Entrevista a Daína Chaviano Emilio Gallardo

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Los dinosaurios nunca se extinguieron:
Entrevista a Daína Chaviano
Emilio Gallardo
University of Nottingham
En el tórrido agosto miamense la autora habanera Daína Chaviano y el entrevistador
acuerdan que la famosa pastelería del restaurante Versailles, situada en la no menos
renombrada Calle 8, le sirvan de oasis; y entre dulces y cafés cubanos se disponen a recordar
algunos de los momentos más significativos de la literatura fantástica y de ciencia ficción
en la isla.
Daína Chaviano (residente en Miami desde 1991) despertó para las letras cubanas
asombrando. Fue en 1979, año en el que se hizo con la primera convocatoria de la categoría
de ciencia ficción del Premio David. Este certamen, destinado a autores noveles, fue el
encargado de dar a conocer una serie de relatos que Chaviano había escrito durante su
primera juventud y que llevaban por título Los mundos que amo (Unión, 1980). A este
volumen le seguirían otros libros como Amoroso planeta (Letras Cubanas, 1983), Historias
de hadas para adultos (Letras Cubanas, 1986), o Fábulas de una abuela extraterrestre (Letras
Cubanas, 1988). Con ellos Chaviano fue construyéndose una voz propia, caracterizada,
entre otros rasgos, por la habilidad y la falta de complejos para aglutinar aportes procedentes
del mundo de la ciencia ficción y otros más cercanos a la literatura fantástica (magia,
mitologías, elementos sobrenaturales, etc.).
Asimismo, el interés de Chaviano por la ciencia ficción cubana y foránea se ha
proyectado más allá de su labor como creadora. En este sentido, no se ha de pasar por alto
que ya en 1982 fundó el taller literario de ciencia ficción “Oscar Hurtado.” Igualmente,
cabe resaltar su papel de antologadora, reflejado en sendos volúmenes: Los papeles de
Valencia el Mudo (Letras Cubanas, 1983), recopilación de la obra narrativa y poética
de Oscar Hurtado; y Joyas de la Ciencia Ficción (Gente Nueva, 1989), tomo en el que
Chaviano fungía además como traductora para ofrecer una compilación de la producción
de una serie de creadores internacionales. Del mismo modo, su empeño por dar a conocer
este tipo de literatura se tradujo en participaciones en el cine, la televisión y la radio. En
estos dos últimos medios llegó a tener un rol clave en programas como “Cine de Ciencia
Ficción” (1985) o “El universo de la música” (1983–1985).
En cuanto a sus publicaciones fuera de Cuba, se ha de destacar la serie de novelas
“La Habana Oculta,” compuesta por las siguientes entregas: El hombre, la hembra y el
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hambre (Premio Azorín de Novela, Planeta, 1998), Casa de juegos (Planeta, 1999), Gata
encerrada (Planeta, 2001), La isla de los amores infinitos (Grijalbo, 2006).
Por último, ni la poesía ni la literatura infantil son géneros extraños para Chaviano,
quien antes de su salida de Cuba había sido galardonada con el Premio Nacional de
Literatura Infantil y Juvenil “La Edad de Oro” de 1990 con País de dragones. Este libro
sería finalmente publicado en Caracas en 1994, y reeditado por Espasa Juvenil en España
en 2001. En cuanto a la poesía, además de sus colaboraciones en numerosas revistas y
antologías, en 1994 Betania sacó a la luz su volumen Confesiones eróticas y otros hechizos.
Para quienes deseen obtener más información sobre la autora, recomiendo su
completo sitio web www.dainachaviano.com.
Emilio Gallardo: En primer lugar, y, aunque entiendo que se trata de una labor
que toca llevar a cabo a quienes investigan sobre tu obra, ¿serías tan amable de esbozar una
periodización personal de la misma?
Daína Chaviano: Me cuesta trabajo clasificar o compartimentar mi propia
obra. Solo puedo decir que mis sellos literarios han sido la fantasía y la hibridación de
géneros. Los elementos fantásticos siempre se han entremezclado con temas de todo tipo:
históricos, sociales, eróticos, espirituales, góticos o de horror, religiosos, de ciencia ficción,
parapsicológicos… Y esta hibridación ha ido en aumento con el paso de los años.
EG: Tu serie “La Habana oculta” ofrece una lectura particular de la historia cubana
contemporánea. En ella, la ficción narrativa dialoga con los devenires históricos y las
diversas creencias espirituales presentes en la isla. ¿A la hora de fraguar esta tetralogía, qué
importancia jugó tu voluntad de verbalizar una recreación propia de la nación cubana?
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DC: Siempre que escribo hay una mezcla de planificación, instinto e improvisación.
Cuando comencé lo que hoy es una tetralogía, pensé que se trataría de nueve novelas
agrupadas en tríadas. Luego decidí que no quería aferrarme durante tanto tiempo al universo
mítico-mágico de la isla. Así es que el proyecto terminó siendo una trilogía, compuesta
por Gata encerrada, Casa de juegos y El hombre la hembra y el hambre. Hasta que me di
cuenta de que, si deseaba mostrar en la serie ciertos aspectos de la espiritualidad cubana
que nunca habían sido tratados, debía abordar el tema del mestizaje cubano, incluyendo
como protagonista la etnia china que nunca había formado parte de la novelística cubana
a la par de los africanos y los españoles. Así surgió La isla de los amores infinitos. Mientras
pensaba en la trama étnica y en cómo abordaría las experiencias espirituales de cada una,
también se me ocurrió incorporar las protagonistas de las tres novelas anteriores. Tantos
lectores me habían preguntado sobre el destino de esos tres personajes que decidí dar una
respuesta en la novela. Fue mi instinto el que actuó en este caso.
Por un lado, fui tejiendo una historia nueva, pero al mismo tiempo también iba
incorporando elementos ajenos a ella, concebidos en novelas anteriores, elaborándolos de
manera que mantuvieran la coherencia de la trama. Por el camino surgieron unas cuantas
sorpresas, incluso para mí misma. Así, pues, he empleado una mezcla de métodos a la hora
de concebir y escribir estas novelas. Por supuesto, la voluntad jugó un papel central al
planificar la estructura y la trama, especialmente en lo referente a la realidad histórica. Tuve
que estudiar muy bien el ambiente de cada época, y tener muy claro lo que deseaba decir,
antes de ponerme a improvisar y darle cierta libertad de acción a los personajes.
EG: Efectivamente, en los agradecimientos de La isla de los amores infinitos afirmas
que uno de los detonantes clave para la escritura de la novela fue la recreación de la “unión
simbólica de las tres etnias que componen la nación cubana, especialmente la china, cuya
incidencia sociológica en la isla es mayor de lo que muchos suponen.” ¿Podrías desarrollar
un poco más este interés por lo chino, que constituye uno de los pilares esenciales del texto?
DC: Esa inquietud por la herencia china olvidada surgió mientras escribía El hombre,
la hembra y el hambre. Uno de los fantasmas que se aparece constantemente a la protagonista
es un mulato achinado. Me di cuenta de que nadie había tocado el tema de la integración
china con las otras dos razas imperantes en la isla. Fue increíble la cantidad de información
que encontré. Por eso, aunque las historias del pasado muestran simbólicamente la llegada
de las tres etnias a la isla y la manera en que se funden, quise dar más relevancia a la china.
Se trataba de un territorio completamente virgen en la literatura cubana al que nunca se le
había dado la importancia que merecía.
EG: El erotismo avanza y se expande en tus narraciones con un afán tentacular,
acechando a otros campos como la noción de la nación, la cotidianidad política o las
proyecciones religiosas o mágicas. ¿Podrías abundar un poco más sobre la importancia del
elemento erótico en tu obra?
DC: Esas novelas, aunque escritas en mi etapa adulta, poseen una gran influencia
de ideas y experiencias de la adolescencia. Gran parte de mi generación vivió la sexualidad
de una manera extremadamente creativa y liberadora. El Eros fue un arma de escape y
de rebeldía contra la represión sociopolítica e ideológica que pretendieron ejercer sobre
nosotros desde la niñez. Así es que esa ebullición erótica que acompaña los acontecimientos
mágicos, históricos y paranormales de las novelas son reflejo y consecuencia de esa época.
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EG: En El hombre, la hembra y el hambre leemos: “Pero las mujeres son animales
misteriosos. Sólo Dios es capaz de descifrarlas. Y a lo mejor, ni él.” Efectivamente,
protagonistas femeninas como Claudia, Melisa, Gaia o Cecilia lidian continuamente con
el enigma y su vinculación con lo oculto las define. ¿Crees que existe una especial relación
entre feminidad y, digamos, “lo sobrenatural”?
DC: Tengo la impresión de que las mujeres —tal vez por una cuestión de
supervivencia milenaria— hemos desarrollado métodos de comunicación que han
crecido de manera paralela a los empleados por la cultura patriarcal dominante. Ante el
poder, la violencia y el ansia de posesión, hemos tenido que contraponer otros valores
que nos permitieran sobrevivir frente a las normas con que la sociedad podía detectar
síntomas convencionales de rebeldía. Cuando se menciona la “intuición femenina,” se está
reconociendo un hecho que forma parte de la cultura humana. Incluso quienes rechazan
el concepto de lo paranormal, suelen reconocer la existencia de esta intuición, que es
también parte del instinto de supervivencia. Los hombres también lo tienen, pero creo que
en la mujer está más aguzado. Además de las condiciones históricas, sociales y culturales
que pudieron fortalecer en la mujer ese “sexto sentido,” existen factores biológicos y
emocionales (demasiado complejos para ser analizados aquí) que son causantes de esa
“otredad” psicológica femenina. El hecho cierto es que los hombres y las mujeres suelen
enfrentar un mismo conflicto de manera diferente. Y aunque ambos sean capaces de
resolverlo, muchas veces lo consiguen por vías diferentes.
EG: En ocasiones, en tus textos los seres humanos aparecemos como unas criaturas
primitivas en comparación con otros entes galácticos (pienso, por ejemplo, en algunos de
los relatos de Amoroso planeta); o se apunta a que hemos sufrido un proceso de involución
espiritual que ha conllevado una pérdida de una trabazón más auténtica y fascinante con
la realidad o las realidades que nos rodean, como ocurre en Gata encerrada. En cualquier
caso, ambas concepciones de la humanidad implican una pérdida de una conexión mágica,
sentimental, que parece que nos hace más ignorantes, pero también más vulnerables. ¿Qué
opinas sobre este particular?
DC: Creo que los seres humanos hemos sufrido una involución en nuestro vínculo
con el entorno. Nos hemos vuelto demasiado dependientes de la tecnología. Hemos perdido
nuestra conexión espiritual y energética con el planeta. Hace unas semanas leí Earthing, un
libro que está creando una revolución underground. Uno de sus autores es un distinguido
cardiólogo. En este libro se narra, a partir de casos reales, cómo nuestro aislamiento de la
Madre Tierra ha traído un aumento de enfermedades de todo tipo. Hemos olvidado que
los seres humanos evolucionamos en contacto directo con el suelo, que es el conductor más
poderoso de iones negativos a nuestra disposición. Durante milenios caminamos descalzos
y dormimos sobre el suelo. Hoy se sabe que los radicales libres, causantes de la oxidación
del organismo y, por ende, de las enfermedades, la decadencia física y la muerte, son
neutralizados con los electrones de carga negativa presentes de manera natural en la Tierra.
Una costumbre tan simple como caminar descalzo veinte minutos diarios sobre un suelo
con hierba, arena, concreto o losas de piedra, que no tengan aislantes, puede ayudar a
cicatrizar heridas, incluso de operaciones, con mayor rapidez; acabar con dolores de todo
tipo, incluyendo los menstruales, regulando las alteraciones hormonales y los síntomas de
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la menopausia; disminuye los ataques de asma; mejora la hipertensión arterial; y combate
un sinnúmero más de padecimientos.
Los chamanes conocían estos efectos hace miles de años. No por gusto uno de los
remedios de los indoamericanos, cuando una persona está enferma, es abrir un hoyo en la
tierra, colocarla allí, echar tierra encima y dejarlo dormir o estar algunas horas en ese lugar,
envuelto como un capullo, dejando sólo la cabeza al aire libre. Con esto no estoy diciendo
que debamos dejar atrás todo el adelanto científico que hemos logrado, sino simplemente
que existen otras opciones más naturales y menos invasivas para nuestros organismos, que
nuestro enfermizo racionalismo ha intentado desterrar de la sociedad contemporánea.
Algo similar ocurre con las manifestaciones paranormales o parapsicológicas. La
tendencia general es desdeñarlas como superstición, aunque ciertos descubrimientos de la
física cuántica pueden servir para explicar muchas de ellas. Creo que las leyes del mundo
físico no están divorciadas de la espiritualidad. Todo lo contrario. Cada descubrimiento
considerado “anómalo” dentro de las ciencias, nos acerca más a la naturaleza divina.
Llevo muchos años investigando y experimentando con situaciones aparentemente
mágicas y paranormales. Ese mundo es parte de mi realidad cotidiana. Por eso muchos
episodios de carácter mágico, fantástico, mitológico o de ciencia ficción que aparecen en
mis novelas son completamente autobiográficos.
EG: A lo largo de las siguientes preguntas, desearía que repasáramos cómo se ha
venido produciendo el desarrollo de la literatura fantástica y de ciencia ficción en Cuba a
partir del triunfo revolucionario. En este sentido, y para comenzar, ¿cuál crees que fue la
postura de la política cultural cubana hacia este tipo de literatura durante las décadas de
1970 y 1980?
DC: En 1959, tras la toma del poder político por los guerrilleros, se produjo una
eclosión literaria en el país, aunque su origen provenía de escritores establecidos antes de esa
fecha. Me refiero a autores como Alejo Carpentier, Virgilio Piñera, y otros ya reconocidos.
De ese modo empezaron a aparecer obras e incluso géneros que no se habían publicado
antes, como la fantasía y la ciencia ficción. En la segunda mitad de la década de 1960, se
publicaron los primeros libros de ciencia ficción cubana en la isla, entre ellos, La ciudad
muerta de Korad (Cuadernos R, La Habana, 1964), de Oscar Hurtado, ¿Adónde van los
cefalomos? (Cuadernos R, La Habana, 1964), de Ángel Arango, y El libro fantástico de Oaj
(Unión, La Habana, 1966), de Miguel Collazo.
Durante la denominada “ofensiva revolucionaria” que se inició en 1968, aunque el
foco de acción básico se situó en torno a la economía, dicha ofensiva se extendió también a
la cultura. Las restricciones ideológicas que impuso tal ofensiva aumentaron el ostracismo
de escritores que tenían voces críticas y, a veces, ni siquiera tan críticas, sino que miraban
la sociedad de un modo mucho más libre, desenfadado y atrevido.
El gobierno consideró que toda manifestación cultural o artística que proviniera del
capitalismo era perniciosa y la calificó de “diversionismo ideológico,” pues desviaba a la
Revolución y la mente del “hombre nuevo” de su objetivo. Productos tan inocuos como las
películas de Walt Disney cayeron en el saco de lo prohibido. Y junto con eso, todo arte que
tuviera que ver con la imaginación, con la fantasía, y con ideas consideradas metafísicas
como la magia y la religión… Todo eso fue condenado como ideología perniciosa, a la que
se acusaba de burguesa o dañina para la formación atea y marxista del “hombre nuevo.”
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A finales de los años 70 empieza, imperceptiblemente, una ola de cambio
que proviene de la Unión Soviética; un cambio que años después desembocaría en la
“glásnost” y la perestroika, pero que se dejó sentir desde finales de los 70 a principios de
los 80. Debido a que Cuba asimilaba miméticamente la ideología proveniente del campo
socialista, en la isla empezaron a recibirse publicaciones soviéticas, como Sputnik, que era
una versión socialista del Reader’s Digest, traducida al español. En esa revista aparecieron
muchos artículos científicos y técnicos donde a veces se rompían las barreras entre ciencia
y metafísica, y donde también se publicaban cuentos de ciencia ficción. Gracias a esa
revista, los cubanos de mi generación pudimos leer, por primera vez, artículos sobre
temas parapsicológicos. Se trataba de asuntos que ningún cubano se hubiera atrevido a
mencionar, pero los soviéticos estaban publicándolos en su propia prensa y, por tanto,
pudieron entrar en nuestros estantes. Así empezó la “penetración ideológica” en la isla, esta
vez proveniente de la URSS.
En aquel momento existía el concurso de literatura David que premiaba obras de
escritores noveles en las categorías de teatro, cuento y poesía. Desde concursos anteriores,
los jurados ya habían notado la presencia de cuentos de ciencia ficción. Entonces se decidió
incluir ese género dentro del concurso, quizás pensando que no debía de ser tan terrible si
los soviéticos lo publicaban. A esa primera convocatoria envié mi libro Los mundos que amo
(Unión, La Habana, 1980), una colección de relatos que obtuvo el premio.
EG:¿Crees que tu triunfo en este certamen evidenció un cambio en la postura
político-cultural oficial sobre la literatura fantástica y de ciencia ficción?
DC: Creo que el cambio de la postura oficial hacia los géneros fantásticos fue
consecuencia del mimetismo con que se seguía el discurso soviético, y no una iniciativa
generada por los propios canales ideológicos de la isla. Sin embargo, el hecho de que se
premiara un libro de ciencia ficción cubana significó una apertura para la literatura de
la isla, entre otras cosas porque —quisiéranlo o no— ese premio rompió el velo de la
prohibición. Los cuentos de ese libro versaban sobre encuentros entre seres de diversos
mundos, sucesos enigmáticos en otros planetas… ese tipo de cosas. Estimulada por —y
escudada tras— lo que aparecía en Sputnik, también empecé a publicar artículos sobre
temas que rompían con el discurso histórico marxista, como el descubrimiento de objetos
arqueológicos que podrían indicar un origen alienígena no-terrestre de la especie humana.
Fui la primera persona de mi generación en hablar de paleocontactos, tanto en la prensa
como en la radio y la televisión, inspirada por la labor anterior del fallecido escritor
Oscar Hurtado. También hice programas radiales donde hablé sobre ovnis, percepción
extrasensorial, y otros temas bastante herejes para los ideólogos del momento… Todo
esto, que podría parecernos la cosa más inocente del mundo, era una cuestión bastante
osada para quienes vivíamos en la isla debido a sus posibles consecuencias políticas. Pero
yo misma había iniciado un cambio filosófico interior que me llevó a interesarme por esas
y otras cuestiones “prohibidas.”
Por supuesto, no podía hablar de espiritualidad y magia así como así. Era algo
demasiado peligroso; pero como siempre me interesó la física cuántica, la ciencia me ayudó
a encontrar las justificaciones teóricas necesarias para abordar esos temas. Comencé a atar
cabos entre las leyes de la física cuántica y los fenómenos parapsicológicos de un modo que
hoy puede parecernos familiar (al menos, para quienes nos mantenemos al día en estos
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asuntos), pero que en aquella época y en una isla como Cuba resultaban impensables. Así
es que, de un modo u otro, me las arreglé para violar las reglas de lo “ideológicamente
correcto.” Quien lea mi novela Fábulas de una abuela extraterrestre (Letras Cubanas, La
Habana, 1988) se dará cuenta de este juego. Allí se explica la magia como un intercambio
de energías e interrelaciones entre diversos universos o dimensiones. Hoy puede ser fácil
verlo así, pues desde esa fecha se han publicado centenares de libros sobre estas cuestiones;
pero en aquel momento, en Cuba y a finales de los años 80, yo actuaba y argumentaba por
mi cuenta.
Ese fue el camino que escogí. Otros escritores se dedicaron a hacer una ciencia
ficción más tecnológica. Algunos autores, como Agustín de Rojas, insistieron en escribir
sobre sociedades comunistas en el futuro. Otro grupo optó por una ciencia ficción sin
conexión social perceptible con la isla. Y hubo quienes prefirieron regresar a la literatura
puramente fantástica.
Toda esa evolución ocurrió a pesar de los tabúes ideológicos. Las circunstancias
estaban cambiando. Una nueva generación de escritores, que no había vivido las
persecuciones de los años 60, estaba emergiendo. Por otra parte, aunque nadie se hubiera
dado cuenta de ello, ya estaba en marcha la génesis de la perestroika. Así es que, dado que
los países del campo socialista aceptaban ciertos temas, creo que los encargados de velar
por la pureza ideológica de la isla se sintieron un poco confundidos. Para cuando se dieron
cuenta, ya era demasiado tarde.
EG: Así como los escritores policíacos consiguieron agruparse en una subsección de
la UNEAC, ¿los “fantásticos” estabais articulados de alguna manera en los años 70 y 80?
DC: El caso de los “policíacos” fue diferente, porque la mayoría hizo una literatura
que se acercaba a la ideología oficial, es decir, los detectives de las novelas policiacas en Cuba
siempre eran agentes de la Seguridad del Estado. No existía el clásico detective solitario
o el investigador privado de la novela tradicional. Era imposible concebir semejante cosa
dentro de la sociedad cubana. Salvo alguna excepción (por ejemplo, si la trama se situaba
antes de 1959), la mayoría de estas novelas transcurrían acorde con la ideología del Estado.
Y como se convirtieron en un apoyo ideológico para éste, se creó la subsección de literatura
policiaca dentro de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba).
No fue así en el caso de la ciencia ficción, que a veces solía ser más bien “problemática.”
Sin embargo, pude crear un taller literario de ciencia ficción en La Habana, el primero
que existió en la isla. Allí se agruparon jóvenes interesados en cultivar el género, muchos
de los cuales siguen en activo. En el taller organicé conferencias tanto literarias como de
temas científicos, e incluso de temas considerados heréticos o metafísicos, como la cábala.
Obviamente, se discutían también los textos de los aspirantes a escritores, pero nunca llegó
a crearse una subsección de escritores de ciencia ficción en la UNEAC.
EG:¿Pero estabais integrados como un grupo, teníais reuniones más allá del taller?
DC: No, nunca teníamos reuniones acerca del género que no ocurrieran dentro
del taller. A nivel personal, yo me reunía con tres escritores (Chely Lima, Alberto Serret
y Antonio Orlando Rodríguez) de manera regular, pero ninguno de ellos pertenecía a ese
taller. Eran amigos a los que me unía una afinidad especial, tanto literaria como espiritual.
Organizábamos nuestras tertulias literarias fuera del taller y siguiendo otros parámetros
creativos. Pero no hay duda de la importancia que tuvo el taller “Oscar Hurtado.” Incluso
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hoy —treinta años después— se sigue hablando de ese taller, fundado en 1982. En todos
los artículos y entrevistas dentro de Cuba, los escritores hablan de la importancia que
tuvo para el desarrollo de la ciencia ficción en la isla. Atraía a tantos jóvenes que llegó un
momento en el que fue imposible aceptar a los nuevos que llegaban. Entonces se creó el
taller “Julio Verne” para acoger a quienes, por razones de capacidad, era imposible recibir
en el “Oscar Hurtado.”
EG:¿En qué sentido ha influido la obra de Oscar Hurtado (1919–1977) en tu
creación, en particular, y en los interesados en este tipo de literatura, en general?
DC: Oscar Hurtado fundó y dirigió la Serie del Dragón, dedicada a divulgar la
literatura policiaca, de fantasía y de ciencia ficción en Cuba —algo que nunca antes se
había hecho. Gran parte de mi generación conoció estos géneros a través de esa colección.
Además, Hurtado publicó muchos artículos sobre ovnis y posibles visitas extraterrestres.
Tales temas son un lugar común en la cultura global contemporánea, pero no lo eran en los
años 60 y 70 dentro de Cuba. Todo eso alimentó la imaginación de los futuros escritores de
ciencia ficción, que descubrimos y leímos esos artículos incluso diez o veinte años después
de publicados. En ese sentido, Hurtado alimentó la curiosidad y el afán por romper con
la ortodoxia científica impuesta por el materialismo-dialéctico. Nos enseñó a desafiar el
orden oficial establecido dentro de una ciencia cerrada y excluyente de ciertas ideas. Y eso
es parte de los parámetros que estimulan e impulsan a todo escritor de ciencia ficción. Por
ello Hurtado fue vital para el desarrollo del género en Cuba.
EG: Crees que en la literatura fantástica o de ciencia-ficción hubo medidas
adaptativas, herramientas para adoptar posturas que se pudieran considerar peliagudas?
DC: No puedo hablar por todos, pero en mi caso, cuando publiqué Historias de
hadas para adultos (1986), aquello terminó siendo una defensa a ultranza de la importancia
del papel de la fantasía y de la imaginación para el ser humano: algo que había sido tabú
desde que tenía uso de razón. Lo que hice fue crear situaciones —a veces ajenas a la
realidad cubana— en las cuales la supervivencia de los personajes dependía de proteger
la existencia de esa fantasía. Sin el poder de la fantasía no podían sobrevivir. Eso era parte
del subterfugio.
Otro ejemplo está en El abrevadero de los dinosaurios (Letras Cubanas, La Habana,
1990),1 un libro de relatos que se desarrolla en una realidad donde los dinosaurios no
desaparecen, sino que habitan en una dimensión paralela a la humana y son una civilización
inteligente. Este encuentro entre dos especies distintas me dio pie para una serie de relatos
en los cuales los tabúes, las prohibiciones sociales y los prejuicios humanos chocan con la
mentalidad libre de los dinosaurios. En uno de los cuentos (“Romanza ambigua”) realicé
una defensa de la libertad del ser humano para escoger su orientación sexual. Probablemente
sea el primer cuento cubano, del género fantástico, donde se aborda abiertamente este
tema. Su personaje principal, un dinosaurio de orientación sexual ambigua, llamado
Verde Verde, se convirtió en un ícono gay —probablemente el primero— de la literatura
cubana, según me consta por artículos, cartas de lectores y mensajes más recientes dejados
en mi página de Facebook, de lectores gays que se sintieron tan identificados con él que
adoptaron ese nombre como seudónimo literario o personal.
En ese libro también enfaticé la importancia de la individualidad. Ten en cuenta
que en Cuba, desde la infancia, se nos inculcaba que el concepto de individualidad era un
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estigma. Desde que éramos niños debíamos repetir el estribillo de que todos éramos iguales,
lo cual estaba muy bien en teoría. Sin embargo, sabíamos que no era así como se aplicaba
este concepto en la isla, donde ocurría como en la novela de Orwell: “Todos somos iguales,
pero algunos son más iguales que otros.” Es decir, la miseria se repartía por igual para
el pueblo, pero la cúpula gobernante vivía como los burgueses a los que supuestamente
debíamos odiar. Esa “igualdad” se llevaba a extremos ridículos: si un varón llevaba melena
a lo “Beatles” o si una chica quería llevar minifalda a la escuela, se le pelaba allí mismo o
se le recortaba el dobladillo de la falda. Nadie podía ser diferente a lo establecido por los
parámetros ideológicos oficiales. Los dinosaurios de mi libro defendían su individualidad,
su derecho a ser distintos, a tener su propia personalidad. Eso en Cuba era tabú. Lo que
hice, pues, fue utilizar los mecanismos que me brindaban la fantasía y la ciencia ficción
para ir en contra del discurso oficial.
EG: En la década de 1980 te llegarían éxitos como el de Fábulas de una abuela
extraterrestre (1988). A esas alturas, ¿qué había cambiado en Cuba para la literatura
fantástica y de ciencia ficción?
DC: El público. Ese libro ocupó el número uno entre los más vendidos del año en
todo el país, por encima de los libros oficiales, políticos, policiacos… La propia prensa
oficial tuvo que reconocerlo. Conservo la página de la revista Bohemia donde se publicó
la noticia. Creo que este suceso estuvo relacionado con que el público, sobre todo el
más joven, necesitaba oír lo que se decía en una novela como Fábulas… Más allá de la
fantasía, más allá de la aventura y la anécdota de la obra, estaba el comportamiento de los
personajes. Esa novela tiene mucho que ver con rupturas ideológicas y espirituales porque
defendía la posibilidad de que hubiera algo más allá de lo puramente material. Rompía con
la visión marxista y dialéctica del universo. Es una novela donde la magia, la percepción
extrasensorial, las relaciones entre los individuos y sus modos de comunicarse o interactuar
eran por completo diferentes a los aceptados por los cánones gubernamentales. Creo que
todas estas cosas no sólo eran atractivas, sino que transgredían el discurso oficial del que
toda mi generación estaba harta, incluyendo el hecho de que sus principales protagonistas
eran femeninas, quienes usando su astucia, su memoria genética, su inteligencia y su
potencia mental, en lugar de la fuerza física o la violencia, lograban franquear todas las
prohibiciones y barreras autoritarias que se les habían impuesto.
EG:¿Cómo ves el panorama actual de este tipo de literatura en la isla?
DC: He leído obras muy imaginativas y exquisitamente escritas, junto a otras
tan mal redactadas e incoherentes que parecen pésimos bosquejos. No parece existir un
consenso editorial riguroso a la hora de publicar antologías o libros individuales. Hay
mucho desnivel en la calidad, sin contar con la gran escasez de publicaciones.
Amén de estos inconvenientes, en la isla existen problemas extraliterarios que
también están atentando contra el género. Han surgido escritoras con estilos y temáticas
que, al parecer, incomodan a algunos de sus homólogos masculinos del género, quienes han
intentado marginar o minimizar sus obras. He leído reseñas y críticas de estos escritores
que adoptan un estilo paternalista, condescendiente o burlón, cuando se refieren a temas
o criterios elegidos por esas autoras cubanas. En algunos artículos se refieren a sus colegas
femeninas con epítetos que serían insultos si fuesen usados en otros medios académicos…
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Claro, no todos los escritores de ciencia ficción adoptan esa postura. Y últimamente
he notado cierta disminución de esta tendencia. Incluso algunos escritores han reconocido
públicamente su equivocación por haber hecho clasificaciones peyorativas anteriores hacia
la literatura de corte humanista, con elementos fantásticos, o escrita por mujeres —un
cambio que demuestra su capacidad para evolucionar como individuos, pese al entorno de
violencia machista que existe en la isla y del cual los propios cubanos no son conscientes.
Pero en términos generales, algunos elementos del gremio cubano tienen que aprender de
otros colectivos internacionales, como los anglosajones, que son sumamente profesionales
en su acercamiento al análisis de los géneros fantásticos.
Otra característica que he notado en la ciencia ficción cubana es la existencia de
un grupo de escritores que persiste en la línea cyberpunk, la cual apareció en la isla hacia
la década de 1990. Se trata de un estilo que han tomado como arma, porque de alguna
manera les sirve para hablar de la realidad cotidiana. En el caso cubano, refleja el entorno
depauperado y casi catastrófico de una sociedad que se cae a pedazos. Aunque se trata de
un género casi obsoleto en el mundo, creo que esa literatura ha permanecido tanto tiempo
(¡casi veinte años!) en la isla porque el catastrofismo, la caída social y la amoralidad propias
de él son un espejo de lo que están viviendo ellos mismos.
EG: Desde 1991 te asentaste en Miami. ¿Qué destacarías de la comunidad intelectual
cubana residente en esta ciudad?
DC: Sin duda, Miami es una de las ciudades del exilio donde hay más escritores y
artistas cubanos en activo, de todas las tendencias y géneros. Hay presentaciones teatrales,
espectáculos musicales, exposiciones y peñas literarias que se realizan todos los meses,
aunque los medios masivos como la televisión casi nunca los difunden porque prefieren
destacar noticias políticas o sensacionalistas antes que eventos culturales. De todos modos,
es reconfortante saber que hay artistas cubanos en Miami que continúan creando, pese a
las dificultades propias de su profesión, sin subvenciones estatales.
Pero creo que si Miami está destinada a un legado importante no es el de su
intelectualidad, sino el de su cultura, entendiéndose por eso todos los aspectos que
conforman la vida y las costumbres de un pueblo. En una de mis novelas (La isla de los
amores infinitos), su protagonista reconoce que en esa ciudad febril y contradictoria, los
cubanos han conservado y cuidado de su cultura como si se tratara de las joyas de la corona
británica. Es posible que, algún día, lo que Cuba ha perdido en el último medio siglo
regrese a la isla proveniente de Miami, no igual que antes, sino pasado por el tamiz del
tiempo transcurrido en el resto del mundo; un tiempo que nunca pasó por la isla, donde
la sociedad no sólo se estancó, sino que ha retrocedido en muchos aspectos tecnológicos,
sociales y económicos. Espero que cuando eso ocurra, todo aquello que el gobierno trató
de extirpar porque se oponía a sus designios de control, regrese para renovar el espíritu del
país. Entonces los cubanos de las nuevas generaciones comprobarán que su tragedia mayor
no ha sido su aislamiento y su falta de contacto con el mundo exterior, sino la pérdida de
su propio pasado y de sus tradiciones culturales y cívicas. El derecho a pensar, hablar y
actuar con libertad, el derecho a decidir qué harán con su vida, no será solo parte de una
historia fantástica. Los cubanos comprobarán que, por suerte, los dinosaurios nunca se
extinguieron. Siguen vivos, y algún día volverán a la isla para devolverles la memoria de lo
que han perdido.
VOLUME 28, NUMBER 2
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Notes
1El
título de esta entrevista es un extracto de las líneas que Chaviano dedica a El abrevadero de los dinosaurios
en su ponencia “La fantasía y la ciencia ficción como espacios de libertad.” Este texto fue leído por la autora
en el 25th International Conference for the Fantastic in the Arts, 2004, Fort Lauderdale. En inglés (“Science
Fiction and Fantastic Literature as Realms of Freedom”) apareció en el Journal of the Fantastic in the Arts,
Vol. 15, Issue 1, Spring 2004, Florida Atlantic University, pp. 4–11. Allí se precisa la noción que la autora
tiene de esas criaturas imaginarias: “A dinosaur will never renounce his feelings, his spirituality or sense of
justice, even if pressure to do so. A dinosaur loves liberty in all its forms, but such liberty must be conquered
without violence. Violence is a repulsive concept completely against his nature. That is why I totally invested
my creatures with a pacifist philosophy and behaviour.”
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CONFLUENCIA, SPRING 2013
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