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5as Jornadas de Investigación
Universidad Autónoma de Zacatecas
25 al 29 de Junio del 2001
Trabajo: HE/UDH-17/074
ACCIÓN COMUNICATIVA Y TEXTO LITERARIO
Miguel G. Ochoa Santos
Doctorado en Historia.
Historia y Literatura
El objetivo del presente ensayo es analizar, desde una posición crítica, la
concepción que de la literatura tiene Jürgen Habermas, uno de los principales exponentes
del racionalismo comunicativo, quien considera que el texto literario se construye a través
de un discurso unilateral que impide el diálogo y la construcción de consensos entre autor y
lector. Posteriormente, expondremos nuestro punto de vista, en el sentido de mostrar que el
texto literario sí posibilita entablar un vínculo comunicativo entre quien escribe y quien lee,
pues la propia textualidad literaria crea un nexo particular por medio de la utilización de
propiedades lingüísticas y de estrategias particulares.
INTRODUCCIÓN
De inicio, es importante tomar en cuenta que, desde nuestra perspectiva, resulta
imposible considerar el despliegue efectivo del lenguaje sólo a partir de alguna de sus
propiedades. Al proferirse y realizarse, se da a quien lo recibe como un hecho global y
complejo, como voz y sentido a la vez. Incluso la condición de su propia existencia viene
dada por la interacción simultánea de sus diversos aspectos. No existe sonido sin idea, ni
significado sin enunciación
Confundir el lenguaje vivo con un modelo teórico, puede oscurecer el camino que
conduce al esclarecimiento de su ser. Mas es importante señalar que resulta indispensable el
estudio de cada uno de los elementos involucrados en el fenómeno lingüístico, a través de
las distintas especialidades y disciplinas. El desacuerdo surge cuando se pretende
desconocer que el lenguaje es una totalidad irreductible a cada una de sus partes.
La pérdida de espesor lingüístico se debe, por un lado, a un proceso de
racionalización extrema del lenguaje, dentro del cual el privilegio de la exactitud semántica
ejerce una acción reductiva en las posibilidades de producir múltiples sentidos, al tiempo
que debilita la fuerza expresiva de su voz. Como resultado de tal presión, se crea un
alfabeto restringido que sirve a los objetivos del cálculo interpretativo y a los imperativos
del discurso lógico, pero que no abarca al conjunto de las funciones lingüísticas.
Por otro lado, un cierto tipo de racionalismo comunicativo somete la plasticidad del
lenguaje a aquellas exigencias de auto-transparencia que la acción dialógica debe cumplir
para alcanzar el éxito en la comunicación. Aquí el hablante está obligado no sólo a decir
algo conforme a las reglas de construcción semántica y sintáctica, sino que también debe
declarar sus intenciones y los criterios en los que fundamenta su discurso. Si tales normas
dejan de cumplirse, la posibilidad de entablar un diálogo para llegar a un acuerdo racional
desaparece.
1. EL RACIONALISMO COMUNICATIVO DE JÜRGEN HABERMAS
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25 al 29 de Junio del 2001
Trabajo: HE/UDH-17/074
En relación al hecho literario, Jürgen Habermas, uno de los principales exponentes
del racionalismo comunicativo, sostiene:
<<En la práctica comunicativa cotidiana los actos de habla mantienen
una fuerza que pierden en los textos literarios. En la práctica comunicativa
cotidiana funcionan en contextos de acción en que los participantes han de
dominar situaciones y, por consiguiente, han de resolver problemas; en el texto
literario están cortados al talle de una recepción que descarga al lector de la
necesidad de obrar; las situaciones a las que se enfrenta, los problemas que se le
ponen delante no son directamente los suyos propios. La literatura no obliga al
lector al mismo tipo de tomas de postura que la comunicación cotidiana a los
agentes. Ambos se ven implicados en historias, pero de forma distinta>>. 1
Desde la perspectiva del teórico alemán, se puede aclarar la diferencia entre la
práctica comunicativa cotidiana y los textos literarios a través de la conexión entre
significado y validez. En el primer caso, las pretensiones relativas a la verdad de los
enunciados, a la probidad de las normas y a la veracidad de las expresiones afectan tanto al
hablante como al destinatario. En cambio, la transferencia de validez queda interrumpida en
el segundo caso; no continúa hasta el lector a través de la relación comunicativa. Es decir,
los actos de habla literarios son actos de habla ilocucionariamente despotenciados.2
Habermas restringe la capacidad comunicativa del texto literario, porque considera
a éste como si fuese un conglomerado de actos de habla <<ilocucionariamente
despotenciados>>. Desde su punto de vista, esto impide al lector dar una respuesta crítica al
discurso intencional elaborado por el escritor. No es que el texto pierda la posibilidad de
expresar algo sobre el mundo por medio del significado, sino que se trata de la suspensión
de los criterios a través de los cuales el lector reconoce la validez de las pretensiones del
hablante. En la medida en que el texto literario crea una visión del mundo de manera
indirecta, las marcas semánticas de las intenciones quedan anuladas por la trama del relato.
Por tal motivo, al destinatario le es inaccesible ese fragmento del significado fundamental
para conseguir la verdadera comunicación. El lector está condenado a mantenerse en los
límites del contenido proposicional, pero sin la opción de interpelar al autor, de cuestionar
la validez de sus enunciados, de sus propósitos, de aclarar las regiones oscuras, de llegar a
un acuerdo. La literatura sería, entonces, una especie de discurso unilateral, cuya forma de
ver las cosas se impone al lector, clausurando, así, el camino del diálogo. Por ello,
considera que <<para el lector no existe posibilidad alguna de <controlar la función del
1
Habermas, Jürgen. Pensamiento postmetafísico, Trad. de Manuel Jiménez Redondo, Taurus Humanidades,
México, 1990, pp. 257-258.
2
Cabe aclarar que esto no sucede con los textos filosóficos y científicos. Según Habermas, hay en ellos
algunas características positivas que los diferencian de las restricciones comunicativas en la literatura:
<<Éstos le convidan (al lector) a una crítica que se dirige a pretensiones de validez entabladas dentro del
texto. Su crítica no se refiere, como la crítica estética, al texto y a la operación de apertura del mundo que éste
efectúa, sino a lo que en el texto se dice acerca de algo en el mundo. También los textos teóricos están en
cierto modo descargados de acción, pero, a diferencia de los textos literarios, se alejan de la práctica cotidiana
sin detener en sus márgenes la transferencia de validez, sin eximir al lector de su papel de destinarario en lo
tocante a las pretensiones de validez entabladas en el texto>>. Ibídem., p. 259.
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autor>. Lo que vale y lo que no vale, lo decide sólo el autor... El lector que frente a las
pretensiones de validez dentro de un texto toma postura igual que <fuera> en vida
cotidiana, penetra a través del texto para dirigirse a un problema, quedando destruida la
ficción>>.3
Sin embargo, importante es resaltar que el texto literario está animado por otros
motivos distintos del supuesto de la transparencia. No se quiere afirmar con esto que su
movimiento inicia, necesariamente, bajo el supuesto de la opacidad, pero sí habría que
admitir que opera a partir de una determinada carencia y no por intermedio de un excedente
de informaciones. Esta es la razón que permite que la lectura sea una tarea rica y compleja.
En ella, el receptor asume un papel protagonista porque el esfuerzo para producir una
interpretación particular del texto es más intensa. Los signos y los trazos se le muestran
como huellas que no sólo debe seguir sino, sobre todo, descubrir, si se desea alcanzar su
comprensión. Con todo, al final del trayecto gravita la estela de un fracaso, pero de un
positivo que proviene tanto de la naturaleza poética del texto como de la finitud de la
interpretación.
En efecto, las lecturas de un espacio literario son aproximaciones que en ningún
momento agotan el contenido ni la forma. Dado su carácter simbólico y metafórico, la
paráfrasis únicamente emerge como elucidación parcial que se mueve en los límites de lo
indecible. Siempre hay un sentido que escapa a su poder, una singularidad difícil de
representar. Es en este juego de constantes delectaciones donde el pensamiento fluye sin
cesar para encontrar una respuesta tentativa o una interrogación más profunda.
Interioriza la obra la conciencia del lector y la transforma en una especie de
interlocutor al que dirige sus preguntas. Con ella desarrolla un diálogo inacabable mediante
el cual construye una imagen del texto. A través de un poema o de un relato, el autor nos
propone un mundo al que podemos acceder con la lectura atenta de sus signos. Mas
también con nuestra actividad receptiva contribuimos a que la obra se torne efectiva. Y es
en este viaje de la conciencia donde la idea queda sujeta al cuestionamiento crítico.
Aquellos que someten la plasticidad del lenguaje a los requerimientos de la autotrasparencia que la acción dialógica debe cumplir para alcanzar el éxito en la comunicación,
cometen un error cuando suponen la existencia de un modelo único de racionalidad
comunicativa. En vez de explorar la pluralidad de formas en las que se da concretamente la
comunicación textual, autores como Jürgen Habermas construyen, por encima de ellas, una
conceptualización homogénea que termina por expulsar esas diferencias discursivas del
ámbito en el que se ha configurado. Se produce en consecuencia una actitud negativa hacia
la literatura y hacia todo aquello que está fuera de los márgenes de tal definición, pues los
hechos literarios son juzgados a partir de valores ajenos a su propia naturaleza lingüística y
comunicativa.
2. EL PROCESO DIALÓGICO EN LA INTERPRETACIÓN LITERARIA
3
Ibídem., p. 258.
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Es cierto que el texto literario, como cualquier producto escrito, difiere de la
relación verbal que surge en las situaciones cotidianas de los contextos reales. La propia
textualidad literaria crea un nexo particular entre el autor y el hablante por medio de la
utilización de propiedades lingüísticas y de estrategias particulares. Incluso entre poesía y
narrativa hay diferencias significativas que hacen de una y otra fenómenos relativamente
singulares.
Más allá de los procesos institucionales, a través de los cuales se hace factible la
crítica literaria pública, la escritura genera su propio modelo comunicativo y selecciona,
voluntaria o involuntariamente, un lector ideal. Pero lo produce a partir de procedimientos
inherentes al signo literario y al tipo de competencias exigidas por una obra. Para suplir
tanto la carencia de un interlocutor real como la de una situación concreta, el autor
construye su propio campo de recepción como horizonte imaginario dentro del cual se
pueden desarrollar un número infinito de posibles reacciones interpretativas. Este ámbito es
una esfera virtual a la que diferentes lectores empíricos pueden acceder si poseen las
características exigidas por el texto. ¿Cuáles son los mecanismos que pone en juego el
escritor para constituir este dispositivo de comunicación ? Umberto Eco lo ve de esta
forma :
<<Para organizar la propia estrategia textual, un autor debe referirse a
una serie de competencias (expresiones más amplias que la “conciencia del
código”) que confieran contenido a las manifestaciones usadas. Debe asumir
que la competencia a la que alude es la misma a la que se refiere el propio
lector. Por tanto, contemplará un Lector Modelo capaz de cooperar en la
actualización textual>>. 4
Sin embargo, este tipo de receptor, a diferencia de lo que ocurre en la comunicación
cara a cara, no está dado; tiene que construirse, no como mimesis del individuo real, sino
como campo virtual. Además, Eco señala un rasgo importante de este proceso constitutivo :
<<...considerar al propio Lector Modelo no significa sólo “esperar” que
exista, significa también inducir al texto de una forma que lo construya. Un
texto no sólo descansa en una competencia, sino que contribuye a
producirla>>.5
Ahora bien, al lector real se le abre un territorio inagotable en el que puede
desplegar sus dotes interpretativas. Su participación es de suma importancia para la
comprensión del texto, pues al efectuar la lectura tiene que ejercer su capacidad inferencial
para resolver las interrogantes que el discurso sugiere. Por más cerrada que sea una obra,
las opciones de intervención en la reconstrucción del sentido son siempre potencialmente
ilimitadas. El receptor debe poner en juego no solamente su competencia lingüística, sino
también sus aptitudes cognitivas, así como los saberes de los que dispone en virtud de la
amplitud de sus experiencias. Por lo general, sabemos que en la escritura literaria se
incrementan las dificultades léxicas y expresivas, por la complejidad de los recursos
4
5
Eco, Umberto. Lector in fabula, Bompiani, Milano, 1991, p. 55.
Ibídem., p. 56.
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lingüísticos puestos en acción. A la riqueza y polisemia de la obra corresponde un elevado
nivel de elaboración formal, y esto invita al destinatario a realizar un trabajo
comprehensivo muy intenso, como sugieren los teóricos de la recepción. 6
En efecto, las energías del lector se orientan, en principio, a cumplir con este tipo de
tareas, más que al cuestionamiento de las condiciones de verdad o al reconocimiento de la
veracidad de las intenciones del autor. Debe entenderse que los textos literarios no pueden
ser analizados con los mismos parámetros teóricos que se aplican a los fenómenos de la
comunicación interpersonal y al estudio de los discursos científicos y filosóficos. Los
relatos y los textos poéticos no pretenden someter a juicio una idea elaborada con los
medios argumentativos y lógicos que caracterizan a aquellos productos. Esta diferencia
fundamental les permite jugar con los distintos aspectos que posee el lenguaje en cuanto
material plástico y vehículo de significado. Como señala José María Pozuelos: <<No es el
objeto artístico un objeto a ser recibido o un problema de percepción. La propia objetividad
textual es creada por la lectura, de modo que recepción, interpretación y límites del objeto
artístico-literario son vertientes de una misma cuestión>>.7
Además, no es sólo refiriéndose directamente a los hechos como la literatura
construye una cierta imagen de la realidad. Los discursos literarios ofrecen una
interpretación de ella por medio de su voz poética y del significado ficcional. A través de la
tensión de ambos elementos abre un lugar en la mente del lector con el fin de transmitirle
una propuesta simbólica. De algún modo, la trama ficticia de un relato o la visión de un
poema son las vías que nos conducen a un interpretación del mundo. Fabrican versiones de
la existencia con los tejidos de las cosas concretas, unen fragmentos y encadenan sucesos,
producen significado golpeando la superficie de las palabras. Sin la intervención del
destinatario tal proceso jamás llegaría a consumarse ; permanecería la obra inmóvil y el
diálogo entre palabra y conciencia nunca brotaría.
Necesario es subrayar de nuevo que el resultado de una lectura es sólo un fragmento
del campo de posibilidades ofrecidas por el texto, lo cual no significa que la libertad
reconstructiva sea absoluta para quien la realiza. Hay marcas, instrucciones, huellas
diseminadas a lo largo de la superficie escrita que ciertamente dejan lugar a la aparición de
la ambigüedad y de la polisemia, de cuyo seno se alimenta el texto como obra abierta. Pero
sólo en el diálogo con el signo surge la visión y la imagen, la comprensión de los mundos
que lo habitan. Cuando la aproximación al espacio literario deja de ser un encuentro y se
transforma en un ejercicio de violencia sobre el lenguaje, deja de escucharse su voz interior
o se debilita por el sentido que trata de imponer desde el exterior la mirada egocéntrica del
lector. Umberto Eco es muy claro al sostener que el texto creativo es siempre una obra
abierta, pero es un error considerar que puede ser interpretado de todas las formas posibles.8
6
Ver las obras de Roman Ingarden, Wolfgang Iser, Hans Robert Jauss, Stanley Fish, entre otros.
Pozuelos Yvancos, José María. Teoría del lenguaje literario, Cátedra, Madrid, 1989, p. 110.
8
En su libro Interpretación y sobreinterpretación, donde discute la recepción literaria con autores como
Richard Rorty, señala: <<A pesar de las diferencias obvias en los grados de certeza o incerteza, toda
descripción del mundo (sea una ley científica o una novela) es un libro por derecho propio, abierto a más
interpretaciones. Pero ciertas interpretaciones pueden reconocerse como fracasadas porque son como un
mulo, es decir, sin incapaces de producir nuevas interpretaciones, no pueden ser confrontadas con las
tradiciones de las interpretaciones previas. La fuerza de la revolución copernicana no sólo se debe al hecho de
7
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El discurso habla mediante alusiones, enigmas, sugerencias y símbolos ; busca
entablar una relación recíproca presidida por el misterio del verbo, y no por la transparencia
del trazo referencial destinado a indicar una realidad configurada de antemano. Ésta es la
razón por la cual su decir se muestra reacio a las afirmaciones contundentes y
metahistóricas, a los juicios absolutos y a las verdades pétreas. En todo momento propone
una versión que se autoconcibe, por su singularidad, como tentativa criticable, como un
mensaje que exige al pensamiento un generoso derroche de energía, un movimiento
reflexivo dirigido a cuestionar el significado que el texto le promete.
Frente al habla poética, la conciencia que escucha no se comporta de la misma
forma que lo hace ante un discurso lógico o veritativo. Ella está a la espera del vocablo
enigmático más que del enunciado constatativo : la frase inusitada abre mundos con su
melos y adquiere, entonces, mayor entidad en el diálogo literario. Aquí la voz tiene que
concebirse bajo una metáfora distinta de aquella que la considera vehículo de transporte del
logos en su viaje hacia el aposento de la razón. La complejidad de la polifonía y del ritmo
obligan a seguir los movimientos de la forma en su vínculo con la idea. Al mismo tiempo,
el significado lanza sus destellos contra el pensamiento sin agotar la plasticidad de su
contenido; en su discurrir se expresa también la autonomía que le es propia. Gracias a ella
puede crear sentidos a través de los cuales se presenta la realidad bajo nuevas
constelaciones.
Al respecto, es una idea errónea considerar que el lenguaje es únicamente un medio
para referirse directamente a la existencia. En realidad, de la palabra puede esperarse
cualquier cosa debido a que su independencia semántica le permite trazar imágenes ficticias
o concretas. Más aún, la ficción alude al mundo de manera plausible. En la medida que las
palabras carecen de referentes precisos, crece su capacidad para imaginar interpretaciones
simbólicas de las cosas. Al emanciparse de los hechos inmediatos genera las condiciones
para que los signos revelen una realidad quizá más profunda de la que se ofrece a simple
vista. Mas esta aparente distancia supone, al mismo tiempo, un acercamiento a lo terrenal,
puesto que una vez que el lenguaje ha tenido la oportunidad de tejer su particular retícula de
significado, sin restricciones de tipo objetivista, el retorno se hace posible a través de una
mediación poética. Lo que se encuentra dado en el mundo, entonces, se desvela como un
signo de otro ser más esencial al que oculta con su evidencia empírica.
El hecho de que los signos en la literatura estén liberados de la pesada carga del referente,
como elemento inherente a su estructura, no impide que ellos sean capaces de ser usados en
los procesos de identificación objetiva. Los trazos tienen la posibilidad de indicar un
referente real, pueden servir como marcas que sustituyan a los objetos, pero no por ello su
naturaleza global se ve comprometida con esta función de marcar, apuntar o nombrar. La
plasticidad va más allá del juego referencial del lenguaje y conduce al habla hacia
que explica algunos fenómenos astronómicos mejor que la tradición ptolemaica, sino también al hecho de que
–en lugar de presentar a Ptolomeo como un loco mentiroso- explica por qué y sobre qué base estaba
justificado al crear su propia interpretación>>. Y concluye: <<Cuando todo el mundo tiene razón, todo el
mundo se equivoca y tengo derecho a desconfiar de todos los punto de vista. Por suerte, no pienso de este
modo>>. Trad. de Juan Gabriel López Giux, Cambridge University Press, 1995, pp. 163-164.
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territorios más expresivos y complejos en los que su voz irrumpe para hablar en los límites
de lo indecible.
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