Corrientes de pensamiento ecológico

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El movimiento ecologista
Santi Ramirez
Euskal Herria 18-08-2008.
A nivel internacional, el movimiento ecologista aparece a finales de la década de
los sesenta del pasado siglo (en Euskal Herria es más reciente), en unos
momentos de auge de las luchas revolucionarias y de liberación nacional
(movimiento de mayo del 68, revolución cultural en China, guerra de Vietnam,
etc.) al mismo tiempo que los otros nuevos movimientos sociales. El movimiento
ecologista surge como movimiento sociopolítico en defensa de la naturaleza.
Aunque, desde el principio, aparece como un movimiento heterogéneo y
complejo, con numerosas corrientes y tendencias. Voy a tratar de resumir las
más importantes.
* El ecologismo reaccionario(ecofascismo). Su base ideológica es el naturalismo
integrista, desarrollado por el biólogo y filósofo alemán Ernst Haeckel (18341919), que acuñó el término “ecología” y al que se considera como el fundador de
la Ecología como disciplina académica. Fué defensor de las teorías evolucionistas
de Darwin, a partir de las cuales desarrolló un enfoque organicista y biologicista
del mundo, que anteponía el ser vivo (en general) al ser humano y que priorizaba
el biocentrismo sobre el antropocentrismo. Haeckel elaboró una teoría “socialdarwinista” que preconizaba el “regreso a la naturaleza” y la construcción de un
“orden social natural”, basado en las eternas leyes naturales, para lograr el cual
defendía la eugenesia y la pena de muerte como medios de selección natural. Las
teorías de Haeckel encontraron adeptos en los ideólogos del nazismo, como el
racista George Vacher de Lapouge (1854-1936).
Las teorías de Haeckel han influído en toda una serie de ecólogos en el mundo
académico, que se prolonga desde finales del siglo XIX hasta hoy día. Sus
planteamientos también han tenido influencia en la formación de algunas
corrientes filosóficas, como el vitalismo, que alcanzó cierta importancia hacia
mediados del siglo XX, desarrollado por Henri Bergson (1859-1941). En el
campo de la geografía, las posiciones de Haeckel encontraron una prolongación
en la llamada biogeografía de su alumno Friedrich Ratzel (1844-1904) creador
del concepto de “espacio vital” (Lebensraum), que posteriormente serviría de
argumento a los ideólogos del nazismo. En el III Reich, el fascismo y el
antisemitismo, se compaginaron con la mística naturalista. En el movimiento
ecologista de nuestros días, también se pueden encontrar algunos elementos
ideológicos del naturalismo integrista.
* El ecologismo burgués (capitalismo verde). En este sector se incluyen aquellos
grupos, muy numerosos, que defienden la compatibilidad del medio ambiente
con el modo de producción capitalista, y que éste se puede regular para no
destruir la naturaleza. Algunos proponen (holoeconomistas) que se cuantifique
el valor de los daños ocasionados por las empresas a la naturaleza, así como el
coste económico de las medidas que se podrían implantar para evitarlo. Son
partidarios de imponer tasas a las empresas contaminantes, según el criterio de
que “quien contamina paga”, con objeto de presionarlas para que adopten
medidas correctoras anticontaminantes. En este sector, también se incluyen:
El ecologismo liberal. Considera que el medio ambiente es un elemento más del
mercado y que, por tanto, puede ser objeto de compra-venta, como ocurre con
los “derechos de emisión” a los que ya nos hemos referido más arriba.
El conservacionismo. Es partidario de crear espacios naturales protegidos, que
por sus características ecológicas (biodiversidad) es preciso conservar. De esta
forma, pretenden delimitar zonas en las que no se permita la actividad humana.
Serían como auténticos “paraísos”, como “islas verdes” rodeadas por un océano
en el que la producción capitalista se desarrollaría sin freno alguno. Los
conservacionistas no tienen en cuenta que los ecosistemas no están aislados
unos de otros y también respecto al medio circundante, sino que entre todos
ellos, así como entre ellos y el sistema en el que se desarrollan, existe una
interacción, una relación dialéctica de mutua interdependencia. En la Naturaleza,
nada permanece aislado. Todo influye sobre todo. Por tanto, no caben soluciones
parciales. El problema es global.
* Ecologismo reformista(ambientalistas). También sostienen que la defensa del
medio ambiente no es incompatible con el capitalismo, aunque son partidarios
de adoptar medidas de mayor calado, de llevar a cabo acciones más profundas.
En este sector se agrupan muchas ONGs y también los partidos verdes. Muchos
de sus miembros proceden de la pequeña y media burguesía, así como de
profesiones liberales.
Algunas de las ONGs (Greenpeace, WWF, Amigos de la Tierra, etc.) están
organizadas a nivel internacional y cuentan con decenas de millares de
miembros, aunque su activismo se ha ido haciendo cada vez más elitista y sus
campañas de denuncias más costosas. Debido a esto, la inmensa mayoría de sus
miembros ha pasado a una posición de apoyo pasivo (pagar una cuota, recibir
alguna publicación y como mucho, participar ocasionalmente en algún acto). Con
objeto de recabar fondos para sus campañas, algunas ONGs no han tenido
reparos en recibir ayudas de grandes empresas o de los propios Estados
capitalistas.
Es significativo el caso de WWF (Fondo Internacional de la Vida Salvaje), creado
el 23 de Noviembre de 1961, que contó como Presidente de su primer Comité
Nacional en el Reino Unido, nada menos que con el Duque de Edimburgo, y entre
cuyos socios protectores se encuentran el Maharajá de Boroda y el Aga Kan. En
1970, WWF lanzó una campaña para recabar fondos (The 1001), con la que
obtuvo un fondo de 10 millones de dólares, mediante aportaciones de 1001
socios, que contribuyeron con 10.000 dólares cada uno (7). ¡Un movimiento
auténticamente popular!
* Ecologismo libertario(ético-místico). En este sector se puede agrupar un
heterogéneo conglomerado de corrientes. En general, no tienen en cuenta la
relación del modo de producción capitalista con la destrucción del medio
ambiente y tampoco consideran necesario acabar con el capitalismo para
defender la naturaleza. Las corrientes más importantes son:
Los animalistas. En vez de adoptar una postura global, defienden a los animales
de forma particular. Pertenecen a esta corriente los colectivos antitaurinos,
antipeleteros, los contrarios al empleo de animales para la experimentación en
laboratorios, etc.
Los veganistas. Muchas veces relacionados con el animalismo. Se oponen al
consumo de alimentos de origen animal (carne, pescado, etc) y en algunos casos
también se oponen a la utilización de cualquier producto de origen animal (lana,
cuero, etc). Algunos veganistas son partidarios de la teoría de la “eficiencia
alimentaria” que defiende comer sólo productos primarios, ya que los animales
comen vegetales u otros animales (que, a su vez se alimentan de vegetales) y en
toda esa cadena trófica se está dando un proceso de degradación de la energía.
Los primitivistas. Al igual que hicieran los “ludistas” en los comienzos del
movimiento obrero, atribuyen la destrucción del medio ambiente a la civilización
y al progreso técnico (en abstracto) y propugnan la utilización de “medios no
tecnológicos” para la explotación racional de la naturaleza.
Las contradicciones internas.
Desde mediados de la década de los ochenta, del pasado siglo, el movimiento
ecologista se ha convertido en una especie de refugio para muchos ex militantes
de partidos y organizaciones de izquierda, incluso de los sectores más
“radicales”, muchos de los cuales han aportado al movimiento su ideología
democrático-burguesa, imprimiéndole un carácter reformista; lo que ha llevado
a muchos colectivos y ONGs a caer en posturas seguidistas del partido en el
gobierno (PSOE, PP o PNV), y a depender de las subvenciones de la
“administración”, cuando no de las ayudas económicas de las mismas
multinacionales que están provocando la destrucción de la naturaleza.
Todo en nombre de la “utilidad” de sus planteamientos, de los “éxitos” y de los
“resultados”, a corto plazo. Sin ver nada más allá de sus narices. Producto de una
concepción filosófica burguesa neopositivista (basada únicamente en “los
hechos”, pero que renuncia a indagar en sus causas, que renuncia a descubrir sus
conexiones y relaciones mutuas, su interdependencia).
Otras veces nos dicen que como el problema de la destrucción medioambiental,
del cambio climático, etc., es “de todos”, debemos unirnos “todos los seres
humanos”, sin establecer distinción alguna entre explotados y explotadores. En
otros casos, han caído en el individualismo más descarado, propugnando
soluciones y salidas personales, a una situación de crisis global. O nos hablan del
retorno a una sociedad idílica, sin tecnología, a una nueva Arcadia, a un paraíso
de felicidad. Pero, en el movimiento ecologista también hay grupos y colectivos,
hombres y mujeres, que tratan de profundizar en las verdaderas causas de la
destrucción de la naturaleza. Esto ocurre porque en el movimiento ecologista
también se reflejan las contradicciones de clase que se dan en la sociedad.
Por un ecologismo revolucionario.
Hoy día, a nivel general, pero especialmente en Euskal Herria, se están creando
unas condiciones favorables para la renovación del ecologismo, para el
surgimiento de un potente movimiento ecologista revolucionario, porque se está
demostrando, en la práctica, que la lucha ecologista está estrecha e
indisolublemente unida a la lucha nacional y a la lucha de clases. Para
entenderlo, debemos de tener en cuenta dos cosas:
1ª.- La nación no es un ente abstracto, ideal, eterno e inmutable, situado al
margen y por encima de las personas y de las clases. La nación es un conjunto de
condiciones de producción. Es el ámbito en el que se producen y se reproducen,
tanto las fuerzas productivas como las relaciones de producción, tanto la
burguesía como la clase obrera. En ese ámbito se producen y reproducen, tanto
las clases como la lucha de clases.
La nación es, por tanto, un marco específico de desarrollo de la lucha de clases y
cada clase tiene un proyecto nacional propio, un proyecto para crear o modificar
las condiciones de producción, que también podemos llamar “condiciones
económicas de existencia nacional”. Por ello, es evidente que el proyecto de
construcción nacional de la burguesía vasca y el del pueblo trabajador nunca
podrán ser los mismos, aunque en determinados aspectos pueda haber alguna
coincidencia parcial entre ellos.
2ª.- Por otra parte, Engels, en una carta a W. Borgius ( d) incluía entre las
relaciones económicas, que forman parte de las condiciones de producción, a “la
base geográfica”, (territorio) y tambiénal “medio ambiente” (entorno natural),
con lo que también resulta evidente que la lucha por defender la naturaleza y el
medio ambiente frente a las agresiones que sufre como consecuencia de la
irracionalidad del modelo de acumulación capitalista, va íntimamente unida a la
lucha por la conquista de unas nuevas condiciones de producción.
Pero, además, también hay otros factores que inciden en la misma dirección, es
decir que favorecen la aparición de un ecologismo revolucionario:
a) La constatación empírica de que es el capitalismo (y no el ser humano, en
abstracto) quien está destruyendo la naturaleza, como hemos expuesto más
arriba.
b) La experiencia histórica de cómo en el socialismo será posible desarrollar una
nueva racionalidad ecológica, tal como ocurrió en China durante la revolución
cultural (1966-75), aunque posteriormente esa experiencia fracasase.
c) El desarrollo de las bases teóricas para una concepción dialéctica de la
naturaleza y de los seres vivos. En este sentido, debemos destacar la notable
aportación de los antropólogos y biólogos norteamericanos Stephen Jay Gould
(1941-2002) y Niles Eldredge (1943- ), con su “Teoría de los desarrollos
puntuales” (1972), también llamada “Teoría del desarrollo por equilibrios
intermitentes”, que superó la concepción evolucionista de Darwin, al introducir
la idea del desarrollo dialéctico (por saltos). En el mismo sentido, inciden las
críticas de Richard Levins, Richard Lewontin y Stephen Jay Gould contra el
determinismo biológico (genético).
d) La refutación teórica de algunos tópicos del ecologismo burgués y reformista
sobre el pretendido carácter “desarrollista” y “productivista” del marxismo. En
este campo, hay que destacar la importante aportación del profesor de la
universidad de Oregón, John Bellamy Foster, autor de un exhaustivo trabajo de
investigación que ha sacado a la luz algunas de las posiciones de Marx sobre
cuestiones ecológicas, que estaban dispersas a lo largo de su ingente obra.
La contradicción capitalismo/ecología
Leonardo Boff
Ecoportal.net
La lógica del capital, como modo de producción y como cultura, es ésta: producir
acumulación mediante la explotación -de la fuerza del trabajo de las personas,
por la dominación de clases, por el sometimiento de los pueblos y finalmente por
el pillaje contra la naturaleza-. Un análisis incluso superficial entre ecología y
capitalismo identifica una contradicción básica. Donde impera la práctica
capitalista se envía al exilio o al limbo la preocupación ecológica.
Ecología y capitalismo se niegan frontalmente. No hay acuerdo posible. Si, a
pesar de ello, la lógica del capital asume el discurso ecológico... o es para obtener
lucro, o para espiritualizarlo y así vaciarlo, o simplemente para imposibilitarlo y,
por tanto, para destruirlo. El capitalismo no sólo quiere dominar la naturaleza,
sino arrancar todo de ella, depredarla.
Hoy, por la unificación del espacio económico mundial en los moldes capitalistas,
el saqueo sistemático del proceso industrial contra la naturaleza y contra la
humanidad, hace al capitalismo claramente incompatible con la vida. Se plantea
así una bifurcación: o el capitalismo triunfa al ocupar todos los espacios como
pretende, y entonces acaba con la ecología y pone en riesgo el sistema-Tierra, o
triunfa la ecología y destruye al capitalismo, o lo somete a tales transformaciones
y reconversiones que no pueda ya ser reconocible como tal. Esta vez no va a
haber un arca de Noé que nos salve a algunos y deje perecer a los demás. O nos
salvamos todos o pereceremos todos.
El capitalismo produjo también una cultura, derivada de su modo de producción,
asentado en la exportación y el pillaje. Sin una cultura capitalista que vehicula las
mil razones justificadoras del orden del capital, el capitalismo no sobrevivirá. La
cultura capitalista exalta el valor del individuo, le garantiza la apropiación
privada de la riqueza, hecha por el trabajo de todos, coloca como quicio de su
dinamismo la competencia de todos contra todos, intenta maximizar las
ganancias con la mínima inversión posible, procura transformar todo en
mercancía para tener siempre beneficios, instaura el mercado, hoy mundializado,
como el mecanismo articulador de todos los procesos de producción, de
competencia y de distribución...
Si alguien busca solidaridad, respeto a las alteridades, compasión y veneración
frente a la vida y al misterio del mundo... que no los busque en la cultura del
capital. George Soros, uno de los mayores especuladores de las finanzas
mundiales y profundo conocedor de la lógica de la acumulación sin piedad (vive
de eso), afirma claramente en su libro La crisis del Capital que el capitalismo
mundialmente integrado amenaza a todos los valores societarios democráticos,
poniendo en riesgo el futuro de las sociedades humanas.
Queremos mostrar cómo el capitalismo, en cuanto modo de producción y en
cuanto cultura, inviabiliza la ecología tanto ambiental como social.
Comencemos con la ecología ambiental. A este respecto, las hipótesis acerca del
futuro de la Tierra son dramáticas. Grandes analistas confiesan que el tiempo
actual se asemeja mucho a las épocas de gran ruptura en el proceso de evolución,
épocas caracterizadas por extinciones en masa.
Efectivamente, la humanidad se encuentra ante una situación inaudita. Debe
decidir si quiere continuar viviendo, o si prefiere su propia autodestrucción. Por
primera vez en el proceso conocido como hominización, el ser humano se ha
dado a sí mismo los instrumentos de su propia destrucción. Se creó el principio
de autodestrucción que tiene en el principio de responsabilidad y de cuidado su
contrapartida. De ahora en adelante la existencia de la biosfera estará a merced
de la decisión humana. Para continuar viviendo el ser humano deberá quererlo
positivamente.
Los indicadores son alarmantes. Dejan poco margen de tiempo para los cambios
necesarios. Estimaciones optimistas establecen la fecha límite del año 20302034. A partir de ahí, si no se toman medidas urgentes y eficaces, la
sostenibilidad de sistema-Tierra, ya no estará garantizada.
Entre otros, tres son los nudos problemáticos creados por el orden del capital,
que deben ser desatados: el nudo del agotamiento de los recursos, el de la
sostenibilidad de la Tierra y el de la injusticia social mundial.
1. El nudo de la extinción de los recursos naturales.
Cada día desaparecen para siempre 10 especies de seres vivos. Desde la época de
la desaparición de los dinosaurios, 65 millones de años atrás, nunca se ha visto
un exterminio tan rápido. Con esos seres vivos desaparece para siempre una
biblioteca de conocimientos que la naturaleza sabiamente había acumulado.
A partir de 1972 la desertificación en el mundo creció igual al tamaño de todas
las tierras cultivadas de China y de Nigeria juntas. Se perdieron cerca de 480
millones de toneladas de suelo fértil, una superficie equivalente a las tierras
cultivables de India y Francia juntas. El 65% de las tierras que un día fueron
cultivables, hoy ya no lo son. La mitad de las selvas existentes en el mundo en
1950 han sido tumbadas. Sólo en los últimos 30 años han sido derribados 600
mil km2 de selva amazónica brasileña, el equivalente a la Alemania unida, o a dos
veces el Zaire.
Las inmensas reservas naturales de agua, formadas a lo largo de millones y
millones de años, en este siglo pasado han sido sistemáticamente bombeados y
están próximos a agotarse. El agua potable ya es uno de los recursos naturales
más escasos, pues solamente el 0’7% de toda el agua dulce es accesible al uso
humano. Va a haber guerras por las fuentes de agua potable.
Tras este proceso de pillaje, se oculta una imagen reduccionista de la Tierra. Es
vista sólo como un almacén muerto de recursos a explotar. No es respetada en su
alteridad y autonomía ni se le reconoce ninguna sacralidad. Mucho menos
todavía es amada como un superorganismo vivo, la Gran Madre de los antiguos,
la Pacha Mama de nuestros indígenas y la Gaia de los cosmólogos.
2. El nudo de la sostenibilidad de la Tierra.
¿Cuánta agresión aguanta la Tierra sin desestructu-rarse? Las 60 mil armas
nucleares construidas, si explotaran podrían causar un invierno nuclear. Las
finas partículas del humo de los grandes incendios por ellas producidos, junto
con los elementos radioactivos inyectados en la atmósfera, oscurecerían y
enfriarían la Tierra de forma más intensa que en las eras glaciales del
pleistoceno. Habría un colapso de la humanidad y de todo el sistema de vida,
consecuencias perversas siempre descuidadas por las potencias militaristas.
Otra amenaza importante es representada por el calentamiento creciente de la
Tierra. Es el así llamado efecto invernadero. La quema de petróleo, de carbón y
de las selvas, libera el dióxido de carbono que calienta la atmósfera. En el último
siglo la temperatura de la tierra ha aumentado entre 0’3 y 0’6† C. Para los
próximos 100 años se calcula un aumento de entre 1’5† a 5’5† C. Tales cambios
provocarán desastres descomunales, como sequías y deshielo de los cascotes
polares. Las inundaciones de las costas marítimas, donde vive el 60% de la
población mundial, causarían millones de víctimas.
¿Qué capacidad tiene la tierra frente a tantas agresiones producidas
primordialmente por el modo de producción capitalista? Se teme que el efecto
acumulativo de las agresiones llegue a un punto crítico tal que quiebre el
equilibro físico-químico-biológico de la Tierra.
3. El nudo de la injusticia social mundial.
Pasemos a la ecología social: ¿Cuánta injusticia y violencia aguanta el espíritu
humano? Es injusto y sin piedad que, en el actual orden del capital mundializado,
el 20% de la humanidad detente el 83% de los medios de vida (en 1970 era el
70%) y el 20% más pobre tiene que contentarse con sólo 1’4% (en 1960 era
2’3%) de los recursos. Este cataclismo social no es inocente ni natural. Es
resultado directo de un tipo de desarrollo que no mide las consecuencias sobre la
naturaleza y sobre las relaciones sociales. Por eso constituye una trampa del
sistema capitalista el llamado «desarrollo sostenible», que evidencia una
contradicción en su mismo nombre.
La categoría «desarrollo» está tomada del área de la economía capitalista. El
desarrollo capitalista (deberíamos decir el crecimiento) es profundamente
desigual: crea acumulación apropiada por unos pocos a costa de la explotación y
del perjuicio de las grandes mayorías. Ese crecimiento pretende ser lineal y
siempre creciente.
La categoría «sostenibilidad» proviene de otro ámbito: de la biología y la
ecología. Significa capacidad que un ecosistema tiene de incluir a todos, de
mantener un equilibrio dinámico que permita la subsistencia de la mayor
biodiversidad posible, sin explotar ni excluir.
Como se ve, sostenibilidad y desarrollo capitalista se niegan mutuamente; no
combinan los intereses de la producción humana con los intereses de la
conservación ecológica; al contrario, se niegan y destruyen. Lo que se necesita es
una sociedad sostenible que se dé a sí un desarrollo que satisfaga las necesidades
de todos, y del entorno biótico. Que el planeta sea sostenible y pueda mantener
su equilibrio dinámico, rehacer sus pérdidas y mantenerse abierto a ulteriores
formas de desarrollo.
Además de haber sido, en el pasado, suicidas, homicidas y etnocidas, ahora
comenzamos a ser ecocidas. El capitalismo ¿nos llevará a ser, pronto, también
geocidas?
Pero una esperanza nos acompaña: en su historia, la Tierra pasó por cerca de 15
grandes exterminios. Siempre salió con más energía y biodiversidad. Ahora no
será diferente. Superaremos la enfermedad del capitalismo con la solidaridad, la
cooperación y las interdependencias asumidas, pues ellas garantizaron el futuro
de la Tierra. Y garantizarán también nuestro futuro.
Ecología social y decrecimiento
Alfonso López Rojo
(A la memoria de Murray Bookchin)
Desde que el investigador y activista norteamericano Murray Bookchin publicó
en 1952 un estudio sobre el uso de productos químicos en los alimentos, su
inquietud por crear una “ecología social” no pudo parar. En sus teorías, la crítica
al crecimiento económico como único proyecto civilizatorio del capitalismo fue
uno de los aspectos centrales. Pero también lo fue la concepción de alternativas a
este sistema. En las siguientes líneas comentamos algunas de estas cuestiones en
relación con la actual perspectiva del decrecimiento.
Tratar de abordar el decrecimiento como un todo puede convertirse en una
cuestión imposible o estéril si, además, no se asume bien de antemano la
complejidad a la que nos enfrentamos. Por eso, lo más normal es perderse
enseguida en cuanto tratamos de idear alternativas al crecimiento o de trazar un
esquema decrecentista sobre una crisis como la actual en la que, más que nunca,
los factores sociopolíticos y económicos se encuentran indisolublemente unidos
a los problemas ecológicos y energéticos. Y lo más normal también es que, fruto
entre otras cosas de esa complejidad, el decrecimiento esté llamado a
interpretarse – o malinterpretarse- de muchas maneras… así que prefiero acotar
y destacar de antemano tres aspectos en los que, a mi juicio, reside el interés
principal y la fuerza de la impronta decrecentista.
En primer lugar, el carácter frontalmente anticapitalista de la propuesta ya que,
por definición, el decrecimiento supone la negación del capitalismo en la medida
que sitúa directamente su punto de mira sobre el único pilar en el que éste se
sustenta: el crecimiento incesante.
En segundo lugar, la potencialidad que el decrecimiento ofrece - en tanto que
acicate para la reflexión- de imaginar nuevas formas de organización de la vida
social que propicien el acuerdo con la naturaleza y la superación de la alienación
que la mercantilización de las relaciones sociales provoca.
Y, en tercer lugar, el modo en el que una inequívoca apuesta decrecentista puede
llegar a suponer un espacio común de lucha al conjunto de movimientos sociales
y, al mismo tiempo, una renovación del debate ecológico que puede abrir la
posibilidad de minimizar la atomización de los enfoques y propuestas ecologistas
que fragmentan por completo a este movimiento.
Crecimiento o muerte
Sin embargo, creo que es importante señalar que la percepción del
decrecimiento como una lucha únicamente “ecológica” puede ser un verdadero
hándicap si termina por canalizarse solamente en ese sentido. Máxime además
cuando, por la fragmentación apuntada, ha llegado un momento en el que casi
puede hablarse de tantas sensibilidades ecológicas como personas o, por lo
menos, de tantas ecologías como intereses creados.
Si se trata de definirse, pues, pienso que la “Ecología Social” esbozada desde una
perspectiva libertaria por Murray Bookchin (1921-2006) sigue siendo uno de los
mejores intentos de captar la interacción entre el género humano y la naturaleza
bajo la insistencia de que, la crisis ecológica y la crisis social, no son dos cosas
distintas sino que ambas son un mismo producto del desarrollo de la economía
capitalista y del sistema de relaciones sociales que se reproducen en su seno. Por
eso, la ecología social no se contenta con la denuncia de los síntomas de la
depredación ecológica, sino que se dirige directamente al cuestionamiento de la
raíz que los causa. En este sentido, bien puede decirse que la crítica radical al
imperativo capitalista de “crecimiento o muerte”, (una expresión muy común en
Bookchin que tiene su base en El Capital de Marx), ha sido siempre uno de los
objetivos principales de la ecología social, y por eso muchos de los
planteamientos actuales en torno al decrecimiento no le suenan a nada nuevo ni
le son nada ajenos.
Por otro lado, a diferencia de la totalidad de ecologías que componen la gama de
tonos del espectro verde, la ecología social no se contenta con el parcheo y el
activismo puntual; ni con ir a remolque de ningún partido político, por muy
verde que sea, sino que presenta su propia dimensión política constituyéndose
como un cuerpo de ideas que tratan de construir una alternativa global a la
sociedad. Y lo hace además sin ningún tipo de máscara ya que, la fusión que
Murray Bookchin plantea entre anarquismo y ecología, no sólo resulta el aspecto
más llamativo de sus ideas sino que se trata también del más productivo: la
ecología social considera que los principios básicos que tradicionalmente el
anarquismo propone como forma de organización social (descentralización,
autogestión, cooperación, ausencia de jerarquías…) son los que más analogía
guardan con el funcionamiento natural de los ecosistemas y que, por lo tanto, son
los que mejor pueden inspirarnos a la hora de imaginar una sociedad armónica
consigo mismo y con la naturaleza.
La municipalización de la economía
Pero donde más se concreta la propuesta política de la ecología social es en la
formulación del “municipalismo libertario” en tanto que organización social y
económica de carácter comunalista. En ella, el municipio se percibe como la
unidad de convivencia básica que puede facilitar que el “logos común” fluya y
adopte la forma de democracia directa. La vida económica del municipio se
concibe como una “municipalización de la economía”, tanto en el sentido de
propiedad comunal como en la dirección colectiva de la propia economía local.
Frente a la las formas de centralización y de concentración de poder, este
municipalismo de base apuesta por la confederación de municipios regida por el
intercambio y el apoyo mutuo.
Naturalmente, Bookchin, que es autor de trabajos como Los límites de la ciudad
(1974), estudió a fondo los modos de organización social en nuestra cultura que
históricamente no se han regido por la lógica estatista. Y, obviamente, se inspiró
en concepciones como el Municipio Libre que afloraron en nuestra experiencia
republicana y que este autor norteamericano también estudió. En 1984 escribió
sus conocidas Seis tesis sobre el municipalismo libertario y, por ejemplo, en
marzo de 1989, el grupo anarquista con el que desde finales de los setenta
luchaba desde la pequeña ciudad de Burlington (Vermont, USA) se presentó a
elecciones municipales – que es una posibilidad que su concepción contemplacon un programa que, en primer lugar, se refería a la cuestión del crecimiento
como el problema “más acuciante”; al mismo tiempo que pedía una moratoria del
crecimiento para que los ciudadanos “tengan tiempo” de decidir en asambleas
abiertas cómo desean que sea el desarrollo de su comunidad.
Otros puntos del programa eran “la compra por parte de la municipalidad de
tierras libres” y “la creación de una red directa entre agricultores y
consumidores para fomentar la agricultura local”.
Visto, pues, desde la óptica y las alternativas que en la actualidad se esbozan en
el seno del movimiento por el decrecimiento y, especialmente, en el hincapié que
éste hace sobre cuestiones como la “relocalización” de la economía, la “economía
de aproximación” o la revitalización de la experiencia comunitaria, creo que está
claro que la Ecología social, y las enseñanzas que Murray Bookchin ha aportado,
tienen suficiente sustancia como para merecer una precisa atención. Sobre todo
si lo que se desea desde el decrecimiento es construir un movimiento
internacional verdaderamente transformador, y no una “red” ciudadanista más o
menos progresista y sofisticada.
(Artículo publicado en catalán en el monográfico “Decrecimiento” de la Revista
Illacrua, Nº 161, septiembre de 2008, págs. 26-27.)
Propuesta: tesis sobre ecología marxista. Un debate para la superación.
Taeli Gómez
1-La crisis capitalista ecosocial no es reducible al tema de lo ecológico o
ambiental. La unidad dialéctica-material de la relación sociedad-naturalezanaturaleza-sociedad se conforma como –un- único proceso histórico
socionatural.
2- El ser socionatural es conformado, históricamente, por la mediación de la
actividad del trabajo. E l trabajo enajenado, enajena la esencia del hombre y a
éste de su ser vital.
3- La crisis ecosocial está al interior de la práctica social capitalista; es una
contradicción, inmanente a ella. No se da entre un abstracto idealista hombre y
naturaleza o entre una sociedad y un externo (no-yo) a ella que se agota. Por
esto, el “tema ecología” es un tema revolucionario que requiere superación –
revolucionaria- de las relaciones sociales actuales.
4 – La Teoría Revolucionaria Marxista -en especial la de los clásicos- es la única
que permite dar un diagnóstico acertado y, por consiguiente, conducirnos a una
liberación antes de la existencia de un planeta que, en el futuro no nos conste.
5- La Teoría Revolucionaria Marxista tiene capacidad heurística como tal;
cualquier lectura reduccionista lo destruye en su esencia, en su ser revolucionaria- . Por lo tanto, se requiere superar la búsqueda, en él, de la
literalidad o referencia parcial. De ahí que nos preocupan los textos que refieren
y unen reduccionistamente, a un Marx y la ecología para eludir su sentido
revolucionario. El marxismo es –marxistamente-, una “idea”, en última instancia,
determinada por su práctica y la de Marx, no había acumulado, aún, la
contradicción ecosocial.
6- Hoy se requieren eliminar: los dogmatismos idealistas, es decir, no buscar la
verdad en la idea, sino en la práctica; y los reduccionismos idealistas que
destruyen el sentido revolucionario por dividir la unidad dialéctica. De ahí que la
crisis ecosocial, nos desafía a autoconstatar la Teoría Revolucionaria Marxista
desde la práctica, para no dejarlo como letra muerta o forzada. Ello no es una
revisión, sino una validación.
7- Así, La relación sociedad-naturaleza-naturaleza-sociedad, es una relación
material determinante. Tiene su germen en el origen del capital, lo que la hace
incompatible con la mercancía.
8- La conciencia social, como categoría de la totalidad marxista, ha dado
sustantividad -por la determinación material, en última instancia-, a una nueva
forma de la conciencia social, la ecológica; que da cuenta, no de un ámbito
coherentemente, histórico abordado por Marx y Engels, la esencia del hombre;
sino que, a la objetivación de la relación material contradictoria sociedadnaturaleza-naturaleza-sociedad, por ende, a la esencia socionatural de éste; en
tal sentido, contiene la relación naturaleza humana- naturaleza no humana.
9- La propia conciencia social ecológica explica, por su carácter totalizante (tanto
en su contenido materialista –dialéctico integrador como por su presencia en las
otras formas de la conciencia social, como la política, jurídica, en la ciencia, arte,
moral, la filosofía y la Religión), la dimensión determinante de la relación
sociedad-naturaleza-naturaleza-sociedad.
10- Reconstruir la estructura de la totalidad ideal marxista y considerar las
nuevas relaciones materiales y sus reflejos dialécticos, creativos como la
conciencia social y sus formas, permite identificar las relaciones condicionantes
y las que no lo son; lo autoconstata en la práctica y por ello, lo valida como Teoría
Revolucionaria.
11- La exigencia propuesta no viene dada desde el cuidado de la naturaleza, sino
de la transformación revolucionaria del conjunto de las relaciones sociales. Las
actuales producen enajenación. La superación representa una liberación, que
implica, recuperarnos comos seres humanos y no humanos, es decir, nuestra
esencia socionatural.
12- Si Marx en la oncena tesis sobre Feuerbach, afirma “ Los filósofos no han
hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata
es de transformarlo.” Ello implica asumir históricamente, el contexto de la
actividad socionatural como una crisis interna al modo de producción capitalista,
superable sólo con el comunismo.
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