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Ilustración: ANTI-NEWTONIANISMI, DE CELESTINO COMINALE
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NEWTON. VIDA GRANDE, BIOGRAFÍA BREVE
LOS DEFECTOS DE LA GRAVEDAD
caparon a un pub a la vuelta de la esquina, cerca que podría haber sido famoso en varios departade Bene’t Street. Watson recuerda haberse sentido mentos, desde el adulterio hasta el radicalismo, pero
“un poco mareado cuando, en el almuerzo, Francis cuya obra más imponente es probablemente Prinentró en el Eagle para decirle a todo el que quisiera cipia mathematica, fruto de una colaboración de 10
oírle que había encontrado el secreto de la vida”. La años con Alfred North Whitehead? “El manuscrito
estructura del ácido desoxirribonucleico, el ladrillo se hizo más y más grande”, recuerda Russell en su
esencial de la existencia misma, resultó tener la ar- autobiografía, y en la mera transcripción, cuando el
moniosa forma de una doble hélice. Así,
trabajo principal estaba completo, llegó
la humanidad estaba en camino de desa trabajar “de diez a doce horas al día duentrañar y analizar los hilos fundamenrante ocho meses al año, de 1907 a 1910 […]
tales que forman nuestro adn. (Fue en el
y cada vez que me iba a dar un paseo solía
Eagle, en un momento menos memoratener miedo de que la casa se incendiara y
ble, que más tarde tomé mi primera cerse quemara el manuscrito. No era, por suveza ilegal y eliminé para el resto de mi
puesto, el tipo de manuscrito que pudiera
vida el estúpido hábito de tomar agua.)
escribirse a máquina, o incluso copiarse.
Continuando nuestro paseo —o recoCuando finalmente lo llevamos a la editorrido de bar en bar—, podríamos pasar
rial de la universidad, era tan grande que
por Christ’s College, el alma máter del retuvimos que rentar un viejo carromato
verendo William Paley. A comienzos del
para tal propósito.” Al reflexionar sobre
NEWTON
siglo xix, el libro Teología natural de Paesta experiencia agotadora, recuerda que
Una biografía breve
ley, con el argumento de que toda la “creamuy a menudo llegó a considerar el suicición” abogaba por la existencia de un didio y escribió que “mi intelecto nunca se
PETER
señador divino, se convirtió en el texto
recuperó del todo de la tensión. Desde enACKROYD
clave para los que veían la mano de dios
tonces definitivamente soy menos capaz
en las maravillas de la naturaleza. No mude lidiar con abstracciones complejas de
breviarios
cho después, llegaba a la misma universilo que era antes.” (Esto lo dice el hombre
Traducción
dad un joven estudiante llamado Charles
que llegó a escribir una Historia de la filode Martí Soler
Darwin, quien se sintió aterrado al resofía occidental.) Pero hablar del Trinity
1ª ed., 2012, 180 pp.
cibir las mismas habitaciones que había
también es convocar a la figura más im978 607 16 1105 5
ocupado Paley. Como naturalista y bióportante de todas: el hombre que escribió
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logo, Darwin esperaba seguir el camino
los primeros Principia mathematica, que
del gran hombre y quizá también llegar a
ocupó la Cátedra Lucasiana más de tres
ser sacerdote, pero, entre tanto, sus investigaciones siglos antes que Hawking y que, mientras que el reshabrían de conducirlo a una conclusión algo dife- to del país estaba paralizado por el miedo a la gran
rente. Tras quitarnos el sombrero por esta sorpren- plaga de 1665-1666, “revolucionó el mundo de la fidente coincidencia, también podemos hacer una losofía natural. Dio el primer tratamiento adecuapausa para reflexionar frente a las puertas del Tri- do del cálculo; dividió la luz blanca en sus colores
nity Hall, la escuela que ayudó a formar a Stephen constitutivos; empezó la exploración de la gravitaHawking, quien ahora ostenta la Cátedra Lucasiana ción universal. Y sólo contaba con 24 años de edad.”
de Matemáticas y también es miembro del GonviEsta cita proviene de la biografía escrita por Pelle & Caius College. Hasta hace relativamente poco ter Ackroyd de sir Isaac Newton, quien no se percatiempo, era posible encontrar al célebre anatomista tó, como cuenta la leyenda, de las implicaciones de
del tiempo y el espacio, nacido justo en el aniversa- la gravedad por la caída de una manzana. En sus inrio 300 de la muerte de Galileo, circulando por es- vestigaciones era bastante más meticuloso que eso
tas calles y plazas medievales en su carrito eléctrico: y, como madame Curie con el radio, no temía expees el mejor ejemplo que uno podría encontrar de un rimentar consigo mismo. Así, en su afán de distincerebro y un intelecto puros. ¿Y quién puede pasar guir la luz del color, se quedó mirando el sol con un
por los grandes jardines y espaciosas habitaciones ojo, para descubrir las consecuencias. Fue tan imdel Trinity College sin pensar en Bertrand Russell, prudente con su propia vista que, para recuperarse
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de la experiencia, tuvo que pasar tres días en una habitación completamente a oscuras. Más tarde, para
probar la teoría de Descartes de que la luz palpitaba como una “presión” a través del éter, deslizó una
aguja grande “entre mi ojo y el hueso, lo más cerca
posible que pude de la parte posterior del ojo”. Perseverante hasta el punto de la obsesión, estaba tratando de alterar la curva de su retina para poder observar los resultados, aun a riesgo de quedarse ciego.
Tenemos la tendencia a amar las anécdotas sobre manzanas y “eurekas” porque hacen que el genio científico parezca más humano y más azaroso,
pero otro gran habitante de Cambridge, sir Leslie
Stephen, estaba más cerca de la verdad cuando afirmó que genio era “la capacidad de esforzarse”. Isaac
Newton fue uno de los mayores adictos al trabajo
de todos los tiempos, así como uno de los grandes
insomnes. Su laboriosidad y aplicación hacen que
Bertrand Russell parezca un vago (y, como Russell,
tenía un miedo enfermizo a que el fuego se propagara entre sus papeles y libros, lo que, de hecho, ocurrió más de una vez). En una ocasión decidió que
un telescopio reflector sería un instrumento mejor
que el modelo convencional de refracción, y se empeñó en construirlo él mismo. Cuando se le preguntó dónde había obtenido las herramientas para
esta difícil tarea, respondió entre risas que también
él había fabricado las herramientas. De este modo,
confeccionó un espejo parabólico de una aleación
de estaño y cobre que él mismo había tallado, alisado y pulido hasta alcanzar un acabado similar
al vidrio, y construyó un tubo y una montura para
sostenerlo. Este telescopio de unos quince centímetros tenía la misma eficacia que uno de refracción
de poco menos de dos metros, ya que eliminaba las
distorsiones de la luz causadas por el uso de lentes.
En contraste con esta claridad y pureza, Newton
pasó gran parte de su tiempo sumido en una autogenerada niebla de superstición y excentricidades.
Creía en el perdido arte de la alquimia, por el cual
los metales básicos pueden transmutarse en oro; algunos mechones de su cabello que han llegado hasta
nosotros muestran que había grandes rastros de plomo y mercurio en su organismo, lo que sugiere que
también experimentó en sí mismo en este campo.
(Eso ayudaría a explicar los incendios en su habitación, ya que los alquimistas tenían que mantener un
horno encendido en todo momento para sus extravagantes planes.) No contento con la estrecha visión de
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Ilustración: LE VRAI SYSTÈME DE PHYSIQUE GÉNÉRALE DE M. ISAAC NEWTON, DE LOUIS-BERTRAND CASTEL
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la piedra filosofal y el elixir de la vida, creía que en el
cosmos había una especie de semen universal, y que
las brillantes colas de los cometas que rastreaba en
el cielo contenían materia de reposición de vital importancia para la vida en la Tierra. Era un excéntrico
religioso que, según Ackroyd, consideraba que los católicos eran “hijos de la ramera de Roma”. También
se entregaba a arcanas lecturas del libro del Apocalipsis y estaba obsesionado con las medidas reales
del templo de Salomón. Por otro lado, Newton eligió
escribir sus de por sí difíciles Principia mathematica
en latín, jactándose de que esto la haría aún menos
accesible para el vulgo. Sigue siendo venerado en el
pequeño mundo del esoterismo y las manías conspiratorias, y aparece como un miembro del “Priorato
de Sión” en El código Da Vinci. Además, secularistas
y racionalistas, a su manera, también conspiran para
mantener viva su mítica reputación. Así, todavía
se dice que el hermoso “Mathematical Bridge”, que
cruza el río Cam a la altura del Queen’s College, fue
diseñado por Newton de manera que se mantuviera
en pie sin clavos ni tornillos o juntas, sólo por efecto de la fuerza gravitacional. Según cuenta la leyenda, cuando científicos de una época posterior lo desmantelaron para descubrir su secreto, no pudieron
encontrar la manera de armarlo de nuevo y tuvieron que usar pernos y bisagras para volver a erigirlo.
Newton murió en 1727, y el puente no fue construido
sino en 1749, pero los rumores y las fantasías son mucho más fuertes que la realidad.
Pero también lo son los prejuicios anticientíficos. Francis Crick no creía en dios (propuso que en
su college en Cambridge hubiera un burdel en lugar
de una capilla), pero siguió al piadoso Newton en la
especulación de que la vida había sido “sembrada”
en la Tierra por una civilización superior. Su colega
de la “doble hélice”, James Watson, especuló en varias ocasiones, contra toda evidencia, que las mujeres y las personas con demasiada melanina en la pigmentación de su piel están genéticamente programados para rendir menos. Tal vez esto no debería
sorprendernos tanto. Joseph Priestley, el gran humanista unitario y descubridor del oxígeno, abrazó
la falsa teoría de la química de los gases según la cual
éstos se queman porque contienen “flogisto”, lo que
se denominó el “principio de inflamabilidad”. Alfred
Russel Wallace, gran colaborador de Darwin y tal vez
incluso su inspiración intelectual, nunca era más feliz que cuando asistía a sesiones de espiritismo y se
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maravillaba por la aparición de ectoplasmas. Puede
que no sea hasta Albert Einstein que encontremos
un verdadero científico que también es una persona
sana y lúcida, con un humanismo genial como parte
de su concepción del mundo —e incluso Einstein fue
blando respecto de Stalin y la Unión Soviética.
Tendemos a olvidar que la palabra científico sólo
fue de uso común a partir de 1834. Antes de ese momento, el título reinante era la denominación más
sutil de filósofo natural. Isaac Newton pudo haber
sido un excéntrico, un solitario, un fanático religioso y, durante su periodo al frente de la Casa de Moneda, un entusiasta de que se colgara a todo tipo de
embaucadores. Sin embargo, fue un gran conocedor
de los pensadores del pasado y de las lenguas antiguas, y cuando hizo una lista de los siete colores del
espectro, tras haberlos separado cuidadosamente de la luz blanca que todo lo envuelve, lo hizo por
una analogía con las siete notas de la escala musical.
Cualquier otra conclusión, según él, habría violado
el principio pitagórico de la armonía. Probablemente estaba equivocado en este anticipo de la teoría
del campo unificado que habría de eludir incluso a
Einstein, pero uno tiene que admirar a alguien que
se atreve a equivocarse de manera tan hermosa.
Pero no todo sobre Newton era así de armonioso.
Está claro que odiaba a las mujeres y bien puede ser
que haya muerto virgen, pues le aterrorizaba el sexo
(y creía que la sangre menstrual de las prostitutas
poseía propiedades mágicas). Peter Ackroyd, uno de
los mejores escritores de Inglaterra, crea un misterio donde no lo hay cuando habla de la obsesión
de Newton con el carmesí, que lo llevó a escoger el
mobiliario de su habitación completamente de ese
color, desde las cortinas hasta los cojines. “Se han
dado muchas explicaciones para esto —escribe—,
incluyendo su estudio de la óptica, su preocupación
por la alquimia o su deseo de asumir una grandeza
cuasi-regia”. Yo tiendo a pensar en una explicación
más fácil y más uterina…
El libro del que escribo es el tercer volumen de
la serie Brief Lives de Ackroyd, él mismo discípulo
notable del Clare College de Cambridge, que ya ha
“hecho” a Chaucer y a Turner, así como largas biografías de Dickens, T. S. Eliot,1 Blake y la ciudad de
1 El Fondo publicó en 1992 la traducción al español de esta magnífica
biografía, en versión de Tedi López Mills.
Londres (de más de 800 páginas), por lo que bien
puede ser el autor inglés más prolífico de su generación. Y, lo que me parece alentador, escribe de
forma conmovedora y reveladora acerca de Isaac
Newton, sin ser, igual que yo, ni un científico ni un
matemático. En nuestros días de juventud, en Cambridge, la disputa pública más famosa era entre el
“científico” C. P. Snow y el “literato” F. R. Leavis,
que con el tiempo se convirtió en una lucha internacional de varios volúmenes sobre “las dos culturas”, o la incapacidad de los físicos para comprender
o apreciar la literatura frente a la negativa de los departamentos de literatura de aceptar el más pequeño “cientifismo” en la alfabetización. Ackroyd nos
ayuda a confirmar que ésta es una falsa distinción
con una larga historia. Keats, por ejemplo, creía que
Newton había convertido nuestro mundo en un lugar árido, finito y poco romántico, y que un trabajo
como el suyo podría “conquistar todos los misterios con la regla y la línea [y] destejer el arco iris”.
No podía estar más equivocado: Newton era amigo
de toda mística y amante de las ciencias ocultas, y
deseaba a toda costa preservar los secretos del templo y evitar que el universo se convirtiera en una
cifra conocida. Por todo eso, generó mucha más luz
de lo que había previsto, y un día no muy lejano podremos considerar a la física como un área más “tal
vez la más dinámica” de las humanidades. Nunca
hubiera creído esto cuando sin mucha fe intenté por
primera vez beber el agua de Cambridge, pero eso
fue antes de que Carl Sagan, y Lawrence Krauss, y
Steven Weinberg, y Stephen Hawking fusionaran
las letras y la ciencia (y el humor), y se encaramaran para situarse, como el propio Newton una vez
expresó, “sobre los hombros de gigantes”.W
Reproducimos esta reseña, que apareció en abril
de 2008 en Vanity Fair, con la autorización de los
herederos de Christopher Hitchens, a quienes damos
las gracias. Traducción de Manuel Casals.
Christopher Hitchens fue un originalísimo ensayista,
afecto a la polémica en materias tan diversas como la
fe, la política exterior estadunidense, la literatura de
ayer y de hoy.
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Ilustración: SIR WILLIAM WATSON
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R ES EÑA
Los defectos de la gravedad
Incluso el paseo más relajado por la inglesa Cambridge trae a la mente un
panteón de grandes mentes científicas, pero ninguna mayor que la de Isaac
Newton. En esta reseña del fino estudio biográfico que Peter Ackroyd emprendió en
torno al genio del cálculo y la gravitación universal, el agudo escritor inglés
Christopher Hitchens recorre la ciudad y partes de la vida de este
hombre mítico y contradictorio
CHRISTOPHER HITCHENS
C
uando yo era niño e iba a
una escuela metodista en
Cambridge, Inglaterra,
trataba de beber tanta
agua como me fuera posible. Esta práctica se basaba en la falsa esperanza
de que así podría adquirir
algunas nociones de ciencia y matemáticas, materias en las que era un mal estudiante sin remedio,
y me parecía que en Cambridge sólo el agua podía
explicar la extraordinaria profusión de genio matemático que había florecido en esa pequeña y bastante fría ciudad en las llanuras de East Anglia.
Si usted da un paseo por la ciudad puede caminar,
por ejemplo, delante del Laboratorio Cavendish en
Free School Lane. Es fácil que le pase inadvertido:
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su llamativa falta de espacio y de recursos, su carácter en general austero y amateur, fueron amorosamente satirizados en la encantadora novela de Penelope Fitzgerald The Gate of Angels. No obstante,
el trabajo realizado en este edificio sin pretensiones
ha merecido un total de 29 premios Nobel, el más
conocido de los cuales quizá sea el otorgado a sir
John Cockcroft y Ernest Walton por el desarrollo,
en 1932, del primer acelerador de partículas (lo que
les permitió ser los primeros en dividir el átomo sin
necesidad de utilizar material radioactivo). Esto
ocurrió durante la excepcional dirección del profesor Ernest Rutherford, cuya benigna y brillante
gestión al frente del Cavendish también propició los
premios Nobel de sir James Chadwick, por el descubrimiento del neutrón, y de sir Edward Appleton,
por la demostración de la existencia de una capa
de la ionosfera que puede transmitir ondas de ra-
dio de forma fiable. No es precisamente una nota a
pie de página agregar a sir Mark Oliphant, pionero en el desarrollo del radar de microondas y que
voló a Estados Unidos durante la segunda Guerra
Mundial para ayudar a los científicos estadunidenses en la búsqueda de aplicaciones no pacíficas de la
división del átomo realizada en el Laboratorio Cavendish, en el programa que más tarde se convertiría en el Proyecto Manhattan. En muy poco tiempo, Robert Oppenheimer, otro de los protegidos del
Cavendish de Rutherford, murmuró para sí mismo
—mientras presenciaba la primera detonación nuclear, cerca de Alamogordo, Nuevo México— una
línea del Bhagavad Gita: “Me he convertido en la
muerte: el destructor de mundos.”
Frente a eso, y en un descanso del trabajo en el
mismo laboratorio, el 28 de febrero de 1953, los investigadores James Watson y Francis Crick se es-
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