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EDITORIAL
Jefe Editorial:
Lorís Simón Salum
Colaboradores:
Caleb Reyes
Adriana Bracho
Samantha Skone
Portada:
Luis Esquivel
Dra. Gisela Heffes
Asesora Literaria
Dr. José Aranda
Jefe del Departamento de
EstudiosHispanicos
Mtra. Rose Mary Salum
Asesora Literaria
http://revistaentrelineas.webs.com/
Entre Líneas es la primera publicación en
Texas dirigida por estudiantes. Se fundó en la
primavera del 2010 durante la clase de Creative
Writing bajo la dirección de la Dra. Gisela Heffes
en la Universidad de Rice después de una larga
discusión sobre la necesidad de un espacio para
dar voz, no sólo a los escritores y artistas, sino
al arte de los estudiantes hispanohablantes.
Sin embargo, a lo largo del proceso, Entre
Líneas le abrió las puertas a los artistas y
escritores de Houston, de los Estados Unidos
y de países latinoamericanos. La revista Entre
Líneas ha creado un hogar para estudiantes
de culturas diversas latinoamericanas en Rice
para desarrollarse dentro del medio editorial y
experimentar una autonomía que no existe dentro
de las clases. Con el apoyo del departamento
de Estudios Hispánicos y de nuestros lectores,
esperamos cultivar y dar espacio a la diversidad;
mostrar la riqueza de esta comunidad.
Este número fue dedicado al erotismo. A pesar
de ser un tema controversial, no es más que la
del ser humano. Hemos vivido en una sociedad
los números y en la economía. Se nos olvida
recordar la sensualidad de nuestra piel; que sin
nuestros ojos, labios, sin el pulso de nuestro
corazón, sin esa parte de la imaginación que
nos acrecienta el deseo por el Otro, perderíamos
lo más escencial. Abrir un espacio para que la
dar lugar a los impulsos y a los placeres que nos
hacen humanos.
Revista Entre Líneas
2012 All Rights Reserved
2 entre lÍneas
entre lÍneas 3
CONTENIDO
Mujer
06
Confesiones
10
3
Editorial
10
Confesiones
4
Contenido
12
Liliana Fischer
6
Mujer
14
Felícitas Arenas
7
Añoranza
16
Luis Esquivel
8
Montserrat Ochoa
18
Lo cogió la muerte
4 entre lÍneas
Felícitas Arenas
14
Lo cogió la muerte
18
entre lÍneas 5
MUJER
Miguel A. Estrada Ph.D.
AÑORANZA
Victor Martínez
Vaya por Dios, que idiota soy se me ha vuelto a
escapar el corazón por la boca, podría ser quizás, que
he vuelto a soñar contigo. He despertado en medio
de la noche extrañándote, juré no volverlo a hacer y
las ansias me han vuelto a fallar. Casi puedo sentir
tus ojos color de Becker, y comienzo a transpirar,
oprimo mi seno izquierdo y me odio por desear.
La blancura de mis nalgas, el carmín de mis labios,
la humedad de mi feminidad exigen tu carne color
de ébano, tus manos firmes de artesano, tu pecho
hinchado de torero, tu miembro erguido a punto
de estallar.
Y lloro, te odio, te trato de olvidar, mientras mis
manos recorren mi cuerpo deseando que fuera tu
lengua, tus manos, tu piel. Y no te dejo de pensar, es
más fuerte que mi razón, porque mi cabeza dice que
no, pero mi cuerpo aún no está listo a olvidar.
Y tu olor a leña me quema, me enloquece, y dejo
escapar un gemido, te siento dentro de mi húmeda
ranura, convulsiono tratando de alejarte de mi mente,
me retuerzo entre las sábanas tratando de saborear
tu calor, obscuridad de tu ser, de tu cuerpo, tus ojos,
tu negra penetración. Las fuerzas me abandonan,
me dejo llevar, mientras que mis dedos intentan
remplazar tu calor dentro de mi ser, me estremezco,
me desmayo, me odio, te odio, me sacio, me sacio…
Pasión caída del cielo
pájaros volando sobre ti,
tu aroma traslada las caricias.
Cuerpo frágil que incita
a palpar lo hermoso de la vida
al contemplar tu semblanza.
Quisiera entrar al abismo
del interior de tu forma
y descubrir lo que guardas
bajo tu tierno vestido.
6 entre lineas
lÍneas
entre lineas
lÍneas 7
Regadera
MONTSERRAT
OCHOA
Sin título
8 entre lineas
entre lineas 9
CONFESIONES
Nadia Contreras
10 entre lÍneas
lineas
entre lÍneas
lineas 11
Collage
LILIANA FISCHER
Collage
12 entre lÍneas
lineas
entre lÍneas
lineas 13
FELÍCITAS ARENAS
Roberto Peredo
El jefe Severino Ruifuerte –quien cada tarde toca a
queda– pensó: «El amor asombra, pero arrejuntado
con la muerte no tiene madre…».
senos pequeñajos, piel reluciente, y un moverse de aquí
para allá, andaba en sus diecisiete –aunque parecía
mayor– cuando se enamoró de Jesús Herrera, granoso
y eremita; diecinueve años pero de aparentar menos;
miradas y besos que, de tan leves, y en la comisura,
Jesús no faltaba a la cita diaria con la señorita, donde
hacen esquina Juárez e Hidalgo, en el centro, frente
a la comandancia de Ruifuerte. El sujeto se peinaba,
tomaba el libro en turno, y se encaminaba por Héroes
del 68, hasta dar con la convergencia.
marcha. Al llegar el punto de reunión lo traía atrancado
ende, el habla. Sus citas eran casi mudas, quizá por
acercarse tan trémulo a donde apechugaba con el
público romance.
Felícitas, prendada, pensaba que no debía mancillar,
anticipando el cuerpo, su sentimiento sublime,
y ponderaba, aparte, que se requería seguridad
económica para emparentar, pero Chucho carecía
hasta de lo indispensable. Felícitas había intentado
promoverlo pero Jesús, reacio, se mantenía en paro.
A la enamorada se le desgarraba todo por no ver en
el amado voluntad, y en ese estado dio en toparse, un
mediodía, con Sergio Ripoll, que la asediaba tiempo
ha, y al que percibía próspero.
Debo anteponer que al mocetón lo vigilaba el sargento
Efrén Hernández –por indicaciones de Ruifuerte–
dada su riqueza y ocasionales apariciones, luego de
ausencias prolongadas.
Al policía debemos la versión burda de lo que siguió;
los detalles son apócrifos. Ripoll le cantó a Felícitas
sus hazañas y, en los entremedios, aprovechó para
salpicarla con arremuescos y roces de piel, ahí donde,
si ocurren, empieza el desmayo. Madura la fruta, clavó
el tenedor con frases irrebatibles.
A las doce y media convenció a Felícitas de ir al
Flamingos, motel. Detrás fue Hernández.
Sergio sabía qué hacer para forjar concupiscencia.
recorrió la gama del dolor placentero, comenzando
con el rompimiento del himen, y rematando con la
culpa. Lloró. Ripoll quiso consolarla, pero incrementó la
histeria. No sabía que, durante el trance, la mente y el
corazón de la niña vagaban lejos, con otro.
Durante el regreso de los suburbios –del pueblo y
de la vida– a Felícitas se le roía el alma. Llegados a
14 entre lineas
vecindarios conocidos, se escabulló sin despedirse.
El sargento dudó de a quién seguir porque, aunque
tenía órdenes de vigilar a Ripoll, el rumbo de Felícitas
parecía más propio para prohijar delitos. La siguió.
En lo que se encaminaba, la atribulada hembrita decidió
hablar con Jesús. Marcó a su celular y lo citó para más
tarde. Jesús colgó, y volteó para enfrentar a Luis Delaza,
homosexual algo amanerado, enamorado de Chucho;
simpático, popular por su fácil decir retruécanos y
—Voy a verme con Feli. Se me hace que hoy se me
hace —dijo, haciendo literatura.
Luis pensó que Jesús traducía mal. No era creíble que
Felícitas le dejara saber al amado, ¿por teléfono?, que
andaba en ocasión de entregarse. Así, propuso:
—Felícitas trae problemas. Déjame averiguar; luego
te cuento...
la segunda etapa del caso. Delaza se encaminó, solidario.
Apenas divisados, los amigos corrieron al encuentro.
Cruzaron palabras y abrazamientos. Hacia las tres y
media, a Luis le empezó a resaltar la poca feminidad de
Felícitas: la ¿cintura?; los hombros anchos; la piel curtida;
el olor a sexo fresco… de hombre...
A Luis, cuyas hormonas se agitaban sólo con galanes, le
ocurrió sentir un inesperado deseo del cuerpo. Sólo que…
ella no aceptaría y él no lo hacía con mujeres. A menos
que… A menos que lo hicieran como él podía y deseaba.
La providencia: Delaza halló las palabras inapelables.
Vacilantes, fueron a su departamento. Ahí procedieron
con tacto, literalmente. Colaboraron sus cuellos y sus
corvas. Ella hizo como si él fuera hombre y punto. Él
respondió como si ella fuera hombre y punto.
Llegado el momento Felícitas dio la espalda.
Gritó la pequeña al primer desgarro; luego se resolvió
en murmullo. Luis quería bramar pero aguantó. Al
entre sus piernas. Pocas veces antes ocurrió tanta
milagrería, aunque Felícitas sintiera que eso había
ocurrido antes, en el Flamingos.
El recuerdo del placer se alejó rápido; la culpa se
instaló. La amistad parecía intacta. No así el esfínter,
el prepucio, la tarde.
Luis persuadió a Felícitas de que eso acrecentaría
su amor por Jesús. Felícitas supo que Luis sabía. Se
despidieron. En el trayecto hacia la cita del amor más
puro, Felícitas sollozaba. El detective, en lo suyo, fue tras
la mujer, ya admirada. Faltaba poco para las cinco.
Cuando Felícitas vio de lejos a Jesús, disparó:
—¡Te amo!
Y por ese tanto amor, Felícitas decidió contarle lo
ocurrido con Luis. Aquí debió ocurrir la primera muerte.
Jesús enloqueció. Pateó corcholatas, aplastó envases
de refresco, la caca de un perro...
—Te odio —dijo.
Plantó a Felícitas, y se fue por un machete. Recogió el
arma en su domicilio y partió en busca del indigno.
El sargento Hernández enfrentó otra encrucijada.
Quería saber más de ella, pero decidió seguir la huella
del crimen. Jesús encontró a Luis apenas dar vuelta la
Luis se encogió.
Lo que es la amistad. A pesar del rencor, Jesús sintió
cómo su brazo se torcía a mitad del vuelo... Golpeó de
plano. Ambos gritaron. Jesús balbuceó: — ¿Cómo…?
Pateó al aire y partió, desorientado. Tras él marchó el
sargento. Serían las cinco y veinte.
Felícitas, en el entretanto, corrió sin rumbo. Tropezó. Se
levantó. Corrió. Cayó… Luego derivó hacia donde Jesús.
No alcanzó a llegar porque el bienamado apareció arma
en ristre. Pudo entonces ocurrir la segunda muerte pero,
a medio camino, se deslizó el machete.
Se abrazaron, agobiados. Permanecieron así por tres
minutos, o menos, para luego encaminarse a casa de
Jesús, arrumacados.
Ahí se le ocurrió a Jesús que Felícitas debía ducharse,
quizá porque la quería limpia. Mientras ella dejaba caer
sus prendas dio la espalda, respetuoso. Al terminar la
ablución salió la pequeña envuelta en toalla.
Alguno dijo: —Te amo.
Lo que es el amor: Contó ella, sin mediar provocación,
lo sucedido en el Flamingos. Aquí podría haber ocurrido
la tercera muerte.
Jesús fue a la cocina, tomó una botella por el gaznate, la
azotó, y dio un tajo en su muñeca con el pedazo de vidrio.
La sangre brotó pronta. De inmediato Chucho se enrolló
el trapo de secar trastes y se apresuró a la sala para
apoyarse en Felícitas. No estaba. Gritó. Dieron las seis.
La enamorada mujer, dos veces iniciada y dos veces
despedida del amor, salió a la calle y apuntó para delante,
lagrimeando. Se metió a la iglesia, convencida pecadora,
y se dirigió al confesionario. El confesor estaba.
—In nomine patris…
Felícitas narró sus resbalones, enfatizando su amor
por Herrera.
La joven intentó evacuar toda la historia, pero el
sacerdote, contrariado súbitamente, lo impidió. Casi
de inmediato la invitó a pasar a la sacristía, donde,
solícito, le dio consejos primorosos. Antes que llegaran
a los labios de Felícitas palabras para ponerle trabas
al destino, se vio a sí misma boca arriba, observando
los arcángeles que en el cielo raso de la sacristía
departían desnudos.
La escuincla se evadió por ahí. En ocasiones el cura le
estorbaba la visión de la orgía celestial, pero la mayor
parte del tiempo pudo divisarla por entre las piernas
del hombretón.
Ocurrió de pronto. Felícitas pareció recobrar la cordura
al momento en que el santo hombre terminaba de
cumplir. Lo apartó. Sus ojos fulguraban; el eclesiástico
lamentó en el acto, el acto en el que participara.
La mujercita abandonó la iglesia… para dar de
bruces con el sargento. El detective la condujo a la
comandancia. Serían las siete.
Ruifuer te la cuestionó sobre Sergio Ripoll.
Desprotegida, Felícitas describió las ocurrencias del
día. ¡Que un rayo lo partiera! Ruifuerte se enteró, sin
proponérselo, de lo que no quería. Al término del relato,
la despidió, borrascoso.
En tanto se alejaba del lugar, la mocita empezó a
murmurar. Cuando estaba por llegar a casa de Jesús
ya era un grito.
—¡Te amo!
En la comandancia, Ruifuerte, advirtiendo que daban
las ocho, llamó a toque de queda, pero las bocinas
sonaron a muerto, a pesar de que, cosa de hacer
recuento, nadie falleció durante el trance.
Ahorro al lector el encuentro, esa noche, de Jesús y
Felícitas, aunque debo decir que, diez y siete años
después, siguen amancebados.
Ripoll desapareció. Delaza tornó a ser correveidile y,
con frecuencia, forma trío con los amantes.
Ruifuerte, apagado, traspasó el cargo al sargento, pero
aún acostumbra tocar a queda. Lo tolera la comunidad,
quizá porque en el estridente sonido se adivina una
añoranza por el bien perdido, que a todos merece respeto.
entre lineas 15
Mojo
LUIS ESQUIVEL
Musas
Floral erótico
16 entre lineas
entre lineas 17
cintura y la pegué a mi cuerpo como
si mi vida dependiese de ello… Sus
cabellos bañaban sus hombros y, sin
apuro, como tratando de disimular
el deseo que aquella mujer me
hacía sentir, empujé las tiras de su
vestido hacia los lados… Bajando
despacio… Aprovechando con mi
boca su cuello blanco y su piel,
que sabía a una tarde de invierno…
La dejé en todo su esplendor
natural. Sus largas piernas subían
LO COGIÓ LA MUERTE...
Martín Torres
Sentí, de repente, un escalofrío
causado por su aliento fugaz, en
cada pequeño vello de mi nuca, ese
aliento que parecía acariciar cada
uno de mis pensamientos, y recorrer
cada vértebra de mi espalda. Sabía
que, a pesar de tenerme entre sus
brazos, aquella mujer misteriosa de
labios rojos, delgada y cuyo cuerpo
estaba hermosamente construido,
cubierto solamente por un vestido
negro y una especie de manto que
cargaba en su cuello, aquella mujer,
de aspecto altivo, al verse entre
mis manos, famosas por su tacto
complaciente, se convertiría en una
más de las muescas de mi cama…
Decidí seguir su juego, y mientras
sus manos iban dejando una
sensación en mi piel que jamás
ninguna mujer me hizo sentir, una
sensación fría, como de nervios,
18 entre lineas
que causaba una excitante
expectativa en cada movimiento,
me llenaba hasta el alma… Y ése
pequeño juego… Jugaban nuestras
manos al gato y al ratón, y cada vez
que me evitaba, me volvía loco…
Esperaba de todo corazón que esa
persecución terminara en un juego
trágicamente autodestructivo, al
igual que mi vida, cada noche…
Al hacer un ademán para voltearme
y comenzar a jugar con mis reglas,
ella lo evitó susurrando… “No
me gusta el aliento a alcohol que
traes…” Y de repente sus delicados
y delgados dedos bajaron por mi
vientre, bordeando el cinturón que
traía puesto. Jamás me habían
seducido así… Las mujeres que
levantaba en el bar usualmente
eran huecas y pensaban que la vida
se trataba solamente de casarse
y morir con deudas e hijos, y un
esposo que sea fácil de engañar
usando tipos como yo.
El aire en el pequeño departamento
comenzaba a concentrarse y al ver
hacia la ventana, me percaté de que
sus caricias habían arrastrado a mi
cuerpo a empañar las ventanas, y
la luna se veía borrosa, pero su luz
seguía iluminando con intensidad
la sala del departamento que nos
había alojado en aquellas artes
amatorias. Sus manos, con el
toque perfecto de lujuria y calma
me habían quitado la chaqueta, y
desabrochaban muy despacio cada
uno de mis botones, me giró de
golpe y sentí sus uñas recorriendo
mi espalda mientras su lengua
perforaba mi boca… La tomé de la
Ahora no había vuelta atrás,
y ambos lo sabíamos. Dando
golpes a todo aquello que se nos
atravesaba, y como si de una
tormenta inevitable, la que tomaba
mi cuerpo, se tratase, llegamos a
la habitación… Quedamos ambos
desnudos, ardiendo de deseo y
con la sensibilidad en la piel a cada
caricia, cada lamida, cada mordida,
Me tiró hacia la cama y le tiré mi piel
encima, dejando que la locura me
consuma… Sus extremidades iban
rodeando mi cuerpo como una boa
hambrienta y me sentí muy a gusto
entre sus piernas, con sus senos
rozando mi pecho y sus labios en
mi cuello. Los gemidos se daban
como mariposas de alas blancas,
haciendo alarde de la belleza de
aquel momento, perdido en el tiempo.
El sudor comenzaba a cubrir mi
cuerpo, pero ella… Ella era una
historia
diferente…
Mientras
más me agitaba, las reacciones
aparentes de su placer se veían en
varias presentaciones: en sus ojos
cerrados y en su respiración, sus
pedidos eróticos de caricias que
no me molestaban en absoluto y
que, para ser sincero, anhelaba,
como una planta moribunda anhela
la lluvia.
Con un movimiento rápido y
sorprendente, me colocó debajo
de ella, dejando así mi cuerpo a
su disposición, y sentí esos labios
de fuego bajar por mi pecho,
mi vientre… Parecía un eterno
preludio, una eterna y desesperante
espera para tomar mi noche por
sorpresa… Sin embargo, dejó que
su aliento frío explorara mi cuerpo
hasta el último poro y en esa misma
situación acercó sus caderas a mi
boca para que, al igual que un lobo
sediento, bebiera del dulce néctar
que su sexo me ofrecía… En medio
del trance en el que me encontraba,
la escuché decir, reprimiendo
un suspiro: “¡Espera!” y al abrir
los ojos la observé desaparecer,
tan perfecta, por el umbral de
la puerta, internándose en la
oscuridad del pasillo para retornar
casi inmediatamente, sus pechos
se contoneaban, coquetos a la par
con aquella cadera hipnotizante, y
dando un salto, me volvió a acostar.
Tomó el velo que llevaba alrededor
del cuello y me cubrió los ojos, puso
mis manos en su cintura, y muy
lentamente, se fue acomodando
sobre mi erecta buena voluntad,
y dejó escapar una pequeña señal
de sus labios, casi al unísono con la
inevitable respiración que yo liberé…
La excitación que la situación me
producía se volvía indescriptible,
pues tener a una mujer tan completa
sobre mi cuerpo, moviéndose con
perfecta sincronía, en un patrón
circular sobre mí, fue simplemente
eso… Indescriptible… Se me había
salido de las manos… Había caído
sin retorno en su red…
Sus manos cayeron de golpe sobre
mi pecho, subieron por mis mejillas
y me agarró ligeramente del cabello
mientras mis dedos se fueron
trasladando, desde su cintura, hacia
ese par de pechos tan perfectamente
vaivén de nuestros cuerpos… Su
respiración agitada se convirtió y con
el mismo sistema, sus gemidos se
iban convirtiendo en gritos cada vez
más y más agudos… Podía ver su
cuerpo con mis dedos, su piel era tan
deliciosa. Parecía ser seda pero con
algo diferente, conforme su emoción
subía, su temperatura bajaba…
En ese momento, tan crucial, en el
que sentía su espalda arquearse
al igual que una víbora, la tomé de
golpe por la parte baja de la misma…
Sentía mi voluntad contraerse de su
trampa mortal y justo en el momento
medio de un orgasmo, que prometía
ser la sensación más intensa que
mi cuerpo sentiría, justo en ese
momento, mis piernas comenzaron a
entumecerse y por más que apretaba
mis dedos contra su cuerpo, su
fría piel parecía enmudecer mis
sentidos… Un estado de sopor
inminente, un destello de tranquilidad
y una falta de pensamientos me
invadían, y de repente supe lo que
estaba sucediendo, lo que ella
velo de los ojos…
A medida que la visión de aquel
ser infernal se me apagaba y mi
conciencia se perdía en medio de
un mar de placer y gozo, escuché
casi como un eco en medio de las
montañas…
“-Tus vicios han acabado por
asesinar te, pero no estuvo
nada mal…”
“-Eres
una
viuda
negra…
La muerte…”
Es por eso que alguna vez escuché
sabias palabras que nunca, hasta
ese momento, había entendido…
“No hay calma más grande que el
momento anterior al de muerte…”
entre lineas 19
UNIVERSIDAD DE RICE
PRIMAVERA 2012
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