre,
loro, zorro-, aunque también otros exóticos, que parecen recordar
láminas zoológicas: canguro, elefante, pavo real y vasilisco, el único
identificado.
PÉREZ HERRERO, E., 1980: Las colodras de la colección “Marqués
de Benavites” del Museo Provincial de Ávila. Ávila (Caja Central de
Ahorros), 1980: 179, 180 y fig. 13.
María Mariné
Museo de Ávila
Castilla y León es un territorio rico en yacimientos de rocas y minerales. Esto ha hecho que la minería se remonte, al menos en su forma
primitiva, a más de cuatro mil años de antigüedad.
Explotaciones de minerales metálicos (antimonio, arsénico, cinc,
cobre, estaño, hierro, manganeso, mercurio, oro, plomo, wolframio,
cobalto-níquel, molibdeno, plata, titanio…), de minerales industriales (calizas, arcillas, sílice, yeso, caolin…), de rocas ornamentales
(granitos, mármoles, pizarras…), áridos y minería energética (uranio,
petróleo, carbón…) han contribuido a lo largo de la historia a crear
un importante tejido minero.
De todas ellas, la minería del carbón ha sido y es la actividad preponderante en este sector y la que ha permitido a la Comunidad figurar
entre las principales regiones productoras del país.
La Revolución Industrial en el siglo XIX marcó el arranque de esta
minería en las provincias de León y Palencia con la proliferación de
pequeñas explotaciones mineras. La mejora en las comunicaciones,
fundamentalmente las ferroviarias, permitió comunicar las cuencas
mineras con sus principales mercados, Madrid y el País Vasco. Aparecen grandes empresas mineras y se crean autenticas colonias industriales en torno a los pozos mineros.
Estos territorios de Castilla y León se convirtieron en receptores de
miles de trabajadores de otros lugares del país (Andalucía, Galicia,
Extremadura…) y del extranjero (Portugal, Marruecos, Cabo Verde,
Pakistán…). Culturas y modos de vida diferentes convivieron sin problema, enriqueciendo la Comunidad. Las cuencas fueron pioneras
en los avances sociales y laborales y su empuje económico contribuyó a la prosperidad regional y al nacimiento de otras industrias.
Todo ello gracias al esfuerzo de miles de personas, trabajadores y
empresarios, que arriesgaron su capital, su salud y su vida en una
actividad tan dura y penosa, buscando un futuro mejor para ellos y
sus familias.
Roberto Fernández
Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León
La escuela.
Entre 1968 y 1981, 76.244 ciudadanos de Castilla y León emigraron
a países de Europa y 2.345 a ciudades de otros continentes. Muchos
más encaminaron sus pasos a las fábricas más próximas de la industria del norte del país y dejaron atrás sus pueblos y sus precarios
medios de vida.
Las huellas de su paso por la geografía de sus lugares y sus cosas, del
espacio en el que nacieron y vivieron, se han convertido en arqueología social de un modo de vida reciente, en testimonio y memoria
que trasciende el recuerdo y la vivencia privada para convertirse en
testimonio fotográfico de un tiempo pasado.
Manuel Lafuente Caloto recorre en esas décadas el territorio soriano
al que le une una fuerte relación emocional y estética, y decide, en la
segunda mitad de los años setenta, fotografiar los lugares vacíos, la
herencia de lo que sus vecinos construyeron con sus manos. A este
éxodo pertenece esta escuela descarnada, con sus niños huidos y
los papeles, en un último vuelo, dormidos rodeando la mesa del
maestro. La ausencia del hombre en sus paisajes originarios.
Escenas comunes a otros puntos de la geografía de este territorio,
ráfagas de memoria que nos devuelven a la ausencia organizada,
planeada o súbita, compartida por motivos tan antiguos como los
que dieron sentido a las piezas de piedra, de cerámica, de teselas, de
metal que componen esta exposición. Fotografías junto a vestigios
más lejanos, sobre los que construimos nuestras vidas.
Volviendo a casa.
La mirada al frente esperando el tren, probablemente en Soria. Llegó el fotógrafo a este andén al comienzo de los ochenta y unió el
destino de esta familia al de sus convecinos en una serie fotográfica
dedicada al recuerdo de fiestas y romerías, de oficios perdidos de
espigadoras y labradores, de alguaciles y pastores entre restrojos.
Caloto supo también de los oficios. Su padre fue encuadernador y
él hojalatero en su juventud, antes de ser funcionario y reconocido
promotor con su obra de la imagen y la cultura de su provincia.
No sabemos de quienes esperan más que la composición de la escena que protagonizaron, inesperadamente. El fotógrafo nos dice
que vuelven a casa, con exiguos equipajes materiales y un nuevo
miembro en la familia.
La fuerza de la imagen está en la madre sentada sobre la maleta, un
objeto ideado para facilitar el paso de un momento, de un lugar de
nuestras vidas, a otro futuro con cierto orden en las prioridades de
las pertenencias, y su bebé abrigado en su ropa clara, luminosa y
destacada en la escena, como de trámite, de la estación. Pendiente
el futuro de la mirada del padre, compartida por la mujer en la misma dirección.
Muchas miradas se cruzan en las estaciones, todas protagonistas
ya o a la espera de serlo, de vivencias y retornos, de huidas y reencuentros, de acogidas, de emigración, de vuelta a casa. Por espacios
como el que recuerda la fotografía, transitan hoy y ahora algunos de
los 145.968 castellanos y leoneses que viven en el extranjero, según
los datos del padrón de residentes de enero de 2013. La cifra continúa aumentando y las miradas de sus ciudadanos, con sus vidas a
cuestas, pueblan los lugares de paso de la tierra.
Maite Conesa
Filmoteca de Castilla y León
El fotógrafo Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) se inspira en la realidad cotidiana para invitar al espectador a un juego irónico donde
nada es lo que parece. Le lleva a cuestionar la propia realidad mediante la oposición entre imagen y palabra, y ahonda en las relaciones que se producen entre ellas, destacando el poder de la imagen
en la sociedad actual y ofreciendo un nuevo punto de vista sobre los
problemas del mundo contemporáneo.
Para ello, además de la fotografía, Fontcuberta utiliza Internet, concebida como “archivo universal” y como un “enlace comunicativo
entre todos los individuos conectados”, si bien es consciente de que
Internet no está desprovisto de “accidentes ideológicos”, ya que las
vías de acceso a la información siempre estarán mediatizas por intereses corporativos o políticos.
En la serie Googlegramas, de la que la colección MUSAC cuenta con
cuatro obras, el artista utiliza imágenes localizadas en Internet con
las que, a modo de teselas, elabora un mosaico cuyo resultado son
“estampas” sumamente reconocibles, bien porque forman parte de
nuestro imaginario colectivo o bien porque podrían encontrarse en
las páginas de cualquier periódico.
Para la obtención de las imágenes, el artista realiza búsquedas en
Google, seleccionando palabras clave que representen el tema sobre el que quiere trabajar. El objetivo es generar una contradicción
entre palabra e imagen, e incluso entre las propias imágenes para
que éstas generen una duda, una sombra de escepticismo en el
espectador, y se conviertan así en una herramienta crítica para el
análisis de la realidad dado que todo varía en función de la distancia
en que nos coloquemos con respecto a la obra.
“Dios”, “Yahvé” y “Alá” –en castellano, francés e inglés- son las palabras
utilizadas por el artista para localizar en Google las 6.000 imágenes
que componen “Googlegrama 04: 11-S”, la unión de dichas imágenes da como resultado, uno de los iconos visuales de este recién
estrenado siglo, la de las torres gemelas de Nueva York, incendiadas
y humeantes, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
“Googlegrama 09: Homeless”, representa lo que parece ser la figura de un indigente durmiendo en la calle sobre unos cartones. Una
estampa habitual en las calles de cualquier ciudad de nuestro tiempo, a la que parecemos estar ya acostumbrados. En este caso, las
“palabras-imágenes” que componen el mosaico, son los nombres de
las 25 personas más ricas del mundo seleccionados por la revista
Forbes en el año 2004.
En esta imagen Fontcuberta invita a reflexionar sobre algunas de las
consecuencias de la crisis económica tales como el desempleo, la
dificultad de acceso a la vivienda o la desigualdad.
Finalmente, en “Googlegrama 07: Tsunami” Fontcuberta construye
la imagen idílica de un atardecer en la Isla de Phuket, Tailandia. La
que fuera escenario del tsunami que en 2004 arrasó gran parte de
la costa del océano Índico, se ofrece al espectador con un aspecto
paradisíaco, si bien, está formada por las imágenes extraídas de la
búsqueda con las palabras “tsunami”, “ola gigante”, “maremoto”, “cataclismo”, “catástrofe natural” y “apocalipsis”. A través de este sosegado
atardecer, el artista, nos lleva a reflexionar sobre la inmisericorde indefensión del ser humano frente a la grandiosidad de una naturaleza
incontrolable; sobre el engaño de la arrogante sensación de dominio y control del hombre que se ampara en la tecnología pero que
sigue expuesto a la fuerza natural.
Estas tres piezas ponen de manifiesto la preocupación del artista por los acontecimientos políticos
y sociales de la época en la que vive y en este caso Fontcuberta se ha centrado en tres sucesos que
han marcado los comienzos del siglo XXI; en el ámbito político, el atentado de las Torres Gemelas en
2001 que manifiesta la debilidad del gran gigante político de finales del siglo XX y que desemboca
en un cambio de las relaciones geopolíticas tal y como las conocíamos. Desde el punto de vista de
los desastres naturales, el tsunami de 2004 que nos devuelve la visión de la fuerza de la naturaleza y,
finalmente, en la crisis económica que lleva azotando a las supuestas economías avanzadas desde
hace más de cinco años y que parecemos incapaces de resolver.
El artista utiliza la tecnología de imágenes para exponer las contradicciones del sistema, así como
para expresar que detrás de lo que vemos a primera vista se esconde una problemática social mucho más profunda sobre la que deberíamos reflexionar. Fenómenos como la globalización, la crisis
económica, la tecnificación, la desigualdad, el cambio climático, son todos ellos retos a los que la
humanidad se enfrenta más allá del lugar que habite en esta “aldea global”. En la llamada “era de la
información”, la interdependencia ha ganado definitivamente la batalla al aislamiento y la autarquía.
La “red de redes” ha puesto en contacto culturas diferentes que cada vez se parecen más, la diversidad pierde terreno a favor de la uniformidad.
Raquel Álvarez
Koré Escobar
MUSAC
Descargar