Impreso por . Prohibida su reproducción. 2 / CRÓNICA / Nº 437 EL MUNDO / DOMINGO / 9 / DICIEMBRE / 2012 sale por unos 50 euros. Si se compran pantalones, camisa y gorro [siempre con hilo de plata], el precio sale por unos 350. «Nos piden de todas partes, no sólo de España. La gente alérgica a la radiaciones de las nuevas tecnologías se está convirtiendo en un problema global del que ya se empieza a hablar». En Alemania han comenzado a retirar de los centros públicos [colegios, ministerios, hospitales...] las wifi inalámbricas, sustituyéndolas por cable. Lo mismo están haciendo con las placas de inducción electromagnética de las cocinas. Entre 50 y 60 MUJERES llevan ropa protectora ya. En distinto grado, en España hay unos 300.000 ELECTROSENSIBLES PACO REGO inerva, la mujer de la portada, no se ha vestido así para la foto. Acaba de llegar de la calle. Viene ojerosa, pálida, con pocas ganas de ponerse delante de la cámara. —Hoy he tenido un día duro de bajón. Me falla la memoria, me cuesta hablar... Da la impresión de que ni siquiera puede mantenerse en pie. Antes de salir de casa, este miércoles, Minerva Palomar ya intuía que el día no iba a ir del todo bien. El medidor de radiaciones le había anunciado que la contaminación electromagnética estaba por las nubes en Madrid. Era la señal inequívoca de que tenía que ponerse el burka. —Me da muchísimo margen para moverme, al menos estoy más protegida por la calle, aunque la gente me mire asustada. Minerva tiene 43 años y hace 10 empezó a sentir los primeros síntomas. Hoy, incapacitada de por vida tras una sentencia judicial de mayo de este año, la primera en España que reconoce la electrosensibilidad como una enfermedad invalidante, no aguanta las ondas que vomitan las antenas de telefonía, los móviles, los teléfonos inalámbricos y las redes wifi. La vida que llaman progreso. Le queman los oídos, la garganta, pierde el equilibrio, el sueño, se tambalea como una marioneta. —Algunas veces tuvieron que llevarme en brazos al hospital. Por eso se cubre con ese largo y tupido velo. Lo llaman el burka de las electrosensibles. Va cosido con hilo de plata, que aísla el cuerpo de las radiaciones. Entre 50 y 60 vestidos como el de Minerva circulan por España. Lo llevan María Jesús, Carmen, Milagros, Pilar... Mujeres, sobre todo, atrapadas en un traje para sobrevivir en un ambiente cada vez más enrarecido de electricidad y campos magnéticos. Algunas lo consiguen. Otras, como Ángela, de 65 años, terminan suicidándose. Hace dos sábados, el 1 de diciembre, su marido, Ismael, la encontró con las venas abiertas en su casa de Pinto, una localidad cercana a Ma- M drid. Es la primera mujer electrosensible que ha puesto fin a su vida. «Ésta es una decisión que he tenido que tomar. Señor, perdóname...», dejó escrito Ángela Jaén con renglones torcidos. Más que emoción al recordarla, su hijo Ángel rezuma rabia. «El velo de metal que llevaba mi madre la ayudaba, lo malo es que la pobre ya se había contaminado demasiado, debido a la antena de telefonía que tenía a 60 metros de su piso. Sufría unas convulsiones espantosas, su cuerpo se había convertido en una pila», recuerda Ángel, el experto en telecomunicaciones, uno de los tres hijos de Ángela. Es tan fuerte la presión ambiental, que las personas electrosensibles se refugian cada vez más en sus burkas. Prueba de ello es el cre- VUELTA A LAS CAVERNAS ciente mercado de prendas que se está generando alrededor. «En los últimos cuatro años la demanda ha aumentado exponencialmente», dice Marcel Heim, un alemán afincado en Cantabria que regenta una tienda online especializada en telas de plata para estos singulares burkas. Su dirección [ww.electrocontaminación.net] es ya una de las que más circulan entre las afectadas por esta dolencia. Hay también hombres, y se estima que son unos 300.000 los enfermos en toda España, aunque la padezcan en distinta intensidad. Sólo unas docenas precisan del burka para sobrevivir. «Mucha gente prefiere comprar la tela y hacerse la prenda a gusto», dice Marcel. «Otras forran con tejido de plata las ropas que ya tienen, es más barato. Un burka completo La alergia a las ondas está convirtiendo en ermitaños a los electrosensibles franceses. Es el caso de Cautain Anne, de 55 años, y Bernadette Touloumond, de 70, célebres tras salir en un documental de la cadena de televisión RTBF, que pasarán su tercer invierno recluidas en una cueva de los Alpes. Ya hay quien habla de las mujeres de las cavernas. «Cuando llegué a esta cueva me pregunté qué había hecho yo para terminar aquí. He perdido un montón de amigos y a mi familia le resulta difícil de entender», dijo Bernadette, ex azafata. Otras se están yendo a vivir a bosques, a zonas blancas libres de antenas, móviles y wifi. «Yo lo he pensado más de una vez», reconoce Milagros. Separada y con un hijo, ha tenido que huir de la ciudad para instalarse en un lugar apartado en Navacerrada. Lleva, desde hace algo más de un año, con su burka calado hasta las rodillas. Aunque a veces, reconoce, ni la ropa evita del todo que su cuerpo se desmorone por las radiaciones. «No podemos vivir tapadas para siempre. Ni que nos miren como El burka hace de jaula de Faraday Como el invento de Michael Faraday (1836), el traje con hilos de plata impide que las radiaciones penetren en el cuerpo. Telefonía inalámbrica Telefonía móvil Alta tensión Wifi ESTAMOS RODEADOS: - 150.000 antenas de telefonía móvil. - Más de 56.000.000 de móviles. - 5,8 millones de puntos wifi en las vías públicas para 2015... El efecto jaula de Faraday provoca que el campo electromagnético en el interior sea nulo. Transformadores eléctricos Antenas de telefonía móvil FUENTE: Elaboración propia. MILAGROS ENFERMÓ HACE TRES AÑOS: «¡DIOS MÍO, NO PUEDO IR CON EL BURKA A TODAS PARTES COMO UNA TALIBÁN!» LAPATOLOGÍANO ESTÁRECONOCIDAEN ESPAÑA. PESE AELLO, MINERVALOGRÓ QUE UN JUEZ LADECLARARAINVÁLIDA Enrique Sánchez / EL MUNDO seres extraños. Ni siquiera podemos ir a tomar un café o entrar en una oficina porque las redes inalámbricas de internet o los repetidores de móviles cercanos nos abrasan», protesta ella. «¿Qué hago, Dios mío? ¡No puedo ir con el burka a todas partes como una talibán!». Fue en la oficina del Inem en la que trabaja como interina, donde Milagros Vaquerizo comenzó su particular via crucis. La radiación de los ordenadores y de los móviles le dejaba, dice, tirada durante tres días, le daban temblores y pasaba las horas sumida en una insoportable confusión mental. «Cuando terminé mi contrato me ofrecieron otro trabajo a través de una bolsa de empleo, pero ya no me encontraba bien. Sufría náuseas, los ojos se me secaban, no dormía, ni siquiera soportaba ya la cercanía de aparatos eléctricos como la lavadora, la nevera o el microondas. Y si aceptaba lo que me ofrecían tenía que estar expuesta a ondas que me harían empeorar». Ahora, en paro, está pendiente de los resultados de un estudio en el que ha participado junto con otras afectadas de hipersensibilidad electromagnética, y que aún está sin concluir, promovido por la Universidad Politécnica de Madrid. Espera, como le pasó a Minerva, a quien concedieron una pensión de 1.600 euros al mes, que a ella le den la inutilidad laboral. Nada es fácil. Y menos aún para los electrosensibles. Igual que a las personas con sensibilidad química, ni siquiera se les reconoce en España la enfermedad. Lo habitual es que terminen en la consulta de un psiquiatra, con tranquilizantes y ansiolíticos, en el mejor de los casos, o salgan de diván con la etiqueta de psicóticos. «Nadie nos hace caso», se lamenta María Jesús, con un burka blanco que la tapa entera. Nadie atiende sus denuncias. Nadie entiende (o no quiere entender) por qué caminan tambaleándose, por qué pierden la memoria y la concentración, por qué se les abrasa la piel, por qué vomitan tanto. Nadie entiende (o prefiere no entender) por qué tienen que esconderse debajo de un burka de metal para protegerse de la borrasca magnética que día y noche nos salpica. Después de estudiar a más de 500 personas afectadas, el investigador Dominique Belpomme, de la Universidad París-Descartes, una de las voces más autorizadas en radiaciones, concluía el 14 de junio del año pasado durante una reunión de expertos en Roma que «los campos electromagnéticos provocan importantes efectos en el cerebro, alteran la comunicación entre las neuronas del sistema nervioso y modifican la sangre, especialmente de los glóbulos rojos». Decía más: «Los primeros signos de sensibilidad comienzan con la sensación de calor en los oídos. Luego, la enfermedad se extiende por el organismo y las personas se vuelven cada vez más intolerantes a todas las frecuencias». Le pasó a Minerva, la mujer de nuestra portada, a Ángela, que no pudo resistir más y se cortó las venas, y a todas las demás. «Los intentos de suicidio están a la orden de día», asegura la catalana Fina Carpena, también electrosensible. Tuvo que irse a vivir a un bosque en Estados Unidos, donde da clases de antropología, para escapar de las radiaciones de California. Aunque no lleva burka, su testimonio retrata bien lo que está pasando en una de las sociedades más tecnológicas del mundo. «Ahora están colocando en las casas unos