Elementos que se omiten al pensar en las soluciones al conflicto EE.UU-Cuba∗ María Rosa Gentile Martínez Doctora en Ciencias Históricas. Investigadora Asociada [email protected] Introducción La tesis central del trabajo, es que además de los contenidos históricos y políticos que sustentan el conflicto bilateral Cuba- Estados Unidos, hay elementos de ambas culturas e idiosincrasias que siempre tenderán a estar presentes en la eventual reanulación de los contactos y de las relaciones Estados Unidos-Cuba, y viceversa. La propaganda es un elemento presente en ambos lados del conflicto bilateral, pero de la parte estadounidense – con una historia larga de dominio sobre la isla y de resentimientos por esa pérdida – ella es alimentada constantemente por un sector poblacional de origen cubano que se considera desplazado y «desterrado» y le adiciona constantemente un elemento de distorsión del fenómeno acontecido en el país de origen; se incrementan los recelos de los ciudadanos estadounidenses no-cubanos, quienes resultan incapaces comprender no sólo a la Cuba de hoy sino tampoco a la Cuba de ayer que nunca llegaron a conocer más allá de los casinos, los burdeles, los centros de recreación y aquellas áreas donde los sectores más pudientes coincidían con estadounidenses en situaciones de estudio y trabajo. A esa realidad se suma una tendencia reconocida por algunos sociólogos estadounidenses hacia un elevado grado de ignorancia generalizada como una de las características quizás más sutiles que se presentan en el yo estadounidense (el «american self»), y que sirve de caldo de cultivo a la labor de desacreditación del proceso cubano posterior a 1959, sobre todo cuando se combina intencionadamente con otro rasgo del carácter estadounidense que se apunta relacionado con una «acentuación exagerada de la autonomía individual respecto a la sociedad en su conjunto y contra el poder central de un aparato estatal», sentimiento que es explotado mediante la repetición constante de que en Cuba el gobierno es central y tiránico – unipersonal- lo que para ellos implica una noción general de opresión y una dependencia absoluta- es decir, la renuncia a la condición individual. ∗ Ponencia presentada al XXVII Congreso de LASA, Montreal, septiembre de 2007. 101 El conflicto se aborda desde el ángulo, primero, de un ciudadano común, y segundo, en el marco de la politología; en el primer caso en base a observaciones personales en muchos años de intercambio directo con estadounidenses; y en el segundo por formación académica, pero se sustenta mucho en datos que aportan sociólogos de ese país que han trabajo la temática de su identidad y cultura. El primer aspecto que considero es el de las «imágenes» que en cada uno de nuestros países se tienen del otro: de la parte estadounidense, las imágenes sobre el «ser» cubano pasan por el interés político de su sistema de presentar solo aquellas que se correspondan con la necesaria justificación de su sostenida política agresiva. El discurso oficial y sus medios de propaganda alimentan sistemáticamente una visión distorsionada de la realidad cubana, en dos momentos históricos claves: uno, en nuestros inicios como nación independiente del dominio español ― recuérdense las imágenes que predominaban en Estados Unidos sobre la isla hasta el 1959 como el paraíso de la liberalidad, traspatio de EEUU – donde todo lo bueno y lo malo podía ser comprado, barato por demás1; dos, a partir del triunfo de la Revolución el primero de enero de 1959 que recalca la imagen de un pueblo malagradecido’ hacia las ‘bondades yanquis’ que habían «favorecido» material y tecnológicamente a la isla antes que al resto de Latinoamérica. A esas imágenes se adiciona el desaliento sistemático al contacto directo con los cubanos, que ya hoy sobrepasa la intención de un desaliento constante a la prohibición y el impedimento de todo contacto, visitas, intercambios –del cual las dificultades puestas a la delegación cubana para participar en este XXVII Congreso de LASA son más que elocuentes- acercamientos generales que además son penados por ley, en el país supuestamente más «libre» del planeta. El resultado de tal tergiversación de la realidad cubana es el pobre y efectivo cuestionamiento público en Estados Unidos a esas políticas. De la parte cubana, de una larga relación dominio-subordinación hasta 1959 emanaron hacia la cultura predominante en la primera mitad del siglo XX gustos y hábitos de consumo –material e intelectual- que perduran en mayor o menor medida en las generaciones más viejas, al igual que pueden manifestarse en formas de pensar y tendencias de comportamiento. Una de las formas de pensar derivadas de la influencia 1 Se recomienda la lectura de: Pérez Jr., Louis A. “On Becoming Cuban: Identity, Nationality & Culture”. University of North Carolina Press, Chapel Hill & London, 1999 102 de esa cultura subordinada de entonces era –entre los más viejos― la mayoría de los cuales se «autoexiliaron» en la nación del norte― que sin los «americanos» no era posible que el país- la revolución- sobreviviera, criterio que la experiencia de más de 45 años ha descartado y que fue muriendo incluso con parte de esa generación (y pienso en mi padre entre éstos). Otra parte de esa generación aprendió a vivir sin los Estados Unidos, aún cuando algunos, en momentos, puedan manifestar sentimientos encontrados de aproximación-rechazo. La malsana esperanza de los instigadores desde Estados Unidos de la hostilidad hacia la Cuba revolucionaria de hoy está evidentemente colocada en las nuevas generaciones que mayormente los conoce solo por referencias, docentes en el mejor de los casos, fílmicas en el peor de los casos por su grado de superficialidad, portadoras de imágenes de «éxito» y de «realización individual», a las que se suman otras caracterizaciones contradictorias, superficiales y espontáneas derivadas de las visitas familiares en ambos sentidos, las que tienden a trasladar mayormente un lado amistoso y altruista del ser estadounidense, pero individualizado. Pero esa malsana esperanza tiene su base también en buena medida en el desconocimiento, la generalización y la tergiversación de la realidad histórica concreta cubana, en lecturas parciales y superficiales de la vida cotidiana que desconocen precisamente nuestra historia, nuestra cultura, nuestra idiosincrasia y los méritos y realizaciones concretas del proceso revolucionario cubano para la totalidad de su población. El llamado «Caso Leían» aporta algunas esperanzas en cuanto a las posibilidades de alguna comprensión entre pueblos, porque puso de manifiesto la posibilidad de los estadounidenses de situarse por encima de la manipulación política y mediática, en un caso que le fue presentado desde ángulos divergentes entre la cultura política de una minoría en Miami y los valores más altruistas contenidos en la cultura nacional estadounidense. Pero el caso Elián es atípico. El desconocimiento mutuo, o el conocimiento parcializado de ambas realidades, no contribuyen a una solución duradera del conflicto entre las dos naciones. Aún posibilitándose un acercamiento que permitiera interactuar unos con otros- sobre una base de respeto mutuo- no necesariamente significaría que estadounidenses y cubanos llegaríamos a entendernos, debido al basamento cultural tan profundamente diferenciado entre ambas naciones e identidades. Pero al menos podríamos convivir2. 2 Pérez Lisandro y Guillermo Grenier, “The Legacy of Exile”, capitulo VIII. 103 Lamentablemente, la nación estadounidense está profundamente convencida de su «destino manifiesto» y resulta evidente que- en sus implicaciones para Cuba- siguen creyendo que ésta podría regresar a su pasado «estadounidense». Una segunda tesis posible del trabajo por tanto sería que ello no sería posible, ni aún imponiéndoselo con la fuerza de su aplastante maquinaria actual de guerra, porque aún en el caso que nos «conquistaran» no podrían jamás someternos nuevamente- como lo está demostrando hoy también la rebeldía iraquí, porque constantemente estarían chocando con la rebeldía de su historia y su cultura. Si comprendieran nuestra cultura tendrían que reconocer en ella también un cierto «destino manifiesto» –«la tierra más hermosa que ojos humanos vieron» según Colón; la colonia española más rebelde y que la llevó a su bancarrota, agotándola económicamente y derrotándola con las armas aunque le victoria se la llevara el Coloso del Norte que como hace siempre entrara cuando todo estaba ya hecho; la llave del Golfo; la siempre solidaria latinoamericana en época de Bolívar y San Martín, y de Fidel Castro. En todo caso, somos dos países que parecieran tener «destinos manifiestos», dictados por la Providencia, no importa cual sea el final. El de Estados Unidos derivado de la posibilidad de la nación de constituirse en tierras nuevas, lejanas, enormes y ricas, ignorando el derecho de sus nativos, defendiéndose con las armas de los que querían regresarlos al pasado colonial, desarrollando luego una admirable laboriosidad y creatividad que los colocara a la cabeza del mundo moderno, incentivados por un individualismo extremo que permitiera a las élites económicas actuar con manos sueltas subyugando a otros pueblos bajo la bandera del progreso, convencidos autocomplacientemente de que «ellos» fueron los «escogidos» para ello. A Cuba, nadie la escogió, pero parecería que la misma Providencia la hubiera considerada necesaria. La cultura democrática desarrollada en los Estados Unidos iniciales en rechazo a la deferencia social inglesa, al centrarse en el individuo y sus potencialidades, derivó en un pensamiento político de culto al sacrosanto ente individual, voluntarioso, incontrolable, protegido a ultranza por un limitado aparato gubernamental concebido sólo como «supervisor» de los excesos. Esa cultura democrática, su consciencia política, se nutrió de importantes contenidos derivados de las filosofías clásicas liberal y republicana: - de la liberal, con la primacía de los derechos individuales, la limitación 104 de poderes de los aparatos de gobiernos, y ajena al concepto del «bien común», y de la republicana, conservadora del orden establecido. El hecho de que estos principios dieran como resultado histórico una «gran nación» convertida en primera potencia mundial en un corto periodo de tiempo, para los ojos de los estadounidenses da validez a su «modo de vida», que según ellos debe ser imitado por el resto del mundo: siendo ese su destino manifiesto. Y si no se reconoce que debe ser imitado, entonces hay que imponerlo al resto del mundo. Su creencia en su «predestinación» como ciudadanos de una gran nación tiende a desarrollar en ellos un sentido de «superioridad» respecto a otras naciones y nacionalidades, y respecto a otras formas de pensar y de actuar, hacia otras culturas y lenguas. Véase el discurso del presidente George W. Bush en su aceptación de la nominación presidencial para un segundo mandato en Septiembre del 2004 cuando argumentó como motivación para cuatro años más el «interés por construir un mundo más seguro» y unos EEUU «más esperanzados», con un programa de gobierno en el marco de una «filosofía política conservadora, pero compasiva». En esa ocasión, Bush Jr. recordaba el ideal y el compromiso de su país por «expandir la libertad, por extender las fronteras de la libertad» – una vez más enfatizando la «libertad» como otro de los conceptos fundamentales del sistema de valores estadounidenses, en esta ocasión mencionado en asociación al papel de su nación como «designada divina» para ser su portador. Al ratificar su interpretación de «la libertad», en el contexto de promoverla en otras tierras, en el caso citado-- el Medio Oriente—Bush recordaba que su nación ha sido llamada a dirigir la causa de la «libertad» en un nuevo siglo porque -según élmillones allí «claman en silencio por ella»: los EEUU como «esperanza para los oprimidos y como la fuerza más formidable para el bien de la tierra», como «la forma de gobierno más honorable que jamás haya sido inventada por el hombre»; la libertad como «el regalo», no de EEUU sino de Dios a través de ellos. Y el recordatorio de su «destino manifiesto»: que como las generaciones anteriores, su nación tiene «un llamado proveniente de más allá de las estrellas» para «pararnos firmes por la libertad»: ese, dice George W. Bush, es «el sueño duradero de los EEUU». Pero Bush se olvida de que la interpretación que los «peregrinos» de su pasado histórico dieron a la «libertad» era que ésta era moral en referencia al pacto entre Dios y el hombre, libertad sólo en cuanto a lo que era bueno, justo y honesto, considerando que cualquier autoridad que la violara no sería real y debería ser «enfrentada y resistida». La interpretación puritana renegaba de la llamada «libertad natural» o 105 «libertad de hacer lo que uno quisiera ya fuera bueno o malo». La tradición bíblica de los puritanos daba al concepto de «libertad» un fuerte sentido ético, y que el «éxito» estaba explícitamente vinculado a la creación de un cierto tipo de comunidad ética. Se desconocía también en el discurso – como se desconoce hoy por todos los mandatarios estadounidenses- aquella tradición republicana Jeffersoniana que rechazaba la noción de libertad formal que daba vía libre para hacer la voluntad propia, o la destinada solamente a producir dinero. De Thomas Jefferson se tiende a tomar solo la «libertad» relacionada a la garantía de que algunas personas tengan poder legal para imponer sus puntos de vista sobre el resto de la gente (Bellah, Madsen, Sullivan: 1985: 254-278). Cuba, por su posición geográfica y cercanía a ellos, podría por tanto – según su representación egocéntrica del mundo- regresar a un pasado estadounidense con la asimilación de sus valores. El espíritu independentista cubano nunca ha sido reconocido por las sucesivas administraciones estadounidenses. Su «destino manifiesto» con relación a Cuba, por tanto, es volver a imponer a Cuba su sistema de valores y estilo de vida- cosa que se sitúa precisamente en el centro del conflicto bilateral de nuestros tiempos. Lamentablemente, más allá de sus gobiernos de turno, los estadounidenses suelen estar convencidos de que nuestro sistema es absolutamente totalitario y que no reconoce las libertades individuales básicas. Según los especialistas en el tema, lo anterior se explica porque, históricamente, al rechazar la autoridad arbitraria y opresiva de las monarquías y las aristocracias estilo europeo, la cultura estadounidense se centró en un individualismo extremo. Coexistiendo en un principio con la religión bíblica, esa identidad inicial estaba bajo la influencia de dictámenes de moralidad victoriana sobre lo aceptable o no en la conducta social: la identidad personal –individual y del grupogarantizaba una fuerte autonomía de los individuos frente a la sociedad de conjunto. Ese individualismo coexistió también con el republicanismo clásico– sobre todo en su énfasis generalizado en la dignidad y también la autonomía del individuo. En épocas posteriores la relación del individuo con su comunidad y sus tradiciones se desligó. Con los avances económicos, al diversificarse las ofertas del mercado en la primera mitad del siglo XVIII, el concepto de «autonomía personal» se expandió mucho más, sobre todo en los más pudientes- mayormente de de raza blanca- que contando con más «opciones» (choices) estableció su sistema de valores y los impuso al resto de la sociedad. La identidad estadounidense pasó pues a relacionar su capacidad de «escoger» 106 (credos religiosos y políticos, como vivir, en que ocuparse, como ser, etc.) con el logro de la felicidad individual, sinónimo casi de una vida exitosa- medida por el dinero que se posee y los bienes materiales. Esa especie de culto por el «uno mismo» (lo que en Estados Unidos llaman el «self») quedó reflejada en todas las manifestaciones de su cultura, sobre todo en su literatura. Y el culto por el «uno mismo» como tendencia empezó a identificar el concepto de libertad con el voluntarismo Tienden a creer que la libertad significa que cada individuo debe ser «dejado tranquilo», y que como individuos no se les impongan valores, ideas o estilos de vida, ni que se actúe sobre el individuo por parte de autoridades consideradas arbitrarias -tanto en la esfera familiar, laboral como política3 . La «libertad» en su sentido altamente individualista vista como un valor personal fue traspolada como valor «democrático»- en Estados Unidos- presuponiendo que el individuo puede pensar como quiere, participando libremente en la comunidad. Dicha comunidad debe respetarle, por encima de todo, sus derechos individuales. Es decir que, para los estadounidenses, hablar de «libertad» es hablar de autonomía personal, dentro de un marco ilimitado de «opciones», y el objetivo de esa libertad de «selección» u «opción» es supuestamente hallar la «felicidad» – un concepto relacionado directamente con el «buen vivir», que en definitiva se ha asociado a «tener éxito», todo lo cual tiene que ver con el dinero. De esa manera, el estadounidense está siempre presionado y obsesionado por el éxito, según un ideal de «libertad» asociado a la estimulación de la creatividad y la iniciativa y a la capacidad para hacer dinero. Y no solo es tenerlo sino exhibirlo, porque quien lo tiene y lo demuestra es considerado «respetable». Para Cuba – con un pasado de opresión externa, primero español y luego estadounidense― la libertad supone en primera instancia independencia y soberanía, por tanto, se generaliza dentro de un contexto menos individualista, más de grupo y de nación. Las opciones siempre han estado en la historia pre-revolucionaria condicionadas en primera instancia al subdesarrollo y la sumisión, cosa que para los estadounidenses resulta incomprensible. Por eso el concepto «libertad» no tiene para Cuba el matiz absoluta e intencionadamente político que da Estados Unidos al término en su confrontación actual con la isla. La absolutización de la autonomía individual que 3 Walker Howe, Daniel, “Making the American Self”. 107 hacen los estadounidenses los lleva a una politización de la «libertad» que entremezcla en un sentido práctico sus vocablos «freedom» y «liberty» - que según el diccionario Appleton, es libertad, exención, prerrogativa, inmunidad, licencia, permiso…. Una identidad como la estadounidense lleva implícita una infinidad de mitos que contribuyen a su auto-imagen de «gran nación», de «la nación a imitar»- una complacencia con ellos mismos que los hace menospreciar las experiencias y prácticas de otros pueblos y naciones. Entre esos mitos están los de las libertades personales- de expresión, de reunión, de credos. Cuando se analizan los tres hilos centrales de la cultura estadounidense según explicados por el sociólogo Howe - la tradición bíblica, la tradición republicana, y el individualismo expresivo y utilitario- vemos que para el primero, para los peregrinos portadores de una tradición religiosa puritana, la meta- la libertad- era vivir una vida genuinamente espiritual y ética, siendo ello el medidor del «éxito», y ello dejaba la prosperidad material solo como un signo de aprobación por parte de Dios, por demás debía ser compartida con la comunidad; la libertad para ellos era moral en referencia al pacto entre Dios y el hombre; libertad sólo en cuanto a lo que era bueno, justo y honesto, considerando que cualquier autoridad que la violara no sería real y debería ser enfrentada y resistida; renegaban de la «libertad natural o de hacer lo que uno quisiera ya fuera bueno o malo». Por tanto, la tradición bíblica de los puritanos daba al concepto de «libertad» un fuerte sentido ético, y el «éxito» estaba explícitamente vinculado a la creación de un cierto tipo de comunidad ética. Sin embargo, ya para la tradición republicana representada por John Adams y por Thomas Jefferson, el primero hijo de puritanos, el concepto de libertad se relacionaba con la garantía de que algunas personas tuvieran poder legal para imponer sobre el resto de la gente sus puntos de vista, de donde la libertad de la persona era fundamental frente a las acciones arbitrarias del estado. Para el tercer hilo de esa cultura, el individualismo expresivo y utilitario del siglo XVIII– la libertad estaba definitivamente en la oportunidad para el individuo de salir adelante con esfuerzo propio, y por propia iniciativa - el llamado «self-made-man» que alcanza el éxito individual mediante el trabajo duro, el cálculo cuidadoso, el sacrificio personal. Esta última visión Y esta pasó a ser en Estados Unidos la expresión mas acabada de «la libertad»: el salir adelante por esfuerzo propio, sin ayuda ni intromisión de nadie - un concepto enteramente individualista del éxito y de la libertad. Como dice la literatura, un éxito que cada vez mas se mide hoy en términos del 108 resultado de la competencia de todos contra todos en el mercado, del dinero- lo que además define a los ganadores – a quienes todos tratan de acercarse- y a los perdedores – de los que todos se alejan. Se trata, en el caso de Estados Unidos, de un individualismo feroz, implacable, incontrolable, situado al centro de todo- e invocado como derecho al logro de la felicidad personal, dejando casi sin papel o autoridad al aparato de gobierno en relación con los ciudadanos, quienes lo consideran útil por antojo en momentos de crisis, para garantizarles una cierta seguridad en la búsqueda individual- en la felicidad personal. Para los estadounidenses desde fines del siglo XVIII el «bien social» pasaría a ser una derivación de una sociedad en que cada quien buscara vigorosamente su interés propio. Ese individualismo feroz distingue al capitalismo estadounidense del de otros países, porque -como dicen los especialistas citados en este trabajo- la cadena «éxitodinero- admiración- más éxito- más dinero» tiende a mantener a los individuos en perenne competitividad, sin poderse dar el lujo de cesar o de tener compasión de los demás, y todo ello conduce a «una gran dureza de carácter». La utilidad de una acción, la conveniencia de esa acción, la convierte en una verdad - la verdad pragmáticaaquella que funciona, donde el fin perseguido justifica los medios utilizados para alcanzar algo. Ese pragmatismo excesivo les hace creer que- sólo con esfuerzo de voluntad- la realidad asume la forma que uno desea. Siguiendo esa línea de pensamiento, Cuba debería regresar a su pasado semicolonial respecto a Estados Unidos, cosa que no ha sucedido luego de más de 45 años. Mirándolo desde la isla, podríamos esperar con optimismo que ese pragmatismo nacional se impusiera y apostaran a un cambio de política hacia Cuba, pero tendrían que imponerse a los intereses nacionales por encima de los de una minoría en La Florida, envejecida pero todavía influyente, lo que haría que ese eventual acercamiento estuviera sometido a presiones de todo tipo. Lo que conduce a otra posible tesis, según la cual cualquier entendimiento bilateral estaría siempre condicionado por identidades nacionales diametralmente opuestas - la estadounidense y la cubana- a lo que se sumaría la permanencia de en un grupo relativamente grande de cubanos nacionalizados estadounidenses en La Florida que todavía reclama revancha, aunque ya solo fuera en memoria de sus padres y abuelos, todos los cuales reclaman que Cuba renuncie a sus principios y valores. Porque en materia de identidades, la cubana- en oposición a la estadounidense- fue conformada por nuestra propia geografía, la de un pequeño territorio con escasas 109 riquezas naturales; por nuestra historia de nación sometida y económicamente explotada por potencias externas, que nos dejó un sentimiento de rebeldía perenne ante la opresión extranjera, por un pensamiento político independentista y liberador que contiene incluso algunos de los ideales de no-sometimiento que en su momento influenciaron a los estadounidenses en su rebelión contra los británicos. Aún cuando en nuestra historia hubo quienes levantaron las banderas de la anexión, aplaudieron las intervenciones militares yanquis, saludaron en primer lugar la bandera «americana» y entonaron su Himno, y quienes en la actualidad justifican el «bloqueo», la inmensa mayoría de los cubanos en todos los tiempos hemos levantado el estandarte de la independencia, de la soberanía, y más recientemente del socialismo. Nosotros en Cuba, al igual que los puritanos «americanos» del siglo XVII, soñamos con ser una comunidad nacional que permita vivir una vida genuinamente ética, de trabajo creador, de elevación del intelecto, de cultivo espiritual, educacional y artístico, donde las personas tengan una dignidad propia pero que, en vez de darle a sus vidas el egoísmo de la autonomía individual, les de el desprendimiento necesario para crecer como personas en la ayuda a otros, en el bien común, donde el medidor del valor de los individuos sea su capacidad de progresar - pero en la medida que, en general, lo hagan también sus conciudadanos - su altruismo, su solidaridad para con los menos aptos, los menos capacitados física e intelectualmente, y en ese contexto se considere «exitoso» aquel que se destaque - no por lo que tiene- sino por su capacidad y su entrega, y así sea admirado familiar y socialmente. Los cubanos vemos la prosperidad material en dos niveles simultáneos, el familiar (más allá que el individual) y el social. Y como era para los peregrinos de los Estados Unidos iniciales, el cubano cree que cuando prospera materialmente, debe contribuir al bienestar de la sociedad, incluso con fondos propios. El éxito, para nosotros, no es el resultado de una despiadada competición con otros en el mercado, sino una emulación de esfuerzos y resultados. Y nosotros renegamos también –como esos puritanos- de la «libertad natural» o libertad de hacer lo que se quiere, bueno o malo. Para nosotros la «libertad» tiene un fuerte sentido ético, es comprometida con el resto de la sociedad, es independencia y soberanía nacional, es el derecho de todos a la dignidad del trabajo, es el derecho de la mujer a ser respetada como ser humano, como ser social; es el derecho de los campesinos a la tierra que trabajan para el bien propio y de todos; es el derecho de los niños a crecer sanos física y espiritualmente; es el derecho de toda la sociedad a ser alfabetizada, culta, a la superación educacional e 110 intelectual, a la salud y el deporte como fuente de éste y de una vida larga con calidad; y a una vejez tranquila y segura. Más allá del matiz de los espacios – no físicos- que nuestra sociedad deje a la expresión de la individualidad; más allá de los vicios insanos que puedan manifestarse a nivel comunitario y cotidiano que son comunes a toda colectividad humana; y más allá de la intensidad con que cada uno de nosotros nos dediquemos al trabajo, al estudio y al bien social, en nuestro tipo de sociedad las personas pueden graduarse como seres humanos, como personas profundamente humanistas. A pesar también de las desviaciones sociales que pueden haber generado las generalizaciones de algunos conceptos, como el de igualdad confundido a veces con el igualitarismo, y un cierto relajamiento y blandenguería en el reconocimiento de los derechos de los trabajadores, para los cubanos el «trabajo» es un valor importante fundamental, en aras de la dignidad personal y para el desarrollo de nuestra nación. Nuestros patrones éticos no se comprometen en la búsqueda de la individualidad, como si sucede en el caso de los estadounidenses, por tanto – a pesar de ciertos relajamientos ocurridos en los años del denominado «período especial» relacionados con situaciones económicas muy difíciles- éstos patrones no son independientes de la moral social. El «bien» y el «mal», lo que está «bien o mal» está claramente definido y no se pierde en la búsqueda de un propio «yo». Para los cubanos la autonomía personal se da en un contexto menos individual y más socializado, más familiar también. La familia, nuclear y ampliada (aquella que puede incluir a algunos vecinos y amigos), es altamente valorada, y como tendencia no suelen abandonarse los «roles» en aras de «ser uno mismo» y de encontrar la felicidad. Aún cuando también nosotros luchamos por el avance individual, y con el nuestro el de la familia, nuestra lucha y nuestro «sueño» es la ilusión colectiva de la prosperidad y el desarrollo de nuestra nación soberana e independiente, y en ello vemos la «felicidad», como la describiera José Martí: el hombre es feliz cuando es próspero. En nuestra cultura la felicidad no se relaciona en primera instancia con el placer, el ocio y el entretenimiento – aunque los reconocemos como parte necesaria de nuestra existenciasino con ver a nuestra familia viva, sana, unida y luchando por la prosperidad, de lo que derivamos el «sentirnos contentos», el «being happy». Para los cubanos la «utilidad» no sustituye al «deber», ni tampoco la «autoridad» es reemplazada por la auto-expresión extrema; y aunque a nivel personal y familiar 111 tratamos de «sentirnos bien», ello no es tomado como criterio de la verdad, o de la moral. Para nosotros, el «sueño americano» es válido para los que se ilusionan con la subjetividad. Al igual que otros muchos pueblos e individuos, incluso muchos estadounidenses, sabemos que el mito del «sueño americano», aunque todavía fuerte- y el egocentrismo que los caracteriza - los aísla crecientemente del resto del mundo, y sabemos que la prioridad que dan a su «self» cada vez más egoísta y altanero es crecientemente auto-destructiva y desmoralizante. 112 Bibliografía o MacGregor Burns, James; Peltason, J.W.; Cronin, Thomas E. : Government by the People , 9th.edition, prentice-Hall, Inc.Englewood Cliffs, New Jersey, 1975, o Moore, Michael: Stupid White Men, Pinguin Books, 2001-2002. o Greenblatt, Stephen: "Renaissance Self", Fashioning, Chicago 1980. o Pérez Lisandro y Grenier Guillermo: The Legacy of Exile, capitulo VIII. o Pérez Jr., Louis A.: On Becoming Cuban: Identity, Nationality & Cultur, University of North Carolina Press, Chapel Hill & London, 1999. o Safire, William: Safire’s Political Dictionary, Ballantine Books, New York, 1978. o Sullivan, Bellah: "Madsen Swidler and Tipton, “Habits of the Heart, Individualism and Commitment in American Life”, Perennial Library,1985, pp.254-278. o Whicker Alan: Whicker’s New World: America Through the Eyes and Lives of Resident Brits, Coronet Books, Hodder and Stoughton, 1985. o Walker Howe, Daniel: Making the American Self, Harvard University Press, 1997. 113