De `sublime espectáculo` a `cordilleras paralelas`. Darwin, Fitz

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DE «SUBLIME ESPECTÁCULO» A «CORDILLERAS
PARALELAS».
DARWIN, FITZ-ROY, DOMEYKO, STEFFEN Y HOLDICH EN
LOS ANDES1
Rafael Sagredo Baeza2
En el extremo sur de Chile, con los Andes a la vista, Charles Darwin plasmó en su
diario la primera impresión que la cadena montañosa provocó en él. Entonces escribió: «esas masas inmensas de nieve, que no se funden jamás y parecen destinadas a
durar tanto como el mundo, presentan un gran, ¿qué digo?, un sublime espectáculo»
(Darwin, 1839: 175)3. Incluso el capitán Robert Fitz-Roy, corrientemente parco y ajeno
casi a toda manifestación explícita de sus emociones, reflejó la expectativa que la contemplación de la cordillera provocaba, escribiendo, cuando la apreció por primera
vez: «¡Al fin los Andes estaban a la vista!» (Fitz-Roy, 1839: 306)4.
La cordillera de los Andes tiene en los textos e ilustraciones de los tripulantes del
Beagle una presencia imposible de soslayar. Identificar la forma en que fue descrita,
1
Preparado en el contexto del proyecto FONDECYT Nº 1130515, «Los hombres de los límites. La
delimitación y demarcación de la frontera chileno-argentina. 1881-1908».
2
Académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Conservador de la Sala Medina de la
Biblioteca Nacional.
3
Todas las referencias son de una versión existente en internet del Viaje de un naturalista alrededor del
mundo, traducción de la segunda edición publicada por Darwin de la obra a la que entonces cambió su título, pero en la que el contenido original de 1839 se mantuvo en lo esencial como explica en el nuevo prólogo.
4
Todas las citas de Fitz-Roy son de la edición en español de su obra original publicada en 1839. De
regreso en Inglaterra, junto a la cartografía, instrucciones de navegación y material relativo a su viaje, Robert
Fitz-Roy trabajó en la preparación de un libro en el que dio cuenta de las comisiones hidrográficas en que
participó entre 1826 y 1836, presentando un recuento completo del primer viaje y la narrativa del segundo que él comandó a bordo del Beagle. La edición en tres tomos y un apéndice se tituló Narrative of the
Surveying Voyages of His Magesty’s Ships Adventure and Beagle…, apareció en 1839 y constituye una fuente esencial para el conocimiento de la empresa hidrográfica llevada adelante por los ingleses en América
del Sur. El tomo primero es el diario de Phillip Parker King, el segundo el de Fitz-Roy, y el tomo tercero
de la obra es el relato de Charles Darwin conocido como Viaje de un naturalista alrededor del mundo.
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V Coloquio de Darwinismo
estudiada, ilustrada y representada es nuestro objetivo. Considerando el papel que la
cordillera ha tenido y tiene en nuestra sociedad, así como su condición de fenómeno
delimitador de la frontera chileno-argentina, legalmente a partir de 1881, pero naturalmente desde la época colonial, en la perspectiva de la historia de la ciencia es necesario conocer las caracterizaciones, estudios y representaciones que se han hecho del
macizo andino. Desde un punto de vista global y amplio, por ejemplo para explicar
el uso que de este fenómeno natural hizo Darwin para avanzar, analizar y justificar los
planteamientos que terminarían formando parte de su teoría de la evolución; mientras que en una mirada local y acotada, para conocer los antecedentes científicos, geográficos e intelectuales con que contaron quienes suscribieron el tratado de límites
chileno-argentino de 18815. Cuyos efectos son objeto de nuestra preocupación en lo
relacionado con su implementación práctica y repercusiones sobre el conocimiento
geográfico de, por mencionar un aspecto abordado tanto por Darwin como por FitzRoy, la estructura geográfica de los Andes, motivo de controversia entre los peritos
encargados de delimitar y demarcar la frontera entre Argentina y Chile.
Abordar estos temas considerando como conjunto los escritos de los principales
tripulantes del Beagle, Robert Fitz-Roy y Charles Darwin, se justifica entre otras razones porque dos de los textos más difundidos de ambos científicos fueron publicados
originalmente en 1839 como una sola obra en tres volúmenes titulada Narrative of the
Surveying Voyages of His Majesty’s Ships Adventure and Beagle; porque esa edición fue
la que más oportunidades tuvo de ser conocida en América, también por el interés
que todavía entonces despertaban las relaciones de viaje; porque los demás escritos
de Darwin tuvieron una circulación acotada por su carácter monográfico o por haber
sido publicados en revistas científicas europeas de escaso conocimiento en América
meridional; y, por último, porque la obra que Darwin dedicó a la cordillera de los
Andes es una proyección, ahora desde el punto de vista estrictamente geológico, de
todo lo observado y deducido en su periplo americano y andino, además de reflejar
evidentemente lo señalado más arriba para sus textos especializados.
Una hipótesis para comenzar. Según la aprecien como forma del relieve o como geografía en relación a la población de América meridional, la cordillera de los Andes fue
para los viajeros del Beagle un fenómeno natural flexible y multiforme. Una característica que Chile y Argentina rápidamente olvidaron, si es que alguna vez la consideraron,
como lo demuestra el tratado que suscribieron en 1881, a través del cual la política pretendió someter la monumentalidad y heterogeneidad de las formas geográficas cordilleranas, así como su versatilidad en tanto medio de comunicación de vertientes oceánicas,
a la precisión y rigor del texto jurídico. Intentado transformar los cordones, sierras, estribaciones, pasos, valles y cumbres andinas en una sola forma, la de una frontera monolítica6. Un imposible generador de prácticamente todas las controversias limítrofes entre
5
En el artículo 1º del acuerdo se lee: «El límite entre Chile y la República Argentina es, de Norte a Sur,
hasta el paralelo cincuenta y dos de latitud, la Cordillera de los Andes. La línea fronteriza correrá en esa
extensión por las cumbres más elevadas de dicha Cordillera que dividan las aguas y pasará por entre las
vertientes que se desprenden a un lado y otro».
6
Cuando años después de firmado el Tratado de 1881 los estadistas comprendieron lo que hombres
como Fitz-Roy y Darwin habían escrito en la década de 1830, y otros naturalistas confirmado a lo largo del
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V Coloquio de Darwinismo
ambos países; en cuya resolución la ciencia, el conocimiento, los naturalistas y los científicos, cumplieron un papel relevante, ya sea que fueron o no considerados por los estadistas en sus determinaciones. Materia que es objeto de nuestro estudio.
Thomas H. Holdich, el geógrafo inglés que arbitró a nombre del rey de Inglaterra en las disputas limítrofes en los Andes sometidas a su consideración, y cuyas experiencias en ese y otros casos le permitieron escribir un tratado sobre la materia, en el
capítulo sobre los problemas geográficos en la delimitación fronteriza alude al caso
chileno-argentino con palabras que reflejan la interpretación que ofrecemos a partir
de las experiencias de Fitz-Roy, Darwin, Domeyko y Steffen en los Andes.
Holdich afirma que además de la ignorancia sobre las condiciones geográficas de
la zona fronteriza, quizás lo peor para definir un límite sea una geografía imprecisa.
Y que indudablemente en la historia reciente el ejemplo más notable de esta forma
errónea de delimitación, alentada por un antagonismo peligroso, es el que afloró entre
dos grandes repúblicas sudamericanas, Argentina y Chile, a propósito de la partición
de la Patagonia (Holdich, 1916: 186-190).
Las experiencias de naturalistas, hidrógrafos y geógrafos en los Andes a lo largo
del siglo XIX permite identificar el proceso en virtud del cual la cordillera pasó de
objeto de contemplación a sujeto de exploración y estudio sistemático, como el caso
de Charles Darwin lo demuestra contundentemente. El interés que científicos como
Parker King, Fitz-Roy, Darwin, Domeyko, Steffen y Holdich mostraron por el macizo andino se explica tanto por lo que éste representaba como elemento para analizar
la geología del planeta, como ocurre con la obra de Darwin sobre ella; por la importancia de conocer su estructura geográfica, como interesa al perito de límites Hans
Steffen; o como ejemplo para la política de que la ignorancia geográfica tenía consecuencias negativas a la hora de establecer fronteras, como se empeña en demostrar
Thomas Holdich.
Los trabajos de todos los nombrados reflejan también que en el proceso de transformarse en objeto y sujeto de estudio científico, la cordillera fue siendo despojada, a
lo menos en el texto, de su carácter de fenómeno natural privilegiado para la contemplación de la naturaleza, entre otras razones por su monumentalidad y el impacto sensorial que su vista provoca. Prueba de ello son la relación de su viaje y las Observaciones geológicas en América del Sur de Darwin. Pero también las diferencias existentes
entre los textos del propio Darwin, Parker King y Fitz-Roy y Domeyko, todos con
numerosas evocaciones a la cordillera como paisaje, verdadero cuadro de la naturaleza, respecto del que citamos de Steffen, en los que la necesidad de estudiar, describir
e identificar la cordillera para efectos de fijar una línea fronteriza despoja al científico,
o a lo menos a su texto, de prácticamente toda referencia estética y sensorial provocada por la contemplación de la naturaleza que son los Andes, ahora transformados por
la observación científica en estructura geológica y geográfica a la cual sólo se suman
adjetivos y conceptos técnicos precisos que buscan eliminar toda subjetividad.
siglo XIX, acordaron firmar el «Protocolo Adicional y Aclaratorio del Tratado de Límites de 1881» de
1893. En éste, y atendiendo a la realidad andina, consagraron el principio de exclusión bioceánica, resumido en la expresión «Chile no puede pretender punto alguno hacia el Atlántico como la República Argentina no puede pretenderlo hacia el Pacífico».
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Ejemplo de las etapas de este proceso es la obra de Ignacio Domeyko sobre la cordillera, en la cual se reúnen el análisis del geólogo y estudioso de la minería con la
mirada del hombre sensible, incluso romántico, que no puede permanecer impasible
ante los panoramas que su objeto de estudio le ofrece y traspasa a su obra científica
la conmoción emocional que provocan los Andes.
ESTREMECIDO POR LOS ANDES
La primera alusión a la cordillera de los Andes existente en el diario que Robert
Fitz-Roy llevó durante su viaje de circunnavegación es la provocada por la vista del
Pico de Tenerife, en medio del océano. Justificando la descripción que hizo del que
llama «monarca del Atlántico» y su «magnífica vista», con su cumbre que «resplandecía con los rayos del sol de la mañana», el marino se muestra consciente que para las
personas que han visto los Himalayas y los Andes «en toda su grandeza», dicha visión
sólo se ha vuelto «clásica por sus asociaciones históricas y por las descripciones de
Humboldt y muchos viajeros distinguidos» (Fitz-Roy, 1839: 59). Demostrando así que
era consciente de la majestuosidad del macizo andino que lo aguardaba en América
del Sur que, seguro, ya conocía por haber sido parte de la comisión hidrográfica encabezada por el capitán Roger Parker King entre 1826 y 1830 quien, en su momento, también apreció los Andes y contribuyó a la caracterización del litoral del Pacífico austral.
Las alusiones de Parker King a la que llama «gran cadena de los Andes» son escasas y breves. Alguna a propósito de otros hechos y situaciones en que es sólo una referencia marginal, y otra para describirla como una cordillera que tiene su origen en la
parte norte del continente y que se prolonga hasta su extremo sur, señalando sus características en el territorio chileno en relación con su altura, que va bajando de norte a
sur; y su cercanía al mar hasta introducirse en el océano y ser bañada en su base por
sus aguas en el extremo meridional de América del Sur, dando forma a una costa desmembrada compuesta por canales y archipiélagos, algunos de los cuales el marino
identifica como principales (Parker King, 1839: 565-566).
Como Fitz-Roy y Darwin después, el capitán Phillip Parker King también expresó
las impresiones que le provocaron los Andes. Por ejemplo, cuando trasladándose de
Valparaíso a Santiago a finales de julio de 1829, en pleno invierno, pudo contemplar la
cordillera entre las nubes desde la cuesta de Lo Prado. El relato de una situación tal
vez decepcionante por la vista parcial de los que llama «Andes imponentes», cuya belleza entonces no se apreció en toda su elocuencia, se completa con la información de
que «en un buen día, cuando la cordillera está descubierta, la vista es magnífica». Aun
cuando para él era todavía «más impresionante cuando sus laderas inferiores están
ocultas y sus cumbres parcialmente expuestas». La descripción termina con la afirmación de que «en cualquier circunstancia, la visión de la montaña desde la cuesta Lo
Prado es magnífica y produce un efecto indescriptible» (Parker King, 1839: 209).
Las palabras de Parker King demuestran que, como es imposible evitarlo estando en Chile, contempló los Andes en numerosas oportunidades. Y aunque no registró en su diario más impresiones que la citada, esta sola referencia demuestra que la
cordillera impactó su sensibilidad estética en tanto naturaleza imponente.
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V Coloquio de Darwinismo
En el caso de Fitz-Roy la cordillera se ofreció primero como un placebo para sus
expectativas y esfuerzos, lo que se expresa también en detalles como el nombre con
que describe el contenido del capítulo XVI de su narración «See Andes» («se ven los
Andes» o «ver los Andes»), en el que da cuenta de su avistamiento en la Patagonia
después de días remontando el río Santa Cruz, aparentemente sin grandes avances
hasta la exclamación reparadora: «Montañas distantes en el oeste cubiertas de nieve.
¡Al fin los Andes estaban a la vista!» (Fitz-Roy, 1839: 306). Transformándola desde
entonces en una referencia esencial en América meridional.
Tres o cuatro tópicos son los que se pueden identificar en la narración del hidrógrafo de la marina real en relación con los Andes: como fenómeno natural para la contemplación; como estructura geológica y geográfica; como frontera y vía de comunicación; y como elemento caracterizador de Chile. Todos ellos mezclados y en medio
de diferentes escenarios pues, aunque el Beagle entró por el cabo de Hornos al Pacífico, su derrota lo llevó por la costa de Chile hacia el norte, dando oportunidad a sus
tripulantes de apreciar muy diferentes formas y perspectivas de la cordillera, la que
de este modo se transforma permanentemente en las percepciones y descripciones
que Fitz-Roy, Darwin y otros tienen y hacen de ella. En la obra del marino inglés el
imponente fenómeno natural es objeto y fuente de conocimiento científico, estímulo
sensorial para la manifestación de diversas impresiones y, también, elemento diferenciador de sociedades y estados.
En tanto naturaleza, la primera y real aproximación de Fitz-Roy a los Andes es
como navegante, surcando los canales del extremo austral de América del Sur contenidos por márgenes formados, precisamente, por la montaña desmembrada por la
erosión del agua y el viento y los movimientos de la corteza terrestre. En las inmediaciones de caleta Cutfinger su relación del paisaje, matizada de conceptos propios
de un viajero romántico, muestra el impacto que le produjo, tanto como las múltiples
posibilidades de descripción que ofrecía. Ahí fue que escribió: «Desde este lugar, o
mejor desde una colina sobre él, la vista es sorprendente, cerca de nosotros se hallaba un macizo de alturas muy elevadas que impedían los fríos vientos meridionales y
recogían algunos rayos de la luz del sol que procuraban contener con las frecuentes
nubes de la Tierra del Fuego. En el lado opuesto, más allá de un profundo brazo de
mar, apareció una extensa cordillera de montañas, cuyos extremos las vista no podía
rastrear, y hacia occidente vimos un inmenso canal, que parecía un trabajo artístico
gigantesco, extendiéndose entre cordilleras paralelas de montañas, cuyas cimas estaban coronadas de nieve, aunque sus laderas se hallaban cubiertas de bosques interminables» (Fitz-Roy, 1839: 186).
Fitz-Roy descompone el macizo andino en sus partes esenciales, base, cumbre,
laderas; en sus elementos característicos, nieve, sol, sombra, viento y frío; y en sus asociaciones más llamativas como las «cimas cubiertas de nieve». Todo parte de un conjunto que siendo naturaleza es un «paisaje», «artístico» en muchas ocasiones, e inesperado por su detalles la mayor parte de las veces. Como cuando al momento de salir
de una ensenada entre los canales, «se abrió un sorprendente paisaje» que describe
detalladamente, utilizando metáforas normalmente ajenas a su estilo esencialmente
descriptivo, componiendo con su texto un verdadero «cuadro de la naturaleza»:
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Vista del Monte Sarmiento, el Beagle en el Pacífico sur. Reproducido de Robert Fitz-Roy, Viajes del
'Adventure' y el 'Beagle'. Diario.
Más allá de una expansión de profunda agua azul, como un lago, las montañas
se elevaban abruptamente a una gran altura y en sus cimas heladas resplandecían los
rayos del sol temprano, como en un espejo. De inmediato se hallaban a nuestro alrededor eminencias montañosas y precipicios de oscuros acantilados que dejaban caer
una sombra intensa sobre el agua estancada sobre ellos ( Fitz-Roy, 1839: 189).
Navegando entre el continente y la Tierra del Fuego es donde Robert Fitz-Roy asienta que «disfrutamos de una hermosa vista de la elevada montaña, con sus inmensos glaciares extendiéndose a lo lejos y a lo ancho», ofreciendo así otra de las características de
los Andes en el extremo austral, la presencia de los «ríos de nieve» como en el siglo
XVIII los llamó el piloto José Moraleda7. Pero también atendiendo a las diferentes posibilidades que la cordillera ofrecía para su apreciación pues ahí, aunque sus cumbres no
eran tan elevadas, bañada por un laberinto de canales, cayendo abruptamente hacia el
mar, con un corto espacio entre el agua salada y la cima helada, como advierte el marino llamando la atención sobre la perspectiva como un factor a considerar, «el efecto
sobre la vista del observador es muy grande e igual, probablemente, al de las más altas
montañas que están situadas a cierta distancia tierra adentro» (Fitz-Roy, 1839: 196).
7
Véase nuestro trabajo «Navegando entre ríos de nieve. El piloto Moraleda en la costa patagónica».
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El hidrógrafo concentrado y experimentado que era Fitz-Roy tuvo sensibilidad
para atender a las manifestaciones de la naturaleza que se expresaban en la cordillera en el sur del continente, sumando nuevos estímulos para los sentidos. «Donde
quiera que se observaban estos enormes glaciares, escribió, notábamos la más hermosa luz azul o los matices verdes del mar en porciones de hielo macizo». El azul
era el color predominante, continúa, y «el contraste de su matiz delicado en extremo, como el blanco deslumbrante de otros hielos, producido por el follaje verde
oscuro, los precipicios casi negros, y el profundo azul índigo del agua, eran muy
notables». Pero al color y las tonalidades de la naturaleza, sumó todavía otra expresión, el «atronador estrépito» producido por el derrumbe de todo el frente del farallón helado del glaciar que provocó sonidos cuyos ecos «resonaban en todas direcciones desde las elevadas montañas que nos rodeaban»; mientras la agitación se
manifestaba en «olas rompientes» en medio de un mar que repentinamente embraveció (Fitz-Roy, 1839: 196).
El desprendimiento de grandes masas de hielo desde los glaciares y ventisqueros
llevan a Darwin a reflexionar sobre el efecto de las masas de agua abruptamente removidas, pero también sobre el interés que ofrecen para explicar el transporte de bloques erráticos y su posición actual por efecto de la elevación del suelo. Tomando partido en una polémica de su época, concluye que «muy pocos geólogos dudan hoy de
que los bloques erráticos que se encuentran cerca de las altas montañas, han sido llevados por los mismos ventisqueros, y que los que se encuentran a gran distancia,
sumergidos en las capas subacuosas, han sido acarreados a esos lugares por montañas de hielo o retenidos por los hielos de la costa» (Darwin, 1839: 180). Lo que probaba la relación entre el transporte de los bloques erráticos y la presencia del hielo
bajo cualquier forma.
Las posibilidades que la naturaleza y la presencia de la cordillera ofrecían en medio
de los canales del sur hizo que Fitz-Roy asentara, a propósito de su travesía en la zona,
«disfrutamos de algunas vistas excelentes», entre las cuales, como la existencia de un
grabado lo demuestra, el monte «Sarmiento era preeminente» (Fitz-Roy, 1839: 315).
La oportunidad de apreciar la cadena montañosa se presentó reiteradamente frente a las costas de Chile central. Por ejemplo, cuando navegando hacia el norte a la
altura de la desembocadura del río Maipo, Fitz-Roy escribió en la bitácora del día 22
de abril de 1835, que «antes de la salida del sol, tuvimos una vista espléndida de la
cordillera de los Andes despejada de nubes y claramente visible desde el sureste casi
hasta el norte». En esta zona, era la cima del Aconcagua, con sus cerca de 6.900
metros, la que «sobresalía sobre todas las demás», asentó (Fitz-Roy, 1839: 368).
La experiencia acumulada es lo que le permite aconsejar, ya al final de su navegación por las costas de Chile, que «el momento justo antes de salir el sol es por lo general el más favorable para disfrutar de una vista clara de los Andes en toda su majestuosa grandeza». La razón es que cuando los rayos del sol trasponen sus cumbres
dando sobre los valles situados entre la cordillera y el mar, «las nubes de vapor se alzan
desde todas partes y, durante el resto del día, con pocas excepciones, oscurecen las
alturas distantes (Fitz-Roy, 1839: 413). Pero la racionalidad que exhibe el hidrógrafo
no evitó que en tanto naturaleza salvaje los Andes también se presentaran para el hombre de su tiempo como sublimes, por ejemplo, cuando en medio de los canales del
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sur, «entre las montañas cubiertas de nieve», confesó sobrecogido, «cuya vista lo hace
a uno estremecerse» (Fitz-Roy, 1839: 136)8.
Una conmoción similar experimentó Charles Darwin navegando en medio de la
costa desmembrada, momento en el que escribió: «En estas tristes soledades que
ahora examino, parece que en lugar de la vida reina la muerte como soberana»; o «los
numerosos canales que se pierden en las tierras, y entre las montañas, revisten tintes
tan tétricos que parece como si condujeran fuera de los límites de este mundo» (Darwin, 1839: 173-174). Definitivamente cogido por el lúgubre panorama, y nada menos
que en Puerto Desolación, asentó, «comienza el invierno y nunca he visto paisaje más
triste y sombrío». Sólo la continuación de la navegación con la «vista de la silueta de
las montañas» y de «esas inmensas masas de nieve que presentan un espectáculo sublime», sacan a Darwin de su estado melancólico y lo hacen reencontrarse con sus estudios geológicos (Darwin, 1839: 169 y 175).
LAS MÚLTIPLES FORMAS CORDILLERANAS
Robert Fitz-Roy también se interesó en los Andes como realidad geográfica objeto de interés científico, por lo pronto, respecto de sus alturas máximas, que entonces
algunos creían estaban en los Andes ecuatorianos. Para el marino, «las mediciones
del Aconcagua y del Villarrica tomadas por el Beagle demostraban que hay mucho
que investigar sobre el tema». Y aunque no se atrevió a afirmar categóricamente que
el Aconcagua era la cima de América, como efectivamente lo es, lo insinuó fundado
en las mediciones realizadas por su expedición (Fitz-Roy, 1839: 413-414). Su interés
también puede explicarse en la instrucción que recibió del almirantazgo inglés para
su comisión, en la que se lee: «Debe ser considerada una rama esencial del reconocimiento náutico dar la altura perpendicular de todas las colinas y elevaciones notables»
(Fitz-Roy, 1839: 49). Medida que en las costa de Chile se puede practicar también con
las cimas andinas en virtud de la cercanía de la cordillera a la costa y la posibilidad de
observar y medir sus cumbres desde el mar.
En tanto relieve en altura el geógrafo que era también Fitz-Roy apreció las posibilidades que ofrecía la cordillera, en particular «para hacer a ojo esbozos de la línea
8
Fitz-Roy utiliza la palabra sublime sólo en una ocasión en su diario, cuando aludiendo a la costa norte
de Chile y sur del Perú, refiere al apéndice sobre ellas ya mencionado para informarse de sus características. Pero demora al lector con sólo dos observaciones. La que nos interesa, para adjetivar como «sublime»
la que llama «costa abismal» existente entre Iquique y Arica, «tan elevada y se aproxima tanto al carácter
de enormes acantilados, de 1.000 pies de altura (304 metros aprox.), que es en realidad sublime», escribió.
(Fitz-Roy, 1839: 414). El hidrógrafo usa la palabra como sinónimo de grandeza o admirable, para aludir a
los acantilados que se extienden por cientos de kilómetros a lo largo de la costa y cuya altura sobrepasa
casi siempre los 500 metros, que pueden alcanzar hasta los 2.000, y cuyo promedio es de 700 metros. Es
decir, conscientemente no la usa, aunque la escriba, para significar una naturaleza intimidante y aludir al
placer asociado a la percepción de objetos que amenazan la existencia del observador, como se comprendió frecuentemente por el romanticismo. Inconscientemente sí lo hace, en el sentido romántico de sobrecogedora y amenazante, aunque sin escribir sublime, que reemplaza por estremecer, entre las cumbres en
medio del mar donde el contexto permite deducir que efectivamente está conmovido por la belleza potencialmente terrorífica/aterradora del paisaje.
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de las costa y otros detalles, tales como las cordilleras y las formas de los bancos». En
su opinión, «ascender las alturas cerca del mar es ventajoso» también, pues «ninguna roca o bajío escapa a la observación si el día está totalmente claro» (Fitz-Roy, Apéndice 1839: 112). Por eso a lo largo de su relación hay referencias a extensas vistas y paisajes mirados desde lo alto. Entonces, además de una forma placentera de apreciar la
naturaleza –«disfrutamos de una hermosa vista»–, una práctica científica indispensable cuando se presentaba la oportunidad. Desde «las cimas de las más altas colinas»,
escribió en los apéndices de su relación, «hicimos observaciones de latitud y hora,
marcaciones, mareas y magnetismos, triangulaciones y planos», en definitiva, «un
levantamiento correcto», exacto en ocasiones, demostrando los resultados de sus operaciones y prácticas (Fitz-Roy, Apéndice 1839: 111-112).
Otra forma de aprovechar la cordillera fue utilizando en más de una oportunidad
las que llama «alturas» o «cumbres» como referencia geográfica. La práctica y la información resultante de ella era para Fitz-Roy de tal utilidad que en la publicación de su
viaje ofrece como apéndice 51 una «Tabla de las alturas visibles notables desde un
buque», averiguadas según informa «por medición angular», y entre las cuales están
el Aconcagua, el Corcovado, el Osorno, el monte Sarmiento, el Villarrica y el Yánteles, todos parte de los Andes (Fitz-Roy, Apéndice 1839: 198-200).
Las excursiones por Chile, de una u otra forma todas cordilleranas, y el conocimiento adquirido le permiten a Fitz-Roy hacer algunas observaciones sobre las características en tanto forma del relieve que son los Andes, la mayor parte de las veces
constatando que no se trata de una estructura única y menos uniforme. «Todas las
costas orientales de la Patagonia, y lo poco del interior que he visto, escribió, me pareció que era una sucesión similar de cordilleras horizontales de tierra de variada altura, interceptadas aquí y allá por barrancas y cursos de agua» (Fitz-Roy, 1839: 295). La
que llama Patagonia occidental, en sí misma «una cordillera de montañas hundida en
el océano» (Fitz-Roy, 1839: 139). En otro momento será «cordillera y costa continua»
o «una cordillera de montañas irregulares y colinas»; a veces «cordilleras paralelas de
montañas»; o «dos hileras de cordilleras». Distingue «las cordilleras de montañas inferiores» y la de «terrenos más elevados»; pero también la «cordillera exterior, cerca del
mar», de las «cordilleras distantes» (Fitz-Roy, 1839: 186, 253, 319, 377, 381 y 487)9.
Estas impresiones serán confirmadas por el geólogo que era Darwin entonces quien,
en medio de su relato de viaje, es decir refiriendo sobre otros temas y situaciones, habla
de los «contrafuertes de la cordillera», de «los desfiladeros», de la «cordillera principal», de la «cordillera central» y de «la gran línea central», para referirse a la que también llama «espina dorsal de América» (Darwin, 1839: 127, 135, 158, 238, 247, 250).
En su relato sobre las poblaciones originarias y la geografía de la Patagonia y del
litoral chileno, Fitz-Roy alude a los ríos que nacen o no en la cordillera y los que atraviesan el continente hasta los Andes; especula sobre la dirección de los cursos de agua,
si corren o no al pie de la montaña, si alcanzan o vienen de la cordillera, y sobre «el
desagüe continuo de los Andes» y su orientación; alude a los lagos existentes en medio
9
En el apéndice Nº 40 de su obra, «Observaciones náuticas de la costa septentrional de Chile», FitzRoy ofrece una detallada descripción del relieve del litoral chileno, es decir, de la cordillera «externa»,
conocida como de la Costa.
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de ella y, también, a los pasos cordilleranos. Todos fenómenos, asuntos y materias
objeto de discusión entre los peritos de Chile y Argentina cuando iniciaron la delimitación y demarcación de la frontera común que el Tratado de 1881 estableció era la
cordillera de los Andes10.
Aunque la condición del macizo como límite entre regiones y pueblos es advertida por el geógrafo que es Fitz-Roy, al mismo tiempo alude a su calidad de fenómeno
articulador de espacios y sociedades a propósito de las tribus aborígenes que transitaban por los Andes sin mayores inconvenientes desde tiempos inmemoriales y de manera frecuente. En relación con la distribución de los indígenas de América meridional
el marino inglés presenta la cordillera como una frontera que separaba a los diferentes pueblos que habitaban en sus inmediaciones, al «ser la única barrera interna que
existe en esa extensión». Incluso, afirma, los que vivían hacia el este de los Andes «fueron llamados «puelche», que quiere decir gente del este (Fitz-Roy, 1839: 127-128).
Para la que llama su «idea sobre la distribución actual de las variadas tribus», describe que la Patagonia está dividida en dos porciones, la del este y la del oeste, siendo
ésta «la parte que se halla entre las cumbres de los Andes y el océano Pacífico», es decir
la que él apreció desde el Beagle, y que para él está absolutamente diferenciada de la
vertiente atlántica, que describe en otras secciones de su diario (Fitz-Roy, 1839: 130).
En tanto vía de comunicación, Darwin y Fitz-Roy en diversos momentos de sus
narraciones aluden a los Andes y a los pasos cordilleranos, por ejemplo cuando el
hidrógrafo habla de los existentes a la altura del río Maule, de las ciudades de Concepción y Valdivia y de la isla de Chiloé. Mientras que el naturalista escribe sobre los
conocidos y «pasos desconocidos existentes» y del uso que de ellos hacen las bandas
de ladrones de ganado, así como también de las «activas comunicaciones entre los
indios desde las cordilleras hasta las costas del Atlántico» (Darwin, 1839: 79, 191, 253).
En ocasiones la referencia a los pasos cordilleranos se da en relación a la descripción de los ríos existentes en la pampa y a la información de que sus fuentes están en
los Andes (Darwin, 82, 138). Oportunidad en que por ejemplo, y en relación con el
río Chubut que atraviesa la Patagonia oriental hasta los Andes frente a Chiloé, FitzRoy escribió: «no necesito insistir en las posibles ventajas que se derivan de esta comunicación abierta a través del continente con Chiloé» (Fitz-Roy, 1839: 269). Adelantándose en décadas a las preocupaciones y pretensiones de los marinos chilenos que
en las décadas de 1850 y 1870 fueron comisionados para explorar el litoral austral en
medio de las querellas de límites con Argentina y como una forma de allegar antecedentes para hacerles frente11.
10
Darwin por ejemplo, en la relación de la marcha por el río Santa Cruz hacia el oeste, escribe que
cuando Fitz-Roy decide devolverse, estaban a unos 224 kilómetros del Atlántico y a 96 del Pacífico (Darwin, 1839: 138).
11
Esta relación tiene una expresión material en un texto de Ignacio Domeyko del año 1875 sobre la
configuración del territorio chileno en el que al final, luego de ofrecer una acabada descripción de las formas del relieve, informa que poco se sabe de la geografía patagónica, pero que la carencia está comenzando a ser superada gracias a las exploraciones y reconocimientos del litoral dispuestas por la Armada a
comienzos de la década de 1870 y encabezadas por el marino Enrique Simpson, y de las que hemos dado
cuenta en nuestro trabajo, «De la hidrografía imperial a la hidrografía nacional. Reconocimientos del Pacífico sur. Siglos XVIII y XIX».
24
V Coloquio de Darwinismo
Adaptándose a las perspectivas, intereses, necesidades, obligaciones o impresiones del observador que es Fitz-Roy, la cordillera de los Andes será fenómeno natural
multiforme o antecedente geográfico en relación a los pueblos que habitan sus inmediaciones; demarcatoria de regiones y soberanías en función de los espacios que como
la Patagonia se extienden en sus vertientes; o paso de tránsito y articulador de sociedades entre otras posibilidades de la que aparece como una muy flexible realidad
natural que, décadas más tarde, los intereses nacionales pretendieron transformar y
representar como un macizo monolítico con sólo dos cualidades: altas cumbres que
dividían las aguas. Por ahí correría un límite imposible pues, en definitiva, sus más
altas cumbres no siempre dividen las aguas. La ignorancia geográfica, el olvido del
conocimiento acumulado y las razones de la política y los intereses nacionales contribuyen a explicar lo ocurrido en 1881.
Situación que fue también advertida, cuando no censurada, por uno de los participantes de las comisiones de peritos encargados de implementar el Tratado de 1881,
el geógrafo Hans Steffen, quien, en las memorias que escribió sobre su participación
en aquellos trabajos concluyó: «Si es que se pudieran sacar lecciones del litigio limítrofe chileno-argentino para definir límites en general, estas serían las siguientes: Conceptos de carácter netamente orográficos como «montañas», «cadena montañosa»,
«cordillera», «encadenamiento principal», «línea de cresta», «ladera» y otras más son
términos demasiado vagos y elásticos, como para que sirvan al propósito de fijar con
exactitud una línea limítrofe en el terreno y en los mapas. El término «divisoria de las
aguas» tampoco sirve para el propósito de fijar fronteras, cuando es utilizado junto
con términos orográficos que no pueden ser definidos por indicaciones topográficas
inequívocas. Términos como «encadenamiento principal que divide las aguas», «divisoria principal andina de las aguas» etc., parecieran ser precisos e inequívocos, pero
en realidad permiten distintas interpretaciones y en su oportunidad fueron perfectos
para hacerle el quite o enmascarar indicaciones topográficas definidas y claras, que
no se querían o no se podían dar» (Steffen, 1929).
UN GEÓLOGO EN TERRENO. DARWIN EN AMÉRICA DEL SUR12
El efecto de los Andes en la experiencia científica de Charles Darwin es de tal trascendencia que se puede sostener que sus Observaciones geológicas en América del Sur
es un libro sobre la cordillera, las etapas, formas y consecuencias de su progresiva elevación desde el fondo del océano, y su composición, estructura y características. Todo
en un contexto y en un momento en que la geología era una ciencia en auge además
de principal preocupación del joven naturalista.
Así lo refleja el que la primera edición de su viaje se publicara en 1839 como Diario de las investigaciones en geología e historia natural de los distintos países visitados
por el Beagle, y que sólo a partir de la segunda edición, en 1845, concluida su obra
12
Aprovechamos en este apartado el estudio introductorio en coautoría con Francisco Hervé de la reedición de las Observaciones geológicas en América del Sur, adaptando su contenido a esta presentación y
ampliando los antecedentes que Darwin ofrece y en que se funda esta nueva interpretación de su quehacer.
De «sublime espectáculo» a «cordilleras paralelas»…
25
geológica y cambiado el área de interés de Darwin, el viaje se nombrara Diario de las
investigaciones en historia natural y geología. Para terminar con el rótulo más conocido de Viaje de un naturalista alrededor del mundo, y en el que la mayor parte de su
contenido está dedicado a sus observaciones geológicas en América meridional y a la
cordillera en particular.
Ayuda también a explicar su atracción, además de la elocuencia con que en América la naturaleza ofrecía las manifestaciones de la historia geológica del planeta, el
impacto que en el joven científico tuvo el ser testigo privilegiado de algunas de las
más dramáticas expresiones de la vitalidad de la tierra. Por eso en las páginas finales de su relación, cuando resume su viaje, entre las que llama «escenas magníficas»
que ha tenido ocasión de contemplar, escribe, están los «volcanes en actividad y los
efectos aterradores de un terremoto». Ambos fenómenos, confiesa, «tienen quizá
para mí atractivo especial por estar íntimamente ligados a la estructura geológica
del globo», aunque no puede dejar de reconocer que «sin embargo para todo el
mundo debe ser el terremoto suceso capaz de producir profunda impresión» (Darwin, 1839: 350).
En América, a través de su trabajo como geólogo es que Darwin da muestra de su
gran capacidad de observación, su aptitud para atender a los detalles más insignificantes de la realidad y su talento para extraer principios y nociones generales desde
la apreciación de hechos y fenómenos concretos.
En la Patagonia, en medio de una naturaleza feroz, se mostró impresionado por
la cantidad de fósiles que encontraba a medida que se adentraba en el continente,
escribiendo, «este lugar es una verdadera catacumba de monstruos pertenecientes a
razas extintas» (Darwin, 1839: 63). Sus hallazgos de restos de animales a kilómetros
del océano lo llevaron a pensar en la multiplicidad de las antiguas especies, pero también a reflexionar sobre el levantamiento del terreno de esta «llanura desolada, plana
y yerma» que es la pampa. La que caracterizó como «un desierto», «estéril», sólo
cubierto por una espesa capa de guijarros, con escasa agua y salitrosa, de pobre y espinuda vegetación «que parecen prohibir al extranjero la entrada en estas regiones
inhospitalarias» (Darwin, 1839: 51).
Conceptos como los señalados serían citados a mediados del siglo por tratadistas
chilenos para justificar por qué la Patagonia no tenía ningún significado para Chile;
años más tarde, cuando las controversias limítrofes estaban en pleno desarrollo algunos cambiaron de opinión y justificaron el renovado interés nacional por la Patagonia expresado también en expediciones de reconocimiento desde la costa del Pacífico en busca de un paso a través de los Andes hacia la Patagonia oriental. Lo dicho
demuestra que la obra de Darwin era conocida y citada, aunque a la luz de lo ocurrido en 1881, sólo cuando reafirmaba opiniones ya formadas.
Las reflexiones de Darwin no se limitaron a la geología, su paso por la costa oriental de América del Sur le dejaron como enseñanza que «el estudio de las geología de
La Plata y de la Patagonia nos permite concluir que todas las formas que afectan las
tierras provienen de cambios lentos y graduales», aludiendo así directamente a lo que
más tarde se conocería como evolución de las especies. En la pampa es que también
escribió: «imposible es reflexionar sobre los cambios que se han verificado en el continente americano sin sentir las más profunda admiración. Este continente ha debido
26
V Coloquio de Darwinismo
vomitar monstruos inmensos». Para seguir inquiriendo, «¿cuál es la causa de la desaparición de tantas especies y hasta de géneros enteros?» (Darwin, 1839: 129).
Estimulado por la elocuente realidad natural que mostraba la elevación gradual
del continente sobre las aguas, Darwin, consciente del significado de sus observaciones en relación con el conocimiento aceptado, afirmó, «espanta la idea del increíble
número de años que por necesidad han debido transcurrir para que este trabajo se
verifique». Concluyendo, a la vez que mostrando la impresión que sobre él ejerció
América, «en este continente meridional todo se verifica a gran escala». La Patagonia
lo llevó a exclamar exultante, pero también seguro gracias a la experiencia acumulada como geólogo, «¡qué inmensas revoluciones geológicas pueden leerse en esta sencillísima costa!» (Darwin, 1839: 127-128).
Inquieto por todo lo que había podido apreciar hasta entonces, con numerosas
preguntas y con algunas teorías como posibles respuestas, Darwin entró en el Pacífico, expectante ante la segura y cercana contemplación de la cordillera. En el extremo
sur de América tuvo a la vista los Andes y con ellos su primera impresión ya citada al
comienzo, cuya evocación culmina con la expresión «un sublime espectáculo».
Más al norte, ya en la zona central de Chile, no pudo dejar de insistir en que era
«evidente que toda la línea de la costa ha sido levantada», lo que unido a la imponente
visión del macizo cordillerano lo hizo advertir: «quién podría dejar de admirar pensando en la potencia que ha levantado esta montañas» (Darwin, 1839: 186). Mostrando la creciente expectación geológica que su paso por América iba provocando, Darwin relató en su diario que «las rocas quebradas sometidas a la acción del fuego
atravesadas por innumerables diques de diorita prueban cuán formidables emociones han tenido lugar en otros tiempos» (Darwin, 1839: 189). Entonces también alude
a la que llama «ferocidad de la naturaleza» y al poder de las fuerzas geológicas que,
sin embargo, él no ha podido apreciar jamás en toda su magnitud.
El naturalista no ocultó la admiración que le provocaron los Andes. En Valparaíso, recién llegado, y ante el macizo cordillerano escribió, «hacia el nordeste hay un
hermoso horizonte sobre los Andes. El Aconcagua presenta un aspecto grandioso».
Imbuido de un romanticismo que no es común en él, completó su descripción: «La
cordillera debe gran parte de su belleza a la atmósfera a través de la cual se contempla. ¡Qué admirable espectáculo el de estas montañas, cuyas formas destacan sobre
el azul del cielo, y cuyos colores revisten los tintes más vivos cuando el sol se oculta
en el Pacífico» (Darwin, 1839: 183).
Desde lo alto de alguna cumbre, estimulado y mostrando el proceso que fue dando
origen a sus teorías pregunta: «¿Quién podría dejar de admirarse pensando en la
potencia que ha levantado estas montañas, y más todavía en los innumerables siglos
que se han necesitado para romper, trasladar y aplanar partes considerables de estas
colosales masas?» (Darwin, 1839: 186). Es la cordillera que se presenta ante Darwin
como un inmenso baluarte coronado de trecho en trecho por una torre, un antiguo
cráter o un volcán todavía en actividad. «Un muro que limita de un modo perfecto al
país», escribió (Darwin, 1839: 187).
Avanzando hacia el este, hacia el pie de los Andes, se muestra complacido por el
placer que le producen «estas inmensas montañas». Junto al «espectáculo imponente» que ofrece la cadena principal de la cordillera recortada contra el cielo azul, Darwin
De «sublime espectáculo» a «cordilleras paralelas»…
27
se muestra sorprendido por las huellas que a cada paso encuentra de la acción del mar
«sobre tierras emergidas lentamente» (Darwin, 1839: 194).
En Chiloé, el volcán Osorno, el Corcovado y otros que no individualiza, lo llenan de
admiración, pero también de ideas sobre el origen volcánico «de los conos inmensos cubiertos de nieve que se levantan hacia el Sur». Una cadena que, informa, extendiendo en profundidad el tiempo geológico, está «compuesta de grandes masas de granito, sólidas y
abruptas que parecen contemporáneas de los principios del mundo» (Darwin, 1839: 204).
Demostración de lo estimulante que resultó para Darwin el estudio de la Tierra, aun
antes de regresar a Londres envió cartas sobre sus observaciones que dieron lugar a sus
«Notas geológicas tomadas durante un reconocimiento de las costas oriental y occidental
de América del Sur en los años 1832, 1833, 1834 y 1835, con la relación de un corte transversal de las Cordillera de los Andes, entre Valparaíso y Mendoza». El trabajo fue presentado el 18 de noviembre de 1835 por su antiguo profesor y guía de excursiones geológicas, Adam Sedgwick, quien las había extractado de la correspondencia de Darwin
dirigida a John Stevens Henslow, por estimarlas interesantes para la Geological Society13.
Atento a mostrar la evidencia acumulada durante su periplo americano, en enero
Darwin se involucró directamente en la polémica sobre las causas del levantamiento
del litoral chileno, leyendo sus «Observaciones de pruebas de elevación reciente en
la costa de Chile, realizadas durante el reconocimiento del HMS Beagle, al mando del
Capitán Fitz-Roy R.N.», apoyando sus conclusiones en «la presencia de conchas
recientes en roca elevada a 75 metros sobre el mar», así como en otras evidencias históricas y naturales fruto de la observación directa14.
En marzo de 1838 presentó una memoria más extensa sobre otro problema que también lo había preocupado durante su viaje; la tituló «De la conexión entre ciertos fenómenos volcánicos en América del Sur, y de la formación de cadenas de montañas y volcanes, por efecto de la misma fuerza por la cual se elevan los continentes». La monografía
era fruto de su experiencia en el terremoto que vivió en Chile en febrero de 1835, y describe los principales fenómenos que generalmente acompañan los temblores en la costa
americana, utilizados como demostración de «la conexión íntima que hay entre las fuerzas volcánicas y las de elevación». Pero en definitiva, también, buscaba deducir de la relación presentada, «ciertas inferencias relativas a la lenta formación de las cordilleras».
Haciendo gala de su agudo sentido de observación y capacidad de recoger testimonios sobre los fenómenos naturales, Darwin relata en esta colaboración lo ocurrido durante el movimiento sísmico, como los efectos que éste tuvo en el litoral americano, particularmente en lo relativo a la extensión del área sacudida y a la elevación de las costas.
También fue capaz de advertir sobre lo que hoy llamamos réplicas, cuando escribe que
es evidente, entonces, que la cadena volcánica desde el Osorno hasta el Yantales (una distancia de casi 240 kilómetros), fue afectada, no sólo cuando ocurrió
el gran sismo, sino que quedó en estado de actividad muy desusada durante
muchos meses posteriores.
13
14
Proceedings of the Geological Society of London, (Darwin, 2011: 409-412).
Proceedings of the Geological Society of London, (Darwin, 2011: 413-416).
28
V Coloquio de Darwinismo
Junto con las detalladas descripciones de sus observaciones en terreno, y mostrando ya el método de trabajo que le era propio, ofrece una lámina representando el
litoral chileno entre Coquimbo y la península de Tres Montes, y una clasificación de
los diversos tipos de terremotos para, a continuación, pero a partir de lo expuesto,
abordar las que llama «consideraciones teóricas relativas a la lenta elevación de las
cadenas de montañas». Pasando así de lo inmediato, material y concreto, a lo abstracto y teórico, a la explicación de lo apreciado en terreno. Esta larga y contundente presentación mereció una relación en el Proceedings of the Royal Society of London
llamada «De la conexión entre ciertos fenómenos volcánicos y de la formación de
cadenas de montañas y volcanes debida a los efectos de elevaciones continentales».
En estos textos, anteriores a sus tres libros sobre geología, aunque integrados a
ellos más tarde, Darwin no sólo acusó el impacto que las huellas de la evolución del
relieve en América dejaron en su quehacer como científico, también el efecto que la
experiencia del terremoto de 1835 y la contemplación y estudio de la cordillera de los
Andes le provocaron. Ambos, ampliamente referidos en el relato de su viaje. Se puede
apreciar en ellos, además, su verdadera obsesión, materializada en relatos y observaciones muy detalladas de la realidad natural, por ofrecer evidencia de sus deducciones. Práctica, que como se reconoce, postergó por años la publicación de su obra cumbre El origen de las especies.
Entre 1842 y 1846, Charles Darwin dio forma final a su trabajo como geólogo con
la publicación de libros dedicados a temas de candente actualidad entres los especialistas. Se trata de La estructura y distribución de los arrecifes de coral (1842); Observaciones geológicas de las islas volcánicas visitadas durante el viaje de HMS Beagle (1844);
y Observaciones geológicas en América del Sur (1846). Todos ellos formaban lo que el
naturalista llamó «viaje geológico del Beagle»15.
En todos ellos, como en su obra posterior, se repite un esquema que implica ofrecer la descripción de evidencia, que en el caso del libro sobre América incluye la composición, datación, historia geológica y edades, características de las formaciones, y
las especies asociadas a las edades de la tierra, buscando explicar las causas de los
fenómenos que lo ocupan. Todos siempre acompañado de una concepción en virtud
de la cual los fenómenos son fruto de procesos progresivos, efecto de la acumulación,
en donde pequeños detalles pueden explicar la majestuosidad de la naturaleza. El último, elemento central también de su pensamiento posterior.
En Observaciones geológicas en América del Sur, como Darwin escribió en el prefacio
a la primera edición, estaban «todas las observaciones geológicas dignas de publicación
que pude realizar». El texto está dividido en ocho capítulos cuyos títulos obedecen a distintos temas geológicos, que fueron tratados principalmente en ciertos lugares geográficos, que es donde se presentan las rocas que registran esos temas. Los nombres de los
capítulos reflejan esta metodología: I. Elevación de la costa oriental de América del Sur;
II. Elevación de la costa occidental de América del Sur; III. Sobre los llanos y valles de
Chile; IV. Sobre las formaciones de las pampas; V. Sobre las formaciones Terciarias
15
Para entonces también había publicado «On the Distribution of the Erratic Boulders and on the contemporaneous Stratified Deposits of South America», presentado en 1841; «An Account of the Fine Dust which
often falls on Vessels in the Atlantic Ocean», de 1845; y, en 1846, «On the Geology of the Falkland Islands».
De «sublime espectáculo» a «cordilleras paralelas»…
29
Antiguas de la Patagonia y de Chile; VI. Rocas plutónicas y metamórficas: crucero y foliación; VII. Chile Central-Estructura de la Cordillera; VIII. Chile Norte; y las Conclusiones.
El contenido de su obra era fruto de sus estudios geológicos y de la colección de
muestras en terreno que recogió durante sus viajes terrestres por América, algunos
bastante largos, como el de Montevideo a Mercedes en Uruguay, el de Carmen de
Patagones a Buenos Aires y de ahí a Santa Fe en Argentina, y la travesía de los Andes
entre Santiago y Mendoza por el paso Piuquenes, volviendo por el paso hoy llamado
Cristo Redentor, en ese tiempo el paso de la Cumbre. También realizó un viaje desde
Santiago hasta Coquimbo y luego otro a Copiapó.
Todos ellos le permitieron apreciar en diferentes latitudes y circunstancias la cordillera de los Andes, sobre la cual ofreció numerosas descripciones de las cuales extrajo también muchas hipótesis. Algunos de los fenómenos que ocuparon a Darwin, años
después, también serían objeto de discusión entre los peritos encargados de delimitar y demarcar la frontera entre Chile y Argentina en las cumbres andinas.
Darwin concluyó, con gran agudeza, que la deformación de los estratos presentes
en la cordillera debía estar relacionada con la deformación del terreno asociada a los
sismos, y que también se producía de manera progresiva. Es una conclusión válida
hasta el día de hoy. Sus percepciones acerca del origen de las estructuras de deformación de las rocas también fueron muy apropiadas. Concluyó que las rocas se transformaban por efecto de la deformación asociada a los sismos, y describió con gran detalle y precisión las nuevas estructuras –crucero y foliación– que pueden generarse en las
rocas por efecto de la deformación. Usa el término de metamorfismo de las rocas para
referirse a estas transformaciones, y describe también con gran perspicacia que en las
rocas pueden formarse nuevos minerales después de su formación, por efectos de la
deformación ya mencionada, pero también del calor que se les puede aplicar y de la
acción de fluidos acuosos sobre ellas. Estos conceptos, que estaban en desarrollo en
los tiempos de Darwin, son válidos en las concepciones geológicas actuales.
No escapó a la observación de Darwin que en la cordillera de los Andes los estratos de las diversas rocas estaban mucho más deformados que aquellos frecuentemente
horizontales, más modernos, que había observado en muchas de las regiones costeras. De manera muy objetiva, dibujó estas estructuras de deformación en los tres perfiles geológicos que realizó durante sus travesías de los Andes, en particular aquellas
por el paso de Piuquenes, que recorrió de oeste a este, y el del paso de Uspallata –Cristo Redentor actual– en el sentido inverso. En esos perfiles, incluidos en su obra, mostró las diversas inclinaciones de los estratos de roca, los pliegues que describen y las
fallas geológicas que los cortan, en versión bastante similar a las modernas.
Interpretó que esta deformación de las rocas debía estar asociada a los esfuerzo
de la corteza que se generaban durante los sismos, y concluyó que ellos se debían
haber realizado de manera progresiva. También la interpretación de los ambientes
representados en las rocas en el tiempo de su depósito, le indicaban que en las cordilleras no sólo hubo alzamientos, sino también periodos en que rocas que se habían
formado en la superficie del continente, posteriormente se habían sumergido a grandes profundidades en el mar hasta emerger hasta sus alturas actuales.
Ello le permitió, en particular para la región de Uspallata, concluir que no toda la
cadena andina se había alzado al mismo tiempo, sino que quedaba de manifiesto que
30
V Coloquio de Darwinismo
distintos lugares de ella, por ejemplo la precordillera y los Andes principales, se habían formado en tiempos diferentes.
LA GEOGRAFÍA IGNORADA: STEFFEN, DOMEYKO Y LOS ANDES
Las observaciones y descripciones de Darwin y Fitz Roy, incluso las de Phillip Parker King, sobre la estructura y características de la cordillera de los Andes realizadas
en las décadas de 1820 y 1830, continuaron siendo estudiadas y en algunos casos fueron confirmadas y citadas por otros naturalistas que exploraron detenidamente los
Andes a lo largo del siglo XIX. Las impresiones y sobre todo los informes científicos
de sujetos como Ignacio Domeyko y Hans Steffen muestran que la cordillera no sólo
no era lo que los estados creían, o querían creer, también que los científicos ingleses
habían acertado en su descripción general y que por lo tanto tampoco tenía algunas
de las cualidades que se le atribuyeron en 1881, entre ellas que sus más altas cumbres
dividían las aguas a lo largo de toda su extensión.
En la crónica de su excursión a las cordilleras de Copiapó a mediados de 1843, Ignacio Domeyko, que para entonces ya había explorado otras porciones del macizo en el
centro del territorio de Chile para, como escribe, «estudiar la formación de los cerros y
familiarizarme con la geología del país», ofrece algunas conclusiones de las observaciones y estudios que lo habían llevado a internarse y elevarse «hasta los puntos más remotos y eminentes del sistema de aquellas inmensas serranías» (Domeyko, 1843: 3).
Recorriendo las que llama «cumbres de los majestuosos Andes», observó algunos
fenómenos geográficos que su recorrido por Copiapó le permitió confirmar y asentar
como constantes en los Andes chilenos. Entre ellos, valles cordilleranos que a medida que se avanza hacia el este se van estrechando hasta desaparecer; la existencia de
dos o más ríos afluentes y origen de uno principal que será el que bajará serpenteando el valle, para él un «punto muy importante en la geografía del país»; las múltiples
direcciones de los ríos cordilleranos, este-oeste, sur-sureste, norte, este, noroeste; y la
«confusión en rocas, cerros y terrenos, señales de las revoluciones del globo» (Domeyko, 1843: 20 y 23). Confirmando de este modo la diversidad de la naturaleza andina
que Fitz-Roy y Darwin, entre otros, ya habían advertido. De hecho, en un escrito muy
posterior que data de 1875, un estudio del relieve y la configuración del territorio chileno presentado al congreso internacional de ciencias geográficas de París, el entonces rector de la Universidad de Chile, aborda detalladamente la configuración de los
Andes y fenómenos asociados a ellos a través de conceptos como: «sistema de cordilleras», «numerosos ramales», «eslabones occidentales», «línea central del solevantamiento», «lomo de los Andes», «ramales», «un ramal de cordillera» y «línea central
de los Andes», entre otros, los cuales dan cuenta de la variedad de formas que había
reconocido en la cordillera16.
16
Véase Jeografía jeológica. Estudio del relieve o configuración exterior del territorio chileno con relación a
la naturaleza jeológica de los terrenos que entran en su composición, en Estudios jeográficos sobre Chile. Memorias relativas a varias cuestiones sometidas al congreso internacional de ciencias jeográficas de París de 1875.
De «sublime espectáculo» a «cordilleras paralelas»…
Hans Steffen, boceto
de la frontera chilenoargentina en la
Patagonia Occidental.
Reproducido
de Problemas
limítrofes y viajes de
exploración en la
Patagonia.
31
32
V Coloquio de Darwinismo
Sin embargo, en su relación también escribe que en la cordillera de Copiapó, «en
la cumbre del cordón más alto de los Andes, en la línea divisoria de las aguas, en el
lugar que llaman Portezuelo de Mata-Caballos», echando una vista sobre los cerros
situados de ambos lados de la línea se ve, escribe el naturalista, «que mientras que de
este lado todo anuncia violentos trastornos, abras que se comunicarían con el centro
de la tierra; por aquel lado se divisan unos declives suaves, cerros parejos, iguales, y
que terminan en el horizonte, por una líneas de pocas interrupciones» (Domeyko, 1843:
24). Ofreciendo tal vez un indicio de la concepción de cordillera de los Andes que los
firmantes del convenio de 1881 tenían: cerros parejos, iguales, por cuyas cumbres más
altas corría una línea divisoria con pocas interrupciones que, efectivamente divide las
aguas. Confirmar esta conjetura, que también supone que habría prevalecido una
representación trasandina, «argentina», de la cordillera, es una tarea pendiente que
sólo la investigación de problemas como los planteados más arriba permitirá resolver.
Tarea delicada si se considera que, por ejemplo, el mismo Ignacio Domeyko tiene
otros textos con sus excursiones, como el que refiere su ascenso al volcán Antuco, en
los cuales afirma categóricamente que las más altas cumbres no coinciden con la divisoria de las aguas, y de los cuales se deduce que los estadistas chilenos quizás tenían
clara noción de al menos una de las realidades geográficas que ofrecía la cordillera, y
que esperaban aprovecharla en beneficio de sus pretensiones.
En las memorias con sus viajes por el país, a los ya mencionados, Domeyko suma
otros términos para describir los Andes, como «estribaciones de las montañas», «ramificaciones y derivaciones de las montañas», «pendientes abruptas» y «portezuelo»,
pero sobre todos descripciones más espontáneas de lo que observó, algunas de las
cuales contradecían nociones arraigadas.
De su ascenso al volcán Antuco en 1845, que entre otras tuvo como «intención
averiguar aquí la verdadera frontera de Chile y llegar al otro lado de los Andes», escribió: «En el lugar llamado La Cueva se unen dos arroyos; uno viene del sur, de Sierra
Velluda, y el otro desciende desde las línea divisoria de aguas en las cresta de los
Andes, los que, según veo, están bastante lejos al este de Antuco». Una constatación
importante, como lo refleja el párrafo con que Domeyko continúa su relación, ahora
conclusión:
Esta cresta y la línea de división de las aguas, es decir la frontera oriental de la
república chilena con la vecina de Argentina, no pasan, como se cree comúnmente
por las más elevadas cumbres andinas como Antuco, Sierra Velluda o Chillán, sino
que están situadas bastante lejos de éstas, hacia el este (Domeyko, 1978: 757-758)17.
Si en Chile esta realidad que Domeyko confirma en 1843 fue conocida y valorada,
se podría pensar que al firmar el acuerdo de 1881 los representantes nacionales sabían que las más altas cumbres no siempre dividían las aguas y que la línea divisoria de
las aguas se desplazaba hacia el este de los Andes, situación que eventualmente les
permitiría reclamar soberanía sobre territorios situados allende la cordillera, como
17
Los recuerdos de Domeyko aparecieron el año 1979 como Mis viajes. Memorias de un exiliado.
De «sublime espectáculo» a «cordilleras paralelas»…
33
efectivamente ocurrió a fines del siglo XIX en medio de la implementación del tratado.
Una hipótesis que espera confirmación o no. Si se toma por cierto lo asentado por el geógrafo y perito de límites Hans Steffen, «en el Chile de aquel entonces nunca se le otorgó
la debida importancia a las constataciones geográficas», que alude a sus exploraciones,
pero que se puede extender a otros momentos históricos, lo señalado por Domeyko
nunca fue atendido. Así por lo menos se desprende de las remembranzas que hace Hans
Steffen de los trabajos de delimitación y demarcación fronteriza (Steffen, 1929)18.
A lo largo de sus memorias son reiteradas a lo menos dos situaciones relacionadas
con nuestro planteamiento. La constante alusión a las variadas características y estructuras de los Andes, muchas las mismas que señalaron Darwin y otros. Pero también
la repetida observación, cuando no reproche, respecto de la ignorancia geográfica
sobre los espacios, zonas y fenómenos naturales objeto del tratado de límites.
Entre los problemas que había que dilucidar para avanzar en la demarcación limítrofe, Steffen señala los relacionados con el conocimiento de la «orografía cordillerana» en la Patagonia, el de los cursos de los ríos y el de las cuencas fluviales y lacustres. Todos abordados antes por Fitz-Roy y Darwin, y por lo tanto citados en sus
remembranzas19.
Según el geógrafo, para «un juicio sobre la estructura de la cordillera, en especial
la clasificación de ciertas secciones como encadenamiento principal», u otros referidos a «la divisoria principal de las aguas» y la situación de los «valles longitudinales»,
resultaba fundamental reconocer el terreno en disputa (Steffen, 1929). En medio de
sus expediciones a la Patagonia escribe, para reafirmar la importancia de su punto,
que tuve la oportunidad de discutir con el perito chileno Diego Barros Arana
sobre los diversos problemas que tenía su origen en la falta de conocimiento de la
situación hidrográfica de esa región, además de señalar que era indispensable identificar cuáles de los cursos superiores de los grandes ríos corresponderían a los ríos
que desembocan en el litoral chileno a la altura del paralelo 43 (Steffen, 1929).
De hecho, según afirma Steffen, habría sido una de sus tantas exploraciones por
los Andes patagónicos la que le permitió contradecir, para el tramo de las cordilleras
del Puelo y del Manso, una de las principales aspiraciones del perito Francisco Moreno, la de «una línea limítrofe bajo el esquema del encadenamiento principal orogénico» o «cordillera de los Andes» según «la interpretación Argentina» (Steffen, 1929).
18
El texto de Steffen fue publicado en 1929 en Alemania como Grenzprobleme und Forschungsreisen
in Patagonien. Erinnerungsblätter aus der Zeit des chilenisch-argentinischen Grezkonfliktes. Hemos utilizado una traducción al castellano de Fresia Barrientos Morales y Wolfgang Staub, todavía inédita y titulada,
Problemas limítrofes y viajes de exploración en la Patagonia. Remembranzas de la época del conflicto fronterizo entre Chile y Argentina.
19
Hans Steffen ya antes había aludido a los tripulantes del Beagle a propósito de estos temas. En 1900,
en una carta fechada en Londres el 12 de marzo y dirigida a un ministro de Estado chileno que cinco días
antes le había consultado su opinión sobre si los cerros de los canales australes «deben ser o no considerados como parte de la cordillera de los Andes», dio su respuesta a la inquietud ministerial apoyándose en
la autoridad de la «célebre expedición bajo el mando de Parker King y Fitz-Roy» y en los conceptos de
Darwin, al que cita en más de una ocasión (Steffen, 1900; 231-234). La carta fue publicada en 1936 en los
Anales de la Universidad de Chile.
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V Coloquio de Darwinismo
La falta u omisión de conocimiento que reclamaba Steffen no sólo aludía al existente desde épocas pretéritas, también al generado más recientemente, aunque ignorado. Así, por ejemplo, respecto de la Patagonia occidental señala que hasta la década de 1870 «en Chile existía escasa información sobre la constitución de la cordillera
(orogenia) y la hidrografía del interior de la zona de los fiordos entre Palena y Aisén»,
pero que la expedición encabezada por Roberto Simpson remedió parcialmente la
situación y dio a conocer la existencia del río Cisnes que atravesaba toda la cordillera. Un hecho relevante por lo que significaba en la determinación y «verdadero trazado de la divisoria principal de las aguas en la región cordillerana» que, sin embargo, escribe el geógrafo alemán, «pasó al olvido al poco tiempo» (Steffen, 1929).
La efectividad de explorar la zona en discusión y así apreciar en terreno la realidad natural objeto de la demarcación tenía según Steffen muy buenos ejemplos, sobre
todo para la posición chilena. Fue así como luego de sus reconocimientos en el litoral del Golfo de Penas, fiordo y río Baker, bahía San Quintín, así como del paraje de
mesetas desde el lago Pueyrredón hasta el río Chico, concluyó, aludiendo de paso a
casi todos los fenómenos que preocuparon a los naturalistas antes que él que:
Pudo observarse el desmembramiento del sistema montañoso de la cordillera
causado por los brazos del mar y que penetran profundamente en el continente a
través de los valles. Esta situación se presenta en toda la zona del Baker. Aquí podía
ser demostrado en terreno y de manera convincente, la imposibilidad de definir
un «encadenamiento principal» a la altura de la latitud 48º S, es decir, un cordón
montañoso continuo, que se caracteriza por su altura sobre el nivel del mar, su
homogeneidad y su desplazamiento regular en dirección meridional. Un recorrido por el fiordo Baker con sus muchas ramificaciones hacia el norte, oriente y sur
demostró cómo, en cambio, en el oeste el complejo montañoso se desmiembra en
una gran cantidad de bloques aislados y cordones cortos que emergen de las aguas
del fiordo como islas montañosas más grandes o más pequeñas causadas por
depresiones longitudinales y transversales. Sin embargo, el avance hacia el interior demostró que los valles grandes de la región de los fiordos se prolongan en
tierra firme, sólo que acá no están cubiertos por el mar, sino que yacen sobre el
nivel del mar (Steffen, 1929).
De acuerdo con Steffen, siguiendo el párrafo citado, lo dicho demostraba la «falsedad» del esquema elaborado por el Perito Moreno respecto de un «encadenamiento
principal divisor de las aguas supuestamente reconocible en todas partes por su altura, su homogeneidad, orientación meridional y por su mayor cantidad de nieve y caudal de aguas» (Steffen, 1929).
En Argentina la situación que la correspondencia citada refleja no era muy diferente. Un ejemplo que
lo demuestra es la memoria que el perito Valentín Virasoro presentó en 1898 a su gobierno, respondiendo
a una solicitud de éste, y en la cual advierte que la cordillera de los Andes «puede ofrecer un extenso campo
de divergencias, pero también tiene sus límites naturales y racionales que son evidentes, y así lo consignan
los geógrafos y los hombre de ciencia que respecto de ella nos han hablado» (Virasoro, 1898: 9); a continuación de lo cual expone sus argumentos y tesis sobre los Andes que, en lo esencial, discuten la posición
chilena de la divisoria de las aguas, para lo cual es esencial conocer el que llama «encadenamiento principal de la cordillera, que refiere a su conformación geológica».
De «sublime espectáculo» a «cordilleras paralelas»…
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Seguro es que por situaciones como la referida Steffen asentó en sus memorias, resumiendo y fundando de paso algunos de nuestros planteamientos: «No deja de ser inconcebible de que cuando se trató de presentar la fórmula para la fijación de límites en 1881
se haya ignorado, deliberada o involuntariamente, el hecho de que en la Patagonia occidental la cordillera es atravesada por varios ríos de gran extensión y caudal que tienen
sus nacientes al oriente de ésta, de que además en la latitud 52º S existen canales marinos que cortan la cordillera de oeste a este hasta el borde de la meseta patagónica». Realidad trascendental para el trazado de la divisoria de las aguas que según el geógrafo era
conocida desde el siglo XVI y había sido actualizada por las exploraciones de Phillip
Parker King y Fitz Roy en las primeras décadas del siglo XIX (Steffen, 1929)20.
COLOFÓN
Para concluir es oportuno recordar las palabras del geógrafo y árbitro entre Chile
y Argentina Thomas H. Holdich quien, en la obra en que da cuenta del caso que le
tocó resolver, advierte: «La base fundamental de casi todas las disputas por límites ha
sido la ignorancia geográfica». Concluyendo que entre Argentina y Chile «unos pocos
meses de reconocimientos geográficos ejecutados en forma científica habrían demostrado con toda claridad que las definiciones del tratado de 1881 no se ajustaban a la
realidad geográfica» (Holdich, 1904: 18 y 20).
Los términos de Holdich, escritos a comienzos del siglo XX, pero a propósito de
sucesos ocurridos después de décadas de exploraciones andinas de todos los nombrados en este texto, reflejan también que a lo largo del siglo XIX, y en relación con
las disputas de límites entre Chile y Argentina en las cuales la cordillera tiene un papel
central, se pasó del conocimiento a la ignorancia geográfica. Queda por dilucidar si
fue por incompetencia, desidia o, también, la desesperada búsqueda de argumentos
para las reivindicaciones de las partes involucradas.
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DOMEYKO, Ignacio, Excursión a las cordilleras de Copiapó. Con una breve exposición de los
principios fundamentales de la jeología de Chile, Santiago, Imprenta del Estado, 1843.
20
A propósito de las referencias a los exploradores ingleses es oportuno citar, como muestra de la incertidumbre geográfica existente, lo ocurrido con la demarcación en la Tierra del Fuego. Para esa zona, el énfasis puesto en las cartas inglesas para el trazado de la frontera de acuerdo con el tratado de 1881 llevó a descuidar la geografía, entre otras razones por la falta de conocimiento de ésta. Según el convenio de límites,
basado en las cartas de Fitz-Roy, había que partir la demarcación en el cabo Espíritu Santo, el que sin embargo no coincidía con la latitud en que lo situaban las cartas inglesas. Así, los peritos argentinos priorizaron el
hecho físico y buscaron ese accidente en la costa; mientras que los chilenos privilegiaron las cartas inglesas.
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V Coloquio de Darwinismo
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