la defensa hispana del reino de chile - Universidad del Bío-Bío

Anuncio
TIEMPO Y ESPACIO 16/2006
Depto. Ciencias Sociales Universidad del Bío-Bío
Chillán – Chile
SSN 0716-9671
LA DEFENSA HISPANA DEL REINO DE CHILE
THE HISPANIC DEFENCE OF THE CHILE’S
KINGDON
José Antonio Soto Rodríguez* UNIVERSIDAD DE
CONCEPCIÓN CHILE
[email protected]
RESUMEN: Este estudio tiene como objetivo analizar el rol defensivo del Reino de Chile en torno al rico
Virreinato del Perú, cuya importancia económica para España lo hizo ser constantemente amenazado por sus
enemigos. Como resultado de lo mismo, se estableció en sus costas e islas, una serie de puestos fortificados
para mantener a salvo la más preciada de las posesiones españolas de Ultramar. Desde finales del siglo XVI,
hasta casi concluir el XVIII, fue evolucionando y mejorándose el sistema de defensa en esta parte de América.
PALABRAS CLAVE: Virreinato del Perú— Imperio Español–– fortificaciones —corsarios— defensa.
ABSTRACT: purpose of this study is to analyze the defending role of Chile’s Kingdom in relation to the rich
Viceroyalty of Peru, whose economical importance to Spain made it being constantly attacked by their
enemies. As a result of than a number of fortifications where established on the coast shores and islands to
key safer the most precious Spanish possession in overseas. From the end of the XVI th. century up to the
XVIII it was changing and getting better the defence system in this part of America.
KEYWORDS: Viceroyalty of Peru— Spanish Empire— fortifications— corsairs — defence.
Introducción
Desde fines del siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII, fue registrándose en las costas
de Chile la constante presencia de corsarios y filibusteros, que transitaban el Océano
Pacífico en busca del fabuloso tesoro obtenido por los españoles en las legendarias minas
de plata del Alto Perú, e inclusive, capturar los ricos cargamentos del Galeón de Manila, en
su viaje desde las Filipinas a Nueva España. Esta riqueza, en el primer caso transportada
por barco desde El Callao hacia Panamá y desde ahí reembarcada a las Antillas o trasladada
directamente a la Metrópoli; o, en el segundo, recibida en Acapulco y luego despachada
hasta Cádiz vía el puerto de Veracruz, despertaría tal codicia en los enemigos de la Corona
Española, que pudo alentar aventuras transoceánicas temerarias hasta para nuestro tiempo,
distinguiendo con ellas una época donde el ejercicio dialéctico del ataque y la defensa de los
territorios periféricos del Imperio Español alcanzó su cenit.
(*) Candidato a Magíster en Historia por la Universidad de Concepción
Según esos términos, hubo de establecerse una línea defensiva que fuera capaz de contener
las arremetidas de las escuadras corsarias o de los aventureros particulares, que permanente
deseaban tener parte del tesoro hispano, prodigado en las comarcas argentíferas del
Virreinato. Establecer ese control significaba desarrollar un sistema de fortificaciones sobre
puntos estratégicos para el enemigo, incluidos permanentemente en los planes bélicos de
éstos. Y sería el Reino de Chile eje principal dentro de la planificación hispana que
defendería el tan preciado flanco occidental sudamericano. A la sazón, allí se hallaban los
dos grandes pasos marítimos entre el Atlántico y el Pacífico: el Estrecho de Magallanes y el
Cabo de Hornos. Ni por más intrincado el uno o peligroso el otro, no serían obstáculos
para disminuir la ambición de cuanta expedición logró salir de ellos, remontando entonces
la costa chilena en busca de los recursos logísticos para continuar viaje al norte y enfrentar
el litoral peruano, donde sus tan buscadas presas recogían la plata del Rey de España con
destino a Panamá.
Frente a la constante amenaza de los extranjeros, manifestada en asaltos a los puertos, la
ocupación de algunos puntos abandonados por los españoles, el bloqueo del flujo
comercial, etc., las autoridades virreinales dispusieron una serie de medidas cuyo objetivo
final era la defensa inmediata y eficaz de aquellos territorios periféricos, pero claramente
estratégicos. A partir de tal realidad, quedaron definitivamente establecidos los sitios en que
la presencia hispana debía hacerse permanente y con ella ejercer la disuasión o, en último
caso, enfrentar al atacante. Al mismo tiempo, el desarrollo de todo este planteamiento
defensivo tuvo un ritmo también dado por los cambios en las estrategias enemigas, que
fueron variando según el devenir geopolítico europeo de los siglos XVII y XVIII
principalmente, época en la cual se observó de forma clara la intensidad del conflicto,
trasladado ahora desde el Atlántico al Mar del Sur y sus costas meridionales. Las fuerzas del
enemigo habían descubierto que si bien podían capturar los embarques del tesoro español
en el Caribe, aun bajo la protección de convoyes de guerra y una poderosa red de
fortalezas, tanto insulares como continentales, el arriesgarse a pasar hacia el Pacífico
oriental y obtener un copioso botín en esas latitudes, igualmente daba la posibilidad de
interceptar el comercio hispano de Asia, que ofrecía cargamentos de metales y piedras
preciosas, así como múltiples objetos de lujo, tan cotizados en Europa, donde retornarían
después de haber circunnavegado el globo.
Aplicados los criterios técnicos apropiados para el enfrentamiento de las contingencias
bélicas, la red fortificada del Reino de Chile alcanzó sus mejores condiciones operativas
hacia mediados del siglo XVIII. Sin embargo, en esa época se presentó la paradoja de una
presencia enemiga cada vez menor —comprobada en la segunda mitad de esa centuria—
cuyo antiguo interés por la en ese momento decadente riqueza del Perú, desaparecía a
efecto de lo mismo.
Primeras amenazas extranjeras
Tal como ocurriera con las primeras amenazas y agresiones a los dominios hispanos de
Ultramar, que en un principio se registraron en el Atlántico, pasando luego al Océano
Pacífico, el proceso de defensa del territorio americano occidental siguió un ritmo análogo
al de su flanco opuesto. En la medida que aumentaba, o se hacía más peligrosa la presencia
enemiga en el Mar del Sur, la respuesta española no se hizo esperar; ésta significaba
determinar el carácter estratégico de sus territorios más expuestos, y proceder a la defensa
de aquellos puntos donde se había detectado la vulnerabilidad.
Con el paso del tiempo y las señales dadas por los propios enemigos, la Corona Española
pudo tener una noción realmente clara de cuáles eran los lugares que necesitaban
protección, mismos que articularían una red defensiva equivalente al sistema construido en
la región Caribe- Antillana. Pero lo que hizo siempre difícil resolver este problema fue la
propia geografía del Reino de Chile, en cuyo extremo austral estaba, hasta ese momento, la
única entrada conocida al Pacífico, acompañada de cientos de islas y canales, donde las
flotas hostiles podían permanecer por meses si era necesario. Más adelante, y como
resultado de las incursiones extranjeras, hubo conocimiento de puntos continentales e
insulares, ubicados más cerca de los objetivos estratégicos deseados, que al estar
parcialmente ocupados por los españoles o abandonados por éstos, ofrecían la logística
necesaria para la continuidad de las expediciones enemigas. Chiloé, Valdivia, isla Mocha,
isla Santa María y el archipiélago de Juan Fernández, fueron los más sobresalientes por sus
características naturales, resultando un excelente apoyo a las naves enemigas que se dirigían
al Perú o a los puertos más importantes del Pacífico ecuatorial y septentrional.
Desde fines del siglo XVI y la totalidad del siglo XVII, las frecuentes correrías enemigas en
las aguas del Reino de Chile, el Virreinato del Perú y demás colonias del Mar del Sur,
fueron transformándose en un peligro que creció sobre todo en la última de estas centurias,
extendiéndose incluso a la siguiente. Ante tal situación, que comprometía los intereses más
valiosos del Imperio Español en las Indias, es decir, el centro proveedor de la mayor parte
de sus riquezas, la Corona se vio obligada a proteger aquella posesión con un sistema
defensivo hasta ese momento inexistente en la región occidental americana.
Los antecedentes iniciales de este proceso defensivo se remiten al siglo XVI, siendo la
respuesta a las primeras expediciones corsarias que asolaron el Pacífico Sur 1. Y tan radicales
fueron las decisiones hispanas al respecto, que, teniéndose el Estrecho como única entrada
a estas aguas, inmediatamente se pensó en ―cerrar‖ dicho paso marítimo.
―El Virrey don Francisco de Toledo, después de consultarse con la Audiencia de Lima,
resolvió organizar una escuadrilla y despacharla al Estrecho de Magallanes para cerrar
definitivamente este camino a los enemigos del Rey de España. En esa época, las mercaderías que
legaban a la Callao, eran traídas una vez al año por una flota que salía de Panamá navegando en
conserva. Cuando esta flota hubo arribado al puerto, el Virrey hizo comprar por cuenta de la
corona los dos navíos más fuertes, más nuevos y más veleros, y mandó que sin pérdida de
momento y sin reparar en gastos, se hicieran en ellos las reparaciones y los aprestos necesarios a fin
de habilitarlos para la empresa que preparaba. Cada uno de ellos debía llevar dos piezas de artillería,
veinte arcabuces y sesenta hombres de tripulación. Se resolvió, además, que entre ambas llevasen en
piezas un buque menor, al que daban el nombre de bergantín, para armarlo donde hubiera de
convenir‖2
La preocupación del Virrey Toledo estaba claramente justificada por la aparición sorpresiva
de Francis Drake, en 1578. Era la primera vez que entraban barcos enemigos al Pacífico, lo
que hacía peligrar la seguridad de los copiosos cargamentos de plata, que desde el Perú se
enviaban a España a través de Panamá. Aquella audaz aventura del capitán inglés
demostraba que esos mares eran vulnerables a los extranjeros, capaces de remontar las
accidentadas costas australes de Chile y asaltar los principales puertos del litoral peruano;
luego, podían intentar alguna empresa similar y llegar a resultados como los logrados por
ésta. La magnitud de las ganancias obtenidas en este primer viaje demostró a los europeos
que la riqueza peruana no era delirio de marineros borrachos, sino una realidad confirmada.
Pero no sólo Inglaterra manifestaría un especial interés por esta clase de aventuras
transoceánicas; paralelamente a las actividades corsarias británicas, los holandeses, que
despertaban a la era de las grandes empresas marítimas, harían lo propio durante el siglo
siguiente.
Respondiendo a la complicada situación defensiva del territorio austral de Chile, fue
enviado el marino español Pedro Sarmiento de Gamboa a explorar el Estrecho de
1
GUARDA, El Sistema Defensivo del Pacífico Sur en la Época Virreinal, en BAChH 95 (1984), p. 265, comenta:
―En efecto, llamado significativamente ―puerta‖, ya en 1536 D. Hernando Colón proponía a Carlos V ―se
mande al gobernador en cuyo término esté el Estrecho de Magallanes, que haga una torre en lo más estrecho
de él, en la banda septentrional para guarda y llave de aquella puerta porque no se anticipe a acella‖. Los
proyectos de Antonelli y Spanoqui (1580) que luego las especifican, pero sobre todo, la expedición tan
costosa de Sarmiento de Gamboa y la fundación de las ciudades Nombre de Dios y Rey Don Felipe (1584)
están dentro de esa primera idea de protección del conjunto guardando la entrada‖.
2 BARROS ARANA, D., Historia General de Chile, Santiago de Chile, 2000, Tomo III, p. 50.
Magallanes, con el propósito de establecer un puesto de avanzada que permitiera a los
hispanos controlar efectivamente la ruta marítima austral.
El 9 de octubre de 1579 salían sus barcos desde El Callao hacia el sur. La expedición debía
obtener datos estratégicos acerca del conjunto geográfico del Estrecho, para lo cual
Sarmiento haría un reconocimiento íntegro del paso oceánico, levantando cartografía fiel y
ubicando los lugares que ofrecieran las mejores condiciones para la construcción de las
fortalezas que custodiasen el tránsito por aquellos remotos dominios de la Corona. Todo lo
referente al viaje y la situación de esa zona, sería registrado en la bitácora de a bordo;
informando de cuanto detalle pudiera percibir en ese confín del continente americano, el
capitán enviaría una copia a España y otra se llevaría al Perú para discutir las posibilidades
de poblamiento y defensa.
Sarmiento intentaría por casi dos meses entrar en el Estrecho y completar las exploraciones
con rumbo al este, buscando la salida al Océano Atlántico. Siguiendo las instrucciones
dadas, hizo todas las observaciones correspondientes en la región, tomó contacto con los
naturales y evaluó los recursos existentes, el clima, etc., hasta que finalmente encontró la
entrada oriental que andaba buscando. Su buque, el Nuestra Señora de la Esperanza, cumplía
su misión el 24 de febrero de 1580. Enseguida puso rumbo a España, para dar cuenta de
sus descubrimientos en la corte de Felipe II3.
Frente al testimonio del navegante, la reacción del monarca español no se hizo esperar; sin
tener en cuenta lo que sugirieron sus consejeros, convencidos de lo fútil que era fortificar
aquellas remotas comarcas — idea propuesta por Sarmiento—, mandó armar en Sevilla una
flota destinada al Estrecho de Magallanes 4.
La escuadra zarpó de San Lúcar de Barrameda el 25 de septiembre de 1581. Como
consecuencia de las tempestades en el Atlántico, el mal estado de los barcos y las
enfermedades, sólo cinco de las naves pudieron entrar en el Estrecho el 1 de febrero de
1584. Avanzada la navegación hacia el interior, el explorador determinó la fundación de la
primera ciudad de aquellos territorios, el 5 de febrero, bautizándola como ―Nombre de
Jesús‖. A continuación debía proseguir el itinerario planificado, pero las tripulaciones que
acompañaron a Sarmiento retornaron al Atlántico, augurando muy poco futuro al
Con esta expedición, Sarmiento de Gamboa se convertía en el segundo hombre que hacía la ruta en sentido
oeste- este, ya realizada por Ladrillero en su reconocimiento del Estrecho de Magallanes (1558). Antes el
mismo Magallanes, su descubridor y luego el corsario inglés Francis Drake, navegaron el derrotero siguiendo
el sol, siempre hacia el oeste.
4 A fin de garantizar el éxito de esta empresa se prepararon 26 barcos, cuya tripulación sobrepasaba los cuatro
mil hombres. El contingente llevaba pertrechos de guerra y todo lo necesario para establecer una base
permanente.
3
asentamiento. Entonces el Capitán quedó únicamente con quienes le fueron fieles y sólo
dos navíos; uno de ellos estaba inutilizado, el otro no tenía la capacidad de transportar a
todos los que aún quedaban. Sin embargo, el contratiempo no torció su voluntad y pudo
seguir por tierra durante tres semanas, mientras le precedía el barco donde se transportaba
a los otros hombres y las provisiones. Después de haber soportado las enfermedades, la
fatiga, el hambre y la sed, el 25 de marzo de 1584, fundaba el asentamiento que llamó ―Rey
don Felipe‖5.
―Con gran actividad, los españoles cortaron maderas en los bosques vecinos y construyeron con
ellas las paredes de la iglesia, del depósito de municiones y de las casas o chozas en que debían
residir; las cubrieron con techos de paja, y plantaron palizadas para defenderse de los indios.
Sarmiento nombró Corregidor y Alcalde Mayor de la nueva ciudad a su sobrino Suárez de Quiroga,
que había tomado parte en la expedición con el cargo de Capitán de la nave María. En las
inmediaciones del pueblo se colocaron seis cañones para su defensa‖6.
Después de viajar a ―Nombre de Jesús‖, a fin de enterarse del estado de aquella población,
Sarmiento retornaría a ―Rey Don Felipe‖ con mejores pertrechos. Cuando embarcaba lo
dispuesto para el otro poblado, se desató una tormenta que llevó su barco fuera del
Estrecho y lo condujo a aguas del Atlántico austral. El jefe de tan azarosa expedición no
volvería a ver a sus hombres, entregados a las más extremas condiciones climáticas y
reducidos a una geografía de la cual no podían escapar. Lo ocurrido a los habitantes de las
ciudades ―Nombre de Jesús‖ y ―Rey Don Felipe‖ fueron sólo desgracias, pero,
extrañamente decidieron permanecer en el lugar cuando el corsario inglés Thomas
Cavendish7, compadecido de tanta miseria, quiso llevarlos al Perú, en enero de 1587.
Solamente un español se embarcó con los ingleses mientras sus compañeros se morían de
hambre. Para sorpresa de Andrew Merrick, quien pasara con su expedición corsaria en
enero de 1590, aún quedaba un sobreviviente en las ruinas de Rey Don Felipe, al cual
recogió para devolverlo a la civilización; pero tal gesto valió de poco, pues el Capitán
Merrick y el español morirían de regreso a Inglaterra.
No debe considerarse un error o acto prematuro lo intentado por Sarmiento de Gamboa
en 1584, ya que indirectamente se cumplía un objetivo de carácter disuasivo con el solo
hecho de enviar una flota a esas latitudes. Si los extranjeros conocían la existencia de
La localización del poblado está señalada en la costa oriental de la Península Brunswikc, cercana al riachuelo
que Sarmiento denominó San Juan, en su primer viaje por el Estrecho de Magallanes.
6 BARROS ARANA, D., Op. Cit., p. 54.
7 Este aventurero inglés había ganado experiencia navegando por el Atlántico en la expedición de Sir Walter
Raleigh (1585), pero deseaba obtener los mismos réditos de Drake en el Pacífico. Aunque logró cierto éxito
durante su campaña en el Mar del Sur, realizada entre 1586 y 1588, no alcanzó la misma notoriedad.
5
fortificaciones en el Estrecho de Magallanes, aunque estas fuesen menores, aquello bastaba
para hacerles desistir de cualquier pretensión en la región. No obstante, la idea de mantener
uno o varios puestos militares permanentes se hacía en extremo complicada, a causa de la
inclemencia de los elementos y la dificultad para llegar a aquellos lugares más propicios
desde el punto de vista defensivo. Teniendo en cuenta esa evidencia, el control y defensa
estratégica habrían de establecerse desde puntos más septentrionales, o sea, cuando algún
barco o escuadra enemiga hubiese penetrado el Pacífico austral.
Lo razonable de este planteamiento quedó demostrado en 1616, año en que se descubre la
entrada al mar del Sur a través del Estrecho Le Maire y el Cabo de Hornos, anulando
inexorablemente aquella condición de entrada exclusiva al Pacífico dada al Estrecho de
Magallanes. Con ese acontecimiento desaparecía también la teoría del mar cerrado en torno
al Virreinato del Perú
La defensa de los territorios peruanos, a partir del siglo XVII, pasaría desde la planificación
de los proyectos a su ejecución material, y para confirmarlo es necesario revisar la secuencia
de estas propuestas comenzando por su promotor inicial, el Virrey del Perú Francisco de
Toledo (1569- 1581), quien reparó no sólo en el Reino de Chile, sino que tuvo una visión
perspectiva al ponderar la magnitud continental que debía poseer cualquier plan destinado a
salvaguardar estos dominios españoles.
La nueva estrategia hispana
Entre 1595 y 1604, el Virrey Marqués de Salinas centraría su atención en El Callao,
considerado entonces como pieza clave para la defensa del Virreinato. Esperando la
aprobación del proyecto que haría posible su fortificación llegaba el año 1600, sin que las
autoridades españolas dieran su aprobación. Aunque se carecía de una clara decisión en
materia de arquitectura militar apropiada, había quienes asumían el carácter disuasivo que
representaban estos lugares lejanos y desconocidos. El propio Virrey aseguraba que la
defensa de las Indias, en términos generales, consistía en la ignorancia que tenía el enemigo
acerca de los remotos territorios australes, y no en el sistema defensivo que pudiera
encontrar. El gobernante también fue visionario al proponer la habilitación de la Armada del
Mar del Sur, que sería el medio de protección naval del Perú; se trataba de cuatro naves de
patrullaje en la ruta de Chile a Panamá. La habilitación de esta fuerza marítima, en aquella
época, era una alternativa mucho más cómoda que establecer una defensa costera a partir
de una serie de fortalezas. Como los presupuestos defensivos para esta parte del Imperio
Español aún no eran del todo abundantes, resultaba muy lógica la actitud de la autoridad
virreinal, al disponer de barcos en permanente vigilancia del Pacífico. Pero, a pesar de las
medidas tomadas para evitar nuevas agresiones, los enemigos aparecieron otra vez en aguas
peruanas.
El Virrey Juan de Mendoza, marqués de Montes Claros (1607- 1615), debió enfrentar la
agresión de la flota holandesa de Joris Van Spilbergen, en 1614. Ocurrido este ingrato
incidente, las decisiones acerca de la protección del virreinato peruano quedarían en manos
de la Junta de Guerra de Indias; este organismo metropolitano proponía enviar nuevamente
flotillas a vigilar el Pacífico, el Estrecho de Magallanes y el recién descubierto Estrecho Le
Maire.
Para el año 1624, durante el gobierno del Virrey marqués de Guadalcázar, como respuesta
al bloqueo del Callao por L’Heremite8, se trazaba un plan que contemplaba nuevamente la
Armada del Mar del Sur, mejorada y con mayor movilidad táctica; actuando en combinación
con las guarniciones militares del Callao debía defender las posesiones españolas hasta
Acapulco en México. Pero pese a la gran proyección estratégica y los recursos tácticos con
que la dotarían, no se materializó este plan.
―En España se formulaban numerosos expedientes para prevenir la repetición de semejantes
correrías. Se propuso enviar en el acto una armada para defender las costas pacíficas, idea que se
rechazó a pretexto de los gastos que acarrearía y del riesgo de que ya en el viaje fuese capturada por
los holandeses; se sugirió fortificar Valdivia como el único puerto del Sur donde los holandeses
podían verse tentados a establecer una base permanente; construir una atalaya en la isla de Juan
Fernández y mantener allí un patache para comunicar al continente la aproximación del enemigo; y
que la época de salida de la flota del Mar del Sur fuese pospuesta de mayo a noviembre, con el
objeto de que los holandeses, que sólo podían pasar el Estrecho entre diciembre y marzo, tuvieran
que aguantar ocho o nueve meses el envío del tesoro a Panamá, bajo los rigores de un invierno
meridional y distantes de su base de provisiones; pero a lo que se nos alcanza, ninguno de estos
planes fue puesto en inmediata ejecución por el gobierno; aunque parece que a principios de 1625
se decidió enviar a través del Estrecho, ocho galeones de la armada de Fadrique de Toledo, bien
que a causa de la penuria de la Real Hacienda nunca se les alistó para el viaje‖ 9.
Contemporáneos a esta incursión holandesa en el Perú fueron los planes que establecían,
claramente, la necesidad de fortificar el más estratégico de los puertos del Pacífico, el que
sobremanera concentraba la atención de los enemigos: la ciudad puerto de Valdivia.
Jacques L’Heremite era el almirante de una escuadra holandesa conocida como la Flota de Nasovia, en honor
al Príncipe de Nassau, gestor de la expedición. Ha sido la más portentosa escuadra que haya llegado bajo
bandera de Holanda a aguas del Pacífico. Se trataba nada menos que de 11 barcos, los cuales hicieron la ruta
del Cabo de Hornos y lograron navegar hasta el Perú sin ser vistos, permitiéndoles esta maniobra atacar por
sorpresa El Callao y mantenerlo sitiado durante cinco meses, aunque sin lograr un botín considerable.
9 HARING, C. H., El Comercio y la Navegación entre España y las Indias en Época de los Absburgos, París-Brujas,
1939, p. 273.
8
―El célebre carmelita Antonio Vásquez de Espinoza, tanto en su Compendio y Descripción de las
Indias occidentales, como en su Memorial al Rey, escrito en 1625, ponderaba el sitio, solicitando al
monarca en el último ―mande hacer y poblar dos fuertes, uno en las islas de Juan Fernández […] y
otro en el puerto y río de Valdivia […] por ser los parajes forzosos y que no hay otros a donde el
enemigo, cuando acaba de pasar por el Estrecho […] va a rehacerse y dar carena‖ 10.
Se sabe que en la década de 1630, durante el mandato del Virrey Luis Fernández de
Cabrera, Conde de Chinchón (1629- 1639), nuevamente se propusieron medidas de defensa
y repoblación de Valdivia. En 1634, el Presidente de Chile, Lasso de la Vega, planteaba
aquella necesidad, pero los tropiezos burocráticos y la preocupación de las autoridades por
otros intereses, retrasaron de nuevo cualquier adelanto. Para 1637 aún permanecía este
asunto como otro trámite inacabado en algún gabinete de la Corte Española, pese a la
insistencia de Lasso de la Vega, que llegó a escribir al Rey en busca de apoyo, nada ocurrió
y todo lo referente al tema quedaría statu quo hasta 1643.
La escasa atención directa que se puso en estos territorios debe vincularse directamente con
la menor frecuencia de las expediciones extranjeras a partir de 1624, y con la falta de
entusiasmo por parte de las autoridades españolas, quienes se ocupaban a tiempo completo
de cuestiones europeas, cuya prioridad financiera era bastante mayor. Mientras, las tan
planificadas formas de defensa marítima sólo quedaban en el papel y cada vez era menos
probable su ejecución, el Consejo de Indias daba mayor importancia a las construcciones
militares. De hecho, las únicas obras de fortificación de relativa magnitud en esta parte del
Pacífico fueron las ejecutadas en El Callao, comenzadas en 1639 con el ya conocido
objetivo de salvaguardar la ciudad ―llave‖ de Lima; el Reino de Chile, en tanto, se mantenía
como una pieza absolutamente indefensa, paradójicamente a su condición estratégica.
Ahora bien, el hecho crítico, a la vez que punto inflexivo en el proceso defensivo de las
costas meridionales del occidente americano, sería la audaz maniobra naval de los
holandeses, diecinueve años después de su última aparición por estas aguas, con propósitos
muy bien definidos y de alcances potenciales peligrosamente preocupantes para el dominio
español en esta parte del Imperio.
Tendría que ocurrir un acontecimiento sin precedentes en las actividades corsarias para que
se lograran movilizar los recursos y los efectivos en torno al más estratégico de los puntos
de la costa pacífica, a la sazón, ubicado en el litoral chileno y presente en los planes
enemigos como elemento clave, si se realizaba un ataque naval sobre el Virreinato del Perú.
GUARDA, G., Flandes Indiano. Las Fortificaciones del Reino de Chile 1541- 1826, Santiago de Chile, 1990, p.
60.ss.
10
Este era la ciudad puerto de Valdivia, un emplazamiento fundamental en el eventual
despliegue de cualquier flota hostil dirigida hacia el norte.
Dos décadas después de sus últimas andanzas por el Pacífico, retornaban las naves de
Holanda por aquellos rumbos, donde bien hallaron la fortuna como la calamidad, y está
claro que buscaban materializar un plan que no habían podido consumar sus predecesores.
Debían establecerse en un punto estratégico de avanzada, que les permitiría un eficaz
avance al virreinato peruano; al mismo tiempo podrían potenciar sus intereses
expansionistas hacia los territorios españoles y portugueses del Asia Meridional desde un
enclave localizado en América del Sur. Y por aquella época el balance de fuerzas en el
continente los favorecía, pues ya habían conquistado territorios a Portugal, con lo que
disponían de una base operacional en las costas occidentales del Atlántico 11.
La lógica, de avanzar desde el Brasil hacia el flanco opuesto del continente, comenzaba a
aplicarse a través del proyecto que pretendía ocupar Valdivia, en el Reino de Chile,
despoblada por los españoles a comienzos del siglo XVII.
―…La antigua ciudad de Valdivia, fundada por el conquistador del mismo nombre, databa de 1552.
En noviembre de 1599 había sido destruida por los naturales durante el alzamiento general
denominado precisamente ―ruina de las siete ciudades‖ y, aunque las autoridades tenían claro el
valor estratégico de su puerto y mantuvieron entre marzo de 1602 y febrero de 1606 el fuerte de la
Santísima Trinidad, desde esta última fecha, con su desmantelamiento, tan interesante punto
quedaba a merced de cualquier potencia que intentara ocuparlo. El riesgo fue advertido por la corte
y en 1635 el rey ordenó al virrey Conde de Chinchón proceder a su defensa. Éste, dudoso de que
alguna potencia enemiga intentara ocuparlo, y contra el parecer del Presidente de Chile, Francisco
Lasso de la Vega, le dio largas al asunto, del que al fin, no obstante la insistencia real, se
desentendió‖12.
En efecto, las condiciones que favorecían la ocupación de la estratégica ciudad no pudieron
ser más propicias. Sin importar cuál haya sido la potencia encargada de ocuparla, el lugar,
de una insuperable geografía, en términos de aprestos navales, estaba a disposición de
quienes necesitaran los apoyos logísticos existentes allí, para continuar avanzando hacia el
Perú. En conocimiento de esta ventajosa situación, Holanda sólo debía ejecutar sus planes
expansivos.
―…Los cronistas holandeses, al describir la geografía americana, se habían puesto a describir ―muy
de espacio‖ el Reino de Chile, custodio de el Perú, y dentro de él, en especial, el sitio de Valdivia:
―La preciosidad inestimable de sus riquezas en minas, metales, piedras, aguas y arena, donde apenas
En el año 1630, una poderosa expedición de 64 naves y 8000 soldados ocupó Pernambuco (Brasil).
Holanda establecía así una próspera colonia, cuyo gobernador fue el Príncipe Juan Mauricio, Conde de
Nassau- Siegen, la cual perduró hasta 1654. Este territorio, junto a las aspiraciones del gobernante, serviría de
base para futuros avances en el continente, donde los holandeses deseaban instalar nuevas colonias y de esa
forma proseguir su avance hacia el Perú.
12 GUARDA, G., Flandes Indiano. Las Fortificaciones del Reino de Chile 1541- 1826, Santiago de Chile, 1990, p. 13.
11
hay río, apenas monte que no labe (sic), y que no cubra granos y pepitas de oro, calificando a esta
región por la más rica de las Indias‖. Gerardo Mercator, autor de esta cita, concluía en el Tomo III
de sus Tablas Geográficas – Ámsterdam 1638–, después de referirse a la destrucción de 1599: ―De
aquí consta quan caro les ha costado a los españoles Chile y Valdivia, y quan importante sería que se
les acabase ya de quitar tan opulenta esperanza y possession‖ 13
Dentro de la política de Estado que promovía la expansión comercial holandesa hacia el
Pacífico, la cual aún no lograba consolidarse en sus costas orientales, la organización de la
expedición a Valdivia quedó a cargo de los Estados Generales Holandeses y la WIC 14. Con
esos patrocinadores zarpó la flota neerlandesa desde Pernambuco (Brasil), el 15 de enero
de 1643, al mando del Almirante Hendrick Brouwer, uno de los más ilustres marinos de
Holanda, con reconocida experiencia en las operaciones comerciales asiáticas de esta
potencia europea. Tal y como ocurriera con otras expediciones anteriores, el primer
emplazamiento español al que debían acercarse los navegantes era Chiloé; si las condiciones
les eran favorables, lo más oportuno sería ocupar militarmente aquellas comarcas. Por
supuesto lo intentaron.
―Las autoridades españolas de Chile y del Perú no tenían noticias seguras de la expedición de
Brouwer, pero desde tiempo atrás temían cada verano ver llegar a los holandeses. En el archipiélago
de Chiloé, sobre todo, se habían tomado muchas medidas para la defensa del territorio. El Virrey
del Perú envió algunos cañones para sus fuertes, arcabuces y mosquetes para armar a la población, y
las instrucciones necesarias para mantener la más empeñosa vigilancia. En febrero de ese mismo
año (1643), el Marqués de Baides había enviado treinta hombres para reforzar la guarnición de
Chiloé. En el mes de abril, con la entrada del invierno, se creyó alejado todo el peligro por ese año;
pero no se descuidó completamente la vigilancia‖15
Finalmente, y luego de haber sostenido una serie de escaramuzas con los colonos españoles
en la ciudad de Castro y haberla ocupado militarmente, la flota enemiga decide partir con
rumbo definitivo a Valdivia. Era el 21 de agosto. En consecuencia, se hallaban remontando
el estuario de Corral el 23 de agosto de 1643, logrando tener a la vista la tan estratégica y
Ibidem
WIC era la sigla de West Indische Compagnie (Compañía de las Indias Occidentales), fundada en 1621, con
derechos de monopolio sobre navegación, tráfico, comercio y descubrimiento en todos los mares y territorios
ubicados entre New Foundland (Terranova) y el Estrecho de Magallanes por el oeste, y entre el Trópico de
Capricornio y el Cabo de Buena Esperanza por el este.
En el Pacífico las actividades de la compañía se limitaban a la zona comprendida entre la costa occidental de
América del Norte y la parte oriental de Nueva Guinea. La WIC también podía firmar tratados de paz o
declarar la guerra a los pueblos nativos de la zona bajo su control y ejercer poder militar, judicial y funciones
administrativas en su territorio. La colonización era, por tanto, una de esas tareas.
Creada entre otros propósitos, para apoderarse de los metales preciosos provenientes de México y Perú, la
WIC se dedicó principalmente al comercio del azúcar de Brasil, del oro y del marfil de la costa occidental
África y, por último, al muy rentable tráfico de esclavos desde las costas africanas hacia Sudamérica.
15 BARROS ARANA, D., Historia General de Chile, Santiago de Chile, 2000, Tomo IV, p. 279.
13
14
deseada ciudad. Sin embargo, los tripulantes no desembarcaron sino hasta el 29 de ese mes,
parlamentando con los naturales que se reunían en las antiguas ruinas españolas.
―Una vez que llegamos disparamos en cada buque seis cañonazos, en manifestación de nuestra
alegría; los indios que estaban en la ribera, vinieron a bordo en gran número, sorprendidos, no
menos que los anteriores, por la forma de nuestros barcos; pero eran mui inclinados a robar i
codiciosos por las cosas de fierro‖16
A esas alturas del viaje, muerto el Almirante Brouwer el 7 de agosto, su primer oficial y
sucesor, Elías Herckmans, designado por el Conde Mauricio de Nassau, se encontraba a
cargo de la empresa, debiendo negociar con los indígenas las condiciones de cooperación,
ya que les dejaba muy claro ser enemigo de España y presentarse con fines de paz y
amistad.
Bajo esas supuestas buenas intenciones, los holandeses se establecieron en el sitio y sus
actividades parecían dar buenos resultados. A mismo tiempo, la alianza estratégica con los
naturales resultaba ser firme y cooperativa; todo indicaba un tranquilo pasar a los nuevos
colonos. Pensando en la prosperidad futura del enclave, el comandante ordenaba a uno de
sus oficiales de rango, el Capitán Elbert Crispinjsen, zarpar hacia Pernambuco y dar la
noticia a las autoridades de la compañía, indicando lo favorable de las condiciones que se
habían dado en beneficio de la operación. Era el 25 de septiembre y las fuerzas ocupantes
quedaban a la espera de refuerzos con los cuales consolidar su permanencia en Valdivia.
Pero, las cosas no lograrían mantenerse en buenos términos por mucho tiempo, dadas las
insinuaciones holandesas de encontrar oro en aquella comarca, propósito explícito al
momento de zarpar en el Brasil. Tal noticia entre los mapuches no causaría sino la
desconfianza y el temor a que se repitiese lo vivido durante el período español de la ciudad.
A cambio del metal los extranjeros les ofrecieron armas y objetos útiles a los nativos, pero
éstos recordaron lo que muchos años antes ocurrió a los indios encomendados, que al no
entregar suficiente tributo en oro a los españoles, eran castigados con crueldad y a veces
salvajemente mutilados. El horror que les producían aquellas historias no les daba motivo
alguno para cooperar con la ambición de los extranjeros.
Después de haber agotado todas las alternativas diplomáticas que pudieran propiciar el
buen fin de la expedición, sin poder lograr acuerdo alguno con los indígenas y parciales
brotes de rebelión entre la tripulación, Herckmans se hizo a la vela con las tres naves que
AA.VV., Chile a la vista. Los Navegantes Holandeses del siglo XVII, Santiago de Chile, 1999, p. 93. Nota recogida
de la bitácora del comandante de la expedición, fechada el 28 de agosto de 1643.
16
aún permanecían en el puerto, para regresar a su base en el Atlántico. Esto ocurría el 28 de
octubre de 164317.
No hay duda de que la ocupación holandesa de Valdivia fue el suceso más grave de los
ocurridos hasta entonces en el Reino de Chile, con compromiso de la seguridad del
Virreinato del Perú, que bien pudo ser puesto bajo sitio si el resultado del proyecto
extranjero hubiese sido favorable. Ante un golpe como ese, el Virrey peruano, marqués de
Mancera, actuaría con una diligencia y coordinación sólo comparable con los preparativos
del primer viaje de Sarmiento de Gamboa al Estrecho, en 1581.
―Desde que hubo tomado su resolución, el marqués de Mancera mandó enganchar gente de todo el
Perú y equipar en el Callao una numerosa escuadra. Desplegó en estos aprestos un ardor que no
reconocía ningún obstáculo. Creía consumar una empresa que habría de darle mucha fama, y atraer
un gran prestigio a su familia. En efecto, eligió para jefe de la expedición a su hijo primogénito Don
Antonio Sebastián de Toledo y Leiva. Reunió cuidadosamente todas las noticias, informes y planos
que podían dar a conocer el territorio en que se iba a operar, para facilitar con ellos el éxito de la
expedición. Sin reparar en gastos, armó en guerra doce galeones con ciento ochenta y ocho piezas
de artillería, cuarenta y cinco de las cuales estaban destinadas a los fuertes que debían construirse en
Valdivia; proveyó esas naves de víveres abundantes, de armas y municiones de toda clase y de
cuantos objetos y materiales podían necesitarse en la nueva población, y formó un cuerpo de
operarios, albañiles, carpinteros, herreros, armeros y demás artesanos útiles para ejecutar los
trabajos de construcción. El número de gente enrolada para la expedición ascendió a la cifra
considerable de mil ochocientos hombres entre oficiales, soldados y marineros. El Virrey embarcó,
además, diez religiosos, cuatro de ellos jesuitas, que debían servir de consejeros a su hijo en la
dirección de la campaña, y de capellanes del ejército y de la escuadra. Habíanse previsto todas las
necesidades de la empresa hasta en sus más menudos detalles, y el Marqués de Mancera se había
empeñado en llenarlas ampliamente. A la mezquindad con que los altos funcionarios del Perú
atendían los pedidos de socorros de los gobernadores de Chile, había sucedido una largueza que
rayaba en la prodigalidad para formar el ejército y abastecer la escuadra que debía mandar el hijo del
Virrey. Jamás había navegado el Pacífico una escuadra más formidable y un ejército tan numeroso y
tan bien equipado‖18.
La flota zarpó desde El Callao, el 31 de diciembre de 1644, para llegar a Valdivia el 6 de
febrero de 1645. Luego de supervisar en persona el inicio de las obras de fortificación, que
tenían como centro logístico y estratégico la isla que se conocía como ―de Constantino‖, el
hijo del Virrey regresaba al Callao el primer día de abril. A cargo de la plaza, con título de
Gobernador, quedaba el maestre de campo Alonso de Villanueva Soberal. Subordinados a
él estaban novecientos soldados con excelentes y abundantes pertrechos; cuarenta y ocho
cañones estaban a su disposición, los que compondrían el poder de fuego de los castillos
El arribo de la flota, el 28 de diciembre de 1643, decepcionó a las autoridades del enclave atlántico. Sólo
tres semanas antes había llegado Elbert Crispinjsen en busca de refuerzos, dando halagüeñas noticias sobre el
destino holandés en Valdivia. Y los auxilios pedidos en ese momento fueron dispuestos por el Príncipe
Mauricio de Nassau y estaban a punto de ser despachados hacia la ocupada ciudad. Pero los neerlandeses ya
habían echado la suerte regresando a Brasil, y no pretendían otro intento en el Reino de Chile. Al fracaso de
este ambicioso proyecto se sumó la permanente hostilidad portuguesa contra la colonia, representando un
severo peligro en el desarrollo del plan general de Holanda dentro del continente americano.
18 BARROS ARANA, D., Historia General de Chile, Santiago de Chile, 2000, Tomo IV, p. 292.
17
emplazados en los puntos más sensibles al ataque, y los más propicios para mantener a raya
al enemigo naval.
El complejo defensivo articulado en Valdivia, a partir de su repoblación, se controlaba
desde la isla de Constantino, casi en la desembocadura del río Valdivia. En homenaje al
título del Virrey Don Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera, la isla –cuartel general
de las fuerzas españolas en el puerto– paso a llamarse Mancera, nombre que hasta hoy
conserva. La fortaleza emplazada ahí se bautizó con el nombre de Castillo de San Pedro de
Alcántara, que llegaría a contar con 15 piezas de artillería, y hasta 1780 mantendría su
carácter de eje para todo el conjunto militar.
Otro punto estratégico en la bahía de Corral, emplazado en el lugar del mismo nombre, fue
el Castillo de San Sebastián de la Cruz de Corral, que en el inicio de las obras defensivas
estaba artillado con 12 piezas. A fines del siglo XVIII, más de un siglo después, la cantidad
de cañones ascendía a 36 y la construcción era la más poderosa de las fortalezas en todo el
sistema, gracias a la evidente mejora del fuego cruzado con la batería de Mancera. En
Niebla, frente a Corral, también operando en combinación con Mancera en el juego de la
entrada a la bahía, se estableció el Castillo de la Pura y Limpia Concepción de Monfort de
Lemus. Aunque no fue fundado en la misma época que los otros, se planeó su
construcción en aquel tiempo. Ya entre 1667 y 1672 comenzaron las obras de este nuevo
elemento del sistema. Al terminar el siglo siguiente se hallaban instaladas en dicho sitio 14
piezas de artillería, cuya disposición les permitía hacer fuego cruzado con Corral y dirigir
disparos hacia la entrada de la bahía. El último componente del conjunto era el Castillo de
San Luis de Alba de Amargos, si bien fundado antes que el de Niebla, constituyó la
posición defensiva más periférica del complejo; junto al anterior, fueron los más expuestos
y cercanos a la costa abierta, transformándose en la primera línea de fuego que debiera
enfrentar el enemigo cuando pretendiese
remontar el río Valdivia. Su construcción
comenzó en 1658, quedando dotado inicialmente de 6 cañones, los cuales solamente
aumentaron en una unidad para el año 1763.
Posteriormente a la operación militar que el Virrey Toledo ejecutara en Valdivia, otros
planes defensivos integraban al Reino de Chile, pero no se extendían en alcance como el
anterior proyecto. A éste siguió lo propuesto por el Virrey del Perú Don Diego de
Benavides y de la Cueva, Conde de Santisteban (1661-1667), quien resolvió enviar una
fragata para hacer el patrullaje de Chiloé y Juan Fernández. El último de estos lugares era el
más digno de atención, pues fue muy frecuente que los corsarios y filibusteros lo utilizaran
como base para sus campañas en el Pacífico19.
A tiempo se había retomado el control estratégico de Valdivia, pues en diciembre de 1670
el Capitán inglés John Narborough aparecía por aquellas costas, siendo el primer extranjero
en apreciar la magnitud de las fortalezas construidas por los españoles en esta parte de las
Indias y la única incursión británica desde Sir Richard Hawkins, en 1594. Aunque estos
navegantes ingleses no encontraron el oro que tanto buscaban sus predecesores, ni
lograron siquiera acercarse a la ciudad puerto, hicieron un detallado registro de la geografía
y las condiciones defensivas vistas en la región; pero sus exploraciones en estos contornos
australes permitirían a la Corona Británica manejar valiosa información acerca de territorios
que potencialmente podrían ocupar para futuras operaciones navales dirigidas a estas
latitudes.
―Como siempre, las defensas se arbitran durante todo este tiempo según los amagos de eventuales
ataques, previamente descubiertos en la corte a través de su red de información y avisados por
medio de reales cédulas. Las limitaciones de que adolece la técnica naval durante el siglo XVII
dificultan en extremo los ingresos de armadas poderosas al Mar del Sur, lo cual, de lograrse, hace
que de hecho lo hagan en tales condiciones que arriben más bien en plan de náufragos que de
agresores‖20
Efectivamente, la ejecución de obras fortificadas con un verdadero criterio técnico, lo
mismo que los planes concertados para enfrentar al enemigo, recién en el siglo XVIII se
harían realidad. La mentalidad ilustrada de Los Borbones sería decisiva en el cambio de la
concepción defensiva en esta parte del Imperio Español. Pero antes de analizar esa
centuria, debe considerarse la situación defensiva del Reino de Chile en el último tercio del
siglo XVII.
Cuando en 1679 se supo otra vez de la presencia inglesa en el Mar del Sur (expedición de
Sharp, Watling y Boldman), las autoridades valdivianas solicitarían auxilios con el fin de
reforzar las dotaciones existentes y apertrechar mejor su red fortificada. Las intenciones de
En realidad con este nombre se hace referencia, genéricamente, a un archipiélago situado a la altura de los
33º48’ sur y los 79º00 oeste, cuyas principales islas son Más a Tierra, Santa Clara y Más Afuera .Descubiertas en
1574 por el piloto Juan Fernández, su existencia produciría un vuelco total en lo referente a las
comunicaciones marítimas del Pacífico oriental, transformándolas así en un punto de muy alto valor
estratégico durante los siglos XVII y XVIII. Esta pieza clave en el sistema insular, utilizada por muchas
expediciones en la maniobra de evadir las costas del Reino de Chile, llegaría a cumplir un rol análogo al de la
isla Tortuga (ubicada al norte de Santo Domingo, en el Mar de las Antillas), pues con el tiempo se convertiría
en el fondeadero de cuanto corsario, pirata o filibustero navegara por esas aguas. Se puede mencionar, por
ejemplo, lo ocurrido en 1616, cuando llegaba hasta allá la maltrecha tripulación de Le Maire y Schouten;
Jacques L’Heremite y Huygen Schapenham prepararían allí su flota para emprenderlas contra El Callao, en
1624.
20GUARDA, G., Op. Cit., p. 24-.s.
19
aquellos defensores estaban motivadas por la lógica de que el enemigo siempre tendría la
necesidad de buscar una base estratégica y establecer en ella su cuartel general durante las
operaciones en las aguas del litoral peruano. En el caso de Sharp y otros aventureros, Juan
Fernández era el punto que mejor servía a este propósito. Si bien desde Chile fue enviada
una pequeña escuadra para darle caza en el archipiélago, los resultados no fueron
favorables. Sharp dejaría el Pacífico después de quemar La Serena y saquear las costas del
Virreinato hasta llegar a Panamá.
Antes de pasar al siglo XVIII, es conveniente hacer referencia a otros puntos estratégicos
del Reino de Chile, que también formarían parte de la expresión material con que los
hispanos respondieron a los enemigos en el Pacífico. La necesidad de control sobre
territorios vitales para el equilibrio geopolítico de la región, y la creación de núcleos
disuasivos ante cualquier actividad del enemigo, sería el gran avance defensivo de la
segunda mitad del siglo XVII.
Cualquier escuadrilla o flota de mayor envergadura que remontara el Pacífico, bordeando
las costas americanas, hallaría en Chiloé el primer lugar habitado por españoles. Desde
luego, así ocurrió en varias ocasiones, los navegantes extranjeros buscarían reabastecer ahí
los víveres agotados en la larga travesía austral, carenar sus navíos y lograr algún botín. Y el
ejemplo más claro fue la incursión de Brouwer en el archipiélago, antes de la ocupación de
Valdivia, en 1643; pero a pesar de aquello, su desvinculación física con Chile continental
siempre hizo del territorio chilote un lugar donde no sería conveniente ejecutar ningún
proyecto defensivo de verdadera magnitud. Tal como ocurriera con otros puntos del Reino
de Chile, fueron ponderaciones de los extranjeros las que impulsaron proyectos de defensa
posteriores en esa región insular.
―Los intentos ingleses del siglo XVIII, la temporal ocupación de alguna inhóspita isla de su
jurisdicción que, como se vio, alarmó extraordinariamente, en fin, la publicación de los diarios de
Anson o Byron, al ponderar su valor estratégico y su indefensión, determinarían a partir de la
segunda mitad del siglo un proceso de creciente valoración, concretada tanto en una variada suerte
de medidas administrativas como, desde luego, su fortificación‖21.
Dentro de los aciertos en las políticas de defensa estratégica implementadas por los
Borbones en el siglo siguiente, fortificar Chiloé significaría también el rescatar su carácter
periférico, esencial en un sistema continental que repeliese cualquier clase de ataque
enemigo; y los criterios adoptados en el siglo XVIII deseaban lograr un alcance muy
amplio, a la vez que propondrían una coordinación defensiva hasta entonces no sugerida en
21
GUARDA, G., Op.cit .p. 129.
el Reino de Chile y otros sectores del Pacífico oriental. Las fortalezas de Chiloé quedarían
articuladas de la misma forma que las de Valdivia. Su funcionamiento obedecía a una
planificación y objetivos claramente definidos, transformándose así en la primera línea de
defensa meridional del Mar del Sur.
Como eje de este sistema estaba el castillo de San Carlos (Ancud), controlando el
funcionamiento de una intrincada red de baterías y fortalezas menores22. Su objetivo era
custodiar la entrada del Canal de Chacao, acceso norte al mar interior del archipiélago
chilote, cuya defensa mayor estaba en la ciudad de Castro, emplazada sobre costa oriental
de la Isla Grande. Aunque ahí existía una pequeña fortaleza de madera, ocupada por la
guarnición militar en tiempos de las incursiones holandesas, formalmente se harían obras
defensivas en la primera mitad del siglo XVIII. Contaba esta plaza con 6 piezas de artillería
en 1755, considerándoseles insuficientes para proteger la ciudad, cuestión que no llegaría a
solucionarse, y antes de finalizar la centuria (1793), esta construcción prácticamente había
desaparecido.
Siguiendo el derrotero de las flotas enemigas en el Pacífico, existió otro punto insular
frecuentemente presente en sus campañas navales. Se trata de las isla Mocha (38º40’
sur/73º56’ oeste), descubierta por Juan Bautista Pastene en 1544, sobre cuyas playas se
registraron los desembarcos de Francis Drake (1578), Richard Hawkins (1594), De Cordes
(1599), Van Noort (1600) y Joris Van Spilbergen (1615). Pero sería aquella predilección de
los corsarios por hacer aguada ahí y recoger leña o víveres, el motivo por el cual las
autoridades del Reino de Chile decidieron mantener un mayor control sobre dicho lugar,
obligando a los barcos hostiles el alargue del itinerario hacia el lejano archipiélago de Juan
Fernández. Sin embargo, a pesar de las reiteradas apariciones extranjeras en la Mocha,
nunca hubo fortalezas ni resguardo militar formalmente establecido. Más hacia el norte,
análogo procedimiento se aplicó al siguiente punto insular de la costa chilena, la isla Santa
María, que en más de una oportunidad fue fondeadero y dio algún recurso aprovechable a
los extranjeros.
Hablando en términos continentales, según lo dispuesto en Concepción con propósitos
defensivos, corresponde mencionar que la ciudad, en su antiguo emplazamiento (Penco),
contaba con una fortaleza para enfrentar los constantes ataques mapuches. En 1615, y
motivado por la incursión del Joris Van Spilbergen, el Gobernador Alonso de Ribera
improvisó algunas defensas menores; pero recién, en 1682, las urgencias defensivas contra
Las fortificaciones principales eran: el castillo de Agüi y Fuerte Real; las baterías fueron: Bacacura, Campo
Santo, San Antonio, El Muelle, Poquillihue, de La Poza, de Remolinos, de Pampa de Lobos y de Coronel.
22
los eventuales enemigos marítimos y terrestres, hicieron que el Presidente José de Garro
mandara construir obras definitivas permanentes.
―El Fuerte de Garro, denominado Fuerte de Penco o la Planchada, cuyas ruinas perduran,
repetimos, constituye una obra permanente de mampostería, junto a la playa, de planta rectangular,
sin baluartes, aunque adornado con el noble complemento heráldico tan característico de las
construcciones del siglo XVII. Desconocemos su dotación militar, tanto de gente como de
artillería, en su primer momento de existencia, aunque suponemos que corresponde exactamente a
la obra que describe Carvallo Goyeneche, construida en 1684: batería a la plancheta con dieciséis
piezas de grueso calibre, cuarteles y almacenes subterráneos, subsistentes aún en el siglo
siguiente‖23.
En el siglo XVIII (1763) esta fortaleza tenía 17 cañones de calibre variado y su guarnición
superaba los cincuenta hombres. Como defensa de aquellas costas también debía funcionar
el punto artillado dispuesto en Talcahuano, y transformado en el puerto de la trasladada
ciudad de Concepción, debían ejecutarse obras militares para su protección. El Presidente
Ortiz de Rozas fundaba entonces el Castillo de San Clemente, que en 1763 registraba seis
cañones con cureña y otros seis sin montar. Esta fortaleza quedaba finalmente apoyada por
los fuertes de San Agustín y de Gálvez24.
En el puerto de Valparaíso se hicieron fortificaciones por primera vez en 1594, según
mandato del Gobernador de Chile Martín García Oñez de Loyola. La principal fue
bautizada como Castillo de San Antonio, era la respuesta a las acciones corsarias que venían
registrándose desde 1578. A fines del siglo XVIII estaba en un estado ruinoso y sus cuatro
cañones inutilizados. Existió también el Castillo de la Concepción (otra de las obras
militares complementarias), cuya data se remontaba al año 1676, misma época en que se le
artilló con ocho piezas. Seguía a estas construcciones el Castillo de San José, cuyos trabajos
comenzaron en 1682; para 1709 ya se encontraban concluidos y la fortaleza disponía de
nueve cañones. En 1740 estas piezas ascendían a diecisiete, sumando la parte alta y baja de
dicho punto defensivo. En análoga situación a Talcahuano, este sistema de castillos era
reforzado por baterías costeras25.
En el caso de La Serena, cuya primera línea defensiva estuvo siempre en Coquimbo,
respondía, como Valparaíso, a las agresiones de los ingleses registradas a finales del siglo
XVI. Sin embargo, no hubo ni en la ciudad ni en Coquimbo, alguna fortificación como las
existentes en Concepción o Valparaíso. Esto resulta paradójico, pero se entiende al pensar
GUARDA, G., Op.cit .p. 162.
El llamado Fuerte de San Agustín se situaba al oriente de la bahía de Talcahuano, contando nueve piezas de
artillería; el de Gálvez, ubicado al poniente del surgidero, tenía capacidad para trece piezas. Además de estas
fortificaciones la defensa era asistida por baterías dispuestas en varios puntos aledaños de la costa.
25 Las defensas menores eran: Cabritería o El Barón, el Espaldón y el Cerro del Chivato.
23
24
en el carácter estratégico de este punto, mucho menor que los anteriores, y los eventos
hostiles registrados en 1680 (la expedición de Sharp y Watling) y 1686 (la campaña naval de
Davis y Knifgt), fueron sólo circunstanciales, sin ser parte de una estrategia más planificada
o de una proyección mayor.
La tan célebre y comentada isla de Juan Fernández no fue fortificada sino hasta 1750, año
en que se envió desde Concepción a su primer Gobernador, el Coronel Juan Navarro
Santaella. Su misión era repoblar esa abandonada posesión española, pero no lograría
cumplirla ya que falleció junto a otros cuarenta pobladores por consecuencia de un
maremoto producido tras el terremoto de Concepción, el 24 de mayo de 1751, que hacía
desaparecer la aldea de San Juan Bautista, fundada según orden de dicha autoridad. Aún así,
entre 1761 y 1771 fueron realizadas mejoras a la fortaleza levantada en el lugar por el
difunto gobernador.
Puede parecer que algo tarde se hicieron los esfuerzos por mantener el control estratégico
sobre la isla, cuyos recursos ya habían aprovechado sobradamente corsarios y filibusteros,
de todos modos, como parte de la lógica estratégica de los Borbones, siendo pieza clave en
la defensa de esta parte del Imperio Español, se consideró su valor en el plan defensivo
continental.
―El reforzamiento de los Estados europeos y la consiguiente desaparición de piratas y corsarios
alteró sustancialmente el carácter de la guerra en América. Los enemigos de la Corona ya no serían
aventureros actuando por cuenta propia, sino ejércitos y armadas cuyas acciones se inscribían en el
marco de una estrategia perfectamente definida. Como apuntamos en el capítulo anterior, eso
significó un incremento de la peligrosidad de los ataques y una generalización del conflicto que se
extendería a todo el continente. El Caribe y el Golfo de México seguirían siendo las zonas más
amenazadas, porque en ellas está el centro de gravedad de todo el sistema, pero a lo largo del XVIII
aparecerían nuevos puntos de fricción como Nutra, se reducirían los enfrentamientos en el Río de
la Plata y, gracias a los avances tecnológicos, el Mar del Sur quedaría más expuesto que nunca. Por
otra parte, y a través de los ―situados‖, la guerra tendría repercusiones inmediatas aún en regiones
no afectadas directamente por las operaciones militares. Finalmente, el nuevo tipo de enemigo
supondría una modificación en sus objetivos. Ya no se tratará de saquear una ciudad para luego
retirarse con el botín, sino que se intentará su conquista, bien para apoderarse de ella o para
utilizarla como un elemento de negociación en las conversaciones de paz‖26.
Epílogo
En el siglo XVIII se manifestarían cambios notables en el proceso ofensivo y defensivo del
Pacífico, lo cual tendría eco en el Reino de Chile y la condición estratégica de su territorio,
que ahora seguirá los nuevos criterios de la Ilustración. Con el advenimiento de los
Borbones al trono español, en el inicio del siglo, desaparecerían también las iniciativas
26
ALBI, J., La Defensa de las Indias (1764- 1799), Madrid, 1987, p. 33.
francesas en las costas del Mar del Sur, dejando sólo la posibilidad a algún corsario o
filibustero —probablemente inglés— de emprender alguna campaña marítima en esta agua,
si contaba con la capacidad naval para lograrlo. Efectivamente, en 1715, se sabía de la
formación, en Inglaterra, de la Compañía del Mar del Sur, la cual tendría propósitos de
colonización en Chile. Ante la amenaza, las autoridades del virreinato peruano plantearían
otra vez la fortificación tanto de Chiloé como de Concepción, y conjuntamente habría de
guarnicionarse la siempre conspicua isla de Juan Fernández, indefectible punto de recalada
para aquellas flotas enemigas que solían merodear las aguas del Perú.
Siendo finales de octubre de 1739, España e Inglaterra estaban nuevamente en guerra27,
hecho que movilizaría a la poderosa escuadra inglesa hacia objetivos estratégicos en los
dominios ultramarinos del Imperio Español. Indudablemente, algunos de aquellos barcos
irían dirigidos contra el Pacífico, a fin de hacer su parte en la operación naval más
ambiciosa después de la emprendida por el holandés Jacques L’Heremite en 1624. A cargo
de la flota destinada al Mar del Sur y de hostilizar sus colonias, estaría el ilustre marino
Lord George Anson, investido como Comodoro; en el Caribe, lo propio debía realizar el
Almirante Sir Edward Vernon y ambos llevaban órdenes de ―estrangular‖ con una
maniobra de tenaza el continente, desde el Istmo de Panamá, inutilizando así el sistema de
comunicaciones entre las dos costas, lo que les daría el total control de América del Sur.
Por primera vez los españoles sentían una amenaza continental real, la que se tornaba aun
más grave, debido al enorme valor económico de los territorios en juego. Si había llegado el
momento de enfrentamientos de verdadera magnitud, también era tiempo de comprobar la
teoría defensiva que la Corona Española materializó en aquellos puntos considerados clave
para mantener la integridad de las Indias.
Ante una amenaza tal, nunca en aquellas colonias se había movilizado con tanta rapidez el
aparato defensivo que debía custodiarlas. Ante ese peligro inminente y el daño potencial
que Inglaterra pudiera ocasionar en aquel flanco americano, España enviaba una escuadra
de guerra en persecución de Anson. Su comandante, el Teniente General de Marina José
Alfonso Pizarro, con recursos navales relativamente similares a los británicos, tendría que
evitar que éstos entrasen al Mar del Sur, o seguir persiguiéndoles hasta darles caza28.
Problemas resultantes del contrabando inglés en las costas americanas, intervenido arbitrariamente por los
españoles, desencadenaron el conflicto desde Inglaterra, donde la opinión pública, al tanto de lo ocurrido,
pidió una respuesta armada frente a esa situación.
28 La cacería de los enemigos se extendería por la costa atlántica sudamericana hasta el extremo austral del
continente. Esto significaba atravesar los mares más tempestuosos del planeta, en la época de mayor violencia
climática. Durante el otoño de 1741, los ingleses soportaron más de siete semanas de tormentas tan terribles
como indescriptibles. Así, los hombres del Comodoro, muchos de ellos curtidos marinos, conocieron el azote
de los elementos, en la parte del mundo donde nada menos que los dos principales océanos unen sus aguas
27
―Mientras sus enemigos realizaban los ingentes preparativos que una expedición de ese calibre
exigía, los españoles no habían permanecido inactivos. Por primera vez, en Ultramar iban a chocar
dos concepciones estratégicas verdaderamente globales: la una defensiva y la otra ofensiva‖ 29.
Conocida toda la planificación de esta expedición, siempre a cargo de la red de
informaciones de la corte española, se reforzó todo el complejo defensivo de Valdivia; a
Chiloé se enviaron dos compañías de infantería y Concepción se defendería con toda la
tropa de las plazas de la Frontera. Pero tales acciones nunca llegaron a consumarse como
una defensa directa, puesto que los ingleses, si bien lograron atravesar el Cabo de Hornos,
tan maltrecha quedó esta flota en ese tránsito, que no pudieron cumplir el objetivo de
establecer puntos de control continental en la vertiente occidental de Sudamérica. Por otra
parte, sus maniobras de asalto en el Atlántico, repelidas eficazmente por las fuerzas
neogranadinas, les negaron toda posibilidad de bloquear el sistema estratégico americano.
El ascenso de Carlos III al trono de España, en 1759, daría un impulso mucho mayor a la
defensa del Reino de Chile y al Virreinato en general, pero en su período las amenazas
contra estos territorios irían desapareciendo o transmutando en comercio de contrabando.
No obstante, aunque hayan ocurrido aquellos cambios, no dejó de ser importante la
defensa total del continente, pues las posibilidades potenciales de ataques no podían dejar
de ponderarse; ahí estaba el acierto del monarca, en pensar con un criterio que tenía una
perspectiva de futuro. Ello significaba desarrollar una estrategia que definía perfectamente
cuáles puntos debían defenderse, sin pensar en si existía o no algún peligro que los
amenazara. A escala continental este nuevo planteamiento estratégico definió tres ejes, que
fueron las Antillas, Nueva España y el Perú.
Paradójicamente, la concepción defensiva borbónica de las Indias, que llevó a su cenit el
sistema fortificado construido allí; y de manera particular el que pondría a salvo de los
enemigos al virreinato peruano, demostraba así el verdadero interés y planificación
desarrollado en torno al conjunto territorial e insular de la costa chilena, que vino a
completarse, justamente, cuando las propias fuerzas enemigas hacían desaparecer el peligro
sobre la región, al disminuir notablemente la frecuencia de sus apariciones en el Pacífico.
en descomunales corrientes, y los vientos antárticos golpean con extrema inclemencia. Pagando el precio que
suele cobrar el mar austral, la escuadra inglesa perdió una nave y se dispersó en condiciones tan miserables,
que sería imposible capturar valdivia, el punto más estratégico del Pacífico.
29
ALBI, J., La Defensa de las Indias (1764- 1799), Madrid, 1987, p. 37.
La estabilidad política europea de la época y el decaimiento económico del Perú, serían
determinantes a la hora de cambiar los intereses de los antiguos enemigos de España,
abandonando éstos sus viejas pretensiones de riqueza y dominio, tan características del
siglo XVI y XVII, dejando entonces al sistema de fortificaciones más meridional de
América como una muestra obsoleta del ritmo seguido durante casi tres siglos de
constantes respuestas al acecho y agresión.
Conclusión
Pese a haber sido concebido el conjunto fortificado del Pacífico meridional como una serie
de elementos defensivos, dentro del espacio de influencia correspondiente al rico
Virreinato del Perú, no se comprobó totalmente esta capacidad en un sentido de defensa
directa contra los ataques enemigos, ninguno de los cuales se desarrolló estando operativo
el sistema en su totalidad. La característica fundamental de la red fortificada del Reino de
Chile, repartida entre el litoral y sus islas adyacentes, radica en haber establecido para todo
aquel conjunto un carácter disuasivo frente a las amenazas extranjeras. Éstas, que en muy
raras ocasiones provenían del propio Mar del Sur, debieron enfrentar la peligrosa travesía
austral del Estrecho de Magallanes primero, y, andando el tiempo, someterse al
impredecible finis terrae del Cabo de Hornos. Las condiciones geográficas y climáticas
propias de tal viaje, que no siempre permitían salir íntegras las expediciones provenientes
del Atlántico, serían un peligro permanente; pero tal condición era uno de los riesgos
asumidos por los muchos aventureros lanzados a la empresa de los viajes australes.
Sin embargo, cuando se había logrado el cometido de poner las naves hostiles en el
Pacífico, quedaba la posibilidad de verse enfrentados al fuego de una red fortificada única
en esta parte de la Indias, diseñada según las experiencias adquiridas con cada una de la
incursiones enemigas que se permitieron atacar los dominios del soberano español en este
confín del Imperio, primero deseosas de un botín alucinante, en las costas del Perú y
Nueva España, y luego, excitadas por el directo acceso a las colonias españolas del
continente asiático, que ofrecían múltiples y tentadoras riquezas. Ya la proeza de Francis
Drake, circunnavegante del globo para la corona isabelina, no se relegaba a un prodigio en
los grandes viajes de exploración; la ambición y capacidad naval de las flotas enemigas,
hicieron de esta ruta un tipo de empresa, aunque arriesgada, muy lucrativa, con la que
muchos estados de Europa deseaban llenar sus arcas.
En términos prácticos, intentar capturar el tesoro peruano en su primer punto de
embarque, situado en el occidente sudamericano, ofrecía un par de ventajas directas. La
primera fue no exponerse al fuego de la poderosa red de fortalezas ubicadas en los
territorios Caribe- antillanos, a cargo de custodiar el zarpe de las riquezas del Rey con
rumbo a la Metrópoli, bajo la fuerte protección de los convoyes artillados de la armada
española. En segundo lugar, y una vez en aguas del Mar del Sur, se ofrecía la posibilidad de
dar la vuelta al mundo, al trazar derrota hacia los establecimientos hispanos del Asia
meridional, reputados como el punto de origen de las muy cotizadas especias, la seda, el
marfil, piedras preciosas y un sinfín de elementos suntuarios que harían despegar el primer
capitalismo europeo.
Por último, el desarrollo de un sistema defensivo cuyo eje era el Reino de Chile, presenta
un muy buen ejemplo dialéctico de ataque y defensa, siempre en ese orden, que en el caso
estudiado adoptó, en el transcurso de casi dos siglos, criterios cada vez más técnicos, a fin
de enfrentar la presencia enemiga en estas latitudes. Y así debía ser, pues los avances en la
construcción naval y el mayor conocimiento geográfico, permitirían llegar en mejores
condiciones operativas a cualquier flota extranjera que deseara atacar o asediar los puertos
del virreinato peruano, cabeceras del circuito de las riquezas argentíferas de la Corona
Española y, al mismo tiempo, lanzarse a la caza de un botín que circulaba de manera
regular por aguas del Océano Pacífico, procedente de sus regiones occidentales.
Recibido:
3 de octubre
Aceptado:
20 de octubre
Descargar