LA AMÉRICA DE VALLE-INCLÁN COMO PRODUCTO DEL PSEUDOOCCIDENTALISMO EN SONATA DE ESTÍO Y ANTIOCCIDENTALISMO EN TIRANO BANDERAS _______________ A Thesis Presented to the Faculty of San Diego State University _______________ In Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree Master of Arts in Spanish _______________ by Luis Ramón Ortega Spring 2014 iii Copyright © 2014 by Luis Ramón Ortega All Rights Reserved iv DEDICATORIA A lo largo de mi trayecto académico, la tesis presente es el más patente y significativo logro. Mi carrera académica inició por iniciativa propia, sin embargo, la realización de este proyecto y mis títulos universitarios se deben a tres personas: mi mamá, María Aurora, mi papá, Manuel de Jesús y mi hermano, Emanuel. Cuando decidí tomar la pluma, ustedes me apoyaron en todo y sin condiciones, y por ello, son la piedra angular de mi fruto universitario. Al nombrarlos en esta página, pretendo que mi agradecimiento quede inmortalizado. ¡Mil gracias! Asimismo, este trabajo es para mis hijos “postizos”—mis sobrinitos y sobrinitas— que con su cariño me dan ánimo. Ustedes son mi inspiración, motivación y el porvenir de nuestra cultura. Al sólo hablarles en español, viviendo en un país donde se ha propagado el “English only”, yo he perpetuado y seguiré perpetuando el elemento cardinal que compone nuestra cultura—la lengua materna—ya que sin ella, la cultura se desmorona. A su debido tiempo, también les enseñaré a leer en español, y así, espero que aprecien no sólo la lectura en nuestra lengua, sino que valoren nuestra riqueza cultural. v Indio hermano La mano en la mano. -Valle-Inclán vi ABSTRACT OF THE THESIS La América de Valle-Inclán como producto del pseudoOccidentalismo en Sonata de estío y anti-Occidentalismo en Tirano Banderas by Luis Ramón Ortega Master of Arts in Spanish San Diego State University, 2014 The transatlantic novel deals with the exotic projection of the Other produced by the Occidental (Western) imagination. In the transatlantic novel, the Occidental traveler must construct two images: one, the savageness of the Other, and two, his glorified self. This study examines the atypical nature of two transatlantic novels. The present thesis argues that ValleInclán’s Sonata de estío and Tirano Banderas are both unorthodox transatlantic novels as they show a significant deviation from all Occidentalist discourses (Colonialist, Imperialist, and Nationalist). To explore this argument, the study was divided into three sections. First, the introduction presents and explains two theoretical tropes, Orientalism and Occidentalism, and it also suggests that the reader see Sonata de estío through a pseudo-Occidentalist lens and Tirano Banderas through an anti-Occidentalist lens. This section also treats the literary criticism surrounding the supposed Occidentalism linked to Valle-Inclán. Subsequently, a significant portion of the thesis is dedicated to the exploration of the pseudo-Occidentalism in Sonata de estío. The literary analysis culminates with the examination of the blatant antiOccidentalism in Tirano Banderas. vii ÍNDICE PÁGINA ABSTRACT ............................................................................................................................. vi RECONOCIMIENTOS ......................................................................................................... viii CAPÍTULO 1 INTRODUCCIÓN AL OCCIDENTALISMO ..............................................................1 La cuestion Occidentalista ..................................... Error! Bookmark not defined. El supuesto Occidentalismo .....................................................................................8 La desmitificación del Occidentalismo ..................................................................12 2 EL PSEUDO-OCCIDENTALISMO EN SONATA DE ESTÍO ...................................17 3 EL ANTI-OCCIDENTALISMO EN TIRANO BANDERAS .......................................41 4 CONCLUSIONES PSEUDO-ANTI-OCCIDENTALISTAS......................................67 OBRAS CITADAS ..................................................................................................................70 viii RECONOCIMIENTOS Decidí realizar mis estudios en la Universidad Estatal de San Diego por dos razones: una de ellas es por la grata recepción que recibí al solicitar, y la otra es por ofrecerme la oportunidad de culminar mis estudios con la publicación del presente proyecto. En general, les quiero agradecer a todos los profesores que—con la convivencia dentro y fuera del aula— me brindaron su apoyo, consejos y sabiduría. En específico, me siento dichoso y afortunado de tener a la Dra. Alda Blanco como profesora, colega, amiga y directora de mi tesis. Ella merece mi eterna gratitud por su alentadora y constructiva asesoría. Asimismo, le quiero expresar mi agradecimiento al Dr. Juan M. Godoy por instilar una base teórica en mi repertorio académico y por sus comentarios inspiradores. También le agradezco al Dr. Pablo Ben por formar parte de mi comité y por brindarme una perspectiva distinta. Por último, les manifiesto mi gratitud a todos los colegas que me dieron ideas o ayudaron en el desarrollo de la tesis. ¡Gracias a todos los que pusieron su granito de arena en este mar de palabras! 1 CAPÍTULO 1 INTRODUCCIÓN AL OCCIDENTALISMO “¡[D]ecidí irme a México porque México se escribe con x!”1 son las palabras con las cuales el escritor gallego Ramón María del Valle-Inclán pone en manifiesto que su viaje a México no lo realizó para imponer su voluntad occidental, tendencia acostumbrada por viajantes occidentales. Por lo contrario, al escribir el nombre de este país con la ortografía nacional, él demuestra ser partidario de la mexicanidad2. Sin cambiar “la dulzura de la equis por la aspereza de la jota” (ctd. en Dougherty, “Un Valle-Inclán olvidado” 95), Valle-Inclán viaja a México para vivir, observar y documentar por escrito una realidad americana nunca antes transmitida por un viajante occidental. Valle-Inclán convierte sus hallazgos iberoamericanos en obras literarias, escritos en que nuestro autor pone en evidencia otra realidad—valga la paradoja—una realidad ficticia que representa la vívida reproducción de sus vivencias transatlánticas. Con respecto a la mencionada “realidad ficticia” transmitida por Valle-Inclán, el término “ficción” sobrelleva una connotación falsa, sin embargo, quitémosle tal connotación al término revelando la función de su raíz latina: fictio en latín significa moldear o formar, maniobras que Valle-Inclán realiza al relatar sus experiencias. A lo largo de esta tesis, dichos textos “ficticios” serán denominados como escritos transatlánticos. Sonata de estío, publicada en 1903 y Tirano Banderas, publicada en 1926 son las novelas 1 Valle-Inclán le expresa este sentimiento a su gran amigo, Alfonso Reyes, quien tiene por seguro que Valle-Inclán “es a toda hora el mejor amigo de México” (ctd. en Guerrero Bueno 12-13). 2 Cabe mencionar que los españoles, al escribir “México”, tienden remplazar el fonema /x/ que utilizan los mexicanos por la grafía “j”. 2 transatlánticas que analizaremos a fondo. No obstante, antes de llegar a la elaboración de dichas novelas, Valle-Inclán, pasmado e inspirado por lo no occidental, también escribe dos cuentos transatlánticos—Bajo los trópicos y La Niña Chole—que también analizaremos por ser precursores a Sonata de estío. La tesis presente surge como una respuesta a la notable cantidad de crítica contradictoria en torno a los textos transatlánticos mencionados, cuyo argumento esencial sugiere que Valle-Inclán sea visto como un escritor occidental que propaga una agenda imperio-colonial siguiendo los modelos formales del Orientalismo. Edward Said define el Orientalismo como “a style of thought based upon an ontological and epistemological distinction made between ‘the Orient’ and (most of the time) ‘the Occident’” (Said, “Orientalism” 2). Siguiendo este modelo, lo “Oriental” es construido, definido y entendido en base a las distinciones culturales establecidas, no por el sujeto “Oriental”, sino por el “Occidental”, quien tiene como intención “to control, manipulate, and even to incorporate, what is a manifestly different (or alternative and novel) world” (Said, “Orientalism” 12). Entonces, de este modo, la crítica respaldada por el Orientalismo, apunta que Valle-Inclán subordina la otredad exponiendo la “Madre Patria” como la fuente de civilización del “Nuevo Mundo” (Oriente), pero sobre todo, ensalzando el pasado glorioso de la España imperio-colonial. Dicha crítica le atribuye a Valle-Inclán una inclinación nacionalista, colonial, pos-colonial, imperial y pos-imperial, términos que convendría condensar bajo la rúbrica Occidentalista. El Occidentalismo, según Fernando Coronil, “is… not the reverse of Orientalism but its condition of possibility, its dark side (as in a mirror)” (56). En este sentido, el reflejo oscuro denominado como “condition of possibility” es la sustancia ideológica (ya sea nacional, colonial o imperial) del occidental que nutre el Orientalismo. De 3 alterna forma, la misión fundamental del Orientalista es fabricar al Otro3, mientras que el Occidentalista no sólo realiza tal fabricación, sino que también crea una imagen glorificada del occidental por medio del tradicionalismo imperio-colonial. Así pues, un Occidentalista orientaliza y, a su vez, también occidentaliza. Tomando esto en cuenta, propongo que la labor transatlántica de Valle-Inclán no sea vista bajo el lente del Occidentalismo. Mi tarea será desmitificar la visión Occidentalista imputada a Valle-Inclán, proponiendo que Sonata de estío se lea como una novela pseudo-Occidentalista y Tirano Banderas sea vista como una novela anti-Occidentalista. Me comprometo a patentizar que Valle-Inclán, en vez de desempeñar una misión reivindicadora de su patria, más bien rompe este esquema tradicional invirtiendo el discurso Occidentalista. LA CUESTIÓN OCCIDENTALISTA Durante su estadía en el continente americano, Valle-Inclán fue cobrando consciencia sobre la convivencia y relación entre el occidental y la otredad latinoamericana. Es precisamente en ambas figuras—el Otro y el occidental—donde reposa el respaldo esencial del argumento planteado. Refutaré la crítica que aboga por el Occidentalismo de Valle-Inclán como lo han realizado diversos críticos, destacando el humor lúdico de Valle-Inclán, sin embargo, haré algo substancial y novedoso—utilizaré como herramienta primordial la autoconstrucción ideológica del occidental y la noción ortodoxa de la otredad y, a partir de allí, analizaré la manera discursiva en que Valle-Inclán las proyecta en sus novelas. Propongo subrayar la manera en que Valle-Inclán maneja el discurso; es decir, explorar si Valle-Inclán sigue o subvierte las reglas del discurso Occidentalista en relación con el Otro. Ambas 3 El Otro, aunque tenga el morfema que dicte su masculinidad, abarca ambos géneros. No es masculino por exclusividad, sino por convencionalidad. El Otro, independientemente del género, a lo largo de esta tesis, se refiere a alguien no occidental. 4 figuras—el occidental y el Otro—están respaldadas por un amplio campo teórico que utilizaré para descifrar las elaboraciones e intenciones de Valle-Inclán. Para llevar a cabo dicha tarea, se hará hincapié en la convivencia entre el Otro y el occidental, tomando en cuenta el espacio geográfico que comparten, mejor conocido como la zona de contacto, por la cual Marry Louise Pratt propone que la convivencia e intercambios culturales componen la experiencia transatlántica para ambos, el occidental y el Otro (6). La zona de contacto enmarca toda relación transcultural y nos ubica—es el punto de partida, el espacio donde encontramos los enfrentamientos, ya sean armoniosos o conflictivos entre el occidental y el Otro. Este tropo destaca las diversas relaciones entre el colonizador y colonizado, exponiendo que la relación transatlántica es poco equitativa y, es precisamente ésta la que nuestro autor maneja para destacar la falta de equidad entre el colonizador (occidental) y el colonizado (Oriental). Tomando estos elementos en cuenta, el objetivo esencial del estudio presente es desmantelar la disposición Occidentalista atribuida a Valle-Inclán. Asimismo, basándome en los personajes de las novelas, también desarrollaré y analizaré las consecuencias, repercusiones y tensiones entre el mismo occidental y el sujeto que ha creado—el Otro. Por la postura que he tomado con respecto a los textos transatlánticos de Valle-Inclán, antes de iniciar el proyecto presente, creo prudente e imperativo destacar una pieza clave dentro de la escritura Occidentalista—la visibilidad del escritor occidental. Este escritor es el ser privilegiado que viaja a tierras exóticas y graba con palabras pintorescas la otredad, para luego reproducirla a aquellos quienes no corren con la fortuna de llevar a cabo tal hazaña. Mi intención aquí es explorar todos los ángulos posibles para disminuir mi imparcialidad y fortalecer mi argumento. Goretti López Heredia propone que el emisor de la escritura pos- 5 colonial, en vez de ser un escritor, es un traductor (161). Lo que hace López Heredia aquí es ponernos de sobre aviso para que de esta manera tengamos consciencia de las habilidades del escritor/traductor occidental. Su argumento se basa en la visibilidad del traductor occidental, el cual, al escribir sobre el Oriente4, corre el riesgo de caer víctima ante la tentación del exotismo. Para llevar a cabo esta labor, ella elabora el proceso traductológico—traduccióncreación—que la escritura por sí misma no abarca. López Heredia se presta del trabajo de Anuradha Dingwaney, escritora teórica quien explora los textos pos-coloniales situándolos bajo el lente teórico de la traducción. En las palabras de Dingwaney: Translation is one of the primary means by which texts are written in one or another indigenous language of the various countries arbitrarily grouped under the “Third”, or non-Western, World are made available to western, metropolitan languages. However, translation is not restricted to such linguistic transfer alone: translation is also the vehicle through which “Third World” cultures (are made to) travel—transported or “borne across” to and recuperated by audiences in the West. Thus, even texts written in English or in one of the metropolitan languages, but originating in or about non-Western cultures, can be considered under the rubric of translation. (ctd. en López Heredia 161) La palabra y concepto clave en este pasaje es traducción ya que el término conlleva una noción compleja de representación dentro de la literatura pos-colonial. Ahora bien, vemos que la traducción no sólo le pertenece a las transferencias lingüísticas, sino que también deberíamos considerar que la traducción es el medio por el cual las culturas Orientales son transportadas al público occidental. El último fragmento del pasaje es meritorio de subrayar pues es el más pertinente a las obras de nuestro autor. Es razonable considerar que los textos nacidos en el Oriente, pero escritos en una lengua metropolitana, caen bajo la rúbrica de traducción que nos ofrece Dingwaney ya que se traduce más que la lengua—la cultura ajena 4 Al referirme al Oriente, tomaré otra página del texto de Said, donde propone que el Oriente no es exclusivo a la representación de un continente o cultura, más bien nos sugiere que el Oriente y lo Oriental existen como la contraparte del Occidente y Occidental (“Orientalism” 12). 6 también es sujeta a la traducción. Precisamente, esta “traducción cultural tiene lugar siempre que una experiencia ajena se interioriza y reescribe en la cultura en la que esa experiencia es recibida” (Carbonell 103). Este proceso se basa en lo siguiente: la traducción de culturas es realizada por el escritor occidental, el cual los escribirá como discursos exóticos e intentará proyectar este exotismo Oriental al lector occidental. En efecto, tratando el exotismo, López Heredia señala que el discurso de la literatura pos-colonial se basa en la acentuación de la diferencia (165). El punto imperativo que debemos manejar aquí es que ante todo debemos estar conscientes que Valle-Inclán es un traductor visible de la literatura pos-colonial, siendo que está a la merced del exotismo. No obstante, en los capítulos que se avecinan, propongo que Valle-Inclán utiliza el exotismo tal como utiliza su nacionalidad—muy a su manera— distorsionando y rompiendo los parámetros discursivos Occidentalistas. Con fin de manifestar lo previo, a lo largo de la tesis, me comprometo a explorar la siguiente incógnita: ¿con qué fin exotiza e idealiza Valle-Inclán? Al emprender viajes con destinos Orientales, Valle-Inclán, topándose con panoramas exóticos, se convierte en escritor, también conocido como traductor de culturas. De hecho, su inspiración artística la encuentra en México durante su primera estancia, la cual realizó entre el 7 de marzo de 1892 y el 25 de marzo de 1893 (Casado 61-65): “México me abrió los ojos y me hizo poeta. Hasta ese entonces, yo no sabía qué rumbo tomar”—palabras que nos confiesa Valle-Inclán (ctd. en Guerrero Bueno 12). El rumbo y oficio tomado por nuestro autor, según el teórico Tzvetan Todorov, es uno que se resume en una de dos tendencias: Todorov propone que existen dos vertientes con respecto a los viajantes occidentales que documentan sus hallazgos Orientales—el nacionalista y el exotista (264). Todorov plantea que el exotismo y el nacionalismo son dos formas de relativismo, donde lo que se valora es 7 un país y una cultura (Oriental), ambos definidos exclusivamente por la relación que tienen con el observador occidental (en nuestro caso Valle-Inclán). Siguiendo este paradigma, el nacionalista proclama la superioridad de los valores de su patria, asumiendo la inferioridad del resto, mientras que en el polo contrario, el exotista asegura que el país con los valores superiores es todo aquel que no sea el suyo (Todorov 264). En esta tesis arguyo en contra de cualquier tipo de Occidentalismo atribuido a Valle-Inclán y, por ende, me arraigo en asignarle la cualidad exotista propuesta por Todorov. A su vez, mi proyecto esencial se resume en que nuestro autor, valga la redundancia, valora los valores del Otro. El fin de un exotista, además de valorar el Otro, nos asegura Todorov, toma el papel de auto-crítico (270). En efecto, por medio del panorama crítico que nos ofrece Valle-Inclán de la “Madre Patria” en ambos textos transatlánticos, veremos la molestia nacional que lo acompaña en su travesía Oriental. Apreciando el trabajo de Todorov, me parece que él toma el papel de sastre, confeccionando dos sacos, uno nacionalista y otro exotista y, tomándole la medida a ValleInclán, me atrevo a vestirlo con el saco exotista. El interpretar el uso del exotismo de nuestro escritor occidental es una tarea bastante ardua y delicada ya que debemos tomar en cuenta el factor primordial dentro de la escritura Occidentalista—el discurso. A través del discurso Occidentalista, el exotismo tiene como meta esencial destacar la superioridad occidental, marcando un contraste subyugante entre el observador occidental y la otredad (Said, “Orientalism” 6-7). La dificultad asociada con la interpretación del exotismo usado por Valle-Inclán se debe a que él no es un escritor canónico—al contrario—es elusivo, subvierte y va contra la corriente, pues esto lo destacaré por medio de sus prácticas lúdicas dentro de su discurso “Occidentalista”. Mientras no sea posible disputar que Valle-Inclán utiliza un discurso Occidentalista, propongo que lleva a 8 cabo tal práctica discursiva para extender una translucida pantalla Occidentalista y, detrás de ella, se encuentra la trampa—la intención paródica e irónica de nuestro autor. Sin embargo, ante la interpretación de ambas novelas, se ha creado un campo analítico conflictivo cuando ciertos críticos caen dentro de la trampa tendida—la traslucida pantalla Occidentalista—ya que no son capaces de percibirla, ni mucho menos, procurar qué es lo que Valle-Inclán oculta detrás de ella. Resulta ser que tras este conflicto crítico, existe una lógica fallida ligada a la interpretación transatlántica de Valle-Inclán. Valle-Inclán es un escritor español, constantemente vinculado a la generación del 98, la cual les exige a sus representantes la restauración de la patria (ctd. en Esteban 118). Con respecto a la obra transatlántica de ValleInclán, me veo forzado a deconstruir este “razonamiento” ya que creo prudente dudar o escrudiñar nuestra propia percepción antes de caer en la tentación de hacer clasificaciones “lógicas”, las cuales, a mi parecer, son la causa de la incongruencia interpretativa ligada a Valle-Inclán. Analizando el porqué y cómo realizan su trabajo estos críticos, llevaré a cabo un estudio que cuestione la problemática interpretativa en torno a la labor transatlántica de Valle-Inclán. EL SUPUESTO OCCIDENTALISMO En primer plano, tenemos el análisis crítico de Amanda Nolacea Harris, quien sugiere que veamos Sonata de estío como un proyecto transatlántico impulsado por una agenda nostálgica y nacionalista porque, según ella, Valle-Inclán reconstruye un pasado imperiocolonial dentro de la novela (237). En este contexto, Harris argumenta que la reconstrucción histórica reposa en los protagonistas—la Niña Chole y el Marqués de Bradomín. Según ella, la Niña Chole es símbolo de pérdida dentro del discurso nacionalista en ambos lados del atlántico, y así, le da cabida al “alter ego” protagónico de Valle-Inclán, el Marqués de 9 Bradomín, siendo esta figura quien ponga el nombre de la “Madre Patria” en alto al rescatar la colonia perdida (la Niña Chole). Harris intenta justificar la visión nacionalista de ValleInclán clasificándolo como un escritor de la generación del 98. Según ella, la literatura poscolonial y pos-imperial (Occidentalista) corresponde a una crisis nacional de auto-definición relacionada a la generación del 98 (236). Con fin de ilustrar esto, Harris afirma que la protagonista simboliza y sustituye el territorio mexicano y, ante el pesimismo vivido en España a fines del siglo XIX, parte la recuperación alegórica de la colonia perdida (237). No obstante, estimo que el tema de la recuperación alegórica atribuido a Sonata de estío no es pertinente al pesimismo que caracteriza la generación del 98 ya que en la novela existe la posibilidad de ver la “recuperación” como una idealización ridícula de las hazañas célebres vividas por Hernán Cortés. Así pues, sin analizar el discurso del protagonista, podríamos apreciar estas proyecciones como la nueva “realidad” del Marqués y caeríamos dentro de la trampa tendida por Valle-Inclán. Sin embargo, Harris no lo ve de esta manera, ya que se queja sobre el escaso respaldo crítico que vincule la grandeza histórica de España en relación con México. Refiriéndose al cuerpo crítico en torno a Sonata de estío, asegura que “they have not connected the chronicles of the Conquest or the nineteenth-century historical novels to the Sonata de estío” (237). No creo que este vínculo exista ya que Valle-Inclán es un escritor escurridizo y, no es hasta darnos cuenta de ello que sus vocablos literarios seguirán siendo tomados como auténticos discursos Occidentalistas. Como reflejo del argumento de Harris, la crítica Ana Cecilia Iraheta también nos presenta a un Valle-Inclán que plasma en Sonata de estío su preocupación por España. Ambos estudios exhiben semejante discrepancia interpretativa, pero ahora, la base del argumento, al igual que el título del estudio de Iraheta es: “El viaje al pasado, la otredad y el 10 nacionalismo en Sonata de estío como elementos de partida para la reivindicación de España” (439). A la par con Harris, para Iraheta, la justificación de la reivindicación de España también reposa en las metas literarias de la generación del 98. Iraheta asegura que “uno de los logros de la generación del 98 fue reivindicar, se puede decir, a España en el mundo de la literatura europea” y agrega que “los escritores de dicha época se embarcaron en la tarea de analizar los problemas sociopolíticos de la nación e incentivar a ésta a través de la literatura, a recobrar su pasado glorioso” (439). Conviene destacar que bajo esta denominación, la agenda de Valle-Inclán consiste en examinar la problemática sociopolítica de la patria española con fin de rescatarla—por conducto artístico—de la decadencia postimperial. No arguyo que uno de los propósitos de la generación del 98 fue analizar y desviarse de las fallas que llevaron a España a su estado decadente a finales del siglo XIX. Sin embargo, no logro concebir que España pueda “recobrar su pasado glorioso” (Harris 439) reinventando o reviviendo el pasado opresor sufrido por la raza india. Más bien, nos comenta el mismo Valle-Inclán que “[p]ara salvar a España no hay más que volver al concepto romano. La visión de los civilizadores romanos es la única que se ajusta todavía a la realidad de la Península”, y culmina su argumento aseverando que “[e]ntonces, y sólo entonces, podría España aspirar a restaurar su influencia moral en América” (ctd. en Dougherty, “Un Valle-Inclán olvidado” 151-152). En torno a las obras transatlánticas de Valle-Inclán, Iraheta declara que: Valle-Inclán sí tenía una preocupación por la situación sociopolítica de España desde sus inicios literarios, y que esta preocupación muestra una apasionada coincidencia histórica y sobre todo un deseo de rescatar a su nación de la decadencia post-imperial que la azotaba. (440) En definitiva, uno de los argumentos claves en esta tesis es que por medio de Sonata de estío y Tirano Banderas, Valle-Inclán muestra cierta preocupación, pero no por su patria, sino por 11 lo que su patria ha hecho con la otredad iberoamericana. Iraheta sostiene su argumento— explorar la preocupación nacional de Valle-Inclán por medio de la reivindicación de España—poniendo a Valle-Inclán, como lo realiza Harris, a la par con el Marqués de Bradomín y, asimismo, también equipara el viaje transatlántico del Marqués al de Hernán Cortés. Por medio de este paralelo, Iraheta destaca la agenda nacionalista de Valle-Inclán, la cual, según ella, es sustentada por “las referencias históricas [en Sonata de estío] a las que el autor hace alusión” (Iraheta 445). La intención crítica, no sólo en el capítulo presente, sino a lo largo de la tesis, es desmantelar la idea de reivindicación occidental profundizando varios temas: el perfil de la otredad, la representación occidental y el uso del humor, explorando cómo Valle-Inclán subvierte o ridiculiza el discurso Occidentalista. Con respecto a la visión nacionalista atribuida a Valle-Inclán, Jesús Torrecilla explora el uso peculiar del exotismo y la proyección del nacionalismo en Sonata de estío. Dado que Torrecilla profundiza el exotismo y nacionalismo en Sonata de estío tratando la convivencia pos-imperial entre España y México, convendría considerar la estrecha relación histórica sostenida por ambas naciones. Enmarcando esta convivencia en el contexto histórico que vive Valle-Inclán, el discurso Occidentalista decreta que dicha relación transnacional consiste en que a la “Madre Patria” le corresponde tomar el papel central de ex-metrópoli de un imperio colonial ya que considera que los países exóticos que un día fueron dominados mantienen una prolongación de la identidad nacional española. En este sentido, Torrecilla resume su tesis así: “La consideración del exotismo como un componente intrínseco de la identidad propia afecta la manera de interpretar y utilizar el concepto en la literatura española, impregnando la atracción por lo exótico de un sentido nacionalista” (36). En efecto, siguiendo las pautas del discurso nacionalista, por medio del exotismo se crea suficiente 12 diferencia y distanciamiento para llevar a cabo la glorificación nacional y la creación de la identidad propia. En este contexto, el exotismo es una espada de doble filo—al exotizar, el occidental crea dos identidades—una, la propia y la segunda, la del Otro. Dada a la función compleja que conlleva el tropo de exotismo, Torrecilla conceptualiza un “exotismo nacionalista”, cuya creación abarca la construcción de la identidad propia del Marqués a través de la reconstrucción histórica imperio-colonial (40). Quizá a simple vista, la hazaña conquistadora del Marqués pueda verse como una realidad histórica ya que éste la “vive”, sin embargo, esta tesis sugiere que las memorias relatadas por el Marqués proyectan una aventura distorsiona, reflejando eventos absurdos que delatan la burla y la completa carencia de seriedad de nuestro autor. LA DESMITIFICACIÓN DEL OCCIDENTALISMO A diferencia de la crítica que acabamos de apreciar, a continuación veremos una revisión de la literatura que mejor respalda el argumento y la postura de la tesis presente. Michael P. Predmore y Robert C. Spires se encargan de desmenuzar las clasificaciones que se le atribuyen a Valle-Inclán. Predmore asegura que “lo que complica estas tentativas de clasificación es la noción de ambigüedad” (ctd. en Gabriele 59). En específico, las obras más susceptibles a ser puestas bajo la lupa de la ambigüedad son las Sonatas. Parece oportuno destacar que la clasificación que le asignamos a una obra y su creador son producto del proceso interpretativo que llevamos a cabo, pero la tarea interpretativa en torno a Sonata de estío es más dificultosa ya que el discurso encontrado en ella es elusivo y, como resultado, se producen desviaciones críticas. La fuente del problema interpretativo, según Predmore, se encuentra en que “la ambigüedad no reside, en la mayoría de los casos, en el texto del artista, sino en la mente del crítico” (ctd. en Gabriele 60). En efecto, con respecto a Sonata de estío, 13 el proceso interpretativo que realiza el crítico es proteico y engañoso debido a los vínculos “lógicos” que la mente realiza. Para ilustrar lo previo, la tesis presente propone reflexionar sobre la siguiente incógnita: ¿qué tan simple sería equiparar a un personaje español con su creador español? Es justamente en esta paridad—autor y personaje—donde reposa la gran falla interpretativa que le da cabida a tanta ambigüedad. Cabe resaltar que esto tiene ramificaciones interpretativas que según Predmore causan “una de las opiniones más corrientes en las Sonatas” (ctd. en Gabriele 60). Precisamente, en Sonata de estío, como hemos visto en los estudios de Harris e Iraheta, el factor determinante que aporta a la confusión crítica, se encuentra en el incesante vínculo que se hace entre Valle-Inclán y su protagonista, el Marqués de Bradomín. Es por esta razón que Spires sugiere que “the posited author’s [Valle-Inclán] strategy of making a clear distinction between himself and the speaker [el Marqués] provides the key to the reading” (59). Sin duda, la asociación entre el autor y el personaje en torno a la crítica de Sonata de estío produce el aparente discurso Occidentalista ligado a Valle-Inclán. En esta tesis se ofrece ver la América de Valle-Inclán por medio de sus novelas transatlánticas. Por lo tanto, no sólo debemos considerar la presencia de Valle-Inclán en el hemisferio americano, sino que también deberíamos considerar que América reside en ValleInclán. En efecto, Obdulia Guerrero Bueno sugiere que un gran trozo de América se encuentra dentro del espíritu literario de Valle-Inclán. Guerrero Bueno le abre la puerta a posibilidades novedosas que logran darnos una mejor idea sobre la vida de Valle-Inclán y cómo ésta influye en su obra. El origen del asombro iberoamericano expresado por ValleInclán se debe “quizá por ser [América] tan diferente a la de su tierra gallega” (Guerrero Bueno 11). El espíritu pseudo-anti-Occidentalista que le es atribuyo a Valle-Inclán en esta 14 tesis se encuentra en el acercamiento que Valle-Inclán toma para tratar dicha diferencia—le brinda jerarquía a la otredad en vez de condenarla—acto que hace a Valle-Inclán “hasta parecerse, a veces, un mejicano nacido en España” (Guerrero Bueno 19). La estimación que Valle-Inclán manifiesta hacia América, según Guerrero Bueno, llega a tal punto que “por su simpatía hacia el país [México] no desea atribuirle el menor menosprecio” (15). Por esto mismo, existe un patrón recurrente en ambas novelas transatlánticas de nuestro autor: todo personaje que utilice cualquier tipo de discurso Occidentalista en contra de la otredad es propenso a ser victimizado por el sujeto ultrajado por dicho discurso. A fin de cuentas, la América que reside en Valle-Inclán no es interiorizada, más bien, Valle-Inclán la proyecta con determinados panoramas y personajes encajados como “producto de un examen penetrante de aquellos pueblos que al paso de su cultura suman la herencia española, no siempre gloriosa” (Guerrero Bueno 17). Valle-Inclán reconoce que no todo aspecto asociado con la “Madre Patria” es parte de un pasado grandioso y, es por conducto de este reconocimiento que resplandece el vigor pseudo-anti-Occidentalista de Valle-Inclán. Como registro del fallido Occidentalismo sugerido en esta tesis, veremos que el Otro en ambas novelas sale triunfante ante el dominio occidental. Tengamos en mente el espíritu anti-Occidentalista designado a Valle-Inclán para esta última pieza del capítulo. La ardua tarea interpretativa realizada en Sonata de estío es simplificada de manera significativa en la última novela—Tirano Banderas. En ella, los polos y los matices contribuyentes a la ambigüedad y ambivalencia crítica son inexistentes. En esta instancia, encontramos un cambio drástico ya que Valle-Inclán no intenta tender trampas, ocultar o disfrazar sus elaboraciones—él mismo exhibe el anti-Occidentalismo propuesto en esta tesis al recorrer la translucida pantalla Occidentalista que había extendido 15 en Sonata de estío. El gran estudioso en torno a las obras de Valle-Inclán, Dru Dougherty, le da un giro al supuesto Occidentalismo en los escritos transatlánticos, específicamente en Tirano Banderas. El giro es de 180 grados siendo que Dougherty denomina a Tirano Banderas como una novela anti-colonialista. Por medio de su estudio, “Anticolonialismo, ‘Arte de avanzada’ y ‘Tirano Banderas’ de Valle-Inclán”, nos señala la presencia de una fidedigna realidad sociopolítica latinoamericana como producto del neo-colonialismo español que es contrastante a la “realidad” encontrada en todo texto Occidentalista. Dougherty le atribuye a Valle-Inclán dos elementos fundamentales para entender su propósito literario en torno a ambas novelas trasatlánticas. Primero, Dougherty propone que en dichas novelas existe un “arte de avanzada” que tiene dos funciones: no renuncia “a recursos estéticos elaborados por vanguardistas—la ironía, el juego, la estilización” y a su vez, también le da “cabida en la obra artística a los problemas sociales y políticos que inquietaban a las multitudes” (Dougherty, “Anticolonialismo” 40). Asimismo, Dougherty también le designa a Valle-Inclán la tendencia anti-colonialista por desviar y hasta subvertir el tradicionalismo colonialista que sostenía el género (Dougherty, “Anticolonialismo” 41). Si bien en un texto colonialista existe un esquema “que insiste en la diferencia entre la Madre Patria—fuente de civilización—y la colonia—barbarie y lujuria”, de acuerdo con Dougherty, éste “es el que Valle-Inclán invierte” (Dougherty, “Anticolonialismo” 44). En la tesis presente, parte integral del análisis sobre Tirano Banderas se centra en que Valle-Inclán invierte dicho paradigma Occidentalista. En base a tal inversión, propongo que Tirano Banderas sea vista a través de un lente anti-Occidentalista ya que lo perverso y barbárico ya no reposa en la figura del Otro, sino en los representantes de la “Madre Patria”. Podremos explorar la perversidad neo-colonial por medio de las motivaciones revolucionarias en 16 Tirano Banderas ya que por medio de éstas se pretende acabar con el oprobio americano. Así, Valle-Inclán—sin maquillar, cambiar u ocultar nada sobre la presencia española en el continente americano—expone la verdadera intervención occidental. Valle-Inclán lleva a cabo este proyecto, no apuntando el dedo, culpando o acusando explícitamente, sino subvirtiendo las convenciones ortodoxas Occidentalistas. Existe un supuesto discursivo universalmente aceptado, el cual dicta que existe una distinción clara entre la “Madre Patria” como la raíz de la civilización y el “Nuevo Mundo” como innatamente primitivo y salvaje, pero la tarea vigente en los siguientes capítulos es profundizar si Valle-Inclán logra invertir este paradigma, poniéndole especial atención en la manera en que lo realiza. 17 CAPÍTULO 2 EL PSEUDO-OCCIDENTALISMO EN SONATA DE ESTÍO Este capítulo se abre retando la tendencia de clasificar por apariencia, que en el caso de Sonata de estío, se debe al establecer vínculos equívocos entre el protagonista y el autor. Como hemos visto en el capítulo introductorio, la paridad entre Valle-Inclán y su protagonista, el Marqués de Bradomín contribuye a la lectura Occidentalista en Sonata de estío, lo cual produce la vasta divergencia entre opiniones e interpretaciones críticas. De esta forma existe la posibilidad de leer Sonata de estío como una novela Occidentalista. No obstante, después de enfocarnos en la función del discurso, uno es capaz de descifrar la estrategia narrativa realizada por nuestro autor. De hecho, este capítulo está dedicado a destacar la audacia subversiva de Valle-Inclán. Para fortalecer mi argumento, no sólo haré un análisis textual, sino que también me respaldaré por las palabras del mismo Valle-Inclán. Entre las diversas recopilaciones de entrevistas y conferencias, donde Valle-Inclán pone en manifiesto su perspectiva y postura sobre Iberoamérica, se destaca el siguiente pasaje: Es preferible—dice Valle-Inclán—conocer a los escritores a través de sus obras y a larga distancia. El tiempo y la distancia son análogos. En España se discute mi labor, y en América se admite sin reservas. Por eso, la sabia labor del tiempo que depura y hace las valorizaciones definitivas, está compensada con la distancia tan grande entre las dos Naciones [España y México]. Nadie conoce el círculo, sin estar fuera de él. ¡Quien está dentro del círculo, jamás podrá describirlo! (ctd. en Dougherty, “Un Valle-Inclán olvidado” 116) Valle-Inclán habla de conocer a los autores a través de sus obras, sin embargo, mientras no sea posible lograr conocer a fondo a un autor por medio de sus obras, por lo menos existe la posibilidad de familiarizarnos con él o ella por medio de éstas. 18 Tal como nosotros logramos familiarizarnos con Valle-Inclán navegando por sus páginas transatlánticas, propongo que Valle-Inclán, al navegar fuera de su país, se distancia de la práctica discursiva Occidentalista para familiarizarse con América antes de escribir sobre ella. Las palabras de Valle-Inclán registran que su viaje Oriental lo “depura”, dejando su imparcialidad e indiferencia occidental, y así, logra establecer distintas “valorizaciones definitivas”. El primer viaje a México en 1892 no sólo le “abrió los ojos” e “hizo poeta” a Valle-Inclán (ctd. en Guerrero Bueno 12), sino que también le produjo una introspección profunda. Así, logra ver un panorama de las secuelas producidas por los años que reinó la hegemonía española en México. El proceso valorativo de Valle-Inclán cambia y la evolución de sus obras transatlánticas es avalada por ello. En este capítulo mostraré que la valoración de la otredad que Valle-Inclán expresa es pseudo-Occidentalista. Así es, Valle-Inclán llega a conceder que su anhelo era escribir una obra sobre la Conquista de América, no como ya lo había hecho Bernal Díaz, sino “sin esclavizarla a la historia conocida” (ctd. en Guerrero Bueno 116). Por desgracia, debido a su muerte en 1936, Valle-Inclán no llega a realizar dicha hazaña. Sin embargo, sí logra transmitir su labor e intención “liberadora” en Sonata de estío, siendo que ésta distorsiona todo discurso Occidentalista. En junio del año 1892, un poco más de una década antes de escribir Sonata de estío, Valle-Inclán publicó en El Universal su primer relato transatlántico, Bajo los trópicos. Un año más tarde, en 1893 salió a la luz un segundo relato transatlántico dentro de Femeninas, titulado La Niña Chole. Ambos son palimpsestos transatlánticos que, en este caso, caben dentro de los parámetros discursivos Occidentalistas que moldean la otredad latinoamericana. Debido a que las tres obras tratan temas imperio-coloniales fuera de la era colonial, todas son consideradas obras pos-coloniales, cuyo deber es seguir un estricto discurso Occidentalista, 19 donde se mezclan y complementan el imperialismo, colonialismo y nacionalismo. Por esta razón, con respecto al discurso y tema, existe una especie de reciclaje léxico y temático entre las tres. Sin embargo, parece que al llegar a Sonata de estío, Valle-Inclán maneja diversos tropos transatlánticos—erotismo, exotismo e idealismo—con la finalidad de establecer los parámetros teóricos que rigen el discurso de este tipo de obras para luego tener la oportunidad de subvertirlos. Presentaré varios fragmentos novelescos compartidos—pero con algunas variaciones—por las tres obras, sin embargo, propongo que sólo Sonata de estío se presta para realizar un análisis subversivo. Lo que pretendo hacer al presentar los relatos precursores es respaldar mi argumento estableciendo un tipo de comparación y contraste entre los tres. En Sonata de estío, sugiero que Valle-Inclán expone dos tipos de otredad e idealismo: uno es el que tenemos como punto de referencia—ortodoxo—mientras que el segundo es uno que toma un giro de 180 grados—nada ortodoxo—que cumple con la función de subvertir todo discurso Occidentalista. Robert C. Spires señala que esta subversión discursiva se debe a la mano de ValleInclán en el accionar del Marqués: In a word, he [el Marqués] proposes to subjugate Mexico and its inhabitants by means of postcolonial discourse. But thanks to the presence of the posited author [Valle-Inclán], the New World extracts its revenge. The creator’s message to the reader is not about his creation’s European superiority, but precisely the opposiete… Bradomín falls victim to the very postcolonial discourse with which he endeavors to subject his hosts. (60) No obstante, propongo que mejor veamos “the presence of the posited author” no como una “presencia”, sino como una estrategia narrativa de Valle-Inclán, cuya esencia consta de la maniobra discursiva que le previene al Marqués desempeñar su papel Occidentalista. Así pues, para fundar un punto de referencia Occidentalista, Valle-Inclán deja que el Marqués edifique los parámetros discursivos necesarios. Ahora bien, ya cuando el Marqués arme 20 exitosamente su montaje teatral discursivo, veremos que Valle-Inclán pondrá ese punto de referencia de cabeza, subvirtiendo todo discurso Occidentalista. Entonces, por medio de este modo discursivo, Valle-Inclán desmorona el teatro Occidentalista que intenta montar el Marqués. Debemos estar conscientes de estos factores discursivos porque veremos que ValleInclán los emplea estratégicamente—no hay desperdicio discursivo ya que todo enunciado tiene un propósito. Como punto de entrada, la primera pieza que se debe destacar es la exposición del narrador protagónico que por vez primera, en contraste con Bajo los trópicos y La Niña Chole, deja de ser el anónimo aventurero español que en ambos relatos se auto-denomina como “yo, español” (Valle-Inclán, “Femeninas” 129; ctd. en Guerrero Bueno 96) para identificarse como el Marqués de Bradomín en Sonata de estío. El Marqués, impulsado por su ímpetu imperio-colonial, exotiza e idealiza hiperbólicamente, de manera literal y figurativa a la patria y la otredad mexicana con fin de pintar una visión canónica del Oriente y el papel que debe realizar el occidental dentro de éste. Como todo un aventurero Occidentalista, el Marqués tiene la “metaphysical obligation to rule subordinate, inferior, or less advanced people” (Said, “Culture and Imperialism” 10). Resulta que al realizar esta “obligación metafísica” se destaca la problemática dentro de la novela—a pesar del tiempo y la distancia entre ambas patrias, todavía existe una relación peculiar—una neo-imperialista. Con respecto a dicha relación, nuestro enfoque es entre el occidental como colonizador y el Otro como colonizado. Este resurgimiento imperialista, aún en el siglo XIX “acquires a kind of coherence, a set of experiences, and a presence of ruler and ruled alike within the culture” (Said, “Culture and Imperialism”11). No obstante, debido a que estamos limitados al punto de vista del Marqués, el cual a menudo es tomado como el de Valle-Inclán por varios 21 críticos, la relación que nos comunica el Marqués está sujeta a interpretaciones ambiguas, donde abunda una divergencia de opiniones críticas. La raíz de esta divergencia reposa en cómo son interpretadas las acciones y palabras del Marqués en relación a cierta cuestión—si el Marqués lleva a cabo el papel Occidentalista que Said expone en Culture and Imperialism (10). Ya que el discurso es la clave del argumento planteado, es a partir de tener la mira en la peculiaridad del discurso transmitido por el Marqués que convendría iniciar nuestra labor interpretativa. Ahora bien, para no contribuir al campo de la divergencia crítica, primero, encajaría seguir enfatizando que Valle-Inclán y el Marqués son dos distintas personas— personaje y creador. Tengamos en mente que Harris e Iraheta etiquetan a Valle-Inclán como un autor que promulga el pos-colonialismo y el nacionalismo, y con fin de comprobarlo, ambas críticas establecen y nutren una identificación entre Valle-Inclán y el Marqués. Como resultado, existen consecuencias interpretativas que según Michael Predmore “expresan «nostalgia por un pasado feudal idealizado» y proyectan una visión heroica de la vida y la historia” (ctd. en Gabriele 60). En gran parte, las bifurcaciones interpretativas existen puesto que las palabras y acciones del Marqués son tomadas como las de Valle-Inclán. Para establecer y mantener una división clara entre ambos, autor y protagonista, recordemos que Robert C. Spires nos aconseja que “the posited author’s [Valle-Inclán] strategy of making a clear distinction between himself and the speaker [Bradomín] provides the key to the reading” y añade que los comentarios del protagonista, Bradomín “serve as an ironic version of what the posited author wishes to express” (59). En efecto, la clave para llevar a cabo una lectura y análisis efectivo se encuentra en la separación del autor y su protagonista. Considerando la disparidad entre el autor y su personaje podríamos ver que Valle-Inclán 22 pinta una visión paródica para expresar la ridiculez asociada con las vivencias “gloriosas” del Marqués. Debido al objetivo planteado, sería prudente comenzar el análisis exponiendo el idealismo convencional presentado por nuestro narrador protagónico. Este tipo de “idealization always takes place in relation to Western culture itself… [and it] expand[s] the territory of the Western imagination, transforming the Other into yet one more term of Western culture’s dialogue within itself” (Spurr 128). Antes de indagar sobre la idealización Oriental, analizaremos al Marqués en el campo de la idealización propia y la idealización gloriosa imperio-colonial—la auto-creación edificada por la mencionada “Western imagination”. En este contexto, Jesús Torrecilla sugiere que “Bradomín percibe la realidad filtrada a través de los recuerdos históricos y adapta su comportamiento a la visión idealizada que posee de aquellos tiempos gloriosos” (45). Con estas palabras, Torrecilla atestigua que el nacionalismo es parte integral en Sonata de estío. En parte, estoy de acuerdo con el argumento de Torrecilla, pero también cabría considerar que la “realidad” y “visión idealizada” sugerida por Torrecilla son parte de la pantalla discursiva que extiende ValleInclán—es ésa que he denominado en esta tesis como pseudo-Occidentalista. Ahora, cedámosle la palabra al propio Marqués para que establezca los parámetros discursivos afiliados con su tradición aventurera. El Marqués, desde el inicio establece los objetivos de su trayecto Oriental—primero, se propone “recorrer el mundo en romántica peregrinación” (Valle-Inclán, “Estío” 103)5, y segundo, se plantea la recuperación de “los restos de un mayorazgo”, los cuales se encuentran en decrépita condición dentro del viejo 5 Refiérase a la copia de Sonata de primavera, Sonata de estío: memorias del Marqués de Bradomín, editorial Espasa Calpe para las citas utilizadas en esta tesis. 23 Imperio Azteca (104). En el transcurso de la novela, veremos que la recuperación del mayorazgo irá desapareciendo, mientras que la peregrinación amorosa irá fortaleciéndose con la presencia de la Niña Chole. Apenas, en el tercer párrafo del inicio, encontramos los primeros indicios auto-ideológicos del Marqués: “yo sentía levantarse en mi alma, como canto homérico, la tradición aventurera de todo mi linaje” (104). Aquí resplandecen las memorias imperio-coloniales del Marqués—las mismas que lo impulsan a revivir la gloria que mantuvo a España en su auge durante el siglo XVI. Con el marco del siglo XVI trazado en la mente, y todavía estando anclada la fragata en Veracruz, el Marqués nos propone su declaración de objetivos fundamentales—sin mucha planificación, nos confiesa el Marqués que “como un aventurero de otros tiempos, iba a perderme en la vastedad del viejo Imperio Azteca” (104). Él desea cumplir con su casta tradición aventurera no sólo deambulando por el viejo Imperio Azteca, sino recuperando la época en que su patria fue una potencia mundial. Así, se dejó llevar por un impulso romántico y aventurero a México, como bien lo señala Torrecilla: “una de las motivaciones básicas del viaje reside en el deseo de recuperar o repetir una realidad histórica caracterizada enfáticamente como propia” (40). Ahora bien, recordemos que la agenda Occidentalista del Marqués le dicta que utilice un discurso donde logre recrear dicha “realidad histórica”, sin embargo, pronto veremos que las transformaciones discursivas obstaculizarán el “deber” del Marqués. Al querer recuperar su pasado glorioso, de aquí en adelante, el Marqués es forzado a recrear la Historia llevando a cabo una serie de montajes. Aquí, el juego de role-play (montaje), como nos comenta Andrew A. Anderson, comienza con la idealización de los tiempos de la conquista (400). De similar manera que su antecesor, Hernán Cortés, quien ya había recorrido el terreno mexicano conquistando al pronombre “ella”—la tierra y la 24 Malinche—el Marqués ahora es impulsado por esta evocación del pasado, de lo que él había leído o escuchado, pero nunca visto o vivido. Él emplea su propia idealización de los tiempos célebres, de la cual él ahora es partícipe y protagonista. Esta idealización se refleja en la ilustración narrativa del Marqués: “Al desembarcar en Veracruz mi alma se llenó de sentimientos heroicos. Yo crucé ante la Niña Chole orgulloso y soberbio como un conquistador antiguo” (126). También, la pretensión histórica sigue después de la escena de los siete copiosos sacrificios, donde vemos que la Niña Chole, sin ser ultrajada, se le entrega “como una princesa prisionera a un capitán conquistador” (164). Esta recreación—mejor dicho, idealización, es producto del orgullo del español antiguo, la nostalgia y la evocación histórica. La auto-idealización del Marqués evoluciona de tal manera que éste comienza a sentirse como todo un colonizador realizado. Así, lo ideal se convierte en real y, es aquí donde empieza a vivir su propia gloria Occidentalista. Sin ayuda o reafirmación de nadie, él mismo se ensalza proclamando que “los españoles nos dividimos en dos grandes bandos: Uno, el Marqués de Bradomín, y en el otro, todos los demás”, respondiéndole la Niña Chole “¡cuánta jactancia, señor!” (128). Con este tono formal y ostentoso, el Marqués desea destacar su unicidad épica, sin embargo, su despliegue ostentoso resulta ser más humorístico que serio. De hecho, esta jactancia nos comenta Richard J. Callan es la palabra apta para describir las memorias del Marqués ya que, por diseño, su vanidad es la fuente del humor en la obra (331). Con dicho manifiesto humorístico, el Marqués se aparta de “todos los demás” españoles porque éste nos muestra que hace algo al respecto para revitalizar la gloria española. Por la auto-imagen fabricada por el Marqués, es evidente que sólo él tiene las 25 agallas y el valor suficiente para recuperar la proeza imperio-colonial, sin embargo, el humor se encuentra en las fallas ligadas a la imposibilidad de su hazaña quijotesca. Ahora, en un plano más idealista, el Marqués logra fundir el pasado con su presente. De semejante forma que el narrador anónimo en La Niña Chole (Valle-Inclán, “Femeninas” 128), las remembranzas históricas del Marqués le estimulan la imaginación y le provocan divulgar “[r]ecordé lecturas casi olvidadas que, aún niño, me habían hecho soñar con aquella tierra hija del sol. Narraciones medio históricas, medio novelescas” (119). Estas narraciones ya no sólo forman parte de su pasado, sino que ahora él se propone vivirlas en carne propia. El pasaje que mejor describe el idealismo desenfrenado del Marqués se encuentra aglomerado en una misma página: en la fragata rumbo a Veracruz, el Marqués, aferrado a recrear y vivir su propia Historia, proclama: Como no es posible renunciar a la patria, yo, español y caballero, sentía el corazón henchido de entusiasmo, y poblada de visiones gloriosas la mente, y la memoria llena de recuerdos históricos. La imaginación exaltada me fingía al aventurero extremeño poniendo fuego a sus naves. (119) El Marqués termina su discurso ideológico diciendo que “siguiendo los impulsos de una vida errante, y al perderme, quizá para siempre, en la vastedad del Imperio Azteca, sentía levantarse mi alma de aventurero” (119). En efecto, él vive su historia retirándose de su patria pero es inevitable renunciar a ella y, por lo tanto, él desea levantarla destacándose como un exitoso aventurero. Creyéndose todo un aventurero glorioso, el Marqués se siente completamente realizado al salir victorioso ante el asalto tendido por un guía mexicano. Tras el triunfo de ésta, su primera hazaña, el Marqués divulga “recelé algún encuentro como el pasado” (115). Ante este desarrollo, el Marqués ya no sólo es aventurero en espíritu, sino que ahora acredita su hidalguía aventurera con una prueba física. El panorama que ha estado fabricando desde su llegada, ahora es verosímil para él—ya vive el pasado en su presente. 26 A partir de este momento, el Marqués ya no es el único quien toma un papel en el juego de role-play (montaje) propuesto por Anderson. La Niña Chole ahora no sólo es espectadora de tal montaje, sino que también es partícipe. Con la participación de la Niña Chole, el discurso Occidentalista del Marqués irá diluyéndose. Tomemos el montaje del “casamiento” entre el Marqués y la Niña Chole, para mostrar que—siendo cómplice de la Niña Chole—el Marqués le confabula una nacionalidad de noble abolengo. En el convento, al momento que ambos escuchan la indagación de parte de la monja, cuestionando la nacionalidad de la Niña Chole, ambos intercambiaron una “mirada burlona” y contestaron “[t]ambién, hermana, también” es española (133). Con esto, ambos improvisan un juego teatral, donde al participar, irán creando las reglas (discursos). Ante la inquisición de la españolísima madre Abadesa, podemos apreciar que la Niña Chole posee fenotipos que delatan su mexicanidad, provocando que la madre afirme “sin duda la Marquesa es mexicana” (135). Es aquí donde la Niña Chole sale del escenario, dejando que la idealización del Marqués escriba esta parte del guión. De cara a la eminente mexicanidad de la Niña Chole y ante la incógnita “¿[p]ero de origen español?” (135), el Marqués interviene para defender la “castidad española” de la Niña Chole. El Marqués intenta apropiarse de la Niña Chole, arrebatándole su nacionalidad y designándola como española. La Niña Chole, al participar en su simbólico destierro nacional, respalda “the principles of inclusion and domestication inherent in the rhetoric of appropriation” (Spurr 34). Ante tal suceso, el Marqués confiesa que “en honor suyo inventé toda una leyenda de amor, caballeresca y romántica, como aquellas que antes se escribían” (135). Así, explorando y estableciendo un paralelo entre lo qué él hace y lo qué se hacía en los tiempos gloriosos, el Marqués 27 complementa y justifica la apropiación retórica Occidentalista deseando recrear, en su presente, un pasado célebre. La Niña Chole acepta su renovado pero falso linaje tomando el papel de esposa Real y, es a partir de allí, que el matrimonio se hace “oficial” ya que ante los personajes y el lector el Marqués presenta a su “esposa” como la Marquesa de Bradomín. Por medio de este montaje, se realiza la primera unión anunciada entre la patria Oriental y el aventurero occidental. Dentro de esta relación, el occidental, debe imponer su voluntad discursiva como colonizador, ultrajando al Otro. Sin embargo, el Marqués toma su papel de esposo de forma tan literal que, en su mente, el montaje deja de ser tal y se transforma en una realidad distorsionada. Fuera de vista de la madre Abadesa, sin necesidad de seguir con el teatro, y desde ese punto en adelante, él se refiere a la Niña Chole como la Marquesa (136). Él nos relata que estando en su “celda nupcial” (139) el realizaba lo qué era su “primer beso de esposo” y le exigía a la Niña Chole que cumpliera con sus “derechos conyugales” para poder celebrar su boda (140). Es evidente que el Marqués delira y la Niña Chole cede voluntariamente, y así, dada la oportuna manipulación discursiva de nuestro autor—que está ausente en Bajo los trópicos y La Niña Chole—aquí termina el idealismo ortodoxo que proyecta el Marqués. La Niña Chole está consciente que los papeles que desempeñan son los del montaje teatral iniciados al llegar al convento, pero ahora, ella, siendo la única partícipe en el montaje, se apodera del Marqués escribiendo el guión y estableciendo reglas nuevas— el guión le pertenece a ella ya que el Marqués pierde de vista la realidad debido al espejismo imperio-colonial permeado en su mente. Después de la escena “nupcial”, el Marqués deja de ser el mismo aventurero Occidentalista con el que nos topamos al inicio. 28 A partir de este momento, la imagen idealizada del gallardo hidalgo edificada por el Marqués va desmoronándose paulatinamente. En definitiva, por medio del accionar discursivo del Marqués, vemos de manera clara la estrategia narrativa creada por ValleInclán—ésta, la maniobra discursiva de Valle-Inclán obstaculiza al Marqués, provocándole su fracaso Occidentalista. Ya, para el Marqués, la recuperación del mayorazgo y las aventuras románticas no le conciernen. Así pues, su único capricho es mantener a la Niña Chole a su lado. Es tanto el miedo de perderla que el Marqués le propone “[i]remos a escondernos en mi hacienda de Tixul” (142). Ahora, el objetivo del Marqués ya no es recuperar un pasado glorioso, sino que el propósito nuevo es refugiarse con su “amada esposa”. Después de este despliegue, es indiscutible negar que la Niña Chole no tenga al Marqués en su poderío. La desesperación del Marqués llega a su punto culminante cuando él se rinde a los pies de ella, diciéndole “¿[n]o comprendes que soy tu esclavo?” (144). Estas palabras ya se encuentran muy lejos de componer un discurso Occidentalista ortodoxo; al contrario, proyectan una subyugación occidental ya que en ningún discurso Occidentalista encontramos a un viajante occidental rebajándose ante el Otro. Con una idealización ya trastornada, el Marqués desea volver a idolatrar a los españoles valerosos, tal como lo había hecho en numerosas ocasiones antes de su transformación, pero esta vez, los idealiza a través de un lente deformado—como todo un presagio esperpéntico de Valle-Inclán. La visión “gloriosa” que ahora nos quiere ilustrar el Marqués es la del famoso bandolero, jefe de los plateados, Juan de Guzmán. Al recontar la historia de cómo él fue a la defensa de Juan de Guzmán, nos confiesa el Marqués que “admirado como se merecía tanto valor y tanto brío, saqué mis pistolas y me puse de su lado” (146). Según el Marqués, dicha defensa fue meritoria por la muestra de “valor y brío” del 29 plateado, pero no establece qué constituye tanto “valor y brío”. Resulta ser que el carácter ejemplar—valor y brío—de Juan de Guzmán está compuesto por una serie de rasgos despreciables que el Marqués se niega a reconocer como tal. Juan de Guzmán es prófugo de la justicia por cometer atrocidades ligadas al bandolerismo y, por ello, se pretende su aprehensión con la emboscada donde el Marqués le muestra su incondicional respaldo. Ante el porqué el Marqués acude a la defensa de un hombre que ni conoce, él responde que era “una fantasía que me vino en aquel momento” (149). Por querer llevar a cabo su propia hazaña ilusoria, parece que el Marqués se deja llevar por una visión quijotesca, completamente distorsionada. Para el Marqués, Juan de Guzmán es un “aventurero español” moderno que por desgracia, debido a la bravura de sus hazañas, no es destacable en la era presente, pero que “en el siglo XVI hubiera conquistado su Real Ejecutoria de Hidalguía peleando bajo las banderas de Hernán Cortés” (151). Incluso, se imagina que: [a]caso entonces nos dejase una hermosa memoria aquel capitán de bandoleros con aliento caballeresco, porque parecía nacido para ilustrar su nombre en las Indias saqueando ciudades, violando princesas y esclavizando emperadores”. (151) Conviene destacar que estas alabanzas no pueden ser tomadas en serio ya que es un disparate pensar que sólo en el siglo XVI el plateado Juan de Guzmán hubiera logrado brillar cometiendo atrocidades. En definitiva, como hemos visto, la disposición discursiva del Marqués va transformándose, pero no es hasta que llega a un punto definitivo—viendo su ímpetu idealista reflejado en el mayordomo de la hacienda—que reacciona y su actitud cambia por completo. Por fin, el Marqués se percata del sendero deplorable que han tomado sus compatriotas idolatrados. Por eso mismo, el Marqués se lamenta expresando que “¡[e]s triste ver cómo los hermanos espirituales de aquellos aventureros de Indias no hallan ya otro 30 destino en la vida que el bandolerismo!”—el mismo oficio que llegó a venerar en el jefe de los plateados, Juan de Guzmán (152). Desilusionado, el pesimismo del Marqués llega a su auge cuando el mayordomo de la hacienda adopta el mismo idealismo que alguna vez le había inspirado la valentía y gallardía al Marqués. El Marqués se queda inerte, de forma atenta contemplando al mayordomo y admite que desde el aspecto físico, hasta el personal “lo mismo parecía un hidalgo que un bandolero” (187). Durante uno de los delirios quijotescos del mayordomo, éste confiesa su anhelo—el de hacer Emperador a Don Carlos V—pero en medio de su discurso, el desilusionado Marqués, interrumpiendo e instigando con burlesca insistencia, le pregunta “¿[p]ero ese Imperio cómo se lo daremos?”, respondiéndole el mayordomo que “[v]olviéndole estas Indias. Más difícil cosa fue ganarlas en los tiempos antiguos de Hernán Cortés. Yo tengo el libro de esa Historia. ¿Ya lo habrá leído vuecencia?” (188). Con este manifiesto, el mayordomo le acaba de resumir al Marqués la fallida propaganda Occidentalista moderna, la cual consiste en destacar la superioridad occidental construyendo una realidad gloriosa proyectada por lo pasado, no por lo que el “aventurero” ha vivido, sino por lo que ha escuchado o leído. Finalmente, el mayordomo termina su discurso lamentando la muerte del único hombre que más podía ayudarle a lograr la recuperación del ex-imperio—el capitán de los plateados, Juan de Guzmán. Es humorístico ver cómo el nuevo destino glorioso de España reposa en las manos de un bandolero. El Marqués ahora sólo escucha y decreta que los disparates manifestados por el mayordomo ya no son dignos de respuesta alguna. Por la reacción apática del Marqués, podemos apreciar que ya se había curado del mismo idealismo que ahora padece el mayordomo. Teniendo en su presencia el reflejo de lo qué él fue, el ahora desencantado Marqués de Bradomín se percata de la ridiculez asociada con revivir y remontar dicha Historia. 31 Como hemos visto, el idealismo del Marqués va evolucionando conforme avanza la novela. Resulta ser que el exotismo expresado por el Marqués, a su vez, toma la misma ruta. Nuestro protagonista comienza pintando un tipo de exotismo bastante convencional para establecer los parámetros Occidentalistas. Sin embargo, en esta etapa también aparece la manipulación discursiva de Valle-Inclán para subvertir toda manifestación Occidentalista. No obstante, antes de que pueda entrar el discurso carnavalesco, convendría estar conscientes de que el Marqués debe cumplir con su deber como observador occidental, reproduciendo imágenes inverosímiles que mantienen la distancia y diferencia entre lo Oriental y occidental. Tal como Chris Bongie nos sugiere, este tipo de exotismo es denominado exotismo imperialista, cuya meta es confirmar que existe una hegemonía de una civilización moderna ante una menos desarrollada o salvaje (17). En efecto, para subrayar la superioridad occidental, el Marqués inicia su discurso proyectando un exotismo imperialista. Antes de partir a México, el Marqués sólo se imagina qué es lo que conlleva su exploración, pero no es hasta llegar a tierras mexicanas que las memorias del Marqués empiezan a proyectar imágenes hiperbólicamente vívidas. Debido a que dependemos de la posición estratégica del Marqués para realizar la tarea interpretativa, sería adecuado presentar algunos tropos teóricos que aborden los propósitos de un observador occidental. David Spurr, en Rhetoric of Empire, nos indica que el primer y más substancial elemento que compone el tropo de la mirada es la completa carencia de reciprocidad entre el vigilante occidental y el sujeto vigilado (13). Así, la autoridad predilecta del vigilante se confirma cuando analiza al prójimo, liberándose de ser inspeccionado él mismo. Al vigilar, también se establece la noción occidental que decreta lo qué es estética y funcionalmente apropiado (Spurr 14). En específico, dentro de un escenario 32 pos-colonial como el que tenemos en Sonata de estío, existe un sentido de dominación sobre lo que es considerado por el vigilante como anormal. Al parecer, el propósito primordial es crear una epistemología occidental para exponer y “entender” lo exótico. Siguiendo este modelo, el Marqués mantiene el poder y a la vez ejerce su autoridad vigilando ya que por medio de la mirada, él va moldeando el territorio y sus habitantes al gusto, hasta tal punto que deshumaniza al sujeto observado y personifica el territorio. En pocas palabras, pasando el Otro por el molde ocular occidental, el Marqués establece una subyugación visual y, pasando al territorio por el mismo molde, se produce un espectáculo vistoso. A la par con el estudio de Spurr, Marie Louise Pratt en Imperial Eyes, decreta que la tierra y los seres apropiados por la mirada son transformados y definidos según los ideales y valores occidentales (5). En este sentido, la idealización fabrica el concepto de salvaje y primitivo. Sin embargo, esta idealización no trabaja por sí misma, más bien, tiene como cómplice el exotismo. El exotismo forma parte fundamental en la sustentación del argumento valorativo del occidental; se confirma la supremacía por el distanciamiento exótico que existe entre el occidente y el Oriente. No obstante, ninguno de estos textos teóricos trata la viabilidad del observador. Parece que en estos textos la credibilidad del observador no es pertinente. Quizá, este argumento pasa desapercibido porque la validez del relato no es fundamental para satisfacer el objetivo del observador, el cual es describir lo que se percibe como descomunal. De allí, por tanto, se registra que es requisito usar la imaginación para realizar dicha tarea. En nuestro caso, habría que señalar que las memorias del Marqués nos informan y parece que éste está consciente de ello siendo que nos admite que “¡[a]y, era delicioso aquel estremecimiento que la imaginación excitada comunicaba a los nervios!” (111). Sin embargo, no sólo nos confiesa que le da rienda suelta a la imaginación, sino que 33 también parece estar consciente de nuestra presencia y nos garantiza—como respuesta a la mencionada viabilidad occidental—la eficacia y nitidez de sus visiones exóticas: “¡[c]uán bellos se me aparecen todavía esos lejanos países tropicales! Quien una vez los ha visto, no los olvidará jamás” (160). Aparentemente, aunque no sea esencial, el Marqués no quiere perder su credibilidad ante el lector y la palabra “todavía” es la que alude a la certeza de sus memorias. Desde las primeras páginas, el Marqués no tarda en pintar el mundo exótico de Tierra Caliente con imágenes de la vegetación silvestre, reptiles tropicales, habitantes al borde animalescos, pirámides, ruinas, palacios y templos. Por ejemplo, en las ruinas de Tequíl nos topamos con una doble visión exótica—una del panorama y la otra de la descomunal hermosura de la Niña Chole que “[v]enía de camino hacia San Juan de Tuxtlan y descansaba a la sombra de una pirámide” y agrega que ella “[e]ra una belleza bronceada, exótica, con esa gracia extraña y ondulante de las razas nómadas, una figura hierática y serpentina” (109). Este panorama es disparatado e inverosímil en demasía, pero precisamente, por medio de este espectáculo, el Marqués logra establecer el vasto contraste entre ambas civilizaciones—la suya y la Oriental. El Marqués continúa plasmando su sublime realidad, cuya esencia se centra en una “naturaleza, lujuriosa y salvaje” (111) que está compuesta por “extensas llanuras de Tierra Caliente, plantíos que no acaban nunca, de henequén y caña dulce” y “ruinas de palacios, de pirámides, y de templos gigantes, donde crecen polvorientos sicomoros y anidan verdes reptiles” (108), de ese imperio azteca que tiene una “historia desconocida, sepultada para siempre con las momias de sus reyes, entre restos ciclópeos que hablan de civilizaciones, de cultos, de razas que fueron y sólo tienen par en ese misterioso cuanto remoto Oriente” (104). 34 Con dicha exposición exótica, el Marqués cumple una función imperio-nostálgica: primero, en el centro del escenario, “salvaje y lujurioso” sobresale una civilización anómala, la cual no tiene equiparación con la suya y, a su vez, el panorama exótico también fortalece la hegemonía occidental ya que éste, de forma “inocente”, expone las secuelas que dejó una dominación occidental—ruinas y restos de una civilización que fue grandiosa y ya no la es debido al dominio occidental: “In any of its versions, imperialist nostalgia uses a pose of ‘innocent yearning’ both to capture people’s imagination and to conceal its complicity with often brutal domination” (Rosaldo 70). Si bien el Marqués establece una atracción desenfrenada por lo exótico, a través de su imposición occidental, también manifiesta cierto desaire hacia la otredad. Pero ahora, su escrudiño exótico cambia del paisaje exótico al sujeto exótico—el Otro. El trato que recibe el Otro no es equitativo, más bien, depende de un factor muy peculiar—existe una convivencia imperio-colonial y, por medio de ésta, se suprime y existe un estigma en contra del Otro que no cabe como ciudadano dentro de la sociedad “civilizada” ya que él o ella desempeñan una posición subordinada dentro de dicha sociedad (Pratt 7). Bajo este paradigma social, el Otro acepta “the notion that distant territories [el Oriente] and their native peoples [el Otro] should be subjugated” (Said, “Culture and Imperialism” 10). En las Historias que ha leído o escuchado el Marqués, nos relata éste que los sujetos que componen el Otro subordinado siempre se dibujan como “hombres de tez cobriza, tristes y silenciosos como cumple a los héroes vencidos” (119). Así pues, el Marqués ya tiene delineado en la mente el molde de cómo debe ser el Otro—“native peoples should be subjugated”. Estas Historias dictan el deber del Marqués en tierras mexicanas, y ahora, el Marqués no sólo siente el compromiso de 35 perpetuar este paradigma, sino que le da un giro despótico. Para el Marqués, el Otro no sólo debe ser subordinado, sino que la misión vigente también consiste en despreciarlo. El Marqués sólo expresa un desdén imparcial dirigido hacia selectos sectores de la sociedad mexicana—aquéllos que él considera no poseen ni una gota de estirpe noble—los siervos y esclavos que componen el Otro salvaje, no digno de respeto. El Marqués decreta el Otro como abyecto ya que “representa” una criatura inferior precisamente por ser demasiado bestial, cuya esencia merece ser comparada con animales silvestres: “le escuché murmurar con su eterna voz de esclavo… [cuando] el indio se recogía, como un gato montés dispuesto a saltar sobre mí” (114). Para el Marqués, la “voz mansa y humilde del indio” (113) es la caracterización innata y perpetua que compone la naturaleza del Otro. Asimismo, la repulsión hacia el indio no es exclusiva, siendo que el Marqués también tiene de sobra para el sujeto negro. Nos cuenta el Marqués de Baradomín, con la ausencia de algún rasgo o aire positivo que “un negro colosal, con el traje de tela chorreando agua, se sacude como un gorila, en medio del corro que a su rededor han formado los pasajeros, y sonríe mostrando sus blancos dientes de animal familiar” (121). A parte de rebajar a este sujeto con tal descripción animalesca, teniendo la oportunidad de llamarlo por su oficio—marinero—el Marqués sólo lo hace un par de veces antes de quitarle su etiqueta ocupacional y termina por denominarlo como cree conveniente—un coloso negro (124). Debemos estar conscientes que la Niña Chole también es considerada el Otro, pero con respecto al trato que recibe por parte del Marqués, parece que existe un doble estándar. Para el Marqués, ella es un ser equilibradamente transculturado ya que está compuesta por una noble hibridación, sin embargo, para nosotros esta hibridación resulta ser ambivalente y contradictoria. Por ejemplo, viendo ya el discurso atenuado del Marqués, éste juega con el 36 estatus de la Niña Chole, a veces llamándola india y en otras ocasiones refiriéndose a ella como criolla. Por medio de tal discurso, ella no es una “simple india”, más bien, es descrita como una india que “[v]estía como las criollas yucatecas, albo hipil recamado con sedas de colores, vestidura indígena semejante a la tunicela antigua, y zagalejo andaluz” (109). Al parecer, para contrarrestar el indigenismo de la Niña Chole, el Marqués traspone cualquier rasgo indígena por un epíteto noble y majestuoso. La Niña Chole pertenece a la raza india, pero por medio de la mutación discursiva del Marqués, éste le diluye el aspecto salvaje por conducto de una exotización de alto abolengo. Así, la vemos como una “reina india” (123) que le “hace recordar las antiguas y nobles razas que en remotas edades fundaron grandes imperios en los países del sol” (117) y agrega que ella le “evocaba el recuerdo de princesas hijas del sol” (109). Además de describir a la Niña Chole como una “reina india”, el Marqués llega a referirse a ella como “criolla”. El jugar con la casta occidental para prestigiar a la otredad, tal como lo realiza el Marqués, no es un recurso discursivo típico en ningún modelo Occidentalista; por lo contrario, es una completa contraposición carente de sentido ya que establece una equidad entre la otredad y las clases ubicadas en lo alto del estrato social. La Niña Chole es personaje central ya que juega un doble papel—“ella” representa mujer y patria. La doctrina teórica que nos presenta Spurr a través del tropo erotización decreta que en rasgos generales, el discurso Occidentalista “represents the colonized world as the feminine and which assigns to subject nations those qualities conventionally assigned to the female body” (170). Dentro de este modelo, el cuerpo femenino es considerado un objeto sexual que por “naturaleza” es seductor y se rinde a los pies del hombre (Spurr 174). En este sentido, el cuerpo de la mujer es equivalente al cuerpo de la tierra porque ambos poseen una matriz, la cual es la fuente de fecundidad y naturaleza. Como podemos ver, la Niña Chole 37 tiene una versátil función literaria—el personaje femenino es emblema de disidencia—es proteico física y literalmente. Debemos brindarle atención al papel que desempeña la Niña Chole ya que en la imaginación occidental del Marqués, ella lo invita a entrar seduciéndolo, y por lo tanto, el sexualmente “mesurado” Marqués tiene acceso directo a ella para satisfacer su propio deseo, placer y fantasía. En efecto, Iris M. Zavala nos sugiere que “[l]a voracidad de la Niña Chole… es un cuerpo lleno de significantes exóticos que remiten a toda la cultura de Occidente” (125). Para seducir al Marqués, ella, la princesa Oriental se unge de esencias y se envuelve en sedas y encajes, tendiéndose en la hamaca para esperarlo (189), y también nos confiesa el Marqués que “[c]on el cabello destrenzándose sobre los hombros desnudos, su boca riente y su carne morena, la Niña Chole era una tentación” (164). La Niña Chole es una tentación inevitable, y por lo tanto, el Marqués—“libre de culpa”—es incitado por el desbocado sentido del deseo. En pocas palabras, “ella” es la responsable que él le obedezca a su naturaleza occidental. Asimismo, examinando la manera atípica que el Marqués destaca los atributos “silvestres” de la Niña Chole, también podemos medir el equilibrio transcultural de la Niña Chole. La atracción del Marqués hacia la Niña Chole se debe a que ella conserva la nobleza indígena antigua de la raza maya, rechazando la aculturación moderna. De allí se registra el tropo teórico elaborado por Chris Bongie, exotismo exotizante, por el cual se privilegia aquellas tierras y habitantes “salvajes/primitivos” ya que éstos son un refugio de una modernidad abrumadora (171). Así, para el Marqués, la Niña Chole le “hace recordar las antiguas y nobles razas que en remotas edades fundaron grandes Imperios en los países del sol” (117). Estos son los recuerdos que ella le produce, pero su Orientalidad le provoca una atracción pavorosa que impulsa al Marqués a expresar que “[a]lejóse la Niña Chole con ese 38 andar rítmico y ondulante que recuerda al tigre, y al desaparecer, una duda cruel me mordió el corazón” (124). Por medio de este tipo de expresiones exóticas, el Marqués logra exponer un exotismo excepcional de lo que es salvajemente aceptable. Hacia ella, no hay muestras de desdén, más bien, sus rasgos animalescos—tal como el “andar rítmico y ondulante que recuerda al tigre”—son considerados sensuales y seductores. Así pues, el Marqués busca un producto exótico con el balance perfecto para contrarrestar aquel desgraciado amor español del que él viene huyendo. Sin embargo, realizado su pesquisa amorosa, el Marqués se convierte en víctima de su propio discurso cayendo en el dominio de la Niña Chole. En otras palabras, la Niña Chole es la otredad designada por Valle-Inclán para truncar los deseos Occidentalistas del Marqués. Al inicio de la novela, la mente del Marqués estaba poblada por incalculables fantasías y deseos Occidentalistas, uno de ellos siendo que “la Niña Chole era [considerada] como aquellas princesas que sentían el amor al ser ultrajadas y vencidas” (126). Recordemos que Amanda Nolacea Harris cree en el discurso del Marqués, afirmando que la Niña Chole simboliza y sustituye el territorio mexicano y, ante el pesimismo vivido en España a fines del siglo XIX, parte la recuperación alegórica de la colonia perdida (236). En base a tal simbolismo, ella argumenta que el Marqués logra recuperar el ex-imperio y gana su proeza Occidentalista dándole un giro ilusorio a la Historia conquistando a la Niña Chole. No obstante, dada la estrategia narrativa de nuestro autor, el mundo del Marqués es puesto de cabeza por el ser menos indicado—la Niña Chole—y por circunstancias que no están presentes en ningún discurso Occidentalista, ya sea, imperial, nacional o colonial. Ante este desarrollo, la Niña Chole toma el centro del escenario, influyendo de manera drástica en el accionar y comportamiento del Marqués. El crítico encargado de 39 ilustrar este atípico evento es Warren Johnson, quien asegura que en Sonata de estío—caso omiso en Bajo los trópicos y La Niña Chole—está presente un modelo denominado Gaming and Value, el cual consta de un juego interpretativo regido por la constante fabricación de reglas nuevas debido a la desestabilización de significado que se crea, dándole una valoración distinta a la novela por medio de una evaluación y estimación deconstructiva (421-422). Lo que caracteriza este juego es un patrón repetitivo de subversiones de las regalas (discursos) y, por ende, se establecen nuevas invirtiendo las remplazadas. En pocas palabras, este juego se nutre por las inversiones carnavalescas. En base a tal juego, y al contrario de todo discurso Occidentalista, la Niña Chole es puro símbolo de poder, el cual alcanza a dominar y hasta cautivar al Marqués. El primer indicio donde podemos notar que ella conquista al Marqués con su despliegue autoritario se encuentra en la escena donde la Niña Chole toma el papel de titiritera al manipular al negro cazador de tiburones: “La Niña Chole, con ese desdén patricio que las criollas opulentas sienten por los negros, volvió a él su hermosa cabeza de reina india” (122). Así, más adelante sigue pasmado expresando que ella “[m]ajestuosa y altiva se acercaba con lentitud, dando órdenes a un caballerango” (127). Tomemos el juego propuesto por Johnson y así podremos mejor apreciar la naturaleza carnavalesca asociada a la reconciliación culminante entre la Niña Chole y el Marqués. A fin de cuentas, ambos se reconcilian, pero ella establece sus propias reglas invirtiendo los papeles del sistema patriarcal. La Niña Chole le expresa al recién domado Marqués “¡[d]ime si hay nada tan dulce como esta reconciliación nuestra!” (189) y termina su discurso exclamando “¡[n]unca nos hemos querido así! ¡Nunca!” (190). Lo placentero de esta relación se encuentra en la palabra “así”—así, a su manera, tal como ella lo impone. Él, no sólo ha caído víctima de su propio discurso, el cual ahora es usado en su contra, sino que también cae 40 rendido ante el mismo poder que antes lo había cautivado. Por otro lado, no existe sumisión alguna de parte de la Niña Chole ya que estando solos, a punto de consumir los frutos de su reconciliación, el Marqués nos relata que “[e]lla sola, lenta, muy lentamente desabrochó los botones de su corpiño y desentrenzó el cabello ante el espejo, donde se contempló sonriendo” (189). Dicha contemplación gozosa se debe a que ella está consciente que tiene al Marqués en su dominio. Resignado, el Marqués nos revela que la Niña Chole “[f]eliz y caprichosa me mordía las manos mandándome estar quieto. No quería que yo la tocase” y él, entrando en su juego carnavalesco, obedece expresando “[y]o, aun cuando parezca extraño, no me acerqué” (189). Ahora, la Niña Chole dicta y el Marqués obedece, pero esta vez ya no le obedece a su naturaleza occidental, sino a la imposición Oriental. El destino decadente del Marqués ya había sido anunciado por él mismo en forma de presagio tenue en la etapa inicial de la novela: “Sin duda estaba escrito que yo había de ser tentado y vencido” (125). Así pues, ya en la última página, lo confiesa de forma explícita diciendo que “no he sido un héroe, como pudiera creerse” y también admite que “el supremo deleite sólo se encuentra tras los abandonos crueles, en las reconciliaciones cobardes. A mí me estaba reservada la gloria de enseñárselo” (190). A falta de otro recurso, el Marqués se conforma y se asegura que éste es su destino, pero la alcanzada gloria deleitosa no es la deseada o intencionada por su práctica discursiva Occidentalista ya que viendo su suerte, no a través, sino detrás de la pantalla translucida tendida por Valle-Inclán, el Marqués de Bradomín se encuentra relegado de su discurso oficial y queda como los indios de tez cobriza que nos describe en su apogeo imperio-colonial—“tristes y silenciosos como cumple a los héroes vencidos” (119). 41 CAPÍTULO 3 EL ANTI-OCCIDENTALISMO EN TIRANO BANDERAS Acabamos de ver en el capítulo previo la más fiel representación del pseudoOccidentalismo Valle-Inclanesco. En Sonata de estío, vimos que Valle-Inclán logra edificar una canónica visión Occidentalista con fin de desmoronarla enlazando una serie de montajes carnavalescos. No obstante, en el capítulo presente propongo que por medio de Tirano Banderas: novela de Tierra Caliente, Valle-Inclán manifiesta un proyecto anti-Occidentalista ya que aquí no existen pantallas, parentescos o amagues. Dentro del marco antiOccidentalista, Valle-Inclán no disfraza nada—al contrario—reprocha sin tapujos ni reservas el papel neo-colonial español en las repúblicas hispanoamericanas revolucionarias. Dado el ambiente revolucionario en Tirano Banderas, argumento que el despliegue antiOccidentalista de nuestro autor se manifiesta en las motivaciones revolucionarias de ciertos personajes. Es decir, para medir qué motivaciones Valle-Inclán considera loables y reprobables, convendría prestar especial atención no sólo al accionar de los personajes, sino al apego o distancia que el narrador mantiene con los personajes ya que éste también asume un papel anti-Occidentalista. A parte de Tirano Banderas, la inclinación anti-Occidentalista de Valle-Inclán se registra de mejor manera a través del siguiente artículo publicado en El Universal, 1921: [E]l escándalo que suscitó Valle-Inclán al abandonar México parece culminar la postura anticolonialista asumida durante la mayor parte de su visita. Detrás de su agresión contra el Rey, Alfonso XIII, se echa de ver el mismo blanco que inspiraba su ‘política bolchevista’: la colonia española, cuyo papel en México le resultó doblemente odioso. (ctd. en Dougherty, “Un Valle-Inclán olvidado” 128) 42 Dos puntos valen la pena resaltar sobre este pasaje: la postura anti-colonialista de ValleInclán a consecuencia del “papel odioso” desempeñado por “la colonia española” en México. Su estancia en México la realiza entre septiembre 1921 y febrero 1922, suficiente tiempo para examinar y reflexionar sobre la condición sociopolítica iberoamericana. De hecho, en El Universal vemos que de cara al segundo arribo de Valle-Inclán: [e]l México que el escritor reconocía era todavía el legendario de la Sonata de estío [pero]… [e]l México problemático y revolucionario, lo iría descubriendo poco a poco durante los siguientes dos meses. (ctd. en Dougherty, “Un ValleInclán olvidado” 109) En base a esta observación, propongo que la sustancia temática en Tirano Banderas surge de la experiencia tumultuosa registrada por Valle-Inclán a partir de “los dos siguientes meses” vividos en México. En la introducción de la edición crítica de Tirano Banderas, Alonso Zamora Vicente coincide escribiendo: Qué duda cabe que en esos días Valle-Inclán se informaría de la grandeza a tentones de luchas revolucionarias, de las secuelas de la dictadura porfiriana, de la actitud y la muerte de Francisco Madero, del movimiento de Huerta, de la presencia e intervención de la colonia española. (11) Ante este desarrollo, es innegable reconocer que el panorama presenciado por Valle-Inclán, en éste su segundo y último viaje a México, haya inspirado la creación del turbulento mundo revolucionario plasmado en Tirano Banderas. Antes de llegar a la postura anti-Occidentalista propuesta aquí, Valle-Inclán, a su primer arribo en México, pasmado e hipnotizado por el mundo exótico y “legendario” comentado en El Universal, desconocía las cuestiones sociopolíticas que azotaban el país. Sin embargo, durante esta primera visita, un texto anónimo logra captar su atención. ValleInclán se informa sobre esta situación por primera vez en una publicación periodística de El Tiempo, donde aparecen, en forma de epístola anónima, las palabras acusatorias de un 43 molesto ciudadano mexicano conocido por el pseudónimo de “Óscar”, quien expresa que los españoles que: [v]ienen al país [México] vienen a pervertirlo, a desmoralizarlo, a armarse, como vulgarmente se dice, sin que ningún beneficio les debamos, mejor dicho, les debemos los siguientes maleficios: Prostitución de nuestro pueblo en todas sus acepciones; sindicatos y negocios bancarios ruinosos para el país y otros males más que sería prolijo enumerar, y por supuesto, eso sí, ayudados o en combinación con nuestro gobierno liberal. (ctd. en Speratti Piñero 37) Por medio de estos precisos fragmentos epistolares, “Óscar” plasma un México plagado de problemas atribuidos a la presencia e intervención de la neo-colonia española. Como es de esperar, siendo español y recién llegado a un país donde ignora la situación social, nos comenta Speratti Piñero que “Valle-Inclán tomó defensa de sus compatriotas”, sin embargo, esta protección patriótica tiene corta duración porque agrega Speratti Piñero que “años más tarde, desencantado de ellos, recoge los argumentos de la carta para una palinodia corrosiva y violenta” (38). Basándonos en el contenido de esta carta, opino al igual que Speratti Piñero— podríamos proponer que los argumentos encontrados en la carta de “Óscar” son utilizados por Valle-Inclán como el esbozo temático en torno a la creación de Tirano Banderas. Así, las denuncias de “Óscar” son recreadas por Valle-Inclán y, como registro de esto, tenemos los delatantes discursos y acciones de los personajes y el narrador. Con respecto a Tirano Banderas, Zamora Vicente resume la misión de Valle-Inclán con la siguiente oposición binaria: una de dos, o Valle-Inclán sigue perpetuando, como sus predecesores “[l]a degradación del hombre por razones políticas, o [la cambia por] la dignificación del mismo por idénticas motivaciones” (16). Entonces, de este modo podemos proponer que para llegar a trocar la degradación de la raza india por la dignificación, debemos tratar el denominador común—la política. Al manejar el tema sociopolítico revolucionario, con la elaboración de Tirano Banderas, Valle-Inclán destaca la política 44 imperiosa como detrimento de la humanidad y, ante esta causa, se deslumbra el espíritu antiOccidentalista de Valle-Inclán. Según Valle-Inclán: El pretexto del imaginario país hispanoamericano [Santa Fe de Tierra Firme] le sirve a Valle-Inclán para fustigar (sin palabras especialmente acusadoras…) cualquier tipo, no de dictadura concreta, sino de sistema político que degrade o rebaje la condición humana… [en el cual] Valle tiene presentes los suyos, los de su tierra propia, los nada aceptables modos de convivencia españoles. (“Tirano Banderas” 19) Los mencionados paisanos de Valle-Inclán están vinculados directamente al sistema político que oprime al pueblo, hecho que Valle-Inclán no sólo recrimina en Tirano Banderas, sino que también lo denuncia en vida. Durante su segunda estancia en México en 1921, ante la visita del ministro español y otros compatriotas, Valle-Inclán les riñe: “No cuenten conmigo porque para mí es un caso de conciencia” (Dougherty, “Un Valle-Inclán olvidado” 142). Este caso de consciencia surge en torno a una de las injusticias que combate la revolución—la expropiación terrenal del indio, acto que Valle-Inclán también les reprende a sus paisanos: “de esas grandes extensiones de terreno del que Uds. se creen legítimos propietarios” (ctd. en Dougherty, “Un Valle-Inclán olvidado” 142). Tomando esta postura, Valle-Inclán promulga la voz de la razón—la alentadora voz alterna de un escritor occidental. A pesar de que Valle-Inclán, en sus cartas, conferencias y entrevistas, nos exprese el malestar sociopolítico causado por sus compatriotas en México, propongo dejar el indeterminado espacio geográfico en Tirano Banderas libre, sin ataduras nacionales, siguiendo la propuesta de Valle-Inclán. Al no sentenciar la república en Tirano Banderas a una región geográfica, Valle-Inclán nos deja con la incógnita territorial, logrando crear un mosaico léxico-geográfico iberoamericano, por el cual vemos las sórdidas condiciones sociopolíticas asociadas al mal neo-colonial (las secuelas neo-coloniales). Tirano Banderas está compuesta por un laberinto léxico, hecho que complica la fijación de una precisa 45 ubicación geográfica. La indagación crítica sobre la “nacionalidad” de Tirano Banderas no es imperativa ya que el mismo Valle-Inclán revela que en la novela existe “la voluntad literaria de sumar al castellano castizo el vocabulario creado en la América española” (ctd. en Esteban 298), asimismo, Valle-Inclán sugiere que “[d]ebemos ser todos uno. Todos una lengua” (ctd. en Speratti Piñero 11). Propongo que la mescolanza léxica que encontramos en la novela es aposta—es una convivencia léxica que funde a todo terreno iberoamericano dominado por el mal neo-colonial. El propósito en este capítulo no es indagar sobre cuestiones léxicas o geográficas, más bien, el enfoque vigente reposa en el panorama sociopolítico de la imaginaria región latinoamericana elaborada por Valle-Inclán, siendo que a través de éste, se registra el antiOccidentalismo de nuestro autor. Por medio del panorama sociopolítico en Tirano Banderas, Valle-Inclán explora una muy peculiar situación latinoamericana, donde “la herencia hispánica sigue siendo el mal mayor, la causa más evidente de las anomalías del nuevo mundo” (ctd. en Gabriele 83). Con la presencia neo-colonial, veremos que la situación sociopolítica latinoamericana es el legado malsano heredado por la “Madre Patria” a gran porción del continente americano. Analizaré los males que afligen este “Nuevo Mundo”, un mundo que—en Tirano Banderas—es sintetizado, compuesto por diversas regiones latinoamericanas. La clave para llevar a cabo el propósito trazado—ver el antiOccidentalismo mediante la maligna presencia neo-colonial—se encuentra en la afiliación revolucionaria que los personajes sostienen con el narrador ya que Valle-Inclán ve la revolución como la esperanza redentora del pueblo. Refiriéndose a México, Valle-Inclán confiesa que “[t]iene una capacidad que las gentes no saben admirar en toda su grandeza: la revolucionaria. Por ella avanzará y evolucionará” (ctd. en Dougherty, “Un Valle-Inclán 46 olvidado” 96). Para transmitir el progreso asociado a la revolución de manera artística, ValleInclán crea los personajes, pero a partir de allí, refleja su ideario revolucionario a través de su nada transparente narrador, tal como lo ha descrito Dougherty: “the author eschews his detachment, hereby giving his narrator more than one ‘posición geométrica’” (Dougherty, “The Question of Revolution” 208). Esta geometría narrativa maneja un desdoblamiento triple de personajes—el extranjero, el criollo (donde se encasilla el mestizo) y el indio. La contraparte del indio—el extranjero—es denominado despectivamente por ValleInclán como el gachupín. El gachupín es presentado y descrito por su ruin accionar y, a éste nos dice Valle-Inclán “lo desenvolví en tres tipos: el ministro de España; el ricacho Don Celes y el empeñista señor Peredita” (ctd. en Esteban 299). Al contrario del indio, las descripciones de la gachupía6 están plagadas por rasgos esperpénticos. La estética esperpéntica confeccionada por nuestro autor es un espejo cóncavo que: [r]efleja con rigor, físico y moral, cuantas deformidades pueblan el espíritu de las personas y de los distintos estamentos y grupos de la sociedad; también refleja lo que los distintos seres tienen de hueco, de falso, de histriónico, de teatral; de inauténtico en el fondo. (Alonso Montero 20) El discurso y accionar neo-colonial puesto en frente del espejo esperpéntico, en vez de “reflejar” como Alonso Montero sugiere, encajaría mejor proponer que refracta “huecas, histriónicas y teatrales” imágenes anti-Occidentalistas. Entonces, así podremos ver que las deformidades esperpénticas aparecen en diversas formas; el sujeto desprestigiado es manifestado por medio de figuras, garabatos, la animalización o lo caricaturesco. En Tirano Banderas existe un lema esperpéntico regido por la siguiente condición: si alguna entidad gachupinesca deshumaniza al Otro, Valle-Inclán toma su revancha regresándole la 6 Neologismo creado por Valle-Inclán para referirse a los gachupines en conjunto. 47 deshumanización de forma esperpéntica. Así, las figuras gachupinescas se convierten en víctimas de “his [Valle-Inclán’s] apt use of grotesque caricature to denounce the dehumanization that occurs under tyranny” (Dougherty, “The Question of Revolution” 208). Patente es que el narrador de Tirano Banderas muestra su disgusto por la fatalidad ligada a la condición del indio producida por la mano del extranjero y, por ende, coloca en frente del espejo esperpéntico a todo aquel que tenga un vínculo con la tiranía. La elaboración gachupinesca de Valle-Inclán que acabamos de ver no coincide con la definición de la Real Academia Española ya que ésta define al gachupín como un sujeto peninsular establecido en América. Lo que hemos apreciado sobre el gachupín hasta este punto ha sido sombrado por esta muy somera definición. Valle-Inclán logra conocer a fondo, denunciar y desarrollar a sus compatriotas, los gachupines, no en base a una definición de diccionario, sino por medio de la imparcial experiencia y convivencia americana. A continuación exploraremos los sentimientos encontrados por Valle-Inclán ante el papel neocolonial desempeñado por sus compatriotas en Iberoamérica. En Tirano Banderas, la figura del gachupín es la más odiada y según Zamora Vicente, “el menosprecio de Valle-Inclán por la casta compatriota… se destaca, por la hondura de su grito, de su denuncia, [por] la particular visión de la colonia española” (25). Esta “particular visión” es la de los gachupines ganando lucro en tierra ajena, desterrando al indio y pisoteando sus derechos. En una de las numerosas cartas dirigidas a su gran amigo mexicano, Alfonso Reyes, Valle-Inclán manifiesta su mayor malestar así: Los gachupines poseen el setenta por ciento de la propiedad territorial: —Son el extracto de la barbarie íbera. —La tierra en manos de esos extranjeros es la más nociva forma de poseer. (ctd. en Esteban 213) 48 Durante su segunda visita a México en 1921, Valle-Inclán capta las secuelas del manifiesto revolucionario, provocando que, siendo el mismo extranjero, se aparte por completo de sus paisanos y, esto es atribuido a que la revolución se sostiene por cuestiones agrarias. Alonso Montero revela que: [p]ara Valle la revolución mexicana está lejos, por obra y gracia de viejos caciques y de gachupines ultraconservadores, de ser una revolución con logros importantes y entusiasmantes: el indio mexicano no segaba el trigo porque aun no había colgado al Encomendero. (19) En este contexto, el cacique y el gachupín son los impedimentos más notables que amenaza el éxito revolucionario. El hondo sentimiento en contra del gachupín se registra por la siguiente confesión de Valle-Inclán: Y ahí está mi Tirano Banderas para señalar con cuánto desprecio trato a mis paisanos, encomenderos y ricachones, explotadores y diplomáticos viciosos y rijosos que merodean por América, y con cuánta emoción me acerco a mis hermanos americanos, los explotados y los humillados, los perseguidos y necesitados. (ctd. en Díaz Migoyo 215) Las palabras de Valle-Inclán tienen cierta resonancia a las que su “hermano americano”, “Óscar” había grabado en la epístola acusatoria, por la cual éste expresa que “ahí están esos sindicatos españoles en los que se explota al pobre pueblo y se comercia con su hambre” (ctd. en Speratti Piñero 37). Si bien el gachupín está ligado a la soberanía política para satisfacer su interés personal, por otro lado, cierta especie de criollo combate esta mancuerna, no por su propia persona, sino por el interés y bienestar ajeno, es decir, éste es partidario y abogado del Otro. En efecto, Dru Dougherty nos señala que “Valle-Inclán brutally satirizes the political powers that control Tierra Caliente but divides his approach [y admiración] to those who see the possibility of change” (“The Question of Revolution” 209). El panorama sociopolítico que ilustra Valle-Inclán eleva al honrado criollo como “the possibility of change”, en otras 49 palabras, éste es la salvación y redención del indio. Sin embargo, en Tirano Banderas, no todos los criollos son creados iguales: el criollo es dividido en dos capas—existe el criollo ejemplar y el abyecto. Primero, Valle-Inclán, tratando el criollo íntegro nos explica que a éste “lo desenvolví en tres: el elocuente doctor Sánchez Ocaña, el guerrillero Filomeno Cuevas y el criollo encargado del sentido religioso, de resonancias de Asís, que es Don Roque Cepeda” (ctd. en Esteban 298). Por medio de su diligencia para mejorar el país y el despliegue de patriotismo sincero que muestran, estas tres figuras criollas constituyen la genuina causa revolucionaria. Por medio del “tipo de hombre” que desempeñan estos personajes, Zamora Vicente sugiere que Valle-Inclán establece “[u]na escala en la que entra (o debería entrar) la posible casta directora de unas sociedades nuevas” (22), donde “coloca, y muy expresiva y atinadamente, cuál ha de ser el papel de la auténtica casta criolla” (23). El concepto clave aquí es que sólo esta “clase de hombre” es capaz de revolucionar la condición y situación social—el oprobio del indio. En pocas palabras, el indio no puede solo con la carga revolucionaria, por lo tanto, la representación criolla en esta revolución es la más fiel y enérgica esperanza redentora que tiene el indio. Veamos ahora cómo funciona la trama con las tres figuras centrales—el gachupín, el criollo y el indio—para llevar a cabo un análisis que destaque las tendencias antiOccidentalistas de nuestro autor. En el prólogo, el narrador atrae al lector con un anticipo del momento previo al desenlace violento. Inicia la novela dentro de un marco retrospectivo, cuyo propósito es plantear el conflicto central del texto—tirano-gachupín versus la oposición. Éste es un tipo de conflicto revolucionario producido por el mando tiránico en complicidad con la gachupía y, como resultado, surge el levantamiento del pueblo ante la condición o estado social al que ha sido sometido. Esta problemática social, según el criollo, el doctor 50 Sánchez Ocaña, se debe a que “América sigue siendo, desgraciadamente, una colonia Europea”, donde los gachupines se encargan no sólo de defender, sino nutrir “los viejos organismos políticos”, los cuales no toman en cuenta la dignidad y el bienestar del indio (Valle-Inclán, “Tirano Banderas” 216)7. Dado el prólogo retrospectivo, nos enteramos del gran odio que la raza india expresa hacia el tirano al igual que su compañía gachupinesca. El escenario en que origina la novela es el momento justo antes de la emboscada del tirano latinoamericano, Santos Banderas. Mediante la planificación de los guerrilleros en torno al golpe contra el mando tiránico, logramos conocer a tres exponentes revolucionarios: el mayor representante de la otredad latinoamericana, el indio Zacarías el Cruzado y dos criollos, uno, el líder guerrillero, el ranchero Filomeno Cuevas y, el segundo, el interesado revolucionario, el Coronelito Domiciano de la Gándara. En esta etapa, junto a los personajes ya mencionados también conocemos al narrador. Juntos componen el núcleo interpretativo de la novela: las motivaciones revolucionarias de los personajes y en base a las motivaciones, encontramos las afiliaciones que el narrador sostiene con los personajes. Tomando esto en cuenta, veremos que la causa revolucionaria es proteica ya que cambia de acuerdo con el ideario de ciertos personajes. Podremos apreciar a continuación que la revolución es utilizada para satisfacer anhelos colectivos, sin embargo, la función de nuestro narrador es mostrar que en el más egoísta de los casos, también se recurre a ella para saciar deseos subjetivos, los cuales son nocivos al porvenir del Otro. En el prólogo, antes que el narrador nos dé su punto de vista, pero por medio del amplio accionar de los personajes, podemos comenzar a conjeturar sobre algunas de las 7 Refiérase a la copia de Tirano Banderas, Ediciones Colihue para las citas utilizadas en esta tesis. 51 motivaciones revolucionarias de los personajes centrales. Encontramos primero al criollo Filomeno Cuevas, quien toma el liderato de la insurgencia ante la tiranía, seguido por la presentación del aspirante a dicho liderato, el criollo, el Coronelito de la Gándara. Mediante la disputa por el liderato revolucionario, veremos que la motivación revolucionaria más genuina y legítima le pertenece a Filomeno Cuevas, mientras que en el polo contrario, la motivación más ruin y cínica viene de parte del Coronelito de la Gándara. Filomeno Cuevas, al pasar lista de sus guerrilleros y repasar las consignas del plan de ataque, pone en evidencia que, por el bienestar del pueblo, el designio de su liderato es derrocar el mando despótico de Santos Banderas con una breve e imponente emboscada. Por otro lado, el Coronelito de la Gándara, siendo prófugo del gobierno tiránico de Santos Banderas, busca amparo y asenso en el movimiento revolucionario de Filomeno, pero lo hace estableciendo ciertas condiciones personales. En torno a la Revolución, las motivaciones del Coronelito y Filomeno componen una de las oposiciones binarias más marcadas en la novela. Después de escuchar el plan de Filomeno y su gente, por el cual se incita la libración del pueblo ante el dominio del tirano, el Coronelito muestra su única preocupación: la propia. A sabiendas de que la guerrilla es el único medio por el cual puede esquivar y combatir el tirano, el Coronelito muestra un interés falso por el bienestar del indio. El Coronelito cree que la emboscada destinada a Tirano Banderas es un suicidio y, con el suicidio de la insurgencia, también muere su esperanza de sobrevivir. Por ende, el Coronelito, de manera exasperada, le pide el mando de la guerrilla a Filomeno, no directamente, sino por medio de burlas e insultos. El Coronelito amonesta a Filomeno denigrándolo: “¡Filomeno, no seas chivatón, y te pongas a saltar un tajo cuando te faltan las zancas! Es una grave responsabilidad en la que incurres llevando a tus peonadas al 52 sacrificio. ¡Te improvisas general y no puedes entender un plano de batallas!” (43). Para impulsarse como líder, el Coronelito disfraza su preocupación por el indio y maquilla sus verdaderas intenciones utilizando el grito revolucionario, pero, en realidad, el bienestar del Otro no cabe en su repertorio revolucionario. Él se auto-denomina como “un científico, un diplomado en la Escuela Militar” y por esta razón, le reclama a Filomeno que “¿[l]a razón no te dice quien debe asumir el mando?” (43). Ante esta petición, Filomeno manifiesta el objetivo de su motivación revolucionaria expresando que “estoy obligado a no guiarme por otra norma que la corazonada. ¡Voy a Santa Fe, por la cabeza del Generalito Banderas!” (45). Todo lo opuesto a Filomeno, la revolución para el Coronelito “is rooted in his will to survive and ambition for power” (Dougherty, “The Question of Revolution” 209). En efecto, lo único que le concierne al Coronelito son sus ambiciones personales, las cuales, aunque por muy cuerdas y tácticas las crea, son egoístas. Al Coronelito no le importa quien sufra los azotes despóticos del gobierno, su única preocupación es refugiarse bajo el techo revolucionario para mantener viva su esperanza de sobrevivir y alimentar su anhelo de dominancia. Acabamos de explorar la vil esencia revolucionaria expuesta por el Coronelito, pero ahora veremos la genuina y solidaria voluntad revolucionaria manifestada por Filomeno. Con respecto a la esencia revolucionaria de Filomeno, Dougherty coincide, asegurando que “[t]he Rancher (Filomeno Cuevas) is a thoroughly sincere revolutionary”, el cual en ningún momento levanta sospechas para cuestionar si sus “motives are ethical” (Dougherty, “The Question of Revolution” 210). Las intenciones de Filomeno son patentes ya que tumbándole la cabeza a Tirano Banderas, también decapita el reino despótico, cuya existencia perpetúa la degradación del Otro. Filomeno rechaza las estrategias tácticas y ciencias militares del Coronelito, manifestando que el sufrimiento del indio se termina cuando liquide la guerra ya 53 que no busca emprender una campaña extensa y estratégica, más bien, desea “apagar la guerra con un soplo, como quien apaga una vela” (45). Filomeno no es impulsado por cálculos, sino, por la “corazonada”, en tanto que éste parece ser su remedio rápido y efectivo. A la par con su accionar, Filomeno también ostenta por medio de su discurso una valentía y pasión patriótica intachable, la cual pone en primer plano el bienestar del pueblo. Reflexionando sobre su deber civil, decide perpetuar sus valores inculcándoselos a sus hijos: “He creído hasta hoy que podía ser buen ciudadano, trabajando por acrecentarles la hacienda, sin sacrificar cosa ninguna al servicio de la Patria. Pero hoy me acusa la conciencia, y no quiero avergonzarme mañana, ni que ustedes se avergüencen de su padre” (157). Asimismo, estando consciente del riesgo asociado con su hazaña, al despedirse de su mujer, quizá para siempre, le dice que “[t]u cuidaras de educar a los chamacos y de recordarles que su padre murió por la Patria” (157). Veamos ahora la revolución por medio del indio, personaje que Valle-Inclán desenvuelve “en tres figuras: Generalito Banderas, el paria que sufre el duro castigo del chicote, y el indio del plagio y la bola revolucionaria, Zacarías el Cruzado” (ctd. en Esteban 298). Éste último, Zacarías el Cruzado, representa la otredad emblemática de Santa Fe de Tierra Firme. A consecuencia de la mancuerna—gachupín y tirano—Zacarías padece circunstancias adversas, sucesos que le incitan unir sus fuerzas al régimen revolucionario de Filomeno Cuevas. En el prólogo, estamos limitados a una fracción de las intenciones y motivaciones revolucionarias de Zacarías. Aquí, sólo sabemos que el objetivo esbozado por Zacarías es el de “darle una sangría a Tirano Banderas” (42) y, su motivación, al igual que su amuleto, nos confiesa que son “los restos de mi chamaco” (43), cuyo cuerpo destrozado carga en un costal sobre el hombro después que “[l]os cerdos habían devorado la cara y las 54 manos del niño” (147). Este trágico incidente es el último evento que impulsa a Zacarías al movimiento revolucionario. A partir de este instante, Zacarías percibe que para combatir la miseria y opresión a la que es sujeto, no es dejado con más alternativa que transformarse de víctima a victimario. Así, Zacarías aplaza la santa sepultura de su niño hasta darle muerte a los opresores, causantes directos del fúnebre evento de su hijo. A través de este accionar, Dougherty afirma que Zacarías “has no concept, let alone hope, of revolution” porque éste sólo es “a figure of vengeance” y asegura que “his retributive act brings individual consolation but fails to alter the system that oppresses him” (Dougherty, “The Question of Revolution” 210). En parte, coincido con el argumento de Dougherty ya que no refuto que Zacarías, en la parte inicial, donde está ausente el apego del narrador con los personajes, utiliza la revolución para saciar su sed de venganza. Sin embargo, fuera del prólogo, podemos apreciar que el acto de venganza de Zacarías no es el único factor que inspira su motivación revolucionaria, sino que también debemos tomar en cuenta las condiciones deplorables padecidas por Zacarías y el resto de “la plebe cobriza, greñuda, [y] descalza” (95). Nos describe el narrador que Zacarías vivía en un chozo lúgubre, donde “[h]ozaban los marranos” y a su alrededor abundaban “grandes cuervos, auras en los andinos y zopilotes” (117). En este jacal, “Zacarías trabajaba el barro… bajo una nube de moscas”, mientras contemplaba como panorama repugnante “un caballo muerto” (117). Lejos de transmitir una simple perspectiva humilde, el narrador plasma una escena fúnebre plagada por rasgos roñosos y una miseria irremediable. La descripción de las sórdidas condiciones en la choza termina con los sin-nombre personajes, el niño y la mujer de Zacarías, la cual, al no contar con qué alimentar a la familia, se queja con Zacarías diciendo que “[n]o tengo un 55 centavito” (118). Aparte de sobrellevar dichas escaseces económicas, el crío, dentro del jacal, apartado del lado de su madre y a falta de comodidades esenciales “berrea y se revuelca en la tierra” (118). Ante esta condición, la suerte de Zacarías y su familia puede cambiar aceptando la ayuda del Coronelito. Antes de los trágicos sucesos familiares que impulsaran a Zacarías a tomar armas en el revuelo revolucionario, él ya se había percatado que viviendo en la miseria no es vivir, sino subsistir. Para Zacarías, la vida no tiene valor bajo este “system that oppresses him” que según Dougherty éste no logra alterar (Dougherty, “The Question of Revolution” 201). Por ello, sin nada que perder, Zacarías se juega “la respiración” apoyando al Coronelito en su fuga y, ante el riesgo asociado con esta hazaña, de forma taciturna le expresa al Coronelito el precio que tiene su vida: “¡Para lo que dan por ella [la vida] patroncito!” (119). Ya, habiendo pactado el plan de la fuga con Zacarías, el Coronelito le da a la mujer de Zacarías una sortija para empeñar, asegurándole que “[c]on esto podrás remediarte” (119). Zacarías acepta el apoyo del prófugo Coronelito sin saber que con ello desencadenaría una serie de adversidades siniestras—el encarcelamiento de su mujer y, a falta del resguardo materno, la muerte de su hijo. Antes de este momento funesto, Zacarías, lleno de resignación y pasividad, es forzado a subsistir con las migajas cotidianas que se gana, pero su tolerancia se agota cuando pierde lo poco que tiene a manos del sistema que lo oprime—sus dos posesiones preciadas—mujer e hijo. Esta peripecia atroz hiere hondamente a Zacarías ya que la clasifica como “[l]a tormentona más negra de mi vida” (157). En base a esto, sugiero que no veamos a Zacarías como “a figure of vengeance”, más bien, veamos su deseo vengativo como un recurso obligado por falta de alternativas, acto que es laudable justificar aplicando la ley de justicia 56 poética, donde se castiga de manera ejemplar a aquellos quienes se lo merecen. Un subalterno como Zacarías sale perjudicado al emprender cualquier sendero ya que un hombre en su posición tiene una infinidad de limitaciones, pero no tiene más opción que practicar la apatía o tomar armas. Ahora tenemos, como trasfondo de la ira vengativa, la suerte deplorable, la razón esencial que hace estallar a Zacarías. Pese a que Zacarías no grite por un cambio social explícitamente, transmite su llamado por un cambio haciendo algo al respecto. El primer paso es eliminar a los opresores por cualquier vía y, mientras este acto no sea visto como un bien colectivo, uno por lo menos puede plantear que afloja el dogal puesto sobre el pueblo, si no derrocando, siquiera desestabilizando el sistema que tanto lo subyuga. En la etapa inicial de la obra sólo sabemos que una guerrilla irá “por la cabeza del Generalito Banderas” (45), sin embargo, para entender la razón por la cual es imperativo linchar y remover al tirano, es preciso analizar el trasfondo de las acciones del mismo Banderas junto con las descripciones que de ellas hace el narrador. Puesto que en la novela conocemos al tirano por primera vez mediante las descripciones del narrador, aquí también le cederé la palabra. El desprecio del narrador hacia Tirano Banderas no es tan patente como el que Tirano Banderas muestra hacia su propia raza india. La esencia del tirano se encuentra en su confesión despectiva: “Yo… indio por las cuatro ramas, descreo de las virtudes y capacidades de mi raza” (213). Ante esta intolerancia, la postura y parcialidad de nuestro narrador sale a la luz, sin embargo, el narrador toma su revancha de una manera más latente, más exquisita; hace su desprecio evidente deformando y deshumanizando esperpénticamente a todo aquel que atente en contra de la raza india. El narrador comienza su tarea deformativa describiendo al tirano con una serie de rasgos grotescos amontonados en una oración: “Tenía una verde senectud la mueca humorística de la momia indiana” (224). Siempre a la distancia, 57 y en repetidas ocasiones, el tirano es descrito como “[i]nmóvil y taciturno, agaritado de perfil en una remota ventana… parece una calavera con antiparras negras” (49), cuya figura, a través de esa ventana “era siempre el garabato de lechuzo” (50). Ya de cerca, el tirano “[e]ra el que tan castizo apostillaba un vinatero montañés, chaparro y negrote, con el pelo en erizo, y el cuello de toro desbordante sobre la tirilla de celuloide: La voz fachendosa” (52) y al caminar el tirano tenía un “paso menudo de rata fisgona” (185). A parte de portar la apariencia bestial que el narrador le designa, el propio tirano la complementa con exclamaciones animalescas que manifiesta enfáticamente en su diálogo, clamando en numerosas ocasiones “¡Cuá, Cuá!” (209) y “¡Chac, Chac!” (211). De esta manera, el mismo Tirano Banderas certifica las descripciones animalescas otorgadas por el narrador. Ahora, analicemos la siguiente incógnita: ¿el narrador de Valle-Inclán esperpentiza a Santos Banderas sólo porque éste menosprecia al indio? La respuesta es no, no sólo es por el menosprecio expresado hacia el indio que Banderas es “galardonado” con el desdén esperpéntico del narrador, sino que también es por perpetuar un sistema neo-colonial donde se subyuga al indio con fin de satisfacer intereses personales y económicos. Ante este paradigma, el pueblo se revoluciona y es uno que “fights against economic slavery in the guise of Spanish encomienda and the juridical tyranny of capitalism” (Finnegan Smith 32). En Santa Fe de Tierra Firme, la neo-colonia española es representada, en gran parte, por los gachupines. Ante la participación socioeconómica del gachupín en la república, el tirano aclama “[m]e congratula ver cómo los hermanos de raza aquí radicados, afirmando su fe inquebrantable en los ideales del progreso y orden responden a la tradición de la Madre Patria. Me congratula mucho este apoyo moral de la Colonia Hispana” (51). Para Tirano Banderas, su propia raza carece de este “apoyo moral” que restaura el “progreso y orden” que 58 su patria asumía durante la era colonial. El tirano venera el potencial progresista que traen consigo los gachupines, pero al parecer, no capta que su propuesta de integración neocolonial logra lo contrario ya que es regresiva. Claro, el modelo de antaño colonial deseado por el tirano le abre las puertas a estos “civilizadores” modernos con fin de “restablecer” el orden y el progreso. Sin embargo, de nueva cuenta, este “avance cívico” se pretende cumplir pisoteando los derechos de la raza india. Así, la misma Historia colonial se revive. A todo esto, cabe mencionar que es irónico y humorístico oír hablar de moralidad al tirano, siendo que es él quien tiene una noción bastante distorsionada del término, tal como lo explica Finnegan-Smith: “[Tirano Banderas] has no need to call upon or consider morality because he maintains personal control by allowing those other vested interests to continue their economic rape of his country” (36). Estos “other vested interests” son compuestos por la dominación española gachupinesca, cuyo poderío, como bien subraya el narrador “había ganado mucho valimiento en la tiranía” (161). En pocas palabras, el señorío español y la condición sociopolítica neo-colonial persisten habiendo dejado a los gachupines “violar” el país. En cuestiones revolucionarias, Valle-Inclán tiene a Tirano Banderas como el objeto de tiro al blanco. Vemos que el tirano es el responsable de manipular las leyes que obstaculizan las manifestaciones revolucionarias. Una mejor indicación de esta manipulación jurídica, la encontramos en el diálogo entre el jefe de policía y el tirano, donde afirma el jefe de policía que “la recta aplicación de las leyes será la norma de mi conducta”, pero le asegura Santos Banderas que: [e]n todo caso, si usted procediese con exceso de celo, cosa siempre laudable, no le costará gran sacrificio presentar la renuncia del cargo. Sus servicios—al aceptarla—sin duda que los tendría en consideración el Gobierno. (67) 59 Después de dicha parcialidad jurídica, el tirano manifiesta de forma cínica que “[m]i política es el respeto a la ley” (68). Tal como había ocurrido con el tema de la moralidad, saliendo fuera de la esfera gubernamental, el tipo de respeto jurídico que divulga el tirano es absurdo. La ley aplicada por Banderas es una compuesta por dos caras: la ley ejercida en la sociedad es impersonal, mientras que la ley aplicada a los representantes gubernamentales es subjetiva, acto arbitrario que “results in the shattering of a society, especially when the law applies only to those governed and not to those governing” (Finnegan Smith 40). Tirano Banderas está consciente que la revolución amenaza su potestad y, por ende, es forzado a dividir su sociedad—ellos (el pueblo) y nosotros (el gobierno)—manipulando las leyes. El movimiento revolucionario, según el tirano, “es el peligro amarillo en América. La Revolución representa la ruina de los estancieros españoles” (55). En efecto, como bien lo señala el crítico Ernest C. Rehder “a medida que triunfe la revolución, vendrá el dominio por parte de los indios” (239). Por esta revolución en Santa Fe de Tierra Firme existe una preocupación notoria de parte de Tirano Banderas, pero aún más es la inquietud que muestran “los estancieros españoles” que Valle-Inclán incluye entre los gachupines. Ambos bandos—tiranía y gachupía—muestran una sincera preocupación revolucionaria ya que sostienen una relación simbiótica; ambos sacan provecho del mismo sistema. El narrador enfatiza la continuidad de esta relación parasitaria describiendo una Santa Fe de Tierra Firme, cuyo maleficio mayor es la infestación de: [l]as raíces coloniales y poscoloniales de la violencia… en la que ocupa un lugar central la ‘Colonia Española’, compuesta por los comerciantes españoles—los gachupines—que aparecen como los causantes directos de las desigualdades, la dictadura y la grave crisis social. (García-Caro 15) La revolución precisa remediar el oprobio del pueblo y por ello los gachupines aprecian que la revolución es “como un apocalipsis social y cultural que pretende acabar con sus 60 tradiciones e intereses” (García-Caro 23). En efecto, la revolución les estropea el comercio a los gachupines, desestabilizando el cimiento con que se arraigan y protegen las empresas, y por ende, para prevenir el declive lucrativo, orden y progreso occidental, se debe atentar en contra de la raza india, acto reprobado por nuestro autor en Tirano Banderas por medio de la esperpentización. Al igual que Santos Banderas, sus aliados extranjeros, los gachupines no se escapan del lente deformador del narrador. En Tirano Banderas, “[l]a amenaza de perversión ya no provenía de las tierras conquistadas sino de la Madre Patria” (Dougherty, “Anticolonialismo” 45). Valle-Inclán propaga la perversión occidental, dándole la libertad a su narrador irónico de mostrar—con esperpentos—la mezquindad asociada a la gachupía. Con respecto al gachupín, el esperpento sirve para describir: [l]o grotesco de la vida española con la representación deforme y absurda de la cotidianidad ibérica. Tirano Banderas representa una muestra más de la parodia que Valle-Inclán realiza acerca de la mezquindad de la clase hegemónica española: la colonia española representa al grupo social más ruin de la República de Santa Fe” (Cuvardic García 78) Nuestro narrador, al desfigurar la representación gachupinesca, elabora una monstruosa realidad neo-colonial. El gachupín central de la obra, Don Celestino Galindo, o Don Celes, es el financiero y asesor de Tirano Banderas, el abogado principal de los intereses económicos de la colonia española en la república americana. Dado que Don Celes es el gachupín más permeado en el gobierno del tirano, el narrador incisivamente lo describe con los rasgos esperpénticos más bufones. Al presentar a Don Celes, el narrador lo describe así: “con palmada en la frente panzona” (55), siendo “orondo, redondo, [y] pedante” (51) “infló la botarga” (53) y “cacareó” (52) a la hora de hablar. 61 Ya teniendo una imagen, más que todo esférica de Don Celes, el narrador deja que sus acciones hablen por sí mismas, que muestren la paridad entre su esencia y apariencia. Compartiendo el mismo sentimiento sobre la revolución que el tirano, Don Celes ratifica que: [e]l ideario revolucionario es algo más grave, [que la guerra civil española] porque altera los fundamentos sagrados de la propiedad. El indio, dueño de la tierra, es una aberración demagógica, que no puede prevalecer en cerebros bien organizados. (61) En este contexto, la propiedad indígena, según Don Celes, es “una utopía de universitarios” (54). Parece oportuno y conveniente para Don Celes creer que el justo repartimiento de tierras no es más que una noción producto de la imaginación de “universitarios”, algo inverosímil y poco razonable. Sin embargo, de forma irónica, esta inalcanzable “utopía” amenaza el estado presente y futuro del gachupín ya que el narrador nos comenta que el gachupín “temía la mengua de sus lucros, si trocaba la explotación de cholos y morenos por el servicio de la Madre Patria” (195). La privación de tierra designada al indio se debe a que el privilegio propietario no le pertenece, ni tampoco cree Don Celes que el indio “es apto para las funciones políticas” (74). Entonces, según el gachupín, ¿qué función debería desempeñar el indio? En pláticas con Don Celes, Don Teodosio, el gachupín encargado de perpetuar “la tradición colonial del encomendero” (73) asevera que “[e]l indio es naturalmente ruin” (73), el cual “necesita el fustazo del blanco, que le haga trabajar, y servir a los fines de la sociedad” (74). De este modo, Don Teodosio se esmera a ser el representante oficial de un discurso neo-colonial ya que perpetúa su autoridad occidental en la ex-metrópoli deseando que el indio siga sirviendo “los fines de la sociedad [colonial]” aunque haya llegado cuatro siglos más tarde que el extremeño Hernán Cortés. El vigor Occidentalista de Don Teodosio, le previene percibir la reforma sociopolítica deseada por la revolución. Por medio del discurso de Don Teodosio, el 62 indio sigue siendo el mismo ser emplumado, tatuado y perforado que en vez de merecerse una digna incorporación social, se debe marginar, esclavizar y explotar tal como se hacía durante la era colonial. Don Celes y Don Teodosio ejercen su opresión, desprecio y discriminación por la otredad desde la esfera gubernamental. Así, en escala mayor, los gachupines hacen llegar al pueblo su intolerancia; sin embargo, también existe el mismo despliegue desdeñoso y subyugante hacia la raza india al nivel social. El portavoz más representativo de realizar este maltrato es el irónicamente titulado “honrado gachupín”, Don Quintín Pereda. Este tipo de gachupín es un “pequeño prestamista que lleva a cabo la opresión económica directa y cotidiana del pueblo… a través de sus usureras prácticas mercantiles” (García-Caro 28). Para el prestamista, Don Quintín, la revolución también es una inconveniencia—una amenaza a su empresa ya que confiesa que “con la revolución, todos los negocios marchan torcidos” (124). Otro elemento que también le causa discordia al prestamista es la otredad de Santa Fe de Tierra Firme. Logramos percibir su falta de compasión—e incluso ira—hacia el Otro, primero con la mujer de Zacarías y después con una pareja, padre e hija. Como hemos visto, a falta de alimento debido a la inestabilidad económica, la mujer de Zacarías intenta empeñar en el negocio de Don Quintín la prenda que le dio el Coronelito. Don Quintín, incrédulo y con intención de quedarse con la valiosa sortija, se apodera de ella y después amonesta a la mujer: “si hay engaño en mis sospechas, que venga a cerrar el trato el legítimo propietario. Esta alhajita se queda aquí depositada” (123). El prestamista termina por justificar su acto usurero asegurándole a la mujer que “[u]n gachupín no ampara el robo”, y ella, privada de recursos, le recrimina “[p]ero lo ejerce… [d]e mala tierra venís, para tener conciencia” (123). A fin de cuentas, la mujer, indefensa, sin prenda y ninguna alternativa, es echada a la calle 63 para luego ser cuestionada y encarcelada por las autoridades. Claro está que el sistema le favorece al prestamista ya que éste ejerce la autoridad teniendo la potestad de asaltar y sublevar al pueblo sin reprimenda alguna. Al salir la mujer, taciturna y desamparada, entran las próximas víctimas del “honrado gachupín”—un viejo ciego y su hija. Aquí volvemos a ver que a causa de la inseguridad económica que sufre el pueblo, por el pago de un piano, el viejo ciego y su hija se ven forzados a pedirle una extensión quincenal al prestamista. Don Quintín, riguroso con las cláusulas del pago, se niega a darles una extensión, exclamando que su petición es “¡[i]mposible!” (124). La niña, de forma ingenua, tal vez creyendo que la crueldad del prestamista gachupín es una característica innata de los españoles, le suplica: “¡[n]o sea usted de su tierra, Señor Peredita!” (125). Aquí, el supuesto expresado por la niña es válido ya que el prestamista gachupín es el único punto de referencia peninsular que existe en la esfera social. Por otro lado, el prestamista no lo ve de esta manera ya que su reacción al comentario de la niña es decretar que el avance social en Santa Fe de Tierra Firme es producto de la gracia cívica de la “Madre Patria”, cuya intervención “rescata” al indio del triste y salvaje mundo prehispánico: “No amolarla, hijita, que si no andáis con plumas, se lo debéis a España” (125). El viejo ciego, mostrándose pasivo durante la plática entre su hija y el prestamista, reflexiona sobre el papel que desempeña el español en la ex-metrópoli y, concluye dirigiéndose a Don Quintín que “España podrá valer mucho, pero las muestras que acá nos remite son bien chingadas” (125). La ironía de Valle-Inclán se registra de mejor manera en las palabras del viejo ciego, ya que es éste, un ciego quien “vea” la verídica representación española en América. Con esto, también vemos que Valle-Inclán toma el descontento expresado por “Óscar” como punto temático en Tirano Banderas: 64 Como mexicano que soy, amo a mi patria, y veo con tristeza que la mayor parte de los españoles que vienen hoy al país, vienen a desmoralizarlo, y por eso con toda mi alma siempre impugnaré todo aquello que tienda hacer una defensa, no de la Madre Patria, a quien siempre veneraré, sino de la basura que esa Madre nos arroja continuamente y que viene sólo con el objetivo de enriquecerse, atropellando cuanto hay de más caro y sagrado para nosotros. (ctd. en Speratti Piñero 37) Ante la estrangulación social que sufre el subalterno del gachupín, encontramos al criollo, líder revolucionario, Don Roque Cepeda. Conocemos a Don Roque por medio de los grupos que “gritaban frente al Casino Español: ¡Viva Don Roque Cepeda! ¡Viva el liberador del indio!” (71). La función de Don Roque en Tirano Banderas es ser el embajador de la esperanza para la raza india ya que éste sostiene la “redención del indio” como “la piedra angular” en su ideario revolucionario (171). Así pues, levantando al indio, Don Roque espera propagar la equidad e igualdad entre los hombres. Con la presencia de Don Roque, ValleInclán logra establecer un contraste tangible y discursivo entre éste y el gachupín. Después de ver la mezquindad asociada con el tirano y sus aliados extranjeros, vemos la más pura esencia del ser humano con la presencia de Don Roque, quien, al abogar por “la redención del indio”, es inmune a cualquier descripción esperpéntica. En base a esto, Dougherty propone que el papel de Don Roque “is to guarantee the possibility of value in a grotesque world and thus to give coherence to the novelist’s severe picture of man” (Dougherty, “The Question of Revolution” 212). En efecto, con la presencia de Don Roque, tenemos la imagen de un hombre de provecho, digno de estimación y meritorio de admiración, con el cual, nuestro autor logra establecer un contraste drástico entre el bien—la misión redentora del indio—y el mal—el deterioro de éste. Sin embargo, la obra humana de Don Roque, para la crítica Finnegan Smith no es suficiente ya que afirma que el eminente fracaso revolucionario enfrentado por Don Roque se 65 debe a que “[f]or true revolution to take place, there must be an extreme radicalness of structural change, and the latter is missing in Don Roque’s implied new government” (43). Viendo el trayecto laboral de Don Roque, no creo que el argumento de Finnegan Smith tenga completa validez. Mientras Finnegan Smith asocia una falta de “radicalidad” con el cambio propuesto por el movimiento revolucionario de Don Roque, argumento lo contrario. La novela culmina de forma abrupta con la muerte del tirano, cerrándole la puerta a la planificación gubernamental de Don Roque, pero antes del desenlace, vemos rasgos del mencionado “implied new government” de Don Roque. Este gobierno se refleja a través de las condiciones que exige Don Roque en torno a la propaganda presidencial, por la cual propone un gobierno que reparta un trato justo y que tenga elecciones libres (212). No obstante, no sólo por las condiciones gubernamentales planteadas por Don Roque logramos apreciar que la revolución no es una causa perdida, sino que también vemos la superación revolucionaria mediante la inquietud que Don Roque les provoca al presente gobierno tiránico y al gachupín. Antes del desenlace, existen numerosas instancias donde podemos ver que el movimiento de Don Roque amenaza las comodidades institucionales disfrutadas por los gachupines y gobernantes y, por lo tanto, tiene el apoyo del pueblo, hecho que también mantiene a los gachupines sintiéndose acosados. Sugiero que la campaña de Don Roque sea vista como lo qué es—amenazante—ya que Don Roque demuestra ser un exitoso manifestante revolucionario al levantar el pueblo, incitando el gran revuelo indígena en los casinos españoles (71, 74, 82), caso que mejor registra el consternado gachupín, Don Celes: “Si ocurriese algún desbordamiento de la plebe, yo haría responsable a Don Roque Cepeda” (75). Es más, Don Roque contradice la carencia revolucionaria que le es atribuida por 66 Finnegan Smith desbordando la preocupación e inquietud del tirano y los gachupines en torno a la amenaza del nuevo orden socioeconómico (55, 61, 86, 124, 127, 195). Así pues, con respecto a la alteración socioeconómica, el más claro nerviosismo e imploración registrado es el de Don Teodosio: “¡Ojalá no tengamos que lamentar esta noche alguna grave alteración del orden!” (75). Conscientes están los gachupines que conforme vaya ganado terreno la campaña revolucionaria de Don Roque, se avecina por parte de la otredad, el tan anhelado control de su suerte. En este sentido, el Otro dejaría de ser sujeto al albedrío dictado por el tirano y el gachupín. A fin de cuentas, la historia de “la revolucionada Santa Fe de Tierra Firme” (227) termina con la muerte y derrocamiento de Santos Banderas a manos de la insurgencia revolucionaria que se nos fue presentada en el prólogo. Como punto culminante, Valle-Inclán registra el anti-Occidentalismo propuesto en esta tesis previniendo—con la labor revolucionaria de Don Roque y Filomeno Cuevas—que la gachupía y la tiranía salgan victoriosas en el tumultuoso pero alentador desenlace. 67 CAPÍTULO 4 CONCLUSIONES PSEUDO-ANTIOCCIDENTALISTAS Ramón del Valle-Inclán, por ser escritor occidental quien documenta sus experiencias transatlánticas, “debería” seguir los parámetros teóricos presentadas por Said (Orientalismo) y Coronil (Occidentalismo). Recordemos que el Orientalismo es posibilitado y nutrido por el Occidentalismo; así pues, el deber del occidental es occidentalizar (la auto-idealización) y orientalizar (la idealización del Otro). Al occidentalizar y orientalizar, el escritor occidental, en nuestro caso Valle-Inclán, debe destacar la conexión entre el poder y el juicio occidental, cuyo propósito es condicionar un discurso epistemológico por el cual “conocemos” y “entendemos” lo Oriental (el Otro) y, a su vez, el discurso también decreta el papel supremo que desempeña el occidental en el Oriente. Siguiendo estas prácticas teóricas, Iraheta percibe la propuesta de Valle-Inclán así: “Lo que parece bastante claro es que Valle-Inclán pretendía, con el viaje [Oriental] de su personaje principal [el Marqués], reivindicar su nación y a través del rescate literario del antiguo imperio, renovar la decadente identidad española” (449). Asimismo, Harris cree que “Sonata de estío fictionally makes Spain an enduring imperial power that recuperates its colonies through the use of fantasy, historical allusion, and allegory” (236). Sin embargo, la misión primordial en esta tesis ha sido desmoronar este razonamiento crítico mostrando que Valle-Inclán no cumple con su “deber” occidental, proponiendo que Sonata de estío es un proyecto pseudo-Occidentalista y Tirano Banderas es uno anti-Occidentalista. 68 En esta tesis se realizó un análisis crítico de Sonata de estío y Tirano Banderas, prestando especial atención en la forma que Valle-Inclán maneja el discurso Occidentalista. Explorando el discurso, encontramos definitivas subversiones discursivas avaladas no sólo por el maltrato y el fracaso de las entidades occidentales, sino que también por la simpatía y el triunfo de la otredad. Sin embargo, la tesis presente fue impulsada por la crítica que no llega a interpretar a Valle-Inclán de esta manera ya que no exploran las elaboraciones ValleInclanescas señaladas aquí. Para realizar su labor pseudo-anti-Occidentalista, vimos que Valle-Inclán elabora dos tipos de discursos con fin de tratar la otredad latinoamericana y la idealización occidental: uno es el convencional que sirve como punto de referencia y el otro es su némesis ya que subvierte las prácticas discursivas Occidentalistas. En pocas palabras, Valle-Inclán le da vida a un ortodoxo discurso Occidentalista para tener la oportunidad de deconstruirlo al final. Para destacar esta subversión discursiva fue sugerido al inicio retar—como Spires y Predmore lo habían realizado en sus respectivos estudios—la paridad establecida entre ValleInclán y su personaje protagónico, el Marqués de Bradomín. Manejando los estudios críticos que tratan el Occidentalismo en Sonata de estío vimos que el propuesto paralelismo entre Valle-Inclán y el Marqués producen anomalías críticas contribuyentes a graves desviaciones interpretativas. La propuesta de separación entre autor y personaje sugerida en esta tesis expone que “Bradomín incarnates a postcolonial attitude criticized by the posited author [Valle-Inclán]” y, por otro lado, “if one equates the real author with the speaker [el Marqués]… one can still come up with a postcolonial reading, but then Valle-Inclán himself incarnates the imperialist attitude” (Spires 69). Para evitar que el lector tome este sendero interpretativo, en esta tesis se exploró la manipulación discursiva de Valle-Inclán en el 69 discurso pseudo-Occidentalista del Marqués. Este discurso cobra vida con una serie de montajes paródicos, pero muere con la subversión ridícula de las hazañas “gloriosas” del Marqués. En Sonata de estío exploramos el discurso ya que éste es el factor determinante que marca la distancia irónica entre Valle-Inclán y el Marqués. Ahora, en torno al análisis discursivo en Tirano Banderas, aquí no existen incoherencias interpretativas ya que en esta instancia—sin armar montajes—Valle-Inclán exhibe el ruinoso papel neo-colonial que desempeña el español en Latinoamérica. En base a esta exhibición, la tendencia anti-Occidentalista le fue atribuida a Valle-Inclán y Tirano Banderas. Logramos ver el anti-Occidentalismo en Tirano Banderas por medio del despliegue valorativo transmitido por los discursos del narrador y los personajes. Por medio del afán revolucionario de los personajes y el apego que el narrador sostiene con éstos, vimos el disgusto por el deterioro de la raza india debido a la intervención y perversión gachupinesca. Así pues, García-Caro coincide con el argumento presentado en esta tesis, proponiendo que “la visión del (post/neo) colonialismo español en Valle-Inclán y su Tirano Banderas suponen, pues, el reverso orientalista de la narración occidentalista” (29). Este “reverso orientalista”—que en esta tesis es denominado anti-Occidentalismo—fue avalado por las dignas motivaciones revolucionarias ya que éstas pretenden revertir la insalubre condición sociopolítica causada por la complicidad entre la gachupía y la tiranía. A fin de cuentas, en Tirano Banderas, la incógnita geográfica creada por Valle-Inclán para dirigirse a esta deplorable condición sociopolítica “foreshadows so astutely the political problems of so many Latin American countries in the twentieth-century precisely because it recognizes the complicated nature of these countries” (Finnegan Smith 42). 70 OBRAS CITADAS Alonso Montero, Xesús. “Lectura política de Tirano Banderas.” Primer acto 257 (1995): 1820. Print. Anderson, Andrew A. “Sex, Flippancy, Autobiography: Existential Palliatives in ValleInclán’s Sonatas.” Hispanic Review 78.3 (2010): 387-409. Print. Bongie, Chris. Exotic Memories. Literature, Colonialism, and the Fin de Siècle. Stanford: Stanford UP, 1991. Print. 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