Somos mayores y damos guerra, pero estos chicos nunca nos

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Domingo, 10 de julio de 2
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«Somos mayores y damos guerra, pero estos
chicos nunca nos dejan. ¿Cómo nos cuidan!»
ITSASO ÁLVAREZ/BILBAO
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Es un hombre normal, de planta atlética
aunque cargado de espaldas; el único punto de
su cuerpo donde se reflejan sus 72 años. Su
voz rota dice que se llama Juan. Que está
«pasando la tarde» en el parque Doña Casilda
de Bilbao. Un parque como otro. A su lado, un
hombre de sonrisa abierta le da charla. Que irá
de vacaciones con el hijo y la nuera en agosto,
a las Rías Bajas, comenta. Juan pasará el
verano en la ciudad. Como el año pasado.
Como otros españoles de su quinta. Se las
MADRE E HIJA. Jone ha acordado con su
arreglará. Aún tiene «mucha correa».
madre, Josefina, dejarla unos d ías en una
Se paseará y se guardará del calor sofocante.
Hasta le visitarán sus nietos. Acude a un club
de jubilados con frecuencia y está abonado al
servicio de telealarma. Si sufre una caída en
casa, si precisa una reparación urgente en el
hogar o si debe ir al médico y necesita
compañía, por ejemplo, activará la alarma y
los servicios sociales acudirán en su auxilio. El
verano de Juan no será el ideal para muchos,
pero, al preguntarle si cree que pasará unas
buenas vacaciones, no duda: «Seguro ». «Pero
podría ser mejor», añade luego.
Todos los años por esta época, las grandes
ciudades parecen estar llenas de mayores
como Juan y se extiende la idea de que sus
familias les 'abandonan' para irse de
vacaciones, pero no suele ser así. Un dato: por
cada mayor que ocupa un plaza en una
residencia en España hay otros tres o cuatro
que son atendidos en casa por los suyos. «El
cuidado de las personas de 65 o más años
sigue recayendo en la familia todo el año, es
un porcentaje elevado que refleja que
'abandonados' están los menos», recalca Javier
Gómez Pavón, secretario general de la
Sociedad Española de Geriatr ía y Gerontología
(SEGG).
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«De hecho, hay ancianos que en vacaciones
tienen más apoyo de los hijos, más tiempo
para ellos», explica José Manuel Reuss,
presidente de la Federaci ón Española de
Médicos de Residencias. Los que, como Juan,
se quedarán solos serán algo más de un millón
de entre los siete millones de mayores de 65
años que hay en España, seg ún la Encuesta de
Soledad del CIS-Imserso (1999). «No hay que
confundir estar solos con la soledad», advierte
Reuss. «Mi hijo no podría tenerme en su casa,
pero tampoco quiero. Tengo pensión y piso»,
avala Juan a este respecto. «Y los hay que,
residencia para darse un respiro. / LUIS
ÁNGEL G ÓMEZ
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España envejece deprisa. Cada año,
150.000 personas se incorporan a la
edad de jubilación. Están censados
siete millones de mayores de 65 a ños.
Es el 17,12% de la población total.
Hay diecinueve plazas en residencias
por cada cien mayores de 65 años. Por
cada uno acogido, hay otros tres o
cuatro más atendidos por sus familias
en sus casas.
El número de abuelos de 80 y m ás
años rozará los 2,9 millones en el año
2016. Es decir, tres de cada diez
mayores de 65 superarán, a su vez, los
80 años.
El 9% de la población espa ñola tiene
alguna discapacidad o limitaciones para
moverse. Más del 32% de los ancianos
tiene alguna discapacidad.
La cifra de personas que vive solas es
discutible. La Encuesta de Soledad del
CIS-Imserso (1999) la situaba en el
14,2% de los mayores. El barómetro
sanitario del mismo año, en el 21,4%.
La ciudad de Barcelona tiene más
ancianos que toda Castilla y León (sin
contar los de sus capitales). Madrid
tiene más personas mayores que toda
Castilla y Le ón, Aragón, La Rioja y
Navarra juntas (excepto sus capitales
provinciales). En los seis municipios
más grandes de España (Madrid,
Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza
y Málaga) residen tantos mayores
como en los 6.000 más peque ños.
«Temo que nuestros hijos ya no
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estando en residencias rodeados de gente, se
sentirán solos a pesar de todo».
cuiden de nosotros»
En todo caso, el verano es la época propicia para reforzar los servicios de atención
a estas personas y sus familias. Desde las administraciones locales se potencian los
denominados 'programas de respiro' para aliviar a los cuidadores de mayores
dependientes que precisan de atención permanente. Estas iniciativas pretenden
facilitar el hecho de inscribir al anciano durante un fin de semana en una residencia
pública o concertada, un mes o hasta tres, en caso de que el pariente deba cumplir
una obligación ineludible. El sector cifra en un 20% el aumento de los ingresos en
asilos en verano.
También se disponen plazas extraordinarias -temporales; para agosto y
septiembre, por lo general- en centros que suelen estar llenos todo el año, un
recurso que en ningún caso debe significar «aparcar al abuelo», señalan desde la
SEGG. Y no son pocos los voluntarios que, por mediación de alguna ONG, como es
el caso de Solidarios para el Desarrollo, se movilizan para acompañar a mayores
solos uno o varios días por semana y mantenerlos «localizados». O incluso los que
se van de vacaciones con ellos. «Y todos disfrutan como niños», aseguran desde el
colectivo Amics de la Gent Gran de Barcelona, donde organizan estancias conjuntas
de una semana de duración en un lugar turístico para voluntarios y «abuelos que
por sí solos serían incapaces de disfrutar del verano».
«Les entusiasma que les lleven y les traigan de aquí para allá, aunque sea una
excursión de un día. Es su oportunidad de romper la rutina en el domicilio»,
considera Juan María Garitano, presidente de la Federación de Asociaciones de
Mayores Nagusilan de Euskadi. Pero también «los hay que se apuntan a todas y
dan la vuelta a la situaci ón; y entonces son las familias las que tienen que estar
pendientes de dónde andan», añade.
Ángeles Pérez, responsable del departamento de distribuciones oficiales de la
compañía de telefonía Movistar en Murcia, advierte de que la llegada del verano ha
disparado «más de un 50%» la venta de móviles para gente mayor. Las familias
compran un terminal a los abuelos para que estén localizados. Buscan aparatos
sencillos de entender, «los que tienen las teclas más grandes, y los m ás baratos»,
precisa. Lo más probable es que, pasado el verano, el teléfono quede «olvidado en
algún cajón». Hasta el año que viene.
JONE ELORDUIZAPATERIETXE Y JOSEFINA BERRETEAGA
Madre e hija. Erandio (Vizcaya)
«Necesito una semana para mí»
Que la cabeza de Josefina ya la quisieran otros a sus años, 83, bien que lo sabe.
Pero que ella quisiera unas buenas piernas para caminar y una espalda vacía de
dolor, también. Y a su hija Jone, que la atiende en su casa desde hace dos años,
cuando Josefina ya se vio impedida para arreglarse sola, no hace falta ni preguntar.
Josefina pasa día y noche en casa. «Encerrada», dice ella cuando la enfadan. Por
las tardes ve la televisión y cuando se desvela por la noche enciende la radio. Pero
lo que de verdad le gusta es ir al hogar de jubilados de Leioa, su localidad natal.
Allí tiene a su gente; a sus amigas de toda la vida. Su nieta mayor, que la cuida por
las mañanas, le lleva en coche cuando no tiene otro quehacer y entonces sí,
entonces Josefina disfruta como una niña.
Jone trabaja en una residencia de ancianos por las mañanas. Cuando a media tarde
termina su turno, continúa la tarea... con su madre. «La labor es dura, ves mucha
tristeza, y luego llego a casa y sigue la presión. Acumulo mucho cansancio». Lo
poco que sale es para hacer recados. Tomarse un respiro es un lujo que no puede
permitirse. «Me gustaba ir al monte con mi marido a coger setas. Ya no puedo. El
año pasado acordamos ella y yo que pasaría quince días en una residencia.
Necesitaba unos días sin madre, sin hijas y sin marido». Unas compañeras de
trabajo le animaron para ir a Torrevieja. «¿Y qué voy a hacer yo allí?, les dije. Pero
acabé animándome. La verdad es que jamás me había sentido tan descansada»,
reconoce Jone. Este verano quisiera tomarse una semana libre, «por lo menos ».
Josefina la escucha atenta. La entiende: «Si yo pudiera moverme...». «Ama,
cuando no estabas en silla de ruedas, te defendías, ahora ha tocado esto y no hay
más que hablar. Ha tenido que ser así. Tú ya has trabajado lo tuyo», le responde
Jone. Y Josefina se queda seria y pensativa. «Como una esclava he trabajado toda
mi vida, más que un hombre. He cargado baldes enteros de ropa mojada. Los
cargaba en la cabeza y subía con ellos unas cuestas tremendas. Por eso estoy
ahora así», suelta. Y aprovecha que Jone atiende una llamada al timbre para
confesar: «Mi hija es muy maja, mucho».
MERCEDES DE LA FUENTE Y AURA BARRIENTOS
Voluntaria de Solidarios para el Desarrollo y 'abuela adoptada'. Madrid.
«Si mis hijos me dijeran vente, iría»
Fue como una cita a ciegas. Mercedes de la Fuente, ama de casa jubilada, ten ía la
direcci ón apuntada en una servilleta de papel. La misma que le había pasado por
tel éfono un responsable de Voluntarios para el Desarrollo en Madrid, a quienes
conoci ó a través de una amiga. Aura Barrientos aguardó paciente hasta el
mi ércoles, el día fijado para el encuentro con Mercedes. «Quería que me
acompañara a la farmacia, al médico y a tomar un caf é. Pero, sobre todo, quería
que me acompañara para hablar, de nada concreto, y de todo». Aura Barrientos es
de Perú, pero lleva más de cuatro décadas instalada en Madrid. «Aquí hice buenos
amigos, o eso creía». Una enfermedad medular progresiva la mantiene en jaque
desde hace un par de a ños. «Cada vez salgo menos. La vida es as í de ingrata».
Mercedes la acompaña un día por semana.
-Aura, ¿tiene familia aqu í?
-Cuatro hijos. Trabajan, viven lejos. Tienen su pareja, su vida... Me llaman por
tel éfono. Si me dijeran ven, iría, pero si no me invitan no voy. Tengo problemas
para bañarme. A veces vienen de mala manera, pero no les insisto, así evito ver
malos gestos.
-¿Y los vecinos?
-De puertas afuera me llevo bien con todos y me apunto a clases y cursos donde
conozco a gente, pocos de mi edad (54), pero a nadie de confianza.
-Salvo 'Sara'...
-Mi perrita, ella está pendiente de mí. Lo entiende todo.
A oídos de Aura llegó que había un colectivo denominado Solidarios para el
Desarrollo, que aglutina a más de 3.000 voluntarios repartidos en 150 proyectos,
entre ellos, el acompañamiento a personas dependientes, un proyecto que han
denominado 'Adoptar a un abuelo'. Se puso en contacto con ellos. Y ellos le
buscaron a Mercedes. «Dos horas a la semana no son nada, pasan volando. Nos
conocimos hace mes y medio y hemos hecho buenas migas», coinciden ambas
mujeres. La pena que les queda es que en agosto no se verán, porque Mercedes
marcha con la familia fuera de Madrid.
AURORA MAESTRO Y MARUJA GONZÁLEZ
Beneficiarias del proyecto Amics de la Gent Gran. Barcelona.
«Tengo agujetas de lo que me hacen re ír»
«El verano es uno de los momentos más sensibles y de mayor riesgo, si es en
exceso caluroso, para los mayores. Por eso les damos la posibilidad de abandonar
por unos días su entorno habitual, establecer vínculos con otras personas voluntarios jóvenes con los que se pretende favorecer el intercambio generacionaly disfrutar de jornadas plenas de actividades y diversión». Mónica Palasí, portavoz
del colectivo Amics de la Gent Gran en Barcelona, asegura que «la experiencia de
otros años nos ha demostrado que estos días de vacaciones contribuyen a mejorar
la calidad de vida de la gente mayor y ayudan a aliviar la situación de soledad y
aislamiento en que a menudo se encuentran ».
Maruja González y Aurora Maestro, dos «abuelas de mucho cuidado», coincidieron
en uno de estos 'campamentos' adaptados el año pasado. «Esos días me salieron
agujetas de tanto como me reí», asegura la primera. «A los de mi quinta ya les
llamo mis hermanos y a los voluntarios, tan jovencitos, los llamo a todos mis
'bichillos'», se confía. Aurora es de las que ha repetido vacaciones con los Amics
cuatro veranos seguidos. «Este año quiero apuntarme a la salida que hay a Francia.
Nunca he pasado la frontera y tengo curiosidad. Me tienen que decir si quedan
plazas», avisa.
Las dos viven solas. A Maruja, sastra de profesión, le pesaba la jubilación como una
losa cuando Rita, una voluntaria que la visita cada domingo, le abrió los ojos «a
una nueva vida». «Doy gracias a Dios por esta suerte que he tenido al final de mis
años. Ahora vuelvo a tener la ilusión que tenía de joven», revela. A Aurora la visita
con frecuencia su nuera, «muy buena chica, pero le digo que tiene que hacer su
vida», y también recibe a una voluntaria de la asociación, «desde hace ocho años ».
«A esta gente hay que admirarla. Somos personas muy mayores y damos guerra;
al que no le duele una cosa, le duelen dos, pero nunca nos dejan. Ni la propia
familia es como ellos».
Entre los voluntarios de Amics, que tampoco cierran por vacaciones en los distritos
de Chamartín, Hortaleza y Ciudad Lineal de Madrid, el sentimiento es mutuo. «Los
abuelos nos regalan momentos entrañables», comenta una joven.
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