conciliación El Hombre que se Abrazó por Dentro

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
P R E F A C I O
Despierto y con sed suficiente, un ser masculino que nunca
negó su feminidad, caminaba seguro de hallar su destino.
Quería beber de la fuente de la vida.
Sabía exactamente donde estaba. Y a ella se acercó. Y no hubo
desgarro alguno, sino una sublime quietud.
Había recorrido el camino solo consigo mismo, pero a solas,
no lograba imaginar como llenar su jarra.
¡Sucedió! Un generoso chorro de cristalina verdad fluyó
saciando su anhelo, mas su necesidad parecía no tener fin, pues
hablaba en nombre de multitudes.
Fue entonces cuando decidió aventurarse. Y al tiempo que
coordinaba la profundidad de su respiración con el ritmo de su
paso, se dirigió a la cima más alta, allí donde se encuentra el
olivo y la piedra sagrada.
En el sendero de la plenitud, su vista se posó en una babosa
que portaba conocimientos. Captó instantáneamente aquello
que es vulnerable comprendiendo la esencia de lo inmortal.
En las copas de los árboles nacieron rayos de luz que no
conocían límite alguno. Besaron su rostro confirmando el
acierto. Siguió avanzando, intuyendo que tenía que hacerlo
observando despacio, hasta que se detuvo justo donde está el
olivo y una vez en cuclillas, dejó que su corazón se extasiara.
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La belleza vestía de verde mostrando su intimidad. Seguía
inmóvil junto a su amigo el silencio con las piernas como
raíces en la Tierra. Y tuvo a la oscuridad como compañera, de
lo contrario, ¿cómo entender lo más fundamental?
Cuando levantó la piedra sagrada, encontró la consciencia que
lucía con elegancia su túnica traslúcida. Las ramas de su espíritu
se extendieron hasta la alborada.
Afloraron enseñanzas y advertencias. Escuchó las tareas que
debía cumplir. El más allá tendía su mano abierta y él,
construyó allí su morada.
El secreto permanecía oculto, pero rozándole con suavidad su
espalda se expresó. La sensibilidad hizo que se volviera para ser
bautizado. Lo divino se hacía presente con garras afiladas.
Y al verse frente a frente se alegraron. Uno extendió los brazos
para recibir los dones mientras el otro, impregnándole de
aquello que es vital, se instaló en él para albergar a un huésped
muy especial. Yo lo vi.
Conversaron largamente de esto y aquello. Muchas palabras
fueron dichas intercambiándose regalos en cada mirada. Y la
sabiduría mostró su lado bueno al compartir la conciliación
del Cielo hecho Hombre.
El misterio de la existencia se mostró. Tomó su curso, su
significado último. Descubrió la invisible perspectiva que yace
oprimida y todo era igual, mas todo era a la vez distinto. Otra
visión partía de su mismo centro.
Aprendió que las formas modifican los contenidos; que los
medios nunca justifican el fin y por consiguiente, siempre lo
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determinan; que el miedo no tiene sentido y que de todo
cuanto uno haga, tendrá que dar cuenta.
En aquel instante comprendió que debía hacerse escultor y con
palabras, llevar mensajes a los niños y desde la cima de la
montaña, hablar a todos los seres vivos con humildad.
Los elementos volvieron a su lugar de nacimiento y partieron
otros que cambiarían el orden de todas las cosas. Por fin el
abrazo que susurra reconfortantes sinfonías…
Está preparado para entregarse como puente al infinito. Será
un canal hacia lo eterno. El barquero que ayuda a traspasar los
ríos del sufrimiento. Yo lo sé.
Y que gozo al expresarse en voz alta:
’’Soy un chispazo de luz que vibra, mas ¿cómo explicar lo
que no puede verse si no es con el sentimiento en la acción?...
Claro, ya está, con voluntad!!!
Construir una nueva voluntad, porque de no reconstruir
el templo que amenaza ruina, pronto, TODO terminará‘’.
Y cuantos allí se encontraban sonrieron de agradecimiento
batiendo las alas de sus almas, avisando de su inminente llegada
con cantos plagados de amor fraternal.
Así se convirtió en Despertador de Almas, ingeniero de su
propia alma. Yo fui testigo.
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PRÓLOGO
Quien ha leído, viajado y meditado, creo que es una compañía valiosa. Si además escribe,
investiga, y comparte con los demás las enseñanzas de la vida, considero a esta persona un
regalo para la humanidad. Porque cuando se habla con franqueza desde el alma, no hay
soberbia, ni tampoco vanidad.
Ahora puedo hablar con total libertad. Fue a través de un chispazo repentino que la
imagen desenfocada me hizo la zancadilla para que cayera de rodillas.
La realidad se rompió como copa de cristal que toca el suelo y, eso que añicos quedó
desparramado, ¿qué era? ¿Qué era esa cosa amorfa que no abarca ninguna figura geométrica?
Salté de la cama para abrir la ventana de par en par y, claro... al asomarme y mirar, qué
podía encontrar si no era… el mundo.
Camisas perfectamente planchadas, calcetines y calzoncillos bien colocados en los
cajones, el pijama doblado encima de la cama, los cubiertos en perfecta situación, lleno el
frigorífico y el armario ropero con abrigos y gabardinas y chaquetas. Electrodomésticos
grandes y pequeños, el blando sofá a juego con la televisión de pantalla plana, seguro de vida,
albornoz. Toallas suaves con mis iniciales bordadas, sábanas que desprenden fragancias
agradables, ningún cuadro torcido. Plan de jubilación. La plaza de parking reservada.
Zapatillas. ¿Todo eso era importante? ¡Ya no servía! Adiós al embuste...
¿Cómo evitar la frustración y el sufrimiento particularmente severo? ¿Cómo suprimir la
miserable existencia? ¿Qué es toda esta lluvia de toxinas?
Era imprescindible arrancar la página del libro como se arranca la fruta de la rama del
árbol, estirando con suavidad, pero sin dejar de apretar, igual que se arranca el pétalo de una
margarita. Algo parecido a extirparle un suspiro al corazón.
Cerré la ventana y al darme la vuelta y mirar hacia adentro la reconocí. Desde la cama,
enredada bajo las sábanas, reía y lloraba envuelta en un caudal de voces incesantes y entre
todas las voces una sola voz surgió diáfana, clara, visible, tomando cuerpo, desplazándose para
abofetearme con vigor y ávida de escarmiento. Pero no me asusté. Acepté el reto. Nubes de
tormenta. Período de tinieblas.
Acepté el reto dispuesto a morder con saña sin dejarme vencer. Esa cosa quiero palpar
y sopesar y medir y valorar, ese objeto al que denominan vida.
Frases inacabadas retornan visiones que adoptan trayectos y de pronto, los sueños truncados se
componen, resuenan las rimas infantiles del colegio, huelen los pinos, la propia sombra realiza
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una simpática mueca, un salto mortal, un guiño, el silencio, tose alguien, complicidad. Súbito
movimiento. ¡Viajar!
Me puse a brincar hasta las escaleras. Las subí de dos en dos. Las bajé de tres en tres.
Otra vez las subí y las bajé ante las miradas atónitas de quienes murmuraban al unísono –está
loco- sí! Loco de remate. Loco por abrazar mi locura y besarla apasionadamente si con ello
abrazo y beso la misma vida. Y han transcurrido un centenar de horas desde que despegué…
Siete aeropuertos recorridos de arriba abajo y en círculos, bordeando las esquinas,
entrando y saliendo, sentándome y levantándome. Es la tercera vez que veo nacer el sol y
cuestiono, ¿cuál es mi destino? ¿A dónde me dirijo?
Fue a las seis de la mañana del domingo cuando solicité billete para marcharme lejos. El
avión me llevó a Australia. Luego me acercó al Japón, creo. No estoy seguro de cuánto tiempo
he permanecido en salas de espera, en colas para el visado, en concurridos baños donde mojarme
la cara y alisarme los cabellos con hambre y una sed inagotable gritándome desde las entrañas.
Me paseo por el mapamundi recorriéndolo a palmos, ¿hasta cuándo?
Llevo más de cinco días volando y las alas del avión me parecen una prolongación de mis
brazos extendidos ¿huyo? Me alejo.
¿De qué me alejo? ¿De quién?
De mal en peor. De peor a... ¡no tengo frío! Y de niño me faltó mucho calor. Hubo
conflictos que no entendía. ¿Fracaso afectivo? ¿Fracaso social? ¿Fracaso profesional?
¡Desestabilización!
¿Intento asociarme a lo negativo?
No sirvo para ni mierda. Arrastrado por... necesito poder elegir, poder actuar, poder
¡ser! ¿Ser qué?
Tal vez hay recetas milagrosas que desconozco.
¡Ya basta!
Arreglar la habitación y, ¿me voy a la cama?
Después de Los Ángeles-California, volví a Europa-Alemania, y de nuevo me encuentro
cruzando el Atlántico sin saber donde aterrizar, confundido, desorientado. Desgarrado…
Mentirme a mi mismo: sacrilegio.
Admitir. Ver. Saber. Sin vergüenza ninguna.
Algo mío está por ahí, y se encuentra perdido, ¿me he extraviado?
¿Dónde estoy? En el cielo, y sin embargo parece el infierno.
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No puedo tolerar esta incertidumbre. Me doy cuenta de la presencia de estas
personas que siempre están ahí, acompañándome, por las cuales siento simpatía y admiración
y contra las cuales debo enfrentar feroz batalla, furiosa charla, despiadada critica, ¡explorar!
¿Qué me estoy jugando? ¿Cuál es mi patrimonio moral?
Algo me insta a ser claro conmigo aquí o allá, pero claro conmigo mismo. ¡Oh! Tal vez
es necesario tener a alguien a quien culpar…
¿Protestar contra quién? ¿Reclamar una explicación a quién? ¿Quién me desestabiliza?
Prefiero enjuiciarme a mirar a otro a quien acusar.
Cada uno debe ocuparse de lo suyo. Cada quien con sus labores. Yo tengo mi tarea.
Empezar de cero.
Una forma de vida termina.
Una etapa distinta a la anterior comienza, ¿estoy haciendo lo correcto?
Analgésicos, somníferos, estimulantes. Tratamiento psiquiátrico. Ingestión de
antidepresivos o una lobotomía no eran la solución.
¿Insatisfecho? ¡Desgraciado!
La negación es un mal atajo. La sonrisa postiza un error. La felicidad ciega, no existe. La
pasividad confortable… no me interesa. A la deriva contra los cayos borracho de evasión
absurda, ¡no! Encontrar al enemigo de mi crecimiento… aplicar disciplina… dedicarme al
empeño con suma paciencia.
Detenerme.
No puedo continuar vagando a tientas. No seguiré avanzando en dirección equivocada.
Suena la voz... “ven conmigo” … lo dice, ¿el diablo?
Entender mi historia. Hay muchas historias en una historia; historias de niños, historias de
adolescentes, historias de jóvenes, historias de viejos. Son historias de amor y matrimonio, de
riesgos y de muerte, con adivinanzas adornadas y dilemas encubiertos. Son tantas y tantas las
historias conocidas, las inventadas, las vividas, tantas las personas que pasan de espaldas a la vida.
Verbos elocuentes que reverberan como el sonido del zapato de tacón contra el suelo
de mármol de un edificio vacío surgen únicamente de vez en cuando, a menudo en el laberinto
del desorden y la desdicha.
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Recuperarme. Entender mi vida. Aceptándome es como voy a rescatarme. Aislándome
me encontraré a mí. Entonces podré hacerme frente.
Un animal asustado se defiende de tres maneras: escapa lo más rápido que puede, lucha
con todas sus fuerzas hasta el límite de la vida o se hace el muerto engañando al agresor.
Fingir estar muerto...
La manifestación de helarse la sangre evoca un sentimiento de fallecimiento.
Rigidez. ¿Muerte verdadera?
Pero no me quedo de piedra…
Sombras y luces. Amenazas e incógnitas.
Sentado con las piernas cruzadas, como un pequeño que admira desde abajo, asombrado,
queriendo ser mayor, igual que el adulto entrado en años, pesado, cansado, abatido, distraído,
ajeno a las puertas que se abren y se cierran, ignorando los alaridos que escapan en las calles y
las plazas, no, no podía seguir por el camino que lleva al guiñapo y al deshecho humano directo
a la destrucción.
Comentarios hirientes, comportamiento agresivo y hostilidad, ¿y el sentido del humor?
¿Dónde quedaba mi amabilidad?
Ya nada bueno podía entregar a nadie. ¿Qué cosa fea podía salir de mí?
He actuado con sensatez reconociendo mi propia limitación. Yo que promovía ideas,
proyectos, campañas, programas, diseñando objetivos que siempre alcanzaba. Yo que tenía la
imagen dinámica y emprendedora de supereficaz… entiendo que soy vulnerable. Soy débil ante
situaciones extremas. No soy un superhombre. A mi entorno seguro y protegido le sobreviene
otro desconocido e inquietante… ¿estoy perdiendo las referencias?
Marcharse a otro país, a cualquier país, a por otra cultura dejando pareja, amigos,
¿amigos? ¿Son amigos? ¿Qué es la amistad?
Separarse del trabajo, ¿Trabajo digno? ¿Prostitución?
¡Todo está por hacer!
Y me pregunto, si hay avances sin despedidas...
Cortar el cordón umbilical ha sido una cuestión de supervivencia.
Elijo no perecer. Tanto padecer durante tantísimo tiempo aplazando... aplazándome...
Demasiado tiempo he aguardado... Un instante más sin esta clarividencia o lo que sea y...
Irreversible mi decisión! Exilio. No soporté un segundo más, allá.
Insignificantes los reproches. Ninguna tentación de retroceder. No voy a vacilar. No
hay regateos o negociación que valga. ¿Abogados? ¿Parientes? ¿Vecinos?
Que si he fallado... El fallo hubiera sido continuar en ese ambiente, continuar
haciendo las mismas cosas, continuar repitiendo un esquema que me obligaba a continuar
angustiado. Porque todavía hoy puedo levantarme y volver a andar y así es como procedo,
valiente, pero... ¿cuánto va a costarme digerir todo esto? ¿Me va a doler?
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¿Cómo superarlo sin que se me rompa el corazón?
¡Desprenderme sin arrepentimientos!
No hay decisiones perfectas. Toda decisión entraña riesgos.
No ha sido un capricho terminar con todo. Ha sido un requisito ineludible. Termino con lo
que ya no tiene razón de ser. Y cuanta complejidad llevar a cabo ciertos trámites
administrativos...
¡Quemar las naves!
No volver la vista atrás. No llevar bultos colgados del cuello.
Me impongo a mí mismo. Todo apunte tiene un límite. Me amenazo, abandono, me
abandono, lo abandono todo, ¿todo? ¿Puede uno desprenderse de sí mismo? ¿Puede uno darse
la espalda a sí mismo? Jamás podré renunciar al que fui, como no puedo negar lo que soy…
¿qué soy verdaderamente?
Esos pliegues de vida inesperada, insospechada, que de improvisto ponen al
descubierto la inquietud y la crisis... quién puede comprender...
Descomponer la vida en fragmentos que fragmentar: rendición, redención. Rebelarse.
¡Revelarme!
Viajar ligero de equipaje. Solamente recuerdos, nada más viene conmigo.
Si llevaba alguna maleta, se extravió por el camino. Quizás la regalé en Kenya o la dejé
encima de una silla plástica en Bruselas, qué más da.
No había otra forma. Imposible manejar una situación agotada.
Ansiedad... ¡alivio! Transformación.
No hay otra opción que afrontar, encarar, desenmascarar. ¿Soy culpable?
¿Culpable de qué? ¿Por qué?
Tanto frenesí y, enseguida toda esta calma...
Obro de manera adecuada, incómodo en este asiento, como un cuatro agarrotado. Han
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transcurrido cuarenta y cinco días apretados desde que durante la Semana Santa tomé la decisión
y, por fin, puedo emprender esta añorada búsqueda en lo más hondo de mi ser. Necesito confiar
en el proceso.
Empiezo a sentirme mejor que antes.
Vislumbro en el horizonte la esperanza de una existencia más favorable. La esperanza de
un mundo mejor.
Amo demasiado la vida como para suicidarme.
Me pregunto… ¿qué será lo que encontraré al final del camino?
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Mientras Oscar se entretenía durante el recreo buscando piñones entre la pineda, Iván hacía lo propio
de un chico de nueve años: jugaba al fútbol para marcar goles. Sudaba, corría, gritaba, y reía sin
enfadarse si perdía el balón. Y cuando sonaba la campana de aviso para volver a clase, ambos se
buscaban en la formación. Subían juntos por la escalera de la vida.
Le Bon Soleil es un majestuoso colegio en plena naturaleza a treinta minutos de Barcelona. La
enseñanza francesa y los severos métodos disciplinarios no molestaban a ninguno de los dos. Se
habían adaptado con facilidad al sistema rígido pero eficaz de madame Cabré.
En el autocar, tanto de ida como de vuelta permanecían unidos. Habían creado lazos. Y mientras
Iván improvisaba melodías que canturreaba en un idioma ininteligible, Oscar memorizaba la
lección que recitaría al día siguiente frente a la clase. Se complementaban. La amistad había
nacido sin planteársela. Ambos sabían que eran amigos. Nada más importaba.
Uno de ellos nunca olvidaría la noche que transformaría su devenir, aquélla en la que fue obligado a
convertirse en adulto. Él mismo se sorprendió al pronunciar la frase “Ella o nosotros padre, escoge”.
Estaba en el salón sentado en un taburete frente al sofá donde se encontraban su madre y su hermana
menor. Entre ellas estaba su padre. Tenían una conversación que duraba demasiado y no quedaba
nada más por decir. El pequeño le dio un vuelco al asunto con su sentencia: ella o nosotros padre,
escoge. Pero no hubo respuesta. El hombre se levantó al tiempo que él quedaba inmóvil como pesada
roca. Ellas lo acompañaron hasta la puerta recorriendo el largo pasillo con lágrimas en los ojos.
Se marchó. Y se marchó, también con lágrimas en los ojos. Abandonó el hogar. Destrozó la
familia. El castillo se acababa de hundir como si un terremoto lo hubiera engullido y el mundo
cayó con fuerza sobre Iván que se vio obligado a convertirse en un prematuro adulto responsable
de sus actos.
Un niño de nueve años convertido de repente en un hombre. Y a partir de entonces decidió
actuar según sus propias convicciones y con libertad de acción dispuesto a adquirir ideas y
pensamientos propios. Él, partiendo de la nada, construiría su propia personalidad sin guía.
Cuando el matrimonio se rompió y la separación de los padres obligó a los dos amigos a separarse al
cambiar de colegio, crecieron paralelos, con una extraña conexión que encontraría su oportunidad
para la expresión y el intercambio porque sus caminos estaban entrelazados.
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El niño sensible que siente mucho y no sabe todavía nada de la vida, es la más desafortunada
criatura bajo el cielo cuando no tiene guía ni orientación. Oscar se elevará hasta las alturas para
admirar lo bello de la existencia a través de una neblina de ensueño ciego. Iván, en cambio, se sujetará
con apasionada fuerza a la tierra para llenarse los ojos de polvo y la boca de arena.
No hay clases para principiantes. La vida enseguida exige de uno lo más difícil.
Las circunstancias de precariedad económica llevaron a Iván a un barrio marginal en la ciudad de
Barcelona, concretamente a una escuela con métodos absolutamente opuestos a los de Le Bon Soleil.
Iván se sentía encerrado, y verdaderamente lo estaba. Había pasado de los espacios abiertos,
de los campos de fútbol y baloncesto, de la gran piscina y de aquel inmenso bosque de altos pinos
tan extenso como alcanzaba su vista a la azotea del estrecho edificio rodeado de sucios edificios tristes
todos sin vida ni color donde era imposible marcar goles con el balón. Y la polución espesa ensució
su mirada. Y los ruidos estridentes se instalaron en sus oídos. Y su mente se nubló. A Iván le habían
coartado su área vital como a una fiera que encierran en la jaula de un zoológico. Las rejas de la
azotea le provocaban una desagradable sensación a cárcel, y esa cárcel lo oprimía. A regañadientes se
quedaba en la nueva escuela sin conseguir resignarse.
Al principio la melancolía lo embriagaba cuando llegaba el inevitable momento de ver partir
a sus compañeros de clase calle arriba hasta desvanecerse al doblar la esquina a mediodía porque
afortunados salían para comer en sus casas con su familia, al tiempo que Iván, forzado y de mala gana,
permanecía retenido en un lugar que se le antojaba inhóspito. La imagen de sus compañeros
alejándose jugando entre los automóviles estacionados a los lados de la calle le hacía sentirse cada vez
más impotente y a menudo dueño de un abatimiento que se acentuaba cada día. Era normal que de
una u otra forma se rebelara.
Mientras en Iván predominaba una hambre voraz cuyo principio de vida era que las personas no viven
para tener vivencias, sino que precisan gran variedad de experiencias para desentrañar su existencia, y
así, la vida se le antojaba una intensa aventura que llevarse a la boca apurando las últimas migajas de
todo cuanto considerase interesante e inmediato, Oscar por el contrario, inicialmente un adolescente
común, objeto de una temprana depresión, llegará a considerar el mundo como una perpetua
amenaza de la que intentará salvarse evadiéndose por completo. Se deslizará por la vida lleno de
preocupaciones y obsesiones enfrentándose a su pesimismo para que no le atrape la melancolía hasta
retirarse a su “mundo perfecto”.
La contrafigura de Oscar es Iván, quien exaltará sus afectos en todo tipo de gente porque el
mundo le parece luminoso y alegre, un lugar de placentero gozo en el que regodearse; rechazando
las sombras inventará un mundo por donde caminar sonriente y valiente realizando mil y una
piruetas. Dominado por instintos combativos buscará villanos con quienes enfrentarse, adversarios
dignos de él, creándolos cuando no existan para poder proclamarse vencedor y al mismo tiempo
héroe. Convertirá el entorno en un objetivo a seducir para conquistar. Y ese síndrome de adquisición
le llevará hacia la materialidad. Todo querrá: mujeres propiedades y gloria. Y para ello sabrá ser
suficientemente enigmático.
Un gato contaría la historia que nos ocupa desde otro ángulo, pero él tiene siete vidas y...
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La vida es lucha, un tránsito, y el mundo una enorme sala de espectáculos. Las personas entran en esa
sala, miran y salen, pero Iván no saldría rápidamente. ¡Cómo explicar a Oscar que la vida no es
significado; la vida es deseo! Si Iván pudiera hacerle entender a su amigo que todos somos aficionados,
que no hay expertos, solo experimentos. La vida es tan corta que no da para muchas cosas. Y cómo
explicarle a Iván que los bloques de granito se hunden cuando el corcho continúa flotando...
Renunciar al mundo sería algo relajante para Oscar. Sometido en su internamiento, no
experimentará el mundo, sino que lo pensará, eliminando aquello que no le guste, otorgándole la
condición de fenómeno extraño o engaño y su emancipación será una concepción imaginaria en su
mente. Por ello no vivirá en el presente, ni en el futuro, si no en un mundo alternativo creado por
él. Vivirá atorado en un espejismo que pintará de singulares colores ocultando todo cuanto no le
place o convence. Se convertirá en un romántico en un sistema de vida incompleto. Feliz en su fábrica
se concentrará en su peculiar taller. Y le importará muy poco el brillo social.
Demasiado libertinaje en la adolescencia seca el corazón, y demasiada continencia atasca el
espíritu. ¡Qué difícil hallar el punto medio! Durante esta etapa todo está en ebullición, y se sabe lo
que se detesta antes de saber lo que se quiere todo a flor de piel. Es una etapa en la que estudiar la
norma para ponerla en practica y cuestionarla, proponiendo durante la madurez alternativas fruto de
las experiencias vividas, ¡hay que vivir!
Cuando no comprendemos a otras personas se debe a que somos ajenos a sus intereses. El
conocimiento de otras personas, es el primer paso para la propia comprensión. Y Oscar e Iván,
conociéndose el uno al otro, se descubrirán a sí mismos porque un día los dos probarán agua de
viento.
No soy bueno con los chistes y el humor pero preparo un juego que puede sorprender al finalizar
con lo inesperado. ¿Qué si estoy siendo honesto? Soy totalmente transparente y propongo espiar,
vigilar muy de cerca, contemplar y distinguir, incluso descubrir lo que yo mismo no sabía. Propongo
revisar sin dejar de acechar, curioso, husmeando sin cotillear ansioso por examinar a quién sino a ellos
dos.
Soy un espectador, y a la vez un delator de lo insólito. Impertinentes se van a mostrar porque...
¿Qué si quiero burlarme? ¿Ser un perverso crítico? ¿Un bribón?
Sin duda soy un testigo de excepción. Las palabras no son meros instrumentos que ofrecen
un dictado, tienen un poder generador de ideas y nuevas comprensiones llenas de asombro en
primera instancia para el mismo autor. Y el tren no se detendrá hasta llegar a la estación plagado de
turbios detonantes a modo de codazos de la vida. Pero a lo que íbamos...
Ah! El grado de compromiso no te será difícil percibirlo. Te propongo la manera de mirar pero no
de pensar, sugerir para dejar una puerta abierta. No habrá diálogos inocuos, te revelarán quién es
quién en profundidad para que el conocimiento de esta voz que suena sea amplia y conforme a la
acción, a lo que burbujea, a lo que se remueve buscando el hilo por donde estirar y saber más. A
veces seré un simple transcriptor y redactor ¿de una realidad ficticia? O de una realidad ¡mágica!
Créeme cuando te digo que mi imparcialidad entre uno y otro es total. No pongas en cuestión
mi credibilidad, porque la tengo, te lo aseguro. Nadie mejor podría explicarte lo que te cuento.
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Y aunque en nuestros días no es recomendable adelantar los acontecimientos porque si se le
advierte al Lector aquello que va a suceder o se le anticipan los hechos que se van a desarrollar dejando
al personaje en un segundo plano muy probablemente no se interesará en continuar, yo lo hago. Te
adelanto un episodio extraordinario. Pero antes de relatar tan fantástico acontecimiento, tendremos
que pasearnos por sus etapas previas y por ello se perfila esto que sostienes como la luna... tiene un
hemisferio de sombra que asombra. ¿Entusiasmará? Al final se producirá un libro que se desenrolla
como ideal que parte del caos y crea diferentes desenlaces porque otros continuarán la Historia
después de producir tres puntos de partida y una autentica bifurcación. Ahora sí. A lo que íbamos...
Al incorporarse a mitad del año escolar, hicieron ingresar a Iván en el curso inferior al que le
correspondía por su edad. Aquel hecho le hacía sentirse inferior respecto a unos y superior respecto
a otros. La dificultad de integrarse a una escuela donde el ritmo de trabajo y las relaciones entre
profesores y alumnos eran totalmente distintas al colegio de donde provenía, hizo que se distanciara
y mirara con recelo la nueva propuesta. Ningún profesor lograba ganarse su confianza y por su parte,
Iván no se hacía nada accesible. Guardaba prudentemente las distancias.
En general era rechazado. No había hecho nada por hacer nuevos amigos. A su amigo, el
único que al él le importaba lo habían dejado atrás.
Respecto al trabajo escolar, su actitud estaba viciada por las formas rígidas de Le Bon Soleil que
en el nuevo sistema pedagógico no encontraban su lugar. Iván no sabía trabajar en equipo. Pero,
¿cómo pretendían que lo hiciera si le habían enseñado justamente lo contrario, el valor del trabajo
individual y aislado sin referencias al grupo? Esto le hacía sentirse unas veces inútil y otras frustrado,
casi siempre menospreciado al no encajar en el sistema. ¿No sabía o no quería? La verdad es que
difícilmente podía cambiar toda una estructura de valores y conceptos que había tardado en asimilar
por otros completamente distintos y a la par, aparentemente contradictorios y, además, sin
explicaciones ni justificaciones que le ayudaran a comprender. Nadie le había contado el motivo.
¿Por qué lo que antes era bueno ahora ya no lo era? ¿Por qué lo que antes estaba bien ya no parecía
tener sentido? ¿Sólo por un cambio de ubicación escolar? Su educación se veía dañada de manera
obscena. Se preguntaba una y otra vez como su mundo podía tambalearse por culpa de una ruptura
sentimental y sin una lógica concreta, todo cambiar de golpe y radicalmente. Pero Iván no quiso
dejarse atrapar e intentó mantener su posición, la que le habían enseñado, aquélla que conocía bien.
En los trabajos de grupo, solía coger una parte importante del mismo, sin eludir la dificultad,
pero lo llevaba a cabo de manera solitaria e independiente al margen del grupo. Su dedicación y
resultado individual no podía negársele, era bueno, aunque no siempre encajaba con el tema
encargado al grupo. Iván se perdía en la tangente. Era un adolescente que iba por libre a su antojo
dando una sensación de extrema superficialidad y de un total menosprecio a su entorno, incluso a
los demás; adultos y compañeros.
Su estímulo más fuerte venía dado por el pánico a una mala nota, algo que se penalizaba en
Le Bon Soleil. Ello comportaba el no encontrar gusto por la tarea a realizar obteniendo un ritmo
muy desigual en el trabajo. Sólo se espabilaba en el último momento. Había pasado de una férrea
disciplina a una especie de libertinaje y, claro, no lo comprendía. Confundía las cosas pensando que
podía engañar a los profesores. Y a veces en una semana, quería recuperar la cantidad de trabajo
personal que no había realizado en las dos o tres semanas anteriores.
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A quien lograba engañar era a su madre. Faltaba a clase de guitarra, a clase de inglés, y no
siempre iba a practicar judo; todas actividades extraescolares que su madre dispuso para que no
estuviera en casa demasiado pronto. La madre de Iván era ajena a cuanto le sucedía a sus hijos. Su
única preocupación era asegurarles el sustento, y fueron muchos sus empleos, casi todos nocturnos
hasta bien entrada la madrugada; hizo café-teatro, trabajó en una sala de bingo, y antes en el
guardarropía de una discoteca de lujo. Iván crecía como adulto adquiriendo destreza en las tareas del
hogar asumiendo su emancipación, pero demasiado a menudo, pasada la medianoche, salía al rellano
de la escalera con su hermana en brazos llorando en inequívoca señal de auxilio invadido por oscuras
sensaciones de abandono y su desespero era acallando por el portero del inmueble que saltaba de la cama
imaginando un incendio. Quizás también su madre prefería engañarse a sí misma pensando que no
sufrían, pensando que debía ganar más para poder sufragar actividades a las que no asistían porque no
eran exactamente las que querían realizar.
Iván tenía una mención especial en el campo de las artes plásticas, pero nadie lo estimulaba a
seguir. No había elogios ni expresiones de aliento. Nunca hubo felicitaciones en casa. Nadie visionaba
sus trabajos hasta que sus creaciones fueron cada vez más insípidas. Pero no fue siempre así. Cuando
años atrás la maestra de preescolar decía –Vamos a dibujar... ¡no!- señalaba inmediatamente –Vamos
a dibujar una flor- y se corregía diciendo –Vamos a dibujar una rosa roja como ésta- y mostraba un
dibujo que había que copiar, Iván hacía caso omiso y dibujaba según le nacía dando vida a sus
creaciones. Lo reprendieron en varias ocasiones por colorear sin respetar las líneas -¡Dentro de las
líneas Iván sin salirte!- indicaba la maestra, pero respetar las líneas fijas no iba con la naturaleza de
Iván. Ni siquiera la autoridad de Le Bon Soleil consiguió imponerse en ese aspecto. Prefería la
agresión a la indiferencia. La severidad no logró aplacar su innata creatividad. Dibujaba cuando apenas
sabía hablar. Pero las circunstancias actuales de desánimo y desaliento no le permitían expresarse, y
no quería hablar.
Sus intervenciones durante las clases se redujeron a la mínima expresión. No participaba ni
colaboró con sus compañeros de clase. No abrazó la amistad. La única amistad sincera era la
mantenida con Oscar. Era su mecanismo de defensa. Se refugiaba en sí mismo pensando en su amigo
de camino a Le Bon Soleil; de camino a la libertad de un bello lugar en plena naturaleza; de camino
al colegio que conocía bien y al que añoraba profundamente en silencio.
No quería aceptar ningún cargo que le ocasionara alguna obligación concreta por pequeña
que fuera. Cuando las cosas se torcían, sabía moverse con rapidez para evitar altercados. Nunca
mantenía controversias con sus profesores. Eludía la confrontación directa, pero le gustaba apurar
hasta el último instante tensando la cuerda hasta que comprendía que podía romperse.
Iván empezó a ser cada vez más provocador, a beneficiarse de las encrucijadas y a permitir que
lo envolviera el riesgo para disfrutar de la emoción de lo prohibido. Éste era su juego. El juego de un
niño sin juguetes. De una forma callada exigía un bofetón que no llegaba. Era evidente que reclamaba
la rigidez eficaz de madame Cabré tentando e insistiendo con su provocación. Precisaba una disciplina
que nadie imponía y por ello seguía haciendo cuanto quería a libertad. Era una forma de llamar la
atención que se convirtió en permanente comportamiento. Y sin percatarse nadie, porque todos
andaban muy ocupados en sus asuntos, empezó a hacer lo que quería y todo cuanto le apetecía y
donde le venía en gana. Estaba aprendiendo a dominar las situaciones. No había reprimendas y sus
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actos eran cada vez más extravagantes y llegaban cada vez más lejos, y él seguía explorando las
reacciones humanas.
Tan sólo en el informe de final de curso dedicó el tutor una frase relacionada con su
temperamento -Parece como si Iván quisiera lavar la cara a los demás con un trapo sucio-; pero se
perdían las palabras, quedaban ensombrecidas por las malas calificaciones. Se cuestionaban sus
resultados; unos resultados que su madre pretendió arreglar con más profesores durante el verano
cuando la solución no era otra que atenderle. Sólo necesitaba trato y educación por medio del
diálogo que debe existir en el hogar. La concepción del mundo nace en casa.
En el siguiente curso todo aquello se acentúo hasta un punto preocupante, pues la relación con los
demás, tanto con los compañeros de la escuela como con el personal docente carecía de respeto y
estaba fundamentada en desterrar la solidaridad y la ayuda al prójimo; valores que intentaban cultivar
en los alumnos. Iván era un chico que trataba con desprecio a todos los profesores por igual, incluso
al personal de limpieza y media pensión. Los consideraba sus criados, nada raro viniendo de Le Bon
Soleil donde se dejaba muy claro la existencia de castas superiores mediante la división de clases
sociales, pero sin el menosprecio que Iván parecía imprimir.
No hacía otra cosa que chocar contra el sistema y su metodología. Sólo al llegar a casa se
transformaba, como si entendiera la dificultad de la realidad y un impulso adulto le hiciera
comprender que debía contrarrestar la situación aportando lo mejor de sí mismo. Y algo positivo
salía entonces espontáneamente en forma de una superprotección desmesurada para su edad. Un
amor desbordante hacia su hermana surgía con naturalidad. Le gustaba abrazarla, mimarla todo lo
que podía. Cuando la pequeña se quedaba absorta frente al televisor, le peinaba sus largos cabellos y
al acostarse en el sofá, Iván se pasaba horas acariciándole dulcemente la nuca. Su trato se convertía en
exquisita ternura, pero era algo muy íntimo y casi secreto que únicamente ellos dos sabían. La servía
intentando darle justamente aquello que él mismo reclamaba a gritos lleno de lamentos
desatendidos.
Tenía una doble cara. Un desdoblamiento en su ser. El director de la escuela que tenía la
barbilla hacia adentro como si le hubieran propinado un puñetazo y se la hubieran hundido lo sabía
perfectamente porque era primo del portero del inmueble donde vivía Iván. Cuando otros
muchachos del centro e incluso algunos profesores acudían a su despacho con extraordinarias
historias y quejas, parecía que hablaran de dos personas distintas de caracteres contrapuestos, y es que
en Iván, se podía encontrar todo lo bueno, y asimismo, todo lo malo, pero no por maldad.
Simplemente le gustaba investigar frente lo vacuo de su existir. Y sus experimentos, raramente los
hacía en el domicilio familiar, el cual pretendía mantener intacto, aunque no hubiera nadie para
descubrir su bondad. La calle era su laboratorio y el mundo exterior, el lugar donde probar toda clase
de cosas. Mantenía un aura de chico insolente en la escuela y de chico inocente en su vecindad, pero
en realidad se trataba de un diablillo con disfraz de ángel o... quizás se trataba de un ángel disfrazado
de diablillo. De aspecto agradable y mirada ingenua, su astucia era semejante a la de un zorro travieso.
Se mostraba a veces demasiado amable, adulador cuando le convenía. Suave como un conejo
pero tan mortífero como un rinoceronte, Iván aprendía a ponerse una zapatilla de bailarina en una
bota de montaña con púas. Sabía enfundarse un guante de seda en su puño de acero. Desconcertaba
a pequeños y grandes. Era esquivo cuando se trataba de temas personales, extremadamente
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hermético, y seguía sin relacionarse con ningún profesor ni compañero porque no confiaba más que
en sí mismo. La gente de su entorno a la que amaba lo había defraudado y no quería nuevas heridas.
Seguía distante de todos. Alejado. Tan alejado de todos como Oscar lo estaba de él.
Su rendimiento escolar seguía bajando de manera gradual y alarmante. Iván lo sabía, pero cerraba
los ojos y escuchaba a su padre en cualquiera de sus pocas y cortas intervenciones. Subiendo en el
ascensor desde el garaje, cabeza levantada en rúbrica de admiración fascinado por su camisa abierta
que dejaba al descubierto su velludo pecho escuchó de los labios de su progenitor esta afirmación Todo lo que soy lo he conseguido sin estudios-. En otra ocasión, había cobrado mucho dinero y al
llegar al comedor de casa, abrió la puerta y lanzó el enorme fajo de billetes que volaron por la sala
ante los rostros maravillados de sus hijos por la improvisada lluvia.
Tardaron más de dos horas en recoger el dinero que se había escondido por todos los rincones.
Nunca se preguntó qué quiso demostrar con aquello. Jamás supo de donde vino el dinero ni para
qué sirvió. Iván no cuestionaba a su padre. Pero no lo entendió, ni lo haría a lo largo de los años.
Su padre no le enseñó a decir malas palabras. Tampoco le enseñó a no decirlas. Si el mundo es
un campo de batalla, no le entregó un escudo y una espada para que se salvara de la agresión. No le
entregó ninguna arma antes de que saliera al exterior. ¿Dónde está papá? ¿Qué necesito saber? ¿Cómo
voy a protegerme? Tuvo que aprender a afeitarse solo, pues claro que se cortó! Nunca hubo niño
adorable que su padre no fuera capaz de acompañar a dormir con una sonrisa y una palabra afectuosa,
salvo él. Iván anheló no haber sido acurrucado en los brazos protectores de su padre. De estar juntos,
los acontecimientos no serían iguales.
Los mayores le decían que debía reflexionar seriamente sobre los resultados escolares, pero a
la única persona a quien Iván tenía presente y a quien hubiera escuchado era a su ausente progenitor.
Cuanto poder ejercía aquel hombre extraviado en la noche; un poder fruto de una devoción que no
merecía.
Desatendía sermones morales refugiándose en los breves momentos vividos con su padre. Le
faltaba interés, concentración y dedicación en todas las áreas. Pasaba justito de un curso a otro porque
sólo buscaba el aprobado discreto para no suspender. A partir de ese momento no regalaba ningún
otro esfuerzo. Los profesores lo alertaban, y luego lo amenazaban diciéndole que no podría superar
el curso de seguir con esa actitud, pero Iván pensaba que sabría encontrar la manera cuando llegara
el momento “Ya me espabilaré” se decía una y otra vez. Y aunque ciertamente aumentaban las
dificultades de las materias, nada impedía iniciar un nuevo curso con idéntico desinterés y la misma
dispersión.
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Las cosas nunca fueron del todo bien entre Iván y su padre. El refugio para el desaire fue el trabajo
que lo mantenía de viaje -Lejos de cuanto quiero- solía decirle por el auricular telefónico. Su madre
intentaba cubrirle las espaldas engañando a su hijo, pero la única realidad era su ausencia reiterada.
Iván había desarrollado su curiosidad hasta el punto de aprovechar la soledad registrando cajones,
bolsillos, carteras, maletines, y escritorios a la caza de información que lo ayudara a entender. A
entender su pasado. Y a entender su presente. Quería comprender qué estaba pasando porque cuanto
sucedía confirmaba que algo andaba mal desde que tenía uso de razón.
Percibía que la suya no era una casa normal. No sucedían las cosas que contaban sus
compañeros en el colegio. En su habitación, no se encontraba el balón que había regalado papá. Se
preguntaba por qué el suyo no se comportaba como cualquier otro padre. Aún con esfuerzo, no
podía recordar un domingo paseando en su flamante motocicleta. Aunque lo intentaba, no podía
encontrar un solo hecho que implicara unidad o una breve fusión; una sonrisa, una broma, una
confesión. Nunca hubo un aperitivo en familia, una visita a un mueso, ni unas horas de
entretenimiento en un parque de atracciones. Jamás un partido de fútbol entre los dos; ni una partida
a la máquina del millón o una competición con los dardos o simplemente un rato de ping pong. No
existían las salidas para montar a caballo. No había visitas a los parques con lago para deslizar un
pequeño navío en el agua. Ni tampoco un baño en el río durante una excursión. Iván no tuvo su
bicicleta. No tuvo un –Agárrate fuerte, no te sueltes, si te caes te harás daño-. Tampoco las risas
durante las vacaciones de verano. Su padre no estuvo a su lado. Anhelaba algo que por ley natural le
era propio y envidiaba a todos los niños porque su padre no era como los demás padres. Pero era su
padre!
Apenas hablaban, ¿cómo podían siquiera mantener una conversación si no se veían, si sus
horarios no coincidían? Predominaban las prisas y otras cosas, al parecer, más prioritarias que las
enseñanzas al vástago. Ni siquiera un simple -Que tengas un feliz día hijo- de vez en cuando,
únicamente para que Iván supiera que le importaba y que llegada una situación extrema podía contar
con papá. Cualquier muestra de cariño hubiera sido válida y atesorada en el recuerdo como el mayor
de los tesoros. Deseaba ser arropado y ese anhelo lo consumía. Pero aprendió a contrarrestarlo
imprimiendo un desmesurado optimismo en todos sus actos. Aparcó el dolor sufrido y empezó a
soñar en voz alta. Y no quiso soñar la vida sino vivir sus sueños.
El comportamiento de su padre equivalía a herir sin piedad. No solamente a él. Una vez, manos
juntas con su hermana esperaron rozando la medianoche a que ese hombre egoísta e
irresponsable llegara a su casa todavía, con el entusiasmo inocente y la alegría de quien ha vivido
algo nuevo e interesante, deseaban compartirlo con él. Pero su padre no llegaba al hogar. Y los
nervios rechinaban en los dientes de una esposa irritada, al tiempo que una mujer traicionada,
madre dolida por el daño innecesario que se causaba a los pequeños que se dejaban vencer
invadidos por el cansancio. Bostezaban desalentados. Disminuían las cosas que querían explicarle
a su padre respecto a todo lo acontecido en el más apasionante día para ellos: el primer día de
colegio en Le Bon Soleil. La ilusión se evaporaba ante las miradas decepcionadas de tres seres
plenos de amor por un cuarto que no llegaba. Había oscurecido, oscureciendo parte de sus
corazones y entrada la madrugada aquel hombre seguía sin llegar. No quería aparecer.
Finalmente, protegiéndole, la mujer despechada camuflada bajo la sombrilla de madre intentó
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enmendar lo ocurrido haciéndoles grabar sus ya escasas impresiones y sus dormidas palabras en
una cinta magnetofónica. Porque eran niños, hijos, seres que querían ser atendidos, que
necesitaban ser escuchados. Porque deseaban compartir sus cosas con papá de la manera que
fuera.
No se supo más de aquella cinta. No hubo comentarios. Nadie en la casa se refirió al prólogo
que fue aquella siniestra noche de ilusiones fallidas y decapitadas alegrías que continuaron
sucediéndose de manera lamentable hasta la noche fatal del se acabó, fin, en la que Iván se
convirtió en un adulto de inusitada fortaleza.
Desde aquel aviso de alerta que a su hermana le desgarró el alma, a Iván se le despertó ese inusual
sentido de protección hacia ella. Los dos años y medio de diferencia eran lo que la salvaba de
comprender cuanto sucedía. Era ajena a la problemática. Casi todo escapaba a su entendimiento
infantil, y cuando no ocurría así, su hermano intervenía con fábulas que la distraían.
Cada noche intentaba arroparla a una hora prudencial para que durmiera nueve horas, pero
ella se sentaba frente al televisor. Iván acostumbraba a esperar a que se quedara adormilada en el sofá
antes que abrir una discusión inútil obligándola a acostarse por la fuerza. Y cuando terminaba de
arreglar la cocina, cuando terminaba de barrer y de fregar, una vez se quitaba el delantal, con suma
delicadeza la llevaba en brazos a su habitación como un príncipe a su princesa al tiempo que luchaba
contra el miedo a lo largo del pasillo oscuro.
Era terrorífico recorrer el largo pasillo que parecía tambalearse como un barco que oculta en
sus paredes cadáveres y gritos afilados como cuchillos pero no se le dilataron las arterias ni aumentó
el flujo sanguíneo ni subió súbitamente el ritmo cardiaco. La oscuridad suele comerse a cualquier
niño, pero Iván aprendió a llegar hasta el final del pasillo sin peligro, sin esa reacción emocional que
se produce cuando se tiene la sensación de enfrentar los riesgos y el posible daño, poniéndose en
guardia para protegerla de todo cuanto de improvisto podía sucederle cargado de razón, cargado de
un amor fraternal sin comparación. Iván le perdió el miedo al miedo.
De las doce a las tres, durante el período de comida a la que tanto se había resistido acostumbrarse,
le costó muy poco convertirse en el innegable rey de la escuela con el transcurrir de los años.
Principalmente, porque era el mayor de todos, pero no sólo por eso. Los más pequeños gozaban en
compañía de Iván. Lo idolatraban. Imitaban sus movimientos. Pronunciaban las mismas expresiones
que a él le gustaba poner de moda. Inventaba leyendas y organizaba grupos de juego con saludos
exclusivos y originales. Nada se hacía sin su consentimiento. Tanta autoridad inquietaba al claustro
de profesores; sobretodo porque era una autoridad innata asumida por los otros niños con
naturalidad. Le entregaban su fervor y lealtad encantados de hacerlo. Y le requerían para casi todo:
saltar por los tejados hasta recoger un balón que había caído a un terrado vecino, subirse por la verja
para salvar a un gato asustado, recuperar la chaqueta que los pandilleros habían usurpado a una joven
maltrecha. Iván se elevaba sobre todos ellos como el "gran salvador".
Apretados pantalones de pana marrón se ceñían a sus piernas y trasero. Se negaba a llevar la
bata reglamentaria como todos los estudiantes. Aunque violentaba las reglas, nunca lo regañaron. Y
lo cierto es que algunas empleadas de la cocina y las jóvenes administrativas de las oficinas observaban
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de reojo ese trasero. Iván había contactado con un grupo de chicas mayores. Con su desarrollo físico,
Iván accedía a una belleza que impregnaba el ambiente. Se había convertido en diana de comentarios.
Alababan o criticaban sus movimientos por su descarada desfachatez. Su peculiar manera de andar
hacía que el género femenino se volviera para mirarlo, no podían evitarlo, ejercía la misma influencia
que un imán. Y aprendería tres cosas durante aquel período con ellas: a reconocer su innata picardía
que rápidamente incorporó, a desplegar el arte de la intuición femenina, y a seducir.
Iván se había alejado completamente de los estudios. Suspendía por gusto sin percatarse que
desaprovechaba su talento. Y era una pena que lo malgastara de aquella manera pero Iván, demasiado
entretenido en deslumbrar a toda mujer recién llegada a la escuela no se daba cuenta.
Consentírselo fue un grave error. Pero Iván era el héroe indiscutible de la escuela. Y se lo creyó.
Amante de conquistar partidarios, de disponer de la ferviente admiración a su alrededor, así daba
comienzo su espectacularidad alzándose ante un eufórico auditorio expectante.
En el último curso, y sólo al final de éste, Iván protagonizó un cambio. Abandonó sus
impertinencias y los aires de superioridad que le habían caracterizado y de repente se adaptó.
Daba la impresión que finalmente había entendido y aceptado. El director de la escuela afirmaba
que el hecho de su radical cambio era una incógnita que nada tenía que ver con la sumisión.
Quizás había hecho efecto el comentario reiterado de que si no variaba de actitud se quedaría en
esa escuela sin poder asistir al instituto. Iván deseaba pasar a una nueva etapa de su vida cuanto
antes, porque él más que nadie en el mundo necesitaba huir de la jaula para volar hacia el
horizonte. Qué motivó su transformación, nunca llegaría a saberse con certeza. Mantuvo el
secreto de si el cambio obedecía a un convencimiento interior o bien se trataba de otra
estrategia dado su rocambolesco temperamento. Lo que fuera que propició el cambio quedó
oculto, pero aquellos que pudieron estar suficientemente atentos, comprobaron cómo el último
día, sentado en los escalones de la puerta principal de la escuela Iván lloró sin reparos. En verdad
lamentaba marcharse de la escuela. Y sus lágrimas eran de arrepentimiento por el dolor causado a
diestro y siniestro. Por cada una de las tardes de malhumor que había provocado, por las
confusiones y los altercados que complicaron la vida a quienes le rodearon, por confundir hasta
turbar a unos y otros y por su chulería desmesurada. Lloró porque ya no volvería a ver a sus
compañeros; a sus profesores; a las chicas de la cocina y a las jóvenes administrativas. Y lloró con
hondo sentimiento porque tenía que separarse forzosamente de su hermana a quien adoraba.
Luego de una última expresión que desconcertó a los viejos profesores y a los nuevos
maestros, a compañeros y conocidos, con trece años cumplidos, se integró con facilidad y rapidez al
nuevo ritmo que imponía el instituto demostrando una singular capacidad de adaptación teniendo
en cuenta el papel protagonizado en su anterior etapa como estudiante. Antes de entrar al Instituto
Nacional de Bachillerato Maragall, se había parado frente al enorme pórtico porque Iván quiso
establecer pautas de comportamiento para que no se volviera a repetir la historia. Y definió su nuevo
estilo. Se dijo que necesitaba otra etiqueta que la de revolucionario inadaptado.
Pero en su casa no lograba la adaptación. La pequeña se había convertido en una adolescente
arisca y quisquillosa. Iván adoraba a su madre tanto como a su hermana y la relación entre ellas era
deplorable y muy tensa. Madre e hija vivían peleando a cada rato y en una ocasión, Iván se enfrentó
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duramente contra su hermana para defender a su madre; sin embargo, apenas una semana más tarde,
tuvo que enfrentarse a su madre para defender a su hermana y no pudiendo decirse por ninguna de
las dos, amándolas a ambas, decidió nunca más intervenir. Aunque siguieron las disputas, los gritos,
incluso con el tiempo, la competencia por los hombres.
A continuación de haber sido abandonada por su esposo, no había tardado en traer hombres
a la casa y no se le podía reprochar, pues sus curvas despertaban apetitos y los silbidos de los albañiles
de las obras en construcción. Aquellos silbidos le recordaban que aún era una mujer atractiva y
deseada y de algún modo, esto enorgullecía a Iván. Se le hinchaba el pecho como a un pavo real cada
vez que sucedía hasta convertirse en algo imprescindible, sobretodo desde que se acostumbró a verse
en las vallas publicitarias. Nunca olvidaría la primera vez que caminando junto a su madre, al cruzar
la calle se topó con su sonrisa junto a un enorme vaso de leche y permaneciendo inmóvil al
contemplar aquel rostro de cuatro metros por dos y medio, la miró para decirle sorprendido y
desconcertado “¡...Soy yo!”.
Iván había salido por la televisión anunciando juguetes y medicamentos para niños. Se volvió
una figura habitual para las fotonovelas que mensualmente aparecían en los kioscos. Varias escenas
se rodaban en el propio domicilio ante la curiosidad de la vecindad. Creció rápidamente su
popularidad. Siempre que se precisaba a un niño, los productores pensaban en Iván. Los ingresos por
su trabajo se habían convertido en sustento para la casa desde que faltó el ingreso del padre. Tenía
madera de showman. Y así fue como terminó por incorporar la vanidad a su ropaje habitual; un
detalle que su madre no supo ver y por lo tanto, no pudo paliar... demasiado concentrada en su
prioridad.
Estaba obsesionada con sus hombres. Aturdida con el desfile. Elegía la infidelidad a los hijos
como antes le habían sido infiel a ella, engañándoles como la habían engañado a ella prefiriendo salir
y vagar por la noche en vez de quedarse en la habitación del niño y la niña para que pudieran dormir
tranquilos; y seguía sin acudir a su dormitorio para darle el beso de buenas noches porque estaba en
el comedor sirviendo la cena a ese hombre que no encajaba. Por un lado, quería rehacer su vida
sentimental, y por el otro, intentaba imponer al hombre como el perfecto padre. Se empeñaba
tercamente, pero aquello no interesó nunca a Iván que no admitía los discursos de forasteros. Era
absurdo. Incongruente para quien nada más quería a su padre y si éste no estaba, no quería a ningún
sustituto. Sentía celos porque los entrometidos le arrebataban el afecto de su madre. Y durante tres
años, a ninguno escuchó hasta que irrumpió José Luis, quien a diferencia de los demás "compañeros",
así es como los denominaba su madre, fue el único que durmió de manera continuada en la
desvencijada casa. Y sería quien a partir de ese momento marcaría de manera significativa la
adolescencia de Iván.
Se trataba de un hombre despreocupado que sazonaba el día de buen humor, de simpáticas
bromas e inverosímiles anécdotas. Pero lo que más impresionó al joven Iván fue que le habló
abiertamente de sexo, de mujeres, de hombre a hombre; además de enseñarle a jugar a las cartas
haciendo apuestas y a conducir su deportivo amarillo limón con el techo descapotado.
Aparentemente inofensivo, cuando las timbas de póquer con gente variopinta se alargaron hasta las
ocho de la mañana del día siguiente, sucediéndose un día tras otro, cualquiera podía interpretar los
acontecimientos. Algo seguía sin funcionar en la casa que tenía presencia masculina pero no sabía a
hogar. Amanecían los ceniceros repletos de colillas junto a las botellas de güisqui vacías. Sucedió que
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cuando Iván se preparaba para ir al instituto, todavía encontraba a José Luis despierto con los ojos
rojos balbuceando indescifrables vocablos. Pronto se descubrió que no trabajaba, o mejor dicho,
pudo confirmarse que se trabajaba a las mujeres. Iván se sintió muy mal por su madre, pero ella estaba
ciega y no atendía los comentarios de quienes la amaban. A partir de entonces se produjo el
alejamiento.
Iván no soportaba que se rebajara hasta el punto de perder su dignidad, y puesto que lo que
advertía no era amor, sino puro deseo carnal y una compañía exenta de cariño y respeto, la ruptura
de la relación madre-hijo pudo comenzarse a tocar. Era un hecho irreversible que se palpaba en el
aire extendiéndose por la casa como una terrible plaga. Nadie arrastraría a Iván. Ya no era su casa.
¿Respetar la casa sino es hogar? ¡Apartarse del techo negándose a colaborar! Iván no quiso participar
del desastre.
Había conocido la autonomía emocional a los nueve años a raíz de una conversación con su padre
donde apenas pronunció una sola frase, conocía la independencia, sin embargo, para volar del nido,
para ser realmente autosuficiente precisaba medios económicos, y se lanzó a por ellos antes de
emprender la marcha con apenas quince años recién cumplidos.
Comenzó repartiendo propaganda por los barrios periféricos de la ciudad durante las tardes a
la salida del instituto. Algunas mañanas conseguía alquilarle la motocicleta a su vecino para repartir
paquetes a domicilio. Llamaba la atención la manera de montarla. Lo hacía como si cabalgara sobre
un caballo por las anchas praderas del oeste en aquellos tiempos que la ley se la hacía uno mismo.
Continuó con toda clase de empleos precarios que alternó como pudo con los estudios, hasta que su
capacidad de comunicación le valió su primer empleo serio como ayudante del relaciones públicas de
un centro recreativo. Iván destilaba confianza. Era atento con los clientes. Invariablemente aseado y
bien vestido, acudía puntualmente al puesto de trabajo para servir con acierto y, en la primera ocasión
que tuvo de hacerse valer, la aprovechó con astucia accediendo como recepcionista titular de la bolera
AMF Bowling Center con un sueldo nada despreciable y la responsabilidad de cuadrar la caja del
centro a diario.
Tenía estabilidad. Conseguía ingresos fijos. Y un jueves que su madre salió a comprar, a su
regreso Iván ya no estaba en la casa. Se había evaporado. No había nota manuscrita, como tampoco
hubo posterior llamada telefónica de despedida. Si su madre quería encontrarlo debía acudir a su
puesto de trabajo. Su mensaje era claro: dejadme vivir mi vida. Había llegado la hora de Iván; la hora
de la auténtica independencia. Renunciaba a su familia puesto que ya no la tenía. Ni tampoco la
quería. Iván se borró de la tribu apartándose de la sangre.
Su madre acudió inmediatamente a su hermano Igor como quién llama a los bomberos
cuando se declara un incendio –Qué puedo hacer Igor... ¿dime!-. Durante largas horas trató de
explicarle su hermano con tranquilidad -Iván está seguro de sí mismo, está lleno de optimismo. Es
joven y fuerte. Hay mucho que ver en el ancho mundo. Pero no habrán de pasar muchos años para
que su acento cambie-. Igor le había dicho a Iván presagiando su mundo –Serás aclamado como un
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gran rebelde, pero nunca serás amado, serás odiado sobrino, cuando para el rebelde, más que para el
resto del género humano es absolutamente necesario conocer el amor-. Y si hubiera podido
hablarle con la franqueza hubiera añadido –Dar el amor aún más que recibirlo-. Pero Iván no
escuchaba la sirena.
Continuó diciéndole Igor a su hermana al visitarla dos días más tarde -Aún cuando se acepta
su éxito, la opinión de los demás le importa muy poco. Tu hijo ya está en otra cosa. Su brújula
señala otro derrotero. Su entusiasmo se encuentra en otra parte. ¿Qué se puede hacer por Iván?
¿Cómo aplacarlo? No se puede. No se puede hacer nada por él. Está fuera de todo alcance.
Perseguirlo es imposible y él persigue lo imposible-. ¿Es esta la desagradable imagen de un hombre
de genio? pensó, pero esto último lo guardó para sí. Igor estaba convencido que su petulancia, su
duelo, nunca sería contra los pobres, los indefensos, los desdichados. Iván combatiría en su cruzada
contra los usurpadores, los corruptos, combatiría a todo cuanto hay de falso, de vano e hipócrita y
de destructivo en la vida con la esperanza de abolir los equivocados mitos, las burdas supersticiones,
las panaceas baratas y toda utopía.
Iván quería encontrar la puerta de la libertad. Desde su primera expresión de vida, ya en la
cuna, tenía el firme propósito de cambiar. Buscaba un nivel superior. Y se buscará a lo largo de la vida
su centro de gravedad.
El servicio militar obligatorio era un obstáculo que Iván debía saltar porque aunque le faltaban dos
años para sus dieciocho él necesitaba liberarse del forzado exilio al que sometía la patria a sus jóvenes
todavía en la década de los ochenta. En las entrevistas de trabajo era condición indispensable el
servicio militar cumplido, así que optó por marcharse voluntario, ¿para qué esperar a la edad
reglamentaria?... ¡cuánto antes mejor!
Igual que había renunciado a los estudios por un empleo fijo, renunció a su trabajo con la
idea de acortar el camino hacia un empleo mejor. Se alistó.
Realizó la instrucción en el campamento de San Climent de Sesebas donde vibró el ardor patrio
en las voces de cientos de reclutas que entonaron el himno del deber durante la jura de bandera. Iván
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también cantó, y besó la bandera, y saludó a los oficiales con respeto. Pero ni su madre, ni su hermana
ya una hermosa jovencita ni por supuesto, su padre, acudieron para abrazarlo y fotografiarse junto al
licenciado militar de impecable uniforme.
Atendió las órdenes de sargentos brigadas y tenientes sin rechinar como un palo tieso con los
hombros hacia atrás y la barbilla levantada. Cumplió con las tareas encomendadas. Limpió retretes,
lavó cazuelas, peló patatas con las botas brillantes y el cabello muy corto y su cetme al lado sin
desmarcarse del pelotón. No despuntó. No resaltó. No desentonó. Nadie sabía como se llamaba.
Nadie sabía quien era. Nadie sabía qué pensaba. Ni siquiera si realmente estuvo ahí entre todos. Iván
quiso pasar desapercibido y bastaba que se propusiera algo para que lo consiguiera y como el agua
que se adapta a cada recipiente, estuvo durante la instrucción militar sumido en el más absoluto
anonimato por decisión propia.
Ya en Barcelona, en el Regimiento Mixto de Ingenieros número cuatro como cabo gastador,
frecuentando el piso de mando, exento de guardias, comenzó a aburrirse. Se le caían las paredes
encima. Se cansaba de la rutina. Conocía cada palmo del cuartel. Las interioridades de capitanes y
comandantes no eran suficientemente sugestivas para entretenerlo. Miraba por encima de la garita.
Quería estar detrás del muro y la alambrada. Y los viernes se hacían demasiado cotidianos y a las doce
del medio día lo fastidiaban.
“Atentos, gastadores, firmes... AR!”. No podía ser de otra manera. “Sobre el hombro...
armas!”. Iván daba el primer paso frente a los oficiales de gala aglomerados en la tarima. “De frente
paso ordinario... AR!”. Titiritirititi.... Resonaba la corneta. Pam ratapaplam ratapaplam paplam!
Resonaba el tambor y, inauguraba el desfile. Tras él, los seiscientos noventa y cuatro soldados del
regimiento. Pero cuando llegaba donde se encontraba el señor coronel, al mandar la orden para que
la escuadra de gastadores lo saludara, algo no lo complacía. Habló durante los ejercicios de
entrenamiento con los miembros de su escuadra. Como jefe podía imponerse. Y los soldados de
primera a su cargo debían obedecer la orden, pero temían el arresto de quienes llevaban estrellas en
las gorras y condecoraciones en las solapas. No querían hacerlo. No en una atmósfera opresiva como
la del ejército donde vulnerar la tradición es un sacrilegio.
Sin embargo, el siguiente viernes, en seguida de que sonara la corneta, salieron con paso
invariable los miembros de la escuadra de gastadores. Enfilaron la recta, giraron a la izquierda, se
acercaron al paso del redoble del tambor a la tarima y, cuando todos los oficiales observaban, a la voz
de Iván “Vista a la derecha... “ el grito lo escucharon los guardas en sus garitas “AAARRR!” rompieron
los soldados de primera el protocolo para realizar una maniobra espectacular que simbolizaba una
expresión más pomposa que el mero saludo perpetuado por más de cien años. Salió tal y como lo
habían ensayado y de esa manera mostraron su respeto a la máxima autoridad del cuartel ante la
sorpresa de todos, incluso del mismo coronel. Les había dicho Iván “¡Pongámosle chile a la vida!- y
habían aceptado seducidos por su entusiasmo arriesgándose conmovidos por su autoridad.
Y luego de su descaro, del insulto en opinión de muchos oficiales, fue llamado al despacho
del señor coronel... para ser felicitado.
A partir de entonces lo saludaban los superiores, lo reconocían en el hospital militar, y en la
comandancia de marina exhibían unas fotografías que detallaban la maniobra paso a paso. La propia
esposa del capitán de su barracón preguntó quién era el joven que se había atrevido a desafiar con
tanto acierto el saludo acostumbrado. La misma hija del coronel rogó a su padre para que lo invitara
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a tomar café. Y en el campo de instrucción de San Climent de Sesebas, los soldados que sabían de
antemano su plaza en el Regimiento Mixto de Ingenieros número cuatro, antes de conocerle, ya
hablaban de Iván.
Y es que Iván no pasaba inadvertido. Y en el fondo, a él le agradaba ser popular. Cuando se había
parado frente al enorme pórtico del instituto, un poco acongojado, para que negarlo, antes de definir
su estilo y adoptar el compromiso de adaptarse, había entrado en el bar de la esquina para decirle al
propietario su nombre. Quiso advertirle que pronto lo sabía todo el mundo. Entró para asegurar ante
un testigo que sería el más popular del instituto y, remarcó “... Y mire cuando se lo estoy diciendo”.
Era el primer día de clase.
Únicamente en el primer curso había presencia masculina después de veinte años de albergar
el instituto sólo al sexo femenino. Un ochenta y cinco por ciento de los alumnos eran chicas risueñas
que aplaudían la novedad, pero la normativa incluía exclusivamente a las aulas del primer piso, y por
ello se disputaban entre todas al reducido número de varones recién llegados al Instituto Nacional
de Bachillerato Maragall.
Por Iván pelearon muchas chicas, y él se dejó querer pavoneándose por los anchos pasillos con
sus ceñidos pantalones que acentuaban su paquete entronado como símbolo de virilidad. Así las
besaba luego de tenderlas encima de las mesas de la parte trasera de la biblioteca, luego de internarlas
en los lavabos del comedor una vez cerrado para hacerlas suyas, luego de recluirlas en el laboratorio
de ciencias naturales bajo los tubos de ensayo y los microscopios. Como amo y señor, imponía su
criterio seleccionando candidatas sin admitir negativa ni derrota. Las tuvo literalmente a sus pies. Y
como si se tratara de una estrella de cine o de la canción, con la mirada marcaba con una cruz a su
devota seguidora para que se trasladara a los vestuarios del gimnasio donde había dispuesto unas
mullidas colchonetas.
Pero se cansó, y comenzó a ensayar pequeñas coreografías de baile en el salón de casa
cuando su madre y José Luis se encerraban en la habitación. No era un virtuoso del baile. No
repetía una y otra vez un paso de baile hasta quedar grabado en sus músculos para convertirlo en
hábito. Improvisaba sin disciplina ninguna únicamente a la caza del impacto visual. Le gustó ser el
centro de atención en la pista. Pronto se presentó a concursos y no tardó en ganarlos. Atento a las
discotecas que los celebraban y a las fiestas donde poder exhibir sus originales montajes, encontró
en el baile una forma de expresión de inusitado placer.
Todos los temas de moda tenían sus concretos movimientos para Iván, y cuando sonaban en
la radio, tenía cronometrado cada compás y estribillo a la búsqueda del mayor efecto en favor de un
buen espectáculo. Dejaba salir su inventiva hasta tal punto que se atrevió a componerle una canción
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a su hermana; la cuál tituló: "No me olvides", como si ya presagiara el desenlace; como si de
antemano quisiera pedirle disculpas por la separación que se avecinaba sin remedio.
Participó en la fiesta final de curso del instituto preparando una pieza especial donde para su
sorpresa, fue muy aplaudido y felicitado incluso por los profesores. Eran conocidas sus contorsiones
en la pista y el comité organizador le pidió que bailara para la ocasión, porque varias chicas de su
instituto lo seguían y lo perseguían aclamándolo entusiasmadas al empezar y finalizar cada actuación
gritando su nombre y a continuación, el nombre del instituto que también se hizo popular y el hecho
había llegado a oídos del gabinete rector. Iván tenía cierta fama. Lo querían en aquella fiesta: la
primera fiesta en la historia del instituto en que no únicamente habría chicas. Y los complació
subiéndose al escenario bajo una luz fría y estéril frente a un auditorio rebosante de compañeros de
estudio. No había condiciones para un espectáculo pero Iván ganó. Lo supo el señor del bar, porque
durante una semana corearon su nombre al verlo pasar. Y como muestra de agradecimiento, los
integrantes del comité lo desconcertaron como nunca antes nadie lo había hecho al entregarle un
trofeo con una placa conmemorativa que recordaba su aportación al evento. Ese día se había
emocionado. No contaba con el obsequio. No estaba programado ese sincero reconocimiento. Con
el cariño rozaron sus fibras más íntimas y advirtió, brevemente, que tenía sentimientos intensos que
escondía. Se conmovió igual que cuando derramó su llanto incontenible el último día en su escuela,
pero esta vez pudo contenerse y llorar por dentro con disimulo. El número de estudiantes era dieciséis
veces mayor que el de la escuela pero Iván seguía siendo el rey. Todas sabían que existía, que besaba
rico y se movía con frenético ritmo.
Para el ejército, Iván era un joven disciplinado, cuidadoso en su proceder que mantenía las
dependencias de los gastadores impecablemente en orden. Aportó diversos logros en tareas de
organización y servicio a los oficiales, pero la paga del ejército era mísera. No disponía de efectivo.
Tenía que atender los numerosos gastos de su apartamento sito en la zona franca. Ideó la manera de
obtener dinero sin tener que robar ni mendigar. Montaría su propio show. Visto su éxito de años
atrás, buscaría un nuevo triunfo: que las chicas fueran a la sala de actos del instituto por él, y no para
celebrar el final de curso.
Así se lo contó a su hermana la tarde que preparaba unas fotografías que pegar en unas
cartulinas en la que había sido su anterior vivienda. Su madre lo desautorizó diciendo que esa no era
manera de ganarse la vida. Lo increpó golpeándole en la cabeza con los nudillos al compás de un noes-tás-pre-pa-ra-do pero Iván, muy molesto recogió sus cosas y se marchó pensando que si
conseguía llenar el auditorio ganaría dinero al tiempo que se divertía y hacía que otros se divirtieran.
Pensó que sería más agradable que la pueril emoción de las tardes que salía cargado de propaganda y
la metía en los buzones de la gente sin sospechar que al abrirlos lanzaban los folletos a la papelera. En
aquella época era tan sumamente ingenuo que creía que los leerían porque había sido él quien los
entregaba.
Sin duda aquella actividad era menos peligrosa que las lluviosas mañanas cuando entregaba
paquetes como mensajero motorizado sin tener todavía el permiso de circulación ni la edad
reglamentaria. Y como la vivienda estaba más cercana del instituto que su apartamento, como el
montaje del show era una estupenda excusa para estar con su hermana, volvió al salón para practicar,
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pero su madre no lo dejó entrar -Deja de dar vueltas que nos vas a marear, deja de dar vueltas!-. Pero
el vuelo de su capa le gustaba a Iván.
Daba continuidad a las hazañas de la escuela escalando por los balcones para colarse en el piso
donde se habían quedado las llaves. Era capaz de arrancarle una sonrisa a la niña malhumorada, capaz
de ganarse la confianza de un cachorro asustado escondido debajo de un camión. Sólo Iván podía
amedrentar al ladrón armado o convencer con abrumadora elocuencia al guardia uniformado con
cara de pocos amigos para que no le multara. Iván, capaz de todo o casi todo, era dueño de su día y
de su noche pero no era dueño de su futuro.
Es imposible unir lo que han visto los ojos de otro al propio, lo que han escuchado los oídos de otro
al propio oído. ¿Quién puede predecir lo que ocurrirá? Cada existencia es distinta a todas las demás.
Iván descubría que no se puede vivir a través de experiencias ajenas.
Abajo en la calle frente al interfono, Iván no suponía como su madre apretaba fuertemente
los dientes. Intentaba hacerle ver que nada podía esperar del instituto si había abandonado los
estudios. Lo dejó subir, pero le habló con la cadenilla puesta desde el otro lado de la puerta donde
un día Iván vivió –Quisiste trabajar para sustentarte y trabajaste extra para comprarte tu primer
automóvil- y con los ojos encendidos vociferó antes de darle con la puerta en las narices -¡... Y tuviste
que comprarte el mismo modelo que tu padre!-. Pero el hecho no alteró el ánimo de Iván, aunque
intuía que su hermana se había quedado llorando detrás de la puerta apenada porque no podría
abrazarlo.
Probablemente era una especie de competición la que mantuvo inicialmente con su padre.
Pero la verdad es que cansado de estar preso de los horarios preestablecidos del transporte público,
de los rostros hundidos, aburridos, resignados, que deprimen y se codean con los microbios en las
barandillas, no dudó en consagrar los fines de semana para estimular el ahorro. Añadió al sueldo de
recepcionista en la bolera los ingresos que le reportaba ser el discjockey de Red Sun, una mediocre
discoteca de barrio donde las jovencitas se apiñaban en la cabina, no sólo para pedir alguna canción,
sino más bien en busca de un guiño simpático o una sonrisa, aunque sólo una afortunada obtendría
el beso que garantizaba unas horas en su apartamento. Pero el ahorro era lento, y necesitó más horas,
hasta que ya no había un minuto que dedicarle al estudio. Pudo parrandear disfrutando de su primer
vehículo que lo llevaba donde y cuando Iván quería, pero la austeridad del servicio a la patria lo obligó
a venderlo.
No podía fallar. Se habían acumulado las facturas. Sabía que debía llamar la atención, despertar
la curiosidad si quería que vinieran a verle. Solo una vez dispondría de la sala de actos y debía convertir
una sala de conferencias limitada, sin camerino ni focos para la iluminación adecuada en un lugar
donde efectuar algo “rompedor” había exclamado para sus adentros. Así que habló con la directora
del instituto cuyas puntas de las cejas casi le tocaban las orejas. Era la seria profesora de historia que
tantas veces lo había llamado a su despacho para preguntarle porque faltaba a clases -Habías iniciado
con tan buen pie y te estás torciendo-. Había insistido las semanas previas a su decisión de colgar
definitivamente los estudios en favor de un trabajo inmediatamente remunerado “Quien algo quiere
algo le cuesta, la independencia no es gratuita profesora”.
Por extraño que parezca, la directora no puso ningún inconveniente. Le dio carta blanca.
Quería ganarse a los estudiantes con actividades para su disfrute, y la propuesta de Iván le pareció
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estimulante. Comentaron toda clase de cosas. Fijaron la fecha y el precio de entrada. La recaudación
sería enteramente para Iván una vez atendidos los pagos del alquiler del equipo. El costo de la sala
sería cero.
Iván animó a tocar a un grupo para que la fiesta fuera más completa. Se reunían en la cafetería
del instituto. Logró instarlos a encontrar un nombre con carácter que sonara fuerte. Por su parte,
Iván ya había diseñado su repertorio que consistía en varias piezas musicales muy conocidas de
distintas épocas y estilos, además de imitaciones de consagradas estrellas. Le pidió a su abuela que le
ayudara con el vestuario. También alquiló un par de vestimentas llamativas y elementos para decorar
y ambientar el espectáculo. Lo preparaba con una gran ilusión. Su show comenzaba a tomar forma.
Entrelazaba un número con otro buscando los contrastes para que el ritmo no decayera un solo
minuto. Su fracaso no sería no conseguir llenar el auditorio, porque eso dependía exclusivamente de
la gente. Su fracaso sería aburrir a los asistentes. Por tal motivo cuidaba cada detalle.
Se paseó por los pasillos del instituto originando diversos cuchicheos. Empapeló cada rincón
con domésticos póster que anunciaban la cita que nadie podía perderse. Mientras los colocaba,
cuando alguna joven con carpetas y los libros contra el pecho se acercaba a preguntar, le explicaba
lleno de entusiasmo en qué consistía todo el asunto intentando implicarla para que trajera a sus
amigas y vecinas buscando encontrar antes de que se fuera una especie de compromiso formal de
asistencia. Con medios caseros pero una gran voluntad, consiguió revolucionar las clases durante las
tres semanas previas y con él, llegó el escándalo. Nunca hasta la fecha había ocurrido nada semejante.
Se lo decían unas a otras, incluso arrancaban los carteles de las paredes. Sus fotografías desaparecían.
Las chicas se las llevaban a casa para pegarlas en el cabezal de sus camas. Algo le hacia presagiar que
iba por buen camino, porque cuando cruzaba la calle en el barrio las chicas agrupadas en los portales
murmuraban a su espalda señalándole con el dedo entre risas. El propietario del bar de la esquina que
no había olvidado su nombre, le hacía propaganda exhibiendo fotografías en sus cristaleras.
Había conseguido causar la expectación necesaria y, ese día, finalmente la cita llegó. Iván
provocó a lo largo de una hora y media la euforia colectiva en una sala de actos abarrotada de féminas
y algún perdido muchacho. Y con innumerables aplausos se cerraba un número que daba paso al
siguiente y cuando terminó, con un clamor femenino genuino envuelto en un mayor número de
aplausos la muchedumbre en pie le agradeció que un jueves cualquiera de marzo se hubiera
convertido en un día tan especial.
Iván dio en el clavo cuando al finalizar su personalísimo espectáculo, apareció con un
gigantesco ramo de flores y bajó al público para entregárselo a la directora que suspiró en silencio
ante los ojos perplejos, los gritos, los silbidos, y los vítores de las enfervorizadas jóvenes todas como
fans. Y con unas sinceras palabras sin micro le agradeció que hubiera permitido a tanta gente pasarlo
bien. A su lado estaba el señor del bar de la esquina a quien Iván estrechó la mano. Tres filas atrás, su
hermana exaltada agitaba los brazos.
Surgió un espontáneo coro. Le pedían que repitiera la canción que había bailado tres años
antes; todavía se acordaban! Habían pasado tres cursos y algunas chicas ya no estaban en el instituto,
pero todavía recordaban la intervención en aquel evento. Aún se hablaba de tan memorable día.
Desde entonces, ningún otro final de curso había sido igual, y con su regreso, había recuperado vida
la dormida sala de actos de su antiguo instituto.
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A la salida se peleaban por tocarlo como si fuera un ídolo del pop. Entre empujones y
pisotones le pedían un autógrafo que empezó a estampar en servilletas de papel al tiempo que
coreaban su nombre, y a continuación el del instituto INB Maragall. Se habían roto toda clase de
previsiones. Se había desbordado el acontecimiento convirtiéndose en un animal desbocado. Iván no
concebía que él sólo hubiera provocado todo aquel alboroto. No se habían servido bebidas
alcohólicas y sin embargo, las jóvenes lucían fuera de sí arrebatadas por la euforia. Ante tanta
incomprensible histeria, Iván aprovechó para regalar unas fotografías suyas que habían sobrado de la
promoción y se sorprendió cuando vio como se las arrebataban las unas a las otras. Aquello se había
convertido en una jauría. Se devoraban. Su hermana luchaba por acercársele sin conseguirlo.
Todo lo sorprendente, todo lo imprevisto, todo lo que no se puede explicar, todo lo que se
convierte en absurdo y en hazaña, todo pertenecía a Iván. Fue un éxito rotundo. Todo el mundo
ganó aquella tarde, sobretodo Iván que había reunido el salario de tres meses trabajando en la
recepción de la bolera incluidas las propinas y el sueldo de seis meses trabajando los fines de semana
como discjockey. Pero el plato fuerte se lo sirvieron cuando inesperadamente, se acercó la señora
directora para hablarle y haciendo un aparte, le felicitó con toda clase de elogios explicándole que la
había devuelto por una tarde a su juventud mientras le pellizcaba el trasero, y aquellos mismos
comentarios fueron compartidos por otras dos profesoras de cabellos blancos. Las frías y distantes
profesoras confesaron que preferían su estilo en un escenario que entre los pupitres del aula, y se
alejaron diciendo que su trasero se adaptaba mejor a las candilejas -Tenía que dejar los librosmurmuraron -Estaba cantado-.
Iván rozó la dicha. Sin embargo, no se percató de la humillante agresión que sufrió el joven
grupo recién creado en el instituto. Absorto en su triunfo, movido por la masa del gentío, no se
percató que después de su actuación la sala se había despejado quedando el auditorio completamente
desolado. Aquellos muchachos se habían quedado sin público. Cuando montaban sus instrumentos,
al tiempo que Iván se despedía, las jóvenes se marcharon envolviéndole hasta la calle para no regresar.
Con los bolsillos llenos y la autoestima desplegando sus alas, tuvo otro obsequio. Logró el pase de
pernocta permanente para dormir fuera del cuartel, y buscó como obtener ingresos periódicos aun
ostentando la condición de militar.
Y precisamente en lo militar estaba la ganancia. Rápidamente los alférez de academia y los
veteranos sargentos se convirtieron en clientes habituales de la sala de fiestas donde ejercía de
relaciones públicas organizando actos; pases de peluquería, desfiles de moda, concursos y juegos para
aumentar la afluencia de clientes las noches de entre semana.
Al disponer de barra libre, accedió a la bebida que no consumía al principio, pero su sed de
experiencias lo llevó a la embriaguez. Se aficionó rápidamente al alcohol cuando se formaban
competiciones de haber quien aguanta más. Y apenas unas horas más tarde, corría a formar en el patio
del cuartel con la enorme resaca pesada como una lápida; de goma los músculos, de plastilina su
cabeza. La ducha de agua helada le confirmaba que todavía latía convulsionándose por entero igual
que dos mil voltios en la punta de la lengua. Hasta que un día se dejó el hígado por el retrete y dijo
nunca más. A partir de ese momento obligó a los camareros de la sala de fiestas que le sirvieran té en
vez de güisqui.
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Se acostumbró a invitar a esbeltas muchachas por las tardes y a grupos de mujeres divorciadas
y alguna joven viuda en las noches para que los militares se entretuvieran, y así obtenía favores por
partida doble, favores de las damas solitarias, y de los oficiales que a modo de trueque intercedían a
favor de los soldados de su escuadra en caso de arrestos, todo a costa de la sala de fiestas donde había
establecido su cuartel de operaciones.
La vida fluye. Y como el líquido fluía Iván buscando cualquier fisura para penetrarla. El ahora mismo
era lo único que contaba. Nadie podía alcanzarlo. Se escapaba entre los dedos. Nacía el hombre
epopeya.
Se había desprendido por completo de su herencia. No quería sobrecargarse con equipaje. Y
variaba de rumbo con demasiada frecuencia empujado por quien sabe que rara sólida potencia, y con
impetuosa maestría, permutaba una situación por otra porque Iván no quería que nada lo atrapara.
Y esta convicción se acentuará con el paso de los años. De repente mudará su proyección alterando
su progresión, barajando demasiados acontecimientos a la vez, para, sin más, darle un vuelco a su
vida con la facilidad con que un niño se mete el dedo en la nariz.
Iván estaba bien. Se sentía satisfecho y realizado. Como pez en el agua de su nuevo mundo
repleto de fantasía.
Se había refugiado en la fantasía como mecanismo de defensa. Adaptaba al personaje que construía
lo que él entendía que le favorecía; virtudes que extraía de las películas en las que se identificaba con
el héroe venciendo en su rica imaginación. Así admiraba a Alain Delon por su forma de saber estar,
estudiaba la sensualidad de Richard Gere, imitaba el baile de John Travolta, le fascinaba la agresiva
rebeldía de Marlon Brando que mantenía a pesar de su edad, le sorprendía la fría serenidad ante
situaciones límite de Charles Bronson, le estremecía la profundidad del sentimiento soul que
encarnaba Areta Franklin y la sonrisa brillante del intrépido Burt Lancaster. En todos ellos se fijaba,
apretado corsé. A ellos quería parecerse en cada una de sus áreas. Intentaba copiarlos. La suma de
aquéllas cualidades era tener una personalidad interesante según Iván. Pero, ¿cuándo iba a empezar a
ser sincero consigo mismo? Parecía como si hubiera extraviado su identidad, ¿por qué? ¿debido a qué?
¡Levantaba un monumento con los pies de barro!
Iván desconcertaba y su mirada la definió una chica de esta forma -Es una aspiradora que
desnuda el cerebro y el organismo como si te quisiera tocar por dentro con una intensidad anormal. Probablemente su mirada era lo único que de verdad le pertenecía completamente. Todo lo demás
lo había tomado prestado quién sabe para cuánto tiempo. Incluso su prototipo de mujer se asemejaba
a un rompecabezas que había diseñado a lo largo de los años. Quería que fuera fascinante y que lo
dejara sin habla nada más contemplarla. Pretendía conducir a doscientos por hora por la autopista y
de repente, encontrarse con un socavón en el pavimento. Precisamente ésa era la sensación que Iván
buscaba en una mujer: que lo dejara sin aliento de igual forma que se te hiela la sangre al pasar por
encima del socavón a doscientos por hora.
Constantemente regalaba palabras cariñosas pero sólo una para evitar equivocarse con el
nombre. Así todas eran su "conejito" y a todas en vez de pronunciar el tradicional "te quiero"
calladamente les susurraba: Ich Liebe Dich. De esta forma no traicionaba a ninguno de los dos. Porque
no la amaba a ella, sino a la mujer que estaba ahí. Iván sólo amaba el momento, determinada
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situación, la sensación acaecida en ese lugar y en esas circunstancias precisas. No quería promesas ni
falsas ataduras. No deseaba hipotecarse. Danzaba entre las flores catando su aroma en busca de una
fragancia inexistente.
Estaba decidido a encontrar la felicidad sin importarle dónde le llevara el camino, pero pobre
infeliz, en el cruce se había equivocado y recorría un falso camino lleno de espejismos amarrado a la
cola de la vida dando bandazos de un lado a otro con la sensación del que sube y baja de una montaña
rusa a la que han quitado el tope, peligro!
A sus dieciocho años decía que era un vividor que vivía cada instante como si fuera el último
porque tal vez al día siguiente finalizara el mundo, pero esos instantes eran robados. Ninguno de
ellos le pertenecía. Pretendía ser Romeo Don Juan y Casanova unidos en uno solo y no alcanzaba a
vislumbrar el terrible Frankenstein que estaba construyendo. No se desarrollaba a plenitud. Se
consolaba diciendo que era el tipo de hombre al que ninguna mujer puede amar, pero al que todas
desean. Y ciertamente era un joven al que le gustaba procurar placer a las mujeres y a ellas, que así
procediera. Ninguna de sus conquistas se cansó nunca de Iván. Se hacía imprescindible.
Atractivo y sexual. Tenía buenas maneras. Sabía del valor de la discreción en las aventuras de
cama. Entendía que una confidencia era cosa sagrada y romperla equivalía a un pecado mayor que
romper las tablas de los diez mandamientos. Y en silencio, a espaldas de sus maridos, inicialmente
como un juego, empezó a dejarse comprar por las mujeres que frecuentaban la sala de fiestas en busca
de un consuelo fingido. Caían en su red con el riesgo de enamorarse de él, mejor dicho, con la
amenaza de encapricharse de Iván, pues era un sabroso dulce para cualquier mujer que superara los
cuarenta.
Enredándolas en su empalagosa conversación, sabía decirles con ciertas dosis de entresijo que
amar es compartir la igualdad; pero partían de mundos distintos, de intereses distintos, de posiciones
distintas, y de una edad muy distinta, aunque eso no importaba a ninguno de los dos. Se refería a la
igualdad del sentimiento pero todavía no lo sabía. Ni tampoco sabía lo suficiente del sentimiento
porque permanecía en la superficie. Pero por alguna extraña razón recibía señales.
A menudo afirmaba cuando sonaba la melodía de cierre de la sala de fiestas que esperaba
encontrar en ella a su compañera, cuando lo único que esperaba era que lo invitara a cenar en el
restaurante especializado en cocinar de madrugada para los noctámbulos clientes más selectos de la
ciudad. Las noches estaban atestadas de rubias morenas pelirrojas, de altas bajas y de alguna regordeta,
todas mayores que él, al fin y al cabo, ¿quién las necesitaba a tanto sino Iván!... ¿en busca del abrazo
maternal?
A continuación de saciar su delicado estómago, durante el postre, argumentaba sin venir al
caso cuando ya los temas se habían agotado, arrastrando las palabras para acentuar su impacto “Mi
capacidad de amar es inagotable”, y se perdía en una disertación incoherente ajena a la realidad
degustando un café tras otro al tiempo que la señora seguía aguardando poder abalanzarse sobre
Iván. Y algo de cierto había en esa señalada capacidad, aunque no del modo en que lo practicaba.
Hablaba sin dominar el significado de la vida.
A veces era ingenioso, sobre todo por las tardes. Preguntaba a las jovencitas si buscaban un
atleta, a lo que respondía de inmediato asegurándoles que disponía de gruesos bíceps en la masa
encefálica, y si querían un cuento de hadas, si buscaban un príncipe narraba como si de un flautista
se tratara “Las tierras azuladas de mi principado te pertenecen si las quieres” y si su aspecto era
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demasiado intelectual e intuía que necesitaban de un sobresalto señalaba “Si te atreves... mi magia es
tuya y con ella toda su fuerza pero deberás emplearla para hechizarme, para hechizarnos a ambos
hasta hartarnos de ilusión”. ¿Pero hasta qué punto no era un guión prefabricado? ¿Acostumbraba a
contar hasta diez antes de decir lo que pensaba midiendo cada palabra o todo era una larga lista de
frases recopiladas que usaba según le convenía?
Vivir un romance con Iván era embriagador para las féminas. Conseguía transportarlas a un
paraíso multicolor donde la delicadeza se mezclaba con la pasión encendida. No era de extrañar que
le escribieran notas utilizando a conocidos como intermediarios. Le mandaban cartas al cuartel y a
la sala de fiestas. Se las pasaban por debajo de la puerta de su apartamento cuando ya no cabían en el
buzón. Al vecino le llegó una equivocadamente y se ruborizó por su contenido. El portero de la
sala de fiestas. El oficial de guardia en el cuartel. Todos y cada uno disfrutaban de los mensajes
picantes.
Las llamadas telefónicas se sucedían una tras otra. Llegaron a multiplicarse hasta el límite del
acoso. Pero tanto Iván como ellas se confundían irremediablemente entre el amor y una pasajera
relación impulsada por el cegador destello de un instante fugaz.
Cuando deseaba dar carpetazo, cansado y aburrido, Iván simplemente decía adiós en forma de
jeroglífico. Su sentencia era perpetuamente la misma, decía “No deseo aislar los hechos, si no volver
a colocarlos en su lugar correspondiente. Tú eres mi caracola preferida, pero la playa está llena de ellas
y quiero escuchar el rumor de todas las demás. Tu melodía es bella, pero ahora, ya la conozco”. Y la
mujer se quedaba embobada descifrando el acertijo. Y cuando Iván se arrepentía y quería rectificar,
añadía cuando volvía para recuperarla “He levantado muchas caracolas pero todas estaban vacías y
sólo tu música me perseguía”. Pero cuando se trataba de terminar definitivamente con una mujer,
utilizaba otra táctica que consistía en apurar al máximo para sacarle mayor provecho. Y conseguía
todo cuanto podía de esa relación de intereses en la que ella se aprovechaba de la fogosidad de un
cuerpo juvenil, y él, de la experiencia y los obsequios de una señora madura pero bella porque Iván
fue en todo momento muy selectivo. Sabía encontrar en cada mujer una cualidad que la hacía
excepcional respecto a otras, aunque en todas ellas encontraba un denominador común: la
generosidad material. Y corría a sacar cuanto podía de lo que se presentaba como algo acabado.
Espetaba mensajes abstractos que no venían al caso en situaciones en las que no podían reaccionar ni
cortar el diálogo, desarmándolas, regocijándose por sus reacciones y desordenados titubeos.
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Prefería la seguridad del automóvil en trayectos largos. Apagaba la música, se quedaba
mirándola fijamente mientras al volante, centrada en la carretera, ella se preguntaba qué ocurría.
Permanecía en silencio un buen rato dejando que la mujer se pusiera nerviosa al no comprender qué
estaba pasando y, antes de que dijera nada, como en un ritual al que previamente hay que invocar al
santo, con tono trascendente Iván perpetuaba “Me he dado cuenta de que en mi corta vida nada más
ha habido espacio para una larga fiesta de güisqui, canciones bajo los focos de la pista de baile y
algunos pocos viajes, al tiempo que me he embriagado por una sucesión constante de relaciones
pasajeras con toda clase de mujeres, pero ahora que he terminado mi güisqui, que estoy exhausto
para seguir bailando, sólo estás tú, y no tengo dinero para viajar. La fiesta ha terminado. ¿Nos vamos
a París?”. Y así es como llegaría algunos años más tarde a la capital francesa de la mano de una mujer
tras recitar su estrofa una y otra vez. Lo que inició como una ensalada de emociones se había
convertido en una orgía.
Tenía la virulencia de lo inesperado que sorprende confunde y pasma. Algo que estremecía a las
mujeres transportándolas a una región donde nunca antes habían estado. No era importante lo que
decía, sino cómo lo decía.
Acogido a su puesta en escena, a su indumentaria y su maquillaje para crear una realidad
exclusiva participando con tal intensidad del cine que sometía la vida, experimentaba cómo
podía vivirse en otra persona. Iván había aprendido lo que significa transformarse en un
personaje.
Como ser humano era mucho más interesante que cualquier personaje de ficción pero todo
apuntaba a que Iván se convertiría en un abanico de diversidades sin dar de sí nada interesante porque
copiaba. Imitaba. Creía en la realidad de lo que estaba haciendo y sintiendo y nació su confianza en
la exacta imagen construida, pero no se trataba de la seguridad de quien está absorto en sí mismo.
Tras su máscara, accedía a rasgos que exhibían en las películas. Se ocultaba detrás del personaje y
protegido mostraba algunos atributos que ni con un leve murmullo se atrevía a mencionar sin la
escena.
El uso del excesivo gesto disuelve a cualquier persona. Los gestos por los gestos son la
mercancía de los actores interesados únicamente en el propio atractivo y a Iván, le fascinaba la pose
y el exhibicionismo olvidando que la creación es para la eternidad; pero la creación impregnada de
vitalidad íntima y franca.
Obsesionado por la mujeres, por gozar tan cerca del sol que casi podía quemarse, vivía en el
exterior inmediato con tal cantidad de sensaciones y deseos que como caballos corrían desbocados y
cuanto más corría persiguiéndolos, más se alejaban ellos.
Era una tentación descomunal actuar. El decorado, el atuendo, el lenguaje apropiado, sus
pintorescos modos a la vista de todos recibiendo ovaciones y aceptando alabanzas. Iván amenazaba
con continuar su periplo. Y si sólo vivía de estos estímulos se iría hundiendo en la trivialidad de lo
vano y lo vacuo, en lo estéril y lo artificial porque su atractivo escénico carecía de fuerza natural. Una
persona de convicciones serias no puede contentarse durante mucho tiempo con semejante clase de
actitud. Si Iván mantenía esa superficialidad se vería arrastrado y destruido.
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El condicionamiento de tener que crear una serie de contorsiones pretenciosas frente a todos, la
simulación forzada, las frases preescritas por sus héroes, la falsedad que paralizaba su naturaleza lo
forzaba a la ostentación. El factor principal en cualquier forma de creación reside en la vida del espíritu
humano y no en la vida del actor que interpreta. Su manera de proceder era efectiva, impresionaba al
público en general pero, ¿qué clase de impresión es la que producía? ¿Por qué era así y no de otra
manera?
Iván era así porque sí, porque podía. Y porque no quería ser de otra manera. No debía
censurársele como no puede censurase la manera de actuar de un rayo, la manera de actuar de la
tempestad o la manera de actuar de una borrasca.
Iván simplemente era Iván. Y lo demás no le importaba a Iván. Dondequiera que fuera
penetraba con su soneto a cuestas. Ni leyendas ni símbolos apagarían su sed de experiencias.
¿Abdicará y se convertirá en vagabundo en busca de su verdadero reino?
Imprimía dulzura al pronunciar palabras de conquista. Se adaptaba según era su presa. Combinaba la
adecuada estrategia con sus mejores posturas, dejando en el aire la insinuación. Se delataba mediante
el sutil lenguaje corporal procurando marcar a la escogida tras un peculiar casting. Rozaba a las
candidatas en el hombro con su mirada de felino a la caza. Dejaba claro qué era lo que quería y
esperaba a atacar hasta que daban muestras de haber entendido, así iniciaba el juego de la seducción:
el asalto consentido en un tira y afloja de espadas desenfundadas que chocan. Era en aquellos
momentos cuando Iván disfrutaba al máximo sin obviar ninguna etapa hasta que el filo de las espadas
encontradas en el aire se tornaba piel contra piel. Pero llegar a la cama para practicar sexo pasaba a un
segundo término en su preferencia. Cuestión de puro trámite. En primer plano estaba el hacerla suya,
dominarla para someterla. Lo demás venía solo. Cautivarla era lo fundamental. Se trataba de un duelo.
Y cada mujer se convertía en un reto.
Años atrás, cuando había oído hablar de la virginidad de ésta o aquella chica, de si la del tercer
grado lo hacia mejor o peor que la rubia del segundo, escuchando como relataban el momento del
clímax y las sensaciones del orgasmo, cuando los muchachos mayores se jactaban de su peripecia en
interminables tertulias, Iván se dejó hechizar por la magia de aquello que todavía le era desconocido.
Con un apetito feroz de experiencias, Iván todo lo hacía de manera exagerada ¡y qué bien puede
comprenderse esa manía a su edad!
Recién llegado al instituto, todavía no tenía una opinión específica sobre el sexo ni conocía el
sentimiento de su deseo hacia el cuerpo femenino. Sabía que le gustaban las chicas porque algo se
ponía duro de vez en cuando pero nunca le perturbó el asunto. Hasta que un domingo le
preguntaron los camareros tras cerrar la discoteca Red Sun y tuvo que quedarse callado. Conocía la
caricia y el beso con lengua pero nada más. Con quince años y medio se consideraba que tenía una
edad apropiada para poder opinar abiertamente sobre sexo, y al no querer seguir permaneciendo con
cara de atónito ignorante que mira a escondidas la vagína de una mujer en las fotografías de las
revistas decidió indagar. Se propuso saber para establecer sus propios criterios.
Por entonces en España no había tantos sex-shops como panaderías ni funcionaba Internet.
Iván sabía únicamente que existía el clítoris porque se lo había dicho José Luis, pero nunca había visto
uno. Como si de la adquisición de un producto se tratase, averiguó quién era la estudiante del
instituto más lasciva y libidinosa. Examinó cual de entre todas disponía de las características
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apropiadas y las medidas más perfectas y la invitó a tomar un refresco para hablar sobre el tema, y
ante la sorpresa de la avispada muchacha, le expresó su deseo de acostarse con ella argumentando que
únicamente quería conocer algo sobre el sexo.
Hicieron un pacto. Ella visitaría la casa de Iván el sábado por la tarde que se había puesto de
acuerdo con José Luis comprometido en llevar a su madre y a su hermana a una carrera de
automóviles. Iría para dejárselo hacer todo sin protestar, absolutamente todo -Podrás hacer conmigo
cuanto quieras, ponerme como te apetezca- había dicho ella –Pero con la condición de no explicarlo
después a nadie- y añadió Iván “Y nunca más nos veremos ni para repetirlo ni para recordarlo”.
Disimularían cuando se cruzaran ocasionalmente en los pasillos del instituto guardando una peripecia
que sabían suya, qué emocionante!
El sexo prometía ser algo muy revelador. Ambos estaban preparados y deseosos. Iván pensó
“No hay mujer frígida sino hombre inexperto”. Quería aprender, no solamente para opinar. No
quería ser torpe en tales menesteres. Pretendía averiguar qué clase de cosas gustan a las mujeres y
haber escogido a una veterana adicta al sexo garantizaba una valiosa información mucho más allá del
placer “Luego me sentiré fuerte para abordar a cualquier dama necesitada de ser complacida” pensó.
Y desde algún lugar remoto volvió a recibir señales que llegaron en forma de telepático regalo:
profundizar en la persona con la que te acuestas es más importante que dominar el método, porque
cuando se habla de hacer el amor, la penetración es lo de menos. Sin embargo, Iván ignoró el mensaje.
Te queda la vida teñida por la primera experiencia sexual que sirve de parámetro para medir todas las
demás.
La fuerza que conduce hasta la primera experiencia no fue el amor para Iván. Lejos de
permanecer tenso como algunas personas aprensivas que se decepcionan al rato si no proporciona la
tan aclamada sensación de éxtasis que imaginan, intuyendo que es un arte que debe cultivarse hasta
perfeccionarse, las relaciones sexuales mejorarían invariablemente con la práctica. Por el momento,
solamente quería familiarizarse con el sexo obviando a la pareja. Nada tenía que ver con ella. En el
fondo, la muchacha no le interesaba pese a sus pronunciadas curvas y sus preciosos ojos turquesa y
unos senos perfectos que parecían dos naranjas con todas sus vitaminas.
Y ambos aprovecharon la situación que se había dado. Nunca antes se habían tocado, ni
siquiera un beso en la mejilla y allí estaban los dos desnudos una tarde de sábado dispuestos a practicar
sexo seguro. Iván había adquirido una caja de veinticuatro preservativos. Se había lavado los genitales
luego de ducharse y de embadurnarse el cuerpo con crema y de perfumarse minutos antes de su
llegada. También se cortó y limó las uñas para volverse a lavar las manos con jabón. Sus dedos
pretendían juguetear en su vagína para descubrir la desconocida cueva. Una hora más tarde, ella supo
del verdadero significado de la palabra sensualidad. Sus gestos suaves como el mismo tacto de las
algas; sus comentarios susurrados con delicadeza; su vitalidad desgarrada la hundieron en un sin fin
de sensaciones.
Superado por completo cualquier distorsionado estado de nerviosismo, excitación en mano,
sin apresurarse en agotar la tarde, la exaltación se apoderaba de Iván. Y repitiendo lo que había visto
en una película le colocó un cojín debajo de las caderas para penetrarla dócilmente aunque con
firmeza. Con leves movimientos se introdujo dentro de su rasurado conejito inocente de amor,
culpable de sexo.
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Después de la segunda eyaculación, Iván señaló “Puedo hacerlo... puedo hacerlo mejor” en
referencia a que terminaba demasiado pronto. Intentaba resistirse a la explosión, pero su inexperiencia
y el deseo de volver a empezar le hacían terminar pronto.
Hubo un erotismo informal sin protocolos, desenfadado, sin pretensiones. Iván se dejó llevar
por su impulso animal, el cual respondió bien al final, consiguiendo que en algún instante de la fiesta
a ella le tambalearan los sentidos. No estaba acostumbrada a esa manera de entregarse tan huracanada
y sin tapujos. Y una vez empezó, Iván no paró. Superó el nivel sexual esperado hasta alborotarla. Fue
un acontecimiento apasionante tanto para él como para ella, pero nunca más se repetiría. Sucedió lo
pactado: una sola reunión.
Iván descubrió aquella tarde lo que necesitaba sobre el sexo al haber tratado con una
ninfómana a quien avasalló con mil preguntas, pero a quien ni siquiera besó. Nada más le interesaba
descubrir todas las fases del proceso, esto lo llevó a estar junto a una hembra hambrienta de placer
que se alimentaba de sucesivos orgasmos. Averiguó que de pequeña coleccionaba peluches y que
desde hacía un par de años coleccionaba hombres. Escuchó cuando confesó que se había iniciado tres
años antes en el automóvil del garaje con el padre de su mejor amiga y que a partir de ese momento
quiso más y más y ya no podía parar descontrolada. Y se sonrojó cuando añadió -Al decirme que
eras virgen, no pude resistirme. Ya nunca podrás decirlo y yo por siempre seré la afortunada que se
hizo con el primer Iván-.
Ya podía hablar con conocimiento de causa, pero que triste comienzo el suyo. El beso es con
frecuencia la primera expresión del amor, y no existió. Nada sabía pues de amor. Todo quería saber
sobre sexo y el sexo, ese cúmulo de sensaciones diversas clamaron como campanas, concretándose
en acciones, como en una tabla de gimnasia donde realizar malabarismos y complicadas
contorsiones, callados los corazones, la tarde de sábado en la vivienda que pronto dejó de ser su
domicilio.
Había consumado la relación sexual atravesando todas sus etapas, atracción, excitación, y
clímax final y no una, sino varias veces a lo largo de la tarde. Logró la óptima erección en repetidas
ocasiones y ella, como las demás mujeres que le seguirían, la lubricación suficiente para recibirlo,
recogerlo, y absorberle hasta la última gota.
La materialización del acto sexual tuvo una base teórica y sus predicaciones formales se
convirtieron en finalidades al servicio del placer, lejos del sentir. Saber como se hace, como es posible
hacerlo, le sirvió a Iván para tener un referente ilustre pero nada más. Su desbordante entusiasmo no
podría recrearse porque aún encontrando la proximidad de dos cuerpos y el mutuo deseo, no existía
lo más íntimo y fundamental: el abrazo de las almas enamoradas.
En un mundo exageradamente prendado de racionalidad, Iván se alejaba de todo cuanto tenía que
razonar. Oscar vivía analizando y evaluando para luego extraviarse en la reflexión privada. Observar y
estudiar era su hábito cotidiano. Y todo lo estudiaba. Por el contrario, para su amigo Iván la atracción
hacia otra persona, preferiblemente de sexo femenino, sobretodo a nivel sexual, era un fenómeno
poco explicable a nivel reflexivo y, por lo tanto, poco propicio para justificarlo con el razonamiento
y aunque pensaba y pensaba mucho nada podía cambiar su impulso salvaje. Prefería otorgarle a Oscar
la facultad del pensamiento y continuar con su bárbaro canibalismo.
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Iván enamoraba y desenamoraba intencionadamente solamente para experimentar. Los
personajes de ficción le habían mostrado en imágenes lo que él había averiguado: que podían fundirse
dos cuerpos.
Vivió la identificación emocional a través de sus héroes adolescentes como una manera de
predecir el “suceso del encuentro”; un fenómeno que cuando se produce tiene demasiados matices
respecto a cualquier película. La vida real supera con creces a la ficción más imaginativa de la
cinematografía, la televisión, la radio o el teatro. Todo encuentro es único e irrepetible. Y un
tropezón cualquiera, un involuntario choque en la calle, una refriega en el metro, una mirada cruzada
en el autobús, una escaramuza profesional o una pelea en la comunidad encierran secretos inauditos
que disimulan el misterio, ocultos los tesoros que encuadernan las tapas del Libro de la Vida.
El encuentro entre dos personas que sienten mutua atracción es una bendición de la vida. Y
si lo detectamos, preparándonos concienzudamente triunfamos de muchas maneras. Oscar también
recibía extraños mensajes desde algún lugar remoto y atesoró el regalo cuando le hablaron de esperar,
de aguardar el momento de amar. Pero en el caso de Iván, tan inmerso estaba en transformar
permanentemente su entorno que alejaba la posibilidad del encuentro verdadero. Disociaba la verdad
enmarañado en su laberinto de pasiones. No se quedaba en una relación porque no quería detenerse.
Iván quería conocer a muchas mujeres diferentes. Y no encontraba la mágica sensación que debe
cultivarse porque esperaba un fruto sin haber plantado la semilla previamente.
A lo largo de la vida tratamos a infinidad de personas, aunque sin llegarlas a conocer en
profundidad. Solamente unas pocas se hacen específicamente atractivas, cuando, sin miedo, levantan
su máscara para mostrar ese perturbador sujeto que singular nos hace temblar... ¡hasta que lo
frecuentamos!
Iván se resistía a incorporar a las personas a su mundo afectivo. No sería hasta la madurez que
un número muy reducido de gente le inducirían a un íntimo deseo de unidad. Por el momento
solamente estaba Oscar. Nadie más. Ambos sentían la necesidad del otro más allá de lo habitual. Y
encontrándose lejos, no sentían dolor, ni tampoco remordimientos, porque lo que más amaban de
su buen amigo era todavía más evidente en la ausencia. Así se buscaban para vivir entre el flujo y el
reflujo de la marea de la autentica amistad.
En busca de la gratificación que produce el simple contacto del individuo extraño,
identificando a la mujer más exótica, sumido en la pasión desbordante de ese instante fugitivo, con
el ardiente deseo de todo y el ansia de muy poco, Iván no buscaba acariciar su mano sino arrebatarle
la energía como si de un vampiro se tratara y seguro de su atractivo animal, acechaba. Y por más que
se esforzara en resolver su impulso, esa necesidad no se la explicaba ni él mismo. Nadie comprendía
porque reaccionaba como lo hacía y el único que podía entender ese comportamiento en absoluto
le inquietaba.
*
*
*
*
Desde lo alto del cerro esperaba con inusitada ansiedad. Desde allí divisaba perfectamente la amplitud
del valle. Desde aquella posición distinguía con nitidez la serpenteante carretera que terminaba en el
gran caserón del siglo XVIII. Era domingo, día de visita para los padres. Todos habían llegado menos
los suyos. Y la espera continuaba.
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Oscar no perdía la esperanza perdido en los exquisitos ángulos del valle. Se decía una y otra vez
“Tienen que venir; seguro que van a venir”. Levantaba la vista al cielo en un ascenso breve y a
continuación realizaba un descenso pronunciado como una gota de lluvia pegada en el cristal del
ventanal.
Pasó una hora. Cuando un vehículo se distinguía todavía pequeño, se levantaba como si un
escorpión le hubiera hincado el aguijón. Se aceleraba su corazón hasta que la agitación se reducía a
un mero suspiro de desánimo al comprobar que no eran ellos. Y pasaron dos horas. Calambres
descendiéndole por la espalda y las piernas hasta las plantas de los pies.
No apartaba sus manos temblorosas de la cara cubriéndose los ojos y contando a la de tres
aguardando el milagro. La ansiedad se convirtió en angustia. Se le escapaba el tiempo para no regresar.
Ya no podrían participar de los juegos entre padres y alumnos, y sin quererlo, los maldecía.
Inscribieron a Oscar y a su hermana en una institución francesa de reconocido prestigio en un
pintoresco pueblecito llamado Millau, a catorce kilómetros de Montpellier, en Francia. Los chicos
estaban separados de las chicas por un río y esto les parecía excitante. Ese verano había un grupo de
diecisiete españoles que tan pronto llegaron fueron separados de manera que sólo hubiera un niño
español en cada barracón indefenso en una tierra extraña, obligado a relacionarse con nuevas
amistades, forzándolo a comunicarse solamente en francés. La dirección evitaba que hablaran entre
ellos buscando refugio en la seguridad del idioma. No podían ayudarse unos a otros. Cada uno debía
moverse con la propia inercia.
Entre la diversidad de actividades, Oscar destacó por su habilidad en el piragüismo sin levantar
la cabeza de los libros. Tenía estabilidad y sentido del equilibrio, disfrutaba con su práctica y era muy
veloz; sus brazos resistían largo tiempo en tensión. Otra cosa eran sus piernas. No aguantaban los
bailes que se celebraban los viernes por la noche. Allí era donde veía a su hermana, a menos que por
cuestiones de horarios se hubieran cruzado en la piscina durante las semana. Y coincidía con los demás
españoles que se juntaban para contar chistes verdes en el extremo de la barra del bar donde las luces
de colores no llegaban y su anonimato quedaba garantizado.
El 16 de agosto de 1977 amaneció caluroso y soleado como cualquier otro día, pero no fue un
día cualquiera; aunque Oscar lo supo después. Quince días más tarde averiguó que ese caluroso y
soleado día se había roto para mucha gente invadiendo la tristeza ese mismo día a millones de
corazones en todo el mundo. El impacto de la noticia llegó a las doce horas del mediodía. Su
madre no tenía mucho tiempo para el afecto tierno de una caricia, pero no escapaban sus
exagerados cuidados y no era el único paquete que le había mandado, pero sí el único que
contenía unos recortes de revistas y periódicos; además de las habituales galletas, los quesitos en
porciones, el pan de miel y otras golosinas que Oscar repartía entre sus camaradas. La tragedia
hizo que las hormonas se alteraran y el músculo que erige el pelo se contrajo de forma
involuntaria provocando el efecto de piel de gallina: "El rey ha muerto, viva el rey" decía la
noticia y por partida doble se estremeció; por el pánico a la muerte y por el dolor de su
desaparición. Había descubierto a un ser magnifico y se lo arrebataban como le habían
arrebatado a su mejor amigo. Su ídolo había dejado de existir. Ya no entonaría delicadas baladas
ni desgarraría los cuerpos adormilados con su contundente rock and roll pero la identidad de
semejante ser quedó impresa con letras de oro mayúsculas para la posteridad.
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Se le apagó el brillo infantil y su sonrisa se desvaneció del rostro perplejo a quién han arrancado
su mejor juguete. Deambulaba sin rumbo mientras golpeaban en su mente dos palabras, y tras
éstas dos palabras nada tenía sentido para Oscar. Como no tenía ningún sentido su esperanzada
espera en lo alto del cerro con la vista perdida en la lejanía maldiciendo Austria. Estaba cansado
triste y malhumorado. Los necesitaba. Podía escuchar a los demás niños reír y cantar saltando de
alegría con sus padres y madres. Incluso su hermana estaba entre los familiares ignorando el
hecho de que quizás ya no vendrían. Probablemente todos se habían olvidado de Oscar. Habían
transcurrido más de tres horas. El debilitado e insistente latido de su dolor no pudo desclavárselo
del pecho. Así terminaba aquel día aplastado como la araña que se mata de un manotazo porque
incordia.
De camino a Barcelona, sus padres tenían previsto pasar y detenerse en Millau. Regresaban de unas
cortas vacaciones en París. Su madre intuía que serían las últimas, y efectivamente, la estancia en la
capital francesa sería lo último que compartirían. Su marido se había encaprichado de una joven
austriaca que actuaba en un cabaret. La conoció celebrando la victoria con uno de sus clientes del
bufete, un hombre satisfecho que no dudó en premiar su logro ofreciéndole en bandeja aquel
apetitoso bocado de apenas diecisiete años. No cantaba, no bailaba, pero prometía, y su cuerpo era
el cuerpo del delito que cegó a un hombre casado que atontado y débil, sucumbió a los encantos
destrozando el calor de un hogar consolidado.
París había sido una despedida hipócrita. La madre de Oscar no se equivocó. Transcurridos
apenas dos meses, la separación legal se consumó. Pudo comprobarse la merecida reputación de su
padre como ágil y dinámico abogado. Los trámites burocráticos se resolvieron rápidamente gracias a
sus influyentes contactos; separación y divorcio en un único documento. Sin embargo, tres semanas
más tarde el hombre moría; pero no moría en la carretera arrollado por un distraído camión al que
no pudo esquivar una vez encima, no. Moría por una estupidez. Una inmensa estupidez que podía
haber evitado igual que podía haber evitado el daño causado. Moría electrocutado.
Con un torpe castellano pero con una gracia diabólica le pidió que cambiara la bombilla
fundida del recibidor. Y el hombre lo hizo descalzo. No quería demorarse en complacerla. Salía de la
ducha y sus pies aún mojados se deslizaron por los peldaños de la escalera metálica. Se quedó tieso el
padre de Oscar. Así terminó su eléctrico amor desenfrenado con una descarga tal que fulminó su
vida. Y terminó por desbaratar la vida de Oscar, de por sí sombrío y afligido desde la muerte de su
ídolo Elvis Presley.
No volvió a orinarse en la cama. Ya no tendría que ir al psicólogo a dibujar y responder
absurdas preguntas. En las periódicas ausencias desde que su padre conoció a la jovencita novicia del
cabaret, Oscar había comenzado a mojar las sábanas. Sucedía cuando su padre estaba lejos, pero
cuando ambos dormían bajo el mismo techo no sucedía. Era algo que no podía evitar e
inconscientemente, por la noche, muy noche, se repetía el vergonzoso acto que anunciaría al día
siguiente a bombo y platillo al colgar las sábanas en el patio para que se secaran al sol mientras la
vecindad contemplaba su desgracia. Era demasiado mayor para hacerlo. A los diez años los niños hace
años que saben controlar su vejiga. Le abochornaba levantarse cada mañana empapado de orín, pero
su frágil naturaleza era superior. Siguió haciéndolo durante varios meses ante la sorpresa y la pasividad
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de compañeros profesores y familiares. Pero a continuación de su muerte jamás volvió a suceder.
Como igualmente no volvió a escuchar aquella mentira que le susurraba al oído su madre antes del
desenlace -Tu padre se acuerda de nosotros y nos quiere mucho-, a lo que Oscar respondía desde su
oprimida voz interior “Necesito hechos y no palabras, últimamente ni siquiera me habla, ¿es que ya
no le importo nada?”. Aunque sólo sus propios oídos escucharon la petición que como una
palpitación retumbaba en la estancia porque se había desvanecido la atención a la que estaba
acostumbrado en favor de la jovencita.
Fue un duro golpe, no tanto el fallecimiento de su amado padre sino su pretendida marcha del
hogar familiar. Jamás perdonaría esa traición. Y como no se acostumbraba a la idea de no
tenerlo cerca, a la idea de la muerte, con el tiempo haría ver que su marcha nunca se había
producido. Se dirá a sí mismo que su padre está en viaje de negocios. Así permanecería en su
corazón.
La Navidad de 1977 fue dura para los tres. La familia había menguado. No hubo villancicos. Tampoco
árbol ni pesebre. Ningún detalle decorativo adornaba la puerta de la casa. Innumerables cestas
llegaron como cada año por parte de los que todavía no sabían de la perdida. Ninguna se abrió.
Ningún regalo se compró. Ni siquiera se comió turrón. Sólo el recuerdo de agradables momentos
pasados dilapidaban a cada uno de manera distinta en una insoportable nostalgia que se tejía a su
alrededor para dar paso a la explosión de la más desgarradora de las tristezas. Una tristeza llena de
dolor por su pérdida, por las dos marchas que emprendió: la del hogar y la de la vida.
El mes de diciembre anterior todo estaba en orden y en equilibrio el hogar estable. Aún no
había aparecido quien corrió a esconderse en su austriaca madriguera tras el accidente
sintiéndose más culpable que apenada. No había calor en la casa y sí demasiada calma. No
volvería a reinar la alegría entre aquellas paredes de roble con cuadros inmensos. Habían sido
fiestas para hacerse mimos sin motivo, para apoyarse los unos a los otros y desearse la mutua
felicidad gozándose los miembros de la familia. Y aquellos instantes irrepetibles por su gran
contenido emocional escondido detrás de las explícitas miradas, jamás volverían a materializarse.
Oscar no pensaba en los nueve meses de agónico sufrimiento, ni tampoco en las persecuciones
en automóvil cuando a su madre le dio por convertirse en una especie de detective privado que
seguía al marido allí donde iba después de la oficina, demasiadas veces con los hijos sentados en
el asiento de atrás. Oscar, simplemente frotaba la cadenita de oro que su padre había llevado
antes prendida del cuello y temblaba.
Ese ideal peldaño como paso previo al nuevo año se había esfumado. El pronóstico era un
horizonte plagado de incertidumbre y desolación. Oscar no se sentía acompañado, aún teniendo a
su madre y a su hermana al lado era como si tuviera el alma hueca. Se había sentido ligado a su padre
hasta el punto de haber idealizado en extremo a un ser maravilloso al que nunca podría volver a tratar.
Ya no se recuperaría el encanto especial que desprendían esos días tan sobresalientes del calendario.
No los celebraría más. La gracia de los sueños que iluminaba con ahínco se apagó y se tornó agria.
Su mirada de vidrio. Su voz enmudeció. La consecuencia de su partida acentuó en su rostro ausente
de abatidos ojos la palidez de un decaído rosa en las mejillas.
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Pesada carga para su madre que tuvo que parpadear un par de veces hasta que sus ojos se
acostumbraron a la gélida oscuridad que desprendía el vacío. Píldoras revitalizantes por la
mañana con el desayuno, somníferos para la noche con un vaso de leche caliente. De ninguna
manera podía mostrar debilidad, aunque se sentía ultrajada y asimismo vencida. Todo podía
desmoronarse.
Al llegar el fin de semana la casa le parecía terriblemente amplia, y la mesa... aquel sitio
privilegiado que había sido antes ocupado ya siempre estaría vacío. Oscar se limpió los labios con una
servilleta. Quiso ocupar el lugar que por derecho consideraba suyo. Al fin y al cabo era su
descendiente directo y lo reclamó como propio sentándose en la cabecera señalando con el acto que
iba a ser el cabeza de familia con apenas trece años recién cumplidos; pero su hermana se enojaba
tanto cada vez que se trasladaba al lugar que por no entablar una discusión se retiraba. Ni cuenta se
daba su madre de aquellos intentos. Bastante tenía con mantenerse fuerte, al menos frente a sus dos
hijos. Perfecto ejemplo de serenidad, aun cuando en su mirada podía leerse el mal estar general.
Estaba atormentada por la insistente cuestión -¿Si debía morir, ¿por qué no lo hizo antes de romper
el hogar y asimismo nuestros corazones?-. A un paso de la adicción a los tranquilizantes se dejó
socorrer por el piadoso médico de la familia: un hombre grande como un oso. Él la curó. Y
prácticamente la raptó.
Con la espalda encorvada, brazos doblados y tensos a la defensiva como una leona, intentó que sus
hijos se distrajeran y tras el internado de lunes a jueves que forzó para evitar que pudiera convertirse
la casa en un sitio traumático, eso dijo para argumentarlo sin referencias al doctor, comenzó a
llevarlos los fines de semana a una propiedad que tenía la familia fuera de la ciudad. Fue allí donde
Oscar encontró su inspiración: en Santa Eugenia; una vieja iglesia románica restaurada rodeada de
bellas montañas de una textura increíble.
Llegaban por una carretera sin asfaltar. Luego recorrían un camino en malas condiciones. El
vehículo debía subir el tramo final subrayado por una empinada cuesta con el menor peso posible.
Descendían Oscar y su hermana y algunos paquetes. Su madre peleaba con los baches entre acelerón
y acelerón hasta conseguir alcanzar la explanada que presidía la entrada, no sin esfuerzo y un
revolucionado motor que resonaba entre las copas de los árboles ahuyentando a pájaros y ardillas.
La tenacidad de la madre al volante se repetía cada viernes. Llegaban caída la noche. La
oscuridad dificultaba la visibilidad, pero sabían que majestuosa se alzaba la gran casa que compartía
con dos hermanas que en ocasiones coincidían. Frente a la antigua iglesia estaba el monte
Tagamanen; una palabra catalana que invertida significa "niño escondido", y, eso es precisamente lo
que ocurriría. Ahí es donde Oscar se escondió encerrándose en sí mismo dando largos paseos en
solitario. Así obtuvo finalmente sosiego en un lugar donde imaginaba el ruido de carromatos
antiguos pasando por los caminos de tierra mientras el rumor del agua del arroyuelo que fluía se
alojaba en su oído como una caricia de envidiable benignidad.
Cuando estaban sus primas hacían excursiones juntos. Visitaban casas abandonadas fantaseando
con mil historias a cerca de quiénes las habían habitado y sobre la posibilidad de que alguna
estuviera embrujada. En su tío, Oscar encontró a un buen amigo; una continuidad del amado
padre que se había marchado. De carácter jovial y desenfadado, Víctor distraía a los adolescentes
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ideando juegos, inventando canciones y toda clase de actividades. Una tarde subieron al tejado
de la vieja edificación para tener otra perspectiva del terreno y a Víctor le picó una avispa reina
que casi consiguió precipitarle al vacío, pero en vez de dramatizar, aprovechó el incidente para
realizar una disertación sobre la convivencia del Hombre con la Naturaleza. Sabía como tratarlos.
No era de extrañar que cuando los mayores iban al pueblo para adquirir provisiones, el vehículo
de Víctor se llenara de chicos y chicas que peleaban por acompañarle. Halló en Víctor su ansiado
amparo: un instructor al que acudir cuando algo lo abrumaba al obtener otro punto de vista. A
menudo intercambiaron impresiones. Y esto es lo que Oscar valoraba en mayor grado, la
posibilidad de escoger por sí mismo con mayor información sobre diversos temas. Víctor
únicamente proporcionaba opiniones de manera abierta. Era la misma clase de respeto que le
había procurado su padre. La misma clase de respeto que Oscar devolvía aunque jamás se atrevió
a plantearle el tema que más le importunaba.
La vida de Oscar carecía de la emoción de la vida de Iván, quien retaba los acontecimientos. Iván era
el de las acciones mientras Oscar era el de las palabras. Operaban individualmente, pero de manera
simultánea como si ambos fueran uno solo. Oscar era experto en el lenguaje de la percepción de los
términos; un teórico, y el mundo se le antojaba un museo que disecar y observar con su peculiar
microscopio. Iván era experto en la percepción del lenguaje del cuerpo; un pragmático, y el mundo
se le antojaba un espectáculo de luz y color en el cual mariposear de aquí para allá. Pero los dos
ignoraban la emoción del lenguaje que hablan los recién nacidos donde no hay tiempo ni espacio. Y
aunque ni uno advirtiera su presencia ni el otro su actividad, ambos amigos veneraban la Naturaleza,
la Humanidad, y la grandeza del Universo. Oscar representaba la mente del ser humano. Iván su
corazón. El primero quería ponerse el mundo por sombrero y el segundo penetrar en el corazón de
la vida.
Para Oscar, los primeros años de infancia habían transcurrido como los de cualquier otro niño.
La única anécdota destacable la provocaron sus enormes ojos de almendra y sus largas pestañas que
le valieron la propuesta de una agencia de publicidad para protagonizar una campaña en televisión.
Pero su madre rechazó la oferta, no sin antes beneficiarse de los servicios del fotógrafo profesional
que el director había brindado gratuitamente para asegurarse la fotogenia del niño, porque cuando
descubrió su desenvoltura ante la cámara, se asustó. Su madre imaginó lo que podría suceder y,
rápidamente lo apartó del bohemio ambiente recluyéndolo en su habitación entre libros y profesores
porque bajo ningún concepto quería que su pequeño apareciera anunciando productos que ni
siquiera conocía. Y continuó dando contundentes “no” a otras agencias a lo largo de su adolescencia
a espaldas de Oscar. Sabía que aparecer en los medios de comunicación repercutiría negativamente
en sus estudios robándole la concentración. No quería que su hijo faltara al colegio. Pretendía que
fuera como su padre, un importante abogado; quien antes de su desaparición ostentaba un
importante prestigio a nivel social. Pleiteó durante meses con un conocido financiero de dudosa
reputación y turbios negocios internacionales que había defraudado a un centenar de pequeños
accionistas en su mayoría pensionistas usurpándoles sin compasión los ahorros de toda una vida. Pero
ese era solamente el lejano recuerdo de una gesta profesional que animaba a su madre para que su
hijo recogiera el relevo generacional. Esa clase de vida quería para su hijo. Así que Oscar hizo lo único
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que podía hacer, centrarse en los estudios y en la carrera que debía concluir con honores. Y su
profesión como letrado ocupaba casi toda su atención. Y seguía refugiado en sí mismo. Y aunque no
le estimulaba su futuro laboral, se trataba de una especie de homenaje a su padre. Y a menudo se
preguntaba que habría sido de su amigo Iván cuando la soledad le asaltaba en las noches de luna
nueva. Entonces, sin saber bien el motivo o la intención, su espíritu se tranquilizaba al salir a su
encuentro... “Tú y yo somos de la misma sangre” decía “Uña y carne”.
Oscar encontró paz recreándose en la contemplación de la belleza natural de las formas y de
los lugares que escrutaba con su lupa violeta.
A Elvis Presley acudió Oscar cuando le alejaron de Iván. Cuando el MP3 era impensable, se llevaba un
incómodo magnetófono que escondía en el pupitre hasta que le llamaron la atención. Cuando su tío
Víctor empezó a trabajar largas temporadas en el extranjero, Elvis lo asistía de día o de noche. Elvis
era el único que podía amenizar sus largas horas de estudio. Ilustró las paredes de su habitación y los
del cuarto del internado con sus fotografías. Fue un grato encuentro que ocurrió una tarde de
domingo en casa de su tía Magda cuando dejó de jugar en la habitación de sus primas Sara-beth y
Noemí y al entrar en el salón, su mirada se quedó pegada en la pantalla de uno de los primeros
televisores en color que veía. Un mediocre actor interpretaba la película, pero ese hombre bien
parecido que levantaba burlonamente el labio cuando sonreía le despertó un gran interés. Rodeado
de mujeres, bailaba y cantaba. Pronunciaba dulces palabras de amor a la vez que apretaba los puños y
peleaba con furia si era necesario y a Oscar le cautivó la extraña combinación de sensibilidad y de
fuerza, porque Elvis entonaba con ternura una balada acariciando a una dama y acto seguido hacía
estremecerla con su ritmo contundente y su arrebatador estilo que rompía con todos los cánones
establecidos en la década de los cincuenta en América. El hecho de que el último obsequio de su
padre fuera una cinta de casete que recopilaba sus grandes éxitos, determinó la presencia de Elvis en
su vida. Hasta llegó a suplantarlo en una época cuando entrando en la juventud, imitó su pelo
engominado hacia atrás y muchas de sus muecas, pero Oscar pronto volvió a sí mismo. Sabía que
aunque lo intentara no podía reír como Elvis ni cantar o bailar como Elvis, porque él no era Elvis
Presley.
Aún teniendo la compañía de Elvis, Oscar sufría en silencio. En ocasiones temblaba y sudaba
fruto del pavor. La caída del potasio le provocaba una parálisis muscular transitoria. Sentía
espasmos. Desde que a muy corta edad se percató, Oscar tenía miedo. Mucho miedo. Horror. Se
preguntaba: “¿Por qué?... ¿Por qué un día tiene que terminar todo? ... ¿Por qué la vida se corta de
repente? ... ¿Qué sentido tiene vivir si después toca morir?”. Pero nadie estaba a su lado lo
suficientemente cerca para contestar la pregunta y esclarecer el dilema. Nadie apaciguaba su
angustia. Nadie conocía su insatisfacción. Oscar quería reír, pero no encontraba su risa. Oscar
quería llorar, pero no sabía donde estaban sus lágrimas. Quería, pero no podía. No sabía cómo
reír y llorar al mismo tiempo o viceversa. Llorar y reír. Reír y llorar.
La verdadera amistad únicamente está al alcance de seres independientes e íntegros que conservan su
autonomía personal incluso después de unirse. La alianza de Oscar con Iván era completa porque
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nada buscaban el uno del otro y sin embargo, ambos amigos disponían de todo respecto al otro. Su
vínculo era poco común. Y ninguno de los dos era reacio a rechazar tan valioso ofrecimiento.
Ambos vivían una época de transición donde era necesario controlar la constelación de
emociones que los desbordaban, pero Iván, se había embriagado de la vida y las alteraciones se
sucedían una detrás de otra, aunque sin melodía ninguna. Iván prefería una buena aventura a una
buena comida, sentía toda la gama de la experiencia humana como suya y consideraba un deber
disfrutarla, y cada vez que lo hacía se adentraba en terrenos sin garantías.
Estaba más dispuesto para una carrera que para una siesta. Optaba por una lección de la vida
antes que tumbarse en el sofá frente al televisor encendido de discursos y normas. Su acelerada ansia
por consumir experiencias le arrastraba por un peligroso torrente de información que no digería. La
almacenaba sin sacarle más provecho que el inmediato, guardándola durante pocos días, tal vez
realizando algo concreto con ella probablemente útil pero nada más para probar. Luego se aburría.
Permanecía eufórico, y tenía unas inmensas ganas de vivir, pero llegaría a convertirse en un intruso.
Se pegaba a nuevas vivencias sin dejar espacio vital a su alrededor. Y no eludiéndolo, nunca le invadía
el sufrimiento ni tampoco el arrepentimiento por lo acontecido. Iván jamás evitaba el desafío que le
ofrecía la vida. Se lanzaba con autentica pasión frente al reto y se recreaba mirándole a la cara
directamente a los ojos. Por alguna incomprensible intuición que le llegó en su niñez, confiaba en la
protección del cielo.
Se precipitaba instantáneamente sin miedo, simplemente se lanzaba, aumentando sin saberlo
la carga que otras personas llevaban porque tratarlo equivalía a abrir un mar de dudas respecto al
itinerario de sus vidas. Hacía levantar el telón del majestuoso espectáculo que es la vida para
transgredir lo corriente y lo excesivamente mundano. Utilizaba a los demás, y a su vez se dejaba
utilizar. Asumía la posición que libremente había escogido y así, no podía sino beneficiarse... ¡por el
momento!
Al margen de que sus iniciativas prosperaran o no terminaran de cuajar, como le sobraban
desafíos, metas y objetivos que conquistar, no se preocupaba de nada que no fuera gozar. Podía no
ganar lo que esperaba, pero jamás perdía por completo. Siempre había “algo” que obtenía aunque a
veces era demasiado extraño e incomprensible incluso para él. En esos años desconocía la
moderación. Y buscaba la mujer mas apetecible, unas veces sofisticada y otras lo más prosaica posible.
Y no era una noche de locuras y desenfreno carnal lo que perseguía. En realidad, solamente quería
pavonearse, demostrarse que podía seducir a cualquiera que se propusiera. Y asimismo quería sentirse
deseado, pero mucho menos que admirado, poseerlas era algo demasiado cotidiano y trivial para
Iván.
En su mente nada más existía la película que había visto trece veces en distintas pantallas
cinematográficas. Su afán más íntimo le decía que había llegado a este mundo conocido por todos
para procurar placer a los demás, y a ello se entregaba entendiendo la expresión del placer sexual. Se
deleitó viendo a las mujeres regocijarse agitadas y todo por una la película: “Gigoló americano” que
encarnó con acierto Richard Gere; con un sensualismo y una elegancia que jamás hubiera
proporcionado Travolta, como nunca hubiera podido interpretar Gere “Fiebre del sábado noche” o
“Grease”. Fue a raíz de lo que encerraba esa peculiar manera de vivir y de entender la vida que Iván se
había convertido en un joven de diecinueve años al que le agradaba procurar placer a las mujeres.
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Vestía impecablemente trajes caros bien combinados, relucientes zapatos, cinturón a juego y
vistosas corbatas de marca. Era exquisito en el trato y refinado en los gestos. Estaba muy lejos del
desaliño, y su rostro no podía confundirse con el de un boxeador. Hasta improvisó un andar singular
que lo distinguía. Y quienes lo conocían, no podían esconderse de la risa. Y quienes no le conocían,
no podían evitar fascinarse con su presencia. En ninguno de los dos casos pasaba desapercibido. Era
invariablemente el blanco de comentarios por uno u otro motivo; a Iván esto le encantaba. Toda la
atención que no tuvo en su infancia la hacía suya despertando la curiosidad en los demás. Y le seguía
gustando provocar reacciones en la gente y ver cómo se desarrollaban las situaciones que él mismo
creaba desde la nueva faceta de gigoló.
Le llamaba poderosamente la atención la mujer dulce, porque a Iván se le conquistaba con
suavidad. Una chica autoritaria que impone más que sugiere y que obliga a hacer las cosas por la
fuerza, nunca podría salirse con la suya. Iván tenía que decir la última palabra. La arrogancia típica de
la juventud cobraba límites insospechados en Iván que prefería malograrla que no hacer nada con su
juventud. Por consiguiente, tan sólo con diplomacia, delicado tacto y mucha dulzura, podía
doblegársele como quien no quiere la cosa. Entonces y solamente de esa manera se podía hacer de
Iván cuanto una quisiera. Iván aborrecía las mujeres-armario, las vastas o vulgares, y también aquéllas
que eran un monumento escultural de la naturaleza sin nada más que ofrecer que no fuera su cuerpo.
Podía trepidar escuchando el tono de una voz y con Mari Carmen trepidaba cada vez que la escuchaba
y como un helado al sol se derretía. Iván sentía y se dejaba llevar, porque temer al amor era como
temerle a la propia vida y los que temen a la vida, decía, ya están muertos. Pero Iván amaba la vida,
más nada sabía en verdad del amor. “La vida no está hecha para comprenderla... ¿por qué el cielo es
azul? ¿Por qué la mar es salada? ¿Por qué los peces no se ahogan?... ¡y qué más da! Si la vida solamente
es para vivirla” decía y, Oscar, seguramente discreparía en relación a esta consideración de Iván.
Oscar se hubiera tirado de los cabellos si supiera que Iván mantenía que las mujeres son como
melones “Tienes que probarlos todos hasta encontrar uno bueno antes de que maduren. El hombre,
en cambio, es como el vino. Cuanto más tiempo ha madurado más sabroso está”. Y defendía la tesis
de que la mujer pertenece a otro planeta. Exponía sin pudor que “Para las mujeres el amor lo es todo,
mientras que para los varones es solamente una cosa más... ellas llegan a la cama cuando hay amor...
nosotros llegamos al amor después de la cama”. Así transcurrían sus días llenos de proverbios
populares y frases hechas que llevaba a la práctica hasta sus últimas consecuencias por el puro placer
de investigar y de ahondar en las cosas de la vida.
En una ocasión, a Iván le chocó tanto una frase publicitaria que rezaba: "Vender es mal vender" que
decidió asistir a una subasta. Siendo pública, podría ampararse en el anonimato; una oportunidad para
reparar en otros comportamientos humanos. Iván no dejaba escapar ninguna nueva experiencia.
Andaba por el mundo con los ojos bien abiertos. Todo lo desconocido significaba el cebo en un
anzuelo, hasta el punto de no poder caminar si no poseía la vivencia. Y en la sala De Vilardell se
desarrolló una subasta diáfana.
Asistieron compradores que con sus pujas y su aire desinteresado hicieron subir los precios.
Tradicionalmente, en aquella sala quedaba garantizada la discreción. Una mujer de clase alta venida a
menos que precisaba recibir urgentemente una cantidad de efectivo para paliar un grave problema de
liquidez que amenazaba su posición social, además de una parte del patrimonio familiar, entregó unas
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valiosas piezas de arte dignas del coleccionista más fanático y así pudo recibir a cuenta una suma
importante en el mismo instante del deposito. Avispado como pocos, Iván se percató del detalle.
Hacía muchos años que el establecimiento organizaba subastas cada fin de mes con una gran
asistencia de público y una gran satisfacción por parte de los vendedores. Si bien desconocía las
normas de proceder y la cortesía del evento, ello no impidió que actuara. Sin pensarlo dos veces, se
dirigió a la señora y presentándose educadamente, se ofreció al director para constar como titular del
paquete de joyas, asegurando todavía más el buen nombre de aquella dama que intentaría pujar en
su favor haciendo subir el precio. Y fruto de la artimaña, los compradores pagaron un sobreprecio. Y
la velada fue de gala, porque además de descubrir las angulas de Aguinaga, Iván encontró en aquella
mujer a su maestra.
Una vez más, igual que en todas las anteriores, quería complacer a la mujer hasta extasiarla
pero la dama era muy exigente, así que tuvo que aprender algunos trucos. Con ella practicó durante
meses los entresijos del Kama Sutra hasta que juntos en el tremendo salón, echados en la pulcra
alfombra visionaron en la penumbra de unas velas la película: “El imperio de los sentidos” de Nagisha
Oshima. Iván se impresionó tanto que temió su mismo destino y esa madrugada desapareció,
renunciando a un sin fin de privilegios.
Probablemente Oscar no hubiera sido capaz de llegar tan lejos. Introvertido, todavía no sabía que era
alma esencial, y que llegaría a amar tanto su alma que abriéndola para percibir las cosas de la vida se
equivocaría al situarse detrás de las verjas del propio calabozo: la fortaleza que construiría para
protegerla. Demasiado contenía sus deseos. Tenía tanto cuidado de su pensamiento que nunca se
decidía a emprender un camino. Una vez determinada la idea, se aferraba a ella preparándose para no
averiguar otras causas que pudieran alterarla y ahí quedaba todo, solamente en la promesa; en una
imagen sin acción.
Por el contrario, Iván era extrovertido, todo impaciencia. Había salido demasiado pronto a la
calle y tras de sí se le cerró la puerta dejándolo afuera frente a un mundo gratamente tentador en el
que contento buceaba. Demasiado se abandonó a sus pasiones. Vivía halagando a sus sentidos sin
saber exactamente hacia donde se encaminaba. En busca de la autentica verdad, perseguía cualquier
condición que variara sus conclusiones supuestamente para mejorarlas, y así era todo tan perecedero
y cambiante que yacía entre lo intangible.
Uno, anteponía su yo a cuanto acontecía. Miraba el mundo con racional claridad ofreciéndole
una afectividad romancesca hasta el punto de mantener como “verdades” las más inocentes
supersticiones privadas, porque para Oscar, el centro de sus mismas interioridades, el lenguaje y la
escritura, eran la comprensión de lo lógico. Y así era un realista de “su” realidad con inmensas
capacidades de visionario. Siempre un hipotético del asunto, consideraba más importante especular
que obrar, y esto tenía un motivo: estaba lejos del mundo; pretendía leer los manuales de instrucción
antes de ejecutar nada cuando algunos manuales todavía están por escribirse. Analítico, estudiaba
todas las partes de un fenómeno para establecer en seguida semejanzas comunes con otros
fenómenos, dilucidando sin obtener ninguna conclusión que obligara a la acción definitiva.
El otro, posponía su yo cautivado por cuanto acontecía. Quería afirmar y reafirmar
incondicionalmente su temple frente al mundo externo, pero viviendo en una sombría parte de sí
mismo que supeditaba con dolorosa dependencia el mundo que intentaba recrear, porque para Iván,
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la fantasía y la imaginación eran la comprensión de lo no verbal. Y así era un creador activo con
inmensas capacidades de distracción. Siempre un práctico del asunto, consideraba que era mejor
probar y averiguar y esto tenía un motivo: transformarlo todo en instrumentos y herramientas para
lanzarse a vivir con su propia maña. Embaucado por la intención de lo estético, el mundo se le
antojaba un enorme escenario donde quería interpretar su papel. Definitivamente no quería ver el
espectáculo si no examinar las cosas y los hechos que componían la trama argumental.
A Oscar le envolvía una aureola aristocrática. Intelectual, le caracterizaba la inteligencia
masculina. Escéptico, ponía en duda la existencia de Dios. Pasivo y concreto, se concentraba en el
aroma y el simbolismo que guardaba la vida para encontrar su brillantez y, en trance, en ese estado
de reposo cuando la conciencia receptiva está en espera se dejaba abrazar por la serenidad, y también
por los sentimientos procedentes de su interior, en paz, pero sin felicidad.
A Iván le obsequiaban con un tributo popular. Sentimental, le caracterizaba la afectividad
femenina. Ateo, negaba la existencia de Dios. Activo y abstracto, se concentraba en el color y las
formas que tomaba la vida en busca de su continuado movimiento y, en éxtasis, en ese estado de
agitación, se dejaba abrazar por la pasión, y también por las sensaciones procedentes del exterior y
dichoso, no hallaba descanso. Ni sabía de la paz interior.
Ambos simbolizaban lo opuesto; uno interpretaba lo frío, lo dulce y lo sólido mientras el
otro encarnaba lo caliente, lo amargo y lo líquido. El uno par, contenido, sustancia. El otro impar,
forma, accidente. Y a su vez, asimismo figuraban como lo complementario. Oscar los raíles. Iván la
locomotora. Se pueden intercambiar los ladrillos... pero el muro... ¿sigue siendo el mismo muro?
De un lado la naturaleza y la complejidad del universo, y del otro, la vida y la conducta
humana. El primero etéreo, potencia, esencia. El segundo materia, acto, ser. Ah! Que bella es la vida
cuando se la atiende con voluntad consciente.
Iván te zarandeaba con su sola presencia mientras que Oscar te aquietaba sosegándote. Ante una
primera cita, Oscar se preparaba pensando en lo que iba a decir mientras que Iván se centraba en
actuar convenciendo a todos de lo irresistible que era, ¡curioso que ninguno fuera simplemente
espontáneo!
¿La dependencia preferida de cada uno? La alcoba en el caso de Iván. La biblioteca en el caso
de Oscar. Oscar se sentía acomplejado y pequeño como una hormiga nacida ayer en una reunión
donde no conocía a nadie, a diferencia de Iván que le faltaba un instante para ubicarse en el sitio
perfecto con la puerta en frente y la pared a su espalda con pedazos de vida entre sus dientes. Uno
producía el efecto de un tequila doble. El otro te dejaba el candor de una tila. El primero necesitaba
transformaciones rápidas. Al segundo le gustaban los cambios suaves y progresivos.
Para Oscar, su deseo de cambio era moderado. En general era un joven satisfecho que tenía
cuanto quería. Alababa el asentamiento más que la revolución. Y justamente esa actitud le
proporcionaba bienestar. Por el contrario, Iván corría detrás de cualquier espejismo. Desconocía
que la estabilidad guarda sus virtudes. Los deseos de cambios en su vida eran tan reales como
apresurados sin tener por qué sentirse particularmente insatisfecho por ello. Consideraba
imprescindible avanzar para no quedarse estancado o lo que equivaldría a una tragedia: ir hacia
atrás. No temía los giros que implican rupturas. No renunciaba a los cambios por temor a perder
privilegios. Consideraba la transformación cosa vital de necesidad. Sometía el miedo
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fortaleciendo su coraje para vivir con mayor sabiduría porque en su saber imperaba la ciencia de
que hay razones para gozar de la vida sin aprensiones. Y con entereza afrontaba la vida con una
perpetua marcha hacia adelante llegando a ser violento consigo mismo y con su entorno
cambiándolo todo y vuelta a empezar al margen de la gente y del qué dirán. Quería convertirse
constantemente en otra persona diferente sin límites en sus elecciones. Si la idea de cambiar se
cruzaba ese día ya no la podía detener, asumiendo a gran velocidad los sinsabores del camino
antes de que llegara la noche, antes de que la noche se volviera insoportable por no haberlo
intentado.
¿Torturaba Iván a su cuerpo? Oscar mantenía relaciones amistosas con su cuerpo y, sobre todo
con su mente. Su apariencia física no era motivo de preocupación. Sin embargo, Iván consideraba su
cuerpo como un capital único y precioso que mantener y cuidar. Tenía la tendencia a servirse de su
cuerpo como herramienta para alcanzar sensaciones fuertes. Los esfuerzos de Oscar iban encaminados
a protegerse de las agresiones exteriores limitando al máximo los daños o cualquier tipo de
perturbación. ¿Lo que consideraba ataques del exterior podían ser oportunidades para cambios
estupendos? ¿Quisiera Oscar acceder a una autoestima más alta? El deseo de controlar todos los
procesos de cambio, ¿era su mayor defecto? ¿Lo sería en el futuro? ¿Probará Oscar a dejarse sorprender
en alguna ocasión?
Iván iba hasta el fondo en busca de potencialidades inutilizadas. Se angustiaría en caso de no
poder indagar. Aspiraba a aumentar su círculo de amistades. Le gustaba poner los puntos sobre las
“íes” y a continuación un signo de exclamación! Su ansia por apreciar y percatarse del mundo y la
vida, ¿lo conducirá hacia abismos extremadamente peligrosos? ¿Sentirá la tentación de probar drogas
para escapar de lo demasiado común? ¿Se convertirá en delincuente por lo romántico de ser pirata?
Oscar e Iván oyeron la voz como si se tratara de un descomunal rugido: “El camino que habrás de
desandar es interminable y morirás si no despiertas realmente”. Se sobresaltaron en su cama los dos
sintiéndose perdidos. Pero se recostaron y descansaron extenuados. Y pronunciaron al amanecer estas
palabras: “Un día o una noche, y entre mis días y mis noches ¿qué diferencia cabe?”... primero Iván, y
luego Oscar, soñando despiertos sin comprender.
Los hombres se confunden gradualmente con el aspecto de su camino. Decir “los hombres”
es decir todos los hombres y mujeres que vivieron antes de ellos. Hablar del jaguar es hablar de todos
los jaguares que lo engendraron, los ciervos las gacelas y los venados que devoraron los jaguares, el
pasto del que se alimentaron los ciervos las gacelas y los venados; la tierra que fue madre del pasto
bajo el cielo.
Cada persona es el fruto de sus circunstancias y elecciones y con el transcurrir de los años y de
los hechos, la noción de una verdad absoluta. Y llegará la sentencia con rayas transversales en la cara
y en las piernas conteniendo el sonido mudo del lenguaje de esa voz que vale una sola palabra y
equivale a todo; mundo, vida, universo.
¿Están encarcelados en sus celdas?... ¿Encontrarán la salida del incansable laberinto? y, ¿regresarán
como hombres nuevos?
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Desentrañar los designios del universo o pensar en sus triviales dichas y desventuras, quien
sabe, no importa por el momento. Lo que importa aquí es lo siguiente. Alguien los visitará para que
piensen que están locos durante la hora del día en que no existen las sombras y sofocados, levemente
aliviados por la brisa que sopla a escondidas por entre los troncos de los árboles preludiando un
chaparrón, los dos amigos celebrarán un contrato al que los tres pertenecen!
Hay quien llega por vías más pacíficas, lineales y predecibles; cada cual a su manera; unos,
apacibles individuos moviéndose en círculos hacia delante en el mutismo, mientras otros rompen el
círculo para representar con su trayectoria los héroes de leyenda; tipos sanos fieles a sí mismos y
ajenos a las convenciones en contraposición a los otros de reprimida personalidad lapidada por la
debilidad, pero con la suerte del azar en el bolsillo.
Ya quedan pocos aventureros en el planeta, pocos artesanos, inventores, cada vez menos
poetas. Y unos y otros son necesarios para recorrer los caminos empleándose a fondo a la hora de
expresar lo que sus ojos han visto, revelando todo aquello que ha sentido su corazón indomable con
la intensidad de quien se identifica a sí mismo diferenciándose de todos los demás, y a cuya virtud es
necesario un período de tinieblas. Gloria para Oscar e Iván si lo consiguen!
Durante la infancia, los niños y las niñas se lanzan a los jardines y a las riberas de los ríos para escenificar
con impetuosa convicción las aventuras de su rico mundo interior, sin embargo, por la complejidad
que adquiere la mente y el cuidado del estereotipo, las claves de lo correcto e incorrecto, toda
representación queda sustituida por cortos lapsos de tenue imaginación conforme se hacen mayores.
Pocos adultos vemos persiguiendo indios, buscando una ciudad perdida o prestos al abordaje de un
galeón español.
Las personas nacidas en el nuevo milenio, presas de lo tecnológico, no vienen precisamente a
un mundo de aventura si no de tediosa inmovilidad dolorosamente atenuada por los violentos
videojuegos y las agresivas películas de acción vacías de humanidad. El denominador común es lo
abominable. Y en tales circunstancias el mundo posible se reduce. Aún estando al alcance en las
estanterías de las bibliotecas no se leen libros como “La isla del tesoro” o “Robinson Crusoe”.
Tampoco “Colmillo blanco” o “El corsario negro”. O “Los tres mosqueteros”, “El conde de
Montecristo”, “El prisionero de Zenda”. Ya no hay asombro por lo exótico ni por lo mágico.
Cuando comienza la edad de la reflexión, puede extraviarse un universo entero. Cuidado.
Peligro. Sin embargo, curiosidad por la vida y el mundo e imaginación por interpretarlo de manera
peculiar distinguen a Oscar e Iván.
Admirablemente aliadas la curiosidad y la imaginación como admirable unidad es la persona
de Oscar e Iván, permite continuar leyendo a quien elige permanecer despierto y atento cuando otros
eligen apearse si la lectura comienza a ser un tanto compleja o fantástica, porque Oscar e Iván son
seres entrañables semejantes a muchos otros en la faz de la tierra en los que se cuela un personaje
sorprendente con aspecto de feroz animal, y alma de cielo, contradicción imposible en nuestro
mundo por lo extraño del suceso y, en verdad... ¿no somos todos nosotros bellos personajes
escondidos en apariencias grotescas?
El desconcierto en suma! Pero se trata de una opción inédita bajo el disfraz de una biografía;
el desliz del relato de la mayor aventura que no es otra que la del viaje espiritual. Y sólo que te dejes
impregnar advirtiendo capas de refutación y reclamación alternativamente sin que el arte de la
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sugerencia y el anécdota permita la vacilación o la indisciplina será que obtendrás la redención luego
de la enmienda, por lo que tu labor está en captar hasta recrear lo que te propongo recorrer: una
historia tejida de cabeza al precipicio para que asciendas contemplado desde la altura del ángel
habiendo estado aquí y allí al mismo tiempo, ¿de qué otro modo podría considerarse esto en tus
manos un libro? Riqueza! Nada más riqueza en movimiento que danza entre las páginas en tus
manos.
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Enseña la sociedad que vencer a los demás es ser un hombre fuerte, pero Oscar solamente quería
vencerse a sí mismo desatándose de las cuerdas que lo mantenían oprimido. Quería cortar lo que le
ligaba a este mundo y acceder al submundo para elevarlo, sin embargo, prejuicios e incómodas
tradiciones lo mantendrán atrapado por años.
Era una persona equilibrada aunque se turbaba a menudo por las presiones sociales y las
agresiones que el capitalismo inflinge; disponía de una especie de varilla electromagnética que captaba
cualquier corriente pero que se autorregulaba sola sin necesidad de ayuda externa. Si perdía la posición
de equilibrio, la recobraba con la misma rapidez que la perdía, salvo en un aspecto: la muerte. La
muerte superaba a Oscar. Y sin saber bien como enfrentarse a la muerte, esbozaba otras cuestiones.
Amenizaba sus dudas preparando minuciosamente argumentos a cerca de otros asuntos tras
inescrutables consideraciones, y le gustaba convertirse en una persona que en las reuniones
participaba de la conversación sin temer a los desconocidos o a los alborotadores ni a los
planteamientos de otras culturas.
Le complacía quedarse sin hacer nada en silencio con la luz apagada durante largo tiempo a
solas con sus pensamientos. Así se relajaba, y para Oscar, relajarse era algo imprescindible. Debía
hacerlo regularmente. Quería escribir su historia con líneas rectas y profundas.
Empezó a interesarse por la arqueología en un intento de esclarecer si se trata de una ciencia
o un arte. Mantenía que no hay que exhumar cosas ni fragmentos sino al universo entero; tal
razonamiento lo llevaría a investigar en la astrología para averiguar como ésta incide en la Naturaleza.
Podría comprender el pasado si conocía a las mujeres y a los hombres que yacían representados por
sus vestigios, pero no únicamente así. Todas las excavaciones que se llevan a término en distintos
lugares del planeta no son sino pequeñas destrucciones, incluso en el mejor de los casos, toda
extracción de un objeto frágil debería realizarse con la delicadeza de las manos de un relojero en lugar
de la azada y la pala “Se requiere la navaja y el pincel”. Y como un arqueólogo que se procura huellas
y las sigue de manera detectivesca, al igual que el astrónomo examina el cielo, Oscar comenzó a
escudriñar.
Su afán no era otro que el de comprenderse. Nacía su apertura dispuesto a recibir los dones para
conocer el gozo de dar sin condiciones. Le costaba reconocer que estaba limitado al depender
del futuro. Se preparaba como abogado, y en su actividad se aprovecharía de las desgracias ajenas
para mantener su despacho desde una cómoda posición económica que garantizara los caprichos
mundanos permitiéndole vivir al margen de la realidad social, y de esta manera, sin desprenderse
de lo trivial, difícilmente conectará con las benéficas fuerzas del universo.
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Argumentaba Oscar “La ciencia reconoce el poder de la luna para mover grandes masas de
agua. Si el Hombre mismo está constituido por un setenta por ciento de agua, ¿por qué habría de ser
inmune a tan poderosas influencias planetarias?”. Se aferró de igual forma a otros planteamientos
para sentar bases. Se dedicó a notar que la mayoría de la gente que conocía se dejaba llevar por el
medio y su entorno y por la voluntad de los que son más fuertes. Oscar quería conocer su autentica
naturaleza y aprender a reconocer los sueños ocultos de las personas igual que todas sus esperanzas
secretas. Deseaba encontrar el arco iris que cada uno esconde celosamente en su interior.
Y comenzó por él mismo diciéndose para sí “Cuando uno conoce su signo solar y la
combinación con su ascendente, está sustancialmente mejor informado que quienes nada saben”.
Solicitó diversas cartas natales; fotografías de la posición exacta de los planetas en el cielo durante el
momento de su nacimiento. A parte del sol y la luna, hay ocho planetas que influyen y matizan los
detalles del carácter. El ascendente modifica en gran medida el signo solar; es una zona particular del
zodíaco en la cual se sitúa el sol en el preciso instante que se respira por primera vez.
Pero además indagó en el horóscopo chino, azteca, hindú. Consiguió cartas astrales y kármicas
sobre su persona. Encargó informes grafológicos a reputados gabinetes especializados y tres estudios
caracterológicos. Realizó diversos test de personalidad y encargó a un par de psicólogos informes que
resumieran las conclusiones sobre su carácter en una sola cuartilla de papel. Y se sorprendió de la gran
cantidad de coincidencias, de la uniformidad del material recopilado de distintas fuentes. Entonces,
un poco más convencido hizo suya una frase de Linda Goodman -La humanidad descubrirá algún
día que la astrología la medicina la religión la astronomía y la psiquiatría, son la misma cosa; cuando
todas ellas se integren cada una estará completa y mientras esto no suceda, cada una seguirá teniendo
ligeras carencias-. Le gustaba la frase.
A continuación de haber contrastado y reconfirmado, conocía cuales eran en mayor grado sus
cualidades positivas y sus cualidades negativas, y decidido se dispuso a multiplicar las primeras y a
eliminar en lo posible las segundas. Estaba dispuesto a trabajar duro y no cometió el error de
permanecer en la superficie tratando de reconocerse en su signo astrológico. Miró más allá de
esos rasgos que podían despistarle, puesto que los astros marcan tendencias e inclinaciones pero
no obligan ni determinan los actos. Oscar percibía que el alma del ser humano es superior al
poder de la influencia de los planetas.
Y un miércoles después de cenar consultó su agenda para descubrir algo. En su conjunto, las
personas anotadas correspondían a los signos afines que la astrología le había indicado. Eso no podía
ser una mera coincidencia. Se trataba de una evidencia. Continuará investigando a lo largo de los
años introduciéndose en la numerología, en las runas vikingas, en el tarot, pero un día topará con la
gnosis y se detendría. Pero hasta entonces, se enfatizó de promover ese conocimiento con la gente
que frecuentaba. A todos empezó a hablarles con una sola finalidad: que el conocimiento fuera un
carburante provechoso que consiguiera que se tratasen unos a otros con más tolerancia al
comprenderse mejor por lo difuminado de la naturaleza humana y por la complejidad de las
necesidades vitales de cada persona en particular. Y se comprometió a la proximidad del propio
acercamiento escribiendo en la portada interior de su agenda “Mediante semejante conocimiento
lograré gustar más a los demás, porque al mostrarme con honestidad, permitiré que disfruten de mi
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verdadera naturaleza”. Era una frase plena de potencial pero únicamente una frase escrita que lo
alentaba a relacionarse.
Su conversación era sugestiva. Lo había empezado a ser en la etapa de su bachillerato, durante
las cenas en el comedor del internado después de pasar por Santa Eugenia. Acostumbrado a sentarse
en el mismo lugar, ya que no pudo hacerlo en la cabecera de la mesa de su casa, y desde la esquina
contemplaba el enorme salón, contemplaba a sus compañeros, y rápidamente se acostumbró a ser
rodeado de chicas que lo buscaban. Cada noche se repitió la disputa porque las primeras en llegar eran
las que se quedaban en su compañía. Frente a las insubstanciales charlas de los muchachos de su edad,
las chicas prefirieron los inquietantes temas en los que Oscar insuflaba el bálsamo correcto para
espolear sus mentes. Insólitos y extravagantes temas para unas, recónditos y estimulantes para otras,
en su despertar de los sentidos resultaron más atractivos que hablar de fútbol y motocicletas o de los
estudios que se hacían pesados, circunstancia que había aprovechado para instarlas a que se
conocieran, para que de esta manera averiguaran sus verdaderas inclinaciones vocacionales. Pero ese
mismo principio olvidó aplicárselo a él. Su padre ya decidió en su día que sería abogado y su madre
se lo recordaba cada vez que hablaban por teléfono y Oscar, Oscar no cuestionaba el asunto. No fue
un asunto negociable entonces, como tampoco lo era ahora que cumplía su mayoría de edad e
ingresaba en la universidad.
Su carrera seguía sin obstáculo ninguno. De temperamento serio, responsable, sensato, Oscar
detestaba la frivolidad. Se mostraba sereno y prudente. Gracias a estas cualidades no le costaba hacer
amistades. Y a parte de su gusto por la discusión civilizada y la negativa a dar su brazo a torcer, Oscar
tenía la facultad de crear un ambiente agradable de paz a su alrededor. Suspiraba para que la gente se
encontrara bien junto a él y eso sucedía exactamente y lo buscaban para acurrucarse a su lado
buscando calor humano.
Humanitario y bondadoso, descubrió la delicia de llevar consuelo y estímulo a todas aquellas
personas que lo necesitaban. Desde su paso por la cima del Tagamanen donde no había el griterío de
otros niños ni grupos de adolescentes cazando abejorros o ranas que luego lanzarían a las muchachas
de cortas faldas y trenzas que saltaban a la comba sin desmayo, Oscar pretendía construir los
cimientos de un mundo más justo. Su laboriosa condición no cesaba en su empeño y los fines de
semana se automarginaba al excluirse del grupo de amigos del primer curso de la universidad para
refugiarse en una voluntaria solitud. Recorría el sendero del auto-conocimiento para poderse amar
con intensidad, y así, poder ser digno del amor de otros. No podía salir a divertirse si no había resuelto
esta cuestión. Necesitaba sentirse amado por lo que era; tanto como en su infancia necesitó ser
protegido por su fragilidad.
Derrochaba afecto hacia sus compañeros sin intenciones concretas. Romántico y
extraordinariamente sensible, era un ser vulnerable que en sus paseos buscaba una coraza para que
nadie lo hiriera. Observaba la belleza de los pinos y como éstos exhibían sus frutos al tiempo que
escondían sus raíces que imaginaba avanzaban hasta llegar al mismo corazón de la tierra donde todas
juntas se saludaban en un multitudinario apretón de manos.
Sus procesos mentales aparentemente lentos, eran sin embargo meticulosos, sistemáticos, y
extremados; así desmenuzaba las ideas y los conceptos antes de lanzarse a la ejecución de
cualquier proyecto para avanzar, llegado el caso, de manera infalible. Y las personas que le
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conocían más allá de su apariencia física le reconocían su entereza, como Víctor, y lo respetaban
por su integridad moral y el sentido de justicia, como el catedrático de la universidad. Sin
saberlo, Oscar era un auténtico líder excepcionalmente dotado para alcanzar cualquier objetivo
que se propusiera. Tan sólo debía lanzarse. Pero eso estaba lejos de que ocurriera. Y aunque por
alguna extraña razón desde algún lugar remoto recibía “señales”, inequívocos mensajes a modo
de regalos, todavía no entendía como debía emplearlas.
Emprendía el camino de una interesante existencia llena de vivencias positivas, y si no recibía
malas influencias ni presiones negativas que opacarían su evolución y truncarían su camino,
estaba llamado a realizar una importante misión humanitaria. Sin embargo, hasta que no
accediera a la dimensión de su buen amigo todo quedaba obstruido. Para Iván, un pupitre era un
lugar donde sentarse en la escuela y poner encima los libros. Para Oscar era madera. Esta sencilla
diferencia de opinión que prevaleció en la adolescencia se acentuaría a lo largo de su juventud.
Uno se concentraría nada más en lo que esa cosa es, y el otro, simplemente en su utilidad. Y en
esa dualidad cada uno de ellos estaba en lo cierto, pero debían anudar esfuerzos. El pupitre era
una misma cosa compuesta de forma y contenido.
Oscar había sido un adolescente poco expuesto a la lluvia. Débil en su arrojo, se retiraba para refugiarse
bajo un techo que lo protegiera. Una pauta muy distinta de la palabra “lluvia” le llegaba a Iván, quién
con el afán de tocar la realidad disfrutaba con las tormentas tropicales. ¿Son las cosas como se
aparecen en nosotros o como se aprecian a través del microscopio? ¿Es el agua algo que moja o
solamente H2O?
El cuerpo es un instrumento de registro sensible que transmite sin cesar toda clase de
mensajes, pero cuanto recibe, nunca es “exactamente lo mismo” para unos y otros. La sociedad ha
desarrollado mecanismos que exigen y obligan a “deshacernos” de estas diferencias que existen entre
nuestras percepciones individuales respecto a la opinión generalizada. Esto se ha acentuado hasta
perpetuarse atendiendo únicamente aquello que es “comunicable”, y escondiendo el resto
inicialmente indeterminado bajo el oscuro manto del olvido.
Hay dos maneras de saber el significado de las cosas. Una es definirla usando palabras, lo que
presupone un conocimiento de las palabras empleadas en la definición y una similar concepción con
aquellos con los que uno se comunica. La otra es escuchar la palabra, ver el objeto en movimiento,
tocar sus contornos, sentirlo, y ésta, es la única viable en principio puesto que permite vivirse ese
algo. No es lo mismo aprender el significado de “sol” “montaña” “comida” “cama” o “lluvia”, que
participar del acontecimiento. Sentir el calor del sol, apagar el hambre con alimento, acomodarse
para descansar dando utilidad al objeto o mojarse bajo la lluvia; son formas bien distintas de operar.
El significado que el niño da a la palabra es el resultado de su propia experiencia, de su exclusiva vivencia personal, la cual varía de acuerdo
con su circunstancia íntima, tanto como el punto de partida en su percepción. Así sucedió con Oscar e Iván desde su niñez. A uno le obsesionaba
aprenderse las cosas de memoria, independientemente que las entendiera o no, al otro, simplemente le obsesionaba descubrirlas para conocerlas
averiguando qué beneficio podría obtener de ellas. Y así, en el curso de la instrucción de ambos, para Oscar, el mundo de las palabras se iría separando
cada vez más y más del mundo de los sentidos, de la realidad inmediata, mientras que para Iván predominaría la concepción de las cosas con las que se
relacionaba aferrándose demasiado a ellas.
Y cada uno se situará en un extremo de la balanza. Pero el antagonismo entre doctrinas no es
un desastre: es una oportunidad. El ser humano es sustancia en un cuerpo vivo, racional e irracional
al mismo tiempo. Todo lo que existe en este mundo está compuesto de pequeñas partes que se
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ensamblan entre sí, de tal manera que forman otras unidades más grandes y complejas.
Oscar existía como un individuo lógico. La imagen verdadera vivía encerrada, y la retenía. No
sabía bien como actuar. Con su excitante mundo tenía bastante. Percibirá el medio que lo envolvía
con suma expectación sumido en la paciente contemplación porque el principio de animación estaba
obstruido. Y lo que le paralizaba era la incomprensión de la muerte. El pánico a la muerte. Su negativa
a convivir con la muerte como principio de vida.
Iván era una abstracción de la vida. La imagen simbólica de ideal perfecto vivía fuera y corría
en su búsqueda sin conseguir cazarla nunca porque no era verdadera. Vivía excitado por el mundo
que se abría ante él como una flor en primavera. Iván creaba expectación a su alrededor para que ese
mundo y la gente que habitaba en él lo apreciaran de inmediato.
Con el tiempo, Oscar e Iván se intercambiarían pequeños rasgos como dos pintores
intercambian los trucos en las mezclas de colores para innovar. Se invertirán pequeñas cosas con el
interrumpido movimiento del péndulo que oscila de un lado al otro con simetría y poesía. Igual que
cuando el ojo izquierdo se proyecta al hemisferio derecho, así como existe el entrecruzamiento de
las fibras de los nervios ópticos así se intercalarán los dos. El hemisferio derecho del cerebro siente y
mueve el lado izquierdo del cuerpo. Cada uno envía la información al lado contrario. Y
combinándose ambos girarían entorno a un círculo vicioso que desearán romper en busca del espiral.
El mundo excita la psique del individuo, y la psique del individuo percibe el mundo, y psique
y mundo se aparecen en el alma, en su caso, como Jaguar, porque la vida animal ignora la forma
individualizada. No es el animal más que una manifestación parcial de la especie y el alma del animal
es el alma de toda la especie. El ser humano no es un animal razonable, sino sólo capaz de razonar. Y
así, ambos amigos irán tras el “sentido de la vida”. Desde lo místico, Oscar. Desde lo ético, Iván. Uno
como la expresión de la “psique del sujeto” y el otro como la expansión del “mundo como objeto”.
Oscar transcribía sus pensamientos sobre el papel porque era una buena manera de eliminar toxinas. Trabajaba para posibilitar una visión de las cosas
más clara y objetiva. La práctica de cualquier arte requiere entrega fuerza y coraje, además de cautela y sensatez. Algunas de estas cualidades aún no
habían hecho mella en Oscar. Sabía muy bien cuales eran sus carencias y sus dones; el sentido común, la lógica, la sólida analítica por ejemplo.
Sus dos palabras preferidas seguían siendo ¿por qué? Fueron las culpables que ignorara el
sentido del humor. No había lugar para la broma. No entendía la burla. Era incapaz de hacer reír a
nadie. Malo con los chistes; ni sabía contarlos ni sabía reírlos. Desde el fallecimiento de su padre no
recordaba el sonido de su propia risa ni el sabor de una lágrima salada en la comisura de su boca.
Prefería razonar sobre el “por qué” de las cosas. Le desagradaba hablar más de lo estrictamente
necesario. Se preguntaba “¿Por qué quedarse en la puerta de temas verdaderamente profundos; ¿por
qué?”. Los chistes ridiculizan a las personas, demasiado vacuo para Oscar. No comprendía la maldad.
No concebía la hipocresía. Y sobre todo, le gustaba el majestuoso ruido que produce el silencio.
Continuaba hablándole a la Naturaleza en la majestuosa montaña de Santa Eugenia todos los fines
de semana.
Mantenía un argumento que hubiera querido compartir con Víctor “Un gran número de
personas no comprenden el significado de cuanto dicen piensan o hacen, no experimentando el
genuino placer de existir, y de ser, y al no llegar al tope del disfrute pleno de la vida desconocen el
olor de la felicidad”. Pero este principio se lo aplicaba a sí mismo de manera parcial. Oscar sabía, pero
no encontraba como proceder con acierto. Y subía y bajaba por la ladera del Tagamanen al son de
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una amplia gama de registros sonoros de las innumerables aves percibiendo a lo lejos y a diferentes
distancias los ladridos relacionados con distintas razas de perros.
A menudo puso en su boca palabras de otras personas, pero al rato se sentía incómodo como
quien usurpa un trono. Suponía que no diría nada que no se supiera o se hubiera dicho ya de mil
formas distintas; sin embargo, todo cuanto es necesario e imprescindible y en la actualidad no se
aplica, incluso se olvida deliberadamente, alguien tenía que esgrimirlo y Oscar quería abrir los ojos
de las mentes de la gente. Y pretendía ser el impulsor de una gran cadena humana si lograba no
distraerse.
Y un día concreto las pistas del club de tenis estaban ocupadas en su mayoría por las mismas figuras
con sus ropas deportivas de un blanco azulado que contrastaba con el color rojizo del terreno. Desde
los ventanales de la torre controlaba el recepcionista con mirada vigilante a los clientes.
Sacó con parsimonia la lista de espera que mantenía debajo de la caja registradora. Un socio
se acercó excusándose por su retraso y sin dirigirle la palabra, sin un saludo de cortesía, le extendió la
ficha y anotó la hora en una libreta mientras un grupo de chicas revoloteaba cerca del mostrador.
En la zona de descanso se encontraba Oscar. Aquella mañana de domingo se levantó de la
cama poniendo los pies descalzos en el suelo estirando los brazos intentando tocar el techo con las
puntas de los dedos. Aguardaba a Víctor. Sonó el teléfono y desde la recepción, con un seco ademán,
el recepcionista le indicó que tenía una llamada. Oscar conocía su temple marcial y reaccionó
enseguida.
Se dirigió presuroso tropezando con ella, y como la cosa más normal del mundo le pidió
disculpas al tiempo que la ayudaba a levantarse del suelo para seguir avanzando hasta la recepción.
Al colgar el teléfono, el recepcionista le presentó a su sobrina, la mayor del grupo de chicas
que a su vez le presentó a una amiga de su prima que se frotó el codo con un simpático rictus en los
labios. Oscar la contempló por un instante que le pareció perpetuarse en la eternidad hasta que cerró
los enormes ojos de almendra, parpadeó, y volviéndose por encima del hombro le indicó que cuando
fuera mayor su prima sería muy hermosa. En voz baja continuó repitiendo mientras avanzaba hacia
la zona de descanso “... De mayor será hermosa, muy hermosa” pero rectificó para decirse que en
verdad llegaría a ser extremadamente hermosa la prima de la sobrina del recepcionista con la que
había tropezado momentos antes.
Se resguardó lejos de aquél influjo en el sitio donde tenía la bolsa y su raqueta a la espera de
su tío que lo había avisado de su retraso y en cuanto apareció, no volvió a pensar en la jovencita a la
que había arrollado en su camino y a la que acababan de presentar formalmente. Había sonreído
lentamente iluminando el establecimiento como si una fase tras otra de fluorescentes se prendieran
hasta alumbrar completamente todo el recinto. Pero ya estaba al aire libre con Víctor apostándose el
almuerzo.
Para la jovencita de trece años, aquel breve instante se convirtió en una suerte que grabó en
su mente, y durante la semana, cultivó y adornó con toda clase de guirnaldas el feliz encuentro.
Cuando llegó el siguiente domingo, Ana se dirigió al club de tenis rogando para que Oscar se
encontrara allí dispuesto a dirigirse a ella para entablar una conversación larga que no tuviera final.
Al igual que Iván, Oscar había recibido extraños mensajes desde algún lugar remoto, pero aún
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habiendo atesorado celosamente el magnifico regalo que le habló de espera, de aguardar el momento
de amar, Oscar parecía absorto cuando el encuentro entre dos personas que sienten la primera
atracción mutua es la situación más decidida de la vida en pareja, y aunque le habían augurado la
inmediata detección del hecho cuando ocurriera, tan concienzudamente se había preparado y tan
especial lo aguardaba que se arriesgaba a perderlo.
Apenas había dado importancia al encuentro y ya no se acordaba de la jovencita. Había tenido
fuertes exámenes y ni un minuto para preguntarse si aquel tropiezo fue un accidente casual o algo
exactamente causal. Inmerso en su intensa semana de trabajo, no hubo espacio para la jovencita niña
a la que como remache del encuentro le habían presentado con toda formalidad.
Tosco en su tono, el recepcionista siguió llamando por el micrófono a las personas anotadas
en la lista de espera y al pronunciar su nombre, Ana se impresionó. Un tropel de sacudidas azotaron
su cuerpo poco formado. Desde una esquina tras la columna vio como se acercaba su príncipe de
cuento de hadas a la recepción. El hombre por quién había suspirado las últimas noches y por quién
doblarían las campanas en adelante caminaba en una proyección a cámara lenta y se deleitó con cada
uno de sus pasos que coordinó con los latidos de su corazón. Y mientras el rudo recepcionista con
cara de pocos amigos lo entretenía con algún risueño comentario poco habitual en él, Ana se mordía
las uñas dudando sin saber si acercarse con determinada intención o simular con imperfecto descaro
una fortuita coincidencia a modo de un... estoy aquí pero nada tiene que ver contigo. Y rumiando,
titubeando, Oscar se le escapó entre la multitud. No pudo solicitar más complicidad del recepcionista,
pues aunque era amiga de su sobrina el hombre era huraño de verdad. No tenía vocación de cómplice
ni era un buen samaritano.
Ana ocupó el asiento de la esquina en la zona de descanso los siguientes domingos esperando
coincidir con su príncipe. Se convirtió en una cita que se obligaba a realizar movida por la esperanza
y el anhelo de volverlo a ver. Soñaba con Oscar. Le escribía anónimas cartas que no le podía entregar.
Dibujaba su perfil en la carpeta del colegio. Pero a ninguna amiga le contaba su palpitar cuando
preguntaban a quien pertenecía la nariz de esa silueta fina tantas veces repetida. Demasiado íntimo
para compartirlo con nadie, ni siquiera con la sobrina del recepcionista.
Tres meses más tarde, fiel a su obsesión, sentada en su habitual asiento, sola, Ana realizaba tareas
escolares cuando Oscar salió de los servicios de caballeros. Se aproximó sigilosamente por detrás para
recoger unos papeles que se le habían caído al suelo y los puso encima de la mesa con cuidado para
no entorpecer su concentración. Entonces la reconoció. Y un ligero temblor anunció que se trataba
de un ser determinante en su vida. Otra señal, ¿también de un lugar remoto?
Ana estaba ensimismada en el estudio, por lo que no advirtió la presencia que tenía detrás.
No se giró para retribuir el detalle con una sonrisa afable. La dificultad mermaba su amabilidad. Oscar
permaneció examinándola desde su privilegiada posición intentando saber qué asunto la mantenía
alejada. Sus manos se posaron, sin quererlo, en sus hombros, permaneciendo quietas antes de realizar
un leve masaje que con acto reflejo agradeció Ana acariciando con su mano izquierda la de Oscar sin
imaginarse de quién se trataba. Sin mediar palabra, sin que sus ojos se hubieran encontrado todavía,
por medio de la suavidad del tacto entraron en un lenguaje pleno de calidez.
El incidente cambiaría sus vidas.
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Estuvieron callados largo tiempo aun cuando sentados el uno frente al otro se miraron con
detenimiento, examinándose, identificándose.
Sin mencionar una sola sílaba, entraron en sintonía penetrando el uno en el íntimo rincón
del otro y comprendieron lo que les aguardaba juntos. Estaban compartiendo la estancia matrimonial
cuando Oscar se decidió a hablar. Fue para pronunciar una frase que surgió de sus entrañas “Quiero
que nos volvamos a ver dentro de tres años”, y sin apenas reaccionar, sin analizar el contenido nacido
en lo más hondo de su ser emergió la respuesta -También yo así lo quiero-. Y súbitamente advirtió
Oscar que aquella jovencita que irradiaba luz era la inocencia personificada, la pureza y la belleza
unidas en una sola.
Pensó que necesitaría una mujer a su lado, y aunque se trataba del segundo encuentro, sin
dudarlo ya podía entregarle su amor. Algo le pertenecía ahora solo a ella. Se sintió ligado
emocionalmente. El corazón de Oscar transmitía devoción, respeto, y cariño por una personita seis
años menor que él. Y a partir de aquella fecha empezó a pensar en Ana como la única e insustituible
pareja. La sencilla frase había consumado el hechizo. Algo mágico impregnó la vida de ambos y el
club de tenis pareció teñirse de una luz violeta.
Oscar se dispuso a esperar tres años; esperaría hasta que Ana se hiciera mujer. Y antes de
separarse hubo intercambios. Él se quedó con unos dibujos hechos a lápiz carbón. Cada vez que los
mirara, lo transportarían a la intensidad de ese instante huidizo y más tarde inmortal. Ana se quedó
con la cadenita que lucía Oscar y que tanto significaba para él, pues había pertenecido a su padre.
Oscar se la puso alrededor de su cuello delgado mientras ella sonreía lentamente. Luego sacó de su
cartera un billete que partió en dos pedazos iguales, entregándole uno a ella.
La acompañó hasta la puerta del club de tenis y ahí se despidieron. No hubo abrazos. No hubo
ni tan siquiera un beso educado. Flotaban sin adivinar las consecuencias de su futura unión.
Oscar leía antes de acostarse. Se obligaba a dormir un mínimo de ocho horas. No fumaba. No bebía
alcohol. La televisión no le llamaba la atención sino era para visionar algún debate de rigurosa
actualidad o un documental interesante. Le gustaba ir al teatro, asistir a la ópera, frecuentaba los
mejores restaurantes y los sábados por la mañana los destinaba a poner en orden sus cosas. Seguía
siendo meticuloso y ordenado.
Había colocado una gran lámina de corcho que cruzaba de pared a pared el salón donde
clavaba algunos de sus pensamientos. Disfrutaba estudiándolos, revisándolos, evaluando las ventajas
y los inconvenientes antes de asumirlos. Frases colgadas como ropa en el armario a la espera de
ponérsela. Escribió: “La verdad te libera”. “Absolutamente nadie puede hacer con naturalidad
aquello que no le surge de su fluir natural”. “La semilla de la vida son los hijos”. No tomaba notas,
escribía sus propias frases en los márgenes de los libros de texto y de esta manera se separaba del
resto de la clase. En los momentos de descanso ya no se relacionaba con nadie. Una loca canción a
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coro no podía faltar pero Oscar no participaba concentrado en su mundo interior donde hervían
frases tipo “En la mirada del apagado anciano hay una canción que solo el alma sensible
comprende”. Una noche que se despertó de madrugada y lo hizo solo para escribir “La bondad en el
pensamiento crea profundidad. La bondad en el corazón crea amor. Pero si logramos la bondad del
alma, somos inmensos, eternos como la verdad”. Y al día siguiente por la mañana escribió con
letras más grandes: “Los sueños de Ana son los míos”. Estaba enganchado, realmente atrapado sin
saber hasta que punto ni a qué obedecía tal intensidad.
Oscar era ceremonioso, le gustaba el ritual y el protocolo, a diferencia de Iván que buscaba la
química inmediata anhelando hacer saltar las chispas en cada encuentro sin posponer la magia,
utilizando el principio del aquí te pillo aquí te mato y así, ambos obtenían resultados francamente
dispares.
Para Oscar, únicamente había un tipo de mujer y una forma de amar. Ana encarnaba todos
los requisitos físicos: piel morena, cabello largo y espeso de negro azabache, oscuros ojos que clavaba
como aguijones, gruesos labios naturales, y una expresión en su conjunto encantadora que
combinaba a la perfección con el presagio de un fuerte carácter detrás de aquella peculiar sonrisa lenta
que apenas insinuaba. Vestía con pulcritud, y lo que más recordaba eran sus finos modales, tanto
como su dulzura. Y al pensar en su amigo se le escapó un comentario “Quiero una mujer educada en
la calle, una autentica princesa, pero de puertas adentro en el dormitorio necesito una puta... ¡quiero
fuego!”, y se sorprendió por lo contundente de su consideración que no se atrevió a escribir
apresurándose a olvidarla como si tuviera que avergonzarse por su petición.
A la espera de que llegara la fecha, Oscar se perdía en sus pensamientos. Quedaba embelesado horas
y horas frente a sus notas manuscritas, a veces ininteligibles por la pésima caligrafía debido a que
una sensación que aparecía y desaparecía como una ráfaga de viento requería ser anotar como
fuera, pero con rapidez. Exigente consigo mismo, se había prohibido extraviar una sola palabra, una
sola impresión, un suspiro tímido. Y no sólo le gustaba reflexionar, se recreaba planteándose
cuestiones filosóficas y sus breves escritos mostraban una inquietud perenne, una fuerza por querer
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llegar más allá sin precedentes en su entorno inmediato. Y se introducía paulatinamente en la
meditación hasta que el silencio se rendía ante él y escuchaba “la voz”.
Oscar aprendía a respirar dejando que la energía fluyera positivamente a lo largo y ancho de
su cuerpo de arriba abajo y otra vez, de vuelta a empezar.
Pretendía que su vida fuera conmovedoramente noble. Presentía que algo grande le iba a
suceder. Existían pequeños indicios tenues, leves, quizás inauditos, extraños mensajes se le daban
a conocer de manera inusual. Llegaban de forma pintoresca, chocante, inesperada; algo vibraba,
y no vibraba desde fuera sino desde dentro cuando en el exterior sucedía algo concreto. Pero
Oscar no sabía descifrar. Si podía interpretarse alguna cosa, todavía estaba lejos de hacerlo.
En pequeños trozos de papel apuntaba un pensamiento o redactaba una idea con una avidez
abrumadora y se quedaba tranquilo. Solo se relajaba después de poner negro sobre blanco creando a
menudo auténticos jeroglíficos que insertaba en el abarrotado plafón donde múltiples anotaciones
y frases sueltas se encontraban todas para ser escrutadas.
Y amaba el amor. Vivía dejando que el amor lo poseyera. Sentía placer al saborear la sensación
de amar, a diferencia de Iván, quien se dejaba remolcar por la vorágine para acumular una experiencia
tras otra sin buscar significados profundos si no la propia vivencia en sí misma. Oscar registraba cuanto
pensaba, también con respecto al amor, tal cual brotaba sin censura. Solía preguntarse “¿Cuál es la
esencia de la vida? ¿dónde se halla?”. Y elucubraba.
Hablaba para Ana, percibía que lo escuchaba postrada en la cama con un cojín bajo los pies,
tal vez soñando una casa con una porción de terreno a su alrededor. Escribía presagiando sus ganas
de leer las anotaciones. No quería languidecer en la mediocridad ni perderse en lo cotidiano y la
utilizaba como excusa, como remota musa. Deseaba inventar palabras en un mundo que ya no quiere
soñar. En un mundo donde cada vez hay menos poetas. En un mundo donde amar, resulta algo
rudimentario y arcaico basado en un contrato de intereses y conveniencias.
Quería alquilar un globo que empujado por el viento lo llevara sin rumbo por el extenso
espacio que es la imaginación. Estaba dispuesto a luchar, quería luchar, y sabía que tenía que luchar...
pero no atinaba la manera de hacerlo.
Encontraba paz en su búsqueda, y aunque todavía no sabía bien qué es lo que buscaba, se
interrogaba sin entender bien para qué se preparaba. Levantó el teléfono y agradeció a su madre el
hecho de que se ocupara de su manutención y del apartamento-santuario que le permitía conservar
la privacidad que jamás tuvo en el internado.
Todavía le obsesionaba la muerte. De repente se ponía a tiritar sobresaltado. Sabía que debía llegar
ese día último en que todo termina y denigraba por tal motivo. No quería plantearse el tema; su
simple mención le horrorizaba. Si le dijeran que a los diez minutos fallecería quedaría paralizado
malgastando los diez minutos. Su pánico, lejos de disminuir, aumentaba con cada año.
Oscar empezó a ser crítico con la sociedad que descubría. Afirmó a Víctor durante un
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almuerzo en el comedor privado de ejecutivos del edificio donde trabajaba que solo unos pocos
sobreviven a la inmundicia que reina. Había escrito “Únicamente los fuertes sobrevivirán, los
modestos e inteligentes que logren mantenerse al margen, únicamente los que han sabido hacer lo
correcto reflexionando previamente el comportamiento a seguir en cada situación”. Criticaba,
porque deseaba el bien general y ayudar. Oscar se interesaba sinceramente por la demás. Víctor lo
observaba mientras discurría como un viejo búho.
No podía compartir tales pensamientos con sus compañeros de la universidad a los cuales
consideraba exageradamente huecos, indiferentes ante el potencial de la vida, incrédulos e ignorantes
de su mundo porque mantenían una actitud egoísta. Prefería alejarse de su frivolidad. Se guardaba
sus pensamientos dentro. Eso sí, salía con ellos para jugar al billar, tomarse un jugo mientras ellos se
atiborraban de cervezas y los viernes de madrugada, estaba presente en las carreras por la autovía de
Castelldefels en sus potentes automóviles de colores chillones sin abrocharse el cinturón de seguridad
a más de ciento ochenta kilómetros por hora. Tenía que participar de vez en cuando en cosas similares
para confirmar lo bien que estaba consigo mismo en el apartamento.
Porque sus compañeros escogían hablar de la rubia de ajustados vaqueros o de las piernas de
la delgadita que se apoyaba en la barra del bar con una minifalda junto a la máquina tragaperras.
Incluso en la biblioteca, nadie quería tertulias filosóficas. Preferían especular a cerca de si la morena
llevaba o no sujetador y cual de las muchachas de las mesas contiguas parecía moverse mejor en la
cama y, señalando a la pelirroja, apostaban acerca del color de su entrepierna. Tal era su cometido,
pero a Oscar estas actividades lo decepcionaban y a falta de encontrar una tarima desde donde
expresarse, a falta de saber como participar en una tertulia perspicaz, se dejaba arrastrar por la inercia
del grupo en las discotecas las noches de sábado a sabiendas que la hipocresía que practicaba no era
buena, a sabiendas que se acostaría por la mañana del domingo arrepentido por dilapidar el día.
Analizaba fríamente lo que le ocurría, pero siempre llegaba a la misma conclusión: se
convencía de que aunque hablara sus compañeros de estudio no entenderían. Gustaba de la diversidad
de opiniones, de la pluralidad de posicionamientos y de conocer los matices que podían darse en
similares criterios, pero se quedaba sin la charla, porque Oscar encontraba diversión en temas sobre
ética y moral, cuestiones aparentemente alejadas para los jóvenes de su generación. Y a causa de su
mutismo, nunca supo si algún otro callado estudiante tenía sus mismos planteamientos e
inquietudes. Tal vez le faltó la iniciativa de celebrar cenas de lectura en su apartamento.
La cuestión es que decidió cortar y, viento en popa en sus estudios, cubiertas sus necesidades básicas
por una madre infalible, con una salud de hierro y notas inmejorables en su tercer curso todo iba
perfectamente para Oscar porque podía dedicarse a “sus” cosas por entero desde que dejó de
frecuentar y recibir las llamadas y los saludos en el aula de la universidad por parte de quienes habían
sido sus camaradas de juergas y últimamente lo tachaban de raro espécimen. Tenía mucho tiempo
libre que empleaba para pensar. Aparentemente la vida le sonreía y muchos lo calificaban como “un
chico con suerte” sin embargo, Oscar no se sentía dichoso, y entendía que la suerte surge cuando la
preparación se cruza con la oportunidad.
Se sentía mal sabiendo que existen brutales guerras y absurdas muertes en el planeta.
Comprendía la confrontación, porque la naturaleza es violenta. Aceptaba la batalla aislada pero no
los reiterados actos sin sentido por pura cabezonería de algunos. Mantenía que la guerra no era más
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que la falta de entendimiento entre dos personas-países a menudo motivada porque una de las partes
negaba la tolerancia y la solidaridad.
En el río, el pez chico es devorado por uno mayor y a su vez por otro más grande; es el
equilibrio del ecosistema, la supervivencia de una gran cadena. Pero cuando el fuerte atenta contra el
débil movido por la codicia se trata de una despiadada atrocidad, y resulta que el ser humano es la
única especie que arremete contra un semejante. Entre sus frases “La guerra muestra la parte más sucia
del ser humano” y, “La guerra trae hambre angustia e incertidumbre y su existencia es
incomprensible” y, “Rencillas ajenas aniquiladas encuentran su excusa para renacer como tempestades
sangrientas” y, “No hay que combatir la guerra, si no defender la paz. No hay que luchar contra el
hambre, si no propiciar el alimento. No hay que estar en contra del odio, si no a favor del amor,
porque el amor es más fuerte que el odio, el alimento que el hambre, y la paz que la guerra” y, “Los
enfrentamientos son inevitables pero hay muchas formas... no solamente la guerra”. Oscar seguía
escribiendo y murmuraba “Todo llegará. Sus labios. Sus ojos. Sus cejas. Esa piel morena... es mía... la
quiero!”.
¿Acaso podía plantearse otros temas? Oscar seguía preguntándose el por qué de las cosas. Una
y otra vez se interrogaba para saber qué sentido tenía matar, aunque la guerra fuera un negocio
lucrativo, y al instante salía a flote su obsesión como un cadáver sale a flote increpándole por qué
debo morirme! Exclamó “Niego la imagen de un campo verde esperanza cubierto de rojos cuerpos
despedazados porque esparcidos los desdichados inertes, aunque hubieran sido encuestados minutos
antes, ni uno solo podría haber explicado el motivo exacto de su lucha”. Y es que si los que decretan
la guerra y sentencian a muerte a sus propios semejantes tuvieran que caminar en la primera línea de
fuego, menos guerras se decretarían a diario. Sin duda prefería la idílica imagen de la paz porque Oscar
defendía la paz compartiendo el dicho -paz es el respeto a lo ajeno- y había anotado y colgado en la
pared “Paz es amor a la vida, a la armonía, al sosiego y la tranquilidad” y es que para Oscar la paz era
una opción viable. Y la paz consigo mismo el anhelo permanente, pero la muerte seguía sin dejarlo
en paz.
Escribió una canción que nunca se atrevió a entonar. Ni siquiera la entregó a otras personas
para que la tocaran. Su cantemos juntos y cantemos alto únicamente se escuchó en su corazón y en
el de Iván que sí supo como sonó. “Fundamos las manos en cadena humana lanzando el desgarrado
grito de quienes suplican al destino: ¡basta de guerra! Este aullido ensordecedor todavía hoy no se ha
escuchado”. Pero nunca se alzaron unidos y lo pidieron levantados. Nadie escuchó el canto. No
cesaban los conflictos. Guerra. Siete, ocho, nueve guerras en el planeta; nuevas hostilidades, otros
peligros, más guerras. En la gran lámina de corcho se atiborraban mutilados pedazos de papel
manuscritos a prisa y entre los mini grafitis ilegibles a modo de escritura en clave se encontraba la
letra de la canción.
Oscar no comprendía porque el ser humano se complica la existencia con lo fácil que sería un poco
de cooperación por parte de cada uno sin excepción, pero sus reclamos no eran escuchados a causa
de su timidez. Reclamaba un contacto más humano entre los seres que habitan el planeta al tiempo
que se avergonzaba de sí mismo por actuar tal y como lo hacía, avergonzado de mostrarse tal cual
era y tal como se sentía. Las dudas lo ahogaban. Se agotaba antes de empezar.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Había querido salir a la calle con el rostro cubierto para que nadie pudiera reconocerlo ni verle
su verdadera cara. No quería que supieran quién era ese caminante de alma torturada y escondida
que aunque no tropezaba, se movía sin dominio ninguno directo a lo desconocido. Caminar a ciegas
no era lo mejor, pero era lo único que sabía hacer por el momento. Oscar percibía lo que aún no era
capaz de asimilar. No soportaba silenciarse cuando algo hervía en sí mismo y como el agua de una
olla a presión que no encuentra su válvula de escape amenazaba con la explosión. No obstante, sabía
que en esa agonía oscura se encontraba la salvación. De algún lugar remoto le llegaba la extraña señal.
Fabricaba su mundo inventando sus propios pasajes. Veía lo que otros no querían ver porque
les desgarraba su entendimiento. Pero igual que un ciego que no se queja con el ojo abierto del
corazón, Oscar observaba acentuando su percepción. No sabía exactamente si había motivos para
preocuparse. No sabía con certeza si faltaban fundamentos. No sabía estar sin existir. Se preguntaba
que era en realidad vivir.
No quería descarriar sus sentimientos ni su extremada sensibilidad, pero la implacable
tecnología, los rápidos avances que las máquinas permitían ante una sociedad aficionada al
industrialismo le hacían presagiar dramas y tragedias. Y se preguntaba una y otra vez si realmente
merecía la pena.
Si no podía averiguarlo porque no sabía cómo expresar todo cuanto tenía dentro, ¿qué podía
hacer?... Si no lograba encontrar la forma de conseguir su propósito, ¿qué es lo que iba a hacer? Y si
no hallaba a la indicada persona con la que compartir su vida, ¿qué sería de él? ¿Qué ocurriría si Ana
fuera únicamente una ilusión? ¿Qué ocurriría si fuera una broma de su imaginación? Es terrible
advertir de repente que ya no se puede hacer todo lo que se ha ido aplazando.
Quería licenciarse como abogado, pero, ¿hasta qué punto no estaba intentando emular a su padre?
No había duda que le expresaba su lealtad de esta forma. La elección de su carrera la había tomado el
padre. Había planificado todo su futuro desde la cuna. Oscar no quiso defraudarlo y creció con la
meta de parecérsele al cien por cien. Antepuso aquella sólida imagen de rectitud que le transmitió su
progenitor a las propias inquietudes personales que se insinuaban cautelosamente mostrándose
todavía difusas, pero ahí estaban. Su padre lo atravesaba con la espada de un antiguo
condicionamiento, pero era Oscar quien impedía su autorrealización por las equivocadas
interpretaciones infantiles influenciado, anulado por su presteza que lo apartaba de su camino; un
camino que existía y del que quería ser heredero por justicia. Pretendía recoger la cosecha que
laboriosamente cultivaba pero la imagen del padre era una presencia que no se desvanecía.
Y en su quieta intimidad no ponía frenos dejándose llevar por extrañas fuerzas que trepaban
por sus nervios como una tormenta brusca que encapota el cielo en un instante variando el
panorama. Cada vez más se inclinaba a la tendencia de hacer las cosas exclusivamente cuando las
sentía y porque las sentía en busca de la espontaneidad de los atributos que existen en cada ser
humano. Cualidades que mucha gente como sus compañeros de estudios y los camaradas de juergas
preferían ignorar. Poco les hubiera costado apreciarlas y valorarlas. Nada más un mínimo de interés
acompañado de algunas ganas de hacerlo, había pensado sin mencionar la palabra voluntad.
Oscar defendía lo siguiente “Es un deber, y sin temor a lo que puedas hallar, hay que mirarse
en el espejo pero mirarse penetrándose para abandonar al comediante hasta reconocer quién es la
persona que está en frente. Al peinarse afeitarse o lavarse los dientes, existe una formidable
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oportunidad para autodescubrirse y hacer algo más que subsistir”. Se complacía diciéndoselo con la
mirada fija en el cristal queriendo traspasar al otro lado para verse a sí mismo desde ahí.
Oscar estaba vivo y quería sentirse mejor, aun cuando los inconvenientes de saber cual era el
vehículo o el instrumento de su acción lo acosaran a diario manteniéndolo en una absoluta pasividad.
¡Qué tan lejos de esa inmovilidad se encontraba su amigo Iván!
Realizó desfiles de moda y peluquería empezando a ser cotizado en prestigiosos certámenes, pero
prefería llevarse a una mujer al rompeolas y contarle cuales eran sus caprichos y fantasías sexuales
lejos de las ovaciones y los focos de colores que excitan. Las sesiones de fotografía eran frecuentes,
más por vanidad que por los honorarios profesionales que como modelo percibía.
Pero no había continuidad con ninguna agencia porque su formalidad se desvanecía a causa
del aburrimiento en las sesiones. A Iván no le gustaba repetir la misma cosa varias veces. No soportaba
tanta espera ni tanto maquillaje embadurnando su cutis. Seguro de su belleza natural, elegía
enfrentarse a las cámaras sin necesidad de filtros, eso sí, sin olvidar ni una sola de las caretas que
perfilaban sus distintos personajes y sus poses estudiadas hasta el milímetro. Iván no suponía que si
seguía así iba a hundirse en el fango hasta lo más hondo. Su futuro no era nada prometedor.
¿Desperdiciaba el tiempo?... ¡Malgastaba su talento!
Su imagen se desvanecía en un sin fin de invenciones. Iba y venía sin parar de un sitio a otro
sin echar raíces en ninguno. Iván no se cuestionaba a sí mismo porque si se felicitaba o se elogiaba, si
se decía algo bueno, pensaba que se volvería perezoso y si se reprochaba o se censuraba a sí mismo,
si algo malo se decía, pensaba que perdería la propia confianza al lastimar su ego. No se planteaba
ninguna circunstancia y elegía no opinar ni definirse. Tampoco se analizaba. Vivía el momento tal
cual lo sentía dejándose llevar como si cada día fuera el último de su vida intentando apurarlo al
máximo hasta el final, queriendo hacer un montón de cosas en esas últimas veinticuatro horas. Las
palabras de Kipling “... Si puedes llenar el implacable minuto de sesenta segundos dignos de su
transcurso...” hacían eco en la juntura de sus huesos. Nada era en vano. Todo lo aprovechaba.
Además de los impecables trajes de diversos tejidos selectos, también sabía vestir vaqueros y
botas camperas; no solo vestía de etiqueta. Entonces se quitaba su ostentoso reloj de oro y añadía a
su muñeca una gruesa pulsera de plata, una cazadora de cuero, y otros andares semejantes a los de
un hortera completamente alejado de su habitual elegancia. Se adaptaba con el atuendo y sus modales
a cada situación y lugar que visitaba. Piropeaba a las quinceañeras y se dejaba ver con insolente
exhibicionismo para que lo adularan con desmedida presas de su aliento y de su brillo y del aroma
que transpiraba, sobretodo en las puertas de las universidades y un martes, fue al instituto donde
había estudiado para entrar y rememorar.
Recordó como se pavoneaba por los anchos pasillos originando diversos cuchicheos y como peleaban
las chicas por una de sus miradas y como con suma picardía las trasladaba a los vestuarios del gimnasio
para tumbarlas en las colchonetas. Una maliciosa sonrisa se apoderó de Iván para exclamar “Si me
hubiera dispuesto para cada batalla, luego de besarlas y acariciarlas... con mi miembro experto
hubieran hecho cola en las puertas del gimnasio”. Y cuando salió del recinto, se detuvo. Escuchó los
aplausos de ese día que subió al escenario bajo una luz fría y estéril, ese día que se había emocionado
no por los aplausos o la ovación, si no por aquel hecho aparentemente insignificante por parte de los
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miembros del comité organizador. Aun guardaba gratamente la olvidada sensación. La recuperó de
esa parte del corazón donde se encontraba imperecedera. Ese día se había emocionado porque no
contaba con la entrega del trofeo. Iván no lo había previsto. Tarde, pero aprendía una lección: que
las demás personas también pueden ser originales y provocativas al crear situaciones inesperadas. Y
siguió caminando dejando atrás el instituto que le había enseñado no matemáticas o historia, pero
sí cosas acerca de la gente y de sí mismo.
Y caminó hasta su anterior escuela atravesando la calle que tantas veces había observado desde la
azotea del edificio y, al llamar a la puerta, le sorprendió que inmediatamente lo reconocieran. Le
sorprendió que la alegría de los profesores se plasmara en sus rostros al verlo a él, al Iván que
tantos quebraderos de cabeza les había causado. Lo recibieron sin rencor, con efusivos abrazos y
preguntas sinceras, pero más se sorprendió al entrar en la biblioteca porque todavía tenían
colgada en la pared la castañera que dibujó. Entonces Iván se estremeció.
Y visitó Le Bon Soleil asegurando que era una persona de espacios abiertos y nunca de urbes
encorsetadas. Una grata atmósfera lo absorbió transportándolo a esos momentos felices de
ingenuidad y libertad donde uno se hace amo del mundo y sintió de nuevo el balón en sus pies
sudando mientras corría gritando y riendo sin enfadarse si lo perdía. Transportaba el viento un sin fin
de visiones perennes cuando madame Cabré lo hizo llamar a su despacho advertida por su vivita, y
ante ella, deslumbrada por su planta de conquistador le rogó que recitara la poesía que memorizara
como castigo por una travesura cometida durante el horario escolar años atrás porque desde aquel
día se convirtió en su preferida. En verdad le gustaba oírlo declamar, pues le pidió que lo hiciera una
segunda vez y una tercera.
Tenía veinte años y de repente había querido mirar hacia atrás para su propio desconcierto
porque sintió que no todo en la vida era apariencia. ¿De repente Iván quería cantarle a la vida como
Oscar?
*
*
*
*
Mansamente se iba poblando el paseo. Personas de distintas nacionalidades paseaban en un atardecer
tranquilo y sosegado. Oscar observaba desde el balcón del apartamento de su madrina el deambular
de la gente. Cada vez más jóvenes con un murmullo alegre se aglomeraban en las terrazas de los cafés.
Cada grupo se entendía en su lengua, pero todos reían de igual manera. Pequeños y mayores
disfrutaban de sus vacaciones al aire libre premiándose con una gran copa de helado, un frío batido,
una jarra de cerveza con limonada aquella tarde del sofocante agosto de 1985.
Recogido como un gato en su cesto observaba sin cansarse el cambiante paisaje que frente a
él mostraba la inmensidad del océano al parecer sin fin. A su izquierda estaba el puente y a lo lejos,
detrás, los altos mástiles despuntando que delataban el puerto sobresaliendo como lo hacen los
lápices de colores de un vaso. A su derecha la playa dócil donde los niños se recreaban haciendo
castillos de arena que frágiles en su consistencia se desmoronaban.
Oscar seguía mirando atento.
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Con los dedos de un pie se quitó las chancletas y torneó los tobillos hacia un lado y hacia el
otro después. Se tocó el cuello llevando la palma de su mano a la nuca que también hizo rodar en un
sentido y en otro.
Eran casi las diez y empezaba a oscurecer, pero aun había quién entre las rocas, salpicados por
traviesas olas jugueteaban ajenos al reloj de la noche que avisaba, prescindiendo de la vieja barcaza
que se deslizaba mar adentro en la que un nostálgico viajaba en busca de esa sensación semejante a
convertirse en el viento, y, en contraste, de un blanco impecable aparecía en el horizonte el moderno
yate con todo su poderío donde un desaprensivo mercader de cualquier cosa se mofaba de su
pequeñez alterando el oleaje.
Algunos pájaros revoloteaban entre las delgadas ramas de los árboles del paseo cuando los
colores del crepúsculo se inflamaron de vida dando nombre al inconfundible ambiente Mediterráneo.
Oscar seguía en el balcón extasiado por la belleza del cuadro, extasiado por la plenitud del momento,
extasiado por la intensidad de su percepción que captaba cada detalle. Hay cosas que deben vivirse
para llegar hasta ellas, y la pureza de aquella sensación, solo podía vivirse en el ahora mismo. Su
frescura no podía ser almacenada. No podía poseerse, si no disfrutarse.
No se cansó de mirar atendiendo ese panorama hasta que cayó la noche serena. Entonces
alargó su brazo para prender la luz y extraer de su bolsa de viaje un libro grueso que se había regalado
para deleitarse en sus páginas, en los párrafos y en las frases y en cada palabra aislada. Y mientras Oscar
se encontraba en Blanes, muy cerca, y sin saberlo, ahí estaba Iván en Playa de Aro viviendo el verano
de otra manera.
Porque para Iván era un período de diversión, pero una diversión desenfrenada. Un período
pleno de horas que transcurrían de día y de noche sin cesar atiborras de un entusiasmo agotador. Un
período donde no existían las obligaciones laborales si no únicamente la permanente recreación y
podía hacer cuanto le apeteciera porque realmente le venía en gana tocando arrebato la vida.
Durante ese hueco del calendario llamado agosto, existía la oportunidad de conocer chicas
mujeres niñas y adolescentes; francesas, holandesas, portuguesas, alemanas, italianas, suecas; y además
de conocerlas, podía engatusarlas para acariciarlas y besarlas con depravada desfachatez. Y las
enamoraba durante tres o cuatro días, incluso durante una semana, pero poco más. Todo venía
determinado por esa relación denominada popularmente como "amor de verano" o válvula de escape
sensacional a la que Iván calificó como invento soberanamente venerable.
Días de sol cargados de bellas figuras femeninas en las que reparaba con descaro porque se
exhibían indecentes, sobretodo cuando los pechos desnudos brincaban descarriados entre la cintura
y los hombros de las jóvenes que corrían. Deseaba desear y se esforzaba hasta la saciedad admirando
con una ojeada arrolladora la extensión de la playa para de derecha a izquierda una y otra vez, una a
una, recorrer todos aquellos centímetros de cuerpos lozanos empujando su propio cuerpo para que
se avivara la virilidad.
En las noches se entregaba al ritmo de la música devorando cada pieza dominando el centro de
la pista como si solamente Iván bailara hasta las mismas puertas de la deshidratación, empapada la
espalda y sudando las piernas a chorro como la nariz, la frente, la nuca. Luego, con una copa de
güisqui en la mano, desfilaba por el extenso abanico de posibilidades femeninas coqueteando
como el gallo en su gallinero que no cesa de imponerse, enaltecido, y reconocida su presa la
atacaba sin piedad asediándola con sonrisas radiantes y miradas hechizadoras e intencionados
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guiños morbosos y picaronas palabras que se salían de lo habitual tras realizar una cruz con tiza
en sus nalgas. Pronunciaba a continuación frases aprendidas en sus idiomas que acompañaba de
clarificadores gestos y comentarios lascivos que aseguraban un vertiginoso revolcón en cama
extranjera, aunque prefería la playa dormida, justamente en el sitio donde la había advertido y
deseado horas atrás bajo el sol, todo su cuerpo brillante y resbaladizo de crema. Pero ya
bronceada, vestida para la ocasión, perfumada y fresca la identificaba y fácilmente adivinaba la
contraseña -Dame unos minutos para desembarazarme de mis amigas-. Y una vez amarrada la
víctima, solía mal decirse por no haberla conocido una semana antes. Y esa velada, la anterior a
su marcha, se convertía en una autentica gala en la que los dos recuperaban cada minuto perdido
llegando a límites insospechados como poseídos por cien fantasmas ávidos de lujuria y risotadas.
Iván se sumergía en un mundo de ensueño para el que parecía haber nacido con total condición.
Era la encarnación del mismo sol: distribuía luz que cegaba después de hipnotizar.
Impresionando y dotado, parecía llevar colgadas en su cinturón las llaves del éxito indiscutible e
imperecedero. No era de extrañar que tras de sí arrastrara un séquito de mujeres enamoradas, no
solamente en verano.
Y al igual que Iván, una gran masa de gente era conducida hasta la Costa Brava en un
voluntario y temporal exilio para flirtear, beber, bailar, dormir poco y tumbarse para retozar en la
arena caliente durante el mes que duraban sus vacaciones. Los adoradores del sol y del sexo,
sorprendían por ese instituido y tradicional carácter migratorio que se repetía año tras año y al
terminar el período, las anoréxicas muchachas de escaso bikini y los musculosos adictos a las películas
de acción, liaban sus bártulos y emprendían el éxodo hasta las grandes ciudades. Y a las pocas horas
en la Costa Brava nada quedaba ya de la bulliciosa asamblea playera salvo latas vacías tiradas en la
cuneta y los cajones llenos de los comerciantes locales que consideran esta invasión anual como una
bendición diabólica que amenaza la salud pública al tiempo que aumenta los beneficios privados.
Todas las zonas veraniegas a nivel mundial terminan igual, devastadas.
En el solemne salón de actos de la universidad, en medio de sus compañeros, solitario, se interrogaba
Oscar en septiembre “Conseguir, tener, y no poder compartir, es todo un sufrimiento”. Cerró sus
enormes ojos de almendra y dejó caer la cabeza hacia atrás.
Y así permaneció hasta que se reincorporó para tocar el hombro al que estaba sentado enfrente
y le solicitó un bolígrafo. Había agotado la tinta del suyo. Escribió en una cartulina roja (ficha de la
biblioteca): “El hombre necesita una razón, pero también necesita alguien con quién compartirla”.
Todo ese estudio personal que realizaba no podía comentarlo con Ana, su padre había fallecido, a su
madre no le interesaba enredada como lo estaba con su oso, su hermana había partido a Bolivia, y
Víctor tenía sus propios problemas para reubicarse en la empresa donde trabajaba absorbida por una
compañía internacional que ensayaba la eliminación el actual cuadro directivo.
En medio de la algarabía se sorprendía, pero no huía rechazando su potencial como debió huir
el primer cavernícola ante la presencia del fuego. No se escondía de sus peculiaridades como se
esconde el ratón en su madriguera. Las alimentaba como se alimenta al pavo las semanas previas a la
Navidad. Las cultivaba y las desarrollaba contemplándolas de cara venciendo poco a poco y una a una
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cada circunstancia. Estaba contento de haber nacido rodeado de otros estudiantes en la clausura del
acto de apertura del año tercer año académico.
En la nutrida lámina de corcho que se había extendido a la siguiente pared del salón de su
apartamento-santuario se amontonaban las frases “La hipocresía no debería existir por una sencilla
razón, evitar que la humanidad siga siendo ruin” y pisándola otra frase decía “Humillar a tu vecino
es humillarte a ti mismo dos días más tarde” y otra, “La cometa es el alma del niño que juega con el
viento”. Oscar acumulaba el sabor que se inca en la pared. Notas que escribía en las hojas de su
libreta de bolsillo en el coche aprovechando un semáforo o deteniéndose repentinamente,
interrumpiendo el transito de los viandantes en medio de la calle. Se le ocurrían al subir o bajar en
un ascensor, cuando estaba sentado en el inodoro, mientras hacía la cama y, sobretodo durante las
noches de luna nueva al rememorar a su amigo. Y podía leerse “El ser humano recorre caminos
equivocados cuando actúa a través del deseo en vez de la necesidad, cuando actúa a través del odio
en vez del amor, cuando actúa a través de la ilusión en vez de la realidad, cuando actúa a través del
temor en vez de la libertad. Y recorre el camino adecuado cuando se pronuncia a través de la belleza
y la verdad, con amor”. Ninguna frase tenía relación con la muerte o la perdida de un ser querido.
Seguía sin comprender por qué tenía que haber un final; por qué llegado un día debía
desaparecer; por qué en un momento dado dejaría de respirar y se convertiría en nada; preguntas sin
respuesta! No podía entablar un razonamiento coherente y perspicaz que llenara de luz su enorme
tribulación. El inmenso vacío se adueñaba de Oscar con el transcurrir de los años y para él su padre
seguía en su largo viaje de negocios. La terrible palabra que lo devastó amenazaba con decapitarlo
arruinándolo sin compasión. La muerte seguía teniendo el efecto demoledor de una apisonadora.
Continuaba el largo período de irresolución. Saber que algún día todo acabaría lo destrozaba.
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Vacilaba en vez de afrontar el dilema que no lograba asimilar. No acataba lo irremediable porque
para él no tenía ningún sentido. No aceptaba lo inevitable porque no había motivos para hacerlo.
Se amargaba lastimándose como un enfermo que se corta con unas tijeras. Torturándose. Pero nada
más en la soledad se encuentra uno a uno mismo y Oscar, buscaba y buscaba en solitario y tenaz,
obstinado en saber más acerca del mundo.
A quince años de cruzar el umbral del siglo veintiuno, su vida era una gran rutina respecto a
sus estudios, sus salidas al campo, sus intermitentes visitas a su madre cuando el oso la liberaba y las
luchas internas por las paredes de su mente, pero seguía adelante concentrado en Ana. Se preparaba
para una intensa vida profesional desde donde escudarse y poderle ofrecer un mañana seguro; una
tranquilidad económica y una buena posición social.
El anhelo de toda mujer es que un hombre la ame, la respete, y le sea fiel, y tales premisas se
daban por supuestas en Oscar.
Todavía traumatizado, Oscar necesitaba conocer el último rincón que habían compartido sus padres.
Tenía curiosidad por estar en los mismos lugares y pisar las mismas calles. En los últimos meses se
había interesado en la pintura asistiendo a museos y exposiciones donde se hacía referencia al
bohemio barrio de Montmartre. Se le antojó navegar por el río que divide en dos a la ciudad del amor
aprovechando las vacaciones navideñas.
A un lado del río, la rive droite, la sección más amplia de la ciudad y el centro de negocios y
diversión conocida como orilla norte donde se encuentra el popular arco del triunfo. Autenil y Passy
constituyen los barrios más elegantes. Del otro lado la orilla sur del Sena denominada rive gauche, la
zona académica y administrativa. Cuando Oscar alzó ligeramente la vista, divisó la famosa Torre Eiffel
que tardó dos años en construirse. Averiguó que al estar en una especie de fosa, París soporta una
densa contaminación obligando a que todo adquiera un aspecto grisáceo. Lo acompañaron sucesivas
lluvias durante sus dos primeras jornadas. La rara aparición del sol no hacían a París muy agradable a
sus ojos pero para hombres de negocios de todas las partes del mundo, París es la capital de Europa,
el centro de la moda textil. Y Francia impide que se resida permanentemente para convertirla en
ciudad de paso con cita obligada para admirar los imponentes monumentos como la catedral de
Notre Dame, el palacio de Versalles o el imprescindible Louvre.
Por numerosas calles circuló Oscar comprobando que era una ciudad bella pero mal
distribuida al comprarla con Barcelona. Pocos guardias urbanos vigilaban el trafico, imposible
controlar las aglomeraciones; infracciones a montones. Decidió conocer su sistema de
comunicaciones subterráneo, y a continuación utilizó el servicio de las líneas regulares de autobús
para dar una vuelta completa a la ciudad en ambos sentidos. No tenía prisa. Tampoco tenía
compromisos con nadie. La cita con Ana estaba lejos. Observaba sin más dejándose asombrar. Y se
embobó con una suculenta comida de exquisita cocina francesa pero el postre se le atragantó molesto
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porque al ir al lavabo a realizar sus necesidades tuvo que abonar algunas monedas “Pagar por poder
orinar... qué estupidez!”. Consideró agredida su condición de cliente al imponer un peaje digno de
un disparate y se negó a dejar propina cuando en Francia se está obligado por ley.
Es sabido que los franceses apoyan solidariamente su cine consumiendo a sus actores hasta el
empacho, pero con el afán de practicar el idioma, entró en una sala de proyección para entretenerse
con Jean Paul Belmondo. Una hora y media más tarde pensó que los franceses hacían películas sin
pretensiones de exportarlas más allá de sus fronteras “Las producen, escriben, dirigen e interpretan
ellos y ellos mismos las consumen después”. Vallas publicitarias, folletos, incluso los cortos de preestrenos dentro de la sala hacían pensar que únicamente existía cine francés.
Aquella noche iría al Folies Bergère, conocido en el mundo entero por sus ciento treinta años
de actividad en el mismo antiguo inmueble. Le habían advertido que el espectáculo se hacía largo por
sus más de tres horas, y efectivamente así fue. Además de pesado, le pareció anticuado y reiterativo
y cada número en su conjunto rancio. El Lido, en cambio, al visitarlo en su primera salida nocturna
lo hizo enmudecer sobretodo por la selecta distinción del trato dispensado y por su clase. La noche
no había sido completa. Tenía tantas expectativas puestas en el famoso Folies Bergère que al final lo
defraudó. Y para contrarrestar ese agrio sabor decidió meterse en la cama para madrugar al día
siguiente y velar nuevamente a la Torre Eiffel. Quería fotografiarla durante la salida del sol.
Iván acostumbraba a almorzar en La Farola, un restaurante familiar a escasos metros del trabajo. Se
disponía a tomar el café cuando la recepcionista se sentó con la excusa de tratar cuestiones laborales,
pero la verdad es que se moría de la curiosidad por saber quien era la mujer que lo atosigaba a diario
y con la que no deseaba conversar, ¿una clienta? ¡No! Tenía la orden de decirle que Iván se encontraba
fuera del despacho ilocalizable pero ¿por qué razón no quería ponerse al teléfono? Quería dar a
entender que se había esfumado de la faz de la Tierra! A la recepcionista le fascinaban los labios de
Iván, y los detalles, sobre todo los detalles de sus andanzas y de sus fechorías. No era la primera vez
que lo arrinconaba para chismear. Pero en esta ocasión se quedó con las ganas, Iván no le contó nada.
Al entrar en la oficina llamó desde la centralita de pie en la entrada permitiéndole escuchar lo breve
de la conversación. Los separaban varias semanas desde su último encuentro en el que en un ataque
de sinceridad, Iván le dijo algunas cosas muy duras para una mujer acostumbrada a ser adulada y jamás
reprendida. Fue una llamada inesperada. No tenía intención de efectuarla... pero el tesón de algunas...
y la expectación de otras! ¿Por qué no?
Terciaron pocas palabras. A los cinco minutos iba en su flamante GOLF GTI 24 válvulas
dirección al ático situado en Pedralbes con la seguridad de encontrarla en ropa interior, sin embargo...
había ido a la peluquería para reemplazarse. Se juzgaba otra mujer. El hecho obedecía justamente a
las duras palabras de Iván. Se apreciaba distinta después de haberlo conocido; más autentica, dinámica,
llena de vida, y mucho más mujer. Su nuevo peinado era desenfadado. Le daba una aire juvenil. Y
cuando las puertas del ascensor se abrieron apareció apoyada en el marco de la puerta con un ceñido
mono de cuero negro, botas altas de piel negra y un ancho cinturón de cuero rojo. Se puso unas
alargadas gafas de sol también negras y más que una mujer parecía una pantera negra.
Luego de unos segundos en que se miraron con miradas que cortaban, ella se volteó
realizando un coqueto gesto que lo invitaba a entrar. Iván se precipitó al interior olvidándose de
precintar la entrada, igual que había olvidado cerrar las puertas del ascensor interesado únicamente
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en su miembro erecto que tieso como un palo abultaba en el pantalón que se desabrochó, y con
fuerza asomó golpeándole el estómago. Sonoro golpe el de la hebilla del cinturón al chocar contra
el suelo de mármol.
Ella se arrodilló sin pensárselo dos veces. Admiró su duro pene un rato antes de metérselo en
la boca. Iván le agarró la cabeza con las dos manos para propiciar que pudiera tocarle la campanilla y
luego, ella abrió la boca y sacaba la lengua sin dejar de mirar a Iván que se corría bañándole el rostro
de espesas gotas blancas. Había tomado el pene para lamerlo como helado hasta que explotó y
glotonamente se llevaba la leche desparramada en su mejilla y parte de la nariz con sus dedos a la
boca.
Quiso trasladarse con Iván al sofá pero al dar el primer paso, sus pantalones arrugados en los
tobillos lo obligaron a caer al suelo pero aún así ella tiraba de su brazo torpemente por la excitación
urgente rogándole que la hiciera suya, lanzándose a desnudarse con un solo golpe de cremallera para
abrirse de piernas en el sofá como queriendo tocar con los dedos de los pies las paredes laterales.
Ahora Iván podía concentrarse en ella mientras reponía fuerzas y la haría vibrar y retorcerse
de lujuria hasta el amanecer porque retorcerse de lujuria era cuanto reclamaba la mujer pantera.
Iván era un hombre generoso que sabía exactamente lo que requería cada mujer y le
apasionaba descubrir sus zonas erógenas y sus puntos débiles a los que se dirigía sin contemplaciones
como animal salvaje en época de celo sin obviar la ternura pero arrasando como el fuego.
Más que vaciar su tanque, el placer de Iván consistía en verla gozar, en contemplar como se
acalambraba de manera rítmica con cada presión de su lengua como la tecla presionada del piano que
lanza su música en función del tacto y, ese sensible y diminuto eréctil órgano femenino que se
encuentra por debajo de la vulva era su objetivo y lo estimulaba con suavidad y firmeza al mismo
tiempo.
Todas sus mujeres se mostraban visiblemente entusiasmadas con tal practica para la cual Iván
era un experto. El desgarro sexual era fulminante. Antes de su segunda descarga conseguía que sus
compañeras de cama obtuvieran tres o cuatro orgasmos. Sólo de esta manera sentía satisfacción;
dominando la situación, dominando el proceso, dominando las sensaciones que provocaba.
Dominando la consecución de su premio. Dominando y sometiéndolas a todas desgarradas por su
arte.
Se encontrarían allí. Ella no podía viajar, y él no podía esperar. De repente y sin previo aviso, Iván era
todo impulso y nada más aquello que movilizaba su energía importaba de verdad. Había leído sobre
el hijo de Alain Delon y se imaginó charlando entorno a mujeres con Anthony Delon por Les Champs
Elysees.
Por entonces Iván estaba en su cenit y quería ir a los mejores representaciones teatrales, a los
mejores espectáculos nocturnos, y quería vestir aun mejor y necesitaba un traje cruzado de
cachemira. Deseaba obtener nuevos conocimientos entorno a la vida y otros a cerca de la vida
parisina. Tenía que exprimir el limón y sacarle todo su jugo porque la última gota resultaba ser la más
sabrosa “Carpe Diem”. Y aprovechaba su estancia gratuita mientras aguardaba las tres semanas que
faltaban para que su dama-pantera dispusiera de unos días como mejor sabía hacerlo; como el mejor
acompañante.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Así fue que Iván caminaba junto a una madura mujer muy bien conservada para su edad. Le
gustaba terminar la velada frente a la Torre Eiffel, momento que destinaba para negociar la tarifa y
otros detalles antes de meterse entre las sábanas de la suite de algún lujoso hotel hasta bien entrada
la tarde. Y desde el otro lado opuesto de la ciudad, Oscar se levantó muy temprano apenas tres horas
más tarde de dejarse caer en la cama tras su fiasco del Folies Bergère. Después de su aseo que consistía
en realizar unos breves ejercicios antes de pasar por la ducha y luego de plancharse la camisa y repasar
el equipo fotográfico asegurándose que todo estaba en orden, se dirigió a pie recorriendo Les Champs
Elysees ojeando los escaparates iluminados de las tiendas donde compran las princesas europeas y
alguna que otra cortesana moderna.
Oscar salía dispuesto para hacer valer su jornada turística y, cámara en mano, buscó el mejor
ángulo de la emblemática torre de hierro para captarla y registrarla en la película aprovechando los
primeros rayos de sol.
Un simple hola seco fue lo que salió de los labios de Iván. Oscar dejó que siguiera su camino sin
detenerlo, aunque con un gran vacío en su corazón. Vio como se alejaban cogidos por la cintura con
torpes movimientos que delataban cierto grado de embriaguez, y se encogió de hombros con
resignación recuperando su interés por el monumento.
Al girarse encontró en el suelo la tarjeta del hotel donde se hospedaba Iván. Al pisar el sitio
donde habían permanecido casi enroscados como dos adolescentes, justo cuando lo ignoró con su
actitud fría la dejó caer con disimulo y, Oscar, entonces entendió su mensaje “¡Discreción! Ya
hablaremos en otra ocasión, llámame”. Y tenía razón su amigo Iván, no era el momento apropiado
para resumir los últimos doce años de aventuras ante la presencia de una forastera con la desventaja
del cansancio y el compromiso sexual.
Trece horas más tarde Iván lo recibió en el hall del hotel. Eran las siete de la tarde. Se sentaron
en un cómodo rincón junto al piano bar, no sin antes haberse abrazado con efusividad. Oscar sonreía
después de muchos años.
_ ¿Cómo tú por aquí Oscar?... –se dirigió en tono burlón.
_ ¿Cómo tú con esa mujer mayor y a esas horas?... –respondió en la misma línea.
_ Investigando! Ya ves... llevando cariño donde no lo hay, y aprovechándome. Aceptando regalos.
Frecuentando clubs privados. Relacionándome con la alta burguesía parisina. Practicando el
idioma. Haciendo turismo y descubriendo una parte del ser humano hasta ahora desconocida. Y
sabes una cosa amigo mío, me gusta. No se por cuanto tiempo voy a vivir de esto, pero mientras
llega la respuesta me aprovecho. ¡Aprendo con las mujeres!
_ ¿Sexo? –interrogó con cierta incredulidad.
_ También sexo, aunque no es lo único. Analizo el comportamiento de hombres de éxito que aún
teniendo casi todo en su vida descuidan llenar su hogar de ternura. No saben amar a sus esposas,
las humillan con jovencitas. Ellas se rebotan y les pagan con la misma moneda y el peligro llega
cuando se encaprichan de mi. Por eso no repito más de tres salidas con la misma. La que viste es
la esposa de un diplomático, creo que es embajador de algún país latinoamericano. Me cuenta
cosas increíbles. Y cuando la escucho jadear con esa intensidad con que lo hace me siento
completo.
_ Pero un hombre comprado... porque te pagan, ¿verdad?
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
_ Evidentemente que pagan. Todos compramos y vendemos algo, aunque la moneda de cambio no
siempre es el dinero. A mí me gusta vestir bien. Y si quieren que las acompañes porque sus maridos
están ocupados en largas reuniones donde se hacen acompañar por bellas secretarias, para mí es
un placer asistir de etiqueta. Mato dos pájaros de un tiro. Estoy en el lujo gratis. Me visten, me
alimentan, me distraen, ¿qué más puedo pedir?
_ Un poco de amor sincero –sentenció Oscar.
_ Tiempo habrá para el amor sincero, ahora prefiero el amor interesado, además, me gusta recrearme
en el sexo –respondió devolviéndole la pelota como si jugaran al tenis.
_ El amor es mucho más que una sensación placentera. Pocos piensan que hay algo que aprender del
amor –Oscar efectuaba otro lanzamiento-. Iván, el amor es una actividad, no un afecto pasajero.
Es un estar continuado y no el súbito arranque de pasión durante una conquista. Seducir a una
mujer no es amarla.
_ Ahora me saldrás con el tópico que amar es fundamentalmente dar, no recibir, ¿verdad mi amigo?
¡Pues yo no quiero renunciar a nada!
_ No tienes porque privarte de nada, ¿por qué impregnas un carácter mercantil a los sentimientos?
¿Por qué sólo estás dispuesto a dar, pero a cambio de también recibir? Dar sin ser retribuido, en el
universo de los sentimientos, no implica forzosamente una estafa. No vivas el dar como un
empobrecimiento. Por mediación del acto de dar puedes experimentar fuerza y riqueza.
_ Qué me estás contando Oscar –se abalanzó hasta la mesa alargando el brazo para llevarse el vaso a
sus labios. Sorbió un largo trago de crema de güisqui y continuó-. ¿Así que el dar produce más
felicidad que el recibir, no porque sea una privación recibir, sino porque en el acto de dar... está
la expresión de mi vitalidad, ¿eso es?
Oscar asintió con la cabeza.
_ Exactamente Iván, y tales experiencias de vitalidad te llenarán de dicha. Dar significa ser rico y
generoso.
_ ¿Tú eres rico y generoso Oscar?
Oscar no respondió. El patrimonio que había acumulado su padre era evidente. Y por un instante se
quebró aquel feliz reencuentro ante su ausencia.
_ Yo soy rico y generoso y sensitivo –dijo Iván ante el mutismo de Oscar.
_ ¡Caramba Iván no te falta abuela! Disponer de una imaginación saludable es una ventaja. Pero
contéstate, ¿tienes presentimientos? ¿sabes qué reacción te producen los colores? Una persona
verdaderamente sensitiva es aquélla que conoce bien sus sentimientos, que no tiene bastante con
unas cuantas convicciones generales si no que va en busca de las suyas para hacerlas propias.
_ ¡Ese soy yo mi buen amigo! Mis convicciones son mías.
_ Iván, cuando me siento en un banco del parque, igual como cuando lo hago bajo un árbol en el
monte Tagamanen, en actitud pacífica y silenciosa, dejo que me fascine el entorno... descubro la
profundidad, y este gozo en la contemplación de la Naturaleza puedo percibirlo en la calle de una
gran ciudad entre el ruido y el humo. Desconecto. Simplemente olvido. Olvido números,
nombres, imágenes, signos, conceptos, ...suspendiéndome entre el pensamiento verbal y el
simbólico. Congelo el instante en forma de éxtasis. ¿Puedes sentir lo mismo o estás demasiado
ocupado en tus aventuras de cama?
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
_ Oscar, ahora me dirás que mi alma conoce los enigmas del día y de la noche y los entresijos que se
ocultan detrás de las estrellas –y soltó una risotada.
_ Sí Iván, probablemente sea así, pero no quiero saber en palabras aquello que puedo sentir
íntimamente con la claridad que desnuda el mensaje.
_ ¿Es que intuyes algo que yo no puedo?... anda, cuéntamelo!
Ambos amigos omitieron cualquier mención relacionada con las señales recibidas de un lugar
remoto.
_ ¿Has intentado sentir las cosas de otra manera diferente? Hay que estimular todos los sentidos;
agudizarlos –dijo Oscar.
_ ¡Y eso hago! Y averiguo que la proximidad propone el sentido del tacto que te permite experimentar
la ternura y las acaricio con suavidad... muy despacio.
_ La ternura te abre la puerta que invita a descubrir todo lo que nos rodea. Es un diálogo que llega a
nuestro cuerpo directamente del centro de nuestra alma –Oscar se tapó los ojos y continuó-. La
vista nos ofrece cosas tan evidentes y cotidianas que no disfrutamos de su magia igual como lo
hace un ciego capaz de percibir. La mirada es una explosión de luz pero dime... ¿cómo sientes tus
manos Iván? –y a continuación se destapó los ojos.
Iván se frotó las manos y las extendió abiertas para enseñarle sus palmas a Oscar.
_ Suaves, ¿qué opinas? Son manos que palpan con la antena puesta. Manos que avanzan a la caza de
estímulos.
_ Un escalofrío te revelará el día que encuentres a tu alma gemela.
Iván miró sus manos y besó una a una las yemas de sus dedos.
_ Un oído sensible me invita a entrar en los espacios abiertos con los ligeros pies de una gacela –dijo
Oscar-. Con mi olfato, después de una tarde de lluvia siento la tierra mojada y puedo masticar su
especial aroma saboreándolo –hizo una ligera pausa-. Danza que danza el pequeño detalle en una
cadena interminable de pequeños mensajes que juegan al engaño y la confusión, saltando de aquí
para allá sin cesar de expresarse con ritmo trepidante a disposición de la gente con elementos
enriquecedores para los cuales uno debe mantenerse alerta.
_ Parece como si la vida se te revelara de repente como una caja llena de sugerencias gratuitas. ¿Yo
también puedo percibir todo esto con la misma intensidad?
_ Si escuchas esa extraña vocecita interior que se presenta en forma de inspiración, sentirás como la
sabiduría se viste con los tejidos de la verdad y sintonizarás con su expresión más elemental. Si
eres capaz de sentir, eres receptivo, pero únicamente la intuición te ayudará a descifrar e
interpretar las señales –en ese momento Oscar tuvo la certeza de que su amigo Iván también
recibía señales de un lugar remoto al conectar brevemente mediante una cabriola-. No es fácil
leer desde el alma dormida. Hay almas que se olvidan, almas que se ignoran, almas que se niegan.
Si la docilidad y la placidez te acompañan Iván, si mantienes un adecuado reposo intelectual y
emocional, si el sosiego está contigo florecerá la verdad, pero tú siempre estás agitado mi buen
amigo, frenéticamente activado.
_ ¿Y cómo es la verdad? Porque la intuición es algo que ya desarrollé desde que frecuenté a un grupo
femenino durante la etapa escolar y, me va bien.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
_ La verdad es invisible, únicamente podemos sentirla. La cortina de humo que provocan los
prejuicios, los juicios de valor inexactos o limitados por la presión social, por la herencia y los
tabú, esconden la verdad inherente en cada uno de nosotros.
_ Entonces, ¿me estás proponiendo un análisis más allá de lo cotidiano?...
_ Te ruego que sin miedo a ser observado con la acusadora lupa que multiplica los defectos, reduzcas
la saturación de experiencias abriendo por completo tu corazón al sentimiento auténtico. Debes
combinar la nitidez de las imágenes internas con tus impulsos salvajes Iván, porque si esperas
satisfacer tus anhelos poseyendo vivencias es que crees que puedes sofocar un fuego con briznas
de paja seca. ¡Nunca tendrás suficientes y siempre querrás otra experiencia más! Pero tendrás que
detenerte porque caminas por el borde de una muralla elevadísima volteando la cabeza de un lado
a otro y antes o después te desequilibrarás y te caerás y el golpe será majestuoso.
_ El destino no se puede remediar, si está escrito... me golpearé... ¡quiero tentar al Destino! –Iván
volvió a sorber un trago de crema de güisqui-. Sabes amigo, si del cielo cae un dátil, te aseguro
que abriré la boca. Y otra cosa, yo no tengo miedo ni a ser observado ni miedo a nada. Hace
tiempo que le perdí el miedo al miedo. Me enfrenté al miedo y lo vencí. Luché contra el miedo
y ahora ya nada me da miedo. El miedo hace que el mundo se mueva en una determinada
dirección, el miedo, y no el dinero, ni tampoco el odio, solo el miedo. Yo puedo estirarle de la
oreja al miedo y jugar con su cola sin que se enoje después que le miré al fondo de los ojos y
resistí sin cerrar mis ojos averiguando que es un invento... porque a continuación se desvaneció!
_ La inteligencia humana está infravalorada y la utilizamos muy poco...
_ Pero un coeficiente mental elevado no es sinónimo de calidad de vida, estabilidad matrimonial,
capacidad para educar a los hijos, destreza para amar a los mayores, seguridad laboral, estabilidad
económica, salud, confort –apuntó Iván-, sin embargo, el impulso que es vehículo para la
emoción, semilla que se expande en forma de acción, es algo que se siente, se intuye. Oscar... a ti
precisamente te lo digo, la vida es una comedia para quien nada más utilizan el cerebro y para
quien pensar y reflexionar lo es todo.
_ Iván... a ti precisamente te lo digo, la vida es una verdadera tragedia para quien hace de las emociones
exclusivamente su punto de partida. La ineptitud intelectual es un crimen directo contra la
humanidad.
_ ¿Me estas diciendo que ser emotivo no es una guía de referencia para gobernarnos, eh, Oscar? ¿Es
esto lo que me estás insinuando?...
_ Iván, yo creo que no hay ningún inconveniente en la multiplicidad de emociones que nos avasallan
hasta el punto de embriagarnos sin que nos demos cuenta, pero es necesaria la convivencia
armónica. Conviene que se mezclen de una manera inteligente entre sí, porque de no encontrar
la oportuna expresión, la relación apropiada y la difusión precisa puede confeccionarse un cóctel
explosivo que nos estrangularía hasta no dejarnos respirar. Podría ser tu caso!
_ Dime Oscar, ¿tú te consideras un ser potente?
_ ¡Claro que soy potente! Sumamente potente.
_ Vaya, ahora eres tú quien no tiene abuela.
_ Al igual que tú, Iván, tengo la capacidad de cambiar. Pero creo que tú te has fabricado durante estos
años una fenomenal máscara protectora que evita que tu yo salga a la luz. Juegas con distintos
ritos que usas según tu necesidad, según la persona y la situación, sin embargo, ¿te has preguntado
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
de qué está hecha la realidad?... Ten en cuenta que si te abrigas con una gruesa armadura, aunque
tú creas estar seguro dentro de ella aprisionándote voluntariamente, lo que haces es apagar la
llama de tu propia identidad. Niegas tu desarrollo imprescindible. ¿Seguro que te sientes bien en
tu piel?
_ Vivo, Oscar, y no tengo remordimientos. Los remordimientos me hacen venir dolor de cabeza.
_ Permíteme continuar, porque quiero hablarte de oportunidades. Lo que antes quise dar a entender
es que nuestra potencialidad es infinita; la tuya, la mía, la de la señorita del generoso escote que
canta junto al piano.
Iván clavó su mirada en la joven y ya no la dejaría a lo largo de toda la velada. Aunque fuera de reojo,
disimulando ante su amigo al que de ningún modo engañaba, la miraba para desnudarla de arriba
abajo y recorrerla.
_ Iván, podemos ir en distintas direcciones. Podemos variar nuestra condición modificando nuestro
estado de ánimo, así es como surge la potencialidad. Pero te pregunto, ¿te abres a las posibilidades
o solo te desparramas en ellas? Podemos hacer las cosas de tantas y tantas formas distintas...
_ Pero por ejemplo, yo sólo conozco una manera de ganar una discusión.
_ ¿Y cuál es Iván?
_ Pues evitándola –y le sonrío con picardía a su amigo.
_ Tienes razón Iván, dos no pelean si uno no quiere. ¿Seguimos o prefieres que lo deje aquí?
_ Prefiero que me hables de todo cuanto quieras, pero respecto a ti, así me resulta más cercano y
aprovecho para conocerte mejor. Quiero saber qué clase de hermano tengo.
_ A mí me gusta pensar y plantearme el tipo de sociedad en la que me gustaría moverme.
_ ¿Y te preguntas qué puedes y qué vas a hacer para favorecerla, Oscar? ¿Encuentras las respuestas?
_ Más que buscar respuestas intento realizarme las preguntas adecuadas. Si no sé cómo debe ser la
sociedad idílica, ¿cómo puedo organizar los recursos y un calendario de actividades? Sólo a ti me
muestro sin vergüenza Iván, pero honestamente, quiero reconocerte mi debilidad... no sé cómo
contribuir... ni siquiera logro comunicarme con mis compañeros de estudio.
_ ¡Entonces te pillé Oscar! A ti te falta la intuición. No sabes descifrar ni interpretar las señales que
pueden llegar de remotos lugares como regalos adicionales. ¿Para qué me hablas de
presentimientos?
_ Probablemente tengas razón. Me falta trabajo interior. Debo desbloquear a Yesod.
_ ¿A quién has dicho?
_ Déjalo estar. Otro día te cuento esta historia, ¿vale?...
_ De acuerdo, lo que tú digas...
_ Lo importante es lo del trabajo interior.
_ A todos nos falta trabajo interior, demasiado ocupados enfrascados en demasiadas cosas nos
distraemos –dijo Iván cuando sus ojos se posaron nuevamente en la cantante que alternaba con
un hombre calvo y gordinflón que sostenía un largo puro con su mano derecha. Tres
guardaespaldas de traje oscuro en la mesa contigua no lo intimidaron. Se fijó en sus largas piernas
cruzadas que el corte de la falda dejaba al descubierto.
_ A veces, de manera errónea, pensamos que un acontecimiento o una persona, incluso un ser divino
o esotérico tienen poder sobre nosotros. Pensamos que su influencia determinará nuestros actos.
_ ¿Y no es así? –dijo volviendo a Oscar rápidamente asumiendo que había detectado el despiste.
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_ No. Nada determina más que la voluntad de ejercer el libre albedrío.
_ ¿No existe el Destino?... Y ahora me dirás que aclararme este concepto tampoco toca, ¿verdad,
intelectual!
_ Es demasiado profundo y extenso para tratarlo ahora. Queda en pie para otra vez que no llevemos
tanto tiempo hablando, ¿te parece?
_ Si tú lo dices... pero yo no tengo intención de subir a mi habitación, no tengo sueño, pero sí ganas
de ir al servicio. Con tu permiso Oscar –y se dirigió a los lavabos pero no entró en el lavabo de
caballeros. Entró en el lavabo de señoras.
La joven del piano se maquillaba. Una lágrima había corrido su rimel. Se le acercó sigilosamente por
detrás consiguiendo posar las manos diestras en sus pechos. Apretó su miembro que rápidamente
endureció contra sus nalgas. Se miraban uno al otro por el espejo cuando la pelvis de Iván comenzó
a moverse en círculos deteniéndose y empujando ligeramente hacia adelante hasta que la aprisionó
contra la pica de mármol. Ella estuvo muy quieta, pero luego de unos momentos cargados de
tensión, en vez de gritar pidiendo auxilio, cerró los ojos inclinándose para tocar con su frente el
espejo cuando una de las manos de Iván abandonó un pecho y le empezó a subir el vestido
introduciendo los impacientes dedos por la entrepierna, y al poco reaccionó dándose la vuelta con
dificultad pero con mucha determinación empujándole para desprenderse de Iván, y fijamente lo
miró. Ante aquella mutua parálisis, a Iván se le ocurrió guiñarle un ojo y sonreírle haciendo gala de
una cautivadora sonrisa que ella no respondió, salió corriendo del lavabo dejándolo atrás altamente
excitado.
Cuando Iván llegó al cómodo rincón donde se encontraba Oscar como si no hubiera ocurrido
nada, como si hubiera procedido de la manera más normal a satisfacer sus necesidades fisiológicas sin
recordar ya el suceso concentrado en su amigo, fue Oscar quien hizo referencia al suceso.
_ Debiste equivocarte de baño. La cantante salió corriendo asustada.
Iván se encontraba a gusto con su buen amigo al que hacia tanto tiempo que no veía. Su compañía
era mejor que la suavidad de cualquier mujer, incluso la de aquella exuberante joven que iluminada
bajo una tenue luz púrpura entonaba igual que una negra los cantos espirituales que sonaban en la
sala del piano bar. Ambos escuchaban su aterciopelada voz. Uno con mirada conmovida, el otro con
su entrepierna agitada, y como si fuera a ella a quien se comiera, Iván se llevó un puñado de
cacahuetes a la boca antes de reanudar la conversación.
_ Oscar, hace un rato hablábamos de oportunidades y de posibilidades.
_ Y de la totalidad de la potencialidad humana, porque era ahí donde quería llegar. Atiende Iván. Los
helicópteros, el teléfono, el submarino o el ordenador, ya estaban presentes en la época de los
romanos, pero ni César ni los otros eruditos de su corte fueron capaces de construirlos porque
no se lo habían planteado. "Esto no se hace de esta manera". "Esto no es así" o... "No es posible
llegar allí arriba" son expresiones que limitan.
_ Estoy de acuerdo contigo, son expresiones para el refugio de las personas sin coraje. El que no se
haya hecho jamás no significa que no pueda hacerse. Resulta que este es precisamente mi principio
Oscar.
_ Observar las cosas desde otro ángulo... así es como nacen las nuevas oportunidades abriéndose
extensas posibilidades para el género humano.
_ Sólo tú puedes vivir tu vida y definir tu propia existencia.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
_ ¡Exactamente Iván! Tu vida es tu responsabilidad y afecta al conjunto de la humanidad.
_ ¿Piensas que la gente sabe mucho más de lo que cree?
_ No hay desgracia, sino personas que se sienten desagraciadas. Es la actitud lo que cuenta. Yo
considero que el potencial humano esta desaprovechado. Somos seres que ya somos, pero nos
perdemos en lo que hacemos sin preguntarnos quienes somos.
_ Pero para muchas personas seguir el patrón establecido es más cómodo y menos arriesgado, ¿tú lo
haces Oscar?
_ Personalmente te diré que intento ser humilde con todo aquello que no puedo comprender. Amo
y respeto la Naturaleza. Deseo aligerar, si está en mi mano, las miserias de mis semejantes.
Además, mantengo una aversión por todo aquello que se me presenta oscuro o sucio
curioseando en lo que es ambiguo o indefinido. He fusionado el mundo de las abstracciones y
los conceptos con el mundo de la observación objetiva y la reflexión sosegada, y quiero añadirle
ahora el complejo y desconocido mundo de la percepción sensorial.
_ Si lo consigues podrás establecer un puente entre el cielo y la tierra –bromeó Iván.
_ No sólo entre el Cielo y la Tierra, sino enlazando lo material con lo espiritual. Un nexo de unión
entre lo humano y lo divino. Un matrimonio entre el arte y la ciencia –puntualizó.
_ Entonces, ¿quieres ser un barquero que acompaña a la gente para que cruce de una orilla a la otra?
–preguntó Iván.
_ Pues no me desagradaría acompañarles al lugar donde pertenecen.
_ Como tú bien dices, es una posibilidad ...siempre y cuando no te limites tú mismo –Iván quiso
pellizcarle el alma.
_ Tiene que existir una necesidad verdadera, no un simple deseo o creencia de que realizo lo que debo
–Oscar no se había inmutado por su intento.
_ Pero Oscar, si las personas están llenas de necesidades. Necesitan pertenecer a una comunidad.
Necesitan obtener respeto y reconocimiento. Necesitan saciar su sed de conocimientos. Y
sobretodo, necesitan dar sentido a su vida tal y como tú lo estás intentando.
_ Creo que olvidas lo más importante, las personas necesitan amarse a sí mismas y en esto yo no
puedo intervenir. Yo intento encontrar el límite de mis capacidades individuales y este trabajo me
reconforta y aunque sufro a veces, mi gozo es pleno, y asimismo desconcertante.
_ ¿Me permites una sugerencia? –y en ese momento Oscar ladeó la cabeza con un golpe brusco y una
mirada que interrogaba a un Iván que dijo-. Existen cánones impuestos que nos hacen
considerarnos seres "civilizados" pero en nuestra infancia, la instrucción para la comprensión de
la unidad mente-cuerpo respecto al acto de vivir no existe. El proceso está incompleto. Los
centros docentes no responden a una demanda real. Fracasa el sistema educativo. Ahí tienes una
necesidad real. Por tal razón yo predico un aprendizaje autodidacta. Aprovechar mi capital
humano en busca de autonomía es un buen comienzo, ¿tú qué dices?
_ Sí, Iván, pero tu capital humano no debería ser tu habilidad para seducir mujeres. No vas a
encontrarte encima de un cojín la llave que abre las puertas de todas las dudas. Amigo mío, tienes
que romper tu esquema de vida porque está obsoleto y te paraliza. Vives en un mundo demasiado
práctico. Eres frío y calculador. Utilizas los datos de manera exacta, matemática, como notas en
una pieza musical que tocas a la perfección, sin embargo, tu interpretación ofrece un sonido
nefasto porque olvidas la sensibilidad del sentimiento verdadero, aunque te sobre emoción y
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pasión. Debes potenciar tus destrezas personales entre todas tus capacidades porque son diversas.
Hay cosas mucho mejores por hacer que conquistar señoras de elevada posición social y nutridos
billeteros. Encuentra otra opción. Renuévate amigo mío. Transfórmate Iván. Sacrifica lo que eres
por lo que puedes llegar a ser, porque eso es lo que ya eres en estado puro. No te abandones. No
gires la cara hacia otro lado ni te niegues por más tiempo. Prométemelo, por favor, Iván,
¡prométemelo!
_ De acuerdo, admito que soy... un tipo especial al que no se resisten... –Iván se mostró coqueto con
una mirada oblicua-. Pero abrazaré la alegría de vivir sin tanta frivolidad, ok! Pediré sin exigir. No
las presionaré. Olvidaré el texto y aparcaré mi personaje de ficción. Voy a quitarme mi máscara.
No voy a ser más esclavo de mi fabricada personalidad. Voy a darme la oportunidad para
descubrirme a mí mismo.
_ Cuando cambiamos en nuestro interior, la realidad exterior cambia para nosotros. Recuerda que
pensamos según nos enseñaron, Iván, hablamos conforme a las reglas, y obramos de acuerdo con
la costumbre, pero de golpe y porrazo puede suceder aquello que nadie más que nosotros ve y
entiende y eso es la oportunidad. Prepárate para aprovechar tu ocasión y no dejes que se te escape
aunque parezca que te despiste o pretenda desorientarte. Nada es por casualidad. Todo es una
oportunidad para aprender. La posibilidad de conservarte satisfecho y saludable nadie podrá
regalártela... tendrás que ganártela tú –hizo una pausa, Oscar tomó aire y continuó con el mismo
ímpetu desbordante-. La mentira provoca vértigo. Puedes engañar a alguien una vez, a mucha
gente muchas veces pero a nadie vas a engañar eternamente, entones Iván, ¿para qué hacerlo?
¡Nada más te engañas a ti mismo! Te diré con tu mismo pragmatismo: si una cosa no es útil, es
inútil. No mientas. No te mientas a ti mismo.
Oscar e Iván siguieron hablando largo tiempo de sus conflictos, de sus anhelos, de sus inquietudes.
Compartieron algunas ideas más. Hubo discrepancias de criterio pero nunca una mala palabra. Se
marcaron las bases de sus diferencias porque la concepción del mundo era similar, pero no era
idéntica. Ambos tenían sed de conocimientos y emprenderían senderos diferentes tal vez para llegar
al mismo sitio.
Se despidieron con un largo y efusivo abrazo de nueve minutos.
Iván entró en el ascensor y subió para meterse entre las sábanas sin compañía femenina por
primera vez en su estancia parisina. Ninguna mujer velaría su sueño aquella noche pero a las tres de
la madrugada golpearon su puerta. Había terminado su turno. No tenía que cantar en el piano bar
hasta el día siguiente a las nueve de la noche. Iván se sorprendió al verla, sobretodo por la reacción
que había tenido en el lavabo. No sabía si venía a pedirle explicaciones para entablar una disputa.
Aun adormilado escuchó -Lo siento, no he podido resistirme... averigüé cuál era tu habitación
y...-. El comentario lo sacó de cualquier duda. No venía en son de guerra o sí... en son de la mayor
guerra.
Gozaron. Fueron cuatro ajetreadas horas en las que ella decía –Oiií... Oiií... SíïÍ... Sííí... Qué
bien lo haces... No pares... No pares... uhuuum... uhuuum... Más deprisa-, y él decía “Qué buena
estás... aahmm... aahmmm... ahora follame tú, venga... cabálgame rica, ohooooo... que polvooo”. Se
dieron gusto mutuamente durante nada más cuatro porque antes de la hora de los desayunos la
joven debía estar en el área reservada al personal del hotel. Nadie podía verla vestida de noche por la
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zona de clientes. La joven del piano bar cruzó a la carrera los pasillos rogando para que no se
encontrara con ningún empleado que pudiera chivarse al jefe.
La comunicación es arte cuando las partes de un solo elemento se reúnen. Hay encuentros que
convergen por la necesidad de fusión, sin embargo, únicamente será posible la reunión entre Oscar
e Iván en un lugar remoto. Y esto podrá suceder no por la fuerza de las circunstancias, sino merced a
un sentimiento íntimo compartido por los dos.
Llegado el momento, lograrán experimentar un considerable aumento del valor interno
mediante una petición al único testigo de su intimidad, ¿neutralizarán la oposición para dejar que la
acción correcta proceda fluyendo ambos con autenticidad?...
La luna nueva les había instado en ocasiones a emprender un fascinante viaje al fondo de sí
mismos y, prestar atención a las relaciones personales era de capital importancia. Pasara lo que pasara,
la reunión última dependía exclusivamente de cada uno de ellos por separado.
Y se abrirá el majestuoso portón para ellos, dejando al descubierto el lugar de iniciación de
seres avanzados. Y se les permitirá acercarse, entrar en contacto para iluminar su existencia de manera
que el sentido de ésta resplandezca en el mundo claramente a través de “otra forma más adecuada”.
Y será la frontera entre el paraíso y lo mundano.
Ambos deberán reforzar la capacidad de espera, uno, sumido en la paciente contemplación,
el otro, lanzándose a diario por el despeñadero del dinamismo. Pero un día inmortal acariciados por
una suave brisa en la cima del Mundo Perdido toda su vida pasada podrá quedar atrás si deciden cruzar
el umbral de la roca maciza para llegar adentro.
Y todo cuanto les ocurra contribuirá a llevarles hasta ahí.
Oscar e Iván deberán percatarse de todo con suma atención más allá de los arraigados cinco
sentidos, y bendecir todo y por ende liberarse de todo, pues al desprenderse de la herencia y el bagaje
acumulado se recupera instantáneamente la libertad, y puede penetrarse la dura piedra.
*
*
*
*
En el cielo de Oscar se manifestarán los más tristes soles de invierno, en su fortaleza, la unión de la
fuerza. Alma silenciosa que observa con el asombro y el detenimiento de un niño, Oscar pertenece
a una tierra donde los huracanes soplan despacio, las mareas no se agitan y las aves no tienen
necesidad de migrar. Iván procede de la tierra prohibida donde la devastación da paso al manantial, a
la rejuvenecida flor, al nacimiento del sol que ilumina el esplendor de una naturaleza reactivada. En
los jardines que pisará habrá las más bellas flores de primavera, y en su signo, el coraje de la leyenda.
Frente a la luz ámbar de un semáforo, Oscar se detiene mientras Iván aprieta a fondo el
acelerador. El trepidante ritmo que imprime a sus actos le hacen extremadamente inconsciente pero
jamás tonto o estúpido, polaridad! Por un lado, ser, y no parecer. Por el otro, parecer, y no ser.
Los atributos de Oscar son el conocimiento, el silencio infinito, el equilibrio perfecto, la
simplicidad. Tiene la sensación de ser posibilidad con un potencial incalculable, pues bajo la diversidad
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infinita de la vida subyace su alma dispuesta a penetrarlo todo. Y cuanto más intenta conocer su
propia naturaleza, más próximo está de lo que podría denominarse la experiencia de lo milagroso.
Su amigo Iván, también está próximo, pero su conocimiento parte de los objetos de sus
experiencias, al contrario de Oscar que se aleja de las cosas. Iván siente una necesidad imperiosa de
controlarlo todo. Y sin solicitar aprobación, controla “las cosas” para sacarles provecho y alguna que
otra enseñanza. Y seguirá influido por “lo externo” durante largo tiempo abstraído por situaciones,
circunstancias, personas, y sobretodo por las vivencias. Su conducta espera una reacción del medio
que lo rodea y en función de la reacción, actúa. Así fabrica su mito.
Así inauguró una imagen perfecta de elaborada mascarada social representando su papel de
acuerdo a lo que exigía el entorno. Se adaptaba. Se dejaba llevar hasta que ya no quiso ser por más
tiempo comparsa, paje, escudero, y comenzó a nadar contra corriente, a nadar contra el sistema
porque quería cambiar las cosas. Hasta la fecha solía dar lo que la gente solicitaba calladamente pero
después de París, quería incidir, quería estar, porque sólo ceder a los designios de los demás personas
era ser cómplice, y ser pasivo, y deseaba ser activo y a su vez participar sin quedar excluido procediendo
inmune a las críticas sin temer a ningún desafío no sintiéndose superior a nadie, pero al mismo
tiempo, tampoco inferior a nadie.
Sin embargo, aún y tanta oposición, algo unía a Iván con su amigo Oscar. Y desde aquél
encuentro tenían en común su dedicación regular para estar en comunión directa con la Naturaleza.
Esos ratos les permitían percibir la interacción armoniosa de los elementos y las fuerzas de la vida
danzando con sus mensajes. Ambos contemplaban una puesta de sol, escuchaban el sonido del mar,
intentaban acariciar el viento o simplemente olían el aroma de una orquídea en éxtasis disfrutando
del palpitar de la vida.
La pausada quietud de Oscar, una puerta abierta a la totalidad. El desmesurado movimiento de Iván,
un ciclón permanente en vías de desarrollo. La combinación de la tranquilidad y el dinamismo
permite liberar creatividad. Lo comprobarán cuando intercambien sus papeles sin renunciar a ser ellos.
Pero lo caótico y complejo de la sociedad que les envolvía eclipsaba la fusión. ¿Cómo saber que en la
contradicción se encuentra el complemento que enlaza la unidad?
Detener la circulación de la energía es como detener el flujo de la sangre. Cuando la sangre
deja de fluir, empieza a coagularse, se cuaja y se estanca. Y eso es precisamente lo que iba a suceder.
El universo opera a través del intercambio porque nada es estático, todo evoluciona. El flujo de la
vida no es otra cosa que la interacción armoniosa de todos los elementos y fuerzas ocultas que
dibujan la existencia humana. Pero Oscar e Iván, todavía no lo sabían.
En cada semilla se encuentra la promesa de millares de bosques. ¿Se abonarán en suelo fértil
estos dos buenos amigos?
En su lámina de corcho del apartamento-santuario que había aumentado con otros dos gigantescos
plafones rodeando el perímetro del salón, añadió un peculiar dibujo: una especie de llave maestra con
un gran ojo que simbolizaba el equilibrio y el amor que hay frente a toda la organización cósmica.
A continuación de indagar entorno al horóscopo (tal y como uno es y como se siente
internamente), además de indagar a cerca del ascendente (tal y como uno se manifiesta y expresa en
el exterior), exprimiendo todavía más el mundo de la astrología, Oscar quiso saber la composición
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de su árbol Cabalístico. Antes pasó por las tradiciones chinas deteniéndose en el Libro de los Oráculos;
testimonio del más antiguo pensamiento religioso que fue transmitido oralmente y recopilado en
un libro cuando apareció la escritura igual que la Kabbalah, el Talmud, los libros Vedas Indios o la
Biblia.
El objetivo principal del pensamiento chino es lograr una perfecta adecuación entre las
aspiraciones personales y las posibilidades que ofrece la vida misma; en lograr esta "adecuación"
consiste la verdadera sabiduría. Lao-Tse, fundador del taoísmo, creía que el individuo entorpece el
orden natural del universo si actúa por su propia voluntad y por eso, lo que debe hacerse es
condescender con la Naturaleza y dejar actuar al Ser. Aquel principio se le escapaba porque prefería
la tesis del libre albedrío, aunque coincidía con Oriente en la intemporalidad de las cosas tanto como
en la necesidad de vida interior.
Al nacer, cada uno está llamado a seguir un camino. Oscar había tratado de encontrar el suyo
mediante el examen de la posición de los astros en el instante que vino al mundo. Impregnó desde
sus primeros pasos mucho discernimiento para poder moverse cómodamente en su camino, pero no
estaba exento de ocultas bifurcaciones, cambios bruscos y reveses imprevistos que no obstante,
posibilitarán extraer valiosas lecciones.
Sumaba toda clase de elementos, tendencias hereditarias, condiciones de educación,
experiencias personales, perfeccionamiento del carácter y especialmente, trabajaba el desarrollo de sus
capacidades fundamentales para lograr saltar de un camino al otro como de un caballo al galope
saltando a otro que galopa delante una vez alcanzado. La de Oscar, como la de cualquier otro ser
humano, era una evolución condicionada en mayor o menor grado por su infancia, su entorno, y su
familia; su padre madre hermana, cada cual ejercieron su influencia. Víctor lo marcó notablemente.
Oscar comenzó a debatirse entre lo mental y lo práctico. Pero vertiginoso en pensamiento,
no convierte en hechos sus razonamientos internos. Con demasiada fertilidad en muchos aspectos,
sobre todo en cuanto a ideas provechosas y audaces todas ellas expresadas con rapidez, aunque con
una buena lentitud en su elaboración y maduración, hacen de Oscar una persona de gran capacidad
creativa que en los densos libros de texto y en su carrera no hallará salida.
A caballo entre lo intangible de su alma y la utilidad de sus actos, de voluntad conciliadora,
iba en busca de la unión, la conjunción y la comunión entre las personas de buen corazón, pero con
una visión un tanto utópica de la armonía. Reflexionaba sobre conceptos sólidos para consolidar su
estabilidad a todos los niveles y su hipersensibilidad formaba un ser a menudo incomprendido que
actuaba con cierta reserva y prudencia para no ser mal interpretado. Tenía reparos en compartir sus
sentimientos nobles y guardaba para sí todo su caudal.
Estando prendado del orden y la perfección, culto y moral, no soportaba la tontería, la
mediocridad o el pasotismo, pero nadie podía adivinarlo. Había aprendido a disimular y decir
mentiras piadosas; mentiras blancas indoloras ejercitándose a la espera de averiguar cómo exteriorizar
todo aquel complejo mundo interior. La cantidad de abundancia de ideas podía convertirlo en una
esponja que absorbe a las personas de su alrededor, y Oscar siempre quiso debates, nunca monólogos.
Y lentamente se forjaba una armadura con la que retener y protegerse; él que le había dicho a su
amigo que no se abrigara con una gruesa armadura que lo aprisionara hasta el punto de apagar la
llama de su propia identidad, ¿negaba voluntariamente su desarrollo imprescindible? La postergación
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reiterada terminaría por degollarlo si no cedía a tiempo; demorarlo era un total despropósito. ¿Tan
unido estaba a Iván que se inscribía en su misma línea?
Oscar tenía la facultad de resolver valerosamente la acción que su intimidad programaba pero no
desarrollaba. Imprimía la sencillez y la regularidad en aquello que no tenía forma deseoso de encontrar el rigor y la precisión, y se debatía
entre la indecisión y la duda. Su brío inquebrantable existía, aunque únicamente podía leerse en sus enormes
ojos de almendra porque en la profundidad de esos mismos ojos que permanecían abiertos a todo, en
su mirar, su mismo mirar simbolizaba la clave.
Probablemente Oscar reservaba su energía porque tenía la sensación cada día que amanecía de
estar marchando por un camino paralelo al propio, pero aún así, con el descontento a cuestas, insistía
con una inusitada perseverancia en la misma raíz de su empeño sin dejarse doblegar.
Nadie sospechaba su maremoto interior porque Oscar no tenía ninguna clase de problema
para sacar sus estudios con honores y realizar sus tareas y cumplir con sus deberes de estudiante.
Seguía acumulando conocimientos sin tener la certeza de que le serían útiles y podría aprovecharlos
y disfrutaba complementando su instrucción para entretener su mente activa y en el último trimestre
del último curso, le tocó a la ecología.
Oscar continuaba cuestionándose la sociedad en la que vivía de manera estricta y tajante. Decía que
el Hombre olvida que es hombre porque desde el nacimiento hasta la muerte, de domingo a
domingo, de la mañana a la noche, todas las actividades están prefabricadas, enlatadas, listas para el
rutinario consumo olvidando que cada individuo es único y al que solo le ha sido otorgada esta
oportunidad de vivir; con esperanzas y desilusiones, dolor y temor, con el anhelo de amar y el terror
a la nada. Pero en esta ocasión, empezó a transcribir su divagación en el ordenador que le había
regalado su madre creando varias carpetas con los títulos más dispares. Y detallaba “La civilización
actual es artificial y superficial, prueba de ello nuestra pintura que se estropea y se borra en un corto
plazo de tiempo cuando aun hoy podemos contemplar fantásticas pinturas rupestres de nuestros
antepasados”. Añadía al pie la fecha y la fuente de información.
Algunos de sus trabajos tenían toques de una latente denuncia social porque afirmaba con
razón “Cuando se paga mejor a un deportista que a un profesor de literatura y a una TOPModel
mejor que a una enfermera el hecho indica que las cosas no funcionan”. Archivaba los recortes de
periódicos o notas de prensa en relación al tema en lo que más que un salón parecía una oficina o
una biblioteca.
En otro archivo había anotado: “Cuando se le ha perdido el respeto a nuestros ancianos y se
los abandona en residencias, cuando se obliga al campesino que trabaja con amor y orgullo la tierra
a que arranque sus cepas por ridículos convenios entre naciones, el hecho indica que estamos
fallando. La Tierra es motivo de polémica porque ya no es tan habitable como antes, y sigue estando
en peligro por culpa de la deforestación, la erosión del suelo, la lluvia ácida, los residuos atómicos, el
recalentamiento y el agujero de la capa de ozono. Y esto no es una mera cuestión de países o
gobiernos, tiene que ver con la actitud personal de cada uno para reconstruirla y suprimir la
degradación ecológica que sufre el territorio que pisamos”.
Oscar asistió con interés a un certamen internacional en favor del planeta del que extrajo una
conclusión “La situación es alarmante y empeora con el paso de los años pero las reuniones del G8
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son acuerdos sobre mínimos sin compromiso de control para que lleguen a ejecutarse”. A raíz de su
inconformismo, con una posición más cercana a la de Iván se armó de valor para presentar sus teorías
particulares a los camaradas de la universidad, a su madre, a los vecinos, que tras una mirada retorcida
exenta de interés, escuchándolo sin atenderlo, al rato, cansados, buscaban cualquier excusa para
desembarazarse de sus explicaciones y posibles soluciones. Lo dejaban por inútil. Lo llamaban
ingenuo. Su madre forzaba una sonrisa. ¿Llegaría el día en que poco le importará lo que los demás
piensen y se pondrá a actuar por su cuenta y riesgo? Tuvo ese presentimiento.
Y añadió una frase más en el único espacio libre que quedaba en el tupido plafón de corcho
“La Tierra es una casa comuna que lo es de la Humanidad, un edificio que amenaza ruina y con
urgencia reclama ser salvada de los peligros medioambientales que la amenazan”. La colgó en vez de
registrarla porque de esta forma podía leerla y releerla sin necesidad de abrir el ordenador. Otra frase
sujeta con una chincheta verde decía “La Tierra no es la herencia de nuestros padres sino un préstamo
que nos hacen nuestros hijos a favor de los nietos”. La escribió en rojo y en letras mayúsculas. Oscar
pensaba en las generaciones futuras.
Una noche de viernes se dictó un discurso. Lo aprendió con la intención de pronunciarlo
porque había encontrado el rigor y la precisión y ya no se debatía entre la indecisión y la duda. Su
brío inquebrantable necesitaba mostrarse por fin. “Hace tres mil quinientos millones de años que
apareció la vida en nuestro planeta y nunca jamás se había dado con tanta intensidad una destrucción
tan vasta, rápida e irreversible de la fauna y la flora y si esto no se rectifica, los expertos aseguran que
el desierto avanzará hasta tragarnos. Pienso que todavía hay esperanza, quizás no se ha transgredido
la línea roja que nos separa del desastre definitivo”. Deseaba por el bien general que no fuera
demasiado tarde y sentenció acompañando la frase de un sonoro golpe con la palma de la mano
abierta que hizo tambalear los vasos encima de la mesa “Es una necesidad absoluta conservar la Tierra”.
Así proclamó el desastre el lunes por la tarde frente a la estupefacción de un grupo de estudio reunido
para preparar una tarea porque a Oscar le preocupaba la superpoblación y el analfabetismo, los
desastres nucleares y el hambre del tercer mundo, pero no así a sus contertulios presentes que
prácticamente lo insultaron en vez de llamarlo solamente “raro espécimen". Y aquella fue la última
vez que expresó en voz alta su pesar, porque Oscar necesitaba comunicarse como la planta necesita
el agua, pero para que la comunicación ocurra se necesita tanto un emisor como un receptor, y
aunque buscó receptores de señal, para su desgracia no los halló en su entorno inmediato.
Para Oscar, aquietar su mente equivalía a poner en orden el mundo. Si por un instante cesaba su
lucha, restringía el propósito de su existir. Meditación y diálogo eran la mejor herramienta de
conocimiento y transformación.
Enfocaba correctamente la percepción para descubrir el propio camino. Pero luego quería
compartir sus aforismos y frases celebres procedentes de otras culturas y no encajaban y él no
pretendía que nadie lo escuchara por obligación o simple cortesía. Oscar quería compartir como dos
niños comparten una piruleta ahora chupo yo ahora chupas tú; pero la información no era bien
acogida. No interesaba. Nadie la reclamaba. No tentaba, como no había tentado antes a sus
compañeros de cuarto en el internado o a los compañeros de estudio en la librería del rincón de la
biblioteca durante el recreo. Se repetía la misma historia con el correr de los años. Desgana. Apatía.
Desprecio.
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Los jóvenes de su misma edad preferían comentar el último modelo deportivo de una u otra
marca de automóviles y realizar apuestas entorno al equipo que ganaría la liga de fútbol jugándose
innumerables packs de cerveza. Nada había cambiado. Pobres datos a mercadear.
Mientras sus compañeros tenían colgados en la puerta de la habitación calendarios con chicas
desnudas en posiciones sugerentes, en la mesita la fotografía de su novia, en la pared, una canasta
pequeña de baloncesto o una diana con dardos, Oscar acumulaba dosieres que confeccionaba y una
gran cantidad de libros que apilaba uno encima de otro hasta tocar el techo.
En su pared de la habitación, pulcramente enmarcadas, una fotografía de su madre, otra de su
hermana, y una grande de su padre en blanco y negro y también los dibujos a lápiz carbón de Ana.
Debajo, en un estante, había un pequeño peluche con una etiqueta al cuello donde podía leerse
"quiero mimos".
En la universidad, la religión de los estudiantes seguía siendo el deporte y el sexo y su único
pensamiento consistía en pedir una copa más al camarero. Oscar portaba en su seno un equipaje poco
usual para sus veintidós años. Y daba seguimiento a su plan emprendiendo el viaje más apasionante
del ser humano. Aquello que los griegos perpetuaron con su primera sentencia grabándola en el
templo de Delfos: conócete a ti mismo.
Oscar acumulaba toda clase de investigaciones mostrando ser muy selectivo con los temas, pero sus
investigaciones y aspiraciones se reducían en la época de los exámenes, entonces se encerraba con sus
libros de texto y sus cintas de Elvis Presley en la quietud de su apartamento-santuario.
La disciplina era una disposición más que honorable que le rendía satisfacción por el deber
cumplido. Le gustaba la escuela con "E" mayúscula. Otra cosa distinta eran las clases en la universidad
que no invitaban a la reflexión y la crítica. Se limitaba a aprenderse de memoria las normas y absorber
los casos más renombrados. Se movía bien en las bibliotecas y tenía dotes para la jurisprudencia.
No se acercaba al dogmatismo. Reposaba en aspectos sistemáticos sobre las leyes morales y
las reglas acerca de la lealtad y la dignidad en relación a los valores humanos. Provisto de semejantes
aptitudes, podía elegir cualquier profesión relacionada con el derecho, como abogado, procurador,
funcionario ministerial o notario, pero su meta era llegar a ser juez. Esa ya no era una decisión de su
padre. Era enteramente suya. Le apetecía convertirse en un importante magistrado de su país. Su buen
equilibrio entre pensamiento y sentimiento no vulnerable al sentimentalismo le auguraba un
provechoso futuro como magistrado. Obvio que Oscar no discrepaba en el entorno para el que se
preparaba pero la verdad es que no hacía lo que le correspondía. No, no lo hacía.
Su auténtica vocación estaba oculta y cabía la posibilidad que se hiciera del todo invisible si dejaba de
atender los mensajes que llegaban de algún lugar remoto en sutiles manifestaciones casi
imperceptibles. Pero a Oscar no le faltaba el olfato, y aun en lo más abstracto, sabía como darle una
lectura no conforme a lo habitual. Respiraba fertilidad y la solidez de la creación para obtener
beneficios confeccionando su propio inventario y una peculiar escala de valores que tardaría tiempo
en asimilar y poder aplicar pero no cesaba y, tal vez su aislamiento cesaría. Tal vez su trabajo solitario
daría su fruto. Tal vez exigirá un nuevo método y otro orden distinto pese a su timidez y la ausencia
de un coraje reiterado y reivindicativo. La cuestión es que gracias a su tenacidad no se desprendía del
tallo, ¿llegará a escalar los peldaños más altos que le llevarán hacia la resolución y la luz?
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La luz brillaba desde el futuro en el presente. Sus expectativas familiares con Ana prometían. Sus
expectativas profesionales auguraban gran prosperidad material. Mas las expectativas superiores
de su alma, quién sabe dónde lo llevarán. Como hombre responsable, quizás aceptará el reto
desempeñando su función dentro del ecosistema cósmico, pero solamente quizás. Por el
momento se trata de una completa incógnita a tenor de lo dispuesto.
Lo único que sí está claro es su inminente entrada en el mercado laboral. Sus excelentes
capacidades de trabajo, claro razonamiento y buen juicio, le convierten en un hueso difícil de
roer para cualquier adversario.
Oscar no tardó en ofrecerse para realizar sus practicas en el más prestigioso de los bufetes. Y con
ello postergó cualquier aspecto relacionado con su vocación. Lo cierto es que al integrase en una
activa empresa de leyes que movía los casos más importantes del país, se disiparon sus
inquietudes personales y aunque no lo abandonaron, la esperanza de su autentica
autorrealización parecía quedarse constantemente relegada.
Oscar se convirtió en apenas nueve meses en el segundo abogado más temible del bufete. Resolutivo
y sin dejar cabos sueltos, encontraba la mejor solución; la más rápida y limpia, la que dejaba una
minuta cuantiosa. Y el dinero le deslumbró porque era suyo, porque lo ganaba con su propio esfuerzo
y con tal cantidad de efectivo podía hacer lo que consideraba más oportuno sin el amparo de mamá.
Su actividad febril era la de un océano embravecido. Olvidó detenerse para oler las flores del
parque. Ya no tenía un minuto para entretenerse a untar galletas en la leche. Ahora tenía
responsabilidades con terceros y debía darles cuenta, sorprenderles permanentemente mientras se
hinchaban las arcas del bufete.
Trabajar era más divertido de lo que nunca pudo imaginarse. Y cuanto más disfrutaba, más se
apartaba de su camino sumido en la adicción profesional. Oscar comenzó a pensar que no valía la
pena vivir sino había un trabajo que realizar, un cliente que atender, una víctima que salvar. Podía
defender a la viuda y al huérfano, a las víctimas de todo tipo de injusticias, y defendía... aunque estos
eran los casos menos remunerados y valorados por los miembros del bufete.
Sus años de estudiante habían quedado atrás. Ya no tenía tiempo para cuestionarse las cosas
como antes. Constantemente atareado, nada que no fuera su trabajo o estuviera relacionado con un
caso ocupaba su atención. Sólo reuniones, entrevistas, testimonios, propinas a los peritos, acuerdos
con otros abogados, la asistencia prioritaria a los clientes vip y largas sesiones en los pasillos de los
juzgados negociando incluso en los retretes cinco minutos antes de celebrarse la vista. Demasiada
actividad para que su alma encontrara sosiego.
Había dado la entrada para adquirir un fantástico dúplex en la zona centro en el mejor tramo de las
Ramblas de Barcelona, disponía de un apartamento alquilado en la Costa Dorada cerca de donde
pasaba el verano la familia de su deseada Ana en primera línea de mar, y conducía el automóvil que
mamá le había regalado por su graduación. Satisfacía todos sus caprichos materiales descubriendo que
los tenía o dejándose arrastrar por la publicidad que le despertaba ansias allí donde nunca antes habían
existido, y consumía frenéticamente gran cantidad de artículos innecesarios carentes de función sino
era la pura vanidad.
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El dinero se convertía en un producto vital de primera necesidad. Se aficionó a las tarjetas de
crédito. Perdió el contacto con los billetes y las monedas; ese dinero de plástico parecía no tener
valor, más fácil y cómodo de gastar, no tenía límites y a Oscar no le faltaban tarjetas que nunca se
agotaban.
Desperdiciaba grandes cantidades de dinero sin quedarse en números rojos. Lo derrochaba.
Entraba mucho dinero en su bolsillo pero salía con mayor facilidad. Sus finanzas eran un caos. En su
buzón se acumulaban las cartas de los bancos que ni siquiera se molestaba en abrir. Sabía que eran
extractos y promociones, ofertas para consumir más y más y disponer de muchas más cosas que no
necesitaba. No tenía tiempo para leer los prospectos y mucho menos para pasatiempos. Trabajaba.
Trabajaba. Trabajaba.
Pero tenía unas ganas terribles que lo superaban y eran como un irrefrenable estornudo que
no entiende de paciencia y se pronuncia como terremoto ¡achís! Quería verla. Recordaba su rostro y
por esa razón necesitaba tanto volver a verla, mirar fijamente sus intensos y oscuros ojos para
pronunciar su nombre otra vez. Solo verla... acercarse y mantenerse a un paso hasta que llegara la
fecha. Oscar se para el acontecimiento cada vez más próximo pero necesitaba un avance.
Y frecuentaba su barrio sin llamar a su puerta. Cualquier excusa era buena para desplazarse a
realizar una gestión en la zona donde vivía. Y un miércoles por la mañana, antes de ir al bufete, llevó
un carrete a revelar dos calles arriba del portal de su casa. Pruebas incriminatorias de hurtos cometidos
en unos grandes almacenes; el cliente quería zanjar el asunto antes del fin de semana, el despido
justificado requería de una evidencia; las perdidas se cifraban en varios miles.
Al entrar en la tienda, ding, deng, dong, al fondo, alguien despachaba a una señora que
compraba una cámara automática a su hijo que no se decidía. Oscar quedó patidifuso... sin habla, ahí
estaba, Ana! Mil escalofríos recorrieron su cuerpo para envolverle bajo la piel en un enredo de nervios
que no encontraban sus puntas. Jo! Ana, eres tú!!!
Y efectivamente era Ana. Una Ana cambiada. Bastante más alta, desarrollada físicamente con
los atributos de una poderosa mujer de bengala, había perdido su aspecto de adolescente infantil pero
aún exuberante guardaba el encanto frágil de tiempo atrás. Lucía cabello corto. Se había
acostumbrado a llevar el pelo engominado; daba la sensación que estaba recién salida de la ducha.
Extraño peinado pensó Oscar, y avanzó temeroso.
No estaba previsto ese encuentro. No así. No de esa manera. El calendario no indicaba la señal
pactada como el mejor preludio amoroso. Todavía los separaba un largo trecho hasta el treinta de
mayo.
Al aproximarse, distraído, tropezó con unas cajas de cartón que no había visto. Entonces Ana
levantó los ojos, uauu qué punzada, se percató de su estampa con aquella inconfundible sonrisa corta
en los labios, y dirigiéndole un sencillo hola a Oscar que dejó ver sus dientes blancos relucientes e
inmaculados, perfectos, espléndidos, acentuados por el color tostado de su piel morena, comprendió
que no fue cuando la conoció al tropezar en la recepción sino sintiendo su presencia durante los años
que vibraba en su interior porque de igual modo se estremecía acelerándose a doscientos por mil
elevando su sentir al cuadrado ahora que la examinaba.
La expresión de Ana era de una fingida entereza -Aquí tiene las instrucciones y va de regalo
la bolsa- le temblaron las manos porque Oscar había aparecido como un pájaro del huevo que todavía
está por incubar.
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Cuando la señora se hubo marchado con su hijo ninguno reaccionó. Los dos se quedaron
trabados. Inmóviles. Recogidos en ese futuro encuentro forzadamente adelantado.
Treinta meses de pensamientos confluían en ese instante como balas disparadas, rayos que rasgan el
cielo, manos ásperas acariciando la tela delicada.
Inesperado. Tensión acumulada; deseos reprimidos y de pronto ahí estaban cara a cara. Entró
un nuevo cliente y rápidamente acordaron un lugar y una hora y se despidieron no sabiendo tratar
el acontecimiento que los desbordaba.
Oscar se marchó sin su carrete de fotos revelado en una hora porque era imposible sostener
sesenta minutos con semejante tensión.
La verdad es que no habían establecido ninguna norma ni requisito cuando casi tres años antes
se habían prometido amor eterno en el más absoluto de los silencios. Oscar tenía seis años más
que ella y en la adolescencia eso es mucho tiempo. No quería robarle su inocencia. Había
postergado la relación porque Ana no era más que una chiquilla influenciable de trece años y
medio. Y ella había aceptado sin reparos porque eso era mejor que perder al joven de diecinueve
años apuesto y encantador como un príncipe de cuento de hadas.
Debía haber sido algo espontáneo, los dos, llegado el día, debían interpretarlo de igual modo
retomando el contacto allí donde lo dejaron. Nunca debieron fijar otras condiciones. Se había roto
el hechizo de aquellas calladas palabras de antaño. Ya no habría magia para el treinta de mayo.
Intentaron paliar el desconcertante reencuentro dos días más tarde en una pizzería demasiado
lejos del club de tenis y demasiado pronto en el calendario.
En la mesa de tapete a cuadros blancos y rojos había dos velas y dos copas para el vino pero
las tintineantes estrellitas del amor se encontraban en la mesa donde se sentaron frente a frente en la
zona de descanso aguardando la fecha.
Empezaron con mal pie. Algo se había truncado. Todo parecía forzado. Carecía de frescura.
Parecía la persecución de una vida desvanecida que se quiere recuperar a golpes en un cuerpo inerte
donde solo uno practica el boca a boca.
Los dieciséis años de Ana eran rebeldes. Tomaba tónica sabiendo que a Oscar no le gustaba; le había
dicho que parecía vomitado. Y fumaba, algo que le desagradaba a más no poder. No soportaba un
cenicero lleno de colillas. Para Oscar se trataba de la máxima expresión de suciedad a todos los niveles:
estético, ambiental, personal. Pero solía llevar un encendedor para darle fuego a su amada. Con suma
delicadeza, rozaba su mano al tiempo que Ana encendía su cigarrillo.
Cuando salían a divertirse, Oscar la agobiaba con planes de futuro mientras Ana prestaba
atención a los videoclips de la pantalla. Se escudaba con señas que indicaban -No puedo oírte-. Y
sonreía con su sonrisa corta y lenta.
Empezó a abusar de sus gentilezas, y Oscar se convirtió en alguien que la llevaba a los sitios,
alumbraba los cigarrillos, y pagaba todos sus caprichos. Y ella no le explicaba sus cosas ni le daba
opinión sobre las claras intenciones que le manifestaba “el chofer”.
En su cartera, prueba de lealtad, Oscar llevaba el pedazo de aquel billete. Quería que Ana le
mostrara el suyo, aguardaba, y la miraba fascinado recordando a la inofensiva adolescente de trece
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años y medio que contrastaba con la hermosa joven alocada que cada vez se alejaba más del alcance
de sus besos y del ansia de sus brazos. Quería pronunciar tiernas palabras de amor pero cuando se
giraba Ana estaba bailando o hablando con otra persona. Tenían escasos momentos de intimidad.
Al dejar al grupo, finalmente a solas en el recién estrenado deportivo del modelo más bajo de
la gama Porche que había sustituido al coche de mamá con un techo corredizo que abría para que
Ana pudiera ver el cielo, comiéndosela con los ojos en orbita no osaba ponerle la mano en la pierna
o detrás de la nuca para empujarla hasta su boca. Consideraba el comportamiento poco caballeresco.
Aun cuando su escote dejaba asomar la figura de unos redondos y hermosos senos abultados, Oscar
se reprimía y Ana empezó a martirizarlo.
Los domingos al mediodía después de las patatas fritas y las aceitunas, los berberechos y las
almejas y el Martini blanco con sifón, cuando lavaban el automóvil en la parte habilitada de un garaje
del barrio de Ana, se las ingeniaba para organizar simpáticas trifulcas y, curiosamente, había olvidado
ponerse el sujetador. De la emoción del juego y del contacto con el agua fría, sus pezones se ponían
tiesos como clavos bajo la camiseta. Sabía que esto excitaba a Oscar. Le gustaba ponerlo a mil
revoluciones por minuto haciéndole rabiar conforme se acentuaban las bromas. Lo pinchaba
molestándolo intencionadamente. Se había vuelto quisquillosa. Y así, con menosprecio se negaba a
participar en una historia de amor prefabricada. Ignoraba deliberadamente las poesías que le escribía
y comenzó a no ponerse al teléfono cuando llamaba. El romance se resquebrajaba pero la mirada
tierna de Oscar no se debilitaba. Se lo permitía todo. Estaba convencido que la quería aunque su amor
no fuera correspondido. Para amar, Oscar no necesitaba ser amado. Amaba por el puro placer de
amar sin que tuviera que ser forzosamente recíproco. Se entregaba con generosidad como un niño
que reparte caramelos. Reservaba un rincón de sí mismo por si Ana se decidía a cambiar de actitud
como el pedazo de pastel que se reserva y es el más preciado. Oscar era un hombre con mujer, aunque
Ana no estuviera con él.
Quince días más tarde comprendió mientras aparcaba el deportivo la razón de su
comportamiento. Vio como subía a la motocicleta de un apuesto joven de su misma edad. Entonces,
no queriendo interponerse entre ellos, le hizo llegar a la tienda un ramo de margaritas con tres
hermosas rosas amarillas. Había leído que el color amarillo aplicado a las rosas implicaba disculpa. Era
una manera de pedirle perdón. Se lamentaba por el tiempo perdido, por haber castrado un comienzo
apasionado tres años atrás.
Pero aquel apuesto joven de la motocicleta no fue el único. Ana tuvo muchos pretendientes. Y
cuando en una ocasión coincidieron en un lugar público, porque Oscar nunca dio carpetazo al asunto
y frecuentaba el barrio, Ana descendió la mirada avergonzada como si toda ella quisiera esconderse
detrás de la primera farola con la que se cruzara. ¿Demostraba arrepentimiento?
Oscar sentía al observarla desde lejos que formaba parte de Ana. Insólitamente, sólo pensando
en Ana se sentía acompañado porque desde el reencuentro había descubierto la soledad.
A veces se iba a la esquina de su casa para verla salir del portal y dirigirse a pie hasta la tienda.
Apenas tres minutos desde la distancia, pero deleitarse con su figura, con el contoneo de su trotar
alegre aunque fuera desde la distancia lo ayudaba a soportar su terrible malestar. Se consolaba
diciéndole a la recepcionista del bufete que pasaría el fin de semana feliz con su novia cuando se
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marchaba los viernes por la tarde, pero era mentira. Otra mentira, ¿blanca o piadosa? ¡Horrorosa!
Porque sólo lo dañaba a él.
Desde un inicio se había llevado bien con los padres de Ana. Solía visitarles cada domingo para
tomar café y licores, más café que licores y si tenían, mejor un poleo menta. La conversación era
amena, y con suerte se cruzaría con Ana y sus labios podrían rozar sus mejillas aunque solo fuera un
breve instante.
Se emocionaba cada vez que subía en aquel estrecho ascensor hasta el quinto piso y
permanecía en su domicilio. Conocía bien el inmueble pero no su habitación. Era frustrante no poder
mediar palabra con la chica de sus sueños, la única chica que ocupaba un lugar privilegiado en su
corazón. Ansiaba tratarla. Pero pasaron varios meses dejando atrás la fecha señalada. Oscar no estaba
nada contento.
Había terminado con matrícula de honor sus estudios, se había incorporado a un prestigioso bufete
de abogados y su atiborrada agenda cubriría sus necesidades básicas programando el trabajo, el
deporte, el alimento, el ocio, confiriéndole el aspecto de un hombre de vida ordenada y recta
desdichado en el amor. Ya no se sentía afortunado. No era feliz.
¿Y lo era Ana? Algunas veces, en la seguridad de que Oscar la visitaría lo esperaba asomada al
balcón y cuando Oscar se percataba desde la calle, se retiraba con la rapidez del ratón que se siente
amenazado. No admitía una relación seria con Oscar pero le gustaba jugar con él. Ya sólo iban al cine
muy de vez en cuando, a cenar o bailar si el grupo superaba las diez personas y no todas eran pareja.
Últimamente pasaba más tiempo con sus hermanos y sus padres en la casa que con ella. Sus
padres lo habían adoptado como a un hijo más. Y tantas conversaciones sobre Ana le descubrieron
todas sus manías y rarezas. Y cuanto más la conocía, más le atraía Ana. Y cuanto más sabía de ella
menos la entendía, y más lo intrigaba Ana. Oscar amaba su peculiaridad.
A todas horas pensaba en Ana, excepto cuando estaba en el bufete o en los juzgados, pero en
la ducha, el automóvil, cuando tomaba un poleo menta en un bar solo o acompañado de su madre,
de Víctor, de su hermana la vez que estuvo de paso por Barcelona, cuando miraba las noticias en el
televisor, antes de cerrar la luz ya en la cama, en su pensamiento aparecía el rostro de Ana reflejado
en las paredes de su mente con su esbelto cuerpo bien formado y un simple velo blanco anudado al
cuello. Pero había algo más, a oscuras en la profundidad de la noche exenta de imágenes, permanecía
mágica la sensación de su presencia haciéndolo vibrar emocionado no precisamente por sus curvas
perfectamente diseñadas y modeladas sin ajustes ni desmesuras; y se sobresaltaba como atacado por
pesadillas estremeciéndose sin poder evitarlo ¡ay soledad!
Parecía que Ana no tuviera ganas de estar con Oscar, pero en sus conversaciones con las
amigas, incluso con su hermano y a sus padres lo nombraba; Ana mencionaba de pasada que Oscar
esto o que Oscar aquello. Le reconocía algunos meritos, porque a su lado, Ana se encontraba viva y
se engrandecía junto a Oscar. Era con el único hombre que tenía la certeza que podía hablar de
cualquier cosa; excepto de su relación. Aquello era tabú. No quería oír hablar de futuro. No quería
escuchar nada sobre bodas, casas, nada sobre hijos. Sin embargo, a sus espaldas su madre le preparaba
el ajuar.
Ana no quería cambiar su manera de hacer las cosas y Oscar nunca se propuso que lo hiciera.
Dejaba que se expresara dándole plena libertad, guardándose de comentarios imprudentes que
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pudieran coartar su autenticidad. A regañadientes, intentaba llevar la situación de la mejor manera
posible sin fricciones ni confrontaciones pero notaba que se le escapaba como el agua entre los dedos.
No podía pasar una semana sin verla como mínimo en un par de ocasiones. Buscaba las más
apropiadas. Aunque lo deseaba horrores, nunca la invitó a un concierto de música clásica.
Conociendo de antemano la respuesta no se arriesgó. En vez de la sinfonía de una delicada ópera,
Ana prefería una noche tormentosa de marcha con sus amigos donde la sensibilidad del oído quedaba
machacaba por la potencia de los bafles en las discotecas. Se dejaba llevar por los gustos y las modas
de su generación, más que por sus propias inclinaciones a las que no prestaba atención; igual que a
Oscar, a quien ignoraba porque se había convencido que era demasiado serio y demasiado profundo
y Ana, se consideraba demasiado joven para comenzar a atormentarse con los problemas del mundo.
Y atacada por esa desesperación, fue en el Bulevar Rosa un mediodía cuando acompañaba a
Oscar a comprarse un traje cruzado que le espetó en la cara -No quiero verte más-. A Oscar se le
helaba la sangre por momentos. Dejó la chaqueta encima de la silla y, estupefacto, le pidió que se lo
repitiera otra vez -No quiero verte más- dijo Ana con la contundencia de un hachazo. Y aunque
Oscar le preguntó la razón, Ana no quiso darle ningún tipo de explicación. Simplemente pensó que
era lo mejor para ambos, y tal vez no se equivocaba. Por el contrario, Oscar opinaba que si se conocían
terminarían por necesitarse el uno al otro hasta que fueran el uno para el otro únicos en el mundo.
Oscar intentaba domesticarla, pero ella no se dejaba. No podía amansarla. Él no era Iván.
Oscar no se esperaba semejante exabrupto. No le dio tiempo a cogerla por el brazo y retenerla
a su lado aunque fuera únicamente para superar otro minuto. Ana se marchó apresuradamente sin
tan siquiera un adiós. Había estado considerablemente seca antes de entrar en la tienda pensando lo
que iba a hacer. Pero Oscar se preguntó si quizás aquello no era sino una prueba; una nueva
oportunidad para demostrar su fidelidad. Y se postró de rodillas en el probador para celebrar una
oración plena de sinceras palabras de amor.
Intentó integrarse un poco más en su grupo, en su ambiente, y se inscribió en la misma coral donde
cantaba Ana. Sin reservas, todas sus amistades lo aceptaron porque advertían las sanas intenciones de
Oscar igual que lo hacía su familia, aunque ya no los visitaba.
Todos proclamaron abiertamente la bondad de sus valores sin darse cuenta que era
contraproducente. A ella no le gustaba sentirse presionada. Bastaba que la gente le dijera blanco para
que Ana, por el simple gusto de llevar la contraria, eligiera el negro más oscuro. Pero Oscar era muy
paciente. Y se retiró sin dejar de estar cerca.
A finales de diciembre, un conocido común había tenido un accidente de motocicleta por una
imprudencia de la que se había salvado de milagro. Un autobús, haciendo mal uso de su
volumen, lo había obligado a salirse de su carril. Enojado realizó un adelantamiento peligroso
que terminó en desgracia. Fue lanzado por los aires hasta estrellarse contra unos contenedores
de basura y como no llevaba casco porque decía que se despeinaba, su pronóstico era de muy
grave y permanecía en coma.
Ana estaba en la puerta de la unidad de cuidados intensivos con los brazos cruzados y la barbilla
pegada al cuello mirando al suelo. Oscar prefirió pasar de largo y dejarla a solas con su dolor.
Hubiera querido consolarla ofreciéndole sus brazos para que se refugiara en su calor, pero Ana se
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hubiera negado a caer en esos brazos amables que la deseaban tanto como los necesitaba ella en
esos momentos difíciles. Oscar nunca se aprovecharía de una situación semejante para conseguir
su afecto. Prefirió marcharse pensando que amaba a esa joven que no se había quitado el abrigo
ni los guantes. Era a ella a quien quería como esposa. A ella y sólo a ella.
Y por tal razón le escribió una carta. Iniciaba con un feliz navidad pero, luego de tres meses,
ya en primavera, seguía llevando encima la carta que no le había entregado.
Oscar se había prometido que no la buscaría desde que se cancelaron los ensayos de la coral
por larga enfermedad del profesor. Y un domingo soleado cercano a Semana Santa, en el lugar donde
se comen las mejores patatas bravas en la Costa Dorada, agarrando la enorme jarra de cerveza y limón,
ante sus ojos, en la playa, inconfundible entre todas las demás estaba Ana en topless. Oscar no se
atrevió a mirar. Primero se sonrojó, y luego, sofocado, suspiró y sorbió la fría bebida apurándola de
un solo trago.
Intentó mirar en otra dirección, pero sus ojos escapaban porque ahí estaban los redondos y
hermosos senos que tantas veces se habían escondido detrás de una camisa con pronunciado escote
o debajo de una camiseta mojada y ahora casi los podía alcanzar. Cerró los ojos apretando fuerte los
párpados enredándose en las pestañas, pero su mente seguía atormentándolo con esa imagen feliz.
Su sexo se avivó con la fuerza de un puño cerrado. Con la cantidad de cuerpos esbeltos en la
playa y la cantidad de veces que había frecuentado ésta y otras playas del Mediterráneo, y, sólo Ana
conseguía despertarle el deseo vehemente. Cambió de mesa. Encontró una posición estratégica desde
donde espiarla con mayor licencia. Todo iba bien hasta que se levantó, y caminó hacia el mar. Oscar
se pegó a su espalda como el punto que envía el visor de un arma con mira telescópica acompañando
aquella magnífica silueta de piel uniforme de un ocre tostado acentuada por el color rojo encendido
del tanga que se perdió mar a dentro. Nadó hasta un velero que partió a la media hora.
Y todos los domingos en el mismo lugar, a la misma hora, y cada sábado emocionado porque
la vería al día siguiente con su cuerpo semidesnudo resaltado por los firmes senos que ya no eran
llanos como cuando la conoció. El día que se cumplían cuatro meses y medio de intercambiar su
última palabra, mientras la contemplaba en la playa ensimismado pensó que sus firmes senos
apuntaban erguidos al sol. A continuación Ana se alzó con su andar informal porque quería un
helado. Y se dirigió justamente al lugar desde donde Oscar miraba y cuando lo vio ahí sentado, su
reacción inmediata fue cubrirse los senos. Al verle, instintivamente tapó su senos desnudos con la
toalla apretándola fuertemente ruborizada por primera vez en su vida frente al sexo contrario en la
playa. Le dio tanta vergüenza que Oscar la viera que quiso que la arena se la tragara.
Oscar hizo ademán de abrir boca pero enmudeció y salió hacia el lavabo como un chiquillo al
que han sorprendido in fraganti cogiendo un dulce del escaparate de la pastelería.
Tardarán bastante tiempo en volverse a ver.
Extremista en determinados aspectos, si bien durante la juventud su pensamiento no cesaba inmerso
en un montón de asuntos que escudriñar, en esta última etapa únicamente su trabajo en el
prestigioso bufete y su intenso amor por Ana importaban. Nada más existía. Vivía en estos dos
mundos. Y pronto daría un vuelco, primero a uno, y luego a otro.
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Seducido por las viejas frases: conócete a ti mismo; pienso luego existo; sólo sé que no sé nada;
nada en exceso; y muchas otras, quiso visitar la cuna del pensamiento más elevado. Para Oscar, la
antigua Grecia simbolizaba el apogeo de la belleza y de la razón. Admiraba a Platón, quien instaló
una famosa escuela en su ciudad natal, Atenas, en un agradable y hermoso jardín que denominó la
Academia.
La llamaron Atenas por la diosa Atenea, quién dominaba las artes, la literatura y la filosofía,
símbolo de sabiduría nacida de la cabeza de Zeus, rey de todos los dioses del Olimpo. Le sorprendió
que por entonces, además de aprender a leer y a escribir, los niños y niñas de la ciudad aprendieran a
tocar un instrumento musical y a recitar poesía, y que desarrollaran el arte de discurrir, en vez de
hacerlo en escuelas, en los gimnasios donde practicaban ejercicios físicos. Adoraban el cuerpo
desnudo del hombre en vez de la sinuosa belleza del cuerpo femenino, algo que también le asombró.
Los más notables filósofos como Sócrates atraían gran cantidad de discípulos y daban lecciones en
discusiones de grupo. Y opinaba Oscar que muy probablemente Sócrates era homosexual celoso
porque tenían un auditorio que le escuchaba.
En la antigua Grecia, pensaban que los dioses eran parecidos a los humanos. Se enamoraban
unos de otros, se casaban, disputaban, tenían hijos. Los griegos forjaron la primera cultura que se
liberó del terror divino, que racionalizaba el pavor de antaño consagrándose a entender al Hombre y
a explicar el Mundo que lo rodeaba desde la inteligencia. La premisa cautivaba a Oscar.
En aquella época, tanto hombres como mujeres creían que las almas podían renacer en otros
cuerpos. Algunos estaban convencidos que las alubias podían contener las almas de antiguos amigos
fallecidos. La filosofía ensalzaba el significado y el misterio de la vida explicando el origen de los
dioses. Y Oscar pensó que quizás conseguiría hallar en tan fascinantes teorías alguna respuesta a su
incesante pánico a la muerte. No tenía interés por visitar la iglesia donde el rey Don Juan Carlos de
Borbón contrajo matrimonio con Sofía de Grecia.
Por el contrario, sin tantas justificaciones, Iván quiso pasar unos días en la isla de Mykonos de la que
tantas personas ilustres de la noche le habían contado maravillas. Pretendía llevarse la parte que le
correspondía a él. Oscar se obsequió el viaje como premio por tres casos ganados consecutivamente,
pero a Iván se lo regalaron por su sex appeal. Su feeling le había proporcionado el pasaje a Atenas.
Ambos estaban en Grecia y se encontraron frente a frente en el Partenón. Y a los dos se les
iluminaron los ojos de alegría sincera sin saber que en ese instante pensaban la misma cosa: que los
jóvenes de ahora no parecen tener demasiado respeto por el pasado y lo que es peor, tampoco tienen
esperanza por el porvenir.
Se abrazaron y se golpearon bromeando como si fueran púgiles que luchan en el cuadrilátero.
Intentaron refugiarse del sol pero no hallaron sombra y caminaron juntos hasta llegar a una
cafetería donde se instalaron en la terraza para sentarse cómodamente en una silla de mimbre. Iván
se fijó que Oscar llevaba muchos papeles de la mano reconociendo el color salmón. Preguntó de
donde había sacado el de color salmón. Oscar explicó que había varios colgados en los
establecimientos, una especie de oferta promocionada por un grupo de españoles y le dijo que quizás
realizaría una travesía por las islas en un pequeño velero que saldría el próximo jueves, o sea, al día
siguiente. El precio era asequible. El capitán tenía permisos y una larga experiencia en mar abierto.
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_ Yo soy todo el grupo de españoles –informó Iván a su amigo sacando una fotografía del Aristos-.
Es una embarcación de catorce metros de eslora con dos camarotes dobles, una habitación con
literas, y una amplia estancia a modo de salón, tiene todo lo imprescindible para navegar con
garantías.
Esa noche un ferry los llevó a un puerto donde cenaron con el capitán, su hijo, y dos jóvenes griegas.
Ambos disfrutaron con la gastronomía típica. Iván bailó sirtaki y en vez de aplausos, el camarero se
le acercó para romper un montón de platos a sus pies. Oscar no estaba acostumbrado a beber, y el
vino de aguja le hizo primero cosquillas en el paladar y en seguida se le subió como un ascensor
moderno llega a la azotea de un edificio alto, y como un paraguas que se abre le estalló el vino en la
cabeza. Despertó en alta mar. Un fornido oleaje le hacía botar en la proa cuando se atrevió a volver
en sí. Estaba en un compartimiento junto a la muchacha griega que desnuda, simplemente se volteó
con indiferencia para continuar durmiendo como si nada.
Iván ya estaba en su salsa. Seguía a raja tabla las directrices del capitán repitiendo los mismos
movimientos que desde el otro extremo realizaba el hijo. Se había encasquetado una gorra de
marinero que lucía orgullosamente. Empezó a soplar más corpulento el viento y encrespó el mar de
tal modo que el velero navegaba de lado completamente inclinado. Para Iván era algo tan divertido
como emocionante, Oscar en cambio, se asustaba cada vez que la quilla chocaba contra la superficie
del mar. Pero su amigo lo tranquilizó molestándolo.
_ No te preocupes, esto acaba de empezar. Navegamos a fuerza nueve y lo máximo es fuerza doce.
El viento sopla ahora a cuarenta y cinco nudos. Dentro de un par de horas tendrás que amarrarte
con cuerdas porque si te caes, algún animalito marino habrá probado tus piernas antes no
consigamos dar la vuelta –y dejó salir una sonora carcajada mientras una ola se levantaba para
empaparlos de agua fría y salada.
El capitán era griego y hablaba poco, solamente griego, pero con sus expresivos gestos se entendía
con todo el mundo, griegos y extranjeros. Las jóvenes no salieron a la cubierta hasta que amainó la
tormenta. Eran lindas. Exóticas. Iván tonteaba por igual con las dos, y Oscar, no sabría cual sería su
acompañante hasta que se acostaran por la noche, pero nada más dormirían uno al lado del otro.
Iván, mucho más atrevido, sin duda se dejaría llevar por lo picante de la situación. Cuando un cuerpo
roza otro cuerpo los pelos se erizan. Difícil controlarse. Por eso se llevaría un par de condones al
camarote porque ellas, en ningún momento solicitaron dormir juntas.
Navegaban de una isla a otra bañándose cada vez en una cala distinta. Parecía que las
muchachas no hubieran traído bañador, andaban desnudas incluso cuando cocinaban y comían, pero
su cuerpo era tan bello que su desnudez no desentonaba con la solitaria belleza del paisaje. Al parecer,
la única que se había quedado en tierra firme era la novia del hijo del capitán, un robusto joven de
diecisiete años parco en palabras pero generoso con sus guiños y ademanes. Había ideado una especie
de lenguaje morse con el que se entendía con su padre, y poco faltaba para que Iván le cogiera el
truco a ese sistema de señales.
El mar seguía impresionando, asustando por su virulencia. La vida en el velero era incómoda,
y el afán de llegar a Mykonos les hacía recorrer grandes distancias viajando más de doce horas
seguidas. Entonces Iván tuvo su oportunidad porque tanto el capitán como su hijo debían descansar.
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Recibió breves instrucciones antes de coger el timón. Llevó el mando del velero ante su vigilancia, y
pronto se relajaron por su innata destreza hasta dejarlo sólo en cubierta.
Iván prefería la noche para relevarles del puesto. Había conseguido que le otorgaran plena
confianza durmiéndose sin dudas convencidos de su pericia. Transpiraba seguridad. Estaba orgulloso
de sus más de trece horas de navegación. Y aunque incitó a Oscar a experimentar ese placer de
controlar el destino, con absurdas excusas declinó la invitación. No se atrevió.
A diferencia de Oscar, Iván había dicho sí sin pensarlo, y una vez las manos firmes en el timón,
se dio cuenta que no era tan difícil. Bastaba mantener el equilibrio deduciendo los movimientos a
que obligaban las olas permaneciendo atento, sin dejarse intimidar cuando sospechaba que quizás no
podría dominar la embarcación. Viraba a un lado, y la quilla se elevaba desplomándose el casco contra
el mar abriéndose paso como las tijeras abiertas se deslizan por la tela para rasgarla en dos.
Y en la noche, con una mar dormida, escuchando únicamente el ronroneo del motor, con la
libertad propia de escoger el rumbo, dirigiéndose hacia el horizonte aparentemente sin fin, acariciado
su semblante por la suave brisa, envuelto por el olor salado que desprendían las toallas tendidas,
coronaba ese instante la compañía de la luna, una luna llena y acabada que fielmente seguía a su lado
durante un trayecto memorable. Iván disfrutaba de su nueva aventura en medio de una calma
seductora que turbaba los sentidos.
Conseguidor nato! Aunque sus opiniones variaban en cortos espacios de tiempo que separaba
muy bien uno de otro, sabía siempre dónde estaba, de dónde venía, y a dónde quería dirigirse; qué
es lo que pretendía y por qué; qué podía hacer y el cómo realizarlo. Tenía argumentos para casi todo.
Incluso desde posiciones confrontadas podía defender de igual forma y con el mismo ímpetu
cualquiera de los dos planteamientos. Era sagaz de niño, audaz en sus años mozos, ¿pero cómo podía
ser un espíritu libre si no ejercía su voluntad conscientemente? ¡Era el hombre epopeya!
Vivía peligrosamente saltando de roca en roca como cabra montés, parando poco tiempo en
un mismo sitio para no hacer una misma cosa repetidamente. Podía haber sido un niño que con un
dedo hubiera atravesado el corazón de su niñera, pero no tuvo niñera, y temprano se dedicó a
descifrar los jeroglíficos escritos en la mirada de las personas.
Por el contrario, Oscar asumía que la vida es de por sí ya muy dura y no vale la pena
complicarla, al menos, eso dio a entender con lo del timón en sus manos.
Iván le había dicho a su amigo Oscar “Toda actuación te crea un nuevo enemigo” justo antes de trepar
igual que un mono a un árbol de la jungla para saltar de cabeza por la borda desde lo alto del mástil.
Se había impulsado desde las puntas de los pies extendiendo los brazos como alas precipitándose hacia
abajo como una piedra que cae al precipicio. Oscar se intrigó por el comentario que olvidó
repentinamente porque Iván estaba tardando mucho en salir a la superficie. Apoyado en la barandilla,
se inclinó buscando burbujas de aire o alguna sombra bajo el agua. Y surgió como impulsado desde
las profundidades del mar, brincando como si fuera un delfín para rociarle la cara con agua salada
“Hay que joder a quien verdaderamente se lo merece. Ten un par de cojones. Muévete deprisa” fue
diciéndole mientras nadaba bordeando el Aristos. Y volvió a sumergirse para reaparecer al otro lado
del velero. Había cruzado por debajo del casco. Subió con extrema agilidad de un barrote a otro
ignorando la escalerilla. Se estaba secando cuando continuó así “Controla el producto, habla con el
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interlocutor valido, negocia con quien posee el poder de decisión, evita cualquier intermediario”.
Oscar seguía perplejo, atento al improvisado recital que nadie había instado.
Cuando terminó de secarse, le lanzó la toalla a la cara y bajó a servir un par de güisquis para
sentarse con su amigo en la proa mientras se ponía el sol. Acostumbraban a hacerlo cada atardecer,
cuando el capitán escuchaba por radio las noticias meteorológicas y las chicas jugaban las dos contra
el muchacho en un ajedrez metálico. Sin tierra a la vista y un mar apaciguado que los envolvía,
iniciaron su charla.
_ Desde el principio sabes lo que quieres, ¿verdad Iván?
_ No hay otra manera. Si no sabes a donde vas, no llegas nunca a ninguna parte. Yo no quiero más
de lo que necesito. A mí no me mueve la avaricia pero si el anhelo de conseguir experiencias y
acumular vivencias que me enseñen, que me enriquezcan, cosas que pueda contar más tarde a mis
hijos y a mis nietos. Si no navegas recto pierdes el rumbo. Lo he aprendido con el Aristos –y le
pegó un largo trago a su güisqui mientras el de Oscar seguía intacto-. Cuando escoges tu camino,
muchos no entienden, y algunos jamás llegaran a comprenderte. Tú sólo ignóralos. Palabra y
cojones, nada más! Piensa a lo grande. Marca tu territorio. Independízate. Toma todo aquello
que te pertenece y disfrútalo.
Ambos se habían acostumbrado al balanceo, y consumían preferentemente grandes cantidades de
melón que acompañaban con un vaso de güisqui. Oscar lo rebajaba con bastante agua.
El sol se había descompuesto ya en mil colores distintos pero la luna todavía no se dejaba
vislumbrar.
_ ¿Conoces los siete pecados capitales? –interrogó Oscar.
_ Sí. Pero, ...¿conoces tú el octavo? –respondió al tiempo que se untaba la cara de crema hidratante. Yo lo añado a la lista. Además de la pereza, la gula y la avaricia; la ira y la lujuria, la envidia y la
soberbia; a la lista le falta la vanidad. La tontería y la vanidad son dos hermanas que raramente se
separan. Yo sé bien porque te lo digo... Es la vanidad quien nos puede perder en pretensiones
equivocadas acercándonos a un deseo desmesurado de ser exaltados por encima de las propias
cualidades y esta desmesura, a la larga, nos hará perder aquello que amamos, aquello que hemos
conseguido con esfuerzo y sacrificio, empobreciéndonos y ensuciándonos por dentro con ese
líquido pegajoso que empalaga. La vanidad, ni siquiera es un vicio. La vanidad es una enfermedad.
Es innoble humildad. Sumisión al populacho. La vanidad busca a la gente para que le haga creer
en sus propios frutos. Pero y tú Oscar, ¿sabes a dónde vas? ¿Sabes lo que quieres? –y su mirada se
perdió en el horizonte.
Oscar reflexionaba sobre la pregunta que había formulado a su amigo cuando Iván añadió
_ Debes trazar con delicadeza tu trayecto o siempre derivarás. Cuando se levanta el ancla y se
extienden las velas al viento, el capitán ha diseñado ya su plan de navegación para llegar a la isla
donde fondear. No se progresa en la vida sino tienes objetivos.
_ Creo que somos muy distintos –exclamó Oscar por fin aportando algo a la conversación que parecía
haberse detenido-. Tú miras tu existencia como una pieza más en el gran juego de la historia.
Pretendes formar parte de la historia. Escribirla, ¿me equivoco?
_ Pero tú también estás invitado a la ceremonia –lo interrumpió Iván-. En este juego de mesa, hay
en realidad muy pocos jugadores y demasiados espectadores. Demasiada gente prefiere mirar el
partido desde la tribuna, refugiados de la lluvia y el sol viendo como otros hacen y deshacen. La
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opción es tuya. Puedes mirar o puedes participar de los acontecimientos y escribir tu propia
historia.
_ La luz es mejor que la oscuridad. El conocimiento, mejor que la ignorancia. La información, mejor
que la duda –había empezado a filosofar Oscar.
Pero Iván volvió a cortarlo.
_ No te me pongas místico. Solo digo que la oportunidad de escoger una mejor forma de vida está
presente hoy aquí. Mirar las carreras de caballos no causa peligro, pero te priva el placer de cabalgar
y de experimentar que ocurre cuando se llega el primero. Oscar, eres libre de hacerlo. Por ejemplo,
¿te gusta tu trabajo? ¿estás satisfecho con tu actividad profesional?
_ Sí Iván, aunque no sude mi camiseta creo que me implico en la partida de mi vida.
Y de nuevo le increpó Iván con una observación.
_ Debes implicarte en la partida de la vida, no en la partida de tu vida, porque en tu vida puedes
celebrar muchas partidas distintas pero la vida tiene algo muy especial reservado para cada uno de
nosotros. Por eso yo busco y busco sin cesar. Si no decides arriesgarte para encontrar tu propia
realización personal, llegará un día que tú mismo te maldecirás. Por eso a mi me gusta tanto
tropezarme y caerme, equivocarme. Me esfuerzo por participar en todo cuanto me ofrece la vida.
Hay que emprender cosas. Tener iniciativa.
Después de París, Iván había vuelto a sus aventuras, a las propias andanzas de quien se denomina
espíritu libre sin priorizar a las mujeres. No supo qué sería de él durante los próximos meses, pero
tampoco le importó mucho puesto que vivía en el presente al borde del ahora mismo y, emprendedor
nato que predicaba con el ejemplo, después de seis meses de vivir como viajante de pintura por
Cataluña, se personó a las puertas de una editorial en respuesta de un anuncio publicado en la prensa
para salir el mismo día a vender enciclopedias por las casas.
Una vez le tomó el gusto a la actividad y dominó el procedimiento, propuso a la dirección
abrir mercado en Andorra y se instaló con un grupo competitivo al que se había encargado de
preparar. En tres meses había batido todos los récords: el mayor pedido en una sola vivienda, el mayor
número de contratos en un solo día, y la facturación habitual de un mes la consiguió en una sola
semana de trabajo intenso. Y sin devoluciones. No hubo anulaciones de pedidos. Iván estaba
satisfecho y sus superiores todavía más. Había llevado cultura a los hogares de muchas familias y pudo
costearse su tercer automóvil: un Ford PROBE Turbo de 36 válvulas (atrás había quedado el Golf GTI
24 válvulas y el Zeat 128 SPORT como el de su padre).
Su autosuperación era permanente pero no comentaría su estado de gracia con su amigo
porque le parecía aburrido. Cuando había tocado techo necesitaba un nuevo reto y se centraba
exclusivamente en dicho reto. Prefería hablar de la promesa de una conquista que del éxito obtenido.
El triunfo de ayer era viejo para Iván.
Aunque vivía en una fantasía no se permitía soñar. Extendía los dedos de los pies para tocar el
límite de la cama. Confiaba nada más en la realidad, en lo posible, en lo alcanzable, aunque sus metas
estaban por encima de la media habitual. Se fiaba exclusivamente de sí mismo. Era impenetrable, en
apariencia extrovertido, pero solo como fachada. Celoso de lo suyo no permitía el acceso intimo.
Arrojado y de vibraciones positivas, ansiaba el propio progreso pero no tenía una idea clara
del significado de esa palabra. Para él, progreso era mejorar su situación económica y acceder a los
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lujos y comodidades que permite el dinero. Sabía que el dinero no hace la felicidad pero estaba
convencido que ayuda considerablemente.
A los veintidós años impresionaba por su magnetismo. Era un ser intenso y de una terrible
seguridad en sí mismo. Fácilmente demostraba que podía dominar cualquier situación por compleja
que pareciera. Excesivamente detallista, impetuoso y un tanto fanático, cabria la posibilidad que se
convirtiera en un agitador de la sociedad, en un ser que hace tambalear los cimientos de lo establecido
rompiendo aquello que ya está estructurado e instaurado. Iván amaba los retos.
Y su brioso temperamento autoritario e intransigente no conocía los términos medios.
Mantenía bajo control su explosivo genio que solo se manifestaba con furia incontenible al ser
hostigado o cuando era coaccionado por alguien. Si le provocaban, reaccionaba de una manera tal
que su huella quedaría perpetuada de una u otra manera en su agresor convertido en una víctima
segura.
Admirado por sus aptitudes en las relaciones interpersonales y el comercio, al ser ambicioso y
extremista, de los que no se conforman con medianías, en su vida planearán distintos proyectos y
negocios siempre “empresas a lo grande”, haciendo presagiar una vida aventurera y entretenida.
Su carácter sociable y optimista atraía a toda clase de personas a las que le gustaba desconcertar.
Se había convertido en su deporte favorito. No quería que lo encasillaran con cualquier tonta etiqueta
y variaba repetidamente su disfraz intencionadamente porque se consideraba único.
Acostumbrado a ser el más popular, el que corría más rápido, el más guapo y el que ligaba
más chavalas, el que más alto saltaba, el que lanzaba la piedra más lejos, el que más tiempo aguantaba
bajo el agua, todavía el de las hazañas y las conquistas, pensó que ser el punto neurálgico desde donde
las situaciones nacen y entorno a quien se mueven era su razón de ser y su finalidad.
Iván podrá alcanzar sus metas, aunque será a un precio muy elevado. Porque si no aprende a
vencer esa superficialidad terminará sus días utilizando y sirviéndose de los demás gracias a su encanto
y simpatía y el éxito pronosticado, pero jamás conseguirá ser pleno si no accede a cierto nivel de
moderación y autodisciplina. Anteponiendo sus necesidades a las necesidades de los demás, al final
del camino terminará por sentirse profundamente insatisfecho. Puede sufrir graves problemas
emocionales y nerviosos si no se atiende hasta el punto de frustrarse enormemente, tal y como ya le
ocurría cuando las cosas o las personas no resultaban como quería. Y habitualmente resultaba de esta
forma. Y decepcionado proseguía. Y seguía adelante sin detenerse.
Pero Iván, al igual que Oscar, estaba obligado a elevarse sobre las miserias humanas y dar a sus
semejantes algo más valioso que el dinero.
Otro trago. Otro pedazo de melón.
_ Me estás diciendo, amigo Iván, que considere que es lo que quiero de la vida y entonces sabré hacia
donde debo dirigirme, ¿es eso?
_ Claro Oscar, es así de sencillo. Puedes obtener aquello que te propongas. El único obstáculo serás
tú mismo.
_ ¿Y si muero en el intento?... ¿y si fracaso?
_ Caerse es una opción, levantarse una obligación.
_ Pero vale más ser cobarde un minuto que lisiado el resto de la vida –dijo Oscar.
_ Don fracaso es ciervo herido al que las flechas dan alas.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
_ ¡Bonito!
_ Lo importante del fracaso no es el fracaso en sí, sino qué se hace a continuación: asumirlo o
conformarse, aun habiéndote quedado paralítico. Quien se levanta de nuevo dispuesto a volver a
empezar desde el principio, no haya nunca el fracaso y si por el camino se estrella puede sentirse
satisfecho porque ha sucedido mientras luchaba. Quien no se aventura no cometerá nunca un
error. Si sabes por lo que luchas, aunque pierdas, nada más pierdes en apariencia. Es mejor la
sensación de fracaso que la que deja el remordimiento por aquellas acciones en las que creías y
no te atreviste a llevar a cabo –y para darle un apunte más explícito añadió-. Oscar cágala, pero
cágala con tu propia mierda.
Sonriéndose mutuamente realizaron un brindis levantando las copas al viento. Las estrellas se
reflejaron en el cristal.
_ Probablemente tienes mucha razón Iván. Quien no juega no se equivoca. Quien no coquetea con
la dificultad no podrá ser sancionado. Todo tiene un coste. También una ganancia. Sí... te miro y
lo veo. Valiente es aquel que percibe la gloria y el peligro por igual.
_ Pero debemos tratar la vida como si fuera un saxofón –apuntó Iván-. Me refiero a que una persona
puede hacer saltar notas armónicas y otra persona notas discordantes y no obstante, nadie puede
decir que es culpa del instrumento. Aunque pareció que no te hacía ninguna promesa... Más o
menos esto es lo que aprendí de tu enseñanza en París. Y me he cuidado de interpretar mi vida
con mayor sensibilidad para mejorar el sonido buscando que sea vibrante y arrebatador aparcando
a las mujeres para abrirme en dimensión.
_ En este punto coincidimos. La vida es una pieza delicada de artesanía. Si la trabajamos
correctamente, producirá belleza, pero si la tratamos con ignorancia y menosprecio producirá
fealdad. Pero vas a permitirme que sea duro contigo.
_ Adelante Oscar, ¡sin anestesia! El verdadero amigo dice lo que el otro no quiere escuchar –y
asintiendo con la cabeza le invitó a que prosiguiera.
_ Es tu profunda sensación de inseguridad y soledad lo que te impulsa a vivir de la manera incesante
que te caracteriza.
_ También puede moverme la ambición y las ansias de riqueza –apostilló Iván velozmente con una
mirada maliciosa de quien ha conseguido devolver la pelota.
_ Das esa imagen de ejecutivo agresivo pero en tu interior tú no eres así. Eres esclavo de tu pasión,
de tu falta de entendimiento contigo mismo.
Y haciéndose el enfadado Iván exclamó:
_ Pues yo a ti te veo un poco parado –y retomó el tono serio y profundo que requería la charla para
decir-. Tú eres un poco pasivo Oscar. Alguien que permanece sentado en estado contemplativo.
Pero... no produces nada. No eres rentable para la sociedad a la que perteneces.
_ Soy bueno en lo que hago. Tendrías que hablar con el responsable del bufete. Los beneficios...
_ No si voy por lo de reflexionar a cada rato! Por tus análisis encerrados...
_ Esta actitud concentrada que practico es la actividad más elevada, porque es la actividad del alma y
solo es posible bajo la condición de libertad e independencia interior. Tú deberías fijarte semejante
propósito. Empieza a dialogar contigo Iván. Experiméntate a ti mismo en vez de vivir en el
exterior persiguiendo quien sabe qué clase de vivencias –hizo una pausa antes de continuar
mientras le tocaba una pierna asumiendo que esa misma actividad la tenía un poco abandonada97
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
. Creo que tú eres el pasivo porque eres objeto de motivaciones de las que no te percatas. Ellas
dominan tu actividad y no tú, en serio Iván.
Y se hizo un largo silencio exento de tensión. Era aproximadamente medianoche. Todos dormían en
la quietud de la noche bajo un cielo estrellado. Oscar e Iván terminaron la última rodaja del melón,
pero siguieron bebiendo. Uno mucho más que el otro.
_ Sabes una cosa –dijo Iván-, creo que en cuanto nos afiliamos psicológicamente a un culto, éste
empieza a ejercer presión sobre nosotros. Yo no quiero que nada me atrape por eso corro y corro
sin detenerme.
_ Podría decirse que eliges ser como el lobo solitario que se distancia de la manada.
_ Algunos piensan que vale la pena formar parte de un grupo porque los miembros se recompensan
recíprocamente con amistad y aprobación, pero sólo cuando uno se ajusta al modelo y al estilo
de vida del grupo. Y esto es algo para lo que yo no he nacido.
_ Sin duda has nacido para algo grande Iván.
_ No sé... pero sé que no quiero márgenes a mi alrededor. Los grupos suelen castigar con el ridículo,
el ostracismo, y otras penas mayores a los miembros que se apartan. Yo soy un tipo demasiado
versátil para encajar y permanecer inmutable. Soy difícil de ubicar. Repelo la casilla fija y cerrada.
Prefiero encontrar mi camino a ser zarandeado por las promesas psicológicas de terceros –Iván
avistaba una agresión.
Aquella noche la denunció abiertamente ante su buen amigo porque la mayoría de colectivos
prometen calor humano, compañerismo, incluso un sentido de comunidad, sin embargo, eso
también lo ofrecen los anuncios de cerveza o desodorantes. Iván no se dejaba engañar. Jamás quiso
“integrarse” por la tendencia de las agrupaciones a rechazar información nueva, puntos de vista
distintos o conceptos revolucionarios que desafiaban ideas demasiado preconcebidas y estructuradas;
ideas que Iván denominaba como principios envasados. Los colectivos no quieren oír cosas que
puedan trastornar su elaborada organización de creencias. Algo que también le había sucedido a
Oscar cuando quiso incorporar nuevos comportamientos entre sus camaradas, hasta que optó por
silenciar sus palabras. Pero a diferencia de Oscar que se recluía, Iván se embravecía y gozaba siendo
un elemento de disonancia.
_ Si nos despistamos –dijo Oscar- podemos convertirnos en una persona diferente, hasta que
nosotros mismos llegamos a vernos diferentes y nuestros viejos amigos, los que nos conocían
fruncirán las cejas porque cada vez les costará más reconocernos y, en realidad, nos adulteramos
cuando renunciamos. Nosotros experimentamos una creciente dificultad en identificarnos. Iván,
tú cabalgas en el cambio permanente, te encaramas hasta la cresta de la imprevisible ola para
permanecer estático viendo el cambiante paisaje... pero por muy pocos segundos, porque el
remolino te engulle revolcándote bajo el agua.
_ El cambio no es sólo necesario para la vida. El cambio es la vida misma. Y por esto mismo la vida es
adaptación: autotransformación continua.
Iván hizo una pausa larga. El paréntesis dio paso a la intervención de su amigo Oscar.
_ Sin embargo, la adaptabilidad a la que te refieres tiene sus límites. Cuando alteras tu vida, cuando
contraes y rompes relaciones con lugares cosas o personas, cuando te mueves inquietamente por
la geografía de la organización social, cuando adquieres nuevos datos y otras ideas, te adaptas,
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vives, pero Iván, como te digo... hay límites finitos. No somos infinitamente elásticos mi buen
amigo y te lo digo con cariño. El estímulo excesivo puede conducir a comportamientos extraños
y contrarios a la adaptación. Cada respuesta de reorientación, cada reacción de adaptación te está
exigiendo un elevado coste, un terrible desgaste emocional... incluso ético y moral Iván, ¿no te
das cuenta?
_ Será bueno que tú también lo tengas en cuenta porque pagarás un precio Oscar. Todos los excesos
son malos, ciertamente, y resistirse al cambio de manera reiterada puede ser todavía más doloroso
que especializarse en jugar con el permanente cambio, ¡te lo aseguro!
_ Si pero cambio... no es sinónimo de mejora Iván. Tal vez yo no muevo ficha, pero cuando lo hago,
gano. Voy sobre seguro.
_ ¿Seguro? El francotirador realiza un acierto con cada disparo, pero a ti te dan miedo las armas. Sólo
disparas tu máquina de fotografiar. Déjame continuar con un ejemplo. Mira Oscar, yo creo que
la decisión programada es rutinaria, reiterativa, demasiado fácil de tomar. Imagínate un viajero
esperando en el andén la llegada del tren de las 8’05”. Subirá al vagón como lo viene haciendo
desde siempre. Como resolvió hace mucho tiempo que ese tren era el que mejor le convenía para
su necesidad, su decisión actual de tomar ese tren está ya programada y más que una decisión es
ya un reflejo, un impulso automático. Yo quiero hacerme preguntas que exijan respuestas no
rutinarias, preguntas que me obliguen a tomar decisiones únicas y originales que establecerán
nuevos hábitos y normas de conducta precisas más correctas. Quiero ver el calendario de horarios.
_ Pero si predominan las decisiones no programadas, si te enfrentas con tantas cuestiones nuevas que
la programación resulta imposible, entonces la vida se vuelve dolorosamente desorganizada,
agotadora, y llena de incertidumbre, quizás, incluso de angustia y un autentico caos y esta
situación llevada a su extremo terminará en psicosis... a ti que tanto te gusta el cine, recuerda la
famosa película del maestro del suspense Alfred Hitchcock. Recuerdo como termina Norman
Bates. Loco.
_ ¡Me agrada la locura!
_ Estamos en Grecia, nada en exceso mi buen amigo.
Y un silencio suave se perpetuó para acariciarlos por la espalda desde la cintura hasta la nuca. Eran
aproximadamente las dos de la madrugada. Los demás continuaban descansando en una noche
estrellada. Terminaron la botella de güisqui. Iván había bebido tres veces más que Oscar.
_ ¿Estás de vacaciones Oscar?
_ ¿A que viene esta pregunta idiota Iván?... ¡estás borracho!
_ Yo creo que en la escuela de la vida no hay tiempo para las vacaciones. Reconozco que soy muy
radical en mis posicionamientos, sin embargo, me considero una persona flexible porque escucho
con atención a los demás, y soy tolerante con sus planteamientos. Intento comprender los puntos
de vista de las demás personas sin censurar ni criticar. Así es como reafirmo mi actitud –y viendo
que Oscar no decía nada continuó su exposición-. Quiero una vida sencilla pero necesito
complicármela de cuando en cuando, de lo contrario no me siento satisfecho. Me gusta hacerlo
para comprobar que puedo solventar los problemas, curioso, ¿verdad?
Oscar se limitó a encogerse de hombros pero no abrió la boca. Pensó que el peligro es la oportunidad
para los hombres de coraje. No le dijo que él era uno de los pocos que se perfilan como verdaderos
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hombres de coraje, del cual el mundo está tan necesitado. Simplemente escuchaba con atención a
Iván.
_ Se perfectamente que cuando termine de cambiar estaré acabado porque la evolución del ser
humano no tiene fin –y calló un rato para ver si Oscar participaba.
Se abrió un espacio vacío que no tardaría en llenarse.
_ Iván, la adversidad puede ser muy grande, pero el hombre lo es más todavía y puede con ella. Jamás
he visto a un ser salvaje compadecerse de sí mismo. Y no sé bien por qué.
_ Porque vivir con miedo es vivir a medias. Las cosas no salen por casualidad ni de forma espontánea.
Las cosas son el fruto del trabajo disciplinado, de la fe en la búsqueda, de la perseverancia en el
empeño. Y salen cuando hay sacrificio. Tu mundo real Oscar, está en tu mente latiendo desde lo
más profundo de tu corazón, pero no veo que se refleje en tu actuación. Tu comportamiento no
habla como lo hace tu ser interior. ¿Eres honesto contigo mismo? Dime Oscar, ¿eres feliz?...
_ La felicidad es como una sábana que deja al descubierto una parte de tu cuerpo. Cuando intentas
taparte los hombros, al estirarla, te quedan al descubierto los pies.
Oscar hizo una pausa al tiempo que se levantaba y estiraba los brazos apuntando al firmamento con
los dedos extendidos como si realmente quisiera tocarlo.
Llevaban muchas horas sentados, pero su conversación no tenía fin.
Oscar no podía mantener los labios sellados.
_ Entiendo que ser deshonesto es ser falso o ficticio, una especie de impostor. Estoy convencido que
estoy hecho de buena pasta. Por esto reconozco que no soy todo lo feliz que puedo. Quizás
necesite una sábana más grande. Debo ser honesto... sobretodo contigo mi amigo. La honestidad
expresa respeto por uno mismo y por los demás. Tiñe la vida del color de la confianza y del sonido
de la sinceridad. Toda actividad social o empresarial requiere de una acción concertada, de lo
contrario, se adultera cuando la gente no es franca.
_ Sí, sí, por ahí voy yo, por lo profesional, ¿te dedicas realmente a lo que te gusta o estás amarrado al
pasado y actúas por inercia como tributo a tu padre?
Oscar no le respondió. Seguía de pie.
Anduvo hasta el extremo del Aristos. Se paró. Se sentó en el suelo de la cubierta y permaneció
largo tiempo reflexionando.
Pasaron veinte minutos y todavía permanecía quieto y pensativo hasta que se incorporó, y
con la misma lentitud, recorrió la cubierta del velero. Y cuando llegó hasta Iván, le habló.
_ Pues no lo sé, ...no sabría contestarte.
_ Tú sabes actuar justamente. Persigues la verdad desde que tengo uso de razón. He caminado a tu
lado aun en la distancia Oscar. Nuestra amistad está por encima de las barreras físicas y psíquicas
y algo me dice que tú no eres abogado.
_ Iván, me estoy preparando para juez.
_ Pero Oscar, define qué tipo de persona eres y cuál te gustaría llegar a ser y trabaja a partir de ahí, no
sentado en lo alto de un sillón del Tribunal Supremo. Has sido tú quién ha hablado de honestidad.
Nada más si consigues ser el amo absoluto de tu persona tendrás autoridad para participar en la
vida desde la más pura esencia, y, ¿no es en esto, precisamente, en lo que tú siempre te has
concentrado?
_ Creo que sí –musitó indeciso Oscar un poco aturdido.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
_ Pues como su señoría, con el mazo en una mano y los libros de leyes en la otra, negarás tu evidencia.
Y con el pasar de los años te darás cuenta que efectivamente no eres todo lo feliz que habrías
podido ser. Oscar, Oscar, mi buen amigo Oscar. Los humanos hemos inventado reglas para
quebrantarlas. En estos momentos se están cometiendo dos crímenes, pero en el primer caso, el
ladrón que roba por necesidad, probablemente no se haga con el suficiente dinero para comprar
su libertad. En el segundo caso que se repite año tras año, por ejemplo, un industrial vierte
residuos tóxicos en el río a sabiendas que contamina e infringe la ley y será condenado, pero la
multa que pagará no es ni el cero coma cinco por ciento del dinero que se ahorra escupiendo sus
excrementos en la cara de los demás, simplemente, porque puede contratar a un abogado que
encontrará una artimaña donde esconderse, porque si se busca siempre se encuentra un agujero
legal. Por tal motivo no creo en las leyes. Cuando no son insuficientes, sólo afectan a una capa
concreta de la sociedad. Quienes las hacen se benefician. Me da asco. Si creo en una justicia
universal pero no en la ley con la que pretendes administrar justicia. ¡Hay que cambiar el sistema!
_ Un error no se convierte en una falta grave hasta que no lo ignoras.
_ Pues que te crees que hacen los hombres poderosos. Tiran la piedra y esconden la mano señalando
una víctima que colgar en la plaza pública. No sólo ignoran, si no que actúan de manera
intencionada, y eso no es una falta, es el drama humano. Hay dos instituciones de las que quiero
mantenerme tan lejos como me sea posible: las entidades financieras y los tribunales de justicia.
Los bancos por su flagrante usura. Te dan un paraguas que te quitan cuando comienza a llover. Y
los tribunales, por su nefasta actuación en terribles casos como la presa de Tous o el aceite de
colza. Hacen perder el tiempo y el dinero de la gente sin recursos con falsas esperanzas, qué bajeza!
Estos dos poderes fácticos me repugnan sobremanera –Iván se había excitado. Le hervía la sangre.
No soportaba las injusticias.
_ No odies tanto. El odio sólo perjudica. Es un sentimiento que te pudre por dentro. Y a quien va
dirigido, sea una institución o una persona, probablemente no le afectará porque no se enterará
y si lo hace, le traerá sin cuidado tu opinión. Al margen de tus sentimientos, bancos y tribunales
existirán eternamente Iván. No cojas mala sangre o te harás viejo enseguida.
_ Odiar, yo... eso me daría dolor de cabeza. Y ah! Únicamente es viejo aquél que en vez de proyectos
tiene recuerdos –intentó relajarse un poco antes de continuar-. Pero volviendo a tu naturaleza
Oscar, creo que no debes ir contra ella. Estoy seguro que no has rozado su delicada textura. Tienes
necesidad de realizar obras, lo dicen las inquietudes de tu pensamiento que no desfallece. ¡Pues
despierta sensaciones y sentimientos en la gente en vez de silenciarte!... ¿a qué esperas? Si no te
desprendes de tu energía explotarás. ¿No te gustaría ser nómada como yo? ¿Buscar hasta encontrar
surcando toda clase de mares?
_ No se si quiero ser tan bohemio. Me gusta descubrir, pero me asusta explorar territorios perdidos
si también hay que experimentar en la propia carne ciertos peligros. Prefiero el trabajo científico
de laboratorio. Menos arriesgado. Analizo síntomas y fabrico antídotos que eliminen los
devastadores efectos de mis células malignas. Soy astrónomo. Yo no soy un astronauta como tú.
_ Pero Oscar, que sepas que yo no paso por alto que haces mucho menos de lo que podrías llegar a
hacer si te decidieras a lanzarte, a explorar el universo. ¿Por qué no te diriges abiertamente hacia
aquello que sí puedes dar, para lo que vales! No defraudes a la vida. No actúes como si te quedaran
todavía cien años de vida.
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_ ¿Consideras que saturo mi existir con actividades secundarias? ¿Crees que tiene poca trascendencia
ganar un difícil pleito? ¿Sabes cuantas personas agradecidas estrechan mi mano cada mes? ¿Pero
qué te pasa?...
_ Creo, sinceramente, que puedes dar mucho más. Creo que tu actualidad cotidiana te obliga a que
lo mejor de ti se quede oprimido en tu pecho. Aquello para lo que estás más capacitado y que
probablemente el mundo tenga necesidad, aquello que la gente reclama para lo que posiblemente
estás predestinado, como regalo a tus semejantes, algo magistral y desconocido hasta ahora... ese
proyecto existencial... es nada más una semilla que debes alimentar. Construye algo nuevo porque
tú puedes hacerlo Oscar.
Iván se incorporó. Se acercó al timón. Y se volteó para mirarlo fijamente clavando los ojos en sus
ojos y lo hizo. Realizó un movimiento clarificador al tiempo que decía con una voz
exageradamente honda salida de ultratumba
_ Pega un golpe de timón... un cambio de rumbo de tan sólo unos grados al principio de un viaje
supondrá una posición considerablemente distinta mar adentro.
El velero todavía se tambaleaba a causa del golpe de timón.
_ ¿Debo estudiar nuevas asignaturas?
_ Debes seguir estudiándote a ti mismo y continuar aquello que expresaste en tu juventud. Haz tu
recorrido habitual de manera diferente. Vive lo ordinario de una manera extraordinaria. Oscar,
sin tu propia auto aceptación, nunca podrás asumir la soberanía y la fortaleza indispensable para
ser realmente auténtico acogiendo la vida como un obsequio. En nuestro encuentro en París, te
definiste magníficamente: “un ser con potencial sumamente potente” dijiste. Responde pues a tu
especial llamada. Pon a trabajar tu voluntad y tu inteligencia. Sigue tu impulso espiritual que sé
que es muy fuerte. Solamente así encontrarás tu ansiada armonía porque Oscar, tú eres un ser
exclusivo. Y si sabes quién eres sabrás a donde ir.
Con disimulo empezaba a nacer un nuevo comienzo. La tenue luz del día iluminó la oscuridad
nocturna. Un amanecer lleno de promesas y bendiciones se mostraba con los primeros rayos de sol.
La chica del pelo largo hasta la cintura salió del interior del velero medio dormida. Aún se frotaba los
ojos cuando Iván la cogió en brazos y saltó por la borda con un grito que ensordeció el silencio. El
mar abrió sus fauces para tragárselos.
_ Quise tener un feliz despertar y necesitaba desvelarme junto a ti preciosa –le dijo mientras ella lo
golpeaba en el pecho una vez hubieron subido a bordo, llena la boca de griego y los labios de
Iván.
Se encaramó hasta la punta del mástil y voló para besar el fondo del mar mientras Oscar se lavaba los
dientes junto a la otra griega que se burlaba por lo sucedido enojada con Iván porque no se lo había
hecho a ella. Y pasaron el día navegando.
Y a ese día le siguió otro, y otro, todos igual de intensos, calurosos, mojados, visitando una
isla tras otra y refugiándose de noche en la cala inmediata más tranquila donde llegaban olas de agua
cristalina.
Colocaban el velero en posición estratégica; una especie de culto esotérico que practicaba el
capitán.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
El último día lo pasaron en tierra firme en un pequeño pueblo de pescadores familiares de las chicas,
y a la orilla del mar comieron musaka y suplaki y ensaladas sin hojas de lechuga deliciosamente
aliñadas con un espléndido aceite de oliva. Grecia es un país reconocido mundialmente por la
construcción de gran cantidad de magníficos barcos y la exportación de mármol de calidad, no sólo
por las grandes extensiones de aceituneros.
Durante la velada estuvo presente el vino que tumbó a Oscar a su llegada cuando desconocía
la costumbre que deben llenarse los vasos por la mitad. A los griegos les gusta servirse varias veces
porque así parece que beban más.
Se mantuvieron con los pies descalzos con el agua remojándoselos durante la cena y luego de
reír y cantar y de bailar y bailar en la arena, probaron el agua ardiente tradicional del lugar, y más
tarde, los dos amigos se alejaron.
Uno llevaba bajo el brazo una botella de güisqui por estrenar. Bajo el brazo del otro se
ocultaba un magnífico melón que habían abierto previamente para asegurar su paladar. Hicieron una
hoguera y se tumbaron en la playa y durante un buen rato ninguno habló. Ambos contemplaban las
estrellas.
_ No llores si no ves la luz del sol porque tus lágrimas no te dejarán ver la luz de las estrellas –inició
Oscar la conversación con ésta bonita frase de Rabindanat Tagore.
Inmediatamente añadió Iván.
_ Aunque no llore, no serán mis lágrimas quienes privarán esa luz, sino los altos edificios de la gran
ciudad. Ellos serán los culpables de que no vea las estrellas tanto como la polución que opaca el
cielo.
_ Tu siempre tan pragmático Iván –le dijo al tiempo que le hacía cosquillas.
_ Debemos ser realistas –gritó mientras huía rápidamente de su amigo alzándose de pie y echando a
correr.
_ Pero querer es poder. Esta es una frase que a ti te gusta mucho.
_ Sí, mientras no le tengas pánico a ser libre –contestó todavía lejos.
_ Iván, tú... ¿tú le tienes miedo a la libertad?
_ Recuerda amigo mío que yo le he perdido el miedo al miedo. Te lo expliqué en París –y se acercó
a su amigo para señalar-. Cuando le hablé enojado directamente a la cara resulta que ya no estaba,
le gané, rápidamente lo comprendí –se acomodó a su lado-. La libertad puede volverse una carga
muy pesada. Algunas personas intentan esquivarla, y consiguen eludirla, subordinando sus
acciones durante toda la vida. Siguen las directrices de terceros, de los que aparentemente parecen
más fuertes. Escuchan y admiten indicaciones porque así no tienen que utilizar su propia
iniciativa. Son los que se refugian en el grupo, en la seguridad del colectivo. Ensalzan la libertad
mientras besan sus grilletes.
_ Estoy de acuerdo contigo Iván, yo también creo que mucha gente no quiere asumir
responsabilidades de ningún tipo –le dio un pedazo del jugoso melón. Se cortó otro igual para
él.
_ Existe la facultad de escoger por nosotros mismos desde la más tierna infancia, pero mucha gente,
principalmente las personas que sus padres no potenciaron la posibilidad de elegir libremente, les
entran dolores de estómago cada vez que tienen que tomar una decisión importante hasta el
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punto de aplazarla al día siguiente de manera reiterada –sorbió un trago de güisqui directamente
de la botella-. El mañana es el refugio de los cobardes –añadió entonces.
_ Y el de los holgazanes –apostilló Oscar-. Tal vez, al fin y al cabo, yo no sea más que un holgazán
temerario. Pero es que en ocasiones no sé a que te refieres cuando...
_ A mí me gusta la libertad! Es más, la preciso tanto como el aire que respiro porque la libertad escrita
con mayúsculas, es una de las condiciones más apreciada por los animales y yo, soy un poquito
animal –se hizo pasar por una gallina, un caballo, un cordero, además de un loro, un gato, un
perro y un asno, dejando perplejo a Oscar ante el fantástico repertorio de animales que de haber
cerrado los ojos, los sonidos le hubieran sugerido una granja-. ¿Por qué espantar la autonomía?...
si es la oportunidad de gobernarse a sí mismo. ¡Tú debes ser tú para ti mismo!
_ Interpreto que para ti Iván, la libertad es una meta conquistada cuando para la mayoría de las
personas se trata de una amenaza terrible y peligrosa. Pero quizás esta innata independencia tuya
no sea más que un capricho con en el que te empecinas.
_ Oscar, que las demás personas, en general, respiren un desesperado anhelo de sumisión, una
obediencia pusilánime arropada por su docilidad y conformismo, solo contribuye a la existencia
del fenómeno del tirano, simplemente porque les resulta más fácil que sean otros y no ellos
quienes tomen las decisiones y carguen después con las consecuencias, buenas o malas, pero fíjate
que cuando están jalonadas de éxitos, entonces les embarga un sentimiento de continuada
hostilidad, apareciendo esa sensación de odio y amor al mismo tiempo porque otro ha hecho
algo que ellos no se atrevieron a hacer, aunque pudieron, pero tuvieron miedo. Y el miedo es un
lastre pesado.
_ Me haces pensar en el sistema medieval –señaló Oscar-. La sociedad feudal, cuando cayó, tuvo un
doble resultado porque dejó al individuo completamente libre para que hiciera aquello que quería
pero a su vez, le arrebató su seguridad, le privó de la estabilidad de la que se beneficiaba, de su
sentido de pertenencia a una forma de hacer y de ser, arrancándolo del mundo que había
satisfecho sus necesidades. Y entonces, esa gente se angustió... porque realmente eran libres.
_ Pero ese individuo era libre para pensar, libre para hacer con su vida “algo”... no lo que le exigía o
mandaba hacer su gran señor, si no aquello que consideraba apropiado según el propio criterio
personal, sin obligaciones ni drásticas imposiciones. Creo que tuvo miedo a esa emancipación
porque nadie le había enseñado qué era la libertad. No sabía cómo se disfruta de la libertad. Me
gustaría dar largas clases sobre este tema –y se incorporó para lanzar unos troncos al fuego.
_ Creo que este aspecto de la vida lo dominas sobradamente Iván. Si hubieras nacido en la época
medieval, hubieras sido la oveja negra descarriada del rebaño que lo hace para mostrar otra
opción. Hubieras sido maldecido por ello. Pero, ¿te imaginas?...
_ No me da miedo ser diferente o que los demás me vean distinto y me increpen. No pienso
abandonar uno de los ejercicios más rigurosos de la vida. La libertad es un instrumento que tengo
en mis manos y lo guardo como si fuera mi más preciado tesoro. Y tú, Oscar, ¿ejerces tu derecho
a ser libre o eres otro marginado más, confiesa a hora o nunca!
_ Yo me autocontrolo –se apresuró a decir-. No creo que por ello mi libertad esté recortada. Intento
hacer en cada momento aquello que entiendo que debe ser lo más correcto.
_ ¿Pero correcto respecto a qué... a quién? ¡Conduces tu vida con el freno de mano!
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_ Mi vida no es como la tuya que va a trompicones. El autocontrol es saber dar lo mejor de ti mismo
en cada situación.
_ Pero si estás inmerso en tu situación de...
_ ¿Qué quieres decir? No entiendo Iván –de repente Oscar se había molestado.
_ Yo voy en busca de situaciones en las que me sumerjo y a las que me adapto hasta encontrar la
“mía”, en cambio tú... ya te digo, estás estancado. Yo soy como un río que fluye por el monte en
busca del mar abierto, pero tú, Oscar... tú eres un estanque cerrado. No eres agua fresca en
movimiento.
_ Pero en mi estanque nacen renacuajos, se bañan los niños, se provee a los hogares con el agua del
embalse. ¡No conseguirás hacerme llorar!
_ Llorar es bueno. Pero es mejor llorar mientras se trabaja sembrando una nueva cosecha que hacerlo
sentado de brazos cruzados por la cosecha perdida.
_ Tus ideas son como caballos salvajes que saltan y asaltan Iván.
_ Pero las educo con paciencia y no me importa que me tiren de vez en cuando golpeándome de
bruces contra el suelo.
_ Pero te vas de un lado a otro mientras brincas. Mira tus empleos. Eres un culo que no puede
permanecer quieto en una silla, ¿por qué no te ayudas?
_ Nunca sabré de lo que soy capaz si no indago. Las cosas nos afectan si nosotros queremos y porque
así lo permitimos. El triunfo lo consiguen aquellos que exhaustos, son capaces de aguantar un
asalto más... con todos los limones que encuentro a mi paso haré una espléndida limonada, ¿no
entiendes?
_ Sospecho que contigo no hay quien pueda –y se incorporó para remover el fuego.
_ ¿Envidia?...
_ No tendría autocontrol si la sufriera. Los pensamientos obsesivos desencadenan dramas y tragedias.
Nuestra rivalidad, por ejemplo, es sana Iván. Hay que desterrar la envidia porque causa dolor a
unos y a otros.
_ No me gustaría ser maltratado por ti Oscar, pero si injustamente llegase ese momento, sepas que
reaccionaría con contundencia. ¡No me jodas Oscar, no se te ocurra nunca joderme!
_ Nunca es mucho tiempo Iván. No se me ocurriría intentar cambiarte la personalidad. Intento llamar
la atención sobre aquello que considero una equivocación, un error, y lo hago de manera
indirecta, pero ya veo que la sutileza no me acompaña. Soy de los que hacen preguntas en vez de
dar ordenes. Encontrar defectos es demasiado fácil.
_ Intenta practicar la crítica constructiva –señaló Iván-. Cuando aportas ideas positivas en vez de
problemas sostienes el mundo en tus manos. Mira, yo no soy de los que precisen de la aprobación
de los demás. Lo que tú piensas de mi Oscar, no es más importante que mi propia opinión. Mi
autoestima es mi mejor escudo contra los envenenados dardos que van a lanzarme con malicia
los despectivos entes que pululan por la sociedad. La libertad de expresión es asimismo un
derecho, pero solamente para quien la enfoca de manera constructiva. Juicios de valor,
afirmaciones gratuitas, comentarios subjetivos... Yo no voy a alimentarme con semejante basura.
Son ellos los que se desacreditan -miró fijamente a Oscar-. No lo digo por ti amigo mío, pero es
muy habitual criticar a los demás con descarada hipocresía. Cualquier tonto puede hacerlo y de
hecho, casi todos los tontos lo hacen sin ni siquiera saber bien con qué finalidad.
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_ Probablemente para evitar mirarse al espejo –dijo Oscar-. Sabes, yo también tengo imperfecciones.
_ Pero yo nunca intentaría ridiculizarte por ello. Jamás. Al contrario. Intentaría elogiar alguna de tus
cualidades, porque las tienes. No te censuraría. Ni protestaría. Ni tampoco me quejaría por tu
comportamiento si haces algo que me desagrada. Primero, sé que no lo harás, y segundo, tolero
y respeto mientras no me agredas intencionadamente y con maldad. A mí me gusta mucho que
me hablen de mi propia persona y si la aportación está llena de contenido y su perspectiva es
interesante, apreciaré el hecho aún cuando se hable de mis defectos. Incluso entonces lo
agradeceré. No admitir corrección ni recomendación es pura pedantería. Soy receptivo a la crítica
constructiva porque es el camino para mejorar. Puede ser que no vea algo y me gustará que tú,
Oscar, me lo expliques a tu manera, porque sé que no hay ánimo de ofensa en tu palabra.
Iván lo había advertido hacía rato, pero dejó que curioseara hasta que Oscar se sobresaltó al notar
inesperadas cosquillas en sus desnudos pies. Y encogiéndose, con su mirada clavada en la cosa vio
como Iván agarraba al gigantesco cangrejo con su mano cerrada presionándolo fuertemente para que
no pudiera mover las pinzas. Lo acercaba a la orilla para soltarlo junto a las rocas de donde había
salido a pasear cuando pálido bramó Oscar:
_ ¡Podías haberme avisado!... –pero Iván regresaba al lugar llevándose la botella de güisqui a los labios
apurándola hasta terminarla.
Aquella playa no permitió que el velero fondeara cerca. Gritaron padre e hijo desde la pequeña lancha
que comandaba un tío de las chicas, pero ni Oscar ni Iván contestaron. Simplemente levantaron sus
cabezas y ambos al unísono agitaron su mano en alto para saludarlos viendo como partían. Se había
acabado la leña y el fuego se extinguía.
_ Por cierto... ¿cuáles son las parcelas equivocadas de tu carácter Iván?
_ Serían la impaciencia y lo radical y exigente que soy –confesó sin titubear-. Me gusta tu pregunta...
te voy a contar algo, mira, yo reconozco básicamente ocho áreas que paralizan al individuo: la
nula autoestima, la búsqueda constante de la aprobación ajena, el absurdo sentido de culpabilidad,
la insatisfacción por incumplir las expectativas de los demás, la inseguridad abrupta, la codicia, el
odio y el miedo. Todas estas áreas son comportamientos autodestructivos de los que me gusta
prescindir. Por ejemplo, el sentido de culpa, es malgastar el momento presente dejándonos
inmovilizar a causa de un comportamiento que tiene que ver con una actuación pasada, por
consiguiente, algo insalvable que ya sucedió y quedó atrás y en cualquier caso ya no tiene
remedio. Continuar insistiendo te mantiene inoperante. Es como remover la mierda... bueno,
disculpa mi léxico. Lo que quiero decirte Oscar, es que yo no me sonrojo al afirmar que me amo.
No me importan los comentarios... así que déjame decir MIERDA si me apetece! Tengo seguridad
en mi persona y aborrezco la mentira.
_ Tengo la sensación que te has propuesto proporcionarte placer y satisfacción gozando de la vida en
plenitud de facultades. Pero permíteme. Aunque sea involuntariamente, sí mientes porque te
escondes detrás de la máscara, y pasarás a ser un producto acabado y precintado si consientes que
la sociedad te almacene en su galería de especimenes raros y... por qué no reconocerlo, se limitará
tu crecimiento humano si esto llega a suceder, ¿no te preocupa?
_ Oscar, quien se rebela, se rebela contra algo. Yo permanezco salvaje en estado puro. Varío mis
máscaras una vez se quedan obsoletas o están sucias y arrugadas. Las deshecho cuando ya han
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cumplido con su finalidad. No voy por ahí con la disculpa hecha a medida. No tengo porque. Me
limito a ser nada más. No me pre-ocupo. Me ocupo. Y no por ello me siento culpable, aun si mi
actitud hiere a los demás. No daño por gusto.
_ ¿Y si otras personas intentan inculparte respecto a algún incidente feo?...
_ Yo nunca me abandonaría a los deseos de los demás. El sentido de culpabilidad no es una manera
natural de operar, por eso es contraproducente. Lo importante es lo que yo piense y asumir mis
actos. No pienso caer en la trampa valorar más a los demás que a mí mismo. No voy a convertirme
en su víctima. Nunca podría ser pasivo frente a un explotador. ¿Tú eres vulnerable a la sensación
de culpabilidad? Piénsalo, ...sería una especie de autosuicidio.
_ Evidentemente que tal como lo presentas es un sentimiento nefasto –dijo Oscar-. Creo que nadie
me controla emocionalmente. Pero... ¡confiésame! Antes te he preguntado a cerca de alguna
parte de ti que admitas como equivocada y...
_ De niño fui un ladrón –asevera Iván.
_ ¿Cómo que fuiste un ladrón?
_ Obligado a quedarme en la azotea de la escuela por largas horas al mediodía, cuando la celadora no
me veía, me gustaba correr escaleras abajo escapando sin más intención que romper la
monotonía. En una ocasión, al abrir la puerta del aula encontré ropa en los colgadores. Metí la
mano para hurgar en los bolsillos. Lo repetí demasiadas veces, incluso en los vestuarios del centro
donde practicaba judo. Gastaba cada billete que hurtaba con avidez. Sin embargo, no me siento
culpable por eso. Pasó. De nada sirve avergonzarme hoy. Reconozco el hecho y la manera de
olvidarlo es comprometiéndome a no repetirlo.
_ ¿Pero no sientes remordimientos?... ¿no te sientes culpable de haber robado?
_ En vez de sentirme culpable por lo que ocurrió ayer, me propongo mejorar en el ahora mismo. Me
concentro en esta conversación. Me concentro en el aquí, en esta playa griega. En las estrellas. En
el rumor del mar. Y admito mi error para no volver al malestar de entonces, aunque si quieres
una confesión: me lo tomé como un juego, una manera de llamar la atención de los mayores
publicando que hacía lo que quería. Fui torpe para que me pudieran pillar, sí, lo sé ahora. Y a cerca
de los remordimientos... son una gran perdida de tiempo; tiempo que puedes destinar para cosas
maravillosas mucho más saludables. Evito caer en este oscuro y desagradable pozo sin fondo.
_ Tienes razón Iván, la culpa ocasiona presión y a menudo está injustificada. Y puede ser que provenga
de una interpretación equivocada o también puede ser que pretendan atosigarnos para
manipularnos inventando culpabilidades. Hay que reconocer un comportamiento erróneo para
no caer en la trampa.
_ Obviamente Oscar, una parcela del carácter que paraliza debe eliminarse, sin olvidar que un error
debe rectificarse y evitar que se repita, pero .... –y los dos exclamaron a la vez:
_“ ¡ SIN CULPA ! ”.
Tenían ganas de proseguir con la conversación pero ambos se vieron agobiados pensaron que
tendrían que nadar trescientos cincuenta metros en la oscuridad cuando vieron regresar al hombre
con las bolsas de sus sobrinas que iban a pasar unos días en el simpático poblado pesquero sin
completar la apuesta. Al recibir a su tío en la orilla, lanzaron una mirada furtiva a Iván antes de
adentrarse en la casa. Las dos se habían propuesto enamorarlo y las dos habían fracasado.
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_ La falta de autoestima es un grave problema demasiado habitual en nuestros días, y esto entorpece
el desarrollo de las personas –dijo Iván-. ¿Si tú no te amas a ti mismo como puedes amar a otras
personas? Debemos apreciar a la persona más emblemática y valiosa porque es primordial,
estimulante, atractiva. ¿Sabes de quién hablo Oscar?
_ De ti –y lo señaló apretando el dedo contra su pecho.
_ Sí, bien, claro, ...de mí, pero también hablo de cada uno de nosotros, de todos, todos somos seres
llenos de vida, gracia, belleza, fuerza, amor. No es malo amarse. Yo no permito que los
acontecimientos, la familia o la sociedad me mantengan a raya. Me expreso a mi manera, ni bien
ni mal, sino como yo sé hacerlo. Tal como nace de mí. Con mi criterio y mi propia escala de
valores lejos del qué dirán o del qué pensarán los demás.
_ Pero Iván, el consentimiento de los demás es agradable, reconforta.
_ Pero nunca es necesario Oscar. No es imprescindible para que tú disfrutes de la felicidad. Yo no
necesito buenas calificaciones, ni cartas de recomendación o títulos universitarios. Mi gesto avala
mi persona –se acercó a su amigo-. Oscar, tú debes sentirte bien contigo mismo y acostarte
tranquilo cada noche orgulloso de tus actos. Si puedes prescindir de la aprobación de los demás,
sobretodo de la búsqueda constante del consentimiento antes de hacer nada, como por arte de
magia, la inseguridad desaparecerá sin que ya nunca más te angustie y recuperarás tu lucidez, pero
si las opiniones ajenas son más importantes que las propias, sin duda perecerás, porque influirán
negativamente en todo aquello que realizas. Fíjate en un detalle: se acostumbra a hablar en
negativo, nunca se ensalza lo positivo. El mundo requiere de un mayor número de optimistas o,
más bien, de personas que midan sus palabras y no abran la boca si lo que van a decir no es más
bello que su silencio.
_ No se debe convencer a nadie que no sea uno mismo, ¿verdad? –Oscar se rascó detrás de la oreja-.
Sigues siendo tan espontáneo. No cambies nunca. ¡Sabes bien que eres irrepetible!
_ Ahora me saldrás con aquello de que conmigo rompieron el molde.
_ Iván, tú tienes opinión. Sabes como defenderla. Y la llevas a cabo. Eso tiene que ser muy
estimulante. Yo tengo ideas y sentimientos que no sé cómo hacer para que salgan al exterior, lo
reconozco. Puedo defender con plena convicción y seguridad mis planteamientos, pero no sé
exactamente cómo materializarlos, es cierto. Únicamente tengo argumentos. Creo que buenos
argumentos, pero sólo argumentos, bastante dispersos que de nada me sirven, bueno, en mi
trabajo sí me sirven.
_ Un buen día, no te darás cuenta y todos esos argumentos cristalizarán y saldrán a la luz pública y
será un momento de éxtasis por todos lados. No hace falta que desafíes tu individualidad, eso
déjamelo a mí. Acéptalo y resígnate. Constantemente estamos perdiendo y ganando algo.
Nuestra existencia, puede parecernos imperfecta, pero todo sube y baja permanentemente. No
son las cosas las situaciones o las personas quienes causan felicidad. La causa de la felicidad es la
forma como escogemos cada uno de nosotros de enfrentarnos a cuanto nos brinda la vida. Todo
mal nace de nuestra propia actitud respecto a eso. La suma de nuestra mente y de nuestro corazón
dirige nuestro comportamiento. Tú, amigo mío, eres todo pensamiento desde el sentir de un
corazón amable y yo, pura acción, la de un potro desbocado que corre por la pradera sin maldad,
pero que daña con su paso la hierba porque mis penetrantes pezuñas se clavan en la tierra dejando
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una huella imborrable. Juntos podríamos hacer un ser perfecto –y los dos se rieron escuchando
el sonido extraviarse en el horizonte abierto.
_ Pero deberíamos estar bien conjuntados –apuntó Oscar-. Unirnos. No que cada vez actuara uno
de nosotros sólo, ignorando la naturaleza del otro. No uno y después el otro sino ambos juntos
al unísono, ¿qué te parece?
_ ¡Pues claro Oscar, claro! Mira mi buen amigo, lo que te está ocurriendo no tiene porque gustarte.
Seguramente es parte de un proceso. La vida es dura y compleja y a menudo cruel, pero debemos
minimizarla, relativizar las cosas para que sea el máximo de confortable posible. Probablemente
sufrirás algún tipo de experiencia odiosa y repulsiva e incluso hostil, en un principio mala y
funesta, quizás una gran tragedia, pero esto que inicialmente es desagradable, negro, hiriente, a
la larga favorecerá tu crecimiento personal. Te hará madurar y comprender acercándote a la
verdad.
_ Iván, yo no quiero sentirme malhumorado, preocupado, enojado, disgustado o resentido. Sería
muy desgraciado si así ocurriera.
_ No lo hagas. Te convertirías en miseria humana, en un trapo sucio.
_ La entrega interior en busca de mi comprensión me lleva a una explicación indefinida que no
consigo descifrar, pero la acepto. Y me resigno. Eso es todo.
_ ¿Y te aceptas a ti mismo?
_ Bien Iván, pues, ...buena pregunta! No me desagrada mi apariencia física, aunque no sea Robert
Redford; ni mi capacidad intelectual, aunque no sea Albert Einstein; ni tampoco me desagrada
mi estado fisiológico...
_ ¿Aunque no seas quién?...
_ Déjalo. No quiero bromear. Sí. Me acepto. A nivel anímico, y respecto a mi salud con mis carencias
y debilidades. También me agrada mi profesión y la posición económica y social que he
conseguido gracias a ella.
_ Todas esas parcelas pueden analizarse por separado y sin embrago, todas ellas están relacionadas
entre sí. Eso configura tu autorretrato, una especie de puzzle de piezas grandes y pequeñas, de
varios colores, pero sólo que una de ellas esté mal colocada, todas las demás quedarán en
inarmonía. Francamente Oscar, creo que hay una pieza que ha sido presionada, ha entrado forzada
y a primera vista, encaja, pero cada vez ejercerá más y más presión con sus vecinas piezas hasta que
salte ese mosaico por los aires. Y cuando la equivocación venga a tu encuentro, mal decirte y
despreciarte, solamente te llevará al inmovilismo perjudicándote en grado mayor. La decisión
acertada será rectificar y no seguir, no repetir, pero asociarlo con la autoestima será un grave error,
porque a su vez incidirá en la autovaloración. Y provocará más inseguridad. Lo intuyo así, me
disculparás, pero es una melodía que susurra alguien desde un extraño lugar.
_ Rectificar es de sabios –afirmó Oscar con el tono muy bajo.
_ Yo creo que es de sabios no equivocarse. Tú sabes reflexionar, sabes hacerlo, pues no te quedes ahí,
hazlo en relación al resultado de tus acciones y sobretodo, acerca de la actividad que desarrollas.
Analiza tu conducta como tú muy bien sabes hacerlo. Tienes una personalidad propia y debes
defenderla. No te afierres a la comodidad de tu profesión. No creo que vayas a ser siempre
abogado. ¡Otra vez esta insolente señal!
_ No, únicamente abogado no. Ya te he dicho que quiero ser juez –su voz denotaba cansancio.
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_ Pero Oscar, cuando seas juez, deberás regirte por las leyes establecidas. No podrás impartir la
concepción de tu propia justicia. Tendrás que dictar sentencias siguiendo unos parámetros
preestablecidos. Y esas leyes cambian porque los legisladores así lo quieren pero eso nada tiene
que ver con La Justicia. Cuando “X” es considerado un fraude se modifica “Y” para que no afecte
a un miembro de la alta burguesía a quien han pillado por no hacer la trampa correctamente. Las
leyes las hacen unos cuantos para saltárselas desde el anonimato. Tú no estarás a gusto aplicando
normas con las que no estás de acuerdo. Tú tienes la capacidad de crear un reglamento propio y
personal. No tienes que pedir disculpas por ser distinto a los de tu generación. No precisas la
autorización de nadie para realizar tu obra –hizo una breve pausa-. Mírame a mí. Es imposible
pertenecer a esta sociedad sin de algún modo provocar la desaprobación de la gente. En la
actualidad se requiere de grandes dosis de confianza para mantener los propios ideales. Nunca
podrás complacer a todo el mundo aunque tengas muy buena predisposición. Y no puedes ser
esclavo de los demás. Sólo se vive una vez. Yo quiero hacerlo a mi manera. Tú también Oscar,
intenta actuar sin permitir que te coarten o te anulen. Tú serás tu peor enemigo tanto como tu
mejor amigo, además de yo, claro, pero Oscar, lo que intento decirte es que no necesitas a los
demás para subsistir... ¿me oyes Oscar?, ¿OSCAR? –pero Oscar había caído derrotado por el
cansancio sumiéndose en un profundo sueño.
Entonces se le acercó a la oreja y le dijo lo siguiente:
_ Amigo mío, estás en un callejón sin salida que acabará por matar tu esencia, disminuirá tu energía,
y malgastará tu talento sino despiertas. Despierta Oscar, despierta amigo mío mientras descansa
tu alma tranquila.
Iván le había pellizcado el alma con más fuerza que en París para que Oscar asimilara lo oculto de su
personalidad humana, aquello que forzosamente debía poner al descubierto para emprender por fin
el “afortunado trayecto”.
La vida va fluyendo y no espera. Iván se había agarrado con fuerza a su cola y zarandeado, daba
continuos bandazos de un lado a otro. No le importaba el ayer y mucho menos el mañana.
Solamente el presente y, muchas veces ni tan siquiera eso. Y sin pasado ni futuro no era correcto
llamarlo presente. El ahora mismo; ese espacio de tiempo era toda su vida, su razón. Nada escapaba.
Todo pasaba.
Iván no tenía tiempo de conocer a la gente en profundidad, necesitaba mucha gente para
saciarse, y todo era transitorio. En alguna película de ciencia ficción había escuchado el término
“transitoriedad” y, ciertamente, su agitada y promiscua vida carecía de relaciones duraderas.
Su vida se caracterizaba por una condición de elevada brevedad donde la duración de las
relaciones con sus semejantes, no solamente con las mujeres, se abreviaba cada vez más. Realizaba
cambios acelerados respecto a las personas, los lugares, los empleos. Incluso las ideas los objetos y las
estructuras organizativas se gastaban demasiado rápido. Consumía sin apenas masticar. Devoraba. Y
no conservaba nada.
Una frase de William James que decía -Las vidas fundamentadas en tener son menos libres
que las fundadas en hacer- le permitía dar alas sueltas a su imaginación desmesurada y se atiborraba
con sus necesidades temporales.
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Su dependencia para con los demás, se limitaba a un aspecto muy fraccionado del círculo de
actividad del otro y más que interesado en la personalidad de las personas con las que se cruzaba, le
interesaba exclusivamente la eficacia del zapatero en cuanto le satisfacía la necesidad de arreglar su
maltrecho zapato. Le tenía sin cuidado que su mujer fuera alcohólica o que a su hija la hubieran
intentado violar.
Definía en términos funcionales de utilidad la relación con la demás gente. No se interesaba
por los problemas domésticos del zapatero, ni tampoco por sus sueños esperanzas o frustraciones.
Iván quería atravesar por todas las fases, por todas las posibles etapas cuanto antes. Tenía mucha prisa.
Era del todo insaciable, pero se le escapaba un detalle: ese zapatero del cual solo valoraba su trabajo,
en definitiva, era plenamente intercambiable por cualquier otro zapatero de iguales aptitudes. Al
concentrarse exclusivamente en su destreza, dejaba marginada su humanidad. Marginaba sus
sentimientos a la vez que se divorciaba de los suyos propios respecto a sus semejantes. Iván aplicaba
un principio modular en las relaciones interpersonales.
Había dicho a su buen amigo Oscar ya en Paris “No tengo que preocuparme mucho por lo
que hago o por lo que le digo, porque jamás volveré a ver a esa persona en un contexto semejante”.
En su concepción del mundo, Iván entendía que un medio como el actual, donde nada es más
permanente que el cambio, el intento de comprometerse plenamente con cada cosa o persona podía
conducirle únicamente a la autodestrucción. De algún modo, su actitud era legítima y no se le podía
censurar dado que mantenía muchas relaciones más o menos impersonales con la mayoría de las
personas con quienes entraba en contacto. Se conservaba intacto de la agresión de una sociedad
violenta que deteriora al individuo que, tocado por docenas de sistemas y centenares de señales lo
intimidan y lo coaccionan. Prejuicios y mentiras por temor al que pensarán que parten de los celos
o la envidia hacen que la hipocresía sea la primera expresión. Simplemente, no quería ahondar en esa
persona con la que dudosamente volvería a coincidir. Y entendiendo lo agudo de la transitoriedad,
mantenía contactos superficiales muy parciales con la gran mayoría de seres humanos excepto, por
su puesto, con Oscar.
Para que Iván pudiera conocer a algunas personas mejor que a otras, apreciándolas y
valorándolas, necesitaba reducir al mínimo sus relaciones y eso no entraba en sus planes. Hay un
momento para cada cosa y esos eran momentos para conocer muy por encima a infinidad de gente
variopinta a la caza de la que fuera según sus parámetros la más interesante para luego absorberla
hasta vaciarla y lanzarla a la cuneta.
Iván ocultaba su fondo sentimental escondiendo su naturaleza romántica bajo una apariencia
brusca a veces y otras veces irónica. Era un perfecto comediante que conseguía disimular su
emotividad bajo distintas máscaras. Pero esa "fachada" corría el riesgo de perpetuarse si reprimía
durante demasiado tiempo su verdadera naturaleza.
Cualquiera podía enumerar sus cualidades y reconocer fácilmente sus habilidades pero desearían
conocer mejor sus debilidades, sobretodo para sentirse un poco más tranquilos porque Iván en
ocasiones intimidaba. Era una persona sobria, resistente, dueña de su realidad que había aprendido a
mantener la sangre fría en todas las circunstancias habidas y por haber y no dejaba adivinar su
sensibilidad a tal punto, que a veces la gente se preguntaba si realmente era capaz de conmoverse. Por
ello era juzgado sin reservas. Nadie intentaba conocerle de verdad, principalmente, porque Iván no
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se dejaba. Evitaba implicarse con nadie. Le iba bien aquella coraza. Con ella se sentía a salvo del mundo
y de la gente. Y a los que armándose de valor llamaban a la puerta, Iván los miraba con cierta
condescendencia negándose a participar. Eran las mujeres en mayor número quienes entre las sábanas
intentaban calar hondo en su espíritu nómada. Ese "control" del que hacía gala no era más que una
manera de ocultar a toda costa sus dudas existenciales y sus carencias sentimentales. Así se replegaba
tras las barreras infranqueables de su inexpugnable castillo encantado para encerrarse en la torre de
marfil cuya llave no entregaba ni a los más privilegiados excepto, por su puesto, a Oscar. Nadie que
no fuera Oscar tenía acceso.
Organizaba su vida con especial cuidado al margen de la desordenada apariencia que daba su
exagerada espontaneidad.
Le gustaba ser bohemio, olvidando algunos detalles importantes de la vida cotidiana,
descuidando todo cuanto a su entender carecía de interés. Podría decirse de Iván que era un virtuoso,
pero no en un sentido religioso o moral, sino más bien en un sentido burgués de cálculo de sus
posibilidades para bien y para mal. Su ambición y su orgullo le hacían llegar hasta el final, ya se tratase
del plano afectivo o social, pero sólo Iván conocía esos límites y dónde terminaba cada asunto y por
qué motivo lo hacía. Nunca le gustó dar ningún tipo de explicación a nadie, excepto, por su puesto,
a su amigo.
Iván, simplemente actuaba. Ya está.
Iván pertenecía exclusivamente a Iván. Era coto privado.
Iván. Iván. Una vez conquistado el objetivo ya tenía otro en su punto de mira. Siempre corriendo
detrás de un nuevo trabajo, una nueva conquista, una nueva vivencia, otro conocimiento mundano
que almacenar. Siempre persiguiendo un nuevo resultado. Siempre en busca de un nuevo cualquier
cosa. No se trataba del logro económico ni la consecución de una meta. No se trataba de vencer al
propósito si no más bien, y por encima de todo, de ir tras la pista de una especie de extraña felicidad
efímera. Necesitaba constantemente estar ocupado en lo que fuera con tal de romper la rutina y
descubrir un algo nuevo, quizás, un nuevo placer tan recóndito como insospechado. Siempre buscaba
como salirse de una situación compleja cuando ya la dominaba como a una fiera que se amansa.
Sencillamente agotaba las situaciones y se marchaba a por otras distintas más complejas todavía.
Y se le admiraba sin reparo. Ya en unas colonias, cuando contaba tan sólo once años los
monitores lo llamaron al aula y reunidos en un especial comité le rogaron que no se subiera más a
ningún árbol. Iván no lo entendió. Subirse a los árboles era algo que había hecho desde que tenía uso
de razón. Trepaba a los árboles porque estaban ahí, desafiándole, tentándolo para que lo hiciera.
Nunca se había caído y siempre descubría la amplitud del horizonte cuando se encontraba arriba
entre las ramas de las tupidas copas de los árboles más altos. Pero los monitores, responsables de la
seguridad de todos los niños insistían en que no debía subirse y lo hicieron puntualizándolo con un
extenso -por favor-. Iván no comprendía porque no podía subirse a los árboles. Algo escapaba a su
alcance e insistió y volvió a insistir hasta que pronunciaron la palabra: líder. Fue entonces cuando
descubrió esa palabra, su significado, y las posibilidades que se le brindaban. Sus profesores, le
explicaron que algunos chicos tenían tendencia a imitar cuanto él hacía porque deseaban parecérsele
y añadieron -Sin darse cuenta ponen su vida en peligro porque ellos no son tú. No dudamos de tu
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agilidad. No nos preocupas tú, si no ellos-; y ciertamente, el carisma natural de Iván marcaba la pauta
allí donde se encontraba. Pero él nunca proclamaría su liderazgo.
Su tendencia precoz a amar en profundidad los placeres de la vida y esa búsqueda constante de
realizaciones le hacían extremadamente inquieto. Su gran capacidad de sensualismo, su
versatilidad y su don de gentes le conferían una genialidad un tanto agresiva. Desde muy
temprana edad empezó a combinar la astucia y su habilidad particular con la oportunidad, pero
con cierta prepotencia a la hora de imponer sus ideas conformo asumía un logro tras otro.
Su inusual destreza para las artes plásticas se había quedado en el colegio, pero se dedicaba a
elaborar situaciones y modelar personas. Actuaba con gran rapidez sin dar tiempo a que reaccionaran
los demás. Le caracterizaba su presteza a la hora de comunicarse, más con impulsivos actos que por
la profundidad del razonamiento de sus palabras. Intolerante ante las irregularidades, Iván se movía a
su aire. Era la libertad personificada.
Y amarle consistía en cierto modo en adivinarle y reconocer su hegemonía. Iván no buscaba
a su alrededor personas serviles, ni tampoco esclavos. Sus relaciones íntimas, más allá de los contactos
sociales, no eran fáciles. No hacía ninguna revelación sobre su persona y dejaba que la gente
especulara mientras sonreía detrás del telón.
La gente pensaba que sufría desdoblamiento de personalidad. Creían que tenía hasta tres y
cuatro personalidades distintas. Fusionaba el estilo del rico con la necesidad del pobre, y como un
camaleón que se adapta, igual podía habitar un palacio que una barraca en las montañas, dormir en
una cama de agua que suspendido en una hamaca, vestir ropa de marca que andar con taparrabos en
la selva, comer un sofisticado plato en un restaurante de cinco tenedores que comerse una serpiente
en medio de la jungla.
Prefería una aura de misterio que adjetivos concretos. Y no le gustaba ser calificado y
etiquetado. En modo alguno quería ser enlatado. Empezaba a encontrar el punto exacto de la
ambigüedad personificada convirtiéndose en un ser indescifrable e inclasificable, de ahí la necesidad
de la gente de etiquetarlo como un producto porque así sabían a qué atenerse y justamente por eso
él volvía a variar, y así variaban las diferentes etiquetas porque estaba inmerso en un constante proceso
cuyo punto y final no decidirían los demás. Valía tanto para una cosa como para otra y aunque ambas
se dieran de patadas entre sí, era capaz de realizar ambas a la perfección. Iván rompía esquemas cada
dos por tres. Vulneraba toda clase de tradiciones. Y le agradaba todo aquel halito de secretismo que
lo rodeaba, tanto como la discreción y la confidencialidad que él practicaba con total esmero. Sus
sentimientos eran subterráneos y aunque nadie los conocía, existían. ¡Vaya si existían!
El tímido suele distraerse en la divagación; el valiente va, triunfa, y vuelve. Iván era de los que
no repetía lo que había de hacerse. Simplemente lo hacía, ¿te ayudo? ¡no! Actuaba. Decía que el
movimiento se demuestra andando y andaba. Él mismo era un ejemplo manifiesto y el más claro
exponente de aquel planteamiento. Alimentado por el tesón y la perseverancia, había conclusiones
en sus actuaciones. Sin tiempo para descansar y relajarse, sin un minuto para dejar volar su creatividad,
se envolvía de su entelequia fabricando personajes y configurando los guiones de sus propias películas.
Ocultaba la originalidad de su espíritu y asimismo la de su corazón. Pero era Iván. Siempre Iván.
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*
*
*
*
Habían transcurrido poco más de dos años desde que Ana y Oscar se vieron por casualidad en la
tienda de fotografía, meses antes de la gran fecha en que debían reencontrarse en el club de tenis. En
aquella época, la madre de Oscar solía preguntarle si se casaría extrañada de no verlo nunca con chicas.
Su hermana le había dicho por teléfono desde Bolivia que la única excusa por la que viajaría a España
sería en caso de que contrajera matrimonio. Y Oscar, sentado en un sillón de cuero con la cara
descompuesta apoyada en su mano derecha, cayéndole el pelo en la frente a modo del tupé a lo Elvis,
se había extraviado en su mundo donde Ana buceaba como sirena en las orillas de una isla perdida
en mitad de la nada. No podía dejar de amarla. Imposible resistir aquella espera sin esperanza. Una
detonación sorda. Un eco interrumpido. Ya no había fecha y desde la coincidencia en la playa de la
Costa Dorada, tampoco había Ana. Oscar no lo soportaba. Cada vez la sentía más lejos. ¿Todo aquello
no era más que un simulacro?
Miraba el calendario. Su vista se posaba en el significativo treinta de mayo que tantas penas
como alegrías le proporcionaba. Pensó que desde hacía ya cinco años se había convertido en una
fecha conflictiva. Desdén. Humillación. Un grito contenido. Y siguió mirando aquel sábado su agenda
programando reuniones y visitas en su despacho del prestigioso bufete. A Oscar le gustaba pasearse
por las oficinas del área administrativa entre las mesas vacías sin tener que escuchar las escandalosas
impresoras que no cesaban de funcionar durante toda la jornada o el insistente teléfono que agobiaba
a secretarias y abogados de manera impertinente. Le gustaba esa tranquilidad, y la aprovechaba para
poner los asuntos al día. Las semanas de lunes a viernes eran demasiado ajetreadas, no había un
momento para preparar presupuestos y minutas. Se beneficiaba del silencio estancado para cuadrar
números y dejarle material de trabajo a su ayudante con explicaciones e instrucciones precisas.
Archivaba la documentación que ya no era necesaria antes de que se amontonara encima de su mesa.
A veces, sin darse cuenta, le habían dado las cinco de la tarde en el bufete sin que su estómago
protestara. Su concentración era tal que su quehacer le absorbía totalmente como un niño
boquiabierto frente a un payaso.
Y a continuación al llegar a su dúplex que se le hacía inmenso por la falta de Ana y unos críos
corriendo por las escaleras, para abrir un nuevo libro que terminará al día siguiente entre las cuatro
paredes de habitación mirando de reojo los dibujos a lápiz carbón así que pensó “Mejor me voy al
apartamento” porque cercano a la segunda residencia de Ana en la Costa Dorada soñaba con cruzarse
con ella en el supermercado. Solía iniciar la tarde del sábado satisfecho por todo el trabajo finiquitado
sin pensar hasta el lunes a las siete cuando sonara el despertador en clientes o estrategias pero con
una sensación lastimosa de no saber qué hacer con su fin de semana.
Ese preciso sábado no estaba por la labor y repetía la operación tecleando la calculadora porque
no conseguía cuadra la minuta que llevaba horas elaborando. Y su pensamiento escapó veloz para
situarse en el calendario otra vez. Lo miraba insistentemente para derrumbarse como edificio
demolido. Todo lo representaba Ana. Su imagen tan alejada de aquella chiquilla que recordaba como
si fuera ayer se mezclaba con la poderosa mujer de bengala cuyos atributos físicos lo deslumbraban.
Oscar no podía olvidar aquel idilio de cuento y se lamentaba diciéndose qué romántico y
emocionante si hubiera salido bien. Y musitó en voz baja “Que bonita historia hubiéramos contado
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a nuestros hijos” mientras el resentimiento le asaltaba por detrás con una daga azul en la espalda. Ana
continuaba viva en lo más hondo de su corazón con la misma intensidad que cuando se sentaron
frente a frente en la zona de descanso del club de tenis.
Eran las dos treinta del mediodía y como de costumbre los sábados, el portero subió el correo
acumulado en uno de los buzones sin etiqueta antes de marcharse a Manresa a la casa de sus hijos
después de permanecer agazapado en un reducido espacio de apenas cuarenta y cinco metros
cuadrados durante toda la semana. En su buzón particular no había respuesta de la carta que
finalmente se había decidido a mandar por correo. No le gustaba dejar nada a medias, y si Ana no la
leía pronto su misiva hubiera perdido el efecto que pretendió imprimirle. No la acusaba de falta de
cortesía, pero aunque hubiera sido tan sólo por educación, Oscar hubiera preferido algún tipo de
respuesta.
Lo único que poseía totalmente suyo eran sus sentimientos. No quería ir por ahí
mostrándolos como si fueran las noticias de un periódico que en un principio sorprenden, interesan,
incluso conmueven, pero que luego se utilizan como alfombra cuando la mujer de limpieza ha
terminado de fregar para que los zapatos pasen por encima.
Probablemente Ana no quería mostrar fácilmente sus verdaderos sentimientos por miedo a
que no fueran valorados. Pretendía que Oscar los buscara, aunque fuera con dolor y tristeza para que
después de años conservaran su perfume.
Ella no quería perder el tiempo con personas que únicamente quisieran contemplarla y
adorarla; prefería un hombre que fuera capaz de encontrar la escondida pista de aterrizaje que le
conduciría a la cueva donde está la joya de su amor sin fijarse si las hojas que revisten el tronco son
pocas o hermosas, apreciando a los animalitos que anidan en ese árbol. Ana tenía tanta sensibilidad
o más que cualquier otra persona que muestra a las amigas un vestido nuevo solo para alardear.
Quería que a la hora de la verdad, únicamente estuvieran a su lado aquellos seres a los cuales el camino
no les había sido fácil, sabiendo que si la abrazan, es con toda la intensidad del alma y no porque les
haya llorado o reído sus gracias.
Oscar quería amarla aquella misma noche. Deseaba hacerla feliz. Deseaba que sintiera junto a
él el placer del amor y el perfecto sentido de la unión.
Oscar y Ana estuvieron juntos, pero su amor nunca se había consumado, qué falacia la suya!
Accedió a la última imagen que tenia de ella en la playa de la Costa Dorada. La imaginó con la mirada
perdida en la inmensidad del mar donde dos gaviotas sobrevuelan juntas en dirección a las estrellas
porque ambas quieren llegar a conseguir la luna y desde la arena, Ana atiende como se elevan subidas
en un rayo de sol porque así es como las impulsa Oscar, y mientras su mente expande las alas, una
gaviota se difumina en la visión de Ana hasta disiparse como si nada más fuese una posibilidad. En su
mano está ser una de las dos gaviotas para viajar hacia el triunfo de la felicidad o lamentarse
eternamente y, atada en la arena convertida en fango, sola, triste e infeliz como roca con raíz que se
pega al núcleo de la Tierra, rodeada de interminables días grises, mal decirse por no haber sabido
escuchar algo tan sencillo como el sonido de una flauta mágica. Y entonces, en el bufete, Oscar se
levantó del sillón de cuero situado frente a su mesa de trabajo e hizo como que tocaba el instrumento
paseándose por entre las mesas de la oficina.
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Entre las cartas que había subido el portero estaba la de Ana. Rápidamente la identificó; no sólo por
su letra, era la única que estaba escrita a mano destacando por encima de todas las demás. En ella
había una serie de consideraciones y un dibujo a lápiz carbón. La carta empezaba pidiendo disculpas
por la posible humillación. Volvía a rogarle que dejaran de verse, que de lo contrario empezaría a
sufrir viendo lo mal que lo pasaba. No obstante, le confesaba que él la atraía, que sus miradas la
conmovían, que sus caricias eran una provocación y su gesto algo más que comunicación, pero que
en su beso faltaba expresión o quizás, recepción “Pero si apenas fueron un par de escarceos” pesó
Oscar reprochándose haberse contenido en exceso. Pero también es cierto que Ana estaba incómoda
y él no quiso presionarla.
Ana le decía que le agradaba, pero que no quería ser tan egoísta como para tenerle de aquella
manera, entregándose y abriéndose tal y como Oscar lo hacía si no estaba dispuesta a iniciar un vuelo
elevado a su lado. No quería corresponderle solamente por su amabilidad, por su comprensión, por
ese cariño especial con que la obsequiaba. Reconocía que le echaría a faltar. Que cualquiera que
hubiera compartido momentos con él, por cortos que fueran, no podría olvidarlo porque era una
persona maravillosamente benévola.
En un párrafo, hacía referencia a su apariencia física. Le decía que era excepcionalmente pulcro;
tan bien afeitado y peinado, impecablemente vestido con tus trajes azul oscuro o gris ceniza sin una
sola arruga... la llegaban a incomodar. Por entonces, George Michael había institucionalizado la barba
de tres días y su aspecto informal entusiasmaba a las jovencitas. Ana le insinuaba que vistiera de
manera más rebelde; sin afeitarte, dejándote el pelo más largo. Le sugería que se pusiera jeans y
zapatillas deportivas blancas y que caminara con la camisa desabrochada y las mangas arremangadas.
Le instaba a dejar de ir tan erguido afirmando que no le gustaban las personas tiesas. Ana le pedía la
imagen publicitaria del hombre que ella entendía como varonil. Terminaba su carta haciendo
referencia a la película "Lo que el viento se llevó" manifestándole que se sentía bastante identificada
con la protagonista y que intuía que como sucede al final, Oscar también desaparecería entre la niebla
como Red Butler.
Incomprensible para Oscar. Algo increíble. Inaudito. ¿Cómo podía decir toda aquella sarta de
tonterías? Y se interrogaba sin hallar respuesta. Una persona capaz de desarmar a un viejo y astuto
abogado mucho más experto que él, capaz de negociar más de tres horas seguidas sin desfallecer y
conseguir cerrar un trato millonario en una mesa de juntas, un hombre que coordinaba el trabajo de
personas mayores que él con la habilidad de la diplomacia en las relaciones y, entonces, ¿por qué se
juzgaba afectado por las palabras de la joven Ana? Era realmente increíble. Incomprensible pero
cierto, porque Oscar carecía de la capacidad para dominar un acontecimiento que le dolía en el alma.
Y más inaudito todavía... Ana desbarataba su temple. Lo empujaba a continuar solo para que lo
carcomiera el sentimiento de frustración igual como las termitas devoran los muebles de madera. Y
apretando sus maxilares durantes unos segundos y los puños un instante explotó “Que sensación tan
apasionante pero... ¡que dolor tan sofocante!” y es que Ana podía subirlo hasta el cielo o bajarlo hasta
el infierno. Lo absorbía hasta anularlo y aunque Oscar quería controlarse no lo conseguía porque no
se trataba de ningún cliente. Se trataba de su único y gran amor.
Intervalos de duda. Si él pudiera lo haría. Si ella quisiera no dudaría y si así fuera, ¿qué ocurriría?
Nadie sabía. No levantó el teléfono. No la llamó en seguida de leer la carta varias veces. Ni siquiera
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se percató que había sido escrita tiempo atrás a juzgar por la fecha, también Ana se había demorado
en enviarla tal vez ¿hasta estar totalmente segura de lo que hacía?.
Decididamente no quiso hablar con Ana luego de tanto silencio continuado y con semejante
texto como premisa, aunque por dentro se moría de ganas, pero evitó cualquier movimiento. Oscar
era nuevamente rechazado y reflexionaba.
Se preguntó cómo su amigo Iván trataría el asunto, quien no lo denominaría como algo
imposible aunque la persona deseada lo tratara como Ana y le retirara la mano cada vez que intentara
tomarla. Iván era un ser salvaje. Un guerrero. Un amante. Un aventurero. Iván era algo poeta y esto
ayudaba a seducir. Oscar se entregaba lentamente. Quería hacerla suya de verdad. Y cuando en la
noche interrogó a la luna, Iván le respondió en forma de una extraña vibración sonora que acarició
sus rodillas y retumbó luego en sus oídos: “Hazla sentirse mujer y será tuya para siempre”.
En su caso no le dispensaría tantas atenciones. Iván ya le hubiera dado alguna negativa, algún
intencionado plantón al que Ana no estaba acostumbrada. Oscar nunca le había fallado. La dominaría
con clase dejando que escogiera ella, pero obligándola a que lo hiciera. Oscar nunca la había puesto
entre la espada y la pared.
Ana nunca podría sentir que Iván le pertenecía y que lo tenía seguro para que de esta forma
ella peleara por él, obligándola a esforzarse, a sacrificarse desmarcándola de ser la predilecta. No la
hubiera entronado como reina. No la llamaría entre semana como había hecho Oscar, sino que la
trataría como a cualquier otra chica aún sintiendo toda esa fuerza.
Iván hubiera intuido de inmediato la clase de hombre que reclamaba la joven Ana. Su máscara
de señor y truhán, de hombre gallardo y castigador de mujeres habría funcionado inicialmente,
únicamente hasta conseguir que fuera Ana la que viniera a él, y no a la inversa como pretendía que
sucediera Oscar. Iván haría que Ana se muriese de ganas por confesarle su amor dejándole que
persiguiera a cada instante la posibilidad del primer beso. Le pondría un apodo cariñoso como
etiqueta de propiedad para que Ana supiera cada vez que pronunciaba el vocablo que era a él a quien
pertenecía y a nadie más. Inventaría una canción para Ana, y señalaría un lugar determinado para
frecuentarlo en busca de la afinidad. Le contaría que cuando la conoció, le parecía una niña dulce y
decidida que a sus trece años sabía lo que quería, pero con el paso del tiempo, se había convertido en
una jovencita de dieciocho años que no sabía exactamente qué buscar en el amor, y mucho menos
en la vida. Pero Oscar no era Iván. Y lo sentía por Ana, porque no iba a cambiar. Pese a su actitud y
los acontecimientos, Ana era su gran amor. El panorama no podía ser más desalentador. El tiempo
se encargaría de confirmar quien era su verdadero amor.
Y aunque el amor por Ana era poderosamente grande, el amor por sí mismo era mayor, “Amar a los
demás es una virtud, pero amarse a sí mismo no es un pecado” había afirmado hacía varios años en
una clase de ética y religión. Oscar no practicó el narcisismo. Le dijo al profesor cuando todos los
alumnos se hubieron marchado del aula “El egoísmo es la causa del apego a sí mismo”. La
conversación duró largas semanas y Oscar estaba encantado, hasta que ambos convinieron de común
acuerdo que el amor a los demás y el amor a uno mismo no tienen porque excluirse mutuamente, y
lo anotaron en la pizarra organizando un debate. Esa fue una de las pocas ocasiones en que pudo
escucharse su voz desenvueltamente. Las conclusiones fueron demoledoras. Redactaron un breve
memorando en el que se apuntaba: “Amar a una persona implica amar al ser humano como tal. El
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amor, es indivisible entre unos y otros. En todo individuo capaz de amar, se encontrará una actitud
de amor a sí mismo. Las personas egoístas son incapaces de amar a los demás, pero tampoco pueden
amarse a sí mismas. Si te amas a ti mismo, amas a todos los demás como a ti mismo. Mientras ames
a otra persona menos que a ti mismo, no lograrás amarte de verdad, pero si amas a todos por igual,
incluyéndote a ti, los amarás como a una sola persona y esa persona es a la vez Dios y Hombre”. Así
pues, Oscar era una persona grande y virtuosa que amándose a sí mismo amaba igualmente a todos
los demás, en especial a un ser llamado Ana. La Biblia reza: Ama a tu prójimo como a ti mismo; y
para Oscar, amarse no era ningún vicio. El respeto por la propia integridad, el amor y la comprensión
que se procesaba estaba inseparablemente ligada al amor a cualquier otro ser.
Confundía cuando promovía acaloradas discusiones en el instituto y sólo las chicas le
prestaron atención buscando ¿sus palabras o buscando acercarse a sus largas pestañas que ribeteaban
aquellos enormes ojos de almendra? La cuestión es que se quedó solo cuando no mostró interés
físico por ninguna de sus admiradoras que fijaron su vista en el capitán del equipo de fútbol.
Para Oscar, aquella clase de debates eran muy sanos, mucho más entretenidos que ir al cine o
bailar zarandeado por la muchedumbre en una oscura discoteca pero nunca interesaron
suficientemente a sus compinches de estudio, como no agradaron más tarde a los compañeros de
estudio en la universidad y a los camaradas de juerga que se quedaban presos de una indiferencia
empalagosa como un polvorón de Navidad que se queda hecho una bola en la boca y a continuación,
no encontrando qué decir preferían escupirle a la cara. ¿Sucedería lo mismo con sus compañeros de
trabajo? Porque tampoco agradaba a los abogados asociados el planteamiento de temas demasiado
profundos, y la persistencia entorno a sus “elucubraciones” comenzaba a poner los nervios de punta
a los trabajadores del bufete. Resulta que sus comentarios llegaban a molestar como molesta una
piedra que se ha metido dentro del zapato.
Amante de los pros y los contras, a Oscar le gustaba dejar al descubierto ante sus colegas las ventajas
y los inconvenientes de cada asunto proponiendo alternativas irrefutables, pero el hecho solía
desbaratar la línea de actuación del bufete y a su jefe le fastidiaba tener que perder tiempo iniciando
nuevamente la defensa o la acusación desde una perspectiva distinta. Al principio fue una simpática
anécdota, pero con el transcurrir de los meses aquel comportamiento empezó a crear tensiones
porque los superiores estaban más interesados en la cantidad de casos que en la calidad de su
resolución. Aborrecían su vena sindicalista o su afán revolucionario pero reconocían que su imagen
era perfecta para la empresa. Era distinguido y resolutivo, apuesto y gentil, y muy bien podía marchar
a la cabeza de la columna.
Oscar tenía deseos de superación y lo había pedido pero todavía no se le había permitido
acceder al órgano de decisión donde los geniales cerebros ventilaban sus tácticas y procedimientos
en uno de los mejores bufetes de Barcelona con sedes en Madrid París y Londres; estaban a punto de
integrarse al trust Roma Viena y las delegaciones de Centro América.
Tenía interés en saber como se actuaba en el más alto nivel ejecutivo porque no quería pasarse
toda la vida relegado en la misma posición. Quería ser conductor y condiciones no le faltaban. Oscar
no se quedaba satisfecho con recibir instrucciones, quería saber el por qué de las órdenes y la razón
de los métodos aplicados.
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Para uno de los asociados veteranos, Oscar era un autentico incordio. Y comenzó a
manifestarle una desaprobación insistente. Se enfurruñaba a puertas cerradas con el jefe durante horas
mostrando al salir del despacho una cólera terrible, ¿de qué se quejaba? Se consideraba insultado y
agredido por el brillante joven de incontables triunfos al que últimamente le pasaban los casos más
caramelo.
Cuando los ánimos se calentaban, Oscar quedaba consternado y rápidamente reaccionaba
derramando su bálsamo reparador que evitaba un mundo de sombras y mal humor. Y menguaron
sus aportaciones a falta de cooperación y porque la posibilidad de un solo grito le aterraba. Evitaba
más escenas desagradables de las que provocaba.
Percibía la vibración de las personas, tanto como necesitaba la armonía de los colores. Sus
necesidades estéticas eran muy exigentes, precisaba de tonos pastel en el despacho para despejar la
áspera y sórdida atmósfera. Todavía no había conseguido decorarlo a su gusto y esto lo deprimía. Se
desajustaba con facilidad por detalles que para otro empleado no tenían la menor importancia. Y en
las últimas semanas se mostraba demasiado gruñón. Inusual en Oscar. Y sin motivo aparente se sumía
en una hosca reserva repentina. Algo lo inquietaba. Y lo inquietaba no poder escoger el color de las
paredes de su habitáculo profesional, pero más aún lo inquietaba saber que el consejo de dirección
general había dado el visto bueno a una chillona pintura de un estridente azul pavo real para las
catorce oficinas de Europa. Semejante agresión visual alteraría la concentración, la calma, la suavidad
que Oscar requería para trabajar. La disminución de su rendimiento intelectual estaba asegurado.
El nuevo decorado de las oficinas y la tensión creciente con el veterano asociado le hicieron
comenzar a plantearse la posibilidad de montar su propio despacho profesional mientras alternaba
sus estudios para magistrado de la corte suprema. Así se entretenía dejando en un segundo plano al
dilema llamado Ana, pero sin dejar de reflexionar acerca del amor, porque reflexionar entorno al
amor significaba hablar de la necesidad fundamental y verdadera de todo ser humano.
No estar hastiado, era para Oscar una de las condiciones básicas para amar. Ser activo en el
pensamiento, en el sentimiento, durante las veinticuatro horas del día, evitando la pereza interior y
suprimiendo toda posibilidad de haraganear manteniéndose receptivo, seguía siendo algo
indispensable para la practica del arte de amar “Si un individuo no es productivo en otros aspectos,
tampoco es productivo en el amor”.
Amar significa comprometerse sin garantías, con disciplina concentración y paciencia, entregándose
totalmente con la esperanza de producir amor en la persona amada. Oscar empezaba a comprenderlo
al vivirlo en su propia piel. Se dijo en el habitáculo de la fotocopiadora y el fax “El poder es el acto
más inestable de todos los logros humanos y por el contrario, tener fe en mí significaba estar seguro
de la confianza e inmutabilidad de mi recia actitud, de la esencia de mi temple, en definitiva, de mi
amor”.
Oscar empezó ya durante ese período a procesar amor por los hijos que aún no tenía. Amor
por la necesidad de su educación y no de su manipulación. Amor por ayudar al niño a realizar sus
potencialidades además de satisfacer sus necesidades básicas. Seguía fascinándole el género humano y
comenzó a ser más crítico con la sociedad sin percatarse que cuanto más tiempo le dedicaba a la
sociedad más se desatendía él. Pero el saber lo deslumbraba. El enriquecimiento de juicio lo seducía.
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Aprendía una cosa más cada día que almacenaba minutos antes de acomodar la almohada para
reposar en su cama de matrimonio que deseaba fuera invadida.
Si bien en la infancia se imparten conocimientos, se descuida la enseñanza más importante y
elemental para el desarrollo humano. Oscar había advertido en sus estudios que en la China y en la
India, la persona más valorada es quien posee cualidades espirituales sobresalientes, y así llegó a la
conclusión que los maestros no eran únicamente una fuente de información, sino que su función
consistía en transmitir mediante el ejemplo, ciertas actitudes humanas dignas de perpetuarse. Se
asombró ante la incapacidad de recordar el nombre de ningún profesor si no era el del profesor de la
asignatura de ética y religión, sin embargo, como el mejor maestro, se comprometía a crear un
mundo perfecto desde el hogar. Todavía más tolerante, solidario, y amoroso que lo había sido el
suyo propio.
Hacía bastante tiempo que no volvía a esa parte de su ordenador, pero le pareció un feliz reencuentro
y un nuevo resurgir. Detalló un informe sobre el hombre moderno “Se ha transformado en artículo;
experimenta su existencia como una inversión de la que debe obtener el máximo beneficio” y subrayó
remarcándolo con negrita “Está enajenado de sí mismo”. Y también está enajenado de sus semejantes
y de la Naturaleza. Ayer como hoy, su finalidad principal es el intercambio ventajoso de sus aptitudes.
Su amigo Iván era un claro ejemplo. Vivía peligrosamente. Ansiaba lograr un intercambio
conveniente y equitativo. Lo sabía Oscar.
Apostilló en un tamaño mayor de letra al final de su trabajo “La vida carece de finalidad para
todos aquellos que nada más piensan en trabajar por el dinero en algo que no les gusta, ni los
estimula, ni tampoco los llena. Se prostituyen para consumir y consumir toda clase de diversiones
que les permitan escapar de su realidad” y cerró su equipo informático mientras estiraba sus brazos
queriendo tocar el cielo satisfecho de su análisis, contento, como si lo escrito no fuera con él.
Un gran número de personas piensan que pierden el tiempo cuando no actúan con rapidez,
pero luego no saben qué hacer con el tiempo que ganan sino es matarlo con vanas actividades. Oscar
mismo llevaba algún tiempo alejado de sí mismo arrastrado por la tendencia al consumo y el logro
material olvidándose de hablarse, abandonándose, renunciando a su intimidad empujado por la
inercia de la presión mediática y la nefasta propaganda a punto de adulterar su propio existir.
El capitalismo necesita hombres y mujeres que cooperen mansamente y en gran número,
hombres y mujeres que quieran consumir cada vez más y más y cuyos gustos estén estandarizados.
La gran falacia que todavía no había comprendido es que el sistema necesita personas que se sientan
libres e independientes, personas no sometidas a ninguna autoridad o principio pero dispuestas a que
los manejen para que hagan exactamente lo que se espera de ellas para que encajen sin dificultad en
la maquinaria social a la que se guía sin recurrir a la fuerza impulsando a esas personas sin ningún
sentido sino es cumplir, apresurarse, funcionar, y seguir adelante sin pararse un minuto si quiera para
que no se detenga la cadena de producción.
El resultado de su estudio no tardaría en calarle hondo. Únicamente le faltaba despertar a la
realidad, averiguar que él mismo también estaba enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la
Naturaleza. Pronto entenderá que su malestar no es causado únicamente por el estridente azul pavo
real, si no también y sobretodo porque las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas
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programados en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y no diferir en el
pensamiento, el sentimiento, ni la acción.
A diferencia de la gente que trata de arrimarse tanto a los otros como sea posible
permaneciendo al mismo tiempo solos, inválidos por el profundo sentimiento de inseguridad y culpa
que surge cuando es imposible superar esa soledad, Oscar había aprendido a estar solo y a razonar
consigo mismo en silencio desde la imparcialidad. Su objetividad cuando dialogaba consigo mismo
le había proporcionado mucha felicidad. Sin embargo, últimamente estaba demasiado ocupado
porque se llenaba la agenda con gran cantidad de trabajo innecesario y bastante superfluo y todo en
nombre del dinero. Como tantos otros había recurrido a externos paliativos inmediatos en vez de
recurrir a su intimidad. Y fueron la gran cantidad de vanas actividades que lo despistaron. Le ayudaron
a ignorar el gran problema de la humanidad: el excesivo ritmo y la falta de criterios para seleccionar
opciones.
La estricta rutina del trabajo burocrático y extremadamente mecánico contribuye a que la
gente no tome conciencia de sus verdaderas necesidades pasando por encima de la conciencia a través
de la rutina de la diversión y de la consumición masiva de sonidos y visiones que ofrece la industria
del entretenimiento. Durante aquella época desde su ingreso al mercado laboral, Oscar no fue ajeno
a la turbulencia. Se satisfacía con desmesura comprando compulsivamente y gastando delirantemente
el dinero que con esfuerzo había ganado. Adquiría más y más cosas que más tarde no utilizaba: el
mejor equipo hi-fi, el último modelo de televisor suround, otro frigorífico y cambió su todavía
nuevo automóvil por uno superior en dos ocasiones, la primera para que ya no fuera más el coche
de mamá, y la segunda, por pura vanidad y para deslumbrar a Ana con el nuevo modelo de la gama
más alta de Porche; el anterior también había sido un Porche, el de la gama más baja pero se trataba
de la marca PORCHE ¿narcisismo material?... los clientes lo juzgaban por la imagen!
Todas las cosas eran cambiadas por otras y nuevamente sustituidas al poco tiempo por una
incoherente moda pasajera que determina los estilos y configura arquetipos para etiquetar a la
persona artículo. Hasta que un día revisando su extensa biblioteca en la parte baja del dúplex cayó a
sus pies Aldous Huxley mediante el libro que como una profecía se cumplía, y exclamó “Apreciado
Huxley, el individuo moderno está muy cerca de la imagen que describiste en tu sencillo libreto tan
breve como chocante con ese fantástico título de Un Mundo Feliz”. Sentándose en el suelo de piernas
cruzadas con el ejemplar que tanto le impresionó en su juventud entre las manos, permaneció
durante largo rato inmerso en sus pensamientos como si el mundo se hubiera detenido para él, y
como si el techo se corriera al igual que el de su deportivo el cielo entró en la habitación iluminando
el suelo que se tornó plataforma de luz elevándolo a modo de alfombra voladora. Volvió a
pronunciar en voz alta palabras sinceras “Yo mismo he caído... bien alimentado, bien vestido,
entretenido con mil artilugios y no obstante, sin Yo, sin contacto alguno conmigo mismo y un
superficial trato con mis semejantes. Pues no existo. Subsisto. Mejor dicho: vegeto. Vivo otra vida o
mejor dicho, estoy muerto en vida. Me he apropiado del lema: Nunca dejes para mañana la diversión
que puedas conseguir hoy y como cuesta dinero me he volcado en trabajar con desesperación”.
La felicidad del individuo moderno consiste en divertirse aunque a veces sea a costa de otras
personas. Consumir y consumir sin apenas asimilar los artículos: espectáculos, comidas, bebidas,
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cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas, conciertos. Todo se consume. Se traga, se engulle
sin miramientos igual que lo hizo Oscar, como si el mundo se hubiera convertido en una magnífica
máquina expendedora o un enorme pecho lleno de leche materna al que succionar. Todo fue
objeto de su enorme apetito y de una insaciable hambre con la que paliar su necesidad imperiosa de
materia que agotar y al poco desilusionarse para poder ir a la caza de otra mayor y distinta... como
se parecía a Iván!
No se puede consumir sin dinero, el dinero, dinero, dinero de plástico universal, ¿el gran
mal? Proporciona adornos pero nunca belleza. Comodidad, jamás paz. Medicinas pero no salud.
Oscar creyó que comprando una cama sofisticada con ella obtenía el descanso. Anuncios. Mentiras.
Ejercitó el culto al consumo adorando al dinero. Se dejó arrastrar por un tiempo necesario para
conocer y averiguar qué cosa era y el por qué no lo quería porque Oscar ya podía decir –no- con
conocimiento de causa y en su puño cerrado la experiencia amasada. Probar para saber. Y, ¿no era
esa una práctica muy del estilo Iván?
Reaccionó. Afortunadamente se reubicó inteligentemente. Estuvo a punto de perderse, a
punto de sucumbir en el caprichoso engranaje de la vasta maquinaria, a punto de zozobrar en una
zona pantanosa donde su buen amigo estaba asentado pero Oscar la cató y la desechó rápidamente
al comprobar su influencia negativa.
En un mundo competitivo donde no hay premio ni aplauso para el número dos, Oscar no tenía
interés porque él no anhelaba despuntar, únicamente quería hacer bien su trabajo y no necesitaba
enemistarse con sus compañeros ni lucrarse hinchando las minutas de los clientes acaudalados y tras
la conversación con Huxley, le había llegado la revelación que lo despertó a la realidad convencido
de aprovechar el cambio de domicilio profesional para dar un giro de ciento ochenta grados a su
forma de vida porque Oscar, como tantas otras personas en grandes multinacionales internacionales
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se había enredado en la telaraña de una gran corporación empresarial y en la específica forma de
organizar el trabajo. Entidades sumamente centralizadas con una división radical del trabajo
conducen a una organización donde el empleado pierde su individualidad convirtiéndose en una
parte del engranaje de la potente maquinaria industrial cumpliendo una función determinada que
cualquier otro puede hacer de igual modo ignorándose los atributos de la persona que ya no es
indispensable porque la actividad del puesto es lo único válido. Así se lo dio a entender el día que
recogió su liquidación el que fuera su jefe al afirmar con tono indiferente -Cualquiera podrá cubrir
tu vacante... el bufete camina por sí solo y nadie es imprescindible, ni siquiera yo! Las personas
pasamos por estas oficinas mientras que los archivos permanecen-. Oscar pensó que no iba
desencaminado. Y comprendió al abandonar el edifico donde se ubican las oficinas centrales del
bufete que él mismo había sido una pieza más del complejo engranaje profesional y social, pero a su
vez aceptó el desafío que le confería la oportunidad de andar con su propio paso y con todo su
talante.
Se apeó del trasatlántico para remar solo en su bote de fibra de vidrio y el aroma del mar
Mediterráneo... el balanceo del Aristos y las playas griegas se encendieron por unos instantes.
Resonaba la palabra independízate pronunciada por su amigo en aguas griegas con el sabor del melón
en su paladar. Estaba fuera del bufete. Lejos del consumo material. Oscar iba a recuperarse. Podía.
Estaba preparado para intercambiar y recibir, para traficar con todo y consumir de todo, pero
en vez de continuar con los objetos materiales se decantó nuevamente por los aspectos intelectuales
y espirituales lejos de la urbe, encontrando lugares privilegiados alejados del plomo en el aire y el
aluminio en el agua, del ruido constante y del agobio de las multitudes de personas corriendo a toda
aprisa.
A partir de entonces procesó una admiración reverencial por la gente que trabaja la tierra, por
su caridad y sencillez y por la ausencia de avaricia y de la gula de la gran ciudad y porque siendo
agradecidos aman la Naturaleza. En su humildad y pobreza ajenos a la soberbia disfrutan con la salida
del sol, el canto de los pájaros, la risa de sus hijos, compensando sus carencias con creatividad y
paciencia en la seguridad que el amor es un acto de voluntad y de compromiso... como su amor por
Ana y su compromiso con ella. Ay! No ser amado por la persona que se ama puede ser una situación
muy incómoda y aunque Oscar reconocía la amargura y toda la dificultad, no la consideraba
desastrosa, sino útil. No estaba apenado. Tampoco alegre. Su mundo no terminaba con Ana. La
amaba. Pero también se amaba él.
Hay valores inestables como el consumismo, las modas pasajeras, el culto a la imagen, el
conformismo, el individualismo, la satisfacción inmediata, la ambición desmedida, la intolerancia.
Pero hay valores sólidos como la ética personal, el conocimiento, el compromiso social, y el respeto
a la biodiversidad.
Estaba preparado para iniciar su cambio desde el mismo instante de su nacimiento. Oscar era
ya una especie de iniciado. Sin embargo, aunque su inquietud era grande su alma padecía
somnolencia. Debía corregir este hecho. Tenía que modificar la inmutabilidad de su recia actitud o la
parálisis detendría su proceso evolutivo.
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Iván era una especie de dragón, un animal que sólo existe en las leyendas. Un ser mítico. Quimérico.
Por eso, y porque como Napoleón quería que cuarenta años de historia le contemplaran instaló una
tienda de campaña al pie de las pirámides de Egipto. Se había enfundado una chilaba y se hacía pasar
por musulmán pidiendo a cada paso un dólar a los turistas.
Era muy abnegado con sus propósitos y un día apareció en su trabajo dejando atrás el
restaurante donde almorzó con sus compañeros sin tomarse el café recién servido con la hoja
arrugada de un atlas en la mano para despedirse alegando que tenía la necesidad de cruzar Egipto
descendiendo por el Nilo hasta el mismo corazón del desierto. Dijo que si podían entenderlo y
esperarle volvería un día “No se cuando volveré, pero volveré” y a continuación cerró la puerta tras
de sí ante la gélida mirada de sus jefes que se miraron unos a otros sin mediar palabra. Lo vieron tan
decidido y fue tan intensamente convincente que no lo incordiaron con preguntas ni papeles. Iván
jugaba a ganar, y aunque también sabía perder, procuraba no hacerlo. Jamás retrocedía una vez
decidido. Iba hacia delante a una velocidad vertiginosa sin solicitar permiso.
No soportaba la espera y se asombraba si alguien la resistía. Él, tan pronto fijaba su meta debía
lanzar de ipso facto su flecha sin apenas tensar el arco a sabiendas que su picardía se encargaría de
ponérselo fácil. Salía presuroso para poder enfrentarse a los primeros inconvenientes anhelado
emoción y aventura. No sabía redondear los ángulos. Tampoco quería aprender. De quererlo ya lo
hubiera hecho. Ignorando la duda y descartando cualquier vacilación, se lanzaba con un salto mortal
y un par de piruetas al pozo oscuro sin saber siquiera si tenía fondo. A partir del momento que se
creía capaz de hacer algo lo hacía, y porque lo hacía decía que podía, de lo contrario aquello no se
hubiera llevado a cabo jamás.
Las suyas eran decisiones que no tenían apelación. Daba igual lo que ocurriera ese día. Le daba
igual a quien afectara su determinación. No se lamentaba si perdía algo o si dejaba de ganarlo. Aquel
nuevo objetivo lo era todo para él, absolutamente todo en aquel preciso instante y lo demás, todo
lo demás, carecía de importancia alguna. Le decía a quien le increpaba “No es egoísta ser
autosuficiente” y cualquier comentario de terceros le entraba por una oreja y le salía por la otra sin
que nada se quedara dentro. Se obcecaba. Estaba tan persuadido de su infalibilidad que se conducía
de una manera odiosa con respecto a los demás. Había mucha gente que le apreciaba y le quería pero
si no se decidían a aceptarlo tal cual era Iván, se perdían por el camino y él no volvía nunca la vista
atrás. Morían en el anonimato sin que hubiera la más mínima señal de añoranza por su parte
demasiado entretenido con todos las oscilaciones y convulsiones de la vida.
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Inicialmente reacio a todo cuanto no provenía directamente de sus propias experiencias,
grosero en su conducta para evitar que nadie lo retuviera, una vez más, había tomado demasiado
rápida la decisión ladeándose en su motocicleta para tomar la curva y rozar el pavimento a escasos
tres centímetros como quien peina el suelo. Si hubiera trabajado la decisión como se amasa la base
de pan para una pizza antes de introducirla en el horno, sin olvidarla posponerla o demorarla, pero
pactando con unos y con otros ciertas condiciones, de igual forma se hubiera marchado a Egipto
pero sin necesidad de perderlo todo. Nadie perdona ese trato despectivo y el ser humano es vengativo
por naturaleza. Seguro que sus jefes no lo readmitirían. Y así fue como volvió a cortar tan fina la
hierba bajo sus pies que tardaría años en volver a crecer.
Pero Iván ya subido en un camello se perdía en el desierto después de recoger su tienda de
campaña y de aprovisionarse de agua. Quería oír el sonido del silencio y no regresaría hasta haberlo
escuchado aunque tuviera que llegar al final del desierto.
Y experimentada su auténtica vibración, con la cara llena de arena incrustada dijo “Ha sido
mejor que un orgasmo” musitándoselo al viento en señal de agradecimiento. Había conseguido
rastrear y registrar ese ruido excepcional.
Horas más tarde, tambaleándose por el cansancio se dirigió al hotel donde se metió en la
bañera que llenó de agua hirviendo y mucho jabón y se quedó dormido con el brazo colgando hasta
que el vaso de güisqui que tenía en la mano se le escurrió de entre sus dedos estrellándose contra el
suelo. Se despertó. Simplemente abrió los ojos en respuesta a lo ocurrido, pero sin sobresalto alguno.
Llamó al servicio de habitaciones para que vinieran a recogerlo. Le mandaron a una sirvienta
que ocultaba su rostro como manda la tradición. Tan sólo sus ojos se movían soliviantados de un
lado a otro. Ella le habló en un inglés perfecto pero Iván no le contestó. Aunque el inglés es la lengua
oficial de los negocios, Iván mantenía que si alguien pretendía cerrar un trato internacional de índole
comercial con él debería aprender a hablar castellano “Al fin y al cabo es una de las lenguas más
universales, si no es la más extendida después del chino. No tengo porque aprender un idioma nuevo.
Me gusta el mío”. Así respondía cada vez que era preguntado en relación al inglés durante una
entrevista de trabajo.
Como en tantas otras ocasiones Iván confió en el lenguaje del cuerpo. Observó con la toalla anudada
en la cintura y su torso aun mojado, de pie, frente al baño. La sirvienta se agachó y recogía con
cuidado uno a uno los cristales. Él se aproximó lentamente esperando que su mirada se cruzara unos
instantes con la suya al tiempo que alargaba la mano para ayudarla, pero la sirvienta lo esquivó con
la rapidez de una lanza contra un animal en movimiento. Iván no sabía si sonreía, pero su cejo no se
fruncía. Aquello indicaba que su acercamiento no la había intimidado. Se retiró para que continuara
con su labor. La dejó que fregara tranquila. Dejó que secara con parsimonia el baño sin perderse un
detalle desde la cama sentado en la punta, prácticamente desnudo, porque su pene asomaba. Le
mandaba un inequívoco mensaje mientras se deleitaba con sus pausados movimientos de una estética
impecable sin pestañear, atravesándola claramente desde su entrepierna. Ella recogió sus cosas. Se
dirigió hacia la puerta para salir de la suite que tenía vistas a la piscina con forma de perfecto óvalo.
Se alejaba cuando de un salto se abalanzó sobre la sirvienta obedeciendo a su instinto de
copulación y tomándola con fuerza por los hombros para que se detuviera, con suavidad la hizo girar
sobre sus pies y una vez frente a frente llevó sus manos hasta su rostro y con delicadeza sus dedos
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retiraron el velo dejando al descubierto su intimidad más sincera. Y ella, fue sonriendo en
intermitentes fases mostrándose favorable y amable diciendo cosas que Iván interpretaba. Aquella
joven egipcia ataviada con uniforme que recordaba la época de los faraones se mostraba abierta.
Manifestaba su gozo mediante la sonrisa, una sonrisa alegre. La sonrisa complace a quién la recibe sin
perjudicar a quién la proporciona y es una línea curva que endereza muchas cosas.
Con su sonrisa la sirvienta intentaba explicarle que no podía entretenerse en horas de trabajo
y se marchó. Pero el contenido de aquel breve instante perduraría en el corazón de Iván. Aquella
sonrisa representaba la frescura y la naturalidad. El gesto le causó tan maravillosa impresión que lo
guardaría en su memoria. Era gratificante comprobar como ella se había entregado, y pensó “La
sonrisa es universal, no tiene idioma, todo el mundo comprende su significado y nadie puede
despreciarlo”. Y a continuación no quiso engalanarse como un occidental en solidaridad a la sirvienta
que se le había entregado por completo.
Egipto es una nación con un pasado fascinante que permanentemente ha despertado la imaginación
de Occidente. No era de extrañar que asimismo cautivara a Oscar, sobretodo por las lecturas de los
libros de Terenci Moix, gran enamorado de esta tierra faraónica rebosante de arte y misterio junto al
desierto de El Sinaí y el mar Rojo. Un pueblo obsesionado con la muerte.
Caminaba por una larga avenida que teóricamente le llevaría hasta los pies de la Gran pirámide
de Keops, pero el trayecto de la conocida Sharia Al Ahram se le hacía monótono, y cuando llegó se
preguntó, ¿dónde están?... y con un ligero giro de la cabeza una inmensa mole de piedras lo dejaron
boquiabierto mientras se pellizcaba diciéndose... ¡son ellas!... la indiscutible insignia de Egipto. Una
orquesta entera resonó en sus tímpanos con una melodía de estrépito como sucede en el clímax de
una película.
Alguien le tocó la espalda a Oscar que movió el hombro antes de girarse y se apartó asustado
poniéndose a la defensiva. Vestía como un árabe, con ropa de lino del color del desierto, un pañuelo
blanco en la cabeza fijado con un anillo hecho con piel de camello y unas sandalias típicas de las zonas
cálidas. Oscar sabía que no era un beduino porque éstos llevan ropa negra y la cara tapada. Mientras
subía la pendiente, le asaltaron un sinfín de camelleros que ofrecían darle una vuelta por la zona con
gestos amables y reverencias pero éste se mostraba arrogante. Aún llevando la cara descubierta no le
reconoció por su atuendo. Estaba muy moreno y además, llevaba la cara muy sucia. Realmente
parecía uno de ellos. Había aprendido algunas palabras con las que bromeó hasta que no pudo
aguantarse y rompió a reír a carcajada limpia cuando Oscar cayó en la cuenta y finalmente identificó
a su buen amigo que se mostró solemne expresándose como verdadero musulmán “Salam Aleikum
venerado hermano”.
El Cairo, además de la capital de Egipto, es la mayor ciudad de Oriente Medio y toda África.
Es la mayor urbe islámica del mundo donde habitan dieciocho millones de habitantes que la
convierten en un hormiguero diario que abarrota todas las calles. Un caótico tráfico paraliza la
circulación cubriendo el cielo con un humo negro que unido al polvo del cercano desierto oscurece
las fachadas de los edificios. Este bullicio atronador es el contrapunto del silencio que habla en todas
partes del país: en el río, en el mar, y sobretodo en el desierto.
Tomaron tursi, una mezcla de verduras en vinagreta donde predomina la zanahoria y el
pepino. Anteriormente habían probado otra ensalada denominada tahina pero la salsa hecha con
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granos de sésamo triturados no les había gustado a ninguno de los dos. Escupieron y sacaron la
lengua intentando arrancarse el sabor. No sabían que en esa tasca popular el cocinero estaba borracho
cuando la preparó y olvidó rebajarla con sal vinagre y ajos y la falta de los ingredientes le dieron un
gusto espantoso. El këbab es uno de los mejores platos de la gastronomía egipcia. Se trata de pinchos
de carne asados al carbón que suelen servir con perejil, aderezados con especies, pero tantas moscas a
su alrededor disipaban el estómago de Oscar e Iván.
Luego, agotados por la visita al museo al que Iván entró sin pagar por su atuendo musulmán,
se sentaron a descansar en lo alto de un muro en cuyo precipicio se debatía la ciudad. Había una
incontable algarabía en la plaza. Se fijaron en el deambular de la gente; los hombres de la mano, las
mujeres tapadas de la cabeza a los pies. Pasaron un buen rato sin decirse nada hasta que habló Iván.
_ Cuanto más afecte a nuestras vidas la tecnología, más desearemos un descanso no-técnico. Mira a
todas esas personas. Nada necesitan de los objetos de Occidente. Yo mismo me siento bien aquí
lejos de la presión de los electrodomésticos. Me parecen avances pero nada más en teoría. Fíjate
Oscar que se fabrican perros artificiales para venderlos como animales domésticos, ¿te imaginas?
Cada vez con más fuerza me produce un rechazo todo lo tecnológico, tengo una especie de
reacción antitécnica. Quizás debería montar una empresa que enseñara a la gente a divertirse sin
artilugios mecánicos de por medio. Siento que desde que he escuchado el ruido del silencio tengo
una aversión por todo cuanto no parte de lo “humano”.
_ En las grandes multinacionales se han creado departamentos para atender el ocio de sus altos
ejecutivos. Existen pequeñas empresas y consultoras especializadas que se dedican a mantener la
forma física y la alegría de los trabajadores. No creo que inventaras nada nuevo.
_ Hay que ganarse el sustento en campos tales como la capacitación permanente para el
perfeccionamiento de ejecutivos y el reciclaje de adultos en general. ¡Me duele el culo de estar
sentado!
_ Tú lo que no puedes es estarte quieto. ¿Por qué necesitas siempre tanto movimiento? Vamos,
siéntate, ...vuelve a sentarte.
Iván atendió la petición de su amigo resoplando como un caballo.
_ Enseñar humanidades es la puerta a una época dorada, tú más que nadie podrías dotar a la gente
ordinaria de un empuje extraordinario pero Iván, ¿qué sabes tú de humanidad?...
_ Tienes razón. Sería cuestionado. Me dirían que carezco de calidad ética y moral. Buscarían como
molestarme y desacreditarme.
_ ¿Y cuándo te ha importado a ti lo que opinen los demás? Sabes, pensándolo bien, creo que nadie
mejor que tú. Eres una persona que se ha movido en varias direcciones. Esto te da ciertas ventajas.
_ No, si el problema no soy yo Oscar. Es la gente que se deja manipular. Quizás no me faltan
cualidades pero sí un historial que camufle mi trayectoria y... la edad! No soy calvo ni tengo
barrigota, aunque fácilmente podría caracterizarme tiñéndome el cabello de blanco y
enfundándome unas gruesas gafas falsas pero tampoco asistirían al aula. No creo que mi
elucubración interese a nadie.
_ ¿Por qué subestimas a los demás?... ¡No prejuzgues! ¿Cómo puedes estar seguro de que no hay
otros que piensan como tú?... personas a las que no les importan las apariencias, sino el mensaje.
La clave. El contenido insustancial.
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_ La gente necesita obtener algo tangible, cosas que poder llevar a la práctica y que proporcione
resultados inmediatos. No quieren nada más palabras aunque sean lindas palabras expresadas con
habilidad.
_ Podrías orientar a jóvenes universitarios, a personas que buscan su primer empleo. Penetrar en el
mundo laboral correctamente es un lujo Iván. Tú estás interesado en ejercitar la creatividad para
tener el control de la vida. Y has conocido diferentes sectores laborales. Y has realizado toda clase
de trabajos. No te ha interesado una posición, te has preocupado en escoger actividades acorde a
un sin fin de condicionantes y circunstancias dispares. Una profesión es algo serio y saber con
quién trabajar, cuándo dónde y cómo trabajar, evitando los vicios más comunes no es fácil para
el novato. Sabes, pues sí, creo que si alguien puede hablar sobre este particular me reitero... ese
alguien eres tú mi buen amigo Iván. Tú sabes de esas cosas. Y lo sabes porque has indagado.
_ Yo sé buscar situaciones que ofrezcan posibilidades de ganar procurando una reacción en cadena.
Hay que enseñar a las personas a utilizar todos los recursos disponibles a su alcance que son más
de los que conocen.
_ Pero Iván, no olvides que mucho más allá de la ganancia monetaria se encuentra el profundo
sentido de autorrealización. Y todo ello no deja de ser muy complicado. Encontrar en la actividad
satisfacción a nivel personal es algo de lo que hemos hablado y que me recriminaste en Grecia,
¿recuerdas?
_ Los riesgos previstos son aventuras sanas más que peligrosos saltos mortales.
_ Pronunciarías las conclusiones de tus experiencias, incluso algunos de mis argumentos, ¿verdad?
Proclamarías nuestras propias palabras de aliento. ¡Me gusta! Podríamos empezar por evaluar
nuestros procesos de aprendizaje entorno a la vida, así como los logros que hemos obtenido,
¿qué te parece?
_ Antes percibamos el mundo... Yo escucho el sutil sonido de una llave entrando en la cerradura de
la puerta de una tendencia futura. ¡Clic! ¿Has oído Oscar?... resuena –hizo una breve pausa porque
el bullicio entorpecía su locución-. Cuando canalizamos una necesidad que otros no han
observado, esto representa una oportunidad para contribuir a un mundo nuevo. Podría ganarme
la vida cómoda y placenteramente. Comencé trabajando nada más con las manos. Luego intercalé
la mente a ese trabajo manual exento de razonamiento. Ahora me gustaría tan sólo poder pensar.
Ser un pensador libre, pero no un “intelectual”... ya me entiendes!
_ Tus ideas podrían revolucionar el mundo y quizás, sorprendidos, acallarían su voz de censura inicial
–dijo con alegría Oscar.
_ Sabes que yo no actúo de forma tradicional. Sabes que estoy expectante, que estudio cómo suceden
las cosas más elementales identificándome con ellas. Las mejores ideas se esconden detrás de los
actos más triviales frente a nuestras narices retando nuestra sensibilidad y rapidez para cazar al
vuelo toda oportunidad.
_ Tú miras con atención hasta encontrar un motivo que movilice tu adrenalina, yo, simplemente
contemplo. No tengo esa necesidad de sacarle partido a lo que descubro ni darles una inmediata
utilidad a las cosas. Me gusta moverme en la inmensidad del mundo abstracto sumergiéndome
en él para gozar de su profundidad. Así es como yo percibo el mundo, como una gigantesca
piscina donde zambullirme y sentir sin necesidad de planear.
_ ¿Y quién te rescatará del dinosaurio que guarda las entrañas de la piscina? –le preguntó Iván.
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_ Tal vez un día me sienta con la fuerza de reunir los elementos dispersos en mi ordenador para que
se combinen a la perfección y mientras no localizado “mi adrenalina”... como tú estaré alerta, de
hecho he dado un paso abismal con mi independencia profesional.
_ ¡Fenomenal! Mira, cada uno de nosotros es merecedor del triunfo. Si uno cree en sí mismo y está
comprometido en lo que está haciendo merece alcanzar el éxito. Debe aceptarse el fracaso como
una lección en la escuela de la vida más que como una afrenta a la propia identidad porque forma
parte del proceso de educación. Cada año que pasa estoy más convencido.
_ Entonces, Iván, entiendo que tu actividad es la del vencedor que ha derrotado a sus demonios
internos y está dispuesto a aceptar riesgos calculados...
_ ¿Sabías que Walt Disney tenía miedo a los ratones y por eso creó a Mickey? Se enfrentó a sus
demonios, hay que vencerlos!
_ Está bien que por una vez en la vida te concentres en dirigir tu naturaleza hacia algo que
inicialmente no tiene forma en vez de asir lo que está hecho y confeccionado para desbaratarlo...
y no tiene forma porque todavía está por inventar, según percibo por donde vas, pero, ¿cuál sería
tu estrategia?
_ ¿Te refieres al contenido de las materias? No sé exactamente. Podrían ser cortos seminarios de fin
de semana donde ayudar a la gente a ahorrar tiempo y dinero ofreciendo nuevas maneras de
aprender. Me gustaría facilitarles su vida en el trabajo, poniendo en contacto a dos partes que se
necesitan, en definitiva, promover el bienestar mental y físico en la gente.
_ Todo muy pragmático. Esperaba que también hubieras decidido promover el bienestar espiritual en
las personas dado tu comentario de “aversión por todo cuanto no parta de lo humano”.
_ No sabría bien como hacerlo. Debo serte sincero. No me he detenido a reflexionar sobre el asunto.
Además, la espiritualidad enturbiaría todo el proyecto. Muchas personas no asistirían pensando
que se trata de una secta destructiva o de una extraña religión. La mayoría de gente huye ante lo
desconocido. El excepcional ruido del silencio... desde entonces siento que tengo dentro una
fuerza que me impulsa y a su vez siento como si me faltara algo que tengo necesidad de encontrar
y no sé de qué extraña potencia se trata ni atino a saber bien qué...
_ Estoy realmente intrigado, ¿por qué tienes ahora esta repentina necesidad de decir cosas y enseñarlas
a los demás?
_ Oscar, no quiero que se pierda todo lo que he aprendido con verdadero dolor. Mis experiencias
tienen que servir para algo. Necesito que sean de utilidad para alguien. No quiero que todo este
caudal de vivencias se malogre.
_ Está bien que quieras compartir. Me enorgullezco de tenerte como amigo Iván. Tú eres como un
pecador que ha visto a Dios y por ello puedes convertirte en el mejor predicador.
_ Fíjate bien. Lo aprendido en la escuela y los estudios cursados en universidades o academias está
orientado al conocimiento de disciplinas para hacer una actividad profesional, pero la experiencia
demuestra que esa formación no evita que se presenten graves problemas de comunicación. Lo
he visto muchas veces. Surgen un montón de conflictos innecesarios. La gente no sabe
organizarse. El estrés que genera el trabajo incide en la vida privada afectando negativamente en
la casa.
_ Hasta aquí plenamente de acuerdo ¡sigue!
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_ El desconocimiento de nuestras propias habilidades, la falta de confianza en nosotros mismos, la
dificultad para relacionarnos con los demás, a menudo nos impiden controlar las situaciones y
alcanzar objetivos. Ha llegado el momento de que contemos con un centro de capacitación fuera
de lo común para que no abandonemos nuestra educación cuando somos adultos... ¿qué opinas
Oscar?
_ Es una idea vanguardista. Existe una clara vacante para una cosa como la que describes. Sí, veo que
te estás encaminado a una solución concreta de manera creativa, porque, ¿supongo que piensas
infundirle una metodología original... lo digo para que pueda funcionar!
_ Evidentemente... pero todavía no se cuál. Pero ten por seguro que la encontraré. Primero debo
dotar de materias el centro, después, ya veremos como las imparto. ¿Nos vamos ya Oscar?...
¡Ahora sí que ya no puedo más!
_ Sabías que los antiguos faraones...
De repente Oscar se quedó hablando solo porque al girarse comprobó que Iván había salido al galope
tras una motocicleta que descontrolada intentaba abrirse paso a través de la multitud. Les habían
arrebatado la bolsa del equipo fotográfico.
Dos horas más tarde, del hombro de Iván pendía nuevamente la bolsa. Se había abalanzado
veloz encima de los maleantes derribándoles en su huida para recuperar lo que pertenecía a su buen
amigo, no sin llevarse un recuerdo en su rostro. Un largo arañazo cruzaba desde la frente a la barbilla,
aunque no sangraba y lo disimulaba la suciedad de su cara. Nunca le diría que había sido golpeado
con un barra de hierro. Oscar hubiera objetado que no valía la pena pelear por un objeto material
pero a criterio de Iván, cualquier cosa que se hiciera sin su consentimiento era una violación, una
agresión inmoral y frustrar aquel robo constituía el recuperar la dignidad perdida.
Oscar se acostó en la cama de su habitación 398 porque era la hora en que el sol apretaba. Estaba
cansado. El agradable aire acondicionado relajó su cuerpo mientras su amigo se desprendía de la ropa
de lino del color del desierto y se duchaba para eliminar la arena de su cara. Cuando Iván lo encontró
completamente dormido, aprovechó para chapotear en la piscina con el traje de baño que le cogió
prestado de su maleta abierta.
Estuvo un rato refrescándose en la piscina y luego volvió a la habitación de Oscar para vestirse
con su ropa y bajó para merodear por las instalaciones del hotel porque su amigo seguía
completamente dormido y no quiso despertarlo.
Descubrió en el hall a un grupo de colegialas francesas. Poco le costó integrarse al grupo para
charlar con ellas. Les enseñó un truco de manos que había aprendido de un mago que conoció luego
de una representación, pues no tuvo reparos en colarse por la puerta de atrás para llegar a su camerino
a continuación del show. Le gustaban los atajos. Los pasadizos secretos. Fue recibido con cierta
frialdad, pero como allí se encontraba su hija de siete años, se la cameló para que se pudiera quedar.
También gracias a la pequeña terminaron cenando juntos y su insistencia no cesó hasta que el mago
le enseñó aquello que había ido a buscar Iván. Era un sencillo truco sin demasiada importancia pero
a Iván le había impresionado mucho, tanto como a las jovencitas colegialas que le rogaron que lo
hiciera una vez más, aunque ellas nunca se atrevieron a preguntar donde estaba el truco asombradas
con la boca abierta y los ojos salidos y en orbita.
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Cuando llegó Oscar, Iván había encandilado hasta la profesora del grupo a quién orientaba
sobre la ciudad y sus reclamos turísticos como si fuera el relaciones públicas del hotel.
_ ¡Hola! Estaba practicando mi francés.
_ Y además te llenabas de gozo. Basta con verte para comprobar como disfrutas con la alegría ajena.
Esto dice mucho de ti Iván, ¿vamos?
_ ¿A dónde?
_ Pues a charlar en aquel diván. Desde allí tendremos ante nosotros una espléndida puesta de sol
dentro de un par de horas.
_ ¡Adelante a toda máquina! –dijo Iván en tono cantarín-. Sus deseos son órdenes para mí.
Iván caminaba detrás de Oscar en dirección al diván cuando se le abalanzó una de las colegialas que
se le colgó al cuello y lo besó y rápidamente regresó al grupo de colegialas que a lo lejos reían
saludándolo con la mano. Se sentaban en el diván cuando Iván levantaba la mano para despedirse de
ellas. Entonces Oscar le contó lo sucedido sin hacer mención a lo bien que le quedaban sus ropas.
_ He pensado en aquello que dijiste esta mañana sobre lo de escuchar el ¡clic! y, tendido en la cama,
me he dejado llevar. Al despertar no ha sido agradable, Iván, me asfixiaba.
_ ¿Por qué Oscar?... ¿qué te asfixiaba?
_ La información. Recordé tus palabras sobre un mundo excesivamente tecnológico. La informática
nos invade. Ahora que la revolución numérica permite una única tecnología para ver, escuchar,
leer, y enviar un mensaje a la velocidad de la luz, y que las máquinas han acrecentado el paro de
masas de gente y es esa misma gente quien consume toda la información... es indignante la
cantidad de gente sin trabajo a causa de la robotización... Estamos en un mundo sin rumbo y la
información, lejos de enderezarlo todo aún lo complica más al confundir a la población. Los
medios de comunicación deberían asumir su papel principal... que no es únicamente transferir
datos vacíos. Tienen ahora más importancia que nunca, y... creo que son cómplices activos del
actual descontrol. Cuando hay una situación de injusticia, la prensa la radio y la televisión, deben
empujar a la sociedad a la rebelión cívica y pacífica pero el pueblo está dormido, atontado,
justamente por estos medios que colaboran con los gobiernos.
_ Caramba, caramba con Oscar, veo que no caen en saco roto mis palabras. Has tenido un mal sueño
que no te ha dejado descansar.
_ Pero como si fuera una señal que me llega de algún lugar remoto he comprendido que podemos
ahogarnos con tanta información Iván... porque es sobreabundante. Somos incapaces de absorber
la cantidad de información que existe hoy, ¿cuánta es interesante? ¿Cuánta necesaria? Mejor dicho,
¿de cuánta información podríamos prescindir?
Tomando el relevo, continuó Iván echando más leña al fuego.
_ Y este desmesurado aumento de la información no aumenta la libertad, más bien al contrario. La
información se ha convertido en una mercancía que al margen de la verdad o la mentira se compra
y se vende igual que el petróleo el café o el maíz a una velocidad absoluta. Está en cualquier punto
del planeta con un solo chasquido –Iván alzó la mano para chasquear los dedos.
_ ¿Y esto puede significar avance social?... –se preguntó a sí mismo Oscar en voz alta-. Se habla a
acerca del paro pero tanta información a nuestro alrededor y en ningún lugar se informa de cómo
ponerle remedio.
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_ Existe una crisis de contenido, un culto a las formas. Sabes Oscar, creo que los periodistas son las
grandes víctimas porque la población demanda y en definitiva, las agencias no hacen más que dar
lo que reclama la gente. Se publica edita y emite aquello que a la gente le interesa... programas
basura en TV... que si sale con este, que si engaña a aquél, que si está embarazada, que si se van a
casar... Deberíamos ser más exigentes con lo que leemos y vemos... queremos leer y boicotear
pero terminamos viendo televisión –reconocía Iván que se había comprado un modelo inédito
en el mercado de pantalla plana-. El periodista está atrapado. Cada vez son menos necesarios para
la elaboración de una noticia. Su tarea es corta y pueden ser excluidos del proceso. El sistema no
puede permitir periodistas que tengan autonomía.
Oscar recordó la esclavitud por la tiranía de la maquinaria empresarial del bufete donde permaneció
empleado y su episodio de sometimiento paulatino y pensó que en una gran corporación tampoco
un abogado puede tener criterio propio. Y sin cortar el ritmo de la conversación exclamó:
_ ¡Vamos mal! ¡Vamos muy mal! El cinismo, el egoísmo, la inhumanidad... se extienden por todo el
planeta igual que la peste. Veo mucha desigualdad en nuestro mundo. Los ricos son cada vez más
ricos y los pobres cada vez más pobres. Lo que más produce nuestra sociedad de finales de siglo
es ciudadanos “sin”... sin techo, sin salario, sin opinión, sin derechos; individuos excluidos. La
solidaridad colectiva se esfuma. Parece que es el fin de las ideologías y el establecimiento de la
economía de mercado en un planeta capitalista.
_ En mi proyecto quiero imprimir fraternidad –atestiguó prodigiosamente Iván-. Las leyes del
mercado se han vuelto siniestras. Dividen a la colectividad entre solventes e insolventes, pero nada
más interesan los primeros. A nadie le interesan los insolventes. Impera la ley que opera en la
Naturaleza, la ley del más fuerte, el más poderoso. Es mi intención fortalecer los mecanismos de
defensa de los más débiles enseñándoles algunos trucos de magia.
_ Lo ves Iván, esto si que es mágico!
Oscar señalaba los vivos colores que teñían el horizonte de tonos anaranjados fundiéndose con un
ocre brillante de formas desajustadas y cambiantes.
_ Tenía otros planes para nosotros... pero esta visión es formidable.
_ ¿Por qué no lo dijiste antes Iván?
_ Los monumentos seguirán ahí por años. Nuestra conversación quizás no se hubiera producido y
ésta visión formidable se habría perdido. Además, tengo prevista una excursión muy especial. Te
vendrá bien reponer fuerzas amigo mío.
Pero cuando Oscar se enteró de que la excursión consistía en pasar algunas noches perdidos en el
desierto no le hizo mucha gracia, y así se lo manifestó, pero ante la insistencia de Iván y su promesa
de encontrar el hálito de una lámpara mágica no defraudó a su aventurero amigo que seguro de sí
mismo, no comprendía las dudas o la vacilación. Oscar le dijo que lo acompañaría porque podía
alargar sus vacaciones dado que ya no se debía a ningún jefe pero sólo aceptó cuando le hubo
explicado bien el plan, sólo entonces se tranquilizó no lo bastante, seguía teniendo cierto reparo pero
confiaba en Iván. Oscar había decidido aceptarlo tal como era desde la niñez.
En España Iván no había escuchado lo que se le dijo. Y una vez en el país tomó sus propias
precauciones. Un nativo recomendado por la intima esposa del embajador francés le presentó al jefe
de una tribu de Beduinos con el que trató apenas diez minutos, los suficientes para que le explicara a
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cambio de unos pocos dólares lo único que debía saber. Estuvo en la misma garganta del desierto
para atender la autentica vibración del silencio pero debía volver... con Oscar.
Tenía muy claro con qué navío descender por el Nilo. Cuál debía ser el itinerario más
completo y exótico que el ofrecido por las agencias. Había planteado un ultimátum a su compañía
de viajes tan pronto rechazaron su petición, desentendiéndose de sus prescripciones una vez aterrizó
en Egipto alegando que no cubrían correctamente las solicitudes de sus clientes pero Iván no era el
tipo de cliente habitual, y sus necesidades distaban mucho de lo normal.
Y no renunció, aunque demoró la salida una semana que aprovecharon para visitar el Valle
de los Reyes y una noche cerrada la Gran pirámide de Gizeh. Al día siguiente se trasladaron a la
ciudad de Alejandría porque Oscar tenía interés en su puerto y sobretodo en exhumar ciertos
pergaminos antiguos de su biblioteca.
Bajo el reinado de Iván se marchitaban los matices. Había dicho blanco y blanco tenía que
ser y finalmente partió con su buen amigo por la ruta que había trazado en el restaurante cuando
durante el postre ante la mirada incrédula de sus compañeros que reparaban en aquella manoseada
hoja arrancada de algún atlas con el puño firme el intrigante Iván trazaba una línea sin explicar lo
que hacía hasta levantarse para indicar “Me voy de viaje” y acto seguido se esfumó ante sus rostros
atónitos sin dejar más rastro que el desconcierto. Todavía faltaban tres meses para las vacaciones
pero había delimitado en el mapa su vida y fue a notificárselo a sus jefes.
Precisamente por cosas como esta era tan irresistiblemente seductor. Sin Iván el mundo sería
opaco porque él era vida en plena acción, el calor del fuego, el rugir de la tempestad, la mirada aguda
del águila en la altura. Sus exageradas cualidades y su aspecto imprevisto, igual como la pimienta
cuando ofrece un sabor inesperado traumatizaba con sobresaltos la existencia de la gente de su
alrededor. Así, tan distinto a todo era Iván que de consumirse se marcharía sin rastro y no quedarían
ni siquiera las cenizas de las brasas, pero ¡qué hermoso incendio se hubiera presenciado antes de
extinguirse! Por eso Oscar nunca lo buscaba, porque era imposible seguirle y alcanzarlo, sin embargo,
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cada vez que se cruzaban sus vidas se encontraban en una nueva amistad renaciendo en cada peldaño
de la escalera de la vida.
Fue a orillas del río que se formó Egipto, uno de los países más antiguos de la tierra. El Nilo es famoso
por ser el más largo del mundo. Nace como un pequeño manantial en Burundi atravesando siete
países hasta llegar a Egipto que cruza de sur a norte hasta desembocar en el mar Mediterráneo. Egipto
es una gran extensión de tierra marrón cruzada por esta franja azulina que guarda a sus lados ribetes
color verde. La única tierra fértil se encuentra en sus orillas donde se produce casi todo el alimento
que consume el país. Procurador de riquezas para el antiguo pueblo egipcio, conoció el esplendor
aunque también sabe de violencias y destrucción, algo de lo que pocos lugares escapan en el planeta,
excepto, quizás, ese lugar remoto con mucho encanto al que Oscar e Iván eran extremadamente
sensibles.
Iván se había paseado ya por “la carretera de Egipto” que debían descender para aproximarse al
monumento que ilustran los billetes como punto de partida para emprender su caminata por el
deseo.
Oscar se apoyaba en la barandilla contemplando el paisaje. Se volvió hacia a su amigo que
estaba tumbado en una hamaca y sorbía zumo típico del país.
_ Desde hace miles de años crece y crece en los meses que van de junio a septiembre. Sus inundaciones
eran vistas como un milagro. Las aguas anegaban los terrenos depositando en ellos grandes
cantidades de barro, y cuando las aguas se retiraban en octubre, los campesinos aprovechaban
para sembrar sus cultivos sin saber que el Nilo nacía en tierras lejanas. No entendían porque sus
aguas venían cargadas con fino barro fértil. Únicamente lo veían cruzar el desierto. Por eso
llegaron a creer que era un río sagrado.
_ Y que sus aguas venían directamente del cielo! Yo también me he documentado antes de visitar
Egipto. Conozco su historia. Deberías tomarte un zumo como este. ¡Es fantástico!
_ También se decía que su agua brotaba del centro de la Tierra. En la actualidad las crecidas del Nilo
se aprovechan para llenar la presa de Asuán. ¿Te parece que la visitemos y así comprobaremos los
sofisticados cauces de riego con los que han logrado aumentar las áreas de siembra?
_ Un país se organiza porque su gente lo hace. El individuo es la clave del progreso de un país. Todos
podemos mejorar nuestros hábitos. Debemos analizar nuestras mayores necesidades dirigiéndolas
hacia donde más deseamos, pero solo podrá obtenerse el progreso con una buena identificación
de objetivos y una buena confección de los planteamientos adecuados, tal y como hiciera el
pueblo de Egipto entorno a su necesidad de agua. Pero si objetivos y planteamientos no se
coordinan a la perfección, en busca de un aprovechamiento más intenso del tiempo a nivel
individual, en busca de unos resultados más favorables, estableciendo prioridades y métodos para
su correcta ejecución, jamás conseguiremos llegar a la verdadera opción: la transformación;
primero de la persona, luego del país. Esto nunca será posible si antes no rompemos con esquemas
anticuados y poco prácticos. Hemos de reinventar nuestro proceder empezando por diferenciar
áreas.
Iván se levantó sin haber contestado a Oscar y bordeó las sillas hasta escoger una en la que sentarse
para aseverar:
_ Todo deberá estar claro sobre el papel.
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_ Deberías ponerte a trabajar inmediatamente porque si eres capaz de escribir en una sola hoja tus
mayores necesidades a desarrollar, habrás conseguido aumentar la oportunidad de acaparar de
forma efectiva todo cuanto te inquieta y te estimula Iván, y ese proyecto se convertirá en una
realidad.
_ Tienes razón Oscar, y si además de escribirlo consigo establecer una pauta de conducta fiel adquiriré
una fuerte seguridad en la acción. Es sabiendo cómo están las cosas y gracias a un adecuado
procedimiento acorde con nuestros objetivos y planteamientos como llega el progreso. Voy a
establecer un sistema que aunque organizado, cuadriculado, estructurado... conserve su viveza y
toda la frescura de sus áreas y su verdadera sensación de ser porque en una sociedad técnicamente
avanzada es un pecado la ineficacia, pero al final, se impone la estructuración que aborta la
espontaneidad.
_ Me pareces un ser tecnológicamente humano, ¿qué me dices de la comunicación? Hablaste de la
dificultad en las relaciones interpersonales...
_ Las relaciones con las personas es lo que da sentido a la vida.
_ Dime, ¿y has pensado abordar este asunto? ¿Hay soluciones? ¿Vas a inventar un idioma?
_ Estamos inmersos en un mundo excesivamente técnico donde la capacidad de conectar y
entenderse con nuestros semejantes se desvanece cada día. El factor humano debe ser nuestro
compromiso como clave indiscutible para el progreso. Vivimos en la era del fax, el teléfono de
bolsillo e Internet, las comunicaciones han evolucionado enormemente pero a menudo somos
incapaces de expresarnos adecuadamente, no sabemos relacionarnos con las demás personas ni
tampoco con el entorno provocando conflictos desagradables y situaciones incómodas. Más allá
de una eficaz oratoria, hoy que todo el mundo tiene prisa, se trata de sintetizar la información al
máximo.
Oscar abandonó la barandilla acercándose a Iván. Se sentó en una silla a su lado con la oreja
agigantada.
_ Hay que saber del mutuo interés sobre un tema y del conocimiento y los deseos del interlocutor
respecto a ese tema. Esto aportará riqueza propiciando “relación” entre dos personas lejos de la
mera transmisión de simples datos estériles de conversación vana –Iván se mostraba muy
convincente.
_ Entonces, me estás diciendo que el estilo de la conversación mejora las relaciones entre las
personas...
_ Y la imagen personal y la receptividad y la reciprocidad mejoran la comunicación, no solo el tipo
de conversaciones... el conocimiento del lenguaje corporal...
_ La grafología puede ser una herramienta de indudable importancia, ¿lo sabías? –y recordando la
carta de su amada Ana que sobresalía de entre las demás apostilló-. Aunque apenas se escribe a
mano... yo creo que se presta nula atención a los gestos que revelan mayores verdades que los
labios.
_ Oscar, relacionarse bien y llegar a los demás no es vital... es lo único... porque, ¿cuántos de nosotros
podemos prescindir de los demás?... ¡nadie! Absolutamente nadie es totalmente autosuficiente.
El vendedor necesita compradores, el amante una pareja, los abogados clientes.
_ ¿Y tú eres quien hace tal afirmación?... ¡lo que hay que oír! El sol te ha calentado la cabeza Iván –
tal vez Oscar se había molestado por haber incluido su actividad en el saco.
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_ Sí amigo mío, las pirámides me han inspirado estas semanas más de lo que podría haber llegado a
imaginar.
Las estrellas, todas, titilaban por encima de ellos realizando breves guiños de complicidad. Era un
espectáculo tremendo de placidez acogedora.
_ Existe una base para la buena armonía entre los seres humanos. Un manual tan simple y evidente
que solemos ignorarlo. Aplicar estas sencillas reglas que por supuesto todos sabemos pero que
pocos llevamos a la práctica puede ser el inicio de una etapa interesante y confortable, y no estoy
hablando de hacer amigos íntimos para coleccionarlos. Me refiero a tratar a nuestros semejantes
como se merecen porque no olvidemos que todos somos personas y el ser humano merece
respeto y un trato igual que el que podamos desear tú o yo.
_ Tacto, delicadeza, sutileza, sensibilidad, y una gran calidez, son bienes escasos, aunque valores
seguros. Tienes razón. Pero se impone la despiadada competencia que deriva en el síndrome del
líder.
_ Oscar, ¿tú eres líder? ¿Deseas realmente ser un líder?... No mal interpretes nunca esta palabra. El arte
de mandar es bien difícil, tanto en la familia como en la empresa; en política, en las fuerzas
armadas, en la iglesia, la universidad, la escuela. Pero alguien debe hacerlo, y, ¿por qué no tú o
yo? Contéstame, ¿por qué?
_ Bien, si nos preparamos para ello, de acuerdo, ¿por qué no? ...pero al servicio del ser humano sin
distinción Iván, y con una esmerada aplicación, ¿oíste?
_ Todos tenemos responsabilidades frente a otros y llevarlas a la práctica dignamente es tan
complicado como hermoso. Tan difícil como gratificante. Igualdad, generosidad, configurar un
equipo ganador, ser imparcial, observar, reflexionar... esto último a ti te gusta mucho amigo mío
–y ambos se rieron-. El poder y la fuerza, la simplicidad, la creatividad, la motivación. Merecer el
cargo. Integridad, energía, carisma. Saber filosófico. Sencillez, humildad... ¿imaginabas que un
líder debe reunir todas estas cualidades? –le preguntó retomando un tono concentrado-. Oscar,
yo creo que los auténticos líderes son los que nacen con esta semilla y posteriormente se mejoran
trabajando sus atributos sin terminar jamás el proceso de crecimiento. La madurez es fruto de la
evolución constante.
_ Vas a necesitar una gran dosis de sugestión y de automotivación para cons...
_ ¿Y no es bien cierto que todo cuanto deseas ya está en ti? ¿Y no es cada uno el más idóneo para
reconocerlo y repetirlo? ¿Para qué voy a esperar que otros me motiven? La fuerza del creer es un
bien inagotable que me llevará por cuantos caminos desee imaginar eliminando fronteras físicas
y psíquicas. No permitiré que esa fuerza se convierta en una ilusión. Esa fuerza conseguirá
hacerme partícipe de la realidad.
Y sus palabras eran proféticas pero no era consciente ni del hecho ni de su magnitud, y siguió
salpicando con palabras la tertulia.
_ Todos podemos superar nuestras mayores debilidades por medio de la propia autoafirmación. Unas
palabras de aliento pueden salvar más vidas que muertes provoca una bomba atómica.
Oscar frunció el ceño pero Iván lo ignoró y continuó apasionado por cuanto decía.
_ Podemos incrementar con sencillas tácticas nuestras habilidades personales, sobretodo las que son
nada más nuestras, las exclusivas, evitando al máximo los temores que aunque parecen existir
como algo negativo se logran suprimir cuando nos damos cuenta que son del todo inofensivos.
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No fueron al restaurante de abordo para cenar. Prefirieron seguir compartiendo la tertulia en
cubierta. Y continuaron hasta caer rendidos, entonces bajaron a sus respectivos camarotes y se
derrumbaron en la cama y no sería hasta encontrarse en un grado de intimidad semejante que
reemprendieron el tema que últimamente conmovía tanto a Iván.
Pero sucedería luego de navegar en el navío por el henchido y copioso curso del Nilo. Luego
de haberse deleitado con sus amaneceres, con los suaves tonos sonrosados que mansamente dan paso
a otros anaranjados y rojizos hasta convertirse en claridad de luz que se derrama por doquier.
El uso de la individualidad de Oscar e Iván no era total, cuando la individualidad es nuestra identidad
más auténtica. Ambos tienen que conjugar las facetas. Uno tiene conciencia pero le falta activarse,
liberar su voluntad. El otro tiene voluntad pero le falta despertar, tomar conciencia.
Parte de su individualidad le otorga al insondable Oscar un dinámico pensamiento que lo
caracteriza, y aunque todavía no lo sabe, al mismo tiempo le permite un contacto con toda la
unidad de la creación.
Parte de su individualidad le otorga al inexpugnable Iván un profundo sentimiento de
singularidad, y aunque todavía no lo sabe, al mismo tiempo le permite un contacto con toda la
unidad de la creación.
Mientras Iván es sensible a las influencias físicas, sus aptitudes intuitivas son capaces de penetrar
en espacios invisibles aparentemente inexistentes. Original y lleno de inventiva, admira la vida
con los ojos frescos del corazón. Y huele a eucalipto. Por el contrario, siempre inspirado en la
expresión personal y el desarrollo espiritual, Oscar permanece atrapado en la rutina y los hábitos
aun habiendo inaugurado su despacho profesional. Sus actos son limitados, finitos. Y puede
quedarse en el campo de la hipótesis, de las ideas, y al resistirse, ocultar su verdadera condición
oliendo a formol. Sin embargo su fluir espiritual es consciente y su conocimiento permanente,
aunque hace caso o miso de la presencia. Posee un instrumento que sería muy útil en manos de
Iván.
Oscar cree en algo que todavía no comprende en su perspicaz reflexión e Iván percibe algo que
todavía no entiende en su incesante actividad, y porque ambos viven en la amistad permanente,
el único elixir capaz de enriquecer la existencia humana y restablece las relaciones perdidas entre
los seres humanos, es por eso que un día... y tendrá nombre!
Los peregrinos del viento saben, pero no saben que saben. ¿Qué saben? ¡El secreto a voces! En
ocasiones excepcionales sienten una profunda experiencia con la que terminan por comunicarse,
aunque no averiguan lo que significa. Sienten experiencias con las que no consiguen conectar.
Experiencias que suceden cuando se encuentran en cualquier entorno, ya sea caminando por un
bosque o al sentarse junto al mar, ya sea mientras riegan las plantas o sirven carburante al
automóvil, ya sea cuando cocinan o practican su deporte preferido, ya sea cuando abrazan a un
amigo o cierran un acuerdo profesional, incluso al lavarse los dientes en el baño o al voltear la
página de un libro sienten una poderosa presencia que habla. Algo que se reconoce en uno
mismo y que a su vez parece venir de un lugar remoto más verdadero que nosotros mismos.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
*
*
*
*
El antiguo pueblo egipcio basó su cultura entorno a la muerte. Anubis, con cabeza de chacal y cuerpo
humano era el dios protector del embalsamamiento. Tenían la firme creencia en una vida de
ultratumba. La muerte no era más que la transición a un nuevo modo de vivir. Y la preocupación de
todo aquel que disponía de medios era prepararse una buena morada para la eternidad. De acuerdo
con los recursos de la familia del difunto, se envolvía el cuerpo con vendas de lino después del
embalsamamiento. Era más costoso cuando se le extraía el cerebro, el hígado, el estómago, los
pulmones, los intestinos. Maquillado y vendado y colocado en un sarcófago, se conducía a la momia
a la tumba rodeada de objetos y comida abundante. Había pinturas y relieves en las paredes para que
disfrutara de todo lo que había poseído en vida durante la nueva vida.
Sin duda la más singular de todas las tumbas es la Gran pirámide de Gizeh construida para el
faraón Keops donde una noche cerrada Iván entró con su amigo tras sobornar a los guardas para
abordar el tema. Quería obligarlo a que dejara de ser un asunto tabú, provocar la conversación, y
aunque la abrió con un tono desenfadado “Los antiguos egipcios concebían su muerte para la
eternidad, y esto está bien, pero pendientes del culto a la muerte se olvidaron de vivir. Buscaron el
equilibrio entre lo humano y lo divino intentando fusionar lo cotidiano con lo permanente.
Dominaron el arte de la cirugía y, en el campo matemático, no conocieron el cero. ¡Mezclaron magia,
religión y medicina!” Oscar eludió toda conversación limitándose a estar de cuerpo presente. Y al
siguiente día de camino a Alejandría estaba ausente.
Pero disfrutó en la biblioteca de Alejandría. Cierto que se había mostrado retraído desde la
visita nocturna a la pirámide incapaz de vencer el pavor que lo sobrecogió minutos antes de penetrar
al interior pero el puerto de Alejandría y el contacto con los pergaminos antiguos le habían devuelto
un aire renovado, hasta que se sumió en absoluto mutismo tras escuchar la afirmación del
bibliotecario -Hablar de los muertos es hacerles vivir otra vez, se ha consumado lo que reclamó
Ramses II-, ¿por qué todo el mundo se empecinaba en hablar de la Muerte? Y acto seguido pensó en
su padre imaginándolo en el fragor de innumerables gestiones para promover tratos ventajosos en
su viaje de negocios.
Iván no volvió a mencionar la característica que dominó la civilización antigua de más larga
vida que se elevó durante 3.000 años a las alturas para eclipsarse después; igual que otra similar en
otro extremo del mundo a espaldas la una de la otra. Egipto embelesa no sólo a los arqueólogos que
estudian las tumbas y los recipientes de barro. Todo tipo de gente se ha sentido cautivada por la tierra
que hechiza por su pasado faraónico y sus cuerpos momificados y los escarabajos, verdaderos
amuletos.
En un improvisado embarcadero Iván solicitó al capitán del navío que les permitiera apearse. Una
figura aguardaba impávida. Oscar conoció al jefe de la tribu de beduinos que le había contado a su
amigo cómo llegar al corazón del desierto para escuchar la autentica vibración del viento. Y a
continuación de aceptar las provisiones y agradecerle su gesto se despidió para acompañar a Iván en
su expedición de la lámpara mágica.
Junto al silencio y al viento avanzaron durante un viaje sin brújula hasta el templo situado a
1.155 km de El Cairo que en 1960 fue descompuesto para volverlo a componer en medio del desierto
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porque las crecidas del Nilo por la construcción de la presa de Asuán apremiaban para inundarlo.
Los turistas llegan en avión para contemplar la fachada de Abu Simbel de unos 33 metros de
altura por treinta y ocho de ancho presidida por cuatro colosos de veinte metros cada uno, pero ellos
llegaron en camello atravesando el desierto.
Y luego de largas jornadas vagando se toparon nuevamente con ese zumbido peculiar que por
alguna extraña razón llegaba de algún lugar remoto para que los dos encontraran un grado de
intimidad cercano a la unión y se detuvieron, ajustándose a la majestuosidad del lucimiento de las
fuerzas naturales en la misma garganta del desierto.
Ambos amigos se sentaron en una duna en medio de la nada.
_ Oscar, creo que la actitud frente a uno mismo es lo que determina el futuro. Solamente el temple,
acompañado del franco y apasionado deseo contribuirán a conquistar todas las metas... pero
siempre y cuando la actitud, más de dentro que de fuera, haya variado.
_ ¿Por qué dices que debe variar Iván?
_ Porque para mejorar, hay que sacrificarse, pero en general se teme esta palabra.
_ ¿La palabra sacrificio?...
_ No Oscar... la palabra mejorar... puede sonar pretenciosa. Cambio es más sutil, pero tú mismo me
lo advertiste en Grecia... cambiar no es mejorar! La mejora invita al aprendizaje. Predispone a la
instrucción. Debemos destruir algunas bases para poder plantar nuevas y fértiles semillas que serán
débiles a menos que las alimentemos con amor.
_ Tienes razón. Actualmente parecemos autómatas. Este paso es inevitable.
_ ¿Convertirnos en autómatas? –preguntó Iván.
_ Pues tal y como camina el mundo creo que sí. Sabes... me gusta oírte hablar de amor.
_ Me gustaría encontrar una metodología que además de didáctica fuera lo suficientemente rentable
a corto plazo para que mereciera la pena.
_ Por lo que deduzco, poco a poco pero progresivamente, pretendes implantar hábitos sumamente
mecánicos para que en el curso de la práctica habitual se conviertan en un comportamiento
espontáneo al que poder acceder, y éstos hábitos, serán sinceros cuando vayan degustando su
eficacia, sus beneficios, entonces pasarán a ser naturales. Si ya te lo dije, eres un ser
¡tecnológicamente humano!
_ Sí Oscar, exactamente, cambiar paulatinamente al comprender que existen ciertos requisitos
ineludibles, algunos compromisos obligados y responsabilidades que deben asumirse
correctamente pero que, y ahí está el quid de la cuestión, voluntariamente, cada cual debe
escoger. Entonces, y solo entonces, puede acceder uno a su yo más íntimo. Me gustaría enfocarlo
como un programa de enseñanza modular dentro de una especie de maestría donde exista la
posibilidad de escoger, en... como denominarlo –y comenzó a titubear moviendo los ojos de un
lado a otro parpadeando repetidamente-. Sí, ya está, la posibilidad de poder escoger en el Master
de la Escuela de Triunfadores únicamente los apartados que sean de su interés, proporcionando
así a las personas la posibilidad de entrar en contacto directo con el programa completo pero sin
forzarlas. Nada más despertando su curiosidad.
_ Esos apartados modulares podrían tener dos niveles –añadió Oscar-. El seminario-Taller con una
duración de tres días y el curso, con una duración de tres o más semanas, dependiendo del grado
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
de ampliación y profundidad que se desee sobre los temas seleccionados. También podrías realizar
jornadas de presentación de tu programa en distintos foros públicos, pero, ¿y los contenidos Iván?
_ Creo que debo comenzar por como administrar el tiempo. Mucha gente está demasiado ocupada
haciendo infinidad de cosas y olvidan realizar lo que es esencial. Debo encontrar la manera de
ayudar a que encuentren tiempo suficiente para hacer las cosas verdaderas.
_ Te das cuenta de que lo has dicho. Debes encontrar para que ellos encuentren. ¿No te parece un
tanto complejo?
_ Pues tienes razón. Qué puedo decir. Si fuera fácil dejaría de tener aliciente para mí. Yo, como
cualquier otra persona, tengo todo el tiempo del mundo. Solamente debo aprender a utilizarlo,
a saber qué hacer con él. La llave maestra es la adecuada administración del tiempo. Un tiempo
que pasa para todos de manera irreversible por igual.
_ Creo que deberías centrarte en los ladrones del tiempo.
_ Sí, otra vez estás en lo cierto amigo mío. Hay demasiados ladrones y el tiempo es un capital
demasiado valioso. Un capital que no puede sustituirse. El tiempo no puede comprarse, ni
regalarse, ni alquilarse, ni tampoco está en venta.
_ ¡Como el amor!
_ En eso discrepo Oscar. El amor sí puede regalarse.... recuerda que tú me lo mostraste, ¿no te acuerdas
ya de aquello de dar sin contemplaciones? –Iván le pellizcó la mejilla retorciéndosela-. Y al igual
que el amor, el tiempo no puede desaprovecharse ni debe malgastarse estúpidamente.
_ Igual que el amor, al que hay que dejarlo correr para que dance a su antojo dijo Oscar sacándole la
lengua en señal de burla.
_ Sí, sí, sí, sí, el amor, pero hablemos ahora del Tiempo. No puedo hacer un seminario sobre el amor.
Yo solo podría enseñar a ligar.
_ Y se pagaría mucho dinero por esta asignatura, créeme. Seguro que tendrías alumnos de ambos
sexos y de todas las edades.
_ Mira Oscar, el tiempo, a diferencia del amor, no se multiplica ni se reproduce por sí mismo. El
tiempo es del todo inalterable, porque está fuera de nosotros, mientras que el amor... el amor,
todavía no tengo la certeza, pero intuyo que es moldeable como una figura de barro. Al contrario
del tiempo que es vida que pasa inexorablemente... estoy convencido que el amor es vida que
permanece y se acumula. ¿Tus palabras de París no murieron? Pero aprende algo tú Oscar, con
cada nuevo día que nace empieza la vida.
_ Si organizaras un seminario a cerca de la seducción... ahora que percibes el amor... definitivamente,
el aula se te llenará –y la cabeza de Oscar parecía rebotar de arriba abajo en señal afirmativa-. Con
este amor que parece asomarte, miras tu proyecto desde otra perspectiva... y sabes, estoy
convencido que te convertirías en un buen orador –agitó las manos a su alrededor para ahuyentar
algunos mosquitos impertinentes-. ¿He visto mosquitos o me lo ha parecido! –Iván no respondió
y Oscar prosiguió-. Creo que debes tomarte más tiempo para pensar porque es la fuente de donde
nace la fuerza, reflexiona sobre el proyecto. No actúes y ya está. Pero no te vayas al otro extremo,
no solo pienses y ya está. Mide tus excesos. Y no olvides tomarte tiempo para jugar, porque es el
secreto de la eterna juventud. Tomate tu tiempo para la lectura, porque es conocimiento, una
forma de riqueza y la base de la cultura universal. Y guarda un tiempo para seguir siendo amable
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con los niños y los ancianos, esta es la puerta de la felicidad. Pero inventa un tiempo para estar
contigo y será música para el alma.
_ Pero sobretodo, debo tomarme tiempo para trabajar. Es el precio del éxito. El secreto es priorizar
las mayores necesidades. Sin objetivos no hay orden. Nada más caos. Es conveniente reconocer
los objetivos...
_ ¿Cómo es un objetivo Iván?
_ Haber... como te diría yo. En mi opinión, un objetivo es en primer lugar y ante todo, un estímulo
para aumentar el desarrollo individual. Un reto para nuestra propia autosuperación camino de la
realización personal.
_ Pero, ¿para qué sirven los objetivos?
_ Principalmente, para dar sentido a nuestros actos. Los objetivos son nuestra razón para existir. Son
motivos para obligarnos a luchar. Excusas para mantenernos vivos. Debemos estar en permanente
crecimiento, en evolución personal constante. Los objetivos son la oportunidad de obtener
ganancias que confirman que es posible desarrollar nuestras facultades y bien dirigidos, permiten
poner en evidencia nuestras innatas cualidades, las destrezas escondidas, las habilidades más
agudas. Nuestro potencial individual es inmensamente grande.
_ Y, ¿cómo ha de ser un objetivo?
_ Claro, medible, accesible, con cierto nivel de dificultad, y premiable. Debemos compensarnos a
nosotros mismos cuando lo hemos conquistado.
_ Imagínate que te encuentras con un asistente a tu curso que intenta boicotearte y te pregunta, por
ejemplo, ¿cuáles son las fases de un objetivo?
_ Bien, le diría que son... analizar la situación globalmente, detectar el ánimo e intención concreta,
reunir los recursos disponibles, ejecutar el trabajo, controlar el proceso para corregir desviaciones
y finalmente supervisar el resultado que debe coincidir con aquello que nos hemos propuesto al
inicio cuando determinamos el objetivo.
_ Estás bastante preparado. Tienes una rápida respuesta, coherente e instructiva. Déjame insistir, ¿es
fácil de conquistar un objetivo?
_ Sí. Siempre que tengamos un detallado plan de acción sobre un calendario donde hemos fijado los
plazos y los vencimientos. Pero la pregunta que a mí me gustaría, es, ¿y qué pasa cuando no
tenemos objetivos en la vida? Con esta pregunta disfrutaría. Me acercaría a quien la formulara
para mirarle a los ojos y decirle: pues que somos un barco que va a la deriva!
_ ¡Evidentemente! Sin objetivos no existe la planificación ni tampoco la organización, pues no
podemos llevarla a cabo y ...
_ ¿Pero en función de qué vas a organizar? –le interrumpió Iván-. De nada le sirve a una empresa un
organigrama si la misión es confusa. Si no dispone de un propósito para existir jamás podrán
organizarse las actividades.
_ Y si carecemos de objetivos, difícilmente podemos fijarnos prioridades. Que bien me hubieran
venido estas palabras en mis tiempos de estudiante. Entonces hubiera podido establecer las
prioridades A, B y C, en función del tiempo el dinero y el grado de satisfacción.
_ Poner atención y mirar en la dirección que vamos. Muchas personas salen a buscar lo que les gustaría
y encuentran algo que les desagrada porque no establecieron correctamente en el punto de
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partida su verdadero destino. Otros salen certeros, seguros, pero cuando un elemento los distrae
por el camino se despistan y al rato ya no saben bien donde se encuentran.
_ Hay gente que persigue aquello que impone la sociedad. Va tras lo que está de moda, pero no han
llegado a ninguna conclusión respecto a lo que necesitan y pueden o deben obtener. Desconocen
sus mayores necesidades.
_ Y por eso salen en dirección equivocada y terminan por dar tumbos, estrellándose contra los muros
o embarrancando en los arrecifes. No han previsto planes de emergencia puesto que no sabían a
donde se dirigían. A muchos los azota la desdicha y lo que es peor... nada hacen por enmendar la
situación, nada hacen por reelaborar su objetivo en la vida. Yo siempre he intentado asegurar el
tiro al máximo –se había mostrado tangible e indiscutible tras la afirmación.
_ Pero si sobre diez puedes conseguir ocho, lo adecuado es fijar la meta en seis, y tú, Iván, muy al
contrario, quieres llegar a doce, allí donde nadie se atreve, ¿por qué no vas sobre seguro y más
tranquilo con garantías de llegar a la meta... en vez de ir hacia lo inaudito a cada rato, exhausto!
_ Mi naturaleza es así, ¿qué puedo decirte? Alguien tiene que llegar a la zona prohibida, al terreno
desconocido. A muy corta edad tuve que aprender a tomar mis propias decisiones. Se produjo un
punto de inflexión, un desnivel que me hizo confundir lo imposible con lo evidente, y todo lo
posible con lo mediocre y vulgar.
_ ¿Es por eso que quieres enseñar, para que no se pierda lo que tanto te ha costado aprender?
_ Exactamente Oscar, así es. Creo que ya te lo había dicho. Debo hacer algo útil con todo esto. Partí
del paraje de la devastación sin amilanarme ante el reto. Lejos de revolcarme en la desolación de
mi suerte, salí a la universidad de la vida sin más opción que la de aprender.
Desierto. Una jornada detrás de otra sin más alimento que ellos mismos. Y un Iván capaz de
estructurar al ser humano y descomponerlo en piezas.
_ La mayoría de las personas creen que son las cosas o la gente quien les hace felices, pero yo creo
que esto no es correcto. Tanto tú como yo, Oscar, somos los conductores de nuestra propia
existencia porque los pensamientos que escogemos en relación a las personas y las cosas que nos
rodean determinan el estado de ánimo y el comportamiento, tanto como las acciones. Siente lo
que piensas y aprenderás a pensar de otra manera. No se trata de si se puede o no se puede hacer,
se trata de sí se hará o no se hará finalmente. Y la decisión siempre es individual. Tiene que serlo.
Propia de cada uno. ¡Exclusiva!
_ A mí lo que más me gusta de tu inquietud... porque tengo esa sensación y espero no equivocarme,
es que te gustaría evitar que las personas sigan matando de hambre su espíritu. Y la verdad, esto
me parece muy bien. Es bueno renovar ideas. Conocer revolucionarias teorías. En general, nuestra
escala de valores no está suficientemente definida y la sociedad actual no socorre, sino que
contribuye a confundirla hasta ahogar los valores.
_ Yo creo que cualquier persona tiene derecho... no, ¡rectifico! Toda persona tiene el deber de aspirar
a más. Y aunque me será difícil conseguir que se desnuden no descarto la lucha, no desfalleceré.
No me desanimaré a la primera de cambio. No lo haré aunque muchos sigan reprimiéndose
obtusamente resguardados tras sus carcasas de acero forjado. Imagínate una habitación
completamente oscura, pues lo que pretendo es entregar una linterna. Ahí termina mi función.
Encenderla o no encenderla... ¡ahí está el dilema! Pero es un dilema individual. Cada uno decidirá
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si prenderla. El descubrimiento debe llegar con la suavidad del viento cuando acaricia. Pero
honestamente Oscar, quiero contribuir con mi esfuerzo. Y necesito que comprendas y me ayudes
a razonar. Si algo he aprendido de ti es que los poderes de la mente son infinitos pero únicamente
utilizamos un diez por ciento.
_ Pero yo también he aprendido mucho de ti Iván, ¿y quién me contradice si afirmo que es el corazón
el que nada más utilizamos en un diez por ciento de sus posibilidades? Cuando un músculo se
utiliza se desarrolla, pero cuando se lo ignora acaba por atrofiarse y esto es lo que le ocurre al
género humano: se desatiende y se pierde. Coincidimos, ¿cierto? Lo que quiero decir es que aun
siendo inteligentes, puede que no vean la oportunidad. No es fácil que las personas se
desmarquen. No es fácil que rompan con lo que les proporciona una simulada seguridad. No
todos poseen tu gallardía mi buen amigo.
_ Oscar, puedo concebir un hombre o una mujer sin pies, sin manos, sin piernas, sin brazos, pero no
puedo concebir una persona sin pensamiento porque entonces sería nada más una piedra o un
árbol; un pedazo de montaña después de la desafortunada visita del fuego que muestra un tierra
arrasada.
_ A veces me parece que tienes dotes de grandilocuente poeta.
Desierto de alucinaciones que sólo tienen los hombres sedientos deslumbrados por el sol.
_ El pensamiento es grande rápido y libre, la luz del mundo y la gloria del individuo –terció Iván-. El
pensamiento nos consuela a todos de todos y todo lo soluciona. El pensamiento no paga
impuestos, ni peajes, ni aduana. Quien no puede pensar es un idiota pero quien puede hacerlo y
no quiere es un fanático. Francamente te lo digo Oscar, quien no se atreve a pensar es un cobarde.
_ Y además de poeta un hombre práctico! Te he visto actuar impulsado por la encendida pasión sin
pensamiento ninguno por años, y no obstante, me hablas ahora acerca de algo que conozco bien
con un conocimiento tan pleno como el mío. Quizás estaba errado y no eras lo que parecías.
_ ¿De qué sirven los ojos a un cerebro ciego?... Pensar puede ser el trabajo más difícil que existe y
quizás por esta razón hay tan pocas personas que lo hacen.
_ Y yo que tenía la impresión de que tú no tenías al pensamiento en cuenta... creía que actuabas por
reflejo.
_ El pensamiento es la principal facultad que tenemos los humanos. No es lo que poseemos o lo que
somos o el lugar donde nos encontramos, ni tampoco lo que realizamos. Nada de esto es lo que
nos hace felices o desgraciados sino la manera en que escogemos procesar la información. Son
nuestros pensamientos quienes nos hacen, porque nada es bueno o malo. El pensamiento califica
de una u otra manera.
_ Es verdad. Quizás tengas razón, y si variamos los pensamientos podemos cambiar nuestro entorno.
_ Tal como piensas eso es lo que eres. La pregunta clave desde donde poder diseñar un curso, sería
¿somos dueños de nuestros pensamientos? Y si lo somos, ¿por qué nos quedan tan lejos?
_ Pero la voluntad te los acerca.
_ La libertad de poder escoger existe como opción y la actitud mental positiva es un buen camino.
Personalmente te lo digo Oscar, creo que esta combinación de libre elección y mentalidad
positiva es la mejor alternativa desde donde arrancar en nuevo caminar porque predispone a no
menospreciar ciertas cosas, como no sea el egoísmo la mezquindad y la corrupción. Predispone a
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
no tener miedo, como no sea a la cobardía, la deslealtad y la indiferencia. A no desear nada que
pertenezca a otro... como no sea su bondad.
_ Rectifico, más que un poeta me pareces un profeta. Entre un pecador y un santo, escojo al pecador.
El santo, probablemente jamás ha tenido la osadía de infringir las normas o la valentía para romper
las costumbres establecidas. Pero quien como tú Iván indaga en la zona oscura, tiene la posibilidad
de volver para contarnos a los demás lo que allí ha visto. Sabe cual es el camino de regreso y puede
emprenderlo otra vez, después de conocer y comprender su lado opuesto. Entonces, si puede
perdonarse sin remordimientos... se convierte en un hombre grande.
_ Oscar, yo dicto mis propias reglas. Soy dueño de mi tiempo y hago frente a mis necesidades. No
pido favores a nadie. Observo las oportunidades y, aún así, quiero el privilegio de equivocarme.
Sin ideales no eres nada. Sin un propósito claro nunca se consigue nada. Y sin riesgo no hay
premio. Todo el mundo acaba pagando un precio. No hay excepciones. Quién se mantiene
inoperante, quieto, sin hacer nada por solventar los problemas, paga un precio. Igualmente como
quién no le importa arriesgar su integridad para defender sus ideales, también paga un precio. Es
curioso, por muy alto que llegues o muy bajo que hayas caído, compruebas que en ambos lugares
tanto el bien como el mal siguen existiendo. Y acabas escogiendo. Puede hacerse de una forma
acertada, seleccionando aquello que te permite vivir en paz contigo mismo, tranquilo, satisfecho
de tus actos, o por el contrario, se puede seguir caminando sin rumbo a merced de los
acontecimientos ignorando los propios principios. Aunque entonces estás muerto. No lo sabes
porque te limitas a vegetar, pero estás muerto. ¡Muerto!
Arena caliente sin estrechas calles de piedras, lejos de los comercios de especies, de la bandeja de té
con piñones y la pipa de agua. Ajenos a cualquier reyerta, sin contrarios, ni intrigas, ni aprietos. Pies
descalzos hundidos palpando con las puntas las entrañas de la Tierra.
_ Sabes Iván, me estás tocando dentro. Me estás descubriendo lo que me temía, mi gran dilema, que
no es saber de dónde vengo ni adónde voy, sino, entender quien soy. Para qué sirvo. ¿Para qué
soy útil? He ganado muchos casos pero siento que todavía no he hecho nada de utilidad en mi
vida. Tú, en cambio, pareces tener un proyecto con el que disfrutas y te identificas.
_ Pero Oscar, este tipo de respuestas debe uno buscarlas en su interior. A mi sólo me está permitido
darte un tremendo bofetón para que reacciones. Puedo zarandearte un poco pero nada más... no
puedo molerte a tortazos! Oscar, a los ojos de la gente puedes parecer un ser insignificante pero
yo sé bien que tu corazón es bravo.
_ De acuerdo, el paraíso está al otro lado de la puerta. Ya lo sé. Está ahí. Debo cruzarla. Pero el pasillo
es tan largo y siniestro... hay tantas puertas y puertas que no se me ocurre otra cosa que empezar
a desfallecer. Sé que estoy en un momento fértil con la promesa de grandes logros. ¿Quizás me
he equivocado de piso? ¿será eso?
_ ¿Cuántas puertas has traspasado?... porque esa es la cuestión. Has sido tú quien ha hecho referencia
a la voluntad y la voluntad es acción. La persona que tiene algo por lo que luchar, simplemente,
vive más y mejor. Razonar de manera positiva equivale a vencer el mal, y también la negatividad
pero...
_ Y, ¿no crees tú Iván, que todo cuanto la mente es capaz de imaginar lo sabe antes el corazón?
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
_ Sea como sea, en el espíritu yace todo. Desde algún lugar remoto me llega la melodía... y dice que
va a suceder algo maravilloso esta noche. Me consta que será una señal.
_ ¡Yo también oigo una especie de melodía!
_ Aquí Oscar... semejante expresión de la naturaleza es un imán que atrae a buscadores y yo he
buscado con ímpetu y, ...y estoy encontrado! El espíritu es un cofre de tesoros insondables y la
manera como llegan pensamientos y sentimientos me parece cosa secreta. Sinceramente, se me
escapa. Creo que todo está ahí, aguardando, esperando a que penetremos, a que entremos en su
misma onda, pero la conexión no es posible por muchas razones todas ellas externas... razones de
las que debemos liberarnos. Fuiste tú quien me habló del miedo a la libertad, recuérdalo.
Aplícatelo a tu persona en vez de continuar tartamudeando por años... no sigas dubitativo o
permanecerás sediento aunque sigas bebiéndote el agua, porque no repararas en ella como el pez
que no sabía lo que es el agua.
_ No entiendo!
_ Cuida que no te suceda lo que al pez que acudió al pez sabio para interrogarlo acerca del agua y
cuando éste le contó que el agua era lo que estaba a su alrededor, aún así permaneció sediento
de comprensión. Te aseguro que he trabajado mucho a nivel interno. Y a partir de ahora me
concentraré mayormente en mis pensamientos en vez de hacerlo solamente en la espontaneidad
de la incesante actividad. Mediré mis movimientos. Y sabes otra cosa, quiero enseñar mantras a la
gente para que los incorporen a su dieta.
_ Dame un ejemplo.
_ Mi pensamiento no conoce límites. Desconoce los principios y los finales porque en mis
pensamientos no existen las barreras. Por tal razón me dejo ir en vez de aferrarme, para reformar
mi vida de manera que me agrade.
_ ¡No está mal! ¿Otro?...
_ Por mucho que corra el viento jamás alcanzará la realidad de mi pensamiento.
_ ¿Es otra de tus verdades?
_ La mitad de las personas actúan sin pensar y la otra mitad piensa sin actuar. Tú y yo somos un claro
ejemplo. Cada uno en un extremo durante veintitrés años... Pero yo, hoy, decido mejorar.
_ ¿Estás de acuerdo conmigo que el pensamiento es pura energía que fluye libremente por todo el
universo? –le preguntó Oscar.
_ Sí. Energía sin restricciones, sensible de ser captada y utilizada por cualquier mente inquieta,
espabilada, vigilante, lúcida, perspicaz, sagaz y despierta, y esta última palabra “despierta” puede
que sea la que mejor define a la persona con ganas de vivir intensamente... una persona a la que
le es más fácil palpar esta vitalidad grande y potente Oscar ¡Vas a tener que seguirme el ritmo! La
energía es un poder inagotable al que debe sacársele provecho. Pensar es moverse en el infinito.
Hemos de darnos tiempo para cultivar nuestras fantasías. Hay que crear nuestras propias
oportunidades de negocio. Invitar a los colaboradores adecuados y repartirse los beneficios a
partes iguales. Te lo ruego... ¡no te me quedes rezagado!
_ A partir del momento en que tú eres capaz de hacer algo crees que los demás también deben hacerlo
pero... Espero que sepas encontrar la imprescindible sapiencia para distinguir lo que es justo –le
espetó Oscar-. La voluntad para escogerlo. Y la fuerza para llevarlo a cabo. De lo contrario puedes
hacer mucho daño Iván. Tu causa es noble... en tiempos en que las causas nobles son ridículas. Tu
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actitud honesta. Y el propósito por lo que he podido deducir muy sano. Probablemente tú y yo
tengamos que conjugar nuestras facetas –lo miró tan fijamente que casi podía ver con los ojos
de Iván-. ¿Quién es tan ciego que puede menospreciar indicaciones y sistemas operativos que
funcionan? Tu mundo cabe en el mundo pero... ¿cabe el mundo en el tuyo?
_ ¿Quién es tan rico que puede desestimar aportaciones interesantes que favorecen su aprendizaje? Y,
¿quién es tan espléndidamente autosuficiente que puede prescindir de una palabra valiosa para su
crecimiento?
_ Nuestras palabras de aliento pueden encontrar un refugio en las almas atormentadas –casi hablaba
con la voz de Iván-, un rincón donde anidar para cuando el desorientado las precise... yo mismo
así lo espero, te lo aseguro, espero no defraudarte amigo mío. Tu enfoque es bueno, eso de que
la vida es un juego emocionante donde nadie puede ser perdedor me gusta. Respetar reglas
sencillas pero importantes, ¡está bueno! Creo que nadie mejor que tú para enseñar a las personas
a combatir el desengaño por los resultados obtenidos porque has sabido extirparle poemas a la
dificultad. Si alguien puede mostrar como ganar al fracaso, ese eres tú Iván. Claro. Tú sabes
estimular para que se acepten los retos... hurgarás en el almacén interno de los participantes a tus
cursos para encontrar el valor para que se arriesguen... ese valor que convertirá sus sueños más
complejos e inaccesibles en oportunidades reales que poder materializar.
_ ¡Las píldoras para el malestar son una ayuda pero nunca son la solución! –lo dijo Iván con la rabia
reprimida que denuncia la ingestión descontrolada de sedantes y falsos calmantes, de barbitúricos,
de medicamentos que demasiadas personas se auto recetan sin prescripción-. Mira a tu alrededor
–continuó diciéndole antes de enmudecer señalando con el dedo extendido la inmensidad del
horizonte-. Fíjate Oscar, sólo hay arena a nuestro alrededor. Si se libera un hombre en el desierto
que nada siente, de nada va a servirle su libertad. La libertad no existe sino para alguien que va a
un lugar, y liberar a ese hombre consiste, no solo en mostrarle la sed, sino en mostrarle el camino
hacia un pozo y si tiene solamente cuarenta y cinco minutos para gastar en la vida, sabrá en qué
emplearlos. Entonces, igual que nosotros ahora, podrá sentarse tranquilo en una duna. Y como
nosotros, no oirá absolutamente nada y sin embargo, algo mágico resplandecerá en el silencio.
Contémplalo Oscar, ¿verdad que es fantástico?... ¡sobre todo en esta oscuridad espesa!
_ ¿Y no te parece aburrido a ti que te agota lo cotidiano? ¿No te cansa ver todo el rato lo mismo?
_ Todo lo que alcanza la vista no es más que una arena uniforme... y más claramente te diré, en el
desierto, cualquiera puede sentirse absorto por la monotonía, lo rutinario, lo amorfo, pero si
atiendes Oscar, tú que sabes bien abstraerte en la contemplación verás a lo lejos invisibles duendes
serafines y querubines que edifican en el desierto una cambiante red de direcciones, pendientes,
señales, la misma musculatura secreta que David Lean plasmó en su memorable Lawrence de
Arabia... ¡como me gusta esa película!
_ Yo creo que a ti te gusta el desierto porque está todo por hacer.
_ Pero el desierto tiene vida propia. En la película, uno comprueba bien que no hay uniformidad sino
una belleza que te calienta. Un paisaje que te orienta en la escasez cuando tus ojos nada alcanzan
a ver más que arena y más arena.
_ A mi también me gustó esa película. Es una buena narración histórica, bien dirigida e interpretada.
Y que conste Iván que a mi el desierto también me parece bello aunque no me produce tanta
atracción como las montañas del Himalaya. Gracias a tu insistencia he podido ver su rostro sin las
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arrugas que dibuja el viento bajo el sol y la luna, esta luna tan nuestra y tan nueva que está
escondida.
_ Lo que más embellece al desierto son sus secretos. Hay mil pozos escondidos y de repente,
comprendes que cosa es ese misterioso resplandor que alumbra como una lámpara mágica.
En ese instante un fogonazo nocturno iluminó parte del territorio como una de esas bengalas de
señalización que explotan luz y caen lentamente hasta el suelo en un interminable descenso.
Ambos levantaron la vista al cielo. Vieron una estrella fugaz cruzar el firmamento de derecha
a izquierda en línea recta como partiendo la negra pantalla en dos. Permanecieron en silencio por
largo tiempo sin abrir o cerrar los ojos, sin llenar los pulmones de aire hasta que Iván se incorporó y
empezó a andar.
Oscar lo siguió inmediatamente.
Iván avanzaba.
Oscar lo seguía con sigilo arrastrando los camellos.
Subieron y bajaron por las dunas sin descanso, una detrás de otra dejando tras de sí las huellas
que ocultaba el viento. Quizás pasó una hora. Pero muy bien podían haber sido dos. O tres.
Probablemente cuatro, incluso cinco.
Con la mirada fija en su espalda Oscar lo alcanzó. Iván le dijo mientras seguían caminando, ya no
uno detrás del otro si no juntos ambos amigos a la par.
_ El sonido del silencio... nada más se conoce en la inmensidad del desierto. Igual como la paz se
percibe buceando a cuarenta metros bajo el mar o en lo alto del Tibet. A mí también me gustan
las montañas del Himalaya, Oscar. Cada lugar tiene oculta su gran verdad e ir en pos de ésta es lo
que empareja al trotamundos con la vida. El desierto, como el océano, es tan inmenso y sus
horizontes tan extensos que hacen que el ser humano se sienta pequeño y permanezca callado.
Sólo entonces poseído de una gran humildad se entra en contacto con la unidad de la Naturaleza.
_ Las dunas cambian con el viento pero el desierto sigue siendo el mismo. Creo que tu espíritu
aventurero te ha llevado a ser como el desierto. Y de igual forma como el desierto es insaciable,
tú permaneces imperturbable como un guerrero. Por esto la gente piensa que eres arrogante.
Dime Iván, ¿de verdad no temes adentrarte en la garganta del desierto?
_ Hemos dormido por siete noches en este desierto, por siete noches en nosotros mismos ¿cómo
podría asustarme a estas alturas del desierto de mí mismo!... Además... dicen que Alá puso las
palmeras y el agua para que los hombres pudieran aprender a sonreír... encontraremos nuestro
oasis o algo mejor.
_ Sí, pero el recepcionista del hotel me advirtió asustado cuando le expliqué lo que iba a hacer que el
desierto es una mujer caprichosa que a veces enloquece a los hombres.
_ ¡No tendré esa suerte!
_ Eres imposible. Nada ahuyenta tu sed de conocimientos.
_ Efectivamente, nada. Sería capaz de sacrificar cuanto a mi alrededor exista por saber una cosa más.
_ ¿A las personas también?
_ Por el momento nada me ata a ninguna persona. El águila vuela sola. Debo viajar ligero si quiero
llegar a mi destino. Se que hay un lugar reservado para mí.
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Siguieron andando hacia un horizonte que parecía alejarse con su avance a cada paso, un paso más
lejos, hasta que se detuvieron repentinamente.
_ Mira Oscar, este me parece el sitio más bello de la tierra y el más triste paisaje del mundo porque es
aquí, estoy seguro. Fue aquí donde apareció y de aquí desapareció el principito.
_ Sin duda es aquí Iván, escarbemos haber si encontramos el bozal que dibujó para que el cordero no
se comiera su flor.
Y escarbaron en la arena mientras escuchaban las estrellas como quinientos millones de cascabeles
porque era ahí mismo donde cayó, suavemente como un árbol cuando aquel extraño animal delgado
como un dedo se acercó a su tobillo como un relámpago amarillo y desapareció el principito el
veintinueve de diciembre de 1935 para volver a su pequeño planeta el asteroide 3612.
_ Seguro que encierra su flor todas las noches bajo la farola de vidrio.
_ Nada del universo puede ser igual si en alguna parte un cordero se ha comido una flor.
Y los dos alzaron sus rostros preguntándose si el cordero al que no conocían se había comido la flor
que nunca habían visto. Y todo cambió por completo porque flor y cordero habitaban su corazón.
Muy pocas personas comprenden porque este simple hecho puede tener tanta importancia
cuando a diario miles de corderos en el mundo se comen impasibles miles de flores indefensas y no
pasa nada.
Oscar e Iván examinaron largamente aquel lugar. Atentamente durante horas.
El paisaje fue descubriéndose para ambos con el amanecer a su lado y no tuvieron prisa.
Esperaron, exactamente debajo de la estrella que había señalado el camino. Y aquel niño dulce y
malhumorado con su bufanda y sus rubios cabellos dorados como el trigo vino hasta ellos. Ambos
le reconocieron. Supieron que se trataba del pequeño Principito de Antoine de Saint-Exupéry. Y
fueron buenos con él. Lo trataron como debe tratarse a un niño.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
En su nuevo despacho situado en la parte baja del dúplex de las Ramblas de Barcelona, un cuadro de
tres metros y medio por dos preside la sala en la pared donde está situado el gran sofá de cuero. Ahí
se encuentran reunidas las fotografías que reflejan los eventos más significativos del existir de Oscar.
La visión del cuadro queda en ángulo muerto para el visitante, ya sea porque se sienta en los sillones
frente a la mesa del despacho quedando a su espalda o por encima de su cabeza si sienta en el sofá.
Igualmente desde la mesa de juntas queda apartado a la vista de los clientes que ocupan el lado que
ofrece mayor amplitud para disfrutar del decorado que frente a ellos domina la impresionante librería
jurídica recargada en su diseño, captando su atención si levantan la vista de los documentos porque
es inmensa y de una sola pieza.
Aquel recorrido por su vida en imágenes estimulaba a Oscar. Le daba aliento cuando algún
asunto se torcía. En una de las instantáneas se le ve en la puerta de los juzgados en su primera
comparecencia. En otra está recogiendo un premio en la cena de empresa del bufete de la gran
corporación. En otra participando en una maratón ecológica. En otra asistiendo a una importante
recepción oficial con miembros de la Casa Real. En el centro, su madre, su hermana, su padre.
También está presente la fotografía de su graduación y una de su infancia con Iván en Le Bon Soleil,
pero la que más le agrada es la de Ana en blanco y negro; obsequio que bajo mano le ofreció la que
podía ser su futura suegra y que debería sustituirse por otra a todo color en caso de que su amor sea
un día completo. Por el momento se trata de un amor pendiente y en blanco y negro porque una
de las partes no accedió.
Una música delicadamente suave suele adornar el ambiente con una sedante paz. Se puede
trabajar confortablemente; algo que anheló durante el tiempo que estuvo empleado en el bufete. Las
paredes no están pintadas, sino revestidas por madera noble de roble macizo excepto la del cuadro
que está recubierta por una tela de terciopelo de un tono amarillo anaranjado y para darle mayor
relieve al cuadro, dos plantas naturales con grandes hojas se elevan hasta el techo desde cada esquina
a modo de columnas romanas.
En la vivienda donde ubicó su centro de operaciones profesional hay una habitación sagrada,
austera, de tipo japonés, al final del pasillo en la zona interior de la parte alta. Ese habitáculo oriental
lo utiliza exclusivamente para meditar. Su meditación tiene que ver con la meditación oriental más
que con la meditación occidental. En occidente, meditar sugiere una actitud mental activa
relacionada a menudo con la reflexión; en oriente ocurre todo lo contrario. “No puedes meditar” le
había explicado a su buen amigo Iván una noche de luna nueva. “Puedes estar en la meditación” le
dijo como si le estuviera mostrando un lugar. “No puedes estar en concentración, solo te puedes
concentrar. Meditar es un estado. No es un acto”. Todavía funcionaba aquella especie de varilla
electromagnética que captaba las vibraciones en su juventud autorregulándose sin necesidad de
ayuda.
La norma imprescindible para poder entrar en el habitáculo consiste en descalzarse y encender
la gruesa vela de metro y medio. Nunca hubo lamparillas. Ni ventanas. Tampoco muebles. La
habitación oriental está toda forrada con una fibra opaca de un blanco neutro rallada por finos
listones de madera separados entre ellos por sesenta y seis centímetros exactamente. Las medidas
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cuadran. Había elevado en la parte central a modo de amplio podio un cómodo lugar lleno de cojines
donde se sentaba aproximadamente una hora por la noche y veinte minutos en la mañana antes de
comenzar su jornada laboral. Todavía se recuperaba. Se limpiaba de todas las impurezas que había
acumulado con su erróneo estilo de vida. Cada vez que cerraba la gruesa puerta corredera a sus
espaldas sentía la misma sensación. Había mandado aislar las paredes con un material especial dejando
pequeñas cámaras de aire que amortiguaban el sonido. En el suelo, una esponjosa moqueta denotaba
un tacto agradable en la planta de sus pies. Y dejándose fuera entraba únicamente su cuerpo para
permanecer quieto, inmóvil, sin mirar el reloj, ensimismado con su dialogo interior sereno y
despreocupado.
Oscar admiraba la pulcritud y el refinamiento de los movimientos orientales. En su iluminada
vivienda podía contemplarse una extensa colección de los más variados bonsáis que iba retocando y
retocando hasta que obtenía la visión más cercana a la perfección que había tenido. Y cuando el árbol
de su corazón se reflejaba en esa planta, no volvía a tocarlo. Lo cuidaba porque su belleza lo
reconfortaba. Se movía por la parte que correspondía al territorio prohibido que era su domicilio
particular con un kimono oriental porque además de cómodo le parecía muy elegante.
Todo cuanto acontecía era digno de su absoluta atención. Cuando barría, le gustaba
escuchar como el cepillo peinaba el suelo. Cuando se duchaba, escuchaba el agua caer y sentía el
jabón espumoso en su piel. Cuando cocinaba, atendía la transformación de los alimentos. Cuando
Oscar se centraba en una sola actividad, la actividad, igual que él, estaba libre de tensiones. Se decía a
sí mismo que no pueden hacerse dos cosas bien hechas al mismo tiempo se decía. Le había contado
a su amigo Iván durante una conversación telefónica “Si hacemos varias cosas al mismo tiempo
dividimos la atención y se fragmenta el resultado al no poder obtenerse el máximo provecho de
ninguna de las dos actividades”. Su razonamiento había sido el siguiente: “Tratar de hacer dos cosas
bien a la vez significa no hacer ninguna bien. Muchas personas hablan por teléfono mientras
conducen, miran el televisor mientras comen, escuchan las noticias mientras hacen deporte en el
parque, y toda esa doble actividad reduce su capacidad de concentración”. Oscar se había
acostumbrado a hacer una sola cosa cada vez. Y desempeñaba solamente esa sola actividad
atendiendo lo que ocurría.
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A Oscar le gustaba comenzar la mañana con buen pie. Su despertador era biológico. Nunca música
ni timbre estridente rompieron el descanso. No explotaba de golpe y porrazo la radio con voz
impertinente. Ningún locutor pedía insistentemente que se levantara. Oscar no bajaba nunca las
persianas porque la luz del amanecer era una señal de invitación a la vida. Abría sus enormes ojos de
almendra y sin moverse realizaba breves ejercicios respiratorios y abdominales después. Se decía que
ese día concretamente iba a ser un día maravilloso y no saltaba de la cama ni se arrastraba hasta la
ducha. Como el viento se trasladaba.
Mientras se afeitaba repetía su mantra. Y en seguida de tragarse casi un litro de agua para
limpiar el estómago, preparaba una infusión de hierbas que le mandaban directamente de la India
con una fórmula que combinaba diversas plantas medicinales.
Una cocinera de rostro fresco y agradable, redondo, igual que su cuerpo, había sido
seleccionada tras un exhaustivo proceso y provista con inmejorables referencias se aparecía para
servirle un desayuno fuerte. Oscar se preguntaba de donde proceden los alimentos y como han sido
producidos. Se aseguraba de que fueran merecedores de su confianza y lo eran cuando las compañías
respetaban el ecosistema. “La comida no aparece por arte de magia en la estantería del comercio”, le
dijo cuando la contrató. “La comida tiene su historia y sus anécdotas. La comida viene de alguna
parte”. A Oscar le gustaba saber y se interesaba por conocer el país de origen. Eso era tan importante
como el cómo se alimentaba uno.
Le gustaba comer sano y no era únicamente lo que comía si no la manera de hacerlo lo que
permitía una correcta digestión. Sentía aversión por los alimentos prefabricados y recalentados en el
microondas. Oscar saboreaba el manjar despacio. Iván se sonrío cuando en una ocasión le dijo “No
perjudico la más preciada fuente de plenitud, que no es otra que la capacidad de amar, y amablemente
me alimento con amor” porque aunque parecía ridículo, había decidido aceptarlo tal como era desde
la niñez.
En otra ocasión le dijo a la cocinera que mantenía su ánimo agradable “Vamos tan deprisa que
al sentarnos a comer engullimos la comida sin saborearla y a veces olvidamos ponerle sal o azúcar o
limón porque vivimos sin reflexionar. Y reflexionar es detenerse a ponerle el punto justo de sal azúcar
o limón a la vida”.
La cocinera también se encargaba de la limpieza y era quien mantenía impecable tanto su
domicilio y como el despacho. Oscar demasiado la fastidiaba con el asunto del ahorro del agua “Un
grifo mal cerrado provoca el goteo y una gota por segundo son treinta litros al día”. Le tenía
prohibido comprar cualquier tipo de aerosol. Solamente podían consumirse productos frescos y
naturales en vez de envasados o enlatados. Y le hacía llevar la propia bolsa de plástico en vez de
pedirlas en la caja del supermercado.
Oscar realizó una serie de elecciones domésticas en favor de la ecología mucho antes que los
políticos iniciaran el uso de la degradación de los espacios naturales en sus discursos y aunque
tardarían varias décadas en insertarlo en los programas de gobierno y todavía más en ponerlo en
práctica, a Oscar le importaba su proceder, su propio compromiso con el planeta que habitaba.
Le sugería que comprara en una modesta tienda familiar del centro de la ciudad. ¿Ir cargada
desde ahí... sí! Fue su respuesta tajante si quiere continuar empleada. Y ella se puso a planchar. Y le
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dijo al entregarle su primer salario “Le ruego no abuse de la lejía en el baño. Mucha lejía no hace
que mi baño sea el más limpio del edificio. Tenemos tendencia a abusar de las cosas. Se trata
simplemente de matar bacterias sin perjudicar el ambiente y así los ríos y las corrientes subterráneas
se beneficiarán de la disminución de residuos químicos y por ende, saldrá ganando la vida silvestre.
No quiero una vivienda limpia si con ello provoco un planeta sucio”. Muchas mujeres hubieran
salido corriendo de semejante casa. ¿Por qué ella siguió empleada en la vivienda de Oscar? Ella
admitía la sagaz educación medioambiental que ninguna otra persona le había dado antes. Con
Oscar entendió que no son necesarios tantos productos de limpieza, lo que además de economizar,
ahorraba un espacio vital en los armarios. Y le aceptó sus excentricidades porque la trataba con
amabilidad y respeto y la paga era considerable.
Cada noche antes de acostarse, Oscar hacía más o menos treinta minutos de bicicleta, pero no llegaba
a consumir los cuarenta y cinco que marcaba el contador que él mismo accionaba por lo monótono
del movimiento. Realizaba el ejercicio para evitar oxidarse pero en modo alguno le agradaba y se
consolaba susurrándose “Mente sana en cuerpo sano” mientras pedaleaba. Tenía que llenar algunas
horas del día de forma inteligente porque solo seis horas dedicaba a su actividad laboral. Estaba
descorazonado por la programación televisiva y en el videoclub, únicamente encontraba cintas de
acción con demasiados efectos especiales carentes de mensaje sino es el de la violencia gratuita, la
lucha por el poder o un sexo desmedido poco apto para menores usuarios finales de las cintas.
Se distraía poniéndose minoxiril al dos por ciento en las zonas más pobres de su cabeza con
unos finos bastoncillos de algodón. El cabello empezaba a escasearle. Quería evitar una prominente
calvicie antes de los cuarenta. Y a continuación de pasar por su habitación sagrada, leía hasta que se
le caían los ojos encima de la almohada, y, medio dormido cerraba el libro y apagaba la luz de la
mesilla de noche deseándole en voz alta un feliz descanso a su amada Ana.
Los sábados y domingos casi no hacía excepciones con sus tareas, salvo que en vez de una
infusión, se tomaba un par o tres zumos de naranja recién exprimidos y su desayuno, consistía en
una colección de distintos frutos secos al tiempo que daba un repaso a toda la prensa acumulada de
la semana. En su nevera, las ensaladas de pasta de su artista la cocinera de cuerpo y rostro redondo.
Nada de carne, solamente verde. Tenía aprendida la lección!
Y algún fin de semana salía de retiro. Se ausentaba desde el vienes en la tarde hasta el lunes al
mediodía. Solía ir al Valle de Arán donde espacios abiertos permiten disfrutar de la belleza de un
paisaje cuesta arriba y cuesta abajo para realizar excursiones de más de siete u ocho horas que
interrumpía para sentarse en una roca a deleitarse con la vista de uno de los lagos, y entonces comía
embutidos, sorbía el vino local de una bota vieja y agradecía tanta Naturaleza.
El dúplex donde no faltan pinturas y esculturas que se encuentran a cada paso como si fuera
un museo contemporáneo, dispone de cuatro sofisticados aparatos de aire condicionado desde que
un invierno el portero del inmueble olvidó encender la calefacción central de todo el edificio y Oscar
pasó mucho frío durante la noche en su dormitorio. El ruido le ponía frenético pero no tanto como
el frío, así que instaló sus propios aparatos como medida de precaución “Para una mayor seguridad”
le dijo a su secretaria de ojos huidizos y cuello muy largo mientras le indicaba el funcionamiento y
las temperaturas deseadas en cada estación del año.
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Así como su despacho es un lugar ajetreado por el desfile de gente estresada a lo largo del
día, la parte alta correspondiente a su domicilio particular no puede visitarse porque es su remanso
de paz. La zona quedaba excluida y se accedía por una escalera camuflada. Los clientes no sabían
donde residía y no suponían que fuera ahí mismo, en el piso de arriba.
En el sombrero del edificio con su mirador como visera no había teléfono “Si tienen que
contactar conmigo que llamen al despacho”. No quería tener que moverse para levantar el auricular
sino le apetecía y a solas consigo mismo, ni una sola llamada lo perturbaba. Ninguna sorpresa.
Tampoco visitas. No quería responder, ni abrirle la puerta a nadie. Tenía línea pero nunca enchufó el
aparato. Estaba en un cajón para una urgencia. Se protegía de las interrupciones. De ocho de la tarde
a diez de la mañana y todos los fines de semana era un ser inaccesible; todo su mundo lo constituía
la meditación y el recuerdo de Ana, sin olvidar la perenne música del inmortal Elvis Presley, tanto
como su devoción por Iván.
Oscar asumía su vida bajo la capa del romanticismo. Su pasatiempo predilecto consistía en
coleccionar buenos sentimientos y atesorar buenas acciones mientras seguía esperando a su amada.
En la amistad, como en el amor, Oscar se mostraba altamente sensible. Atento, pero reservado
antes de otorgar la apertura a nuevas amistades y relaciones ya que de esto dependen los buenos
resultados o el fracaso de toda existencia humana. Debía aprender a entregar lo mismo que buscaba:
amor, aprecio, afecto. Sin embargo, se encerraba exclusivamente en la promesa de una relación con
Ana y no socializaba ni se relacionaba con otras mujeres.
Su forma de pensar destilaba creatividad y estaba orientada hacia las ciencias del porvenir. Al
igual que su buen amigo Iván, no estaba muy convencido con lo establecido por la sociedad
normativa y oficialista. Aborrecía cada día más ese orden establecido. Sostenía una alta concepción
del valor humano que le comportaba penosas desilusiones. Era necesario que se sintiera
adecuadamente inspirado desde su alma en su conciencia para que las fuerzas emocionales le
permitieran llevar a cabo iniciativas concretas. Y se dijo a sí mismo que sería el mejor juez. Alargaría
su especialización y no escatimaría esfuerzos ni dinero en un intento por unir el ideal interior con el
trabajo cotidiano.
Iván todavía era un torrente que corre por la ladera empinada de una montaña regalando,
obsequiando, despilfarrando emociones sin detenerse a compartir, desinteresado en conocerse
tanto como Oscar aunque, eso sí, enamorado de su existencia.
A través de la meditación, Oscar entraba en comunión con la naturaleza pero a través de su
profesión se enredaba en los juicios de valor tropezando con un sistema fijo que lo limitaba.
Oscar debía acudir al coraje para expresarse, para mostrar aquello que no muestra a nadie
mientras que Iván se había empeñado en la simulación de realidades partiendo de lo que no es. Uno
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sepultaba y se oprimía proyectando un espejismo de sí mismo. El otro parecía y se expresaba
ignorando lo que era en la ciudad, salvo en aquél apartado rincón del desierto.
Dotado de consistencia efectiva, Oscar se empeñará en ocultarse evitando la reyerta con la única
verdad posible. Iván surgirá para el mundo de la puesta en escena donde el disfraz y las frases se
aprenden de memoria buscándose a sí mismo a través de la interpretación de sugestivos papeles,
pero el uso de la farsa como medio, como trampolín, como motor que impulsa, se percata el
desastre y, ya no más! Y sin embargo seguía. Huir de sus propias quimeras inventadas o por el
contrario, correr a su encuentro como un perro urbano corre satisfecho un domingo de paseo por
el campo...
Uno se reprime expulsándose hacia el exterior. El otro también se reprime, pero hacia el
interior, menospreciándose. Y así ambos no son.
Y estarán hasta la inevitable colisión que se inflamaría en caso de conjugar esencias y
semblanzas a fin de que se establezca la plena correspondencia entre lo que se es, y aquello que se
muestra. Los dos son prototipo al que se dirige la apuesta.
Iván indica el terreno sobre el que conviene descender porque como el de cualquier otro
mortal consiste en obrar desde el secreto para de esta forma hallar el misterio. El misterio que
oculta Oscar. Y lo que se pedirá es aprender los modos en los que se maneja lo que no parece, pero
está. Está ahí mismo. Excavar y sacar a la superficie. Restitución de los significados después del fango
y el lodo.
Justamente se asigna a la polaridad entre farsa y verdad el tiempo que es alternativa. Las formas
de adquirir conocimiento se confrontan. El sistema de valores variará. ¿Cuándo? Hay momentos en
la vida que de reconocerse...
Predisposición y promesa de logro van juntos, están unidos.
*
*
*
*
La eficaz secretaria que siempre parecía que estiraba el cuello no entraba ninguna visita nueva sin
permiso. Si no estaba anotada en la agenda, previamente programada, se activaba un sencillo código
de señales que consistía en indicar su presencia por el interfono añadiendo a continuación –
Recuerde que debe marcharse para la firma del contrato con los clientes italianos-. Al entrar la
visita, si Oscar quería y podía dedicarle tiempo, le decía que anulara la cita avisando al notario; algo
innecesario porque no era cierto. Si por el contrario no sabía si debía cortar la entrevista porque
todavía desconocía a la persona o el asunto lanzaba el anzuelo diciéndole a su secretaria “Cuando
lleguen los clientes me avisa usted enseguida”. De esta forma, al cabo de diez minutos, con la excusa
de la llegada inventada e improbable de los italianos la secretaria volvía a comparecer en el despacho
informándole que los había hecho pasar al salón privado. Con este aviso podía cortar la
conversación cuando quisiera sin que la visita se molestara, puesto que había sido avisada de
antemano, y al salir, aunque no viera a los italianos deduciría que están en cualquiera de las puertas
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cerradas. Pero si no le había dicho nada al entrar la visita inesperada, igualmente debía realizar una
llamada de control al poco rato para averiguar si tenía que rescatarlo. Y con una sonrisa pegada en
el auricular su secretaria le preguntaba como debía proceder. Estaba completamente protegido.
Evitaba derrochar su valioso tiempo guardando las buenas formas, a menudo absurdas normas de
cortesía que desbaratan agendas y reunios protagonizando ambas partes la misma hipocresía. Oscar
utilizaba esta treta que muy bien pudiera haber urdido el mismo Iván.
Cada dos visitas le ofrecía un zumo que la cocinera con la frescura en su rostro y frutas frescas
licuaba por litros mezclando las más diversas especies. Conseguía gustos curiosos y chocantes, pero
era incapaz de volver a entregar un vaso con el mismo sabor si Oscar lo solicitaba. Acababa de llevarle
uno cuando le indicó por el interfono que se había personado una señorita que hacía seis años que
no veía, Oscar no comprendió. No tenía idea de quien podía tratarse.
Ana comprendía a Oscar más de lo él que se imaginaba y el tercer aniversario de la fecha
señalada para el feliz reencuentro, se personó en su despacho profesional sin previo aviso, así, sin más.
Cuando entró en su despacho a Oscar se le resbalaron un montón de expedientes que tenía
en las manos y al retirarse hacia atrás de la impresión, tropezó con el butacón enredándose con el
cordón de la calculadora que cayó bruscamente al suelo. Ella se dirigía directa como una bala hacia
él mientras la secretaria se llevaba sus ojos huidizos cerrando la puerta sin escuchar el acostumbrado
mensaje de su jefe: avisa al notario y haz pasar a los italianos cuando lleguen. Se había armado un lío.
Ana bordeó la mesa sentándose en el interior cruzando las piernas frente a un Oscar
desconcertado que fruto del impacto visual, había caído hundiéndose en el sillón consumiendo una
eternidad con su estupor. Incrédulo ojeaba la ceñida falda color melocotón, las medias de seda, los
altos zapatos de tacón, la camisa de un blanco brillante con el cuello abrochado y la chaqueta que
combinaba cuero y lana por igual. Ana no llevaba bolso. En modo alguno parecía tener diecinueve
años. Tenía estilo. Carácter. Además de una aura multicolor capaz de atontar a cualquiera, estaba...
era... toda una mujer madura y adulta. ¡Ana estaba espléndida!
Todavía atónito la contemplaba embobado y conmocionado sin pulso ni respiración,
contenido el corazón, cuando la provocativa abertura de su falda dejaron al descubierto unas bonitas
piernas largas que lo pusieron muy nervioso, y entonces, una amplia sonrisa se iluminó justo antes
de decir -Aquella niña amiga tuya de hace seis años me ha mandado traerte esto-. Y alargando el
brazo le entregó un sobre cerrado de color amarillo y salió corriendo cruzando la estancia hasta la
puerta donde se detuvo para girarse lentamente hasta encontrarlo en su punto de mira y, con
malévola coquetería, le envió un delicioso beso que empujó con la mano delicadamente.
Apenas habían pasado tres minutos y su aroma había impregnado totalmente paredes, sofá,
mesa, sillones, las plantas que parecían alzarse con sus brazos extendidos al cielo. Oscar le dio la vuelta
al sobre para abrirlo. Temblaba. Leyó el remitente: "Doña perdón a Mister O." y dentro un par de
entradas para la obra de aquella noche en el teatro Goya. Era el sexto año consecutivo que
interpretaban "La extraña pareja". Al mirar el calendario, cayó en la cuenta. Su fecha. Ese gran día se
salía del calendario. En su cuello había percibido la cadenita, en el sobre, encontró el otro pedazo del
billete y en el semblante de Oscar apareció una tímida sonrisa que se ensanchó hasta salirse por las
ventanas para volar con alas inmensas por la ciudad de Barcelona.
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Faltaban quince minutos para las diez. Ana no aparecía. Oscar apretaba las entradas entre sus dedos
arrugándolas por la tensión de la excitación andando de una esquina a otra impaciente por divisar la
esbeltez de su figura, hasta que su perfil se exhibió. Alzó las cejas rítmicamente desde la otra acera
antes de cruzar por entre el denso tráfico de la avenida del paralelo. Sorteando los automóviles, se
abalanzó sobre Oscar para fundirse en un intenso, largo, y tremendo abrazo suspendida en el aire
girando sobre los pies de Oscar que la sostenía con firmeza. Tal sensación con pliegues de dicha
ribeteados con el perfume de la consecución no podrían olvidarla nunca ninguno de los dos. Oscar
había deseado esa clase de abrazo desde la famosa tarde del 30 de mayo de 1984 en el club de tenis.
Tres años manteniéndose forzadamente al margen, pretendiendo encontrar el momento y,
finalmente sintió todo aquel placer acumulado explotándole desde las entrañas para salpicar cada
rincón de su vida ahora sí... Ana, ya estás aquí!
Rieron durante el espectáculo. Oscar no se creía lo que estaba sucediendo y le cogió la mano
para confirmar que la experiencia era real. Ana estaba complacida por la calidez de su amado, pero
sobretodo por la ausencia de represalias vengativas. Cuando la acompañó a su casa, de tanta alegría,
se pisaban el uno al otro haciendo planes para el futuro. Ya en el portal, Oscar le dio un apasionado
beso extenso y jugoso que Ana respondió alargándolo como se alarga un trayecto en autobús cuando
no se desciende en la parada esperando hacerlo al completar el recorrido en la próxima ocasión, tras
llegar al final y regresar al mismo lugar.
No fue hasta el fin de semana siguiente que partieron juntos. Ella se había aficionado a esquiar.
El invierno anterior frecuentó el Pirineo, pero Oscar quiso celebrar la ocasión con un viaje más lejos,
más largo, en una solitaria cabaña de madera de los Alpes Suizos. Diez maravillosos días en los que se
tuvieron el uno al otro. Ya la primera noche frente al fuego encima de una gruesa y blanda alfombra,
arropados por una dulce melodía de piano y violines, habiendo encendido seis velas, una por cada
año, Ana se entregó tímidamente, retraída, porque la intención del viaje era esquiar y sin embargo...
¡prefirieron descubrirse los lunares en la intimidad!
Cuando Oscar abrió los ojos en la madrugada, tenía el aroma de su piel en las yemas de los
dedos y una sensación de plena liberación. Se alzó en la alcoba ante la misma luz que desprendía
Ana para contemplarla ensimismado.
Ana se había tomado suficiente tiempo para prepararse, pero todavía no se había dejado
poseer. Su mente estaba dispuesta. Su corazón comenzaba a reclamar algo más que amor verbal. Su
cuerpo precisaba vibrar desde la columna vertebral hasta los dedos de los pies. Quería sentirse mujer.
Necesitaba ser amada después de haberse sentido inmensamente deseada durante seis años. Había
aprovechado hasta el momento el justo goce de sus caricias y, al abrir los ojos sintiéndose observada,
la asaltaron pensamientos eróticos. La seguridad de hacerlo en privado, sin prisas, con el hombre que
amaba, pudiendo gritar si le apetecía confería a esa primera vez un vuelo especial. Ambos podrían
deleitarse y repetirlo con tranquilidad, pero antes se bañaron juntos, bromeando alegres, crepitaba el
fuego en el salón.
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Treinta y siete minutos más tarde Oscar echó algunos leños. La iluminación tenue daba a la
piel de Ana una tonalidad suave y a la vez brillante. Y precisamente en ese instante dio comienzo el
juego sexual justo cuando Ana caminó descalza desde el baño oliendo a flores en primavera en medio
del frío invierno. Un caluroso preludio amoroso tierno y delicado se alargó tanto como ambos
pudieron resistirse porque lenta, pero progresivamente, la llevó al más alto nivel de excitación.
El nerviosismo se hizo gradualmente más firme e insoportable hasta que las ninfas de la alcoba
cantaron la noble declaración a modo de invitación -Penétrame ya cielo, quiero sentirla toda desde
la ingle a la garganta-. Y con tal confesión envuelta en gemidos y suspiros fue penetrada dejando
escuchar un leve aullido de dolor virginal. Se había estado reservando para ofrecerle su más preciado
tesoro durante todos esos años de loco flirteo. También Oscar era virgen.
Luego de ser investida de amor, Ana se tornó más activa, se soltó por completo y fue pura dinamita,
pero no hicieron el amor. Porque el amor no se hace... ¡se siente! Lo más genuino del sentimiento
amoroso es justamente el sentimiento. En el arte del amor lo que menos importa es la penetración.
La emotiva afectividad no quedaba al margen del sexo. No se convirtió Ana en solitario gorrión en
la campiña. Estaba acompañada. Mimada por su amado.
Un sentimiento se concreta antes o después en una acción y ante la espera, sediento de
amor por ella, Oscar se había cultivado para entregarse a plenitud con la máxima gratitud. Realizaba
lo que tanto había deseado, cándido y desdichado, aparentemente olvidado y asombrado por el
resultado, quiso desmitificar la sabiduría popular cuando afirma que la obtención de placer está
ligada a determinados tipos de prácticas. La actitud relajada de ambos y el clima afectivo, lúdico,
desprovisto de condicionamientos represores y pautas concretas demasiado encorsetadas, fruto de
la atracción, del amor recíproco, dio con un comportamiento espontáneo donde la improvisación
tuvo su razón de ser. Quién ama es capaz de manifestar en actos su sentimiento y la profundidad
del mismo sentimiento. Oscar se sintió cómodo con sus impulsos. Ninguna mujer antes había sido
digna y, preparado, con amor, podía derramarse enteramente en Ana.
La fuerza que condujo a los dos hasta la primera experiencia sexual fue el amor. Oscar había
deseado a otras mujeres pero durante la época de internado en la residencia de estudiantes, ninguna
adolescente entró nunca a sus aposentos. Al apartamento-santuario cercano a la universidad nunca
llegó joven alguna. La zona privada en su dúplex ninguna mujer la conoció, excepto su secretaria y
la cocinera, las dos únicas mujeres importantes a su alrededor; su madre se había trasladado a vivir a
Bolivia con su hermana.
Oscar supo escoger un nido amoroso apropiado asegurando la intimidad. Ana no tendría que
partir por pudor a toda carrera para que nadie la viera al amanecer. No tenía que llegar a casa porque
la aguardaban sus padres mirando el reloj preocupados. No tenía que levantarse temprano para salir
a trabajar. Estaban lejos. En otro mundo. Y su primer despertar, uno junto al otro, junto a esa persona
a quien todavía no se conocía en ese aspecto, el único aspecto donde los hombres y las mujeres
pueden conocerse realmente y beneficiarse al comprender sus diferencias, ambos, despejados los
agravios, contagiados, derrumbados cada uno en el otro en su paradisíaco aislamiento se recreaban
abrazados en su nuevo existir que sin demora despojaba de dudas el mañana que como un alud
desbocado ansiaba perpetuar su unidad. Descubrieron desnudos sus almas gemelas.
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*
*
*
*
Iván ni siquiera tenía que pasar por aquella discoteca.
Celebraban una fiesta en casa de una compañera del trabajo. Para continuarla, resolvieron
partir a bailar después del pastel y el champaña y se repartieron en los distintos automóviles que
salieron veloces en dirección al local de moda donde sólo ponían música salsa. Pero en su Ford
PROBE Turbo de 36 válvulas de un negro resplandeciente sin una mota de polvo no había pasajeros,
por lo que decidió pasar por el estudio de un solo ambiente situado en la Gran Vía al que se había
mudado hacía un año porque el apartamento de la zona franca se había convertido en la trampa de
una maratón carnal que no cesaba.
Los fines de semana eran autenticas encerronas (mini raptos a punta de orgasmo). Iniciaba el
viernes una carrera de obstáculos que no culminaba hasta el domingo por la noche. La morena
delgada de ojos verdes llegaba en cuanto salía del instituto, y se entretenía limpiándole el
apartamento, cocinándole después de sobornar al portero para que la dejara entrar. Y cuando llegaba
Iván, le tenía preparados diferentes platos que podía congelar y dosificar durante la semana; firmaba
en su vientre y ella partía presurosa porque no la dejaban llegar más tarde de las diez. Pero justo
después de la diez, tras finalizar su turno la enfermera elástica rubia platino de estrecha cintura y
hombros rectos llamaba a su puerta si al día siguiente tenía el turno de mañanas, porque al estar el
estudio tan cerca del hospital, solía pedirle quedarse a dormir con él y, curiosamente, ese turno se
sucedía sábado tras sábado. Otra firma esta vez en su rostro, y la siguiente se resbalaba por su garganta.
Y otro pedido de madrugada y el de antes que partiera a trabajar por la mañana, pues decía que le
daba ánimos para el día. Y cuando estaba a punto de recuperarse, volvían a reclamarle otras rúbricas
a base de revolcones. Llegaba la maestra de ojos azules como el cielo y unos senos redondos
puntiagudos como limones para prepararle el desayuno a base de huevos fritos con beicon y pechugas
de pollo rebozadas cortadas muy finas con doble ración de pan rayado. Se quedaba hasta el día
siguiente entrada la noche. Planchar la sosegaba, y mientras lo hacía le contaba sus vicisitudes en el
colegio y aceptaba consejos e ideas para el esparcimiento durante el recreo. Le chupaban la energía
como vampiros. Le salían murciélagos por las orejas. Se quedaba sin el preciado manjar que
succionaban y succionaban y la maestra no entendía como era incapaz de hacerlo terminar por sexta
vez. No quedaba nada. Y la semana era complicada, porque se lo disputaban la propietaria de la
tintorería que se le aparecía durante el mediodía porque el esposo hacía una hora y media de rigurosa
siesta. Iván prefería almorzar en los restaurantes aun teniendo atiborrado el frigorífico porque su
admiradora más abnegada, la más insistente de todas que logró hacerse tan molesta como una
pesadilla de terror, también era una apasionada de la cocina y quería cobrar su factura cada vez que le
traía comida a domicilio no solicitada. Lo perseguía cuando su esposo viajaba y viajaba de lunes a
viernes por España. Otros hombres hubieran disfrutado con el desfile de féminas, pero a Iván, primero
le hizo gracia jugar al escondite provocando situaciones arriesgadas para que se cruzaran en el rellano
de la escalera, pero pronto quedó fastidiado de tanto sexo y se propuso que ninguna mujer traspasaría
el umbral de su nueva fortaleza.
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Una vez en su estudio se afeitó, se duchó, y escogió un vistoso atuendo, y mientras se vestía,
una sensación extraña lo recorría como haciéndole cosquillas en los huesos. Tenía un presentimiento.
Escalofríos. Esa noche sucedería algo importante, lo notaba. Temblores. Y sería algo grande. Luna
nueva. Quizás por esa razón se acicaló. Incluso utilizó colonia, cosa irregular en Iván que pensaba que
su mejor olor era él.
Incapaz de explicarse por qué no tenía que ir directamente al local de salsa ni por qué se
ataviaba con sus mejores galas, permitió ser empujado por misteriosas fuerzas hacia quien sabe qué.
Y al poner la primera marcha del Ford, sus intenciones eran reunirse con el grupo de la fiesta. Quería
seguir divirtiéndose con ellos pero sin haberlo previsto se acercó antes a otro establecimiento para
saludar a quien sustituyó como discjockey en Red Sun. Ostentaba el cargo de relaciones públicas en
una popular discoteca y le había rogado que llegara cualquier día a tomar unas copas. Necesitaba
ideas para la organización de eventos, y así, impulsado por una mágica fuerza se encontró en las
puertas de la discoteca ese día en particular, en ese momento concreto, lejos del local donde
aguardaban los compañeros de trabajo. En verdad no tenía que pasar por aquel sitio, sin embargo,
ahí es donde se encontraba Iván.
Para poder conversar sin tener que gritar, se instalaron al lado de la escalera de acceso a la sala junto
al guardarropía. Más luz, y menos ruido. Iván no había ido a bailar ni a mezclarse con la gente. Nada
más quería saludar a su compañero pincha discos con brevedad y al verlo pensó “Demasiado polvo
blanco”. Había adelgazado. Estaba pálido y ojeroso, con razón se le habían agotado las ideas. La droga
se las había chupado y ya no quiso estar con él como si la adicción fuera algo contagioso. Iván eludía
toda mala compañía de negativa influencia y se dispuso a dar un paso para salir cuando...
¡Sucedió antes de que se pudiera marchar!
Se le aproximó una chica para pedirle fuego que salió de un grupo de chicas que parecían estar
muy alegres. Brilló una luz al fondo. Iván imaginó que se trataba de los focos de la pista. No prestó
atención, pero al comprobar que el fuego no era para ella, sino para Susana, Iván quiso alumbrar
personalmente el cigarrillo de Susana intrigado por averiguar acerca del resplandor que aumentaba
como un amanecer intenso de anaranjados rayos potentes.
Depositó su vaso encima del mostrador del guardarropía. Caminó buscando en su bolsillo el
encendedor que funcionaba como excusa y gancho para relacionarse y al llegar ante ella quedó
prendado por su destello cegador. Dejó de oír las risas. Los murmullos. Ya no existía la música justo
cuando a Susana se le calló el cigarrillo. Iván no se agachó. Pero su descortesía no entorpeció el
instante que lo convulsionó por dentro sin disimulo derrotando el terremoto la estructura de su
cuerpo que como un castillo de naipes zarandeado por el aire se desmoronó. Susana tampoco se había
agachado a recoger el cigarrillo, pues lo miraba fijamente hipnotizada. Ambos se miraban el uno
dentro del otro.
Sin saber exactamente cómo, treinta minutos más tarde, los dos se encontraban frente a la
cumpleañera. Iván quiso presentarle a Susana, quien dejó atrás a sus amigas, y fue allí, en medio de la
pista del local de moda donde sólo ponían salsa que lejos de sus amigas se besaron. Pero no fue un
beso cualquiera. Algo asombroso ocurrió en cuanto sus manos palparon a Susana estrujados por la
multitud. Recobró la misma sensación: aquellos escalofríos y temblores que sintió en su estudio
anunciado el encuentro y el beso. Un beso largo y apasionado que los mantuvo absortos al margen
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de todo cuanto pasaba a su alrededor. El traquetear en los bafles, algún vaso roto en el suelo, codazos
y golpes involuntarios en el tumulto no importaban, uno y otro por ambos lados al ritmo de la salsa
habían sido empujados por la multitud de gente dicharachera para fundirse en el beso que ni ella ni
él tenían intención de darse pero ocurrió. Ninguno lo buscó deliberadamente pero se besaron
apasionadamente; sobrevino así, allí, en medio de la pista de baile bajo las luces de colores como
fuegos artificiales. Zarandeados por la gente se habían unido y, sí, de madrugada Susana e Iván se
habían fundido ya ambos en un mismo cuerpo.
Guardaba un buen recuerdo de aquel primero de noviembre de 1.988 que transcurrió en casa de
Susana. Es más, aunque intentaba olvidarlo, no lo conseguía. Susana le hizo sentir como nunca antes
se había sentido Iván. Hacía mucho tiempo que deseaba sentir algo así, pero no lo había conseguido
jamás. Fue como encontrar la dulzura del hogar perdido. El fulgor de una casa robada. Se sintió
refugiado, protegido del exterior sin ganas de salir corriendo como en otras ocasiones en las que no
hallaba un pretexto que no hiriera a su damisela. Y por una sola vez en su vida se había comportado
tal como era él en realidad, sin decorados ni parafernalias y sin las posturas o los gestos prestados de
otros, sino tal cual era el hombre que no deseaba que los demás conocieran. Nadie hasta la fecha
había causado esa reacción espontánea que surgió natural, de ningún modo intencionada, de ningún
modo forzada; le había dado la misma transparencia que otorgaba a su amigo Oscar.
Susana no sabía hasta que punto era afortunada, pues había tenido el privilegio de disfrutar
del verdadero Iván, quien a menudo se decía “Debo tener cuidado porque si de mí creo una leyenda
a menudo seré su esclavo”. Y a pesar de lo dicho seguía sobre actuando para sorprender a los hombres
y encandilar a las mujeres, divertir a los niños y entretener a los ancianos, desarmar a sus adversarios
sin necesidad de abatirlos y asombrar a clientes y proveedores y mirones. No se había quitado la
máscara y la armadura hasta esa noche de embrujo y durante la jornada del día de los difuntos. ¿Había
muerto el mito de Iván?
En un soplo de debilidad humana, lejos del personaje, confesaba. Y lo peor de todo es que
sentía que la necesitaba. Por una sola vez alguien lo estimulaba más allá del acontecimiento. Susana
fue una persona a la que no utilizó, de la que no se aprovechó porque ella no buscaba nada ni
pretendía nada y ajeno a sus intenciones, pues estaban exentas de cualquier tergiversación, lo
transportaba a un mundo de calidez y bondad sazonado de inconmensurable ternura. Por tal razón
la necesitaba. Y eso a Iván lo asustaba. Tenía realmente miedo. ¿Iván?... por primera vez en su vida!!!
Esa rotunda necesidad era algo que estaba fuera de su control, algo que no dominaba ni
comprendía pero que inevitablemente sucedía y se trataba de algo completamente nuevo. ¡Nuevo!
Pero temía al pánico de necesitarla. ¿Y por qué no podía necesitar a una persona? ¡Necesitaba a Susana!
Había dicho muchas veces a muchas mujeres “El juego del amor es el más peligroso”, y se
quedaba tan ancho a continuación sin advertir la contundencia de su frase. Tripulante de ese velero
llamado libertad, le gustaba alcanzar cosas que a simple vista parecían imposibles, pero Susana estaba
ahí y no tenía que hacer ningún esfuerzo. No tenía que conquistarla ni seducirla. No tenía que
sorprenderla ni deslumbrarla con nada, solamente tenía que ser él mismo; tan sólo eso, así de sencillo
y ya.
Proponerse lo que nadie es capaz de hacer y seguir adelante, triunfante, era la manera habitual
de proceder de Iván, pero en esta ocasión concreta, en este momento de su vida no había
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competición. Nadie pujaba por Susana. No debía batirse en duelo ni salvarla de los brazos de ningún
malvado varón.
Muchas personas pensaban que Iván estaba loco mientras él disfrutaba en su locura sin nadie
cerca, pero ahora existía Susana y esta circunstancia amenazaba su estilo de vida. Sin embargo, los
espléndidos detalles que tuvo a lo largo del primero de noviembre llenaron esa parcela del hombre
llamada compañera. Compartieron bajo un mismo techo todo un día festivo. Convivieron por horas
como pareja. Susana lo atendió arropándolo con una manta en el sofá del salón de su casa y cocinó
para él. Y por primera vez se relajó en un lugar extraño porque era la casa de Susana, porque estaba
con Susana, y porque Susana estaba feliz de cuidarlo y mimarlo. Por eso su recuerdo era para ella.
Algo que no había hecho jamás. Jamás dedicó un solo minuto de su pensamiento a una mujer si no
estaba con ella. Y entonces, quiso realizar una experimento y comenzó a visualizar recordando
imágenes y situaciones vividas anteriormente con otras mujeres y todavía fue mayor su asombro
porque al pensar en cualquier otra sintió que cometía una terrible equivocación, una especie de
infracción o grave error que no tenía perdón y en absoluto era ético. Susana merecía una autentica
atención. Y pensó que debía ser una mujer realmente fascinante si era capaz de incidir de aquella
manera sobre él.
Le resultaba interesante, y atrayente físicamente, no en vano habían pasado intensas horas
juntos hasta que cinco minutos antes de que sus padres y su hermano llegaran tuvo que marcharse
sin ningunas ganas. Ella no los había podido acompañar porque su jefe se lo había pedido –Tienes
que trabajar porque hay mucho acumulado-. No pudo optar al puente y salir con su familia y
frecuentó a sus amigas del barrio y le descubrió en una discoteca.
Pero Iván se engañaba nuevamente al decirse que no podía dedicar a Susana un solo minuto para
valorarla y profundizar en la relación para así conocerla mejor. Se decía que hacer eso llevaría mucho
tiempo. Todos sus razonamientos de los últimos días comenzaban y terminaban con su nombre.
Susana estaba permanentemente presente en todo cuanto se relacionaba con Iván. ¿Se le había
encogido el disfraz? ¿Dónde estaba su túnica? A Iván se le había caído el antifaz!
Había sido muy egoísta durante años mirando únicamente por sí mismo antes que por
cualquier otro ser, cierto, y seguía teniendo muchos objetivos que quería materializar y creía que
debía hacerlo solo, de lo contrario “No será posible” argumentaba sin plantearse armonizar nada. No
podía entretenerse en las cosas de otros si lo apartaban de su plan. Tenía muchas cosas que hacer en
sus interminables listas. Y se decía “El cuervo vuela en bandada pero el águila vuela sola”, y así se
tranquilizaba sobrevolando el mundo, pero desde la aparición de Susana este recurso ya no
funcionaba porque ella actuaba como un bofetón. Entonces buscó otro argumento con el que
consolarse y comenzó a decirse cada mañana “Si quiero llegar a la meta debo correr solo, y cuanto
más lejos me proponga llegar más lejos llegaré”, como si con este comentario pudiera escapar del
resplandor cegador de Susana.
Iván tenía una insaciable necesidad de que le amaran y de que lo admirasen. Su acentuado problema
de falta de afecto se había multiplicado con el paso de los años hasta el punto que requería del calor
del público. Tenía grandes esperanzas y mucha ilusión depositada en su disco, aunque no le convenció
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en absoluto la propuesta final. No dejaba de ser un hecho insólito que el rey de la farsa tuviera
escrúpulos. Le dolió que hubieran alterado el acuerdo.
En el contrato firmado con una productora discográfica independiente, Iván figuraba como
"artista" y se comprometía a efectuar con carácter exclusivo y en calidad de intérprete grabaciones
fonográficas para su explotación en todo el mundo. Dicho contrato se pactaba por una duración de
tres años durante los cuales debían grabarse varios temas musicales suficientes para la edición de un
disco LP por año con el fin de impulsar al máximo las ventas. Iván debía colaborar interviniendo en
programas de radio y televisión, acudiendo a entrevistas, firmando discos en los grandes centros
comerciales.
Al estampar su firma en aquel documento el 28 de octubre de 1988, había hecho realidad uno
de sus sueños adolescentes, pero su poco conocimiento del mundo del espectáculo no evitaría el
desengaño. Más bien acentuaría el desencanto. El director general de la productora estaba
acostumbrado a divertirse de manera despiadada a expensas de las jóvenes promesas. Creaba
expectativas esperanzadoras jalonadas de éxitos y aplausos y autógrafos rodeado de admiradores a sus
víctimas siempre con la fotografía en las portadas de las revistas, y por esta razón en los pasillos de las
oficinas no era raro encontrar jóvenes apasionados consumidos por el exceso de la paciente tortura
justo cuando las mentiras quedaban al descubierto. Ese individuo seguramente pensaba que trataba
con piedras o palos de escoba en vez de con personas sensibles llenas de ilusión.
Iván no era una excepción en su primera fase. Totalmente entusiasmado brincaba de alegría
satisfecho por los futuros acontecimientos que se avecinaban. Se había entregado por completo a los
ensayos con la autorización de los propietarios del concesionario IBM que comprendieron esa pasión
que a ellos les habían robado los años, y ante la oportunidad que se le brindaba a su empleado,
recuperando la ilusión a través del centellear de sus ojos esperanzados y le concedieron un horario de
trabajo intensivo de ocho y media a tres de la tarde para que pudiera compaginar ambas actividades.
Y luego de cumplir con su cometido laboral asistía Iván puntualmente a la cita con su nuevo reto
atendiendo las exigencias de la coreógrafa de cinco a nueve de la noche sin quejarse por el
agotamiento físico.
Por el momento, todos los gastos estaban a cargo de Iván, y no le molestó financiar su sueño
porque se lo podía permitir, podía invertir tiempo y dinero. Durante tres meses trabajaron sobre un
popurrí de viejos éxitos franceses de los años sesenta y setenta vivos en la memoria popular.
La permanente demora de una audición con el técnico responsable de sonido fue el principio de
la inevitable y malintencionada contrariedad en forma de trampa. Algo no andaba bien. La
intuición de Iván lo había alertado ya, cuando después de una exhibición con público una
mañana de domingo, tras las felicitaciones, le presentaron al cantante: un hombre de unos
cuarenta y bastantes años regordete y bajito muy tímido pero con una voz enorme. Miró al
ejecutivo responsable del proyecto y se percató de inmediato el por qué no le habían dejado
grabar sus propias versiones. Le obligaron a hacer ver que cantaba mediante playback mientras
analizaban su vocalización y apariencia en escena observando sus movimientos eléctricos y
apasionados a fin de garantizar la credibilidad. Iván recordaba perfectamente el francés y sus
labios sincronizaban perfectamente la letra de las canciones. Ante todo y sobre todo, cuando se
lo proponía era el mejor actor. Pasaba por ser el cantante si quien lo miraba desconocía el
detalle. La productora precisaba de su carisma y vitalidad, de ese feeling tan especial que le
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diferenciaba de los demás y de la sensualidad de sus gestos peculiares, además de la iluminada
sonrisa que hechizaba a las jovencitas de la oficina y a las maquilladoras, pero Iván, no se
conformaba con ser puro envoltorio, quería imprimir su personalidad con su inequívoco sello. Y
si no ponía su sentimiento, si no lo expresaba con su propia voz desde sus entrañas por la
garganta, no quería pisar el escenario. Y le dijo al director general de la productora frente a todos
los presentes que no iba a subirse a ninguna plataforma ambulante porque no quería engañar a
las personas. Pretendía jugar limpio por una vez en su vida con los focos como testigos. Iván se
había decidido a abrirse finalmente al mundo y miró fijamente a los ojos del individuo que
pretendía convertirlo en una marioneta para decir todo cuanto opinaba respecto al tratamiento
recibido y sobre el trato que más adelante iban a recibir los espectadores estafados y defraudados
cuando se enteraran... “Porque todo se sabe antes o después” apostilló “La verdad es tozuda y
sale a flote como un cadáver”.
Cogió sus cosas y se marchó dejando a los asistentes al discurso trastornados por la insospechada
reacción de Iván. No dejó que el proyecto pasara a su segunda fase abortándolo antes del
despegue. Frustró el lanzamiento discográfico y desapareció esfumándose como el viento
cuando enfila hacia al polo norte, pero no sin antes anunciar que destaparía el montaje si el
entramado seguía adelante con cualquier otra joven promesa ilusionada a la que castrar “Nada de
farsas, si escucho el tema en la radio y no veo actuar al bajito convocaré una rueda de prensa o
me iré a dar mi testimonio a la televisión con el contrato bajo el brazo” y mirando al bajito
tímido le felicitó por su enorme voz “No temas mostrarte tal cuál”. A Iván no le importó el
comentario del director general que había acudido para dar el visto bueno al proyecto y preparar
el lanzamiento para las campaña de Navidad –Tendría que estar agradecido... muchacho
insolente-.
Y esa misma tarde que defendió su autenticidad pensó en Susana, aferrándose a su recuerdo,
a su imagen, a su resplandor inaudito. Habían compartido algo maravilloso que no se desvanecía, no
en vano conectaron durante horas sin cansarse el uno del otro unidos por una vigorosa magia. Y se
preguntó si podría repetirse, retenerse y guardarse y se respondió “Sería muy difícil”. ¿Estaba
idolatrando la experiencia vivida?
Iván reconocía que al precisar constantemente nuevas experiencias con las que gozar y aprender era
un ser inestable, pero a su vez, la oportunidad de tales sensaciones con las que vibrar le garantizaban
el control de su vida.
Sinónimo de aventura, era un aventurero con toda la amplitud del espíritu que entraña esta
palabra. La aventura podía ser completamente loca pero Iván estaba cuerdo, y volviendo a Susana se
cuestionaba que aunque lo hicieran, aunque consiguieran materializar otra vez la intensidad de todo
aquello que ambos sintieron probablemente un día acabarían aburriéndose el uno del otro porque
nada es permanente y todo es transitorio.
Sabía que era doloroso el desengaño. Apenas hacía unas pocas horas que había quemado su
estandarte como cantante; como si no hubiera más discográficas y otras opciones más que esa.
Iván se había acomodado en su faceta de eterno seductor. Buscaba lo bello a su modo de ver,
y al encontrarlo, participaba hasta extasiarse y una vez hecho esto seguía buscando sin detenerse ni
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encariñarse con nadie. No quería obligaciones posteriores. No quería tirar el ancla. Nunca echar
raíces. Sin embargo, comenzó a hablarle como si tuviera a Susana justo a su lado “Eres un sueño
materializado, pero un sueño al fin y al cabo que se desvanece al despertar a la realidad”.
Seguía atesorando un fantástico sabor en su boca, pues aquel martes festivo de discoteca que
se alargó hasta el miércoles en la noche le había dejado una profunda señal. Y cada vez con mayor
frecuencia, su instinto lo devolvía al acontecimiento que continuaba alimentándolo, quizás, para que
no se extraviara jamás. Hasta que comenzó a degustarlo a cada rato para sentir nuevamente su
contacto, y en esos instantes, deseaba correr al teléfono para escuchar su melódica voz para entonces
relajarse y desahogarse. Pero Iván no la llamaba por teléfono según él “En beneficio de ambos”. No
quería causarle inconvenientes a Susana. Se dijo “Apoyarme en ti porque lo necesito, pero, y después
¿qué?”. Era una suerte que fuera tan sincero, comentó “No voy engañarte nunca Susana”, pero Susana
no estaba ahí y no podía participar. Y añadió hablándole a una sombra “No quiero hacerte daño”. Y
al final terminó hecho un lío. Ya no estaba seguro de si en verdad se dirigía a ella. No sabía
exactamente si era a Susana a quien decía todo aquello o por el contrario se lo decía a la necesaria
relación de pareja que precisa todo hombre para llenar esa parte vacía que solo una mujer puede llenar
como complemento imprescindible de vida. Y confundido, no discernía si era Susana quien llamaba
a su puerta o era esa parte de sí mismo que a gritos anhelaba a su compañera. Sin duda Susana le había
planteado un interrogante. Algo sucedía en el interior de Iván que lo inquietaba como nunca antes
lo había inquietado nada.
Desembaló un ordenador personal que se había traído del concesionario y que estaba en un rincón
del estudio desde hacía meses para teclear durante el fin de semana cada una de sus impresiones y
todas las sensaciones, pero borró el archivo y apagó el equipo. Buscó un bolígrafo. Unos papeles.
Escribió de nuevo todas aquellas frases al tiempo que murmuraba “Las cosas del corazón deben
escribirse a mano” y cuando terminó se sintió desnudo y avergonzado de que alguien a quien todavía
no conocía supiera tanto de él. No quiso imprimirlo en una máquina. No quiso que una perfecta
presentación ensombreciera el contenido. Guardó los folios llenos de borrones y tachones en un
sobre pensando “Cambiamos muy rápidamente de parecer, será mejor que espere unos días antes de
entregarle mi escrito”. Y se trasladó de la mesa de trabajo al armario donde guardaba algunas cajas
porque Susana le había pedido una fotografía para llevarla en su cartera.
Iván abrió una caja formidable, seleccionó las instantáneas que reflejaban mejor los rasgos de
su carácter y tratándolas como si fueran cromos de una vistosa colección, las barajó hasta extraer
cinco con las que definió la rebeldía, la elegancia, la sensualidad, la simpatía, y su gusto por el trabajo;
todas de un tamaño de treinta y cinco por veinte, demasiado grandes incluso para un billetero
gigante, pero así era Iván. Las fotografías pertenecían a un reportaje reciente que un experto de
publicidad le había realizado gratuitamente a cambio de autorizarle a utilizar las mejores para
promocionar su agencia y, dos de ellas, a tamaño natural, pasaron a vestir las paredes de la entrada de
la galería que inauguró para su etapa de otoño. Eran fotografías en blanco y negro. Autenticas
imágenes de estudio profesional bien elaboradas e iluminadas con un exquisito tratamiento de
laboratorio.
Al cerrar el sobre, recordó que para estimularse a lo largo de la sesión había cambiado
periódicamente el tipo de música regocijándose en los ambientes a plasmar en la estampa. Luego de
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hacer las primeras, se afeitó y fue variando de vestuario en función de la imagen a captar por el ojo
de la cámara. Gesticulaba mientras el flash se disparaba una y otra vez al son de la música en una
improvisada coreografía. Así consiguieron buenas tomas y el mejor primer plano lo enmarcaron en
tamaño póster para que presidiera la zona central donde se ubicaba la recepción en la peluquería de
la esposa del fotógrafo que se enamoró de Iván.
Antes de que el mensajero motorizado entregara el sobre a Susana le hizo firmar un recibo. Y
mientras subía las escaleras de vuelta a su puesto se preguntaba qué era aquel sobre y de quien podría
ser.
Cuando a solas en su despacho lo abrió, las fotografías se desparramaron encima de la mesa
explosionando cada una de las imágenes como granadas de mano, primero en su cabeza una dos, y a
continuación en su corazón tres, cuatro, cinco explosiones graves. Decía el remitente: “¿Comemos
juntos?”, en letra mayúscula de color rojo. Se trataba del hombre con el que se había acostado hacía
tres semanas y del cual pensó que nunca más volvería a tener noticias porque Iván no le dejó ni
teléfono ni la esperanza de otra cita. “No me gustan las despedidas”, le había dicho antes de
desaparecer en su impecable y veloz Turbo rechinando las 36 válvulas.
Susana leyó con atención aquel montón de sinceras frases que turbaron su jornada laboral de
igual forma a como llegarían a turbar su vida entera. Nadie le había contado tantas cosas y tan
sumamente íntimas todas ellas en tan poco tiempo de conocerse. Nunca nadie la había invitado a
almorzar por medio de un desconocido mensajero que ni siquiera se quitó el casco durante la entrega.
Terminaba su larga exposición: “Un beso y mi caricia suave que quisiera recorrer tu mejilla
deslizándose por todo tu cuerpo de arriba abajo por delante y por detrás”, y en ese momento suspiró
profundamente Susana. Como posdata: “Tu amigo siempre, Iván”. Susana volvió a leer la carta de
nuevo otra vez desde el principio.
Iván quería replantearse la vida. Y descubrió que se expresaba mucho mejor respecto a sí mismo
cuando escribía, en privado, lejos de las personas, centrado exclusivamente en la tarea, disponiendo
del tiempo imprescindible para escoger una manera clara y concisa de exponer sus ideas. Y respecto a
Susana, quería extraer los significados, encontrando cada palabra que reflejara todo cuanto estaba
sintiendo, pero esta vez, lejos del propósito de sorprender, sino ajustándose solamente a la veracidad
de las emociones. Susana tendría que irse acostumbrando a estos momentos de inspiración que no
se producían cuando estaba con ella, sino luego, cuando analizaba la situación fríamente. De esa
forma Susana no perdía detalle porque lo importante quedaba retenido por su puño para la
posteridad. Cuando estaban juntos, se tenían el uno al otro y cuando se separaban, Susana tenía sus
pensamientos por escrito porque Iván redactaba intuiciones y sobretodo convicciones acerca de los
dos. Especulaba bebiéndose la relación de pareja que instauraba.
Para Iván una sensación era algo muy difícil de concretar. Debía relajarse, concentrarse un
buen rato, para tranquilamente observar de cerca la realidad, y así, acariciar esa intimidad que Susana
le ayudaba a descubrir como el vigilante apostado en una esquina que permanece inmóvil mientras
la vida pasa por delante de sus ojos. Ella había conseguido que se detuviera, y que dejara de mirar
hacia afuera, al exterior, a los lados y delante y atrás para mirarse repentinamente dentro. Por primera
vez en su vida estaba interiorizando en su ser; un ser enamorado con una sensibilidad a flor de piel.
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Llenar una parcela importante de su vida completamente ignorada hasta la fecha abrió una parte de
sí mismo inesperada para el mismo Iván. Y al tener todo aquel caudal energético en funcionamiento,
se absorbía para traducirse en palabra escrita que no imprimía arrinconado el ordenador.
Iván repasaba los textos una y otra vez disfrutando al poderse comprender. Comprobaba si
cuanto decía y transcribía era totalmente cierto, convencido que era una buena forma de ayudar a
Susana a conocer incluso las zonas más sombrías de su persona, aquellas que persistentemente había
despreciado y camuflado con elementos postizos para dejar a un lado sin atención. Incluso todas sus
deficiencias funestas quedaban al descubierto.
Creía que con tal comportamiento facilitaba una placentera relación porque se decía “Si Susana
lo tiene todo por escrito, en cualquier momento puede leerlo y releerlo sintiendo nuevamente la
alegría o la desesperación por lo que se avecina”. Es cierto que Susana podría recuperar las tiernas
palabras de Iván, y también sus advertencias sazonadas de sentido común. Iván pretendía garantizar
una futura convivencia conyugal. Nunca antes había tenido novia, no había pensado en el
compromiso del noviazgo jamás. Y le dijo un día “La palabra impresa es eterna y perdurará por siempre
más”, eso sucedió antes de meterle una cariñosa nota de amor en el bolsillo trasero de sus ceñidos
pantalones en el rompeolas de Barcelona para justo después estrecharla entre sus brazos en lo alto de
las rocas, tocando el mar en pleno invierno, brisa, lluvia en alta mar.
Lo notaba. Susana empezaba a formar parte de Iván, y esa parte era cada vez más y más inseparable.
Imaginaba que era difícil amar con toda la extensión del significado, pero si había una persona en el
planeta tierra en la que podía volcar todo su amor, esa persona se llamaba Susana. Podía intentarlo
con ella. Y se reafirmaba en tal posibilidad con la sana intención del propósito, aunque se le antojaba
imposible, a él que nunca antes temió a los desafíos.
Decir uno, cuando han de formarlo dos seres distintos, era algo incongruente incluso para Iván.
No entendía como sin dejar de ser cada cual por separado lo que eran, y tal como eran, sin
renunciar a su ser más característico podrían convivir en avenencia como una sola unidad. Y sin
perderse en la reflexión detestaba la incógnita de si lograrían fusionarse de por vida con esa
concepción de unidad que nada más puede existir, y subsistir, como resultado de una completa
comunión entre las partes.
Y no sabiendo si era posible, desconociendo el pasado y los antecedentes de Susana, una vez más,
fue en dirección al riesgo precipitándose de cabeza al abismo porque era un hombre de acción y
tenía un nuevo estímulo y estaba exento de fronteras y sin miedos que lo turbaran; una vez
aceptada la necesidad, de la mano de la esperanza y la fe, con su pecho halado y la franqueza por
delante abordaría el reto de su necesidad existencial. Y con amor, mucho amor, pero también
con la comprensión de ese amor en grandes cantidades y en todas sus maneras de expresión,
recuperaba la naturaleza misma de su ser.
Y se lo preguntó una noche a continuación de cenar en un romántico establecimiento cuando
todavía no habían traído el café. El camarero había retirado los platos y trajo un cenicero limpio
que Susana inmediatamente le rogó que se llevara. Quería dejar de fumar porque a Iván le
molestaba el humo y el olor en la ropa y el sabor en su boca. Entonces escuchó lo siguiente:
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“¿Te apetecería que formáramos una pareja digna de mención como modelo a seguir e imitar
por generaciones venideras?”. Era el 23 de noviembre.
A partir de ese momento el hobby preferido de Iván consistía en averiguar como podía hacer
feliz a Susana dándole gracias por la oportunidad. “Iván, tu fiel compañero” era su firma a pie de
página en sus textos románticos. Quedó atrás la expectación de cualquier silla frente a él vacía porque
ya no era el recuerdo de Susana quien lo acompañaba sino la misma Susana a todos lados.
Un final de semana se trasladaron a la Costa Brava, a Begur. Fueron a visitar la segunda residencia de
los padres de Susana y cuando Iván los conoció, le parecieron personas maravillosas y afectuosas.
Su madre, hija de un pueblo de Salamanca, había traído consigo a la capital catalana los valores
del campo. Al sentarse en la mesa redonda todos juntos en familia, Iván se sintió acongojado ante el
cuadro. Aquello era exactamente lo que anhelaba. Quería decir adiós a los bares y tabernas, a las
cantinas, a toda comida de restaurante. Quería tener a quien darle las buenas noches y también los
buenos días. Deseaba constituir un hogar alejado de las lavanderías. Y viendo como el padre de Susana,
un robusto catalán de gruesos lentes servía agua en cada uno de los vasos, algo tan simple y cotidiano
para ellos, consternado, tragó saliva porque para Iván se trató de una verdadera ceremonia.
Susana tenía un hermano, y aunque no se parecían físicamente, su signo era muy similar. Tenía
una novia con la que Susana se relacionaba mucho. Hablaban las dos de muy diversas cosas y aquel
domingo después de comer el único tema de conversación giraba entorno a Iván -Es tan guapo
Susana- le dijo a los pocos minutos que fueron presentados -Tan atento contigo- cuando vio como
la trataba porque Iván lo hacía con gentileza y quizás eso era lo que más agradaba a la gente que
rodeaba a Susana. Insistió diciéndole -Sabe comportarse tan bien-.
Y se repetían las mismas frases -Te regala vestidos caros- y sus amigas añadían -Es muy
simpático y agradable- y su madre le decía -Gana mucho dinero-. Y le había dicho su padre -Tiene
una moto chula y un pedazo de cochazo y dices que vive solo en un amplio estudio...-. La chica que
primeramente le solicitó fuego en la discoteca –Cómo pude ser tan tonta si ese muñeco era para mí!. La vecina del barrio de Susana que lo veía llegar solía exclamar con cierta ironía -Míralo... seguro
que no te aburrirás con Iván-. Bromeaban sus compañeras del trabajo -Si no lo quieres nos lo
quedamos nosotras- y en tal circunstancia se ponía brava Susana dispuesta a defender lo que era suyo
al ver peligrar su futuro. Incluso las madres de sus amigas, todo el mundo que conocía a Iván le
arrojaba flores felicitando a Susana porque Iván causaba buena impresión, y es que Iván sabía qué
hacer y cómo agradar a la gente y aunque no era necesaria la triquiñuela, igualmente se las ingeniaba
para que el entorno lo promocionara conspirando a su favor.
Solían apelar a comentarios favorables de enhorabuena porque se le notaba que llevaba buenas
intenciones, se leía en sus ojos, en sus delicados actos, en cada gesto, y nadie hubiera dicho nunca
que podía derivar en una relación tempestuosa de chillidos y cuchillos. Se percibía un romance
bendecido por fuerzas superiores y nada justificaría un cambio. Ninguna amenaza a la vista. Ningún
contratiempo.
Únicamente el que se convertiría en su cuñado recelaba porque estaba muy unido a Susana y
temía perderla. Lo habían hecho todo juntos desde pequeños. En una ocasión que Susana le preguntó
qué opinaba a cerca de su prometido le contestó secamente -Yo lo veo pedante, aunque reconozco
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que tiene motivos para ello; ha conseguido muchas cosas en su vida y lo ha hecho solo sin ayuda de
nadie; quizás yo en su lugar me comportaría como Iván, no lo sé- y con el comentario admitía con
desgana que Iván había sabido abrirse camino en la vida. Iván no conectaba con el hermano de Susana
y nunca lo tratará como a Oscar, sin embargo, lo respetaba desde la distancia y con educación. No
era con el hermano con quien iba a convivir.
Pronunciar el tradicional "te quiero" equivalía para Iván a un compromiso formal. Las dos palabras,
en un principio muy simples, carecían de cualquier significado sino existía una acción constante que
demostrara el sentimiento, y durante años, Iván se había distinguido justamente por lo contrario,
por la falta de sentimiento y por la inexistencia de las dos palabras sino eran en idioma alemán. Pero
algo había cambiado en su concepción y se llenaba la boca pronunciándolas porque sin duda
escuchaba la llamada.
A su modo de entender, la afirmación equivalía a un combinado perfecto con gran cantidad
de amor, algo de posesión y mucha lealtad. Decir te quiero implicaba automáticamente todo eso y
durante los próximos ciento cincuenta años, Iván quería ofrecerle a Susana diversas pruebas palpables
no sólo de amor, sino también de respeto. Le decía “Estate alerta y fíjate en los detalles más
minuciosos, justo ahí es donde encontrarás las estallidos más relevantes”. Insistía cada vez que le
entregaba un escrito “Aprende a leerme entre líneas”.
Le advirtió que en ocasiones se expresaría de manera bien extraña y muy probablemente
incomprensible para la mayoría de los mortales. “Y si no me comprendes tú llegado el caso, nada más
espero que me respetes”, decía con vida en los ojos mientras cariñosamente le tomaba la mano
dibujando con su índice un círculo en su palma. Iván podía ser abstracto, pero siempre era muy
personal. En todo cuanto se recreaba y realizaba dejaba una pizca de su singularidad. Fiel a sí mismo,
quería seguir siéndolo hasta el final. Necesitaba seguir siendo suyo, y, lejos iba quedando aquel joven
superficial de conducta artificial.
Porque Susana como un aire fresco se introdujo en lo más hondo de su ser quedando
integrada en su camino, pero antes de confesárselo abiertamente, deseaba estar totalmente seguro,
plenamente convencido. Nunca antes de ese día había desnudado tanto sus sentidos. Él mismo estaba
asombrado y desbordado por el acontecimiento. Susana le cambiaba sin hacer nada, sin pedir nada,
solamente entregándose, dejándole que reaccionara en relación a los nuevos aspectos de la vida y del
amor.
Iván planificaba una vida en pareja con Susana, y, raro en su proceder, se centraba en asegurar
la continuidad de la unión en vez de optar por lo efímero y transitorio. Así le daba vueltas al asunto
mirándolo de arriba abajo y de izquierda a derecha proyectando hipótesis, avisándola de sus cualidades
más negativas para que en un tono desdeñoso de resentimiento nunca le reprochara que no la avisó.
Y ciertamente, en el futuro no habría sorpresas. Todo quedaba dicho. Zanjado. Sellado como si
explicar como era equivalía a que ella pudiera soportarlo. ¿Sabía Susana donde se metía? Toda aquella
insólita forma de actuar era para Iván la más reveladora prueba de amor hacia ella. Absolutamente
nadie sabía tanto sobre Iván excepto Oscar. Iván quiso ofrecerle su mejor regalo: a él tal cual era en
verdad. Y no mencionando sus virtudes, no le escondió ni un sólo de sus defectos y a media noche,
ya en la cama, todavía solo en su estudio libre del acoso de murciélagos y vampiros, a menudo se
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levantaba para anotar una frase suelta relacionada con algún pensamiento espontáneo que surgía en
la quietud de la noche. Y desde ese mismo instante se moría por transmitírselo a Susana.
Un jueves aguardaba Iván en la puerta de entrada de la empresa donde trabajaba Susana. Fue a
recogerla para acompañarla a su casa. La encontró poniéndose el abrigo, y, antes de que pudiera
decirle “hola”, mientras andaba dirigiéndose hacia ella pronunció lentamente una de esas frases suyas:
“Espero que nos procuremos una felicidad insaciable más allá de todo cuanto ahora conocemos”.
Ocurrió frente a la portera y la mujer de hacer la limpieza, justo en el momento que entraba su jefe
desde el almacén dirección al despacho. Todos dejaron cuanto hacían y pensaban para volverse hacia
ellos para contemplar la escena de película. Y Susana nuevamente se fundía más por el mensaje de sus
palabras que por la situación creada.
Ella intentaba comprenderlo, y se lo aceptaba todo sin restricción. Iván podía sentirse libre
aun perteneciéndole a ella porque libremente podía expresarse sin tener que renunciar a hacer las
cosas con su propio estilo.
Radicaba el secreto de Susana en no intentar retenerlo o forzarlo, simplemente dejaba que se
comportara a su aire sin censurarlo ni coartarlo alegando vergüenza. Así de fácil. Algo tan sencillo
como dejarle hacer sin cuestionar la forma. Bordeaba magistralmente Susana los ángulos evitando el
enfrentamiento, pero sin sumisión, porque llegado el caso, con seguridad Iván perdería todo interés
e iría en busca de cualquier nueva aventura que lo estimulara más.
Antes del fortuito encuentro, había una parcela de su ser que además de vacía, estaba
adulterada, provocándole un considerable tambaleo en la construcción de su persona que repercutía
negativamente en varios campos. Pero gracias a Susana quedaba recuperado el equilibrio, dando aun
más fuerza y vigor a todas las otras parcelas que ya estaban formadas y eran claras, nítidas, y cumplían
con su función a la perfección. Al contar con Susana, podía esperarse mucho más de Iván. Juntos
podían llegar muy lejos. Se habría ante ambos un futuro prometedor, y estando Iván hablando por
teléfono desde su oficina negociando un descuento con el responsable de compras de una prestigiosa
firma turística, sin darse apenas cuenta, anotó en la misma hoja del pedido sin perder el hilo de la
conversación “Soy el amo del mundo; si quiero puedo comérmelo de un bocado”. Rebosante de
fuerza bruta había sobrepasado todas las líneas de meta.
Pero Iván dudaba todavía. Él que se había caracterizado básicamente por la improvisación y el
repentino golpe de timón en esta ocasión se retenía asegurándose, ¿intentando asegurar qué?
Menguaba su arrojo hacia la cautela, y, recordando a su buen amigo Oscar, evitaba la acción precisa.
Llevaban casi dos meses saliendo todos los fines de semana de viernes a domingo noche como una
pareja que viven juntos pero no han contraído matrimonio. Y seguía desconcertado, avasallado por
los acontecimientos y lo favorablemente que se desarrollaban. Todo cuanto estaba ocurriendo le
ponía en una posición cada vez más y más delicada. Debía decidirse a dar el paso definitivo. Y un día,
paseando por el mercadillo de Palafrugell le dijo “Me encuentro en un tren que sigue su correcto
trayecto pero se ha encontrado de pronto con una estación que no figuraba en su itinerario y no se
si debo bajar a investigar o por el contrario, debo seguir firme en mi puesto ya que al final del camino
existe un triunfo. Si desciendo quizás pierda mi tren”. ¿Dudaba en cuanto al compromiso?
Le pasó el brazo por la cintura, Susana también a él, y se dejaron envolver por el gentío
recordando el tumulto de la discoteca que los arrojó uno en brazos del otro. Iván aminoró el paso
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para mirarla fijamente a los ojos “El tren tiene un destino que ya estaba escrito y debe,
inevitablemente, llegar. Ese tren debe cumplir con la misión asignada. Una recompensa por el duro
trabajo aguarda al final del trayecto. Dime, ¿vas a subirte a mi tren?...” y Susana empujada por la gente
que se movía con prisa pensó que no era el mejor lugar para responderle, pero asintió con la cabeza.
A Iván de repente le daba por agasajarla con alguno de sus jeroglíficos en los momentos más
inesperados. ¡Si lo era de extravagante!
Le incomodaba perder el tiempo tontamente, pensaba que se trataba de un lujo que no podía
permitirse, pero también le asustaba el hecho de entrar en vía muerta, sin embargo, se apeó. Se bajó
de su tren. Y estaba allí con ella. “Puedo asegurarte que hasta la fecha han sido las ocho semanas
mejor invertidas”, y en su voz temblorosa se apreciaba la emoción comprimida de su decisión. No
estaba seguro si ella deseaba que recuperara ese tren, pero no se reprimió “¿De veras quieres arriesgarte
a subirte conmigo?”, le preguntó cuando acercó las palmas de las manos a su cuello y, suavemente
los subió hasta las sonrojadas mejillas para voltearlas acariciándola con los nudillos. Y Susana volvió a
asentir levemente con la cabeza. Tal petición la había dejado sin habla. Entonces Iván le retiró los
largos cabellos y la besó en la frente “Gracias cariño. Así podré llegar donde siempre he deseado estar
para ocupar el puesto que me pertenece”, y rozó con las yemas de los dedos sus labios para besarlos
a continuación, primero el labio inferior, luego con una cabriola el labio superior. Luego el ojo
izquierdo y el derecho desconcertando a la gente que pasaba por el abarrotado mercadillo de
Palafrugell sin imaginar que un día... en ese mismo municipio...
La ambición de Iván era fuerte y grande, pero eso no significaba la acumulación de poder y riqueza.
Iván quería ir por la autopista en el carril rápido adelantando a cuantos vehículos se encontrara
durante el viaje, en constante movimiento, pero con el conocimiento de que la autopista es larga y
que no termina jamás sabiendo que invariablemente se encontrará por el camino con otro vehículo
mucho más diestro y rápido que el suyo. En su opinión, la ambición consistía en no tener a nadie
delante. Iván no quería tener que frenar y marchar a otro ritmo que no fuera el propio porque otro
entorpecía su avance. No quería ser más que los demás, ni tener más que los demás, simplemente
no quería que nadie le privase de su libertad anhelando la capacidad de dar un buen acelerón
cuando las circunstancias lo exigían consiguiendo reubicarse para seguir haciendo aquello que le
placía.
Y ambicionaba el mundo artístico. Y le propusieron interpretar una obra de teatro con la popular
actriz madrileña que se iniciaba en el campo de la dirección. Pero Iván conocía demasiado bien a
las mujeres y ya en los primeros ensayos, una semana después de la prueba comprendió que su
elección durante el casting obedecía al capricho temporal de aquella mujer que durante los
descansos le rogaba solo a él que le mostrara la verdadera Barcelona de noche. Le insinuaba
claramente que tras estrenar la función no podría librarse de caer en sus brazos como requisito
previo a impulsar su carrera artística.
Le hacía tanta ilusión debutar en una obra de teatro como la grabación del disco. Llevaba
veinticuatro años esperando una oportunidad de ese tipo y por fin se la servían en bandeja. Era la
puerta que por fin se abría invitándole a entrar en una dimensión terriblemente atrayente para
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Iván, pero con los habituales entresijos de la profesión y une peaje que en otras circunstancias no
le hubiera importado abonar, ahora se revelaba como una coacción a su estabilidad emocional.
Durante el carnaval de aquel año, Iván buscó un personaje difícil para poder lucirse con su disfraz.
Quería que la gente se girara por la calle para admirarlo y esto es exactamente lo que sucedió porque
a la gente le parecía ver por las calles de Barcelona a Michael Jackson.
Su abuela cosió a una chaqueta negra, chapas, hebillas y cadenas, simulando la portada del LP
"Bad". Mandó confeccionar una peluca y unas botas similares a las de Michael. Se maquilló
disimulando su nariz, resaltándose los ojos y las cejas y alcanzó un impacto visual impresionante. Era
increíble el logro pero aún así, Iván no estaba satisfecho. Quería más. Siempre necesitaba llegar un
poco más allá.
No se conformaba con realizar la tarea por la tarea en sí misma, siempre lo hacía en busca de
“algo” que a menudo ni él mismo conocía y, por lo tanto, no sabía exactamente para qué le serviría.
Iván precisaba resultados que acumular en su memoria. Se había visto obligado a no jugar en su niñez
y jugaba a clavar constantemente su vista en numerosos desafíos. No vivía por amor a la vida sino
por amor al hallazgo, la cosa, la posesión de la experiencia.
Se puso frente al televisor en su amplio estudio de un solo ambiente para visionar todos los
videoclips de Michael hasta conseguir copiar a la perfección cada uno de sus movimientos. Y
consiguió tal caracterización, que los organizadores de un concurso al que le empujaron a presentarse
le dijeron –Eres la misma imagen del disco que se ha materializado en carne y hueso-. El propietario
le sugirió la posibilidad de realizar una exhibición de quince minutos como reclamo el siguiente
sábado -Ven con estos espasmos que coordinados subrayan esta inconfundible manera de bailar y
sentir la música- y es que en realidad parecía como si de repente a Iván le pasara la corriente.
Celebrar la visita de Michael Jackson en aquel local se convirtió en algo demasiado tentador para
Iván, y aceptó. Por un lado podría recuperar el dinero de la inversión de tan compleja
caracterización, por el otro, le complacía imitar al rey del pop que estaba tan de moda en aquella
época porque se trataba de una especie de homenaje a su ídolo al que conoció ocho años atrás
cuando pinchó sus primeros discos en Red Sun. Pero la propuesta se convertía además en un reto
estimulante porque privar de golpe y porrazo a la gente de su espacio en la pista obligándoles a
retirarse teniendo que quedarse quietos, en silencio, pendientes de una actuación no solicitada
cuando su intención no es otra que beber y bailar... o se hacía muy bien, o lo más probable es
que empezaran los abucheos para boicotear la exhibición.
Iván se había preparado a conciencia. Confeccionó una grabación fraccionando las canciones
como popurrí de sus éxitos más populares con explicaciones de su vida y efectos especiales que
capturó de los videos para darle mayor dramatismo, y el sonido que obtuvo, adecuadamente
mezclado en sentido ascendente según los estribillos haciendo crecer la tensión. También amplió su
vestuario de manera que en cada cambio de canción se iba quitando la ropa dejando al descubierto
un atuendo similar al de Michael Jackson. Fue un rotundo éxito. Ese día, hasta los chicos corearon
los temas siguiendo con las palmas el ritmo.
Un representante de espectáculos que estaba ahí por casualidad le ofreció realizar la exhibición
a nivel profesional todos los fines de semana en diferentes discotecas, así fue como Iván recorrió
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
muchos pueblos de Cataluña con Susana. Ella grababa en vídeo cada actuación para que pudiera
corregirse y aumentar algún efecto visual la próxima vez. Y lo que más gracia les hacía a los dos, era
el momento de darse a conocer a su llegada al establecimiento donde debía actuar. Los relaciones
públicas de las salas de fiesta se quedaban pálidos. Los carteles que empapelaban las marquesinas de
las paradas de autobús no eran ese que llegaba con un impecable traje cruzado, corbata, relucientes
zapatos, y de la mano su maletín de trabajo. La pulcritud de su figura y sus elegantes modos más
cercanos a un vendedor de sueños que enamora que al rey del pop no cuadraban con el personaje
que habían contratado y exclamaban ¡error! Posiblemente esperaban a una revoltosa persona de raza
negra vestida con llamativos colores como si fuera un semáforo. Pero en el camerino, junto a Susana,
Iván se transformaba por completo minutos antes de realizar la aparición. Debían esperar a que
sonaran los primeros compases y cuando el público se preguntara qué pasaba, bajo el haz de luz todos
quedaban enganchados durante veinte minutos sin poder parar de mirar a Iván hasta que finalizaba
la exhibición sin apenas respirar de la impresión, pues parecía el mismo Michael Jackson.
Si a Iván le hubieran asegurado que por continuar haciendo ese tipo de actividades podía
perder a Susana, las hubiera dejado todas de inmediato. Pero no hizo falta que nadie le advirtiera
nada. Él mismo comprendió que un ambiente bohemio y nómada no favorecería la relación.
Extraños horarios, ensayos, además del ejército de chicas mariposeando alrededor le hicieron
pronunciar un seco “basta”. Existía la resignación como alternativa a perder a Susana, y, prueba de
ello fue su rechazo a interpretar la obra de teatro con la popular actriz madrileña. Así ratificó que
antes de perder a Susana prefería tirar la toalla en algunos aspectos de su vida. Adiós definitivo a su
trampolín porque Susana estaba en primer lugar encabezando la lista en sus prioridades y no
mentía. Iván no se engañaba ni engañaba a los demás por primera vez en su vida. No tenía ninguna
necesidad de hacerlo. Y lo principal era que no iba a engañarla a ella. No quería tener que ocultarle
nada a Susana, y prefirió cerrarle la puerta a las posibles andanzas y a su resurgir conquistador de
imperios perdidos en horizontes lejanos.
Susana sabía perfectamente que él no le mentía en ningún aspecto de su vida, bien al
contrario. La única cosa que le había recriminado en alguna ocasión era justamente su exceso de
franqueza. Iván era tan sincero que a menudo metía la pata.
Y seguía desnudándose ante Susana rogándole que valorara el hecho. Iván hacía un gran esfuerzo y
quería que lo apreciara.
Cualquier persona ajena a lo que ocurría, hubiera dicho que pretendía deshacerse de Susana
con tantos avisos y advertencias. Todas aquellas explicaciones de nefastas actuaciones o peligrosos
comportamientos futuros, hubieran ahuyentado a cualquiera, pero a Susana se le hacía extraño que
aquel ser fantástico que era Iván albergara una pizca de malicia o un demonio escondido detrás de la
espalda. A sus ojos tenía brillo y magia y pensaba que era casi perfecto.
Y con mayor razón intentaba Iván que comprendiera algunos de los aspectos que se darían a
lo largo de sus vidas; curiosidades que sin duda los acompañarán porque Iván no renunciaría. Llegado
el caso, defendería sus convicciones. Le decía “Se fuerte lo necesito” en seguida de contarle un
incidente que hubiera hecho salir corriendo a cualquiera. “Muéstrame tu sensibilidad porque también
la necesito” le insistía cuando le contaba alguno de sus proyectos. “Ayúdame a conseguir algo
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sencillamente divino” le susurraba al oído antes de quedarse dormido abrazado a ella como el recién
nacido que apoya la cabeza en el pecho de su madre.
Iván no se reprimía, quería que Susana participara. La integraba: “Ayúdame a llevar a cabo algo
positivo y hermoso para cuantos hoy habitamos la tierra como semilla para los que nos sucedan” y
le hablaba con grandilocuencia incluso mientras conducía la pesada motocicleta BMW K 100 de mil
cien centímetros cúbicos. Y apoyando los pies con firmeza para no desequilibrarse, aprovechando un
semáforo ladeaba la cabeza para continuar “No temas a lo desconocido”. Le dijo mientras posaba las
manos en sus piernas aguardando luz verde “Cuando uno logra sorprenderse de sí mismo, huye de sí
mismo, rechazando así muchas posibilidades de proyección, pero si logra dominarse y vencer ese
temor, como todos los temores, el triunfo es seguro”. Quizás en aquella ocasión, como en tantas
otras, Susana no le escuchó y por eso no le respondió. Probablemente tuviera la visera del casco
bajada.
Ella se limitaba a asentir con la cabeza en señal de aprobación cuando desde la parte trasera
advertía que Iván gesticulaba. Le estaba bien como era. Le asustaba saturarse de complicada
información. Lo que hacía y como se comportaba era más que suficiente para ella. Susana lo amaba,
y se decía que sus pensamientos e ilusiones tenían que ser igual que lo que ella contemplaba por
fuera, sin embargo, las inquietudes internas de Iván iban mucho más allá de lo que él mismo percibía.
Iván quería jugar limpio con Susana y por esa razón se desvivía por contárselo todo. Susana
quería digerir toda la información, pero incluso para un erudito hubiera sido complejo asimilar tantos
datos y posibles circunstancias que por cierto, chocaban con la educación recibida en su casa. Sus
padres, amantes de la ley y el orden establecido se alejaron siempre de cualquier conflicto. Jamás
osaron cuestionar nada y le enseñaron a consentir aceptando mansamente casi de manera sumisa.
En otra ocasión, mientras guardaba los cascos en los maletines de la gran motocicleta, en cuclillas,
observando como se arreglaba el largo cabello musitó “Huir, no siempre es una solución”.
Incorporándose, bordeó la BMW para estrecharla en su brazos por largo tiempo como si fuera el
último instante que les regalara la vida y teniéndola presa en sus garras, después de recuperarse de la
intensidad del abrazo, fijó los ojos frente a los de ella y siguió mostrándose extremadamente sincero,
contándole cosas que había guardado para sí “Luchar es enfrentarse, y esa actividad implica un forzoso
resultado”. Y en ese instante Susana atendía sus palabras casi con veneración. “El mundo seguirá
dando vueltas y vueltas, al igual que el sol nos calentará y la luna alumbrará nuestros sueños y nuestras
esperanzas nocturnas mientras nuestros descendientes encuentran otra forma de comunicación”.
Pero Susana no atinaba qué decir. De sus labios no brotaron comentarios, y es que los mensajes de
Iván a menudo estaban cifrados en algún código secreto reservado para unos pocos. Tan sólo los
elegidos. O los locos como Iván.
Una vez, Susana tenía que comprar unas medias pero los comercios habían cerrado. Mientras
admitía que no estaba a gusto y que no asistiría a la cena con aquella carrera, Iván saltó con un “No
me pidas nunca lo imposible porque por ti sería capaz de conseguirlo” y le abrió la guantera
simulando un truco de magia. Era precavido, sobre todo en lo referente a los pequeños detalles. Su
larga experiencia con toda clase de mujeres le daba ciertas ventajas. “No sabes bien hasta donde podría
llegar y si crees que lo sabes, estás equivocada”, y al decirlo, Susana se derramaba por el asiento
exhausta de amor por Iván.
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No la habían cortejado nunca como él lo hacía, nadie, jamás. Y quiso recompensarlo con una
frase. Susana quiso hacer su aportación a la causa y ante su propia sorpresa, pues él supo crear desde
el inicio un clima apropiado donde se encontrara bien, añadió -Es más que esto, mucho más ... ¡sin
fronteras!-. Entonces Iván apostilló con su gran capacidad de reacción “Tal como debe ser cuando el
sentimiento es puro, real, limpio, y sobretodo fresco como el nuestro” y se besaron apasionadamente
con un beso que se dilató, porque no hay palabras que superen una muestra de afecto. Ninguna frase
hubiera reunido lo esencial de aquel instante más que aquel simbólico beso de azúcar y miel.
El amor era mutuo y sumamente recíproco. Ambos habitaban por encima de las nubes sobrevolando
la bóveda celeste más alto que cualquier potente avión cohete o nave interestelar. Cualquiera que les
hubiera espiado por la cerradura de la puerta cuando estaban únicamente el uno con el otro dejaría
constancia de la veracidad de tan infinito amor. Había química entre ambos. Los dos echaban chispas.
Antes, a Iván se le había visto vagar solitario por ahí en busca de dios sabe qué cosa pero
últimamente, cuantos le conocían encontraban inconcebible verlo sin Susana. Nadie imaginaba que
no estuvieran permanentemente juntos como lo estaban en las fotografías. La unidad les
acompañaba influyendo en sus vidas marcando poco a poco su existencia individual.
Iván no se había retratado anteriormente con nadie. Era incomprensible aquella
transformación; una total reconversión de valores respecto a las relaciones sentimentales que no
obedecía a ninguna estrategia. Susana le provocaba un satisfactorio bienestar y una recuperada alegría.
“Sigue así por favor te lo ruego” le suplicaba al dejarla los domingos por la noche en su casa. Iván se
sentía muy afortunado por haberla encontrado. “Por fin una mujer por la que vale la pena desvivirse
y sacrificarse” pensaba cuando volvía a su estudio saboreando cada momento del fin de semana.
Miraba el asiento de cuero vacío para afirmar durante el trayecto “Susana eres una mujer que
está muy por encima de las demás”. Y una y otra vez lo repetía en voz alta mirando el retrovisor
como si tuviera que convencerse a sí mismo, como si alguien en el asiento de atrás estuviera
observando cada gesto, cada movimiento, cada por qué de las cosas que acontecían, ¿Oscar?
Había encontrado a la persona que mejor encajaba en el papel de su compañera. Susana era su
media naranja. ¿Y qué papel jugaba Oscar?
Todas las demás personas del sexo femenino quedaron desamparadas como queda desamparado el
papel de regalo hecho una bola en el suelo cuando se atiende el objeto que estaba envuelto. Iván no
distinguía ya en ninguna de ellas nada llamativo, absolutamente nada: ni una sonrisa conmovedora,
ni un descarado contoneo, no hallaba ninguna tierna mirada que le estremeciera ni siquiera una blusa
muy ajustada le impresionaba aunque los pechos intentaran escapar hacia el cuello. No había apetito
en sus ojos comprometidos. Ninguna otra mujer le producía ese especial calor que sabía a hogar y
del que únicamente era dueña Susana.
Levantarse cada mañana sabiendo que merecía su amor era algo importante para Iván. Lo
reconfortaba. Cuando apareció, no dejó simplemente una huella. El agujero provocó que su interior
se aireara y la confortable sensación que obtuvo se le reveló como un alimento de inmenso goce.
Por primera vez se sentía acompañado y amado y no solamente deseado. Se había atrevido. Valía un
imperio. Tres veces su peso en oro, aunque Iván, por nada aceptaría el trueque.
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Susana le mostraba como era el amor con todo su cuerpo, con toda su fragancia y todo su
contenido, y no lo hacía de manera plana o superficial y, por ello Iván debía renunciar a algo, sacrificar
algo muy suyo, cambiar pequeñas cosas y algunos hábitos para obtener la completa fusión con su
amada Susana. Pero durante las fiestas navideñas acostumbraba a partir a las islas Canarias para
broncearse y leer un buen libro. Desde muy niño, esas fiestas fueron sinónimo de tristeza, dolor,
soledad, y cuando tuvo oportunidad las evitó. Se las saltó, borrándolas del calendario. Y desde
entonces era un ritual a modo de peregrinación. La tradición requería iniciar el año nuevo en la zona
más apartada de la península ibérica. Y esa Navidad no podía a ser distinta a las otras por mucha Susana
que hubiera hallado Iván. No estaba dispuesto a renunciar a sí mismo, y quiso dejarlo muy claro
desde el principio.
Iván se abstenía de juicios de valor; esa evaluación constante de las cosas como correctas e
incorrectas, como buenas o malas. No perdía el tiempo como Oscar en evaluar, clasificar o analizar.
Pensaba mientras preparaba la maleta “Cuando te falta algo es cuando más lo valoras” y al sonar el
teléfono en su estudio le dijo a Susana “Me voy, también porque quiero que me faltes”. Y quiso
añadir... “Para demostrarme que sin ti tan sólo puedo ser inmensamente infeliz”. Pero calló.
Días antes de su posible marcha le había confesado que existían dos razones por las cuales en su
casi cuarto de siglo no había tenido una sola relación estable, continuada, realmente importante
“La primera porque no estaba preparado, y la segunda porque todavía no te había encontrado” y,
ciertamente, únicamente una persona estaba por encima de Susana. Esa persona era Iván, a la
cual no renunciaría jamás. “Nunca vayas contra ti mismo por mucho que consigas a cambio” se
decía cada mañana al lavarse la cara frente al espejo. Y aunque se suponía complejo, necesitaba
que Susana intentara comprenderlo y si no lo conseguía, quería que lo intentara de nuevo con
más fuerza pero llegado el caso, si por alguna razón no lo lograba, si Susana no tenía éxito en su
empeño le rogaba que desistiera sin aflicción. Y nada más le pedía que le dejara hacer teniendo
en cuenta que volvería a estar cerca de ella. “Escapar brevemente para volver al poco a tu
entendimiento” murmuró con dulzura después de mordisquearle el óvulo de la oreja refugiados
en el portal de una antigua casa un día gris de generosa lluvia.
Tanto Oscar como Iván habían iniciado una relación y se lo contaron hablándose de lo
significativas que eran ellas y de lo específico que se mostraba el futuro. Uno como otro, habían
sido alcanzados por un auténtico sentimiento de amor y se reconocían la prioridad de esa persona
maravillosa. Ambos habían encontrado al ser que permitiría desarrollar sus capacidades amorosas
para acceder a la cuarta dimensión. Ese inexplicable y permanente deseo de estar juntos se
manifestaba en los cuatro, desde la aceptación emotiva de vivir para existir con el otro, en pareja,
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dentro de la persona amada para el mutuo beneficio. Ana y Oscar. Iván y Susana. Querían y debían
estar así de unidos.
El sexo es realmente algo asombroso. Mediante el sexo se expresa algo que es imposible
expresar de otra manera. Era el centro neutral, vital, de ambas relaciones amorosas porque hasta no
quedar vacíos de sexo no saldría a flote el verdadero amor.
Más allá de un acto que turba, que agita y exalta la intimidad para que el sexo sea
asombrosamente legendario, casi una utopía de relieve inmenso, se requiere de la completa entrega
de ambas partes. No solamente de los cuerpos, si no también de las almas. Se necesita de algo muy
superior a la mera cooperación participativa.
Susana y Ana necesitaban bañarse en llamas encendidas como heroicas doncellas que cantan
en plena fiesta mientras Oscar e Iván, incansables caballeros que persiguen la dicha, querían honrar a
sus parejas con una canción desapegada refugiados en el templo del amor. Y el sexo formaría parte
de sus vidas como un aspecto importante que abordar más allá de la experiencia biológica porque la
vivencia física puede muy bien ser, también, espiritual.
Con ventajosas perspectivas iniciaban su caminar con el compromiso de partir desde la
misma identidad individual que aprecia los detalles y valora los mensajes interpretando la aspiración
intensa de dar, entregándose en el amor para encontrar a su vez el placer. El verdadero placer de
amar.
*
*
*
*
Luego de la romántica estancia en los Alpes suizos levantaron copas doradas en la habitación del área
privada de la zona tranquila de su domicilio situado en las Ramblas de Barcelona. Ambos querían
conocerse más profundamente y, tumbados en el lecho, buscaban las diferencias de sus cuerpos.
De capital importancia para Oscar la fase de atracción y el acercamiento suave. Su repertorio
de juegos previos para divertirse durante tanto tiempo estudiados en un sin fin de información, daban
próspero resultado. La besaba en sus zonas erógenas delicadamente. La acariciaba sin prisas
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maravillándose en el tacto. Realizaba leves masajes para estimularla completamente intentando
mostrarse como el mejor amante.
Ana, dispuesta a satisfacer las necesidades sexuales de Oscar tanto como las suyas propias, se
preparaba para instruirse. Tentaba la prueba del íntimo contacto. Sabía exactamente lo que pedía, lo
que codiciaba el que denominaba como el hombre de su vida con quien permanecer en su vejez
todavía unidas las manos bajo el halo romántico de tan providencial melodía.
Lejos de la educación sexual recibida donde se determinan las prácticas correctas e incorrectas,
aquellas que están bien y las otras, las sucias y feas que están tan demasiado mal, huyendo de las
excesivamente permitidas, las autorizadas por la sociedad, rebuscando en las prohibidas de un modo
que enriquece al explorador sexual, la pareja encontraba el punto de partida más acertado en el amor,
porque sin lugar a dudas les conducía a descubrir el verdadero amor con la promesa de una
recompensa por ese hallazgo. Y con el absorbente conocimiento en vez de la ignorancia, con la mente
abierta en vez de la pereza, con la posibilidad de la elección en vez de solamente una opción, los dos
descubrían algo que realmente vale la pena.
Ana, como en el curso de una balada descomunal con lágrimas de amor eterno se
desengañó. Había sido educada para pensar que el coito es la única relación sexual íntima. Alguna
estúpida norma le advirtió que el coito es un acto esencialmente finito. Jamás le hablaron de sexo
oral, de masturbación, ni tampoco de estimulación anal, complementos sexuales que enseñan que
el coito, con todas sus variadas posiciones solamente es una opción. Más allá del ocuparse
meramente de los aspectos físicos del sexo, Oscar, al “hacerlo”, no olvidó el deleite que como
gustoso regalo de complacencia le provocaron sus gemidos específicos ilustrando su respuesta, su
orgasmo prolongado y así, con distintos diagramas de colores en sus miradas, en sus corazones,
conmocionados por tantas sensaciones, ascendían ingeniosamente y descendían elegantemente
para comprobar que existe una clase de amor que no es estático ni estéril, si no que con cierta
habilidad y algo de paciencia crece, cambia, se desarrolla, fomentando un candor de simpatía que se
retroalimenta para permanecer en vida. Y para su sorpresa se incrementaba el deseo, incluso con
desmesurada atracción para dar forma al erotismo que lejos de discriminarlo se aumentaba
multiplicando el amor.
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El buen sexo en un don. Sería muy triste y una gran pérdida que alguna persona de este mundo
no supiera cómo aprovecharlo. Ana y Oscar encuentran un gran placer en este campo, en esta
imprescindible actividad que te fulmina por breves instantes llenos de intensidad. Un clímax total de
mil sensaciones diferentes que se manifiestan a la vez “Al que tenemos acceso las personas” le informó
su amado “Un privilegio que ignoran los animales que nada más se procrean... sin amor” y
acariciándole el manso rostro leyó en los labios de su amada -Es el orgasmo exclusivamente una
experiencia humana, igual como la creatividad-. Era culta Ana.
Ambos se envolvían en el exquisita complacencia a la que siguen varias contracciones
simultáneas, involuntarias, espasmos incontrolados casi sin intervalos con reacciones físicas en
extremo poderosas, gimiendo y gruñendo contorsionados los cuerpos. La potencia de un cataclismo
largamente almacenado estallaba. Culminaban seis años arduos. Se expandía el presente palpando ya
el futuro juntos.
Pero Iván no pensaba en sexo porque precisaba intercalar en su ajetreada vida un corto período de
reflexión y descanso para propiciar el encuentro consigo mismo y así profundizar. Se lo había
inculcado su buen amigo Oscar y era una manera de mostrarle lealtad. Y los extraños mensajes que
llegaban de algún remoto lugar le hablaban de tal acto como una oportunidad de indagar y estudiar
la propia naturaleza humana, y como le había ido bien, lo repetía una vez al año.
Se trataba del descanso del guerrero, un período para cargar las baterías que permitía preparar
la próxima táctica a seguir. Y en busca de la ecuanimidad, como el mejor juez determinó “Ni Susana
ni yo. No los quince días acostumbrados, pero tampoco ninguno”. Como Oscar hubiera afirmado:
“Algo equilibrado y justo que beneficie a ambos”. Serían ocho días los que permanecerán lejos el uno
del otro.
Exceso de trabajo, tensión, agotamiento; por otra parte el placer del trabajo realizado, los
objetivos conquistados, los jefes satisfechos. Ese año concretamente, el ritmo y los nervios habían
aumentado por los coqueteos en el mundo del espectáculo pero sin alterar ni un ápice los resultados
laborales. Una vez más, Iván salió triunfante ante un reto aparentemente inalcanzable: dejar el listón
alto en ambas áreas. Y sí se merecía un premio. Debía obtener su recompensa. “¿No te parece que me
lo he ganado?” le había preguntado a Susana en el parking del aeropuerto. “Será como un final de
semana largo cariño, no te darás cuenta y ya estaré aquí rodeándote con mis brazos”, le dijo mientras
un beso de despedida los alejaba por vez primera.
Le dolía darle un disgusto a Susana, pero sentía mayor dolor al derribar su criterio, su
necesidad, su convicción. Creía que la herida de Susana cicatrizaría sin problemas, porque era leve,
pero en cambio, la que se inflingiría a sí mismo sería una herida abierta sin sentido que arrastraría más
de un año. Y no quiso darle al hecho una importancia inmerecía.
Para Iván, no era menosprecio o egoísmo lo que le impulsaba a marcharse. Dudó un poco al
principio, pero cuando le notificó que había encargado el billete para salir a su regular puesta a punto,
le preguntó: “Espero que mi actuación no te vaya a provocar una sensación desagradable, ¿consideras
que te traiciono?” y sin tiempo a que respondiera añadió “No es mi intención defraudarte pero ten
cuidado con las expectativas que depositas en mí”. Y aunque no le servía de consuelo, Susana intuía
que iba a estar muy presente en todo cuanto hiciera y pensara Iván en el archipiélago tal y como
venía sucediendo a lo largo del último mes y medio.
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Lo de Iván era casi un vicio. Tenía que luchar constantemente, y cuando no había motivo, lo
inventaba. Permanecer quince días de brazos cruzados en Barcelona sin hacer nada más que esperar a
que ella saliera del trabajo para acompañarla lo consideraba una pérdida de tiempo. No se parecía a
Oscar que se hubiera distraído visitando museos y exposiciones. Iván quería acción, o por el contrario,
paz absoluta a modo de exagerado sosiego donde suspender su espíritu para tenderlo al sol.
Forzarse a estar inmóvil en la gran ciudad sabiendo cuantos asuntos merecían de su atención
le quitarían todo de cuanto ocioso tienen las vacaciones hasta incomodarlo como se incomoda a
una fiera salvaje encerrada en su jaula. Demasiado revoltoso, nunca podría relajarse estando en una
Barcelona centrada en las fiestas de las que se divorciaba. Urgía detener su vida para respirar
plácidamente sin ser zarandeado. Necesitaba desconectarse de todo para replantearse seriamente su
vida. Quería aprovechar ese soplo de aire fresco llamado Susana para bebérselo como si de una pócima
mágica se tratara. Eran fechas que le pertenecían a su interioridad desde hacía años. Ahora más que
nunca debía utilizarlas inteligentemente y no sucumbir ante la tentación. Y llevando el dilema a
extremos insospechados, fue la única manera de partir con quietud sin remordimientos de ninguna
clase. En Fuerteventura, solamente podría hacer una cosa: reposar porque para divertirse le faltaba
Susana.
Durante el vuelo, a continuación que sirvieron la cena, Iván escribió una carta: "Tendrás que aprender
a vivir con estos cortos períodos de distanciamiento a modo de paréntesis en el tiempo, porque
aunque ahora se presenten como una distancia física, más adelante, cuando tú y yo estemos más
cerca todavía, seguirán existiendo. Aun a tu lado, realmente puedo estar a mil años luz. No se puede
ni debe ir contra la propia naturaleza, ni mucho menos intentar manipularla o alterarla. Hay que
dejar que se exprese, que sea en libertad. Serán períodos breves difíciles de percibir a veces. Mi cuerpo
te rozará, y mi olor será nuevamente descubierto con tu sensibilidad. También sentirás el calor de mi
cuerpo, pero mi espíritu aventurero navegará en busca de la quinta dimensión probablemente en una
visión alternativa de las cosas. Llegado el caso, ¡tolérame!". Dejó el bolígrafo en la bandeja plástica y
miró a través de la ventana del avión.
La azafata le ofreció una bebida que Iván agradeció. Trece minutos más tarde, continuaba
escribiendo en una nueva cuartilla de papel: "Susana, me faltas, si supieras cuanto... ". No podía dejar
de sentirse malhumorado y un poco culpable como si con su viaje cometiera la torpeza del grave
error precipitado.
Comenzó a hablar consigo mismo “Provocarte un malestar es lo más lejos de mi intención.
Este lapso de tiempo repercutirá favorablemente en nosotros, estoy seguro, porque no es egoísmo.
No se trata de un capricho pasajero. Más bien es la necesidad imperiosa de escapar de tanto en tanto,
huir de todo cuanto me ha pasado y de todo cuanto he encontrado y de todo cuanto me he servido;
huir, excepto huir de ti ahora que te siento como algo real e instantáneo, tangible, cercano... tan
cercano que noto como te vienes conmigo Susana”. Cerró los ojos. Iván se frotó los ojos con las
puntas de los dedos en movimientos circulares. “Escabullirse. Huir... como lo hace el viento por
debajo de la puertas” seguía pensando.
Continuó escribiendo: "No temas sentirte un guiñol a los ojos de los demás. Levanta la cabeza
alta y grita hasta el desvanecimiento a los cuatro vientos que si tu hombre precisa descanso, tú le das
tu bendición, y asimismo tu consentimiento, además del apoyo moral que necesita para no sentirse
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mal. Diles que puedes soportar los kilómetros, y los días, incluso las noches, porque sabes que esto
no hace sino unirte aún más a él".
Iván volvería como de una breve expedición con retorno asegurado. Nada hacía presagiar
cambios en su actitud. Y al llegar al hotel, antes de mandar sus notas por fax agregó: "Mis brazos no
podrían rodear un cuerpo que no fuera el tuyo. Mis ojos no están autorizados a fijarse en otra silueta
que no sea dueña de ese excepcional y único modo de moverse y de estar que posees tú. No podría
besar a ninguna otra. Solamente hay un ser que pueda recibir mi amor y su nombre es Susana; pero
sólo una de entre todas las Susanas, ja, ja, ja. Y aunque pienses que la distancia física nos aleja, ten
muy claro que nadie ha estado nunca más cerca de mí que tú, cariño. Siéntete afortunada. Esto es así
hoy y lo será el próximo martes 23 de noviembre".
Anteriormente, cuando Iván partía de aventura a un lugar desconocido se cerraba tras de si
una puerta que le alejaba del pasado mostrándole la nueva estancia, y todo lo anterior se quedaba
fuera, tanto lo bueno como lo malo. Sin embargo, por primera vez en su vida alguien había cruzado
al otro lado con Iván. Susana había conseguido traspasar la puerta y en la estancia todo estaba por
manifestarse. Todo debía vivirse desde un buen principio con renovadas energías sin puntos de
referencia para la comparación con lo cotidiano o habitual. Ahí, cualquier cosa nacía nueva
mostrándose tan maravillosa como desconcertante, y con la mente clara, despejada, limpia de
telarañas, dispuesto a desenmascarar toda clase de sensaciones, con la promesa de futuras experiencias
y la certeza de acumular valiosa información, para Iván, cada vez que se producía esta situación
equivalía a volver a empezar desde el principio entrando en otro mundo desconocido que a su vez
estaba ansioso por ser descubierto. Nada tenía que ver con lo que había dejado atrás, pero ya digo,
esta vez desde el silencio y el respeto alguien lo acompañaba en su viaje.
En esta ocasión inmaculada, la única diferencia respecto a otros años en que también había
acudido a las Islas Canarias para cambiar sus pilas era el fino hilo translúcido que había realizado el
mismo trayecto que el avión y enlazaba a dos almas gemelas pendientes de un éxtasis inusual.
Probablemente eran dos almas antiguas que después de jugar al escondite en el tiempo y de burlar al
espacio, decidieron encontrarse para celebrar su recorrido danzando juntos a partir de ese momento
por el universo pletórico.
Si hacer el bien y contribuir a la realización de algo bello lo reconfortaba plenamente, hacerlo con
Susana, participando en su medida y con generosidad de lo beneficioso que existiera en la futura obra,
la engrandecía asegurando la consecución de aquello que Iván denominó en su día “modelo a seguir
e imitar por generaciones venideras". Pero dudaba si Susana sería capaz de lanzarse con él, de la mano,
al hondo precipicio porque semejante modelo requería de mucha energía y trabajo.
Vacilar unos instantes para Iván equivalía a una negativa. En su fuero interno ya contaba con
Susana, con su incondicional adhesión a "la causa", a cualquiera que fuese su proyecto. Susana se
adaptaría con gran facilidad. Era una persona que no le importaba hacer lo que se le decía, incluso
estaba mucho más cómoda en esa posición. Y cada minuto que pasaba sin ella se convencía más y
más de lo positivo de su unión. El hecho aplastaba arrollando al destino que se convertía en una
mosca aplastada. La amaba con gran devoción. Quería una compañera.
A media tarde en seguida de haber comido en la terraza de la piscina del hotel de cinco estrellas
un par de rojos solomillos a los que apenas habían calentado en la plancha, tras una saludable siesta
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a la sombra que potenció el vino de la buena cosecha del 64, Iván se dio un chapuzón para refrescarse
y fue a la recepción para escribirle algunas líneas a Susana. Decían literalmente: "Anota en tu agenda
que tú y yo tenemos pendiente en unas cómodas rocas de la Costa Brava, frente al conmovedor mar
Mediterráneo que inspira, agudiza, y sensibiliza los sentidos, una puesta de sol y un lujoso amanecer
de colores vivos; esa fantástica mezcla indescriptible de tonos pastel de la acuarela del creador. (No
olvides traer un par de mantas para la noche y un termo caliente con negro café; todo lo demás lo
pondré yo). Entre un hecho que simbolizará el ocaso de una parte de mí y la salida del sol, que
representará mi nuevo resurgir, bajo una noche estrellada, contemplaremos nuestra intimidad, y con
la belleza como testigo dispondremos las bases para nuestra fusión. Nos maravillaremos de lo
hermoso de la naturaleza expresiva. Una gaviota sobrevolará por encima de nuestras cabezas
certificando nuestra unidad en libertad. Sí. Nos provocaremos un rato. Nos amaremos hasta que nos
cansemos. Conversaremos pausadamente acerca de la magia del amor hasta que lleguen venturosas,
eternas las confesiones desde el altar. Con las manos entrelazadas y las miradas encontradas, fijaremos
desde lo más profundo de cada uno el principio de nuestra alianza. Y con el nacimiento de la mañana,
adornaremos el acontecimiento subiendo a una montaña para plantar la semilla de un árbol: el árbol
de nuestra Vida. Y crecerá tanto como nuestra relación se fortalecerá. Con este broche y un
apasionado abrazo de cincuenta y cinco minutos terminaremos firmando este cuadro jamás pintado.
Nuestros corazones rebosarán alegría. ¿Te parece bien Susana? ¿Aceptas la cita? ¿Y el reto que
conlleva?".
Iván reconoció su momento existencial. No había mejor candidata que Susana. Después de
quemar muchas etapas en su vida, como corsario quería abordar el galeón del matrimonio para
llevarla a su isla secreta y así, disfrutar a escondidas del botín que compartir nada más con unos pocos
privilegiados a los que entregaría los mapas de su isla del tesoro.
Estaba preparado para el ataque. Se sabía seguro. Vencedor. Era hora de hundir el propio barco
pirata y cruzar los mares con su nueva embarcación más robusta y sólida, con las bodegas repletas de
amor afecto respeto y comprensión. Con aquellas reservas pasaría no solo el invierno, sino diez años
enteros. Y cuando estuviera cansado podría bajar al camarote para echarse en su cama sin peligro a
un motín, puesto que dejaría a Susana al frente del timón con instrucciones precisas y el
convencimiento de su fiel cumplimiento. Nadie le obedecerá tan bien como ella. Iván la había
provocado con sus escritos evaluando su reacción sometiéndola a un examen como prueba.
Tras sus triunfos profesionales, no era humillación lo que ofrecía a los compañeros vendedores que
competían por ser “el mejor vendedor” del concesionario IBM, sino la propuesta de un reto.
Aseguraba que si él lo había conseguido, de igual modo podían lograrlo otros. Entonces se escondía
detrás de su mesa y examinaba las fichas de sus clientes disimulando, observando como asumían la
propuesta del reto.
Se sentaba a esperar la reacción de quienes lo envidiaban y admiraban al mismo tiempo
preguntándose acerca de sus trucos infalibles. Reparaba con atención en los diferentes
temperamentos que se daban cita en la empresa como una maestra de parvulario paseándose por
entre las mesas. Y es que Iván no intentaba hacer las cosas mejor que los demás, sino mejor de lo que
él mismo lo había hecho la última vez.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Con sus propuestas, intentaba estimularlos para descubrir qué se encontraba detrás de cada
uno y en esas ocasiones, sólo tenía palabras para los novatos “No te sentirás bien al mejorar a tus
contrincantes. Tu mejor estado de animo lo obtendrás si consigues superarte a ti mismo”. De esta
forma los proyectaba hacia arriba, empujándolos a volar alto pero avisándoles que arriba se deben
batir fuerte las alas para soportar las duras corrientes de viento.
Si fracasaban en su empeño, volvía para auxiliarlos y recoger sus pedazos rotos con nuevas
palabras de aliento “Cuando haces todo cuanto está en tu mano, poco importan los resultados”, y a
los más débiles, aquellos que sucumbían en el intento por falta de cualidades, al tiempo que les daba
una palmada en la espalda les tranquilizaba diciendo “Tú ya lo has dado todo. No se puede luchar
contra lo inevitable. Relájate”. Mientras pensaba “Hay un sin fin de oportunidades en la vida pero no
todas están reservadas a nosotros”. Y aunque parecía que se alejaba y los abandonaba, eso no era más
que otra triquiñuela suya.
No era el jefe ni tenía la responsabilidad de orientarlos porque Iván era otro compañero más,
pero quería ser un referente constructivo.
Llevó ese tipo de comentarios más allá de su actividad laboral. Cuando a veces, para
desintoxicarse de tanto trabajo se regalaba unas partidas en la bolera donde años atrás había estado
empleado como recepcionista, al comprobar como maldecían los universitarios su mala suerte
cuando intentaban rematar los palos que no habían caído, sin darle importancia, mientras acariciaba
su bola dispuesto a lanzar les sugería que avistaran las flechas que se encuentran en medio de la pista.
Explicaba “El secreto para que caigan los diez palos de una sola vez es no fijarse en ellos. Las
flechas nos indican por donde debe pasar la bola. De hacerlo así, tened por seguro que en la próxima
ocasión obtendréis lo que intentáis con ahínco y sin éxito”. Luego lanzaba su bola con más maña
que fuerza, acompañándola, y como atraída por un imán se estrellaba con sonoro chasquido entre el
primero y el segundo palo desplomándose el resto a continuación. Y al girarse, la satisfacción de su
rostro transmitía el siguiente mensaje “No es cuestión de suerte chicos, sino de precisión en la
concentración”, y sin poder retenerse les daba pequeñas recomendaciones para mejorar el estilo.
Nadie se las pedía, pero tampoco las despreciaban ni las desperdiciaban y cuando mejoraban
la puntuación, Iván se sentía francamente bien. Su tono generoso y conciliador había funcionado. Y
sucedía a menudo que al abandonar la pista con una gran sonrisa en vez del tradicional adiós decía
solemnemente dirigiéndose al más desfavorecido del grupo al que picaba el ojito antes de desaparecer
“Esta superación que no has conseguido hoy la conseguirás mañana, descuida, pero eso sí, siempre y
cuando sigas intentándolo una y otra vez sin darte por vencido”.
Iván mantenía que siempre hay un camino que recorrer “Siempre y cuando te mantengas
despierto y atento verás que hay oportunidades que te esperan solo a ti, y si crees en ellas, se te irán
presentando porque no hay tan sólo un mañana fijo sino varios que se exhiben como alternativa”.
Exactamente esto les había dicho a sus jefes cuando a inicios del año solicitó flexibilidad de horario
para catar su inquietud artística. Y comentarios similares empezaron a formar parte de su vocabulario
diario. No escatimaba ninguna ocasión para expresar su arrollador optimismo. Su sabiduría tenía un
carácter eminentemente práctico. Era algo que no molestaba porque nunca insistía ni atosigaba. Le
gustaba hacerlo. Lo hacía. Pero lo más relevante es que practicaba con el ejemplo. Se podían
contrastar sus palabras con sus actos. Se contemplaba en su persona cada rasgo de sus dictámenes. En
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esa época no dejaba que nada se le quedara dentro. Se expresaba sin importarle lo que finalmente se
hiciera con la sugerencia o el comentario.
Y aquella misma noche, tampoco se reprimió. Volvió a sentarse frente a un papel en blanco.
Estaba en el hall del hotel. Había alquilado un jeep para descubrir la isla no-turista pero su
desconocimiento del territorio lo llevó hasta una zona pantanosa de la que no pudo salir. La tierra se
tragaba el enorme vehículo que aun disponiendo de tracción a las cuatro ruedas y mucha potencia
no pudo luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Tuvo que ser rescatado.
Mientras aguardaba a la policía para realizar el informe que justificaría el uso de un sofisticado
helicóptero que había salido de la base militar de la isla de Gran Canaria, garabateaba más frases para
Susana lejos de pensar ya en el incidente: "Soy un hombre cuyos sentimientos hacia ti son
transparentes. No dejes de pensar en voz alta cuanto te apetezca que juntos hagamos. Sabes, me
fortalece el simple hecho de saber que te tengo y que pase lo que pase no te marcharás corriendo de
mi lado. Por mi parte, aunque el mar y la noche se pusieran de acuerdo para entorpecer nuestro lazo,
aunque el viento y el sol estuvieran en contra de nuestro abrazo, aunque un tornado y el fuego
anudaran sus talantes creando un género nuevo, yo encontraría la manera de hacerte la mujer más
feliz de cuantas intuyo. Tengo planes para nosotros; muchos y densos planes, estimulantes algunos,
desconcertantes otros. Quiero envejecer a tu lado, frente a ti, porque te adoro rica". Y mientras ponía
el punto final, pensó “Nada podrá ser como antes. Susana ha cambiado mi vida dándole un vuelco
fantástico. Me siento afortunado y agradecido a la vida”, y levantándose del cómodo sofá donde
escribía se acercó a su cómplice la delgada señorita de manos de pianista que utilizaba el fax sin
autorización del director del hotel.
En Barcelona el responsable de mantenimiento había subido del taller al despacho de Susana para
liquidar unas dietas y proveerse de efectivo. Necesitaba llenar de combustible el depósito de la
furgoneta y en el suelo encontró el papel remitido por fax. Hasta el momento la correspondencia
había sido privada, pero en aquella ocasión sería más pública que nunca.
Ese día Susana se había retrasado. Topó con más tráfico del habitual en la avenida a causa de
un accidente. Veintisiete minutos bastaron para que el escrito de Iván se paseara por casi todas las
dependencias de la empresa y cuando entró saludando, todos le respondieron con bromas respecto
al texto que todavía no conocía y no entendía que ocurría y miraba a diestro y siniestro alucinada.
La mantuvieron intrigada hasta el mediodía. No fue sino a la hora del almuerzo, en el
restaurante de en frente, cuando en vez de jugar al dominó como era costumbre estuvieron
machacándola con burlas insistentes hasta que comprendió. Entonces rogó la devolución del
documento que le pertenecía solo a ella. Le entregaron un arrugado papel manchado de aceite, pero
aún así, con un aspecto deplorable, las palabras de su amado no perdieron intensidad. Susana sabía
como se hubiera comportado Iván en circunstancias similares. No valía la pena enfadarse. “Tendrás
dos problemas: enfadarte y desenfadarte”, le había dicho en varias ocasiones ensalzando lo práctico
del sistema cuando despotricaba por una repentina carrera en sus medios o perdía la tapita del tacón
del zapato, incluso cuando un conductor maleducado se interponía en el camino del Ford PROBE
ante un Iván del todo indiferente y calmo. Susana recordó sus palabras: “Se precisan treinta y ocho
músculos para enojarse y solamente cuatro para sonreír”. Comprendió que nada iba a conseguir sino
era sentirse mucho peor; estaba creciendo junto a Iván.
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Y entre el humo sofocante del restaurante, agasajada por la burla de sus compañeros de
trabajo, indefensa entre tantos varones faltos de tacto completamente ajenos al romanticismo, se
armó de valor y se infundió animo refugiándose en la contemplación de una fotografía de Iván que
desplegó frente a todos.
Plasmar sus sentimientos en el papel fue para Iván como una especie de revelación. Una catarsis. Se le
antojó, no como un pasatiempo, si no como una tarea obligada que debía llevar a cabo. Nunca antes
había escrito nada a nadie y mucho menos a una mujer y sobre amor. “Son cosas para que las haga
Oscar” pensaba Iván. ¿Podrían resultar absurdos o ridículos sus textos?... ¿Pueden resultar absurdos o
ridículos los sentimientos? “Las cosas que son, son; y deben expresarse tal como se sienten” eran las
palabras de Iván o el mensaje enviado desde algún lugar remoto invitándole a crear e incitándole a
que imprimiera su huella en la historia de otra manera a la que estaba acostumbrado.
Para él no existían los reglamentos y esto de dejarse llevar... de fluir como fluye
ininterrumpidamente el sonido de una fuente le resultaba muy favorable. Iván igual podía escribir
una carta al director de un periódico denunciando un caso de abuso de poder sin pelos en la lengua
que elaborar un detallado documento que esbozara ángulos distintos a los habituales o también,
podía contar a un niño un cuento instructivo lleno de fantasía y poesía con una voz anciana. Podía
preguntarse con el asombro de ese mismo niño cuándo duermen los peces o buscar dónde está la
esquina de la pelota o también podía centrarse en averiguar qué olor tiene una manzana. Podía hacer
lo que se propusiera. Iván era exactamente lo que le habían explicado en la serenidad de la noche en
Canarias y que todavía no sabía. No sabía que le ofrecían una oportunidad para la que él debía estar
listo y concentrado.
Porque todos estamos llamados a ser santos, profetas, mendigos y reyes. Mucha gente venera
normas incrédulas, inverosímiles y absurdas establecidas por el confundido individuo
contemporáneo susceptible a cuanto no tiene explicación lógica. Cualquier "algo" o “cosa” no existe
si no puede medirse, contarse o pesarse. Iván podía resquebrajar ese potente encierro de limitaciones
y lamentaciones proponiendo un nuevo orden o una más amplia perspectiva. ¿Solo él?
Cuando llevaba un rato escribiendo, se sentía cansado, y la cabeza le pesaba hasta hacerle
tambalearse por haber impreso en cada palabra cuanta energía poseía. ¿Le estaban probando? ¿Quién?
¿Quién quería asegurarse que sería útil instrumento capaz de soportar tempestades y venenosas
críticas sin amilanarse?
Iván, con los escritos durante este viaje pretendía hacer un examen a Susana y el examen se lo
estaban haciendo a él por mediación de ella. Había sido un empedernido buscavidas y su perfil
encajaba con las exigencias de unos misteriosos seres que le habían hablado en el silencio, en la
vastedad del desierto, desde la oscuridad de la noche para mostrarle el color del viento.
Pero Iván se centraba en Susana. Y no veía más allá, ni notaba la presencia de ningún ser extraño a su
alrededor. El árbol no le dejaba ver el bosque. Su única preocupación era si Susana valoraría ese
esfuerzo literario tan impropio de su temperamento porque lo suyo era el campo de batalla y la
acción. Se preguntaba si apreciaría en lo que valen sus palabras que se replegaban en sí mismas. Siempre
práctico, Iván pretendía que las archivara convenientemente para recurrir a ellas en caso de apuro, en
vez de guardarlas solamente en su corazón.
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Quería impregnarles servicio, y, algún día sacarles provecho. Aunque salieron de la
espontaneidad del momento, perseguía imprimirles utilidad futura. Y previendo supuestas dudas,
pensó que podrían ser palabras auxiliadoras donde refugiarse “Ojalá Susana actuara como yo
ayudándome a comprenderla mejor; ¡dichoso cascarón!”. Y ciertamente, algunas frases sueltas
garabateadas sobre un trozo de papel cualquiera hubieran sido un feliz regalo facilitándole la tarea
con razón.
Iván le recriminaba tanto mutismo comparado con su derroche de franqueza y se preguntaba
si es que tal vez Susana no tenía nada que decir. No pensaba que tal vez ella se sentía abrumada con
los contenedores rebosantes de sus palabras.
Iván necesitaba a toda costa que Susana se lo agradeciera con un poco de colaboración. Quería
que se abriera del todo y se expresara. No entendía como sus últimas confesiones no provocaban que
recurriera al teléfono para llenar de amor el auricular. Él pidió el paréntesis. Susana se lo respetó, y
aun teniendo ganas de escucharle le parecía igual de emocionante estar pendiente del fax al que
prohibió el acceso a ninguna otra persona con el amparo de su jefe. Nunca antes había esperado una
comunicación por ese medio con tanto interés y su jefe envidiaba la capacidad de Iván para
mantenerla en vilo.
En su siguiente envío, Iván comenzó el texto con esta cabecera: "Estas palabras que a
continuación se detallan, perdurarán cuando los siglos dejen de importar. No supongas un problema
que no existe, ni crees en tu subconsciente un miedo irreal o un temor desproporcionado, ni
tampoco te preocupes por algo que no ha sucedido y está muy lejos que ocurra ¿entendido? Así
ganaremos un eslabón en nuestra larga escalinata donde comienza el infinito. El cosmos nos aguarda
Susana". Sin mencionarlo hacía referencia a la posibilidad de una aventura pasajera con alguna turista
extranjera que precisara consuelo, dejando claro su posicionamiento y sugiriéndole que no se
torturara.
El texto fue una premonición. Susana había manifestado en la puerta de embarque el pánico
que se apoderaba de ella por el hecho que pudiera estar con otra mujer en las islas. Y cuando recibió
en la maquina su misiva, estaba con la contable imaginando fantasmas porque aquella mujer que
vestía de histeria sus solapas estuvo pinchándola toda la mañana y en vez de hacer números, repasó
las debilidades de los hombres y todas las calamidades sufridas intentando pasar por una víctima
incomprendida. Esa solterona insatisfecha necesitaba un revolcón en la cama o por el suelo para que
dejara de incordiar a los demás, pero se bañaba de domingo a domingo y su olor asustaba a los viejos
más obscenos y depravados del barrio.
Solamente con el paso de los años se confirmaría cada una de las palabras dibujadas por Iván. Tan sólo
el tiempo le daría la razón. Era tanto su aliado como su enemigo. Pedía un voto de confianza. Y lo
pedía por favor. Cuando al cabo de diez años releyera los textos, Susana podría comprobar qué tantos
detalles se le habían escapado de todo cuanto aconteció en esos días y, qué verdad había en su sentir,
en su entrega, ¿incondicional? ¿Cabía la unidad entre dos personas tan diferentes?
Dormía tanto, que a punto estaba de convertirse en una marmota. Comía tanto, que podía
explotar de un momento a otro y manchar las paredes con la gelatina verde de su cuerpo. Leía tanto,
que si continuaba se convertiría en una coma más de la página del libro. Estaba pensando tanto, que
creía llegar al fin a su sedante y confortable locura. Profundizando tanto, que casi podía intuir el final
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del universo rozándolo con la punta de los dedos del pie y entonces averiguar que todavía no era el
momento. Todo llega. No convenía alterar el orden ni tampoco estaba en su mano aunque quisiera.
Quien busca encuentra. Iván hacía tiempo que buscaba incansablemente y seguía buscando tenaz
hacia la puerta del misterio para llamar, entrar, y solicitar. ¿Qué se atrevería a pedir?
Estaba escribiendo tanto que el bolígrafo se había pegado a su mano. Tomando tanto sol que
la gente lo miraba confundiéndole con un resplandeciente rayo porque ya vislumbraban la fuerza de
su condición mucho antes que el propio Iván. Y por supuesto, la estaba amando tanto que podía
provocar un cataclismo con solo pestañear. Conseguiría alterar los meses del año o el curso de los
ríos con solo proponérselo, y de un simple soplido, lograría trasladar el desierto del Sahara de un lugar
a otro del planeta sin extraviar un solo grano de arena, y es que las mejores cosas de la vida suceden
cuando estás enamorado. “Cualquier cosa que tú me solicites cariño” pensó sintiéndose capaz.
Sabía como ocultar el cielo a los ojos de quienes pretendieran dañarla. Hacer nacer de la
inmensidad del universo otra luna a la que poder reverenciar y hundir las montañas más altas y anchas
con su dedo meñique; y con un suspiro hondo, evaporar el océano. Con un silbido llamar a las
estrellas para que cayeran en el joyero de la mesita de noche de Susana y también podía con un par
de palmadas transformar los sueños de los niños y los anhelos de los ancianos en verdades como
jaguares. Así era para Iván en su estado y de ninguna otra manera. Como siempre en su concepción,
hasta el extremo más inaudito de la irreverente sagacidad.
La última noche previa a su vuelta, Susana se revolvía de un lado a otro en la cama. Faltaba menos
para verlo y abrazarlo. No hallaba las horas de que sucediera el momento del reencuentro.
En Canarias, Iván tampoco dormía. En la terraza, sentado en un sillón de mimbre, avistando
la luna llena escuchaba la delicadeza de las olas que acariciaban la playa dormida igual como una
madre acaricia cariñosamente a su hijo. No estaba nervioso, más bien estaba relajado. Y sin
proponérselo le habló a la luna directamente cara a cara... había un duende mirando!
Se levantó apoyando sus manos en la barandilla para decirle a la luna: “Ahora, después de esto
que ha surgido puedo morir tranquilo. Después de haberla encontrado, de haberla conocido, de
haberle hecho el amor con toda su expresión e intensidad y sentido ...”, se le hizo un nudo en la
garganta pero se esforzó por continuar “ ... y cuando me diga que guarda a nuestro hijo en las entrañas
con mayor razón pienso que podré decir por fin en voz alta: ya puedo morir feliz y tranquilo”. Al
pronunciar estas palabras se le puso la piel de gallina y sintió una sacudida. Su frente se quebró. Sollozó
delante de su amiga llena que lucía majestuosa. Y al mirarla suficiente tiempo, ésta le sonrió en señal
de complicidad sabiendo que al cabo de unas horas cenaría con su amada Susana.
De regreso inspirado por el paisaje que desde la ventana ofrecía el avión, siguió con esa recién
adquirida afición de aprisionar cada pensamiento y así escribió: "Susana tienes una gran
responsabilidad para con tus semejantes. Cuida de que no me tuerza. Ayúdame a crecer fuerte, sano,
apuntando en dirección a la verdad. Ambos debemos evolucionar positivamente. Madurando cuanta
sabiduría vayamos recopilando por el camino, ordenándola y almacenándola celosamente para
distribuirla generosamente entre los más necesitados. Anhelando el bien para el beneficio de algunos;
ellos, los sensibles de corazón, los inteligentes con ganas de progresar. Déjame que me ladee, un poco
a la izquierda, y luego un poco a la derecha; forma parte de la investigación. Pero evita que tome un
rumbo irremediablemente equivocado. Eres quien más cerca está de mi porque ya habitas en mi
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interior; una de las pocas personas a quien escucharía si llegara a darse el caso. Así que te lo repito
para que no se te olvides jamás: tienes a partir de ahora mismo ya una tremenda responsabilidad para
con tus semejantes; y aunque todavía no he encontrado la manera de expresar mi mensaje, como
todavía no sé cual será mi obra; ese vehículo que me permitirá contribuir a alimentar a una
humanidad sedienta; no puedo más que rogarte que me lo permitas, que me dejes indagar sin
censurar porque yo intento renacer en mi esencia. Soy visto por la gente los demás como un animal
extraño, sobre todo porque ya no me pueden clasificar. No sirven sus etiquetas y por eso me llaman
Iván el Distinto y esto, me separa de la gente permitiéndome experimentar con mayor libertad, y
esta, digamos "rareza", me ha convertido en el solitario incomprendido que soy, pero no por ello he
flaqueado antes ni lo voy a hacer tampoco en el futuro. Nunca he dejado de andar y avanzar de una
u otra forma por los tortuosos caminos bajo los atónitos ojos de quienes querían esclavizarme o
encerrarme en sus ideas. Si alguna vez dejaras de sentir lo que dices que sientes, para serenarte, quiero
que sepas que la desesperación no se derrumbaría sobre mi para sepultarme bajo los escombros.
Echaría a volar hacia la fase que le sucede a esto, el nuevo punto de partida, la perspectiva siguiente,
ya que mi camino aquí habría terminado. Susana he hecho la digestión con dolor porque mi
estómago estaba en Barcelona contigo. No creo que hayas podido ser más apreciada y valorada que
en estos ocho días. Me has faltado y mucho. Te he echado de menos muchísimo. Esta noche seré
dichosamente feliz. He podido desconectarme de todo y de todos excepto de ti. Por más que lo he
intentado, no solo mi corazón te reclamaba, sino que mi mente ha hecho de ti mi musa. Alégrate
una vez más; has ganado. Me he puesto a escribir bordeando constantemente tu figura
fortaleciéndola. TE QUIERO, y sin ti los segundos no saben igual; apenas los capto. Que más puedo
decirte ... " y la verdad es que poca cosa más se podía decir ya. Iván se había confesado ampliamente.
Se había decidido a escribir sobre el papel aquellas dos sagradas palabras sintiéndose mucho mejor por
ello. También manifestó sus dudas respecto al futuro sin darse cuenta que la solución se hallaba en la
tinta de su estilográfica.
Cuando entraron en su amplio estudio de un solo ambiente situado en la Gran Vía, en la
cama, encima del edredón, perfectamente dispuestos, Susana encontró un cepillo de dientes, pasta
dentífrica, desodorante, perfume y un cepillo para su largo cabello que Iván había dispuesto antes de
su marcha a las islas. Quería que se sintiera cómoda y que nada le faltara y a su regreso todavía estaba
más convencido.
Era la primera mujer que franqueaba el umbral para ingresar en su fortaleza que había
permanecido intacta durante el último año.
Y no muy lejos se sucedían los brindis con las doradas copas pegados los cuerpos desnudos en el área
privada del dúplex de las Ramblas de Barcelona. Y apaciguada su agitación, todo él vacío, con la
impresión de haberse convertido en una minúscula hormiga luego de actuar como toro bravo flotaba
livianamente en la alcoba exhausto Oscar, con esa complacencia extrema por la consecución final del
boxeador que logra un kao.
Y totalmente estimulada Ana, en permanente estado de exaltación prometía mantenerse ahí
como signo de liberación sin desvanecerse, cálida, mansa, tierna, obediente, atendiendo la respuesta
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de su cuerpo tensando sus músculos, haciendo simpáticas muecas de goce sin quejarse mordiéndose
los labios. La cúspide del placer de múltiples orgasmos se mantenía en su entrepierna clavando sus
uñas, acelerando su respiración o disminuyéndola de repente, bailando su mente entre candelas,
bombeando la sangre que quiere encontrar la pendiente donde soltarse nuevamente para
derramarse inagotable.
Y escuchando el latido de enfrente como rosa que generosa se abre arrebatada por el arrojo
del momento que vibra hasta hinchar el corazón, aumentando la grandeza del romance
comprimido en ese instante fenomenal, le dijo –sí mi cielo, sí... acepto encantada-.
Evocadoramente vociferaba Ana su tremendo amor remolcando alborotada la advertencia de la
misión imperecedera de la sana fusión. Lejos de un romance dormido se inauguraba la dignidad de
un amor que se había incrementado significativamente y en el que había penetrado con pasión
dándola la bienvenida a su nueva vida.
*
*
*
*
Finalmente Iván se sentía bien con algo una vez conquistado. En todos sus años anteriores, su placer
había consistido en proponerse algo concreto y llegar hasta ello pero una vez conseguido perdía todo
interés. En esta ocasión la emoción no parecía detenerse sino que aumentaba conforme pasaba la
vida, perfeccionándose el arte de amar sobre el que tanto había conversado con su buen amigo. ¡Pero
ahora tenía a Susana! ¿Quedaba relegado Oscar? Se notificaron mutuamente las respectivas bodas y
ambos se alegraron por el otro felicitándose y aceptando un segundo plano.
Cuando Iván miraba a Susana recobraba la fe en sí mismo. Compartía con ella todo aquello
que tanto tiempo llevaba encerrado. Iván se descubría dejando entreabierta una puerta, y se
sorprendía cuando hablaba de cuestiones intimas sobre sí mismo encontrando una agradable
sensación en el "yo siento" en vez del famoso y gastado "yo haré esto y lo otro".
Iván encontró placer en mostrarse tal cual porque por fin alguien lo escuchaba de verdad. Por
fin a alguien le interesaba lo que tenía que decir Iván. Por fin no era preciso engañar para reclamar
atención porque a esa persona le importaba Iván y su mundo de cavilaciones y abstracciones.
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Sabía que había dilapidado muchas oportunidades de un prometedor futuro por ir en busca
de "otra cosa nueva". Tenía debilidad por los "algo distinto" y por llegar a esa tierra desconocida "más
allá" donde otras personas no se atrevían a llegar. Tocaba cambiar el chip, y Susana era la mejor excusa.
Se había terminado el correr sin parar detrás de las cosas más extravagantes. Se sentía fuerte
para darle la vuelta a la tortilla, aunque tuviera que ser dando un salto mortal para mostrar lo que
había del otro lado. Quería cultivarse como su buen amigo Oscar, y esperar la cosecha con la paciencia
de Job. Iván se sabía fértil, y solamente Susana podría mantenerlo en cintura. Se convenció para
dejarse recortar las puntas de las alas. Quería construir. Terminaba el zigzag para disciplinarse y
concentrarse en todo cuanto giraba entorno a la figura de su amada. En su mano estaba el sacarle
provecho a esa oportunidad vestida de estabilidad. Estabilidad, palabra inconcebible en su vocabulario
pasado que solo entendía de emoción y aventuras, pero ¿y no es una aventura emocionante el
matrimonio?
Iván tenía la capacidad de mirar de frente el nuevo reto, porque se trataba de "otro reto": el reto del
matrimonio perfecto. Diferente en su concepción, estructura, y planteamiento, pero un reto al fin y
al cabo que exigía de sus mejores aptitudes. Iba a competir consigo mismo. No entendía otra manera
de hacerlo. “Que gane el mejor” se dijo antes de comenzar la pelea y el resultado se llenaba de
incertidumbre. El Iván de ayer se enfrentaba al nuevo Iván. Existía la incertidumbre como al inicio de
cualquier actividad, pero en esta ocasión tenía la certeza de algo absoluto y rotundo y es la veracidad
de las fases de la luna, del calor del sol, del azul del cielo, lo salado del océano, y de igual forma se
establecía su amor por Susana tan verdadero como perpetuo e imperecedero.
Pero sin haber empezado siquiera pensaba en la conclusión final, en el compartir junto a
Susana la alegría del triunfo e inmediatamente la decadencia del mito. Ya se había coronado y retirado
incluso antes de empezar. Así nacían sus empeños, cruzando la línea de meta sin aguardar la señal de
salida ciego por el resultado. Todo lo llevaba hasta sus últimas consecuencias. No quería herrar el tiro.
A toda costa pretendía ser dueño y señor de cada situación.
Por otro lado, no resistiría la humillación de no conseguir construir un hogar en el que una
familia viviera feliz. De niño se le había negado lo más básico, lo más elemental le había sido
arrebatado y no quería dejarse amilanar. Era necesario desterrar la posibilidad de repetir el desgarrador
terremoto que había asolado su pequeño mundo infantil. Iván no quemaría la casita de papel con sus
retoños dentro. Aspiraba fundar un hogar donde los niños vivieran rodeados de cariño y respeto para
que aprendieran a encontrar amor en el mundo. Pensaba llenar de estímulos cada momento para que
desarrollaran la propia confianza creciendo en la seguridad, aprendiendo a tener fe en sí mismos,
conviviendo desde la mutua aprobación para que aprendieran a aceptar y a aceptarse desde el
principio. Tenía las cosas muy claras. Quería evitar a sus hijos toda hostilidad para que no tuvieran
que aprender demasiado pronto a batallar como le sucedió a él.
Iván había accedido a situaciones impensables que le afectaron por su nivel de exigencia y para las
cuales, en la mayoría de los casos no estaba preparado. Inesperadamente se volcaba en asuntos que
lo ponían nervioso por su complicación, como su representación de Michael Jackson y la dificultad
de aprender a bailar como él, pero una vez metido de lleno Iván se transformaba porque
mantenerse en vilo era sentirse uno con la vida. Ahora sería Susana quien pagaría el malhumor que
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todo aquello generaba en sus primeras fases porque hasta la fecha se había maldecido en solitario
tragándose su impotencia y frustración.
En verdad le costaba realizar las cosas y eso lo alteraba, aunque formaba parte del proceso que
superaba. Ella sería testigo de la tortura y el sufrimiento que se auto-infligía porque cuando empezaba
algo lo hacía al descubierto, sin escudo. Saltaba sin red de una gran altura sabiendo que cualquier otra
persona sin apenas esfuerzo le daba la vuelta con los ojos cerrados. Recibía entonces un golpe que
venía de la izquierda, un mazazo que llegaba por la derecha, caía, pero se volvía a levantar. Dudaba.
Lo tumbaban de nuevo. Se revolvía en el suelo y de vuelta a empezar. Y si ves a un ser que amas en
estas condiciones, o eres de piedra y lo ignoras o te duele tanto que eres capaz de palidecer del dolor.
Iván era un bruto pero no le exigiría en exceso a Susana. Y Susana, incapaz de soportar tanta
dificultad, ¿optará más adelante por no querer saber? ¿Por aislarse? En un futuro próximo no se dejará
provocar ningún malestar de permanente agonía y como el avestruz se esconderá. No temblará por
sus caprichos.
A Iván, no obstante, aquella inicial tragedia le hacía saborear su triunfo cuando llegaba por
fin. El peligro era que no soportara los dos o tres primeros asaltos y fuera a por otro reto igual de
complejo o quizás más descabellado todavía, con lo que solo se llevaba “lo malo" de todo aquello
justo en el momento que podía comenzar a obtener alguna pequeña satisfacción de consuelo, pero
así era Iván.
Y no abandonaba por debilidad, sino por pura distracción. Un objeto demasiado brillante tenía
la facultad de cegarle y agasajarle anulando al anterior. Y así pasaba de un disparate a otro con la
insistencia del tic-tac de un reloj.
Le gustaba salir como perdedor y llegar triunfante. A sus trece años, durante una excursión
organizada por la escuela, después de pasar el día entero jugando, corriendo de un lado a otro sin
parar, a media tarde emprendieron el camino de regreso. Once kilómetros los separaban de la plaza
donde se habían estacionado los tres autocares. Subido a un árbol, Iván apuraba hasta el ultimo
minuto de la tarde distinguiendo la imagen de sus compañeros descendiendo por el sendero en fila
de a dos marchando cansadamente como un largo gusano que se encoge y se estira igual que un
acordeón.
Los profesores ya lejos le hacían señales con los brazos para que se apresurara al percatarse que
se había quedado rezagado. Debía incorporarse al grupo pero Iván... Desde la altura que ofrecía una
hermosa vista se sentía el amo del valle. Se deslizó por entre las ramas con la agilidad de un chimpancé
y una vez abajo se tumbó boca arriba en el suelo para respira; inhalando hondamente, exhalando
lentamente sintiendo como sus pulmones se hinchaban y se vaciaban completamente.
Todavía tenía que cerrar su mochila. Y mientras las palmas de las manos acariciaban la hierba
que se filtraba entre sus dedos, miró al cielo y quizás un poquito más allá para exclamar “Los últimos
serán los primeros” y, de un salto se incorporó. Guardó sus cosas en la mochila que acomodó a su
espalda y salió impulsado como una flecha sale del arco que previamente se ha tensado.
Aproximadamente cincuenta minutos lo separaban respecto a los miembros de su clase que
iban en cabeza hablando de los humoristas del programa de televisión de la noche anterior con el
director de la barbilla hacia adentro. Se habían perdido sus figuras detrás del recoveco de una
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puntiaguda montaña en la hondura del paisaje. Estaba decidido y con paso firme se dispuso a caminar
brincando con la punta de sus pies primero y trotando a continuación.
Iván avanzó a unos y otros ante sus desafiantes miradas y la breve reactivación del paso cada
vez que eran superados. Ajeno a los comentarios de los profesores, alcanzó al director que le gritó
preguntando el por qué de tanta prisa sin que obtuviera respuesta cuando ya bordeaban la carretera.
Algún estudiante quiso imitarle pero desistió a los pocos metros falto de energía.
Iván no recordaba donde estaban los autocares. Visualizaba una explanada grande y una
iglesia románica pero la congoja no impidió que reconociera el emplazamiento nada más entrar por
la calle central del pueblo consiguiendo subirse al vehículo de dos pisos para pescar in fraganti al
conductor que sumido en suelta siesta no supo que había llegado.
Iván se desplomó en el asiento en seguida de sacarse la camiseta que estaba empapada de
sudor. Se quitó también las botas. Se frotó los pies entre los dedos y jadeante, se sintió contento y
cumplido. Ese fue el preludio de su intensa y trepidante carrera... el hecho de saber que si se lo
proponía con la suficiente fuerza, podía hacer cualquier cosa.
Los siguientes en llegar a los autocares tardaron todavía veinte minutos. Los últimos, hora y
media. Durante ese valioso tiempo ganado con ahínco y coraje nacido del impulso desconcertante
de la improvisación, Iván tuvo una revelación: había nacido para cuestiones imposibles. Iván sería la
excepción que confirma la regla en un mundo masificado de uniformes automáticos.
*
*
*
*
La sexualidad, supone un enigma que cada cual debe desentrañar.
Los padres de Ana dimitieron ante su responsabilidad de educarla en materia sexual porque
temerosos a todo lo pasional y por tanto, a lo incontrolable, atrapados por incoherentes represiones
impuestas por sus propios padres en aras a limitar la libertad encerrándola en la trampa, supuso para
su hija un recelo inicial a una practica tan sumamente bella, ¡nunca antes había ido al ginecólogo!
Oscar la acompañó a la que fue su primera consulta y trató su malentendido pudor como si
fuera un chiste. En un escenario calmado, Ana atendía, aprendía con fascinación. Y Oscar le
enseñó en poco tiempo a hablar libremente sobre sexo y de manera espontánea conversaron
sobre esta faceta que los uniría en el amor y en el placer de amar con ardor, fogosos los cuerpos,
prendidos, incendiados!
La devoción de Ana por el hombre que le abría un universo nuevo sobre un aspecto esencial
de su vida los acercaba de tal forma que las dos realidades encontraban la necesidad de complacerse
alcanzando la amorosa unión.
Y se procuraban mutuo apoyo compartiendo distintos momentos, esa clase de sostén que
nadie más puede dar sino es tu pareja; un sostén que no es la protección del padre ni el amparo de
una madre, simplemente es el favor desinteresado del amado que ningún amigo puede entregar.
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La pareja es la columna vertebral de la sociedad. No solamente por su compatibilidad, sino
también por su adecuado complemento que permite la convivencia a plena felicidad. Dentro de cada
pareja hay distintas habilidades, inclinaciones, respuestas y reacciones, y a su vez, la experiencia sexual
de un hombre es completamente diferente a la de una mujer. Los deseos y necesidades de una mujer
no se asemejan a los de un hombre. No piensan igual. Hablan de manera distinta. Siente muy
diferente un sexo de otro. Pero Oscar y Ana se entendían. Sacaban el uno del otro el máximo
provecho posible. Y seguían comunicándose, expresándose cosas que no pueden decirse de ninguna
otra manera: cosas que están alejadas de las conversaciones intelectuales, cosas hondas, extrañas, y
que hacen del sexo algo mágico.
Porque el sexo es la forma primaria de mostrar amor. No es la única ni tampoco la mejor,
pero es, el sexo, de un modo incondicional, la antesala resplandeciente donde se estremece el azahar.
Cuando los hijos varones se casan, emigran, y las madres se quedan sin hijo. Pero las madres no
pierden una hija cuando se casa. Sucede a menudo que suelen ganar un yerno y para la mamá de
Susana, aquella sería una experiencia no exenta de tormento y de mimo porque también ella era una
persona de excesos.
Toda regla que rozara lo absurdo o fuera impuesta por decreto con la rigidez injustificada de
una autoridad desmesurada, era para Iván motivo suficiente para emprender la revolución. Iván era
incompatible con cualquier estructura preestablecida no dispuesta a modificarse de una u otra forma.
La señora no podía imponer su juego y su ley a un elemento como Iván, quien tenía sus propias
normas escritas en su haber con lágrimas de sangre.
Desde que conoció a los padres de Susana cedía sin darle importancia a esa estructura
enclaustrada. Había intentado integrarse a sus modos y costumbres, y lo hizo con ganas sinceras,
pero sus intentos habían sido en vano. No podía adaptarse, mejor dicho, no quería hacerlo. Para una
persona desarraigada del núcleo familiar con diez años de independencia domestica, se le antojaba
complicado asumir un sin fin de reglas y obligaciones en las que él no había participado.
La señora había ejercido con astucia una firme dictadura impuesta sin discusión. Tenía la
creencia absoluta que "su verdad" era la única posible y no había otra. Todo lo demás y los demás
carecían de criterio, no contaban, solamente ella poseía la más exclusiva de las verdades más allá del
bien y del mal. Mandaba. Y mandaba mucho ordenando "su" casa y desordenando los caracteres de
quienes la habitaban porque ejercía una presión indirecta digna del mejor tirano. Pero lo más grave
de tal comportamiento no era que fuera una posesiva matriarca con una desmesurada
superprotección, ni tampoco que sus consejos anularan a los miembros más débiles o a los más
haraganes. No. Lo más relevante de su actuación, consistía en negar reiteradamente la opción de un
comentario. La simple mención de una inofensiva crítica con la intención de aportar ideas no era
bienvenida, cuando Iván solamente pretendía enriquecer cualquier circunstancia inacabada para
mejorarla. Ni aún con delicadeza, no tenía la oportunidad de mostrar la otra cara de la moneda.
Terminaba la señora en su casa. Se encerrada en sus cosas, y precintaba la entrada para evitar
las visitas amenazadoras de quien pudiera mostrarle otros mundos y otras verdades. Miraba la vida en
blanco y negro descuidando irresponsablemente los matices de la infinidad de colores que se
obtienen cuando se permite la mezcla en libertad. Carecían de interés las palabras forasteras, vinieran
de quien vinieran, porque no eran las suyas.
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La señora estaba sentada en su trono y no pensaba moverse. Pero además, exigía que hubiera
bufones en la corte para colmarla de reverencias aunque Iván, únicamente accedería a ser títere si con
ello mantenía audiencia directa con la reina para contarle con gentileza cual era la actividad del
populacho y la realidad que se ocultaba en sus jardines tras los altos muros de palacio.
La mayor obsesión de aquella señora de aspecto afable consistía en hallar la aprobación del
barrio donde residía y el consentimiento de la vecindad; a menudo por encima de sus seres queridos
pendiente del que dirán. Tenía un profundo temor por las habladurías. Pero a su vez, implacable
consumidora de los chismes de famosos hurgaba sin compasión en las intimidades ajenas para emitir
juicios de valor. Y solía mantener sus palabras como algo incuestionable con el triste argumento de
haberlo visto en un programa de televisión o leído en una revista del corazón. También solía hacerse
la mártir por haber escogido un determinado camino regocijándose por el sufrimiento de las
calamidades a las que era sometida durante el trayecto fruto de su decisión de recorrerlo (en relación
a su decisión de trasladarse a Cataluña). Estas y otras cosas sacaban de quicio a Iván que apretaba con
fuerza los mandíbulas para evitar pronunciarse.
Desde el principio había sido paciente por respeto a Susana omitiendo detalles que le afectaban
directamente a él. Se había propuesto complacer a la suegra como cuestión indiscutible para lograr
una mejor armonía de pareja. Sin embargo, el resultado amenazaba con ser nefasto porque estaba
permitiendo que la señora lo anulara poco a poco como individuo cuando se encontraba en su
territorio.
Iván seguía alejándose de cualquier tipo de enfrentamiento. Pero el choque era inevitable,
¿cuánto más aguantaría Iván? ¿Y por qué motivo saltaría?
A menudo ante una exposición de Iván, de repente cortaba la señora la conversación al meter como
cuña su opinión con la que debían congraciarse los presentes variando los propios puntos de vista. El
problema radicaba en que hablaba sin conocimiento directo de muchas cosas. Se engañaba pensando
que dominaba los grandes temas de la vida. Ella no seleccionaba las fuentes de información, ni los
temas eran trascendentes, ¿entonces... para qué inmiscuirse?
Aquella señora vivía en un diminuto entorno cerrado bajo su paraguas seguro. Y no tenía la
intención de indagar por miedo a su incomprensión, ¿entonces por qué darle importancia?
Cuando algunos de sus comentarios no llenaban a Iván de perplejidad, lo hundían en un
pastoso fango hasta la nariz, y cerraba los ojos para que no le escocieran. Pero los últimos días actuaba
de forma despectiva refiriéndose a la relación que Iván mantenía con su hija preocupada y alterada
ante la posibilidad de que se la pudiera arrebatara de sus largos tentáculos maternos plagados de
ventosas succionadoras.
Y sucedió que aquella madre excesivamente posesiva y dictatorial, jovial y sociable de puertas
afuera, sin duda con un gran corazón, comenzó a meterse donde no la llamaban de manera insistente
y un tanto grosera.
Y aunque Iván procuró ser en todo momento atento y amable respetando a una persona
mayor que él, empezaba a no hacerlo con autentica generosidad porque hubiera rozado la hipocresía
que ya había superado años atrás. Iván sentía un enorme aprecio y un fuerte cariño por la señora a la
que debía un pedazo de su felicidad, pero no tenía previsto renunciar a sí mismo. Sentía que vivía de
prestado pendiente de si iban a molestar sus palabras al decir algo inconveniente o al hacer algo
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indebido a los ojos inquisidores de su suegra. Había intentado contribuir a la buena marcha de la casa
pero al momento era hostigado con explicaciones de cómo debía realizarse la acción para que fuera
ex-ac-ta-men-te correcta. Se cernía una tensión inaguantable bajo aquel techo de paja listo para
encenderse y arder con la facilidad con la que arde la paja. La acumulación de una serie de
insignificantes detalles aislados que revelaban una mentalidad pequeña y restringida lejos de la
madurez emocional desbordaba a Iván.
Pero Iván era tolerante y la disculpaba como se disculpan los agravios de un enfermo de
Alzheimer. La escuchaba sin compartir ni uno solo de sus insípidos argumentos. Sentía que no podía
penetrar en un cuadro ya pintado y parecía que Iván sobraba, que fuera un mueble o un trozo de
carne apagada que estaba de más al ser permanentemente excluido. Y desencajado y sin poder abordar
temas complejos de aquellos que estimulaban a su amigo, Iván, pintor acostumbrado a crear sus
propios lienzos estaba a punto de estallar. Aquella señora jamás conseguiría reducirlo a su antojo ni
consolidar una sola de sus imposiciones.
Y cuando en una espontánea muestra de afecto, Iván besó a Susana en señal de agradecimiento
al servirle la cena, según la madre, un acto impropio en la mesa, dijo basta a las interferencias ¡adiós
a las imposiciones! No quiso continuar bajo un esquema que no era el propio y limitaba sin permitir
el crecimiento ni la creatividad. Iván pensaba que el amor verdadero es aquel que no está sujeto a las
normas más absurdas y que su potencia es del todo imprevisible, manifestándose a través de singulares
formas ininteligibles para quienes no pertenecen al club de los apasionados enamorados y, por otro
lado: ¿quién puede afirmar que debe dejarse el amor a un lado antes de sentarse a la mesa?... ¿Por qué
no lo consintió mirando a otro lado? ¿Por qué no disculpar algo que salía del corazón? No. La señora
censuró el breve roce de sus labios con la desaprobación digna de quien denuncia un crimen atroz.
Ese fue el principio del fin. Pero Iván todavía se mordió la lengua.
De no haber sabido andar solo por el mundo se hubiera dejado arropar por aquella señora
tremendamente absorbente, pero daba la casualidad de que no era así. Y no quería caer en su mismo
error imponiendo su criterio a golpe de puño y fuego. No era su casa. Tenía que respetar e incluso
acatar a regañadientes, o salir, negándose a colaborar. ¿Se retiraría discretamente como un caballero?
Cuando en la soleada mañana del penúltimo fin de semana de invierno, motor en marcha,
aguardaba a su amada que no llegaba, al subirse al automóvil y preguntarle el por qué de su tardanza,
conociendo lo disparatado del motivo, ya no dudó un segundo más. Sería la última visita a la casa.
Susana no podía salir sin antes haber dejado arreglada la habitación de su hermano que se divertía
desde hacía horas en la playa con sus amigos. Ese día tocaba cambiar las sábanas, pero como no las
encontraba, se retrasó haciendo esperar largo tiempo a Iván.
A Iván le pareció irracional, él mismo mantenía su habitación impecable haciéndose la cama
cada mañana como era su costumbre. Y le dijo con hielo en los ojos “¿No tiene manos tu
hermano?...” y acto seguido la avisó de su decisión “No voy a seguir aguantando tantas estúpidas
irregularidades Susana”.
Y bien entrada la tarde, tras uno de tantos inútiles y desafortunados comentarios respecto a
su romance que le martillearon el pecho hasta extremos insospechados, después de cinco meses de
salir con Susana y ser inmensamente feliz aguantando calladamente la agresión, de manera expeditiva
zanjó el asunto. Se levantó de la mesa pidiendo permiso con educación. Clavó la mirada en la
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profundidad de su amada para preguntarle delante de su familia “¿Te vienes o te quedas?”. Y sin esperar
respuesta, cogió la maleta de mano que ya había dejado preparada aguardando la última gota que
colmara el vaso de la paciencia.
Iván avanzó hacia la puerta. La abrió lentamente y, suavemente la cerró detrás de sí sin mirar
atrás. Nunca supo si dijeron algo, ni tampoco que ocurrió. Pero una vez subido en su Ford PROBE
aguardó en la puerta como en la mañana con el motor en marcha y, Susana, salió corriendo a su
encuentro sin pensar en nada más que en Iván. Salió de la casa sin importarle nadie que no fuera él.
Y tras poner la primera marcha, aceleró con decisión hacia el infinito. Ambos desaparecieron en la
oscuridad de la noche estrellada dejando atrás llantos y rabia entre cuatro paredes gruesas y elevadas.
Nadie en aquella casa se creía lo que acababa de pasar. Nunca hubieran dicho que la dócil y
sumisa hijita pudiera abandonarlos por un hombre. Sus ataduras no habían servido de nada porque el
amor es mucho más grande y potente. Mucho más valiente. Susana no tenía miedo porque estaba
junto a Iván.
Inauguraba el lunes una semana llena de incertidumbre hiriente. Existía descontrol. Incomodidad. La
situación se había desmadrado como el vagón de una montaña rusa que sale despedido. Pero Susana
no tenía ni una pizca de remordimiento por su actuación. No hubo llamadas ni en una ni en otra
dirección.
Iván poseía la facultad de crear un clima favorable donde las personas podían expresarse en
libertad y avecinándose días duros, los dos aprovecharon para conversar largamente sobre lo
sucedido, y de común acuerdo, llegaron a una decisión: el veintidós de julio Susana se vestiría de
blanco y él llevaría un esmoquin negro sin pajarita. Y se dieron mutuamente hasta la mañana del
sábado para pensarlo antes de precipitarse.
Iván le había dicho en la cama después de hacer el amor “Como las olas gigantes que vienen y
sabes que te mojarán, te ruego ahora que saltes, Susana. Salta alto justo cuando estén cerca porque
cuanto más alto saltes menos te mojarán”.
Le rogó a Susana que lo pensara detenidamente, pues aquella era una acción decisiva en su
vida, tanto como en la suya, quien también debía meditarlo sosegadamente para no arrepentirse más
tarde. Iván no quería lamentos en el futuro, como tampoco quería dudas ahora por parte de ninguno.
La invitaba finalmente a poner la primera piedra de su construcción. Le dijo que prefería un "no" a
admitir la posibilidad de un error más adelante, pero Susana había dado la mejor muestra de su amor
al plantar a su familia en la que había sido hasta la fecha su casa. Sin embargo, trataba Iván de darle
una última oportunidad facilitándole la vuelta atrás sin represalias ni recriminaciones si optaba por
rectificar el paso, pero Susana le dio el -sí quiero- sin esperarse a que llegara el domingo. Y se lo
repitió tiernamente cada noche ... -Sí, sí, sssíííí- eufórica de gracia y de vida aunque no tenían vivienda
ni la iglesia donde celebrar el acontecimiento. Pero a Susana aquello no le importaba. Sabía que si
Iván se lo había propuesto, nada ni nadie podría impedir que se celebrara la boda el 22 de julio porque
si algo sabía hacer bien Iván era lidiar con la adversidad.
Y llegó el sábado. Y sonó el timbre en la casa de los padres de Susana. Y abrió la puerta su
madre, que al verla se sorprendió. Las dos se abrazaron inmediatamente. Lloró de alegría Susana.
Lloró de emoción la madre inundando de lágrimas los ojos enrojecidos bañando el rostro magullado
teñido por el desencajado ánimo de toda la semana.
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Gimotearon en el rellano de la escalera mientras en un discreto segundo plano Iván
contemplaba la escena. Y estirándola por el brazo la hizo pasar al interior, pero a Iván le cerraba la
puerta en las narices. No lo quería dejar entrar. No lo quería en los dominios de su casa. Lo empujó
con violencia al tiempo que lo fulminaba con una mirada de impetuoso odio que desenvainaban cien
mil sables embellecidos al sol dispuestos a mancharse de sangre.
Susana ayudó a Iván a traspasar el umbral. Entraron al comedor y se improvisó a las cinco de
la tarde una especie de consejo familiar donde le dijeron a Iván infinidad de barbaridades; adjetivos
despectivos y humillantes que aguantó sin inmutarse. Esperaba una reacción similar, aunque esto no
evitó que sufriera por dentro porque se estaban excediendo y se sentía como uva pisoteada en un
barreño. Mostrando una gran entereza por fuera, Iván dio una lección de modales y de civismo al no
responder al ultraje.
El padre de Susana, hasta entonces una imagen difusa en la organización familiar, dejó correr
su ira como se dejan correr los toros en Pamplona hasta inundar el comedor de tensión opresiva
como una plaza rebosante de gentío. En alguno de los momentos tensos Iván llegó a temer por su
integridad física pero permaneció sentado en el suelo de piernas cruzadas mano sobre mano,
imperturbable sin perder el contacto visual con cada uno de los miembros de la familia. No bajó un
solo momento la mirada por muy obscenas y devastadores que fueran los apelativos que le infligían.
Y aún después de tres horas seguía atosigado aguantando el linchamiento en la casa que se había
tornado un matadero donde corría la sangre.
Se ensañaron con él. Susana en vano salía en su defensa. Su familia no atendía a razones y la
pisoteaban como pisotean los caballos encabritados a quien se pone por delante. Con gran empeño
se desgañitaba cuando encontraba un espacio vacío entre un grito rugoso y un chillido alfiler que
daba paso a un alarido cavernoso intentando hacerles comprender que Iván había venido a pedirles
algo. Pero la incredulidad de sus padres era tal que pensaron que Iván venía a pedirles perdón por su
comportamiento.
A las nueve de la noche, ya cansados, habiendo descargado toda la angustia de aquella difícil
semana y habiendo agotado todos los insultos posibles, faltos de argumentos y groserías con las que
castigar su osadía, Iván, en tono suave y pausado intervino por primera vez. “He llegado hasta la casa
para pediros la mano de vuestra hija. Susana y yo hemos decidido casarnos. Me gustaría obtener
vuestro consentimiento y vuestra bendición”. En ese instante sus padres enrojecieron de vergüenza.
Se dieron cuenta que olvidaron preguntar el motivo de la visita ofuscados por escupir toda su
perversidad.
Iván había conseguido dar un vuelco de ciento ochenta grados a una situación situándose en
la cresta de la ola como la misma espuma que permanece en la cúspide hasta aplastarse en la arena.
Al hermano de Susana se le hicieron los ojos pequeños y no podía dejar de mirar a Iván, y
luego a su hermana, y otra vez a Iván, y otra vez a Susana. Los padres habían enmudecido por la
naturaleza de una petición tan breve como directa y sincera. El silencio se hizo largo como un
kilómetro y medio más tres.
Las palabras de Iván rebotaban por el comedor desde el suelo al techo resonando como el eco
en las montañas cuando sonaron inteligibles balbuceos de turbación que Iván sepultó con su
sentencia: “Vamos a contraer matrimonio el próximo 22 de julio”. Era un hecho irrevocable. Iván
quería su aprobación, pero no la necesitaba porque Susana y él ya se habían decidido. No estaba
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pidiendo permiso. Y se volcaría en la preparación de la boda olvidándose de todo lo acontecido. Pero
antes...
Iván no tardó en llevar a Susana a Cala Galdana en Menorca donde le entregó una alianza al
tiempo que le susurró al oído “Solamente ahora ¡no! Te quiero siempre, Susana”. Una gaviota
sobrevoló el risco... al poco otra y se fundieron en una misma danza que certificaba en el cielo su
unidad. A su regreso viajaron a la Costa Brava para subirse a una montaña donde plantaron la semilla
de un árbol.
Y cinco meses más tarde el enorme portal de cinco metros de la iglesia se abrió para dejar ver un
destello de luz de inmaculado blanco. La marcha nupcial sonó con todo su rigor mientras avanzaba
Susana colgada del brazo de su padre. Desde el altar, con cada compás, Iván dejaba caer una lágrima
sin disimulo temblando como un niño emocionado con las palmas de las manos empapadas de
sudor.
Iván reparaba en como avanzaba Susana hacia él y se agitaba por dentro vibrando como un
reactor dispuesto a partir hurgando el espacio sin moverse del sitio al ritmo pausado de la música
hasta que no pudo retenerse por más tiempo y bajó al pasillo para tomarla. Susana se entregó
extendiéndole la mano sin aguardar un instante. Recogiéndola con una ancha sonrisa para subirla al
altar no esperó recibirla de mano de su padre tal y como indica la tradición. Era el primer día
realmente feliz de cuantos recordaba Iván. El más feliz de la vida de Susana.
En honor a su buen amigo Iván pronunció unas palabras: "Me ves llorando en la capilla, y las
lágrimas que vierto, son de alegría. He roto cien millones de corazones. He vivido cien millones de
sueños. He ganado cien millones de dólares. América me ha hecho, y yo, de rodillas, le doy las
gracias". Significativa letra de una balada de Elvis Presley que sonó en la iglesia. Ese tipo de detalles
les unía mejor que cualquier palabra u objeto. Fue una muestra sincera de lealtad. Oscar estaba
presente sin estar.
Entre los bancos distintas preguntas rezumbaban como abejas compitiendo entre tallos de
margaritas. Ha ido muy rápido, decían unos. Se precipita, decían otros. Habían preguntado hasta la
saciedad a Susana si se lo había pensado bien. Justo el día anterior seguían atosigándola hasta el
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cansancio más agotador abrumándola con interrogatorios de los que huía escurridiza derivando la
conversación hacia aspectos del ajuar. Confluía en aquella iglesia mucha gente que no comprendía la
urgencia de un enlace que sorprendió desde el mismo instante que recibieron en el buzón una
invitación que rompía el tópico. Nadie de la que fuera la tribu de Iván sabía que tuviera novia y,
mucho menos que estuviera comprometido. Ambos, y no las familias respectivas, expresaban su
deseo de que participaran con su presencia de aquel amor que les unía. Al pie de la invitación, junto
a una fotografía intencionadamente difuminada en la que se adivinaban sus torsos desnudos
enredados en un cariñoso beso: “Nos hemos encontrado y nos queremos”. Nada podía ser más
explícito. Sobraban las palabras. Pero quienes conocían a Iván vaticinaban desde el anonimato el más
escandaloso de los fracasos, sobretodo el ejército de damas que se dieron cita aquel sábado 22 de
julio de 1989. Iván las había invitado a todas sin excepción, aunque la mayoría de ellas no asistieron
(la pantera negra sí). Con aquello Iván dijo "adiós" cerrando su etapa de conquistador. Quiso
despedirse con afecto de cada una de las mujeres que de una u otra forma habían incidido en su
evolución como hombre y como persona.
La noche anterior, Iván había cenado ligero en el domicilio de su abuela. Se había instalado en la
habitación de oración donde pasaba las tardes con el rosario. Cuando alguna vez la visitaba para
saludarla y se quedaba a comer, después del café, solía frecuentar la estancia para tomar en paz alguna
decisión importante o simplemente, para repasar sus actos de los últimos días sometiéndose al
implacable Iván que era él con afán de corregirse.
Siempre se relajó en la casa de su abuela. Sabía que era allí donde su abuelo había pasado largas
horas con su apreciado violonchelo y esa noche, en la soledad del retiro voluntario, en compañía de
una litografía del Cristo de Dalí que colgaba de la pared desde que Iván se la trajo un día ya muy
lejano, sentado en el butacón de tela raída se dejó cautivar por el inminente acontecimiento.
El día siguiente sería inolvidable y quiso prepararse para gozarlo. Repasó sus sentimientos y
los motivos que le impulsaban a celebrar la boda. Se interrogó largo tiempo y a media noche se
acostó plácidamente sin una pizca de nerviosismo. Se levantó a las ocho de la mañana y luego de un
exhaustivo aseo, se atavió con la ropa escogida para la ceremonia. Salió solo a la calle. Enfiló la
avenida, paseando mientras los transeúntes le miraban extrañados de arriba abajo por lo peculiar de
su atuendo.
Iván tenía la posibilidad de salir corriendo en cualquier momento durante el trayecto para
perderse por las calles de Barcelona pero llegó apaciblemente hasta las grandes puertas de la iglesia.
Entonces llenó su pecho de aire fresco, dejó que el sol acariciara su rostro, y, antes de entrar, cerró
unos instantes los ojos. Comprobó que todo estaba en orden. Y entró para verificar que cada cosa
fuera correcta. No quería que nada desluciera aquel memorable día.
Nada justificaba un noviazgo de tres largos años. En defensa del precipitado acontecimiento,
Iván mantenía que “Es cuestión de intensidad, no de tiempo” y ciertamente, hay personas que aun
compartiendo toda una vida en pareja no conocen a quien tienen a su lado. Iván no se casaba para
separarse. Apostillaba risueño “Además, ¿por qué esperar?... cuando has encontrado una flor
maravillosa en la pradera ¡huélela! De lo contrario, cuando vuelvas por ahí la próxima vez ya no estará.
Alguien más adelantado se la habrá llevado” y con este comentario zanjaba el asunto pensando que
más que arrancar la flor lo que había hecho era trasplantarla.
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Susana era la hermosa mujer que conmovió un volcán apagado desde la ansiedad de una
búsqueda frustrada y lo alteró. Ella surgió de la Nada como paloma blanca que es, en medio del
campo de batalla. Sobrevolando lentamente por encima de los cascos vino a posarse suavemente en
su hombro. Y desde entonces Iván la amó. La amó por su calidez, por su sencillez, por la tranquilidad
que le procuraba y porque sabía que a partir de entonces ya nunca estaría solo en medio del campo
de batalla. Alteró el extinguido volcán que yacía en el pecho de Iván que ahora renacía de sus cenizas
La noche del primero de noviembre de 1988, Iván reconoció al instante esa conexión fugaz que tan
pocas veces sucede, incluso antes de que ésta se produjera. Flotaba en el ambiente algo
completamente nuevo. Su presagio tomó forma humana y desprendía aquel cuerpo una energía que
electrizaba los sentidos alterando el palpitar de una persona acostumbrada a provocar sensaciones en
los demás. Desde el instante que la conoció se halló completo y acompañado descubriendo lo solo
que había estado hasta la fecha. Susana formaba parte de Iván. Ambos estaban convencidos que
iniciaban el ascenso con el equipaje de la comunicación y la comprensión, sazonado con grandes
dosis del más extenso amor además del propósito de formar un verdadero hogar, una familia, con
todo lo que implica y a todo cuanto obliga en vistas a contribuir a un mundo mejor.
Hasta hacía apenas nueve meses, Iván no tenía por qué dar ningún tipo de explicaciones a
nadie. Vivía a su manera, en su mundo, con su ideología, pero a partir de ese mismo día y hasta el
final de los finales sería su espejo al igual que ella lo sería el suyo. Ambos tenían una gran
responsabilidad.
Era hora de sentar la cabeza, de acomodarse en el matrimonio. Iván había hecho ya todo
cuanto un hombre sueña hacer en relación al sexo femenino. Era tiempo para la estabilidad
emocional y la unidad de pareja, para la fusión de intereses con otro ser humano. Esta había sido la
conclusión al acostarse minutos antes de iniciarse el 22 de julio de 1989.
Y aquello era una realidad, un hecho visible a los expectantes ojos de cuantos les querían y de
quienes se habían reunido entorno a ellos en la iglesia. En breve Susana se convertiría en su
compañera y la mujer que sin vacilar ni un ápice le seguirá donde sea que tenga que ir. Al mismo
tiempo Iván se convertía en el guardián de sus pasiones más ocultas, de sus deseos más fantásticos,
de sus secretos más íntimos “Soy tu dueño y señor” pensó antes de dirigirse a todas las personas
presentes en tan solemne acto.
Es muy difícil intentar describir algo indescriptible, pero Iván pretendía definir lo indefinible
para acercarse un poco más, detallando con palabras algo intangible que nada más conoce el corazón
cuando el alma susurra desde el infinito. Pero no se amilanó. Con un entusiasmo desbordante, se
dirigió ante el micrófono para que los asistentes fueran testigos de cuan importante era lo que iba a
ocurrir tan pronto el capellán los declarara marido y mujer. Y dijo sin titubear “Hay cosas que no
sabes exactamente por qué, pero no se pueden explicar. No encuentras ni una sola de las palabras que
reúna lo esencial, y al igual que hay cosas que no se pueden contar numéricamente, ni medir ni pesar,
lo mío respecto a Susana no se podrá nunca ni inventar ni soñar. Te quiero”. Dirigiéndole una tierna
mirada que coronó con una amplia sonrisa continuó “Espero que mi luz brille en tu interior tanto
como la tuya brilla en el mío, porque solamente una cosa importa en este mundo, una, y el es Amor”,
y alzó la vista para observar cuidadosamente las reacciones de las personas que con atención seguían
sus palabras. Centró de nuevo los ojos en el manuscrito que había redactado no sin antes apostillar
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“Y hasta que no comprendamos esto no seremos enteramente felices. El amor en todas sus facetas y
formas distintas de expresión y significado, pero el amor sin duda”. Y esto era exactamente lo que
había hecho que su balanza recobrara su punto de origen, inclinándose para encontrar el término
justo de equilibrio marcando un hito en ese día inolvidable que mostraba a ambos el sugerente
camino de proyección mutua.
Iván descubriría en el futuro que el amor, por encima de todo, implica la continuidad de una
vida en pareja. Así es como crecerían juntos. Madurando fuertes, sanos y cada vez mejor.
Susana aprendió desde el primer contacto con Iván a variar ciertos esquemas paralizadores,
desinhibiéndose de falsos prejuicios, de tradiciones que la mantuvieron prisionera por años. Ambos
se cubrirían las espaldas a partir de entonces fundidos en la fabulosa unión. Ayudándose.
Protegiéndose. Admirándose. Viviendo una vida en pareja a plena felicidad. El destino aseguraría esta
felicidad indiscutible más allá de cuanto hasta ahora habían conocido ninguno de los dos. Su gozo
no conocería límites... ¡puro éxtasis!
Pero Iván velaría a su amada en la medida en que fuera correspondido. Entregaba aquello que
la otra persona merecía a su juicio. Pagaba con la misma moneda que percibía; aunque con Susana
partiera de una adoración fuera de lo común. Exigía lo mismo, de lo contrario, disminuiría
paulatinamente su fuerza hasta agotarse el pozo de su interés distrayéndose con cualquier otra cosa.
Susana debía permanecer toda su vida pero que muy vigilante. Sin adularlo, pero sin ignorarlo. Iván
no precisaba elogios pero sí atención sincera y crítica “... porque la crítica estimula y enriquece” le
había dicho en las ocasiones en que la pinchaba para que se soltase durante las primeras citas.
A su manera Iván intentaría por todos los medios creíbles e increíbles hacer de Susana una
mujer inmensamente feliz, pero sin renunciar nunca a su propia forma de ser. Así había concluido su
mente mientras pronunciaba la última frase centrado en su manuscrito en la iglesia: “Disfrutaré de tu
alegría y me contagiaré de tus virtudes; ambos nos amaremos ... ¿verdad Susana?”. Y abandonando el
micrófono, cruzó de una punta a la otra el altar para abalanzarse sobre ella y abrazarla con intensidad
susurrándole al oído “El hombre que carece de palabra carece de identidad propia”. En ese preciso
momento estaban los dos tan emocionados que no se dieron cuenta lo mucho que dilataron su
abrazo. El mundo se detuvo congelándose la bella imagen en todos y cada uno de los matrimonios
jóvenes y adultos que sintieron nostalgia por ese instante tan sumamente especial.
Cuantos allí estuvieron ese irrepetible día fueron testigos del compromiso de Iván, que con
fidelidad llevaría una vez más hasta lo máximo de sus conclusiones últimas porque para él no hay
horizontes inescrutables como no los hay en la imaginación de un niño.
Al terminar la jornada los presentes ya intuían que no se precipitaban. Comprendían que se
complementaban positivamente. No había más que verlos juntos. Iván hablaba y miraba desde el
corazón. No vendía ningún producto. No intentaba agradar o sorprender. Era. Y era un Iván crecido.
La mayoría de los presentes se convencieron que ni uno ni otro se equivocaban puesto que
ambos habían encontrado la horma de su zapato. Susana e Iván no podían haberlo llevado mejor. Y
para conseguir un clímax a la vez que mandar un mensaje claro que determinaba la naturaleza del
acto, después de evitar cubrirse el rostro del baño del tradicional arroz en señal de fertilidad, nariz
apuntando alto para recibirlo como lluvia bendita, Iván se escurrió de entre la multitud para
reaparecer con una caja de cartón forrada con papel de plata.
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Como los presentes ya no esperaban nada más, se preguntaban qué es lo que hacía Iván en
cuclillas. Qué era aquella caja. Qué es lo que había dentro. Susana estaba más desconcertada que nadie.
Incluso varios transeúntes que pasaban cerca del portal de la iglesia se detuvieron ante la expectación
creada. Y únicamente cuando hubo llamado la atención de todos sin excepción, todavía apuró un
minuto más para que siguieran intrigados sintiéndose el amo del mundo. Entonces abrió la caja para
poner en las manos de su esposa una paloma blanca que ella recibió con una exclamación de alegría
en sus ojos y una sonrisa dulce en los labios. Y ambos, al unísono, extendiendo sus brazos lanzaron
al aire dos ejemplares perfectos de una blanca preciosidad que sobrevolaron la plaza peinando el
viento para salir, nítidamente las dos flanqueadas en sus alas por la felicidad y el amor en un vuelo
directo al azul intenso del inmenso cielo iluminado.
Lejos de la imagen de encierro que provoca el matrimonio, Iván quiso dejar constancia de la
realidad que vivía evidenciando la magia de la libertad.
De su propia libertad.
*
*
*
*
Un crucero por el Caribe había sido un insistente sueño juvenil que Iván materializó para su amada
Susana, mientras Oscar y Ana, cubiertos de carcajadas, se mostraban radiantes durante las dulces
jornadas de luna de miel. Habían deseado volver a la misma cabaña de madera en los Alpes Suizos
donde conocieron regocijantes estremecimientos descubriéndose los lunares del cuerpo.
En Octubre de 1990 Ana esquiaba con la alianza (eternamente prendida la cadenita en su
cuello). Peinaba la blanca montaña con su impecable estilo preciso y elegante mientras Oscar se
caía en la nieve mojada una, dos, y otra vez, hasta veinticinco veces seguidas. No estaba al nivel de
su amada y sin embargo, quería subir hasta arriba tantas veces como Ana aunque bajara la cuesta
torpemente y luego rodando, despeñándose por las risas en picado hasta dar con un árbol, ¿quién lo
ha puesto ahí! Han detenido a mi esposo sonreía Ana!
Además de un sobresaliente humor que nunca antes había asomado, Oscar tenía el tesón de
un hombre enamorado, pero para esquiar le faltaba teoría y mucha practica y no únicamente una
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flagrante sonrisa. Por no saber no sabía ni frenar a tiempo y se llevaba a la gente por delante
arrasando como un tren que embiste.
Las noches se llenaban de confidencias. Los días, repletos de románticas declaraciones parecían
no tener final. Durante los descansos se contaban las sensaciones. Durante la cena sus sueños
infantiles. Antes de acostarse sus más hondas inquietudes. Ambos querían conocerse todavía más.
Experimentaban juntos sus dudas y sus preocupaciones. Intercambiaban planes para el futuro. Nada
iba a quedarse en el tintero. Se necesitaban y se tenían mutuamente con plenas garantías.
Hablaban mucho en el teleférico, en el aseo, en la cafetería. Y en la cima de la montaña
embaucados por el prodigioso panorama no pudieron resistirse y concibieron el amor a siete grados
bajo cero cuando el viento soplaba corpulento. Una gota de agua cristalina no se congeló, se alojó
y... pues eso!
Oscar le contó que se había emborrachado de ella, que se había enamorado del amor con ella y que
la resaca no le estorbaba. No había sabido lo imprescindible que era Ana hasta que no hacerla suya
públicamente ante la sociedad. Y le confesó lo que pensó minutos antes de la boda “Hubiera
seguido revoloteando a tu alrededor siendo únicamente un buen amigo de por vida porque la
amistad es una forma de amor”. Pero ya nunca sabría como hubiera sido compartirla con otro
hombre accediendo solamente a una parte limitada de ella.
Desde la primera visita a los Alpes Suizos Ana le pertenecía de igual modo a como Oscar
siempre le perteneció. Aquella primera estancia en los Alpes marcó un acontecimiento grandioso.
Ana había sido lenta como una tortuga; muy lenta pero muy segura. Primero en entregarse, y luego
en aceptar el matrimonio. Y ahora se entregaba convencida en corazón cuerpo y alma.
Oscar supo siempre que tarde o temprano llegaría a esta conclusión. Intuía que algún día lo
entendería y que finalmente apreciaría la verdad de su atención, de su dulzura, de su cariño, y de todo
su amor grande que no podía ignorarse como no se puede ignorar a la persona que se necesita.
Aunque hubiera querido Oscar no hubiera podido negar o eliminar su sentimiento . Había
comprendido que no podía cambiar lo que sentía. Nunca pudo ir en contra de su naturaleza y eso lo
salvó. Los salvó a ambos porque ese encuentro, esa unión, llegó, puesto que siempre estuvo ahí como
fruto maduro. Llegó porque se pertenecían el uno al otro y su lugar estaba uno al lado del otro y
juntos estaban por fin.
Saber que Ana existía y aceptar largo tiempo que no estaba con él, fue para Oscar duro al
principio, pura agonía después no exenta de sufrimientos. Y durante ese largo período Ana supo bien
quien se mantenía fiel. Los gestos de Oscar no terminaron en el contenedor de basura. Ana sabía
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exactamente con qué persona podía contar realmente porque aun apartados, tan sólo a Oscar, a nadie
más hubiera recurrido en caso de sufrir una desgracia. Y Oscar se mantuvo alerta para socorrerla
llegado un caso extremo o un peligro como un padre velando a su hijo que aprende a nadar en la
piscina. La sinceridad y la transparencia vencieron. Y a Ana la sedujo la potencia interna de su
obstinado amor.
La esperanza fue el aliciente de Oscar y la tenacidad tuvo su recompensa. Oscar la persiguió
arrastrándose de rodillas hasta que Ana sucumbió a sus encantos. Su persistencia alejó cualquier
duda porque aunque Ana lo ahuyentó intencionadamente, Oscar nunca desfalleció e insistió
erudito él, sabiendo que debía posponer una cosa a dos porque una de las partes no se ajustaba pero
sin perderla de vista. Tenía la seguridad de su amor majestuoso. Igual que tuvo Ana la evidencia de
su amor comprometido y durante la primera noche en calidad de esposa, con lágrimas en los ojos
emocionada hasta la médula se lo agradeció reconociéndole que había tonteado con otros por
despecho, incluso le dijo que había tentado a un hombre casado -Pero comprobé que nunca nadie
se había acercado a ese amor incondicional que tú me ofrecías... un amor sano y pleno de pasión
comprimida. Y quise premiarte mi cielo. Te reservé lo mejor-.
También reconoció que al inicio no tuvo que hacer demasiado esfuerzo para ser amada -Es
fácil entregarse totalmente a un ser como tú-. Y Ana afrontaba el futuro sin temor. No le asustaba
la complicación de la continuidad. Mantener esa llama encendida no sería otra cosa que el anhelo de
perpetuar su dicha actual. Envejecer juntos es ardua tarea pero Ana y Oscar se ganarían mutuamente
gracias a la permanencia de tan fluida comunicación, gracias a la persistencia de tan noble respeto,
gracias a la sensibilidad de tan amorosa comprensión. Ambos se merecían el uno al otro.
Oscar no se quejó ni una sola vez por haber tenido que luchar tanto para conseguirla. Era parte
del precio de su felicidad. Había estado solo y había aprendido de su soledad. Pero a continuación de
la boda estaba formando una familia. Construía un verdadero hogar pleno de calor. Podría recuperar
aquel sabor de Navidades de árbol atiborrado de regalos, pesebre decorado con la colaboración de
todos, coronas colgadas en las puertas y los villancicos sonando. Le gustaba sentirse amado. Con
mayor razón cuando su amor era correspondido por el único ser que podía llenar el espacio vital de
su enamorado corazón. Y quería ser amado de una forma especial con todas sus consecuencias, de
igual forma a como él la amaba a ella.
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Oscar repasó el trayecto recorrido mientras se afeitaba en el baño escuchando la dulce melodía de
piano y violines. Reconoció que supo desde que se sentó frente a Ana y estuvieron callados largo
tiempo examinándose con detenimiento que no podría vivir exclusivamente a nivel profesional y
debía llenar la otra parte de su vida para encontrar el equilibrio. Identificó el incidente que cambiaría
su vida. Identificó a Ana como la única e insustituible pareja. Recordó cuántas horas se había pasado
contemplando los dibujos a lápiz carbón y exclamó “Tengo que sustituir el obsequio de mi suegrita
por una fotografía de mi poderosa esposa de bengala a todo color”. El círculo finalmente se había
cerrado porque el amor verdadero no puede ni forzarse ni exigirse pero cuando existe se manifiesta
como el canto del grillo.
Oscar nunca quiso adulterar esa indomable facultad que únicamente puede regalarse con
generosidad de manera voluntaria. Apreciaba el hecho de no haberla disfrutado de inmediato y
agradecía no haberla perdido. Y valoraba la oportunidad de comenzar una vida con Ana llena de
promesas embarazadas de alegría. Oscar era rico y estaba saturado de felicidad. Ya no se apartaría
más de su esposa, decía. La peripecia de no haberla gozado durante años evidenciaba lo importante
que era Ana y cuanto significaba en realidad. La había recuperado en las montañas suizas para
conquistarla en la certeza de que ya no se perdería jamás.
Oscar cruzaba el umbral del matrimonio danzando jubiloso en su interior con el agrado del
recién nacido que abraza la vida. Y le dijo después de caminar descalzo desde el baño una vez
tumbado junto a Ana encima de la gruesa y blanda alfombra oliendo a after shave frente a un
fuego indestructible “Nunca barrera alguna volverá a separarnos mi vida, ni humana, ni
sobrehumana”. Y la vida lo pondrá a prueba.
Durante el prolongado rechazo de tres años, Oscar llegó a pensar que Ana no sabía amar. Pero se
había desengañado al día siguiente de compartir la función en el teatro Goya. Desde aquella cita
sorpresa sabía que Ana deseaba amarlo con intensidad perpetuamente, y para ambos, era fantástica
esta sensación de necesitar y saberse necesitados y a la vez correspondidos y complacidos.
Vivían el viaje de novios con ilusión, en esplendorosa concordia, como el mejor anticipo para
la vida conyugal. Sin embargo, había una asignatura pendiente que tenían que abordar. Oscar
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necesitaba una explicación. Precisaba entender los acontecimientos y buscaba los argumentos, los
detalles; seguía examinando lo más insignificante de la vida para evaluarlo.
Y la última noche, tumbados en la cama antes de acostarse, aprovechando el buen humor por
el inminente regreso al hogar, alejando cualquier clase de amonestación le preguntó Oscar
directamente a su amada “¿Por qué?...”. A lo que Ana apostilló -Por qué, qué!...- con una sonrisa
corte y lenta imaginándose por donde iba.
Oscar reclamaba con la mirada impasible un motivo, algo que poder archivar en un cajón. Se
lo insistió con su mueca continuada que daban al rostro de Oscar una textura singular. Precisaba
una explicación. Y sus ojos decían que como esposo tenía derecho. Entonces Ana se lo reveló para
saciar su curiosidad.
Confesó que se había vengado a lo largo de tres años -Los mismos tres años con los que tú
me habías sentenciado expropiándome de mi felicidad-. Le confesó que la escena en la tienda del
Bulevar Rosa constituía una prueba –Quería averiguar hasta donde eras capaz de llegar-. Y
puntualizó que jamás lo rechazó, aunque tampoco quiso entregarse hasta estar segura -No deseaba
torturarte pero quise que probaras la medicina en tu propia piel-. Ana quiso que Oscar catara la
circunstancia a la que la había sometido al posponer el romance en su inicio proponiendo una cita
tres años después.
No hubo lugar para la decepción. Tampoco para el enojo. Existía el sentimiento que
permanecía. Había terminado el suplicio. Y nada más la alegría del nuevo hogar interesaba.
La paciencia de Oscar permitió que resistiera el experimento. Aguantó las numerosas
trampas de Ana amarrado a su firmeza. No se desvió en lo más mínimo durante setenta y dos
meses y el corazón de Ana quedó colmado. Y su historia sólo podía tener este desenlace porque el
amor no conoce obstáculos. No existen las fronteras en tal dimensión. Habían contraído
matrimonio afianzando las nupcias nacidas seis años atrás.
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Sin embargo, como en cualquier pareja, el sentimiento variará con el paso de los años. Y
podía una calamidad asediarlos, pero los dos, con suma convicción, afirmaban que permitirían que
el amor siguiera creciendo entre ambos pasara lo que pasara en sus vidas porque estaban
entrelazados, ¿lo conseguirán?
Son almas gemelas. Tienen la eternidad por delante. Aumentará la familia. Serán tres, y, una
sombra se posará en su hogar perfecto. Tanta felicidad era pecado.
*
*
*
*
Los anticipos del afortunado sexo fueron los anticipos del profundo amor, elementos básicos del
mismo, de lo contrario, ni Oscar ni tampoco Iván podían estar como estaban enamorados ajenos a
la rutina sobrepasado el primer año. No había desaparecido la ternura inicial. No se extraviaron las
emociones. El abrazo permanecía igual de intenso que el día de la boda. La caricia, seguía siendo
gratificante. El beso, continuaba existiendo como algo imprescindible. Vivían instalados en su
comunicación de verdadera comunión. Y mientras mantuvieran unos y otros el placer de la caricia y
la pasión del beso tanto como el confort en el abrazo hondo y sosegado, todo lo demás quedaba
garantizado.
El paciente culto al amor hasta agotar el largo proceso sexual, únicamente podía entenderse
como el compromiso de Oscar en la espléndida convivencia, a diferencia de la espontaneidad en la
necesidad de Iván que nada más podía entenderse como un proceso que lleva a la culminación de
una fusión completa. Y día a día se descubrían indagando en “el ser”, en el otro ser tanto como en el
“sentir del enlace” que en su caso era una asociación de intereses honestos que los honraban a cada
uno por igual.
No solamente había voluntad. También existía esfuerzo, constancia. Y una sincera disposición
a mantener vivos los impulsos más genuinos que sin duda harían mucho más agradable estable y
favorable la vida. No solo la vida afectiva. No solo la vida familiar. La vida propia.
Y en las noches de luna nueva, Ana y Oscar, Iván y Susana, emprendían un fabuloso viaje
durante el cual exploraban enternecidos sentimientos y conmovedoras manifestaciones que
alterarían con voz de alarma el ardor por la vida gracias a las románticas impresiones de una
sensibilidad sin igual. ¡Ana y Oscar encendían la pasión magnética para hallar la percepción! ¡Iván y
Susana se inflamaban de brío para hallar la libertad del placer! ¡Ambas eran alternativas de la
perfección!
Tan sólo las parejas enamoradas pueden disfrutar del sexo más allá de la recreación y la
procreación porque en la experiencia física hay un espacio espiritual vital. Y ambas parejas querían
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hacerlo en beneficio del otro, porque en definitiva era el único camino para asegurar el éxito de su
futura armonía, de la permanencia en compañía, juntos, los dos, conectados los cuatro.
Fundaron en libre elección una célula a la que se le agregarán los inmediatos frutos del árbol
de la vida y a los que se sumarán otros descendientes para engrandecer un lugar de intercambios para
hijos y nietos, donde predomina la intimidad como base de subsistencia familiar en las ayudas y
enseñanzas mutuas.
Y la duración del matrimonio vendrá condicionada por el grado de compromiso, vendrá
condicionada por los lazos sentimentales para la estabilidad, vendrá condicionada por el ritmo de la
actividad sexual, y asimismo vendrá condicionada por el justo reparto de tareas y responsabilidades
en cuanto a los servicios comunes en el hogar. Todo en armonía, consolidada la unidad.
Los padres de Susana nunca volverían a enfrentarse con Iván. Hubo una batalla en el pasado, pero
Iván había ganado una guerra inevitable. Ya no le discutieron nada. Consentían y respetaban su
mundo y su influjo y en retribución, Iván los quería sin falsedades. Los quería porque lo consideraban
una persona con principios y habilidades e ideales propios y una opinión que descubrieron como
valor en alza. Y los quería porque eran gente entrañable con mentalidad de pueblo.
Iván cambió el peyorativo término de "suegra" por el cariñoso apodo de Tata, quien no ganó
un yerno sino un hijo al que adorar porque era bueno. Hacía feliz a Susana. Y tuvo que reconocer
que jamás podría manipularlo ni hacerlo santo de su devoción. Solamente cuando la señora admitió
se dejó arropar con las atenciones y los cuidados de su Tata agradecida por la reconversión de su
yerno, cuando la única cosa que cambió fue su actitud respecto a Iván engrandeciendo así su propia
óptica del mundo. Y en presencia de Iván, controlaba sus actos y sus comentarios desatinados
mientras el yerno-hijo procuraba levantar el telón de su escenario para ensancharle el horizonte
encendiendo potentes focos para mostrarle la vida que no cuentan las telenovelas ni los concursos
de televisión.
Hasta hacía poco más de dos años, el mundo de Susana se reducía a la casa donde había crecido
con su hermano pero se había ensanchado. Iván inventó un universo nuevo para ella a partir de su
residencia conyugal en un magnífico ático situado en la transitada avenida Diagonal que las rondas
de circunvalación descongestionaron. La colmaba de mil y un detalles voluntarios, inmediatos, jamás
por exigencias de un rígido calendario.
Iván era marido, pero también amante y un buen amigo, a veces, un poco padre y otras, tan
sólo un compañero, un ser humano, aunque nunca dejó de ser un hombre enamorado de la vida.
Susana lo sentía como su verdadero y único amor. Se tenían el uno al otro. Nada les importaba lo
más mínimo, sobre todo a ella que después de veintisiete meses de aquel inolvidable sábado de julio
estaba todavía más enamorada que cuando pronunció el sí quiero. Cada día descubría algo
maravilloso en Iván y lo que él más apreciaba, no era su propia cualidad, sino que Susana se lo
confesara abiertamente igual como mencionaba de pasada aquellas otras "cositas" negativas que
olvidaba con tanta facilidad. Susana era mucho más comunicativa porque se había abierto y se
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expresaba en libertad como una paloma que vuela. Reconocía en Iván a un ser especial en todos los
sentidos. Especial, por ser especial, y especial, porque era muy especial.
A Susana comenzaron a escapársele observaciones sobre su comportamiento. Mantenía que
a Iván le costaba relacionarse con la gente cuando en realidad, lo que pasaba era que cuando entraba
en una sala, Iván no lo hacía como los demás. No abría la puerta sigilosamente. Explotaba de golpe
en la sala haciendo retumbar todo el sistema y aquello no era bien visto por la gran mayoría de
personas que aunque querían decir y hacer lo mismo, no se atrevían por falta de magnetismo y del
brillo que parecía desplegar una alfombra a sus pies para que desfilara como el rey de la selva. La
excesiva seguridad en sí mismo y el dominio de las situaciones le hacían antipático, pero no por falta
de encanto personal, sino por su temperamento arrolladoramente cautivador.
Su carisma hacía de esponja, Iván absorbía de todo y a todas las demás personas engullía como
si fuera un tornado. En ciertos sectores era un hombre odiado, y en otros ambientes era un hombre
censurado. ¿Encabezaba las listas negras o por el contrario era el invitado que todos querían en sus
fiestas?
Desde la fuerza del grupo se unían para criticarle como si no tuvieran mejor cosa que hacer y
como si en el mundo no sucedieran otras cosas que no fueran Iván. Nunca una sola persona frente
a él, cara a cara, manifestó desagrado o antipatía por como era o lo que pretendía con su acción. Pero
desde la fuerza del grupo se reían de sus imposibles ideales en vez de intentar considerarlos y sumarse
a la cruzada.
Iván sin embargo, ignoraba las opiniones que a su alrededor se sucedían. Estaba demasiado
ocupado en sus proyectos para perder el tiempo en mezquindades. Aquello era algo que dejaba para
los necios.
En junio de 1991, lejos quedaba su ingreso en el mundo de la informática. Durante el período de
cuatro años antes de la aparición de Susana, antes de su coqueteo en el mundo de la música y el
teatro, Iván aprovechó para enriquecer su precaria formación académica que no llegaba más que
al graduado escolar con la realización de cursos de reciclaje. Asistió a uno entorno a la dirección
de empresas, además de participar en varios relacionados con la actividad directiva y la gestión de
proyectos. Pero fueron los seminarios intensivos de cómo hablar en público para convencer a un
auditorio exigente y cómo mejorar la capacidad de negociación en la resolución de conflictos
con los que más satisfecho se quedó, sobretodo, por su inmediata aplicación.
Ascendió. Lo ficharon en otra empresa del sector. Ostentaba el cargo de director comercial
en un nuevo concesionario IBM en la ciudad y su trabajo consistía básicamente en incrementar la
facturación, reduciendo los descuentos que se hacía a las grandes compañías y a los clientes históricos
porque se comían el margen de beneficios. Coordinaba a un grupo de trabajo de catorce personas
como fuerza de ventas. Tenía dos secretarias a su cargo y tres administrativas además de siete técnicos
de hardware y dos lindas jovencitas responsables de las demostraciones de software. La mayoría de los
comerciales eran mayores que él, pero eso no ocasionaba problemas. Persistía su indirecta autoridad.
Seguía conmoviendo e intimidando a la vez.
Desde que empezara a los quince años con el reparto de propaganda se había movido como
torbellino. Las ventas era el tipo de trabajo más continuado y la informática el sector más estable
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en el que había participado durante los últimos diez años. Las ventajosas condiciones
económicas y el horario laboral flexible otorgaban el marco de libertad que Iván precisaba.
Cumplía con todo aquello que se le encomendaba como cumple una brigada las órdenes del
coronel. Sus superiores estaban satisfechos porque se quedaba ligeramente por encima de los
objetivos fijados.
Cada mes era en sí mismo un reto, ¿reto digo? Búsqueda de resultados a la caza de respuestas!
Partía de cero. Eso lo estimulaba sobremanera. El primero de cada mes comenzaba una lucha que
culminaba el día treinta con una victoria. Se le veía salir del despacho del tesorero con una pícara
sonrisa de complacencia y la soberbia pegada a su espalda como una larga capa que ondulaba al
caminar. Durante el resto del día se volvía insoportable, pero solamente ese día que se henchía de
orgullo desmedido alzándose como un globo lleno de gas.
Sus subordinados no tenían jefe, sino un gran hermano. Trabajaban juntos y no para él,
aunque Iván se quedaba una comisión de todas las ventas porque era quién las cerraba. Y supervisaba
la puesta en marcha de los equipos informáticos que suministraban añadiendo a su trabajo sin
requisito expreso de la dirección, la función de relaciones públicas del concesionario al que premiaron
ese año y al siguiente por la calidad del servicio. Esta mención honorífica sólo la entregaba IBM a una
empresa por año y era muy preciada en el sector informático.
Existía una batalla cada trimestre con distintos objetivos en función de las existencias del
almacén, y el equipo de su delegación, consecutivamente vencedor, sembraba convenientemente
para el mañana. Iván diseñaba las campañas de marketing y confeccionaba atractivas ofertas
promocionales de nuevos equipos para facilitar el trabajo de sus vendedores sin reparar en nada,
incluso renunciaba en alguna ocasión a su rappel para incrementar el número de ventas. Nunca
infravaloraba el potencial de compra del cliente, ni en volumen ni en gama de productos. Atendía la
seguridad y el beneficio de los pedidos que podían cursarse en el futuro. Sugería a los menos veteranos
que no insistieran demasiado la primera vez, que era mejor preparar bien una segunda visita y una
tercera antes de atosigar al posible cliente “Porque de lo contrario cerrarán la puerta para no volverla
a abrir”. Iván nunca sobrevaloró sus contactos con proveedores ni su cartera de clientes, como
tampoco subestimó a la competencia y de manera permanente, apreció a su equipo.
Para estimular “a su gente” defendía un principio lógico “No te hace un favor el que te compra,
se lo haces tú al ofrecerle lo que necesita”. Con esta frase acostumbraba a terminar la reunión semanal.
Daba a cada uno lo que requería y nada más. Los clientes desean el contacto humano y por tal razón
los atosigaba con la palabra visitas, que utilizaba en vez del tópico adiós... visitas visitas visitas decía, y
sus colaboradores entendían. “El teléfono es impersonal y la correspondencia no tiene efectividad,
nada puede superar un buen apretón de manos y una sonrisa sincera” les decía insistiendo en que
ellos eran viajantes y debían pisar la calle. “No quiero a nadie en la oficina después de las diez de la
mañana” les recordaba mientras desayunaban al pedir los cafés que generosamente abonaba él.
Desde hacía dos años todos los lunes, luego de interesarse por como les había ido a cada uno
el fin de semana, les cantaba una simpática canción que había preparado para animar las pesadas
mañanas del primer día de la semana. Y así, lunes tras lunes se escuchaba "¡Vender, sí vender, pero
poco, porque hay que vender bien. Hacer amigos; nunca clientes. Relacionarse, relacionarse,
relacionarse; duduaaaaa!" y es que Iván se ponía frenético ante las devoluciones, no podía soportar la
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anulación de una venta, argumentaba “Señal de que ha sido mal elaborada y nosotros somos
artesanos de la venta ¿verdad?”. Ese –verdad- resonaba por segunda vez en voz alta y con estrépito al
responderle todos al margen de lo que estuvieran haciendo –Verdad, puesto que somos los mejores
vendedores-. Sabía como animarlos aunque para los mayores se trataba de un absurdo juego de
niños. Un juego de niños que resultaba. Levantaba el ánimo propio y el del grupo.
A los tres meses de su nombramiento ya se había salido del organigrama. No era un jefe
normal. Hacía más de lo que se le pedía. Ayudaba a los mandos intermedios de otros departamentos
y delegaciones y poco a poco fue ganándose más y más al personal de la empresa. Incluso a los
colaboradores externos y a las señoras de limpieza. No hacía distinciones en función de sus cargos o
del color de la piel. Todos eran personas provistas de una parcela que les caracterizaba y diferenciaba
de los demás, mayormente desconocida, excepto para Iván que seguía indagando de mil formas
concentrándose en cada átomo independiente de su equipo.
En seguida de concluir con su cometido, en lo que podía denominarse como tiempo libre
para haraganear, ayudaba a los más débiles con sus obligaciones fomentando un positivo clima
laboral con un personal agradecido por la inhabitual gentileza. Mantenía a raya la morosidad y
defendía la política de premios para estimular a los vendedores. Todos tenían acceso directo hasta él
porque la puerta de su despacho estaba permanentemente abierta y la mayoría acudía con dudas que
con gusto atendía aclarándolas una y otra vez, todas las veces que fuera preciso hacerlo.
Se había ganado a pulso el apodo de "comodín". Tener a Iván era como tener un as en la
manga.
Conseguía ver las ofertas de la competencia. En rara ocasión se escapaba una remesa de equipos
informáticos para una institución oficial que realizaba concurso público para la adquisición.
Acostumbraba a hacerse con el encargo porque conseguía mejorar las condiciones el plazo de entrega
y los precios añadiendo como obsequio algún paquete de software con el último antivirus que
revolucionaba el mercado; pero los honorarios de instalación y aprendizaje del operador siempre los
exigió. Nunca tuvo necesidad de rebajarse hasta tal punto. Aquellas horas que se facturaban a precios
astronómicos eran una importante fuente de ingreso para la empresa.
Iván no era ningún trepa, aunque daba la sensación de un ambicioso y depravado hombre
ansioso de poder. Pero cuando se le trataba, cuando se le conocía el fondo las personas se
desengañaban, aunque muy pocos se acercaban tanto. En general reconocían que era el mejor
director de ventas que había en la compañía. Coincidían -Ninguno de los anteriores le llega a la suela
de los zapatos-. Y es que Iván dirigía ejerciendo un liderazgo indirecto y humano. No imponía su
cargo, simplemente dejaba que el entorno lo reconociera y juzgara a libertad. Chutaba a gol y
regalaba todos los goles antes de perderlos. Nunca retuvo el balón en sus pies por capricho ni
tampoco para mostrar que tan singular era su dominio. Ay! Cuantas sensaciones encontradas
provocaba.
Implicaba a todas las personas del concesionario instándoles a participar y además, tenía
tiempo para sonreír a las animadoras porque en aquel período las seguía teniendo a mansalva.
Aunque operaba con su peculiar estilo, Iván no era individualista. Tenía “espíritu de equipo” pero de
un equipo muy a su manera porque le fascinaba indagar caminos y otras alternativas a la hora de
proceder. Prefería entrar y salir a su gusto sin descuidar sus responsabilidades. Artista de su pieza, más
tarde la ensamblaba a la obra total. Su creatividad se manifestaba a cada paso y no la rehuía.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Pero su amada esposa, en alguna ocasión le increpó replicándole que tenía más fe en los demás
que en sí mismo -¿Por qué esa necesidad constante de reafirmarte? ¿por qué permanentemente
justificas tus actos? Creo que tienes un problema de inseguridad, quizás de autoestima-. Iván podía
haberle explicado que no buscaba justificarse ante nadie si no encontrar las razones y enumerar los
motivos que conferían significado a sus actos pero obedeciendo a su optimista naturaleza, en vez de
perder un minuto en abordar el tema planteado por Susana se obsesionó por el concepto de
"renovarse o morir" y de nuevo miró hacia delante en vez de mirarse al espejo... ¡desde el otro lado
del espejo a su interior!
No se detuvo mansamente a meditar, ni a mirar hacia atrás recreándose en el pasado. La vida
nunca había derrotado a Iván que miraba las estrellas y decidía dirigir su arco arriba, apuntando a lo
más alto, más alto aún si cabe que ayer. Sus proezas de antaño debían superarse cada año. Lanzaba su
flecha a un punto lejano marcando su nueva meta ignorando a Don Fracaso. Algunos sabían de su
existencia y de la potencia de su mazazo, pero no así Iván al que tentó pero no encontró y si lo
persiguió, Iván corría más deprisa, saltaba más alto, Iván tenía una resistencia inmensa y, lo más
notable: sabía levantarse de inmediato.
Así de fácil. Así de llano. Y así de impulsivo era Iván. Así se forjaban sus construcciones de
manera compulsiva. Su aplastante lógica le permitía soñar un mundo palpable al que solo unos
cuantos tenían acceso. Iván se proponía conquistar ese mundo posible con la suerte como aliado. Y
levantando su frente al sol, adelantando su barbilla al futuro, atiborrado su pecho de aire fresco
incursionó en el cosmos a la caza de su nuevo propósito. ¿Cuál? ¡Renovarse o morir! ¡Otro cambio!
¿Para qué otro cambio si todo funcionaba divinamente?
Si amaban a los suyos, para Susana era como si volvieran a amarla desde el principio con aquella
inusual potencia cuando explota la pasión del primer beso. Apreciaba las atenciones que Iván
dispensaba a su familia. Y se quedaba asombrada cuando apagaba el televisor y les hablaba junto al
fuego de la chimenea en la nueva residencia de la Costa Brava como un viejo anciano de una tribu
africana transmitiendo la ancestral sabiduría a los niños sentados en coro entorno a su luz.
Iván regaló a los padres de Susana una lavadora de tecnología avanzada y un frigorífico de dos
puertas que llevaba incorporado un potente congelador, además de un sofisticado aparato de vídeo
que no supo explicar como funcionaba impaciente por hacer otra cosa en vez de perderse en el grueso
libro de instrucciones. Prefería descubrir sobre la marcha más que dejarse llevar por un rígido manual,
pero sobretodo no quería estropear un instrumento que no era suyo. También les sorprendió un
miércoles al mediodía con una televisión portátil para que su Tata pudiera ver las telenovelas que
tanto le gustaban en la habitación mientras el fútbol zumbaba ensordecedor a lo largo y ancho del
comedor de la casa de Palafrugell a la que se habían trasladado definitivamente porque el padre se
acogió a la jubilación anticipada tras una huelga que el sindicato organizó en la empresa. Y a su
hermano a quien trataba con educación perfilando una mayor cercanía le ofreció una motocicleta
nueva el día que se casó, y un revolucionario ordenador IBM última novedad en computadoras
personales dos meses antes de que saliera al mercado.
Todo esto era lo de menos. Susana se lo agradecía. Pero no eran los objetos lo que la hacían
feliz, ni la satisfacción que procuraba a su familia con ellos, sino el hecho que eran impulsos
voluntarios que ejercía Iván sin que nadie hubiera sugerido nada. Y ponía en la entrega de cada regalo
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
una ilusión infantil que cautivaba y seducía a cualquiera. Iván no solo era cariñoso con Susana. Intuía
que llegaría el día que ya no podría ser tan desprendido y se aprovechó hasta el último minuto.
A continuación cerraría la puerta para trabajar únicamente de puertas adentro en su hogar
con toda su descendencia. Porque Susana lo quería. Quería un hijo.
Susana era hogareña y madre por naturaleza, y precavida como era, al día siguiente de plantar el árbol
previno a Iván de cuanto sucedería cuando fueran tres. La nueva vida los separaría para unirlos todavía
más... extraña contradicción! Ley de vida. Susana se sintió en la obligación de avisarlo y añadió –No
es algo que quiera esperar demasiado... ¡me muero por ser madre Iván!
Era tan previsora que llenaba de provisiones la despensa hasta abarrotarla de latas de comida
porque para Susana el alimento implicaba seguridad. La paciencia era su mejor virtud, pero no por
ello dejó de comprar –Ropita para mi bebito... ¿por qué un día llegará verdad Iván? La bondad de su
paciencia lo confirmaba el simple hecho de convivir con un huracanado torbellino que movía cosas,
personas, situaciones, y dejaba las montañas tranquilas por el momento.
Capaz de sacrificarse por quien amaba, la devoción de Susana por Iván estaba fuera de toda
duda. Ella detestaba la crítica; sobretodo por un desmesurado temor al ridículo. No aguantaba que
la rechazasen. Precisaba pertenecer a una "comunidad". En ello trabajaba últimamente Iván, en que
superara sus limitaciones porque Susana al igual que Juan Salvador Gaviota era en sí misma una idea
ilimitada de la libertad, y no debía dejar de batir sus alas para volar alto en busca de la perfección, por
muy criticada que fuera por la bandada de pájaros preocupados tan sólo en comer y dormir. Sin
embargo, la capacidad de Iván para estimularla y favorecer su transformación chocaba con la
necesidad de Susana de pertenecer a "algo" porque era imposible pertenecer al mundo de Iván. Tener
algo “propio” ¿resolvería? Algo suyo que fuera, también de Iván, otro Iván, ¡un Iván pequeñito!
Únicamente entonces pasaría Iván a ocupar un segundo plano. Pero el saberse relegado no
impidió que un ferviente deseo de ser padre lo embriagara desde el mismo momento de contraer
matrimonio. Iván se había dicho ya en su adolescencia -Mi hijo no sufrirá lo que yo; no; yo tendré
un hijo y lo amaré-. Y lo amaba incluso antes de su llegada como a Susana, presintiéndolo con ciertos
escalofríos las noches de luna llena. Iván conocía perfectamente aquello por lo que un niño no debe
pasar. “Todo yace en la cuna. Todo lo sucedido en el parque se graba en la médula” pensaba. Tal vez
la hiperactividad de Iván obedecía al hecho de no haber jugado de niño. A diferencia de Oscar, nunca
aprendió a quedarse a solas consigo mismo. Y al aburrirse, para no cansarse del agotador fastidio, de
manera frenética se acostumbró a colmar su existencia de los acontecimientos más inverosímiles para
hallar el punto justo de ebullición, digo de emoción.
Demoledor del sistema, incendiario que va por libre y se aleja de la comunidad preestablecida.
Si algo ya estaba constituido y él no había intervenido de algún modo en el proceso, al alejarse de sus
ideas, al faltar su huella y su sello a través de sus concepciones, lejos de conformarse y resignarse partía
a la caza del grupo que se ajustara a lo que consideraba oportuno viajando siempre en busca de otro
nuevo colectivo en algún perdido lugar del mundo añorando las culturas Maya Inca o Azteca.
Y ante tanta amplitud de estrellas su flecha todavía viajaba buscando el punto exacto donde
insertarse suspendido en su impulso optimista de mundo posible que conquistar para renovarse, de
lo contrario se sentía morir. Y manteniéndose en el espacio neutral intermedio entre una cosa y otra,
Susana comenzó a sentirse amenazada por el devenir de los próximos meses segura de que su marido
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se encontraba ya navegando por un río bravo entre dos fuertes corrientes. A ella no le gustaba vivir
al filo de lo imposible rozando constantemente lo prohibido. A Susana no la habían preparado para
tales avatares aunque a Iván tampoco. Él era una consecuencia de aquello que fue, y también de
aquello que no fue, surgiendo en su adolescencia una exultante búsqueda sin fin.
Iván se había adaptado bien al sector de la informática, al estilo de vida que le proporcionaba su
trabajo y a la composición y estructura de la empresa. Los beneficios eran inmejorables. Y lo más
importante: estables. Y cada año se incrementaban siendo más fructíferos. Se dirigía a personalidades
selectas. Los clientes propios eran VIPS en la escala social. Algunos muy populares. Daban un valor
añadido a su cuenta de resultados. Sus llamadas telefónicas tenían como contraparte a interlocutores
ilustres. ¿Quién no quería un ordenador personal en su mesa en aquella época? ¿Y quien mejor que
Iván para proporcionárselo?
Su cartera de clientes había crecido con tres grandes multinacionales que le aseguraban
durante el primer semestre del año la producción total requerida para el ejercicio en curso. Ya no
trataba con usuarios o jefes de departamento. Se entrevistaba con los directores generales o con
importantes encargados de compra. Con ellos charlaba distendidamente en su lujosa oficina cómodo
y bien atendido por simpáticas adjuntas de la firma. Y sin embargo, pese a todo, Iván estaba aburrido.
Sólo en la frenética actividad que lo desafiaba deseaba vivir cien años.
Había caído en el pozo de la rutina, en la temible monotonía porque ni un solo detalle se le
escapaba. Se habían terminado los obstáculos. Realizaba un buen trabajo pero no existían peligros ni
aventuras. No había emoción, nada más hastío. Ya no había un solo desafío. El volumen de venta se
había triplicado desde su ingreso en la empresa. ¡Había tocado techo!
Y dueño de su tiempo quería darle mayor rendimiento y significación.
La estabilidad matrimonial con Susana le hacía sentirse fuerte y mucho más competitivo que
antaño. Estaba dispuesto para otra hazaña. Necesitaba una proeza. Sentía que podía saltar a la yugular
de cualquiera si no hacía algo pronto. Elevar el listón. Quería lo mejor para su esposa, quería darle
más. Se sintió atrapado y profesionalmente estancado. Imposible llegar más alto. ¡Hora de cambiar!
No seguiría confinado a la fuerza en aquel lugar estupendo para cualquier otro ejecutivo que
no siente el ansia de superarse a diario. Ya no quería trabajar para otras personas. Quería progresar! Y
progresar implicaba la autonomía laboral. Necesitaba hacerlo. Había llegado el momento de subir un
peldaño para alcanzar con la nueva posición una vista más amplia del valle del mundo.
La palabra progresar confería el sentido que constituía la acción que anhelaba en esa etapa.
Pero antes de sumergirse de nuevo en la incertidumbre de la batalla, porque esta vez había una paloma
blanca posada en su hombro, y ya no estaba solo, ahora que había formado una familia y reinaba el
amor en su hogar debía ir con mucho cuidado. A él no le importaba comenzar de la nada pasando
insufribles calamidades y precariedad, pero no podía obligar a Susana a comer galletas los fines de
semana sentados sobre cartones helados de frío en invierno. Tenían un nivel alto que salvaguardar.
La había acostumbrado a ciertas comodidades materiales que no quería recortar. Por eso realizó un
sincero trabajo: un exhaustivo estudio de su propia persona y su situación intentando mostrarse a sí
mismo de manera traslúcida, ¿se estaba mirando adentro como Oscar? ¿Por fin atravesaba al otro lado
del espejo?
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No solamente quería mejorar su situación económica. Había afirmado a Oscar “El individuo
es la clave del progreso de un país”. Le había dicho en la cubierta del navío “Sólo podrá obtenerse el
progreso con una buena identificación de objetivos”. Y es cierto lo que dijo Iván: No se progresa en
la vida si no se poseen objetivos. ¿Qué quería? ¿Qué podía llevar a cabo sin sorpresas que arrastraran
a Susana a una depresión?
Iván no podía permitirse el lujo de equivocarse. No se permitiría pisar en falso ni hundirse en
arenas movedizas por falta de precaución. Conocía el proceso de la toma de decisión para caminar
sobre seguro con pies de plomo en línea recta. Tenía una importante obligación para con su amada
esposa y no quería defraudarla. “No sufrirá ningún tipo de restricción” se dijo. “Evitarle todo riesgo
sin por ello arriesgarme a perecer en el sumidero del conformismo” pensó. Y se esmeró en saber qué
es lo que debía hacer porque entendía que no podía continuar, se cuestionó “Independencia laboral.
Cómo hacerlo y cuándo... ”.
Convirtió el estudio en una documentación que poder consultar con facilidad. Pero aquel
dossier fue engrandeciéndose sin que apenas se diera cuenta. Empezó evaluando con gran exigencia
su potencial más relevante y analizando con rigurosidad su trayectoria profesional completa, a la
vez que consideraba un proyecto de la mayor envergadura posible. Y en la carpeta escribió: “Es mi
momento para el desafío, el reto personal que finalmente me permita abrir la puerta del éxito”.
En una libreta gruesa, a parte, fue anotando anécdotas y reflexiones, incluso alguna impresión
personal que dejaba salir brevemente sus sentimientos a la luz. Aunque no se escondía de Susana,
tampoco le enseñaba todos aquellos folios llenos de notas y esquemas y jeroglíficos incomprensibles
para cualquiera. A ella no le gustaba leer nada que no fueran sus confesiones de amor. Iván pensaba
que quizás la molestaría con tantos papeles llenos de conclusiones y complicados argumentos,
aunque de algún modo tampoco quería dejarla participar protegiendo su libertad de acción, su
derecho a ser Iván. Susana tampoco le preguntaba.
En las ocasiones que estaba entretenida con las plantas de la terraza del ático que parecía un
jardín botánico, mientras planchaba o cocinaba, Iván aprovechaba para escapar a su despacho situado
en la terraza acristalada donde concentrado durante horas de conversaciones consigo mismo juntó
sus deseos de ayudar a la gente con la necesidad de formar un "equipo ganador" para su empresa. Y
tropezó con su proyecto nacido en Egipto Escuela de Triunfadores. Repasó el proyecto vocacional
que había comentado con Oscar a partir del cual potenciar las destrezas personales y...
Antes de despedirse de la empresa que le había acogido durante los dos últimos años, Iván asumió la
situación que iba a generarse. El único sueldo fijo sería el de Susana, pero Iván estaba seguro que
podía independizarse porque tenía esa extraña habilidad para asumir riesgos y alcanzar metas. Había
demostrado ser certero con sus objetivos, tanto en la generación, como en la consecución. Estaba
convencido que debía hacerlo, sobretodo por sus características personales que lo empujaban en esa
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dirección. Y en definitiva, esa sensación era todo cuanto consideraba imprescindible para triunfar:
saberse en el camino correcto.
Estaba en perfecta predisposición, aunque no sabía qué podía pasar al día siguiente, pero si
esperaba a estar perfectamente preparado en un mundo cambiante donde todo es transitorio jamás
podría arrancar. Jamás despegaría del suelo.
Se planteó ese tipo de proyecto empresarial porque como usuario había podido comprobar de
buen grado su efectividad y la necesidad de reciclaje profesional en las personas adultas cuando
complementó su precaria formación académica antes de coquetear con el mundo del
espectáculo. Pretendía dar las claves de todo aquello que funcionaba y que a él le había ido bien,
como si se pudieran trasladarse a cualquier otra persona los frutos de las experiencias propias.
Iván estaba en un error si creía que las nociones de vida pueden transplantarse de igual modo
como una planta de una maceta a otra. Si tomas un vaso de agua del grifo y lo vuelves a llenar
para entregárselo a otra persona, el agua que se beberá tal vez ya no tenga las mismas
propiedades y puede incluso que el sabor sea diferente. Se bebe con el mismo vaso ¿pero se
beberá la misma agua? No se pueden realizar transfusiones de conocimientos porque cada
cuerpo asimila de manera distinta.
El hecho de que a Iván le hubiera dado buen resultado una determinada estrategia no
significaba que a otra persona también le funcionaría igual de bien.
Al marcharse a Madrid para gestionar su cese en la central de la empresa, Susana le confesó antes de
partir en la puerta del ascensor que se sentía llena de amor y dos horas más tarde al teléfono desde
su trabajo le dijo -Estoy lejos de ti pero al mismo tiempo cerca mi vida, pues te amo tanto... -. Iván
se deshizo como la mantequilla en la sartén. Era una muestra de apoyo incondicional.
Iván jamás se había detenido a esperar a quien se retrasaba por no aguantar el ritmo de su
peculiar estilo de vida y esto provocó críticas a sus espaldas –Ingrato- exclamaban cuando
abandonaba un entorno habitual, pero nunca imaginó el malestar causado al no frecuentar por más
tiempo el antiguo círculo. Y no le preocupaba si pensaban que se equivocaba al lanzar por la borda
lo construido para empezar en otro lado desde la nada.
Pero se hacía palpable que en su entorno familiar habría comparaciones porque a partir de
ahora ya no era partir de cero... tenía que superar con creces la actual situación, de lo contrario no
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tenía sentido el cambio porque solamente por la experiencia ya no era un argumento viable. Tendrá
que dar cuenta! Tendrá que mirar atrás porque tiene donde volver. Iván debe afrontar la nueva
etapa conjugando parte de la anterior. Un puente lo remite, no al pasado, sino a una parte de su
estructura de la que no se puede ya desprender con el cambio. Por primera vez ya no es borrón y
cuenta nueva.
Fácilmente la gente podía ponerse de acuerdo para coincidir en la inconveniencia de alguno
de sus proyectos y esta vez, forzosamente escuchará si se trata de Susana porque sabe que ella es
incapaz de caminar en el filo de la navaja.
Por otro lado, Susana sabe que su marido la respetará frente a cualquier posición que elija.
Sabe que no intentará convencerla si decidiera creer a los demás en cuanto a la inconveniencia de su
decisión. Pero para Susana prevalecía Iván frente a todo. Confiaba. Le encantaba como era. No le
importaba lo que le dijeran otras personas ni siquiera su propia madre que se echó las manos a la
cabeza cuando se enteró de la decisión de Iván.
Iván había instruido a Susana a base de ejemplos inquebrantables. Y ella disfrutaba de saberse
libre y con capacidad de escoger desde que era una mujer casada -Que digan lo que quieran mi
vida- le expresaba en tono animoso cuando Iván le contaba sobre sus actividades en las que la
integró desde que la sintió como su pareja. Y en esta ocasión volvió a estar del lado de Iván y su
madre sabía que no podía presionarla porque en cualquier momento podía levantarse de la mesa y
desaparecer y volverla a perder quizás para siempre.
La verdad es que como Iván no preguntó directamente a Susana si soportará la tensión por la
situación creada a raíz de su renuncia laboral, como Susana no participó en la decisión vocacional de
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Iván; Susana nada manifestó. Calló. Se distanció sin retirarse de su lado porque Iván no se interesó
por la inseguridad que podía causar la todavía indefinida profesión. Ella no quería inquietarlo ni
preocuparlo porque sabía que desistiría de inmediato por amor; aunque también sabía de su
naturaleza obstinada consciente que si en alguna ocasión un grupo de personas se confabulaban todas
al mismo tiempo para derrumbar su sueño, Iván, en vez de luchar para intentar convencer a nadie de
lo que a su criterio era obvio se marcharía por donde había venido tal como lo había hecho: solo y
sin una pizca de remordimiento... continuaba entrando y saliendo a libertad. Ella temió perderlo y
silenció la certeza de su agobio ante la incertidumbre.
En sus planteamientos Iván se refería a Susana teniéndola en cuenta, imaginando como le
afectarían sus decisiones que en última instancia le pertenecían exclusivamente a él; porque para
Iván no había otra alternativa que ser fiel a sí mismo mostrando lealtad a sus propias inquietudes e
ideales.
La guerra se planteaba decisiva.
Iván deseaba que Susana no sucumbiera en un futuro próximo. No quería que fuera
engullida por las consecuencias de sus acciones ni tampoco por la selva de las opiniones ahora que
finalmente era autónoma, ahora que la había librado de sus cadenas, sin embargo, la hacía caminar
muy deprisa sin tener en cuenta que Susana no estaba acostumbrada a tan singular modo de
proceder. Y aunque ella le sonreía cuando lo miraba, ¿era sincera? ¿Tenía otra opción que no fuera
apoyarlo?
Tuvieron mucho tiempo el uno para el otro desde que empezaron a convivir en el ático, y desde que
cruzaron los dos el umbral, únicamente sobre dos piernas, se trataban con generosidad y respeto el
uno al otro.
A Susana le gustaba sentirse imprescindible cuando su marido pedía auxilio, disfrutaba
rescatándolo, porque Iván no comprendía ciertas cosas bastante elementales, y es que nunca nadie
había apreciado lo corto e ingenuo que era en algunos aspectos. El nivel de inteligencia de Iván no
era demasiado elevado. Aunque esto no cuadraba con la interminable estela de logros que dejaba a
su paso. Ningún mortal supo hasta qué punto había cubierto su carencia intelectual con grandes
dosis de voluntad y perseverancia, pero en la intimidad de su dulce hogar y lejos del mundo exterior
una alma caritativa le ofreció ayuda cada vez que la solicitó -Eres un poco cabezota- solía insinuar
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dándole unos golpecitos con los nudillos en la cabeza como hiciera un día su madre. Susana era la
única persona en la faz de la tierra capaz de llamarle la atención sin que Iván se molestara, y de hecho,
se atrevía porque podía, porque lo sabía: Iván era tan vulnerable como cualquier otra persona. Tal vez
incluso más sensible que la mayoría y por ello más vulnerable. Y le decía que estaba equivocado
respecto a algún tema. Y le decía que no aprobaba cierto comentario u comportamiento. Lo decía si
así lo creía sin miedo a ser coartada o avasallada por un alud de rabia.
Iván la interrogó a diario para recibir cada noche desnudos en la cama las pacientes
explicaciones que Susana repetía y repetía cuantas veces fueran necesarias sobre las cuestiones que
requería mientras él le tocaba su largo cabello, le acariciaba la espalda, masajeaba sus pies con crema
o le metía en la boca una tostada con salmón y caviar. Y la simplicidad con que la interrogaba
demostró que la complicada personalidad de Iván era en realidad fruto de su extremada fragilidad.
Sentía una disimulada aprensión a ser dañado tanto como lo había sido durante su infancia antes de
traspasar el meridiano de los diez años en uno de esos momentos cruciales de la vida. Desde
entonces tuvo que superar cualquier tipo de limitación y se mantuvo en guardia y en permanente
lucha contra todo y contra todos. Iván era un ser que no perdía el tiempo en lamentaciones.
Recogerse en un rincón para lamerse las heridas y compadecerse, ¿él? No! Para qué...
Y sumido en un constante proceso evolutivo, la rapidez de asimilación de todas sus
experiencias le hacían parecer contradictorio, pero si se lo rascaba como a un cromo podía verse lo
que descubría Susana: un ser sensible torturado por el grosor de una armadura que le oprimía y que
había fabricado como escudo para protegerse. Resulta que Iván tan sólo era listo, aplicado,
disciplinado, pero nada más. No estaba provisto de una inteligencia sublime. Mezclaba los extremos
como el péndulo que va de un lado a otro incómodo por exigirse más de lo que podía dar siempre
abocado a la meta, al logro, a un resultado necesario.
Pero listo o tonto estaba en lo cierto: no hay capacidad de adaptación ni movilidad laboral para
obtener ventajas competitivas si previamente no se instruye la persona partiendo de la actitud. Él
mismo era un ejemplo desde que a sus diecisiete años le ocurriera algo insólito durante el servicio
militar. Le había dicho a su amigo Oscar en Egipto “Existe un manual tan simple y evidente que
solemos ignorarlo. Aplicar estas sencillas reglas puede ser el inicio de una etapa interesante” y lo había
sido para él una etapa interesante la época que trabajó en la sala de fiestas en calidad de relaciones
públicas. Resulta que en la vitrina de la biblioteca del coronel... Iván estaba dispuesto a romper el
cristal de la vitrina y meter la mano para alcanzar aquello que de manera abrumadora lo llamaba. Fue
la tarde que la hija del coronel se le insinuó y pretendió seducirlo después de que su padre se marchara,
después de tomar varias tazas de café, de pie, frente a la vitrina, dio con Dale Carnegie que lo salvó de
una errónea actitud de desmesurada desfachatez porque Iván en su juventud se había embriagado de
una pedantería atroz que asustaba, pero a raíz de la conversación con Dale entró en contacto con la
necesidad de reorientarse y se autoformó frecuentando lecturas de sicología saltando de un libro
recomendado a un libro mencionado en las interminables horas que estaba obligado a permanecer
en el cuarto de gastadores del cuartel militar .
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Dale Carnegie escribió: “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas “. El título del libro
puede parecer manipulador, como Iván, pero no es más que un sencillo manual de relaciones
humanas que recopila todo cuanto ya se sabe pero no se aplica. Detalla y justifica clarificadoras y
simples reglas para obtener un comportamiento más sano y por ende más productivo cuando se
comprende, como le sucedió a Iván, porque desde entonces, apasionado por el descubrimiento que
puso en practica de inmediato, habiendo identificado la facilidad del triunfo gracias a esa base tan
optima como son las relaciones humanas, amplió los horizontes sediento del saber filosófico en un
sentido eminentemente práctico. Y en la estantería del salón de su apartamento de la zona franca se
acumularon a lo largo de los años escritores como N.Vincent Peale, Wayne W. Dyer, Napoleon Hill
y como no, Og Mandino y Richard Bach y Hermann Hesse con su Sidharta. ¡Qué sencillo es variar el
comportamiento cuando se aplica el autentico sentir y una actitud lubricada por el saber y la
necesidad de saber cada día más!
Durante su intensa y variada trayectoria profesional intercaló distintas lecturas. Doce años de
intensas relaciones interpersonales en distintos empleos le permitieron adquirir conocimientos que
investigar y recopilar para analizar, vivencia a vivencia, sintetizando y estructurando el material que
ahora le servía como base de trabajo. Se le despertó una franca vocación que poco a poco se había
dibujado como su profesión; una actividad dirigida a quienes desearan un contacto más humano
especializada en ayudar a conseguir armonía interna por medio de una dinámica y didáctica
formación.
Minuciosamente preparados, los cursos iban a ser ampliados y perfeccionados con técnicas y
herramientas para facilitar a la gente un mayor rendimiento y aprovechamiento de sí mismos en
busca de una fórmula que lograra la satisfacción personal en relación con el entorno, tanto laboral
como familiar y social.
Había comentado con su buen amigo que cuanto más afecta la alta tecnología más
necesitamos un descanso no-técnico y dado que se convierte a pasos agigantados el ser humano en
autómata de una sociedad excesivamente materialista, condición que salpicó brevemente a Oscar en
su período de desenfreno económico arrastrado por la publicidad atractiva saciando su imparable afán
de consumir en la certeza que la imagen y la forma es más importante que el contenido, Iván, con
sus cursos, pretendía evitar justamente esa clase de autodestrucción con la aportación de temas
adecuados recuperando por ende la sensibilidad hacia la destartalada escala de valores que él mismo
había confundido en su infancia, distorsionándola en su adolescencia y trastocándola en su juventud
atiborrándose de cine hasta que Dale Carnegie lo hizo reaccionar ante la posibilidad de una base más
noble, pues las películas le habían transmitido emociones pero pocos valores “Y que peligrosamente
nos continúan asaltando en los últimos años lo vacuo del cine fruto del acoso mediático al que nadie
escapa” hubiera afirmado Oscar. Porque Oscar nunca había visto una película de Federico Fellini, Fank
Capra, Igmar Begman o Françoi Truffau.
Aunque era un proyecto digno en el que debía invertir tiempo y dinero, cometía un grave
error de planteamiento. Iván lo emprendía para obtener satisfacción personal, pero lo enfocaba como
un negocio por su necesidad de llevar ingresos al hogar; y no un salario pequeño sino alto, al menos,
igual al de meses atrás. Decía “Avanzarse pero jamás retroceder”... ahí estaba Susana; no podía errar el
tiró, el balón tenía que entrar en la portería, su décimo tenía que ser el premiado.
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Iván había iniciado un proyecto del cual sentirse orgulloso, al que se volcó completamente
con absoluta fe en lo que realizaba pero el éxito, dependía de la persistencia en el objetivo además
del ingenio, y de un elemento incontrolable: el mercado. Y cegado por la ilusión del evento se olvidó
de evaluar la situación del mercado para comprobar si era el momento oportuno para tal empresa.
Pero es que habiendo escuchando a Oscar comprendió que la naturaleza debe manifestarse a
través del individuo como identidad propia, alejándose de la manipulación que ejercen los actos
institucionalizados y las vastas organizaciones y necesitaba empezar cuanto antes.
Así fue como creó una organización denominada Central de Formación en Humanidades con
el subtítulo "Enseñanzas sin paredes ni fronteras". Y se especializó en ayudar a conseguir estabilidad
en las tres áreas básicas: personal, profesional, y social. Los seminarios-Taller serían impartidos desde
distintas perspectivas, estructurados y desarrollados con técnicas y un sistema adecuado para
conseguir alentar y facilitar el éxito personal y profesional. Había encontrado el método que no supo
explicar a su buen amigo en Egipto.
Sólo enfrentándose a sí mismo consiguió Iván ser capaz de destaparse y descubrirse, accediendo a una
zona más elevada de sí mismo convirtiendo su actividad en algo lleno de significado. Y su sentido
práctico de las cosas, no albergaba dudas acerca de la necesidad y la conveniencia de un proyecto de
beneficioso carácter social. Desde su Central de Formación devolvería las riendas a la humanidad para
que no fueran las maquinas quienes manejaran el destino de tan alto colectivo.
Bastaba echar un vistazo a la sección: guía de la enseñanza de cualquier periódico. Existen
apartados de grafología, fotografía, dietética, idiomas, también sobre el cuidado de las motocicletas,
la homeopatía y las técnicas del vestir, por supuesto sobre mecánica, arquitectura o ingeniería pero
nada sobre humanidades. Absolutamente nada que indique la posibilidad de aumentar las destrezas
y habilidades personales. Por lo tanto, ofrecía una opción interesante y revolucionaria. Hay acceso a
toda clase de Master Postgrados y Doctorados, pero nada hay sobre el individuo que debe realizarlos.
Es una incongruencia, ¿era Iván un iluso? Parece que no importa quien es la persona que se oculta
detrás del título u el oficio, pero sí para Iván. Él había cambiado, mejorado. ¿El país mejoraba?
Ahondaba en este campo silvestre que le parecía apasionante pendiente de explotación
comercial. Le dijo mientras se afeitaba cuando Susana se duchaba “El futuro próximo será de los que
inviertan ahora en formación” pero el ruido del agua no la dejó escuchar. Y se fue a trabajar luego de
darle un beso y mirarlo fijamente a los ojos... como si quisiera decirle algo y no se atreviera.
Todo ese material se estaba elaborando lentamente. Debía ir creándolo tranquilamente, sin
prisas ni presiones del calendario dejando que las cosas sucedieran y observando como lo hacían.
Participando y disfrutando del proceso atento a las señales. Sin darse cuenta, Iván cambiaba por
dentro conforme avanzaba ese material dando un giro abismal respecto al adolescente travieso y
aquel joven intrépido que había sido él. Se estaba convirtiendo en un hombre nuevo con todo aquel
trabajo, mejorando interiormente cosa que se reflejaba en sus actos. Ya no sólo importaba el
beneficio, también existía placer en la labor que desempeñaba. No solo el resultado... interesaba la
manera de recorrer el camino.
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Los seminarios-Taller estaban siendo adaptados a los tiempos que vivía España. Contenían los
ingredientes esenciales para que cualquier persona llegara donde se propusiera simulando el gran
sueño americano.
Iván quería que lo aprendido en su escuela fuera de gran utilidad. Mantenía que los estudios
cursados en los colegios, las academias y las universidades, eran temas orientados al conocimiento de
disciplinas que negaban la potencialidad del individuo. Y él quería contribuir a desplegar tales
capacidades particulares.
Seguía trabajando muy ilusionado hora tras hora en su proyecto sin necesidad de la
aprobación ajena explorando las diversas opciones y rompiendo la barrera de lo convencional.
Permanecía frente a la pantalla del ordenador que desembaló para escribirle a Susana y que había
quedado arrinconado en su estudio. Durante los años que trabajó en ambos concesionarios IBM
jamás tecleó en una sola máquina. Comercializó los ordenadores personales pero nunca los adoptó
como herramientas de trabajo. No le gustaban las máquinas. Iván prefería el trato con las personas,
pero se servía del ordenador porque ahora le era de utilidad y cuando se levantó y se trasladó a la
cocina para prepararse un café fuerte se dijo “Es una verdad incuestionable: los ordenadores no
mienten”.
Persiguiendo su autorrealización personal más que las ganancias económicas, había saltado a
su aventura laboral capitalizando el dinero del desempleo. Se arriesgó a funcionar como freelance de
la formación entorno al talento humano y a la selección de personal. Los primeros contenidos que
estuvieron listos fueron los relacionados con temas sobre la comunicación integral, el marketing y
las ventas. Iván entendía que el arte de tratar a la gente es un producto tan vendible como unos
pantalones, una tostadora o un estropajo de aluminio, y lo consideraba tan indispensable como el
azúcar la sal o el café... vale la pena invertir! Y vaya si invertía su tiempo, no había más que verla la
cara a Susana que en ocasiones se acostaba sola porque Iván tenía una inspiración en su despacho
rodeado por el jardín botánico. Iván estaba convencido que el arte de las relaciones humanas es una
forma de ganarse la vida como cualquier otra. Y pensó que él podría. Su objetivo era lograr un
posicionamiento como profesional en el campo de la capacitación.
Extendía sus alas al viento componiendo su personal sinfonía. Proclamaba su independencia
ideológica y su autonomía profesional haciéndose responsable de sí mismo, con una actitud interna
limpia y un comportamiento externo sincero y entusiasta. Su perfil era el de un hombre responsable
y comprometido con su obra. Disciplinado y perseverante, había dado en el campo profesional
suficientes muestras palpables a lo largo de su trayectoria de la innata capacidad para planificar, liderar,
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y controlar su trabajo y el de terceros. Su habilidad para las relaciones interpersonales y su energía
motivadora le conferían la insignia del buen comunicador, incluso en la negociación para la solución
de todo tipo de conflictos. Iván era un ser polivalente con iniciativa. Un espíritu creador de ideas
vanguardistas. Una especie de multinacional de sí mismo. Un autodidacta. Un ejecutivo libre con una
terrible facilidad para expresarse en público y aunque carecía de títulos universitarios, como formador,
al poseer ese especial “don de gentes” buena presencia, elocuencia y poder de convicción, ahora que
amaba el principio que exponía, sobretodo, por no ser un producto cerrado sino facultades del ser
humano a desarrollar, cualidades de todo individuo vivo, su expresión se acentuaba y se elevaba
todavía más que cualquier otra vez. Las puntas de las alas tocaban cada uno de los horizontes laterales.
Por encima de cerámica rota y astillas de vidrio con los pies desnudos era capaz de abrirse
camino Iván. Subió su vida a una carreta para traquetear por caminos pedregosos, para volar con
fuerza más allá de la tormenta con la firme creencia que al borde de la confusión destaca el brillo del
sol aún con una pirámide a cuestas. ¡Trabajo de coloso! Un titán en ciernes. Con su peculiar acento
y su incesante ritmo y su misteriosa aura estaba dispuesto a golpear con el puño la puerta de roble
macizo del destino. Buhonero que paga la posada con una balada, viajero incansable al que no le
importa dormir en el granero si hace falta y que aprecia la suite o el humilde dormitorio de la
sirvienta, inquilino al que no le molestan las pulgas ni le estorban las sedas con el conocimiento de
la brevedad de la vida y de sus pasiones y las claras tentaciones que trazan líneas rojas y sermones.
Iván sabe donde está el equilibrio de la moral para que la balada sea honesta e instructiva, peligrosa y
amena al mismo tiempo. Y sigue siendo extraordinario sin posibilidad de etiquetar o definirse la estela
de su caminar aunque la gente se empeñe, porque no se puede poner un rombo dentro de un
rectángulo sin que se queden fuera dos ángulos.
Como hombre, Iván se consideraba maduro. Crecía con las dificultades y esto agudizaba sus
sentidos. Escribió como posdata en cada uno de los dosieres que iba terminando “Aún el más sabio
sigue descubriendo cosas nuevas cada día”. Bien descansado, bien alimentado, y siendo dueño de su
vida y de su tiempo podía sorprender al más incrédulo de los mortales. Obtendría ventajas si creaba
su empresa reflejando en ella su mundo, en lugar de trabajar en una organización donde esta visión
le es servida en bandeja al empleado. Y tan convencido lo veía Susana que le dijo agachándose para
darle un beso en la cabeza mientras tecleaba en el ordenador antes de marcharse a trabajar –Haz de
ti y de tu empresa un ejemplo cariño mío-. Iván se había levantado ese día a las cuatro de la
mañana.
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Cada vez que Susana llegaba a la calidez del hogar tras su jornada laboral, Iván la recibía con
alegría llenándose de felicidad plantado delante de la puerta con los brazos abiertos en cuanto
escuchaba el tintineo de las llaves chocando contra la cerradura. Su llegada era el mayor suceso del
día, y para Susana, esas horas hasta el amanecer del día siguiente eran más placenteras que su
necesidad de estabilidad económica. Sin embargo, a la mañana siguiente, otra vez en el automóvil,
la desagradable sensación de soledad se incrementaba acompañándola hasta la oficina. Realmente se
sentía insegura, pero sin miedo por la confianza que le tenía.
Iván agradecía esa autorización no verbal en las circunstancias actuales porque demostraba el
enorme respeto que le procesaba tanto a su persona como a sus ideas. Antes de condenarlo al
fracaso Susana le otorgaba el beneficio de la duda para que tuviera un margen de maniobra para la
acción. Llegada una situación extrema de grave peligro, un golpe de timón a tiempo salva la
embarcación de quedar embarrancada en las afiladas rocas que como cuchillos desgarran los sueños
imposibles... lo sabía Susana tan bien como lo había aprendido Oscar en Grecia.
Iván fue siempre arriesgado y continuaba siéndolo, pero nunca se volvió imprudente y su
temeridad, que indudablemente existía, porque el mundo es de los valientes y solamente de aquellos
que son osados, no dejaría que afectara la construcción de la estructura familiar. Y seguía trabajando
en su despacho por primera vez en un encierro voluntario. Y como el viento que se cobija y parece
detenerse permanecía Iván encerrado en la terraza acristalada del ático de la avenida Diagonal,
retirado, ¿invernaba en verano?
A todo esto se planteaba un dilema en el hogar: el proyecto empresarial de Iván o la maternidad de
Susana. Había que decidirse. Iván quería crear “su niño” y Susana quería criar al hijo de ambos en
cómodas condiciones exenta de sobresaltos –Y ya no puedo más con tanta soledad... mi vida
entiéndeme!!!-. Se lo dijo un miércoles antes de salir hacia su puesto de trabajo.
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Había dejado la taza y el plato en la pica y al pasar por detrás de Iván, se detuvo un instante
para besarle la cabeza y salió sin apenas hacer ruido, sin decir nada más. Solían darse un beso no
siempre se decían adiós. Iván consideraba que era demasiado vulgar o quizás un tópico religioso.
Y permaneció aquella mañana largo tiempo sentado en la silla mientras la luz del día iba
iluminando la casa al penetrar poco a poco por cada ventana del ático.
Lo primero que valoró del comentario de Susana era su predisposición a participar, a
implicarse, y ayudar en el proyecto fuera lo que fuera que finalmente sucediera, y a continuación,
elogió su disposición a dedicarle todo el tiempo del mundo al ser que decidiera visitar primero su
vientre, y luego el hogar. Habían decidido durante el viaje de novios que llegado el momento de la
maternidad Susana se entregaría en cuerpo y alma abandonando el mercado laboral. Incluso antes
de la boda hablaron a cerca de los posibles nombres de sus futuros hijos. Su relación como pareja
no había dado la más mínima señal de debilidad o conflicto y se había consolidado. No había fisura
alguna. Se había fortalecido grandemente el amor en los tres años de matrimonio y exigía un fruto.
Ninguno de los dos había perdido interés por el otro ni tampoco la intensidad inicial. La fogosidad
del romance se mantenía con la misma fuerza. La ilusión de la unidad permanecía inalterable y por
ambas partes intacta. Iván y Susana se amaban por encima de todo y ella le parecía que entraría en el
Olimpo de los dioses si podía traer al mundo un chispa de vida. Hasta que no fuera madre no sería
totalmente una mujer -Una mujer completa y acabada Iván- le dijo tumbada en el sofá mirando
una de sus series preferidas cuando Iván llegó del despacho situado en el otro extremo del ático.
Susana necesitaba a Iván a su lado a menudo, sobretodo los domingos, aunque simplemente
con verlo y sentirlo cerca tenía suficiente. De cuando en cuando se asomaba de puntillas por la
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rendija de la puerta del despacho para contemplarlo mientras él, suspendido el pensamiento en el
cosmos, sumido en sus elucubraciones absorto en sus planes de conquista ideaba una nueva
filosofía de vida. Y Susana suspiraba regresando sola al comedor. Se dejaba caer en el sofá, y
estirando ambos brazos a los lados cogía dos cojines que comprimía en su pecho sintiéndose vacía
porque realmente Iván estaba a años luz. Necesitaba compañía. Y tener algo que se moviera en su
interior que además formara parte de su amado Iván se le antojaba cada vez con mayor fuerza el
último placer por descubrir.
Desde niña había sido poco decidida pero estaba decidida respecto al deseo del hijo, y un le
dijo el jueves en la cocina después de tomarse el desayuno que Iván le había preparado con amor Creo que todavía no es tiempo de trabajar para ti... Cariño, creo que todavía te quedan cosas que
aprender con alguien. Te falta ser "papi" que, lógicamente, te hará madurar estabilizando tu vida-.
Opinaba que la determinación de Iván no era suficiente. Los buenos resultados no dependían
exclusivamente de él. Pensaba que aun le faltaban un par de años convencida que todavía no era el
momento para su proyecto definitivo.
Iván agradecía que la comunicación fluyera entre ambos sin necesidad de lubricantes. Pudo
escuchar el viernes durante la cena -Si estás por tu cuenta no es sensato tener un hijo. Tendremos
que esperar unos... tres o cuatro años por lo menos, pues me dedico a apoyarte a ti o al niño pero a
los dos por igual no podré- y Susana enmudeció. Llevó un trozo de róbalo a su paladar. Iván le
sirvió un poco más de vino blanco. El fin de semana fue fantástico. Salieron juntos al campo.
El lunes por la mañana cuando Susana se hubo marchado a la oficina Iván acercó una silla a
la mesa esquinera de la cocina. Se sentó, y sentado permaneció visualizando como Susana se
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terminaba la leche de pie y ladeó la cabeza hasta quedar inclinado buscando el perfil de Susana
imaginándola gorda.
El martes, antes de marcharse escopeteada para no llegar tarde a la oficina le entregó una
bolsa de los caramelos que le gustaban a Iván, quien en la puerta del ascensor la despidió y se llevó
uno a la boca. Salió luego a la terraza y se sentó frente al ordenador imaginándola a la hora de
comer con sus compañeros en el restaurante de enfrente de la empresa. En una hora no le daba
tiempo de ir a casa y volver al trabajo. Porque a diferencia de Iván, Susana tenía empleo fijo.
También Iván trabajaba, invertía ocho horas frente al ordenador, pero no ganaba dinero.
Iván estaba concentrado en su centro de formación particular al que había que dotarse de
contenido porque hay que sembrar antes de poder recoger ninguna cosecha “Estoy fabricando las
semillas que plantar y regar” se decía cada día al apagar el ordenador por la noche. Iván no se
rascaba el ombligo en casa. No encendía el televisor en cuanto se marchaba Susana. Trabajaba
aportando energía a cada hora del día encerrado entre cuatro paredes por primera vez sin angustias
ni claustrofobia. Ni si quiera se detenía para comer. Aguardaba a la cena para hacerlo con su mujer.
La mujer que conmovió a un volcán.
Iván decidió no aparcar su proyecto, pero animó la maternidad de Susana. Alimentó el
deseo de un hijo porque su afán era similar sino idéntico. A Iván le gustaban los niños y continuaba
sintiendo escalofríos las noches de luna llena. Jugaba tirándose por el suelo y riéndose hasta de sus
propias payasadas en el rellano de la escalera con sus vecinos de seis y nueve años. Los hacía correr
persiguiéndoles escaleras abajo para infringirles numerosas dosis de cosquillas. Junto a los niños se
transformaba dejando salir al pequeño Iván. Despertaba al niño que yacía dormido en su seno
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cuando necesitaba gozar de la genuina alegría recuperando levemente a quien no pudo transitar en
libertad por los caminos dichosos de la infancia; esa época en la que aun reina la incertidumbre
respecto a la realidad mientras los sentimientos alcanzan una fuerza más intensa que en ningún
otro momento de la existencia humana, salvo, quizás, en la muerte.
Iván puso en manos del azar el posible embarazo que llenaría de vida a Susana que pensaba
que un precioso retoño la salvaría del ansia de tanta incertidumbre. Y esa misma noche hicieron el
amor sin ningún tipo de precaución.
Exceptuando su maternidad, Susana no perseguía nada con verdadera pasión sino era a Iván. Su
carácter alegre la hacía brillar con luz propia. Muy sentimental, si alguna vez lloraba, no se trataba
de ninguna treta femenina. Nunca utilizó lágrimas de cocodrilo para conseguir sus propósitos. Iván
la trataba con mucha dulzura para no herirla y de hecho, ponía todo su empeño; aunque alguna vez
se despistaba porque sintiéndose bien, relajado, en la calidez del hogar, cuando Susana le
preguntaba, Iván opinaba y su excesiva sinceridad le causaba un sufrido malestar por la pronta
ausencia de tacto al referirse a alguien a quien atravesaba con su daga sin animosidad. No había
maldad en su gesto. Y Susana terminó por acostumbrarse.
Cuando Iván se dirigía a Susana le hablaba con mucha delicadeza. Nunca había una sola
palabra discordante entre ellos. Ninguno de los dos tuvo que elevar el tono de voz. Se respetaban
mutuamente. Sabían que no por gritar más se posee la razón. En las más de mil trece noches que se
habían acostado juntos, fuera quien fuera que entrara primero en el sueño lo hacía con la palabra
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amable y un te quiero directo al corazón como paso previo a dejar caer los párpados. Y acurrucado
en la cama, en compañía del otro, su felicidad se veía colmada.
Susana era una persona interesada por el pasado, apegada a sus recuerdos. Iván carecía de
cualquier indicio del ayer, y esto la incomodaba. Parecía que Iván hubiera nacido el primero de
noviembre de 1988. De todo lo acaecido anteriormente Susana no sabía absolutamente nada. No
conocía ni un detalle, excepto la férrea amistad que le unía de por vida a Oscar, más como hermano
que como amigo. Mejor dicho, más él mismo que sí mismo.
Iván prefirió mantener al margen todas sus correrías porque la cadena de sucesos la
confundirían, y algunos hechos muy probablemente le pondrían los pelos de punta. Aquel Iván se
había quedado en las puertas de la iglesia. Todo aquello pertenecía a un Iván que ya no estaba. El Iván
marido quedaba lejos del escandaloso Iván. Seguía siendo Iván el distinto porque no se aferraba a lo
cotidiano, sino a la novedad, a lo desconocido, a los cambios que a otros les producen inquietud o
angustia y con su ejemplo invitaba a revisar actos y comportamientos porque en lo distinto se
encuentra el maravilloso prodigio de la vida. Esa peculiaridad de su naturaleza nunca cambiaría. Con
ese magnetismo especial tan sólo se podía hacer una sola cosa: aprender a vivir con él y abrirse a lo
que estaba por venir.
Posesiva, Susana no admitía renuncia. No poseer la historia de su amado le dejaba un mal
sabor de boca. Cuando le increpaba preguntando con disimulo mediante observaciones con trampa
que pretendían sonsacarle cosas, no conseguía pescar el pez que muere por la boca “Concéntrate en
nuestro presente y en lo que tú y yo estamos haciendo y haremos juntos en el futuro cariño. El
pasado es sencillamente eso, pasado”. Así zanjaba Iván toda función detectivesca y aunque una
semana más tarde ella volvía a insistir atacando por otro flanco, se topaba con esta frase repetida hasta
la saciedad “El pasado es sencillamente pasado” como un disco de vinilo rayado que se repite una y
otra vez sin descanso. A regañadientes renunció a poseer la verdad de unos hechos y unas fechas que
se encontraban lejos. Dejó de preguntar, aunque pensaba que eran de su propiedad cada uno de los
acontecimientos que habían marcado la vida de Iván. En cambio él, prefería olvidarlos. Centrarse en
el hoy. El ayer solo influía ligeramente si se le permitía, pero el ahora determinaba el futuro. Quería
una plácida vejez a su lado. No valía la pena perder el tiempo en investigaciones y hallazgos que no
entendería y la impresionarían hasta el punto de preguntarse con qué hombre comparto mi vida. Era
necesario invertir ese tiempo en asegurar el futuro asentando el presente, más que hurgar en el baúl
de los recuerdos. Pero lo viejo tenía mucho valor para Susana porque saber esas cosas que ocurrieron
antes la hacían sentirse segura. Sin embargo Iván actuó correctamente. Si hubiera conocido sus
andanzas y todo su historial, ¿se hubiera casado con Iván? ¿Era ese hombre el mejor padre para sus
hijos?
Encantada de ser la esposa de Iván, rogaba a Dios para que todo marchara bien. Habían escrito su
dicha con letras doradas superando treinta y siete meses de vida conjunta trenzando la magia
anhelada desde el fantástico amor. Y todo ese logro infinito seguía envolviéndolos
permanentemente ¡siempre!
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A pesar de todo aquel periplo laboral de Iván componían la pareja más feliz de cuantas
conocían e intuían -Me siento la mujer más feliz del mundo entero lo prometo-. Lo escribió en la
agenda de Iván unas veinte veces. Junto a la última frase añadió una posdata -Qué alucine que escriba
tanto pero yo se que a ti te gusta-. Al descubrirlo Iván soltó una risotada y las cristaleras que
enmarcaban el despacho en medio del jardín botánico estuvieron a punto de resquebrajarse. Se puso
contento leyendo cada una de las once palabras aproximadamente un centenar de veces después de
que ella se hubiera marchado a la oficina.
Susana tenía necesidad de escribir lo que sentía en muchos momentos pero le costaba
hacerlo y se reprimía negándole un inmenso placer a su marido que veía aquella forma como una
posibilidad de conocerla mejor. Ella nunca había sido muy expresiva. Guardaba cosas para sí debajo
de su caparazón... ¡como el dolor que le infligían los vértigos por la incertidumbre del futuro!
Callaba. Pero en su mente sucedía un terremoto -No hay dinero para leche, no hay dinero para
pañales, no podemos comprar la cuna... son frases que me atosigan!!!-. Susana temía verse ante la
prueba del embarazo sin saber como llenar la despensa. Y a medida que pasaban las semanas la
asaltaban más y más temores. Pero ya digo, callaba.
Cuando tenía calor, Susana dudaba durante un rato a cerca de si debía o no debía remojarse
porque el agua seguramente estaría fría. Antes de llegar a tomar una decisión, por sencilla que
fuera, daba varios rodeos como un cangrejo que se mueve andando hacia atrás cuando en realidad
pretende avanzar. Y era incapaz de decir NO, aunque a veces se arrepintiera de no haberlo dicho.
Eso lo detectó Iván. Y quiso que aprendiera a dar una negativa sin que importar la reacción ajena
porque ella tenía “derechos”. Una vez más era Iván quien le enseñaba algo útil y positivo con la
sutileza que imprimía en algunas acciones. Pero... ¿aprenderá ella a mostrar sus derechos?
Tenía derecho a mostrar su incertidumbre aunque Iván no le preguntara directamente,
incluso podía ponérsela por escrito. En vez de intentar anotar para desgranar en una hoja aquella
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sensación que la envolvía Susana se ocultaba, ¿pero por qué no le daba unos golpecitos en la cabeza
para que Iván se detuviera?
Tras hacer el amor con exaltada fogosidad en el primer y rápido revolcón y mucha ternura en el
segundo, era Susana quien hablaba una vez recuperado el aliento -Tendremos hijos preciosos, los más
bonitos del mundo porque estarán concebidos con amor-. Lejos de pronunciar ninguna palabra, Iván
se limitaba a apretarla fuerte entre sus brazos para reforzar esa sublime unidad. Y se sumía en el más
absorto de los mutismos escuchando solo el bum bum del corazón y la respiración ¡La vida!
Desde que contrajo matrimonio atribuyó al acto la condición de una forma de comunicación,
una fuente de placer y una válvula de escape, pero sobretodo le otorgó la facultad del intercambio
activo de energía positiva como la transacción vital más bella entre dos seres humanos. Susana estaba
de acuerdo.
En uno de esos idílicos instantes sonó un -Encontrarás la manera de formalizar ese trabajo
fabuloso que te hará sentir realizado por fin, ya verás mi vida-. Cierto es que estaba acostumbrado a
obtener resultados inmediatos y tras largos meses de infortunio, Iván era el único sorprendido por la
lentitud del proyecto. Había gestado bien la idea: trabajar para sí mismo. Había desarrollado un plan:
confeccionar los mejores contenidos. Pero ese era un trabajo arduo que no se podía improvisar. Las
buenas ideas no ponen los platos en la mesa y el dinero no ha crecido nunca en los árboles. Iván lo
sabía. Sabía que no tenía encargos a la vista. Sabía que el panorama no pintaba bien. Pero la frase, el
tema de conversación, concretamente esa cuestión, Susana debería saber que no era apropiada para
aquel preciso instante. Hay un momento para cada cosa y aquellos eran momentos para el expresivo
lenguaje del cuerpo. El tacto permanecía superado el sexo voraz quedando al descubierto el amor
romántico. ¿Por qué estropearlo? Y sin despegar los labios se levantó para ir al baño mientras Susana
yacía desnuda en la cama todavía húmeda. “Se pierde el hechizo si comenzamos a hablar entorno al
mercado laboral” se decía Iván bajo el agua helada en la ducha “... cuando probablemente acabamos
de forjar una vida” y sonrió orgulloso.
Le causó malestar el simple hecho de referirse al asunto porque rompió la magia. Pero como
Iván nunca se enfadaba, Susana no supo lo malhumorado que estaba cuando le vio en la puerta
mojado, fuerte, vigoroso, a continuación de la revitalizante ducha justo antes de que se abalanzara
sobre ella saltando como un jaguar encima de su presa para darle la vuelta y doblarla y penetrarla
para que jadeara ajena al inconveniente causado.
Susana gemía del placer inyectado por su salvaje amante que le descubría límites
insospechados para ella respecto al sexo y el amor. No le había costado aprender. Y descubrió goce
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en los variados juegos eróticos que numerosas veces la desconcertaron. Ambos se complacían en
los deseos más pavorosos y cada fantasía era escenificada antes o después y gastada hasta la saciedad
para pasar a otra más excitante si cabía, porque los juegos eran los responsables de alejar la
monotonía de la alcoba.
Susana tenía a Iván exclusivamente para ella, y en ocasiones, no se lo creía. Le gustaba presumir
delante de sus amigas de juventud que lo encontraban un tipo interesante cubierto de un alo de
misterio por su secreto pasado. Se pellizcaba para despertar del sueño. Se frotaba con fuerza los ojos
y los abría como platos y se decía -Sí, es bien verdad todo cuanto tengo, aquello que siempre soñé y
todo cuanto pedí, Iván me lo ha dado- y a continuación se llenaba de satisfacción al admirar su
precioso ático de doscientos cincuenta y nueve metros cuadrados con plaza de garaje y trastero y una
terraza inmensa que daba la vuelta al alto edificio. Era cuanto podía desear -Juro que nadie me
hubiera podido hacer nunca tan inmensamente feliz-. Y no era por todo cuanto tenía que estaba así,
sino por como se sentía junto a Iván. Y lo amaba por como era, por todo cuanto le provocaba que
la hacía vibrar. Y aunque la actual situación de incertidumbre laboral era fatigosa, Susana se sentía
viva y esta vivacidad bien valía un poco de sufrimiento. Sentía intensas y penetrantes emociones que
nunca antes había concebido -Estoy segura que nadie hubiera podido hacerlo mejor que tú, mi vidase atrevió a confesarle introduciéndose por las pupilas para atravesar su cuerpo siguiendo los vasos
sanguíneos y las terminaciones nerviosas bordeando los huesos hasta llegar a las mismas plantas de
sus pies. Y ciertamente, la mayoría de las veces, Susana no pasaba por la puerta henchida de grandiosa
felicidad por ser la esposa de Iván.
*
*
*
*
Iván tenía claro que riesgo y recompensa van de la mano. Ser padre de un proyecto se cobra tiempo
y esfuerzos. Los riesgos previstos son sanas aventuras más que peligros mortales, pero el tiempo se
dilataba más y más y él se impacientaba. De manera imperiosa precisaba resultados urgentes. Tocar
dinero para no herir su ego. El dinero de la capitalización de su desempleo se había terminado y las
arcas quedaron vacías. El sustento provendría únicamente de Susana y esto lo incomodaba a más no
poder. Empezaba a impacientarse. Demasiadas horas días semanas elaborando con la precisión del
cirujano cursos que luego no podía impartir porque no había salido a la calle para ofrecerlos. ¡Pero
era imposible comercializarlos si todavía no estaban listos! ¿Era un perfeccionista?
El asunto no era fracasar, sino el abandonar a medio camino. No se cuestionaban sus dotes.
Susana resistía sin poner impedimentos, comprensiva; no había ningún inconveniente por su parte
para seguir aguantando sin quejarse ni poner mala cara porque por amor se amordazaba el alma. Al
verlo tan entusiasmado y tan sumamente entregado se derretía de admiración por quien defiende sus
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ideales dándole una oportunidad a su marido. Susana ayudaba a que el tiempo acercara el resultado
hasta que llegó rompedora la noticia: estaba embarazada.
La mayor ilusión de Susana tomaba cuerpo. Un nuevo latido estaba en ella, con Iván, desde
Susana, pero Iván también lo sintió sin que ella tuviera que decirle nada porque un escalofrío lo
sobrecogió una madrugada y la despertó “Tenemos que ir a una farmacia de guardia, corre, vamos,
ya está aquí!”.
La vida nos obsequia con todo cuanto deseamos e Iván deseaba un hijo al que poder educar
porque traer una criatura al dulce hogar que había creado junto a Susana era el mayor regalo que
podía hacerle a su esposa y al mundo.
Iván se enorgullecía del programa de trabajo relativo a su Escuela de Triunfadores por su
contenido y la finalidad que perseguía: procurar el bienestar a los demás reparando en sus
escondidos anhelos, provocando un movimiento interno interesante y beneficioso y reconfortante
y enriquecedor. Porque Iván les incitaba a progresar y a disfrutar plenamente de la vida. Se había
dicho durante largos meses mientras realizaba ejercicios físicos a media mañana para
descongestionarse de tanto ordenador “Deseo crear una obra de la cual pueda sentirme dichoso y
por quererlo lo hago intentando contribuir a configurar los cimientos de un mundo mejor” pero
tras la noticia Iván había extraviado la concentración y al abrazar a Susana y empezar a chocar con
su barriga se olvidaba del proyecto centrándose en aquella pequeña cosita que nacía a la vida. Y
comprendía que no eran momentos para hacer inventos.
A partir de la noticia había confeccionado unos seminarios para impartir de inmediato a través
de la Sección “desempleados” vinculada a la Seguridad Social, pero los procesos administrativos de la
institución eran muy lentos y no se podían programar hasta el siguiente semestre. Impartió tres
seminarios por su cuenta y con el ingreso compraron la cuna y el ajuar del bebé. Pero la falta de
resultados seguía apremiándolo y se puso a pintarle la habitación de un color neutro. El mercado no
estaba en su mejor momento.
Iván fue postergando su proyecto sin terminar de abandonarlo desde la feliz noticia. Había
renunciado a su sueño empresarial porque nada podía igualar la grandeza de ser padre y educar día a
día a su retoño. Las cosas profesionales no le iban nada bien y Susana hacía lo propio en preocuparse,
pues todo se complicaba más a cada minuto que pasaba. Y seguían con la idea de que ella no se
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reincorporara al trabajo después del parto, ¿cómo vivirían? ¿Comerían? ¿Qué pasaría con el hijo tan
deseado?
Iván llevaba un año desconectado del mundo laboral y sus contactos se habían evaporado por
falta del esmerado y continuado trato. Precisaba un salario alto para cubrir las necesidades básicas de
la familia que había creado. Se incorporó a una institución bancaria especializada en la pequeña y
mediana empresa para captar clientes de pasivo pero la remuneración, aunque buena, no era suficiente
para lo que se había propuesto. Un mes más tarde estaba fuera de la institución, y al día siguiente
ingresaba en una joven empresa especializada en bolsa; concretamente en el mercado de futuros,
novedad arriesgada pero atractiva para los inversores españoles. Se comunicaba por teléfono con
profesionales liberales de cualquier localidad de España proponiéndoles invertir fondos a tres o seis
meses vista en trigo o maíz, dependiendo de las indicaciones que percibía a primera hora de la mañana
por parte del responsable de planta. Otra sección se ocupaba de las divisas. La dinámica de la bolsa lo
intrigaba. Tenía un fuerte poder de atracción y sumado a su poder de convicción, le confería una
fenomenal aureola de broker. Pocos eran los que no corrían al banco para autorizar una transferencia
y apostar por el producto ofrecido por Iván en perspectiva de tan buena rentabilidad, qué labia tenía!
A la tercera semana, argumentando que salía a comprar tabaco dejó la delegación al recibir la
confirmación que el propietario, un alemán con cara de cráter, estaba buscado por la Interpol. Tanto
dinero en efectivo y maletines de un lado a otro, tantos rostros cuadrados con ojos sin escrúpulos
por la planta le hicieron sospechar. Indagó hasta encontrar una fuente fidedigna que le corroboró sus
sospechas. La información le salvó de la redada que la policía efectuó con dureza cuarenta y ocho
horas más tarde en las oficinas.
El 5 de agosto de 1992, año Olímpico para España, Barcelona se había puesto guapa para
mostrar al mundo entero su mejor cara y toda su capacidad organizativa durante la celebración de
los juegos olímpicos. Montserrat Caballé y Fredy Mercuri sumaron su voz para encumbrar el nombre
de la ciudad. Susana escribía en la Costa Brava a Iván sin saber si llegaría a entregarle la nota porque
detectaría en ella un claro signo de debilidad de su devota esposa y nada quería hacer que lo
perturbase, pero nada podía impedir que la asaltara la desdicha. Cuando no estaba cerca, lo extrañaba
más de lo que Iván hubiera imaginado nunca. El teléfono sonó en Palafrugell pero al levantarlo para
contestar, la llamada se había cortado. Y suponiendo que pudiera haber sido Iván, entristeció y
acarició su abultado vientre y reanudando su escritura ahogó sus penas. Seguía amándolo horrores,
pero todo le resultaba cada día más difícil y doloroso. ¿Le entregaría aquellas notas o se las guardaría
para sí misma? Sabía que a su marido le gustaría leerlas, lo sabía!
Iván despreciaba empleos a causa del corto salario porque tenía claro lo que precisaba y todo lo que
fuera por debajo del listón no merecía la pena probarlo aunque hubiera buenas perspectivas y
promesas de importantes puestos de responsabilidad en el futuro. Lo que importaba era el ahora
mismo y nunca el mañana. Quería lo mejor para los suyos. Prefería esperar, ir sobre seguro, seguían
tratándole de ingrato y de soberbio al plantear su negativa. Y su comportamiento aparentemente
era suicida.
A Iván no le asustaba el trabajo. Ninguna clase de trabajo o profesión. Pedía que aunque fuera
corto el salario base, existiera en la actividad a realizar una posibilidad real de obtener buenos ingresos
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y la seriedad para recibirlos y por lo pronto ninguna de las empresas le transmitía plenas garantías. Se
fiaba de su intuición, ¿igual que con su proyecto de los cursos?
Luchador incansable, no le desanimaba la situación que se complicaba cada día. El verano es
la peor época para presentar candidaturas si no tienen que ver con la hostelería y el turismo.
Incómodo ante el panorama, seguía buceando sin contemplaciones buscándose la vida en una
Barcelona Olímpica. Su amada esposa no tenía el mismo temperamento. No contándole la crudeza
de los acontecimientos le ahorraba sufrimientos permitiendo a Susana que se centrara en el
embarazo. Y como ella acostumbraba a decir -A la tercera va la vencida- se preparó para una nueva
entrevista personal sazonada de pruebas psicológicas. Sin embargo, asistió a una cuarta, y una quinta
entrevista. La oferta de empleo era muy superior a la demanda de candidatos en unas oficinas desiertas
porque los responsables estaban de vacaciones.
Realmente muy complicado colocarse incluso para una persona de las aptitudes de Iván.
Rectifico. Justamente por sus cualidades le era a Iván todavía más complejo encontrar trabajo porque
eran tiempos para la sumisión y la aceptación, para rogar favores arrastrándose por el suelo, una época
para no despuntar en nada por la convulsionada situación del país. Existía una crisis. Las empresas
cerraban. Los locales se desalojaban. No eran momentos para abrir nuevas delegaciones sino para
recortar gastos. No se plantaba en el seno de la competencia otra sucursal. Iván lo tenía mal. Lo tenía
peor que nadie. La formación es uno de los primeros gastos que se recortan aunque los temas sean
de calidad.
Para entonces sabían que iba a ser niña; una niña preciosa como la preciosa piedra de Ágata. La
ecografía lo había confirmado. El avanzado estado de gestación recomendaba precaución. Y Susana
la tenía. No fumaba. No bebía. Mantenía una dieta equilibrada. Dormía sus nueve horas y le ponía
música suave a su hija. Iván le llevó en su última visita a Palafrugell cintas especiales que había
adquirido para contribuir al buen desarrollo de la niña. Agradables sonidos y delicadas melodías que
acercaba con alegría al vientre de la mujer que colmaba todas sus necesidades sentimentales y
también fisiológicas, como no, aunque habían derivado en juego amoroso por el peso y su
alborotado tamaño.
Susana tenía miedo por su hija pero a la vez, tenía confianza en Iván, y esto último la salvaba
del drama. No se sentía fuerte, pero tampoco débil ni frágil porque su amado era su escudo, el
pararrayos humano que repele el mal y protege a las personas de buena voluntad. Aquella situación
de incertidumbre laboral no afectaba su embarazo, ¿seguro?
Iván apenas gastaba media hora en la problemática económica que podía desbaratar la
seguridad material y el estatus que había brindado a Susana. No les faltaba comida y los recibos de
luz agua y teléfono estaban al corriente de pago. Solamente la hipoteca se había retrasado, pero este
detalle se lo ocultó a su amada tras mantener una charla con el director del banco. Ciertas cosas
todavía le gustaba llevarlas a su manera sin tener porque facilitar novedades a diestro y siniestro.
Susana no podía darle las buenas noches y le escribía -Te escribo mi vida para decirte lo mucho
que te echo a faltar y lo mucho que te quiero. Te lo prometo. Lo siento en el fondo de mi corazón
y dentro de mi vientre, pues tengo dentro de mi tu amor sincero, sereno y profundo. Es algo tan
grande que no se puede explicar-. Y al abrir la maleta y encontrar aquella nota entre la ropa que
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cuidadosamente había planchado con infinito amor a Iván sólo se le ocurría estremecerse y sonreír.
A continuación se doblaba desde la cintura con las manos abiertas para tocar con las palmas el suelo
en el ático de la avenida Diagonal. ¡Estaba en forma!
Susana adoraba la Costa Brava. Sus padres la llevaron a los campings de la zona desde muy pequeña.
Todos los veranos eran días de excepción en un marco convivencial incomparable; una amalgama
de risueños confines idílicos aseguraría Iván, quien hubiera pagado el dinero que todavía no había
ganado por disfrutar de ese ambiente familiar aunque nada más fuera durante una semana al año.
Tanto regocijo, atención, y delicados cuidados colmados de afecto lo hubieran catapultado más allá
del monte Sinaí. Su Tata era una madraza.
Susana no soportaba la arena de la playa, pero disfrutaba tumbándose al sol en su gigantesca
toalla a rayas con revistas del corazón. Podía pasarse horas sin aburrirse un minuto mirando a la
gente. Comparaba a los hombres con su moderno Iván -Que asco de barrigas, de piernas, de
espaldas; mi marido inconmensurable que ayuda a sus semejantes ante la fatalidad y las tinieblas,
generoso en sus actos... solidario con el pueblo... interesado por el desconocido y sacrificado por la
humanidad. Mi Iván gusta de la cordialidad y la fraternidad entre los seres vivos- decía volviendo su
vista a las revistas. Con ese pensamiento reconocía que el contenido de los cursos que elaboró eran
más que clarificadores.
Susana también se fijaba en las mujeres. Envidiaba a una las caderas, a otra los pechos
preguntándose si no eran de silicona. Pasaba las manos por sus pantorrillas admitiendo la celulitis.
Se embadurnaba de crema bronceadora. Compraba un helado al vendedor ambulante y se sentaba
en la orilla para mojarse los pies sorprendiendo conversaciones de maridos y mujeres acerca de esto
y de lo otro discutiendo o bromeando, pocas parejas se besaban. Cada vez que hacía alguna de estas
cosas se sentía bien, pero le faltaban los besos apasionados de Iván. Y al rato se metía encogida en el
Mediterráneo para nadar solo braza muy despacio estirando el cuello evitando mojarse la cabeza.
Estaba muy a gusto con sus padres en la Costa Brava disfrutando de sus vacaciones al sol
bronceándose para que Iván la encontrara hermosa (sabía que las mulatas lo volvían loquito), pero
no había nada que pudiera compararse a estar en su hogar con sus "cositas" y recuerdos junto al
hombre que amaba. Se sentía sola sin su marido. Así se lo expresaba -Sólo de pensar que mañana
tampoco podré estar contigo ni diez minutos... No podré abrazarte molestarte y acostarme junto a
ti... ¡Me muero por ti!-. Caminaba hacia delante el cangrejo hechizada de Iván. Se abría la ostra.
Exteriorizaba sin guardar su sentir bajo el influjo de Iván. Cuando llamaba por teléfono le susurraba
-Te queremos mucho, nuestra hija también te quiere muchísimo- colgando muy a su pesar al cabo
de hora y media de conversación.
Susana necesitaba a Iván para todo. No podía hacer nada sin él. Esos días en la playa no los
aprovechó. Iván no estaba ahí, aunque fuera sentado en su silla marinera al borde de la orilla del mar
sumergido en las páginas de un libro, pero ahí, cerca de ella, donde ella pudiera verlo y saberlo suyo.
Se consolaba hablando a cada rato con su hija. Le explicaba acariciándose el vientre con movimientos
circulares lo feliz que se sentía de que pudiera llegar por fin.
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La niña se portaba bien. No le causaba malestar, ni vómitos, ni antojos, y saturada de
jactancia se paseaba por la arena de la playa con su voluminoso cuerpo y sus torpes andares
sabiéndose observada. Desfilaba. Era la primera vez en su vida que no temía al ridículo y ajena a la
vergüenza se exhibía abiertamente presumiendo de su estado de gracia. Nunca había estado más
bella a los ojos de Iván. Cuando reparaba en Susana, embelesado, comprendía lo maravilloso de la
naturaleza y el milagro de la vida y se lo decía embadurnándola de elogios orgulloso por lo que
había contribuido a gestar como si la llenara de crema protectora. Sentía su semilla pura saludable y
bella. Ambos podían soñar con los angelitos y descansar en paz, pese a todo lo demás feo en el
mundo. Fea la situación de Iván. Fea y peligrosa si continuaba hasta hacerse crónica.
Conforme se acercaba el fin de semana, Susana se ponía nerviosa. Podría tenerlo entre sus brazos
durante casi cuarenta y ocho horas. Inmensas ganas de acariciarlo, besarlo, de retenerlo para siempre
la embriagaban. Y cuando finalmente apareció majestuoso en el portal de entrada, ella no pudo correr
hacia él atravesando el jardín paralizada de la emoción. No bajó las escaleras para recibirlo. Dejó que
Iván se acercara a la casa mientras contemplaba su porte, su estirpe, sus peculiares andares que
conservaban aquel aire rebelde del joven inconformista y conquistador que no ha renunciado a su
sueño y mantiene intactos sus principios. No había cambiado ni un ápice. Esa arrogancia intrépida
de adolescente fanfarrón la cautivaba igual que el primer día. Subía las escaleras. Llegó al rellano donde
Susana apoyaba su mano en la baranda de hierro forjado sin decirle nada porque su mirada ya lo decía
todo. Inmediatamente después de intercambiar un breve contacto visual tan intenso que ambos se
llenaron de amor el uno con el otro, Iván se agachó. Arrodillado, le subió con delicadeza y muy
lentamente el vestido amarillo que la Tata había confeccionado y dejándola con las enormes bragas
de encaje al aire, descubriéndola hasta los gruesos e hinchados senos besó con dulzura el vientre lleno
de afecto, pegando sus labios por largo tiempo para acercarse a su hija y ladeando ligeramente la
cabeza, intentó escuchar un pedazo de su misma vida. Entonces se movió la niña, claramente lo hizo,
como si quisiera saludarlo dando unas pequeñas pataditas en las paredes de Susana “Sabes que papá
está aquí ¿verdad?” musitó aun en cuclillas mientras las manos de Susana acariciaban su cabello sedoso
cerrados los ojos, alzando su rostro al cielo para dar gracias a Dios por tanta felicidad comprimida en
tan escasos segundos.
*
*
*
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La historia de Ágata es la historia de un hombre y una mujer que se encontraron y se amaron
intensamente y luego surgió la facultad de amar; ese arte que mediante el contacto y el cariño, el
respeto y la libertad, lleva al verdadero amor fortaleciendo el romance que crece y no muere ni se
apaga ni se acaba. La chispa espontánea se convirtió en una luminosidad ardiente de fuerza
incalculable. Las intenciones se convirtieron en acción constante. Y tras disfrutar de una rica vida en
pareja, una vez el amor fue maduro y estable, sólo cuando su relación se había consolidado,
decidieron materializar tan grande sentimiento en un ser vivo que a la vez formara parte de ellos
mismos. Ágata sería siempre Ágata pero partía de los dos. De la sublime unidad de su genuino
amor.
No hubo una futura mamá más bella que Susana. Su embarazo la envolvió de una belleza
inaudita con la naturalidad digna de la misma Madre Naturaleza. La esencia de la vida se expresó en
su cuerpo igual como el signo de la felicidad se manifestó en su rostro, en la forma en como miraba
y en su manera de reír. Durante nueve meses sin excesos y con un esmerado cuidado, llevó
alegremente dentro de sí la semilla del amor que Iván depositó, quien atento a los cambios
fisiológicos disfrutó con su transformación, descubriendo a una nueva mujer plena de ilusiones y
esperanzas camino de la autorrealización.
Fiel a su empresa, a su jefe, a sus compañeros, Susana trabajó hasta la que sin saberlo sería su
última jornada laboral de octubre. Dispuso en orden papeles y cajones dejando su mesa vacía sin
temas pendientes y, cogidos de la mano, se dirigieron al hospital para un control más; uno de tantos
que no realizaban en la consulta del médico por haber salido de cuentas. Pero en aquella ocasión en
el Hospital de Barcelona, la impaciencia de los nuevos padres por su fruto, instaron al doctor que
consintió practicar la cesaria presionado por Iván que temía por la salud de sus dos mujeres.
Ágata fue una niña deseada que vivía en el corazón de sus padres mucho antes de su gestación. Se la
esperaba, y con sumo cuidado creció segura en el vientre de su madre que estaba a punto de dar a
luz. Iván quiso estar junto a ella pero no tratándose de un parto normal, se lo negaron con
rotundidad. Tampoco le permitieron quedarse en la sala de espera recomendándole que se fuera a
pasear.
Iván cruzaba descontrolado los pasillos del hospital mientras intervenían quirúrgicamente a
Susana. Se encerró en la amplia habitación con baño propio y sofá-cama para el acompañante que
había reservado para sus dos mujeres. La cámara de vídeo se cayó al suelo y un puntapié la lanzó por
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los aires debido a su extremada agitación, y es que Iván brincaba como cabra montañesa subiéndose
por las paredes.
Efectuó mil llamadas de teléfono, no solo a familiares amigos y conocidos. Iván habló con
todas las personas que disponía del número en su agenda. Informaba de tan grande noticia aunque
los nervios se quebraban en sus labios pronunciando palabras ininteligibles, pero aun así, transmitía
todo su entusiasmo y nadie del otro lado de la línea dudaba de lo que ocurría: Ágata estaba llegando.
Felicitó y a la vez fue felicitado por la gente con la que se topaba en la sección de maternidad
de la cuarta planta del hospital; abuelos, padres, hermanas, primas, jóvenes, niños, niñas, enfermeras.
Iván estaba desbordante de energía y alegría. Aquel sería el segundo día más importante de su vida y
uno de los instantes culminantes de su existencia. Intentaba por todos los medios apagar su fervor
pero nada lo apaciguaba. Una vez más estaba completamente solo ante una definitiva circunstancia
de la vida. Los padres de Susana estaban en camino desde Palafrugell. Sin poder compartir tanta
felicidad abrazó silenciosamente a Oscar.
No podía resistirse a una situación que lo superaba. Durante las dos horas de agonizante
espera, no todos los interlocutores mostraron su mismo sentimiento de éxtasis, aunque a Iván poco
le importaba su reacción. Simplemente quería gritarle al mundo entero la buena nueva avisándolos
que una estrella nacía en el firmamento. Ese era su axioma.
Cuando los médicos avisaron a Iván no lo creía. Toda clase de emociones confluían para
invadirle de plenitud. Estaba excitado por tan magnifico acontecimiento y... ¡por el encuentro!
Y se acercaba el instante de las presentaciones. La gruesa puerta metálica se abrió por fin. Una
bata blanca con dulce voz que no escuchó le acercó un bulto. Ahí estaba Ágata, envuelta en papel de
plata como la mejor ofrenda que se puede hacer a un padre ansioso por abrazar un suspiro de sí
mismo. Ágata era el presente más elevado que la vida podía entregar a Iván.
La recogió con suavidad y agradecimiento pegándola con firmeza a su pecho admirando el
sonrosado aspecto de ángel magullado. Su instinto de protección le hizo dar media vuelta y salir
pasillo abajo, salvándola de cuanto era conocido por él. ¡Qué maravillosos pasos dieron juntos!
Ágata era larga como ella sola y tenía el pelo mojado, negro como el azabache. Sus pestañas
parecían afiladas espadas. Era un soplo de vida, un pedazo de fragilidad. La estrechaba en sus brazos
con mucho cuidado. Aquella placentera sensación la recordaría Iván cada vez que cerrara los ojos,
cada vez que quisiera apelar a la plenitud de un ser humano convulsionado por el amor, zarandeado
por el clamor de la vida en su máxima expresión. Estaba señalado por la fortuna. Muchas veces más
cruzaría ese pasillo en la memoria de su mente. Y cada vez que pierda la fe en la humanidad
recurrirá a este instante culminante para no olvidar el milagro de la vida y la posibilidad del eterno
renacer. Iván era un hombre nuevo.
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Pero igual como se la entregaron se la quitaron. Otra enfermera de voz áspera reclamó a su
propia hija diciéndole que no se la podía quedar porque esa niña no iba a ningún sitio -¡Eh! Que esa
niña no va a ningún sitio-. De muy mala gana Iván tuvo que devolverla sintiendo que le arrebataban
el alma. Y vio como desaparecía tras la misma gruesa puerta metálica que chasqueó al cerrarse como
un abrupto apagón.
Todo había ido bien. La madre estaba fuera de peligro. La intervención del doctor había sido un éxito.
Al abrir la barriga de Susana, Ágata estaba mejor que nadie -Podía haberse quedado otros nueve
meses más y seguramente mamá hubiera aceptado complacida- había bromeado el doctor al
estrecharle la mano a Iván.
Al encontrar a Susana postrada en la cama, Iván la besó en la frente. Acercándose a su oído
susurró “Gracias cariño, sin ti hubiera sido imposible hacerlo” y una lágrima descendió por el rabillo
de uno de sus ojos corriendo tímidamente por su mejilla y su barba, danzando en el aire hasta topar
en el antebrazo de Susana y avanzar hacia abajo hasta encontrar su codo. Atontada todavía por la
anestesia ella no reaccionó. Iván se sentó junto a Susana para tomarle la mano. Y mirándola en
silencio la llenó del afecto y la ternura de un hombre completo.
Irreversible realidad, ahora Iván también amaba a su hija Ágata aunque de muy distinta forma.
No tenía porque reducir la cantidad de amor que le procesaba a Susana, sino dejar que una nueva
forma del mismo se expresara de otra manera. Y sería justamente en la vivencia de esta grata
experiencia cuando comprendería la valiosa oportunidad que voluntariamente perdió su padre
despilfarrando una importante lección sobre la vida, sino era la mayor de todas. Iván era padre y quiso
dejar de ser hijo. Y lo hizo. Cada día que pasaría junto a su hija le serviría para reforzar su decisión
“Padre no es el que engendra si no el que educa y enseña a su hijo” se diría en cada acto de instrucción.
La permanencia en los peores momentos y el participar de los mejores acontecimientos, unen a los
seres. Es en el contacto y nunca en el ADN donde se encuentra la acreditación de tan magnífico don.
Los apellidos sirven exclusivamente para los papeles y el corazón no entiende de papeles.
Ágata era el resultado del amor entre Susana e Iván, nunca una posesión la niña indefensa de
apenas unas horas. Iván lo tenía claro.
Cuando llegaron las primeras visitas, Iván abandonó la habitación. Subió a la azotea del edificio
del hospital. Admiró la ciudad dormida y se fijó en los astros que iluminaban la espesa noche. Pensó
largo tiempo en silencio. Y cuando las nubes despejaron la faz de la luna llena pronunció unas palabras
en voz alta: “Esta es la declaración de principios de un padre afectado por la incertidumbre del futuro,
pero con la voluntad del criterio objetivo y la fuerza en el proceder, para corresponder a este hecho
como merece, consciente que un hijo es una responsabilidad. Un hijo es un compromiso. Un hijo es
un verdadero placer. Este evento es una gran satisfacción para mí, pero, asimismo, es un reto, y por
esto es una inmejorable oportunidad. No voy a defraudarla a ella. No voy a defraudarme a mí mismo.
Y por todo, digo, aquí, delante de vosotras eternas estrellas que... voy a sentirme sensible, afectuoso,
y paciente con mi hija. Seré un padre recto, aunque cariñoso. Autoritario en lo preciso, duro ante la
adversidad, pero ante todo siempre seré su amigo. Permitiré su justa libertad. Ágata crecerá sana
emocionalmente y limpia a nivel moral. Jugaré con ella y la haré reír mucho sin descuidar las
obligaciones que se me atribuyen, además de la necesidad de aportar estabilidad a nuestro hogar.
Prometo que no faltarán los ingresos económicos para obtener una cómoda posición. Nuestro
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futuro estará plagado de sorpresas. Garantizo fidelidad. Intentaré facilitarte el camino en lo posible,
hija... Te quiero Ágata”. Y volvió a sumirse en un largo y profundo silencio perdiendo la vista en la
densa oscuridad.
*
*
*
*
Desde el feliz acontecimiento, poco a poco había ido aparcando hasta congelar el proyecto aceptando
realizar cursos más convencionales de manera esporádica. El marketing y las ventas tenían mejor
salida y se ofreció para impartirlos en la Generalidad de Cataluña y su sección de Formación
Ocupacional. Aquello puso a Iván de nuevo en contacto con el mundo real a nivel laboral. Aceptó
el encargo de un bufete de abogados para seleccionar dos secretarias de dirección. Nunca sabría que
fue Oscar quien lo recomendó para aquella entrevista. Si una persona sabía que no quería que a la
pequeña Ágata le faltara nada y que exigía lo mejor para la familia constituida con broche de oro
desde su llegada, sin duda era su buen amigo a quien le había confesado Iván en su última
conversación “Sólo me queda el hueso del jamón de Jabugo Oscar. He abierto la última botella de
vino de reserva... yo, acostumbrado a ganar mi buen dinero y a vivir con toda clase de lujos y
caprichos, ¿te imaginas?”.
Iván comenzó a relacionarse con distintos bufetes. Dado que el colectivo jurista no podía
realizar publicidad ni campañas de promoción, como el mejor comercial, Iván les hacía de puente a
la caza de clientes potenciales. Gracias a su versatilidad, pronto empezó a asesorar sobre patrimonios
y herencias, Cash Flow Provisional y posibilidades de negocio en el extranjero, actividades todas que
dieron sus frutos tangibles enseguida porque el dinero está en el dinero y el dinero no duerme, se
mueve continuamente. Lo sabía Iván.
Y proporcionaba al bufete la posibilidad de realizar auditorias y expedientes de regulación de
empleo y suspensiones de pago, por lo que los asociados de los letrados estaban encantados con él.
Tenían más clientes de los que podían atender. Iván los había desbordado en poco tiempo. Y no les
molestó que se hiciera con algún cliente. Decía a menudo “Para que yo gane otro no tiene porque
perder forzosamente, la ganancia puede ser mutua”. Y con esta clave a modo de contraseña avisaba
que había recibido un nuevo encargo profesional de un cliente del bufete con el que se relacionaba
ya no como mero enlace o intermediario.
Iván aprovechaba la información astutamente. Al tener trato directo con la dirección de las
empresas donde formaba entorno a la animación y conducción de equipos comerciales
confeccionando campañas de telemarqueting y acciones puntuales de promoción de productos,
durante su estancia indagaba sobre las carencias de la compañía que visitaba descubriendo las
necesidades reales para plantear una propuesta de trabajo coherente y viable una vez finalizado el
curso. Y como el grado de satisfacción de los asistentes acostumbraba a ser alto, nunca nadie
puso pegas y un trabajo le proporcionaba otro y otro y se acercaba la recuperación del bache.
Pero cuando un importante cliente del antiguo despacho de su buen amigo le pidió que
liquidara una de sus empresas y le tramitara una serie de subvenciones y ayudas económicas, al ser un
asunto delicado y complejo que le exigiría un par de meses trabajando en exclusiva, Iván no tardó en
pasar de asesor empresarial y formador autónomo a conferirse ante notario como el administrador
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único de la sociedad anónima Royel Consultores con representantes fiduciarios a favor de dos de los
abogados titulares del bufete que lo reintegró definitivamente al mundo laboral. Le regalaron un
precioso maletín negro. No podían dejar que aquel asunto se les escapara de las manos. Ni tampoco
que un elemento como Iván permaneciera fuera del círculo de mando. Le querían en el centro. Y le
dejaron plena libertad de movimientos reactivando la dormida entidad que tenían en un cajón.
Aquella consultora descansaría en la espalda de Iván porque únicamente él tenía el absoluto control
de la entidad mercantil, como debía ser, sólo entonces aceptó. Y sus vicisitudes dejaron de existir. Y
volvieron los caprichos al ático de la avenida Diagonal para colmar a sus dos mujeres.
Debido a la delicada coyuntura en todo el territorio español, la compañía se centró básicamente en
tramitar quiebras y preparar salidas paralelas a los empresarios con dificultades, protegiendo sus
patrimonios personales y negociando con entidades financieras. Ya no había demandas de diagnosis
o planificación contable, y mucho menos peticiones sobre estrategias para el control de la gestión
directiva. Los clientes solicitaban la creación de empresas fantasma en paraísos fiscales. El cobro de
morosos de guante blanco había proliferado de una manera significativa. Mucha gente no pagaba,
no porque no pudieran, sino porque no querían escondiéndose en hipócritas tretas administrativas.
En esa época en España se perdió el miedo a no pagar y casi nadie pagaba.
A Iván no le gustaba su trabajo, pero se llenaba los bolsillos y esperaba con ilusión los primeros
balbuceos de la niña Olímpica. Tan sólo los viajes a Londres, Roma o a las islas Caimán hacían su
trabajo más ameno. Romper con la monotonía aunque solamente fuera para coger el avión y volver
al día siguiente era una perfecta válvula de escape que otorgaba a su desagradable trabajo una
distinción.
Coordinaba un vasto séquito de profesionales externos especialistas cada uno en su campo. A
veces, en la sala de juntas se reunían hasta veinte personas. Y los viernes por la mañana, día de pago,
Iván llegaba para firmar cincuenta cheques en veinte minutos. ¡Una maratón! Adquirió acciones de
Royel. Y pasó a ostentar la condición de socio.
Sin embargo, Iván sabía que el verdadero futuro no estaba ahí sino en manos de las personas
y empresas que concentraran sus esfuerzos en una formación con vistas al Mercado Único Europeo,
con vistas a la necesidad de intercalar en el aprendizaje los tan imprescindibles talentos humanos en
una era excesivamente tecnológica y tan lamentablemente deshumanizada porque la formación, es
el factor más importante que determina el progreso de un país, y España, tenía un gran retraso en
este campo olvidando el gran capital de que dispone ya que es el individuo y su capacidad para actuar
y desarrollarse el mejor recurso a potenciar “Mucho más interesante que cualquier otro recurso
natural” pensaba Iván “Ahí reside la clave del éxito del progreso” le contaba más a menudo de lo que
su secretaria de nariz interminable y nimias orejas quería pero oía cada palabra del jefe con suma
cortesía “A mi me hubiera gustado crear un centro de formación revolucionario en este apasionante
campo porque cuando empezamos a ser adultos, no podemos abandonar nuestra educación si no
que es entonces cuando debemos orientarnos hacia un proceso de superación permanente”. Pero
repetía tantas veces lo mismo que aquella mujer de veintisiete años con dos carreras y tres idiomas
hablados y escritos ya no le hacía caso. Iván se percató que la fatigaba. Pero era la única manera de
no darle del todo carpetazo al proyecto. Existía en su corazón tanto como existía su hija. Quería
mantenerlo vivo sin olvidarlo volviendo a él aunque tan sólo fuera de vez en cuando. Y la labor
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desarrollada en su empresa, además de hacerles trabajar de manera eficaz y productiva, consistía en
centrar indirectamente la atención de sus colaboradores y empleados permitiendo con extrañas
solicitudes potenciar sus habilidades particulares para que ellos pudieran redescubrirse, ¿suena
insólito?
Pues gracias a la sutil insistencia, despertaba el interés sobre cualidades que claramente se
desprendían de esas personas. Y alentándolas a indagar, recuperaban la confianza en aspectos de sus
vidas que habían aparcado con el tiempo, durmiendo sus sentidos hasta oxidar sus destrezas
desbaratando su potencial de no ser por Iván.
Su manera de proceder evitó conflictos internos en el rápido crecimiento de Royel
Consultores. Implantó una buena dosis de cooperación y mucha solidaridad entre la gente que
frecuentaba las oficinas suavizando los enfrentamientos, reduciendo el estrés y manteniendo un
clima positivo de trabajo. Supo como administrar el talento innato del equipo exprimiendo su energía
personal, alcanzando exigentes objetivos que trazaba con su firme y valiente puño en la pizarra de la
sala de juntas. Diestro en la estrategia. Exquisito en su forma. Iván se imponía.
Una vez más, desafió al medio para jugar con la dificultad y sucumbir ante los retos. Dirigió la lealtad
del profesional que era en la nueva profesión y no al entramado organizacional que lo albergaba en
ese período de su vida.
Iván sabía que no le iba a faltar el sustento, pues quién trabaja, antes o después obtiene
resultados y quién lo hace bien obtiene resultados ventajosos. Y considerándose un empresario
individual que vende sus conocimientos y su capacidad, dispuesto a emplear su peculiar técnica en la
resolución de conflictos con los medios que proporcionaba la organización, coordinaba grupos
temporales de trabajo creados exclusivamente para tareas concretas.
Se había convertido en un prestigioso consultor, en un “asociado” de los abogados cuando
adquirió las acciones dejando de ser un subordinado. Ser asociado implicaba una relación de igualdad.
Y de ahí le gustó siempre partir a Iván. Hizo un nuevo movimiento en su dilatada trayectoria laboral
porque le interesaba el asunto y estaba comprometido con la carrera de experimentar cada vez más
en busca de su realización. Por eso buceó incluso dentro del entramado de abogados y fiduciarios.
Porque en el mercado laboral las personas pertenecientes a una organización temen el riesgo, pero
Iván era un ser dispuesto a arriesgarse coqueteando con el fracaso de buen grado convencido de que
en una sociedad opulenta y cambiante incluso el fracaso es transitorio.
También buscó fuera de la organización posición y adaptación, movilidad, en vez de una casilla
determinada. Y una vez hecho pasaba a otra cosa; de casilla en casilla acostumbrado a pasar de una
casilla a la otra y tiro por que me toca motivado al cien por cien por él. No se dedicaba como cualquier
otro empleado de una empresa a resolver problemas rutinarios de acuerdo con las reglas definidas
evitando toda manifestación de creatividad, Iván se enfrentaba con obstáculos que lo impulsaran a
innovar, de lo contrario, la tarea perdía aliciente.
Por esto en su trabajo en el concesionario IBM se había aburrido tanto, porque todo era
demasiado estático una vez lo había organizado y el sistema funcionaba solo. Entonces se consideraba
que ya no era imprescindible. Todo resultaba demasiado predecible y él, curiosamente, precisaba de
cierta inestabilidad plagada de ambigüedad porque en cierto sentido era liberadora para un ser de las
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características de Iván que necesitaba la emoción del desafío y una incertidumbre no exenta de
responsabilidad y eficacia.
Decidido a no subordinar su propia individualidad al “juego del equipo” porque el equipo de
trabajo asimismo sería efímero dependiendo de cada proyecto, los montaba y desmontaba según las
exigencias del guión. Subordinó su identidad durante un tiempo previamente determinado y definido
por él.
Iván pertenecía a un grupo muy peculiar de gente. Gente de paso. Un tanto irreal. Un poco
ficticia. Pero un individuo que ejercía un importante papel en la vida de todas las personas con las
que se relacionaba, proporcionando modelos de comportamiento, representando en interés de
quienes no consiguen hacerlo papeles y situaciones de las que el conjunto extrae consecuencias y
enseñanzas para sus propias vidas. Y conciente o inconscientemente, todos los que a su alrededor se
remolinaban sacaban importantes lecciones de sus actividades, beneficiándose de sus triunfos y
tribulaciones porque permitían ensayar diversos personajes y estilos de vida sin sufrir directamente
las consecuencias que podrían acarrear tales experimentos en la vida real. El paso acelerado de este
tipo de transeúntes de la vida activa, sólo puede contribuir a la inestabilidad de los tipos de
personalidad entre muchas personas reales a quienes resulta difícil encontrar un estilo de vida
adecuado. Iván, no sólo era una excusa para no realizar algo, también era la evidencia que valía la
pena intentarlo.
Cada mañana se sentía sonriente, alegre, feliz. Era atento, agradable y amable con todas las
personas que se cruzaba, interesándose sinceramente por ellas. Ayudándolas en lo posible.
Respetándolas siempre, tanto a ellas, como a sus ideas y principios. Seguía viviendo intensamente y
aunque quería hacerlo de una manera sencilla y colmada por la humildad, no lo conseguía. La
avalancha de sucesos e historias que pasaban por su mesa complicaron cada vez más su existencia.
Continuaba con un elevado grado de la honestidad ganada en su encierro voluntario y reconocía que
el trabajo lo desbordaba. Quería hacer demasiadas cosas al mismo tiempo y no podía estar presente
en la firma del acuerdo con el comité de personal de una fábrica que debía cerrase por causa de fuerza
mayor en Tarragona, en la negociación de un importante crédito hipotecario de un complejo de
hoteles en Mallorca que de no obtener una condonación de los intereses por la demora no podrían
funcionar el próximo verano. Y comenzó a delegar depositando la confianza en tres consultores
solventes que llevaban más de seis meses con él.
Aunque Iván aborrecía el sistema piramidal porque le alejaba del personal base de la empresa
que consideraba fundamental para el crecimiento, Ágata pronto exigiría más atención al empezar a
andar y queriendo correr tras ella para mostrarle como subir y bajar escaleras o correr tras un balón,
se descargó de ciertas obligaciones.
Iván quería estar con su hija y no quería reducir esos espacios necesarios para ambos. Quería
cambiarle los pañales, bañarla, ponerle delicadamente la cucharía en su boca instándola a ponerse
guapa para papá y también admirar como su amada y dulce esposa le daba el pecho a medio día o a
media tarde.
En su mesa del despacho tenía una fotografía de su esposa embarazada que contrastaba con
otra de la época en que se conocieron, de un volumen más reducido, pero la belleza maternal que
reflejaba no podía compararse y él no quería olvidarla. Susana estaba espléndida y al mirarla despertaba
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ternura guapa como estaba por las dos. A su lado una fotografía de Ágata con sus primeras muecas
completaba la exposición. Pero apenas tenía un minuto para deleitarse con la visión.
La debilidad de Iván y su aptitud menos desarrollada era sin duda la resolución de problemas
numéricos de forma rápida y acertada. Su capacidad para comprender y razonar material cuantitativo
era absolutamente nefasta. Desde pequeño tuvo dificultades para sumar restar o multiplicar sin una
máquina a su lado. Las calculadoras solventaban los inconvenientes pero temblaba ante un balance,
por eso uno de sus más estrechos colaboradores era la auditora titular del bufete, una mujer de
veintinueve años de rostro permanentemente crispado que confundía las cosas. Separada y sin hijos,
lo perseguía pensando que utilizaba esta infantil excusa para tenerla cerca y verla más a menudo que
a los demás colaboradores de Royel. Susana conocía el hecho. Iván no se lo había ocultado. Le había
pedido su opinión de mujer buscando soluciones a una relación profesional que se adulteraba y
pronto derivaría en un encontronazo. Conforme pasaban los meses, a medida que se acercó el verano,
vestía más extremada los días que sabía lo vería a solas, y al anochecer, le pedía que por favor la
acompañara a su casa provocándolo con su corta falda en el automóvil. Y al llegar a la puerta del
edificio, porque insistía que la escoltara por temor a un asalto, lo invitaba a subir a tomar una copa
para "relajarse" decía ella. Iván intentaba llevar alguna persona más en su automóvil optando a dejarla
primero a ella, interponiendo así un escudo humano que le salvara de decirle una verdad que la hiriera.
En absoluto ejercía la muestra afectuosa del galán, pero la calidez en el trato de Iván permanecía y
bien podía mal interpretarse.
En una ocasión en su automóvil, con el pretexto de que algo le había entrado en el ojo, tuvo
a Iván muy cerca, y, mientras le soplaba para hacer saltar alguna pestaña que dijo tenía en el ojo,
acariciándole las manos le confesó su deseo irresistible de besarlo. Otro de esos viernes “infernales”
en que no podía librarse de la auditora sin tener que ser desagradable y mostrarse como un estúpido
engreído! Pero en esta ocasión Iván no se apartó. Dejó que lo hiciera. Aunque no la correspondió.
Se quedó frío como el hielo y tan inerte como un muerto; pasivo como un tronco seco y ante tal
vejación, ella se retiró de inmediato para escuchar sorprendida “Soy homosexual, no es culpa tuya,
no siento nada con las mujeres”. Nunca más se habló de aquel suceso. No hicieron falta más palabras.
Sin embargo, ella se mostró desde entonces recelosa y esquiva. Iván le dispensó el mismo trato que
hasta el beso no correspondido y todo se olvidó sin alterar el rendimiento ni repercutir
negativamente en el trabajo.
Cabría destacar como más relevante y mejor desarrollada, la capacidad mental de Iván para resolver
cuestiones de tipo lógico, mediante el análisis y la síntesis; algo que se le daba muy bien a su buen
amigo Oscar. Su habilidad para conceptualizar y aplicar el razonamiento de forma sistemática a
problemas y situaciones nuevas desconcertaba a las mentes cuadradas que en gran número se
diseminaban por la oficina de Royel a la que habían adherido un local en traspaso acondicionándolo
para las reuniones debido al aumento de personal.
Esta agilidad abstracta para prever y planificar con una expansiva imaginación que captaba y
retenía en la memoria, le permitía a Iván percibir con precisión, analizar los asuntos como si fueran
objetos tridimensionales que hacía mover en el aire, nunca una cosa plana y rígida de una sola cara,
sino algo con una concepción espacial que manipulaba mentalmente. Formas y medidas danzaban
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en movimiento bajo su única comprensión. Y tras una larga disertación donde nadie había
comprendido nada de nada, pero nada en absoluto, bajo la señalización de su palabra: “Conclusión”,
reducía a una breve frase todo aquello que había estado explicándose a sí mismo en voz alta delante
de sus clientes o colaboradores hasta resumirlo en un concepto claro, directo, que pudieran asimilar
con rapidez. Pero sobre todo, un concepto sencillo y muy breve “Lo bueno si es breve es dos veces
bueno” solía decirles a sus colaboradores cuando presentaban largos informes. Gruesos dossiers que
no se podían digerir por su tamaño y extensión “Queréis sorprender al cliente o solucionarle los
problemas” comentaba con una sonrisa cada vez que le entregaban un ejemplar para que le diera el
visto bueno.
Iván reaccionaba con dinamismo y acierto delante de cualquier situación por complicada que
fuera. Era un hombre que se crecía con la dificultad y bajo presiones y tensas complicaciones nunca
se dejaba amilanar. Cuando lo normal era que las personas se recogieran refugiándose detrás de la
mesa del despacho, él saltaba por encima para luchar y ganar.
Su vida interior era muy rica, pero era tan sólo para él. Ni siquiera Susana tenía acceso y no
porque Iván no quisiera, sino porque llegado ese punto, se distanciaban. Y eso era lo último que Iván
quería que pasara. No se abría ni compartía su verdadera intimidad porque era materia delicada y
además estaba Ágata, motivo suficiente para coincidir y profundizar. Y ya se lo había advertido Susana
–No podré estar por ti y nuestro hijo-. No es lo mismo dos que tres.
Cuando Ágata rompía la noche con su llanto de niña frágil, Iván abría los ojos inmediatamente. Le
gustaba acunarla, pero prefería tomarla en brazos y con suaves movimientos, balancearse lentamente
primero hacia delante y después hacia atrás. “Tranquila cariño” le decía a Susana cuando se levantaba
presuroso “Me voy a bailar con mi hija” y Susana, agotada de estar todo el día con la pequeña se daba
media vuelta en la cama.
Un pie delante y otro detrás. Papá Iván disfrutaba con aquella peculiar danza y desde el
comedor, al haber dejado la puerta entreabierta, podía ver a su esposa plácidamente descansar
abrazada a la almohada. La tenue luz de la mesilla de noche alumbraba a una admirable mujer.
En el recuperado silencio de la noche y en la quietud de su hogar encontraba el premio a su
esfuerzo. Se regocijaba por su enorme fortuna. Llegaba cansado a casa pero en cuanto veía a su
adorada hija agitar los bracitos hacía él con una radiante sonrisa se volvía tan fuerte como al toro que
acaban de soltar en el ruedo. Nada importaba entonces sino era Ágata. Todo se desvanecía detrás de
la puerta ahogándose el mundo en la calle.
Susana atendía a la pequeña con mucho amor a lo largo de toda la jornada. Madre entregada
a su causa, añoraba a su propia madre. Al contemplar a su hija se llenaba de felicidad. En Ágata notaba
rasgos de Iván, en particular sus largas pestañas que le conferían a su carita un toque muy especial. El
espeso y fuerte cabello pertenecía a Susana.
Susana no echaba en falta su actividad laboral. Vivía esperando la llegada de su amado
atendiendo el amplio ático y cambiando la decoración; ahora moviendo un mueble, ahora
cambiando las cortinas, el juego de toallas o la vajilla. Susana era muy inquieta con las cosas
domésticas y no le gustaban las empleadas del hogar. Prefería hacer ella misma la limpieza sin dejar
de atender a su hija. Así alejaba la depresión posparto que suele arruinar la vida de muchas mujeres
primerizas.
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Iván le cantaba a su piedra preciosa. No eran canciones de cuna. Se trataba del mismo idioma
ininteligible muy parecido al inglés que sonó el en autocar durante los viajes a Le Bon Soleil. Él sabía
lo que decía la letra, probablemente Ágata también, pero cualquier otra persona que la escuchara
sería incapaz de descifrar el mensaje de la canción. Una canción de melodía suave que acariciaba por
dentro ambos corazones conectándolos. Parecía un canto espiritual negro. Le imprimía toda su alma.
Y cuando Ágata le oía quedaba paralizada. Se le abrían sus grandes ojos y atendía con inusitada
concentración sin parpadear. Alguna vez su manita intentaba cogerle la nariz cuando se acercaba para
besarla. Entre estrofa y estrofa Iván silenciaba su voz, entonces, Ágata agitaba los brazos y los pies
como si reclamara alegre y eléctrica una estrofa más.
Reconocía el tono profundo del padre satisfecho que llega desde el alma para encontrar a una
niña sedienta de amor. Y de eso trataba la canción, de amor, del gran amor que le procesaba. Nada
más los dos conocían cada palabra que definía lo indefinible en el automóvil mientras esperaban que
mamá Susana comprara el pan, en su habitación mientras mamá Susana preparaba la cena, en el
comedor mientras mamá Susana planchaba sus camisas de papá. Iván cantaba a su hija Ágata
prendiendo un corazón en el otro, enlazando una alma con otra.
Habían convenido al poco de casarse que Susana dejaría de trabajar para ser una madre paciente y
entregada. No se perdería un solo minuto del crecimiento de Ágata, quería verla y abrazarla a cada
paso, en cada etapa, pero la situación le causaba respeto por temor a no hacerlo suficientemente bien.
Iván intuía que Susana necesitaba estar cerca de su madre. En su condición de madre,
necesitaba que le mostrara cuales eran las tareas, los mejores cuidados, necesitaba sus consejos, la
ayuda y experiencia de su madre le eran necesarias.
Seguía siendo un ser decidido y audaz y una mañana recién levantado en seguida de brincar
de la cama le propuso cambiar de residencia antes de lavarse la cara. La invitó a encontrar una mejor
calidad de vida en alguna parte de la emblemática Costa Brava. Y se trasladaron a una vivienda que
denominaron La Mimosa cerca de donde vivían sus padres justo antes de que Ágata cumpliera su
primer aniversario; tres generaciones juntas.
El traslado fue incómodo porque a Susana le gustaba mandar en su casa. Su hogar era su
mundo. Y ella quería dirigirlo como diosa, pero pendiente de la niña, al no desprenderse de Ágata un
instante quedaba impedida para la faena del traslado. Así cedió a los deseos de su marido que organizó
la mudanza a través de una empresa seria que le debía un favor por sus servicios profesionales.
Iván había puesto un mes antes en conocimiento de sus socios la decisión de marcharse
vendiendo sus acciones de Royel Consultores unos días antes de proponérselo a Susana. Iván tampoco
quería perderse la evolución de su hija. Los primeros años son determinantes. Es cuando acontecen
los enigmas del ser humano.
Antes de partir a la Costa Brava definitivamente, Iván reunió en la sala de juntas a todo el personal.
La empresa quedó paralizada a media mañana antes del almuerzo. No se atendían llamadas
telefónicas. La recepcionista de piernas cortas y pies pequeños conectó el indicador de saturación de
líneas y bloqueó la puerta de entrada a las oficinas con una nota que advertía la imposibilidad de
atender visitas por causa de fuerza mayor. Ella fue la última en llegar al lugar de la cita. Allí estaban
todos los empleados de la firma que sin excepción había contratado personalmente Iván y a los que
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había tratado como el más meticuloso de los relojeros atendiendo a cada una de las piezas y
artilugios como requerían cada uno y con distinción. Esperaban treinta y nueve personas. Entró su
mecenas con la peculiar sonrisa pero sin su característico maletín negro. Estaba de muy buen
humor. Y con su tono optimista rogó silenciaran el hilo musical.
Entonces, mirando brevemente uno a uno a los presentes dijo “Si os llegan estas palabras a
cada uno como espero... ninguno de vosotros notará mi ausencia”. Comprendieron que la
convocatoria era una despedida. La única que lo sabía de antemano era su secretaria personal que se
encargó de avisar a todas las personas vinculadas con el trabajo de coordinación general que Iván
realizaba. Acostumbraba a grabar ciertas conversaciones en aquella sala. Pulsó el botón del aparato
que se ocultaba detrás de la cortina a fin de retener no sólo sus palabras, sino la voz del hombre que
ella calificaba como el mejor jefe que había tenido nunca –Alguien insustituible- hubiera dicho de
haber sido preguntada.
Y esto es lo que quedó registrado en el magnetófono: "Sed conscientes de la injusticia. No os
conforméis. Rebelaros. Negociad en nombre de otros pero con su pleno consentimiento y
autorización. Sois los interlocutores del propósito que requiere de un trabajo duro para el cual el
cliente no está preparado, porque se encuentra turbado y aprisionado. Coraje. Tenacidad. Resistencia.
Apoyaros en el grupo, pero no os refugiéis en el grupo. Subid el listón un poco más alto a medida
que avancéis. Decisión. Conforme se crece y uno se hace grande se vuelve más fuerte. No olvidéis
vuestros inicios. Recordad quién os ayudó. Fidelidad a la idea y devoción por ese proyecto que genera.
Pero para aceptar el reto hay que enfrentarse con garantías de ganar. No empecéis lo que no podáis
terminar. ¡Luchad! Luchar es una buena forma de aprender, pero antes de luchar, preguntaros:
¿quiero? ¿puedo? ¿debo? Y luego, analizad los parámetros de tiempo dinero y satisfacción". Este había
sido su manifiesto que en más de una ocasión resonaría en la empresa por la vitalidad de su exposición
y la sinceridad del tono que le imprimió Iván. Sus pausas para conseguir un mayor relieve de las
palabras conferían vigor a su mensaje. Ninguna de aquellas personas volvió a saber de Iván. Pero
ninguno olvidaría la época que trabajaron con él, porque Iván, más que una persona era una
experiencia vital.
Y había dejado algo más en un papel manuscrito que su leal secretaria con toda su interminable
nariz sin ápice de complejo de Pinocho mandó enmarcar para colgarlo en la pared de la sala de espera
donde estaba el enorme jarrón chino y la alfombra en tonos azules de manera que el visitante se
entretuviera con algo más que revistas. Decía así: “Si piensas que estás vencido, lo estás. Si piensas que
no te atreverás, no lo harás. Y si piensas que perderás, ya estás perdido amigo mío”.
Iván sabía que en el mundo se encuentra éxito cuando se utiliza la voluntad. Él pensaba a lo
grande y los hechos maduraban a su alrededor. Pensar en pequeño era quedar atrás, atrapado. Muchas
eran las carreras que se perdían antes de haberse corrido. Para los cobardes de espíritu que fracasaban
antes de haber iniciado el camino, Iván redactó estas palabras: “Piensa que puedes y podrás, él éxito
radica en tu estado de ánimo, en tu propia concepción interior”.
Sabía que era un hombre aventajado por la simple resolución del acto, la compresión de su
ánimo y la disposición firme claramente intencionada hacia su meta, el fin, aquello que daba sentido
a su vida. Su voluntad era pura energía en movimiento, un caudal inagotable de fuerza. Si no hubiera
estado seguro de sí mismo jamás hubiera intentado ganar un premio. Pero ese premio, en realidad,
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era entender lo oculto de su certeza, la veracidad de su formula, ese era el verdadero regalo más que
el objeto.
Iván se elevaba. Había triunfado. Y se había embolsado mucho dinero legítimamente. Desde
el recuerdo acudió la puerta que se abrió para que volaran por los aires infinidad de billetes que se
escondieron en los rincones más insospechados después que su padre levantara la mano. Pero Iván
controló con el freno su vida. Había tomado deprisa las curvas, a toda velocidad las rectas, a toda
potencia las cuestas sin evadirse en descontrol durante las bajadas al pozo buscando el inicio del
horizonte, la presencia de otros lugares, la existencia de otros lenguajes, otras sensaciones
inalcanzables con bicicleta.
La batalla de la existencia humana no siempre la gana el hombre más poderoso, porque tarde
o temprano el hombre que gana más es aquél que además crece por dentro.
Se había colmado su ambición, la promesa de sustento que albergó su impulso inicial estaba saciada
y pronto reflexionaría Iván sobre el verdadero sentido del beneficio de la vida. Un día no muy lejano,
obligado por las circunstancias que él mismo creará, examinará detenidamente la existencia que lleva
para averiguar si lo que necesita para alcanzar el bienestar y la paz interior es riqueza y posesiones o
por el contrario, dominio de sí mismo y desarrollo de la propia voluntad. Cada vez está más cerca del
combate íntimo que tantas veces aplaza. Y tan singular acontecimiento golpeará fuertemente su alma
desde el lado que no se ve.
En tiempos de buena suerte, el cielo nos insta a la vigilancia para evitar que el éxito se suba a la
cabeza para obrar temerariamente como un conde. Iván disfrutaba de esos momentos de
regocijo y no olvidaba compartirlos con los suyos. Pero la frustración aparece siempre en el
plano material. Constantemente alerta, no se abandonaba. Pero esa situación de triunfo era
confusa y ambigua y del todo relativa. Iba a tener que ponerse en su lado sombrío donde hay
oscuridad para descubrir su razón última y así, como una rama preñada de fruta, los dolores del
parto terminarán volviendo a su genuina esencia individual que en verdad tanto desconoce.
¡Vivir permanentemente fuera de sí no es vivir!
*
*
*
*
Como no podía ser de otra manera, Iván había situando el domicilio de la nueva vivienda en la mejor
área posible. La nueva residencia llamada La Mimosa tenía tres plantas. Susana e Iván pensaron que la
vivienda situada en el extremo privilegiado de una pequeña comunidad de veinte casas que habitaban
matrimonios jóvenes con hijos entre dos y siete años era un lugar magnífico para que Ágata creciera
rodeada de amiguitos. Había una gran piscina. Un parque donde todos se reunían para jugar sin
peligros en una zona amplia y privada. Disponían de una gran terraza que Susana pronto vestiría de
toda clase de plantas y en la parte alta podía habilitarse un gran despacho. Iván todavía no sabía a qué
iba a dedicarse. No conocía las opciones de ese territorio nuevo. Y no tenía prisa. Su reto no era
profesional. Tenía como prioridad su paternidad. Y con el dinero recogido por la venta de las acciones
de Royel bien podía tomarse un año sabático o dos.
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Y amanecían los días con sus balbuceos y al escucharla Iván y Susana luchaban entre sí escaleras
abajo para ver quien de los dos se encontraría primero con Ágata. Ambos saltaban del lecho
matrimonial para acudir hasta su hija con la rapidez del relámpago porque la niña significaba una
razón por la que vivir, un motivo por el cual levantarse cada mañana para sonreír, y es que al
despertarse, la pequeña resplandecía luz y armonía y era como un silbido de amor en el amanecer tan
sonoro como una explosión de alegría colmada de simpatía. Los primeros ojos que veían el cuerpecito
cruzado en la inmensa cama eran premiados con una brillante sonrisa y una mirada feliz de quien
expresa el regocijo de reencontrarse con sus progenitores. Entonces, picarona como era Ágata quería
jugar. Ocultaba su cabecita detrás del hipopótamo de peluche. Hacía como que no les había visto
entrar, esperando que la mano de Iván se transformara en una inquietante araña que la perseguía de
arriba abajo y de izquierda a derecha mientras se reía una y otra vez sin parar de moverse de un lado
a otro de la gran cama. Se trataba del mejor despertador que nunca antes se haya podido inventar.
Decir felicidad era poco.
Situaciones similares a ésta eran atesoradas en el nuevo hogar. Nada podía compensar esta
clase de momentos maravillosos ni tampoco nada podría sustituirlos. Iván y Susana serían capaces de
cualquier cosa por mantenerlos, conservarlos, y protegerlos. ¡Cualquier cosa!
El dedo de Ágata señalaba cada mañana lo que quería. Nunca era lo mismo, pero
afortunadamente para ella tenía estantes llenos de toda clase de cosas que podía solicitar. Su padre se
preocupaba de que no le faltara absolutamente de nada y su madre le procesaba una devoción
incansable de un mimo inagotable. No podía haber tenido una niñez mejor que la que tenía. La niña
más feliz de la galaxia era el motor de la maquinaria familiar y con su llamada todo empezaba a
funcionar llenando de vida y esperanzas el futuro que sazonaba el presente de ilusión. Y la experiencia
se repetía cada día ya fuera martes, viernes o domingo. Para Iván y Susana cada jornada era una
autentica fiesta en la que ocurrían sorprendentes acontecimientos dignos de saborear.
Mientras papá Iván desayunaba tranquilamente en la cocina, mamá Susana aseaba
cuidadosamente a la pequeña Ágata un piso más arriba en el amplio baño, repitiéndose el proceso de
completo aseo diario que de la mano de una delicada mujer con esmero cubría de afecto y ternura a
una piedra preciosa. Culminaba la tarea con un modelito digno de la más linda princesita de todos
los cuentos de hadas escritos hasta la fecha. Para entonces, Iván ya estaba sentado en la taza del
inodoro sosteniendo entre el pulgar y el índice un taza de café hirviendo admirando la paciencia de
Susana para colocarle los pendientes. Justo en el momento de ponerle unos simpáticos lacitos en las
coletas y un poco de colonia intervenía él, sentándola en los peldaños de la escalera para abrocharle
sus zapatitos. Y como dos enamorados salían a pasear mientras Susana desayunaba y organizaba la
casa.
Iván dejaba que fuera Ágata quien indicara el camino. Siempre quería complacerla sin
malcriarla. Le gustaba ver a otros niños jugar, y era habitual hacer una larga parada en el parque donde
se daban cita a esa hora muchas madres, ningún padre a la vista.
Ágata no hablaba. Nada más escuchaba. Iván le explicaba todo cuanto sucedía a su alrededor,
describiéndole situaciones y ambientes, enseñándole cada día una palabra nueva. Cuando entraban
por la puerta de la panadería la gente se giraba a mirarlos, no se sabe si conmovidos por la envidia de
la magia de la relación o cautivados por tan tierna imagen. Y obsequiaba la dependienta con un
bastón de pan a la pequeña a modo de bienvenida en señal de homenaje a la simpática pareja. Ni la
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sensación de un adolescente al que permiten conducir un Ferrari Testarossa a doscientos ochenta y
cinco kilómetros por hora en la autopista hubiera podido definir un solo tramo del arco iris que
alumbraba la luz del corazón de Iván.
Susana no personificaba únicamente la maternidad y la alegría en su expresión más sutil, era
la emotividad a flor de piel. Para Iván, una mujer maravillosa. Irremplazable. Se sentía un hombre
afortunado de verdad, un marido satisfecho y un padre agradecido. Y cubría las necesidades básicas
de sus dos mujeres y algún que otro capricho.
Los tres, aunque cada uno a su manera, profundizaban en el gran misterio que es la vida.
Existía entre ellos la libertad imprescindible para ser individuos independientes, amándose con gran
intensidad, pero permitiendo que el espacio bailase entre sus continuos abrazos. Nunca hicieron del
amor algo cerrado y aprisionado o acabado. Iván había aprendido de las cuerdas del violonchelo de
su abuelo que aun estando juntas en el instrumento, al mismo tiempo permanecen separadas y sin
embargo, la separación no dificulta el sonido de la música. Y esta melodía es el canto de la
verdadera unión entre seres amados.
Iván ofreció desde un principio su corazón incondicional, pero nunca para que se adueñaran
de él intentando esclavizarle. Ahora eran tres. Tres pilares que sostienen el templo de una familia
forjada a fuego lento en el amor. El pilar del centro era Ágata, el anhelo de la vida que desea
perpetuarse y aun estando flanqueada por Susana e Iván, a ninguno de ellos pertenecía más que a sí
misma. Podían darle todo su amor, pero jamás intentarían inculcarle sus pensamientos. No tratarían
de hacerla como ellos. Nunca procurarían que se pareciera a ellos. Ambos comprendían bien que la
verdadera libertad no es ni un logro ni tampoco una meta que debe perseguirse si no el sinónimo
más diligente en la ley de la naturaleza. Pretendían los dos que Ágata se elevara por encima de sus
días y sus noches desde el amanecer de su niñez. En su frente llevaba escrito un sueño, el de entregarse,
un día, desnuda al viento para fundirse con el sol. Ágata confiaba en ese sueño porque en el se
escondía su camino al infinito. Un día dejaría de respirar para expandirse y buscar la eternidad.
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Los desenterraban para colgarlos en las paredes del nido porque los orgasmos varían de acuerdo al
modo de convocarlos, y ambos, sumidos en el permanente romance explotaban de emoción. La
intensidad del clímax varía en función del grado de confianza mutua en la pareja que en el caso de
Ana y Oscar estaba exaltado, encumbrado por cuanto acontecía porque todo tenía su efecto en las
mil sensaciones perfectas. El nivel de energía de las partes era majestuoso ¡hasta salírseles el corazón!
Y no existía la fatiga de los cuerpos ni la indisposición. Pero atención porque alguien diminuto y
traslúcido ya estaba observando. Había entrega constante. Proximidad. ¿Y un intruso? La diversidad
de juegos previos antes de la copulación en absoluto disminuían. Eran numerosos. Sobretodo la
noche en cuestión. La noche que Oscar percibió algo nuevo que palpitaba cerca.
Llevaban más de tres años felizmente casados. Ana prometía ser la madre ideal, aunque
postergó la maternidad cuando decidieron abortar porque era un mal momento. ¡Egoístas! No les
venía bien... Y todavía se asomaron a la papelera para ver su aspecto, ¿no se les encogió el alma? ¿Qué
le espera al mundo cuando los padres matan a sus hijos?
Durante la luna de miel concibieron el amor a siete grados bajo cero cuando el viento soplaba
corpulento y, esa gota de agua cristalina que no se congeló se tornó una vida que frustraron.
Oscar, aparentemente el padre ejemplar fue el primero en proponerlo “Tenemos cosas que
hacer juntos” afirmó. Se comportó de la misma manera pragmática que Iván pero no se trataba de
una cosa una experiencia o una situación ¡se trataba de una vida!
Predispuestos asesinos, deseando descendencia como la deseaban, optaron por matar
aplazando su llegada y se quedaron tan anchos porque entendieron que un hijo une al matrimonio
pero también distancia a la pareja, y aunque un hijo es una alegría y una gran bendición, a ellos les
preocupaba que tuvieran que prescindir de esos orgasmos convocados en cualquier parte del dúplex
reduciéndolos al recinto de la alcoba sólo cuando el pequeño ya estuviera dormido. Prefirieron
esperar un poco más porque después no podrían viajar. Habían realizado un recorrido por China, otro
por los Estados Unidos, y querían visitar Canadá y África, sin embargo, se lo impediría porque
volvieron a los Alpes Suizos, volvieron a su cabaña de madrera, volvieron a la cama que provocó que
la flor de Ana se abriera para mostrar su dulce jugo igual que años atrás. Oscar saboreó su aroma
volviendo a tocar su feminidad sin saber que el desliz se convertiría en reiterado encargo que insiste
y persiste.
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La hizo sentir mujer atravesándola excitado para clamar toda la fuerza de su amor y el cemento
blanco cristalizó en el útero de Ana y, sucedió, aun con precauciones aumentaron la familia. ¡Pronto
serían tres!
Oscar percibió el detalle antes que naciera la misma luz del día y, silencioso observó el retraso de la
menstruación y los mareos y los vómitos ocasionales. Las habituales molestias anunciaban la
llegada.
No compró en la farmacia la prueba del embarazo. La acompañó al laboratorio de análisis
clínicos para un examen completo, prueba del VIH-SIDA incluida. Y Ana se llevó la mano a la boca
ante el resultado. Parecía que dejaba de respirar con sus ojos que se le saltaban del rostro.
Oscar le explicó a la salida del laboratorio clínico “Cuando hubo amenaza de bomba en el
edificio de la universidad, mis compañeros y los maestros salieron corriendo tropezando entre ellos
por los pasillos, los vi desplomarse por las escaleras mientras la voz de megafonía disimulaba el
miedo solicitando que se conservara la calma... recuerdo que señalaba la voz que no valía la pena
alterarse pero todos corrían, estudiantes y profesores. Yo era el único que no corría. Y francamente
no sabría decirte exactamente porque no corría ni estaba alterado... simplemente percibía... sabía
que todo era en realidad una broma pesada. Y me asalta igualmente una certeza... tengo ahora una
advertencia para nosotros Ana”.
Esta vez decidieron no abortar. Entendieron su deseo de vivir, de ser. Intensas fuerzas de
transformación operaron en los dos. No obstante, el logro alcanzado estaba disfrazado, camuflada
la enseñanza. Se manifestaría la ironía de la vida.
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Una semana más tarde Oscar fue al baño para lavarse las manos. Mientras se las secaba dio un rápido
vistazo a su alrededor. Demasiados cosméticos. Se dijo “La cosmética no está exenta de riesgos para
la salud”.
Ana gastaba mucho dinero en productos de belleza y artículos de tocador y rápidamente
pensó “Nada mantiene a uno con un saludable aspecto juvenil sino es una buena dieta, aire fresco,
agua limpia y la ausencia de estrés. Llegado este caso la arruga se hace atractiva”. Antes la había
estimulado a prepararse ella misma con productos naturales cremas y lociones para el cuidado
personal. Le había explicado como hacerlo. Era una buena forma de aprovechar un tiempo para
relajarse y distraerse pero pudo más la comodidad y la publicidad.
Oscar buscó una caja de cartón y metió todos los cosméticos dentro. Los dejó en el almacén
junto a los detergentes, los desinfectantes, y la reserva de más productos de higiene personal. Y al
toparse con Ana que llegaba del trabajo dijo: “Evitemos a toda costa los productos químicos
artificiales y en vez del ambientador, simplemente... abramos la ventana para que penetre el aire puro
y fresco ¿te parece?”. Aquel día Ana asintió aunque luego de hacer el amor le dijo sonriendo -El aire
puro y fresco está en el campo pichoncete-. Y fue Oscar quien asintió a su vez.
Oscar no entendía porque tantas personas viajan solas en vehículo, ni porque lo utilizan para
trayectos cortos que fácilmente pueden hacer a pie, paseando, evitando contribuir al efecto
invernadero. Tanta cantidad de automóviles desprenden tal cantidad de dióxido de carbono y otros
gases que liberan un calor insoportable para la Tierra que sufre “Los desastrosos efectos secundarios
serán mortales para toda forma de vida” pensó ante la inminente llegada de una nueva vida. Recordó
como en su etapa estudiantil utilizaba el autobús, y únicamente su automóvil el fin de semana
cuando salía al campo para caminar. Hacía amigos durante el trayecto y les hablaba del aire puro con
amor en sus labios. Ya entonces iniciaba una tranquila y discreta revolución, aunque sonaba ridículo
y pocos lo escuchaban sin reírse si abría la boca.
Pero Ana no era alguien de la calle. Ana era su esposa y vivía con Oscar. Cuando Oscar visitó
la cocina inmensa del internado y la pequeña del restaurante de la universidad, alentó a las mujeres a
utilizar trapos de cocina en vez de rollos de papel con la misma linda frase que años después dirigió a
su cocinera al contratarla frente a su redondo cuerpo “Salvemos la Tierra... árboles ríos y toda la vida
silvestre del planeta”. De igual forma alentó a su amada Ana. Pero al ver que no accedió a su petición
le dijo “Sabes... con cariño recuerdo a mi abuela. Limpiaba toda la casa utilizando un paño de tejido
y mucha agua y jabón. Hoy la mayoría de personas utiliza para todo papel higiénico. Pero no es tan
higiénico. Algunas servilletas de papel llevan perfumes fungicidas y tintes que son perjudiciales para
la salud a pesar de que puedan estar autorizados oficialmente. Los rollos de papel se emplean
habitualmente para limpiar cualquier cosa. No hay que lavar. Simplemente se tira. Me exaspera la
frivolidad del consumismo de una sociedad que persigue la comodidad a cualquier precio aún cuando
atente contra el medio ambiente. Yo no quiero participar. Ni tú deberías hacerlo Ana. Las toallitas
sanitarias que una vez utilizadas sueles lanzar sin miramientos al inodoro bloquean los desagües antes
de llegar al mar y portan en su viaje variedad de virus y bacterias contaminantes. Nuestro hijo no
participará! Por eso te propongo y me comprometo a lavar los pañales si con eso consigo que no
compres los desechables y dejes de utilizar los rollos de papel de cocina”. Ana sabía que Oscar
cumpliría. Aceptó su sugerencia. Pero a los tres días estaba usando otra vez rollos de papel para limpiar
los cristales y ante su mueca le espetó –No puedes cambiar la fuerza de la costumbre- a lo que Oscar
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replicó “Me estás diciendo que no se puede hacer nada... Nada agudiza más los desastres ambiéntales
como la creencia de que nada puede hacerse para evitarlos. Cada decisión en cuanto al estilo de vida
acertada o equivocada repercutirá aunque parezca insignificante y la consecuencia no pueda apreciarse
a simple vista pero ahí está. Muchas personas haciendo pequeñas cosas en muchos lugares al mismo
tiempo conseguirán marcar la diferencia”. Ana no pudo más que asentir con la cabeza.
Oscar también le habló del impacto electromagnético de la televisión “Contamina en un radio
de varios metros” y al advertirle “Más de tres horas diarias afecta a la salud, sobretodo en el
dormitorio” y viendo sus intenciones, Ana se negó a sacar la televisión de la alcoba.
Oscar seguía practicando diariamente la meditación. Se comprometía a dedicar ciertos períodos de
valioso tiempo simplemente a ser. “Meditar significa una cesación total de actividad mental, un
estado contemplativo de la iluminación interna más allá de lo manifiesto, más allá de los contrarios,
de los opuestos y, más próximo a los complementarios, a la unificación cordial de las diferencias”.
Intentó explicarle a Ana que la meditación es un alimento más auténtico que el pan, un
descanso más profundo que el sueño, un beso más húmedo que el océano. Ella no lo entendió o no
quiso entenderlo. Pero Ana le permitía desaparecer en su habitación sagrada de estilo japonés situada
al final del pasillo en la zona interior. Y al igual que años atrás, no hacía falta que se marchara a lo
alto de una montaña, simplemente se quedaba en su habitación y escuchaba música suave, aunque
ni siquiera hacía falta que la escuchara y solo aguardaba; pero ni siquiera era preciso que aguardara
para elevarse porque aprendía a quedarse quieto en silencio a solas con lo sutil de su intimidad. Y el
mundo se le ofrecía libremente para que levantara su vuelo. Entonces encontraba paz. Una forma de
gozar de la vida que Ana no compartía. Sin embargo, cuando se retiraba de la actividad del habla y
de actividades tales como ver televisión, escuchar radio, leer periódicos, porque todo eso generaba
turbulencias en su diálogo interior poniendo en peligro ese hueco especial que subyace entre dos
pensamientos, Ana lo respetaba.
Oscar vivía el silencio como nadie. Guardaba esta actitud de detención durante cuarenta
minutos cada día, en ocasiones durante horas. Horas en las que Ana hablaba con la vecina del
piso de abajo -Si las personas que a veces tienen ganas de salir corriendo, personas a las que les
gustaría dormirse durante una semana entera, personas que quieren escapar, esfumarse,
desaparecer, se acercaran a la propuesta de mi esposo... podrían hacerlo. Y ciertamente
aquietarían sus ansias hallando paz y sosiego-. A esa conclusión había llegado Ana.
La mente de Oscar se rendía, dejaba de dar vueltas y más vueltas porque su cuerpo no le
acompañaba ahí donde situaba su alma. Por medio de la meditación aprendió a vivir en lo
extenso e inmenso del conocimiento pleno.
Oscar descubría la calma para que sus anhelos pudieran manifestarse. Quizás por tal razón
percibió el aviso de la llegaba de una sirenita. Pero todavía no sabía que la acometida de la vida estaba
por llegar con todo su misterio. Y había sido avisado. Había percibido, aunque incapaz de interpretar.
Vivía en su interioridad ajeno a todo lo externo que carecía de importancia y conseguía
encontrar la puerta de la Totalidad, durante un rato, pero jamás traspasaba el umbral. Parecía que al
contrario de Iván, no llegaría a pisar el camino, a desplegar ese cambio necesario... porque Iván había
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“casi” materializado su mundo interior pero regresó a lo fácil del dinero. Iván se había dejado vencer
por el entorno en vez de terminar el trabajo. Había permitido que su voluntad interior se doblegara.
Pero pronto se acelerará el desarrollo de ambos amigos. Encontrarán razones para hacer un alto en
su trayecto, para detenerse a tomar aire, para descargarse, para reconsiderar los sucesos de su vida
tanto como para asumir los nuevos que ya intuyen. Y habrá dificultad, pero el transito por esta etapa
dependerá de su actitud. Los dos deberán procurar no sufrir más de lo preciso, más de lo que les
corresponde. Decidirse con debilidad interna es errar el tiro, y ambos se alejarán un día de la dicha.
Lástima... pero, ¡afortunados ellos!
¿Se engañarán a sí mismos Oscar e Iván?
¿Crearán otros problemas más graves que los que pretenderán resolver?
¿Dónde encontrarán la solución?
Hay una antesala maldita que anuncia el cambio para un avance importante en el proceso de
cambiarse a sí mismo. Pero sucede en el momento indicado.
Y aunque se alineen en un sitio estratégico, ¿sabrán el resultado?
El desenlace es una incógnita imposible de predecir o adivinar.
En toda existencia humana existe una ocasión que de reconocerse y aprovecharse transforma
para siempre el curso de la vida en el mundo. Por lo tanto, aunque los reclame el azar, tendrán que
confiar ciegamente en la voluntad del viento para lanzarse sin paracaídas, aún cuando ese instante
sagrado exija saltar al abismo con las manos atadas. Es ahí cuando se descubre la potencia del ser
humano. Porque las circunstancias no hacen al individuo, lo revelan.
Toda tarea de mutación trae consigo mucho trabajo arduo. Los dos tienen que ponerse manos
a la obra con suma alegría pero todavía no lo saben. No saben que saben.
No hay quién se libre de “la prueba de la vida”. Son situaciones en las que uno no puede ejercer
influencia alguna. Hay que descartar toda actividad febril, toda conducta vehemente o frenético
impulso de existir. Nada puede hacerse. Y llegado el caso, lo que nos anuncia la situación es un
período de espera que debe colmarse de paciencia, de confianza. Y un día no muy lejano el manantial
de la vida llenará el cauce del arroyo que conduce las existencias humanas de Oscar e Iván.
Cuando la fruta esté madura caerá del árbol. Y aunque la previsión es conveniente, hay
aspectos del camino del todo incomprensibles y por lo tanto, imprevisibles. Jamás podrían haberse
anticipado a lo que está por venir. Y más que actuar, se les invitará a decidir si participar o no hacerlo.
Una vez tomada la decisión, llevarla a cabo apenas requiere esfuerzo alguno pues el universo autoriza,
se confabula, y apoya la actuación.
Los inconvenientes y el malestar estimulan el crecimiento humano elevándolo a un grado
superior indivisible. ¡Toda época difícil es significativa!
... los dos tendrán necesidad de viajar!!!
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Extractos de Mi Diario Personal /solo apto para quienes se adentran en la vida del cosmos.
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11 Abril, 1999
Antes de bajarme por última vez del avión he embarcado y desembarcado en Ciudad de México,
Guatemala, El Salvador, y mientras pongo los pies en el suelo sé que amaré este país. En lo alto de la
torre del aeropuerto un letrero enorme avanza los acontecimientos: "Nicaragua, brazos abiertos".
No llevo maletas, así que no tengo que esperar. No hay grandes pasillos que recorrer.
Enseguida accedo al control de pasaportes para tropezarme con los stands de los hoteles
recomendados.
Realizo algunas preguntas a las señoritas de vistosos uniformes. Y mi petición de ayuda es
colmada con desmesurado favor, digo desmesurado, porque tanta amabilidad hacia quien reconoce
no poder pagar los elevados precios me ha sido del todo incomprensible. Me dedican su tiempo a
sabiendas que nada van a obtener de mí, pero además, lo hacen con tal agrado que su trato me
confirma la buena estrella de la elección. Este es el país. Es mi momento existencial.
Y un impulso incontrolable me hace ir al baño de caballeros donde agarro mi tarjeta de crédito
y la hago añicos. Luego me lavo la cara y me mojo el cabello.
Si quiero poner mi cuentakilómetros a cero debo hacerlo con lo puesto. No debo refugiarme
en la prepotencia del capitalismo.
A mi regreso las alegres señoritas siguen consultando diversos anuncios en el periódico
teléfono en mano hasta encontrarme una habitación sencilla y económica -En una zona tranquila y
segura- dicen. Me ofrecen su encanto. Y no solo un buen servicio. Me ofrecen la mejor atención sin
otro interés que no sea el de ayudarme creando un manto protector que refugia al desorientado
visitante. Inmejorable bienvenida la mía, sobretodo cuando con la salsa en el tono y su dicharachero
caminar, la más chispeante de todas ellas efectúa otra llamada.
Habla con su madre. Se ríe, y se ríe cada vez más. Y sin darme cuenta me encuentro en un taxi
camino de su casa abriéndome Nicaragua no solamente los brazos, sino también los corazones de su
gente.
15 Abril, 1999
Hoy me encuentro en el porche sentado en una mecedora. Hace mucho calor. Me entretengo viendo
el deambular de los nicaragüenses. Me complace no tener nada que hacer, ni lugar a donde ir. Soy un
hombre sin obligaciones ni compromisos de ninguna clase. Nada me ata a nada. No tengo que rendir
cuentas a nadie. He abandonado la partida. Ya no estoy en la lista. Tal vez sea esta la más absoluta
expresión de libertad.
Sin percibirlo siquiera, han pasado tres horas y sigo aquí sentado en la mecedora del abuelo
que la cede con gusto al invitado de su nieta.
Y permanezco inmóvil hasta que salto al comprender cual es mi siguiente acto de renuncia.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Al poco rato se me ven las ideas. Me he rapado la cabeza al cero. Cada rizo de mi sedoso
cabello yace ahora en el suelo, y mientras lo barren, veo como se aleja mi historia. Una parte de mi
se ha desprendido, se marcha lejos. Ha sido barrida. Olvidada.
Ahora mi cabeza parece una bola de billar. ¡Me gusta pasarme la palma de la mano por encima
de tan suave superficie!
21 Abril, 1999
No sé el por qué, pero la verdad es que no me siento extranjero en este país. Tiene una magia que
integra y abraza a aquél que emigra y se exilia porque necesita paz.
Yo conocía el significado de la palabra hospitalidad, palabra que a menudo se confunde con
educación u obligada cortesía, sin embargo, el trato que me dispensan todos, desde un principio está
bañado por el afecto franco. Está sazonado por la sinceridad que se eleva en el vuelo mientras una
agradable sonrisa acompaña la melodía del encuentro. Su manera de hablar me lleva por el jardín de
las buenas maneras, desnudándome, hasta dejarme en paños menores.
En Centro América gustan del dólar, pero aprecian más al ser humano. Y eso es exactamente
lo que yo necesito: calor humano. No quiero comprar mi estima a fuerza de arrogancia y plata. La
absurda soberbia mata cualquier relación.
27 Abril, 1999
Estoy descubriendo el arte de platicar. Son tertulias que se componen sin licores ni cigarrillos donde
todos participan y ni grandes ni pequeños quedan excluidos. Las risas se contagian y el bienestar se
materializa en el comportamiento de los presentes. Una sugestiva atmósfera flota en el ambiente.
¡Tengo tanto que aprender!
Me han hablado de un lugar de belleza indescriptible donde centenares, miles de años
murmuran en silencio. En una era de cataclismos y convulsiones que nos sacuden y despedazan, la
isla parece encerrar gran cantidad de insólitas y excepcionales riquezas. Creo que allí puedo practicar
la respiración profunda. Será ideal para relajarme y reflexionar. Espacios abiertos. El viento danzando
en libertad. La naturaleza en su máximo esplendor. Agua fresca y abundante. Pocas personas y todo
el tiempo del mundo para encontrar respuestas; mejor dicho, para acertar en las preguntas que debo
hacerme si quiero escuchar mi ser interior, quien no engaña cuando uno está preparado para oír
aquello que los labios nunca jamás podrán decir.
Pétalo a pétalo voy a desojar mi margarita ahondando, pelando las finas capas de la cebolla
que me envuelve y me oprime aunque para ello tenga que llorar.
El árbol quedará sin hojas tras esta especial poda. Deben nacer nuevas ramas que apunten en
otras direcciones capaces de ofrecer nuevos frutos.
Recuperaré mi fragancia. Entonaré mi sinfonía. Y en mis entrañas volverán a instalarse pájaros
que entonarán alabanzas de ensueño. Una vez encuentre la semilla, prometo sembrarla y regarla.
¡Regalarla cada día!
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29 Abril, 1999
Me levanto temprano al ritmo de Managua. Son las cinco. No se me hace raro empezar a esta hora
del día. Desayuno con la familia que de muy buen humor se hacen bromas unos a otros escondidos
en las risas, entrelazándose todos ellos en las sublimes carcajadas que resuenan como eco bajo mi
piel.
Su jornada laboral inicia a las siete. Unos irán al hotel, otros al aeropuerto, el resto a las tiendas
de las galerías del centro comercial, y yo, voy a salir a pasear. Quiero impregnarme de este pueblo.
Quiero absorber sus inquietudes. Quiero conocer sus intenciones.
Y dejo que las calles fijen el rumbo mientras camino sin tener que tropezarme con individuos
agobiados que corren porque llegan tarde a una cita. En Managua apenas hay tráfico y la ausencia de
semáforos evita las grandes colas de automóviles parados que al estar en permanente movimiento
proporcionan una sensación de libertad placentera. Es una de las pocas capitales donde pueden verse
a los caballos pastando en medio de la ciudad y por la noche se escucha el cantar de los grillos.
Puedo ver el cielo sin tener que levantar la mirada porque aquí no construyen a lo alto.
Un airecito fresco me hace llegar un pensamiento: convencerme a mí. Me duele la cabeza y
de nuevo llegan estas palabras: tengo que convencerme a mí mismo, a nadie más debo convencer
más que a mí mismo.
Tengo hambre. Y mi hambre es la de los países del Norte. En el tercer mundo hay una sola
clase de hambre, la necesidad de alimentos, ropas y cuidados médicos, sin embargo en los países
avanzados existe un hambre permanente de plenitud que las posesiones o la fama no pueden aplacar.
Mi caso no debe ser aislado. Otras personas sufren esta innegable necesidad de alegría, de que esta
alegría no sea pasajera.
¿Qué mundo estamos construyendo? ¿Me gusta el mundo en el que vivo? ¿Existe la posibilidad
de un mundo mejor?
Únicamente podré cambiar el mundo cambiando primero yo. Lo dijo Mahatma Gandhi Realiza en ti mismo el cambio que te gustaría ver en el mundo-. O tal vez la frase correcta es “Sé el
cambio que quieres ver en el mundo”. Ahora mismo no me acuerdo.
Espero que este país triangular me insufle aliento. Debo comenzar conmigo. Hay cosas que
uno debe hacer por sí mismo. La sabiduría nace de la propia experiencia. No puede transmitirse.
Ciertas cosas deben vivirse. Los conocimientos pueden enseñarse, pero hay cosas que nunca podrán
aprenderse si no se viven directamente en primera persona.
Hay algo que habita en mí y quiere salir. Está dentro y desde allí me llama. Se mueve con
inquietud esta cosa extraña e indefinible. ¿La encontraré en la isla de círculos y espirales?...
3 Mayo, 1999
Quiero que sea algo más que una puesta a punto o un mero balance de vida. Y para ello debo tratar
mi maquinaria con algunos lubricantes nuevos que logren afinar el deteriorado funcionamiento de
este engranaje mío. ¡Hay que cambiar piezas!
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
En la continuidad de la rueda de la evolución, la superación debe ser constante. Sigo adelante
como un mago que sorprende y desarrollo las capacidades internas aunque por ahora no encuentre
mi mejor vehículo o el instrumento de la expresión de mi ser.
Deseo aprender a canalizar mi energía. Seguro que mi potencial es válido. Seguro que tiene
alguna utilidad. Pero no sé cuál puede ser ni sé para qué puede servir y mucho menos sé cómo acceder
a esta cosa amorfa que espero descifrar.
Quizás aquí, tal vez en Nicaragua se me revelará el secreto. ¿Cuál es mi misterio? ¿Tengo yo
alguna misión que realizar en la Tierra?
Ahora tan sólo reconozco mi necesidad de crecer. Mi intención de crear. Pero, ¿crear qué?
Solamente encontrando La Vida llegará mi comprensión.
La posibilidad de mi auto-transformación solamente puede existir mediante la firme
determinación de perseverar en el intento conquistando esta promesa de agua abundante que saciará
mi sed, ¿agua de viento?...
17 Mayo, 1999
Momento a momento y a cada paso, quiero alejarme del pasado. Me gustaría poder recuperar mi
pureza y toda mi inocencia. Necesito estar en armonía con todo lo que me rodea. Creo que por fin
mi intuición se activa a pleno rendimiento. De algún modo siento que tengo el apoyo y la bendición
para dar un salto hacia lo desconocido. Las aventuras me esperan en el río de lo misterioso, ¿por qué
será que pienso en un río escondido?...
¡Sí! Permito que muera el ayer, así es más fácil permanecer en el presente, en el aquí y en el
ahora, como si acabara de nacer en este mismo instante.
¡Debo estar loco de remate! Por qué continúo confiando en esta fuerza extraña que me lleva…
de algún modo, esto va en contra de todo razonamiento lógico. Pero mi renovada confianza es tan
pura que nadie sería capaz de corromperla. No trataré de levantar muros para protegerme. Me
permito fluir hacia este horizonte que se muestra todavía desenfocado.
Confieso que quince años atrás, por primera vez en mi vida permitía que cada
experiencia cotidiana no se quedara bloqueada. No intentaba atraparla y poseerla.
La abandonaba. Me deshacía de ella. Limpiaba mi mente. Intentaba existir sin
necesidad de comprender desde la razón lógica que mide y encasilla y precisa mil
explicaciones. Era fácil aprovecharse de mí, engañarme, robarme, pero estaba
preparado para eso y para mucho más. Intuía que “lo verdadero” que habita en mí,
nadie me lo podrá arrebatar jamás.
30 Mayo, 1999
Nicaragua surgió del mar, joven ante el resto de América, como puente geográfico para unir a
américa del norte con américa del sur. Se levantó sobre los hombros de esa línea de volcanes para
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convertirse en tierra de paso donde el transeúnte errante encuentra su razón. Es un puente entre el
pasado y el futuro y Ometepe es la meta que se convierte en el punto de partida. El fin donde se
encuentra el principio.
La isla sagrada de los nativos está situada en el único lago que crece y mengua. Emerge del
gran lago para ser la mayor isla del planeta en un mar de agua dulce de más de ocho mil kilómetros
cuadrados. Vista desde el cielo guarda la forma de un gigantesco ocho como el más puro ejemplo de
la perfección y el equilibrio. Sus dos círculos están ocupados por sendos volcanes Ometepe,
OMETEPELT, que significa OME-dos, TEPELT-cerro o volcán en lengua Nahualt. Esto es, dos cerros,
dos volcanes!
De aspecto áspero y viejo, imperturbables, fieles testimonios de la historia persisten como
engendros guillotinados. Uno activo, preparado para vomitar su ira en cualquier momento al tiempo
que el otro, pacífico, dócil, quieto y exuberante de vegetación, entona un romántico poema que
seduce a la fuerza bruta.
Me hacen pensar en el Yin y el Yang, esa esfera donde por igual se encuentran dos fuerzas
contrapuestas. Pienso en el bien y en el mal, en lo masculino frente a lo femenino, en lo positivo
junto a lo negativo. Pienso en esa obsesión de raíz indígena que Rubén Darío concebía: la unidad
como dualidad.
1 Junio, 1999
Dejando atrás Granada, me dirijo a la isla en un destartalado velero que a medio trayecto se ha
detenido. Las velas mueren cuando el viento cesa. Y por largo tiempo permaneceremos inmóviles en
el lago.
Esta circunstancia no altera la parsimonia del joven que me traslada junto a dos mujeres,
también de piel oscura y penetrantes miradas al lugar donde sus antepasados dejaron insólitas huellas.
La isla es un fabuloso libro de piedra que llena de páginas de roca cada rincón. Fueron escritas
por artistas visionarios que dejaron su marca para transmitirnos inequívocos mensajes mudos y
silenciosos nunca exentos de elocuencia. Los nativos estamparon esotéricos símbolos que hablan en
un idioma singular para aquél que está dispuesto a leer.
Vuelve a soplar el viento para empujarnos hasta nuestro destino y, nada más llegar al
improvisado embarcadero de Moyogalpa empiezo a sentir. Pero no me asusto cuando noto el
temblor en el mismo centro de mi núcleo al rugir el volcán Concepción. Es señal que hay algo vivo
adentro que desea gritar. Mantiene una corona de humo en su cúspide, pero me advierte el joven
que no hay que temer la actividad volcánica.
Un anciano indio Chorotega de piel muy oscura sin llegar a ser negra ha venido a recogerme
con dos caballos raquíticos. Tiene tantas arrugas en el rostro que se diría que ha vivido todo un siglo.
Intercambiamos una sonrisa tierna y emprendemos el camino a la finca San Juan donde voy a
hospedarme por gentileza de una familia aristocrática que tuvo que partir a Méjico cuando los
sandinistas tomaron Nicaragua en 1979 para gobernarla.
Recorremos serpenteantes senderos. Yo no monto, no tengo costumbre, pero el caballo es
manso y hasta ciego reconocería el camino entre la maleza. Me dejo llevar y que bien me siento por
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
este camino que se hace al andar aunque por el momento sea a lomos de un animal que clava sus
huesos en mis posaderas.
5 Junio, 1999
Parece como si hubiéramos retrocedido siglos en el tiempo. La casa es grande y simple, de madera
raída, todavía se adivinan sus colores verde y amarillo... la esperanza y la luz. ¡Que mensaje tan
clarificador!
El anciano indio Chorotega que reside en una humilde cabaña al pie del volcán activo sin
temor a que escupa su lava y lo queme vivo, me señala el otro volcán, el Maderas, ya apagado, de
cono truncado. Me explica que a sus 1340 metros alberga una laguna a modo de sombrero, y una
espesa selva virgen con micos de cara blanca y pájaros silvestres que regocijan al explorador, ¿está
ofreciéndome sus servicios como guía?
Acaece un espectáculo de brillante colorido. Primero ha sido la puesta de sol a mis espaldas y
a continuación surgen al alcance de la mano cientos de estrellitas que parecen nacer y morir
centelleando intermitentemente, oh… cuando sube la marea el lago de Nicaragua varía su melodía.
El sonido del viento se acentúa dándole un compás distinto con un tenue susurrar de cascabel.
El indio me muestra unas tijeras para dormir que ha sacado de la casa. Planto esta plataforma
de lona sustentada por dos barras de madera al lado del gigantesco árbol frutal y me tumbo para
contemplar la bóveda celeste. Aquí estirado, intentaré descifrar sus ocultos mensajes.
Una vaca pasa cerca de mí considerándome parte del paisaje. Siento como el cuerpo me pesa.
Y me pesa. Hasta que ya no lo siento porque estoy flotando. Mis pensamientos viajan lejos en esta
noche profunda caída del cielo y dejo que me absorba y me acoja en su seno. Aves de todas clases se
pronuncian alegremente. Algún búho también lo hace, aunque más tímidamente, y también
refunfuña un mono aullador cercano. Sus gemidos me parecen humanos.
Ha desaparecido el indio del que días más tarde sabré que supera los ciento veinte años o más
porque es difícil saberlo con exactitud, pues todos los testimonios que pudieran dar cuenta han
fallecido.
Me traslado al interior de la casa que en su perímetro está rodeada por un amplio porche.
Busco un colchón y lo pongo en el exterior encima de una mesa y me tiendo dispuesto a dormir sin
pensar en las nómadas serpientes nocturnas. Y sumerjo mi sueño solo en la oscuridad con el pequeño
potrillo a unos metros y los tres perros pardos agazapados entre las patas de la mesa.
Me hablan con relinchos los caballos. De vez en cuando lo hacen las cabras. Cantan los grillos
mientras suenan inconfundibles los sapos con su ronca serenata.
7 Junio, 1999
El gallo grita cuando todavía está oscuro. Permanezco acostado encima de la mesa cercana a la orilla
del lago, me gusta atender el despertar del día.
Con movimientos calmos, bueyes y vacas me saludan invadiendo el terreno para dar
comienzo a su sesión de limpieza a base de lametazos, seguida de frenéticas rozaduras contra los
troncos de los árboles para apaciguar sus picores.
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Sobre las cinco, a continuación de deleitar mis oídos y mis ojos, mis pies desnudos acarician
la tierra que haragana ronronea.
Me lavo la cara en un barreño de plástico. No hay agua corriente en la finca. Tampoco luz
eléctrica. Esto hace que me adapte al ritmo de la naturaleza siguiendo su curso, sus normas, dispuesto
a recoger sugerencias. La Naturaleza es el mejor médico.
Me dijo el anciano indio Chorotega que sobretodo pruebe la tortuga verde porque su carne
es muy sabrosa y fortalece la virilidad del hombre -Así como acentúa la fertilidad en la mujerpuntualizó. Curioso, también lo anoto en mi diario. Me gusta la plática con este extraño ser. Y creo
que me va bien escribir. Es una forma de exponer claramente mis sentimientos y cuando lo leo, me
acerca a mi propio entendimiento. Quizás consiga mayor discernimiento. De cualquier forma me
voy comprendiendo cada vez más. Y esto es bueno.
10 Junio, 1999
Llego a la conclusión que toda persona es un mecano. He escogido bien mi taller. Aquí puedo
desmontarme sin prisa y repasar el engranaje de mi maquinaria para engrasar todas las piezas
limpiándolas bien antes de ajustarlas, desechando las que no sirvan, sustituyéndolas en caso de ser
preciso. Cada una de ellas forma mi carácter y mi destino, y por ende forman el destino de toda la
Humanidad.
Así me lo aseguró el anciano indio la semana pasada cuando habló de una especie de ser
supremo. Dijo -Ocho lunas de abstinencia física fueron necesarias durante los cuales su voz
enmudeció como requisito previo. En las entrañas de la tierra, debía atender y observar cuanto
acontecía sintiendo el vigor del núcleo. Y para culminar su viaje iniciático era necesaria una danza,
un conjunto de ritmos y movimientos secretos-. Y le pregunté, para saber si se trata de una vieja
leyenda que ocurrió antaño o es una predicción de la historia que todavía está por venir. ¿Se habla
del que vino hace tiempo o del que está a punto de llegar?... pero ya no estaba a mi lado.
13 Junio, 1999
Sin duda voy a sorprenderme cuando termine el montaje. Seguro que habrá cambios importantes.
Debo repasar mi vida fotograma a fotograma. ¡Una y otra vez!
Y permanece la presencia del anciano indio Chorotega, aun cuando no está. Y resuenan las
palabras acerca de aquel ser que durante lunas permaneció mudo y atento a cuanto acontecía en la
tierra. Y aunque yo quería insistirle para que me desvelara la incógnita, ahora ya no puedo volver a
preguntarle sobre el asunto porque murió en paz aquella misma noche después de dejar sus pocas
pertenencias en el lugar donde mantuvimos un larga conversación sentados frente a unos
impresionantes petroglifos, bajo la luz de la osa mayor, la noche siguiente a mi llegada a esta isla
sagrada.
Ni siquiera yo supe que en seguida de pronunciar la vieja leyenda, subió al volcán pacífico a
descansar y allí se sumió en un profundo sueño del que ya no despertó. Supongo que por propia
voluntad. Hay seres que saben cuando les ha llegado su hora y se retiran en silencio y con discreción,
como los elefantes. Escogen el lugar y el momento y van en busca de la muerte o dejan que la muerte
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los venga a buscar. Eso ya no lo sé. Lo único que sé es que desapareció de igual forma a como lo hizo
la primera noche que busqué un colchón y lo coloqué encima de la mesa del porche de la finca.
17 Junio, 1999
Me sigue sorprendiendo el beligerante oleaje, porque concebí en Managua a este lago como todos
los demás: inerte y sin vida, pero el lago que rodea Ometepe en absoluto se asemeja a los demás. Es
como un océano lleno de energía. Se muestra a veces sumiso, uniforme, reposado, para que los niños
chapoteen, las mujeres laven la ropa y los hombres puedan pescar en sus generosas aguas, pero en sí
mismo, aún siendo apacible es un auténtico torbellino de vida que lejos de alterar el descanso te
alienta a vivir la vida con ardor y sin descanso porque origina vida... ¡pura vida!
Un toro bravo enorme como una casa se rasca con las rocas mientras un becerro brinca a su
alrededor confundiéndolo con su madre. Desde que llegué han nacido cinco terneros. Cada vez que
sucede este milagro de la vida la vaca más vieja anuncia la buena nueva lanzando un largo y
estruendoso mugido instantes antes de que ocurra.
Me parece mentira que me entretenga viendo como levantan la cola y orinan a chorro
salpicando a los pequeños. ¡Me divierto! Lo hacen con una indiferencia tan aplastante que no puedo
dejar de reírme solo a destajo cada mañana.
Hoy pelaré unos aguacates. Más tarde me confundiré con los apacibles animales paseando
entre todos como uno más, aplacado sin prisas ni sones de tambores. Pronto aparecerán los zancudos
para acompañarme durante la jornada. Estoy acribillado, pero mi piel se ha acostumbrado a su ataque
y a la incomodidad de su presencia que a miles te envuelven como el aire.
Como una aparición que se desvanecerá dentro de un rato, percibo la presencia de los
cuidadores de la finca que han llegado con sus largos machetes y su característico buen humor. No
los veo, se mantienen alejados. Guardan la distancia porque para ellos, por ser español yo soy en la
finca todo un gran señor. Cuando terminen de ordeñar las vacas haré un pequeño fuego para hervirla.
Es tan sabrosa la recién extraída de la manchada, una de las pocas que todavía no ha parido. Me la
tomaré sentado frente al lago en permanente contemplación. Es un principio de diálogo con el que
ya he conectado rozando lo mejor.
25 Junio, 1999
Me oriento en función de la posición del sol. Aquí no canta el impertinente reloj. Estoy exento de
su tiranía. Las muertas horas son antiguas y las vivas, incandescentes de ambrosia duermen mansas
en las copas de los árboles esperando que alguien las atrape. El calor me agita. Me destroza esta
sofocante presión. Voy a deshidratarme sino bebo agua, pero tengo mis reservas en cuanto a su
potabilidad.
Todavía no he ido al baño con descomposición. Me advirtieron de esta posibilidad y por ello
tomé precauciones, aunque tampoco podría sentarme en el inodoro porque aquí no hay baño, solo
campo, mucho campo donde grandes lagartos corretean sin cesar de un lado a otro como
desorientados ante la inmensidad de este verde intenso. Nicaragua es de color verde en una
proporción de siete a uno.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Añoro el vino tinto, el pan de payés con tomate y el jamón serrano, y el aceite de oliva.
Respecto a la comida, simplemente voy a tener que acostumbrarme. Llevo varias semanas a base de
arroz con frijoles y plátano frito para desayunar, almorzar, cenar.
No me he mirado en un espejo desde que llegué a Ometepe. Debo estar horrible con esta
espesa barba. Es una ventaja que no necesite peinarme. Le he declarado la guerra a los calzoncillos.
Tampoco llevo pantalones largos. Ya no recuerdo cuando fue la última vez que supe el día que era.
Mis uñas están largas y negras. Y me han robado. Los ratones van a hacerse un buen nido con mi
camiseta.
29 Junio, 1999
Veo que el corpulento mandador está contando una y otra vez las gallinas. Parece que falta una.
Mientras se lamenta, me he alejado para orinar cerca de una vieja palmera caída junto a una roca con
un hermoso petroglifo. Y aún habiendo venido cada mañana en las últimas semanas, no he detectado
el enorme bulto hasta que se ha movido. Esa roca tiene un color demasiado bonito. Hasta hoy,
solamente había visto piedras de origen volcánico y ésta es de un verdoso brillante con manchas ocres
y finas rayas cuadriculadas de un férreo metal. Pero... ¡se ha movido otra vez! Ajá, pues ahí está la
gallina. Dentro de una culebra diez veces mayor de las que he visto en España.
Y de repente se oye un golpe seco. Al principio me asustaba. Me ponía a recorrer la finca para
saber que había sido aquello. Después de la desaparición del anciano indio Chorotega no tenía nadie
que pudiera explicármelo. No tardé en averiguar de qué se trataba, cuando ocurrió muy cerca de mí.
Por poco me aplasta la cabeza. Los cocos ya maduros se desprenden de las palmeras y caen con fuerza
para chocar contra el suelo que parece hueco, como si algo se ocultara debajo.
2 Agosto, 1999
Perfecta es cada jornada; solamente me acompañan los alimentos de la vida. Seguramente aquí tendré
mis más elevadas inspiraciones gracias a este inagotable manantial que tiñe las cosas de la verdad más
absoluta.
No hay contaminación visual. Cuando me baño en este lago color plata girando sobre mis
pies en un círculo completo, por muy lejos que lleve la vista no encuentro un solo ladrillo, ni cables
telefónicos, ni tan siquiera un automóvil. Apenas hay una sola carretera sin asfaltar que da la vuelta
a esta magnífica isla. Tampoco hay contaminación acústica. Nada más persiste el murmullo que
susurra con ternura en mis entrañas. Aquí no puedo esconderme, no hay madriguera. No tengo
excusa. No seré un visitante fugaz. Consiento que me alcance el optimismo.
Lo de antaño ya no es mi presente. Mucho menos mi futuro. Escucho el cascabel del viento
que me besa el oído silbando al niño que yace dormido. Ya no voy a querer escuchar palabras.
Únicamente querré sentirlas, posiblemente para escribirlas en este diario.
15 Agosto, 1999
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
El “hogar” no es un lugar físico en el mundo exterior. El “verdadero” hogar es una cualidad interior
de relajación y aceptación. Hay una tendencia a olvidarlo, mientras perseguimos nuestros propios
fines privados y creemos que debemos luchar para conseguir lo que necesitamos. Este sentido de
separación es el espejismo fabricado por la mente racional que ha sido condicionada por el sistema
social. ¡Sentirse en casa donde sea que estemos! ¡Destinar tiempo para disfrutar lo que ya tenemos
hasta que permanezca de manera incondicional!
Necesito hacer aquí esta acotación: nadie es un ser accidental. La “existencia
universal” nos necesita a todos por igual. La energía cósmica es la Consciencia de
Unidad. Las estrellas, las rocas, los árboles, las flores, los peces, las montañas, los
pájaros… todo son expresiones de nuestra misma energía cósmica en esta danza
universal. Si faltara alguno de estos elementos o faltásemos tú o yo, nadie podría
reemplazar este espacio vacío que únicamente podemos llenar cada uno de
nosotr@s. Desde esta versión de mi ser evolucionado, descubro al mirar atrás mi Yo
Inferior. Porque descubrirse uno mism@, es un trabajo constante que no tiene final.
19 Agosto, 1999
Nuevamente la armonía de unas tímidas olas acarician la orilla de este delicioso jardín en el que los
más variados y sabrosos frutos tropicales crecen en profusión. Nada mancilla este paraje. ¡No puedo
más que gozar! Y puedo recorrer la isla a caballo o bordearla remando en el bote de los pescadores,
pero prefiero quedarme quieto. Expectante. Atrapado en otro siglo, en otro ambiente, en este
mundo extraviado.
Disfruto de los días claros y transparentes porque -La reina del Cocibolca- así llamó a la isla el
anciano indio Chorotega desaparecido, tiene el blanco y el negro al mismo tiempo. Estaba en lo
cierto. Es, junto a la noche más oscura… el más radiante día imaginable, y por tal razón lo fatuo da
paso a la autenticidad envuelta en el arcano.
Ometepe está dotada de una magia ancestral. Y aunque mis ojos se abren frente a la soledad,
me siento acompañado, rodeado por la nostalgia de un lugar que clama mientras me avasalla. Y me
doy cuenta que mi corazón no es de hierro. Todavía yacen escondidos sublimes sentimientos de
algodón que la sociedad tecnológica no ha conseguido arrebatarme.
Nicaragua, tierra de lagos y volcanes abrazada por dos mares tiene prendida en su pecho una
joya. Este oasis de paz, cautiva y fascina con leyendas que involucran hasta hacerte participar de
tradicionales supersticiones que conforman esa parte imperecedera que junto a la majestuosa belleza
natural hace que se convierta en un legado que permanece, no solamente como fragancia, sino
también como melodía.
23 Agosto, 1999
Me he acostumbrado a venir aquí. Y desde el punto donde me encuentro ahora, en medio de ambos,
posición privilegiada, diviso perfectamente los dos volcanes del color del cuero viejo gastado. Son
imágenes de monstruos decapitados. Gigantes sin cabeza. Por un lado, el dominio de la ciega
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
potencia, preparado en cualquier momento para expresar la indestructible tribulación al tiempo que
su hermano, agazapado en su pradera ignora tal posibilidad. Y me llega desde allí donde nace el sol la
eterna cuestión: ¿ser o no ser?... Y atiendo el grito del pueblo nicaragüense.
Su expresión vital, la más auténtica de sus expresiones para darse ánimo, para indicar acción,
para insuflar arrojo y lanzarse a conquistar la meta es adentro. No "viva" o "adelante" sino
"ADENTRO". Yo no había oído nunca esta exclamación más que aquí y por ser de otra tierra me ha
sorprendido, tentándome su significado. Es un grito de lanzamiento, detonante para el movimiento
y sin embargo, el rumbo que parece marcar no es lo alto de "arriba", ni lo avanzado o progresista de
"adelante" sino la tendencia hacia lo interior, hacia la profundidad... ¡hacia adentro! Y, tal como
indicara Ortega y Gasset: El hombre es el único animal que ha logrado meterse dentro de sí.
Por ello la cultura de los Chorotegas, en una época antigua muy anterior al nacimiento de la
cultura Maya concibieron una interesante teoría sobre la personalidad, cuya expresión ha sido
conservada en un sinnúmero de esculturas de piedra con el motivo del doble yo o "alter ego"
reflejado por individuos que soportan o llevan sobre sí la figura de un animal; similar a la manera en
la religión egipcia, pero los egipcios sustituían la cabeza humana por la del animal.
En Ometepe, como si de una obsesión se tratase, cantidades de estatuas y de dibujos tallados
en las piedras transmiten esta idea de un doble o de un desdoblamiento del Hombre, dibujando "el
otro yo" de la psiquis humana en sus relaciones con la Naturaleza y con el Destino. Respondiendo a
un razonamiento lógico y casualístico de que "algo que Es, no puede provenir de la nada", y, "algo
que Es, no puede convertirse en nada", demostrando una superioridad halagadora con su concepción
del alma humana... principio de la vida, de la sensibilidad, y de las actividades espirituales. Esta teoría
ancestral sobre el espíritu vivo me satisface.
Isla mausoleo donde gran cantidad de objetos de cerámica suelen encontrarse a ras de la tierra
removida por el arado, descifra como empezaron a organizarse... escribiendo en la piedra! Los artistas
aborígenes percutieron sus cinceles de pedernal sobre el material pétreo de esta tierra isleña. Con
estos petroglifos, los indígenas expresaban sus ideas y sus creencias. La calidad del material en que
fueron esculpidos les ha permitido llegar hasta nuestros días. Cualquier persona puede interpretarlos
a su gusto. En mi opinión, los de forma geométrica están relacionados con los astros y el cosmos,
los círculos y las espirales, con la eternidad y el paso del ser humano a otra dimensión.
Por los distintos caminos se encuentran petroglifos cuyo número y perfección asombra a
cuantos los contemplamos. Sobretodo por su magnífica ejecución, suave en las curvas, regulares sus
contornos. Los detalles grabados constituyen obras maestras. Originales. Sobresalientes. Están
perdidos por los bosques, en los cafetales, también entre los potreros. Al visitar la Finca Porvenir,
justo cuando descubrí un impresionante gravado Maya que muestra la elaboración de uno de los
primeros calendarios de la época, algo se abalanzó con fuerza sobre mí. Hizo tambalearme. Y al
incorporarme, veo como se aleja indiferente. Ha sido un pájaro.
El zopilote es un ave carroñera muy habitual por estos alrededores que permanentemente
vuela por encima de las palmeras, una especie de buitre. Esta ave de hermoso plumaje negro y
sofisticado vuelo recuerda a un cóndor africano, aunque tiene un cuerpo mucho más pequeño. Creo
que me persigue. No es la primera vez que la advierto, acechándome, pero hoy me indica con su
vuelo que una parte de mi debe morir y quedarse aquí; la parte maligna, mi yo enfermo.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Y en contraposición a la muerte... ¡la vida! Mientras me refresco en el lago, pasan rozando mi
oreja otras aves exóticas que en sus bocas llevan pequeñas ramitas de arbusto seco para los nidos de
sus hijos bienaventurados, camino de la isleta que a unos trescientos metros se yergue independiente.
Al salir del tonificante baño, la arena negra que absorbe mucho más el calor, no quema,
hierve. Por su naturaleza de origen volcánico, ésta isla ofrece costas sumamente quebradas en las que
abundan entradas y salientes en forma de cabos o puntas, golfos y ensenadas. Frecuento cada rincón.
No tengo otra cosa que hacer sino es pasear, dejándome llevar por un impulso curioso que escudriña
a cada instante.
Y sigo caminando sin tener a quien dirigirle la palabra. Me siento cómodo así. Salvajemente
libre. Permanezco en completo mutismo. Nada más observo y siento. Y hablo en mi silencio desde
adentro. El cuerpo. No, eso no soy yo. Me muevo a lo largo y ancho de la isla pero no, eso no soy
yo. No puedo ser un simple cuerpo. Me niego.
27 Agosto, 1999
La voz interior murmura, pero no con palabras… percibo el silencioso lenguaje del alma que admira
la creación, rodeado del esplendor de la naturaleza. Es como un anuncio o predicción que solo
expresa la verdad con mayúsculas. Alerta y vigilante observo, aceptando por igual la oscuridad y la
luz. Jugueteo buceando en la profundidad de mis emociones, volviendo a emerger para elevarme
apuntando al firmamento, igual que las sardinas saltarinas que brincan como delfines queriendo tocar
el cielo. ¡Qué tan lejos queda la ciudad, los ruidos, la televisión, la radio, los periódicos, el tráfico!
Cuántas voces empujando de un lado a otro, zarandeando… y, aquí, cuánta nitidez y quietud. Todo
parece estar limpio, como si hubiera limpiado mis anteojos sucios. Ahora no hay turbación, no hay
condicionamientos, no hay confusión ninguna… solo este silencio inconfundible e innegable de una
paz profunda que me lleva al centro mismo de mi ser… estoy listo para escuchar la verdad de la
verdad.
Debo felicitarme por haber emprendido el camino. Hoy no estaría aquí, haciendo lo
que hago, alegre y complacido. En aquella etapa de introspección encontré
verdades dentro de mí. No hay mejor actividad que hallarnos a nosotr@s mism@s. Esa
debería ser la tarea primordial, el desafío de nuestra estancia en la Tierra: descubrir
quién somos. Porque una vez comprendemos nuestra naturaleza, la verdad funciona
sola, y el amor se manifiesta a través de nosotr@s. Lentamente se pone cada cosa en
su lugar y te das cuenta que no se necesitan manuales ni opiniones ajenas, ni aplausos
ni premios, ninguna técnica específica o herramienta concreta. Se vive radiante en
completo estado de dicha.
29 Agosto, 1999
Con una luz violeta y el lila del alba, la neblina suave desciende de los volcanes como velo que acaricia
los peñascos y roquedales deslizándose hasta las orillas del lago. Por detrás se filtran los luminosos
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rayos solares que la destejen en desnudeces doradas y amarillas. El inmenso arrojo del sol pronto me
perseguirá, pero antes la mágica bruma talla esculturas en los riscos para que el viajero adivine sus
indicios... ¡pero que me pasa! ¿Acaso estoy recobrando mi romanticismo?... ¿Lo tuve alguna vez?...
Ciertamente la soledad conduce a la sabiduría.
Es curioso, anhelo no desear nada y es que cuando te despojas de lo superfluo te das cuenta
que eres rico. Cuando logras protegerte del sol del hambre y de la sed, te das cuenta que el resto es
vanidad o exceso. Ahora que soy capaz de ver el cielo en el agua del lago de Nicaragua puedo ver
peces de colores en las copas de los árboles.
Este es un lugar idílico. Tan idílico como cruel, donde la supervivencia se perpetúa con dureza.
Un perro en los huesos ha entrado en la finca cuando los tres pardos se han abalanzado sin compasión
protegiendo sus dominios. Boca a bajo se ha defendido hasta que he salido en su auxilio antes de que
lo mataran a mordiscos. Le he dado un poco de gallo pinto, arroz y frijol, sabiendo que no es el
camino, puesto que le resuelvo el día de hoy pero, ¿y mañana? ¿Qué será de este débil y acabado
perro mañana?... ¡Seguramente perecerá mañana!
Cuando llegué a la finca había tres gatitos recién nacidos. Uno desapareció. El otro se comió
una de las sardinas envenenadas destinadas al los ratones ladrones de camisetas. Y el último, se ha
adaptado de tal manera que acaba de sorprenderme. Parece que no tiene bastante con la leche de vaca
que le doy. Acabo de verlo corriendo sin saber donde esconderse para que nadie le arrebate su presa.
En su boca un sapo intenta liberarse de los finos dientes que lo aprietan reteniéndolo, antes de ser
engullido en lenta agonía. Aunque no sé cómo conseguirá tragárselo, porque el sapo dobla en
tamaño al gatito.
30 Agosto, 1999
A unos milímetros del suelo, suspendido en el aire, algo flota moviéndose en una dirección más que
evidente conformando una larga hilera. Al agacharme y levantar un pedazo de hoja verde descubro
una de esas enormes hormigas llamadas garreadores que muerden como perros.
Antes las había visto grandes como una uña, pero nunca pensé que fueran tan hábiles. Las
amarillas ya me habían dentellado nada más llegar. Me dijeron los chavalos del corpulento mandador
que era porque no me conocían -Pronto te distinguirán y dejarás de importarles-. Por entonces yo
era la novedad. Había que inspeccionar al invasor. Avisarle de que invadía el territorio con su
presencia. Pero ahora que soy uno más entre todos, soy más un amigo que un enemigo para cualquier
ser viviente de Ometepe.
Ese día fue el último que llevé botas. Era duro ir con las botas tras ellos. Me pesaban los pies.
Me instaron a que los persiguiera, y su insistencia y lo bien que lo pasábamos, me hicieron bajar a la
orilla para divertirnos. Me las saqué. Me gustó correr descalzo, ligero, como ellos. Los perseguí hasta
que los pillé, uno a uno, no sin antes llenarme de arena. Y por ahí las olvidé… intencionadamente.
1 Septiembre, 1999
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Cuando ando sin rumbo caminando por la orilla del lago descalzo bordeando la isla sagrada bajo el
intenso sol del día, de repente piso sin querer algún cangrejo, y en la oscuridad de la noche, algún
enorme sapo despistado. Los animales superan en número a las personas.
Y una vez más me detengo a observar este curioso montículo a modo de altar natural. Aquí
se aprende a leer pensando en muchas cosas del giflo a la palabra, y de la palabra a la idea que transita
por un instante milenario. Pero en esta ocasión algo distinto me ocurre. No puede ser cierto, pero
la verdad es que está sucediendo. Mirando y remirando este hermoso y perfecto círculo tallado en la
roca que tantas veces he observado en busca de la percepción, me asalta una intuición vestida de
pensamiento fugaz “Mi círculo no se completará hasta que no tome contacto con la tribu de los
Miskito”.
Abrasado por treinta y siete grados de sofocante ternura, un soplo del presentimiento feliz de
esta vivencia me sobreviene. ¿La verdad de la materia es su espíritu y no la cosa?
Y en este instante, como balada de primavera que enreda, da un brinco mi camino hacia otra
dirección... Pero, ¿quiénes son los Miskito y dónde se encuentra esta tribu?
3 Septiembre 1999
Con un hábil golpe de machete prestado, me he abierto un coco. Su jugo es sabroso. Me gusta
beberlo, aunque no me quita la sed. Cuando viene la mujer del mandador a la casa para ejercer
funciones de cocinera, cosa que rara vez sucede, me deja un jugo preparado encima de la mesa donde
duermo. Ellos lo llaman fresco, pero es una bebida que no puede servirse fría, puesto que no hay
frigorífico; ni tampoco televisor cafetera o plancha. De todos los que he probado, el fresco que más
me gusta es el de pitahaya, de un inconfundible color lila encendido. Exprimen la fruta y le añaden
un poco de limón. El resultado es fantástico. Y la pitahaya me quita la sed.
A mucha gente se le antojaría imposible vivir en esta isla sin las comodidades más elementales.
En los países del Norte se ha extraviado el verdadero significado de la palabra necesidad. Basta analizar
las actividades del día. Únicamente tres o cuatro son enteramente necesidades. Todas las demás son
bastante prescindibles; vacías, estériles, artificiales. Si aprendiéramos a llenar todo ese tiempo... ¡El
mundo tiene tantas necesidades!
Me resulta un tanto extraño dirigirme a los niños en términos de Usted como es costumbre
aquí, pero al mostrarles respeto se me abre una ancha perspectiva y los atiendo de otra manera, como
lo que son: jamás una propiedad de los padres, si no los hijos y las hijas del anhelo de la vida que
ansiosa por perpetuarse quiere que estén a nuestro lado sin que por ello tengan que pertenecernos a
los mayores.
5 Septiembre, 1999
Sigo escuchando cada mañana a los trabajadores en la parte de atrás, independientemente de que sea
lunes jueves o sábado. Pase lo que pase se reúnen de madrugada. Al escuchar sus bromas, ahora que
ya no me consideran como “su patrón” me acerco para saludarlos, pues no los volveré a ver hasta el
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
día siguiente, porque desaparecen en la extensión de la finca. Unos van al chagüite, otros llenarán
sacos con cocos y el resto repondrán las cercas que los animales han roto durante la noche.
Y de pronto amanece el lago calmo y plano invitándome a caminar por encima de él. Pueden
verse las simpáticas sardinas saltarinas sobresaliendo de este espléndido edredón color plata. Se añora
ese dulce acariciar las rocas y las orillas cuando se funden las olas con el tenue susurrar del viento y se
torna silencio. Y me regocijo por la inconmensurable paz. Me deleito con este inmenso sosiego que
serena. Es una tranquilidad que no se rompe con el deambular de las aves que vuelan presurosas a la
isleta, mientras a lo lejos, el extremo del horizonte muestra con disimulo el contorno de la otra orilla
donde está Granada. Y todo lo corona un cielo aterciopelado con distintos pliegues que cambian para
volverse a dibujar. Ninguna sofisticada cámara captaría ni tan siquiera un brote de la plenitud de esta
imagen que no puede verse. Debe vivirse, sentirse en su misma expresión.
Me sonrojo al recordar ciertas cosas de cuando me asenté aquí, sobretodo cuando por mi
ignorancia, pensé que en las entrañas de la tierra, bajo mis pies, la lava se estaba moviendo y por esa
razón era que del suelo saltaban chispas de fuego como estrellitas que nacían y morían
intermitentemente. Fue entonces cuando descubrí a las luciérnagas o como las llaman aquí, las
quiebraplatos, cientos de animalitos que a diario vienen a saludarme con su improvisado vals
destellante que oscilante, me serena la mente. Si la mente no va despejándose ¿de qué sirven todas
las peregrinaciones del mundo a los lugares más hermosos? Limitarse a viajar por viajar... visitar lugares
santos u exóticos... ¡vaciar la mente! Mi cuerpo no soy yo. ¿Soy mis pensamientos? No, eso no soy
yo. Y entonces...
9 Septiembre, 1999
Sólo recuerdo que tengo recuerdos. Pero no consigo acordarme de ninguno de ellos porque se ha
girado una violenta corriente de viento y tengo mucho frío. Oigo el teclear de mis dientes uno contra
otro, o, ¿son quizás las gotas de lluvia que como potentes pelotas de goma se lanzan contra el techado
de zinc?
Se me nubla la vista.
Hace dos días que llueve sin parar. Se van a ahogar las vacas. ¿Cuando terminará esta tormenta?
Me siento mal. Estoy tumbado en la hamaca desde... Tengo espasmos!
La tierra se empantana. El barro cobra vida y se pasea por el porche. Avanza el barro tragándose todo
lo que encuentra a su paso. Su tamaño es cada vez mayor.
Los animales han salido a la estampida. Hacen bien. También el sol se escondió y no volvió a
dejarse ver. Seguro que sabía lo que pasaría y por eso se alejó como todos, dejándome a solas con...
No sólo estoy afligido, estoy destrozado. No logro entender qué me sucede.
Mis ojos están empapados. Me parece estar meciéndome en un cuarto oscuro, o tal vez en el
estómago de un terrible animal. Probablemente algún monstruo legendario me ha engullido y no
me he dado cuenta.
Ahora la violenta corriente es casi un ciclón desbordado que ahuyenta los demonios y derrota
los presagios. La tierra sigue empapándose de un agua que se traga y traga mientras el lodo trepa y
trepa invadiéndolo todo.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
La naturaleza ha enmudecido. La vegetación ha perdido su colorido. Todo parece opaco y
ausente. ¿Quién ha descompuesto el decorado? ¿Por qué se ha derribado el día? ¿Dónde se han llevado
el paisaje?
Las gotas de lluvia son ahora estalactitas. Se han convertido en los afilados colmillos de un
mitológico felino que muestra sus fauces y mantengo los ojos cerrados y sin embargo, aprecio
imágenes nítidas y veraces tan potentes como siluetas que cobran forma y las sombras toman vida.
¿Qué sucede?... Percibo voces roncas que se repiten.
No puedo alargar mi brazo. Lo intento, pero me pesa tanto que no lo consigo. Son largos los
tentáculos de estos gigantescos árboles que pretenden estrangular mi cuerpo. Y me inquietan porque
cada vez hay más.
¡Lucho contra mis fantasmas que intentan enredarme!
¿Cuántos días llevaré ya en esta hamaca? ¿Cuántos?...
Me veo postrado en la hamaca y sin embargo, yo soy quien mira y me miro y lo veo... y no
entiendo qué es lo que está ocurriendo. No sé si es a mí a quien le está sucediendo esto o al otro, ese
que se parece a mí y que está ahí abajo tendido en la hamaca del porche.
El paisaje desaparece. El techado de zinc no está. Debería mojarme. El silencio me turba. Es
más que ensordecedor. Terriblemente cegador si miro fijamente mi interior.
Y sigue quebrándose mi piel. Se me erizan los pelos del pecho mientras mis manos se
agarrotan, o, ¿son las suyas? ¿Quién es quién? ¿Quién soy yo? ¿Dónde estoy?
Se revuelve o me revuelvo sudoroso y deshidratado sin fuerzas y apenas pulso mientras las
voces siguen hostigando.
Han cedido los postes. La corriente violenta ha partido los árboles. El cielo se abre. No
comprendo como esta hamaca sigue suspendida en el aire, ¿cómo es que continúa meciéndose?
¿Y por qué me hundo tanto sin tocar el suelo? ¿Por qué no me mancho con el barro?...
Un olor a podredumbre me aniquila el sentido y desfallezco cuando creo que sigue
aumentando el grupo de voces. Ahora hay más gente a mi alrededor pero, ¿qué es lo que quieren?
10 Septiembre, 1999
¡No me dejasteis ser niño!
Aquello que para mí era lo máximo se convirtió en nada. Fui despojado, desposeído de cuanto
consideraba inmenso e infinito. Todo se redujo a un enorme vacío. Y tanta vaciedad me oprimió el
corazón hasta partirlo. Ni tan siquiera pude ser un niño desdichado.
¡No me dejasteis ser niño! Un niño jamás renuncia a una pregunta una vez la ha formulado,
pero ahí no había nadie para responderme. Fui prisionero de la incertidumbre. Los mayores estabais
durmiendo o bostezando cuando yo, aun todavía pequeño, no podía aplastar mi nariz contra los
cristales. Y todos aquellos maravillosos objetos se me escaparon.
No me dejasteis ser niño aunque a gritos os pedía auxilio. Contra la pared lloraba en silencio,
pero mi nuca no llamaba vuestra atención. Esa imagen de niño desconsolado e inconsolable ya,
debería subsistir en vuestra memoria. Pero nada más se encuentra en el recuerdo de mi alma. Allí es
donde existe y persiste aún hoy, todo mi sufrimiento.
¿De dónde soy? ¡No soy de mi infancia!
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
¿De dónde vengo? ¡No vengo del amor!
Y, ¿a dónde voy? No voy, porque me falta el motor, pues sin ilusiones yo no funciono.
Tan sólo los niños saben lo que buscan pero a mí no me dio tiempo a saber. Yo no pude ni
siquiera empezar. Por esto vago ahora sonámbulo entre deseos reprimidos.
¿Dónde estaba mi mundo diferente?
¿Por qué no quisisteis entrar en mis imperios?
Debisteis cruzar conmigo al otro lado del espejo. Solamente un niño planta un palo en el
suelo y lo convierte en un príncipe y lo hace su amigo.
Me adherí a mis propias creencias situando lo posible en el lugar mismo de lo imposible,
extraviándome en aquel momento en la fantástica imaginación de mi intelecto.
Se quebraron mis sueños. Se cerró mi disponibilidad afectiva y detrás del alto muro instaurado
quedaron encerrados mis sentimientos. Y todos mis anhelos.
Lo oscuro es más tentador que lo claro, aquello que es limpio y puro. Entre las dos
explicaciones de mi fenómeno os inclinasteis por la más oculta negra y extravagante para consolaros
por vuestra incomprensión, pero mucho más por vuestra incompetencia, así escondisteis vuestra
maldita torpeza porque la otra explicación, la verdadera, no se deslucía ni ponía los pelos de punta...
¿por qué preferisteis el drama de una tragedia?
No me dejasteis ser niño pero hoy ya no renuncio por más tiempo a infundirle inocencia a
todo lo que por definición es inanimado. He recobrado mi estuche. Ya tengo mis lápices de colores.
Puedo volver a ese mundo imperecedero porque hoy, se que la clave está en el juego y no en
permanecer dentro del parque. Es ahí donde voy a volver a entrar para empezar. Sí, voy a entrar en
este mágico juego porque mi infancia, fue una infancia perdida, pero yo ya no estoy en la cuna. La
niñez interrumpida no me ha sido robada.
No me dejasteis ser niño y de mayor he sido un hombre serio. He ido en busca de cosas
importantes sin saber qué me importaba. Ya no quiero que mi forma de existir sea banal y carente de
sustancia. Ahora sé. Y aquí da comienzo la sinfonía de mi obra porque he encontrado al niño que fui
antes, ese que dormía en mi pecho, un ser extraño, aunque excepcional y maravilloso. Un duende
bandido y distraído que andaba perdido como tantos otros andan desorientados por ahí, perdidos en
algún lugar de vosotros.
¡Atención porque por ahí va vuestro niño!
12 Octubre, 1999
La última frase que recuerdo antes de quedar inconsciente es:
_ Chepe, Pelón,... vengan acá! Hay que socorrer al español.
Sé con certeza que me siento abrigado de amor. De todo lo demás tan solo tengo una vaga
idea. Aunque intente recordar, no logro hacerlo.
Hay mucha oscuridad. Es de noche. La ropa que llevo no es mía. Y me pregunto de quien será.
El silencio es total. Me hierve la garganta. No sé exactamente dónde me encuentro pero me
siento bien. Atendido.
Y me asalta esta afirmación: cualquier momento es buen momento para comenzar una nueva
vida. A cada rato me asalta.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
13 Octubre, 1999
Intuyo que ya se levanta el día. La claridad comienza a ser visible y con ella se me descubre poco a
poco el lugar que me acoge y me ha resguardado de una tragedia.
Me encuentro en un barracón de madera desde hace algunos días, o quizás meses. No sé de
cuánto tiempo estoy hablando, pero puedo decir que sea el que sea he dejado atrás los días de
tinieblas.
Por las anchas rendijas se cuela la luz y el aire fresco y dulce del lago. Me cuesta llenar mi pecho
de aire. Lo intento. Parece como si sufriera asma. Me ahogo cuando lo hago.
Me encuentro cómodo de espaldas con la mirada pegada en el techo. Hay muchas telarañas.
Apenas queda rastro de la pintura. Registro tenues murmullos detrás de la mampara de madera.
Sé que recibí visitas, aunque no sé de quién, ni por qué, pero qué importa. Estoy aquí.
Tampoco sé desde cuándo. Seguro que alguna razón habrá para todo este acontecer.
Se acentúa el murmullo, son mujeres, son inconfundibles. No consigo entender lo que dicen.
No sé de qué hablan, pero sí, son mujeres, no hay duda, hablan y hablan. También escucho animales.
Quizás estoy en una granja.
Por debajo de la puerta que da al exterior algo parece que quiere entrar. Es un conejo. Que
simpático me parece su andar, y como se rasca con ritmo frenético detrás de sus largas orejas. Primero
una, luego la otra... ¡qué gracioso!
Unos golpecitos me avisan que alguien va a entrar. Vienen. Hay muchos pasos. Barullo. Un
niño, una dos tres mujeres. Un hombre y nuevamente más niños. Todos agolpados en coro en la
habitación rodeándome. No los conozco, pero en sus rostros puedo vislumbrar las buenas
intenciones y en sus ojos un destello de bondad. Escucho una voz que se abre paso -Con
permiiisssooo-. Es una mujer mayor, probablemente la abuela de todos -¿Cómo amaneció?- me
pregunta. Me toca con su mano la frente mientras la miro con agradecimiento sin saber qué decir.
Me frota los pies, y las piernas, haciéndome un masaje para reactivar la circulación. Todos los demás
observan atentos. Callados.
_ ¿Puede mover los pies?... haber, español, levante una pierna.
Ahora descubro toda mi debilidad y me asusto de verdad. Apenas tengo fuerzas, pero consigo
flexionar ligeramente la rodilla izquierda. Ella ha sonreído y los presentes la secundan. Debía ser la
señal matriarcal, porque a continuación, todos me dan una efusiva bienvenida con alegría y me
ordenan que descanse antes de cerrar la mampara de madera. Y los párpados se me desploman
rendidos con la contundencia de un telón de acero.
15 Octubre, 1999
Cuando he vuelto a entrar en contacto con la realidad, una dicharachera niña de unos diez u once
años me está contando un cuento, pero vuelvo a perecer en el pozo oscuro de esta extraña
enfermedad.
Más tarde mi mano se encuentra entrelazada a la de una hermosa joven. Es tímida, pues
cuando comprende que he vuelto al mundo de los vivos, aparta con rapidez su cuerpo del regazo de
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
la cama y su mano con agilidad. No sé por qué no logro articular palabra. Nada le puedo explicar. Su
blanca sonrisa se desvanece junto al bello rostro color canela, no antes de quedar cegado por su magia
sobrenatural.
Y la siguiente vez que he despertado me he asustado. Ante mí una sombra se abalanza como
un monstruo desconocido lleno de maldad, pero en la calidez de su tacto hallo seguridad. Y otra vez
vuelvo a desmayarme por enésima vez hasta que sin saber cómo, me encuentro incorporado, sujetado
por los firmes brazos del corpulento hombre. Me fijo que es muy panzudo pero esto no le resta
movilidad.
Una mujer, de igual modo como si de su propio hijo se tratara me pone en la boca una
cucharada de sopa caliente que yo agradezco con el ronroneo del gato satisfecho. Cada vez que la
trago me procura una agradable sensación de bienestar que me apacigua.
En este momento me fijo que las paredes no llegan al techo. No deben tener más de dos
metros. Por tal razón escuchaba lo que ocurría un poco más allá, no lejos de esta especie de
enfermería donde me cuidan con gran esmero igual que a uno más de la familia.
Me acurrucan con suavidad. Me tapan con la sábana. Incluso la permanente primavera que
regocija con su magia sobrenatural, me besa cariñosamente en la mejilla. Esto me gusta, seguro que
me hará descansar con placidez. No he podido agradecérselo porque mis ojos se han tornado en mi
cabeza como queriendo darse la vuelta para buscar la parte de atrás.
17 Octubre, 1999
Cae recia el agua. Ha encontrado una entrada por las tejas desencajadas del viejo techado de esta casa.
Me salpica.
Escucho llover largo tiempo y mi cuerpo... no, eso no soy yo. Me he movido a lo largo y
ancho de la isla pero no. Yo no soy nada más una amalgama de carne y sangre y nervios y
articulaciones de huesos. Tampoco soy únicamente mis pensamientos. Eso no soy yo. Pero si yo no
soy mi cuerpo ni mis pensamientos, si nada de eso soy, ¿qué soy?
Niego mi cuerpo, mi mente que piensa. Incluso mi pasado. Y la conciencia es lo único que
permanece conmigo.
19 Octubre, 1999
Participo de esta oscuridad nocturna. Disfruto escudriñando sus secretos. Y cuando despunta el día
siguiente, nuevamente el femenino murmullo se convierte en la mejor música. Crece el revolotear
de los niños. Ahora sé que los hombres salen bien temprano para atender las tareas del campo.
Ordeñar las vacas y llevar al ganado a pastar son parte de sus obligaciones.
Surge el llanto de un niño. Parece que nadie lo escucha. Se perpetúa y, con gran dificultad me
incorporo en lo que parecen unas tijeras con un fino colchón encima. El niño sigue llorando con
insistencia y convencido ya de que nadie se percata del peligro que debe de estar padeciendo el
pequeño, hago un gran esfuerzo para moverme. Imagino lo peor. Casi arrastrándome salgo de la
habitación para alertarlos, y cuando los veo tranquilos con sus quehaceres les pregunto alterado con
torpes gestos si no están escuchando el llanto del niño. Se hace un silencio que corta. Todos con el
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
entrecejo fruncido y sorpresa en la mirada, como si se hubieran puesto de acuerdo, dan paso a una
tremenda carcajada general burlándose de mí. Yo no comprendo. Ni le veo la gracia al asunto hasta
que la matriarca levanta el brazo derecho señalándome la puerta del porche. Al seguir su mano y su
dedo encuentro encima de una tabla una lora de verde musgo que me observa ladeando la cabeza
mientras sigue con los sonidos aprendidos de los niños.
Avergonzado me he desplomado en la silla como el chiquillo al que han regañado por no
saberse la lección. Y cuando han terminado las bromas, me han hecho preguntas interesándose por
mi estado de salud, pero si intento contestar, mi voz se quiebra. Me excuso con gestos. Todavía no
puedo expresarme.
Frente a mí dejan un plato de arroz blanco con guacamole, cuajada, y plátano frito. Como
con muchas ganas, con cubiertos, ellos lo hacen con las manos mirándome de reojo como bicho
raro. Me asombra ver a los niños de cuatro y cinco años bebiendo café.
Y me percato que los niños todos por igual llaman a los hombres papá y a las mujeres mamá,
al margen del parentesco. Desde que conviven en la misma casa se unen más allá de la sangre. Extraño
país donde los miembros de una familia raramente crecen a la sombra del mismo árbol,
principalmente porque la pobreza y el hambre obligan a emigrar.
20 Octubre, 1999
Una sociedad que aísla al individuo jamás conocerá la solidaridad, por esta razón los países del Norte
están perdiendo este calor tan sano. Aquí no hay el problema de uno u otro. Aquí solo hay un
problema. Y este es el problema de todos. La cooperación es automática. Cada uno encuentra su
lugar. Yo no he sido nada más un enfermo. Soy el asunto de todos. Todos colaboran. Y ahora en vez
de aislarme participo del ritmo de la comunidad.
A la expresión “ducharse” lo llaman “bañarse”. Me invitan a asearme señalándome el lugar.
Me facilitan una toalla y una pastilla de jabón, pero tiritando, suficientemente explícito, les hago ver
que tendré frío... hasta que decido dejarme llevar y hacerles caso en vez de obstinarme a levantar
muros que distancian.
Sacan agua del pozo y la sazonan con hierbas aromáticas. Identifico enseguida la fragancia. La
misma que sentía durante mis desmayos. La que me parecía fantasía.
Gozo frotando mi cuerpo en medio del campo cobijado detrás de unas improvisadas planchas
de madera a escasos metros de las letrinas, rodeado de patos gallinas perros conejos pavos y cerdos
grandes como caballos. Y me encuentro mucho mejor después del baño-ducha a base de rociarme
con baldes llenos de agua y hormigas. Creo que es a partir de aquí que empieza mi verdadero viaje.
Hay algo que vive en mí y quiere salir. Algo que debo rescatar. Está ahí, muy adentro, y desde
allí me llama con la fuerza del viento. Se mueve con inquietud esta cosa entre ocasionales susurros y
ligeros tambaleos asomando ya su cabeza. Y como un niño que desarma su juguete para conocerlo,
así me encuentro yo en Ometepe.
Estoy convencido que tenía que hacerlo. Tenía que llegar hasta aquí. No solo era el momento
preciso. Interpreto que es mi momento. Esa ocasión prodigiosa que de reconocerla varía la existencia
humana.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
22 Octubre, 1999
Nos citamos a las cuatro de la madrugada en la entrada de la hacienda Santa Rosa donde se cruzan
los caminos. Yamila estudia turismo. Se ofreció a mostrarme el reservado lugar. El director del museo
de Altagracia me advirtió que llevaría encasquetada su gorra roja -Nunca se despega de la gorra
cuando va allí-.
El camión bananero sin carga deslucido por los años no ha superado los veinte kilómetros
durante el trayecto. Ha saltado por encima de los profundos baches haciéndome botar en la parte
trasera igual que un balón de básquet. En ocasiones me he golpeado contra los oxidados hierros que
un día fueron negros. Me asalta con desbordante entusiasmo el recio conductor -Un cigarro, un
cigarro... ¿tienes un cigarro español?- pero yo no fumo y con pesar no lo complazco. Espero haya
leído el agradecimiento en mis ojos cuando se marchó.
Detrás de un grupo de bueyes, Yamila sostiene un conejo que entrega a una niña luciendo
orgullosa la descolorida gorra. Se parece a todos los indígenas de la isla; baja estatura, cabellos lacios,
pómulos resaltados, piel de arcilla, grueso cuello, anchas espaldas y una cabeza plana por delante y
por detrás.
Yamila se dirige a mí con una blanca e iluminada sonrisa -Bienvenido español-. Se quita la
gorra y se la ha vuelto a encasquetar con un ligero forcejeo. Y hemos empezado a andar y andar, y
hemos seguido andando hasta el mediodía.
Durante la caminata, sus intermitentes explicaciones sobre lo que oculta debajo el reservado lugar,
han hecho amena la distancia. Una iguana nos ha seguido durante un rato. Cuando Yamila ha
señalado los árboles, aunque me ha costado al principio reconocerlos por su destreza en el arte del
camuflaje, he visto grupos de micos de cara blanca y no he podido evitar pensar lo mucho que nos
parecemos a estos animales.
A lo lejos una pareja de pelícanos nos observa desde lo alto de unas rocas. Detrás de ellos iba
a mostrarse ese lugar reservado solo para unos pocos. Y ante mí se abre majestuosa la belleza del
Charco Esmeralda, fabulosa laguna cuyo perímetro visto desde el cielo asemeja a la silueta de un león.
Por un minuto me quedo paralizado como diciéndome que yo ya he estado aquí. Creo que
ya conocía este lugar. Esta imagen se me ha revelado en algún sueño al que no di importancia ni
presté atención. Sí, ahora estoy seguro. ¡Yo he estado aquí antes!
De repente un sonido me asusta. La maleza se ha movido -Pul- dice Yamila -Pul- repite
insistentemente indicándome con su largo dedo lo que parecía ser un hombre mayor que se esconde
tras la maleza. Por lo visto pul significa perdido entre los dos cerros. Parece que hay varios PUL que
llegan por los senderos y vagan alrededor de esta laguna como si buscaran algo.
La laguna está situada en la zona sur, en un paraje encantador. Sus bordes están cubiertos de
árboles, mayormente de una clase denominada guapo que lo enmarcan como el más lindo paisaje
que colgar en una pared. Su característico tono verde es por las algas que hay en abundancia. Es un
criadero de tortugas natural. En sus aguas alberga peces de todas las especies, sobretodo anguilas.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Predominan en mayor número los patos chanchos, pero también hay diversidad de garzas y cuacas.
Es un panorama fantástico. Podría pasarme horas contemplándolo pero Yamila comienza a hablarme
de la leyenda y le presto atención a ella.
_ Dicen que debajo de esta laguna existe un mundo entero donde habitan los elegidos. El Encanto,
bajo tierra, está embrujado de grandeza. Es un mundo que se encuentra debajo de la laguna poblada
por personas y animales y toda clase de árboles frutales. Los visitantes pueden comer lo que quieran
y cuanto quieran pero no pueden llevarse nada. Se sabe que un ladrón quiso llevarse un amuleto
provisto de poderes sobrenaturales y cuando buscó el camino de regreso no lo encontraba. Todos
los caminos lo devolvían siempre al poblado. Pero seguía intentándolo una y otra vez.
Mi propio tatarabuelo estuvo en El Encanto. De la misma manera intentó llevarse algo, pero
no pudo salir hasta que depuso las cosas. Solamente un pedazo de tela roja consiguió traer para
confirmar la veracidad de la leyenda. Con esta tela hicimos mi gorra, mira...
Yamila me muestra la gorra estremeciéndose, haciéndome sentir un escalofrío que se ahoga en mi
oído mientras sigo atento a sus palabras.
_ Una noche se marchó y ya no volvió. Cuando los miembros de mi familia venimos por aquí traemos
la tela para que pueda identificarnos y nos enseñe el verdadero camino. Pero es juguetón y travieso.
Ahora nadie lo alcanza.
Los niños se encargan del aseo y el cuidado de los más mayores, porque solamente ellos
pueden verle las patas a las culebras. Ahí vive Mamabel.la, una anciana que monta a caballo, corta
leña, y limpia su platanal. Es la hermana de Mamabucha.
Son muchas las personas que al completar su ciclo acuden al Charco Esmeralda para que se les
permita la entrada.
Y sabes español, cuando el fuego silba en alguna parte del mundo es señal de que nuevos
visitantes llegan a El Encanto. Ese hombre que hemos visto antes, seguramente venía a por el aroma
de una planta que enamora a las mujeres. Otros vienen en busca de los secretos para amansar a los
bravos animales. Algunas mujeres embarazadas llegan hasta aquí para recoger las plumas encantadas
que han perdido las aves que habitan bajo el Charco Esmeralda. Las llevan al río Buen Suceso, porque
si corren contra corriente, significa que sus hijos nacerán sanos y fuertes.
Y perdiendo la mirada en el fondo de la laguna Yamila ha enmudecido.
Yo me he quedado embobado como el pequeño que escucha una fábula que le cuenta su
abuelo una lluviosa tarde de domingo. Sin duda este es un lugar misterioso que guarda algún extraño
secreto. Quizás algún día descifre alguien el enigma de tan fantástica historia.
Por la noche, recordando la leyenda he visualizado en mi mente el cuadro de Salvador Dalí en
el que un niño curioso levanta el mar para ver que se oculta debajo.
A las pocas horas de dormirme me he sobresaltado porque una mano salida de la laguna me
agarraba del pie y tiraba hacia abajo.
24 Octubre, 1999
Por ahí esta Emérita! Ella vive siempre fascinada. Y se emociona con una pelota, un grillo o un
escarabajo. Se asombra de todo y todo es una maravillosa experiencia. Los adultos nos desconectamos
del mundo y ya no entendemos de piedras, insectos, árboles. Al llegar a la madurez olvidamos que
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tan mágica es la vida. Emérita acepta sin prejuicios y disfruta sin necesidad de comprender y examinar
las cosas. Simplemente siente la vida. ¡Ni una sola vez la he escuchado quejarse por el clima! Cuando
golpea el sol, dice que la ropa se seca más rápido. Cuando llueve torrencialmente, dice que las plantas
están contentas. Me deleito con su visión de las cosas.
Creo que todavía se hace la enfadada pero sé que bromea. Cuando jugamos hace unos días,
después de subirnos al árbol para comer guayabas (una fruta que no me gustó mucho y que preferí
dársela al caballo), todos partieron corriendo para esconderse. Antes de ir en su busca, sin que me
vieran enterré todas las chinelas; sus zapatillas.
No se dieron cuenta hasta la hora de marcharnos y casi se pusieron a llorar del susto. Emérita
es la mayor de todos y la responsable del grupo. Al no ver las chinelas, temió un castigo. Aquí las
cosas tienen un valor tres veces mayor por la escasez. Para tranquilizarlos les indiqué donde estaban.
Empezaron a cavar un agujero pero yo me había confundido. Estaban un poco más a la derecha,
junto a los matorrales. Así que Emérita pensó que me estaba burlando de ella. Entonces comenzaron
los lamentos, las pataletas sentada en la arena.
Tardé en encontrarlas. Primero fueron las rojas, y luego todas las demás. Al verlas, los niños
me ayudaron a escarbar, pero las verdes, las únicas de ese color, no aparecían. Y eran las de Emérita
que se impacientó creyendo que alguien se las había llevado. Pero me salvó su hermana menor,
Shirley, justo cuando estaba dispuesta a pegarme en el trasero con una rama seca mientras recobraba
su risa cantarina que había enmudecido cuando su rostro se llenó de forzados pucheros.
29 Octubre, 1999
La finca se me hace chiquita y demasiado conocida. Me hace falta sentarme con ellos a compartir la
comida y la vida.
Los días de “celebre estancia” hice lo mismo que la gente de la comunidad: alimenté a los
animales, corté leña, limpié los potreros, cuidé el huerto, recogí cocos, molí trigo, y ayudé a
componer las cercas que los caballos derribaban.
Separábamos las piedrecillas que se mezclan con el arroz y los frijoles. Me reí, y corrí con los
niños por la playa. Les enseñé a nadar en el lago, a bailar como en España, y algunos juegos y
canciones tradicionales del otro lado del mundo. Les encantaba que hiciera trucos con la baraja de
naipes. Se divertían mucho cuando simulaba que me rompía el dedo, separándolo de mi mano ante
sus grandes ojos abiertos. Gocé. Me gustó que me implicaran en su quehacer diario. Me gustó que
me integraran en cada una de sus emociones. Tengo que volver a verlos. Necesito relacionarme con
estos entrañables nativos. Voy a visitarlos.
¡Yeah!... me gusta recorrer este camino. Me conozco cada una de estas piedras, cada uno de
estos árboles. El río Buen Suceso siempre está en el mismo sitio. Voy sobre seguro, sé que encontraré
gente afectuosa y cordial que sabe amar. Me gusta comportarme como si tuviera diez años. Me siento
bien con los niños. No olvido cuando jugamos a realizar milagros.
30 Octubre, 1999
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
A mi paso la playa se adentra en el mar como un puente de arena que se alarga penetrando en las
aguas embravecidas que se expresan con movimientos retorcidos, inventando esta curiosa pasarela
que se torna calzada que me acerca a... oh! Alguien me saluda... Es alguien que me parece un yo
mismo con su mano en alto.
Desde un principio despierta mi interés su vida errante y sin morada fija, seguramente porque yo me
encuentro peregrinando. Sé que mantiene sus ancestrales creencias conservando su propia identidad
intacta. Un millar de individuos se concentran en él. Defiende un crecimiento estable y sostenido
basado en la agricultura de subsistencia. Intuyo que pronto tendré la oportunidad de experimentar
algo maravilloso.
Me señala -Si quieres contactar con los Miskito, buscaremos juntos el Río Escondido. Una cosa es la
reserva de Nicaragua como reclamo turístico. Otra muy distinta es el reino de los miskito de selva
adentro-. Y acepto que este desconocido que se me presenta como Saúl me guíe por la jungla y me
haga de intérprete, poniéndome en sus manos completamente.
31 Octubre, 1999
El Río Escondido conocido por los nativos como río brujo, tiene su origen en Granada. En ciertas
épocas desaparece repentinamente. Al iniciar su vida en las faldas del volcán Mombacho, la fuente de
agua donde nace es afectada por la actividad que hay dentro del volcán que determina su cauce y su
rumbo.
En la selva húmeda de calor sofocante, pensé encontrarme con leones y elefantes y jirafas,
pero no estoy en África. Esto no es Zaire ni el Congo y mucho menos Kenya.
Cuando más allá de cinco jornadas el territorio se ha tornado inexplorado, se llega a un valle
que se ensancha con barrancos a los lados.
En el valle hay ganado pastando y niños recogiendo flores y persiguiendo lagartijas y
saltamontes. Las vacas gigantes levantan la cabeza. Los toros de ojos feroces y cuernos retorcidos nos
miran. Búfalos inquietos quieren comenzar una estampida. Pero animales que pueden pisotear a un
hombre de tres metros hasta arrancarle la vida se dejan amedrentar y apalear por niños que no les
llegan al hocico.
Uno de los niños que cuida un rebaño de ovejas corre a nuestro encuentro. Al llegar donde
nos encontramos sacude la cabeza para apartar la melena de su rostro ovalado. Creo que conoce a
Saúl. Sus ojos son dos topacios encendidos. En su mano agarra una caña de bambú alargada que suelta
para tomar mi mano y tirar de mi brazo. Saúl asiente con su mirada y yo me dejo llevar.
1 Noviembre, 1999
Antes de entrar en la zona donde está instalada su aldea, viene corriendo otro niño para darnos la
bienvenida. Tiene cicatrices blancas en brazos y piernas, aparentemente mordiscos. Se sitúa a nuestro
lado y camina como si nos escoltara.
Al llegar junto a una roca en forma de obelisco nos pide la contraseña un tercer niño de rostro
simpático dirigiéndose a nosotros de manera peculiar. Se trata del centinela que postrado en los
alrededores de su comunidad concede o prohíbe el paso.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Saúl me indica que me toque con la punta de los dedos los hombros en señal de asentimiento.
Por lo visto ha preguntado si estoy preparado para lograr superar la maldad que hay dentro de mí. Y
me comenta Saúl, poniendo sus manos en mis hombros con fraternal gesto -Todos los pueblos
malvados se autodestruyen. Sin la comprensión del quinto elemento, no puede existir una
organización duradera. Pero no debe obligarse, ni forzarse a nadie, porque tarde o temprano habría
rebeldía y revolución. Existe una sola forma universal de organización. La que ha permitido
permanecer a esta sociedad intacta con la capacidad de perpetuar la supervivencia que sólo se garantiza
cuando se acerca al forastero a su voluntad de evolucionar. Debe el visitante desear su crecimiento.
Por esto, amigo, si pretendes tomar un contacto real con ellos, debes partir de la intención misma
de no dejar salir la maldad que hay en ti. Todos por igual y sin excepción la llevamos dentro. No hay
que permitir que salga fuera, aprendiendo a convivir con ella. Por el contrario, el amor que yace
dentro, debe empujarse hacia afuera para compartirse y regalarse con generosidad-. A continuación
Saúl me abraza por largo tiempo. Y al abrazo se suma el centinela aportando un aire místico al acto.
El niño de ojos de topacio los cierra y respira profundamente extendiendo los brazos al cielo
con las palmas abiertas. Igualmente lo hace el que nos escoltaba.
Las palabras de Saúl me dejan muy intrigado. He pasado en la selva húmeda con él en
permanente silencio mientras ardía el fuego y cocinábamos y cenábamos y de repente, semejante
discurso entorno al amor y la maldad. Empiezo a estar preparado para cualquier cosa, pero confieso
que me ha chocado su elocuencia después de cinco días de total parquedad.
Y me ha chocado porque a los niños pequeños se les enseña que no son malos. Yo sabía que
tenía un lado bueno, pero desconocía el hecho de disponer de un lado malo. Pero más me sorprende
el aviso del centinela –Antes de adéntrate en nuestro mundo debes comprometerte a eliminar los
quiero y los no quiero o no podrás entrar jamás, aunque desees hacerlo y permanezcas con nosotros
largas lunas. Añade el niño que abre sus ojos bajando sus brazos –No esperes nada y no te sentirás
defraudado- y sus dos grandes topacios parecen brillar más que antes. El escolta también desciende
sus brazos muy lentamente.
Obligar por la fuerza, ni que sea de manera indirecta, condicionado con suavidad, es
considerado por esta comunidad un sin razón estéril -Un acto incivilizado y violento-. Me lo aclara
Saúl durante el atardecer. Me dice que la libertad humana es algo sagrado -Tanto la libertad propia
como la libertad ajena –puntualiza-. Obligar es un término que no existe en la comunidad. Cada
persona es valiosa y respetada por alguna cualidad. "Por la fuerza" es destruir, es un acto malvado; un
violar la Ley-. Y me advierte -Si no se conoce lo malo, ¿cómo podría disfrutarse de lo bueno? ¿Cómo
se sabría que lo es?-. Pero valorar lo bueno y lo malo... me pregunto en silencio, ¿bajo qué premisas?
3 Noviembre, 1999
Los tres requisitos indispensables que deben cumplirse simultáneamente para obtener un mundo
perfecto según el sentir de esta comunidad, son: conocer la Ley Fundamental del Universo, practicar
y mantener la Unidad, y organizarse a través del flujo cósmico. Pero después de tres días en esta
especie de campamento compruebo que su nivel de desarrollo es bastante obvio, es decir, no existe.
Sin atreverme a decirlo en voz alta, pienso que son un pueblo pobre en un país tercermundista.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Un grupo de jóvenes que juegan cerca parecen haberme escuchado. Han dejado de reírse.
Detienen secamente su juego. Me miran incomodándome y, al unísono dan dos palmadas que
coordinan magistralmente y se vuelven de espaldas a mí.
No sé qué quieren decirme. Quizás sea un ritual. Hago lo mismo. Doy un par de palmadas y
me doy la vuelta quedando de espaldas a ellos. Y cuando me giro Saúl se acerca por mi flanco derecho
para rectificarme con un gesto -Son tres- me indica con sus dedos estirados. Debía dar tres palmadas
si pretendía excusar mi comportamiento.
Una vez hecho esto, todos han recuperado su actividad como si nada hubiera sucedido.
Desconcertante.
Saúl me traduce el incidente -Es tu imaginación desbocada y sin control la que puede matarte
de terror porque es capaz de inventar demonios donde solamente hay un buen amigo. La realidad
puede ser sencilla y hermosa, y también nuestros monstruos internos. Solamente hay que
apaciguarlos hasta domesticarlos-. Pero sus parámetros no encajan demasiado bien con los míos.
Yo sé que las armas se vuelven contra aquellos que las usan. Conozco el dicho: "Siembra
tempestades y recogerás huracanes", pero desconozco este principio que propugna la comunidad en
su educación más elemental, por medio del cual, el desarrollo emocional por delante del desarrollo
intelectual, produciéndose el distanciamiento con la violencia que para ellos indica un acto de
violación de la Unidad.
Desde hace siglos mantienen que es la vanidad quien apaga la luz del alma y es caldo de cultivo
para la maldad.
5 Noviembre, 1999
Me tienen bien desconcertado.
Sus días son jornadas de treinta y cinco horas.
Trabajan descansan comen y duermen cuando tienen ganas, tanto de día como de noche.
No circula una moneda de cambio. Se intercambian cosas por cosas, trabajo por trabajo,
afecto por afecto, un objeto se devuelve con otro objeto similar. Pero hasta que no lo sienten de
verdad no lo entregan. El intercambio nunca es inmediato.
Piensan constantemente en la mejor manera de intercambio.
Y cuando existen incompatibilidades entre algunos miembros, antes de que crezca el
malentendido, corren a regalarse algo, lo que sea, preferiblemente algo útil y práctico. Esto marca
una gran diferencia con mi sociedad donde más que acercarnos, nos alejamos por absurdos prejuicios
y repentinas patochadas.
Estos indígenas, ya sean grandes o pequeños, hombres o mujeres, se ven relajados y sonrientes.
Son atentos, agradables, amables. Se interesan por mí. Me ayudan a comprender sus peculiaridades.
En una palabra: esta gente me respeta. Lo veo es sus ojos. No tan sólo en su trato. Su actitud los
honra y su comportamiento me honra a mí.
Viven humildemente pero con alegría, cercanos a la felicidad a la que ellos denominan dicha.
Viven sin ansia ni angustia. Sin pasado ni futuro disfrutando del "ahora mismo" porque hoy... hoy es
un día muy especial para todos ellos y cada instante ¡magnífico!
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
¿Qué eres? Me pregunta un niño. Y a continuación, le respondo sin contemplaciones: este
momento. He aprendido la lección.
7 Noviembre, 1999
Un hombre requiere de mi atención absoluta.
No me ha dicho nada desde que aparecí en su comunidad, pero el modo en cómo me
observa...
Veo su necesidad de intercambio. Su nombre es Oküli, un anciano de labios apretados y honda
voz. Su aspecto es saludable y jovial, pese a la barba descuidada y su largo cabello blanco que amarra
con hilo de nylon confeccionando una tupida cola que deja sobre uno de sus hombros. Tiene los
ojos llenos de paz. Todo su rostro dibuja sonrisas que lo dotan de una agradable bondad. Y parece
como si perteneciera a otra raza o familia o grupo tribal.
He sabido que es un exorcista, una especie de vaticinador, igual que un mago, astrónomo a la
vez que astrólogo, y también adivinador y médico cirujano. Un hacedor de lluvia de viento. Un
encantador que llama a los milagros. Un sacerdote, orador, maestro, y un guía para todos los
presentes, consejero y depositario de innumerables secretos, promotor incansable de los hábitos
universales.
Es un hombre de opinión justa y determinante y su mensaje es imprescindible para el jefe de
cada clan familiar de los distintos departamentos que reclaman su confirmación sobre cualquier acto
trascendente.
Me han asegurado que su sabiduría llegó del Gran Fuego que se posó sobre el mar dejando
que su arte caminara hasta la orilla para el bienestar -Nunca para la destrucción- señalan.
Es quien encuentra los objetos perdidos. Y creo que me observa porque me siente un ser
desamparado y desarraigado y por ello me dice desde lejos, acercándose con parsimonia y su mirada
serena –Nosotros no padecemos la maldad porque no la dejamos salir. Vive en cada uno de nosotros.
Cada uno asume y carga con su porción individual pero la comunidad no se mancha de suciedad.
Nosotros no sufrimos porque la ignoramos. Esto sucede una vez hemos contemplado sin miedo su
amargo y feo rostro-. Y frente a mí, ante mi perplejidad, por haberlo escuchado aún estando a diez
metros, se limita a poner sus manos a los lados de mi cabeza apretándolas fuertemente contra mis
orejas cerrando a continuación sus ojos de paz.
Permanece largo tiempo sumido en una especie de trance durante el cual, he padecido un
calambre que me ha recorrido por todo el cerebro. ¿Qué me hace?
_ No hay que extraer el mal; no debe intentar arrancarse. Solamente hay que dejarle que se relaje. Si
lo sacamos otro lo utilizará. Mantenerlo guarecido, adormilado, porque si lo movemos se
enfadará y luchará exigiendo ejercer su finalidad.
Y como si mi mente abriera un armario viejo me digo... La maldad puede alimentarse y engrandecerse
o aceptarse con resignación, engañándola mediante la acumulación de actividades positivas. En el
armario un cajón...
El bien, nace del mal, de su pleno conocimiento.
9 Noviembre, 1999
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Plataforma Ciudadano Cósmico
CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
La experiencia de la creatividad es una entrada en lo misterioso. La técnica y el conocimiento,
simplemente son herramientas. La clave radica en abandonarse a la expresión de la energía que habita
nuestra alma. Esta energía no tiene forma ni estructura y, sin embargo, todas las formas y estructuras
posibles surgen de ella.
11 Noviembre, 1999
¡Ya lo entiendo! La creatividad es la cualidad que se pone en aquello que se hace. Por lo tanto, es una
actitud. Ok. Es un enfoque que parte desde el interior… y una voz profunda retumba: no todas las
personas pueden ser deportistas. No hay necesidad. No todas pueden ser cantantes, el mundo sería
horrible si todas las personas fueran cantantes o profesores o matemáticos o cocineros. No hay
necesidad que todas las personas sean poetas. Pero todo el mundo puede ser creativo. Hagas lo que
hagas, si lo haces amorosamente, y si el acto de hacerlo no es exclusivamente económico, entonces
es creativo.
Si la actividad consigue que se origine algo en el interior, si te impulsa a evolucionar,
es espiritual, y se trata de una actividad que innova. El verdadero asunto consiste en
permanecer abierto a lo que se quiere expresar a través de ti. La lección que he
aprendido es que no poseemos nuestras creaciones. No nos pertenecen. Somos
instrumentos de la providencia. La verdadera creatividad surge de la comunión con
la energía cósmica (con todo lo que es místico y desconocido). Al participar de esta
fuerza vital se celebra un gozo para el creador y el resultado es una bendición para
la comunidad. La creatividad te vuelve más espiritual. Si Dios es el creador, cuanto
más creativos nos volvamos, más divinos seremos. ¡Ama aquello que haces! ¡No
hagas nada sin amor! ¡Disfruta haciendo lo que sea que decidas hacer!
15 Noviembre, 1999
No hay duda de que conservan sus raíces y concepciones tribales como partes irrenunciables de su
propia identidad cultural, autóctona y autónoma, plenamente identificada con su inseparable hábitat
que satisface todas sus necesidades vitales.
Son dueños de sus propios valores y motivaciones. Poseedores por derecho natural de una
tierra que ha sido suya desde muchos siglos antes de la intromisión europea. Y han logrado subsistir,
aun cuando los bucaneros y los corsarios merodearon por esta parte de la Costa Atlántica.
Al igual que entonces, hoy se conservan como una sola unidad social inmunes a cualquier
tipo de invasión. Desentendiéndose. No aceptando límites, más que los que dictan e imponen las
necesidades. Diseñando y modificando las fronteras a su gusto sin adoptar un mapa fijo. Prefieren
una geografía cambiante y flexible. Y son dueños por derecho propio de un territorio que dibujan a
su antojo sin arrogancia ni presunción.
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Plataforma Ciudadano Cósmico
CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Esta tribu indígena tiene una singular relevancia. Se mantiene en el anonimato sin llamar la
atención. Da la bienvenida al forastero, pero no va en busca de él. Con suma discreción, viven y dejan
vivir a los demás pueblos. Respetando, porque saben que la paz es el respeto a lo ajeno.
Es un grupo repleto de simbolismos. Gente buena enclavada en una geografía inhóspita, dura,
caliente, lluviosa, rodeada de pantanos.
Son una sociedad de clanes familiares dispersos no regidos por una única cabeza visible, si no
por El Consejo que en ocasiones termina en multitudinaria asamblea. Todos pueden participar. Las
deliberaciones están abiertas a cualquiera que quiera intervenir, sin embargo, nadie podrá cuestionar
la decisión de no haber asistido para exponer su opinión. Incluso me ha dicho la mujer de Oküli que
parece que no sea de su misma raza o condición, que curiosa pareja hacen, mientras le sacaba las
vísceras a un buey, que los más pequeños de la tribu también siguen algunas deliberaciones y en una
ocasión, fue la palabra de un pequeño de ocho años la que le dio la vuelta a una situación compleja
-Proporcionó con su ingenuidad una nueva perspectiva, y desde ese punto de vista innovador, halló
la solución a un asunto que llevaban días intentando resolver –dijo, sonriendo.
Estos indios viven bajo una casi perfecta igualdad. No hay ricos ni pobres entre ellos, ni existe
competencia por acumular riquezas, no necesitan paliar esa hambre innegable y permanente que las
posesiones o la fama no pueden aplacar. Un hambre voraz que azota la mayoría de los países del
planeta.
16 Noviembre, 1999
Tienen una peculiar forma de escribir, y también de contar. No creo que su medida sea numerológica,
más bien parece simbólica. Me recuerda a las inscripciones egipcias o mayas.
Se ungen con resinas y se perfuman con flores silvestres. Algunos se tatúan el rostro y los
cazadores el torso.
Las sandalias que utilizan son de piel de jaguar. He visto un jaguar entre la maleza. Se movía
por la selva a la par que yo hasta que me percaté. Se quedó quieto. Me miró al interior de los ojos
hasta punzarme el alma y... me desmayé.
19 Noviembre, 1999
Preparan y conservan los alimentos en vasijas de barro. Las ollas jarras platos y vasos, tienen
decoración. Todo está moldeado a mano. Nunca encuentras dos objetos iguales. Cada artista tiene
su propio estilo. Aquí no existe la fabricación en serie ni las cadenas de montaje. No existen los
objetos de metal. Producir no es importante. La calidad está por encima de la cantidad. Y la
originalidad se ensalza.
La base es la arcilla que disponen a su alrededor. Para eliminar la graba del barro y lograr
mejores piezas, usan sustancias como el polvo de roca volcánica, arena caliza y cuarzo, además de
algunos plantas y polvo de conchas de animales. Los objetos son cubiertos con una capa de engobe.
Son casi todos monocromos, color crema, negro o rojo anaranjado.
La tortuga verde es realmente sabrosa y muy abundante y fácil de capturar. Ya me lo había
advertido el anciano indio Chorotega en Ometepe, y, tenía razón.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
En estos bosques hay una gran cantidad de monos que pueden cazarse a voluntad. Su carne
rica en proteínas se me revela como un manjar que ingiero sin ascos ni remilgos.
20 Noviembre, 1999
La caza es muy abundante en esta parte de Nicaragua escasamente habitada. El indígena demuestra a
cada paso que es un excelente cazador. La agudeza de sus sentidos es maravillosa y nada escapa a sus
ojos ni a su olfato. Perciben la presa a varios metros de distancia. Cada ruido es advertido y
comprendido al instante.
Me impresionaron cuando los acompañé a una expedición, incluso los adolescentes profanos
predecían el movimiento que aún no había llegado advirtiéndome de lo que ocurría detrás del
matorral o en la cima del árbol.
Otro elemento de su habilidad es la seguridad en la dirección de donde procede cualquier
sonido que se escuche en la selva, que es estimado con gran exactitud. Y a los ancianos no parece
disminuirles por cuestiones de edad la persistente sagacidad con la que persiguen a sus presas a través
de la espesa vegetación.
21 Noviembre, 1999
Cada uno de los miembros de esta comunidad denota profundidad. Todos sin excepción parecen
ocultar un abismo interno. Pero su luminosidad me inquieta. Ese punto extraño en medio de su
frente ¡me intriga!
Hasta la fecha no he visto un solo conflicto. Y me pregunto: ¿por qué se producen los
conflictos? Y me escucho decir: porque actuamos en función de las diferencias respecto a la otra
persona en vez de hacerlo desde las muchas coincidencias. Las diferencias, como hecho natural, son
un elemento positivo que enriquece. El conflicto nace cuando pretendemos obligar a los demás a
pensar y actuar como a nosotros nos gustaría, como a nosotros nos parece que deben hacerlo. El
problema viene cuando se invade lo ajeno y el otro percibe una amenaza en forma de ofensa directa
a su dignidad. Así comienza la disputa. Le sigue la contienda y la guerra.
Cuando dos hermanos pelean el asunto deja de ser una cuestión domestica y pasa a ser un
asunto de la comunidad, porque todos los niños y niñas pelean cuando dedican su atención al
conflicto en vez de dedicar su atención al amor. Y si persiste semejante actitud a los pocos años serán
la personificación de la guerra y cada miembro... la comunidad entera debe impedirlo, pero allí donde
habitas tú está la televisión para fomentar el golpe que hiere. Ahí está metida en la caja del salón la
palabra que golpea por falta de amor. Demasiados adolescentes pasan demasiadas horas sin dirección
ni supervisión. Incontrolada su educación. Solo videojuegos e Internet... ¿quién habla?
23 Noviembre, 1999
Aquí no existen los problemas, o eso me parece a mí.
Y abordo a Saúl en busca de una explicación, porque aun hablando muy poco, cuando se
decide a hablar lo hace pleno de saber –Ellos tienen desafíos, no tienen problemas. Quieren que llueva
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
para favorecer su cosecha pero si no llueve no se lamentan. Su desafío es el alimento. Y en tales
circunstancias pueden competir por su puntería con el arco y la flecha cazando por necesidad- pero
hablándome como me habla siento curiosidad. Apenas lo escucho, pero he oído bien cuanto ha
dicho.
Saúl no ha movido los labios y sin embargo, le he comprendido. Lo sentía. Sentí decirle –Tu
mejor caza todavía está por llegar... observa lo que en verdad tienes que observar-, ¿qué?
24 Noviembre, 1999
No hace falta observarlos largo tiempo para deducir que los sentimientos no son para ellos
inclinaciones fugitivas ni sensaciones que se experimentan tan sólo durante un rato.
Llegué a estar convencido en mi juventud que los sentimientos eran algo "primitivo", algo
inferior, de clase baja a nivel social. De gente inculta, además de vulgar. Por tal motivo los sustituí
por el pensamiento tenaz, por un raciocinio desprovisto de sensibilidad, un abrigo de plomo que me
aisló. Pero comprendí en Ometepe que si no los recuperaba elaboraría teorías que justifican la
agresividad, el terror, la deshonestidad, la destrucción, y, en verdad así es mi sociedad; una aturdida
comunidad donde se crían niños enojados inseguros y confundidos que ponen en peligro de
extinción a toda la humanidad. Esos pensamientos tan "inteligentes" y esas teorías tan "brillantes"...
creo que nos van a aniquilar. Y es viendo a esta gente que me doy cuenta.
El esfuerzo desmedido e infatigable que empeñan las mal llamadas sociedades civilizadas en lo
tecnológico aquí es desconocido, no tienen ese ímpetu por la ciencia y la técnica. O lo conocieron y
comprobaron su inutilidad desechando tan negativo hábito.
Para ellos “civilización” equivale a esterilización.
27 Noviembre, 1999
Mi testimonio. Me digo a mí mismo: tú no eres un rebelde!! No soy una persona sumisa. Tampoco
soy un individuo inconformista que lucha con algo o contra alguien. Simplemente soy salvaje, eso
es todo. El salvaje no necesita romper las cadenas de los represivos condicionamientos de la sociedad,
ni desembarazarse de las opiniones de los demás. Se hace a sí mismo partiendo de todos los colores
del arco iris que alberga su intimidad. Surge tras desenterrar la única asignatura pendiente, y, con
voluntad consciente, se desarrolla desplegando sus alas para elevar el vuelo de su genuinidad. Es así
como descubro mi propia naturaleza verdadera, la esencia misma de mi auténtico ser. Estoy
determinado a vivir de acuerdo con esta significación que es “lo singular de mí”. Soy un ejemplo que
desafía las normas de lo cotidiano. Me gustará invitar a otras personas a que sean lo suficientemente
valientes como para que asuman la responsabilidad de lo que son, existiendo en armonía con la Ley
Fundamental del Universo. Que no se apague esta antorcha que he prendido. Iluminará la oscuridad
de nuestra civilización que se derrumba. Pero… qué pasa conmigo, ¿ahora tengo complejo de Mesías?
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Un gran número de personas desprecian a quienes “nos conocemos por dentro”. Nos
tildan de arrogantes o prepotentes porque transmitimos seguridad. Eso los incomoda.
¿Por qué tantas personas se sienten amenazadas? Me dirijo a los más jóvenes y
adolescentes, todavía curiosos y valientes. Comparto con vosotros esta fuerza vital,
este poder o aura, magnetismo o carisma, no importan las etiquetas. Al final, somos
personas que hemos sido capaces de salirnos de las prisiones de los patrones. Desde
aquí tiendo la mano amiga a la “generación cósmica” para que no entren en estas
arenas movedizas de un sistema social depravado y corrosivo para la raza humana.
¡No os dejéis esclavizar! ¡No os volváis otra pieza más de la maquinaria que gobierna
el mundo actual! ¡Alentad vuestra genialidad! Descubrid lo que guarda el interior de
vosotros, en vez de atender las distracciones del exterior. No permitáis ningún tipo de
interrupción en vuestro viaje espiritual.
29 Noviembre, 1999
Esta gente nunca se aburre. Cuando su corazón no busca actividad, antes de agotar su cuerpo, se
recogen a meditar junto a la gran cascada donde estoy ahora.
Viene a mi encuentro Saúl acompañado del mismo niño que me dio la bienvenida. Y me ruega
nuevamente el mismo compromiso que me solicitó como centinela. Añade otra cosa que Saúl me
traduce -Mata tu ego y pertenecerás a nuestra comunidad. La comunidad tiene una sola identidad y
esto es lo que le da estabilidad. En un grupo no puede haber estabilidad sin estabilidad individual.
Hay libertad cuando no se condiciona-. Y Saúl añade que se me brinda una oportunidad. Me señala
que es un gran privilegio acceder a la Unidad.
Parece que este pueblo ama su inevitable destino social que no es solamente una tendencia
que se ha puesto de moda.
El Ego es una falsa idea de nosotros mismos, un Yo falso y engañoso. Ya lo sabía. Pero día a
día me enseñan a comprender que mientras mayor es el Ego, más importantes nos creemos con
respecto a los demás. Del orgullo a la vanidad hay solamente un paso y probablemente tienen razón.
Entiendo su mensaje.
El Ego nos hace sentir autorizados para menospreciar dañar dominar y utilizar a los demás.
Incluso para disponer de sus vidas coartando su libertad.
Me están dando una nueva perspectiva sobre el asunto al mostrarme como el Ego es la barrera
para el amor, porque nos impide sentir ternura, cariño, afecto, en definitiva: amor verdadero e
incondicional.
Yo sabía que el Ego puede llegar a insensibilizarme de la vida al estar alimentado por falsas
ideas en cuanto a la concepción sobre mi propio ser, y también en relación a las personas que me
rodean. Lo sabía, pero nada hacía por cambiar esta lectura.
Pero no únicamente yo me equivoqué. Mi sociedad se ha equivocado. Ha edificado sobre
falsas ilusiones acerca de la demás gente como colectivo. Se ha construido en erradas y subjetivas
apreciaciones sobre la existencia humana. Hay demasiados Ego-istas, personas que se interesan
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
únicamente por sí mismas; que ni aman ni se aman. Demasiados Ego-latras, personas que no adoran
a nadie más que a sí mismos; que ni se conocen ni desean descubrirse a los demás. Demasiados Egotistas, personas que hablan continuamente de sí mismas; que ni miran a los demás ni se han visto
nunca a sí mismos por dentro. Igualmente hay demasiados Ego-céntricos en mi sociedad, personas
que creen, convencidos, que el mundo gira constantemente entorno suyo y permanecen estáticos.
Jamás han visto ni apreciado los movimientos de los demás. Yo mismo he sido víctima de mi propio
Ego en cada una de estas opciones. Pero afortunadamente las abandoné. Renuncié a todas en la
venerable isla de Ometepe.
Comprendo que la evolución humana consiste en la disminución del Ego hasta la erradicación
total. Por eso esta gente vive en el amor fraternal, porque lo sienten así, y porque dejan que fluya.
Realmente ¡sí puedo formar parte de su comunidad! Es mi decisión. Tengo una gran oportunidad
que debo aprovechar. Me siento afortunado por el mérito. Estoy decidido a trabajar.
Y el niño asiente con la cabeza, sonríe mientras frunzo el ceño y ladeo la cabeza con mirada
interrogativa, ¿ha sabido de mi decisión sin que se la cuente?
30 Noviembre, 1999
Se organizará en la tarde una curiosa competición por grupos, pero Saúl me indica que al grupo que
mejor realice la actividad no le darán ningún premio.
Cordial y atento, mientras la gran cascada no se detiene, me complace sin que tenga que
pedírselo. Intuye mi voluntad de participar y mi necesidad de integrarme a la comunidad, me explica
–Ellos no comparan nada. Aprenden y se divierten sin humillar a los últimos. No hacen crecer el Ego
a los primeros. Todos son iguales en potencial, aunque lo administren con distinta intensidad- y la
sensación de que se le diluye el rostro alberga en mí cierto espanto.
Y cierro los ojos. Me tapo los oídos. Continuo sintiéndolo -Querer ganar es pretender ser más
que los demás, es procurar elevarse presuntuosamente por encima de nuestros semejantes. La
competencia absurda es fruto del egoísmo y esto provoca división: separación-. Saúl está en lo cierto
otra vez. Yo mismo conseguí mis mejores calificaciones cuando no luchaba contra nadie si no cuando
intentaba superarme a mí mismo intentando hacerlo mejor que la vez anterior. Cuando evité
enfrentarme a los demás es cuando superé mi propio listón.
Debo saber dónde está el listón. Cuando estoy preparado para saltarlo y sobrepasarlo y cuando
para volver a elevarlo un poco más. Y en esta etapa de mi existencia es momento de elevar el listón.
Me digo que para perpetuar el amor fraternal contribuyendo a forjar un mundo mejor en una
sociedad más evolucionada, no debe hacerse desde la confrontación que obliga a la existencia de
vencedores y vencidos, sazonando de avaricia la pugna por una mayor cuota de poder, porque es ahí
donde se encuentra la semilla maldita que origina la guerra y la destrucción.
Le pregunto a Saúl, ¿qué ocurre cuando nadie se interesa por prosperar, cuando no se persigue
el progreso, el ir un poco más allá del grupo, de las normas, de las tradiciones y las etiquetas, aunque
sea pasando por encima del ignorante, del cobarde, del ocioso?
Quiero saber si debe provocarse el enfrentamiento estableciendo la base para una
competición, pero no entiendo su respuesta. Me quedo completamente atónito.
¡No escucho mi propia voz! Pero he hablado...
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Mis labios no se han abierto para nada y sin embargo estoy completamente seguro de haberme
dirigido a Saúl.
La prueba es que gesticula, me señala... el niño se levanta alargando la mano izquierda con la
palma extendida hacia mí y lanza una especie de aullido al que se suman todos los demás miembros
de la comunidad que vienen corriendo a nuestro encuentro para dirigir un prolongado y al unísono
sonoro ¡AEEOOOUUUUMMMMMMM!
De todas partes llegan más miembros de la comunidad que aspiran y expiran al mismo tiempo
como poseídos. ¿Qué ocurre?
Saúl dice ahora en voz alta alzando los brazos al cielo -Ha comprendido. Está preparado. Es
uno de los nuestros- al tiempo que dirige su dedo pulgar de la mano derecha a su frente justo entre
las dos cejas. Y con movimientos circulares en sentido contrario a las agujas de reloj recita una antigua
plegaria.
Estamos celebrando el rito de mi iniciación sin apenas haberlo dispuesto.
Y al poco me encuentro atravesado por una resucitada energía que me electrifica.
Dos hermosas mujeres entradas en años con mirada limpia y delicadas manos me desnudan
por completo, dejándome justo donde me encuentro, en el centro del grupo al cual se van añadiendo
los últimos miembros de la comunidad de los miskito de selva adentro.
Sin prisa se van reuniendo los que faltaban a mi alrededor para formar una circunferencia que
se rodea a sí misma ensanchándose, engullendo árboles, tiendas y hamacas en forma de espiral.
Saúl me indica que escarbe, que siga haciéndolo hasta que me avise.
No hay tambores, solamente se mantiene suspendida en el aire esa peculiar vibración sonora
que proviene de las entrañas de cada uno de ellos ¡AEEOOOUUUUMMMMMMM!
Me detengo cuando me lo ha indicado Saúl, dejando el enorme agujero al descubierto. Me
dice sin hablar -Entierra tu rabia- cerrando los ojos como si quisiera apagar el mundo.
Yo no sé exactamente a qué se refiere con esto de enterrar mi rabia. No entiendo bien, pero
creo que sí, que efectivamente dejo caer algo enfermo en el agujero.
Tomándome por las manos que me atan a la espalda, dos ancianos de vigoroso paso me acompañan
hasta lo alto de una montaña desde la que se divisa un fantástico panorama, ¿me van a lanzar? ¿Voy
a despeñarme y eso es todo? Porque a mis pies se encuentra un impresionante precipicio del que es
imposible adivinar su final. Y se trata de un final que queda oculto, es oscuro y parece insondable.
Me invitan a gritar antes de marcharse -Enfurécete y escupe todos los excrementos hasta
vaciarte por completo de ira y odio-. Y como perturbado por una histeria sin igual, con las manos
atadas a la espalda, vocifero toscamente descargándome durante horas y horas soltando arrebatos de
cólera enclaustrada y retorcida.
He seguido gritando hasta que aparece la luna y me quedo sin voz, y a continuación, sin un
ápice de aliento.
A mi espalda la luz del amanecer.
El calor del sol trae una mañana nueva. Y cuando los rayos me han dado de lleno en la cabeza,
justo en el momento que me tambaleo mareado y abatido me percato de que ya vienen a buscarme.
Y compruebo que no es así.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Se trata de un mapache que corretea. ¡Resisto en pie!
Un joven apuesto y su linda prometida me desatan las manos mientras confiesan –Como la pareja
más reciente de la comunidad que somos, sentimos un gran honor por llevarte a la fuente de la vida. Así se refieren a la gran cascada -El salto de agua sagrado donde lavar tu suciedad– exclama Sául que
está con ellos dos pasos más atrás.
Y descendemos la montaña abandonando el precipicio lleno de mis gritos y toda la basura que
acarreaba.
Estoy en lo alto de un saliente flanqueado por dos adolescentes que me sostienen por las axilas bajo
la presión del agua que cae con fuerza, constituyen la promesa de una nueva pareja que reúne ambas
razas que conviven desde tiempos inmemoriales y sin esperarlo, me empujan al abismo y caigo con
todo el peso de mi cuerpo muerto notando como el viento me atraviesa en lo que parece un
recorrido de cien años antes de estrellarme contra el radiante turquesa del lago.
Y siento en mi espalda el chasquido de la dentellada.
¡Mis músculos no me responden!... me hundo, no hay fondo, me falta el oxígeno, pequeñas
burbujas salen de mi boca... la maldad no sabe bucear. Realizo horribles contorsiones bajo el agua en
un precipicio que se ahonda. No siento mis piernas. Agito los brazos. No se mueven...
Pero aquí están dos adultos que descienden intentando asirme para elevarme en el aire
trinando de mí para que pueda salir a la superficie. Y me ayudan a llegar a la orilla al tiempo que la
tribu reunida corea –Se vuelve ser, se vuelve humano... ¡corre la voz en el altiplano! Aquel que fuera
nuestro invitado, prisionero, por fin se ha liberado, ¡se liberó por fin nuestro hermano!-. Ha resonado
como eco en las montañas.
La selva sonríe. El pueblo que la habita ríe, y en el cielo abierto se solidifican lágrimas de una
estrella.
Aguardan con sus caras embadurnadas de pintura amarilla. Grita Oküli:
_ Aquel que padeció dolor, ansia, y mansedumbre, encuentra el sendero buscado. Halla el camino
como hermano y se vuelve con nosotros ciudadano cósmico.
Me dejan caminar a solas acompañando mi paso sin que lo sepa, cantando. De la misma manera
cantaron cuando estaba sumergido a tres o cuatro metros bajo el agua, ¿o eran súplicas?
Escuché. Lo sé. Y al salir a flote jadeante y sobrecogido murmuré para mis adentros: ¡Como
ama la vida a esta raza!
La más furiosa y feroz lucha contra mí apenas comienza.
Encienden una hoguera encima de una enorme piedra plana de pizarra cuyas llamas son de un ligero
azul pavón.
A su lado están todas mis pertenencias: mi mochila, mi diario, mi cámara de fotografiar, mi
ropa, las botas y un frasco de repelente para los insectos. Todo cuanto tengo en este mundo está
apilado junto a la hoguera.
Y sin que tengan que decirme nada comprendo cual es la acción requerida.
Una a una lanzo mis cosas y observo como se consumen lentamente en el centro de la
hoguera.
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Plataforma Ciudadano Cósmico
CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
El silencio es absoluto. Chispea el fuego. Entro en trance.
Con extraños harapos sobre el cuerpo semidesnudo divide Oküli el fuego en cuatro partes y
se mueve entre las llamas compulsivamente como si hubiera perdido el juicio.
Se agacha, toma una brasa y la encierra en su puño que alza para volver a agacharse y dejar la
brasa en la hoguera.
Se levanta erguido contorsionándose mientras parece balbucear un lenguaje antiguo con seres
invisibles que le acompañan.
Es la primera vez que mujeres y niños pueden asistir al acto. Han sido inducidos a participar.
Y pueden implicarse en el permanente compromiso.
Y cada uno a su manera me transmite la certeza de la inmortalidad del alma sin morada fija.
Y al igual que un nómada que se exilia, me exilio del cuerpo y viajo.
Y me acompañan en grupo a otro sitio escogido para esta ceremonia.
En este momento he podido ver duendecillos del tamaño de un niño recién nacido. Me parece
una señal de buena suerte.
No sólo miro, ahora... ¡veo!
El proceso mediante el cuál los sentidos ejercen su función presenta varias facetas: la recepción de “la
señal” que viene de fuera para excitar el órgano del sentido, la transformación de la información en
un impulso nervioso, el transporte y la modificación que experimenta “ese mensaje” para, finalmente,
dar al organismo una sensación emocionante.
Antes yo tenía el canal obstruido. Ahora distingo una magnífica silueta multicolor que mis
pupilas descubren desde la percepción sutil. Aprecio la radiación que emiten los órganos vivos de
cualquier especie. ¡Soy receptor!
Y si dispongo igual que ellos del tercer ojo, esto es posible porque mi mente y mi corazón se
han fusionado despertando mi conciencia, eso soy yo ¡todo yo conciencia!
Cuando el pensamiento deja de ser pensamiento y se convierte en permanente diálogo con
uno mismo desde el corazón... surge la conciencia.
Me siento como el bebé de tres meses que acaba de descubrir que tiene manitas y se las mira
frotándoselas para exclamar, ¡son mías!
Veo el incendio que recrea las oportunidades de la aurora boreal. ¡Distingo el aura humana!
Parece como si se agruparan por colores. Son diversas las gamas de los niños de tonos pastel.
La intensidad varía. Varían los tonos opacos de los guerreros con los que salí a cazar. Percibo esa
energía que emana de los cuerpos como noches estrelladas. Descubro maravillado los colores que
estrechamente se concentran y que se vinculan a la Vida. Y entiendo que son los sentimientos puros
quienes coordinan las actividades de un organismo sano.
El corazón genera 2’5 vatios de energía eléctrica, entre 40 y 60 veces más potente que la
producida por la energía del cerebro. En cada latido el músculo cardíaco genera un campo eléctrico
que se expande concéntricamente a cada célula del cuerpo. Y si los latidos se acompañan del intenso
sentir del amor, de la comprensión de la unidad, gran cantidad de energía se extenderá a nuestro
alrededor.
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Plataforma Ciudadano Cósmico
CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Cuando experimentamos sentimientos favorables el alma genera un campo magnético de por
lo menos ocho metros.
Si la salud es un estado en el cual la persona funciona bien física y mentalmente, vive y actúa
providencialmente, controla sus emociones y se valora a sí misma y a los demás, aquí, grandes y
pequeños, hombres y mujeres son seres saludables.
El sentimiento nace adentro. Posteriormente actúa en el sistema nervioso que a su vez envía señales
al cerebro. Encuentro la feliz conexión. Tengo acceso. Por eso veo, avisto y noto sin juzgar.
Y me informan que sigue ahora un paso necesario para que alcance la iluminación total.
Hay que tomar contacto con la Tierra me orienta Saúl.
Me entierran en un ancho llano y no puedo evitar recordar las palabras del anciano indio
Chorotega.
Pierdo la noción del tiempo. Permanezco sin mediar palabra en este llano. Otra vez estoy solo
conmigo mismo… y la Naturaleza.
Me pregunto el por qué cada vez que vienen a visitarme llevan los ojos vendados. Una vez al día se
acercan para darme un extraño brebaje líquido que a veces parece como si pudiera masticarlo. Sin ser
gelatina, más amargo que dulce, pero no siempre. Parece como si variara su textura tanto como el
sabor que a nada conocido se asemeja. Supongo que me alimenta.
No distingo las copas de los árboles. Nada más el cielo azul sin nubes y las estrellas cuando se
abre la noche. Pero lo que sí noto son las hormigas y otros animales que me observan.
A pocos metros, tumbada en una roca plana con su cabeza achatada está esa que se arrastra
sobre su panza, la de la mirada perversa... y una sensación me explota: ¡mudar la piel! Las serpientes
mudan la piel porque de lo contrario se asfixian.
Oküli, situado cerca del majestuoso árbol milenario tiene a su lado la serpiente.
_ Nosotros seguimos enfrentándonos a las grandes decisiones en estado de trance. Pensamos que la
mente engaña y la lucidez del alma no. Amordazamos el cuerpo uniéndolo a la Tierra para
interrogar a la voluntad del ser. Entonces afrontamos las decisiones más delicadas e imprevistas
de la vida con gran serenidad y alegría. Sucede cuando descubrimos dentro la verdad que aguarda
y nos conviene.
Tu fuerza espontánea, ¿siempre es cierta? ¿Siempre acierta?
Una parte de ti estaba dotada de exceso de cerebralidad y la otra de la fuerza de unas emociones
desmesuradas, ambos polo, como imanes, lastraron tu voluntad.
Aunque yo no le contesto ni hago ninguna mueca o señal de asentimiento, Oküli continúa.
_ Sin significados la energía no circula. Tropezabas con cada escollo, pero aquí junto a nosotros
recuperas la capacidad de reconocer olores, colores, y los sabores que te gustan y te hacen sentir
mejor al masticar… inhalando la vida a través de los ojos del alma.
Percibo una cálida melodía del sentir estar en el lugar y en el momento apropiado, ¿ha sido por arte
de magia?
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Plataforma Ciudadano Cósmico
CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
_ No evitaste los conflictos. No te refugiaste en otras personas delegando en los demás tu
responsabilidad, y eso estuvo francamente bien. La inhibición somete.
No te quejaste de tu mala suerte, ni te preguntaste ¿por qué a mí? Pero estuviste a punto de
crear inmensos obstáculos con la actitud de abandono.
Cuanto más libre es nuestro estado de conciencia, más poderosa es la energía del cosmos que
solo obedece al gran espíritu.
Fluye sin esfuerzo cuando la necesidad que impulsa es auténtica... creativa y espontánea…
¡qué incomprendida que es la voluntad! Se la confunde con el tesón, la ambición, el esfuerzo, el
sacrificio. Pero el verdadero camino de la voluntad lo apertura la necesidad real, que siempre
proviene del universo.
Y siento que he perseguido senderos inusuales provocando esta coincidencia casual, ¿estoy siendo
acariciado como una mujer en cinta a la que acarician el vientre?
Los animales se han acostumbrado a mí. Se pasean sin inmutarse, indiferentes ante mi presencia. Los
caballos salvajes comen hierba. Unos pájaros increíbles han construido sus nidos junto a mis orejas.
Y se desvanece la primera semana. Los rizos del arco iris bajo la arena.
¿Te inquieta el futuro? Creo que ha sido esto lo que ha preguntado Oküli.
_ De dónde vienes se vive en un tiempo revuelto. No es extraño que sientas incertidumbre y pesar
por lo que se avecina. Pero ninguna fobia te conviene. Ningún tabú. Veamos qué hacer con el
presente.
La seguridad reside en resistirse a la imperiosa necesidad de saber con certeza qué nos deparará
el futuro.
Hay situaciones complejas que obligan a decidir. Decisiones que desatan sentimientos
contrarios, dudas, confusión, desorientación. Pero existe una versión más crecida de cada
persona.
El proceso de la vida es cruel, ¿por qué negarlo? Las especies más fuertes sobreviven. Son las que saben
adaptarse, igual que el camaleón.
También hoy está junto a la que se arrastra sobre su panza que se enrosca a sus pies.
_ No idealices el pasado como un refugio que te salva o te condena. Enfréntate al nuevo mundo que
vas a construir.
Existe otro mundo posible que se hace necesario y urgente. Pregúntate cuál. Pregúntate
dónde está. Y no mires atrás.
Avanzando se hace camino, pero permanezco detenido. Enterrado bajo tierra.
_ Únicamente tú puedes reconducir tu dirección.
Asume equivocaciones. Provoca la mejoría en tu haber. Tantea la vida. Tu historia es tuya. La
realidad no está predeterminada. Modificar el entorno es una opción. Dime, ¿te atreves?... porque
si te atreves, te ofrecemos desde nuestra comunidad un precioso don.
No contesto a las preguntas de Oküli.
_ La búsqueda de tu verdadera identidad te ha traído hasta aquí. Escapaste de la prisión que tú mismo
habías forjado. Sentías que perdías el tiempo y corriste tras el tiempo hasta alcanzarlo y con la
mano en el hombro lo obligaste a darse la vuelta. Llegaste atraído por el imán que te jalaba desde
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
el reverso del pecho. El gran espíritu lo requería. La energía cósmica había dictado su veredicto.
Se te ha recuperado. Y te han salvado para realizar una tarea. Tarea que tendrás que desentrañar.
El secreto te acerca a tu misterio. La pelota está en tu cancha.
Saca partido a lo que te ocurre. Mitiga el dolor. Transciende... hermano!
No puedo levantarme hasta aceptar la parcela de responsabilidad que me corresponde como pieza del
universo.
Termino por confiar plenamente en mi proceso. Es hora de abrazarme por dentro, ¿qué siento?
_ Realmente te satisface tu existir... ¿temes el cambio? ¿Temes perder? ¿Temes ganar demasiado? ¿Te
asusta la inestabilidad?
Somos como lápices que escribimos la historia con cada paso que damos, y si no damos pasos,
no habrá historia que contar... solo habrá inacción.
Creo que Oküli habla de progresión sin rupturas ni cortes ni desequilibrios, con riesgos asumidos por
la novedad.
No solo tener conciencia de uno mismo. No solo estar bien anímicamente. También tener
relaciones más fructíferas con las demás personas. ¿Pero como tener relaciones en mis circunstancias?
Ningún acontecimiento noble o sacrílego es posible atrapado bajo tierra.
_ Para convertirte en un ser autónomo, debes pasar la prueba de remontar una crisis en la soledad de
tu interioridad, sin ayuda.
La vida no te ha despedido. Solo estás en una encrucijada.
No sé si Oküli se marcha y vuelve o si permanece día tras día al acecho con su discurso.
_ Escuchar tu alma te ayudará a encontrar paz. El alma es un centro que irradia energía cósmica. Y en
su interior aguarda la voz del gran espíritu. Al atender el batir de alas de cielo se varía la percepción
de las cosas que nos provocan malestar.
El alma habla de nuestras potencialidades permitiéndonos aprender, a partir de la conexión
con el planeta como organismo vivo.
Oküli no fuerza su comunicación. Intenta dejar que simplemente suceda el florecer de mi luz interior.
En la compañía mutua nuestros sentidos se abrazan en un lenguaje peculiar.
Permanezco postrado como lombriz.
_ Algo en tu interior se rebeló y gritó, ¿qué dijo?
Oküli no se detiene ni se cansa. ¡Está ahí!
_ De acuerdo, dolor, tristeza, angustia, ¿y qué? Forman parte del crecimiento, de la vida, sobrevivir
no es fácil hermano, pero es apasionante. No basta con sentarse a esperar a que las cosas sucedan.
Tampoco es preciso someterse a esta tortura. Pero en tu caso...
¡Has extraviado algo que debes recuperar! ¡Lucha!
¿Dónde está lo que te pertenece?
A pocos metros de Oküli está tumbada encima de su roca formando un solo nudo con sus trece
metros de hermosa piel nueva esa de la mirada perversa que siempre tiene hambre.
Los músculos que usa para tragar se le están hinchando, vibran a cada lado de su garganta. Se
enrosca y desenrosca para asegurarse que cada centímetro de su cuerpo funciona correctamente. Se
derrama por el suelo acercándose y pasa por encima de la tierra que ocultan mis piernas y cruzando
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Plataforma Ciudadano Cósmico
CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
por encima de mi enterrado pecho se coloca frente a mi rostro descubierto que atiende fijamente,
nariz contra nariz, y se funden los ojos en las miradas.
Abro la boca y ella entra lentamente por mi garganta con sus trece metros de longitud. ¡No
puede ser! Imposible...
Sisea claramente desde mi interior a la altura del pecho -Somos de la misma sangre- y le
respondo sin verla desaparecer con la punta del cascabel bajo la lengua “mi presa será vuestra siempre
que tengáis hambre” ¡es la maldad que regresa a mí!
La maldad en forma de serpiente penetrándome por la boca hasta que la cierro consciente de
no dejarla salir, jamás. Y se desvanece un mes.
He sido anudado al amor. Con un alfiler me ha insertado en el cielo estirándome el alma desde las
piedras bajo tierra. Herido por la impronta fuerza de Oküli, las cosas tienen aroma, textura, melodía,
color, sabor. Descubro las cosas por primera vez y les pongo nombre. Los estrechos límites de la vida
anterior se muestran de esta forma, y la línea que no podía antes rebasarse deja de existir. Soy
inconmensurable.
Levanto elefantes, duermo ballenas, escupo blancas medusas por la boca y acaricio lagartos
gigantes mientras agito mis alas de mariposa. Las imágenes no parecen viejas y usadas, cansadas y
aburridas, son un nuevo palpitar que inicia bajo la piel.
Llega la época del lenguaje ancestral y maravilloso, delicioso. No sólo las flores, los árboles, el
musgo, todo despierta con sonoro amor que se percibe y se palpa y un zumbido hondo se desata.
Ronronea la dicha. Ya no tendré que sentarme en un banco de una plaza pública a esperar.
Lo que buscaba lo tengo, y lo abrazo. Y en absoluto lo retengo. No es un objeto, es mi
mutación, porque la maldad puede reciclarse y transformarse en vitalidad cósmica.
No se puede retener la magia de la energía cósmica que si tomas conciencia, te besa y te abraza
y ya no te suelta. Pone una pizca de universo en cada cosa y de repente te apareces a ti mismo en
estado latente como la primera célula.
Nacemos al enlazar treinta y seis cromosomas del hombre con treinta y seis cromosomas de
la mujer antes de que se forme el embrión, y súbitamente empieza a latir el corazón como el primer
símbolo del ser. Luego se forman en ese todavía minúsculo cuerpecito el cerebro los pulmones y el
hígado y más tarde los bracitos y las piernecillas. Pero lo primero es el latido de la vida, el sentir del
gran espíritu. Luego la conciencia de la persona cuando todavía no existen los pensamientos. Más
tarde vendrán los ojitos, las orejitas, la boca, la nariz, y las extremidades.
La energía cósmica se manifiesta en la raza humana mediante un acto de amor que le imprime
vida. Pero el libre albedrío de cada persona determina si aprovecha o desprecia la oportunidad.
¡A cuántos he visto encorvarse como una anciana que fuerza la vista para coser un botón!
Cuántos más seguirán dormidos, en movimiento pero sedados, hipnotizados como yo...
¡¡ayer!!
El crecimiento jamás se alcanza fácilmente. Se logra mediante el esfuerzo y el trabajo paciente y
laborioso. Requiere ingenio y destreza, un coraje que no admita derrota, la perseverancia que agota
toda oposición y la confianza que vence cualquier calumnia.
Ya puedo adivinar lo que contiene un paquete sin tener que abrirlo.
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Plataforma Ciudadano Cósmico
CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Y puedo apoderarme del azulón de puntas anaranjadas del amanecer, del rojizo atardecer, y
del negro de la media noche.
Puedo escapar del aquí y del ahora en un instante con el simple chasquear de mis dedos....
porque los peregrinos del viento en su último aliento se agitan adentro, extienden sus alas inmensas,
vuelan, se elevan, viajan, hasta que el viento los detiene y, suspendidos en el aire, aparentemente
inmóviles toman conciencia.
Estar “en el vacío” puede ser desalentador. Te desorienta. Causa vértigo. Sí. Pero no me asusto, es
parte del proceso. No puedo llenarme si antes no me he vaciado por completo. No tengo dónde
aferrarme, no hay un sentido claro de dirección, ni siquiera una indicación de qué decisiones tomar
o qué posibilidades elegir. Sin embargo, exactamente este es el estado de potencialidad latente que
existía antes de crearse el universo. A este punto llego, pero no estoy solo. La tierra me abraza y me
bendice, ¡me doy cuenta! Es mi voz interior la que habla. ¡Escucho! ¿Qué si oigo todo lo que dice?
Me relajo. Muero. Despeñándome por el abismo de este hondo vacío. Me detengo entre dos
pensamientos y permanezco ahí en silencio. Observo este aliento de vida cuando entra por mi nariz.
Inhalo. Vigilo este aliento de vida que sale de mi cuerpo. Exhalo. Ahora sonrío. Algo sagrado está a
punto de florecer.
Transcurridos quince años, necesito añadir este matiz: vacío podría traducirse por “no
tener nada”. Yo no debía atesorar nada mío para que la hermosura se manifestara. En
la total ausencia se expresa la potencia vibrante de las inmensas posibilidades del
cosmos. Todavía no se ha manifestado la creación, no puede expresarse sino te
desprendes de la influencia de los condicionamientos y los hábitos de la repetición.
Solo al vaciarte de lo aprendido a través de la tradición, la educación escolar, la
académica laboral, el entorno social, la influencia de la familia y la costumbre del
sector profesional, solo entonces, aflora a la superficie el poderío de la energía
cósmica que necesita expresarse.
A la nueva semana le sigue otra semana más.
¿Qué se necesita para encender una vela? Que esté apagada. Qué estrella no tiene luz... la
estrella de mar. ¿Cuál es el animal que come con la cola?... todos, ninguno se la quita par comer.
¡Estoy en forma!
Y se desvanece otro mes.
Otra luna llena redonda, completa.
Con la nieve se hace y con el sol se deshace. ¡El muñeco de nieve! De la viña sale y en la bodega
se hace: bien se saborea y a menudo marea...
_ Nadie puede ver su rostro reflejado en un lago agitado.
Solamente cuando las olas se han aquietado en el lago embravecido y el agua está sosegada se
refleja la faz, y puede vislumbrarse el fondo. Demoraste tu interioridad.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Recuerdo que a mi llegada estaba agitado el lago que rodea Ometepe y poco a poco, lentamente
como el alma mía se tranquilizó hasta que amaneció de pronto calmo. No existen palabras para
expresar las cosas esenciales de la vida. Las verdades profundas se descubren en la inmensidad del
silencio que se impone con suavidad.
¡Cuántas barricadas levantamos a nuestro alrededor!
¡Cuánto daño me infligí!
Y continúa susurrándome Oküli:
_ Quien despierta su conciencia, despierta a la vez la conciencia del mundo entero. Puedes hacerle un
espléndido regalo a tu gente, y a personas que ni conoces todavía y que sin embargo aguardan
su despertar. Si puedes ver la vida como un juego y gozar mientras juegas, y si consigues
concentrarte y luego olvidar todo pensamiento y sentir, desde las mismas entrañas, que eres la
pelota el bate la canasta... sentir que eres el mismo juego... y si juegas para ganarte y nunca para
vencer a los demás, entonces formas parte de la unidad. Formas parte del todo. Y cuando formas
parte del Todo hallas tu lugar en el terreno de juego. Tu posición en el campo de la vida.
Cuando no encontramos apoyo en otras personas para aquellas verdades que sentimos adentro,
podemos sentirnos aislados y amargados o bien celebrar el hecho de que nuestra visión es lo
suficientemente potente para sobrevivir en libertad por sí misma. Debo asumir la responsabilidad de
mi elección.
He aprendido con el tiempo que la solitud reconforta, y en el silencio descubres paz y
verdad y saber. Cuando existe un sentir de soledad se debe a que no se sabe estar y
disfrutar del “a solas con un@ mism@”. Las personas suelen necesitar la compañía de
los demás para llenar su insatisfacción personal. Se sienten desamparadas. Todavía
no conocen su vibrar interior. Elige No Estar Sol@. Acompáñate de ti. La presencia total
de un@ en sí mism@ es un faro encendido en la oscuridad.
Al siguiente mes le continúa otro.
En la más extrema y profunda de todas las oscuridades, ¿es cuando mejor estamos?
Envuelto en el viento de la nada, cómodo, tranquilo, me siento seguro. No me preocupo.
Esta oscuridad es complacencia.
Y otra semana se desvanece.
Oküli ya no la tiene cerca. Ahora está conmigo. Oprimo un anillo dentro de otro anillo para que
apenas ocupe lugar.
_ Vaciarte para llenarte. ¿Sabes de qué?
La dicha no es la ausencia de dolor o padecimiento. Algunos miembros de nuestra tribu con
impedimentos físicos encuentran la manera de ser dichosas. La dicha no significa tenerlo todo.
Aquí nadie quiere ser el rey de la selva. La dicha no significa que cualquier cosa que hagamos es
una cosa que sale a las mil maravillas.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
El auténtico sentir en el mismo núcleo de tu ser impulsará tu renacer. Y con el tiempo te darás
cuenta que todo se supera. Puedes renunciar al pozo en el que te has hundido. Salir del túnel en
el que te has metido. Abrir los ojos que cerraste un día ¡embiste y salta al otro lado!
Cuando estés preparado vendremos a por ti.
Esto también pasará. Tengo la visión de situarme en el centro de la rueda. Si me aferro al exterior, me
voy a marear. La rueda de la vida no se detiene, gira y gira dando vueltas constantemente. Aprendo
a colocarme en el lugar donde a pesar del ajetreo, puedo reposar tranquilamente.
Siento la euforia y la determinación brotando de mi pecho. Creo que si no hago algo urgente me
voy a asfixiar. No quiero bloquear mi vitalidad. Necesito explotar. Entrar en erupción como un
volcán. Me quedaré gratamente sorprendido… así lo intuyo… guardo un enorme poder adentro que
muy pronto se va a liberar.
Transformar los “períodos de bloqueo” en un salto hacia adentro es la auténtica
función del maestro. Todos somos maestros para nosotr@s mism@s. Cada uno debe
atravesar el “período de tinieblas” totalmente sol@, sabiendo que el amanecer está
cerca.
Llegan con Oküli a la cabeza, y… ¡oh! No llevan los ojos vendados. Vienen a rescatarme después que
la luna que ha menguado, crecido, y está a punto de asomarse por la esquina de la gran montaña
completando su octavo ciclo.
_ Vuelves a salir del vientre materno.
Vuelve la primera separación necesaria.
Todo vuelve a empezar para ti.
Pronto accederé al nuevo mundo o mejor dicho, al mismo mundo visto de otra manera.
Cuatro atléticos jóvenes traen una plataforma sobre los hombros. Me desentierran con sus
propias manos. Parezco una figura de arcilla. Me siento como un pedazo de suelo al que han
arrancado de cuajo.
Depositan mi maltrecho cuerpo encima de la plataforma y me alzan con cuidado. Noto como
las nubes me acarician el rostro.
Creo que vuelven a llevarme a la cascada, pero con ellos de nada vale suponer. Pensar es de
tonos. Hay que saber. Y ellos saben muchas cosas.
Conforme avanzamos, distintos miembros de la comunidad se van acercando para lanzarme
flores silvestres de fuerte aroma. Tengo la sensación que al hacerlo, salen corriendo como si
depositaran en mi cuerpo una granada que fuera a estallar.
Una vez en la orilla bajo la cascada de agua sagrada me lavo con una pasta que usan a modo de crema.
La fabrican con heces de animales, frutas y leche de cabra. Es algo similar a un jabón de sabor agrio
de un luminoso color anaranjado. Hace gran cantidad de espuma al tocar el agua turquesa del lago.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
La arena del suelo del territorio consiguió incubarse en mi piel tintándomela de un prieto
opaco del color de la Tierra.
Y al lavarme parece como si me estuviera despellejando, ¿mudo la piel?
Todo el proceso ha durado ocho lunas completas.
Estaba demasiado cansado para contar los días. Aun hoy, vagamente recuerdo como Oküli
refugiado del sol bajo la copa del majestuoso árbol milenario me explicaba sin hablar, luego de dar
secas y sonoras palmadas antes de empezar.
_ Tenías mucha rabia acumulada que lograste enterrar, pero debía volver a ti la parte de maldad que
te pertenece para retenerla y apaciguarla, logrando precintar ese rincón sombrío. Ahora estás en
condición de dominarla, y debes hacerlo, de lo contrario volverá ha restringirte hasta arruinarte
porque se trata de un impulso que salpica el gesto y el movimiento y se puede tornar actitud,
pero no es un hábito. Es el propio bien torturado por la persona que no halla el sendero del
amor. Una tensión que no desaparece con simples masajes.
Tus huesos se habían impregnado de odio y los hubiera debilitado en muy poco tiempo,
cediendo tu paso al lado oscuro.
Si permaneces largo tiempo en tu lado oscuro te vuelves malvado. La angustia y la frustración
se acumulan en tu sangre que varía el fluir por el bombeo de la negatividad. Hubieras intoxicado
el entorno y dañado a otros seres. Debías limpiarte.
Tenías que regresar a tu origen, transmutar la maldad por la vitalidad del universo. Ahora tu
energía cósmica vuelve a estar activada.
Como signo de fertilidad, la nueva generación de nuestra comunidad te ha lavado. Tu
distracción ha quedado olvidada. Naces nuevo. Naces limpio. Naces hoy, hermano.
Tu pasado ha quedado sellado con las llamas del perdón. Cuando quemaste todo en la hoguera
renunciaste al ayer. Pero los legítimos recuerdos y los eventos más fidedignos se han grabados
en tu corazón. Aquí permanecen vivos. Has tomado contacto con la Naturaleza y la Tierra donde
resguardamos la verdad del gran espíritu.
Recuerda siempre que se te ha adornado con los mejores talentos al ofrecerte cada uno de
nosotros un pedazo de nuestra misma alma. Y yo, te hago entrega en este momento de la
Conciencia de la Tribu para que la utilices en tu mundo como la consideres más oportuna.
El reino animal expresa la voluntad a través del puro instinto dirigido a una sola finalidad: huir ante
cualquier señal de amenaza. Los animales buscan comida para alimentarse. Cortejan a sus parejas en
la época de apareamiento. Preparan sus madrigueras y cuidan de sus crías. Su instinto no es otro que
sobrevivir en el ecosistema que los acoge. Pero entre los hombres el libre albedrío es la voluntad
consciente que permite al ser humano perfeccionar su propio destino.
El gran espíritu expresa un universo de posibilidades mediante una sola Ley... y pienso en el
magnetismo o la gravedad y en las silenciosas fuerzas como el viento o el fuego, ¿por qué solo se
intentan comprender estos fenómenos a través del conocimiento científico?
_ Ahora permaneces sano, estás purificado, consagrado a la Gran Obra. Dominas la Tierra el Aire el
Fuego el Agua. Anida en ti el más significativo y fundamental de todos los elementos con el que
te has conciliado.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Se ha solidificado como el mercurio al ensamblarse todas sus partes... ¿sabes por qué? Porque
es tangible para el alma sensible que alberga una mente inquieta que razona al ritmo de las
pulsaciones del corazón, que está en armonía con la energía cósmica, conectada al gran espíritu.
¡Uf! Es como si no hubiera pasado nada, pero todo ha cambiado. Me extravié. Pero me han hecho
reaccionar. Y despierto sin saber si esta presencia que se ha fijado en mí es un halago o un insulto, un
don o una tragedia, una orden o una encrucijada.
No sé si ha sido una vivencia real pero... ¡Me siento poderoso! Igual que el cachorro que mata
por primera vez a su presa y dice que no hay nadie como él... más la selva sabe que hay que darle su
espacio y un tiempo para que entienda.
Veo a la gente de la comunidad en sus habituales quehaceres.
No concibo cuánto tiempo puede haber transcurrido desde que me retiré a reposar. ¡Son
traicioneras estas hamacas!
Me voy con Oküli. Noto que me llama. Me habla con ese peculiar tono suyo.
_ Te has preguntado por qué los gansos vuelan en formación. ¡Míralos!... dibujan una flecha. Al batir
las alas, cada pájaro produce un movimiento en el aire que ayuda al pájaro que va detrás de él.
Volando en punta de flecha la bandada aumenta ocho veces su poder.
Se acostumbran rápidamente. Cuando son pequeños, cada vez que se salen de la formación,
sienten inmediatamente la resistencia del viento. Comprueban la dificultad de volar solos.
Comprenden y regresan a su posición para beneficiarse de la contribución que realiza el
compañero que va delante. Y cuando el primero de todos se cansa, se pasa a uno de los puestos
de atrás para que otro ganso tome su lugar. El liderazgo es correlativo. ¡Escúchalos!... los gansos
que van detrás graznan produciendo un sonido especial que alienta a los que van delante para
estimularlos, para animarlos y así mantener el ritmo.
Las personas que comparten una dirección común y tienen sentido de unidad, llegan a donde
necesitan con mayor facilidad. No hay secreto ninguno, lo consiguen porque se apoyan
mutuamente unos a otros. Tenemos tanto que aprender de los animales. Ellos son más solidarios
que muchos humanos.
Cuando un ganso se enferma o cae herido, otros dos gansos se salen de la formación y lo
siguen para ayudarlo y protegerlo. Se quedan a su lado asistiéndolo hasta que está nuevamente
recuperado y en condiciones de reanudar el vuelo o hasta que muere acompañado. Solamente
entonces los dos gansos regresan a la bandada.
Y dirigiéndome a su lugar predilecto para la tertulia encuentro a Oküli tumbado boca arriba con los
manos descansando encima de su abdomen. ¡Está dormido!
Oküli tiene patas de gallo en el alma. No le preocupa saber de qué color son los suspiros. Se comunica
con el más allá para averiguar el origen de las enfermedades en una ceremonia durante la cual,
averigua si el enfermo sanará o no dependiendo de si se levanta a bailar la Danza.
Cuando los miembros de la comunidad le dan las gracias, siempre responde con la misma frase
-Por mí mismo nada puedo hacer, incluso al amar es el Amor el que ama a través de nosotros-. Él
suele decir -Se hace sin hacer- y apostilló en una ocasión mientras me sonreía con su mirar -Tú eres
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
como yo. Tengo fe en tu persona-. Creo que por eso intuyo que pronto va a bautizarme con su
corona. Aparentemente soy uno de los elegidos que va a desembocar en la Totalidad.
Le expresé a Oküli mi firme deseo de autorrealización personal, aunque solamente me contestó que
siguiera el impulso del rayo.
¡Me parece un jeroglífico a modo de acertijo!
Nunca sabrá hasta qué punto agradezco todas sus enseñanzas.
Me siento un hombre distinto, un ser más potente y vivaz.
Y mientras mi pensamiento se expresa fluye nuevamente su voz.
_ Tu mutación todavía no se ha completado... pero llegará. Deja que ocurra. No la busques. No la
esperes. ¡Ocurrirá! Está escrito en las estrellas.
Las muchas dimensiones de la vida se presentan disponibles simultáneamente. Elijo el plano en el que
logro vibrar con resonancia cósmica. Puedo optar por lo físico y lo manifiesto, que es el estado puro
del cuerpo. Puedo optar por lo no manifiesto y lo espiritual, que es el estado puro del alma. También
puedo entrar en la conciencia de unidad con el gran espíritu donde ambas dimensiones confluyen.
Elijo esta opción que presenta una oportunidad para ver “mi existir” en toda su magnitud. Entiendo
que la experiencia de lo oscuro y lo difícil es tan necesaria como lo luminoso y lo fácil. Empiezo a
fluir con la expresión total. Me integro a todas las formas y colores de la vida. Traspaso el velo de la
mente como el arroyo que cruza el territorio y alcanza el mar.
Que tan fantástico viaje experimenté. Fue el principio de tantas nuevas
convicciones… Cuando te abres a la totalidad, trasciendes. Te conviertes en un ser
extraordinario. Tu visión interior se transforma en la visión de toda la existencia. Ya no
estás separad@. Partes de tus raíces cósmicas y extiendes tus alas en la Tierra. Recibo
energía vital de la fuente sagrada. Continúo enraizado en este centro que hace de mí
un “latir especial” que vibra en la frecuencia adecuada.
Los miskito de selva adentro todavía saben lo que nosotros hemos olvidado. Aquello que ya no
transmitimos a nuestros hijos porque nuestros padres no nos lo enseñaron. Según ellos, vivimos en
el “mundo muerto”. Aun estando lejos, saben acerca de la agresión que sufre el Amazonas; uno de
los últimos pulmones activos del planeta. Y me preguntan. Y yo no hallo respuesta. ¡Hay, si algún
despiadado industrial pudiera explicarlo! Sus propias palabras le angustiarían si tan sólo se dignara
escucharlas olvidando los aspectos económicos y valorando los beneficios ecológicos, pero claro, no
se trata de personas. Se trata de corporaciones articuladas por fríos mecanismos ajenos al sentimiento
en las que el factor humano ha desaparecido.
Algunos niños sentados en coro a mi alrededor me preguntan -¿Por qué?- e insisten -Es como
arrancarle con unas tenazas las uñas de los pies y las manos al recién nacido-. Una adolescente con
mirada interrogativa añade -Con que va a arreglárselas la Tierra en invierno si le quitan su abrigo-. Y
ciertamente muere la Tierra porque le estamos arrancando su piel. El ozono, no es solamente un
escudo para nuestro planeta. El ozono es la piel de la Humanidad.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
El hombre moderno se ha convertido en una termita y la verdad es que el fenómeno del
Amazonas que no cesa, altera y transforma el clima mundial a una velocidad vertiginosa difuminando
cada vez más las cuatro estaciones del año. Hasta que llegue el día que se confundirán unas y otras
para ya no saber cuál es cual.
Me gustó lo que sucedió un día. Lo recuerdo bien. Oküli me invitó a sentarme. Sus palabras
penetraron mis entrañas como un puño cerrado que al poco se abrió en mi interior.
_ Por qué el hombre renuncia a ser un animal cuando la mayoría de nuestros genes son comunes al
resto de los animales. Por qué ese menosprecio, ese deseo de superioridad... Algunas especies se
asocian y forman un verdadero organismo colectivo.
Oküli señaló con el dedo mientras proseguía en silencio.
_ Aquel panal de abejas, por ejemplo, obsérvalo hermano. Mira como mantiene la temperatura
gracias al movimiento de las alas de los insectos. Cuando las abejas dejan el panal para buscar
alimento abanican con una danza peculiar las fuentes más cercanas. Así el panal economiza
energía optimizando sus posibilidades de supervivencia.
No dejamos de ser animales, pero no somos solo animales. Mientras la emoción es un fenómeno
físico, los sentimientos provienen del alma. En su profundidad hallamos maneras sublimes del secreto
que se expresa desde ese punto considerado poco claro, y nos entregamos a toda clase de confesiones.
Los sentimientos nacen adentro. La vida dice mucho más de lo que parece decir, aunque uno mismo
pretenda disimular. Hay un lenguaje universal que es inmortal. La emoción es momentánea. Los
sentimientos prevalecen. Los animales son incapaces de ninguna emoción significativa. No pueden
captar el alcance de sus actos porque no son conscientes. No acceden a los sentimientos.
El ser humano carece del aparato instintivo, y sin embargo, este mismo desamparo constituye
la fuente de la que brota el desarrollo humano; la libertad biológica del ser humano es la condición
de la cultura humana.
El estímulo existe, pero la forma de satisfacerlo permanece “abierta”, es decir, debe elegir entre
diferentes cursos de acción. En lugar de una acción instintiva predeterminada, el ser humano valora
diversos tipos de conducta posible y entonces empieza a pensar. Ello nos diferencia de los animales.
Y un animal superior no por aprender a pensar, sino por su capacidad de sentir más allá de las fugaces
emociones mientras otros animales mantienen emociones básicas como la alegría y la tristeza.
¡Me siento inspirado!
Y Oküli que aparece detrás de un árbol, sonríe... esta vez no tiene que mover un solo músculo.
Me toca con su mirada. Sé inmediatamente donde clavar mis ojos.
_ Lo mismo ocurre con las hormigas. Fíjate bien como trabajan. Mantienen a las larvas que ayudan
a la reina. Se reparten las tareas. Aseguran el equilibrio del hormiguero. Y si aparto unas cuantas,
pongamos este montón de aquí, el conjunto se adaptará restableciéndose la proporción de
hormigas obreras... ¡te das cuenta! Hermano, atiende el átomo que está en la molécula, que está
en la célula, que está en el organismo y que a su vez, está en la sociedad.
No se me ocurre preguntarle como sabe tantas cosas porque me llega desde algún lugar un mensaje
abstracto...
Todo está interrelacionado. Cuando se acepta la interconexión de las cosas, te das cuenta que
cada una es nada más una parte de un Todo. Así se conforma el universo. Interrelacionar las cosas no
significa que debe pensarse constantemente en todo, todo el tiempo, aunque puede ser gratificante
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
y más estimulante que poner las cosas en cajitas separadas ignorando la relación. Hacerlo limitará tu
comprensión. Puedes ir más lejos si observas con mayor profundidad. Y será liberador descubrir
vínculos que no habías ni imaginado antes. Y tales vínculos facilitan las respuestas que necesitas.
¿Quién me habla?...
Observo una semilla. Ella no puede saber lo que va a pasar cuando la cubra de tierra. Intuyo que
contiene el potencial de transmutarse en algo grande y hermoso. Cuando el camino es desconocido
resulta más cómodo y fácil no aventurarse. Nada está garantizado. Hay riesgos. Existen trampas. La
semilla está resguardada dentro de su coraza. Pero me llega la convicción de que esta semilla hará un
esfuerzo por emprender el viaje. Se deshará de la cáscara que la protege y empezará a moverse.
Enfrento mi responsabilidad de aflorar.
Cada vez que encaro una situación difícil o desagradable, me acuerdo de la semilla.
Solemos sentirnos agraviados y tratamos de culpar a alguien o a algo cuando nos
sentimos amenazados. Me gusta observar las flores que me recuerdan la necesidad
del desafío. Se enfrentan a los bloques de cemento urbano. Pero discurren por entre
el asfalto consiguiendo salir a la luz del sol. No hay por qué evitar o negar enfrentar las
situaciones de la vida. Aunque desde que nacemos, la civilización construida nos
pisotea para que no florezcamos. En nuestra mano está avanzar hasta obsequiar
nuestra fragancia con la misma pasión de la flor que va de la oscuridad a la luz, de
las entrañas de la tierra al cielo. El camino es arduo. Requiere valor.
Los miskito de selva adentro basan la fabulosa Unión, no sólo con los vivos, si no igualmente con
los muertos. Los muertos siguen vivos en sus cuerpos como vehículo hacia lo imperceptible, aquello
que también es, porque sigue siendo, aunque sea de otra manera. Sus antepasados son el puente con
los hijos no concebidos. Con aquellos seres que todavía están por llegar y que ya existen en el seno
de su corazón.
Nosotros hemos conservado y alimentado nuestra propia selva de cemento. La hemos llenado
de alturas que provocan vértigo. De gruesos muros que nos separan los unos de los otros y ahí los
peligrosos son inmensos. Las enfermedades son muy crueles. En esa jungla de asfalto la vida se
entiende de otro modo, cuando en realidad es la misma vida. ¡Sólo hay un modo de vivir la vida!
Creo que las personas del siglo veintiuno nos vamos a destruir a nosotros mismos. Es ridículo,
pero así es. Sería bueno volver a lo salvaje, a lo natural, a encontrar el alma que un día perdimos al
caerse por la alcantarilla. De lo contrario no sólo terminaremos con nuestro mundo sino que además
los arrastraremos a ellos.
No se quedan los miskito de selva adentro con los tradicionales cinco sentidos. Ellos los mantienen
ampliados. Los sentidos se desarrollan en los seres vivos como instrumentos que sirven para poder
tener una relación e interacción con el resto del universo, y con ellos recaban información acerca del
medio circulante para sobrevivir.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Me percaté a mi llegada que no solamente miran a los animales, con una percepción singular,
también leen en sus ojos la señal de peligro o de amistad. Estos “sensores humanos” están mejor
diseñados en su tribu. Se han perdido en el mundo contemporáneo de las grandes ciudades.
Considero demasiado estrecha la clasificación de los sentidos hoy que los conozco, porque en
absoluto corresponde a la realidad. Estoy tomando conciencia.
Los órganos sensoriales tienen la facultad de registrar los estímulos que llegan del exterior,
estímulos que se registran como sensaciones, sin embargo, existe un extenso abanico de sensaciones
más allá de las que pueden percibirse mediante los limitados cinco sentidos. Y la conciencia es la
receptora de tales impresiones incluso antes que el sistema nervioso. Es la conciencia quién envía los
impulsos al corazón mediante los cuales tenemos conocimiento de las cosas sin apenas darnos cuenta.
Hablo de un conocimiento desde la concepción energética de un vibrar cósmico.
Las funciones sensoriales no son más que las puertas por las que entramos y salimos del
mundo, no es de extrañar que esto deba realizarse con la conciencia despierta y un canal de conexión
limpio con los sentimientos. Más tarde intervendrá la razón para conjugar su interpretación, nunca
antes. ¡No se ve con los ojos, sino mediante ellos! ¡No oímos con los oídos, sino a través de los
oídos! Y así sucesivamente, aunque existen personas que solamente miran y escuchan y se conforman
sin ver ni oír.
Los sentidos explican los sentimientos, aptitudes del alma para percibir por medio de
determinados órganos las impresiones del mundo. Y cuando uno cae en su lado oscuro su alma se
apaga, se extravía, pierde su vitalidad, pero en el cuerpo anidan los sentidos que como un pasadizo
secreto pueden recuperar la energía cósmica antes de perderse definitivamente.
¡Quién ignora su alma no puede tomar conciencia!
No hay vida plena si no nos abrazamos por dentro con los dos brazos, el brazo de la mente y
el brazo del corazón. La conciencia es el sendero del alma, y el alma es el sendero de la conciencia,
en ambos espacios aguarda el contenido del ser vital: el sentimiento mismo antes de ser acción.
Estoy comprobando que no sólo la vista, el oído, el olfato, el gusto, y el tacto permanecen conmigo.
Además se ha despertado en mí el sexto sentido... la Comunicación Universal que en nuestra
civilización se utiliza en corto aprovechamiento como premonición o solamente como aviso. Me
refiero a la percepción clara íntima e instantánea de una verdad. Todos tenemos intuición, de lo
contrario no seríamos capaces de percibir el equilibrio del cuerpo o sensaciones tales como el hambre
la sed o la atracción sexual.
Me doy cuenta que se ha estimulado al mismo tiempo el séptimo sentido, el Verdadero
Lenguaje del Mundo que en la sociedad actual se utiliza como reclamo para algunos shows. Esta
coincidencia de pensamientos o sensaciones entre personas, tiene que ver con el acto de transmitir
contenidos sin intervención de elementos físicos... así existe la telepatía.
Al comentarlo con Oküli me habla de los avances para recuperar el octavo sentido. Aquel que
dominaban los primeros miembros que forjaron la tribu: cerrarle el paso al Mal.
Ahora sé que el mal no entra y se manifiesta, si no que vive en nuestro interior... ¡No lo
rechazo! El truco radica en no dejarlo salir nunca. En retenerlo sin permitir que crezca, evitando que
se manifieste en el exterior en forma de “daño”. Porque si consentimos su crueldad, actuará sin
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compasión perjudicando a los más débiles, a seres vulnerables e indecisos, víctimas seguras de quienes
permiten que se apodere de ellos el lado maligno de cada uno.
La detestable perversa infamia que es la Maldad, atenta contra los ignorantes y los más torpes
cada vez que escapa de cualquiera de las almas a las que se menosprecia. Es como una plaga que vive
en el aire para deformar y contaminar y como la peste, se pega en la suela del zapato y nos sigue y
nos persigue dejando siempre un poco allí donde se pisa para que otros se manchen. Es abominable.
Un virus que se contagia y se propaga y se reproduce cuando las palabras son vanas y superficiales en
vez de nítidas y directas, cuando las acciones son frívolas e interesadas en vez de honestas y generosas,
cuando el pensamiento es hipócrita con uno mismo y está lleno de doble intención respecto al otro,
en vez de ser fiel a la esencia de la propia alma, sin intentar anular o manipular a otra persona.
Han sido muchas cosas las que he aprendido. Algunas todavía no sé que las sé. Pero noto que
están ahí. Las siento muy adentro de mí. Están almacenadas. Aguardan, para que nutrido de
provisiones pueda viajar lleno y rico, pero ligero, ágil y diestro por mi sendero… un sendero invisible
que se hace visible con cada paso.
Saben tantas cosas este pueblo prodigioso que no voy a poder evitar preguntar aquello que trastorna
a la Humanidad, ¿de dónde venimos?
¿Qué somos?...
¿A dónde vamos?...
Creo que éstas son las únicas cuestiones que vale la pena preguntar.
Yo me pregunto aquí y ahora... ¿por qué vivimos? ¿Por qué hay mundo?
¿Por qué?...
Cada uno busca respuestas a su manera. Muchas personas han encontrado paz en la religión.
Yo he sido educado como católico, pero reconozco la imposibilidad de darle a la Biblia su
preponderancia. Los orígenes fantásticos que revela se me hacen increíbles y lejanos.
Pretendíamos ser creaciones originales a imagen y semejanza de Dios y apareció Darwin. La
profesora nos mostró en clase el árbol genealógico de la evolución animal y, ¡qué gran
descubrimiento! Pero hay un eslabón perdido…
La ciencia y la religión no reinan en el mismo campo. Creo que están demasiado distantes y
sin embargo, están condenadas a unirse. Pero antes deben armonizar su convivencia. Sucederá
cuando ambas comprendan que son compatibles, complementarias, y que se necesitan una a la otra.
La duda es el motor de la ciencia, por el contrario, la religión se sostiene en la fe. La primera
busca hechos. La segunda promueve creencias.
Me gusta estar tendido en la hamaca. Oküli junto a unos cuencos de barro que pinta, me
invita a sentarme.
_ Descendemos de los astros. Los elementos que componen nuestro cuerpo son los que antaño
fundaron el universo.
En vez de ver nuestras diferencias, nuestro pueblo observa nuestra similitud y así descartamos
los pleitos. Todos somos iguales. Nuestra alma contiene los vientos, el desierto, las gotas de agua y
las llamas de las estrellas, todo cuanto contiene el universo creado.
Somos iguales porque cada uno de nosotros llevamos dentro una porción del cosmos. No
somos iguales en cuanto a apariencia física, personalidad o comportamiento y precisamente esto nos
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diferencia enriqueciendo a la comunidad. Somos una parte del todo y toda la parte que contribuye a
que se conforme Todo. Su voz me ha penetrado y al abrir los ojos descubro que estoy tendido en la
hamaca solo. Y vuelvo a relajarme, pero permanece Oküli.
_ Llevamos en el alma átomos del universo. Nuestras células encierran una porción del océano de las
galaxias. Y cuando el que va a nacer se forma en el vientre materno, rehace aceleradamente todo
el recorrido de la especie humana. Con la rapidez que supera la velocidad de la luz, su alma repite
todo el trayecto hasta la eclosión del primer sentimiento de amor que es el big bang.
El alma posee en su núcleo mismo el conjunto de la Evolución que nos mantiene conectados
al gran espíritu que es el amor con mayúsculas.
Es momento de experimentar la unidad absoluta. En vez de que la noche se oponga al día, de que la
oscuridad suprima la luz, comprender que los opuestos funcionan para alcanzar la comunión. El uno
contiene en su interior la semilla del otro. Ambos se necesitan para completar el círculo de la vida.
Hay un puente de cristal que nos une a lo universal. ¿Quién puede cruzarlo?
Ciertamente existe un sendero invisible que se hace visible a modo de puente
traslúcido que nos ensambla a la energía cósmica. Si se rompe, las personas quedan
divididas, apartadas de la fuente vital. El conflicto está en cada un@ de nosotr@s. A
menos que lo resolvamos solos en nuestro interior, no se resolverá en ningún otro sitio.
Comprendo a los miskito de selva adentro. Un excesivo apego a un lugar concreto no deja espacio
para sanar el resto de la tierra. La selva es muy grande y existen lugares milagrosos. Rincones que
todavía no han descubierto porque la naturaleza es cambiante. El universo es inmenso y siempre está
en movimiento, en permanente evolución.
A mí me gustaría conocer otro planeta. Viajar a Andrómeda dejando atrás la Vía Láctea.
Encontrar otras formas de vida en esas miles de galaxias que dibujamos en los mapas. Pronto
realizaremos excursiones de fin de semana a la Luna y Marte y disfrutaremos de nuevos e
impresionantes paisajes. ¡No está tan lejos ese día!
Echar raíces está bien, pero no es lo único. Ni tampoco creo que deban ser permanentes las raíces…
¡negaríamos nuestras alas! Echar raíces durante un tiempo, dos, tres, incluso cuatro años, está bien,
pero también está bien vivir de otras maneras en otros lugares. Forma parte de la evolución del ser
humano. Y se vaya donde se vaya, solamente un equipaje es indispensable. El amor es un equipaje
que no pesa. Es la expresión más básica de la energía cósmica.
Comprendo cuando es que deciden trasladarse: cuando falta el amor. Cuando su convivencia
en un sitio no se sustenta en el amor, ese lugar se ha destruido y debe ser repudiado. Olvidado.
Entonces viajan.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Y viajan hasta que encuentran un nuevo paraíso donde sustentar la amistad y la pareja, la
familia y la comunidad, su alma individual y el gran espíritu al mismo tiempo y con firmeza, en la
seguridad de prosperar y en la convicción que puede fructificar otra vez en ese nuevo lugar sin
conocer la destrucción.
Pero si de nuevo sale la maldad al exterior, los miskito de selva adentro volverán a viajar.
Perseveran sin conformarse con una existencia de sufrimiento permanente por el lastre de un sitio
concreto. Olvidan el peso de todo lo que ese entorno representa, pues la posición se ha vuelto
incorrecta.
Los miskito de selva adentro infunden valor a la virtud y fervor a la verdad. Sus enseñanzas son
clementes y auxiliadoras. No me ha hecho falta asimilar su idioma, simplemente he dejado que se
expresen, y, en vez de forzar la escucha, me he relajado apartando la mente a un lado hasta oír su
interior donde se encuentran sus incuestionables mensajes.
Me hacen de espejo permitiéndome contactar con los conocimientos de mi ser. Pero no
instruyéndome sobre las acciones a seguir, ni prediciendo acontecimientos futuros, sino dirigiendo
mi atención hacia mi fuerza apagada. Algo que antes me era imperceptible en mi propia presencia.
Ahora este elemento mágico, ya identificado, se encuentra al alcance de mi elección. Cada
una de sus evocadoras explicaciones contiene un rasgo susceptible de ser considerado. Todas esas
observaciones llenas de expectativas, no puedo descartarlas, simplemente porque no haya conseguido
de modo satisfactorio entender su desarrollo y exponer su mecanismo.
Sus congruencias me llevan hacia cambios... hacia el perfeccionamiento. Me conducen hacia
el avance salvándome de mí mismo. He sido transformado en lo que ya era en mi intimidad. Hoy
tengo despierto mi buscador interno y sé cómo mantenerlo.
Mi mutación va por buen camino. No voy a dejar que se agote ni se detenga. No voy a
hundirme nunca más. Exaltaré mi persona desde mi yo-superior porque es el mejor amigo que tengo.
Y repentinamente... un hombre a la orilla del lago boca abajo se tiende muerto, un cuerpo,
¿un crimen? Pero no hay asesinato sin asesino. Yo soy. Yo lo he hecho. Yo he cometido el asesinato…
y no me arrepiento. ¡Me he matado! El cuchillo punzante que puede degollarnos lo empuña una
mano situada al final de nuestro brazo. Tenía que matar mi ego, de lo contrario, la renovación
hubiera sido imposible. Me lo advirtió el niño que me dio la bienvenida -Mata tu Ego-. Pues ¡lo he
conseguido! Mi ego está tendido boca abajo en el suelo. Ha fallecido el único enemigo de mi alma.
El intruso de la comunidad se desvanece.
Por eso me digo que exaltaré mi porción de energía cósmica desde el centro de mi alma,
porque yo soy Dios cuando dejo de ser Yo, cuando me desprendo del ego como la serpiente de su
piel, cuando me acepto y me asimilo, incluso la parte fea que me trago para no salpicar a los demás
y, en la intimidad del silencio me comprometo a domesticar. El lado oscuro de cada uno es el único
enemigo de nuestra civilización.
¡Ahora puedo ejercitar la confianza absoluta en la conciencia, sin olvidar la necesidad urgente de
tener un verdadero presente. Es en el único instante que puede realizarse la auténtica autotransformación.
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
Veo las cualidades propias de cada momento, pues cuando experimento el verdadero presente
me doy cuenta que es en el ahora mismo donde todo acontece.
La organización de la vida vivida en un momento dado corresponde a la experiencia vivida en
ese preciso momento, a la experiencia propia, auténtica y privada, ajena a toda influencia que venga
de la tradición o la herencia, ajena a las modas y sobre todo, ajena a la interpretación o el juicio o la
opinión de otros. Es en el seno de la conciencia donde se inicia la vida cósmica, la experiencia de la
creación que edifica la construcción de la realidad que integra mediante el –ahora- del ser, al mundo,
todo el universo del gran espíritu.
Los elementos se ordenan. Hay una introspección. Ya en Ometepe, admirando esas marcas grabadas
en las piedras se me transmitió la idea de observar detenidamente y por largo tiempo el círculo
esculpido en la roca hace mucho, mucho tiempo. Día tras día, de tanto mirar aquel círculo que me
hablaba, llegó la señal que interpreté de inmediato y me dije: “Mi círculo no se completará hasta que
no tome contacto con la tribu de los Miskito”. ¡Y mi círculo se ha completado! Un círculo que me
invitaba a trabajar desde dentro. ¡Claro que si! Nicaragua abre los brazos para que yo me meta muy
adentro. ¡ADENTRO!
Ahora me veo con ánimo para resistir las duras pruebas de la vida.
Más allá del conocimiento de las percepciones, las ideas y los sentimientos, está la conciencia.
Pero a ella acceden únicamente aquellos que no están adormecidos o desvanecidos o desenfocados
en su atención. Muchos son los que están distraídos por infinidad de hechos intrascendentes que
opacan su humanidad y eclipsan su crecer espiritual al ignorar la posibilidad del estado de pureza.
Conciencia es atender el diálogo del alma consigo misma y con el palpitar del universo.
Recogerse en sí mismo y retornar a la propia esencia. Al regresar uno a sí mismo encuentra en sí
mismo todas las cosas y la grandeza de la creación. No es privilegio único del sabio o el santo, sino
de todos los peregrinos del viento.
Ya me lo dijo Oküli:
_ No habites fuera de ti. Vuelve a ti, donde habita la verdad de todo. Y si encuentras mudable lo que
hasta la fecha considerabas tu naturaleza, desecha la personalidad para llegar más allá de ti mismo
y te encontrarás con la esencia de la vida y la comprensión del mundo.
Me estoy probando como una entidad individual, autónoma, libre, y, que sin embargo, pertenece a
una raíz cósmica, enraizada a la matriz del gran espíritu como una pizca de universo que vibra. Soy
exclusivo, diferente a todos, y soy constante en este palpitar consciente. ¡Sí! Todo el rato soy yo… la
máxima expresión de la divinidad que se tutela a sí misma. Y mi existencia es el resultado directo de
esta manera especial de sentir. Primero ser uno, auténtico y total, para luego ser uno con todo al
comprender que todo es una y la misma sola cosa.
Hoy adquiero la capacidad de reconocerme en toda mi dimensión. Identificándome, me
identifico con esa parte que adquiero de todo lo demás. No hay embrutecimiento ni
entorpecimiento. Dejo de actuar con torpeza. Un día lejano fui tétrico pero ya no más. Fui. Terminó.
¡Me perdono! Y asumo mi responsabilidad.
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Consultarme hoy me permite soslayar los reparos de la razón, el estorbo de los
condicionamientos, el atasco por la inercia de la costumbre. Declaro una zona libre en la que mi vida,
gracias a mi rescatado atributo se torna maleable, dócil y flexible.
Los viejos mapas contienen errores, por eso no podía navegar sin extraviarme en el mar
abierto. Gracias a ese hecho ineludible que me trajo hasta aquí, gracias a toda esa angustia y
frustración, y gracias a mí que lo intuí, ahora voy a ser mi propio cartógrafo porque ahora... ahora
percibo la totalidad del cosmos en mi aliento. Que suerte que me detuve un día para recapacitar y
hurgar sin temor en mis entrañas. Me tomé un respiro y ahora comienzo a respirar en paz y armonía.
Aunque el cielo esté encapotado, puedo gobernar mi nave y llegar así hasta la flor de mi destino.
Tengo la fuerza para tomar el timón de mi existencia en la Tierra. Lo cierto es que la vida es cruel y
peligrosa y aquél que persigue su propia satisfacción no la alcanza jamás.
Así como el débil ha de sufrir, quien solicita amor se verá decepcionado tanto como el glotón
no quedará saciado. Quien busca tranquilidad, a menudo encuentra la guerra. La verdad es para los
valerosos y la felicidad, tan sólo para aquel que no teme la soledad.
La vida es solamente para aquél que no teme la muerte, sino una muerte en vida.
La conciencia de unidad me proporciona certeza y seguridad. Me encamina hacia la
providencia de lo bueno y lo justo. ¡No caminaré a tientas! Ya no conseguirán empujarme a lugares
donde no quiera estar. Ni hacer cosas absurdas. Pero tengo que aprender a trotar… debo llevarme al
paso antes de poder galopar… permitir que se asienten estas fabulosas concepciones. Me digo,
sosiego, amigo, serénate. No tengas prisa.
15 Abril, 2014
Confieso que ha sido un largo camino hasta llegar aquí. Todavía me dejé atrapar por
los pensamientos. De vuelta a España, la mente seguía gobernándome,
imposibilitando el viaje que avanzaba a trompicones. Cada persona tiene su proceso
interno. Lo importante es avanzar en el viaje, es decir, completar cada nueva etapa.
Una vez “te decapitas” abandonando las explicaciones y evitando los juicios,
empiezas a fluir en el solo-sentir que es maravilloso. Aquella llama prendida hace 15
años se aviva y se eleva desde este portal planetario. Me he dado cuenta. Confío en
la vida. Disfruto con mi trabajo.
Los miskito de selva adentro gozan de otro tipo de felicidad a la que denominan dicha. Distintas son
sus emociones, sus prácticas, su estilo de vida. Lo que marca su diferencia es la manera que tienen de
amar, de ser, de estar.
Están muy alejados del estilo de vida que yo mismo he practicado durante largos años
cómplice de la tragedia del sistema actual, al tiempo que también una víctima. ¡Ay! Si pudiera
importar esta concepción del Mundo al otro mundo... Si pudiera instaurar un nuevo orden...
Si yo pudiera... pero puedo, ¡claro que puedo! Si creo en mí, se logra la mutación que necesita
nuestro mundo. Si todos ponemos nuestro granito de arena, ¡se puede!
Empiezo conmigo mismo. Todo gran trayecto da inicio con un primer y sencillo paso, a
menudo pequeño y discreto. Y aunque sus ritos, sus ideales, incluso sus inquietudes, nada tienen que
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.
ver con el tecnológico siglo veintiuno, el detalle no justifica que ignore sus enseñanzas. No voy a
repudiar este asombroso regalo.
¡Sí! Está claro que sí puedo aportar mi energía cósmica, y si muchos otros se unieran con su esfuerzo
cambiaríamos el curso de la Historia.
Por todos los dones recibidos quiero hacerle un obsequio a Oküli. Voy en busca de leche y miel.
Creo que entenderá el culto a estos dones de la naturaleza. La leche es el primer aspecto del amor, el
alimento, el cuidado. La miel simboliza la dulzura de la vida, la dicha de estar vivo. Y cuando me
dispongo a darle mi agradecimiento me encuentro a Saúl que regresa de largas jornadas de pesca por
el río con los guerreros. ¡Menos mal porque caminaba en sentido contrario alejándome de la
comunidad!
Le cuento que quiero hacerle un regalo a Oküli y solicito su ayuda para prepararle una sorpresa.
Saúl me pregunta si utilizaré el intelecto. Le expongo mi plan en busca de su opinión. Entonces
me hace una pequeña observación antes de perderse por entre la densa maleza dejándome a solas con
mi reflexión, en compañía de varios monos aulladores.
Me ha dicho -El origen de querer que Oküli sea dichoso con tu ofrenda nace del amor. Es el
intelecto quien está al servicio de la facultad de amar. Es desde el sentir hondo que nace todo-. Y
tiene razón, la mente viene después. Primero amo y luego utilizo el pensamiento para hacernos felices
a ambos. El obsequio es lo de menos. ¡La mente está al servicio del amor!
El sentimiento expande, mientras el pensamiento, pretendidamente racional, bloquea. Y me
lo confirma el hecho de haberme tomado una sopa muy sabrosa hace unos días. Al decirme que era
sopa de lagarto, la aborrecí enseguida y comencé a tener nauseas por haberla comido. Pero luego me
dijeron que era broma y volví a sentirme bien, igual de bien que antes de que me dieran el dato. Y
me doy cuenta de lo mucho que les gusta jugar, porque verdaderamente sí me comí una sabrosa sopa
de lagarto aquel día encontrándola muy buena porque pensaba que no era de lagarto, ¡que absurda
es la mente!
El verdadero viaje al descubrimiento de otra forma de vida no consiste en buscar nuevos paisajes.
Consiste en tener ojos nuevos que miran desde adentro. Es al desplegar la consciencia que fluye el
libre albedrío en armonía con nuestra naturaleza cósmica. Fácilmente se logra la mutación individual
al liberar la energía cósmica que alberga nuestra alma y, así, se puede corregir la dirección de nuestro
mundo. Tengo que hacer algo concreto con esta potencia, pues la evolución a otra etapa de nuestra
civilización se hace necesaria y urgente. Me exijo a mí mismo liberar toda la energía cósmica que
habita en mí… ¡soy capaz de abrazarme por dentro!
Que tan ciertas eran mis palabras de hace 15 años… Es al desempeñarnos por una
alternativa más saludable al actual Sistema que la raza humana sobrevivirá, de lo
contrario… las atrocidades que se cometen a diario seguirán multiplicándose.
Supongo que si te explican acerca de “tu energía cósmica” olvidarás las palabras.
Pero si compartes tiempo y actividad con un miembro de la generación cósmica, te
será mucho más fácil apostar por la SOCIEDAD CÓSMICA. Sin embargo, no será hasta
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que realices tu propio viaje al interior de tu alma que asimilarás la Ley Fundamental
del Universo.
Me han hecho sutiles observaciones sobre cualquier tema que estuviera relacionado con la
conveniencia de una acción y la corrección de una conducta, permitiéndome extraer mis propias
conclusiones. Han permitido que asuma la responsabilidad de la decisión. Recuerdo cada día y cada
noche como una fiesta por la vida. Incluso cuando fui atormentado físicamente. Aquello tuvo un
carácter preparatorio para poder profundizar. Había de servirme para que tomase una resolución.
Podía haber sugerido que no lo hicieran o que se detuvieran en los momentos más duros, pero confié
plenamente en los miskito de selva adentro.
Me puse en sus manos sin miedo ni prejuicios en busca de su sabiduría, encajando las piezas
sin pretender controlarlas, sin decir yo quiero o decir yo no quiero tal cosa, como me avisaron a mi
llegada.
Los comentarios que a veces he recibido me han invadido de una luz cegadora que iba acompañada
de un estruendo y, al momento, una total quietud, como si nada hubiera sucedido y solo una
inmensa paz fuera posible.
He tenido una apertura total a todo cuanto acontecía sin esperar una respuesta concreta,
supongo que porque lo que se presupone da pie a una actitud pasiva, cerrada, ajena al crecimiento, y
mi esencia íntima reclamaba abrirse como una flor en primavera.
Con frecuencia anunciaban aspectos de mi persona que antes yo había rehuido
manteniéndome al margen de mi lado más sombrío. Retomando contacto con ese espacio
bloqueado, me han transmitido una visión de conjunto. Con las fuerzas de la oscuridad y de la luz,
de lo positivo, para con lo negativo, entre el bien y el mal, fundiéndose todo junto para constituir
mi verdadera naturaleza. Todavía hoy me ponen a prueba jugando al engaño mediante trampas y
sutilezas.
Provenimos de mundos diferentes, de muy distinta cultura, sin embargo, el contenido
simbólico y conceptual ha sido no solamente compatible, sino complementario, enriquecedor al
fusionarse la vibración con la convivencia de nuestra vitalidad.
Carecía de padres y desde ahora, la Tierra y la Naturaleza son mi padre y mi madre. Debía encontrar
un nuevo hogar y lo he hallado en mi conciencia, extendiendo mis brazos y mis piernas hasta tocar
las esquinas del cosmos.
Ahora el ritmo de mi respiración es, tanto mi vida cuando inspiro, como mi muerte cuando
expiro. La honestidad será mi instrumento de fuerza divina. Y en la voluntad consciente hallo toda la
riqueza del universo. Este viaje es mi más mágico amuleto. El destello del rayo será mis ojos cuando
los labios besen el secreto de mi misterio.
Carecía de talento y ahora la agudeza del alma será mi más significativo talento. Carecía de un
buen amigo y mi yo-superior es mi más elemental amigo. Únicamente el descuido será mi fatal
enemigo.
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Me siento francamente bien al no necesitar armadura, pues la benevolencia y la virtud me
visten para que no pase frío. Nunca busqué palacio alguno, pero hallo en el Universo mi humilde
morada. Es ahora cuando finalmente enfundo mi espada.
Fluir en libertad como el agua que se adapta, como el viento que se filtra, como la energía cósmica
que está en cualquier parte y en todos los sitios al mismo tiempo… también en organismos enfermos.
Como en un castillo hay pasadizos que conducen a las mazmorras sin salida, hay instintos que
encarcelan la conciencia hasta anularla. Este fue mi caso. Testarudo en la ejecución de los modelos
que en verdad no me pertenecían, esclavo de las pasiones primitivas.
Ciego arrollaba a diario mi alma. Pero no existe ya la indiferencia. Se lo que necesito porque
durante tiempo viví escondido y me empobrecí. Salgo a la superficie para mostrarme y me separo del
que fui tras sustituir las piezas defectuosas. Abandoné mi vieja piel a orillas del salto de agua.
Y reconozco que toda separación es dolorosa pero abre a su vez la puerta de la esperanza.
Brinda la oportunidad de llevar una vida más saludable al ser capaz de comprender que todo se agota.
Se agotan las relaciones. Se agotan las situaciones. Se agota la vida. Pero no tiene porque rompérseme
el alma. Saber decir adiós cambia el existir. Fallecer con una sonrisa en los labios, esa es mi meta.
Después de cada ruptura se habla de una nueva relación amorosa a perpetuidad, de una nueva
vida en familia sin altercados, de un nuevo empelo agradable y seguro. Estas cosas no suceden ni
siquiera en las películas. La vida es una transformación continua y por eso el mundo evoluciona,
porque cada noche es una muerte pequeña de la que es imposible escapar. Hay que morir un poquito
para al día siguiente renacer sanos y dispuestos a vivir renovados. Tengo un empleo: el empleo de la
ruptura. ¡Y lo acepto! Nada es permanente o eterno, salvo el cosmos.
Encuentro mi esencia y la sumo al gran espíritu. Me convierto en mi esencia más plena que
libero, porque puedo hacerlo. ¡Lo hago!
La clave es no aferrarme a nada y fluir sin arrepentimiento. Pequeños fallecimientos para vivir
a plenitud, le digo adiós a la coraza blindada.
¡Soy yo mismo quien se habla por fin! ¡Atiendo mi voz interior!
Oküli ha venido a buscarme para pronunciar una sola palabra: ANUN-NAKI. Y nos dirigimos a la
fuente de la vida con el peculiar olor de sus amuletos. Oküli recoge unas algas para fruncir una corona.
Descubro que ANUN-NAKI es una oración para los elegidos. Y soy atacado.
Un fuego insólito se desliza por mis venas al recibir de sus ojos la emanación. Noto un calor
condensado que da fuerzas a las alas de mi alma. La afluencia de este aliento me insufla vida y arde,
prende la facultad de amar… abrasándome con el fervoroso deseo de actuar… y se funde la envoltura
de hierro que impedía tender al sol mi energía cósmica que de repente explota desde mi núcleo
cardinal para inundar el exterior.
Estoy desbordado ¡en completa ebullición!
Me siento como un niño cuyas encías se encuentran irritadas y excitadas por la salida de los
primeros dientes.
Y sucede algo inesperado... Oküli me hace saber que cuando se ha comido toda la miel, se
abandona el panal vacío sin sentimentalismos.
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_ Una vez se ha mudado la piel es imposible volver a ponérsela otra vez. No hay retroceso. No hay
marcha atrás. A continuación de la noche, el día, y luego otra noche distinta y otro día diferente
y así indefinidamente. Tienes que seguir el nuevo rastro de tu sendero.
Oküli me explica que el universo entero está conmigo.
_ Galaxias, planetas, estrellas fugaces, nueves, árboles, ríos, todos los afilados picos y los insectos...
ten compasión de ti y no sufras nostalgia. La fuerza y la sabiduría te pertenecen. Has viajado para
hallar verdad y belleza, pero si no hubieras llevado adentro todas estas cosas, jamás hubiera
emergido por mucho que hubieras viajado por todo el mundo durante siglos.
Tanto la belleza como la verdad se hallan en el alma silenciosa. Para quien posee percepción, una
simple señal basta. Para quien realmente no está atento y no presta atención a la vida, ignorando su
conciencia, mil quinientas explicaciones no son suficientes. Lo sé, ¡cuántas cosas sé ahora!
Como sé que Okúli tiene razón y es tiempo de que siga avanzando.
_ No te demores más. Debes partir. Pero no vayas deprisa. Fluye como el viento por los rincones más
inesperados.
El pasado se ha desvanecido. Lo que vendrá todavía está ausente y aun es intangible. Solamente el
presente es mío.
_ Solo el aquí y el ahora es importante... tan sólo este momento te pertenece completamente. Jamás
olvides que la energía cósmica pone una chispa de vitalidad creativa en cada cosa.
De nada sirve que le advierta a Oküli que no tengo brújula ni mapas, porque sin despegar sus apretados
labios siento su honda voz en sus manos palpándome el rostro y mirándome con el alma.
_ Te llevas un pedazo de nosotros que ya sabemos el camino. Tu viaje iniciático has emprendido y la
energía cósmica te acompaña, hermano. Ahora… Aquí... Nunca olvides la oración...
ANUN… NAKI.
Y sin mirar atrás doy un primer paso y un segundo y comienzo a vagar por la jungla hora tras hora,
rodeando montañas, atravesando ríos, hasta que tropiezo con una legión de tortugas.
Prohibido decir no puedo, no se si seré capaz, mejor renunciar. Cueste lo que cueste... he de hacerlo
como sea. No tengo otra opción, más que la de recorrer mi propio camino a solas conmigo mismo.
Me interrogo desde la conciencia en vez de pronunciar inútiles órdenes y premisas absurdas
tipo “lo haría si...”, “me gustaría pero...”.
Observo con atención lo que habitualmente se hace de manera apresurada. Actos conscientes
y precisión, buen ritmo, ningún agobio, lo ordinario de una manera extraordinaria.
Y empapado de sudor y exhausto lloro como un niño, abriéndome paso hasta que emerjo
entre las aguas esmeraldas y ante mí se abre la majestuosa belleza y me quedo paralizado, diciéndome
que yo ya he estado aquí. He estado en este lugar. ¡Yo he estado aquí antes!
Florezco en un paraje encantador. Me guarecía la ovalada laguna que alberga en sus aguas
peces de todas las especies y muchas algas.
A mi alrededor, patos chanchos y gran diversidad de garzas blancas y negras se agitan en señal
de bienvenida. Detrás de una espesa neblina, embadurnado de purpurina, reaparezco en la fabulosa
laguna denominada Charco Esmeralda, esa, cuyo perímetro visto desde el cielo asemeja a la silueta
de un león. M
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