HUMILDAD La humildad Bíblica es principalmente la modestia que

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HUMILDAD
La humildad Bíblica es principalmente la modestia que se opone a la
vanidad. El que es modesto, sin pretensiones irrazonables, no se fía de su propio
juicio, como lo aconseja el Proverbio 3, 7: “No te tengas por sabio; teme a Dios y
evita el mal”, y en el Salmo 131,1 se agrega: “No se ensoberbece ¡oh Eterno!, mi
corazón ni son altaneros mis ojos, no corro detrás de la grandeza ni tras de cosas
demasiado altas para mi”
La humildad se opone a la soberbia, se halla en un nivel más profundo; es
la actitud de la criatura pecadora ante el Omnipotente y el Tres Veces Santo; pues
el humilde reconoce que ha recibido de Dios todo lo que tiene, como dice 1
Corintios 4-67: “No ir más allá de lo que está escrito y que nadie por amor de
alguno se infle en perjuicio de otro. Porque ¿quién es El que a ti te hace preferible?
¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorias, como si no
lo hubieras recibido?
¿Qué es el hombre? Siervo inútil, que no es nada por sí mismo, sino
pecador. Pero que se puede abrir a la gracia y entonces Dios le glorificará como
está dicho en Proverbios 3, 34: “Escarnece a los escarnecedores y da Su gracia a
los humildes”
La norma de la humildad, pues, reside en que el hombre no se valorice a sí
mismo por ningún motivo, y esto es exactamente lo opuesto a la soberbia, lo que
depende tanto de los hechos como de la intención. El hombre en principio debe
ser humilde en sus pensamientos, y sólo después de esto se conducirá con
humildad.
Tratemos de aclarar estos dos aspectos:
La humildad en el pensamiento, significa que debemos reflexionar y
aceptar que no somos merecedores de elogios o de honores; y mucho menos
tenemos de qué vanagloriarnos con los demás, y esto en estricta justicia es por los
defectos y limitaciones que todos poseemos.
En cuanto a las limitaciones, es muy simple, ya que es imposible que aún el
mejor de los hombres se encuentre en un grado de perfección, pues aún el mejor,
posee numerosas imperfecciones, tanto de orden personal como familiar y
también de sus allegados.
La inteligencia es el medio principal que puede conducir al hombre a la
soberbia y al orgullo, es una función cerebral del hombre mismo, es parte de su
mente. Pero no existe ningún sabio que no se equivoque y que no tenga nada que
aprender de sus semejantes, aún de los aparentemente más ignorantes. Siendo así
entonces ¿cómo podría vanagloriarse de su sabiduría.
Pero quien posea un entendimiento correcto, aunque haya sido merecedor
de una gran sabiduría, que sea verdaderamente descollante, cuando analice o
medite, verá que no existe lugar para el orgullo o la superioridad, pues quien
posea sabiduría y sepa más que los demás, no realiza sino lo que su propia
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naturaleza lo induce a realizar, de la misma manera que el ave se eleva y vuela,
porque esa es su naturaleza, o que el buey jala con fuerza, porque esa es su ley;
de la misma manera el hombre sabio, es porque su naturaleza lo conduce a ello. Y
el que “no es inteligente” y por lo mismo no es sabio, si hubiera dedicado el
mismo tiempo y esfuerzo lo sería sin lugar a duda, entonces el sabio no tiene de
qué enorgullecerse.
El Rabino Yojanán Ben Zacay dijo: “Si estudiaste mucha Torah no te
vanaglories de ello, pues para ello fuiste creado”
De la misma manera que si un hombre es rico, o pobre debería alegrarse
con su parte. Esta es la meditación digna de todo hombre que posee un raciocinio
recto sin terquedad de un falso orgullo.
Cuando se clarifique esto en la mente, sólo entonces se llamará realmente
humilde, pues en su corazón y en su esencia posee la humildad.
Dos factores son los que habitúan al hombre a la humildad: La Costumbre y
la Reflexión.
La costumbre conduce al hombre paulatinamente a actuar con humildad,
por ejemplo sentándose en los lugares humildes, sin alarde, ocupando el último
sitio con tranquilidad, vistiendo en forma decorosa, es decir honorablemente y sin
“majestuosidad”. De esta manera se habituará a la humildad hasta que ésta
penetre y se fije en su corazón como corresponde. Pues dado que la naturaleza del
hombre lo incita a enorgullecerse y envanecerse, le es difícil dominar su
inclinación natural totalmente, si no utiliza los factores externos que se
encuentran a su alcance, de esta manera podrá lentamente ir atrayendo la
humildad hacia su interior, sobre el que no posee control en lo absoluto, es decir:
“El hombre debe ser astuto en el temor” o sea que buscará toda clase de recursos
contra su inclinación natural hasta que logre vencerla.
Y se debe reflexionar sobre diversas cuestiones, la primera de ellas, como
por ejemplo como se señala en el Talmud: “Sabe de dónde provienes, de una gota
hedionda; y hacia dónde te diriges, hacia un lugar de tierra y gusanos; y ante
Quién darás cuenta de tus actos; ante el rey de Reyes.”
Cuando le hombre observa la futilidad de la materia y lo despreciable de su
origen, no tiene motivos, en absoluto para vanagloriarse, pues los animales
tienen un origen igual al suyo y fueron creados antes que él, esto le hará más que
enorgullecerse, humillarse. ¿Cuál es su orgullo si su final es vergüenza y
humillación. Y al continuar pensando e imaginarse en su corazón el momento en
que se presente ante el Tribunal Celestial y al verse a sí mismo ante el Rey de
Reyes, el Eterno, Bendito Sea, el Santo y Puro, al comparecer frente a los
Sagrados Servidores poderosos cumplidores de Su mandato y que no poseen ya
defecto alguno, el sabe que se presenta ante ellos despreciable, inferior, impuro y
repugnante a causa de sus actos, ¿no se sentirá humillado? ¿Podrá levantar la
cabeza? ¿Tendrá palabras para argumentar cuando le pregunten?, ¿Dónde está tu
boca, tu arrogancia y el orgullo que ostentaste en el mundo?
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Con seguridad si somos capaces de imaginar este cuadro aunque sea por un
momento, podrías valorar lo inútil de la arrogancia y encontrarías dentro de ti
mismo el poder para dominar el orgullo y ser humilde.
El segundo factor, comprende las vicisitudes provocadas por el tiempo y las
numerosas consecuencias.
Pues el rico, por ejemplo, puede convertirse en pobre fácilmente, el
gobernante en servidor y el prestigioso en humillado, y si se puede tan fácilmente
ser reducido a una condición que detestas actualmente,
¿cómo puedes
enorgullecerte de algo tan inseguro? ¿Cuántas enfermedades no pueden atacarte y
obligarte a pedir ayuda, e incluso suplicar que alivien tu dolor? ¿Cuántas
aflicciones, el Señor no lo permita, pueden sobrevenir a una persona, debiendo
esta humillarse ante quienes aborrecía aún sin saludar, para que éstas lo ayuden?
Este tipo de cosas las vemos cotidianamente, y deberían de ser suficientes para
alejar de nuestro corazón el orgullo y adquirir la humildad.
Así está dicho: “Escuchar he escuchado a Efraín que se lamentaba… Pues
después de mi regreso me he arrepentido, y después de haberme enterado me
golpee el muslo, me avergoncé y me humillé” (Jeremías 31)
El hombre debe reflexionar continuamente para reconocer la debilidad del
raciocinio humano, sus numerosos errores y engaños, pues siempre estamos más
cerca del error que del verdadero conocimiento. Por lo tanto, debemos temer
siempre estos peligros, y tratar de aprender de toda persona escuchando consejos
para no sucumbir, por ello está dicho: “¿Quién es el sabio?, el que aprende de
todo hombre” (Tratado de Principios 4) y en el Proverbio 12 se agrega: “Escucha
los consejos de los sabios”.
Pero los principales enemigos de esta virtud, son la abundancia y el
saciarse de los bienes mundanos cono dice Deuteronomio 8: “Comerás y te
hartarás; bendice, pues, al Eterno por la buena tierra que te ha dado. Guárdate
bien de olvidarte del Eterno, tu Dios, dejando de observar Sus Mandamientos, Sus
Leyes y Sus Preceptos, que hoy te prescribo Yo; no sea que cuando comas y te
hartes, cuando edifiques y habites hermosas casas, y veas multiplicarse tus
bueyes y tus ovejas y acrecentarse tu plata, tu oro y todos tus bienes, te
ensoberbezcas en tu corazón y te olvides del Eterno, tu Dios que te sacó de la
tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre, y te ha conducido a través de vasto
y horrible desierto de serpientes, de fuego y escorpiones, tierra árida y sin agua;
que hizo brotar para ti agua de la roca pedernaliza, y te ha dado de comer en el
desierto el maná, que tus padres no conocieron, no conocieron, castigándote para
a la postre hacerte bien, no dijeras: Mi fuerza y el poder de mi mano me ha dado
esta riqueza. Acuérdate, pues, del Eterno tu Dios, que es Quien te da poder para
adquirirla, cumpliendo como hoy la Alianza que a tus padres juró.”
Debido a esto es que en la antigüedad, los creyentes creían que era
agradable a los ojos de Dios el que ellos mismos se mortificaran en sus cuerpos, y
así doblegar el instinto del orgullo que se le desarrolla en abundancia, como está
dicho en el Tratado de Berajot 32: “No ruge el león por un canasto de paja sino por
un cesto de carne”.
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Pero el obstáculo fundamental es la necesidad y la falta de conocimiento
verdadero. Y observa que el orgullo no se encuentra por lo general sino en los más
ignorantes, por lo que los sabios judíos dijeron: “Signo de la soberbia, es la
pobreza, en el conocimiento, de la Torah” (Tratado Sanedrín 24) Y el Zohar Balak
agrega: “Signo de la completa ignorancia es alabarse a sí mismo” Vimos como
Moisés es distinguido entre los hombres como el más humilde de todos.
Otro de los grandes obstáculos de la humildad, es el relacionarse con
aduladores, ya que tratan de ganar nuestro corazón con lisonjas y adulaciones que
consideran en su propio beneficio, pues ellos nos alabarán y magnificarán
nuestras virtudes, y aun agregarán méritos inexistentes, que en ocasiones son
opuestas a las virtudes que nos indilgan. Y finalmente, dado que el carácter
humano es voluble y su naturaleza es débil y se deja seducir fácilmente, el
escuchar estas cosas, hace que penetren en nosotros como el veneno y entonces
caeremos en las redes de la soberbia y seremos destruidos.
Por lo tanto, quien posea los ojos en su cabeza, se cuidará e investigará los
actos de quien quiera ser su amigo, consejero o de quien cuida la calidad de su
comida y desde luego quien cuida el alimento de su alma y de su mente, ya que
éste podrá destruir su alma. Por esto el rey David dijo: “El que anduviere en un
camino íntegro, él me servirá. No habitará en mi casa el embustero” (Salmo 101)
No hay beneficio más grande para el hombre que el buscar amigos íntegros,
que iluminen sus ojos en lo que él no pueda ver, y lo amonestan con su amor
salvándolo así de todo mal, pues lo que el hombre no ve por no percibir sus
propias faltas, ellos lo verán, lo entenderán y lo prevendrán, pudiendo así cuidar
de sí mismo.
Hasta aquí hemos hablado más bien de la humildad de pensamiento, pero
ahora abundaremos en la humildad de la acción: Ella se divide en cuatro partes: El
conducirse a sí mismo con humildad, soportar insultos, odiar la autoridad y
escapar de los honores, y distribuir honor a todas las personas.
El primero o sea conducirse con humildad, debe, debe denotarse en su
hablar, caminar, sentarse y en todos los movimientos.
Con respecto al hablar, el lenguaje debe ser siempre calmo con todos
nuestros semejantes. Las palabras debes ser respetables y no insultantes, pues
está dicho: “El que desprecia a su prójimo carece de entendimiento” (Proverbio
11)
Sobre caminar está dicho: “¿Quién heredará el mundo por venir? El
humilde de arrodilla baja, encorvado llega y encorvado sale, y no se encamina con
su altura erguida. No camina ceremoniosamente, sino como el que se dirige a sus
ocupaciones normales” (Sanedrín 68) y agrega: “Todo el que camina con su altura
erguida, empuja los pies de la Divina Presencia” e Isaías agrega: “Los que elevan
su estatura se cegarán”.
En relación a la manera de sentarse se refiere a que debemos hacerlo entre
los humildes y no entre los encumbrados como dice el Proverbio 25: “No te
vanaglories ante el Rey y no ocupes el lugar de los mayores”, es decir aléjate de tu
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sitio dos o tres filas y siéntate hasta que te digan sube; pero si subes por tus
propios fueros, deberán decirse que bajes.
En el Tratado Baba Metzia 85 leemos: “Todo el que se disminuye a sí mismo
en el estudio de la Torah en este mundo, será grande en el mundo por venir”
Porque todo el que es grande en este mundo, será pequeño en el mundo por venir,
y de aquí podemos deducir lo opuesto, es decir que el pequeño en este mundo será
grande en el mundo por venir. Debemos aprender del proceder del Todopoderoso
que dejó de lado altas cumbres y posó Su Divinidad en el Monte Sinaí. Y esto
debido a Su humildad.
El segundo elemento: soportar los insultos; sobre él se ha dicho
explícitamente: “¿A quién perdona los pecados?, a quien soporta los pecados. Y
también se ha dicho: “Los insultados que no insultan, escuchan su humillación y
no responden” y de ellos se dice: “Y sus amados son como el sol caliente en su
poderío”.
El Midrash relata sobre la gran humildad de Baba ben Butah: “Aquel
babilonio que llegó a la tierra de Israel, y desposó a una mujer allí. En cierta
ocasión le dijo a ella: En cierta ocasión le dijo a ella: Cocina para mi unas
gorditas… ahora ve y pártelas sobre la cabeza de Baba. Estaba éste sentado en el
juzgado, y ella llegó y las partió en su cabeza; le dijo a ella, ¿por qué has hecho
esto?, a lo que ella respondió: así me ordenó mi esposo. El le respondió: por
haber cumplido con el deseo de tu marido, el Señor te envíe dos hijos como Baba
ben Butah” (Tratado Nadarim 66)
En cuanto al odio por el ejercicio de la autoridad y el escapar de los honores,
es tratado ampliamente en la Mishna que dice: “Ama el trabajo y odia el señorío”
Y los sabios comentaron sobre el versículo: “No te introduzcas en el pleito con
rapidez y no te apresures tras el señorío, no suceda que no sabes que hacer a la
postre. Mañana vendrán a formularte preguntas, y no sabrás qué contestar. Rabí
Menajem: “Todo el que ejerce la autoridad para su satisfacción personal es como
el adúltero que goza el cuerpo de una mujer que no le pertenece”
Incomparablemente más profunda es la humildad de Cristo, que al
rebajarse nos salva e invita a sus Discípulos a servir a sus hermanos por amor a fin
de que Dios sea glorificado en todos.
“El fruto de la humildad es el temor de Dios, riqueza, gloria y vida”
(Proverbio 22,4) y Eclesiástico 3, 18 agrega: “Cuanto más grande seas, más debes
abajarte para hallar gracia delante del Señor”.
Mateo 11, 29 nos dice: “Hay que aprender de Cristo Maestro manso y
humilde de corazón” Ahora bien, este Maestro no es solamente un hombre; es el
Hijo de Dios venido a salvar a nosotros los pecadores tomando una carne
semejante a la nuestra (Romanos 8, 3) y él, lejos de buscar la gloria, se humilla
hasta lavar los pies de sus Discípulos.
En el salmo 138,6 dice: “Dios mira a los humildes y se inclina hacia ellos.”
El humilde no sólo obtiene el perdón de sus pecados, sino que la sabiduría del
Todopoderoso gusta de manifestarse por medio de los humildes, a los que el
mundo desprecia. El que se humilla en la prueba bajo la Omnipotencia del Dios de
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toda gracia y por ello participa de las humillaciones de Cristo, el Crucificado, al
igual que él será exaltado por Dios y participará de la gloria.
En el Antiguo Testamento leemos que la Palabra de Dios lleva al hombre a la
gloria por el camino de una humilde sumisión a Dios, su Creador y su Salvador. Y
en el Nuevo Testamento encontramos que la Palabra de Dios se hace carne y habita
entre nosotros para conducir a los hombres a la cima de la humildad que consiste
en Servir a Dios en los hombres mismos, y humillarse por amor a El para que Dios
sea glorificado en cada uno de Sus siervos.
Es incuestionable que la humildad aparta del camino del hombre muchos
obstáculos y lo acerca a numerosos beneficios, pues el humilde poco se preocupa
por las cuestiones mundanas, y no envidia sus vanidades. También, pues, la
compañía del humilde es muy agradable, y el espíritu humano se deleita de ellos,
pues muy difícilmente llegará a enojarse, o a reñir, y más bien todo lo realizará en
silencio y con calma. Bienaventurados los que logren alcanzar esta virtud de
humildad.
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